Publicado en
mayo 26, 2013
Cuando mi tía Eulogia conoció a Guillermo Cabrales, viudo, detective, y volvió a sentir emociones que creía muertas en su interior, lo primero que pensó fue en presentárselo a Roberto...
Por Elizabeth Subercaseaux
Lo único positivo que puede lograrse luego de un divorcio es una buena amistad con el ex, todo lo demás es tristeza. Eulogia lo tenía muy presente y debo decir que Roberto también; ambos sabían que una cosa era separarse y otra muy distinta era seguir viviendo como si nunca se hubieran conocido, como si no hubiera existido amor entre ellos, y lo que es más importante, hijos. Tal vez por eso fue que la tía Eulogia aceptó de buenas a primeras conocer a Mariluz, la novia de Roberto, para darle su opinión, para estar al tanto de quién era la mujer que tomaría su lugar. Las mujeres somos alcahuetas por excelencia, mucho más casamenteras que los hombres, más chismosas, nos gusta saber quién se va a casar con quién, y siempre estamos tratando de que la gente se empareje. Mi abuela decía que frente a una viuda, una mujer soltera o una recién separada, lejos de felicitarla, consolarla o abrirle caminos para una nueva vida, lo primero en que pensaban las amigas era en cómo hacerla reincidir, dónde encontrarle al hombre que sustituiría a su ex.
Fiel a esa manera de ser tan femenina, cuando Eulogia conoció a Guillermo Cabrales, viudo, detective, y volvió a sentir emociones que creía muertas en su interior, lo primero en que pensó fue en presentárselo a Roberto. Mal que mal había estado casada más de dos décadas con él y merecía ser tomado en cuenta. Pero qué error más garrafal. Se le olvidó lo más importante, primero que Roberto era hombre y por lo tanto completamente distinto a ella, y segundo, que no existe en la tierra el hombre que quiera conocer —mucho menos aceptar— al nuevo compañero de su ex mujer.
Es curioso esto, no tiene mayor explicación, pero de acuerdo con casi todas las estadísticas existentes, la mayoría de los hombres cree, en alguna parte en su interior, que su primera mujer es suya para siempre. Aunque él mismo haya pasado media vida rondando a la flaca de la esquina y ahora estén separados. Ese era el caso de Roberto, pero Eulogia no lo vio.
Antes de entrar en detalles vamos a explicar quién era Cabrales y cómo fue que Eulogia lo conoció. Todo partió por una casualidad: una de las mejores amigas de la tía Eulogia, Luciana, estaba pasando por un mal momento, pésimo, en realidad: su marido había salido a comprar cigarrillos y nunca más volvió; fue como si la tierra se lo hubiera tragado. Luego de un mes de infructuosa búsqueda, Luciana contrató a Guillermo Cabrales, un detective de mucha experiencia y buena pinta, sobre todo buena pinta (de acuerdo con Luciana) para que se hiciera cargo del caso. El día en que Luciana y el detective se encontraron en un café para arreglar el asunto del precio, Eulogia entró por casualidad a ese mismo café a comprar cigarrillos. Luciana se lo presentó. No sé si sería amor a primera vista, porque siempre me ha producido una cierta desconfianza esa expresión telenovelesca, pero lo cierto es que al darse la mano, los dos sintieron una corriente eléctrica, como si hubieran metido el dedo en un enchufe. Al despedirse, Cabrales le pidió su número de teléfono y esa misma noche la llamó para invitarla a almorzar al día siguiente, y dos semanas más tarde se estaban viendo todos los días. Cabrales llevó a Eulogia a conocer a su hermana y a sus amigos, y podría decirse con justicia que casi sin darse cuenta se habían convertido en una pareja. Dos meses después, fue que Eulogia tuvo la peregrina idea de presentárselo a Roberto, solamente para tener su visto bueno, que era para ella quizás tan importante como que le siguiera gustando Cabrales.
—¿Y quieres que lo conozca? ¿Yo? —preguntó Roberto acentuando el "yo".
—¿Qué tiene de malo? Tú también me presentaste a Mariluz —le dijo sonriendo.
—Sí, pero yo soy tu marido, Eulogia, no lo olvides.
—Mi ex, querrás decir.
—Bueno tu ex, pero tu ex marido insistió Roberto, y mi tía sintió un leve campanilleo en alguna parte de su cerebro que le decía: "Ojo, ten cuidado, terreno resbaloso"; pero no alcanzó a procesar la advertencia e insistió en que tomara un café con ella y Cabrales al día siguiente.
—Me gustaría saber cómo lo encuentras, si apruebas mi elección, Roberto.
Grave error. El ex marido no tiene por qué aprobar o desaprobar nada, es para lo único que sirve el prefijo "ex", que por lo demás es una horrible palabra que debería desaparecer para siempre de la lengua española.
—Bueno, voy, no tengo muchas ganas y la idea de conocer a un hombre con el cual... No digo nada, mejor... Oye, Eulogia, ¿te estás acostando con él?
—¡Qué pregunta, Dios santo! Eso pertenece al área de mi privacidad —se rió Eulogia y eso de que se riera le cayó a Roberto como una patada en el hígado—. Entonces, ¿vienes mañana a tomar un café con nosotros?
—¿A tu casa? ¿No podríamos encontrarnos en un lugar más... digamos, más neutral? —preguntó Roberto.
—Tú eliges donde desees ir.
Al día siguiente, se encontraron en un café que estaba al lado de la oficina de Roberto. Cabrales llegó puntualmente, muy bien arreglado, con una rica colonia con olor a limón y una bonita chaqueta celeste, muy deportiva; se veía 10 años más joven de lo que era. Eulogia lo miró con cierta sonrisa de boba y se sentaron a esperar a Roberto, que apareció cinco minutos después.
—Roberto, te presento a Guillermo Cabrales. Guillermo, te presento a Roberto, mi ex.
—Mucho gusto —dijo Roberto con una cara de pocos amigos, que debió haber bastado para que Eulogia pusiera fin, ahí, ahí mismo, al desgraciado encuentro.
Los tres se sentaron. Pidieron un café. Roberto le pegó una mirada de Rottweiler a Cabrales y luego empezó a interrogarlo. Qué hacía, cuánto ganaba, desde cuándo era detective, por qué era detective y no ingeniero o biólogo marino, que ser detective era una carrera pasada de moda, de novela policial, que cuándo había enviudado, si no echaba de menos a su mujer, si no había pensado que su pobre señora estaría dando saltos en la tumba, porque a ningún muerto, por muy muerto que estuviera, le gustaba ver a su ex —no era ni ex, porque en la muerte no existían esas categorías— enamorándose de otra persona... y siguió y siguió formulándole otra serie de preguntas impertinentes y haciendo comentarios cada vez más agresivos, que pusieron al pobre Cabrales a la defensiva, hasta que en un momento se paró, se despidió amablemente de Roberto, le dijo a mi tía "te llamo más tarde", y se fue.
—¿Qué te has imaginado? —preguntó Eulogia, frenética—. ¿Cómo se te ocurre tratarlo así? ¿Quién te ha dado permiso para meterte en la vida de Cabrales como si fuera tu hijo adoptivo o tu empleado?
—Te dije que no tenía ningún interés en conocerlo.
—¡No lo has conocido! Lo que hiciste fue insultarlo.
Al despedirse, le dijo a Roberto que era un guarisapo que Dios había mandado a la tierra en un descuido, que no merecía ser su amigo.
—¿Quién me manda a ser tan tonta como para fiarme de ti? —gritó, y la gente que estaba en las otras mesas empezó a darse vuelta para mirarlos, y un señor estuvo a punto de llamar a la policía o a una ambulancia, porque algo le decía que el ambiente en esa mesa se estaba cargando más de la cuenta y que ese pobre cristiano estaba en peligro de muerte.
Al llegar a su oficina, le contó el episodio a Tina Fernández.
Debiste habérmelo dicho antes, de haberlo sabido jamás te habría dejado hacer una locura de ese tamaño. Nunca hay que presentarle el novio al ex marido, ¿me estás escuchando? ¡Jamás! No existe el hombre que sea capaz de mantener la compostura frente al enamorado de su ex mujer.
Pero si estamos separados, si el mismo Roberto tiene otra pareja, Mariluz, ¿no te acuerdas?
—¿La gorda que nos presentó hace unos meses? ¿La que tiene voz de trueno, y le elige los calcetines y le lava los dientes?
Esa noche, cuando Eulogia llevaba cinco minutos con la cabeza sobre la almohada, sonó el teléfono. Era Roberto.
—Quiero pedirte disculpas por mi comportamiento de hoy.
—Está bien, Roberto, pero dime una sola cosa: ¿por qué?
—¿No se te ocurre? Cuando cortes conmigo y vuelvas a poner la cabeza en la almohada, piénsalo, a ver si se te ocurre.
—Está bien—dijo mi tía, y puso la cabeza en la almohada. Minutos después soñaba con Cabrales, solos los dos, en una isla.
ILUSTRACION: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, DICIEMBRE 06 DEL 2005