Publicado en
mayo 05, 2013
Cuando la Domi frotó la lámpara que la tía Eulogia había encontrado en la calle, apareció un genio... "Pídanme tres deseos", dijo este. Y la tía, solemnemente pidió dos para ella y uno para la Domitila...
Por Elizabeth Subercaseaux.
Un día, mi tía Eulogia iba por la calle y de pronto vio algo reluciente que le llamó la atención. Se agachó a recogerlo y cuál no sería su sorpresa al ver que era una lámpara muy parecida a la de Aladino, la del cuento que su mamá le leía cuando chica. ¿Pero qué hacía esa lámpara en la calle? Un sentimiento que no pudo definir se le anidó en el corazón y creyó escuchar una voz interna que le decía: "Llévatela, llévate esa lámpara a tu casa".
Mi tía la recogió y la guardó en la cartera. Al llegar a la casa se la mostró entusiasmada a la Domitila.
—¡Uy! —exclamó la Domi—. No vaya a ser de las de verdad, señora Eulogia, de las que tienen un genio dentro.
—No seas loca, Domi, esas cosas no existen, son ficciones.
—¿Ficciones? Le apuesto que tiene un genio. A ver, frotémosla con un trapo. Dicen que hay que calentarla con un trapito para que el genio despierte y salga —dijo la Domi, y empezó a frotar la lámpara con el trozo de franela que empleaba para limpiar los muebles.
—¿Crees que hay un genio dentro? —preguntó mi tía Eulogia, quien desde un tiempo a esta parte a la única persona que escuchaba en el mundo era a la Domi, porque todos, sin excepción, se habían vuelto locos y esta, al menos, era una loca simpática.
Estaba diciéndolo cuando ¡zas! Una gigantesca burbuja salió de la lámpara y enseguida, dentro de la burbuja, se fue dibujando un genio hasta quedar completamente delineado en el aire y erguido frente a las dos mujeres que lo miraban boquiabiertas.
—¡Un genio! —gritó la Domitila.
—Un ge ge ge ge nio —balbuceó mi tía Eulogia con una cara de espanto tan grande, que por poco asusta al genio y lo hace regresar a la lámpara.
—Sí, queridas damiselas, soy el genio de la lámpara, llevo siglos dormido, una bruja desgraciada me dio el beso de la muerte y me dejó postrado en el fondo de esa lámpara. Gracias por haberme despertado —dijo el genio haciendo una de esas graciosas reverencias que solo los genios de las lámparas saben hacer.
—¿Y qué quiere? —preguntó la tía Eulogia, temiendo que el genio intentara hacerles daño.
—¿Qué quiero yo? Yo no quiero nada, señoras, son ustedes quienes deben pedirme tres deseos. Los que quieran. Da lo mismo lo que sea, con tal de que no sean más de tres. Y en un santiamén, vamos a decir que en menos de tres meses, vuestros deseos estarán cumplidos y yo habré desaparecido para siempre.
—¿Lo que queramos? —preguntó la Domi—. ¿Hasta que don Rober se convierta en lagarto o aprenda a hacer su cama todos los días?
—Ya os dije, damas queridas, lo que vuestras mercedes quieran.
—Entonces yo pido eso, que don Rober se convierta en lagarto y aprenda a hacer la cama todos los días —dijo la Domi.
—¡Estás loca, mujer! ¿Cómo vas a pedir algo tan tonto? No cuesta nada enseñarle a hacer la cama —intervino mi tía— hay que pedir cosas imposibles, que nosotras no podamos hacer.
—¿Y qué otra cosa más imposible que enseñarle al marido a que haga su cama? Las mujeres llevamos 12 mil años intentándolo y todavía no lo hemos logrado, señora —dijo la Domi—. Pero está bien, vamos a pensar en algo más difícil todavía... casi imposible.
—¡Yo voy a escoger los tres deseos! —dijo mi tía—, y no me mires con esa cara, los elegiré pensando en ti y en mí. ¿Está bien, Domi?
—Okey —dijo la Domi, que por ese tiempo estaba recibiendo clases particulares de inglés y las únicas palabras que se le habían quedado en la cabeza eran Okey y Washington.
Al cabo de unos momentos, la tía Eulogia se dirigió solemnemente al genio y pidió tres deseos, dos para ella y uno para la Domitila. El primero era que la flaca de la esquina desapareciera de su vida para siempre; el segundo era hacerse rica; y el tercero era que la Domi se casara con un millonario.
—¿Nada más que eso? —preguntó el genio, sorprendido de que le hubiesen pedido cosas tan fáciles de conceder—. Ustedes son las clientas más sencillas que he tenido en mis 10 mil años —dijo el genio agradecido—. No se pueden imaginar las cosas que piden otras mujeres —añadió y luego les dijo que una señora de Transilvania le había pedido que destetara al marido de la mamá y otra le había pedido que hiciera desaparecer el fútbol de lá faz de la tierra; no había nada más simple que hacer rica a la gente, y en cuanto a la flaca de la esquina la haría encontrarse con un actor de Hollywood, podrido en plata que quisiera casarse con ella, y listo.
—¿Están seguras de que es eso lo que desean, mis queridas damas?
—¡Seguras! —dijeron mi tía Eulogia y la Domitila al unísono.
El genio respiró profundo, pronunció unas palabras en sánscrito "abracadabra legraba magabra pata de cabra" y ¡zas! Desapareció con lámpara y todo.
—¿Y qué pasa ahora? —preguntó la Domi, asustada.
—Me imagino que habrá que esperar que cumpla con lo prometido —dijo mi tía Eulogia. Y al momento de decirlo, tocaron el timbre.
—¿Es esta la casa de la señora Eulogia, tía de una periodista?
—Sí, señor. ¿Qué desea? —preguntó la tía Eulogia a un chofer elegantemente vestido, que se había bajado de una limusina que ocupaba la mitad de la cuadra.
—Vengo a notificarle que ha ganado usted 20 mil millones de dólares y se me ha encargado que se los entregue. Están en la caja de la limusina. ¿Me pueden ayudar por favor?
—¿Y cómo los gané? —preguntó la tía, atónita.
—No tengo idea, señora, yo solo cumplo órdenes de mi patrón, que está en el auto.
—¿Y quién es su patrón?
—Ribópolis Onassis, señora. ¿Quiere que se lo presente?
Y 10 minutos más tarde, la tía Eulogia, Ribópolis y la Domi tomaban café en la cocina, hablando amigablemente, mientras el chofer contaba los millones. No había ningún misterio en todo esto. Ribópolis había amanecido de buen genio y por la mañana decidió salir por el barrio de los pobres y regalarle un cuarto de su fortuna a la dueña de la primera casa con la puerta azul que encontrara en el camino.
Media hora después, Ribópolis estaba en franco coqueteo con la Domi, quien le pareció una delicia de mujer desde que la vio emerger de la cocina.
Al día siguiente, Ribópolis y la Domi fueron a la playa cercana a recoger conchitas, y una semana después Ribópolis le mandó un helicóptero para que lo acompañara a París, y desde París la Domi anunció que se habían casado en la Saint Chapelle.
Fue todo tan rápido, que mi tía no tuvo capacidad de reacción, ni siquiera cuando Roberto llegó llorando porque la flaca de la esquina había conocido a un director de cine mexicano, riquísimo, se había ido con él a Hollywood y le acababa de enviar un parte de matrimonio con olor a violetas.
La flaca nunca más iba a volver, pues se había ido con un director de cine mexicano, riquísimo. La Domi se había casado en París con Ribópolis. ¡Los deseos se habían cumplido! Entonces... ¿por qué la tía Eulogia le dijo al genio: "Quiero mis desgracias de regreso"?
—Y no va a volver nunca más, Eulogia, nunca más en la vida. Se ha ido para siempre, la flaca de mi vida —balbuceaba entre sollozo y sollozo.
—No te preocupes. Mira lo que nos ha ocurrido. Me gané una fortuna porque el novio de la Domitila me ha premiado por el color de nuestra puerta. Y como tú pintaste la puerta, la mitad de la fortuna es tuya.
—¿De qué diablos estás hablando? ¿Cuál novio de la Domitila?
Entonces mi tía le contó lo que había ocurrido, sin mencionar para nada al genio de la lámpara, desde luego.
Roberto se quedó mirándola como quien mira a un aparecido.
—¿Y dices, Eulogia, que somos inmensamente millonarios?
—Así es —dijo mi tía, entornando los ojos con expresión soñadora.
Y fue así como dio comienzo a su nueva vida sin la flaca, nadando en millones y con la Domitila paseando por el Mediterráneo en el yate de Ribópolis, que ahora era su marido.
Al cabo de un año, la Domi escribió una carta trágica. Ribópolis era atroz, andaba con una diva de la ópera, ya ni la miraba, la bañaba en plata, pero ni una caricia, ni una mirada humana, puros dólares, yenes y joyas que no tenía dónde lucir, porque a las fiestas él iba con su amante y a ella la dejaba en el yate, comiendo caviar con perás al jugo.
"Echo de menos las papas con pebre y ajo, señora, a don Rober, la casa, a usted", decía en la carta.
Roberto estaba empezando a ir al siquiatra. La vida sin la flaca decididamente no valía la pena vivirla. Y mi tía Eulogia, aburrida hasta los huesos porque ya no tenía de qué preocuparse, empezó a llamar al genio con desesperación. Hasta que ¡zas!, apareció.
—Quiero todas mis desgracias de regreso —le dijo.
Y el genio, que siempre había sido una buena persona, la miró a los ojos y dijo "abracadabra legraba magabra pata de cabra" y, seguro de que el sánscrito volvería las cosas a su lugar, desapareció por los siglos.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, SEPTIEMBRE 16 DEL 2003