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    Flip


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    Flip In Y


    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:54
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:28
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:46
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:37
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:42
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música - 8 Bit Halloween Story - 2:03
  • 132. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - 3:08
  • 133. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - Amanda Flores Todas Las Voces - 3:09
  • 134. Música - For Halloween Witches Brew - 1:07
  • 135. Música - Halloween Surfing With Spooks - 1:16
  • 136. Música - Spooky Halloween Sounds - 1:23
  • 137. Música - This Is Halloween - 2:14
  • 138. Música - This Is Halloween - Animatic Creepypasta Remake - 3:16
  • 139. Música - This Is Halloween Cover By Oliver Palotai Simone Simons - 3:10
  • 140. Música - This Is Halloween - From Tim Burton's The Nightmare Before Christmas - 3:13
  • 141. Música - This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 142. Música - Trick Or Treat - 1:08
  • 143. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 144. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 145. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 146. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 147. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 148. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 149. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 150. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 151. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 152. Mysterious Celesta - 1:04
  • 153. Nightmare - 2:32
  • 154. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 155. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 156. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 157. Pandoras Music Box - 3:07
  • 158. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 159. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 160. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 161. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:58
  • 162. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 163. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 164. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 165. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 166. Scary Forest - 2:37
  • 167. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 168. Slut - 0:48
  • 169. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 170. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 171. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 172. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:26
  • 173. Sonidos - Creepy Ambience - 1:52
  • 174. Sonidos - Creepy Atmosphere - 2:01
  • 175. Sonidos - Creepy Cave - 0:06
  • 176. Sonidos - Creepy Church Hell - 1:03
  • 177. Sonidos - Creepy Horror Sound Ghostly - 0:16
  • 178. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 179. Sonidos - Creepy Ring Around The Rosie - 0:20
  • 180. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 181. Sonidos - Creepy Vocal Ambience - 1:12
  • 182. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 183. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 184. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 185. Sonidos - Eerie Horror Sound Evil Woman - 0:06
  • 186. Sonidos - Eerie Horror Sound Ghostly 2 - 0:22
  • 187. Sonidos - Efecto De Tormenta Y Música Siniestra - 2:00
  • 188. Sonidos - Erie Ghost Sound Scary Sound Paranormal - 0:15
  • 189. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 190. Sonidos - Ghost Sound Ghostly - 0:12
  • 191. Sonidos - Ghost Voice Halloween Moany Ghost - 0:14
  • 192. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 193. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:28
  • 194. Sonidos - Halloween Horror Voice Hello - 0:05
  • 195. Sonidos - Halloween Impact - 0:06
  • 196. Sonidos - Halloween Intro 1 - 0:11
  • 197. Sonidos - Halloween Intro 2 - 0:11
  • 198. Sonidos - Halloween Sound Ghostly 2 - 0:20
  • 199. Sonidos - Hechizo De Bruja - 0:11
  • 200. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 201. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:15
  • 202. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 203. Sonidos - Horror Sound Effect - 0:21
  • 204. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 205. Sonidos - Magia - 0:05
  • 206. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 207. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 208. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 209. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 210. Sonidos - Risa De Bruja 1 - 0:04
  • 211. Sonidos - Risa De Bruja 2 - 0:09
  • 212. Sonidos - Risa De Bruja 3 - 0:08
  • 213. Sonidos - Risa De Bruja 4 - 0:06
  • 214. Sonidos - Risa De Bruja 5 - 0:03
  • 215. Sonidos - Risa De Bruja 6 - 0:03
  • 216. Sonidos - Risa De Bruja 7 - 0:09
  • 217. Sonidos - Risa De Bruja 8 - 0:11
  • 218. Sonidos - Scary Ambience - 2:08
  • 219. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 220. Sonidos - Scary Horror Sound - 0:13
  • 221. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 222. Sonidos - Suspense Creepy Ominous Ambience - 3:23
  • 223. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 224. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 225. Tense Cinematic - 3:14
  • 226. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 227. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:23
  • 228. Trailer Agresivo - 0:49
  • 229. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 230. Zombie Party Time - 4:36
  • 231. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 232. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 233. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 234. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 235. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 236. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 237. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 238. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 239. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 240. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 241. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 242. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 243. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 244. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 245. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 246. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 247. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 248. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 249. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 250. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 251. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 252. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 253. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 254. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 255. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 256. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 257. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 258. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 259. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 260. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 261. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 262. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 263. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 264. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 265. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 266. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 267. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 268. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 269. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 270. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 271. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 272. Music Box We Wish You A Merry Christmas - 0:27
  • 273. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 274. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 275. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 276. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 277. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 278. Noche De Paz - 3:40
  • 279. Rocking Around The Christmas Tree - Brenda Lee - 2:08
  • 280. Rocking Around The Christmas Tree - Mel & Kim - 3:32
  • 281. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 282. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 283. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 284. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 285. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 286. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 287. Sonidos - Beads Christmas Bells Shake - 0:20
  • 288. Sonidos - Campanas De Trineo - 0:07
  • 289. Sonidos - Christmas Fireworks Impact - 1:16
  • 290. Sonidos - Christmas Ident - 0:10
  • 291. Sonidos - Christmas Logo - 0:09
  • 292. Sonidos - Clinking Of Glasses - 0:02
  • 293. Sonidos - Deck The Halls - 0:08
  • 294. Sonidos - Fireplace Chimenea Fire Crackling Loop - 3:00
  • 295. Sonidos - Fireplace Chimenea Loop Original Noise - 4:57
  • 296. Sonidos - New Year Fireworks Sound 1 - 0:06
  • 297. Sonidos - New Year Fireworks Sound 2 - 0:10
  • 298. Sonidos - Papa Noel Creer En La Magia De La Navidad - 0:13
  • 299. Sonidos - Papa Noel La Magia De La Navidad - 0:09
  • 300. Sonidos - Risa Papa Noel - 0:03
  • 301. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 1 - 0:05
  • 302. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 2 - 0:05
  • 303. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 3 - 0:05
  • 304. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 4 - 0:05
  • 305. Sonidos - Risa Papa Noel How How How - 0:09
  • 306. Sonidos - Risa Papa Noel Merry Christmas - 0:04
  • 307. Sonidos - Sleigh Bells - 0:04
  • 308. Sonidos - Sleigh Bells Shaked - 0:31
  • 309. Sonidos - Wind Chimes Bells - 1:30
  • 310. Symphonion O Christmas Tree - 0:34
  • 311. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 312. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 313. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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      1.5  
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      3(s) 
      3.1  
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      3.3  
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      30  
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      55  
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    VELOCIDAD-TIEMPO

    Tiempo Movimiento

    Tiempo entre Movimiento

    Rotar
    ROTAR-VELOCIDAD

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      135     180  
    ROTAR-VELOCIDAD

    ▪ Parar

    ▪ Normal

    ▪ Restaurar Todo
    VARIOS
    Alarma 1
    ALARMA 1

    ACTIVADA
    SINCRONIZAR

    ▪ Si
    ▪ No


    Seleccionar Minutos

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      4     5     6  

      7     8     9  

      0     X  




    REPETIR-APAGAR

    ▪ Repetir

    ▪ Apagar Sonido

    ▪ No Alarma


    REPETIR SONIDO
    1 vez

    ▪ 1 vez (s)

    ▪ 2 veces

    ▪ 3 veces

    ▪ 4 veces

    ▪ 5 veces

    ▪ Indefinido


    SONIDO

    Actual:
    1

    ▪ Ventana de Música

    ▪ 1-Alarma-01
    - 1

    ▪ 2-Alarma-02
    - 18

    ▪ 3-Alarma-03
    - 10

    ▪ 4-Alarma-04
    - 8

    ▪ 5-Alarma-05
    - 13

    ▪ 6-Alarma-06
    - 16

    ▪ 7-Alarma-08
    - 29

    ▪ 8-Alarma-Carro
    - 11

    ▪ 9-Alarma-Fuego-01
    - 15

    ▪ 10-Alarma-Fuego-02
    - 5

    ▪ 11-Alarma-Fuerte
    - 6

    ▪ 12-Alarma-Incansable
    - 30

    ▪ 13-Alarma-Mini Airplane
    - 36

    ▪ 14-Digital-01
    - 34

    ▪ 15-Digital-02
    - 4

    ▪ 16-Digital-03
    - 4

    ▪ 17-Digital-04
    - 1

    ▪ 18-Digital-05
    - 31

    ▪ 19-Digital-06
    - 1

    ▪ 20-Digital-07
    - 3

    ▪ 21-Gallo
    - 2

    ▪ 22-Melodia-01
    - 30

    ▪ 23-Melodia-02
    - 28

    ▪ 24-Melodia-Alerta
    - 14

    ▪ 25-Melodia-Bongo
    - 17

    ▪ 26-Melodia-Campanas Suaves
    - 20

    ▪ 27-Melodia-Elisa
    - 28

    ▪ 28-Melodia-Samsung-01
    - 10

    ▪ 29-Melodia-Samsung-02
    - 29

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    - 5

    ▪ 31-Melodia-Sd_Alert_3
    - 4

    ▪ 32-Melodia-Vintage
    - 60

    ▪ 33-Melodia-Whistle
    - 15

    ▪ 34-Melodia-Xiaomi
    - 12

    ▪ 35-Voz Femenina
    - 4

    Alarma 2
    ALARMA 2

    ACTIVADA
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    AVATAR - ELEGIR

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    10%
    )


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    10%
    )


    Avatar 7(
    10%
    )

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    ▪ Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    ▪ Ocultar Reloj
    ▪ Ocultar Reloj - 2
    ▪ Reloj y Avatares 1-2-3 Movimiento Automático
    ▪ Rotar-Voltear-Rotación Automático
    ▪ Tamaño
    ▪ Texto - Color y Cambio automático
    ▪ Tiempo entre efectos
    ▪ Tipo de Letra y Cambio automático
    Imágenes para efectos
    Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    M-V-A-R IMAGEN DEL SLIDE

    VOLTEAR-ESPEJO

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    Programar Reloj
    PROGRAMAR RELOJ

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    Prog.R.1

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    Reloj #

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    Prog.R.2

    H
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    Reloj #

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    Prog.R.3

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    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    Prog.E.1

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    Prog.E.4

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    PROGRAMAR RELOJES


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    X
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    Relojes a cambiar

    1 2 3

    4 5 6

    7 8 9

    10 11 12

    13 14 15

    16 17 18

    19 20

    T X


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    PROGRAMAR ESTILOS


    DESACTIVADO
    ▪ Activar

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    ▪1 ▪2 ▪3

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    A B C D

    E F G H

    I J K L

    M N O P

    Q R T S

    TODO X


    Programar lo Programado
    PROGRAMAR LO PROGRAMADO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar
    Programación 1

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 2

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 3

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Borrar Programación
    HORAS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X


    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
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  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
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  • Ancho igual a 1280
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  • Ancho igual a 1366
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  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

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    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


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    T 10 (20 seg)


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    DÉJAME CONTÁRTELO (Corín Tellado)

    Publicado en mayo 26, 2013

    Déjame contártelo (1983)
    Historia incluida en el dueto “Déjame contártelo/Timidez y amor”
    Título Original: Déjame contártelo (1983)
    Editorial: Bruguerra
    Sello / Colección: Corín Tellado 7
    Género: Contemporáneo
    Protagonistas: Santiago “Santi” Azpeitia y Cristina “Cris” Gil



    Argumento:

    Cristina le consideraba su mejor amigo, el muchacho con quien más confianza podía tener, su mayor y más valiosa amistad. Era incapaz de asociarlo a la más cercana o remota idea de un sentimiento distinto. Pero le necesitaba… ante el dilema —que ella misma se había impuesto— de casarse con un hombre al que no amaba, sólo porque había tenido intimidad con él.


    Capítulo I


    No te preocupes —dijo Cristina—. Es Santi. Seguramente viene de ver una película de arte y ensayo.

    Domingo Torres miró hacia la calle. Un auto de cuatro plazas aparcaba en una esquina de la plaza próxima. Un hombre joven avanzaba a grandes zancadas hacia el portal donde cortejaba la pareja.

    —Hola —saludó al llegar al portal.
    —Hola —dijo Cristina, riendo—. Después pasaré a tu casa. Apuesto a que vienes de ver una película de arte y ensayo.

    Santi Azpeitia no se detuvo. Miró a uno y a otro con la expresión inmóvil de sus ojos.

    —Pues no —dijo sin detenerse—. Vengo de oír una conferencia.

    El ascensor estaba allí y Santi se perdió en él sin dar más explicaciones.

    —Es seco tu primo —dijo Domingo, burlón.

    Cris se alzó de hombros.

    Vestía traje de nieve. Pantalón ajustado, chaqueta de un rojo vivo, el gorro aún puesto, las gafas retiradas hacia la frente y calzaba botas de descanso.

    A su lado, apoyados contra la pared, estaban los esquís y las botas de esquiar, la bolsa y los bastones.

    Domingo aún tenía las botas de esquiar puestas y los esquís al hombro.

    —Bueno, mañana nos veremos en la cafetería de siempre, ¿no?
    —Claro —dijo Cristina—. ¿Sabes qué te digo? Me parece que no aprobaré el COU este año. Por la pinta, el profesor me tomó una rabia loca —se echó a reír con desenfado—. ¿Sabes, Domin? Creo que un poco, un poquitín está enamorado de mí.
    —Mira, eso no me lo trago. Llevo dos años intentando ingresar en químicas y no voy a decir que los profesores se enamoraron de mí para disculparme a mí mismo —bajó la voz. Era un chico alto, esbeltísimo, de cabellos rubios y ojos azules—. ¿Sabes una cosa, Cris? Si no ingreso este año, mi padre me manda al servicio militar voluntario y encima me exige que me haga enfermero.
    —¡Qué horror!
    —Como lo oyes. Así que me parece que este último trimestre nos vamos a ver menos. Es decir, los sábados y los domingos y para de contar.
    —No será tanto. El año pasado, tu padre juró que te mandaba de marinero en un carguero si no aprobabas y te has pasado un verano de rechupete con el suspenso a cuestas.

    Domingo se echó a reír.

    —No pensarás que voy a hacer como tu primo. Que fue bachiller de honor, hizo la carrera de Derecho en un santiamén y ahora el muy cretino hace oposiciones a notaría.

    Cristina se puso seria.

    —Mira una cosa. Le tienes rabia a Santi. Yo no se la tengo. En primer lugar no es mi primo. Mi madre y la suya son primas segundas, pero se quisieron siempre como hermanas, que es muy distinto. En segundo lugar, Santi es un hombre serio. Su madre no tiene dinero y si él pretendía ser algo, no podía pasarse la vida en las playas durante los veranos y en la nieve durante el invierno. Ya sé que es serio, que no tiene muchos amigos y que no anda con chicas. Todo eso lo sé. Pero es una persona excelente. Mamá siempre dice de él que el día que se case, hará muy feliz a su mujer.

    Domingo rió abiertamente.

    —Dime la verdad. Cris, la pura verdad. Tú que tienes diecisiete años, ¿te imaginas a tu pariente haciendo el amor a una chica?

    Cris se quedó pensativa. Rubia, de ojos verdosos, esbelta, linda y moderna en verdad, no pudo por menos de sonreír un tanto sarcásticamente.

    —Bueno —dijo—. Eso no, ya ves. No me lo imagino. Pero, en cambio, sí que me lo imagino ayudando siempre a los demás, oyendo pacientemente cuanto le dicen.
    —O sea, que muy bien podría meterse a cura.
    —Pues, si, ¿por qué no? Podía ser cura, político, consejero seglar y una partida de cosas más —bajó la voz—. Pero es bueno, ¿sabes? Intensamente bueno. Habla poco, ya lo sé. Él prefiere ver una película de arte y ensayo, u oír una conferencia o un concierto que irse a bailar a una sala de fiestas. Pero eso no es malo, ¿no? Cada uno tiene sus gustos.

    Domingo pensó que llevaba demasiado tiempo hablando de una persona a la que apenas conocía, excepto de vista. De pasar junto a ellos al anochecer, cuando él iba a llevar a Cris a casa.

    Se alzó de hombros. Levantó la manga de su anorak y dijo:

    —Es tardísimo. Oye, ¿sabes que estoy cansado? Hasta mañana, cariño.

    Besó a Cris en el pelo y se fue cargado con todos sus bártulos.

    Cris cargó con los suyos y se perdió en el ascensor.

    En lo alto de la escalera estaba esperándola su madre.

    —Cris, Cris —le regañó—, cada día llegas más tarde. ¿Quién era el chico que te acompañaba?
    —Hola, mamá. Fue un día de nieve formidable. Me he lucido, ¿sabes? Toda la panda intentó desafiarme, pero nadie consiguió hacer las proezas que hice yo —la besó cariñosamente y pasó con su madre hacia la casa—. Te digo que fue un día completo —y sin transición, dejando los esquís apoyados en la pared—: ¿Ha venido papá?
    —Aún no.

    Se volvió desde el pasillo.

    —¿Y dices que es tan tarde?
    —Sabes muy bien que los sábados tu padre no tiene tanta prisa en salir del club. Anda, date un baño y ponte otra ropa.

    Cris se metió en el baño y al cabo de diez minutos apareció con el rubio cabello suelto, recién cepillado, la cara sin ningún maquillaje, vistiendo pantalones rojos y camisa negra por fuera del pantalón.

    —Hace frío en la calle —comentó, dejándose caer en el primer sofá que encontró en la salita de estar—, pero aquí, da gusto estar —miró en torno—. Milagro que no ande por aquí el tío Celestino.
    —Estará con tu padre o habrá vuelto a casa.

    Cris estaba ardiendo por contarle cosas a Santi.

    —Paso un segundo, mamá. Cuando venga papá me llamas, ¿eh?
    —Pero, Cris, si nunca tengo tiempo de hablar contigo. Si nunca me cuentas nada. ¿Qué hay con ese chico que siempre le acompaña?

    Cris se fue a casa de Santi riendo, sin responder.


    Siempre ocuparon los dos pisos, paralelos de aquel inmueble. Isabel Gil y Amparo Azpeitia eran, en efecto, primas segundas, pero siempre se quisieron como hermanas.

    Casadas ambas con dos amigos, el marido de Amparo, militar; y el de Isabel, abogado, siempre se llevaron a las mil maravillas. Tanto es así, que cuando el militar falleció, Amparo Azpeitia se dejó aconsejar por Ernesto Gil, e, incluso, cuando llegó la hora de que su hijo eligiera carrera. Ernesto tuvo mucho que ver con ello, pues según le comunicó Amparo, el chico tenía madera de notario y podía, dado su talento, llegar a serlo. Por otra parte, en su notaría tenía Santi una ayuda. Así fue, pues cuando terminó Derecho, entró a formar parte en la notaría de Ernesto Gil, la cual se hallaba instalada en la primera planta de aquel mismo inmueble, en la quinta planta vivían ambas familias.

    El tío Celestino, hermano de Amparo, vivía con ella. Era un marino retirado; con su pensión y los ahorros que había hecho en su juventud, vivía divinamente su hermana, la cual, con la pensión del militar fallecido y alguna renta que tenía de lado, había dado educación a su hijo. Santi, por otra parte, ya desfrutaba de un sueldo que le pagaban en la notaría y además su pensión militar también había sido aumentada a tono con el costo de vida.

    La chica de los Gil pulsó el timbre de la puerta. Apareció Amparo en el umbral.

    —Hola, Cris —dijo.

    La joven la besó en ambas mejillas y pasó sin pedir permiso.

    —Me extrañó no verte por aquí en todo el día —le dijo Amparo—. ¿Dónde has estado hoy?
    —En la nieve. Me fui a las siete de la mañana. Mamá dice que estoy loca —hablaba y avanzaba por el pasillo—. Lo dice porque como todos los días me levanto al amanecer para estudiar e irme al instituto, dice que el sábado y el domingo debiera emplearlo en descansar. Pero a mí me gusta la nieve —miró en torno al llegar a la salita de estar—. ¿No está Santi?
    —Ha llegado hace un rato, le di la cena y se fue a su cuarto.
    —No me digas que ya está en cama.
    —No, no creo. Ve a ver. Yo estoy preparando el régimen para mi hermano.

    Empujó una puerta y asomó a medias la nariz.

    —¿Dónde andas, Santi?
    —Estoy aquí.

    Cris empujó la puerta del todo y entró, cerrando de nuevo.

    La estancia estaba medio en penumbra. Al fondo, ante una mesa y bajo una lámpara de pie, estaba sentado Santi. En mangas de camisa, fumando y con un grueso libro abierto sobre el tablero de la mesa.

    Cris se echó a reír, sin dejar de avanzar.

    —No me digas que también hoy sábado estudias.
    —Pasa, Cris. ¿Qué tal la nieve?
    —Cuando te sientas detrás de esa mesa —dijo Cris por toda respuesta— pareces a papá cuando firma una escritura.

    Santi se levantó sin prisas y salió de tras la mesa.

    —Vamos —dijo—, siéntate allí —mostraba dos sillones de pequeño tamaño—. Ya sé que aquél es el sitio que no te gusta.

    Se sentó él y ella le imitó.

    —Fue una tarde espléndida —dijo—. Esta tarde las pistas parecían celebrar una fiesta. Tanta gente había. Oye, ¿cómo es que a ti no te da por ir a la nieve?
    —Sencillamente, por falta de tiempo. Es decir, cuando me hubiera gustado empezar a esquiar, carecía de tiempo, todas las horas eran pocas para estudiar. Y después, cuando empecé la carrera y la marcha era más fácil, no sabía esquiar y para hacer el tonto…, prefería quedarme en casa. Y ahora, ya no me apetece. Me parece un deporte muy cansado.
    —Nada, tú como si fueras un viejo.

    Moreno de piel, los ojos negros, la melena negra, abundante pero más bien corta, no tenía nada de particular. Por no ser, no era ni siquiera muy alto. Cris siempre pensaba que su pariente no llamaría la atención por la calle.

    —Lo he pasado divinamente —y afanosa—. ¿Has visto al chico?

    Santi alzó una ceja.

    —El que estaba en el portal conmigo, hombre.
    —Ah, sí… ¿Es… tu nuevo acompañante?
    —Me lo ligué hace cosa de dos meses —rió Cris, feliz—. Lo conozco hace años. Verás, es que tú no has estado y yo no tuve demasiado tiempo para contártelo. Por eso vine hoy, aprovechando que papá no llegó aún —bajaba la voz confidencial. Santi no parpadeaba. Se diría que no perdía sílaba—. Verás, él andaba ligando con todas. Las ligó a todas, pero a mí no me daba la gana de que me ligara. Me hice la interesante, ¿sabes? Bueno, no sé si sabes. Son cosas que hacemos las chicas cuando nos interesa un chico. ¡A mí me gustaba tanto Domingo…!
    —¿Se… llama así?
    —Sí. Domingo Torres. Ya sabes, los Torres de los cereales.

    Maldito lo que Santi sabía de los Torres de los cereales, pero se dejó llevar.

    —Así que me hice la interesante y lo pesqué. Por fin esta tarde en la nieve se me declaró.
    —Ah… ¿Pero aún se lleva eso de declararse?
    —No, no. No es que me haya dicho «te quiero», «te adoro», ni nada de esas cursilerías. No. Me dijo: «Cris, ¿quieres que salgamos juntos?»


    Capítulo II


    Santi se levantó y fue a su mesa a buscar cigarrillos.

    Encendió uno y dijo mirando a Cris de soslayo:

    —Como tú no fumas…

    Cris se echó a reír con desenfado.

    —Pues claro que fumo. Cuando no me ven mis padres, fumo. ¿Qué te has creído?
    —Yo soy como tu padre —dijo Santi, muy serio—. Así que delante de mí no fumas. Tienes diecisiete años y tiempo te sobra para inundar tus pulmones.
    —A ti te vi fumar siempre. De modo que a tus veinticuatro, los tendrás perdidos.
    —Continúa con tu asunto. Cris. De modo que ahora te consideras novia de…, ¿cómo has dicho que se llama?
    —Domingo —se impacientó Cris—. Tienes una memoria para ciertas cosas, que espanta.
    —Es verdad. Cris. Tengo una memoria para las cosas pequeñas, que da miedo. Pero creo tenerla muy buena para las cosas importantes. No me dirás ahora que es importante lo de tu… ligue.
    —Lo es —se afanó Cris—. ¿Cómo no? ¿Sabes lo que me costó doblegar a Domingo?
    —Ah.
    —Mira, Santi, tú no sabes lo que es eso de tener una pandilla y saber que la mayoría están enamoradas del chico que te gusta. Así que fíjate las cosas que una ha de hacer para lograr su propósito.
    —Debe ser peor que presentarse al examen de COU, ¿verdad?
    —Ya sé que te burlas.

    Santi alargó la mano y la puso sobre los dedos de su buena amiguita.

    —No, querida Cris. No es eso. Yo nunca me burlo de tus cosas. Tal vez te lo parezca, porque no tengo experiencias de ese tipo y no sé qué decirte. Desde que empezaste a contarme tus cosas amorosas, me hago un verdadero lio. Hay cosas que yo no entiendo. Por ejemplo, el año pasado por estas fechas, también ibas a la nieve y ligabas con un tal Alberto.
    —Bueno, ¿y qué? —casi enrojeció Cris—. Eso era el año pasado.
    —Entonces, si este año es Domingo, pienso que no te ha gustado Alberto antes ni Domingo ahora.
    —Entonces, tú supones que una mujer se enamora una sola vez.
    —No, no. La mujer está enamorada del amor casi desde que nace. Por el mismo instinto lo está, ¿comprendes? Pero eso no quiere decir que de veras esté enamorada de un hombre determinado.
    —No te entiendo.

    Santi movió la cabeza de un lado a otro.

    —Poco sé yo de esas cosas —farfulló algo molesto—. Nada. Yo sí que nunca estuve enamorado. ¡Nunca! Tengo mis veinticuatro años y nunca se me ocurrió perder el tiempo. Pero no concibo que una mujer pueda enamorarse y desenamorarse en un año dos y tres veces.
    —Es que tú no sabes de eso.

    Él sabía… Pero tampoco iba a decírselo a Cris.

    —Es posible. Bueno, ibas diciéndome que te saliste con la tuya. Que ahora ligaste a Domingo. ¿Hasta cuándo?
    —¿Sabes lo que te digo? —siseó—. Estoy tan enamorada que sería capaz de casarme mañana si me dejaran.

    Santi volvió a ponerse en pie.

    —Santi, parece que no me oyes.
    —Es que voy a buscar un cenicero. —Y sentándose de nuevo—. De modo que si te dejaran, te casabas. ¿Y él?
    —¿Él?
    —Domingo, mujer.
    —Ah. También. Seguro que también. Oye, Santi, la pena es que sepas tan poco de esas cosas. Porque yo necesitaba consejos.
    —¿Qué clase de consejos?

    Cris se movió inquieta en el sillón.

    —Verás, Santi. No creas que es fácil. Una intenta decir las cosas que piensa y cuando se da cuenta, no sabe hilvanarlas. Es decir, que el pensamiento corre más que la expresión, ¿entiendes?
    —No mucho.
    —Bueno, la cosa es que a mí me gusta mucho Domingo y que me casaba con él mañana mismo, pero cuando me da un beso, me quedo tan fresca. Como si nada, ¿entiendes eso?

    Santi si lo entendía. Pero dijo únicamente:

    —De modo que lo ligaste hoy y ya te besa.
    —No seas ganso y entiende bien el asunto. Hace tiempo que salimos juntos. Que si bien vamos los dos en la pandilla, no quiere eso decir que no nos hayamos gustado. Fue hoy cuando me dijo lo de salir solos, ¿lo vas entendiendo?

    Las facciones de Santi permanecieron inmóviles. Ernesto Gil decía siempre de él que podría llegar a donde le diera la gana, por el dominio tan absoluto que tenía sobre sí mismo y por todo el equilibrio moral y físico que ostentaba.

    —A medias. Es decir, que desde hoy saldrás sola con él como novios, vaya, y quieres decir también que siendo únicamente amigos, ya te besaba…

    Cris volvió a enrojecer.

    —Cada día puedo contarte menos cosas —dijo, riendo nerviosamente—. Se me olvida que no vives en este ambiente nuestro, ni en esta vida actual y entonces no comprendes.

    Amparo asomó la cabeza por la puerta, lo cual, dicho en verdad, agradeció mucho su hijo por su oportuna aparición.

    —Cris, tu madre te llama. Dice que ha llegado tu padre y que la mesa está puesta.
    —Ah —se levantó—, ya voy —apretó las caderas con ambas manos, rezongando—. Esto de esquiar muele los huesos. Ya seguiremos hablando, Santi. Chao.

    Cris dio un beso a Amparo y dijo hasta mañana.

    —No sé si mañana será peor con eso del dolor de tus músculos —sonrió Amparo Azpeitia—. Descansa. Mañana es domingo y no tienes clase.

    Amparo se volvió a medias antes de cerrar la puerta.

    —¿Vas a estudiar mucho, Santi?
    —Un poco.
    —Si salieras…

    Santi pensó de nuevo muchas cosas, pero ni su madre sabía lo que podía, y realmente pensaba su hijo.

    —Quisiera sacar las oposiciones este año, mamá. Y son muy duras.
    —No las sacarás por mucho que te esfuerces. A los veinticuatro años, a nadie le conceden una notaría, de modo que vete quitando ese pensamiento de la cabeza.
    —Por intentarlo, no va a quedar.

    Amparo se fue y se sentó ante la mesa, enfrente de su hermano.

    —Celestino —dijo pensativa—, estoy preocupada.
    —¿Si?
    —Tú todo lo tomas a broma.

    Celestino pensó que él tomaba a broma muy pocas cosas. Y supo que su hermana deseaba hablarle de Santi y él se dispuso a escucharla.


    —Suéltalo, Amparo —dijo el ex marino con una cálida sonrisa—. ¿Qué es lo que te preocupa? ¿El que estudie tanto, su escaso interés por las mujeres, o las frecuentes visitas de la chiquilla de los Gil?
    —¿Las visitas de Cris? Oh, no… Es lo único bueno que tiene Santi.
    —Entonces…
    —Verás. Celes…, a mi me gusta mucho la forma de ser de mi hijo. Serio, grave, responsable, afectuoso… Pero nunca sé lo que piensa, ni lo que le parece mal o bien. Él, siempre mira de la misma manera. Siempre tiene esa sonrisa en los labios que parece plastificada… ¿Entiendes? Celes, yo desearía que siguiera siendo así, pero al mismo tiempo, quisiera conocer lo un poco. Cuando tenía quince años y cursaba el sexto de bachiller, así fue siempre de avanzado, tú no estabas aquí. Acababa de fallecer su padre y fue como si le golpearan en la nuca y lo aplastaran contra el suelo. Yo pensé que me quedaba un amigo, un compañero con quien hablar. Pues, no. Ya sabes, él siempre estudiando, siempre afanoso. Y me temo lo peor, que haya tenido yo la culpa.
    —¿Tú? ¿Por qué?
    —No tuvo tiempo de jugar. Es más, jamás vi a Santi jugar al balón o irse a la nieve, o juntarse a una pandilla de amigos e irse de excursión. Y, repito, yo soy responsable de eso.

    Celes, que pensó que su hermana iba a decirle una de sus tonterías, que si el azúcar escaseaba, que si el aceite había subido, que si el pan esto, que si la harina aquello, se quedó, como quien dice, un poco asombrado porque Amparo le estaba diciendo lo que él pensaba desde hacía mucho tiempo. Pero prefería que su hermana se lo dijera.

    El también había estudiado y trabajado de firme, y si bien moriría soltero, había vivido lo suyo. No le pesaba nada mirar hacia atrás y hacer un recuento de su vida.

    —Te escucho —dijo—. Veamos en qué te consideras responsable.
    —Cuando Santi nació, lo acosté solo en un cuarto. Fue creciendo y no le permití nunca tocar ni un cenicero, ni un papel. Lo envié a la escuela de párvulos a los dos años y medio y a los cuatro, sabía leer y escribir.

    Celestino comía su verdura con aceite de maíz y su pescado blanco cocido. Miraba a su hermana sin pestañear.

    De repente dijo:

    —Tú y yo nos criamos de otra manera, Amparo. Recuerdas. Tú eras un diablillo y yo un tunante. Nuestros padres nos adoraban, pero eran bastante beligerantes.
    —Tal vez haya sido por eso o quizá mi marido, su forma de comportarse y su forma de gobernar. No lo sé. Celes, pero el caso es que yo a Santi le impuse la responsabilidad casi desde que nació. No me di cuenta, Isabel me lo decía cuando Santi tenía siete años. Pero yo me sentí orgullosa de mi hijo, de su seriedad. Cuando quise darme cuenta, ya no era yo quien educaba a mi hijo, era él mismo que se disciplinaba. Desde esa ventana —y mostró la ventana del comedor— miraba horas y horas a los niños correr por la plaza. Pero Santi jamás hizo eso. Santi se quedaba mirando por la ventana y después, giraba sobre sí y se iba a su cuarto a estudiar. Jamás tuve que decirle a Santi que se fuese a estudiar. Jamás ha traído un suspenso.
    —El clásico niño repelente —farfulló el ex marino.
    —¿Decías?
    —No, nada. Te escucho.
    —Pues eso. Que ahora me da miedo la tremenda responsabilidad que se ha adjudicado Santi en su vida. Ni mujeres, ni amigos. Libros. Conferencias. Conciertos. Nunca oí en esta casa esa música alegre, chillona.
    —Pero no puedes decirte, ni nadie reprocharte, que hayas hecho de tu hijo un fósil inútil. Has hecho un hombre, todo un hombre.
    —Pero… ¿se divierte Santi? ¿Se divierte como los demás chicos? Eso es lo que me desespera.
    —Mira. Amparo, olvídate de eso. Ya hablaré con el chico, pero si Santi es feliz así…, no puedes tú ahora torcer su destino. Él es como es, y si tuvieras por hijo un tarambana que anduviese todo el día detrás de las faldas, se emborrachase v tal, estarías tan preocupada o más que ahora. ¿Lo vas entendiendo?
    —Me tranquilizas un poco.

    Era lo que Celestino pretendía.


    Capítulo III


    Cristina, siempre a las horas de las comidas, oía las mismas cosas, por eso siempre escuchaba sin meter baza. Y no es porque la conversación que sostenían sus padres le disgustara. Allá ellos y sus inquietudes, pero es que le hubiera gustado tener unos padres que le preguntasen qué hacía, cuándo estaba enamorada, cómo y con quién se había divertido.

    No es que ellos la marginasen de su vida, Cristina bien lo sabía, pues jamás regresaba a casa, que su madre o su padre no le preguntasen «¿qué tal lo has pasado?» o bien «¿quién era el chico que te acompañaba?». Pero de eso casi nunca pasaba.

    Sus padres hablaban de la notaría, de los clientes, de la política, de la crisis mundial energética que traía a todo el mundo de cabeza, pero que a Cristina la tenía muy, pero que muy sin cuidado.

    La conversación entre sus progenitores, a veces era más interesante. Por ejemplo, aquella noche. Hablaban de Santi, y Santi, aun que tan serio, tan grave, tan sin sonrisas, era su mejor amigo, era el chico con quien más confianza tenía. Confianza amistosa, se en tiende, y Cristina no era tan superficial como para ignorar que una amistad así vale un mundo y un ser humano la necesita.

    A la vista estaba el hecho de que le había hablado de los besos que le daba Domingo. Besos, la verdad, que no sabía ella por qué razón, la dejaban tan fría como si no se los diese. Eso era lo raro.

    En una ocasión, Alberto Delgado, el año anterior, la había besado una sola vez y ella sintió unas cosas muy raras por el cuerpo.

    Pero, en cambio, con Domingo, como si nada. Claro que eso ya descubriría ella a qué fenómeno se debía o si no lo descubriera ella, se lo diría a Santi más claramente y tal vez le echara una mano y pudiera darle la explicación que ella no sabía darse a sí misma.

    Le hubiese gustado tener unos padres que le preguntasen qué hacía.

    —No sueñes con que salga este año —decía el padre en aquel momento, entretanto azucaraba el café—. Pero yo no se lo digo. Yo no le doy ni le quito esperanzas. Yo prefiero que siga estudiando. Es un chico muy responsable, muy maduro para su edad.
    —Yo creo a veces que demasiado, Ernesto —decía la esposa—. Se pasa la vida o dentro de tus oficinas o en un concierto o paseando solo por ahí, o bien en su cuarto estudiando. ¿Crees que eso es normal? Yo entiendo que se puede estudiar y a la vez vivir, ¿no crees?

    Santi no era un chico de gancho para las chicas y seguramente por eso no salía con ninguna. Por otra parte, Cristina creía que Santi era tímido. Es más, en su pandilla había un chico que siempre estaba callado y se retiraba a veces hacia una esquina cuando todos cantaban o bailaban o contaban chistes. Decían que si era tonto, pero ella en una ocasión, tuvo con él una conversación a la salida del instituto y no le pareció nada tonto, y empezó a pensar que estaba acomplejado y que era tímido y que el complejo se debía precisamente a la timidez que él sentía y que conocía de sobra.

    ¿Sería que Santi no tenía nada que contar?

    No, pensaba que todo el mundo tiene algo que contar de sí mismo. Es que Santi, en el fondo, era igual que el chico de la pandilla, que a fuerza de estarse callado, de retirarse hacia un lado y de no ligar nunca con las chicas de la pandilla, terminaron por no volver a llamarlo.

    —Las oposiciones a notaría son muy duras —decía el padre—. De modo que empleará en ella dos, tres, cinco años y los hay que se aburren y luego terminan abriendo bufete y se quedan en abogados simplemente. Buenos abogados, eso sí, pero no notarios. ¿Te acuerdas cuando mis oposiciones? Empecé a prepararlas a los veintiséis años y hasta los treinta y dos no tuve el triunfo.
    —Santi aguantará lo que sea —opinó la madre.
    —Eso es verdad. Pero él está pensando que las va a sacar este año y de eso te digo yo que no. Y no creas, más le conviene tener experiencia, y en mi notaría la está adquiriendo. Eso le servirá de mucho para el futuro.
    —¿Qué le pagas? —preguntó la esposa.
    —Este mes le subo el sueldo —dijo Ernesto Gil—. Se lo merece. —Hizo una pausa y añadió—: Debiera pensar en divertirse un poco, ¿no crees?
    —Yo entiendo que sí. Pero si él se divierte estudiando y trabajando… Ya ves cómo son las cosas, Ernesto, si fuese un díscolo también lo criticaríamos. No se puede ser bueno en este mundo.
    —Yo no lo critico —dijo el notario—. Pero creo que debiera divertirse un poco más. Pensar en chicas. El sueldo es bueno y no es como antes, que sin ganar, estaba gastando el dinero de su madre. Hoy no le hace falta gastar lo de su madre y aún puede darle algo de su sueldo.
    —Se lo da casi todo —dijo Isabel Gil.

    Cristina bostezó.

    Apagó el tocadiscos y fue cuando su padre la miró rezongando:

    —Ya sabía yo que algo había que me molestaba. Cris, sabes que esa música me pone histérico.

    Cristina se limitó a tirarle un beso con la punta de los dedos y después otro a su madre y se fue a su cuarto.

    Pensó en Domingo y en que lo habla ligado, lo cual dicho en verdad, le llenaba de un orgullo muy femenino.


    Aquella noche Santi, como tantas otras, había visto el telediario, y sin comentarios, al finalizar, se puso en pie y cerró el aparato.

    El tío lo miró entre pensativo y curioso. A él le hubiera gustado saber qué pensaba Santi de la situación política, del aperturismo y de las asociaciones, pero Santi, o era mudo o se lo hacía, que para el caso, en opinión del tío, era exactamente igual.

    Sin embargo, aquella noche pensó que le gustaría hablar con él. No sabía aún de qué, ni de qué forma romper el fuego. Pensó que la cosa que más afectaba Santi era su amistad con la chica de los Gil y decidió que abordaría el tema por aquel lado.

    De modo que cuando Santi, tan bien educado como siempre, dio las buenas noches y se fue directamente a la puerta, el tío carraspeó, tosió después y luego dijo:

    —¿No te parece que la dejan demasiado libre?

    El efecto fue fulminante.

    No es que el rostro de Santi expresara nada concreto, pero giró sobre si, eso fue evidente, y que se dispuso a oír a su tío, también lo fue.

    —¿Qué le pasa a Cris? —preguntó.

    El tío había vivido lo suyo y no era poco.

    Por eso, aquel joven de veinticuatro años que sabía mucho, que dominaba los secretos de los libros, en cuanto a la vida en sí, a la vida humana, le parecía un parvulito. Como si aún fuese el chico que se apostaba detrás de la ventana a mirar cómo jugaban los niños en la calle y pasando envidia y deseando estar jugando con ellos, tenía la valentía y la fuerza de irse a su cuarto a estudiar. ¿Odiando a sus padres por haberlo hecho así? Posiblemente. Pero aquello, en aquel instante, carecía de importancia.

    —Si te sentaras un momento —adujo el tío, mansamente—, podríamos conversar sobre ello.

    En silencio. Santi fue a su sillón del rincón, enfrente de su tío, y se sentó. Cruzó una pierna sobre otra y encendió un cigarrillo.

    —Verás, Santi, yo entiendo que le dan mucha libertad, que Cris se pasa un día entero con la pandilla en la nieve, que va a bailar y a fiestas y todo eso entraña un gran peligro.
    —¿Por qué en vez de decírmelo a mí, no se lo dices a Ernesto o a Isabel?

    Era una buena respuesta para cerrar allí la conversación, pero, como ya hemos dicho, de la cultura humana sabía el tío Celestino infinitamente más que su sesudo sobrino.

    —Hay padres que creen que porque ciertos chicos o chicas son sus hijos, ya está todo dicho. Ernesto e Isabel son de ésos. Muy buenos, muy responsables, muy compañeros y muy… egoístas.
    —¿Egoístas?
    —Pues sí. Ellos dos han sido felices, de su felicidad nació Cristina. Fue una niña estudiosa o casi estudiosa. Tiene diecisiete años recién cumplidos y está preparando el COR. No es que haya sido una lumbrera precisa mente, pero ha cumplido bastante bien con su deber. Ha ido a un colegio de párvulos caro, ha ido después a un colegio de monjas más caro aún. Confiesa de vez en cuando y comulga todos los domingos. Isabel con eso cree haber hecho una gran labor.

    Santi descruzó las piernas y el tío si bien se sentía molesto, decidió imitar a su sobrino y pensó que lo mejor era decir lo que él pensaba y después que se ventilasen todos como les diera la santa gana.

    —Que el ambiente de hoy está cargado de polución, lo sabemos todos. Que las libertades se consideran normales para la vida actual es obvio. Y no digo esto porque me sienta viejo o caduco, que si bien lo soy, moralmente me siento lúcido y actual para juzgar. He vivido tanto y de tal manera, que yo soy el menos indicado para escandalizarme. Pero te voy a decir una cosa. Santi, yo a ti te admiro.

    Santi pareció acusar el golpe, pero tampoco lo demostró demasiado.

    Simplemente comentó:

    —No pido tu admiración ni la de nadie. Pero tenía entendido que no hablábamos de mí, sino de Cristina Gil.
    —A quien tú sí que admiras.

    Esta vez Santi si acusó el golpe, lo cual le hizo pensar a su tío demasiadas cosas en demasiado poco tiempo.

    —La quiero como si fuese mi hermana y no me gustaría que le ocurriese nada.

    El tío decidió que Santi ya no se iría sin saber lo que pensaba su tío de la libertad de Cristina y muchas otras Cristinas o Marías.


    Capítulo IV


    Por eso decidió levantarse y tomar una copa de coñac.

    —¿Quieres? —le preguntó. Santi meneó la cabeza en sentido negativo—. Verás, Santi, yo te voy a decir lo que pienso de las libertades juveniles de hoy. No es que sea un agorero, líbreme Dios, pero hay cosas que las ve un ciego y yo tengo los dos ojos muy abiertos y he pasado por los rincones más inverosímiles. Yo no me considero un virtuoso, ni un santo arrepentido de sus pecados. Estoy seguro de que si volviera a empezar cometerla los mismos, uno por uno. Te digo todo esto porque pretendo que comprendas que no estoy juzgando a los demás, olvidándome de mi mismo. A mí me juzgué yo hace muchos, muchísimos años, así que ahórrate el juzgarme tú ahora.
    —No pensaba juzgarte. No me gusta juzgar a nadie.
    —Bien, pues supongo que te acordarás cuando fumaste el primer cigarrillo.
    —Pues claro —dijo, enojado—. Me acuerdo cuando lo fumé.
    —A escondidas de tus padres y a quienes jamás habías engañado.
    —Pero… no te entiendo.
    —Me entenderás. Te sentiste arrepentido y casi pecador, ¿o no fue así?

    Santi afirmó con la cabeza aún sin comprender.

    —Un día fumaste el segundo.
    —Supongo que sí.
    —Y sentiste remordimiento.
    —No lo sé.
    —Y fumaste el tercero.
    —Pero ¿adónde vas a parar?
    —¿Qué sentiste cuando fumaste la quinta cajetilla?
    —Tío Celestino, no entiendo nada.
    —No sentiste nada. Un día cumpliste años y apareciste ante tu padre con el cigarrillo en los labios.
    —Tardé bastante —dijo, malhumorado.
    —Es de suponer, aunque dado cuando murió tu padre, supongo que a los doce años ya fumarias.
    —No te comprendo.
    —Recuerda bien, Santi. Fue tu madre la que te vio fumar, no tu padre.
    —Bien, aunque así fuese, ¿qué pasa?
    —Verás, las chicas de hoy también fuman su primer cigarrillo, pero de placer. Empiezan con una caricia. Se sienten terriblemente culpables. Nadie les dice nada y fuman la segunda caricia. Se pasan horas entre chicos. Di as enteros en la nieve, en los refugios de nieve, en las salas de fiestas. Beben, fuman, se ilusionan…

    Guardó silencio.

    Pretendía que Santi dijera algo, pero Santi lo miraba fijamente y no decía nada.

    —Entre ese grupo de chicas, grupos inocentes de chicas de quince, dieciséis, diecisiete y menos, está Cristina. Un día no duermen porque fulano o zutano les ha besado. «No volverá a ocurrir», se dicen, pero al día siguiente ocurre lo mismo y al otro y al otro. ¿Qué pasa después? Igual que aquel jovenzuelo, que tú mismo cuando empezaste a fumar el primer cigarrillo. Luego se fuman seis cajetillas y no acude a su mente el arrepentimiento. ¿Qué pasa con la libertad de las chicas? Que sin darse cuenta llegan a la mayor intimidad. Y después, pasado algún tiempo, cuando se vence el trauma que ocasiona ese primer acto sexual, se hacen miles de actos sexuales sin que uno piense que ha cometido una falta, que hay un dogma que es un mandamiento de la ley de Dios que prohíbe eso. ¿Está claro, Santi?

    Santi no se había movido del sillón.

    —Y supones tú que Cristina practica esa vida.
    —No me has entendido, Santi. Yo entiendo que Cristina no ha fumado aún el primer cigarrillo y que no debiera fumarlo. ¿Vas comprendiendo? La he visto con ese chico rubio de ojos azules. Guapísimo, según ellas suponen. Un gran chico, además, pero tiene diecinueve años y no ingresa en químicas ni con todo el dinero de su padre. Si un día ocurre algo intimo entre ellos, ¿qué puede ocurrir? ¿Casarlos? ¿Y sabemos nosotros, los padres de él, los de ella y nosotros mismos que la queremos, si realmente esos dos jóvenes se aman o juegan a amarse? Ese es el quid, Santi. Es por eso que te digo que ha gas el favor de decirle a Cristina todos los peligros que entrañan esas excursiones, esos bailoteos, esas fiestecitas juveniles que, sin suponerlo, se convierten, sin ellas mismas darse cuenta, en fiestas de adultos. Tú sabes lo que es eso. —Y aquí la pausa fue deliberada. Lo que añadió su tío dejó a Santi como clavado en la silla—. O al menos supongo que lo sabrás, porque a tus veinticuatro años, entiendo yo que el acto sexual para ti será… pan comido.

    El tío Celestino esperaba que Santi diera un salto. Que le llamara grosero o entrometido. Pero no ocurrió nada de eso.

    En vez de responder a su tío, preguntó:

    —¿Y supones tú que Cristina anda en esos líos físicos?
    —No. Aún no fumó el primer cigarrillo. Aún es posible evitar que lo fume.
    —Tú sabes que fuma.
    —No seas imbécil, muchacho. Me estás entendiendo perfectamente. Al hecho de que una chica fume un cigarrillo o veinte no le doy yo tanta importancia, como si ella, al fumar la segunda cajetilla, dejara de dárselo. Y así es. Yo te pongo una comparación. No te doy un hecho consumado. Estoy hablando en suposiciones. Evítalo, si puedes. —Se levantó, dejó la copa vacía sobre el velador y se volvió bruscamente hacia el joven que continuaba sentado—. Te hice una pregunta concreta referente a ti. ¿No tienes nada que contestarme?
    —¿Debo contestarte?
    —No. No soy nadie para exigírtelo, pero me gustaría que lo hicieras, para saber, a mi vez, si me has entendido perfectamente.
    —Es absurdo que consideres que no te he entendido. Buenas noches, tío.


    —Hoy eres tú el que parece que tiene que decirme algo —dijo Amparo, mirando a su hermano desde el otro extremo de la salita.

    Hacía rato que veía a su hermano hundido en un sofá, con la prensa del día abierta ante los ojos. Y observaba a la vez que si bien en cualquier otra mañana su hermano leía el periódico en un santiamén, en aquélla llevaba más de veinte minutos sin mover ni los ojos, ni las hojas del periódico, lo cual indicaba que Celestino no leía y que en cambio, su mente estaba muy lejos de allí.

    En efecto, al oír a su hermana, dio un respingo.

    —¿Decías, Amparo?
    —Que sueltes lo que estás pensando.
    —Ah. —Y al rato—: He hablado con tu hijo.

    Amparo dejó lo que estaba haciendo y fue, casi corriendo, al lado de su hermano.

    —Cielos, di, di…
    —Dime tú a mí, Amparo. ¿Qué es lo que temes con respecto a tu hijo?
    —No lo sé. Me da pena verlo. Siempre tan pendiente de lo suyo, siempre tan ausente, siempre tan responsable. ¿Vive? ¿Es feliz?
    —Para tu tranquilidad te diré una cosa. Sólo una para que no vuelvas a darme la sobremesa de ayer. Santi es un hombre que vive su vida a su manera, pero de lo que no cabe duda es de que la vive y eso es lo importante. Será notario porque se ha propuesto serlo y será marido porque un día sentirá la debilidad de enamorarse, y tendrá hijos y los amará mucho. ¿Quieres saber algo más?

    Amparo estaba maravillada.

    Por supuesto, ni era tan lista como su hermano. ni tan inteligente como su hijo.

    —¿Te ha dicho él todo eso?

    El viejo lobo de mar se echó a reír con todas sus ganas.

    —No seas tan necia, querida ingenua. Tu hijo a mi no me dice nada nunca. Ni yo he preguntado demasiadas cosas. Pero hay personas que tienen tantos años que escuchan los silencios de los demás humanos. ¿Vas entendiendo?
    —No.
    —Me lo figuraba. Me voy a dar una vuelta por la plaza. Está asomando un rayito de sol y pienso aprovecharlo, ¿eh? —rió, desdeñoso.
    —Celes, siempre hablas así, a medias.
    —Como la Prensa, como los listos aspirantes a notarios, como los viejos lobos de mar… retirados, como las jovencitas que van a comulgar y no le han contado al cura lo que hicieron el día anterior.
    —Celestino, que tengo que rezar por ti. Que estás ganando el infierno.
    —Será perdiendo mi entrada en el cielo, que es muy distinto, hermana.

    Se fue.


    Amparo, más tarde, comentaba lo ocurrido con su hermano, ante una Isabel un poco atónita.

    —¿Y qué dices que dijo de las jovencitas que iban a comulgar?
    —Ya sabes cómo es. Un satírico. Lo que sí sé es que Santi, pese a cuanto estudia y trabaja, es un chico feliz.
    —¿Se lo dijo a Celes?

    Amparo quedó parada. Muda por un rato.

    —Ah —comentó a lo simple—. Pues no sé. Supongo que no.
    —Ya te digo yo que Santi no habla seis palabras seguidas así lo pinchen.
    —¿Tú crees que Santi no sabe vivir?

    Isabel reflexionó unos segundos.

    —Nadie sabe cómo es Santi en realidad. El vive su vida a su manera y que nadie se inmiscuya en ella. Yo tenía un hermano así que llegó a ser embajador.
    —¿Pero fue feliz en otro sentido?

    Eran tal para cual. Escuchaban lo que se les decía. Veían lo que se les enseñaba.

    Pero lo que había bajo lo que oían y bajo lo que les enseñaban, ni una ni otra lo escuchaban ni lo veían.

    Pero la culpa no la tenían ellas.

    Eran así, porque así les enseñaron a ser, sin más.


    Capítulo V


    El portal estaba oscuro y el auto de Santi aparcó al otro extremo de la calle y Santi descendió de él sin hacer ningún ruido.

    Fue cuando los vio. Al abordar el portal vio la sombra de Domingo proyectándose en la oscuridad junto a una sombra de mujer.

    Sin duda era Cris.

    Santi, a su pesar, recordó todo lo que le dijo el tío la noche anterior sobre el primer cigarrillo y todo lo demás.

    Pero no movió ni un músculo de su rostro. Hubiera querido esfumarse en aquel momento.

    Pero lo cierto es que estaba allí, en el portal a medio iluminar y camino del ascensor, y tenía, sin remedio, que ver el abrazo apretado y fogoso que Cris estaba dando a Domingo.

    Cris, al ver a Santi se desprendió presta. Dijo no sé qué y empujó a Domingo de su lado.

    Domingo giró y su bello semblante se volvió hacia el recién llegado, que no hacia ni un ruido.

    No es que él fuese un aprovechado. Le gustaba Cris. ¡Vaya si le gustaba! Y aquellas cosas que ellos hacían en la tenue oscuridad del portal, él pensaba que eran lo natural, lo que tenían ganas de hacer. Cris se resistía cuando sólo eran amigos, pero desde que él le dijo si podían salir solos, la cosa cambió. Él no llevaba mala intención, ¡qué tontería! Lo había hecho con miles de chicas y le gustaba hacerlo. Al fin y al cabo, ¿qué importancia tenía? Unos besos, unas caricias, unos apretujones…

    Santi saludó con la misma voz inexpresiva de otros días y se perdió en el ascensor.

    Cris empezó a restregarse las manos nerviosa, se apretaba contra la pared y parecía muy, muy agitada.

    —Te digo que nunca más… ¿Qué pensará Santi de mí?
    —¿A ti qué te importa? ¿Qué le importa a él lo que hagamos nosotros, vamos a ver?
    —Es mi pariente.
    —Es un tonto. ¿No lo ves, siempre solo, con sus libros, su cabeza baja, su mirada inexpresiva?
    —Te digo que no me gusta que insultes a Santi.
    —Hija, ni que fuera tu hermano.
    —Es mi primo.
    —Dijiste el otro día que era hijo de una prima segunda de tu madre.
    —Pero nos queremos como si fuésemos mucho más.
    —Como dos amigas, vaya.
    —Domingo, te prohíbo…
    —Bueno, tengamos la fiesta en paz. No vamos a discutir tú y yo por ese tipo. Allá él y lo que piense. Si es normal, supongo que él hará igual con su novia.
    —No tiene novia.
    —No te decía yo…
    —¿Qué dices?
    —Nada, nada. Ya nos ha estropeado la noche. Bueno, ¿a qué hora vengo mañana a buscarte?
    —Mañana te espero a la salida del instituto.
    —De acuerdo. Tomamos una copa antes de comer, ¿no?
    —Bueno.
    —Yo no sé por qué te vas tan pronto, con lo bien que lo estábamos pasando.

    Cris se cerró en el ascensor y apretó las dos manos contra la boca.

    ¿Lo había pasado bien?

    Pues no sabía.

    Llegó al quinto piso y no entró en su casa como era su costumbre.

    Tenía que ver a Santi y decírselo todo.

    ¿Todo?

    ¿Y qué cosa tenía que decirle que no viera Santi al pasar?

    Pulsó el timbre. Apareció tío Celestino con su barba rizada, su mirada de viejo zorro zumbón y su gallardía enjuta, casi juvenil.

    —Hola, muchacha. ¿Qué hay? ¿Vienes a ver a Santi? Pues en su cuarto está. Acaba de llegar.
    —¿Quién es Celes? —preguntaba Amparo desde la cocina.
    —La niña de los Gil.
    —Ah, dile que Santi está en su cuarto.
    —Ya lo oyes, niña. —Y guiñándole un ojo—: Andas muy acompañada, ¿eh?
    —Pues…
    —Ya vi a tu chico. Es guapo, ¿no?
    —Pues…
    —Anda, anda, ve al cuarto de Santi.
    —Santi —llamó—. Soy yo. ¿Puedo pasar?
    —Pasa, Cris —dijo la voz inalterable de Santi.

    Cris tardó en empujar la puerta.

    En realidad, si todo se lo contaba a Santi, no sabía ella por qué se sentía tan nerviosa de que Santi la hubiese visto.

    Quedó, pues, algo envarada en la puerta. Santi, que como tantas veces se hallaba tras su mesa de estudio, dijo con su voz de siempre, inexpresiva:

    —Pasa, Cris. No te quedes ahí.

    Cristina entró y se quedó medio ladeada contra el marco de la ventana abierta.

    —No es mi novio —dijo.

    Parecía súbitamente empequeñecida.

    Santi pensó en todo lo dicho por su tío.

    Es más, admitió aquello de que más sabe el sabio por viejo que por sabio, pero no dijo nada. Se levantó y atravesó la estancia yendo a sentarse en el sillón colocado en un ángulo de la alcoba.

    —Siéntate, Cris.
    —Oye, Santi…
    —Siéntate, mujer.
    —Pensarás…

    Santi le cortó.

    No deseaba que ella se pusiera más nerviosa de lo que estaba. No sabía aún qué consejo le daría a Cris, ni si le hablaría igual que el viejo lobo de mar le habló a él, pero de lo que si estaba seguro es de que algo le diría.

    —Siéntate, querida Cris.
    —No pienses que lo hago siempre —dijo, sofocada.

    Santi esbozó una sonrisa.

    —Todo me lo cuentas —dijo a media voz—, y eso no me lo has contado nunca.
    —Te digo que es la primera vez que me abraza un chico.
    —¿Le quieres mucho?
    —Pues…

    Santi se inclinó un poco hacia adelante.

    —Dime, Cris, si pierdes la confianza en mí, es como si te perdieras a ti misma. Dime, ¿estás segura de que le quieres con amor de mujer? Verás, a mí me aprecias tanto como si fuera tu hermano, pero con la diferencia de que no lo soy y tú lo sabes, y por eso siempre me lo has contado todo. Sé cuando te besó aquel chico del año pasado y la cosa que sentiste. ¿Te acuerdas? Hay cosas que el amor disculpa y perdona. Quiero decir que cuando una muchacha se enamora de un chico aunque no quiera ocurren cosas así como la que yo vi esta noche. Pero cuando se ama es ciertamente un pecado mortal buscar satisfacciones físicas.

    Casi sin darse cuenta estaba repitiendo las palabras de su tío.

    Pero no le importó.

    Cris le miraba entre entristecida y nerviosa.

    —No me contestes si no quieres. Cris.
    —Es que quiero contestarte.
    —¿Y bien?
    —Pues no lo sé.
    —Es decir, que Domingo es tan guapo y como las ha ligado a todas y tú te has hecho rogar y ahora crees haberlo ligado tú, ya está todo listo. ¿No es así?
    —No hice nada malo, Santi. Total, un abrazo y un beso.

    ¡El primer cigarrillo!

    Tenía razón el viejo Celestino.

    —Cris… —empezó a decir.

    Pero de súbito guardó silencio.

    El mismo se veía ridículo, fuera de época.

    Estaba de acuerdo con todo cuanto decía su tío, pero era muy difícil hacérselo comprender así a Cris.

    —No lo hagas más —dijo.

    Y creyó haber descargado su conciencia.

    Pero al rato, sin que Cris interrumpiera aquel silencio, se encontró diciendo casi sin darse cuenta:

    —Se empieza así, a jugar, sin querer, y se termina caída, en el suelo, en el desprecio propio, en la rutina… Es peligroso. Cris. Yo quisiera decirte muchas cosas en este instante. Sería tremendo que tuvieras que casarte con un hombre al que no quieres, sólo por haber tenido intimidad con él. En términos generales, ya sé que en este momento te estoy pareciendo desfasado. Que no voy con la época, ni con el ambiente, ni con vuestra mentalidad. Debo ser un anticuado o tal vez mi forma de ser un fenómeno de la naturaleza humana, pero no puedo evitar de mirar la moral de frente y ver retorcido todo lo que no es natural. Y lo que para ti es natural, para mí no lo es. Por eso, no sé qué consejo darte.

    Cris titubeó.

    —A ti —dijo al fin— no te gusta Domingo para mí.

    Santi nunca reía así. Y si lo hacía era tan sólo delante de Cristina Gil. Le acarició la mano, se echó a reír y comentó:

    —No es a mí a quien ha de gustarme. Ni a mí a quien ha de merecerme. Verás, Cris, yo te voy a decir una cosa que no sé si debo decirte. Pero creo que sí, que ya eres una mujer que debes saber de la vida más de lo que se ve, que no siempre es cierto. Lo que queda oculto, la verdad en la cual no todos penetramos. Te voy a decir que los hombres cuando necesitamos una mujer, la buscamos, la encontramos o no a nuestro gusto, pero siempre, en todo momento, la encontramos, aunque, repito, no sea totalmente de nuestro agrado. No nos importa ni el ayer ni el mañana, sólo el hoy, y lo vivimos como sentimos. Todo es mecánico, sin cariño, con un deseo físico nada más, que se sacia y se olvida. ¿Vas entendiendo?
    —Sí —dijo Cristina, breve pero segura.
    —Bien, entonces me alegro de haberte hablado. Si lo entiendes, te diré algo más. Cuando se ama a una mujer de verdad, como se ama a la que puede llegar a ser nuestra esposa, se la respeta, se la venera, se goza con ella, pero nunca se la deja en ridículo en un portal a la vista de todos. ¿Entiendes ahora la diferencia?


    Capítulo VI


    Cris hubiera querido huir.

    Era la primera vez que Santi le hablaba así. Y ella nunca pensó que Santi pudiera hablar tanto y tan seguido y con tanta crudeza.

    —Cris, yo no tengo nada en contra de Domingo —añadió, tras una pausa que Cris no interrumpió—. Si es hombre capaz de hacerte feliz, de comprenderte, de venerarte, de respetarte como se respeta a la mujer que se elige entre todas, será mi mejor amigo como tú eres mi amiga. Pero si va a entretenerse, a madurarte para dejarte después, a hacerte resbalar por la pendiente, a enseñarte lo que aún no necesitas saber, no será mi amigo y tendré que decírselo así.
    —¡Santi!
    —Piensa en eso esta noche. Cris. Piensa si le quieres o no. Piensa si las demostraciones de cariño que has dado y recibido esta noche en el portal eran de tu agrado. ¿Las sentiste o sólo deseaste sentirlas? Analízate a ti misma.
    —Creo que quiero a Domingo. Lo siento, Santi.
    —¿Sentir, qué?
    —No sé. Creo que te he disgustado.
    —No es eso. Cris. No es que me hayas disgustado. Es que temo por ti. Temo que te engañes y el matrimonio así es como una encerrona. Te metes en su agujero y no sales de él ni para la de Dios.

    Entonces, Cris dijo algo que le dejó total mente sorprendido:

    —Yo sé lo que siento y pienso hoy, pero no sé lo que sentiré y pensaré mañana. Hoy me gusta Domingo y creo estar enamorada de él pero eso no significa que mañana me case con él, porque puede ocurrir que deje de quererlo.

    Santi pensó, una vez más, que su mentalidad de veinticuatro años nada tenía que ver con la de Cris de diecisiete.

    Y sintió una profunda tristeza.

    Santi, puesto en pie, dijo a media voz:

    —No dejes de venir por aquí. Cris; puedes continuar contándomelo todo.

    Pero no fue así.

    Cris empezó a ir menos.

    A contar poco.

    A no contar casi nada.

    Tampoco eso era un delito que cometía Cris, pensaba Santi, ni para él era causa de trauma. El se había habituado a oír las ingenuidades de Cris y temía que en el futuro ya no fuesen ingenuidades lo que tuviera Cris que contarle.

    Los encontró otras veces en el portal. Los veía salir los sábados por la mañana, unas veces ataviados con la ropa de montar a caballo, otras con trajes de nieve, algunas con traje de montaña.

    Oía a su madre los días en los cuales les había visto salir:

    —No me digas. Celes, que la niña de los Gil va sola.
    —¿Sola? —reía el tío Celes—. Va con la pandilla.
    —Pero ninguna persona mayor responsable.

    El nunca intervenía.

    Los escuchaba.

    Y si le pedían su parecer, casi siempre decía lo mismo.

    «No sé nada. No me interesa eso.»

    Era cómodo, lo reconocía.

    Pero todos somos cómodos cuando nos conviene y nunca sabemos nada cuando cuesta trabajo hurgar en la vida de los otros.

    —Los chicos de hoy —decía tío Celes— se creen ellos lo bastante responsables.
    —Pero eso no es así.
    —Olvídate, Amparo.
    —Pienso comentarlo con Isabel.

    Santi sonreía oyéndolos.

    —Isabel te dirá que Cris es una chica con los pies en su sitio y la cabeza también.
    —Pero es joven e inexperta —decía su madre.

    Cuando tenían lugar aquellos debates, se iba.

    Se enfrascaba en la lectura, en el estudio.

    Una tarde decidió hacer lo que él nunca hacía.

    Visitó una sala de fiestas donde sabía que Cris y su pandilla iban con frecuencia.

    Los vio en seguida. A todos, más de diez chicas y chicos. Metidos en la vorágine de la pista. Sin apenas luz. Apretados uno contra otro. Tan pronto bailando juntos como agarrándose, confundiéndose sus cuerpos.

    Nadie lo vio, y aunque lo vieran, sólo Cris lo conocía, pero Cris no reparó en la figura desdibujada del futuro notario.

    Sentía pena de Cris, de sus amigas, de sus amigos, de Isabel, pero también la sentía de su propia madre que le enseñó a ser un tipo sin demasiadas ilusiones, es decir, sin ilusión juvenil ninguna. Y pensó si el equivocado no sería él y no Cris.

    Nadie, al verlo llegar a casa, hubiese dicho que habla sentido desilusión, decepción, miedo…

    Comió como todos los días y se cerró en su cuarto.

    Tal vez Cris pasara a su casa y le buscara y le dijera…

    ¿Cuántos días hacía que Cris no pasaba por su cuarto?

    Más de una semana.

    No sabía él por qué empezaba a doler tanto su ausencia.


    Amparo rara vez se metía en nada.

    Pero aquel día estaban ambas, ella e Isabel, merendando en una cafetería.

    Habían salido de compras y de vez en cuando gustaban de sentarse en una terraza y ver lo que pasaba en torno.

    Eran tan amigas, que podían considerarse hermanas, por tanto Amparo consideró que debía comentar lo que pensaba con Isabel.

    —De modo que Cris ya tiene novio formal.

    Isabel rió.

    Isabel siempre reía de las cosas de Cris.

    —Es un chico de buena familia, ¿no?
    —Excelente —dijo Isabel.

    Y Amparo notó que lo decía con sumo orgullo.

    —Te diré una cosa, Amparo. Vas a pensar que soy tonta de remate. Siempre esperé que Cris y Santi se gustasen, se amasen. Ya sabes.

    Amparo abrió mucho los ojos.

    —No sé —dijo a lo simple.

    Isabel se echó a reír de nuevo.

    —Mujer, me hubiera gustado que Santi y Cristina se casaran. Santi es el mejor marido que se puede encontrar.

    Amparo pensó un poco. Luego, dijo:

    —No es divertido.

    Lo decía con tristeza.

    —No creo que ninguna chica se enamore de Santi, así… Sin más. No es hombre de enamorar, es hombre de querer.
    —¿Y qué más puede pedir una mujer para asegurar la felicidad?

    Amparo no sabía qué más cosas pedían las chicas, pero que pedían más era obvio.

    Isabel, ajena a los pensamientos de su pariente murmuró:

    —Pero la vida manda y los sentimientos. Cris se casará con Domingo. Es mal estudiante, ya sé. Pero es un buen partido.

    Amparo tomó el café que quedaba en la tacita blanca.

    Isabel añadió:

    —Si no termina la carrera, ya sus padres le ayudarán a labrarse un porvenir. Al fin y al cabo, es hijo único y ellos tienen varios almacenes de cereales.
    —¿Te habla Cris de eso?
    —Cris nunca me habla de sí misma.
    —¿Nunca?
    —Pues claro.
    —¿Ni a tu marido?
    —¡No, qué disparate! Eso era antes. Cuando tenía diez, once, trece años… Pero ahora —meneó la cabeza de un lado a otro—. Ni palabra… Sabemos que sale con él. La vemos marchar y llegar. A veces llega bastante tarde.
    —Y tu marido… no le dice nada.
    —Ya es una mujer. Ya sabe lo que le conviene. Una educa a sus hijos en unos principios plenos, y lo demás es cosa de ellos.


    Más tarde, Amparo lo comentaba con su hermano.

    Celestino fumaba su pipa retorcida. Aspiraba y expelía el humo y contemplaba filosófico las espirales ascendentes.

    —¿Tú qué dices Celes?

    Celes no quería decir nada. El apreciaba mucho a sus parientes. Los apreciaba de veras, pero nunca estuvo de acuerdo con la educación que dieron a su hija. Con aquellas libertades. Es más, pensaba que si Cris no había fumado el primer cigarrillo, no tardaría en hacerlo y después, posiblemente, terminaría intoxicada.

    —Celes, no dices nada.
    —¿Yo? ¿Y qué puedo decir yo, pobre de mí, si toda mi vida fui soltero y no entiendo nada de la educación de los hijos? Tú has sido muy severa, según opinas tú misma. Isabel es en exceso libre para educar a su hija, pero entiendo que se pasa en cuanto a la libertad dada a Cris. Ojalá no le pese.

    Santi les oía en silencio.

    Su madre nunca se dirigía a él. Sabía que sería inútil, porque él opinaba de sí mismo si había que opinar, pero nunca se molestaba en opinar de los demás.

    —No lo entiendo —decía su madre—. No lo entiendo. Quise hacerle comprender a Isabel lo equivocada que estaba y me dijo que yo era una anticuada. Temo por Cris. Ahora —miró a su hijo— hasta ni siquiera viene por aquí.

    Santi se levantó y se fue a su cuarto.

    No se había sentado aún cuando el reloj de la torre dio las once campanadas de la noche y oyó el timbrazo en la puerta. Aquel timbrazo prolongado que sólo podía haber sido pulsado por Cris. En seguida oyó su voz:

    —¿Está Santi?
    —Claro —decía su madre—. Claro, Cris. Pasa. Lo encontrarás en su cuarto.


    Capítulo VII


    La vio en el umbral y le pareció que ante si tenía un ser distinto.

    En la hondura de sus ojos había una madurez extraña. En el dibujo de la boca, un pliegue como de súbito cansancio.

    Pero no hizo alusión alguna a cuanto veía. Silenciosamente fue hacia la puerta y con el mismo silencio mostró a Cris el rincón del sillón donde se sentaba otras veces.

    Mudamente, Cristina Gil fue a sentarse allí. Empezaba el mes de marzo y Cris no llevaba abrigo. Se notaba que regresaba de la calle y que aún no había pasado por su casa.

    —Hace mucho que no vengo a verte —dijo.

    Santi la miraba sin parpadear, con aquellos ojos suyos negros de expresión inmóvil.

    —Sigues con el mismo chico —dijo sin preguntar.

    Cris afirmó con la cabeza.

    —Lo cual quiere decir que ya sabes que le amas, ¿no?
    —No. No lo sé. De eso venia a hablarte.
    —Ah.
    —Venía a decirte, además, que voy a suspender el COU, que me siento un poco incómoda, que estoy como cansada y que me gustaría decirles a mis padres que deseo marcharme de aquí. A Madrid, por ejemplo. Me gustarla estudiar mejor y hacer una carrera.

    Santi observó que si continuaba hablando iba a romper a llorar.

    Pensó en las muchas cosas que podía decirle, pero lo cierto es que no le dijo ninguna.

    —No sé qué es el amor —decía Cris, de súbito—. No lo sé. Tengo diecisiete años y, de repente, me doy cuenta de que son muchos… Ya sé que es una tontería. Pero lo siento así y me desconcierto. Antes me divertía pensar en cosas, citarme con los amigos. Pensar que al día siguiente íbamos a una fiesta. A un baile, a una reunión… Ahora no me divierte nada de eso. Por ello es por lo que estoy aquí. Para preguntarte a ti si es razonable.
    —No lo es —dijo Santi, sin inmutarse—. Al menos, no debe serlo. A los diecisiete años todas las ilusiones se recopilan y forman dentro del ser humano una inmensa y sola ilusión que es la de vivir, ver y sentir. Pero si tú has visto, vivido y sentido tanto, no me extraña que estés cansada.

    Si esperaba que Cris le dijera que sí, que había vivido, visto y sentido tanto, se equivocó Santi.

    Cris miró ante sí y tal parecía que buscaba dentro de sí una respuesta. Pero tampoco eso debía de ser así, porque de súbito se volvió y se puso en pie.

    Miró el reloj de pulsera.

    —Es tarde —dijo—. Tengo que irme.
    —¿Aún no has ido por tu casa? —preguntó Santi.
    —No.
    —Lo cual no asombra demasiado a tus padres.

    Cris se alzó de hombros.

    —Papá está hoy en una fiesta con mi madre. Me lo ha dicho a la hora de comer. No vendrán hasta tarde.
    —Si quieres comer algo aquí…
    —No. Me dará la comida Inés. Buenas noches, Santi.
    —Oye, Cris, ¿sabes que no me has dicho lo que venias a decirme?
    —No sé si venía a decirte algo, Santi. ¡No lo sé!

    Y se fue sin añadir más.

    Santi quedó sentado donde estaba. No sabía si sentía hacia ella asco, rabia o admiración. Pero pudiera ser que sintiera todo a la vez, por eso tal cual tomó una determinación. No era Santi de los que obraban a la ligera, no de los que decidían algo sin pensar en los pros y en los contras. Más sin duda, en aquel instante y por primera vez en su vida, tomaba una determinación sin pensar en el antes y en el después, ni siquiera en si le convenía o no le convenía.

    Lo plantearía en la mesa al día siguiente y de mañana, antes incluso de decírselo a su madre, se lo diría a Ernesto Gil.

    Se acostó y durmió mal. Soñó cosas que nunca había soñado, y a la mañana bien temprano, estaba en el bufete del notario, ante un Ernesto con expresión cansada, de haberse acostado tarde.

    —Parece que quieres hablarme.
    —Eso es.
    —¿De qué se trata, Santi? —Y llevando los dedos a la cabeza, añadió—: No soporto las noches de juerga. Ayer estuvimos en casa de los Mitreal y no te digo lo que hemos bailado y bebido. Pero uno ya no está para esos trotes. Uno va envejeciendo, y aunque no quiera admitirlo así, aquí está mi cansancio que lo refleja.

    Santi pensó que Ernesto era muy egoísta y que si en vez de divertirse tanto, hurgara un poco en la vida de su hija, mejor harían él y su mujer.

    Y se dio cuenta, asimismo, de que se iba por cobardía. Que su determinación era más de cobardes que de valientes, pero eso no impidió que continuara con la misma idea obsesiva.

    —Ibas a decirme algo, Santi.
    —Ah, si… Me marcho a Madrid.

    Así. Como un hecho consumado.

    Ernesto Gil dio un salto.

    Pero antes de que pudiera decir nada, Santi estaba añadiendo:

    —No creo que este año saque nada. No me hago ilusiones. Pero voy a poner todo mi empeño en conseguirlo. Sé que hay plazas en pueblos de la provincia, pueblos muy pequeños que será por donde yo pueda empezar y no te extrañe que intente sacar plaza donde sea. Me presentaré a los exámenes de este año y si no lo saco, al menos habré adquirido experiencia. Sólo te pido que me des una carta para algún amigo tuyo donde pueda trabajar por las mañanas: por las tardes asistiré a alguna academia de opositores.
    —O sea —se asombró Ernesto— que el asunto está decidido.
    —Sí.
    —Rotundamente.
    —Sí.
    —¿Lo sabe tu madre?
    —Antes de decírselo, necesito la confirmación de que tú me recomendarás a algún amigo abogado.

    Ernesto le miraba entre asombrado, maravillado y molesto.

    —Tú eres bien recibido en todas partes —dijo de mala gana—. Cualquier amigo, y tengo muchos en Madrid, te admitirá en su bufete. Trabajas. Sabes lo que haces. Eres constante. Pero… ¿por qué esa decisión de presentarte este año? Habíamos quedado en que para el próximo… aún seria pronto…
    —Prefiero probar.
    —O sea que, dado como tú eres, no podré persuadirte para que te quedes.
    —No.
    —Está bien —cortó Ernesto—. Te daré una carta para un amigo y, además, le llamaré por teléfono esta misma noche. ¿Cuándo te marchas?
    —Mañana.
    —¡Santi!

    Santi se ponía ya en pie. Creía haberlo dicho todo.

    —Me llevo el auto —dijo, yendo hacia la puerta—. Creo que lo voy a necesitar en Madrid. Está muy viejo, pero no voy a presumir de auto por las calles madrileñas. Gracias, Ernesto. No te olvides de escribir la carta de llamar. Ahora voy a preparar dos escrituras que hay ahí pendientes.

    Ernesto quedó perplejo.

    Al mediodía lo comentó con su mujer estando Cris delante.

    Cris, al oírlo, no pudo menos de exclamar:

    —Pero ¿por qué?
    —No lo ha dicho, Cris.

    Y pensó que a ella tal vez se lo dijera.

    Por eso, después de comer, pasó, sin decir nada, a casa de los Azpeitia. Celestino y Amparo aún se miraban entre sí boquiabiertos, desilusionados.

    —¿Dónde está Santi Amparo?

    Amparo tenía los ojos llenos de lágrimas.

    —¿Ya sabes? Santi se va mañana.
    —Sí. ¿Puedo hablar con él? ¿Por qué se va?
    —No lo ha dicho. Santi nunca dice nada. Nos quedamos aquí Celes y yo… Siento una pena horrenda. Cris.

    La joven dio un golpecito en la mejilla de Amparo y cruzó todo el pasillo hasta la puerta de la alcoba de Santi.

    —¿Puedo pasar, Santi?
    —Sí, pasa, pasa —la voz era clara y vibrante.

    Cris cruzó el umbral. La maleta de Santi estaba apoyada contra la cama. Hecha ya. Un maletín de mano estaba sobre la maleta y un montón de libros atados con una correa. Todo ya dispuesto para la marcha.

    El abrigo en el respaldo de una silla y un portafolios en la misma silla.

    Cris miró todo con expresión ausente y después miró a Santi. Tenía las gafas puestas y vestía un pantalón color marrón, una camisa beige y un suéter de cuello en pico color verde oscuro.

    —No te quedes ahí parada —dijo Santi, inmutable—. Pasa y cierra. Siempre que vienes dejas esa puerta medio abierta y como yo siempre tengo la ventana abierta del todo, se forma una corriente insoportable.
    —Dicen que te vas mañana —dijo Cris, bajo—. ¿Por qué, Santi?

    Casi nunca decía Santi lo que pensaba o lo que sentía. Pero en aquel momento no es que se lo callase deliberadamente. Es que en realidad no lo sabía.

    —Me voy a estudiar a Madrid. Me voy a presentar este año.
    —Pero no pensabas hacerlo.
    —No.
    —¿Y por qué de repente?
    —No lo sé. Cris. Sentí que necesitaba hacerlo y lo estoy haciendo. Eso es todo. —Y mirándose con una media expresión perpleja—: Eso es todo —repitió—. No hay una razón concreta, un motivo definido, salvo que me voy a presentar a las oposiciones este año. Puede que para el próximo no las haya, y pudiera ocurrir que de chiripa las sacara este año.

    Cris no se había acercado a él.

    Le seguía mirando entre angustiada y asombrada.

    —¿A quién le cuento yo ahora mis cosas?
    —A tu novio —dijo él amablemente—. A nadie mejor que al hombre que quieres se lo puedes contar.
    —Es que no sé si lo quiero hasta ese extremo. Santi.

    Y no estaba segura de nada. Santi sintió que se alegraba de haber decidido su marcha.

    —Lo siento. Cris —dijo únicamente—. Yo sé que me voy, lo que no sé es lo que tú harás.
    —¿Qué quieres decir?
    —Pues no lo sé. —Y era sincero—. No sé lo que quiero decir. Sé lo que quiero hacer y lo voy a hacer.
    —Estás muy raro. Santi.

    Ya lo sabía.

    Como sabía que nadie en este mundo podía torcer el destino que él se había trazado, y no sabía si lo hacía por apreciar demasiado a Cris o por no apreciarla absolutamente nada.

    Al día siguiente se fue.

    Se fue, eso sí lo supo, eso sí lo vivió. Eso lo estaba viviendo y haciendo.


    Capítulo VIII


    No sacó las oposiciones, pero tampoco volvió a su ciudad natal. Se quedó trabajan do en Madrid y hasta le enviaba algún dinero a su madre, pero nunca escribía una sola carta. Si tenía algo que decir, lo decía por teléfono.

    Vivía su vida, una vida totalmente gris para los demás, luminosa para él. Eso era lo único que sabía y tampoco le importaba que los demás la viesen gris, si para él era luminosa. De la fonda a la oficina y de la oficina a la fonda. Si iba al teatro, él lo sabía, si desaparecía una o dos noches al mes, tampoco nadie se enteraba. Él era un tipo silencioso que pensaba más que decía.

    Por eso, cuando aquel día al llegar a la fonda le dieron el aviso, no se inmutó, pero tampoco extrañó a nadie.

    —Le han llamado de su casa. Parece ser que su tío ha muerto.

    Lo sintió en el alma, pero nadie lo diría. Hizo su maletín, recogió algunos libros que necesitaba, fue a la oficina y pidió un permiso indefinido. Subió al viejo auto y regresó a su ciudad.

    Encontró a su madre desolada. Rodeada de amigos, la abrazó en silencio. Le dio un beso en la frente y en silencio fue a ver el cadáver de su tío.

    —Hola, Santi —dijo alguien a su lado.

    Cristina Gil estaba allí.

    Entonces se dio cuenta de por qué se había ido. Sin duda alguna, aquella muchacha decía mucho en su vida, en sus emociones, en sus afectos…

    —Hola, Cris —respondió.

    Y volvió a mirar el cadáver de su tío. Pensó muchas cosas, pero no dijo ninguna. Cuando giró, vio de nuevo a Cristina junto a la puerta.

    Había crecido. Tenía dieciocho años ya muy cumplidos. Era hermosa. Más que nunca. Había amargura en sus ojos, en la comisura de sus labios. Santi pensó en su tío y pensó en Cris y pensó en los cigarrillos que seguramente había fumado.

    —Has crecido —le dijo inmutable.
    —Tal vez.

    La miró de refilón.

    —¿No te casas?

    Ella pareció muy asombrada. Y Santi volvió a ver aquella inmensa inquietud en sus ojos.

    —Pensé que lo sabías.
    —¿Saber? —Y Santi alzó una ceja.
    —¿No te lo ha dicho tu madre?
    —No sé a qué te refieres.
    —Domingo ha muerto.

    Santi, que iba en dirección a su cuarto, pasillo abajo, se detuvo en seco.

    Cristina estaba apoyada en la pared. Vestía de negro. Pantalón y camisa, seguramente por la muerte de su tío. Su cabello rubio resaltaba más que nunca sobre aquellas ropas. Y los ojos azules tenían una honda tristeza.

    —¿Qué ha… muerto?
    —Hace un mes.
    —¿Es posible?
    —En un accidente de montaña. Se fueron de alpinismo… y se cayeron a un barranco. Él y otros dos. Lo pusieron todos los periódicos del país.
    —No leo ese tipo de noticias —dijo Santi, entrando en su cuarto y dejando la puerta abierta—. ¿Quieres pasar?

    Cris no pasó. Se apreciaba en ella una inmensa inquietud.

    —Lo siento. Cris —dijo Santi al rato—. Créeme que lo siento.

    Cris abrió la boca. Parecía dispuesta a decir algo, pero no dijo nada. Santi seguía mirándola y su expresión, por primera vez, desconcertó a Cris.

    —Me parece que quieres decirme algo —murmuró él—. Cris, ¿no quieres decirme algo?

    La respuesta de Cris fue muda. Giró sobre si, y Santi, desde el umbral, la vio caminar lentamente, paso a paso hacia la puerta.

    La expresión de Cris había querido decir algo. La boca de Cris estuvo a punto de decirlo. Pero ¿qué era?

    No supo el tiempo que estuvo en su cuarto. No supo, incluso, si pensaba en lo que Cris había querido decir y no había dicho, o en la muerte de su tío o en el dolor de su madre. No era fácil pensar con detenimiento.

    Oyó que le llamaban y se vio ante el féretro de su tío, al que llevaban cuatro hombres pasillo abajo.

    Isabel sostenía a su madre. Le ayudaba. La empujaba hacia el saloncito.

    Santi asistió al entierro y presidió el duelo junto a Ernesto. Cuando volvían a casa en el auto de Ernesto, los dos solos, Ernesto le dijo:

    —Ya sabes lo ocurrido, ¿no? La pena no es que haya muerto tu tío, que al fin y al cabo vivió una larga vida y murió pacíficamente. La pena es cuando muere un joven de veinte años que te deja desolado.

    Santi pudo decirle que lo supo por Cris, pero no antes.

    Sin embargo, dijo tan sólo:

    —Es doloroso, sí.
    —Se iban a casar el mes próximo.
    —Ah.
    —Cris está desolada.
    —Es de suponer.
    —¿La has visto?
    —Sí, claro.
    —Me gustaría que hablaras con ella, Santi. Antes de irte, háblale. Está rara… Muy rara… Yo creo que hasta debo llevarla a un médico. No duerme. La oigo dar vueltas por la alcoba horas y horas… Nunca me preocupó tanto mi hija, te lo aseguro. Y si he de serte sincero, nunca pensé que estuviese tan enamorada de Domingo. Es más, me asaltaba el temor de que se casaba con él por rutina… Es estúpido pensar eso, pero yo a veces lo pensaba. A ti puedo decírtelo. A mi mujer nunca se lo he dicho, ni a Cris, por supuesto. Te agradeceré que le hables antes de irte.
    —Es que no vuelvo a Madrid. Ahora ya sé cómo preparar las oposiciones. Tengo la primera experiencia y creo que hasta dentro de dos años no hay otras. Si me das trabajo, me quedo.

    Ernesto le miró esperanzado.

    —¿Se lo has dicho a tu madre? ¿Lo haces por ella? —Santi sabía que lo hacía, pero no sabía por quién ni por qué.


    Lo estaba oyendo sin querer.

    Es decir, se iba cuando se lo oyó decir a su padre, y se quedó como clavada en el umbral, y como nadie se fijó en ella, allí permaneció.

    —Santi se queda.

    Isabel murmuró a su marido con ansiedad.

    —¿No decías que era seco y frío?
    —¿Y no lo es?
    —Si se queda es por la soledad de su madre.

    Ernesto meneó la cabeza.

    —Será un gran hombre de política, de leyes, de lo que quieras. Un hombre recto y justo, sin duda lo será. Pero sentimental no lo es, Isabel, no nos confundamos.
    —En realidad no se sabe a ciencia cierta cómo es. El no es un pamplinero, eso es obvio. Pero sus sentimientos no puedes negar que los tiene.
    —Y no lo niego. Pero sabe dosificarlos. No se deja arrastrar por las emociones. Desde mañana trabajará conmigo y eso sí me interesa.
    —Ernesto, ¿es que no lo aprecias?

    Ernesto miró a su mujer. Parecía pensativo.

    —Cris —le dijo la madre, de súbito—, ¿te pasa algo?
    —No, no…
    —Parecía oír interesada y de repente… Oye, ven un momento. ¿Qué opinión tienes tú de Santi?
    —Pues…
    —¿Qué sabe la chica? —protestó el marido—. Déjala. Ella tiene bastante con lo suyo. Debes de salir de nuevo. Cris, y olvidar lo ocurrido.

    ¡Era fácil decirlo!

    —Hay montones de hombres que estarán dispuestos a amarte y a quien tú puedes amar. Recuerda lo que dijo el poeta: «La mancha de la mora, otra la quita.»

    En vez de responder a lo de su padre, respondió a su madre:

    —Me parece una gran persona, mamá.

    Los dos se habían olvidado de su pregunta.

    De modo que se la quedaron mirando interrogantes.

    —Me refiero a Santi.
    —Claro, claro —decía la madre—. Es una gran persona. —Y de súbito—: ¿Adónde vas, Cris?
    —A ver a Santi.
    —Dile a Amparo que pasaremos luego tu padre y yo para allá.
    —Sí.

    Se fue.

    Isabel y Ernesto se miraron.

    —¿No está demasiado triste? —preguntó el padre.

    Isabel sonrió apenas.

    —No todos los días se pierde al hombre con que una va a casarse. Pero es joven. Ernesto. No te preocupes unto. Todo tiene su comienzo y su fin. Ella empezará a salir un día cualquiera.
    —Ya va un mes transcurrido.
    —Aun así…

    Cris, entretanto, estaba en el rellano.

    Ella si sabía que era un ser humano y que necesitaba ayuda y que necesitaba decir lo que le pasaba.

    Levantó el dedo y pulsó el timbre de casa de su querido vecino.

    En seguida se abrió la puerta y apareció el propio Santi.

    —Pasa, Cris —dijo un sólo—. Mamá está acostada.
    —¡Ah! Mis padres decían que iban a venir.
    —Bueno.

    Y se le quedó mirando.

    Cris titubeó.

    —¿Puedo… pasar, Santi?
    —Oh, claro, claro… Pasa. Estaba estudiando en mi cuarto. Pasa… Si quieres ver a mamá…
    —Iré si es que esta despierta.
    —Ven, Cris —dijo Amparo, desde su cuarto—. No soy capaz de dormir. Pasa un rato.


    Capítulo IX


    Sintió sus pasos y después su figura recostándose en el umbral. Cerró la puerta una vez estuvo dentro y se quedó pegada a la madera.

    Santi elevó los ojos por encima de la montura de ancho carey. Sus ojos parecían más grandes mirando así y Cris tuvo la sensación de que sabía lo que le ocurría, de que la veía por dentro y la evidencia le produjo una sensación de pequeñez, de angustia indescriptible.

    —No te quedes ahí —dijo él—. Pasa y enciende la luz grande. —Sonrió apenas—. Mi madre está más calmada, ¿verdad? Es lógico. Mi tío tenía sus años, ha vivido su vida. Una rica vida llena de emociones, de sinsabores, de experiencias. Yo no sé si ha vivido mejor o peor que los demás, pero si él estaba satisfecho de lo vivido y me consuela que lo estaba, es más que suficiente. —Y sin transición—: Pasa y siéntate. Cris.
    —Es que… —titubeó— tengo que decirte algo.
    —Ya lo sé.

    ¿Sabía?

    Se quedó algo tambaleante. Aún vestía sus ropas negras y parecía más alta, más pálida y más delgada.

    —¿Lo… sabes?
    —No te quedes de pie y si quieres… no me lo digas. Es decir, yo en tu lugar no lo diría a nadie, ni a mí…
    —Pero tú no puedes saber qué cosa tengo que decirte.
    —Ibas a casarte dentro de un mes —dijo Santi con sordo acento—. Tú tienes dieciocho años y no se nota que llores la muerte de Domingo por lo mucho que lo has querido —sonrió apenas—. Eso se nota en seguida. Cris. Hay ciertos dolores que no pueden ocultarse. Una cosa es dolor por amor y otra dolor por necesidad de que viva una persona determinada.

    Cris avanzó un paso más y cayó sentada en el sillón pequeñito, donde se sentaba antes.

    Santi no se levantó de su sillón. Tenía la mesa por medio y la lámpara de pie cayendo hacia un lado de modo que dejaba en la penumbra su rostro y podía ver perfectamente las facciones alteradas de Cris.

    —Déjame contártelo, Santi —dijo desesperadamente—. Te voy a decir cómo fue. Te lo voy a decir. Déjame contártelo.

    Santi sin prisas, retiró el sillón y atravesó la estancia.

    Fue a sentarse enfrente de ella y la miró muy de cerca.

    —No quiero que me cuentes nada —dijo—. ¡Nada!
    —Pero ¿qué puedo hacer?

    Santi ya sabía lo que iba a hacer. Lo que Cris deseaba y necesitaba que él hiciese.

    —Me pregunto —dijo Santi, sin responder— en qué instante pensabas ir a Madrid a buscarme.

    Ella le miró espantada.

    —¿Cómo lo sabes?
    —¿No pensabas ir a buscarme?

    Cris cubrió el rostro con las manos.

    Un ahogado sollozo la sacudió. Y Santi sintió una profunda pena.

    Se puso en pie sin consolarla.

    No sentía la necesidad de consolar a Cris, aunque si sabía que iba a ayudarla.

    Se dio cuenta en aquel instante de que en su subconsciente sabía ya cuanto había ocurrido y que cosa quiso decirle Cris, que no pudo decirle el día anterior y las cosas por las cuales él había decidido quedarse.

    —Di, Cris —preguntó de una forma rara—, di, ¿no pensabas ir a Madrid a contar me lo que yo no quiero que me cuentes?
    —Eres muy despiadado.
    —No sé si soy despiadado. No sé si te compadezco, te desprecio o te quiero. Cris. Es algo que me estoy preguntando y me asombra no encontrar la respuesta. Pero de todos modos sí sé una cosa, y es que soy hombre de soluciones y que sé cuál me vas a pedir y sé que te la voy a dar.

    Cris elevó la cabeza.

    —Sabes que voy a pedirte que te cases conmigo, ¿verdad?
    —Lo sé. Lo supe sin querer. No sé en qué instante. —Se alzó de hombros—. ¡Qué importa eso! ¡Qué importa todo! Y dime, te pregunto yo a ti: ¿crees que es una solución tu casamiento conmigo? ¿Qué es lo que vas a solucionar? ¿Ocultar tu debilidad? No, no te estoy haciendo reproches. Allá tú y tus debilidades. Y tampoco sé a quién echarle la culpa, si a ti, al muerto o a tus padres o a mi mismo por marcharme en un momento en que me necesitabas más que nunca. Pero yo no era tu ángel guardián. Yo no era ni tu moral ni tu conciencia, aunque ahora estoy pensando que tal vez lo era un poco. O no supe aconsejarte o no supe entenderte. No quiero dañarte. Cris. No quiero ofenderte. Me duele lo que ocurre, te quise siempre o no te quise nunca. —Pasó los dedos por el pelo—. Cris, deja ya de llorar. No sé lo que vamos a hacer, ni si lo que hagamos será suficiente para que olvidemos los dos. Dime, ¿cuándo nacerá ese niño?

    La pregunta era dura.

    Cris bajó la cabeza:

    —Por eso nos íbamos a casar —dijo.

    Pero no añadió cuándo nacería el hijo de Domingo Torres.


    Era la primera vez que en el rostro siempre impasible de Santi se apreciaba un algo de vida, de emoción, rabia o despecho. Ya no era el rostro inmóvil de otros días.

    Cris le miraba y parecía que le pedía perdón. Que solicitaba su ayuda porque era la única persona en quien podía confiar.

    —Cris —dijo Santi, de súbito, y su voz era tan expresiva como su rostro en aquel instante—, ¿has pensado alguna vez que yo podría amarte?

    Cris se agitó.

    —No, nunca.
    —Mejor. Mejor para los dos.
    —Santi, yo… me iré, ¿sabes? Después me iré. Cuando me case contigo seré automáticamente mayor de edad. Nadie sabrá nada. Pensaran que soy una loca, una perdida y me iré. Te abandonaré. Tú sabrás que te abandono. Pero es que ahora, ¿qué puedo hacer ahora?

    Santi no contestó a nada de eso, sino que preguntó:

    —¿Le has amado?
    —Santi…
    —¿Tanto como para eso?
    —Santi…
    —Di.

    Parecía otro hombre.

    Ella buscaba al amigo, no al celoso.

    —Santi, no le amaba como para perder la razón. La razón se va perdiendo sin que uno se dé cuenta. Un día y otro día…, así…
    —Lo sé. El primer cigarrillo, luego el segundo…
    —¿Qué dices?
    —Yo nada. Lo decía mi tío.
    —No te entiendo, Santi.
    —Ni yo tampoco —agitó la mano—. Se lo diré a tu padre. Le diré que nos vamos a casar, que hemos descubierto que nos necesitamos. Luego nos iremos a vivir solos.

    Cris se irguió.

    —¿Solos? ¿Y tu madre?
    —Mi madre dejó a la suya cuando se casó y tu hija te dejará a ti, y la hija de tu hija dejará a su madre. Una cadena absurda, pero humana. Muy humana. Me pregunto ahora por qué me duele que hayas sido tú, precisamente tú, y me pregunto, asimismo, si yo pude evitarlo. —Sacudió de nuevo la cabeza—. No importa ya. No importa nada. De todos modos, será así, se hará así, y cuando nazca ese hijo será mi hijo. ¿Está claro, Cris? Y pensar que te ponía el chupete cuando naciste… Renunciaré a mis aspiraciones de notario —dijo, sin volverse—. Me instalaré como abogado. Ganaré para mi hogar. Y no tendrás que abandonarme. No te lo voy a permitir.
    —Pero. Santi…

    Santi se volvió.

    Estaba pálido.

    Había como una dura crispación en sus facciones.

    Pero aquella crispación se fue relajando y terminó cuajando en una sonrisa. Una débil y apagada sonrisa.

    —Debo apreciarte mucho, Cris. No soy capaz de enfadarme contigo. Es más, creo que me siento algo culpable de todo esto. De todo lo que ha ocurrido. Debí ser más claro, más explícito cuando te veía en el portal. Debí decirte todos los peligros que corrías. Me cerré en mí mismo.
    —Santi, no sé qué decirte, no sé —y juntaba las dos manos bajo la barbilla.

    El tuvo un súbito arranque.

    Fue hacia ella y le puso la mano en el pelo. Se lo acarició en silencio.

    —Estás cansada, Cris. Vete a dormir. Yo hablaré con tu padre.
    —¿Por qué? Di, di… ¿Por qué lo haces? ¿Por el afecto que siempre nos hemos tenido? Di, di.
    —O por la confianza que te merezco, que me estás demostrando que te merezco. Cris, o porque te quiero de una forma distinta a lo que tú supones. —Dio un paso atrás y pasó los dedos por el pelo una y otra vez—. No sé aún por qué es. Cris. Yo creo que porque me necesitas, sin más. No sé. Me gustaría entrar en mi yo y descubrirme, desnudarlo ante mis ojos. ¡Qué sé yo! Es la primera vez que me ocurre. Una cosa que debiera sublevarme, sólo me duele. Me duele lo indecible.
    —Santi, yo no quiero que te duela así.
    —¿Y puede evitarse? Di. ¿Crees que se puede?
    —No quiero que estés enamorado de mí —dijo en un gemido—. Eso te destrozará. Mírame como soy, como fui. No me revistas de una pureza que no he tenido. No me idealices. Piensa que te pido que te cases conmigo por evitar la vergüenza, por evitar un crimen porque nunca abortaré para evitar esa vergüenza. ¿No lo entiendes, Santi? Y no puedo soportar que me perdones, que me ayudes porque tienes necesidad espiritual y física de ayudarme. Yo no te voy a amar. Yo no he amado a Domingo. No me ha dolido cuando murió. Te lo dije aquel día. No sé si le quise o no. Fue todo así, como fue. No sé por qué fue. Sólo sé que sufro esas consecuencias.

    Y como Santi no decía nada y la seguía mirando, ella añadió roncamente:

    —No me ames nunca, Santi. Me producirá dolor saber que sufres por mí, cuando yo he demostrado no ir más que por mí misma.

    Se iba hacia la puerta.

    Santi no la retuvo. Dijo únicamente:

    —Se lo diré mañana a tu padre.

    Su voz tenía un deje raro. Cuando la puerta se cerró tras Cris, Santi, aquel muchacho que nunca se sabía qué pensaba o qué sentía, elevó las dos manos y se golpeó las sienes una y otra vez, una y otra vez…


    Capítulo X


    Ernesto escuchaba atónito. Feliz, pero sinceramente atónito.

    Santi hablaba sin mirarle a los ojos. Santi iba de un lado a otro del despacho haciendo sus cosas de lodos los días, pero a la vez le comunicaba la noticia.

    Era como si no tuviera ninguna importancia lo que decía. Estaba más pálido que de costumbre, y su voz en el fondo, tenía una vibración sibilante, pero también eso, pensaba Ernesto, era frecuente en él. Por otra parte él no consideraba a Santi tan generoso como para consolar a Cris de su dolor, sólo por el hecho de consolarla.

    Si se casaban era porque los dos estaban de acuerdo y, además, Ernesto era lo bastante egoísta como para no hacerle preguntas inútiles o que él consideraba inútiles.

    —De modo que nos casamos la semana próxima.
    —Bueno, hombre, pues bien pudo decírmelo mi hija.
    —Quedamos en que la noticia la diría yo. Es más, a mi madre se la he dado esta mañana y le pedí que no se la comunicara a Isabel porque de Isabel se encargaba Cris.
    —Todo estudiado. ¿Cuándo os disteis cuenta de que os queríais?

    Santi no se inmutó.

    Archivó unas escrituras y recogió la copia de un (estamento.

    —Siéntate, Santi. Hazme el favor y hablemos de esto con más calma. Que me agradas tú para marido de Cristina, es tonto mencionarlo. Que podéis casaros cuando os apetezca, igual. Pero que tratemos de un casamiento mientras trabajamos, me parece estúpido.

    En aquel instante sonaba el teléfono y el notario lo cogió de mala gana.

    —Notaría, digan.
    —Ernesto. —Era la voz de Isabel—. Ernesto, ¿ya sabes lo de Cris y Santi? ¿Te lo ha dicho él? ¡Qué muchachos! Pero ¿cómo han podido tenerlo tan callado?
    —Lo sé, lo sé. Isa. Me lo está diciendo Santi en este instante.
    —Estoy loca de contenta. Estamos aquí las tres. Cris, Amparo y yo. Pero, ¿sabes? Dice Cris que Santi desea vivir solo con su mujer.
    —Está bien. Luego subiremos los dos.

    Colgó.

    Miró a Santi.

    —¿Es que piensas dejar a tu madre sola?

    Santi lo miró a su vez. Fija, quietamente. Aquella mirada suya oscura que volvía a ser inexpresiva.

    —Tú dejaste a tu madre. ¿No es cierto?

    Ernesto se desconcertó.

    Santi giraba sobre sí, empezaba de nuevo a trabajar.

    —Y tu madre dejaría a la suya y la otra a la otra. Todo el mundo que se casa busca la forma de vivir su vida. No por dejar a mi madre sola la voy a querer menos. Pero si pienso formar una familia propia, prefiero vivir solo con mi mujer. Ah… —Su voz en aquel instante ya no tenía matices—. No pienso presentarme a las oposiciones. Voy a montar bufete propio. Me dedicaré a la abogacía.
    —Tú estás loco. La mayor ilusión de tu vida fue desde niño llegar a ser notario. ¿A qué fin sacrificar tu porvenir de ese modo? ¿Acaso no ganas bien aquí? ¿Es que el matrimonio te va a impedir continuar estudiando?
    —Es posible que vea más campo en la abogacía, y así poder vivir donde me plazca, no donde me manden. Lo he decidido así. Ernesto. —Su voz cobraba una fuerza que dejó a Ernesto paralizado—. Y así ha de ser.
    —Por lo visto, la opinión de Cris no cuenta.

    Le miró asombrado.

    —Cris no se casa con el notario —dijo, secamente—. Se casa con el hombre.

    Ernesto volvió a sentarse y dijo, a media voz:

    —Nunca te he comprendido. Nunca te comprenderé ya. Pero de todos modos, haz lo que gustes. Te digo y no para halagarte, que si me dieran a elegir marido para mi hija, no dudaría en elegirte a ti. Pero eso no es todo. El hecho de que te cases, no quiere decir que te mates. Que pierdas las ilusiones que siempre has tenido. Es lo que no en tiendo.


    Cuando al mediodía subieron ambos en el ascensor, Ernesto se atrevió a comentar:

    —De todos modos, entretanto no encontráis un piso…
    —Los hay a montones. Hoy me ocuparé de eso.
    —Pero yo te iba a decir que podéis tanto vivir con tu madre como con nosotros.
    —Vamos a vivir solos.

    Lo dijo de modo amable, pero que no admitía réplica.

    Después, ambos entraron en la casa. Cris no estaba en el saloncito. Isabel y Amparo hablaban entre sí. Incluso Amparo parecía haber olvidado la muerte de su hermano e Isabel pensaba ya dónde comprar todo el ajuar de Cris.

    Ernesto miró a un lado y otro.

    —¿Dónde anda Cris? —preguntó.
    —En su cuarto —gritó Isabel—. Santi, ven, hombre, ven, que te dé un abrazo. Siempre soñé con que te casaras con mi hija y no sabes la ilusión que ello me hace. Pensar que al fin… —Le besaba y Santi se mantenía, como siempre, inmóvil.

    Ernesto se preguntaba cómo podía una muchacha tan bonita, tan joven, tan linda como Cris casarse con aquel palo. Pero no había que dudar que más que nadie era Cris quien conocía a Santi y si había decidido casarse con él, seria que le gustaba tal como era.

    Besó a su mujer y luego a Amparo, la cual lloraba de emoción. Santi, en cambio continuaba sin denotar emoción alguna, amable, pero seco y frío.

    Pero a nadie asombraba. Al fin y al cabo, Santi siempre había sido así y Cris lo sabía perfectamente.

    —Iré a ver a mi hija —dijo Ernesto.

    Se fue.

    Cris se hallaba tendida en el lecho. Pálida. algo confusa.

    —Cris —llamó el padre.
    —Oh —saltó del lecho—. Oh, papá… Ya sabes, ¿verdad?
    —Sí. Y me asombra. El otro día llorabas a un novio muerto. ¿Es que siempre estuviste enamorada de Santi sin decirlo?
    —Pues sí.
    —Me alegro. No concibo que una chica como tú ame a un hombre tan seco y frío como Santi, pero me alegro. No podías buscarte mejor marido.

    Cris pensó que su padre no conocía a Santi y ella misma hasta la noche anterior, no lo conocía totalmente. Pero no importaba nada de eso. Ella en aquel momento lo necesitaba.

    —Lo que no me parece bien —dijo sin que su hija le respondiera— es que os vayáis a vivir solos. Ni siquiera tenéis casa.
    —Santi la buscará.
    —Hija, es que no entiendo vuestra precipitación…
    —Santi y yo no somos de los que esperamos… Somos así los dos, un poco particulares. Nos conocemos de niños. No creo que…
    —Te equivocas —dijo el padre, de modo raro—. Es muy distinto un marido que un amigo. No te olvides de eso. El marido y el amigo son dos hombres diferentes, nunca lo olvides.


    A la noche lo dijo su padre:

    —Santi ya encontró un apartamento precioso. Fui con él a verlo esta tarde.

    Cris estaba cerca.

    No sabía qué buscaba. Sin duda alguna buscaba algo, o hacía que lo buscaba.

    Isabel saltó de gozo.

    —No te inquietes tanto por Amparo, Ernesto. Ya sé que te has puesto algo furioso cuando Santi te dijo que pensaba vivir solo con su mujer. Amparo vive al lado. Estaremos juntos todo el día. Santi lo sabe. Cuando tú y yo nos casamos, recuerda que tanto tu madre como la mía deseaban que nos quedásemos con ellos y tú fuiste el primero en buscar un hogar propio.
    —Ya sé, ya sé…
    —No pareces contento.
    —Si lo estoy, Isa. Lo estoy. Pero a ese carajo de chico no hay quien lo entienda. —Alzó la cabeza y encontró los ojos de su hija fijos en él—. Perdona, Cris. Es que no me explico cómo tú has podido enamorarte al mes de morir tu novio de un hombre que no tiene ni siquiera expresión en los ojos.

    La tenía.

    Y expresión en la voz.

    Y emoción.

    No es que ella le amase, no. Pero nunca podría olvidar que poco quiso saber Santi de ella. De sus amores. Se casaba con ella y nada más. Eso no sabía su padre lo que para ella significaba.

    —Cris, pareces muy lejos de aquí.

    La joven sonrió.

    Una sonrisa forzada, pero su padre no lo sabía.

    Y es cierto que estaba lejos de allí.

    Estaba en la alcoba de Santi, oyendo a Santi, atajándole Santi para que ella no dijera lo que tanto sabía él que le dolía decir.

    No. Nunca podría ella olvidar aquellos momentos, sólo podía comprenderlo quien estuviera en su situación.

    —¡Cris! —le gritó la madre.
    —Mamá, ¿qué te ocurre?
    —A mí nada. A ti parece ocurrirte algo.
    —No. no. Pensaba en Santi.
    —Ven un momento. Cris —dijo el padre—. Me gustaría saber cuándo te enamoraste de él. Él dice que se fue a Madrid por no verte casada con otro.
    —Ah.
    —Y tú. Cris, ¿cuándo te diste cuenta?
    —Cuando él se fue. Yo… no quería a Domingo.

    Cris se fue a casa de Santi.

    Se fue silenciosamente. Santi le abrió la puerta.

    —Mamá está en la cama ya —le dijo—. Pasa.
    —Santi, dice papá que ya tenemos casa.
    —Sí.
    —Oye, yo… yo… quisiera decirte… Yo no sé qué decirte. Yo…

    El la asió del codo y la empujó hacia el cuarto.

    —No digas nada —pidió—. Es mejor. Nos vamos a casar y se acabó.
    —¿Se acabó?
    —De momento, sí. Después ya pensaremos, ya haremos. No sé lo qué pensaremos o haremos, pero es indudable que algo pensaremos y haremos.
    —Sí.

    Y entraron en el cuarto. Cris dio algunas vueltas. Hubiera querido hablar de ella, de él, del futuro, pero Santi empezó a hablar de su profesión, de su bufete, de su carrera que no pensaba continuar.

    Cuando se dio cuenta eran las doce, y Santi le estaba diciendo:

    —Es tarde, vete.
    —Sí, Santi. Pero quisiera decirte…
    —No vamos a cambiar nuestros planes. Cris, de modo que todo lo que podamos decirnos carece de importancia.
    —¿Por qué lo haces?

    Le miraba a los ojos.

    Santi dijo tan sólo:

    —Por ti. Por ti nada más. O tal vez también por mí. No lo sé. Sé que lo hago. Que quiero hacerlo. Que nada me empuja a hacerlo, que soy yo quien lo hace porque quiere.


    Capítulo XI


    Amparo estaba muy emocionada, y aunque Isabel lo estaba tanto o más, intentaba por todos los medios tranquilizar a su amiga de toda la vida.

    —¿Qué más podíamos desear, Amparo? ¿Qué más tú y yo que ver casados a nuestros hijos? Y el hecho de que prefieran vivir solos es humano, es normal, mujer. También tú dejaste a tu madre y yo y todas las chicas casadas, o casi todas. Entiende eso.
    —Si no lloro por eso, Isa. Si no es por eso. Es que… no sé por qué lloro.

    Ernesto fumaba y bebía a pequeños sorbos una copa de coñac.

    Oía a las dos mujeres apoltronado en el butacón, viendo la imagen de la televisión sin sonido, y a la vez pensaba.

    —Supongo que serán felices —decía Amparo machacona.

    Ernesto se preguntaba si lo serian realmente.

    Él los evocaba cuando se fueron pocos minutos antes. A su casa. A la luna de miel.

    Él no fue un novio tan inexpresivo como Santi. Él estaba loco de contento. Pero a Santi nunca se le notaba cuándo estaba contento o no. Eso lo sabría Cris.

    Pero ¿lo sabría realmente Cris?

    —Es tan así, mi Santi…

    La voz de Amparo tenía un deje raro.

    —Si he de ser sincera, rara vez me da un beso. Y soy su madre.
    —Pero Cris es su esposa. Amparo.
    —Sí, Isa, sí. Ya lo sé. Es que estoy tan emocionada que no sé lo que me digo. Yo creo que tuve mucha culpa de que Santi fuese así.
    —Isa, es tarde —dijo Ernesto.
    —Oh, sí. —Se puso en pie y besó a Amparo—. Anda, acuéstate y no pienses más. Verás qué felices son.

    ¿Lo creía ella?, se preguntaba Ernesto.

    ¿Creía realmente Isa en la felicidad de Cris y Santi?

    ¿Lo creía él?

    —Hasta mañana, Amparo —dijo, y la besó como la había besado su mujer.

    Ernesto daba vueltas en la cama. Isabel también las daba.

    —Parece que hoy la cama es más estrecha, porras —rezongó Ernesto—, y es como siempre.
    —Te mueves tanto…
    —Sí, es posible. Pero tú…
    —Ernesto…
    —Dime, Isa.
    —¿Qué piensas?
    —No sé.
    —Yo tampoco sé, pero creo que pienso.
    —Nunca se puede decir eso si realmente no se sabe lo que uno piensa.
    —En ellos, ¿verdad?
    —Es posible.

    Isa se sentó en el lecho.

    Ernesto no se movió, pero encendió la luz.

    —Ernesto, digámonoslo.
    —¿Decirnos?
    —Tienes miedo de que no se entiendan.

    Ernesto también se sentó.

    —Yo nunca entiendo cosas así, Isa. Como hombre es formidable. Como seguridad a su lado la tendrá Cris. Pero ¿te conformarías tú con tener seguridad a mi lado? ¿Y la felicidad física que te di? ¿La felicidad moral? Es lo que no concibo. No me imagino a Santi haciendo el amor a Cris. Ni a Cris refugiando sus ansiedades de mujer en Santi. Por más vueltas que le doy en mi cabeza, no los veo. ¿Entiendes? Es mi inquietud.

    Isa también pensaba cosas así, pero firme en su deseo de no pensar, murmuraba:

    —A Cris nadie le obligó a casarse con Santi.

    Esa era la conclusión a la que llegaba Ernesto en sus pensamientos.

    Por eso apagó la luz.

    —Sí, eso es verdad. Nadie la obligó. Olvidémoslo. Isa.

    Seguían siendo tan egoístas como siempre, como cuando nació Cris, como cuando empezó a vivir, como cuando empezó a irse con Domingo todos los fines de semana…


    —Este es tu cuarto —le dijo Santi, con su voz un poco ronca—. Y aquel otro el mío. Está bien así, ¿verdad, Cris?
    —Sí, Santi.
    —Pues acuéstate. Estás cansada. Mañana, si quieres, Hablamos. Pero yo entiendo que es mejor no hablar.
    —No debemos escapar del diálogo. Santi.

    El sonrió. Aquella sonrisa suya que no conocía su madre, ni su suegra, ni su suegro.

    Ni aquel ademán cálido de su mano al posarse en sus dedos y oprimírselos.

    —No hay nada que decir. Cris. Nos hemos casado. Vamos a iniciar una vida juntos. Vamos a tener un hijo y te digo en verdad que me gustaría que lo tuvieses.

    El apartamento lo había alquilado amueblado, era juvenil, bonito y confortable. En la salita, los dos parecían lo que jamás dejaron de ser: dos buenos amigos. Dos entrañables amigos.

    Pero Cris empezaba a ver a Santi de otra manera.

    —Santi, dime, dime —se apasionó Cris de súbito—, ¿por qué eres así? ¿Y por qué los demás piensan que eres un ser frío, indiferente, casi déspota?

    Santi no dijo nada. Alzó aquella mano que se posaba en sus dedos y la llevó a los labios.

    La besó despacio y sus negros ojos miraban a Cris sin gafas, con aquella mirada suya que no parecía tan inmóvil.

    —Nunca me importó lo que los demás pensaran de mi, incluyendo a mi madre, Cris. No pienses que no la quiero. Realmente la quiero, pero me hubiera gustado que en mi niñez fuera mi amiga, mi confidente, que me preguntara qué deseaba y qué sentía y muchas más cosas que una madre debe de preguntar siempre a sus hijos. Tampoco estoy de acuerdo con la forma de ser de tus padres. No se han preocupado nada de por qué te casabas. Te casabas con un hombre que ellos creen que va a sostenerte. Pero, además de sostenerla, un hombre debe de hacer feliz a una mujer. Feliz física y moralmente. ¿Entiendes, Cris? Y ellos huyeron de esas interrogantes, de esos temores. Es más cómodo no preguntarse nada y aceptar las cosas como se presentan. Pero ellos saben, en su fuero interno, o al menos así lo piensan, que tú y yo no podemos ser felices, porque a ti te consideran muy joven y a mí un inexperto, un orgulloso de mi profesión, un tipo seco, deshumanizado, un hombre sin ansiedades, sin deseos.
    —Santi, yo no te considero así.
    —Es por eso que nos hemos casado. Cris. Porque los dos nos conocemos—. Porque yo tengo mis defectos y tú me los disculpas. Y tú has hecho algo que no debías, pero si confiabas en mí para contármelo, para ayudarte, tenía que confiar yo en ti, ¿entiendes?
    —Santi, ¿debo admirarte o qué debo hacer?
    —Irte a la cama. Cris. ¿Y sabes? A mí me gustaría irme contigo y ser feliz a tu lado. Y hacerte una mujer de verdad. Pero tengo miedo.
    —¿Miedo?
    —De nuestra precipitación. Tú vas a llegar a amarme mucho. Cris, pero después, cuando pase el tiempo, cuando los dos nos conozcamos como hombre y mujer. De momento sólo nos conocemos como amigos y somos entrañables. ¿Sabes? Bueno, te pareceré idiota, pero lo cierto es que yo no sé aún si te amo de veras o si sólo me gustaría acostarme contigo. ¿Te das cuenta de la diferencia? No sé cómo explicarte. La verdad es que, como hombre amoroso, no tengo muchas experiencias. Como hombre tan sólo, si, pero tú para mí no eres aún un ser amoroso. Yo necesito saber que te amo y te necesito y a la vez que tú me necesitas a mí y me amas.
    —Santi, eres distinto.
    —¿También tú me creías como ellos?
    —No. Yo tenía motivos para saber cómo eres. Pero… pero… eres mejor.

    El rió.

    Una risa cálida y suave.

    —Vete a la cama, anda. Ya pensaremos, ya nos conoceremos. Tenemos tiempo. Mucho tiempo. Yo no te estoy haciendo el amor, ¿comprendes? Te estoy hablando de mí y te estoy hablando de ti. Me gustaría que nuestra unión se cimentase sobre una verdad, la verdad de los dos. Ni tú fuiste falsa para contarme tu vida, ni yo lo fui para admitir todas las consecuencias de tus errores. Porque yo también cometí errores, Cris, no creas.
    —¿Tú, errores?

    Parecía imposible que el rostro seco, paralizado de Santi se movilizara así, se humanizara, cobrara aquella vida propia.

    —Sí, sí. Cris. Yo debí hablarte de mí mismo, de mis ansiedades, de mis deseos… No me mires así. Cierra los ojos. Piensa un segundo. Piensa si en aquellas noches que ibas a mí cuarto yo te hubiese dicho lo que sentía, lo que tal vez deseaba y me callaba. ¿Lo has pensado?
    —No.
    —Pues piénsalo. Y entonces todo sería distinto. Nos unía una gran amistad. ¿Por qué de ahí no podía nacer un gran amor?
    —Oh, Santi…
    —No me mires así. Si no te estoy diciendo que ahora lo desee. Cris. Si es que estoy reflexionando en voz alta. Anda, ahora vete a la cama. Descansa. Piensa que iniciamos una vida juntos y que vamos a procurar los dos ser así, como somos, no como los demás piensan que somos, sino como somos realmente.

    Le ayudaba a ponerse en pie y aún empujándola blandamente hacia el pasillo, iba diciendo a media voz:

    —No temas nunca conmigo. Nacerá tu hijo y será mi hijo, y cuando vaya a nacer nos iremos. Nos esfumaremos. Si algo hay que saber, lo vamos a saber tan sólo los dos.

    Cris, instintivamente, se oprimió contra él.

    Ya ante la puerta del cuarto que iba a ocupar Cristina. Santi elevó un brazo y atrajo hacia si, por los hombros, la figura femenina.

    Ella levantó la cabeza. En la penumbra, el rostro tenía una expresión como expectante. Interrogante… Santi sonrió y fue cálido, extrañamente conmovedor su ademán cuando inclinado hacia ella suave y lentamente, le tomó la boca en la suya.

    Fue un segundo. Pero los labios abiertos de Santi en los suyos plegados, produjeron como una sacudida.

    Se estremeció de pies a cabeza. Jamás con hombre alguno le había ocurrido aquello.

    —Santi —dijo.

    Y su voz tenía un matiz ahogado.

    Santi sonreía. Como aturdido, como nervioso.

    —Buenas noches. Cris —dijo de modo raro—. Buenas noches.

    Y después, en la penumbra, en el silencio, sus pasos resonaron rectos y firmes al alejar se de allí.


    Capítulo XII


    La vida se inició así. En común, como si siempre estuvieran predestinados a ser amigos entrañables sin más.

    Ni él volvió a besarla, ni le habló jamás, en muchos días de todo lo ocurrido. Es más, cuando un día ella intentó volver sobre el asunto. Santi dijo amable, pero firme: «No te lo dejaré decir. Cris.»

    Cris empezó a conocer a Santi dentro del hogar. Su delicadeza, sus silencios, sus medias sonrisas que poco a poco, al menos para ella, eran cada vez menos inexpresivas. En cambio, cuando sus padres pasaban a visitar los o iban ellos a su casa. Santi volvía a ser el hombre ausente, que hablaba poco, que no escuchaba, porque daba la sensación de hallarse siempre muy lejos de todos los que le acompañaban.

    Era luego, al regresar en el auto, cuando Cris hacía un comentario:

    —No me extraña que te consideren un palo.
    —Ah, ¿es así como me consideran? ¿También mi madre?
    —Todos. Yo creo que hasta tus clientes.
    —Tengo pocos clientes, pero los pocos que tengo son buenos y me aprecian de veras. Les soluciono sus papeletas y eso no se olvida. —Soltaba la mano del volante y apretaba los dedos de Cris—. No importa lo que ellos crean de mí. Sólo importa que tú en nuestra casa no te canses.

    Era lo raro, que no se cansaba. Que esperaba su llegada con ansiedad, que le gustaba escucharlo, que él, en las sobremesas, le con taba todo lo que había hecho durante el día y cuando tocaban el tema de la futura notaría, era cuando Santi cortaba con un: «No lo haré ahora. Tal vez más adelante.»

    A veces iban al teatro. Se encontraban amigos que sólo lo fueron de Cris y que ni siquiera conocían a Santi y ante los cuales Santi no se esforzaba en ser amable.

    Después Cris, al regreso, se lo decía:

    —No has sido más que cortés.
    —Comprenderás que no los conozco de nada, mi cortesía es más que suficiente.
    —¿Siempre has sido así, Santi?

    El la miraba entre asombrado y dolido.

    —¿Tanto te disgusta como soy?

    No le disgustaba.

    Para ella no era así. Por eso se asombraba de que pudiera fingir tanto.

    Pero Santi la sacó de su error.

    —Yo no finjo nunca. Se trata de que soy así. De que no me interesa la gente, que no conozco. De que no esfuerzo mi amabilidad por nadie porque no creo que nadie la esfuerce por mí.
    —Pero para mí eres distinto.
    —Precisamente porque lo siento así. No finjo, no tengo careta para ti. Desde niño te vi a mi lado. Me habitué a oírte y a que tú me escucharas. Eso es todo. Cris.

    El tiempo iba transcurriendo, y un día, cuando se hallaba él en su despacho. Cris le llamó por el teléfono interior.

    —Si puedes venir en seguida… —le dijo, con voz sofocada.

    Él saltó.

    Corrió al interior de la casa, pues la oficina la tenía en el cuarto casi pegado a la puerta de entrada. Entró en la alcoba de Cris y la vio retorciéndose de dolor.

    —Cris, ¿qué te pasa?
    —No lo sé. Me siento… me siento…

    Todo fue muy precipitado. Al rato llegaba una ambulancia y Cris y Santi se iban en ella.

    Todo fue confuso, pero tan rápido que Santi no tuvo tiempo ni de pensarlo.

    Cuando a las dos horas se encontró con un médico que lo reclamaba a su despacho, Santi fue tras él como un sonámbulo.

    —Lo siento por ustedes, señor Azpeitia, pero su hijo se ha malogrado. No he podido hacer nada.

    Santi bajó los ojos.

    Pensó un montón de cosas.

    No supo si sentía alegría o desesperación, pero si supo que le gustaría ver a Cris para consolarla.

    —¿Puedo verla? —fue lo único que preguntó.
    —Sí, claro. Acompáñeme. Lo siento, señor Azpeitia. Hice todo lo posible por contener la hemorragia, pero no ha sido factible.

    Pudo preguntarle de cuántos meses y mil cosas más. Pero nada de todo aquello le interesaba. Sólo Cris y su estado actual.

    Y pensó: «Debo ser raro como dicen todos. Debo ser un tipo extraño. Y debo de amar mucho a Cris… Sí, debo de amarla, creo que la amo mucho »

    —Aquí es, señor —dijo el médico, deteniéndose—. Son ustedes jóvenes y pueden tener muchos hijos. No hay por qué desesperarse.

    Santi se preguntó por qué se lo decía puesto que él en ningún momento demostró estar desesperado. Pensó que era rutina, como él cuando uno de sus clientes perdía un juicio, también decía cosas parecidas. «Lo siento. Hice todo lo que pude.»

    Consuelos absurdos.

    Empujó la puerta y entró en el cuarto en penumbra.

    —Cris —llamó, y se sentó en el lecho a su lado.

    Cris abrió un poco los ojos y buscó a tientas los dedos masculinos. Los apretó mucho. No dijo nada. Ni una palabra. Sólo apretaba más y más aquellos dedos que le habían ayudado.

    —Se ha desbaratado todo —decía Santi, a media voz—. Pero no sé qué decirte, Cris, ni cómo consolarte.

    Era grato oírle.

    Pensar que sentía lo ocurrido sólo por ella.

    —Ya verás cómo te repones en seguida.

    Cris asentía sin pronunciar palabra.

    —Todo se olvida. Cris. ¡Todo!

    Ella volvía a asentir.

    Después se quedó dormida con los dedos de Santi entre los suyos.

    Se olvidó de la familia de Cris y de su propia madre. No regresó a casa aquella noche. Se quedó junto a Cris en la alcoba del hospital y a la mañana siguiente fue a la oficina como todos los días, y después de cerrarla volvió al hospital y aquella misma noche regresó con Cris a casa.

    Cuando Cris se estaba instalando en la alcoba sonó el timbre.

    Santi no pensó en la familia de su mujer ni en su madre. Pero fue a abrir como un autómata.

    Los vio a los tres allí. Pálidas las mujeres, furioso el hombre.

    —Santi —decía Ernesto, secamente—, ¿cómo es que no nos has avisado?
    —Pasad —dijo Santi, a media voz—. No grites así… Cris acaba de acostarse.
    —Y regresa del hospital —dijo Isabel, sollozante—. ¿Cómo es que no nos has avisado? Dos días en el hospital y hubimos de enterarnos por pura casualidad. Porque el médico del hospital es amigo de mi marido.

    Santi se estremeció.

    Tal vez lo que él no quiso saber lo quisiera saber Ernesto. Escrutó su cara y en ella sólo había el natural reproche al yerno por no advertir que su hija estaba en el hospital.

    —Pasad —volvió a decir—. Hace frío aquí.

    Y como un autómata dio la vuelta sobre sí mismo.

    Las tres personas le siguieron: Amparo, sollozante; Isabel, dolida: Ernesto, furioso.

    —Id a ver a Cris —dijo Santi—. Acaba de acostarse. No le habléis de lo ocurrido. Bastante lo lamentamos los dos.


    —Hace dos meses que te has casado —decía Ernesto, yendo de un lado a otro de la salita—. Apenas si vas por casa y encima tienes a tu mujer embarazada y ni lo comentas. ¿Es que tan poco interesa un hijo para ti?

    Mucho.

    Ojalá fuese suyo.

    Ojalá pudiera él tener hijos con Cris.

    —Parece imposible. Siempre te consideré un extraño en tu forma de ser, Santi, pero esto es pasarse de la raya.

    Santi pensó que podía decirle muchas cosas a Ernesto, pero pensó, a la vez, que no merecía la pena gastar saliva.

    Lo esencial eran Cris y él y el futuro y todo lo que pudiera ocurrir dentro de aquel futuro. Pero lo que pensara o sintiera Ernesto carecía ¿e toda importancia.

    —¿Quieres tomar algo? —preguntó por toda respuesta.

    Ernesto agitó el puño en el aire.

    Iba a gritar de nuevo, pero Santi, presintiéndolo, preguntó de nuevo mansamente:

    —¿No quieres ver a tu hija?

    Ernesto abrió y cerró la boca. Después dio una patada en el suelo y se fue directamente al cuarto de Cris.

    Santi quedó solo.

    Miraba ante sí. No sabía si veía nada.

    Sabía que miraba, eso sí.

    —Santi —dijo la madre, apareciendo—. Santi, lo siento.
    —Gracias, mamá.
    —Hijo… Ernesto está furioso.

    La miró fijamente.

    —¿Y tú? ¿No estás tú furiosa, mamá?
    —Yo… ya te conozco… Eres tuyo, tan introvertido, tan…
    —¿Tan qué mamá?
    —No sé, Santi, no sé. Lo único que puedo decirte es que Cris te conoce y te ama. Dice que no siente tanto lo de su hijo malogrado porque sois jóvenes y podéis tener más. Es lógico. Cris es una niña aún. Cris no se da cuenta de que un hijo nada tiene que ver con el otro, salvo que son hermanos. Quiero decir que a cada hijo se le quiere por lo que es.
    —Tú no me has tenido más que a mí.
    —Pero perdí otros dos y los sentí como si estuviesen vivos, caminaran y me llamaran mamá.

    Apareció Isabel gimoteando.

    Ya sabía Santi por qué no las había llamado. Pensó que siempre se enteraba de lo que tenía en el subconsciente cuando ya todo había pasado.

    No las había llamado por evitar aquellas emociones, aquellos lamentos. Él vivía realidades, no dramas novelescos. El vivía la vida, no la pantomima.

    —Santi, la pobre Cris está deshecha.
    —Es comprensible, Isabel —dijo tan sólo.

    Y deseó que se fuese, que lo lamentasen todo en sus casas, no allí, en la suya.

    Luego apareció Ernesto más sereno.

    —Es decir —miraba a su yerno censor— que si Cris se muere, nos hubieras llamado para el funeral.

    Santi sonrió apenas.

    —No la vi en peligro en ningún momento y sé lo que siento por ella y de lo que soy capaz para cuidarla. No os necesité. Si falté en algo fue en no preguntarle a Cris si realmente os necesitaba.
    —Santi, cada día eres más incomprensible.
    —¿Queréis tomar algo? —preguntó, y su acento tenía un tono tajante, como diciendo que había oído lo suficiente y que no deseaba oír más.

    Las mujeres no tomaron nada. Ernesto tomó una copa y luego, al fin, se fueron.

    Santi, paso a paso, después de cerrar la puerta, respiró mejor, avanzaba por el pasillo en dirección al cuarto de Cris.

    —¿Te has dormido? —preguntó.
    —No, Santi. Me siento bien. Estoy despierta Pasa. ¿Se han ido? —Y riendo—: Estaban furiosos todos.

    Santi se sentó en el borde de la cama y retiró los cabellos rubios de la frente de su mujer.

    —No creas que censuro su enojo —dijo, pensativo—. Soy así. Me olvido de todo el mundo cuando algo me acapara el pensamiento. Y debe ser que soy un vanidoso y que me considero capaz de solucionar yo sólo todas las papeletas. Lo siento. Cris. Lo siento por ti.

    Cris le miraba fijamente. Y Santi preguntó, un tanto aturdido:

    —¿Por qué me miras así?
    —No sé, Santi. A veces me pareces un niño generoso, otras un hombre egoísta. Algunas…
    —Sigue.
    —Pues…
    —Sigue, Cris.
    —A veces… un extraño. Un desconocido.
    —¿Y ahora qué te parezco?
    —Tú —dijo ella, de modo raro—. Me pareces tú…, sólo tú.


    Capítulo XIII


    Era cierto. Le parecía él. Un él distinto a todos los demás. No sabía aún si para mejor o para peor.

    Pero sí sabía que la vida junto a Santi nunca era monótona, ni pesada, y que le gustaría estar a su lado más horas del día y si pensaba en sí misma como mujer y en Santi como hombre tan sólo, sentía en su ser como una sacudida. Como si de pronto deseara conocer al hombre que había dentro de Santi.

    Al hombre emocional, temperamental, despojado de todo su poder cerebral para amarla solamente.

    Lo estaba pensando en aquel instante, entretanto Santi reía de una forma algo confusa, a causa de lo que ella había dicho: «Tú, me pareces sólo tú.»

    —No sé lo que eso significa —dijo Santi, al rato, sin dejar de mirarla—. Si mucho, si poco, si nada… Pero me gusta que digas eso, que pienses eso. —Sus dedos continuaban acariciando el pelo de Cris y rodaban por su hombro desnudo y se quedaban allí como paralizados, acariciantes—. Te voy a decir una cosa. Cris —añadió bajísimo, como si se diera una explicación a sí mismo—, debiera de sentirme enojado, furioso, condenarte mucho, censurarte. ¡Qué sé yo! Pues no. Nunca te he censurado. Nunca me sentí lejos de ti —sonrió apenas, nervioso, aturdido—. Esto es lo que no siempre comprendo. Cuando pienso en ello, me considero un extraño ante mí mismo, pero contento. Contento de ser así para ti.

    Guardó silencio.

    Cris sentía en su garganta aquellos dedos que de repente parecían electrizantes. De súbito, con un instinto raro en ella, los asió y los apretó contra la mejilla. Se quedaron así, mirándose. Él confuso; ella, confusa.

    Pero se miraban fija y quietamente.

    Fue fácil que los rostros se acercaran y que Santi se quedara allí, mirándola sin arrebato, con una dulzura que denotaba la ternura misma.

    La besó así.

    Despacio.

    Cris, tendida en el lecho, alzó una mano. Le temblaban los dedos.

    Sentía los labios de Santi abiertos y abrió la boca.

    Fue un segundo de tensión intensa.

    Santi la soltó y la mano de Cris quedó en el aire. Temblando, como si los dedos se perdieran unos en otros.

    Cris iba gritar, a decirle…

    Pero…, ¿decirle, qué? ¿Qué cosa podía ella decirle a Santi? ¿Que se quedase a su lado, que la mirase, que la besase otra vez?

    No sabía. Pero si sabía que la compañía de Santi nunca representó tanto para ella. Que ningún otro hombre le hizo sentir aquella sensación de plenitud, de goce intenso.

    —Descansa, querida. Tendrás que estar en la cama dos o tres días y guardar reposo y cuidarte mucho.
    —Pero si el médico ha dicho que mañana podía levantarme. Santi, no ha sido nada. Ha sido todo más fácil de lo que supones. No hubo intervención quirúrgica, bien lo sabes.
    —De todos modos —se diría que hablaba y procuraba no mirarla—, yo prefiero que te quedes bien. Cris. Un día… me gustará tener un hijo tuyo. Un hijo o muchos hijos.
    —¡Santi!
    —Ahora duerme…

    Se quedó sola y cerró los ojos.

    No sabía si lastimaba la felicidad. Pero casi lastimaba. Era física y moral. Era todo en su vida.

    ¿Cómo pudo ella pasar al lado de Santi sin darse cuenta de que lo prefería a todos los demás? ¿Es que podía haberla cegado la creencia tan absoluta de que era su mejor amigo?

    Para ella, además de amigo, debió de ser siempre hombre. Eso debió de ser.

    Pero ¿qué sabía ella de aquel hombre?

    Lo sentía andar por la casa. Encender y apagar luces. Recogiendo la salita.

    Era como si naciera en ella una sensación de plenitud indescriptible. Como si la vida que tenía dentro se extendiera a todo lo que tocaba y miraba.

    Se quedó dormida con la sensación de que nunca estaría sola. De que Santi llenaba todos los rincones de la casa y de su vida.

    Sólo le faltaba una cosa. Hacer que Santi cobrara alegría a la vida, volviera a preparar las oposiciones a notaría y las sacara algún día e irse con él al rincón del mundo donde le destinaran.

    Eso era todo.


    Despertó a la mañana siguiente y se sintió bien. Se tiró del lecho. Buscó la bata y las chinelas y fue a cepillar el largo cabello ante el espejo. Fue cuando lo vio aparecer en la puerta de la alcoba vestido ya, listo para irse a la oficina.

    —No debiste levantarte. Cris. Voy a buscar tu desayuno.
    —No —se aturdió ella, porque era la primera vez que Santi la veía vestida así, tan íntimamente—. Yo misma me lo prepararé.
    —Si ya hice yo el café. Quédate ahí donde estás. —Fue hacia ella y la empujó hacia una cómoda butaca—. Así es. Ahora te traeré el desayuno.
    —Pero… me haces inútil, Santi.

    El se fue y regresó al rato sosteniendo una bandeja con el desayuno.

    —Vas a estar sola toda la mañana. Yo tengo un asunto en el juzgado. Una vez desayunes, vuelve al lecho.

    Y la miraba a los ojos con ansiedad.

    —Cris —dijo, y su voz cobraba una rara vibración—, quiero que te cuides, que te pongas buena. ¿Oyes? Haz lo que te digo, querida.

    Otra vez sus labios rozaron la boca de Cris. Ella se estremeció de pies a cabeza. Hubiera querido apretar aquel beso, atraer a Santi hacia sí, pedirle que se quedara con ella en aquel lecho, que le permitiera conocerlo.

    Pero Santi dejó de besarla y salió como si tuviera miedo oírle a ella pedirle se quedara, y él… quedarse.


    —Preferí Venir sola —dijo la madre, un si es no es angustiada—. Tu padre es un exaltado y lo que no acabo de comprender es por qué no acepta a Santi tal como es, si es que a ti te gusta así.

    Le gustaba.

    Tendida en el lecho cerraba los ojos. Lo imaginaba besándola, mirándola, hablándole con aquella suavidad suya… Si, pensara lo que su padre pensara, ella sentía que jamás había deseado estar con un hombre como deseaba estar con Santi.

    Debió desearlo toda la vida.

    —No, no es que Santi me resulte simpático, pero es tu marido y si tú le aguantas…
    —Mamá…
    —Perdona. Nos ha parecido muy mal lo que ha hecho.

    ¿Qué cosa?

    ¿Por qué para ellos Santi siempre estaba haciendo cosas con las cuales ninguno de los dos estaba de acuerdo?

    —Siempre me has dicho que Santi sería mi marido ideal.

    Isabel enrojeció.

    —Se notaba que te quería.

    La chica miró a su madre desconcertada.

    —¿Cómo dices? ¿Se notaba qué?
    —Bueno —se aturdió Isabel—, yo creo que siempre pensé que te quería. Lo raro es que tú no te dieras cuenta. Pero yo sigo pensando que es un hombre muy raro, muy introvertido.

    Para ella no lo era.

    Nunca lo fue.

    Ni cuando era tan sólo su amigo y ella iba a contarle sus cosas.

    —Cris, dime la verdad. ¿Estás muy enamorada de él?

    ¿Lo estaba?

    ¿O era tan grande aquel cariño suyo de amigos que lo confundía?

    —Cris, ¿le amas tanto?
    —Debo de amarlo —dijo concentradamente—. Si, debo de amarlo.
    —¿Debes? ¿O quieres amarlo, Cris?

    ¿Por qué tenía su madre que meterse en aquellas cosas?

    —Quiero amarlo y sé que lo amo. Está claro, ¿verdad, mamá?
    —Me alegro. Pero esta vida que hacéis un poco de ermitaños es bien rara. Ni alternas, ni haces vida social de ningún tipo. ¿Crees que vas a aguantar mucho?

    ¿Qué le había ocurrido a ella cuando hacía vida social?

    —Mamá —y su voz tenía una fuerza extraña que paralizó un poco a la madre—, hagamos lo que hagamos Santi y yo es cosa que no debe importarte mucho. Es nuestra vida, ¿entiendes? Somos nosotros los que la vivimos y si la vivimos así será porque nos gusta.
    —No lo entiendo. Cris. Me parece que tiene razón tu padre. Te estás volviendo tan introvertida como Santi.
    —Pero aun siendo así, a ti te gustaba para marido mío porque no has puesto impedimento alguno a nuestra boda.
    —Sería un desatino. Santi es el mejor hombre para cimentar un hogar, pero yo creía que tu abertura social abriría la de San ti. La ensancharla. Santi es hombre que vive su propia vida y no se preocupó jamás de otra cosa. Pero para vivir en sociedad, yo creo que se debe de compartir la vida con los demás, y para ello la vida social es fundamental.

    No le apetecía salir de aquella casa.

    No le apetecía ver otros hombres y otras mujeres.

    O se estaba volviendo como Santi o sin darse cuenta ella misma prefería la soledad de dos, que su propia soledad en la comunidad humana entera.

    Y se dio cuenta en aquel instante que des de que empezó a alternar, estuvo sola en medio de una inmensidad de gente…

    Únicamente ahora, sola con Santi, se sentía acompañada.

    La conversación tenía lugar en la casa de Cris, adonde su madre había ido a visitarla aquella tarde.

    Sentadas ambas en la salita, se diría que se miraban de hito en hito como si las dos tuvieran miedo de decirse demasiadas cosas.

    —Lo que tu padre dice también, y me parece que tiene razón, es que Santi no debiera de dejar su aspiración a la notarla. No sé qué tiene que ver tu matrimonio con su decisión. Tu padre, te digo, está muy disgustado y pretende que tú presiones a Santi para que se presente a las próximas oposiciones y a todas las que surjan.
    —Nunca presionaré a Santi en ningún sentido. Por otra parte, él opina que ha de ganar para vivir y creo que lo conoces lo bastante para saber que no va a permitir que vivamos de lo que nos deis vosotros. En la abogacía. Santi se está abriendo camino. Hoy mismo no ha podido venir a comer por estar en el juzgado defendiendo un caso. Tiene clientes, pocos, pero interesantes y le pagan bien. —Y con acento cansado—: Mamá, ¿por qué no nos dejáis vivir nuestra vida a nuestra manera? —Y con un deje de reproche en la voz—: Nunca te preocupaste demasiado cuando estaba soltera y me iba los fines de semana con mis amigos, y ahora que estoy casada, que por mi matrimonio soy mayor de edad y que tengo un hombre que se preocupa y trabaja para mí, vienes tú y te inmiscuyes en mi vida. ¿Por qué, mamá?

    Mamá quedó un poco cortada. Miró a Cris con una sensación de súbita culpabilidad y más tarde, ya ante su marido, le decía a aquél:

    —Nunca jamás me pidas que hable a Cris de su vida y la de Santi. Es suya. Les pertenece y se necesitan mutuamente.
    —Y él no se presentará a las oposiciones.
    —Mira, Ernesto, lo que Santi haga o deshaga, allá él. Yo no quiero meterme más a redentora. Cris nunca hará nada que esté en contra de la opinión de su marido, y si Santi decide no presentarse a las oposiciones, a Cris no le costará una sola palabra. ¿Está claro, Ernesto? Así que déjame en paz.


    Capítulo XIV


    La vida en común era plácida, suave, sin grandes emociones porque ambos, si las sentían, las doblegaban, pero resultaba grato y hasta casi conmovedor verlos vivir juntos, respetarse, apreciarse, dominar los instintos si es que existían y sin duda existían.

    Santi nunca le hablaba de su amor por ella, pero poco a poco. Cris fue dándose cuenta de que lo sentía, de que el hogar tenía un sabor que para ella jamás tuvo el hogar de sus padres. Ellos vivían así porque les gustaba vivir y rara vez salían de casa. Sola, ella nunca lo hacía. Cuando Santi salía de la oficina muy temprano, la invitaba a dar un paseo en el auto, su viejo auto, y riendo, comentaba:

    —¿Sabes lo que te digo? Tan pronto como pueda, me compro un auto nuevo. Este tiene más de diez años. Fue el auto que más colores tuvo de la ciudad. Nació blanco y a los tres años se pintó de verde; fue cuando yo lo compré. Luego se desconchó toda la pintura y un buen día lo pinté de rojo escarlata. Me llamaban el chico del auto rojo. Así que a poco lo pinté de azul…

    Otras veces él le decía al llegar a casa y después de besarla en los labios de aquel modo cálido, casi goloso, un poco pecador, un poco reverente:

    —Me gustaría saber bailar para llevarte a una sala de fiestas.
    —¿Nunca has bailado? —decía ella, asombrada.
    —Nunca en mi vida.
    —¡Oh!
    —Pero no creas que me importa. Entiendo que para abrazarte a ti, que eres la única mujer que me interesa abrazar, no necesito bailar contigo.

    Y medio en broma, medio en serio, añadía a media voz, sin que Cris dijera nada:

    —Un día te pediré que seas mi mujer. Cris. No sé cuándo. Tengo que estar seguro de tus sentimientos.

    Cosa rara, ella sentía una emoción profunda, pero nunca le respondía en el sentido de que sus sentimientos estaban bien definidos. Temía no saber hacer feliz a un hombre tan completo como era Santi. Tan sin artificio, tan sano y tan honesto.

    Pero tampoco él esperaba respuesta a su velada demanda; prefería que las cosas llegaran por si solas, sólidas, firmes, para el resto de sus vidas en común.

    No es que él fuese un hombre frío y tan cerebral que todo lo midiese a través de su cerebro, ni de sus emociones, pero desde niño supo doblegar sus gustos, sus inclinaciones y una vez más no era tan difícil. No obstante. Cris podía pensar que era un hombre sin pasiones y para que ella se fuera dando cuenta de que existían aquéllas, de que eran firmes y sólidas, le decía burlón de vez en cuando:

    —Pensarás que soy un tipo sin ansiedades.

    Ella no podía pensarlo. Sabía que las doblegaba.

    Alguna vez su instinto de mujer la inclinaba a buscar ella la caricia o el beso, pero se frenaba. Siempre existía el temor a que él pensara que era una mujer sin moral.

    Así, en aquella intimidad a medias, en aquella camaradería, en aquella plácida existencia fueron transcurriendo los días, los meses. Muchos meses. Seis, por lo menos.

    Un día Santi fue a visitar a su madre y la besó como hacía siempre que tardaba en verla.

    —Hace una semana que no vienes por aquí, Santi —le dijo la dama, con leve reproche.
    —El trabajo aumenta. Cada día es más intenso y delicado. No me gusta aceptar casos desagradables, pero al abogado como yo, que empieza a abrirse camino, no le es dada elección, y cuando te topas con un caso intrincado, necesito horas y horas para ponerlo en marcha y ganarlo.
    —No vas a presentarte a las oposiciones.
    —¿También tú, mamá?
    —No, no. Yo respeto tu modo de pensar, pero siempre fue tu ilusión ser notario.
    —Todos tenemos montones de ilusiones a las que la vida te obliga a renunciar, mamá. Esta puede ser una de ellas. Por otra parte, estoy descubriendo que me gusta ser abogado a secas y que me gusta defender un caso y que gano dinero con ello. Es más, he ganado lo suficiente esta temporada para irme con Cris de viaje uno de estos días. Me voy a tomar una semana de vacaciones.
    —Eso está muy bien. —Y titubeante, porque a ella su propio hijo siempre le cortó un poco, le cohibió—: No… esperáis hijos, ¿verdad?

    Santi se mordió los labios.

    Nunca había puesto los medios para esperarlos.

    Pero eso no se lo iba a decir a su madre.

    —No —fue la breve respuesta.
    —Me gustaría tanto ser abuela…
    —Esperemos que un día lo seas.

    Lo dijo así, sin más. Con aquel acento suyo que no admitía ni comentario ni res puesta.

    Después de una conversación carente totalmente de interés, salió de casa de su madre y se fue a pie a la suya.

    No había una hora antes, decidido nada con respecto a aquel viaje con Cris. Era curioso en él las cosas que le ocurrían. Decidió irse a Madrid cuando supo que las relaciones de Cris eran firmes con aquel muchacho llamado Domingo Torres. Lo supo después. En el instante de tomar la decisión, no pensó en el motivo por el cual lo hacía.

    Cuando acudió al entierro de su tío y pensaba volver a Madrid una vez finalizado el funeral, súbita e inesperadamente decidió quedarse. Supo luego por qué. Porque su instinto su intuición le dijo que Cris lo necesitaba. Pero también esto lo supo después.

    En aquel instante, de nuevo el destino marcaba un punto crucial en su existencia. Cuando entró en casa de su madre, no pensó que se iba a marchar de viaje una semana con Cris. Y, en cambio, de repente, supo que aquel viaje estaba como clavado, fijo, incrustado en su subconsciente.

    Por eso caminaba despacio.

    Por eso él se hacía aquellas mudas interrogantes.

    ¿Podía él continuar doblegando sus ansiedades de hombre?

    ¿Podía él volver a ser el Santi frío, indiferente a todo, dominante de sus pasiones?

    Ya no.

    Vivía con una mujer y aquella mujer era su esposa. Él deseaba que fuese su mujer. Sin forzarla, sin malicias, ni tapujos.

    Que lo fuese porque los dos lo necesitasen.

    ¿El viaje significaba algo en aquel sentido?

    Podía significarlo.

    Entró en un estanco y compró una cajetilla. Encendió un cigarrillo.

    Nadie lo miraba al cruzar la calle. No era un tipo brillante, ni apolíneo. Era un hombre de estatura más bien corriente, moreno de tez, de ojos negros, vestido con una camisa oscura, un suéter de cuello en pico, calzado con unos zapatos marrón normalísimos.

    Usaba gafas de ancha montura; más que nada, lo que parecía era un intelectual, lo era a su manera. Intelectual y casi filósofo para marcar los pasos de su vida, pero real, casi exageradamente real para no vivir de falsedades y mentiras.

    Era grato volver a casa y encontrarse a Cris siempre linda, siempre juvenil, con aquel aire suyo tan femenino. Y darle un beso. Besarla con cuidado, con ansiedad, y sentir que los labios femeninos lo admitían y se gozaban en hacer voluptuoso aquel beso.

    Era grato, si.

    Apuró el paso.

    Nadie en este mundo sentía más felicidad que él al llegar a casa. Claro que él no era nadie para medir la felicidad de los demás. Pero si para medir la suya, sopesarla y garantizarla.

    Apuró el paso como si de repente tuviera mucha prisa.

    Le diría a Cris… Le diría: «Mañana nos vamos de viaje. Así, en nuestro coche color naranja. No sé dónde llegaremos, pero nos vamos. Adonde sea. Una semana alejados de todo el mundo…»

    Se lo diría tan pronto llegara.

    Sintió que se le ensanchaba el pecho, que todo era más diáfano aquel anochecer.


    Se hundía en el sofá de la salita y miraba el techo con expresión ausente.

    Pero no estaba ausente. Estaba allí, en su casa y le agradaba pensar que era su casa y que la compartía con Santi, y se preguntaba cómo pudo ella pasar por la vida de Santi sin pensar que era un hombre, pensando que sólo era su amigo.

    Se preguntaba, asimismo, cuándo terminaría aquella amistad de ambos para añadirle una pasión justificada a su matrimonio.

    Ella hubiera querido decírselo a Santi: «Te necesito, Santi. No como amigo. Siento que te necesito como mujer que soy y como hombre que tú eres.»

    Pero era duro decirlo.

    Ella no se atrevería jamás a decírselo.

    Había una barrera por medio o tal vez sólo se imaginaba ella que la había porque tantas veces quiso decirle a Santi algo relacionado con Domingo Torres, él le cortaba.

    Es más, en una ocasión ella le suplicó:

    «Déjame contártelo.»

    Y Santi dijo, con mucha suavidad:

    «Eso no existió.»

    Y si era así. si él lo sentía así, ¿cómo no consolidaba aquella unión matrimonio, con un matrimonio efectivo, no con aquella ficción?

    Pero no. tampoco era eso.

    Santi era incapaz de fingir una ficción. Santi nunca precipitaba las cosas. Llegaban y las admitía, pero sólo cuando sabía que podían libremente ser admitidas y tal vez consideraba que ni él ni ella estaban aún preparados para comprenderse y necesitarse plenamente.

    Pero es que ella si lo estaba.

    Entonces ¿era Santi el que dudaba aún de sus sentimientos respecto a ella?

    Tan embebida estaba en sus pensamientos que no le sintió entrar, ni avanzar pasillo abajo, ni lo vio recostado en el umbral de la salita.

    Sólo cuando él estuvo de pie ante el diván donde ella se hundía. Cris, como pillada en falta, fue a incorporarse.

    Santi hizo un gesto y su voz sonó tranquila y cálida:

    —Quédate como estás.

    Y seguidamente se sentó en el borde del diván y le puso la mano en el hombro.

    —Estás hermosa. Cris.

    Ella abatió los párpados.

    A veces le daba vergüenza. De la mirada de Santi, de sus besos, de sus caricias.

    Le producían como un encogimiento.

    Como si tanto desearlas, le causaran inquietud y vergüenza.

    —Estás linda, sí —repitió él. Y muy bajo—: ¿Qué has hecho toda la tarde?
    —Estar aquí…
    —¿Sola?
    —Esperando… por ti.

    Él sonreía. Aquella sonrisa suya que parecía ensancharle la mirada oscura.

    —He ido a ver a mi madre.

    Hablaba, pero su mano rodaba por el busto femenino, se detenía, volvía a moverse.

    —Santi…
    —Estuve con ella, si. Mama dice…, ¡qué sé yo lo que dice!

    Se inclinó hacia ella, y así, sin apresuramiento, con aquel hacer suyo posesivo y suplicante a la vez, le tomó suavemente la boca en la suya.

    Ella se apretó instintivamente contra él.

    Fue grato, inefable estar allí con un Santi apasionante.

    Cris elevó los brazos y le cruzó el cuello. Se quedaron así, pegados uno a otro, a media luz, silenciosos, como si aquel silencio fuera más elocuente que cuantas palabras se pudieran decir.

    Los besos casi lastimaban, pero eran cálidos, hábiles.

    —Santi…

    Santi no decía nada. La pegaba a su cuerpo y la besaba una y otra vez. En los ojos, resbalándole los labios hasta la boca suave de Cris.

    En la garganta.

    —Santi…
    —Calla, cariño, calla…
    —Es que…
    —Calla.

    Y volvía a besarla largamente.

    En aquel instante sonó el timbre del teléfono.

    Santi se crispó.

    Soltó a su mujer. La miró desolado.

    Ella dijo quedamente:

    —No… no contestes.

    Tenía que contestar.

    —Vuelvo en seguida.

    Y se fue hacia el aparato telefónico. Cris se sentó. Miró ante sí.

    El momento de unión, de verdadera unión física y moral, había fallado. Había sido cortado. Conocía a Santi. Sería distinto después cuando volviera a su lado. Lo veía allí, sentado, asiendo el auricular a pocos pasos de ella.


    Capítulo XV


    Diga…
    —Santi, eres tú. Oye, estamos pensando Ernesto y yo que vengáis a cenar con nosotros.

    Cris odió a su madre.

    Odió a su padre, que seguramente fue quien le mandó llamar.

    —Lo siento, Isabel, pero no… podemos.
    —Pero ¿por qué no?

    Cris se tiró del diván.

    Alisó maquinalmente la falda.

    Oía la voz de su madre atiplada, casi chillona, la de Santi pausada, cansada, molesta.

    —Mira. Santi, voy a pensar que tienes presa a mi hija.
    —Pregúntaselo a ella si eso te intriga, Isabel.
    —Siempre has sido un…
    —Dilo, mujer.
    —¡Bah!
    —Gracias de todos modos.
    —No, no, espera. Se va a poner Ernesto.

    Cris salió de la salita.

    Sabía que el sortilegio, aquel maravilloso sortilegio había sido rasgado, cortado. No volvería a reanudarse, al menos… de aquella manera tan natural para ambos.

    —Que se ponga —le oyó decir a Santi.

    Volvió súbitamente sobre sus pasos. Crispó las dos manos en el marco de la puerta y miró a su marido.

    —No les hagas caso —dijo.

    Santi la miró tan sólo.

    —Dime, Ernesto.

    Cris tuvo curiosidad por saber lo que decía su padre y se acercó a Santi.

    Se sentó a su lado.

    —Os invitamos a comer. Estuvo aquí tu madre y nos dijo lo de vuestro viaje.

    Cris miró a Santi y éste movió los ojos.

    La miraba tan sólo.

    —De modo que eres muy capaz de irte sin siquiera despedirte.
    —Nos vamos mañana por la mañana.
    —¿Cómo?
    —Mañana por la mañana —repitió Santi, sin apresuramiento—. Os despediremos ahora por teléfono.
    —Oye, chico…
    —Dame el teléfono —dijo Cris, sin entender aún lo del viaje, pero fuera lo que fuera, que su padre los dejara en paz.

    Santi no se lo dio.

    Hizo un gesto gracioso como diciendo: «Son unos pelmazos, pero yo puedo con ellos.»

    —¿Se puede saber adónde vais?
    —No.
    —¿Cómo que no?
    —¡A vosotros qué más os da adonde vayamos!
    —Es el colmo.
    —Ernesto, en este momento le estaba haciendo el amor a mi mujer y a los dos nos gusta hacérnoslo. Te lo digo porque eres hombre y seguramente te viste en trances semejantes.
    —Pero ¿es que aún estáis en ésas?
    —Buenas noches, Ernesto.
    —Aguarda.
    —¿Aún más? Te digo que nos marchamos mañana por la mañana. Tal vez nos vayamos ahora mismo.
    —Pero tu trabajo…

    Santi lanzó un bufido.

    —No me digas que también te vas a meter en mi trabajo.
    —Pues…
    —No, no, Ernesto. No te lo voy a consentir. Buenas noches. Dale un abrazo a Isabel y otro a mi madre. Hasta la vuelta.

    Colgó.

    Quedó un poco tenso.

    Miraba el aparato telefónico con irritación. De repente, dijo:

    —Tanto preocuparse ahora, que tienes un marido que te protege y te defiende y te quiere, y antes, cuando realmente lo necesitabas, no se preocuparon.

    Cris bajó la cabeza.

    Y Santi debió pensar que había ido demasiado lejos. Por eso, malhumorado, se puso en pie, rezongando:

    —Las cosas estúpidas a que obliga el malhumor —se volvió hacia ella—: Discúlpame, Cris.
    —No… no tiene importancia.
    —Sí que la tiene y tú lo sabes. No nos dejan en paz. ¿Por qué? ¿Qué saben ellos? ¿Acaso dudan de que nos queremos? ¿Tan poco aprecio me dan como hombre que temen que no te haga feliz? Porque estoy pensando que como seguridad para una mujer, tu padre piensa que tengo mucha, pero hombre no me considera capaz de hacer feliz a una mujer. ¿Y qué sabe él cómo se hace feliz a una mujer?
    —Santi, estoy de acuerdo contigo.

    Pero era distinto.

    Aquel momento de intimidad había fallado. Había huido de ambos.

    —Iré a quitarme los zapatos —dijo Santi, malhumorado.

    Cris se quedó en la salita, pero al rato atravesó el pasillo y se fue a la alcoba de su marido. Lo vio aún con los zapatos puestos, sentado en el borde del lecho, con la cabeza baja, pensativo, con la frente plegada en dos profundas arrugas.

    Cris se acercó despacio y se apoyó un poco en su hombro.

    —Santi, no les hagas caso.

    Por toda respuesta. Santi asió su mano y la apretó, así, sujetándola con las dos suyas, contra la boca.

    —Gracias, Cris —dijo.

    Y sus labios abiertos se apretaban cálidamente en la tibia palma que, a su vez, se oprimía contra los labios masculinos.


    Santi dejó de besar aquella mano, pero no la soltó.

    La sujetó entre las dos suyas y con un gesto le dijo que se sentara en el borde del lecho. Así, uno sentado al lado del otro, sin mirarse. Santi murmuró, pesaroso:

    —Es curioso. Cris. Curioso lo que uno descubre un día cualquiera. Yo era el vecino bueno, el muchacho con el cual podía estar una muchachita de dieciséis años, sin temor a nada. Tu padre me consideraba como persona decente, digna, capaz de hacer feliz un hogar, pero dudo de que jamás haya pensado que soy un hombre de mi hogar y de mi mujer.
    —Santi, no vayas tan lejos. Él no ha pensado…
    —Si lo ha pensado hasta mi tío —rio Santi, sarcástico—. En una ocasión creo que hasta pensó que era marica —acentuó su sonrisa desdeñosa—. Toda la vida me enseñaron a estudiar. No he jugado jamás con los demás niños. Me conformaba con verlos a través del cristal de mi cuarto. Y pasé envidia, ¿lo entiendes? Pasé mucha envidia. Me retorcía de ira cuando los veía jugar al balón en la plaza. Cuando se manchaban de tierra o cuando el guardia corría tras ellos. Yo en cambio, fui siempre impecable, serio, sin salírseme un cabello del otro. ¿Mi recurso? Estudiar. No me quedaba otro remedio. Mi madre hablaba de mis brillantes notas a todo el mundo. ¿Cómo podía yo defraudarla? ¿Cómo podía decir lo que sentía? Es curioso, si. Pero en muchas ocasiones odié a mi madre y a mi padre, que me hacía vivir a toque de corneta. Memoria de sueño. —Hablaba como si rememorara con amargura todas sus represiones íntimas—. Sí, tenía un sueño loco. Daba media vida por dormir muchas horas, pero a las siete sonaba la voz de mi padre ronca, firme. Una voz que respeté y odié a la vez y que también quise… porque era mi padre, Pero yo me preguntaba a qué hora se levantaban aquellos niños que llegaban al colegio con los cabellos crespos aún, sin gota de agua. Mal abrochada la camisa, los zapatos con los cordones colgando. Yo siempre repetía mi lección como un papagayo. Ellos titubeaban. Tenían que discurrir. Y discurrían. Yo no sabía discurrir. Nunca tuve que hacerlo. Pero nadie como yo para repetir la lección con todos sus puntos y comas.

    Guardó silencio. Cris, instintivamente, se había pegado a él, a su costado y lo escuchaba con suma atención, con ansiedad.

    Santi la miró y esbozó una amarga sonrisa. Levantó el brazo y la asió por los hombros. Así la atrajo hacia sí y notó el perfume suave, perfume de mujer, la mujer que era Cris para él.

    —Mi revancha llegó pronto, Cris. Parece imposible. Pero llegó. Hubo momentos de indecisión, de desaliento, de intima rebeldía. Yo sabía que ellos lo hacían por mí, por hacerme un hombre. Pero, ¿sabes?, el fiscal de este distrito fue un compañero mío. Ríete, el más sucio, el más descuidado, el que nunca sabía la lección, el que tenía que discurrir, pensar, decir mentiras para acertar con alguna verdad histórica. Pero siempre aprobaba. Y yo entiendo hoy que aprobaba porque realmente se lo merecía. Porque estudiaba seis horas menos que yo y sabía decir las cosas con una seguridad que yo no supe en mucho tiempo.
    —No recuerdes eso ahora, Santi.
    —Es que lo necesito. Es que tengo que echar fuera de mi todos esos odiosos complejos que aún me encogen de vez en cuando. No, no seré notario. Seré un abogado y nada más. Discurriré. Pensaré una y otra hora y lograré llegar a ser un gran abogado con ideas propias, no con las ideas aprendidas tan sólo en los libros. Y fue a no sé qué años. Pocos. Tenía pocos cuando un día me topé con una muchacha que vosotros habíais tenido. Estaba aún en tu casa. Y tropezamos en el ascensor. Sentí una tentación terrible, pecaminosa y la toqué más. Ella me miró. Me miró complacida y asombrada.
    —Calla, Santi. Creo que te estás lastimando.
    —No creas. Echo el veneno fuera. Necesito echarlo. Para tu padre fui siempre el dócil muchacho que podía dar seguridad a su hija o a cualquier otra hija de vecino, pero emocional yo pasionalmente no me consideraba capaz.
    —Santi…
    —Mi madre aprendió de mi padre a ser militar. Es buena, es ingenua, pero lleva aún la lección aprendida de aquel militar que levantaba a su hijo a las siete de la mañana como si fuera un soldado. Me faltó niñez. Cris. Por eso a veces me dan ganas de subirme a un pino y chillar. Y romper cristales y arrebatarle la gorra al guardia.
    —Calla, loco —no pudo Cris por menos de sonreír.

    El apoyó la cara en el cuello de Cris y añadió, bajo:

    —No creas que mi madre es cruel ni exigente. Es así porque ella pensó que era así la vida de un niño. Cuando empecé la carrera me daban miedo las chicas. Había tenido contacto con muchachas, pero aquellas chicas tan listas, tan desenvueltas, me producían terror. En cambio, cuando tú venias a mi cuarto, me gustaba verte. No me daba cuenta de que poco a poco te ibas metiendo en mi vida y el recuerdo de mi adolescencia y mi niñez oprimida, me acomplejaban y de ahí que no concibiese que un día pudieras ser para mí. No me has dañado nunca. Primero, sí. Cuando lo supe. Aquel día hubiera llorado si no me sintiera tan hombre. Después, les di la culpa a todos. A tus padres, a los míos, a los niños de la calle que me habían dado tanta envidia sin querer, a todos menos a ti, que en otro sentido habías sido como yo, víctima de unos padres sin la suficiente psicología para saber educar a sus hijos. ¿Entiendes? No son malos. Si yo sé que no lo son. Pero cuando yo tenga un hijo, lo educaré de otro modo.
    —Sí, Santi. Pero ahora que ya te has desahogado, dime, dime… ¿Adónde vamos de viaje?

    Él la miró sorprendido.

    Se había olvidado del viaje.

    De repente, se echó a reír.

    —¿Sabes? —dijo—. Me siento mejor. Después de haber dicho todo eso, creo que me siento mejor.

    La soltó y se puso en pie.

    Estiró los brazos. Bostezó.

    Y riendo volvió a comentar, al girar la cabeza de nuevo hacia una Cris silenciosa que lo miraba desde el borde del lecho donde aún estaba sentada.

    —¿Ves? Tampoco podía nunca desperezarme. Era de mala educación. Y comer sopa con pan, y llevar el cuchillo a los labios. No sabes la envidia que yo pasaba cuando mis compañeros de clase comían a dos carrillos un bocadillo de chorizo. ¡Dios, qué envidia pasaba!
    —Pero no me digas que tenías hambre.
    —¡Qué disparate! Yo había comido como un príncipe, pero según mi madre, era de mal gusto llevar un bocadillo al colegio.


    Capítulo XVI


    Súbitamente fue hacia ella y se sentó de nuevo a su lado. La miró en silencio.

    Un largo rato, hasta que ella abatió los párpados.

    —No sé dónde iremos. Cris, ¿te importa?
    —No, no…

    Suavemente, la echó hacia atrás. Así, sobre ella, manteniéndola sujeta por debajo de la espalda, pegado a ella, susurró:

    —Esta vez no contestaré al teléfono, aunque llamen, Cris. ¿Verdad?
    —No —titubeante—. No, Santi.
    —No sé dónde iremos. O si iremos siquiera. Pero sí quiero evadirme y evadirte a ti de todas las pequeñeces, de todas las mezquindades. Vivir, Cris, vivir nada más…

    La besaba en plena boca.

    Una y oirá vez. Hurgando en sus labios. Cris sintió la sensación de que estaba con otro hombre. Con aquel otro hombre que ella deseaba tener, pero que era también el mismo que ella amaba y admiraba.

    Era un goce hondo, hondo.

    Que producía en la sangre un cosquilleo, en las sienes locas palpitaciones, en los pulsos como sacudidas deliciosas.

    —Cris, estás conmigo.

    Lo sabía.

    No se podía estar a su lado e ignorarlo.

    Nunca pensó que Santi, aquel muchacho reprimido y silencioso, fuese aquel hombre, y si ella amaba al muchacho silencioso y oprimido, ¿cuánto más no iba a amar al hombre que estaba descubriendo?

    Todo parecía distinto.

    Como si la alcoba diera vueltas, como si la luz tenue de la lámpara se oscureciese y se tiñese de rojo y volviera a ser luego azulosa.

    Pero de cualquier forma que fuera estaba allí, y sabía que estaba allí porque estar con Santi e ignorarlo, era imposible.

    —Ya te diré —decía él, a media voz—, ya te diré adónde vamos.

    Cris quería preguntar.

    Gritar o reír.

    Pero sólo sabía estar en silencio junto a aquel hombre que le descubría un goce infinito.

    Sus dedos se enredaban en el cabello de Santi y él le decía a media voz:

    —Me haces cosquillas.
    —Santi, es que…

    No decía lo que era.

    Tampoco era preciso.

    Estaban allí y era lo único importante.

    —Di, Cris, di…

    Cris no podía decir nada.

    Porque cuando iba a decirlo, el volvía a besarla y ella volvía a ver lucecitas rojas, amarillas, azulosas.

    Fue mucho después que se miraron. Cuando Santi le ayudaba a ponerse la bata y se reía de su pudor.

    —Si estás con tu marido, tonta.
    —Sí, pero…
    —Ven acá, boba, ven…

    Caía en sus brazos y Santi le buscaba los ojos y le decía cosas.

    Cosas que ella sentía como caricias.

    —Mañana nos iremos —decía él.

    Pero no la dejaba escapar de su lado.

    —Si no hemos comido…
    —¿Y qué?
    —¿Sabes la hora que es?
    —¿Y qué?
    —Pero Santi…
    —Me gusta ser retozón, Cris. Como si ya no pasara aquella envidia, como si fuera a colgarme de la ventana y llamara al sereno para fastidiarlo. ¿Te das cuenta?

    Se la daba.

    Era maravilloso ver a Santi despojado de todos sus complejos. Verlo como ni los suyos ni su madre lo conocían. Sólo como lo conocía ella.

    —Eres…
    —Dilo.
    —Así, como eres.
    —Pero dime tú cómo soy. Que yo me vea a través de tus ojos…
    —Apasionante, Santi, apasionante. Eres todo lo contrario de lo que pareces.
    —¿Y tú?
    —¿Yo? ¿Cómo soy yo? Dime, dime… Dime cómo me ves tú.

    Se lo dijo.

    Pero sólo ella lo oyó.


    —Bueno —rezongaba Ernesto—, pues allá él. ¿Sabes lo que te digo? Allá él.
    —Tal parece —decía Amparo, metiéndose en la conversación— que has casado a tu hija con un notario, no con un hombre.

    Ernesto casi no había reparado en Amparo. Por eso se disculpó, farfullando:

    —Hubiera sido un excelente notario, Amparo, y me da pena.
    —No tienes más remedio que dejarles vivir su vida —protestó Isabel—, Santi te mandó ayer noche a paseo y hoy te personas en su oficina y su pasante te dice que el matrimonio se había ido de viaje y tú estás furioso. Pero ¿por qué, Ernesto?
    —No lo sé —dijo aquél, perplejo—. Ya veo que me he equivocado.

    Amparo rara vez decía nada ofensivo, pero en aquel instante tenía ganas de decirle a Ernesto lo que ella creía que Ernesto pensaba de su hijo.

    —Tú siempre lo viste dócil y noble. Ernesto. Siempre lo manejaste o creíste que lo manejabas. Pero nunca lo has creído capaz de enamorar a tu propia hija y eso te asombra tanto que te da mucha rabia no haberte salido con la tuya.

    Ernesto quedó cortado.

    ¿Sería eso?

    Pasó los dedos por el pelo y murmuró al rato:

    —Es posible. En realidad creo que fui yo y no Santi quien decidió que sería notario. No lo sé. De todos modos, ya estoy viendo que Santi es muy capaz de hacer feliz a mi hija.
    —Pues entonces olvídate de una vez de la dichosa notaría.
    —Un día hubiese heredado la mía —gritó, exasperado.
    —Pero seguramente que Santi prefiere ser lo que es, sin más. Y si se han ido de viaje —insistió Isabel— será porque desean estar solos, sin teléfonos y sin nadie que les moleste.
    —Pero si llevan casados ocho meses… ¿Es que aún siguen en plena luna de miel?
    —Hay parejas que la viven toda la vida, Ernesto.
    —¿Es un reproche?

    Isabel rió.

    —He sido y soy feliz a tu lado, así que deja que tu hija sea feliz al lado de su marido con notaría o sin notaría.

    Ernesto decidió que tenía razón su mujer y, de repente, propuso:

    —Os invito a las dos a comer.
    —De acuerdo. Ve a vestirte, Amparo.
    —Pero…
    —Ernesto casi nunca tiene tiempo de comer por ahí conmigo. Hoy le pillamos por la palabra. Ve, ve, Amparo. También nosotros tenemos derecho a disfrutar. ¿No se han ido ellos? ¿No nos han mandado como quien dice a paseo? De acuerdo, pues a comer por ahí.


    —Qué dirán si nos oyen —reía Cris—, ¿Qué pensarán que estamos haciendo?
    —Tú sigue —decía Santi, entusiasmado—. Vamos a ver, uno, dos, tres…

    La música zumbaba en la alcoba del hotel. Cris enseñaba a bailar a Santi.

    —No es que me interese mucho —decía Santi—, pero no me da la gana que si un día tengo que ir a una fiesta, tú te quedes sin bailar o tengas que bailar con otro. Sigamos. Cris. Uno, dos…
    —Si aprendes muy bien.
    —Claro. Toda la vida me enseñaron a estudiar, a aprender. La única vez en mi vida que estoy haciendo lo que me da la gana, es ahora. Y me gusta hacer esto… Vamos. Cris…

    Cris se pegó a él.

    Se quedó quieta un segundo.

    Santi la miró burlón.

    —O sea, que te cansas y quieres que te haga el amor.
    —Me gusta cómo me haces el amor, Santi.

    Y alzando los brazos, le cruzaba el cuello y lo atraía más y más hacia sí.

    —Eres una…
    —No te lo calles.

    Se lo callaba.

    Pero luego, cuando dejaba de besarla, le decía al oído:

    —Maravillosa.
    —Me pregunto qué estarán pensando nuestros padres de nuestra huida.
    —Pensarán que te estoy enseñando los mejores monumentos de España.

    Reían los dos.

    Lo hacían a carcajadas, para luego quedar mudos y apretados uno contra otro.

    Así, días y días.

    ¿Cuántos?

    —Cris —dijo Santi una noche—, hemos de montar en nuestro viejo cacharro y largarnos a casa.
    —¿Ya? —se lamentó ella.
    —Mira que eres ambiciosa. ¿Acaso la casa no es nuestra? ¿Acaso no estaremos allí solos?
    —Con un teléfono al lado.
    —Maldita sea, qué rabia le tomé a tu padre aquel día.
    —Y yo.
    —¿Tú también?

    Santi la miraba maravillado.

    Otra vez se pegaba a él.

    Otra vez se arrebujaba en sus brazos, otra vez aquellos besos apretados, apasionantes, acallando la respuesta Y después la voz fe menina, ahogada, temblorosa…

    —Sí. Aquella noche los odié. Así… así deseaba yo…. así…
    —Sigue.
    —Lo sabes.

    Lo sabía.

    De Cris ya lo sabía todo.

    Cómo dormía, cómo besaba, cómo acariciaba, cómo guardaba silencio.

    Lo sabía todo, como Cris lo sabía de él.

    Aquella noche en la penumbra. Santi decía apretando a Cris contra sí:

    —Tu padre me considera capaz de ser un buen notario, de darte toda la seguridad física imaginable. Pero no cree que además, sea capaz de hacerte feliz.
    —Pero yo si lo sé. Lo sé. Santi, lo sé…

    Lo estaba sabiendo, una vez más.


    Santi nunca llegó a ser notario, pero fue siempre un nombre fiel que hizo infinitamente dichosa a su mujer, y eso lo comprobó Ernesto por sí mismo al mirar a su hija, lo cual no dejaba de causarle un buen despecho por haber conocido tan poco al silencioso Santi.


    Fin

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