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    Flip


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    Flip In Y


    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:54
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:28
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:46
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:37
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:42
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música - 8 Bit Halloween Story - 2:03
  • 132. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - 3:08
  • 133. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - Amanda Flores Todas Las Voces - 3:09
  • 134. Música - For Halloween Witches Brew - 1:07
  • 135. Música - Halloween Surfing With Spooks - 1:16
  • 136. Música - Spooky Halloween Sounds - 1:23
  • 137. Música - This Is Halloween - 2:14
  • 138. Música - This Is Halloween - Animatic Creepypasta Remake - 3:16
  • 139. Música - This Is Halloween Cover By Oliver Palotai Simone Simons - 3:10
  • 140. Música - This Is Halloween - From Tim Burton's The Nightmare Before Christmas - 3:13
  • 141. Música - This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 142. Música - Trick Or Treat - 1:08
  • 143. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 144. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 145. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 146. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 147. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 148. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 149. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 150. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 151. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 152. Mysterious Celesta - 1:04
  • 153. Nightmare - 2:32
  • 154. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 155. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 156. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 157. Pandoras Music Box - 3:07
  • 158. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 159. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 160. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 161. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:58
  • 162. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 163. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 164. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 165. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 166. Scary Forest - 2:37
  • 167. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 168. Slut - 0:48
  • 169. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 170. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 171. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 172. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:26
  • 173. Sonidos - Creepy Ambience - 1:52
  • 174. Sonidos - Creepy Atmosphere - 2:01
  • 175. Sonidos - Creepy Cave - 0:06
  • 176. Sonidos - Creepy Church Hell - 1:03
  • 177. Sonidos - Creepy Horror Sound Ghostly - 0:16
  • 178. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 179. Sonidos - Creepy Ring Around The Rosie - 0:20
  • 180. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 181. Sonidos - Creepy Vocal Ambience - 1:12
  • 182. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 183. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 184. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 185. Sonidos - Eerie Horror Sound Evil Woman - 0:06
  • 186. Sonidos - Eerie Horror Sound Ghostly 2 - 0:22
  • 187. Sonidos - Efecto De Tormenta Y Música Siniestra - 2:00
  • 188. Sonidos - Erie Ghost Sound Scary Sound Paranormal - 0:15
  • 189. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 190. Sonidos - Ghost Sound Ghostly - 0:12
  • 191. Sonidos - Ghost Voice Halloween Moany Ghost - 0:14
  • 192. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 193. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:28
  • 194. Sonidos - Halloween Horror Voice Hello - 0:05
  • 195. Sonidos - Halloween Impact - 0:06
  • 196. Sonidos - Halloween Intro 1 - 0:11
  • 197. Sonidos - Halloween Intro 2 - 0:11
  • 198. Sonidos - Halloween Sound Ghostly 2 - 0:20
  • 199. Sonidos - Hechizo De Bruja - 0:11
  • 200. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 201. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:15
  • 202. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 203. Sonidos - Horror Sound Effect - 0:21
  • 204. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 205. Sonidos - Magia - 0:05
  • 206. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 207. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 208. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 209. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 210. Sonidos - Risa De Bruja 1 - 0:04
  • 211. Sonidos - Risa De Bruja 2 - 0:09
  • 212. Sonidos - Risa De Bruja 3 - 0:08
  • 213. Sonidos - Risa De Bruja 4 - 0:06
  • 214. Sonidos - Risa De Bruja 5 - 0:03
  • 215. Sonidos - Risa De Bruja 6 - 0:03
  • 216. Sonidos - Risa De Bruja 7 - 0:09
  • 217. Sonidos - Risa De Bruja 8 - 0:11
  • 218. Sonidos - Scary Ambience - 2:08
  • 219. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 220. Sonidos - Scary Horror Sound - 0:13
  • 221. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 222. Sonidos - Suspense Creepy Ominous Ambience - 3:23
  • 223. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 224. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 225. Tense Cinematic - 3:14
  • 226. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 227. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:23
  • 228. Trailer Agresivo - 0:49
  • 229. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 230. Zombie Party Time - 4:36
  • 231. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 232. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 233. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 234. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 235. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 236. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 237. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 238. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 239. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 240. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 241. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 242. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 243. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 244. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 245. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 246. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 247. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 248. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 249. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 250. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 251. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 252. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 253. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 254. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 255. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 256. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 257. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 258. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 259. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 260. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 261. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 262. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 263. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 264. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 265. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 266. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 267. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 268. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 269. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 270. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 271. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 272. Music Box We Wish You A Merry Christmas - 0:27
  • 273. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 274. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 275. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 276. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 277. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 278. Noche De Paz - 3:40
  • 279. Rocking Around The Christmas Tree - Brenda Lee - 2:08
  • 280. Rocking Around The Christmas Tree - Mel & Kim - 3:32
  • 281. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 282. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 283. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 284. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 285. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 286. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 287. Sonidos - Beads Christmas Bells Shake - 0:20
  • 288. Sonidos - Campanas De Trineo - 0:07
  • 289. Sonidos - Christmas Fireworks Impact - 1:16
  • 290. Sonidos - Christmas Ident - 0:10
  • 291. Sonidos - Christmas Logo - 0:09
  • 292. Sonidos - Clinking Of Glasses - 0:02
  • 293. Sonidos - Deck The Halls - 0:08
  • 294. Sonidos - Fireplace Chimenea Fire Crackling Loop - 3:00
  • 295. Sonidos - Fireplace Chimenea Loop Original Noise - 4:57
  • 296. Sonidos - New Year Fireworks Sound 1 - 0:06
  • 297. Sonidos - New Year Fireworks Sound 2 - 0:10
  • 298. Sonidos - Papa Noel Creer En La Magia De La Navidad - 0:13
  • 299. Sonidos - Papa Noel La Magia De La Navidad - 0:09
  • 300. Sonidos - Risa Papa Noel - 0:03
  • 301. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 1 - 0:05
  • 302. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 2 - 0:05
  • 303. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 3 - 0:05
  • 304. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 4 - 0:05
  • 305. Sonidos - Risa Papa Noel How How How - 0:09
  • 306. Sonidos - Risa Papa Noel Merry Christmas - 0:04
  • 307. Sonidos - Sleigh Bells - 0:04
  • 308. Sonidos - Sleigh Bells Shaked - 0:31
  • 309. Sonidos - Wind Chimes Bells - 1:30
  • 310. Symphonion O Christmas Tree - 0:34
  • 311. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 312. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 313. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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      1.5  
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      3(s) 
      3.1  
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      3.3  
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      30  
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      55  
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    VELOCIDAD-TIEMPO

    Tiempo Movimiento

    Tiempo entre Movimiento

    Rotar
    ROTAR-VELOCIDAD

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      135     180  
    ROTAR-VELOCIDAD

    ▪ Parar

    ▪ Normal

    ▪ Restaurar Todo
    VARIOS
    Alarma 1
    ALARMA 1

    ACTIVADA
    SINCRONIZAR

    ▪ Si
    ▪ No


    Seleccionar Minutos

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      4     5     6  

      7     8     9  

      0     X  




    REPETIR-APAGAR

    ▪ Repetir

    ▪ Apagar Sonido

    ▪ No Alarma


    REPETIR SONIDO
    1 vez

    ▪ 1 vez (s)

    ▪ 2 veces

    ▪ 3 veces

    ▪ 4 veces

    ▪ 5 veces

    ▪ Indefinido


    SONIDO

    Actual:
    1

    ▪ Ventana de Música

    ▪ 1-Alarma-01
    - 1

    ▪ 2-Alarma-02
    - 18

    ▪ 3-Alarma-03
    - 10

    ▪ 4-Alarma-04
    - 8

    ▪ 5-Alarma-05
    - 13

    ▪ 6-Alarma-06
    - 16

    ▪ 7-Alarma-08
    - 29

    ▪ 8-Alarma-Carro
    - 11

    ▪ 9-Alarma-Fuego-01
    - 15

    ▪ 10-Alarma-Fuego-02
    - 5

    ▪ 11-Alarma-Fuerte
    - 6

    ▪ 12-Alarma-Incansable
    - 30

    ▪ 13-Alarma-Mini Airplane
    - 36

    ▪ 14-Digital-01
    - 34

    ▪ 15-Digital-02
    - 4

    ▪ 16-Digital-03
    - 4

    ▪ 17-Digital-04
    - 1

    ▪ 18-Digital-05
    - 31

    ▪ 19-Digital-06
    - 1

    ▪ 20-Digital-07
    - 3

    ▪ 21-Gallo
    - 2

    ▪ 22-Melodia-01
    - 30

    ▪ 23-Melodia-02
    - 28

    ▪ 24-Melodia-Alerta
    - 14

    ▪ 25-Melodia-Bongo
    - 17

    ▪ 26-Melodia-Campanas Suaves
    - 20

    ▪ 27-Melodia-Elisa
    - 28

    ▪ 28-Melodia-Samsung-01
    - 10

    ▪ 29-Melodia-Samsung-02
    - 29

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    - 5

    ▪ 31-Melodia-Sd_Alert_3
    - 4

    ▪ 32-Melodia-Vintage
    - 60

    ▪ 33-Melodia-Whistle
    - 15

    ▪ 34-Melodia-Xiaomi
    - 12

    ▪ 35-Voz Femenina
    - 4

    Alarma 2
    ALARMA 2

    ACTIVADA
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    AVATAR - ELEGIR

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    10%
    )


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    10%
    )


    Avatar 7(
    10%
    )

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    ▪ Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    ▪ Ocultar Reloj
    ▪ Ocultar Reloj - 2
    ▪ Reloj y Avatares 1-2-3 Movimiento Automático
    ▪ Rotar-Voltear-Rotación Automático
    ▪ Tamaño
    ▪ Texto - Color y Cambio automático
    ▪ Tiempo entre efectos
    ▪ Tipo de Letra y Cambio automático
    Imágenes para efectos
    Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    M-V-A-R IMAGEN DEL SLIDE

    VOLTEAR-ESPEJO

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    Programar Reloj
    PROGRAMAR RELOJ

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    Prog.R.1

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    Reloj #

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    Prog.R.2

    H
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    Reloj #

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    Prog.R.3

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    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    Prog.E.1

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    Prog.E.4

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    PROGRAMAR RELOJES


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    X
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    Relojes a cambiar

    1 2 3

    4 5 6

    7 8 9

    10 11 12

    13 14 15

    16 17 18

    19 20

    T X


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    PROGRAMAR ESTILOS


    DESACTIVADO
    ▪ Activar

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    ▪1 ▪2 ▪3

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    A B C D

    E F G H

    I J K L

    M N O P

    Q R T S

    TODO X


    Programar lo Programado
    PROGRAMAR LO PROGRAMADO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar
    Programación 1

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 2

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 3

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Borrar Programación
    HORAS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X


    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
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    ● Activar Slide 2
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    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


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    BENDITA EQUIVOCACIÓN (Corín Tellado)

    Publicado en mayo 05, 2013


    Bendita equivocación (1968)
    Título Original: Bendita equivocación (1968)
    Editorial: Rollan
    Sello / Colección: Serie inédita 151
    Género: Contemporáneo
    Protagonistas: Stephen Davenport y Alexandra “Alex” Bishop



    Argumento

    La vida de Alexandra se verá turbada por un insólito y atractivo visitante al que ella no había invitado.


    Alexandra Bishop Manson ha vivido siempre en Albany con sus tíos, que la adoptaron al morir sus padres. Ahora, terminados los estudios, quiere ganarse la vida por si misma y decide trasladarse a Boston, al apartamento de su amiga Cheryl. Ésta, rubia y despampanante, trabaja como modelo y desde hace un tiempo sale con Stephen. Un día, por pura casualidad, Alexandra se encuentra con Stephen a solas en el apartamento, Él queda deslumbrado y, pese a la belleza de Cheryl, no vacila en abandonarla y empezar a acosar a Alexandra…


    Capítulo 1


    Durante la primavera Greenville se llenaba con una explosión de flores por todas partes. Las amplias calles se convertían en una eclosión de colores que alegraban la ciudad. Centenares de pájaros dejaban oír sus cánticos hasta que el sol se ponía.

    Alexandra caminaba distraída por la avenida principal. Las personas que la conocían la saludaban a su paso, pero ella iba pensando en sus asuntos, sin darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor.

    Aquella mañana había recibido carta de su amiga Cheryl desde Nueva York. Había llegado el momento de hablar con sus tíos seriamente.

    Entró en la casa. Tío August y tía Francés la estaban esperando en el salón.

    —Hola, Alex —saludó su tío, con una triste sonrisa—. Siéntate un rato con nosotros, me gustaría que tuviéramos una pequeña conversación.

    Ella lo sabía.

    —¿Habéis ido a casa de los Madison? —preguntó, con impaciencia.
    —Sí —contestó su tía—. Hemos regresado hace media hora.
    —¿Sigues pensando en aceptar ese trabajo? —preguntó tío August, con semblante serio.
    —Es mi gran oportunidad —contestó ella con énfasis—. Nunca tendré otra igual en mi vida.
    —Pero… ¿tan lejos? —protestó su tía.
    —Eso no tiene importancia —rebatió ella—. Me servirá para adquirir experiencia y conseguir mejores trabajos en el futuro. Además no estaré sola. Si me voy al apartamento de Cheryl tendré menos gastos y su compañía. Os podré mandar algo de dinero todos los meses.

    Se había puesto en pie y caminaba por la habitación sin parar.

    —Hemos hablado con los padres de tu amiga Cheryl. Según dicen, está muy contenta y gana mucho dinero allí. Yo lo entiendo en ella, siempre ha sido una chica muy independiente.

    Tío August deseaba que Alexandra trabajase. Les había costado mucho sacar adelante la casa y la familia con la pequeña librería que poseían, pero lo habían conseguido. Todos sus hijos estudiaron una carrera y, cuando los padres de Alexandra murieron, se hicieron cargo de ella y le pagaron los estudios. Ahora ella tenía su título de bioquímica en las manos y un trabajo de investigación estupendo en Nueva York. Era más de lo que podía soñar.

    —Creo que tu amiga te habla demasiado de Nueva York en sus cartas —protestó tía Francés—. Podías haber conseguido un empleo cerca de aquí.
    —No voy a hacer turismo, tía —Alexandra se acercó a ella y acarició sus hombros—. La Bio Company es la mejor empresa de bioquímica del país. Allí trabajan los mejores investigadores. Aquí me tendría que conformar con una beca de investigación en la Universidad de Columbia o trabajar en alguna empresa pequeña en la que no se reconociese mi expediente y mi cualificación. Sabes que no tengo experiencia y empezar allí supone un paso de gigante en mi vida.

    Mientras hablaba su rostro se iba encendiendo por la emoción. Alexandra era muy bonita. Hasta hacía pocos meses su melena larga y negra había sido la admiración de Greenville, pero un buen día se la cortó y ahora llevaba una melenita por encima de los hombros, rizada y brillante. Sus ojos eran verdes, de un color verde intenso que hacía recordar una esmeralda. Su piel morena daba la sensación de bronceado permanente, aunque a Alexandra no le gustaba en absoluto tomar el sol. No era muy alta, pero tenía ese aire elegante de las mujeres del Sur, ese lánguido porte que las diferenciaba del resto de las mujeres del país.

    —Nosotros pensábamos que acabarías casándote con el profesor Dalton —protestó su tía.
    —¡Cielo Santo! Sólo hemos salido un par de veces —rió Alexandra—. Hace más de tres meses que no le veo.
    —Entonces… estás decidida —dijo su tío, con expresión desolada.
    —Sí —repuso Alexandra con ojos chispeantes—. Ya habéis hecho mucho por mí. Ahora me toca hacer algo por vosotros y tengo una oportunidad de oro entre las manos.
    —Nosotros nos arreglamos bien. No hace falta que nos mandes dinero. Lo necesitarás tú.

    Tía Francés tenía lágrimas en los ojos. Alexandra había vivido mucho tiempo con ellos, como si de una hija se tratase. Le dolía el corazón al pensar que se marcharía a una ciudad extraña y grande. Todos sus hijos se habían casado, tenía cinco nietos, pero vivían lejos. Sólo le quedaba su pequeña Alex, la hija de su hermana preferida, y ahora también la iba a perder.

    —Ya sabes que si no te encuentras bien en Nueva York aquí está tu verdadero hogar —gimoteó.
    —Tía… —la abrazó.

    August se levantó bruscamente.

    —¿Cuándo tienes pensado incorporarte al trabajo? —preguntó.
    —La semana que viene —contestó ella—. En cuanto me instale en el apartamento de Cheryl.


    Caminaban lentamente por las atestadas calles de Nueva York. Era la hora de comer y todo el mundo dejaba por unas horas su trabajo.

    —A ti te pasa algo —afirmó Patty, mirando a su amiga de reojo.
    —Sí. Tengo un pequeño problema.
    —¿Has tenido algún problema con Stephen?
    —No —negó Cheryl—. No es él. Mañana viene una amiga de la infancia.
    —¿Qué dirá Stephen cuando se entere? —objetó Patty con gravedad.
    —Tengo que intentar que no lo sepa.
    —Te va a resultar algo difícil —opinó Patty ladeando la cabeza, en señal de desaprobación—. Stephen tiene la llave de tu apartamento y puede aparecer en cualquier momento.

    Cheryl negó con la cabeza.

    —Ya no tiene la llave. Cuando salgo de casa se la dejo debajo del felpudo. De todas formas, ya pensaré algo. Ahora estoy un poco confusa.


    Alexandra descendió del tren y buscó a su amiga por el andén. Hacía bastante tiempo que no la veía y no estaba segura de reconocerla.

    —¡Alex! —exclamó una voz a sus espaldas.

    Alexandra se dio la vuelta y se encontró de frente con la Cheryl de siempre, con su larga cabellera rubia y su mirada dulce.

    —¡Cheryl! —soltó la maleta y la abrazó con efusión—. No has cambiado, estás igual que siempre.
    —¿Te has cortado el cabello?

    Cheryl dio un paso hacia atrás para observar bien a Alexandra.

    —Te queda… muy bien. Te favorece —opinó Cheryl tras una analítica mirada.
    —Me fiaré de tus opiniones —rió Alexandra—. Al fin y al cabo nadie mejor que tú para asuntos de pelo, ropa y maquillaje.
    —De eso puedes estar segura —la tomó del brazo y se dirigieron a la salida de la estación.
    —Tengo el auto en la puerta de la estación. Estarás cansada, así que nos iremos directamente a casa. Ya tendremos tiempo de ver la ciudad, ¿de acuerdo?
    —De acuerdo —sonrió.

    Guardaron las maletas y subieron al auto. Alexandra no dejaba de admirar la ciudad de los rascacielos. Todo le parecía maravilloso y nuevo.

    —¿Cuándo empezarás en tu trabajo? —preguntó Cheryl.
    —Pasado mañana. Antes me gustaría hacerle una visita a Carly Thompson. No sé si la recuerdas, estuvo un par de años con nosotras en el instituto.
    —Sí, la recuerdo perfectamente —alzó una ceja—. Las revistas del corazón no me dejan olvidarla. ¿Vive aquí?
    —Sí. Me ha dejado su número de teléfono. La llamaré esta misma tarde.

    El auto se detuvo frente a un inmenso bloque de apartamentos.

    —Vivo en la planta doce —rió Cheryl—. Espero que no se estropee el ascensor, porque son demasiadas plantas para subirlas andando.

    El apartamento de Cheryl era grande y luminoso. Tenía dos espaciosos dormitorios cada uno con su baño, un enorme salón con grandes ventanales, un pequeño aseo y la cocina, que Cheryl jamás utilizaba.

    Alexandra lo contemplaba con admiración.

    —Nunca pude imaginar que vivieses en un apartamento tan bonito —dijo, mirándolo todo—. Debes de ganar mucho dinero en tu trabajo.
    —No está muy mal pagado —sonrió Cheryl—. Pero se trabajan muchas horas.
    —Yo trabajaré por las mañanas, de momento —explicó Alexandra—. Si las cosas van bien intentaré que amplíen mi horario.
    —No entiendo que te guste estar metida en un laboratorio entre tubos de ensayo y aparatos de precisión —Cheryl se sentó en la cama de su amiga, mientras ésta deshacía las maletas.
    —A mí me gusta la investigación. Es un mundo fascinante.
    —Es cuestión de gustos —Cheryl esbozó un coqueto mohín.
    —¡Y de posibilidades! —rió Alexandra—. ¿Me imaginas posando delante del objetivo de un fotógrafo? Siempre he salido con los ojos cerrados o mirando hacia atrás.
    —Todo es cuestión de práctica —explicó Cheryl mientras extraía un camisón de raso blanco de la maleta de su amiga.
    —Creo que nunca podría hacerlo —cerró los ojos y negó con la cabeza—. ¿Sabes que empiezo a tener hambre? Apenas he tomado nada desde que salí.
    —Cuando termines saldremos a comer por ahí, así podrás ver un poco más de la ciudad. Esto no tiene nada que ver con Greenville, ni con Columbia, ni con ninguna otra parte del mundo. Esto es Nueva York.
    —Creo que primero tomaré un baño —sonrió Alexandra.
    —Ya sabes dónde está. Estás en tu casa —la guiñó un ojo con picardía.

    El teléfono interrumpió la conversación. Cheryl se levantó y se dirigió hacia el salón. Alexandra se metió en el baño y abrió los grifos, tarareando alegremente.

    —¿Diga? —contestó Cheryl.
    —Soy Patty —dijo su amiga—. ¿Ha llegado tu visita?
    —Hola Patty. Sí, está en el baño.
    —¿Qué tal es?
    —Bueno… sigue igual que siempre. Es una persona encantadora y amable —respondió Cheryl, sin ocultar su buen humor.
    —¿Le has dicho algo a Stephen? —se interesó Patty.
    —Ya te dije que no le diría nada. Prefiero que las cosas queden como están ahora. Si Alexandra se llegase a enterar de la clase de vida que llevo me moriría de vergüenza. Ella no lo comprendería nunca —dijo bajando la voz, muy alterada.
    —Creo que te has metido en un buen lío, Cheryl.
    —Tengo que dejarte. Vamos a salir a comer y Alexandra ha terminado de llenar la bañera. Puede oírme —se despidió apresuradamente.

    Cheryl colgó el teléfono y se sentó en el sofá. Deseaba que su amiga se sintiese como en su casa, y no pensaba permitir que se enterase de todos sus secretos. La profesión de modelo era muy sacrificada, y en muchos de los estudios fotográficos no sabían apreciar los esfuerzos que las chicas realizaban. Cheryl se había hecho un nombre en el mundo de las modelos, pero para ello había tenido que hacer muchos favores. Por su precioso apartamento habían pasado muchos hombres poderosos que podían conseguirle contratos con importantes firmas comerciales. Stephen era uno de ellos. Si Alexandra se enteraba, tal vez se lo contaría a sus padres, que tan orgullosos estaban de ella. Se sentía acorralada y triste. En el fondo deseaba ser la misma chica inocente y llena de ilusiones que había llegado a Nueva York un día hacía tres años.

    —Ya estoy lista —Alexandra apareció por la puerta. Vestía unos téjanos y una camisa azul de manga larga. En el brazo llevaba colgada una cazadora tejana.
    —Ya veo que sigues huyendo de los vestidos y las faldas —rió Cheryl.
    —Estás equivocada —contestó Alexandra—. Ahora los utilizo mucho más, lo que pasa es que me encuentro cómoda así. Ya tendré tiempo de vestirme más elegante. Además ahora te tengo a ti como asesora. Tal vez te atrevas a ayudarme a cambiar mi imagen.
    —Claro que sí —contestó ella—. Mi guardarropa es tuyo. Cuando necesites algo sólo tienes que tomarlo.
    —Eres muy amable —sonrió Alexandra y entrecerró los ojos—. Te arrepentirás de tu generosidad.

    Rieron las dos, aunque Cheryl seguía sintiendo ese pequeño nudo de inquietud que había aparecido por la mañana.

    —Cuéntame cosas de ti —pidió Cheryl.
    —¿Qué quieres que te cuente? —sonrió Alexandra—. Mi vida es muy aburrida.

    Estaban sentadas a una de las pequeñas mesas del acogedor restaurante italiano cercano al apartamento de Cheryl. Ésta jugueteaba con un palito de pan integral, mordisqueándolo de vez en cuando con desgana. Alexandra sabía que a su amiga le ocurría algo, la notaba melancólica y distante.

    —¿Has dejado algún novio en Carolina? —guiñó un ojo.

    Alexandra rió con ganas.

    —No. Apenas he tenido tiempo para ocuparme de esos temas. Salí un par de veces con un profesor de la Universidad, pero era tan aburrido…
    —¿Te acuerdas de Matt Bacon? —se inclinó sobre la mesa con aire de complicidad—. Estaba loco por ti. ¿Qué fue de él?
    —Se casó con Sally Preston —susurró Alexandra, fingiendo un gimoteo de dolor.
    —No me lo puedo creer —Cheryl soltó una carcajada—. ¿Sally consiguió cazarle? Con malas artes, supongo.
    —Le cazó en el granero de su tío. A los cuatro meses de casarse nacieron los gemelos.

    Rieron tanto que se les saltaron las lágrimas. Los ocupantes de las mesas vecinas las miraban y sonreían con indulgencia.

    —¿Y tú? —se interesó Alexandra.

    Los latidos del corazón de Cheryl se aceleraron. Intentó sonreír. La inocente pregunta de su amiga la devolvió a la realidad que estaba viviendo.

    —Yo vivo para mi trabajo. De momento no tengo tiempo para los hombres. Quizá dentro de unos años piense en casarme y tener hijos, es algo que deseo. Pero ahora tengo que trabajar de firme. Vienen chicas jóvenes detrás y no puedo permitirme el lujo de dejar que me quiten mi trabajo.
    —Es duro vivir del cuerpo —comentó Alexandra, mientras removía la ensalada con el tenedor, de forma distraída.
    —Sí —contestó Cheryl, en un susurro—… es muy duro.

    Intuía algo extraño en Cheryl. No podía negar que su aspecto era estupendo, pero debajo de aquella sonrisa y de toda su conversación superficial había algo que quería esconder.


    —Si sigues llenando tu carrito con todo tipo de tentaciones para mi dieta —la señaló con un dedo—, no podré dejarte entrar en el apartamento.

    Alexandra miró el carrito de Cheryl y rió.

    —El supermercado no hará negocio con una persona como tú. Mira esto —levantó un paquete de pan de centeno integral—. Esto no lo comen ni las cabras.

    Volvieron a reír.

    —Está bien —aceptó Cheryl—. No me queda más remedio que comer estas cosas, así que te agradeceré que compres candados y escondas las llaves, porque no sé si podré resistir la tentación de comer esas galletas de chocolate.
    —Con todo esto ahorraré un montón de dinero. No me hará falta salir a comer porque yo misma cocinaré.
    —No sé si lo podré resistir —gimió en broma—. Si engordo un solo gramo no volverán a llamarme nunca.

    Alexandra la miró seriamente.

    —Creo que tendré que comprar esos candados.

    Cuando llegaron a casa era casi de noche y hacía frío.

    —Creo que llamaré a Carly —Alexandra marcó el número.

    Hablaron un rato. Cheryl guardaba las compras, mirando de reojo a su amiga.

    —Mañana vendrá a recogerme a las diez —anunció, cuando colgó el teléfono—. Pasaremos el día juntas. Parece ser que su padre conoce al director de investigaciones de la empresa donde voy a trabajar.
    —¡Eso es estupendo! —se alegró Cheryl—. Hace mucho que no la veo. Quiero decir en persona, porque siempre hay alguna foto suya en las revistas del corazón. Es muy famosa tu amiga en esta ciudad.
    —Dicen que tiene una de las mayores fortunas del país y es dueña de los astilleros más importantes —comentó Alexandra.
    —No entiendo cómo puedes ser amiga suya —le reprochó Cheryl, con un gesto de desprecio—. Son tan… estirados.
    —Es encantadora. Ella no se fijó nunca en nuestro dinero, ni en la posición social. Somos amigas y nos queremos mucho. No deberías comentar nada sobre su familia, y menos delante de ella.
    —Todos los ricos son iguales —se quejó Cheryl—. Disfrutan humillando a los que trabajamos para poder vivir.
    —Carly también trabaja —explicó Alexandra—. Seguro que trabaja mucho más que otros. Es una mujer encantadora…
    —¿Sabías que su novio es dueño de una empresa petrolífera que abastece a la mitad de los países de Europa? —Cheryl revisó los armarios de la cocina, que ahora estaban llenos a rebosar.
    —No tenía idea. Supongo que mañana me contará más cosas. Hace mucho tiempo que no nos vemos y creo que no pararemos de hablar durante todo el día. Espero que ahora que me he trasladado a vivir aquí saldré más a menudo. En Greenville apenas salía y en Columbia me pasé los días estudiando para ser la mejor.
    —Siempre te ha gustado mucho estudiar —sonrió Cheryl.
    —Y por mi profesión nunca dejaré de hacerlo.
    —Alexandra, se me pone piel de gallina sólo de pensarlo.
    —Ya me lo imagino —rió—. Tú nunca destacaste por tus notas.

    Mientras conversaban animadamente, Alexandra había preparado una deliciosa ensalada de pavo. Intentó que los ingredientes se ajustasen lo más posible a lo que Cheryl podía comer. Cuando estaban sentadas a la mesa sonó el teléfono.

    Cheryl se levantó a toda prisa y descolgó el aparato, habló casi en un susurro. Colgó y se asomó a la cocina.

    —Me ha llamado una amiga para ir a una fiesta. En mi profesión no se pueden desperdiciar estas ocasiones. Nunca se sabe si conseguirás un contrato.
    —No te preocupes, te guardaré la cena para mañana.


    En la puerta de la calle la esperaba un hombre apoyado en un auto deportivo de color rojo cereza.

    —Hola, Stephen —saludó Cheryl, con una sonrisa.

    Él la besó en la mejilla y abrió la portezuela para que entrase. Luego dio la vuelta y entró él.

    —Hacía varios días que no te veía —dijo, poniendo el auto en marcha.
    —¿Me echabas de menos? —rió ella.

    Él la miró con expresión cínica. Tenía unos increíbles ojos grises que destacaban sobre su rostro moreno. Su boca se torcía en una media sonrisa irónica.

    —No me has contestado —insistió Cheryl.
    —Sabes que no es mi estilo. Me apetece un poco de compañía y salió tu número en la agenda.

    Cheryl cambió la expresión de su rostro. Stephen siempre le daba contestaciones cortantes que la dejaban sin habla. No podía comprenderle. Él la había conseguido uno de sus mejores contratos con una prestigiosa firma de modas, a cambio ella le acompañaba a sus reuniones sociales, se dejaba ver con ella y le pedía sus favores personales de vez en cuando. Había recibido algún que otro regalo de su parte, aunque nunca se los daba en persona. Era un tipo de lo más extraño. Ella sabía que salía con más de tres mujeres, pero nunca se había enamorado. Lo tenía todo y no necesitaba complicarse la vida con un matrimonio. Todas las mujeres intentaban enamorarle. Era muy rico, tenía una posición social envidiable, era joven y guapo, pero… no tenía corazón. No dudaba en abandonar a su acompañante de turno si se le presentaban expectativas mejores.

    Cheryl tenía la sensación de que Stephen estaba empezando a cansarse de ella. En el fondo de su corazón le dolía, pues había esperado ser la mujer de la que se enamorase perdidamente.

    —¿Vamos a algún sitio en especial? —preguntó tímidamente.
    —Ya te lo dije por teléfono —contestó él—. Vamos a una fiesta.
    —¿Qué clase de fiesta?
    —Una fiesta normal y corriente —la miró un segundo—. Luego iremos a tu apartamento.

    Cheryl sintió que su corazón se disparaba.

    —A mi apartamento no podemos ir —casi susurró.
    —¿Por qué? —se extrañó él.
    —Bueno… es que —intentó pensar con rapidez—… han venido esta mañana los del ayuntamiento a desinsectar. Encontré un par de cucarachas y ya sabes que no las puedo soportar, así que… llamé al departamento de sanidad del ayuntamiento.
    —No sé por qué, pero tengo la sensación de que las cucarachas no saben tu dirección —sonrió de medio lado.
    —De alguna forma lo han averiguado —Cheryl intentó tragar, pero un nudo en su garganta se lo impedía.

    Stephen la miró de reojo. Cheryl no sabía mentir demasiado bien. De momento lo dejaría pasar, pero intentaría averiguar qué sucedía en el apartamento.


    Capítulo 2


    Cuando Alexandra abrió los ojos, a la mañana siguiente, tuvo que hacer un pequeño esfuerzo para recordar dónde se encontraba. Sonrió y se estiró en la cama. Estaba en Nueva York, en el apartamento de su amiga Cheryl. Miró el reloj. Las nueve. A las diez pasaría a recogerla Carly Thompson, tenía que darse prisa.

    Saltó de la cama y entró al baño. Se duchó rápidamente, mientras cantaba. Se sentía feliz, sabía que su vida iba a ser distinta a partir de aquel día y deseaba descubrir lo que el futuro tenía reservado para ella. Se envolvió en el albornoz blanco y se asomó a la ventana. Estaba nublado. De repente sintió una insondable tristeza y recordó los soleados días de verano en Greenville. Pensó por unos instantes en sus tíos y sonrió. Los imaginaba sentados en el porche, charlando con ese suave acento que recordaba la música celestial. Pasó un rato decidiendo qué ropa se pondría. Sacó del armario una falda larga, plisada, en color verde oscuro y un jersey de algodón, largo también, en tonos verde y granate. Se calzó unos zapatos planos de piel en color granate y se dirigió a la cocina.

    Cheryl estaba sentada en una silla tomando un zumo de naranja.

    —Buenos días —sonrió—. Ya veo que has dormido bien.
    —¿Qué tal la fiesta? —preguntó, mientras se inclinaba a darle un beso a su amiga.
    —Aburrida —hizo un gesto de desprecio con los labios—. Esas fiestas son siempre aburridas. Nunca sucede nada nuevo y las personas son siempre las mismas.
    —No te oí llegar —Alexandra estaba de espaldas, poniendo la cafetera en el fuego.
    —No llegué muy tarde. La mayor parte de las personas eran mayores y se retiraron temprano.

    Alexandra la miró un instante.

    —Tal vez no estaba la persona adecuada… —insinuó con tono malicioso.
    —La persona adecuada nunca aparece en las fiestas a las que yo voy —mordisqueó una galleta integral.
    —Parece que aún no se te ha pasado el aburrimiento. Deberías estar feliz, tienes un trabajo estupendo y ganas mucho dinero. Yo sería la persona más feliz de la Tierra.

    Cheryl frunció los labios. La inocencia de Alexandra le parecía crispante en aquellos momentos y no se sentía con fuerzas para contestar. Los problemas se acumulaban en su vida y su amiga pretendía borrarlos todos de un plumazo, como si fuese la cosa más sencilla del mundo.

    —Ya sabes que pasaré el día fuera. Carly vendrá dentro de un rato.

    Cheryl se levantó y salió de la cocina. Al momento regresó.

    —Éstas son tus llaves —se las tendió—. Cuando supe que venías hice una copia para ti.
    —Gracias —las miró unos instantes—. Me hace mucha ilusión tener las llaves de mi apartamento. Esto es el principio de mi nueva vida. Una vida responsable e independiente.

    Miró a Cheryl.

    —¿Te ha gustado mi discurso?

    Rieron.

    Cheryl sintió una punzada en el corazón. Aquéllas eran las llaves que dejaba debajo del felpudo para que Stephen pudiese entrar al apartamento.

    Sonó un timbre. Se volvieron las dos.

    —Están llamando abajo —explicó Cheryl—. Seguramente será Carly.

    Alexandra fue hacia la habitación. A medio camino se volvió y regresó a la cocina. Daba la impresión de estar nerviosa.

    —Dile que ahora mismo bajo —tomó un sorbo de café—. Odio desayunar a toda prisa, apenas tengo tiempo de saborear el café.

    Cheryl observaba sus frenéticos movimientos con expresión divertida.


    Carly esperaba en la calle, apoyada en su auto, observando a la gente que pasaba. Se incorporó al ver a Alexandra.

    —¡Alex! —gritó, abalanzándose sobre ella para abrazarla.
    —¡Carly!

    Dieron un par de vueltas, así abrazadas, mientras no paraban de reír. Carly se separó de su amiga y la miró de arriba a abajo, tomándola de las manos.

    —Estás guapísima. ¿Te has cortado el cabello? —tocó sus rizos.
    —Sí. Tú sí que estás preciosa. ¡Oh, Carly! Tenía tantas ganas de volver a verte…
    —Hablaremos por el camino —Carly abrió la portezuela—. He visto a un guardia rondando por aquí y no me apetece que me multen. Ya lo hacen demasiado a menudo.

    Subieron al auto. Durante el trayecto hacia casa de los Thompson no dejaron de hablar ni un solo instante. Tenían muchas cosas que decirse, después de tanto tiempo. Carly era economista y trabajaba en la empresa de su padre. Alexandra y ella se habían conocido unos años atrás, cuando el señor Thompson vivía en Greenville por cuestiones laborales. Durante ese tiempo Carly asistió al instituto con los demás muchachos de la ciudad, y allí conoció a Alexandra. Se hicieron amigas enseguida y mantuvieron su relación incluso cuando Carly volvió a Nueva York.

    —Esta tarde te presentaré al director de investigaciones de la Bio Company —explicó Carly a Alexandra—. Damos una pequeña fiesta para inaugurar el ala nueva de la casa. Ya sabes cómo es mamá: cualquier excusa es buena para organizar una reunión de amigos.
    —Podías haberme avisado —se quejó Alexandra—. No voy vestida para una fiesta. Parezco una provinciana que acude a la entrevista para un puesto de institutriz.
    —No importa. No será una fiesta elegante. Sólo vendrán los amigos íntimos.
    —¿Conoceré a tu novio? —sonrió Alexandra con malicia—. Me has hablado tanto de él que creo que no será necesario que me lo presentes. Le reconoceré en cuanto le vea.
    —Me temo que en esta ocasión será imposible. Está viajando por Japón, intentando abrir el mercado del petróleo por Oriente. Regresará dentro de dos o tres semanas. Depende de cómo vayan las negociaciones.
    —Es una lástima. Tenía curiosidad por conocer al hombre que ha conseguido atraparte. La verdad es que es digno de admiración. Todos tenían algún defecto, aunque nadie lo viese.

    Rieron al recordar sus años de estudiantes, cuando Carly rechazaba a cualquier muchacho que intentase acercarse a ella porque no eran total y absolutamente perfectos.

    —Con el paso de los años me di cuenta de que todos los hombres son imperfectos. Me llevé una gran desilusión, pero no tenía vocación de monja, así que me decidí por Christopher.

    Volvieron a reír.

    —Es un hombre maravilloso —suspiró Carly—. Es sensible, cariñoso, atento… Está deseando casarse, pero me gustaría esperar un poco más. Ahora tenemos mucho trabajo los dos y no creo que sea una buena idea empezar una nueva vida.
    —Tú siempre tan práctica —sonrió Alexandra.
    —¿Y tú? ¿Aún no ha aparecido tu príncipe azul?
    —Ya no creo en los príncipes azules. Debieron terminarse en la Edad Media.
    —Alguno quedará —sonrió—. Por lo menos para ti.
    —No. He estado tan ocupada con mis libros y mis fórmulas, que apenas he tenido tiempo para mí. Espero que ahora sea distinto.
    —Ahora que estamos viviendo en la misma ciudad nos veremos muy a menudo. Ya me encargaré de presentarte a algunos de nuestros amigos. Tendrás donde elegir. Seguro que alguno te gusta.
    —Sabes que soy muy tímida y que no me gustan las reuniones sociales. Tú estarás ocupada en tus cosas y no quisiera distraerte de tus obligaciones.

    Alexandra habló deprisa, como si estuviese asustada.

    —Sigues teniendo miedo al amor —rió Carly—. Nunca cambiarás. Serías capaz de quedarte soltera con tal de no tener que hablar más de cinco minutos con un hombre.
    —Dejemos esta conversación —susurró Alexandra, levemente ruborizada.

    Estaban llegando a Long Beach, donde la familia Thompson tenía su elegante mansión.

    Alexandra intentaba no demostrar lo asombrada que estaba. Nunca había visto una casa igual, tan enormemente grande y lujosa. Los jardines estaban llenos de parterres rebosantes de flores. El césped era de un verde intenso y brillante, salpicado de bellas matas de margaritas. Parecía un sueño.

    —Papá no está en estos momentos —Carly la condujo hacia el interior de la casa—. Creo que tenía partido de golf. Pero mamá nos está esperando.

    Cruzaron varias habitaciones hasta llegar a un hermoso salón, donde la señora Thompson esperaba, sentada en un diván.

    —Ya estamos aquí —dijo Carly, a modo de saludo—. ¿Recuerdas a Alexandra Bishop?

    Charlotte Thompson era la mujer más elegante que Alexandra hubiese visto en su vida. Su aspecto era siempre impecable. Por su constitución física daba la sensación de ser una mujer frágil en extremo, pero nunca se ponía enferma y no era fácil encontrarla en casa. Era colaboradora de varias asociaciones benéficas y se ocupaba de organizar festivales, funciones de teatro, conciertos y mil cosas más para recaudar fondos. Su vida transcurría entre damas de la alta sociedad que no tenían demasiadas cosas de las que ocuparse.

    —Has cambiado muchísimo —se acercó a Alexandra y la besó en las mejillas con suavidad.
    —Usted sigue tan bien como siempre —sonrió Alexandra.
    —Enséñale la casa a tu amiga y luego os esperaremos en el jardín —dijo, con voz cansada, a su hija.
    —Mamá siempre cree tener alguna enfermedad —comentó Carly, cuando se alejaron del salón—. No sabría vivir sin un poco de reuma o un leve soplo en el corazón.
    —No parece estar enferma —se asombró Alexandra.
    —Porque no lo está. Es una forma de llamar la atención y un tema interminable de conversación.

    Tomó el brazo de su amiga y subieron unas regias escaleras.

    Durante la mañana se dedicaron a ver la casa, tarea en la que emplearon bastante tiempo. Pasearon por los jardines hasta que regresó Martin Thompson. Comieron tranquilamente, charlando de multitud de temas. Martin Thompson estaba interesado en el trabajo que Alexandra iba a realizar y la llevó a su biblioteca para mostrarle la ingente cantidad de libros que tenía sobre temas científicos.

    A la hora del café empezaron a llegar los invitados. Andy Brown, director de investigaciones de la Bio Company, encontró muy entretenida la conversación de Alexandra, así que acaparó toda su atención para él. Ella se sentía agradecida, pues nunca había disfrutado en las fiestas donde se hablaba de temas intrascendentes que ella encontraba insoportables. Nunca había sido amiga de las murmuraciones y habladurías y, en aquel tipo de reuniones, era el tema preferido de todo el mundo.

    Según iban llegando invitados nuevos, Carly se ocupaba de presentárselos a su amiga. Se acercó a ella acompañada de un hombre alto, de increíbles ojos grises, que la miraba con curiosidad.

    —Perdona, Alexandra. Quiero que conozcas a un amigo de la familia: Stephen Davenport. Ella es mi mejor amiga, Alexandra Bishop.

    Intercambiaron los saludos de rigor y el señor Davenport continuó su ronda de besos, apretones de manos y sonrisas.

    Alexandra encontraba muy agradable la compañía de Andy Brown. Tendría unos cuarenta años, pero su aspecto era juvenil y desenfadado. Vestía unos correctos pantalones de loneta en color azul marino y una camisa polo de color naranja con ribetes azul marino. En su cabello empezaban a aparecer canas, pero apenas se veían. Su sonrisa era franca y sincera.

    —Es una casualidad que hayamos coincidido aquí —sonrió Andy—. Hace ya bastantes años que conozco a los Thompson, pero nunca te había visto en la casa.
    —Yo les conozco de Carolina del Sur. Vivo en Greenville, con mis tíos, y ellos pasaron allí una temporada. Carly y yo somos muy amigas desde entonces. Acabo de llegar para empezar mi trabajo aquí.
    —Supongo que habrás estudiado en la Universidad de Columbia.
    —Sí —sonrió.
    —¿Conoces a Jeremy Dalton?

    Alexandra soltó una carcajada.

    —Perdona, Andy —se excusó—. Hoy es el día de las coincidencias. Jeremy Dalton fue mi tutor mientras realizaba el proyecto.
    —Esto es asombroso. Estudiamos juntos. Leí en una revista especializada que le habían concedido una plaza en Columbia, y ahora resulta que ha sido el tutor de mi nueva investigadora.

    Alexandra miró su reloj.

    —Creo que va siendo hora de retirarme. Mañana empiezo a trabajar y no me gustaría llegar tarde o con ojeras. Todavía estoy intentando adaptarme a mi nuevo ritmo de vida y creo que me costará un poco si no mantengo mis horarios.
    —Si esperas un momento te puedo acercar a tu casa —se ofreció amablemente.
    —Eres muy amable —sonrió.

    Buscó a Carly. Esta conversaba animadamente con una joven de aspecto enfermizo que vestía un ajustado vestido de color rosa, lo que la hacía parecer aún más pálida y demacrada.

    —Mañana tengo que levantarme temprano —dijo—. Creo que será mejor que me vaya.
    —Iré a buscar una chaqueta.
    —No es necesario. Andy Brown se ha ofrecido para llevarme.

    Carly sonrió y le guiñó un ojo a su amiga.

    —Mañana iré a buscarte para comer. ¿Te parece bien a las dos?
    —Muy bien. Gracias por todo —besó a su amiga en la mejilla.

    Se despidió de los Thompson, no sin antes agradecerles su amabilidad y salió de la casa, acompañada por Andy.

    Se sentía un poco cohibida. Andy no hacía más que mirarla y sonreír y ella no sabía qué decirle.

    —¿Conoces algo de la ciudad? —preguntó él, al advertir su timidez.
    —No he tenido tiempo de salir mucho. Conozco el supermercado que hay al lado de mi casa.

    Andy rió.

    —Es una de las cosas más interesantes que se pueden encontrar en Nueva York —comentó, con expresión solemne—. Si quieres puedo enseñarte algunas de las zonas más representativas de nuestra ciudad, monumentos, museos, parques… No sé, lo que te apetezca.

    Alexandra carraspeó con suavidad.

    —Ya te he dicho que estoy intentando adaptarme a este nuevo estilo de vida. Cuando consiga organizarme razonablemente tal vez acepte tu ofrecimiento.
    —Será todo un placer acompañarte —sonrió él.

    Cuando llegó al apartamento lo encontró vacío. Al lado de teléfono había una nota de Cheryl. Había salido a una sesión fotográfica y después iría a cenar con sus compañeros de trabajo.

    Alexandra estaba rendida. Habían sido demasiadas emociones para un solo día, así que tomó un baño y se acostó.

    Se levantó muy temprano, se vistió y salió hacia los laboratorios. Su primer día de trabajo se le hizo cortísimo conociendo a sus compañeros, la sala donde trabajaría, intentando no perderse por los laberínticos pasillos. Andy la acompañó en todo momento.

    A la hora de comer Carly la esperaba en la puerta del edificio.

    —Esta tarde no trabajo —explicó Alexandra—. Me quedaré en casa estudiando unos informes que me ha entregado Andy.

    Tal vez consiga ponerme al día del trabajo que se está realizando.

    —Parece que le has gustado a Andy.
    —Soy la única mujer en todos los departamentos que se ha especializado en metabolismo y, según parece, Andy siempre quiso estudiar esa especialidad.
    —¿Sabes que está soltero? —sonrió Carly.
    —No empieces a maquinar cosas extrañas —le regañó Alexandra—. No quiero complicaciones, y menos con un compañero de trabajo que, además, es mi jefe.
    —Yo no digo nada —fingió asombrarse—. Sólo te daba un poco de información.
    —A propósito —Alexandra cambió de tema—. ¿Quién era ese hombre que me presentaste ayer? ¿Daven…?
    —Davenport. Stephen Davenport —se puso seria—. Es un viejo amigo de la familia. Mi padre le tiene mucho aprecio y es íntimo amigo de su padre. No me gustaría que te relacionases con él.
    —¿Por qué?
    —Es un soltero empedernido. Siempre anda con mujeres. Creo que ahora sale con una modelo. Si quieres que te diga la verdad, ese tipo de hombres no me gusta nada. Le encanta reírse de sus conquistas y no duda en humillarlas delante de quien sea. Está muy mal acostumbrado. Siempre ha tenido lo que deseaba, nadie le ha negado nada, ni sus padres ni las mujeres. Tiene todo el dinero que quiera para hacer lo que le venga en gana sin dar explicaciones a nadie.
    —A mí tampoco me ha gustado mucho —reconoció Alexandra.
    —No te preocupes, tú no eres el tipo de mujer con la que pueda salir. Le gustan más llamativas.
    —Tendré en cuenta tus consejos —rió.

    Pasó la tarde en casa, tumbada en el sofá estudiando los informes que Andy le había entregado. Sobre las ocho se ocupó de preparar algo para cenar. Cheryl no había llegado, y decidió que no la esperaría. Tomó algo de fruta y queso. Recogió los cacharros que había ensuciado y se metió en la cama.


    Después de unas semanas en la ciudad se iba aclimatando con facilidad. Tomaba el autobús todas las mañanas para ir a los laboratorios y solía comer con Carly. Cheryl no estaba casi nunca en el apartamento y cuando aparecía era para cambiarse de ropa y volver a salir. Apenas coincidían, y los fines de semana dejaban el apartamento vacío. Alexandra se trasladaba a la mansión de los Thompson los viernes por la tarde y regresaba los domingos por la tarde. Cheryl trabajaba algunos fines de semana y los que tenía libres los utilizaba para salir fuera de Nueva York. Apenas se veían.

    Ese domingo, cuando regresaba con Carly de Long Beach, Alexandra se sintió mal. No dijo nada a su amiga por temor a asustarla, pero notaba unos escalofríos por todo su cuerpo que le resultaron sospechosos. Cuando llegó al apartamento se puso el termómetro y sus sospechas quedaron confirmadas: tenía unas décimas. Fue al botiquín del baño y buscó una pastilla para bajar la fiebre. Se preparó un vaso de leche caliente y se metió en la cama, con la esperanza de estar recuperada a la mañana siguiente.

    Cuando se despertó por la mañana estaba empapada en sudor, la cabeza le daba vueltas y le dolían todos los músculos de su cuerpo.

    —Tengo que ir a trabajar —se dijo, angustiada.

    Se levantó con gran esfuerzo. Tomó otra pastilla y una taza de café. Se vistió y salió a la calle. El trayecto hasta los laboratorios se le hizo interminable. La sensación de mareo no desaparecía y notaba una desagradable opresión en la garganta. No pudo concentrarse en toda la mañana y decidió llamar a Carly.

    —No me encuentro bien —dijo, después de excusarse con su amiga por cancelar la comida—. Creo que mañana no vendré a trabajar, podría contagiar a todo el personal.
    —¡Oh, Alex! ¿Qué tienes? —preguntó Carly, preocupada.
    —¡Por Dios, Carly! Es sólo un resfriado. No es para tanto.
    —Hoy me va a ser imposible acercarme a tu casa —se lamentó la joven, compungida—, pero mañana a primera hora, estaré allí para ver si necesitas algo.
    —No hace falta, Carly. Podrías contagiarte, y te aseguro que no es nada agradable lo que se siente —protestó Alexandra.
    —No vas a convencerme —la regañó su amiga—. Mañana a primera hora me pasaré por tu apartamento.
    —Seguramente estaré en la cama, así que dejaré la llave debajo del felpudo para que puedas entrar sin llamar, ¿de acuerdo?
    —De acuerdo —contestó Carly—. ¿Quieres que te lleve alguna cosa?
    —Voy a pasar por una farmacia antes de subir a casa, así que no será necesario que lleves nada, gracias.

    Alexandra terminó su jornada a duras penas y avisó que no acudiría a la oficina al día siguiente. Pasó por la farmacia y subió al apartamento. Apoyada en el teléfono había una nota de Cheryl. La leyó. Su compañera había ido a Miami para una sesión de fotos de bañadores, regresaría en tres días. Tiró la nota a la basura y conectó el contestador automático. Se dirigió a su habitación y cerró la puerta. Tomó la medicina que había comprado en la farmacia y se metió en la cama. Quedó dormida casi al instante.

    El teléfono sonó dos veces. Saltó el contestador y después de unos segundos se oyó una voz masculina.

    —Soy Stephen, pasaré por ahí a primera hora de la mañana. Deja la llave donde siempre. Tenemos que hablar.


    * * *

    Alexandra durmió profundamente durante toda la noche. Se despertó y se tomó la temperatura. Había vuelto a subir un poco, pero se notaba pegajosa y húmeda por el sudor, así que decidió ducharse. Salió del baño más relajada y fresca. Se asomó al gran ventanal. Seguía nublado, pero no llovía.

    Se arrebujó en su albornoz blanco y se sentó en el sofá.

    Oyó la puerta abrirse y pensó que sería Carly.

    —¡Estoy en el salón! —gritó, hundiéndose más en el sofá.

    Los pasos de Carly sonaban extraños por el pasillo. No eran los habituales tacones que solía llevar, sino algo mucho más suave.

    Miró el reloj. Las ocho.

    —Te has adelantado. ¿Ha ocurrido algo? —preguntó alzando la voz, extrañada.

    Nadie contestaba y Alexandra se alarmó. Los pasos se habían detenido.

    —¿Quién hay ahí? —su voz temblaba—. Carly, esta broma no tiene ninguna gracia.

    Se levantó del sofá. Sus ojeras estaban marcadas, su garganta reseca, tal vez por el miedo.

    Volvieron a oírse los apagados pasos por el pasillo.

    De repente una figura masculina apareció en la puerta del salón. Alexandra ahogó un grito.

    —¡Señor Davenport! —susurró aterrorizada—. ¿Qué hace usted aquí?
    —Eso mismo pregunto yo —contestó él, asombrado—. ¿Cómo sabe quién soy?
    —Yo… yo —apenas podía pronunciar palabra—. Vivo aquí pero, usted…
    —¿Usted vive aquí? —se acercó despacio.

    Alexandra cerró su albornoz hasta el cuello y dio dos pasos hacia atrás, asustada. Stephen llevaba la llave en la mano.

    —¿Por qué ha cogido la llave? —preguntó.

    El temor que sentía fue desapareciendo, dando paso a una incontenible furia.

    —¿La puso usted ahí? —sonrió él.
    —Creo que eso no es asunto suyo. No tiene derecho a entrar en esta casa como lo ha hecho. Le agradecería que saliese inmediatamente de aquí.
    —¿De qué me conoce usted? —siguió acercándose a ella, con esa sonrisa de medio lado en los labios—. No recuerdo haberla visto nunca.
    —Pues mejor. Salga de aquí y olvídese de esta lamentable equivocación.

    Alexandra pensó que tal vez… No, Cheryl no podía ser la modelo que… Eso era imposible.

    —¿Equivocación? Puede ser. Pero admito que me gusta lo que he encontrado —dijo Davenport con una aviesa sonrisa.

    Alexandra se irguió desafiante. No pensaba consentir que se acercara más a ella.

    Stephen se detuvo. No esperaba una reacción de ese tipo.

    ¿Quién sería aquella muchacha? Cheryl no le había dicho que vivía con otra persona. Ésta parecía diferente a las demás, aunque tenía mala cara. Tal vez la diferencia residía en su indisposición.

    —Estoy esperando a una amiga —dijo Alexandra—. Confío en que para cuando ella llegue usted haya salido del apartamento. No le conviene que le vea aquí. Le conoce mucho a usted y a su familia.
    —¿Me estás amenazando? —sonrió, mientras daba vueltas a la llave entre sus dedos.
    —No le estoy amenazando, señor Davenport. Le estoy pidiendo, con toda la educación de que dispongo en estos momentos, que salga de aquí de una vez.

    Stephen se aproximó a ella. La tenía tan cerca que podía sentir su fresco aroma. Alexandra intentó dar un paso hacia atrás, pero había llegado hasta el sofá y no podía continuar.

    —No se acerque más —entrecerró los ojos, mirándole con furia.

    Él la tomó por la cintura y la besó con fuerza en los labios. Alexandra le empujó. Stephen sonreía, triunfante.

    Ella levantó la barbilla y con todas las fuerzas de las que disponía le abofeteó.

    —Le avisé. Ahora haga el favor de marcharse. Yo no soy el tipo de mujer a las que está usted acostumbrado. No me gusta tener nada que ver con basura.

    Stephen se frotaba la mejilla con el ceño fruncido.

    —Nos presentaron hace varias semanas en casa de una amiga común —añadió Alex con tono altanero—. Espero que no tenga que darle ninguna explicación sobre su comportamiento de hoy.

    Le empujó con violencia hacia la puerta.

    —Si no sale inmediatamente de mi casa llamaré a la policía —gritó ya, fuera de sí.

    Cuando Stephen llegó al descansillo, sin poder decir ni media palabra, ella cerró la puerta con un fuerte golpe. Se apoyó en el mueble de la entrada y empezó a temblar.


    Capítulo 3


    Alexandra no se movió de la entrada. Estaba paralizada. Los acontecimientos la habían desbordado y era incapaz de reaccionar. Jamás hubiese podido imaginar que Cheryl viviese de aquella manera. Apretó la llave que Stephen le había entregado antes de salir. Era un hombre despreciable, bajo y ruin, que se aprovechaba de muchachas como su compañera para pasar buenos ratos. ¿Cómo se había atrevido a insinuar que ella también caería en sus redes?

    Sonó el timbre de la puerta y se sobresaltó. Abrió con cuidado.

    —¿Dónde está la llave? —Carly se asomó con cara de asombro.

    Alexandra la dejó pasar y cerró tras ella.

    —Anoche me encontraba tan mal que olvidé ponerla debajo del felpudo —se excusó, aún temblando.
    —Me lo he imaginado —entró en el salón—. ¿Cómo te encuentras? Veo que mejor, ya que te has levantado.
    —He tomado una ducha. Me encuentro algo mejor, gracias.
    —Te he traído algo de comida —dijo Carly sin advertir la agitación de su amiga—. Pensé que no tendrías tiempo de bajar al supermercado. ¿Dónde está la cocina?

    Alexandra la condujo hasta la pequeña cocina. Todavía le temblaban las piernas, pero intentó sonreír.

    —Mamá se ha quedado preocupada —Carly colocaba las viandas sin dejar de hablar—. Me ha dicho que te quedes en nuestra casa hasta que te recuperes. Aquí sola no creo que estés muy bien atendida.
    —Estoy bien, no te preocupes —Alexandra se dejó caer sobre una de las banquetas.
    —Insisto en que no deberías quedarte aquí sola. Me aterra pensar que puedas necesitar cualquier cosa y no podamos atenderte. Ya sabes lo lejos que vivimos.

    Las palabras de Carly retumbaban en su cabeza, como un martillo golpeando en un objeto metálico.

    Alexandra recordó a Stephen. ¿Y si regresaba? Tal vez no se atreviese. Pero no parecía un hombre de los que se arredran. No tenía pinta de psicópata, pero había nacido en ella la sombra de la duda y ya no sabía qué pensar. Si al menos Carly estuviese callada unos minutos…

    —No quisiera molestar a nadie —respondió, casi sin pensar.
    —A mamá le encantaría cuidar de alguien en casa. Tiene vocación de enfermera —rió Carly—. Ya sabes que nadie entiende de enfermedades tanto como ella.
    —No sé —dudó Alexandra—. Lo cierto es que me da un poco de miedo quedarme sola.
    —Entonces no se hable más. Te ayudaré a recoger un par de cosas para estos días. Escríbele una nota a Cheryl, para que no se preocupe y te llevo a casa.

    Se puso en pie, dispuesta a organizar el traslado de su amiga y encantada con la idea de tenerla a su lado.

    —¿No tienes que ir a trabajar? —Alexandra se volvió hacia su amiga. Su traslado, ahora lo reconocía, suponía un alivio considerable.
    —He pasado por la oficina hace unos minutos. Tenía que recoger unos impresos para llevarlos al correo, pero creo que los llevaré primero a casa para comprobar si están correctos.
    —Si tienes algo que hacer en la empresa, hazlo. Después del trabajo puedes venir a recogerme —Alexandra se acercó a Carly—. Yo no tengo prisa. Así tendré tiempo para recoger todo y llamar a Andy.
    —Está bien. Me parece buena idea —Carly recogió su bolso del suelo—. Te llamaré antes de salir, para que estés preparada. No te olvides de guardar todas las medicinas, aunque me imagino que el médico de mamá te examinará.

    Lanzó una mirada al teléfono.

    —Quita el contestador —se dirigió hacia la puerta de la calle—. Odio esos aparatos infernales.

    Alexandra rió. Cerró la puerta y se acercó al teléfono. Había un mensaje.

    Se sentó mientras escuchaba la voz suave de Stephen.

    —¡Maldito canalla! —susurró, encolerizada—. Espero que nunca más se atreva a acercarse a mí.

    Intentó imaginarse cómo Cheryl había podido relacionarse con un hombre así. Nunca le había hablado de él en sus cartas. Tal vez fuese un amor secreto, pero no le resultaba coherente que Stephen Davenport estuviese enamorado de una mujer como Cheryl.

    Alexandra guardó algo de ropa en una bolsa de viaje, sus efectos personales en un maletín y las medicinas en el bolso. Recogió la cocina, hizo la cama y se sentó en el sofá. El esfuerzo la había agotado. Descolgó el teléfono y marcó el número directo de Andy Brown.

    —¿Andy? Soy Alexandra —dijo tan pronto descolgaron el auricular.
    —¡Alex! Me tenías preocupado —contestó él—. ¿Qué tal te encuentras?
    —Algo mejor —dijo ella, lacónicamente—. Escucha, me voy a casa de Carly. Me da miedo quedarme sola en mi apartamento. Allí tendré algo de compañía. Terminaré de recuperarme allí.
    —Me parece estupendo. Esta tarde pasaré a verte —dijo Andy, jovial.
    —Llévame algo de trabajo, Andy —pidió Alexandra—. Estoy aburrida. No puedo estar sin hacer nada tantos días…
    —Eso ni lo sueñes —rió Andy—. Necesitas recuperarte completamente. Descansa y ponte bien. Ya tendrás tiempo de trabajar cuando regreses. De eso me ocuparé yo personalmente. Luego hablaremos, ahora tengo que dejarte.
    —Está bien —aceptó resignada.
    —Entonces nos veremos esta tarde.
    —Sí. Gracias, Andy. Hasta luego.

    Cuando Alexandra colgó pensó que Andy se había portado muy bien con ella desde que la había conocido. Se había preocupado personalmente de que las cosas le fueran fáciles en la empresa, para disgusto de Alexandra, que se sentía demasiado protegida. Ningún empleado recibía el trato que le habían dispensado a ella.

    Su pensamiento voló hacia Greenville. Tía Francés había escrito una larga carta contándole las escasas novedades que se habían producido en la ciudad. La echaban de menos y le agradecían el cheque que les había enviado. Aquello la hizo pensar de nuevo en Cheryl y el intruso.

    Si pudiese hablar con franqueza a su tía Francés de lo que le había ocurrido… Ella siempre sabía aconsejar lo correcto. Nunca se equivocaba. Pero no deseaba que nadie se enterase de lo que había descubierto. Ni siquiera Cheryl. Ella menos que nadie. Tal vez tenía sus motivos para haber aceptado a un hombre como Stephen. Se sintió mal por albergar dudas respecto a su amiga, porque aquel desconocido hubiese abierto una brecha en la confianza entre ambas.

    El sonido del teléfono la sobresaltó.

    —¿Diga? —contestó.
    —¿Estás sola? —susurró una voz cálida y bien modulada.

    Era él.

    —Le agradecería que dejase de molestarme —Alex estaba furiosa y su voz temblaba—. Estoy esperando una llamada y quisiera tener la línea libre.
    —Me gustaría decirle que he disfrutado mucho de su compañía esta mañana —continuó él.
    —Es usted un enfermo —respondió Alexandra, despectiva.
    —Aún no me ha dicho su nombre —dijo él con aplomo.
    —Ni se lo diré —dijo Alexandra tras colgar, mirando al teléfono encolerizada.


    Carly pasó a recogerla antes de comer y la llevó a su gran mansión. Todos la estaban esperando. Un médico, amigo de la familia, se ofreció a examinarla confirmando lo que ya todos sabían: Alexandra tenía la gripe.

    Pasó el resto del día en la cama. Andy se acercó a visitarla a última hora de la tarde. Alexandra había bajado al salón y leía.

    —¿Cómo está la enferma? —Andy asomó la cabeza por la puerta, sonriente.

    Ella le miró sobresaltada y sonrió a su vez.

    —Pasa, Andy. Me encuentro mejor. Pero el médico me ha recetado descanso… y un jarabe repugnante —dijo Alex con una mueca de disgusto.
    —Un gran médico —rió Andy.
    —Te voy a contagiar. Te advierto que no resulta muy agradable estar tomando medicinas a todas horas —dijo ella al ver que Andy se aproximaba.
    —No importa —dijo él guiñándola un ojo—. Me vendrá bien un poco de descanso a mí también.
    —Tengo ganas de volver al laboratorio —suspiró Alexandra—. Lo echo de menos.
    —Eres increíble —Andy se sentó a su lado tomándola una de sus manos.

    Alexandra dio un respingo en el sofá. Andy la miró, avergonzado.

    —Parece que ya no tienes fiebre —se excusó, soltando la mano con cuidado.
    —No… —sonrió Alexandra con prevención.
    —Alexandra, yo… verás —él había bajado el volumen de su voz—. A mí me gustaría salir contigo alguna vez. Ya sé que éste no es momento para decírtelo pero… En el laboratorio no me parecía correcto y…

    Alexandra cerró el libro y lo dejó encima de una mesita que tenía detrás. De alguna forma había temido que llegara aquel momento y no sabía cómo reaccionar para no herir a aquel hombre al que admiraba.

    —¿Crees que estaría bien? —preguntó Alex, con timidez.
    —¿Por qué no? —Andy recuperó la sonrisa alentado.
    —Bueno… trabajamos juntos, tú eres mi jefe —objetó Alexandra.
    —Pero saldremos fuera de las horas de trabajo —zanjó Andy—. No me gusta pasear pasillo arriba y abajo por el laboratorio.

    Rieron los dos.

    —Tenemos muchas cosas en común —se animó Andy—. Nunca nos faltaría un tema de conversación. Aparte de eso soy un gran aficionado a la jardinería, tengo un acuario en mi casa, me encanta jugar al golf, ir a la ópera y al teatro y no aguanto la bebida —Andy se interrumpió para añadir—. Soy casi perfecto.

    Alexandra se incorporó un poco más en el sofá, sonriendo. Andy era estupendo, no había duda.

    —Creo que después de haber escuchado todos esos irrefutables argumentos —sentenció—, tendré que salir contigo.

    Andy volvió a tomar su mano, esta vez sin temor y la estrechó con cuidado.

    Alexandra sintió que se ruborizaba.

    —Tengo que irme —anunció Andy—. No quiero molestarte más, pero mañana volveré a verte. Voy a despedirme de la familia.

    Se puso en pie y agitó la mano, despidiéndose de Alexandra.

    Ella le observó hasta que le perdió de vista. Empezaba a arrepentirse de haber aceptado. No sentía el menor deseo de salir con ningún hombre. Lo único que realmente le apetecía era trabajar y quedarse en el apartamento por las noches. Tal vez, si tenía la oportunidad, buscase algo para hacer alguna noche, por ejemplo dar clases. Siempre había tenido una increíble facilidad para enseñar a los demás. Pero empezar una relación…

    En ese momento se encontraba cansada y enferma y apenas tenía fuerzas para ponerse a pensar. Ya lo decidiría cuando se encontrase mejor.


    Cheryl llegó al apartamento por la noche. Estaba agotada. La sesión se había suspendido por el mal tiempo y había regresado antes de lo previsto. Encendió la luz y vio la nota de Alexandra. La leyó con desgana y suspiró aliviada. Al menos dispondría de un par de días para arreglar su situación. Miró hacia el teléfono y vio que había un mensaje. Alexandra no lo había borrado. Cuando lo oyó creyó que todo daba vueltas. Se quedó sin respiración. ¿Lo habría escuchado su amiga? Descolgó el teléfono y marcó el número de Stephen. Sus manos temblaban. Tal vez Alexandra se había marchado al descubrir sus relaciones con Stephen… Tal vez se habían encontrado… Quizá…

    —Hola, Stephen —saludó, cuando comunicó con él—. Escuché tu mensaje en el contestador —el tono de voz de ella era sumiso, cauteloso.
    —Hola, Cheryl —respondió Stephen—. Pasé por tu casa.

    Stephen decidió no hablar del incidente con la muchacha del apartamento.

    —He estado fuera unos días —a Cheryl le temblaba la voz.
    —Me lo he imaginado. La llave no estaba en su sitio. Supuse que tendrías trabajo, así que me marché —dijo él.

    Cheryl respiró profundamente.

    —Me gustaría hablar contigo —continuó Stephen—. Pasaré a recogerte dentro de una hora.
    —Está bien. Hasta luego.

    Cheryl se sentía un poco más tranquila. Si Alexandra hubiese escuchado lo de la llave, habría sospechado y entonces…

    Una hora después sonó el timbre del portero automático. Cheryl bajó a la calle. Vio a Stephen esperando al lado de su auto. Abrió la portezuela y después subió él.

    —¿Adonde vamos? —preguntó Cheryl.
    —Iremos a cenar a un sitio tranquilo. Tenemos mucho de que hablar.

    Stephen deseaba preguntarle acerca de la muchacha del albornoz que había encontrado en el apartamento. Ella era diferente, parecía sacada de un cuento de hadas, tan inocente y, a la vez, tan fuerte y decidida. No encajaba en la vida de Cheryl.

    —Así que has estado fuera —empezó.
    —En Miami. Teníamos una sesión fotográfica de bañadores, pero hubo que suspenderla por el mal tiempo. Imagino que esperarán hasta que mejoren las condiciones allí.

    Cheryl sabía que lo que iban a hablar cambiaría su vida. Estaba convencida de que ya había pasado a la historia en la vida de Stephen. Se había cansado de ella, igual que un niño se cansa de sus viejos juguetes. Seguramente habría otra mujer con la que divertirse. Se sentía destrozada por dentro. Siempre había abrigado la esperanza de ser la única mujer en su vida, la afortunada que consiguiese llevarle al altar. ¡Qué equivocada estaba! Sabía que no debería haberse enamorado de él. Los hombres como Stephen nunca se casaban con sus amantes de una semana.

    Llegaron a un pequeño restaurante cerca de la costa. Permanecían en silencio y Cheryl apenas se atrevía a mirarle a los ojos.

    Conversaron de temas intrascendentes durante toda la velada. Cheryl estaba desconcertada. Nunca le había visto tan interesado por los detalles de su trabajo. Preguntas acerca de los fotógrafos, de los horarios, de los jefes… Empezó a creer que estaba equivocada respecto a él.

    —Siempre me ha parecido fascinante el trabajo que hacéis en los estudios —se inclinó levemente hacia ella—. Te confieso que yo no podría hacerlo. Salgo fatal en las fotografías.
    —De todas formas no creo que te preocupe demasiado —añadió—. Te ganas la vida muy bien sin tener que ponerte delante de una cámara.
    —Sí —sonrió—. Es una suerte. ¿Y qué haces ahora?
    —De momento nada —suspiró—. Estoy esperando que me llame mi agente. Él es quien me busca trabajo. De momento no me ha faltado.
    —Me alegra saberlo.

    Cheryl tenía la sensación de caminar hacia un callejón sin salida. Stephen no se comportaba como solía hacerlo al principio de su relación.

    Llegaron los postres…

    —Mañana salgo de viaje —empezó él.
    —Eso es estupendo —sonrió Cheryl.
    —Cuando regrese, dentro de un par de semanas, todo habrá terminado entre nosotros. Cada uno volverá a su vida como si nada hubiese pasado —su tono de voz era tan indiferente que Cheryl no podía dar crédito a sus oídos.
    —Stephen… —intentó no echarse a llorar.
    —Sabes perfectamente que nuestra relación no tenía futuro. Lo sabes desde que comenzó. Espero que no te hubieses hecho ilusiones —Stephen tomó la copa de brandy que había sobre la mesa y aspiró su aroma, con deleite.
    —No, por supuesto que no —la voz de Cheryl sonaba estrangulada.
    —Tampoco quiero que pienses que me he aprovechado de ti. Yo sólo he tomado lo que tú me ofrecías —dio un sorbo al brandy, paladeándolo.
    —Claro, claro…

    A su memoria vino una palabra que se utilizaba en Greenville para llamar a Lula, la mujer a la que los hombres iban a visitar, de vez en cuando, por las noches en su casa. Ella se había convertido en lo mismo que Lula, o al menos así se sentía después de escuchar a Stephen.

    —Yo soy así —intentó justificarse él.

    Cheryl sintió deseos de abofetearle allí mismo, pero él tenía razón. Su relación se había basado desde un principio en la ambición de Cheryl y en el carácter mujeriego de Stephen. Él nunca había tomado nada a la fuerza.

    De repente se sintió despreciable y sucia. Había desperdiciado su juventud en tonterías que no le habían hecho feliz.

    —Creo que tienes razón —aceptó, al fin—. Podemos decir que nuestro contrato ha finalizado.

    Stephen sonrió con cierta condescendencia.

    —Espero que no me guardes rencor. Han sido unos meses muy agradables, pero lo mejor es terminar antes de que nos empecemos a hacer daño. Tú tienes un gran futuro, ya no necesitas mi ayuda y yo seguiré mi vida como hasta ahora. Es la mejor forma de vivir que conozco y me gusta mi libertad.
    —Te comprendo —dijo ella, casi en un susurro—. Y te agradezco que hayas sido sincero conmigo. La verdad es que no íbamos hacia ninguna parte.
    —Me alegra ver que eres una mujer inteligente. Te quedan muchos años por delante para vivir sin problemas. Aprovéchalos y disfruta.


    Cheryl se despertó por la mañana sobresaltada por el timbre del teléfono. Apenas había dormido unas horas y sentía un dolor sordo en su corazón, una punzada de inquietud. Se levantó, medio dormida.

    Era de su agencia. La reclamaban para una campaña hotelera en Hawai. El famoso empresario Pierre Dupont había visto algunas de sus fotografías y deseaba que fuese la modelo para la publicidad.

    Se sentía vacía, incapaz de afrontar un nuevo día, pero se vistió y salió hacia el estudio. Durante el trayecto intentó decidir qué haría en el futuro. No sabía más que posar delante de las cámaras fotográficas. Ni siquiera había terminado sus estudios. Durante tres años había vivido de su cuerpo, sin pensar en el porvenir. Tal vez quedasen dos o tres años más de trabajo, eso si se cuidaba y tenía suerte. Detrás de ella había muchas modelos jóvenes que tampoco tenían demasiados escrúpulos a la hora de conseguir un buen contrato. Para ella esa forma de vida tenía que terminar.

    Pensó en Alexandra. La envidiaba profundamente. Su rostro no aparecía en las mejores revistas del país, nadie la conocía, excepto su familia y amigos, tenía un buen trabajo en una prestigiosa empresa. Era feliz.

    Todos estaban esperando su llegada. Los maquilladores, fotógrafos, peluqueros… y Pierre Dupont.

    Cheryl quedó agradablemente sorprendida al conocerle. Le imaginaba mayor de lo que era: no llegaba a los cuarenta. Elegante y educado.

    Discutieron largamente sobre las condiciones del contrato. El agente de Cheryl sabía que estaban ante una oportunidad de oro, ya que la propaganda se distribuiría por todo el país y se realizaría algún spot publicitario en televisión. El trabajo se haría en los hoteles y apartamentos que Dupont quería promocionar en Hawai, pero antes había que hacer algunas pruebas.

    Pierre Dupont se mostraba muy interesado en Cheryl, no sólo por su trabajo, sino por su simpatía y su modo de ser, tan natural y espontáneo.

    —Me gustaría conversar con usted un poco más a fondo —dijo, cuando terminaron las pruebas.
    —Si vamos a trabajar juntos sería lo ideal —contestó ella, sonriéndole.
    —¿Aceptaría tomar un café conmigo? —preguntó DuPont con cierta timidez.
    —Será un placer, señor Dupont.
    —Llámeme Pierre, por favor.

    Cheryl se daba perfecta cuenta de que acababa de romper con un hombre del que estaba, o creía estar, enamorada. Y ahora llegaba Pierre Dupont, con sus amables palabras y hacía renacer en ella la esperanza de seguir adelante.

    Pierre no la miraba con lujuria, como hacía el resto de los hombres con los que salía. La escuchaba con atención en lo que decía, y ella intentaba ser natural. Había adquirido la costumbre de fingir siempre que mantenía una conversación con alguien, dando la sensación de tener la cabeza hueca. Pero Pierre la incitaba a ser ella misma, a mostrarse tal como era.

    —Nunca he estado en Hawai —se llevó la taza de café a los labios.
    —Es un lugar maravilloso —Pierre la miraba detenidamente.
    —Tengo ganas de conocerlo. Me encantan las playas paradisíacas en lugares exóticos.
    —Tendré mucho gusto en enseñarle los rincones más escondidos de las islas. Son los que apenas conocen los turistas —se ofreció Pierre.
    —Usted no es de la isla, ¿no es cierto?
    —Vivo allí desde hace más de veinte años, pero nací en Canadá. Voy de vez en cuando, si mis ocupaciones me lo permiten. Es un sitio ideal para esquiar.
    —Yo soy del sur —rió Cheryl—. Nací en una pequeña ciudad de Carolina del Sur. Allí nunca hay nieve.

    Poco a poco Cheryl se iba relajando. Su incidente con Stephen la había tenido en tensión durante todo el día.

    Pierre Dupont estaba fascinado por aquella muchacha de acento cálido y dulce, que le miraba sonriente. Las modelos le habían resultado siempre bastante casquivanas e insolentes, pero Cheryl tenía algo especial que la hacía diferente. Su mirada tenía una tristeza insondable que él deseaba hacer desaparecer. Le inspiraba una infinita ternura, no sabía muy bien por qué. Unos sentimientos, que él creía escondidos, empezaban a asomar a su corazón.

    —Creo que ya va siendo de regresar a casa —dijo Cheryl—. Mañana hay que trabajar.
    —Es una buena idea —contestó él—. Si no le parece mal, me gustaría invitarla a comer después del trabajo.

    Cheryl sonrió.

    —Me parece estupendo.

    Salieron de la concurrida cafetería y subieron al auto de Pierre.

    Esa noche, mientras estaba en la cama, Cheryl decidió que su vida cambiaría a partir de ese mismo momento. Intentaría dejar a un lado sus ambiciones y conformarse con lo que fuese consiguiendo. Decidió que Pierre Dupont formaría parte de su vida, de alguna manera que aún no había decidido. Quizá pudiese ser el amigo entrañable que siempre le faltó.

    Apagó la luz y se tapó con la ligera sábana de raso blanco.

    Recordó su adolescencia en Greenville, cuando los muchachos iban a buscarla después de las clases y ella los observaba entre risas desde la ventana del cuarto de Alexandra. A ésta no le parecía bien nada de lo que hacía, siempre la reprendía porque no estudiaba lo suficiente y sus notas no eran demasiado buenas.

    Alexandra siempre intentaba ayudarla en todo, incluso cuando sabía que estaba equivocada. Nunca la había delatado cuando decía alguna que otra mentira para salir con el muchacho que le gustaba en aquel momento.

    Y ahora se lo estaba escondiendo todo.

    Las cosas ya no eran como en la adolescencia…


    Capítulo 4


    Alexandra permaneció diez largos días en casa de Carly, atendida en todo momento hasta en los mínimos detalles. Ella no estaba acostumbrada a ese trato y se sentía incómoda.

    Andy la visitaba todas las tardes y se sentaba a su lado para charlar. Siempre llevaba algún pequeño obsequio que la hacía sentirse incómoda.

    Cuando se encontró mejor recogió sus cosas y se trasladó a su casa alegando una interminable lista de pequeñas obligaciones ineludibles.

    —Me alegro de que te hayas recuperado —Cheryl estaba sentada junto a Alexandra y parecía radiante, distinta. Dulce y atenta, como siempre había sido, se interesaba por todos los detalles de su amiga.
    —Tendré que seguir tomando los medicamentos durante algunos días más, pero ya me encuentro mucho mejor. ¡Estoy en casa! —suspiró Alex aliviada.
    —Cuéntame qué tal te ha ido por Long Beach.
    —Mi jefe ha ido a visitarme todos los días —sonrió Alexandra esbozando una mueca de fastidio.

    Cheryl levantó una ceja y entrecerró los ojos con picardía.

    —Vaya, vaya.
    —No imagines cosas que no son —la censuró Alexandra—. La verdad es que se me está haciendo un poco pesado.
    —No desperdicies una ocasión tan buena como ésa. Ya es hora de que dejes paso a los sentimientos.
    —Cheryl… —movió la cabeza, reprobándola—. ¿Y tú? ¿Qué tal te ha ido?
    —Estupendamente —Cheryl cruzó las piernas encima del sofá—. Dentro de una semana viajaré a Hawai para un trabajo.
    —Me das mucha envidia —sonrió Alexandra—. Siempre viajando y conociendo lugares maravillosos. ¿Qué vas a hacer esta vez?
    —Propaganda turística para una cadena de hoteles y apartamentos.
    —Daría lo que fuese por poder ir contigo —suspiró Alexandra—. Nunca he estado en Hawai.
    —Te mandaré una postal desde allí.

    Alexandra agarró uno de los almohadones y la golpeó entre risas. Cheryl tomó el otro y se enzarzaron en una pequeña batalla, mientras reían sin cesar.

    Quedaron rendidas, pero felices. Cheryl se sentía mejor que nunca. Sabía que se estaba enamorando de un hombre que tal vez no la correspondería nunca, pero estaba experimentando por primera vez en su vida un amor desinteresado y sincero y deseaba disfrutar de sus sentimientos mientras durasen.

    —Te noto cambiada —dijo Alexandra, cuando hubieron recuperado el aliento.
    —He conocido a alguien —sonrió Cheryl, ruborizada.
    —Cheryl… —la abrazó.

    Sabía perfectamente que Cheryl jamás le hablaría de Stephen, ni de los demás, si es que los había. Pero si decía que había conocido a alguien, seguramente fuese algo distinto. Tal vez después de todo aquel estúpido arrogante tuviese corazón y si Cheryl le amaba…

    —Háblame de él.
    —Se llama Pierre y es maravilloso —dijo Cheryl riendo como una chiquilla.
    —¿Eso es todo? —Alexandra frunció el ceño, confusa.
    —¿Te parece poco? —se extrañó Cheryl.
    —¿Él también está así de… emocionado? —balbuceó Alexandra, intentando ordenar sus ideas y tratando de encajar a Davenport en todo el rompecabezas…

    Cheryl se puso en pie. La sonrisa se fue difuminando en su rostro, hasta desaparecer. Se acercó al ventanal y movió la cortina para mirar la calle.

    —No lo sé. No sé si está emocionado. Me gustaría que así fuese, pero aún no me ha dicho nada.
    —Estará esperando el momento adecuado —Alexandra había advertido el cambio en el tono de voz de su amiga—. Sabes que los hombres suelen ser bastante tímidos para esas cosas.

    Alexandra evocó la imagen de Stephen. Le odiaba porque sabía que había hecho daño a Cheryl, porque no tenía sentimientos ni vergüenza. Deseaba volver a abofetearle. Se lo merecía.

    —Tengo que salir —dijo Cheryl con aire ausente—. Tengo una prueba fotográfica con los vestidos de noche que vamos a llevar a Hawai.
    —¿Volverás a cenar? —preguntó Alexandra—. Puedo preparar algo realmente exquisito.
    —Depende de Pierre —sonrió Cheryl, haciendo un guiño—. No hace falta que me esperes. Llegaré tarde.

    Cuando Cheryl salió, Alexandra se tumbó en el sofá, mirando al vacío. Se sentía algo cansada y confusa. Cheryl le había hecho recapacitar. Era cierto que siempre había mantenido sus sentimientos bajo control. Nunca se había permitido comprometerse con nadie. El sonido del timbre en la puerta la sacó de sus pensamientos. Alexandra se levantó con desgana, sin preguntarse quién podía llamar. Pero cuando abrió, se quedó petrificada.

    —Usted…

    Stephen empujó la puerta con cuidado y la cerró tras de sí.

    —Usted… —repitió Alexandra, sin poder dar crédito a sus ojos.
    —¿Piensas quedarte ahí toda la tarde repitiendo la misma palabra? —dijo él, sonriendo, mirando con confianza el interior de la casa.
    —Lo que pasa es que no puedo creer lo que estoy viendo. ¿Cómo puede ser tan desvergonzado?

    Stephen soltó una sonora carcajada.

    Alexandra le estudió con cuidado. Llevaba un pantalón de color gris y una camisa en color blanco, sin corbata. Al reír se le formaban unas pequeñas arrugas a los lados de los labios. Era un hombre irresistiblemente atractivo. Comprendía que las mujeres cayesen a sus pies sin esfuerzo. Pero esta vez se había excedido con ella.

    —Me habían llamado de todo en esta vida, pero es la primera vez que me llaman desvergonzado. Y debo reconocer que, dicho por ti, suena bastante bien —retó él, con ironía.
    —Soy una mujer educada, como puede observar. Así que le pediré con toda educación que salga de mi apartamento antes de que llame a la policía.

    Alex se dirigió hacia la puerta de la calle y la abrió.

    —Le ruego que se marche —añadió con frialdad—. No deseo verle ni hablar con usted.

    Stephen pasó al salón, tomó asiento en el sofá y curioseó a su alrededor, como si no la hubiese escuchado.

    —Me gustaría saber cómo te llamas. El otro día no nos presentamos debidamente. Teniendo en cuenta que soy un visitante bastante asiduo, debería saber tu nombre para poder llamarte por él.
    —Ya hemos sido presentados, por desgracia —contestó ella, con ira mal reprimida—. Estoy esperando que salga del apartamento.

    Golpeaba el suelo con un pie, en actitud de impaciencia, mientras le miraba con una ceja enarcada.

    —Quisiera saber si eres tan complaciente como Cheryl —dijo Davenport sin pestañear.

    Alexandra sintió una oleada de furia que la hizo enrojecer. Incluso el tono y el timbre de su voz resultaban desagradables.

    —No pienso consentirle que hable mal de Cheryl.
    —Pensaba que serías igual que ella, al fin y al cabo compartes su apartamento.

    La sonrisa cínica del visitante estaba consiguiendo minar la paciencia de Alexandra, que notaba como la furia iba creciendo dentro de ella hasta desbordarla.

    —Es usted despreciable. Cheryl fue siempre una chica encantadora y sencilla. Tuvo muy mala suerte al caer en sus garras.

    Stephen volvió a reír y cruzó las piernas, poniéndose más cómodo.

    —Yo no fui el primero, ¿sabes? Hubo muchos antes que yo. Ella misma me lo confesó.
    —Márchese inmediatamente —gritó Alexandra—. No quiero seguir oyendo las mentiras que ha venido a contarme. Si no se marcha…
    —¿Vas a abofetearme hoy también? —la interrumpió Stephen, sonriente.

    Alexandra deseaba hacerlo, pero temía acercarse a él.

    —Me gustan las mujeres como tú —proseguía él—. Con temperamento. Sí. Me encantaría conocerte un poco más a fondo.
    —Creo que eso no va a ser posible —dijo Alexandra, volviendo a señalar la puerta—. Me resultaría bastante desagradable volver a verle y mucho más conversar con usted.
    —Siempre consigo lo que deseo —se inclinó hacia ella.
    —Esta vez no será así. Se ha equivocado conmigo.

    Stephen se levantó, con expresión grave y se acercó a Alexandra lentamente.

    Ella fue retrocediendo hacia la puerta, que todavía seguía abierta de par en par.

    —Veo que por fin ha entrado en razón —dijo Alexandra, con la voz algo ronca.
    —Me iré —afirmó Stephen—. Pero puedes estar segura de que volveremos a vernos.
    —Espero que no —sonrió Alexandra con desdén—. Este tipo de encuentros con usted me ponen enferma.

    Stephen tomó la barbilla de Alexandra con la mano y acarició su rostro. Alexandra no se atrevía a moverse.

    —Me gustas, muchacha —susurró—. Averiguaré quién eres. No me resultará difícil. La próxima vez me gustaría volver a verte con ese albornoz blanco que tan bien te sienta.

    Salió sin más dilación y Alexandra se quedó conteniendo la respiración. Al cerrar la puerta, suspiró con fuerza. Ese maldito engreído conseguía sacarla de sus casillas.

    Se apoyó con todo su cuerpo en la puerta. Stephen Davenport la asustaba, pero también la hacía sentirse fuerte y segura de sí misma. Era una extraña sensación. Recordó el roce de su mano sobre su rostro. Una piel suave, de hombre. Y ese aroma fresco y amargo…

    Sonó el timbre de la puerta y se sobresaltó. ¿Y si había regresado?

    Tardó unos instantes en abrir. Respiró hondo, atisbo por la mirilla y a continuación se apresuró a franquear la entrada a Carly.

    —¿Dónde te habías metido? —Carly entró con el ceño fruncido.
    —Lo siento, estaba en el otro lado de la casa —mintió, Alexandra sonrojándose levemente.
    —¿Cómo es que no me llamaste para decirme que volvías aquí? —Carly suspiró, resignada—. Vengo a invitarte a una fiesta que se celebrará en casa el sábado. Es el aniversario de mis padres y se me olvidó comentártelo. Pensé que además seguirías en casa.

    La mente de Alexandra estaba en otro lugar. No tenía deseos de asistir a ninguna fiesta.

    —Mañana iremos a comprar un vestido, ¿te parece bien? —propuso Carly, preocupada por el mutismo de Alexandra.
    —Será una fiesta familiar —se excusó ésta—, no creo que sea muy apropiado que yo asista —intentaba buscar algún pretexto que no resultara demasiado poco convincente.
    —Habrá más de cien invitados —rió Carly que había pasado al salón y tomaba asiento en el sofá.
    —De todas maneras yo no soy muy amiga de las fiestas —arguyó Alexandra con cierto fastidio—. Me suelo aburrir bastante.
    —Alexandra… —Carly se inclinó hacia ella señalándola con un dedo acusador—, no intentes negarte. Hazlo por mí. Tienes que empezar a relacionarte con las personas importantes de la ciudad. Dentro de poco serás una famosa científica y debes entrar en el círculo de los personajes famosos.

    Se acercó a su amiga con una sonrisa de complicidad en los labios y Alexandra protestó más débilmente.

    —Sabes perfectamente que soy un desastre en las reuniones sociales. Si me sacas de mis temas habituales de conversación me pierdo.

    Carly observaba sus uñas, pintadas de rosa oscuro, mientras intentaba hacer entrar en razón a Alexandra.

    —Andy está invitado —la miró por el rabillo del ojo.

    Alexandra se preguntaba si Stephen Davenport también estaría en la fiesta. Al fin y al cabo era amigo de la familia. Sólo pensar en la posibilidad de volver a verlo la hizo estremecerse. No deseaba encontrarse con él nunca más.

    —Tendré que pensarlo —dijo, al fin.
    —No te queda demasiado tiempo para pensarlo. Mañana pasaré a recogerte a la hora de comer. Nos acercaremos al centro comercial. He visto allí una tienda que tiene los vestidos más maravillosos de la ciudad —dijo Carly segura de haber vencido la resistencia de Alexandra.
    —No sé si…
    —No te vas a quedar sin comer por gastarte un poco de dinero en un capricho —se quejó Carly—. Eres bastante tozuda, ¿lo sabías?

    Alexandra sonrió. Le iba a resultar imposible zafarse de ese compromiso, pero estaba bastante justa de dinero. Su tío August había estado enfermo y el cheque de aquel mes había sido un poco más importante que los normales. Además, también tenía que pagar la mitad del alquiler del apartamento, mandar el cheque a Greenville y lo poco que sobraba cada mes lo iba guardando en una cuenta de ahorros para cualquier emergencia que pudiese surgir.

    Suspiró resignada.

    —No tengo mucho dinero para gastar, así que te agradecería que no me llevases a una tienda demasiado cara. Yo vivo de un pequeño sueldo, no lo olvides.
    —No te preocupes, cuidaremos tu economía —sonrió Carly, mirando el reloj.

    Esa misma noche regresaba Christopher Ross III, el novio de Carly, y ésta había quedado en ir a buscarle al aeropuerto.

    —Creo que ya va siendo hora de irme —dijo, nerviosa—. No quiero que Christopher tenga que esperarme, eso le pone enfermo de impaciencia.
    —Espero poder conocerle muy pronto —sonrió Alexandra.
    —Sí —Carly se colgó el bolso y salió al descansillo—. Cierra bien la puerta —recomendó a Alexandra—. Nunca se sabe… En estas ciudades tan grandes pasa de todo.
    —Cheryl no ha llegado todavía. No puedo cerrar del todo, pero tendré cuidado —respondió Alexandra besando a su amiga en la mejilla.
    —Mañana a la hora de comer —Carly movió su dedo delante de la cara de Alexandra.
    —Hasta mañana —la empujó con suavidad riendo—. Llegarás tarde.

    Alexandra cerró con cuidado y se dirigió al salón. Aunque no había hecho nada durante todo el día se sentía cansada. Se tumbó en el sofá y, casi sin darse cuenta, se quedó dormida.


    Oyó la llave en la cerradura como entre sueños. Empezaba a dolerle todo el cuerpo de la incómoda postura en la que yacía. Abrió los ojos y vio entrar a Cheryl. Los ojos de ésta brillaban de una manera especial y caminaba como flotando en una nube.

    Alexandra se incorporó y la miró detenidamente. No parecía Cheryl Madison la que había entrado por la puerta. Era como una aparición.

    —¿Ocurre algo? —preguntó Alexandra, asombrada.
    —Soy la mujer más feliz que existe sobre la Tierra —bailoteó Cheryl.

    Alexandra parpadeó.

    —¿Acaso…?
    —Me ha pedido que me case con él —gritó la modelo al borde de las lágrimas.

    Alexandra se levantó y corrió a abrazarla.

    —Es maravilloso, Cheryl. Supongo que le habrás contestado que sí.
    —Eso no se pregunta —rió—. Quiere que nos casemos en Hawai, cuando terminemos el reportaje y me ha hecho prometerle que no volveré a posar nunca más.
    —Ahora es el momento de volver a tus estudios y terminar lo que dejaste a medias —rió Alexandra con ojos chispeantes.

    Cheryl miró a su amiga con una sonrisa de condescendencia en los labios.

    —Eres incorregible —le dijo, acariciándole el cabello—. Pero creo que tienes razón. Tal vez ahora me lo tome más en serio. Tendré que estar a la altura de las circunstancias. Seguramente a él le gustará la idea de que vuelva a estudiar.

    Alexandra se dio la vuelta y se dirigió hacia el ventanal, indecisa. Pensó que había llegado el momento de aclarar la intrusión de Stephen Davenport.

    —Hay algo de lo que quiero hablarte, Cheryl.

    Cheryl se sentó en el sofá. Intuía que iba a ser una conversación importante para las dos. Al menos eso dejaba entrever la expresión de Alexandra.

    —No quiero que te sientas obligada a contestar —empezó ésta. Sé que te sientes muy feliz por tu compromiso, pero yo necesito que me expliques algunas cosas.
    —¿De qué se trata? —la voz de Cheryl sonaba extrañamente ronca.
    —De Stephen Davenport.

    El corazón de Cheryl dio un vuelco.

    —¿Qué quieres saber de él? —dijo ahogadamente, delatándose sin darse cuenta: temía las preguntas de Alexandra.
    —Me resulta un poco desagradable tener que contarte todo esto, pero somos amigas y he advertido que las cosas ya no son como antes, como cuando vivíamos en Greenville y nos contábamos nuestros secretos.
    —Eso ha cambiado, Alex. No somos las mismas. Tal vez tú seas tan inocente y despreocupada como antes, pero yo he cambiado mucho. Además, ¿qué tiene que ver Stephen con todo esto?
    —Ha estado dos veces por aquí. La primera tomó la llave que yo había dejado debajo del felpudo, para que Carly pudiese entrar. Fue un encuentro bastante desagradable. La segunda fue hace unas horas, cuando saliste hacia el estudio.

    Cheryl cerró los ojos un instante y se pasó la mano por la frente. Había llegado la hora de la verdad y tenía que afrontarla con dignidad.

    —Siento no haberte dicho nada. No quería que me despreciases por lo que había hecho.

    La miró con un cierto aire de timidez, como si fuese niña y la hubiesen descubierto en una mentira.

    —Cuando llegué a Nueva York —prosiguió, dispuesta a dar una explicación—, cargada de ilusiones y esperanzas, me di cuenta de que las cosas no eran tan maravillosas como las había imaginado. Hasta que conseguí mi primer trabajo en un estudio, tuve que servir mesas en un pequeño restaurante. Hay pocos contratos y muchas modelos. Es una lucha a brazo partido que había que ganar de cualquier manera, a cualquier precio…

    Alexandra se sentó a su lado y le tomó la mano con suavidad. Se daba cuenta del esfuerzo que su amiga estaba realizando al contarle todo aquello.

    —Todavía no entiendo muy bien cómo me dejé aconsejar de aquella manera —la voz de Cheryl era ahora un susurro—. Para lograr mi primer contrato importante tuve que salir con el productor de la firma que nos lo ofrecía. Yo pensé que sólo sería necesaria esa primera vez, pero hubo una segunda y una tercera… y muchas más. Stephen pasó a engrosar la lista de hombres a los que tuve que complacer a cambio de un buen contrato. Ha sido el que más daño me ha hecho, porque creí estar enamorada de él. Pensé que sería diferente, que tal vez quisiese casarse conmigo. Lo único que quería era lo que habían tomado de mí los demás. El otro día me dijo que lo nuestro había terminado. No sabes las cosas que me pasaron por la cabeza en esos momentos.
    —¿Por qué no me dijiste nada? —se enfadó Alexandra—. Tal vez te hubiera podido ayudar.
    —No me atrevía a decírtelo —Cheryl bajó la cabeza, avergonzada—. Tú siempre has sido una chica decente y responsable. Me sentía miserable. Nunca imaginé que pudiese llegar a vivir de esta manera.

    Alexandra la abrazó con fuerza.

    —Tal vez yo sea responsable, pero no soy tonta y hubiese hecho lo que fuese necesario. Sabes que te quiero como si fueses mi hermana. Nunca me perdonaré no haberme dado cuenta de tu sufrimiento.
    —Stephen no tiene corazón, ni sentimientos —gruesas lágrimas corrían por las mejillas de Cheryl—. No le importó saber si mi vida se quedaba hecha pedazos, sólo se preocupa de él mismo, no vive para nadie más. Cuando se cansa de algo lo tira y compra algo nuevo. Se cansó de mí y me apartó de su vida sin compasión. Yo tenía que haberlo imaginado, ya que no he sido la primera. Le gusta mucho hacer favores a jóvenes que están empezando.

    Secó sus lágrimas con el dorso de la mano y miró a su amiga.

    Alexandra acarició su rostro, todavía algo húmedo.

    —¿Lo sabe Pierre?
    —Se lo he contado todo esta noche.
    —¿Y cómo ha reaccionado? —la mirada de Alexandra de notaba ansiedad.
    —Él me quiere de verdad y no le ha importado. Es un hombre maravilloso, ya te lo he dicho. Me costó mucho confesárselo todo, pero he decidido que mi vida tiene que cambiar de ahora en adelante. No quiero seguir arrastrando este pasado el resto de mis días.
    —Ese Davenport… —dijo Alexandra, más para sí que para su amiga—, nunca he conocido a nadie como él. Da la sensación de ser el amo del mundo, de dominar todo lo que hay a su alrededor.
    —¿A qué vino al apartamento? —Cheryl se levantó y rebuscó en su bolso. Volvió al sofá con un pañuelo en la mano, con el que se limpió la nariz y se secó las lágrimas.
    —La primera vez pensó que tú estabas aquí —dijo Alexandra, esquiva—. Fue bastante grosero. Imagínate que hasta le di una bofetada.

    Cheryl abrió los ojos desmesuradamente.

    —¿Le pegaste? —apenas podía creer lo que estaba oyendo de labios de su tímida amiga.
    —Sí. Se abalanzó sobre mí y me besó —repuso Alexandra con aire ofendido.

    Cheryl soltó una carcajada.

    —Perdona, Alex, no lo he podido evitar. No creo que nadie se haya atrevido antes a ponerle la mano encima a Stephen, al menos con violencia. Me hubiese encantado poder verlo. ¡Ojalá se la hubiese podido dar yo!
    —Es una suerte que lo vuestro haya terminado —dijo Alexandra suspirando de alivio.
    —Sí… es una suerte. De todas formas ten cuidado con él. Puede llegar a ser muy insistente y no dudará en utilizar cualquier clase de artimaña para conseguir lo que se proponga. Es posible que intente volver a verte. Le conozco demasiado bien y sé lo que te digo.
    —Puedes estar tranquila. Yo sabré ponerle en su sitio —aseguró Alexandra.
    —No entiendo qué es lo que quiere de ti —repuso Cheryl, pensativa—. Tú no eres el tipo de mujer que él suele tratar.
    —Tal vez quiere nuevas experiencias —rió Alexandra, un poco nerviosa—. Puede que le parezca interesante una mujer que se pasa la vida entre microscopios.
    —No sé, pero yo iría con pies de plomo —aconsejó, con aire maternal.
    —No te preocupes —Alexandra se levantó—. ¿Quieres un vaso de leche caliente?

    Cheryl bostezó ruidosamente.

    —No creo que me haga falta, estoy rendida y caeré fulminada en la cama. Aunque tal vez la emoción no me deje conciliar el sueño.

    Cuando se metió en la cama, Alexandra pensó en Stephen Davenport y en todo lo que había hecho sufrir a Cheryl. Ella no engrosaría su lista de conquistas, de eso podía estar bien seguro. Había visto los resultados en su amiga y no eran lo que una mujer puede desear para su vida. Intentaría alejarse de él, aún no sabía cómo, pero lo haría.


    Capítulo 5


    Cuando Stephen vio llegar a la desconocida inquilina del apartamento acompañada por Carly, recordó vagamente el día en que habían sido presentados. Pero no conseguía acordarse de su nombre. Ella era aquella muchacha que estaba hablando con Andy Brown. Ahora parecía diferente, no la recordaba como aquel día en que la conoció. ¿Y qué hacía una chica como ella viviendo con alguien como Cheryl? Había demasiadas cosas que no encajaban. La miró detenidamente, esperando que reparase en su presencia.

    Estaba preciosa. Llevaba un ligero vestido en color ámbar con un generoso escote en la espalda rematado por un lazo negro, zapatos de raso negro con un poco de tacón y su melena negra y rizada recogida con una cinta de color ámbar.

    Stephen no podía dejar de mirarla. Tenía mucha clase y no se le había borrado la sonrisa de sus labios desde que apareció en el inmenso salón de la mansión Thompson.

    Andy Brown tampoco le quitaba la vista de encima y Stephen se acercó a él, dispuesto a obtener toda la información posible.

    —Hola, Andy —saludó—. Hacía bastante tiempo que no coincidíamos.
    —Es cierto —contestó el aludido, mientras estrechaba la mano que Stephen le tendía con energía—. ¿Qué tal te van los negocios?
    —Como siempre —respondió Davenport encogiéndose de hombros—. Ahora estoy pendiente de arreglar un par de asuntos para salir de viaje hacia Egipto. Tenemos intención de establecer algunas relaciones comerciales allí.
    —Me han comentado que piensas invertir en nuestra empresa.

    Alexandra y Carly se había acercado a la mesa al lado del la cual mantenían su conversación los dos hombres. Ellos estaban de espaldas y no se percataron de su presencia, pero Alexandra había reconocido la figura masculina y sintió que los latidos de su corazón se aceleraban por momentos.

    —Tengo entendido que habéis contratado un especialista en metabolismo —oyó decir a Stephen.

    Alexandra decidió escuchar con disimulo, asintiendo a las palabras de Carly que continuaba poniéndole al corriente de las vidas de los invitados.

    —Sí —respondió Andy—. La señorita Bishop. Es una gran profesional.

    Alexandra sonrió y Carly continuó hablando, interpretando la sonrisa de su amiga como de genuino interés.

    Queremos poner en marcha un proyecto en ese mismo departamento —continuó Stephen—. Hay muchos millones en juego.

    —Creo que la señorita Bishop está por el salón. Luego te la presentaré. Seguramente le interesará saber algo acerca de ese proyecto tan ambicioso.
    —Es algo que llevo planeando desde hace varios años y por fin verá la luz. Ya sabes que siempre he estado atento a las investigaciones que habéis realizado en Bio Companc. Creo que yo hubiese sido un buen científico. Es una pena que me suspendieran la Química.

    Rieron los dos.

    —Si no fueses tan ambicioso —rió Andy—. Sabes que la ciencia sólo da dinero a los que invierten ella.

    Carly arrastraba a Alexandra al otro lado del salón para disgusto de la muchacha, que estaba profundamente interesada en la conversación entre los dos hombres. La actitud de Stephen le había sorprendido gratamente. Nunca hubiese imaginado que un hombre así se pudiese interesar por la ciencia y menos gastar su dinero en financiar un proyecto. Sintió una punzada de inquietud al pensar que no le quedaría más remedio que conversar con él, ya que ella era la única especialista en metabolismo, pero también deseaba ver su cara cuando descubriese quién era ella.

    —Ven, Alexandra —Carly la tomó de la mano—. Quiero presentarte a mi prometido.

    Se acercaron a un joven de aspecto distinguido y sonrisa fresca y agradable. Al llegar ambas muchachas a su lado Christopher se volvió y besó a Carly en la mejilla.

    —Hola, querida —sonrió—. Te he estado buscando por todas partes.

    Su voz era grave y melodiosa, como la de un barítono.

    —Estaba saludando a los invitados —se excusó ella, con expresión melosa y dulce.

    El joven miró a Alexandra con curiosidad.

    —Quiero presentarte a mi mejor amiga —se apresuró a decir Carly—. Alexandra Bishop.
    —Christopher Ross —dijo él, estrechándole la mano—. He oído hablar mucho de ti.
    —Espero que bien —sonrió Alexandra.
    —Trabajas en la Bio Company, ¿no es cierto? —se interesó.
    —Sí. Hace ya un par de meses. Es un trabajo apasionante.
    —No lo dudo. Los misterios de la vida siempre son apasionantes. ¿Cuál es tu especialidad?
    —Metabolismo —contestó ella, con cierta timidez—. Es algo inusual, pero me encanta.
    —Alexandra y yo nos conocemos desde los trece años —intervino Carly—, Estudiamos juntas una temporada, aunque ella siempre obtuvo mejores calificaciones que yo en todo.

    Alexandra miró a su amiga y se ruborizó levemente.

    Stephen estaba conversando con Martin Thompson, el padre de Carly, que se había unido a Andy y Davenport.

    —¿Quién es esa muchacha que está con tu hija? —preguntó Stephen intentando no parecer demasiado interesado y aprovechando un momento de despiste del científico—. No creo haberla visto antes por aquí.
    —Es amiga de la infancia de Carly. Ha venido desde Carolina del Sur a trabajar aquí. Es encantadora.

    Thompson miró a Stephen unos instantes con recelo.

    —No es de las de tu tipo. Esta chica es diferente.
    —No sé qué insinúas —sonrió el joven—. Sólo quería saber quién es.
    —Pues ya lo sabes. Andy Brown ha estado visitándola con frecuencia —dijo, bajando la voz, confidencial—. No hacen mala pareja…

    Stephen sonrió de medio lado, como solía hacer cuando maquinaba algo.

    —No he saludado a Carly ni a Christopher —comentó—. Creo que ahora es un buen momento para hacerlo.

    Martin intentó retenerle unos instantes más, pero él cruzaba el inmenso salón a grandes zancadas, como si temiera perder su oportunidad.

    Se acercó hasta ellos, que conversaban animadamente y reían con las historias que contaba Christopher.

    —Hola, Stephen —saludó Carly.
    —He intentado acercarme a ti durante toda la velada, pero no he podido hacerlo hasta este momento. No has parado de moverte ni un solo instante —Stephen besó su mejilla con suavidad.
    —Hay muchos invitados —sonrió ella—. ¿Recuerdas a Alexandra? Os presenté hace un par de meses.
    —Claro que me acuerdo —le tendió la mano—. Encantado de volver a verla.

    Alexandra le miró, fulminándole con la mirada, pero sonriente.

    No le contestó.

    —¿Vive usted en Long Beach? —preguntó él con sarcasmo.
    —No, no —contestó Carly apresuradamente—. Vive en Nueva York. Está trabajando en la Bio Company. Seguro que dentro de unos años conseguirá un premio Nobel.

    Alexandra miró a su amiga con asombro. Nunca la había visto comportarse de aquella manera y le extrañó. Parecía una de esas muchachas con la cabeza hueca que apenas saben mantener una conversación.

    —¿En la Bio Company? —se interesó Stephen—. ¿Conoce usted a la señorita Bishop?

    Carly soltó una alegre carcajada.

    —Ella es la señorita Bishop —dijo.

    Stephen abrió los ojos de par en par. Apenas podía creerlo. Él la había confundido con una chica como Cheryl y resultaba ser la persona que iba a llevar la dirección de su proyecto en la empresa.

    —Quisiera hablar con usted de un interesante trabajo que vamos a realizar en su empresa, si no tiene inconveniente, por supuesto —dijo Stephen con amabilidad.
    —Creo que sería mejor dejarlo para el lunes —contestó ella con acritud—. Ahora me estoy divirtiendo y no quisiera echar a perder su diversión y la mía.

    Christopher tomó del brazo a Carly y la apartó un poco.

    —Creo que deberíamos dejar que conversaran un rato a solas.

    Ella se zafó de la mano de su novio y le miró enfurecida.

    —Eso es precisamente lo que no debemos hacer. No me gusta que se quede a solas con Stephen. Ya sabes que no es una compañía recomendable para las mujeres como Alexandra. ¿Has visto cómo la ha mirado? Reconozco esa mirada y no me gusta —dijo Carly mirando con resquemor al joven que ofrecía el brazo a su amiga.
    —No soporto esa manía tuya de prejuzgarlo todo —reprendía Christopher—. Sabes que Stephen la respetará, aunque sólo sea porque es amiga de la familia.
    —No me fío de él —volvió la vista y le miró con recelo—. Le da lo mismo la mujer que sea, siempre que lleve faldas.
    —Vamos, cariño, ella es mayorcita para cuidarse sola. No necesita los sabios consejos de su hada madrina.

    Christopher, que ya se había alejado unos pasos, se volvió hacia Stephen y Alexandra con una amplia sonrisa en los labios.

    —Si esperáis aquí un momento os traeremos algo de beber —miró a Carly—. Acompáñame, por favor.

    La tomó de la mano con firmeza y la llevó hacia las mesas donde estaban las bebidas.


    Alexandra miraba enfurecida a Stephen, manteniendo aún en sus labios una engañosa sonrisa de cortesía.

    —Es usted un falso y un cínico. No he conocido a nadie igual en mi vida. ¿También hoy me va a hacer proposiciones?
    —Siento mucho todo este malentendido, Alexandra —se disculpó Stephen.
    —¿Lo siente? —respiró hondo por la nariz—. Déjeme decirle que no le creo ni una sola palabra. Usted no ha sentido nada en su vida —Alexandra aceptó, con una inclinación de cabeza, la copa que un camarero le tendía.
    —Creo que está siendo un poco dura conmigo. En el fondo no soy tan malo. Acabo de llegar y ya estamos discutiendo. No. No creo que hoy me atreva a hacerle proposiciones —sonrió Stephen guiñándola un ojo.
    —Voy a buscar otra compañía. No me siento demasiado segura a su lado —Alexandra hizo ademán de alejarse, pero él se lo impidió con disimulo.
    —Si no me da la oportunidad de demostrárselo nunca sabrá cómo soy en realidad.
    —Sé demasiado —Alexandra hizo una mueca con los labios—. Y no me gusta en absoluto lo que sé. Creo que no me interesa conocerle más.
    —Tendrá que trabajar en mi proyecto y nos veremos muy a menudo, así que será mejor que firmemos una tregua.
    —Es usted increíble —resopló con una leve sonrisa.

    Dio media vuelta con intención de alejarse, pero él la sujetó con suavidad por el brazo.

    —Espera…
    —Vaya, ya vuelve a tutearme —se sacudió la mano.
    —Ya que tenemos amigos comunes no me parece una mala idea. ¿Por qué no pruebas? Las cosas se suavizarán bastante, ya lo verás.

    Alexandra rió. Estaba nerviosa y desconcertada. No sabía cómo comportarse delante de un hombre así. Su mirada no era transparente, como la de Andy. Nunca sabía qué había detrás de aquellos ojos fríos e irónicos.

    —Siento haber sido tan grosera contigo, pero mantuve una charla con Cheryl y no he podido olvidarlo. Me lo ha confesado todo acerca de ti, así que no te acuso sin razón.

    Miró al suelo y él siguió la dirección de su mirada.

    —Espero que no te sientas incómoda —sonrió él—. Estoy haciendo todo lo posible por romper el hielo.
    —No es necesario romperlo —contestó Alexandra—. No tengo ninguna intención de tratar contigo más allá de lo profesional.

    Empezó a sonar la música de la orquesta y las parejas fueron tomando posiciones en el centro del salón.

    Stephen miró a Alexandra y se sorprendió pensando en que le gustaría estrecharla entre sus brazos… Era distinta, tan cálida y temperamental, tan inocente y fuerte a la vez…

    —¿Bailamos? —la tomó de una mano.
    —No me apetece —Alexandra intentó soltarse.
    —Es una buena manera de comenzar, creo que deberías probarlo.

    Se dejó arrastrar por él. Stephen la tomó con suavidad de la cintura y la atrajo hacia sí. Alexandra apoyó la mano en su hombro. Era un hombre fuerte y musculoso, unos cuantos centímetros más alto que ella. Sintió que su corazón latía más y más aprisa, casi al compás de la música de los violines. Cerró los ojos y aspiró su aroma suave y amargo.

    Stephen estaba fascinado por aquella mujercita de ojos verdes y cabello negro. Su cuerpo resultaba frágil entre los brazos masculinos. Sus dedos eran finos y largos y el tacto de su piel en su mano le hizo estremecer. Nunca había experimentado aquellas sensaciones con ninguna mujer. Ella tenía algo que le desconcertaba y le atraía. Deseó besarla y estrecharla más fuerte entre sus brazos, sentirla más cerca de él. Tal vez le abofetease, pero merecería la pena.

    Alexandra advirtió que el corazón de su acompañante también latía desbocado. Le miró, con cierto temor y a la vez le deseó intensamente.

    —Estás preciosa —dijo él.
    —Si estás tratando de seducirme pierdes el tiempo. Yo no necesito favores de un hombre como tú.

    Él sonrió y movió la cabeza, negando.

    —Nunca se sabe…
    —Cuando yo me entregue a un hombre será por amor, no para conseguir algo.
    —Eres maravillosa —susurró él en su oído.

    Alexandra dio un respingo.

    —No pienso prestarme a este juego absurdo —dijo, casi sin respirar.
    —No es un juego —continuó él—. Desde que te vi en el apartamento de Cheryl no he podido dejar de pensar en ti.
    —No sigas —Alexandra estaba turbada. Su cuerpo era dolorosamente consciente de la proximidad de él y, a su pesar, aquella cercanía encendía sus sentidos—. No me gusta que me digas esas cosas. Me haces sentir incómoda pensando cuándo preguntarás el precio.

    Él soltó una carcajada.

    —Pocas mujeres consiguen hacerme reír, pero contigo es continuo. Nunca he conocido una mujer con un sentido del humor tan ácido.

    Alexandra intentó desasirse del abrazo de Stephen, pero él la obligó a seguir bailando.

    —Olvídate de mí. No quiero ser el juguete de nadie, y menos de Stephen Davenport.
    —Esto es distinto, te lo aseguro —sopló en su rostro con suavidad y el flequillo de Alexandra revoloteó. Stephen la contemplaba, fascinado.

    Carly se acercó a ellos. No había dejado de observarlos y tenía la sensación de que su amiga necesitaba una pequeña ayuda.

    —¿Te importa si bailo con él? —preguntó, con una gran sonrisa en los labios.

    Alexandra se retiró a toda prisa dejando hacer a Carly. Estaba sonrojada y nerviosa.

    —No quiero que te acerques a mi amiga —dijo Carly cuando dieron los primeros pasos del vals. No había dejado de sonreír, pero el tono de su voz era duro y frío.
    —Eso lo tendrá que decidir ella —respondió Stephen, sonriendo también.
    —Si no la dejas en paz tendré que contarle todo lo que se sabe de tu vida privada —amenazó Carly.
    —Nunca hubiese imaginado esto de ti. ¿No te parece que Alexandra ya es mayor para elegir con quién puede hablar un rato?
    —Sabes a lo que me refiero, Stephen. Ella no es de las mujeres que tú sueles frecuentar. Es… una muchacha normal.

    Dijo la última palabra marcando cada sílaba con fuerza. Stephen rió.

    —Si se te ocurre hacerla daño te aseguro que no volverás a hacer vida social durante el resto de tus días.
    —Carly… estás exagerando un poco. He de reconocer que Alexandra me gusta, pero no como las mujeres con las que suelo salir. Ella es diferente. Tú lo sabrás, si sois amigas desde la infancia. Es inteligente, guapa, tiene carácter… es la mujer ideal.
    —Es cierto. Alexandra tendrá un solo amor en su vida y será para siempre. De eso puedes estar seguro. Y no serás tú.

    La música cesó.

    Carly miró largamente a Stephen, desafiante, dio media vuelta y le dejó allí, en medio del salón. Él buscó a Alexandra con la mirada. Estaba charlando con Andy Brown. Stephen no lo dudó un momento, se acercó a ellos con naturalidad y, al llegar, palmeó la espalda del científico.

    —Me parece que ya os conocéis —dijo Andy.
    —Hemos estado conversando un rato —explicó Alexandra.
    —Me gustaría organizar una reunión para la semana que viene, como muy tarde —empezó Stephen—. Quisiera poner el proyecto en marcha lo más pronto posible.
    —Eso no será problema —contestó Andy.

    Stephen miró a su alrededor, había descubierto a alguien con quien deseaba hablar y se excusó. Alexandra sonrió a su jefe.

    —Hay algo que te quería comentar —empezó él, un poco dubitativo. La ocasión no era la idónea, pero Andy no podía esperar.
    —¿Ocurre algo con el trabajo? —se preocupó ella.
    —No. El trabajo va muy bien. La verdad es que estamos muy contentos contigo. Es… —y sonrió ingenuamente—, más personal.

    Caminaron lentamente hacia un rincón en el que había dos sillas vacías. Tomaron asiento. Alexandra se sentía inquieta.

    —Llevas unos días rehuyéndome —la miró a los ojos—. Sabes que me gustas y que he intentado salir contigo un par de veces.
    —Andy… trabajamos juntos y no me parece muy apropiado.
    —¿Por qué? No es nada del otro mundo que dos personas salgan juntas aunque trabajen en el mismo lugar —exclamó él en voz demasiado alta.

    Alexandra lo había imaginado desde el principio y suspiró con fuerza. Andy había sido siempre muy amable con ella, demasiado quizá. Pero no sentía deseos de salir con él.

    —No quiero empezar una relación en estos momentos —sonrió tímidamente—. Tengo muchas cosas en la cabeza, proyectos y planes para el futuro y no puedo distraerme con otros asuntos.
    —No lo entiendo —negó Andy con la cabeza—. Yo también tengo mis planes, mis proyectos, mi trabajo es el doble de pesado que el de los demás y aun así estoy deseando que llegue el fin de semana para salir. Si pudiera salir con alguien lo haría, pero apenas conozco mujeres que conecten bien conmigo, y ahora que te encuentro a ti me dices que estás muy ocupada.
    —No es fácil de entender —dijo Alexandra, apasionadamente—. Me ha costado mucho salir adelante. Mi familia nunca ha tenido dinero para vivir sin trabajar. Mi tío August ha trabajado mucho toda su vida, ya es mayor y no se encuentra demasiado bien de salud. Ahora yo tengo la oportunidad de ayudarles y que su vejez sea tranquila y sin sobresaltos. Yo tengo una profesión que me gusta, siempre soñé con trabajar en un sitio como la Bio Company y quisiera permanecer aquí mucho …tiempo. Lo que ocurre es que necesito más dinero, apenas consigo ahorrar algo todos los meses.
    —¿Y qué piensas hacer al respecto? —se interesó Andy.
    —He cursado una solicitud para impartir clases en una escuela universitaria por las noches. No lo pagan muy bien, pero servirá de ayuda. Lo que gane allí será para mis tíos.
    —Me parece una postura muy generosa de tu parte —asintió Andy reflexivamente—. Pero será demasiado trabajo. Los laboratorios están a punto de recibir un importante proyecto que se te piensa asignar a ti. Tendrás que trabajar muy duro.
    —No me asusta trabajar. Estoy acostumbrada a los sacrificios.

    Andy tomó una mano de Alexandra. Ella se sobresaltó.

    —Piensa en mi proposición, Alexandra. Yo podría ayudarte.

    Alexandra retiró la mano con brusquedad.

    —Quisiera estar sola unos instantes, este ambiente tan cargado me aturde.
    —De acuerdo. Si quieres hablar con alguien estaré disponible para ti.

    Alexandra se puso en pie agradeciendo la delicadeza de Andy y salió al jardín. El sol se había puesto y había refrescado un poco. Aspiró con fuerza el aroma de las flores, se acercó a una enorme mata de azaleas y acarició una flor con la yema del dedo.

    Caminó despacio, pensativa.

    Andy era un buen hombre, además de un científico brillante, pero no era el tipo de hombre con el que ella había soñado para compartir toda una vida.

    Sus pensamientos volaron, casi sin querer, hacia Stephen. Era un hombre extraño y a su lado sentía cosas que nunca hubiese imaginado sentir. No era bueno, o por lo menos a ella se lo parecía. Pero su solo contacto la hacía estremecer.

    Sintió una mano en el brazo y dio la vuelta bruscamente, asustada.

    —Lo siento, no quería sobresaltarte —el solo sonido de su voz le parecía a Alexandra incitante.

    Stephen llevaba una chaqueta de punto en color negro colgada de un brazo.

    —Hay tanta paz aquí fuera… —apenas le salía la voz de la garganta.
    —Te he traído esto. Pensé que tal vez tendrías frío —susurró las últimas palabras al oído de ella, colocándole la chaqueta sobre los hombros y acariciando sus brazos con suavidad.

    Ella dio dos pasos hacia adelante, intentando liberarse de sus caricias, aunque sentía su corazón golpeando con fuerza en su pecho.

    —No me quedaré mucho rato. Me sentía muy agobiada dentro. Sólo he salido a respirar un poco.
    —Yo también —Stephen se puso a caminar a su lado—. El principio del verano es maravilloso en Greenville, donde yo vivía —rememoró Alexandra en voz baja.
    —¿Lo echas de menos? —Stephen se acercó más a ella.
    —A veces sí. Allí la vida es mucho más tranquila y sosegada. Todo esto me confunde. Yo no estoy acostumbrada a este tipo de vida. Nunca me han gustado las fiestas.
    —Pues parecías disfrutar —sonrió.

    Alexandra le miró. Sus ojos grises parecían más oscuros a la tenue luz de los faroles del jardín. Había algo en su mirada que la extrañó. Un brillo de sinceridad. Como si aquél no fuese el mismo Stephen Davenport que ella conocía.

    —Carly es mi amiga y no quiero que se sienta decepcionada por mi culpa —se justificó ella a la vez que luchaba desesperadamente par poner en orden sus ideas—. No me importa fingir un poco para que sea feliz.
    —¿También finges con Andy? —preguntó Stephen con tono imperioso, tomándola por los hombros.
    —¿Andy? —Alexandra casi no podía pronunciar palabra.
    —He visto cómo te persigue y las miradas que te dirige.

    Alexandra se zafó de las manos de Stephen y continuó caminando.

    —No creo que eso sea asunto tuyo —respondió, con frialdad.
    —No. Tienes razón. Pero tú te mereces a alguien mejor que Andy Brown —aseveró Stephen con tono autoritario.
    —¿Alguien como tú? —sonrió ella con sarcasmo.

    Stephen se colocó los cabellos con gesto cómico y carraspeó.

    —Por ejemplo. Yo soy un buen partido, eso dicen las mujeres. Además me gusta la comida sana y no bebo ni fumo.

    Alexandra soltó una carcajada.

    —Y vas de mujer en mujer como una mariposa va de flor en flor.

    Ahora fue Stephen el que rió con ganas.

    —Veo que eres una chica muy rencorosa. Algún día tendré que encontrar a la mujer de mis sueños. Tal vez esa mujer seas tú, Alexandra.

    Alexandra se detuvo frente a él y le miró en silencio. Stephen se inclinó hacia ella, sin tocarla y besó con suavidad sus labios. Un escalofrío recorrió la nuca de ella que se apresuró a retroceder sintiendo aún en sus labios un calor extraño. Se miraron largamente y después siguieron caminando, sin decir palabra, hasta llegar al otro extremo del jardín, donde había un invernadero con las paredes de cristal y las puertas blancas.

    —¿Has visto alguna vez el invernadero de los Thompson? —preguntó Stephen rompiendo el silencio.

    Ella negó con la cabeza.

    —Pues es digno de ver. Tienen incluso una planta carnívora. Pasemos y te lo mostraré. Además, si me sobrepaso podrás ofrecerme como primer plato a la planta.
    —No me inspiras ninguna confianza, Stephen Davenport —dijo Alexandra arrugando la nariz.
    —Soy un gran apasionado de las plantas y las flores —sonrió él, tomándola de un brazo.
    —Prefiero regresar a la fiesta —se excusó ella, visiblemente nerviosa.
    —Me gusta hablar contigo, en serio. Acompáñame —la sinceridad de su mirada acabó convenciendo a Alexandra que, tras un ligero titubeo, asintió.
    —De acuerdo, pero recuérdalo. Si me tocas acabarás en las entrañas de ese monstruo carnívoro.


    Capítulo 6


    El invernadero no era demasiado grande, pero estaba lleno de hermosas plantas, colocadas en un extraño orden. Más que un invernadero parecía una selva en miniatura.

    Stephen le iba explicando las características de las especies de plantas que allí había, como si fuesen suyas y conociese todos sus secretos.

    —Pareces conocer todo lo que hay aquí —se asombró ella.
    —La jardinería es una de mis aficiones secretas —rió él—. Lo que ocurre es que apenas tengo tiempo para dedicarme a cuidar mis plantas. En mi lugar lo suele hacer el jardinero de casa.

    Caminaron lentamente por los estrechos pasillos del recinto, conversando animadamente.

    —Creo que aquí no necesitaré esto —dijo Alexandra, quitándose la chaqueta—. Hace calor.
    —La mayoría son plantas tropicales y necesitan una temperatura un poco más elevada y mucha humedad, por eso notarás el calor con más intensidad.

    Se detuvieron ante una extraña planta con una flor de color rojo que estaba cerrada.

    —Ésta es la planta carnívora de la que te hablé.

    Alexandra se inclinó un poco para observarla mejor.

    —Es una maravilla —comentó.

    Sintió la mano de Stephen en su cabello y se volvió sobresaltada.

    —Lo siento —rió él—. No fue mi intención asustarte. Tu cabello me encanta, a veces tiene reflejos azulados.

    Alexandra se ruborizó y no pudo evitar sonrojarse. No sabía hacia dónde mirar, sabía que si se encontraba con sus ojos frente a frente, no podría controlar sus reacciones Aquél era un lugar especialmente romántico y en el cielo brillaba la luna Sólo podían oír el sonido de su respiración.

    Stephen la tomó por la cintura acercándola a ;su cuerpo. Ella temblaba.

    —Nunca me había sentido así delante de una mujer —susurró él.
    —Así… ¿cómo? —la voz de Alexandra sonaba ronca.
    —Desarmado y vulnerable —contestó, estuchándola un poco más.
    —Me imagino que ésa debe de ser una de tus frases ensayadas para estas ocasiones.

    Intentó desasirse de su abrazo, pero sentía que las fuerzas la iban abandonando poco a poco, dejando paso a una lasitud increíblemente grata.

    Se inclinó sobre ella y besó sus ojos. Ella los dejó cerrados cuando descendió a sus mejillas. Contuvo la respiración, sin atreverse a hacer ningún ruido. Sentía que estaba a punto de estallar, y tenía miedo.

    Notó un roce en sus labios, tan suave y cálido que le resultó doloroso, los entreabrió y dejó a Stephen que siguiese explorando. Lo hacía con exquisita delicadeza, como si de una flor se tratase.

    La chaqueta de punto de color negro cayó y suelo de las manos de Alexandra. Su cabeza daba vueltas. El beso se fue alargando lentamente, se fue haciendo más intenso más profundo. Ella le respondía con una pasión tímida, pero anhelante. Ningún hombre la había besado así anteriormente. La verdad era que ningún hombre la había besado antes.

    Gimió suavemente. Se sentía extrañamente ligera, como si flotase en una nube muy alta, apenas podía respirar y la excitación se iba acrecentando por momentos.

    Stephen buscó el cierre del vestido de Alexandra con una mano, mientras le acariciaba la espalda desnuda.

    Ella movió las manos con cuidado, como si no se decidiese introdujo los dedos en su cabello, abriendo y cerrando las manos con ansia.

    Abrió los ojos al sentir que el vestido estaba a punto de resbalar por su cuerpo. Tenía que impedirlo, la situación se le iba de las manos y no sabía cómo regresar al principio. Sentía deseos de huir, de cerrar los ojos y aparecer en una silla del abarrotado salón.

    Stephen aspiraba su aroma con inspiraciones profundas y lentas. Tenía la sensación de estar entre un montón de heno fresco en mitad de un campo, a la luz de la luna en una noche de verano. Ella temblaba entre sus brazos y le inspiraba una tremenda ternura, un deseo de protegerla y arroparla entre su cuerpo hasta que quedase dormida.

    —Esto… no puede… continuar —dijo Alexandra, entrecortadamente.

    Él acarició sus senos con ternura, admirando su blanca y tersa piel, que brillaba tenuemente por la ligera humedad.

    —Eres maravillosa… —susurró, sin dejar de acariciar ni un centímetro de su cuerpo.
    —Stephen… por favor —gimió incontrolablemente.

    Stephen se deshizo con rapidez de su camisa y tomó las manos de Alexandra, poniéndolas encima de su pecho. Ella le acarició con las yemas de los dedos, mirándole a los ojos. Su piel era suave, tibia. Se sentía indefensa e incapaz de reaccionar y huir.

    —Quiero que seas mía, Alexandra —susurró él, besando sus hombros desnudos.

    La depositó con cuidado sobre el suelo de juncos, donde estaba esparcida toda la ropa.

    —No puede ser… —susurró ella—. Yo… nunca he estado con un hombre.

    Stephen apartó el cabello de su rostro con ternura y rozó sus labios. Se apoyó con un codo en el suelo y sonrió.

    —Relájate…, déjate llevar por mí. No te haré daño. Te gustará.

    Acarició sus caderas, siguiendo el contorno de sus muslos finos y apretados. Volvió hasta el estómago, donde depositó un suave beso. Siguió subiendo, haciéndola jadear. Ella se arqueó, echando la cabeza hacia atrás y gimiendo suavemente.

    Los pantalones desaparecieron con la misma rapidez que la camisa. Con un suave movimiento deslizó la ropa interior de Alexandra hacia abajo, sin dejar de acariciarla ni un solo instante. Ella temblaba. Sus ojos permanecían cerrados mientras las suaves manos de Stephen recorrían su cuerpo con cuidado. La fue penetrando con cuidado hasta notar la pequeña barrera. Alexandra contuvo la respiración unos instantes. Él se retiró un segundo y volvió a intentarlo. Notó cómo se rompía y esperó un momento.

    El fuego se iba avivando con cada movimiento de Stephen, lentos al principio, pero más rápidos y profundos a medida que llegaba el instante del éxtasis.

    Alexandra se abrazó a él con fuerza y contuvo un grito, mordiendo el hombro de Stephen.

    Quedaron sobre el suelo de juncos, exhaustos y silenciosos, la cabeza de Alexandra sobre el pecho de Stephen.

    —Siento haberte mordido —se disculpó ella, aún aturdida.
    —No tiene importancia —Stephen acarició su cabello, sorprendido por tantos sentimientos como le asaltaban—. Yo espero no haberte lastimado.

    Alexandra negó con la cabeza.

    No sentía deseos de hablar, jamás se había sentido mejor en toda su vida.

    —Creo que deberíamos volver a la fiesta —susurró él—. Tal vez nos echen de menos y se preocupen.
    —Está bien —casi susurró Alexandra.

    Se vistieron en silencio, mirándose de vez en cuando y sonriendo.

    Alexandra se sentía extraña. Nunca había experimentado nada igual y le había parecido maravilloso. Jamás hubiese creído que la primera vez sería tan original, tan por sorpresa y menos con un hombre como Stephen, pero se sentía feliz. Stephen había despertado en ella sensaciones que no creía posibles.

    Ahora ya no le quedaba ninguna duda. Estaba enamorado de ella. Sin remedio. Como un chiquillo. La mujer más maravillosa que había conocido en su vida, la única mujer que podría compartir su vida sin cansarse de ella. Tenía que decírselo, pero aquél no parecía el momento más adecuado. Ella podría interpretarlo mal y no deseaba perderla. Se había entregado a él sin reservas, con el temor de la primera vez. No quería asustarla ni que se sintiese acorralada.

    Volvieron a la casa despacio, hablando quedamente de tonterías prolongando aquella sensación de unión y complicidad que tan excitante parecía.

    —Espero que no se hayan dado cuenta —sonrió ella.
    —Hay demasiadas personas ahí dentro, es imposible que todos estén pendientes de dos insignificantes invitados —la consoló Stephen.

    Alexandra se puso la chaqueta por encima de los hombros.

    —Hace un poco de frío —sonrió—. Ya he pasado una gripe, no quisiera verme otra vez en la cama.
    —Estás preciosa —Stephen se detuvo y la tomó por los hombros—. Nunca te había visto tan bonita como esta noche.
    —Vas a conseguir que me lo crea —bajó la mirada, un poco avergonzada.

    El besó sus arreboladas mejillas y depositó un suave beso en sus labios.

    —Conseguirás que nos descubran —protestó ella.

    Entraron al salón, mirándose con disimulo, como si acabasen de coincidir en el jardín.

    Carly corrió hacia su amiga.

    —¿Te encuentras bien? —preguntó—. Andy me dijo que habías salido a tomar el fresco.
    —Sí. He paseado un poco por el jardín. Me sentía un poco aturdida entre tanta gente —se excusó Alexandra.
    —Siempre serás la misma —rió Carly sin advertir la agitación de su amiga—. No he visto en mi vida a nadie tan particular como tú.

    Alexandra sonrió. Buscó a Stephen con la mirada y su sonrisa se congeló en los labios. Apenas a unos pasos de ella estaba él, tomando de la cintura a una joven despampanante que no dejaba de sonreírle con expresión picara.

    De repente lo comprendió todo y algo muy parecido al dolor pareció desgarrarla por dentro. Desde el principio había deseado poseerla, desde el momento en que se encontraron en el apartamento de Cheryl. Sólo había sido un capricho para él, y ella se había dejado engañar. Ella, que era tan inteligente, que sabía todo sobre moléculas, ácidos, reacciones químicas… había caído en los brazos de un…

    Se acercó a Andy, luchando contra las lágrimas, intentando que Stephen no la descubriera.

    —Estoy cansada —dijo, cuando llegó a su lado—. Quisiera irme a casa. ¿Te importaría llevarme? Así Carly no intentará retenerme más.
    —Será un placer acompañarte —se apresuró a decir él, visiblemente animado por la petición de ella.

    Se despidieron cortésmente de los anfitriones y salieron a toda prisa. Alexandra tuvo que hacer grandes esfuerzos durante todo el camino para no echarse a llorar. Se sentía humillada y engañada.

    Deseaba llegar al apartamento y meterse debajo de la ducha, con el agua bien caliente, necesitaba limpiarse porque se sentía sucia. ¡Qué tonta había sido! ¡Qué inocente y qué provinciana! Ahora él estaría contando a todos sus amigos la batalla que había ganado, la flor que había deshojado en el invernadero de los Thompson.


    La semana siguiente se presentaba con mucho trabajo para todos. Andy había concertado una cita con Stephen para concretar el tema del proyecto. En la empresa no se hablaba de otra cosa, ya que supondría una gran inversión por parte de empresas de varios países y mucha responsabilidad para los que iban a llevarlo a cabo.

    Alexandra recibió felicitaciones de todos sus compañeros, incluso antes de que se hiciese oficial su nombramiento como supervisora general del proyecto.

    El día señalado para la reunión amaneció espléndido, pero Alexandra apenas si lo apreció cuando se levantó por la mañana. Tenía un terrible dolor de cabeza y su estómago no se encontraba en buenas condiciones. Casi no había pegado ojo en toda la noche. Estaba muy nerviosa. Durante toda la semana había esquivado a Stephen. En el contestador de su teléfono había más de ocho mensajes suyos, pidiéndola que se pusiese en contacto con él. En los laboratorios también había dejado recados para ella, que ni siquiera quiso ver. Salía más tarde, por si acaso la esperaba en la calle. Sus nervios estaban a punto de estallar.

    Después de una ducha se vistió. Aquél era un gran día en el laboratorio y quería estar a la altura de las circunstancias. Eligió una sencilla falda recta de color azul marino y una blusa del mismo color con lunares blancos. Tomó un café con leche y una pastilla para el dolor de cabeza y salió a la calle, buscando un taxi desesperadamente, ya que llegaba tarde a la reunión.

    Cuando por fin entró en la sala de juntas todos volvieron la cabeza, haciéndola sonrojar. Habían estado esperándola durante quince minutos.

    —Lo siento —se excusó—. El tráfico estaba imposible.

    Andy se levantó visiblemente nervioso y le mostró su asiento, justo al lado del de Stephen. Alexandra ni siquiera le miró. Colocó la documentación que le había sido entregada encima de la gran mesa y se dispuso a escuchar.

    Todo transcurrió según se había planificado. El proyecto comenzaría a realizarse en el plazo de un mes, cuando la maquinaria necesaria estuviese instalada en la sala que se pensaba utilizar. La distribución de las actividades quedó bastante clara también y nadie puso objeción alguna.

    Al terminar la reunión todos se acercaron a felicitar a Alexandra. Stephen se acercó a ella con una sonrisa de satisfacción en los labios.

    —Enhorabuena —dijo amablemente—. Espero que todo salga bien. Sería un placer que pudiésemos trabajar juntos más a menudo —dijo en un tono inequívoco.
    —Gracias —respondió Alexandra escuetamente.

    Para asombro de todos los presentes, la joven dio media vuelta y salió de la sala. Stephen corrió tras ella y la tomó por un brazo.

    —Alexandra, espera —pidió—. Quisiera hablar contigo.
    —Tú y yo no tenemos nada de qué hablar.
    —Te he dejado mensajes por todas partes intentando ponerme en contacto contigo, ¿ocurre algo? —dijo Stephen ignorando las miradas de dos técnicos del laboratorio que los observaban con curiosidad.
    —¡Ocurre que yo no quiero volver a verte ni hablarte. Eso es lo que ocurre! —casi gritó Alexandra.

    Intentó seguir su camino, pero él se lo impidió.

    —No comprendo qué es lo que te pasa.
    —No me gusta que jueguen conmigo —dijo ella frunciendo el ceño.
    —¿Quién ha jugado contigo? —se asombró él.
    —Sigues siendo la misma basura que conocí en el apartamento de Cheryl —le espetó ella ya sin poder controlar sus nervios—. ¿Acaso pretendes que me convierta en tu amante a cambio de supervisar el proyecto? Pues estás muy equivocado. Antes me marcharé de Nueva York y me dedicaré a vender libros en la tienda de mi tío.
    —Yo no deseo que seas mi amante —Stephen no comprendía lo que estaba ocurriendo—. Creí que todo había quedado claro entre nosotros.
    —Entre nosotros las cosas están negras. Será mejor que dejes de acosarme. No deseo volver a verte —gritó Alexandra sin preocuparle si la oían o no.
    —No te comprendo —Stephen estaba terriblemente confundido—. Deberías darme alguna explicación.
    —No pienso darte ninguna explicación —Alexandra se sentía ofendida y avergonzada.
    —Está bien, dejaré que te tranquilices. Ya me lo explicarás después —dijo él dejándose llevar por el orgullo herido.
    —¡Mejor! —le respondió ella—. Así te podrás dedicar por entero a la rubia de la fiesta de Carly.

    Dio media vuelta y desapareció por los pasillos.

    Stephen quedó pensativo. ¿Rubia? Se tapó los ojos con una mano. Ahora la recordaba. Aquella chica había salido con él un par de veces, pero todo había terminado entre ellos hacía ya bastante tiempo. ¡Estaba celosa! ¡Alexandra estaba celosa!

    Ella estaba equivocada, pero… ¿cómo explicárselo? Las evidencias le acusaban irremediablemente.

    Alexandra se refugió en la sala de ordenadores y se apoyó en una de las mesas. No conseguía comprender la actitud de ese hombre. Se comportaba como si nada hubiese ocurrido. Definitivamente, ella no había significado nada para él.


    * * *

    Dos semanas más tarde el tío de Alexandra sufrió un infarto. Ella pidió permiso para viajar a Greenville unos días, al menos hasta que estuviese recuperado. Sólo Carly y Andy conocían su paradero. No había tenido tiempo de avisar a nadie más.

    Cuando llegó a su casa el tío August ya había salido del hospital y descansaba en su propia cama. En aquellos momentos estaba dormido, pero ya le habían avisado del regreso de Alexandra y dejó dicho que en cuanto despertase la hiciesen pasar a su habitación.

    —Nos hemos llevado un susto tremendo —dijo su tía—. Un hombre tan sano y tan fuerte…
    —Ya sabes que eso le puede pasar a cualquiera —la consoló Alexandra.
    —No deberías haber venido.
    —Por supuesto que sí —sonrió ella—. Quiero que el tío se sienta tranquilo. Si paso aquí unos días se recuperará más aprisa.
    —¿Cuántos días te quedarás? —preguntó su tía.
    —Una semana. No es demasiado, pero es de lo que dispongo. A primeros de mes empezamos a trabajar en el proyecto que te comenté por carta.
    —Me siento muy orgullosa de ti, hija —dijo su tía abrazándola fuertemente—. Yo sabía que llegarías lejos.
    —Tú no querías que me marchase de aquí —rió Alexandra.
    —Mira, dicen que rectificar es de sabios —repuso su tía sonriendo.

    Rieron las dos mientras se dirigían a la cocina.

    —No sabes las ganas de verte que tiene tu tío. Te ha echado mucho de menos.
    —Yo también a él —dijo Alexandra sonriendo con tristeza.

    Cuando el tío August se despertó Alexandra entró a verle. Arrastró un pesado sillón de orejas hasta el borde de la cama y se sentó a su lado.

    —Te he echado mucho de menos —dijo su tío con voz ronca que delataba su emoción.
    —Y tú me has dado un susto de muerte —sonrió ella, acariciando una de sus manos—. Espero que no lo vuelvas a hacer.
    —¿Te quedarás algún tiempo? —preguntó tío August.
    —Sólo puedo quedarme una semana. Tengo mucho trabajo y me necesitan en el laboratorio.
    —Estamos muy orgullosos de ti. Tu nombramiento ha salido en los periódicos de Columbia. Jeremy Dalton nos envió un ejemplar. Lo tengo guardado como si fuera de oro —dijo él con evidente satisfacción.

    A los ojos de Alexandra asomaron unas tímidas lágrimas. Pensó en Stephen y le maldijo porque su solo recuerdo le producía un hondo dolor.

    —Cuando te encuentres mejor y puedas levantarte volveremos a pasear como antes —dijo Alexandra arrinconando sus pensamientos en el fondo de su mente—. Así podrás escuchar todo lo que tengo que contarte sobre Nueva York.
    —Aquí las cosas siguen igual que siempre —sonrió débilmente tío August—. Yo apenas podré contarte nada.
    —No te preocupes, ya se ocupará la tía Francés de ponerme al día.

    Rieron los dos. Tío August atrajo a su sobrina hacia sí y la abrazó con infinito cariño.

    —¿Eres feliz allí? —preguntó, de repente.
    —Sí. Soy feliz. Pero os echo de menos —susurró Alexandra.
    —Cada uno tiene que tomar su propio camino. Tú has empezado a caminar por el tuyo y tu tía y yo estamos llegando al final del nuestro. No tienes que sentirte triste por hacer lo que has estado deseando durante toda tu vida.

    Limpió las lágrimas del rostro de Alexandra y acarició su negro pelo.

    —Creo que después de esta pequeña siesta se me ha despertado el apetito. Mira a ver lo que tiene tu tía por la cocina, por favor —dijo él intentando romper la tensa emoción del momento.
    —De acuerdo. Yo misma te lo traeré.


    Al día siguiente llegó la primera carta. Alexandra leyó el remite, extrañada. Era de Stephen. Se habría enterado de su paradero por Andy, a buen seguro. Carly desconfiaba de Stephen Davenport y nunca le hubiese dado su dirección. Sentía una tremenda curiosidad por saber lo que decía en aquella carta, pero también sabía que si la leía sus fuerzas flaquearían y caería rendida ante sus persuasivas palabras.

    Alexandra tomó el sobre entre sus manos y le dio varias vueltas, antes de romperlo en mil pedazos. Tuvo que hacer grandes esfuerzos para no llorar al ver las letras sueltas en la palma de su mano, sin posibilidad de reconstruir su sentido.

    Tía Francés la observaba sin delatar su presencia desde la puerta de la cocina, con expresión de preocupación. A Alexandra le ocurría algo, no cabía duda. Tal vez un desengaño amoroso del que no se había recuperado. Estaba segura de que hablaría con ella, más tarde o más temprano. Siempre había sido así.

    Ajena a la observación de que era objeto, Alexandra cerró la mano con los pedazos de carta dentro y se dirigió a la calle. Al otro extremo de la misma había dos contenedores.

    Caminó despacio, como midiendo sus pasos, con el corazón destrozado. Al llegar a los contenedores abrió el puño y dejó caer la carta en forma de lluvia. Cerró la tapa del contenedor con sumo cuidado y se quedó unos instantes allí, con la cabeza baja, a punto de estallar en llanto.

    No quería saber nada de él. La había hecho mucho daño y deseaba olvidarle a toda costa.


    Capítulo 7


    La noticia de la llegada de Alexandra había recorrido Greenville como un reguero de pólvora. De repente todos deseaban verla y charlar un rato con ella.

    Mariel Pierce, una de sus amigas, se había casado hacía dos meses. Su marido, John, trabajaba en la notaría de Greenville. Ambos siempre habían mantenido una estrecha relación con Alexandra y decidieron ir a verla.

    —Estás preciosa —dijo Mariel mientras la abrazaba efusivamente—. ¿Qué tal te va por la gran ciudad?
    —Trabajo mucho —sonrió Alexandra—. Sentémonos cómodamente y hablemos con tranquilidad. Tienes muchas cosas que contarme.

    Mariel suspiró y miró a Alexandra encogiéndose de hombros.

    —Yo sigo trabajando en el colegio. Allí las cosas son siempre iguales, ya lo sabes.
    —Ahora que estás casada me imagino que algo habrá cambiado —dijo Alexandra, animando a su amiga.
    —Bueno… las facturas ya no las paga mi padre.

    Las dos rieron con complicidad.

    —La verdad es que estoy encantada con mi nueva vida de casada —dijo Mariel, al fin—. No es como lo imaginaba. John me ayuda mucho, aunque apenas tiene tiempo.
    —Todo es cuestión de acostumbrarse. A mí también me ha costado un poco adaptarme a vivir sola, pero es maravilloso sentirse independiente.
    —Es cierto —suspiró Mariel—. Es maravilloso de verdad.

    John tenía una cita con un hombre de negocios que había llegado de Nueva York para comprar una casa y habían quedado para cenar en un bonito restaurante de las cercanías. John había propuesto a Alexandra que les acompañase, pero antes de salir Mariel quería disfrutar de unos momentos de confidencias con su amiga.

    —¿Tienes novio en Nueva York? —preguntó Mariel, de repente.

    Alexandra la miró, sorprendida.

    —Todo el mundo me pregunta lo mismo. No. No quiero complicarme la vida, de momento. Tengo un trabajo estupendo y no quiero perderlo.
    —Yo sigo trabajando —explicó su amiga—. No tiene nada que ver una cosa con otra.
    —Cuando me case me encantaría tener hijos —dijo Alexandra—. Ya sabes que mis padres murieron jóvenes y nunca tuve hermanos.
    —Es una manera muy interesante de ver las cosas, pero se pueden compaginar los dos trabajos —dijo Mariel, pensativa.
    —No sé. De momento prefiero no pensarlo demasiado. No salgo con nadie y tampoco hay posibilidad de que lo haga.
    —No puedo creer que ningún hombre se haya acercado a ti —rió Mariel—. Siempre tuviste bastante éxito con los chicos.
    —Puedes creerlo. Es cierto.
    —Deberías arreglarte, se nos hará tarde para la cena —urgió Mariel mirando el reloj y advirtiendo que llegarían con retraso.

    Alexandra salió del salón. En ese mismo instante entraba su tía.

    —Hola Mariel, me alegra mucho verte. Desde que mi sobrina se marchó apenas nos vemos.
    —Ya sabes que la vida de casada es un poco dura al principio.
    —No me pongas excusas —la regañó Francés cariñosamente—. De todas maneras me alegro de que hayas venido de visita. Quisiera pedirte un favor, ahora que Alexandra ha salido.
    —¿Ocurre algo? —se preocupó Mariel.
    —Nada grave —tía Francés se sentó a su lado, en el sofá—. Durante los días que Alexandra ha estado aquí ha recibido una carta diaria. Las ha ido rompiendo en mil pedazos, según llegaban. Su cara me dice que algo pasa con esas cartas, pero ella no abre la boca.
    —Acaba de decirme que no sale con nadie —se extrañó Mariel.
    —A mí me dijo lo mismo, pero no termino de creerlo. Te agradecería que intentases averiguar algo.
    —Vamos a cenar con John y un amigo que ha venido buscando una casa por los alrededores. Tal vez el trayecto hacia el restaurante sea un buen momento para las confidencias.
    —No se pierde nada por intentarlo, ¿no te parece?

    Unos minutos después apareció Alexandra, vestida con una falda estrecha y larga y un precioso jersey de algodón bordado, largo también.

    —No perdamos más tiempo —dijo Mariel, poniéndose en pie—. Tengo el auto fuera.

    Alexandra besó a su tía en la mejilla y salió detrás de su amiga.

    —Dice tu tía que te nota un poco triste —atacó Mariel, mirando a la carretera.

    Alexandra guardó silencio unos instantes.

    —Tal vez sea cansancio. He trabajado mucho últimamente y apenas duermo por las noches.
    —¿Y las cartas que has estado recibiendo? —preguntó Mariel.

    Alexandra contuvo la respiración y abrió los ojos, sorprendida.

    —Ya veo que tía Francés está en todo —rió—. De eso prefiero no hablar, si no te importa. Ha sido un error que cometí y que estoy olvidando poco a poco.
    —Me resulta difícil creerte —la miró un instante.
    —Pues no te queda otra opción —respondió Alexandra un tanto irritada—. Lo he pasado un poco mal, pero ya estoy mejor.
    —¿Por qué te escribe? —insistió Mariel.
    —No lo sé. No he leído ninguna de sus cartas. Las rompí nada más verlas. Prefiero que sea así. De otra manera me costaría mucho olvidarlo y quiero que sea lo más rápido posible —la vehemencia de Alexandra acicateó más la curiosidad de su amiga.
    —Lo siento mucho, Alex. Tú no te mereces que pasen estas cosas.
    —Le puede pasar a cualquiera —respondió la joven.
    —¿Está casado? —preguntó Mariel tanteando el terreno. Era la primera vez que alguien había calado en el corazón de Alexandra.
    —No. Pero busca en las mujeres algo que yo no estoy dispuesta a darle. Para mí el amor es algo maravilloso que no se debe medir materialmente.
    —Ya entiendo lo que quieres decir —y movió la cabeza negando—. Parece que los hombres siguen siendo los de siempre.
    —O las mujeres seguimos siendo unas sentimentales —repuso Alexandra sin ocultar las lágrimas que corrían por sus mejillas.

    Casi habían llegado al restaurante.

    —Espero que esta noche te animes un poco —dijo Mariel tendiéndole un pañuelo—. Tal vez el amigo de John merezca la pena.

    Alexandra la miró sonriente. Mariel seguía siendo la misma.

    El restaurante era una mansión de estilo colonial, pintada de blanco, con grandes ventanales.

    Entraron y preguntaron por la mesa reservada a nombre del señor Pierce. Un camarero las condujo hasta una de las pequeñas estancias. John estaba sentado de frente a la entrada y le vieron enseguida. Estaba tan absorto en la conversación que no se percató de su llegada. Cuando las tuvo al lado levantó la mirada.

    —Hola —sonrió—. Me alegro de que hayáis llegado tan pronto.

    Se puso en pie y besó a Alexandra.

    —Estás preciosa. Trabajar en Nueva York te ha sentado de maravilla, cariño —le dijo afectuosamente.

    Su acompañante también se puso en pie y en aquel momento, cuando él se volvió Alexandra sintió que se le helaba la sangre en las venas.

    —Quisiera presentaros a Stephen Davenport.

    Alexandra se quedó como paralizada, sin atreverse a mirarle, mientras él saludaba cortésmente a Mariel y pronunciaba las frases de rigor. Se acercó a Alexandra.

    —Encantado de conocerla, señorita Bishop —la miró con una leve sonrisa, a la vez que estrechaba su mano—. John me ha hablado mucho y muy bien de usted.

    Fingía no conocerla. Alexandra sintió una oleada de ira y deseó dar media vuelta y salir de allí. Pero ya Mariel se disponía a tomar asiento y Alexandra no conseguía reunir el valor suficiente para desairar a sus amigos.

    Todos se sentaron en la amplia mesa redonda. Alexandra intentó tomar asiento entre el matrimonio, pero Mariel la colocó al lado de Stephen, con una inocente sonrisa de complicidad.

    El peso de la conversación recayó en John y Stephen, para alivio de Alexandra, que intentó pasar desapercibida en todo momento.

    Mariel advertía el extraño comportamiento de su amiga, pero no sospechaba a qué se debía. Esquivaba en todo momento las miradas del invitado de su marido, como si le conociese de algo. Su silencio era algo poco habitual en ella, puesto que disfrutaba participando en las conversaciones de los amigos.

    —Creo que el café deberíamos tomarlo en un pequeño saloncito que hay en la planta de arriba —dijo John, que, en su entusiasmo, no se había dado cuenta de nada.
    —Me parece estupendo —sonrió Stephen.

    Se levantaron y caminaron tranquilamente hacia las escaleras. Mariel y John iban delante, enlazados por la cintura y charlando animadamente. Stephen se acercó a Alexandra.

    —He venido a verte —susurró.
    —Podías haberte ahorrado el viaje, yo no tengo ningún deseo de verte a ti —dijo Alexandra con voz helada.
    —Tengo algunas cosas que explicarte —insistió Stephen.
    —No quiero escuchar tus mentiras —se resistió ella—. Me las sé de memoria.
    —No seas injusta conmigo…
    —Te estoy pagando con la misma moneda —replicó y aceleró el paso para alcanzar a sus amigos.

    Se sentaron en torno a una confortable mesita junto a unos inmensos e iluminados jardines, en el centro de los cuales había una fuente con seis chorros de agua.

    —Éste es nuestro sitio preferido —explicó Carly—. Aquí fue donde nos comprometimos.

    Miró un instante a Alexandra y se dirigió hacia Stephen.

    —¿Estás casado?

    John la miró con los ojos muy abiertos. Alexandra contuvo la respiración y Stephen se limitó a sonreír.

    —De momento no —explicó—. He venido a buscar a una mujer.
    —¿Aquí? —preguntó John—. No me habías contado nada.
    —Ya sabes que no me había planteado casarme. He vivido muchas aventuras, pero ninguna me llegó a convencer. Creo que me ha llegado la hora, igual que a todos —y miró a Alexandra emitiendo un ligero carraspeo. Ésta clavó la mirada en su taza de café, evidentemente incómoda.
    —Veo que eres un hombre sincero —sonrió Mariel—. Esa mujer a la que vienes a buscar tiene mucha suerte de haberte conocido.

    Alexandra tuvo que reprimir unA risa sarcástica. Deseaba con todas sus fuerzas levantarse y decirle a John la clase de amigo que tenía: un cínico y un irresponsable.

    —Me gustan las cosas claras —prosiguió Stephen—. Un día conocí a una muchacha. Al principio me resultó un poco extraña, se comportaba de una manera bastante distinta a la que yo estaba acostumbrado a conocer. Más tarde me di cuenta de que me había equivocado al juzgarla y… me sorprendió muy agradablemente.

    Alexandra se puso en pie. Mariel la miró extrañada.

    —¿Ocurre algo?
    —Estoy cansada, creo que voy a llamar a un taxi y me iré a casa —sus ojos brillaban de furia al mirar a Stephen.
    —¿A qué viene tanta prisa? —preguntó Mariel desconcertada.
    —Si esperas un minuto te llevaré yo —dijo Stephen.

    Alexandra se dio cuenta de que su comportamiento empezaba a resultar sospechoso, sus amigos podrían ofenderse y, por otro lado, Stephen nunca hablaría más de la cuenta. Se sentó.

    —Me encanta la historia que estás contando, sigue, por favor —animó Mariel.
    —No hay mucho más que contar —suspiró él—. Intenté acercarme a ella, expresarle mis sentimientos, pero ella no me cree. Piensa que sólo la quiero para pasar el rato. He venido a decirle que me quiero casar con ella. Espero tener suerte.
    —Si tiene dos dedos de frente se casará contigo —apostilló Mariel—. Cualquier mujer se daría cuanta de que dices la verdad. Pero, ¿quién es? ¿Dónde la conociste? Quizá nosotros…
    —Siento estropearos la velada, pero tengo que irme —volvió a decir Alexandra—. Mañana me marcho y quiero estar todo el tiempo que pueda con mis tíos.

    John cortó con una mirada la protesta que estaba a punto de pronunciar su esposa.

    —Pasaré a recogerte para llevarte a la estación —dijo Mariel resignada.
    —Gracias —contestó Alexandra—. Ya sabes la hora.
    —Es una lástima que os marchéis —dijo John cortésmente—. La verdad es que se me ha hecho corta la velada.
    —Ya la repetiremos dentro de poco —contestó Stephen—. No tardaré en volver por aquí de nuevo —y se puso en pie.
    —Llevas tú a Alex entonces —afirmó John lentamente, como si comprendiese.
    —Mi auto está abajo. Yo la acompañaré. Vosotros podéis disfrutar del resto de la velada.

    Se despidieron cordialmente, quedando en volver a verse en otro momento. Intercambiaron unas breves frases de cortesía y el matrimonio se quedó en pie mirando a sus amigos salir del salón.

    Mientras Alexandra y Stephen se dirigían hacia el estacionamiento, Mariel se acercó a su marido con aire de complicidad.

    —Estaba muy extraña Alex.
    —Yo la he notado cansada —sonrió John.
    —Creo que se conocen —susurró Mariel.
    —Stephen y… —miró a su esposa con los ojos entrecerrados—. Eres imposible, siempre imaginando cosas —Mariel no reparó en la ironía de John.
    —Hay muchas coincidencias entre lo que me ha contado ella y lo que nos ha explicado él. Yo creo que la mujer con la que se quiere casar es Alex —le dijo Mariel confidencialmente—. Su tía me ha dicho que la notaba muy extraña, que ha estado recibiendo cartas desde Nueva York y que ella las ha roto todas. Seguramente él ha venido a ver qué pasaba.
    —Y yo creo que son imaginaciones tuyas —John tomó de la mano a Mariel y la besó sonriendo—. Stephen ha venido a hacer negocios, no persiguiendo a Alexandra.
    —Ya vendrás a decirme que tenía razón —y Mariel retiró su mano fingiendo estar ofendida.


    Alexandra no se atrevía a mirar a Stephen. Desde que habían salido del restaurante ninguno había pronunciado una sola palabra.

    —Necesito hablarte —empezó él, cuando las primeras casas de Greenville asomaron en el horizonte.
    —Ya te he dicho que no hay nada de lo que hablar. Hemos sido presentados esta noche —dijo Alexandra, irónicamente.
    —No seas tan tozuda. Te empeñas en cerrar tus ojos y tus oídos —protestó Stephen, sin disimular su irritación.
    —Y tú te empeñas en seguir engañando a todos los que te rodean. ¿Por qué has contado esa historia tan absurda? —le gritó Alexandra.
    —Porque es la verdad. Nunca me había enamorado hasta que te conocí —confesó él con tal naturalidad que Alexandra sintió que su resistencia se tambaleaba.
    —Eso es ridículo —rió ella con desprecio—. Has conocido a muchas mujeres, es imposible que no te hayas enamorado nunca —añadió pensativa.
    —Hasta que te conocí, no. Ahora estoy sintiendo cosas que desconocía por completo. No puedo dejar de pensar ni un solo momento en ti. Lo habrás visto en mis cartas. Te he explicado lo que pasó con toda claridad, ahora ya no pueden quedarte dudas.
    —Tus cartas están en el contenedor que hay delante de la casa de mis tíos. Sin abrir y hechas pedazos —musitó Alexandra con un hilo de voz.

    Stephen guardó silencio. Se sentía desolado. Ella ni siquiera había leído sus explicaciones sinceras y sus palabras de amor.

    —Es la única forma de olvidarte. Tengo que ser indiferente contigo y egoísta conmigo —se justificó ella advirtiendo el daño que estaba haciendo a Stephen.
    —Yo te amo —la miró un instante—. ¿Acaso no te lo demostré aquella noche en el invernadero? —preguntó él.
    —Eso no fue una demostración de amor —Alexandra se sentía confundida—. Tal vez para ti significase algo, pero para mí no. Dos minutos después estabas rodeado de admiradoras incondicionales de tu dinero y tus influencias. No me demostraste tu amor, me demostraste tu deseo.
    —Tú eres lo único que tiene sentido en mi vida y no quiero perderte —insistió Stephen.
    —Creo que ya es demasiado tarde —y Alexandra abrió la ventanilla, como si le faltase el aire para respirar.
    —No es tarde, yo quiero que seas mi esposa —casi guiño él.
    —Ahora no puedo pensar en eso. Lo más importante es ml trabajo y me volcaré en él. Los microscopios no hacen daño ni mienten. Tal vez me compre un gato o un pájaro —sonrió Alexandra con amargura.
    —Estás enfadada conmigo sin motivos, ya se te pasará —dijo él con tal confianza que Alexandra sintió que la cólera hervía dentro de sí.
    —No quiero ser otra Cheryl en tu vida —su voz se quebró un momento—. Ella se hizo ilusiones y tú las tiraste todas por la borda cuando encontraste otra que te gustaba más —le grito.

    Ya habían llegado a la calle donde vivía Alexandra.

    —No me acerques a mi casa —dijo ella fríamente—. No quiero que me vean contigo.
    —Quiero que sepas que yo nunca le hice promesas a Cheryl —dijo Stephen deteniendo el auto—. Ni a ninguna otra de las mujeres que han pasado por mi vida. Ellas querían algo y se lo conseguí y me lo agradecieron. Si no conocían otra forma mejor yo no tuve la culpa.

    Alexandra descendió del auto tras dirigirle una mirada de desprecio. Stephen la siguió.

    —Espera un minuto —pidió—. Quiero preguntarte algo.

    Ella se dio la vuelta y le miró suplicante y altiva a la vez.

    —¿Me amas? —la preguntó Stephen y se acercó lentamente a ella y la tomó por la cintura con suavidad.

    Rozó sus labios con los de ella y acarició su espalda. Alexandra se sintió desfallecer. Todas sus razones, toda su ira se derrumbaron a sus pies para revelar a una joven herida y temerosa que le devolvió el abrazo con timidez.

    —Dime que no me amas y te dejaré vivir en paz —susurró él en su oído.

    Siguió besándola, buscando con ansia más y más.

    La respiración de Alexandra se fue acelerando. Gimió suavemente.

    —Yo… —empezó a decir.
    —Piensa bien lo que me vas a contestar —susurró.
    —No lo sé —gritó airada, empujándole, alejándole de ella—. Yo no sé lo que siento, estoy confundida.
    —Tú me amas —afirmó Stephen—. Me lo acabas de demostrar, estremeciéndote entre mis brazos.
    —Eso no es amor —dijo Alexandra, intentando disimular su turbación—. ¿No te das cuenta? Nunca cambiarás. Si yo accedo a casarme contigo… ¿Cuánto tiempo tardarás en buscar las caricias de otra mujer? No intentes convencerme con esos argumentos infantiles que no creería nadie.
    —Yo te quiero para siempre —afirmó Stephen con vehemencia—, para formar contigo una familia y ser feliz y olvidar el pasado. Te necesito para que me ayudes a cambiar mi vida.

    Ella empezó a caminar sin hacerle caso. Deseaba poder creerle, pero algo en su interior se resistía.

    Stephen echó a correr detrás. Estaba al borde de la desesperación.

    —¡Escúchame! ¡Necesito una oportunidad para demostrarte que soy sincero! ¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que te firme un papel prometiéndote fidelidad?
    —Quiero que te olvides de mí —replicó Alexandra mirando hacia otro lado—. Los papeles firmados no sirven para nada.
    —Nunca he conocido a nadie con la cabeza tan dura como la tuya —protestó, sintiéndose como cuando su madre le negaba algún capricho.
    —Deberías mirarte a un espejo —respondió ella—. Tu cabeza es más dura. Estás enfadado porque no te creo, porque me niego a obedecer tus caprichos.
    —No puedo creer que esto me esté pasando a mí —se quejó él amargamente.

    Ella giró y se quedaron mirando frente a frente. Era tarde y, aunque casi había comenzado el verano, la noche era fresca. Se había levantado una ligera brisa que movía las hojas de los árboles, produciendo un suave y arrullador susurro, parecido al de una lejana corriente de agua. Apenas se oían ruidos por la solitaria calle, salvo el ladrido de algún que otro perro.

    —Siempre has tenido lo que deseabas, ¿no es cierto? —la voz de Alexandra era cálida, a su pesar—. Te sientes molesto porque no me arrojo a tus pies cuando te acercas a mí. Tal vez yo suponga un reto para ti. Pues déjame que te diga que no pienso volver a caer rendida entre tus brazos, y te estoy muy agradecida por abrirme los ojos. Ahora ya puedes seguir tu triunfante carrera de conquistador y buscar otra tonta que se deslumbre con tu falsa sonrisa. A mí ya me has tomado el pelo todo lo que te ha apetecido.
    —Contigo es diferente —contestó él con una sinceridad aplastante—. Si no estás cerca de mí me siento solo y me duele el corazón. Me conformo con mirarte. Alexandra… te amo de verdad, con el amor que dura toda la vida. Lo sé, esta vez lo sé. Créeme, es la verdad.
    —Ya te he dicho lo que pensaba hacer. No puedo creerte, por mucho que insistas no es posible. De momento sólo me has demostrado que sabes mentir mejor que nadie. Ya no puedo volver a confiar en ti —y Alexandra sintió que el corazón la iba a traicionar si no se marchaba de inmediato.
    —He de reconocer que siempre me has descubierto mintiendo. Incluso este viaje no ha sido más que una excusa falsa para venir a verte.

    Tomó su mano y la miró a los ojos.

    —Ya no sé qué decirte para que me creas. Lo único que me queda es repetir que te amo con todo mi corazón y que pensaba llevarte a Nueva York para convertirte en mi esposa.

    …Alexandra no retiró su mano. El tacto de la piel de Stephen la hacía sentirse viva. La transportaba a un mundo de sensaciones nuevas y diferentes.

    Estaba cada vez más confundida. Nunca le habían hablado de aquella manera. Nadie había suplicado su amor como lo estaba haciendo él.

    Sabía que si se dejaba arrastrar por la pasión estaría irremediablemente perdida para siempre. Quería creerle, pero las lágrimas de Cheryl volvían siempre a su memoria atormentándola. Sabía que sentía algo por él, pero recordaba a la muchacha rubia de la casa de los Thompson. Eran demasiadas cosas para borrarlas de golpe y creer que nada había pasado.

    Se miraron en silencio. Stephen se inclinó sobre ella y volvió a besarla.

    —No me quedan más argumentos —murmuró con tristeza—. Este era mi último cartucho.
    —Lo siento, Stephen —dijo Alexandra con un nudo en la garganta.

    Siguió caminando por la calle abajo hacia su casa. Gruesos lagrimones le corrían por las mejillas. No volvió la cabeza ni una sola vez.

    Stephen caminó despacio hasta que llegó a su auto. Estaba al principio de la calle, con las portezuelas abiertas y los faros encendidos.

    Se sentó en su asiento y enterró la cara entre las manos. Ahora empezaba a darse cuenta de todas las equivocaciones que había cometido, de todos los errores que se habían ido acumulando a lo largo de su disipada vida…

    Ahora que ya no tenía remedio.

    Puso el motor en marcha y rodó despacio por la calle. Alexandra había desaparecido. En alguna de aquellas pequeñas casas con jardín estaba la mujer de sus sueños. La mujer que nunca conseguiría. Una feroz determinación se dibujó en su semblante. Decidió que no se daría por vencido. No quería volver a Nueva York derrotado. Ahora tenía la posibilidad de rehacer su maltrecha vida y estaba dispuesto a luchar.


    Capítulo 8


    Alexandra guardaba la ropa en la bolsa de viaje casi sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, como una autómata. La aparición de Stephen y sus conversaciones de la noche anterior no la habían dejado conciliar el sueño. No hacía más que darle vueltas y más vueltas al asunto, sin llegar a una conclusión. Stephen parecía sincero, pero era un hombre acostumbrado a tratar con mujeres de todo tipo y no le faltaban recursos. Lo mejor sería dejar pasar unos meses y ver qué ocurría. Ahora lo primero era el trabajo.

    Tío August ya estaba recuperado. El médico le había recomendado tranquilidad, pero ya estaba pensando en reabrir la pequeña tienda de libros que regentaba. Era un hombre fuerte.

    La entrada de la tía Francés la distrajo de sus pensamientos. Tía Francés estaba extrañamente silenciosa y miraba a su sobrina con preocupación.

    —Es una lástima que tengas que irte —dijo.

    Alexandra se volvió y sonrió con tristeza.

    —Intentaré volver en cuanto pueda. Ahora, con el proyecto, me resultará bastante difícil, pero tal vez pueda hacerlo en Navidad —respondió, esbozando un mohín de resignación.
    —No te fuerces demasiado —le recomendó su tía, acercándose—. Y toma alguna vitamina.
    —Tía…
    —Ya sé que para los males de amor no hay vitaminas, pero intenta recuperarte —la interrumpió su tía, incómoda.
    —Lo haré —musitó Alexandra bajando la mirada.

    Su tía sabía bastante más de lo que parecía.

    —Te ha estado llamando un hombre, por lo menos diez veces durante toda la mañana. Le he dicho que no estabas.
    —Gracias.

    Seguía guardando sus cosas, sin atreverse a mirar a la cara a su tía.

    —¿No me lo vas a contar? —Francés acarició su cabello en un gesto maternal.
    —No hay nada que contar —respondió apresuradamente Alexandra.
    —A mí no puedes engañarme. No me cuentes nada, si no lo deseas, pero yo te conozco tan bien como tú misma. Sé perfectamente que estás sufriendo por algo, y casi me atrevería a jurar que es por causa de un hombre. Ese hombre que te llama por teléfono y que te escribe cartas.
    —Es… una especie de amigo —justificó Alexandra.
    —Debe ser una especie bastante rara. Los amigos normales no se interesan tanto. ¿Estás enamorada de él? —la pregunta sorprendió a Alexandra que, enrojeciendo, se apresuró a responder:
    —No.
    —¿Y él? —insistió tía Francés.
    —Dice que sí —Alexandra advirtió el temblor de su voz al responder.
    —¿Quién es?

    Alexandra deseaba confiar en su tía, pero sabía que la haría sufrir y no quería dañarla. Había demasiadas cosas de su relación con Stephen que debía callar y tía Francés era una aguda observadora.

    —Eso da igual, tía. Sabes que puedes tener total confianza en mí. Yo nunca he perdido la cabeza y nunca la perderé, y mucho menos por un hombre. Estoy intentando que me deje tranquila y creo que lo conseguiré. Ahora no me hagas más preguntas. No hay nada más que contar. Mi tren sale dentro de una hora y si no me doy prisa lo perderé —zanjó Alexandra reuniendo toda la firmeza de que fue capaz.

    Tía Francés la abrazó con fuerza.

    —Ya sabes que confío plenamente en ti. Si te preocupa algo no dejes de contármelo, puede que no te sirva de gran ayuda, pero yo sé escuchar… y comprender.
    —Lo sé tía —dijo Alexandra entrecortadamente—. Te quiero mucho.

    Permanecieron unos instantes abrazadas y después tía Francés le ayudó a terminar de preparar el equipaje. Cuando cerró su bolsa, Alexandra salió al jardín, donde su tío descansaba en un sillón de mimbre.

    —Tengo que irme ya —dijo arrodillándose al lado de su tío—. El trabajo me espera.
    —Espero que no tardes mucho en regresar —masculló él—. Ya sabes que me gusta conversar contigo —acarició su rostro con dulzura sin ocultarle a su sobrina su tristeza.
    —Yo echo de menos nuestras charlas —respondió Alexandra—. En casa estoy casi siempre sola.
    —¿Vas a buscar otro apartamento? —preguntó August—. Si Cheryl se casa…
    —Sí. Espero que Carly Thompson me haya encontrado algo, como me prometió.
    —Escribe todas las semanas —recomendó su tío—. Quiero saber, con detalle, cómo se desarrolla ese trabajo nuevo que te han asignado.
    —No te preocupes, lo haré —le tranquilizó Alexandra.
    —Explícamelo con palabras que yo pueda comprender —rió él—. La bioquímica nunca ha sido mi fuerte.
    —Tú comprendes todas mis palabras —rió Alexandra.—. ¿Ya no recuerdas cuando me ayudabas a estudiar para los exámenes?
    —¿Cómo voy a olvidarlo? —sonrió él.

    Se abrazaron largamente cuando sonó el claxon de un auto.

    —Mariel ha llegado —anunció Alexandra—. Tengo que darme prisa.

    Recogió sus cosas y las llevó hacia el auto de su amiga que gritaba por la ventanilla:

    —¡Si no nos damos prisa perderás ese tren!

    Alexandra volvió a despedirse de sus tíos, con lágrimas en los ojos. Hubiera deseado quedarse, allí había paz y eso era lo que necesitaba en aquellos momentos. Pero también deseaba empezar su trabajo en el proyecto y buscar apartamento y pasear por las atestadas calles de Nueva York y tumbarse en el sofá poniendo los pies en la mesita sin oír las protestas de sus tíos. Aquel pensamiento entristeció a Alexandra.

    Alexandra y Mariel llegaron a la estación con el tiempo justo de subir las maletas al primer escalón del vagón, besarse efusivamente y decirse adiós con las manos. Alexandra se sentía aliviada porque en toda aquella precipitación Mariel no había mencionado la cena de la noche anterior.

    —¡Escríbeme! —gritó Mariel, agitando enérgicamente la mano.
    —¡Tú también! —contestó Alexandra, asomada a la ventanilla del tren que ya se ponía en marcha.

    Las despedidas siempre la ponían un poco triste, pero esta vez era diferente. La hubiese gustado quedarse en casa con sus tíos, cuidando del tío August, hablando con él, leyéndole aquellos libros que tanto le gustaban y que tenían las letras tan pequeñas. Y la tía Francés… a Alexandra la encantaba meterse en la cocina con su tía y ayudarla a confeccionar las pastas de nueces que tanto les gustaban a todos, mientras conversaban acerca de todo tipo de cosas. Aquella vez la despedida era más triste, porque sabía que su tío ya no volvería a ser el de antes, por mucho que él lo quisiera, y su tía la necesitaba para poder sobrellevar la enfermedad de su marido. En el fondo sentía una pequeña punzada de culpabilidad.

    Cuando el tren tomó velocidad, Alexandra tomó la bolsa de viaje y su bolso y echó a andar pasillo adelante buscando el número de su compartimento. Lo encontró y deslizó la puerta corredera. En el interior estaba sentado un hombre, al que Alexandra no podía ver el rostro, ya que lo tenía vuelto hacia la ventanilla. Ni siquiera se volvió cuando ella entró.

    Alexandra colocó su bolsa debajo del asiento y se sentó. Las lágrimas estaban a punto de asomar a sus ojos. El hombre la miró.

    —Hola, Alexandra —dijo—. Parece que nos encontramos en todas partes.
    —Stephen Davenport —parpadeó, asombrada—. Nunca he conocido a nadie tan testarudo como tú.

    Alexandra se limpió las lágrimas con disimulo.

    —Voy a Nueva York —explicó Stephen, reprimiendo sus deseos de secar con sus besos las lágrimas de la muchacha—. El tren es un medio de transporte cómodo y barato. Además se encuentra buena compañía en estos trenes de Greenville.
    —¿Y el auto? —preguntó ella.
    —Va en la parte de atrás —dijo él, guiñándole un ojo.
    —Stephen, esto tiene que terminar —dijo Alexandra, visiblemente alterada—. Me has estado comprometiendo con todas las personas que me conocen. Me han hecho preguntas que no tienen respuesta y no deseo que nadie sufra por mi culpa. Quiero que desaparezcas de mi vida, que te busques otra diversión. Ya te he demostrado que no sirvo para el tipo de vida que tú estás acostumbrado a llevar.
    —Entonces… cásate conmigo —se apresuró a responder Stephen.

    Alexandra suspiró.

    —No quiero repetirte todo lo que te dije anoche. No me casaré con un hombre del que no estoy segura y en el que no puedo confiar.
    —Veo que cuando conversamos sobre este tema no llegamos a ninguna parte —sonrió él—. Somos muy tercos los dos.
    —Tú eres terco —apuntó Alexandra—. Yo me defiendo.

    Stephen soltó una carcajada.

    Alexandra se levantó y se dirigió hacia la puerta. Stephen la siguió, apoyando la mano en el cierre, impidiéndola abrir.

    —Te amo, Alexandra Bishop. Quiero que te cases conmigo.
    —Yo… quiero que me dejes tranquila. ¿No entiendes que no puedo soportar tanta presión?
    —No tienes que soportarla. Cásate conmigo.

    La mano de Stephen seguía apoyada en la puerta, con la otra mano acarició el rostro de Alexandra. Se inclinó hacia ella y la besó. Ella se apartó con violencia y le empujó.

    —Con esto sólo me demuestras lo mucho que me deseas.

    Para mí eso no es amor.

    —¿Acaso sabes tú lo que es el amor? —se enfadó él.
    —¿Y tú? —replicó ella—. Tú menos que nadie.
    —Yo sí lo sé, porque te amo. Tal vez lo haya descubierto hace poco, pero lo conozco y sé de lo que te estoy hablando. Eso no es obstáculo para que me guste besarte y acariciarte. También es parte del amor.
    —No pretendas enredarme con tu palabrería. Ya me dejé engañar una vez por ti. No sabes cuánto me he arrepentido de haberme entregado a un hombre como tú. Me has hecho sentir sucia y despreciable desde ese día —le espetó Alexandra.
    —Me va a costar mucho convencerte, pero lo conseguiré. Aún recuerdo la primera vez que nos vimos en el apartamento de Cheryl. Bendita equivocación la de aquel día. Te aseguro que cambió mi vida —sonrió él.
    —Te voy a advertir una cosa —Alexandra se puso muy seria, de repente—. Si no dejas de una vez por todas este tema de conversación, temo que tendré que pedir que me cambien de compartimento.

    Él la miró con una gran sonrisa en los labios. Era una mujer increíble, maravillosa y era la mujer de su vida. Y por supuesto aún le quedaba mucho trayecto para insistir.

    —Está bien. No quiero separarme de ti en este viaje, así que hablaremos de otras cosas —la apaciguó Stephen.

    Alexandra estaba desconcertada. Tal vez fuese sincero en sus palabras. Quizá hubiese cambiado. No se imaginaba a Stephen persiguiendo a ninguna mujer por medio país para decirle que quería casarse con ella. Pero le resultaba tan difícil creerle…

    Tras vencer la resistencia de Alexandra charlaron animadamente durante todo el trayecto.

    —Son casi las ocho —dijo él, después de un largo rato de conversación—. Creo que sería buena idea ir a cenar.
    —La verdad es que se me está empezando a abrir el apetito —aceptó Alexandra.

    Cenaron juntos en el vagón restaurante y, cuando estaban llegando a Nueva York, Stephen la tomó de las manos.

    —Quiero que sepas que ha sido el mejor viaje de toda mi vida. Lo he pasado estupendamente.
    —Yo también —reconoció Alexandra tímidamente—. Creo que nunca me había entretenido tanto en un tren.
    —Ahora nos veremos con bastante frecuencia —afirmó Stephen—. Quisiera salir contigo alguna vez.
    —Eso va a ser imposible —negó Alexandra—. En septiembre empiezo a dar clases por la noche y tengo que prepararme.
    —¿No tienes suficiente con el trabajo en los laboratorios? —preguntó él sorprendido.
    —No. Mis tíos necesitan el dinero y yo tendré que buscar otro apartamento ahora que Cheryl se casa.
    —¿Se casa? —se asombró él—. No lo sabía.
    —No tenías por qué saberlo —respondió ella con indignación—. Ella ya no forma parte de tu vida.
    —Piensa en lo que te dicho —aprovechó él para insistir—. Te amo. Cada minuto que pasa te amo más. Soy sincero, Alexandra.

    Miró un momento hacia el suelo, con expresión humilde.

    —Cuando estés convencida me gustaría que aceptases mi proposición de matrimonio.

    El tren se detuvo. Alexandra no contestó. Sacó su bolsa de debajo del asiento y colgó el bolso de su hombro, sin pronunciar palabra, rehuyendo la mirada de él.

    Stephen se acercó despacio, la tomó de los hombros y la besó con suavidad.

    Alexandra no correspondió a su beso, salió a toda velocidad del compartimento y corrió por el pasillo. Cuando Stephen consiguió salir del tren la vio alejarse por el andén a toda prisa y no pudo evitar sentirse profundamente vacío.


    —Soy Alexandra —Alex golpeó impacientemente con el lápiz el tablero de la mesa mientras esperaba a que la comunicaran con Carly. Aquella semana no había sabido nada de ella.
    —Menos mal que llamas, ya estaba empezando a preocuparme.
    —Siento no haber llamado —Alexandra sonrió al oír a su amiga protestando—. He estado muy entretenida —hacía ya varios días que se había incorporado a su trabajo y el proyecto le absorbía todo su tiempo.
    —¿Cómo está tu tío? —preguntó Carly.
    —Ya se ha recuperado. El médico le ha aconsejado que no vuelva a la tienda y que descanse, pero ya sabes como es el tío August —respondió Alexandra.
    —Pasaré a buscarte a la hora de comer —le comunicó Carly—. Tenemos muchas cosas que contarnos.
    —Está bien —aceptó Alexandra—. Te espero, entonces.

    Volvió a la sala donde estaban terminando de instalar la maquinaria para el nuevo proyecto. Por todas partes se veían cables, cajas vacías, herramientas de todo tipo y operarios que trabajaban frenéticamente para tenerlo todo preparado en la fecha prevista. Caminó entre aquel caos mirándolo todo con interés, preguntando y dando instrucciones.

    Andy se acercó a ella.

    —Espero que los días que pasaste en Greenville te hayan servido para descansar un poco, porque nos espera una buena temporada de trabajo.
    —Lo sé —sonrió ella—. No creas que me importa, estoy deseando empezar en serio.
    —Me alegra. ¿Quieres tomar un café? —propuso Andy—. Esto tardará una media hora en estar colocado y nosotros no haremos sino estorbar.

    Alexandra consultó su reloj y miró a su jefe.

    —De acuerdo —aceptó sonriente.

    Caminaron despacio hacia la cafetería, comentando las incidencias de la semana. Andy notaba diferente a Alexandra, algo distante y retraída.

    —¿Ocurre algo con tu familia? —preguntó, mientras esperaban que les sirvieran el café.
    —No —se asombró ella—. ¿Por qué lo dices?
    —Te notaba preocupada. Espero que no sea nada importante.
    —Estoy esperando ver a Carly. Ya sabes que mi compañera de apartamento se ha casado y me he quedado yo sola en la casa. Es demasiado grande y demasiado cara para mí.
    —Así que necesitas apartamento nuevo, ¿eh? —dijo él pensativo.
    —Pues sí —suspiró Alexandra, mirando hacia la ventana—. Lo malo es que apenas tengo tiempo para salir a mirar, no conozco la ciudad, no sé lo que se suele pagar por un apartamento de alquiler normal y corriente…
    —Si Carly no te ha conseguido nada aún creo que podré echarte una mano —sonrió él.
    —¿Sabes de algún apartamento que se alquile? —se interesó ella, sin ocultarle su ansiedad.
    —En el edificio donde yo vivo, a dos manzanas de aquí, hay dos o tres apartamentos vacíos —informó Andy, encantado—. No son demasiado grandes, pero sirven. El mío tiene un dormitorio, baño, cocina y salón. Tienen bastante luz natural y apenas se oyen los ruidos de la calle. Ni siquiera necesitarías utilizar el metro o el autobús para llegar al trabajo. Yo vengo andando muchos días.
    —Parece alentador —dijo Alexandra—. Tal vez podamos acercarnos a mirar. ¿Me acompañarás tú?
    —¿A la hora de comer? —propuso él de inmediato.

    Alexandra le miró y sonrió.

    —He quedado con Carly para comer.
    —Pues podrías quedar conmigo para cenar y antes pasamos a ver los apartamentos. Te conviene verlos pronto, por si los alquilan. Es un sitio ideal.
    —Te contestaré después de la comida, ¿de acuerdo?

    Alexandra deseaba con todas sus fuerzas que Carly hubiese encontrado un apartamento, aunque estuviese en la otra punta de la ciudad. El solo hecho de imaginarse a Andy de vecino le ponía la piel de gallina. No parecía que se sintiese desalentado por las repetidas negativas de Alexandra a salir con él.

    A la hora de la comida todos salieron del laboratorio. Alexandra dejó su bata en la taquilla, se colgó el bolso y salió. Carly la estaba esperando apoyada en su auto.

    Se abrazaron y besaron como si hiciese mucho tiempo que no se veían.

    —Estaba deseando que regresaras —dijo Carly—. Te he echado de menos.
    —Yo también tenía ganas de volver.
    —Hoy invito yo. Hay algo que celebrar —sonrió con malicia.
    —¿Qué es?
    —Te lo diré en la comida. Sube.

    Abrió la portezuela del auto. Subieron las dos y se pusieron en camino.

    El restaurante estaba en la última planta de un edificio de treinta pisos. Las vistas eran impresionantes y antes de sentarse a la mesa dieron una vuelta por los ventanales panorámicos, admirando la ciudad.

    —Es un sitio increíble —Alexandra estaba fascinada.
    —Vamos a sentarnos —urgió Carly, impaciente.

    Eligieron una mesa que estaba situada al lado de uno de los ventanales.

    —Tengo buenas noticias para ti —empezó a hablar Carly—. Te he encontrado un apartamento maravilloso.
    —Ésa es una noticia estupenda —sonrió Alexandra, aliviada—. ¿Dónde está?
    —En el edificio enfrente de la Bio Company.

    Carly se miraba las uñas, como restando importancia a lo que acababa de decir.

    —¿El edificio de las cristaleras ahumadas? —Alexandra abrió los ojos desmesuradamente—. Pensaba que eran oficinas.
    —Las tres últimas plantas son de apartamentos —informó Carly tomando una barrita de pan y mordisqueándola descuidadamente.
    —¿Cómo es posible que hayas encontrado una cosa así? —se asombró Alexandra.
    —Ese edificio es de mi padre —rió Carly haciendo a su amiga un gesto de burla.

    Alexandra rió también.

    Les sirvieron las ensaladas y su amiga aguardó a que el camarero se retirase para proseguir.

    —El alquiler no es muy elevado —explicó Carly—. No es un apartamento grande, pero ya verás qué lujo y comodidad.
    —Ya sabes que ahora tengo que cuidar mi economía —recordó Alexandra con un gesto de advertencia—. Hasta que no empiece a trabajar dando clases sólo dispongo del sueldo de los laboratorios.
    —No te preocupes —la tranquilizó Carly—. Apenas lo notarás.
    —Andy me dijo que en el edificio donde él vive hay apartamentos libres —informó Alexandra despreocupadamente.

    Carly se quedó con el tenedor a medio camino de la boca. Lo posó lentamente.

    —Espero que no se te habrá pasado por la cabeza aceptar su ofrecimiento —le dijo, mirándola fijamente.
    —Hablaré con él después de comer. Quiere invitarme a cenar.

    Carly miró a su amiga con los ojos entrecerrados.

    —Ese hombre está enamorado de ti. La semana que estuviste fuera llamó por teléfono a casa todos los días para ver si sabíamos algo. Deberías dejarle las cosas claras. Conozco a Andy Brown y sé lo insistente que puede llegar a ser.
    —Ya le hablé una vez —explicó Alexandra—. Le dije que no quería empezar una relación en estos momentos.
    —Yo creo que lo de Andy ya no tiene remedio —suspiró Carly—. Si no se ha casado ya…

    Rieron las dos.

    —¿Sabes que dentro de dos meses iremos de boda? —dijo Carly, sonriente.

    Ahora fue Alexandra la que se quedó asombrada.

    —¿Quién se casa?
    —Yo.

    Alexandra se levantó de su silla y corrió a abrazar a su amiga. Los comensales de las mesas circundantes observaron las expresiones de cariño y júbilo de las muchachas asombrados. Alexandra volvió a sentarse y colocó la servilleta sobre sus rodillas.

    —Christopher y yo fijamos la fecha hace dos días —dijo Carly con los ojos brillantes—. Estaba deseando que llegases para contártelo. Además quería pedirte que fueses mi dama de honor.
    —Estaré encantada —sonrió—. Te veo tan feliz…
    —Pues yo te veo a ti bastante desanimada. ¿Ocurre algo?
    —No… —respondió Alexandra dedicando toda su atención a la ensalada—. A mí nunca me ocurre nada, ya lo sabes.
    —Pues no te quiero ver triste —la regañó Carly con ternura.
    —Después de pasar una semana con mis tíos se me ha hecho un poco duro regresar aquí —respondió Alexandra suspirando ruidosamente.
    —Tendrás que acostumbrarte —dijo su amiga suavemente.
    —Lo sé. Además me hace ilusión vivir sola en un apartamento —respondió Alexandra arrugando la nariz.
    —¿Sabes algo de Cheryl? —se interesó Carly cambiando de conversación.
    —Creo que había una carta suya en el buzón, pero no tuve tiempo de recogerla. Cuando regrese, por la tarde, la leeré. Espero que sean buenas noticias.
    —Eso espero yo también.

    Pidieron el postre y un café.

    —La semana que viene me gustaría salir de compras —dijo Carly.
    —Sabes que no me gusta ir de compras —advirtió Alexandra—. Tengo que ahorrar todo lo que pueda, y la mejor forma es no salir de tiendas jamás.
    —No entiendo cómo te gusta vivir así. Si yo fuera tú me buscaría un marido rico que me pagase las facturas —repuso Carly, paladeando la última cucharada de mousse de chocolate.
    —¡Carly! —se escandalizó su amiga.
    —Fíjate en todas las chicas que salen con Stephen Davenport. Nunca les ha faltado de nada. Lo que pasa es que no han sido lo suficientemente listas como para que se casase con alguna.

    Alexandra guardó silencio.

    —Lleva una temporada bastante extraño —comentó Carly, como hablando para sí—. Tal vez se haya enamorado.

    Alexandra la miró y sonrió tímidamente. A pesar de que Carly era su mejor amiga no se atrevía a confesarle la extraña relación que había entablado con Stephen. Alexandra tenía la sensación de que a Carly le gustaba escucharse mientras hablaba.

    —Nunca he conocido a nadie tan extraño como Stephen, cada semana con una mujer diferente. Ahora dicen por ahí que ha dejado a la modelo. Creo que ha sido la única de sus amantes que no he llegado a conocer. Tal vez Cheryl sí la conociese.

    Alexandra se incomodó. No sabía qué decir. A Carly no podía contarle la historia de su amiga. Nunca se habían resultado demasiado simpáticas y aquello no haría sino empeorar la impresión que de Cheryl tenía Carly.

    —Creo que ya va siendo hora de volver al trabajo —interrumpió Alexandra—. Esta tarde tengo mucho que hacer y, la verdad, ya me faltan bastantes horas al día.
    —Eres incorregible —rió su amiga—. No conozco a nadie tan adicto al trabajo como tú. Cualquier día te quedarás a dormir en los laboratorios para poder aprovechar las horas de insomnio.
    —Espero que no llegue a esos extremos. Me moriría de miedo.

    Rieron alegremente.

    El resto de la tarde transcurrió con relativa tranquilidad.

    Alexandra se olvidaba de sus problemas y sus líos en cuanto traspasaba las puertas del laboratorio. Aquello era tan relajante para ella que conseguía borrar todos los Stephen, infartos, Carlys y Cheryls del mundo, dejando sólo la paz de las paredes blancas y los objetivos de los microscopios.

    Allí estaba su vida y allí se sentía feliz y segura.


    Capítulo 9


    No puedo creer lo que me estás contando.

    William Davenport estaba sentado frente a su hijo, con las piernas cruzadas y expresión divertida.

    —Pues tendrás que hacerlo —la cara de circunstancias de Stephen era lo que más cómico le resultaba a su padre—. Nunca te había hablado tan en serio.
    —Te has pasado la vida jugando con las mujeres, sin interesarte por ninguna y ahora pretendes que me crea que te quieres casar —William Davenport rió sarcásticamente—. No te ofendas si me río, pero me hace mucha gracia tu actitud.

    Stephen estaba incómodo. A su padre nunca le había gustado el tipo de relaciones que mantenía con las mujeres, siempre había intentado inculcarle las buenas costumbres de la familia, sobre todo desde que su esposa falleciera, pero Stephen nunca había prestado demasiada atención a sus consejos. Sabía la fama que su hijo tenía en el círculo de amistades y, a veces se sentía avergonzado. La confesión que Stephen acababa de hacerle traspasaba los límites de lo creíble.

    —Necesito que me ayudes, papá —pidió Stephen con humildad.
    —La dama es dura de pelar ¿eh? —William volvió a reír—. Nunca creí que vendrías a pedirme ayuda para conquistar a una mujer.
    —No quiero conquistarla, quiero casarme con ella —había cierto tono de histerismo en la voz de Stephen, que no pasó desapercibido para su padre.
    —¿Y ella? —frunció sus pobladas cejas, dando la sensación de que apenas tenía ojos.
    —Para eso necesito que me eches una mano —el joven se animó un poco—. Tengo que convencerla de mis buenas intenciones.
    —Esto es ridículo —William negó con la cabeza, impidiendo que toda la información que su hijo le daba llegase a su cerebro.

    Se puso en pie y caminó por el inmenso salón. Miraba a su hijo y apenas le reconocía. Era la primera vez en su vida que solicitaba su ayuda y se sentía desconcertado y confundido.

    —Sabes que siempre he deseado que llevases una vida recta y decente —adoptó un tono de voz paternal y conciliador, como cuando Stephen era pequeño y cometía travesuras—. Has ignorado mis consejos, te has negado a escucharme. Ahora no sé qué hacer contigo —se detuvo un instante, como si hubiese olvidado algo muy importante—. ¿Quién es la joven?
    —Alexandra Bishop —murmuró Stephen, temiendo la reacción de su padre.

    William abrió los ojos desmesuradamente y se plantó delante de su hijo en un par de zancadas.

    —¿Te refieres a la amiga de Carly Thompson, la que trabaja en la Bio Company? —apenas podía dar crédito a lo que estaba escuchando—. ¿Esa Alexandra Bishop?
    —Sí, esa misma —Stephen no se atrevía a subir el volumen de su voz.
    —Estás completamente loco —se llevó las manos a la cabeza—. Esa mujer no es para ti.
    —Estoy enamorado de ella —Stephen intentaba encontrar argumentos para esgrimir en su propio favor—. Es la primera vez que me ocurre esto.
    —Así que has dejado a las modelos, las actrices y chicas de vida fácil y te dedicas a las mujeres de ciencias…
    —Ya veo que no debería habértelo contado —cerró los ojos con fuerza, sintiéndose decepcionado y avergonzado.

    Había dejado al descubierto una parte demasiado vulnerable de su vida. No le gustaba que nadie supiese que, en el fondo, era un hombre con sentimientos, como cualquier otro. Se sentía desnudo.

    Se levantó y se dirigió hacia la puerta.

    —Espera —le detuvo su padre.
    —No tenemos nada más que hablar —Stephen intentaba esconder su vergüenza detrás de una falsa postura de hombre ofendido.
    —Siéntate y escucha —William comprendía a su hijo, o creía comprenderle.

    Stephen obedeció en silencio.

    —Esa muchacha es una especie de protegida de los Thompson. Sabes que somos amigos de esa familia desde hace muchos años —daba vueltas alrededor del sofá donde su hijo estaba sentado—. Lo que me pides es muy arriesgado. Yo quiero a esa familia como si se tratase de la mía propia. Si Alexandra está tan unida a ellos será porque la aprecian de verdad.
    —La aprecian mucho, es cierto —aclaró Stephen.
    —Ella no debe ser como el resto de mujeres con las que has salido.
    —No lo es —Stephen había apreciado el cambio que se había operado en su padre en escasos minutos y deseaba ser totalmente sincero con él—. Tiene estudios, un buen trabajo, mucho carácter y buenos valores morales.
    —Justo lo contrario a lo que estás habituado —sonrió William, con picardía.
    —Ella es la mujer que he elegido para compartir mi vida —miró a su padre con ansiedad—. Estoy dispuesto a hacer lo que sea para hacerla feliz.
    —Intentaré ayudarte en lo que pueda, pero quiero que me asegures que no la dañarás, que no es un capricho más de niño mimado —le señaló con un dedo amenazador.
    —Esta vez es diferente, papá. La amo.

    William guardó silencio durante unos instantes. Estaba dándole vueltas al asunto que su hijo le había planteado.

    —El domingo que viene daremos una fiesta en casa —dijo, al fin—. Hace mucho que no nos reunimos aquí. Intentaremos que sirva de excusa.
    —Gracias —sonrió Stephen con ternura.
    —Siempre soñé con verte casado con una buena mujer y poder disfrutar de mis nietos. Tengo que decirte que ya había empezado a perder las esperanzas.

    Rieron los dos.

    Aunque siempre habían mantenido una relación distante y algo fría, en ese momento se sentían muy unidos y dispuestos a compartir.


    Alexandra estuvo muy ocupada con el traslado. Apenas tenía cosas que llevar al apartamento, pero disponía de poco tiempo y tenía que hacer grandes esfuerzos para distribuirlo de la mejor manera posible.

    Andy se sentía un poco decepcionado. Se había hecho algunas ilusiones respecto a Alexandra y todo se iba derrumbando a su alrededor como un castillo de naipes. Ella le rehuía cada vez que intentaba un acercamiento.

    Esa mañana se acercó a su despacho, donde trabajaba sin descanso.

    —Hola, Alexandra —saludó tímidamente—. Quisiera hablar contigo un momento.
    —En este instante estoy muy ocupada —se excusó ella sin mirarle apenas—. ¿No puedes esperar para más tarde?
    —Es importante, Alexandra —se acercó a ella—. Llevo unos días dándole vueltas a un asunto y no sabía cómo abordarlo.

    Ella miró su reloj.

    —Tendrá que ser rápido —concedió, visiblemente agobiada—. Tengo que acercarme al laboratorio dentro de cinco minutos para supervisar unas pruebas.

    Andy se sentó y carraspeó, nervioso. Miró un momento a su alrededor. El despacho de Alexandra estaba en perfecto orden, cosa extraña en personas de su profesión.

    Volvió la vista hacia ella. Todo en Alexandra era perfecto. Su pelo, siempre impecable, con ese ligero brillo azulado; su rostro, apenas maquillado que dejaba traspasar todos sus sentimientos e inquietudes; su ropa, limpia y perfectamente planchada… Sonrió. Era la mujer ideal. Su mujer ideal.

    —Quiero pedirte que te cases conmigo —no se lo pensó, pero no quiso mirar los ojos de Alexandra mientras dejaba caer la bomba.

    Alexandra dejó caer el lapicero que tenía en la mano.

    —Andy… —balbuceó aturdida.
    —Estoy enamorado de ti desde el primer día que te vi en casa de Carly —decidió no tomar aliento para que Alexandra no pudiese interrumpirle—. Ya sé que me has estado rehuyendo y que, en una ocasión me dejaste claro que no deseabas una relación formal conmigo, pero… tenía que decírtelo.

    Alexandra no sabía qué responder. Había estado temiendo ese momento desde hacía bastante tiempo. La actitud de Andy había sido persistente aunque cautelosa.

    —Lo que te dije aquella vez sigue en pie —la voz de Alexandra sonaba dulce y tierna, como si no quisiese lastimarle—. No deseo una relación. Ni contigo ni con nadie. Tengo que pensar en mi futuro.
    —Tu futuro conmigo sería mucho más cómodo —insistió Andy—. Trabajamos en lo mismo, podemos ayudarnos en cualquier problema.
    —Tienes razón —Alexandra le miró fijamente—. El problema es que yo no… bueno, yo no estoy enamorada de ti.

    Bajó la vista para no encontrarse con su mirada.

    —Eso tampoco es problema —sonrió él—. Yo lo estoy por los dos.

    Alexandra tuvo que hacer un gran esfuerzo para no echarse a reír.

    —Cuando me case lo haré enamorada, Andy —intentó mantener la calma, aunque la estaba costando un gran esfuerzo—. Yo no puedo consentir que seas desgraciado conmigo. Nunca podré amarte.
    —Si cambias de opinión… llámame —sonrió con aire comprensivo.

    Salió del despacho sin decir nada más.

    El sonido del teléfono sacó a Alexandra de su asombro. Se sobresaltó. Descolgó el aparato y contestó con voz ronca.

    Era Carly.

    —Te llamo para avisarte que tendremos una fiesta el sábado en casa de William Davenport.

    Alexandra contuvo la respiración unos segundos.

    —No creo que pueda asistir, tengo demasiado trabajo y no puedo perder el tiempo —se excusó, aturdida aún por la visita de Andy.
    —Será estupenda —insistió su amiga—. Estaremos los más íntimos, excepto Stephen, creo que se va de viaje.
    —No sé —Alexandra pensó en él.

    Le resultaría muy extraño estar en la casa de Stephen y no verle. Pero también se sentiría violenta allí, entre sus cosas, con su padre…

    —Piénsalo —Carly respetó su silencio, no quería presionarla—. Ya me llamarás cuando tengas tiempo.

    Alexandra colgó. Se quedó un momento pensativa y luego se levantó. Apiló un montón de papeles que tenía esparcidos por la mesa, los introdujo en una enorme carpeta y salió hacia los laboratorios.

    Allí estaba él. Le vio de espaldas, pero le reconoció.

    —Buenos días —saludó, con una leve sonrisa en los labios—. Podemos empezar cuando estén preparados.
    —Todo está preparado —le dijo uno de los operarios—. Empezaremos en cuanto usted diga.

    Stephen la miró con una sonrisa en los labios y un brillo de orgullo en los ojos.

    —Espero que vaya bien —comentó, sin dirigirse a nadie en especial.
    —Eso esperamos todos —sonrió ella.

    Las pruebas duraron bastante tiempo, pero Stephen no se movió de allí. Alexandra le iba explicando con detalle los pasos que había que seguir. Él la escuchaba con atención, absorbiendo con interés toda la información. Estaba a su lado, sintiendo su calor y aspirando su suave perfume, de vez en cuando sus miradas se cruzaban y ella le sonreía.

    Le tenía desconcertado. Lo mismo estaba dos o tres días sin hablarle, que le sonreía con aquellos labios que pedían a gritos un beso. Ese día era de los últimos.

    Los resultados fueron un éxito. Alexandra felicitó a todas las personas que habían participado en el primer experimento y les dio algunas instrucciones para el día siguiente. Cuando salieron de la sala Stephen se acercó a ella.

    —Me has dejado con la boca abierta —sonrió—. Nunca imaginé que supieses tanto.
    —Me costó mucho aprenderlo todo —manipulaba un pequeño ordenador, sin mirarle—. La verdad es que el mérito no es todo mío. Los operarios han trabajado más que nadie en estas pruebas. El éxito es más suyo que mío.
    —No seas tan modesta —susurró Stephen—. Detrás de todo esto está tu cerebro. Mereces que te invite a comer.
    —No creo que sea muy buena idea —dijo ella, utilizando un tono despectivo—. Tengo mucho trabajo y pocas ganas de hablar contigo.
    —No seas tan dura —sonrió él—. Hoy estás bastante amable, deja que lo disfrute un poco más.
    —No lo soy —le miró a los ojos con frialdad—. Intento que mi vida sea tranquila y tú consigues complicarlo todo.
    —Estuve intentando encontrarme contigo durante toda la semana y no pude —dijo, casi en un susurro.
    —Ya te he dicho que tengo mucho trabajo —Alexandra recogía sus cosas a toda prisa.
    —No comprendo esa obsesión tuya por encerrarte en tu concha y no dejar que los sentimientos salgan.

    Le miró un momento y siguió recogiendo.

    —Yo sé que me amas, pero no quieres reconocerlo.
    —Eres demasiado listo para mí.
    —¿Te vienes a comer? —insistió.
    —Tengo una cita —dijo, rápidamente.

    Stephen frunció el ceño.

    —¿Con… un hombre?

    Alexandra le miró. Deseaba poder mentirle, decir que había otro hombre en su vida del que se había enamorado locamente y con el que formaría una familia, pero vio un temor, mezclado con tristeza, en los ojos de él que se lo impidió.

    —Tengo que hablar de algunos temas con Carly.

    Él se acercó despacio con intención de abrazarla, pero Alexandra colocó entre ambos un grueso taco de hojas y carpetas de plástico.

    —Me alegra que te haya gustado la prueba —dijo, sonriendo—. Ahora tengo que dejarte. El proyecto no ha hecho más que empezar.

    Dio media vuelta y salió a toda prisa.

    Stephen sonrió.


    Carly se encontraba en su despacho cuando apareció Stephen. Le miró con cierto recelo, nunca había ido a visitarla a su trabajo.

    —Algo muy grave te pasa para dejarte caer por aquí —dijo, a modo de saludo.
    —Ya sé que no somos muy buenos amigos, pero nos conocemos desde niños y me gustaría hablar contigo de un asunto muy importante.
    —Siéntate —ofreció—. Le diré a mi secretaria que no nos molesten.

    Descolgó el teléfono y dio unas cuantas instrucciones a su ayudante, sin dejar de observar a su visita.

    Cuando terminó de hablar se levantó y volvió a sentarse, esta vez en el sofá de cuero que estaba en el centro del despacho.

    —Tú dirás…
    —Se trata de un problema… ¿cómo te lo explicaría para que lo entendieras? Verás… estoy locamente enamorado de una mujer y deseo casarme con ella.

    Carly soltó una sonora carcajada.

    —Perdona, Stephen —volvió a reír.
    —Es la reacción que provoca en todo el mundo, lo comprendo.

    Se puso en pie y caminó por el despacho.

    —Necesito que me ayudes a convencerla.

    Carly se puso seria, de repente.

    —¿La conozco?
    —Me temo que sí —dijo él, con cierta timidez.
    —¡Dios mío! —se levantó de golpe—. ¿Alexandra?
    —Alexandra. Te juro que no lo esperaba. Ella siempre se ha comportado de modo distante conmigo.
    —Eres… eres… —estaba furiosa—. No te ayudaré. Puedes estar absolutamente convencido. Jamás consentiré que te acerques a ella.
    —No seas injusta. Yo la amo. He venido a suplicarte que me ayudes.
    —Me dan ganas de romperte la cara —se acercó a él—. Una basura como tú no debió poner los ojos jamás en una mujer como Alexandra.
    —Ella me ama.

    Carly se detuvo en seco.

    —¿Insinúas que Alexandra…?
    —No quiere reconocerlo, pero yo sé que me ama. Lo que la pasa es que tiene miedo de que pueda engañarla.
    —¿Te parece extraño? —rió sarcásticamente.
    —Sólo quiero que hables con ella y la hagas comprender que hablo en serio, que quiero que sea mi esposa.
    —No sabes cuánto estoy disfrutando viéndote así, humillado, suplicando el amor de una mujer que nunca será tuya. Te agradeceré que salgas de mi despacho. No pienso hablar en tu favor. Alexandra es mi mejor amiga y no la veré sufrir por tu culpa.

    Abrió la puerta del despacho y le lanzó una gélida mirada.

    Él salió sin despedirse, con una ligera sonrisa en los labios.

    Sonó el teléfono. Era Alexandra. Tendría que morderse los labios para no contarle lo que había pasado hacía un momento.

    —Hola, Alex —intentó no demostrar que estaba alterada.
    —He pensado acerca de la fiesta del sábado. Creo que iré. La verdad es que necesito distraerme un poco. Tengo demasiadas tensiones en el trabajo y si no me olvido de todo durante unas horas acabaré volviéndome loca.
    —La verdad es que se te nota tensa.
    —Andy me ha pedido que me case con él.

    Carly abrió los ojos de par en par. Aquello parecía una locura.

    —¿Y tú que le has dicho? —preguntó.
    —Carly… ya sabes que no me gusta —rió Alexandra.
    —Tengo mucho trabajo ahora, pero podemos vernos esta noche.
    —No puedo. Tengo un montón de libros que estudiarme antes de que comiencen las clases.
    —Nos llamaremos mañana —suspiró Carly—. Espero que te encuentres más tranquila.
    —Lo intentaré. Me espera una semana de mucho trabajo. Si sigo adelgazando como hasta ahora no podrás encontrarme dentro de la ropa.


    Pasaron el resto de la semana trabajando casi sin descanso.

    Carly estaba preparando un congreso y tenía que ayudar a su padre con el discurso de apertura.

    Alexandra se pasaba las horas enterrada entre gráficas, fórmulas y microscopios y, cuando llegaba a casa entre libros, papeles y cuadernos.

    El viernes habían quedado para comer, pero un compromiso de última hora de Carly les obligó a cancelarlo. Deseaban que llegase el sábado con todo su corazón.

    Durmió hasta las once. Cuando despertó se dio cuenta de que Carly pasaría a buscarla en una hora. Se duchó a toda velocidad mientras cantaba. Hacía mucho tiempo que no cantaba y esa mañana se dio cuenta de que se sentía feliz, aunque no sabía exactamente por qué. Se vistió con una sencilla falda de lino en color marfil y una camiseta de algodón en color marrón con flores hechas de cuentas de madera. El día se presentaba caluroso.

    Tomó un café con leche y unas galletas y se asomó a la ventana en el momento en que Carly aparecía por la esquina.

    Se colgó el bolso y bajó corriendo.

    Subió al auto y besó a su amiga en la mejilla.

    —Me encanta tu puntualidad —sonrió Carly.
    —Pues me he quedado dormida —rió ella—. Anoche terminé tarde y he dormido tan profundamente que no he oído el despertador.
    —Tienes mejor aspecto que estos días de atrás.

    Alexandra suspiró con fuerza. Abrió el bolso y sacó una barra de labios y un pequeño espejito. Dio dos rápidas pasadas con la barra, de color rosa pálido y apretó los labios para fijar bien el color.

    Carly la miró por el rabillo del ojo.

    —Háblame de Stephen —dijo, de repente.

    Se sobresaltó y miró a su amiga.

    —Nunca hablamos de él y yo sé que hay bastantes cosas que contar. Ayer hablé con Christopher y le conté algo que Stephen me dijo.
    —¿Stephen? —Alexandra sintió que se aceleraba su corazón.
    —Me dijo que estaba enamorado de ti, que quería casarse contigo, que eras distinta a todas las demás y no sé cuántas cosas más. Me pidió que le ayudase a convencerte, que él ya lo había intentado todo y que tú le rechazabas una y otra vez.

    Alexandra se miró las manos. Deseaba con todas sus fuerzas que el auto se detuviese y poder abrir la portezuela para salir huyendo lo más rápidamente posible. No quería responder, se sentía desnuda ahora que su secreto había salido a la luz. Jamás pensó que Stephen haría una cosa así.

    —Christopher le conoce bien y dice que nunca había conocido así a Stephen, que está enamorado de verdad —Carly miraba hacia la carretera, pero intentaba que Alexandra oyese bien todas sus palabras—. Si eso es cierto será la primera vez en su vida que ese desalmado se ha enamorado de alguien.
    —Ya.
    —¿Y tú? —la miró un instante—. ¿No tienes nada que decir en tu defensa?
    —Yo…

    Pensó unos momentos. Ya iba siendo hora de analizar sus sentimientos con cuidado. Se había estado negando a aceptar los hechos porque tenía miedo. Tenía miedo de estar enamorada de un hombre que había tenido muchas mujeres con sólo mover un dedo, y que las podría tener siempre que quisiera. Tenía miedo de que la quisiera para pasar el rato, dejándola cuando estuviese cansado de ella. Pero de lo que más miedo tenía era de reconocer que realmente estaba enamorada, que había sucumbido a sus sentimientos sin esperanzas y que ella, la mujer práctica, seria, trabajadora, la mujer que se aburría en las fiestas y a la que gustaba cocinar y tejer, se había enamorado.

    —¿Tú le amas? —insistió Carly, subiendo el volumen de su voz.
    —Sí. Le amo —casi susurró—. He intentado negármelo un millón de veces. Me he hecho el propósito de quitármelo de la cabeza… pero no puedo. Estoy enamorada de él, como jamás pensé que se pudiese amar. Creo que le amo desde la primera vez que le vi. No me lo podía permitir, porque soy poca cosa, pero le amo. Por eso estoy sufriendo, porque él no es el hombre de quien debía haberme enamorado. Me hará daño, me dejará por otra cuando ya no le parezca lo suficientemente interesante.
    —Alexandra… —redujo la velocidad—. Eso es terrible. ¿Qué piensas hacer? Tienes que pensarlo con mucho cuidado. Ya sabes cómo es Stephen.
    —No lo sé. Estoy desesperada. He pensado en marcharme lejos, pero no quiero dejar mi trabajo. Me gusta Nueva York y las personas que me rodean. Me he acostumbrado a vivir aquí. Tengo muchos planes para el futuro y él conseguirá que tenga que tirarlos todos por la borda. Necesito tiempo para pensar. Si él fuese sincero… si fuese de otra manera… me casaría con él. Pero sé que en cuanto me dé la vuelta estará con otra mujer y yo no podría soportarlo.

    Las lágrimas asomaron a sus ojos.

    —No quiero verte llorar —la regañó Carly—. Stephen no se merece ni una sola de tus lágrimas.

    Detuvo el auto al borde de la carretera. Rebuscó en su enorme bolso y extrajo un pequeño pañuelo.

    —Límpiate las lágrimas, suénate la nariz y tranquilízate. Tenemos todo un fin de semana por delante para pensar algo, así que no te agobies. Es una suerte que no te hayas pintado, porque ya estarías hecha un auténtico desastre.

    Consiguió que Alexandra riese tímidamente.

    —Me da miedo —reconoció Alexandra—. ¿Y si consigue convencerme?
    —Si consigue convencerte será porque tú lo quieras. Por eso te conviene reflexionar tranquilamente y en frío, ahora tienes un disgusto y así no se puede pensar.
    —Tienes razón. Intentaré tranquilizarme.
    —Ya encontraremos la forma de salir de este lío. Todo en la vida se puede solucionar.
    —Yo te agradezco tu apoyo, Carly…
    —Calla, por favor —interrumpió—. Sabes que soy muy sensible y me echaré a llorar si no te callas.
    —De momento será mejor que lo dejemos así —Alexandra se sentía abatida y sin esperanzas.
    —Mira —señaló con el dedo—. Ya estamos llegando. Ésa es la finca.
    —Es gigante —dijo, asombrada.
    —Demasiado, para mi gusto. Aquí viven ellos solos. La madre de Stephen murió hace varios años.

    Entraron por un largo camino de grava. En la puerta de la gran mansión había varios autos estacionados. Carly divisó el de sus padres.

    —Papá y mamá ya están aquí.

    El señor Davenport salía a darles la bienvenida.

    —¡Carly! —casi gritó Alexandra.
    —¿Qué pasa?
    —El auto de Stephen también está.
    —¿Quieres que demos la vuelta? —susurró—. Todavía estamos a tiempo.

    Se miraron un instante. Carly comprendió y sonrió. Frenó bruscamente y dio marcha atrás. En una pequeña explanada hizo un giro y salieron de la finca a toda velocidad. Cuando llegaron a la carretera empezaron a reír.


    Capítulo 10


    Estaban descalzas, sentadas en el sofá del apartamento de Alexandra. Hacía rato que se les había pasado el ataque de risa y ahora pensaban en las consecuencias de su escapada.

    —Mis padres no me lo perdonarán —comentó Carly, preocupada—. Ya sabes cómo son. Aunque tal vez, como ha sido la primera vez, no me lo tomen muy en cuenta.
    —No temas, yo me haré responsable —Alexandra tomó su mano—. Siento haberte metido en este lío. Tenía miedo de enfrentarme a él.
    —Voy a ser sincera contigo —susurró—. He disfrutado como nunca, me he sentido como una fugitiva de la justicia, mirando por el espejo retrovisor, por si acaso nos perseguía Stephen en su deportivo rojo.

    Se miraron un instante y volvieron a reír.

    —Hubiese dado cualquier cosa por ver la cara de Stephen Davenport —las lágrimas asomaron a los ojos de Carly, mientras sujetaba su estómago con las manos.
    —Podemos decir que me sentí enferma de repente —dijo Alexandra cortando el paso a una lágrima que le corría por el rostro.
    —O tal vez que dejaste el horno encendido.

    Ya no podían dejar de reír. A pesar de todo, Alexandra sentía un pequeño nudo en su estómago. Estaba inquieta y nerviosa. Lo que habían hecho no estaba bien y lo sabía. Lo peor de todo era que había implicado a su amiga y sus padres se enfadarían mucho.

    Sonó el teléfono.

    Se incorporaron rápidamente y se miraron asustadas.

    —¿Qué hacemos? —susurró Carly.
    —No sé —Alexandra se retorcía las manos.
    —¿Quién será? —su voz tenía un cierto aire de misterio.
    —Si no contestamos no lo sabremos nunca. Alexandra acercó la mano al aparato y lo tocó.
    —¡No! —gritó Carly, sobresaltándola—. No contestes. Deja que suene, ya se cansarán. Así tendremos tiempo para inventar alguna excusa.

    Sonó un par de veces más y luego quedó mudo.

    Las dos muchachas se miraron compungidas.

    —Lo mejor será esperar a que regresen tus padres y contarles la verdad —Alexandra se puso en pie.
    —Tienes razón —asintió Carly—. Yo creo que lo comprenderán. Hemos sido víctimas de la falta de escrúpulos de un hombre que te acosa para no se sabe qué. Yo no sé si creer en sus maravillosas intenciones de matrimonio. Ya sabes que mamá es una defensora de los derechos de las mujeres, aunque sólo los defienda en las tertulias del café, pero ella sabe perfectamente que tú tienes derecho a escoger tu propia vida y no la que intente imponerte Stephen.
    —Ése es mi problema. No le creo. Quiero creerle, pero no puedo hacerlo —hablaba con énfasis, intentando convencerse a sí misma de que hacía lo correcto.

    Fue hacia la cocina y regresó con dos refrescos.

    —Creo que deberíamos comer algo —sugirió Carly—. Las emociones de esta mañana me han abierto el apetito.
    —Ayúdame a preparar algo —la tomó de la mano y tiró de ella hasta levantarla del sofá.
    —Alexandra… yo no sé cocinar —se quejó Carly—. Ya sabes que en mi casa hay cocinera y yo no he puesto demasiado interés en los temas culinarios.
    —Pues ya va siendo hora de aprender. Te casarás dentro de poco y deberías saber lo más imprescindible.

    La empujó con suavidad hasta la cocina.

    —Esto es una cocina —explicó con aire solemne—. Al igual que un dormitorio sirve para dormir, la cocina sirve para cocinar.

    Carly la miraba con expresión divertida. Le agradaba ver que su amiga se había tomado el asunto con tranquilidad.

    —En este aparato —abrió el frigorífico—, se almacena la comida para que no se estropee y se mantenga fresca.
    —Alexandra… ¿quieres dejar la teoría y pasar a la práctica? Me muero de hambre. ¿Dónde guardas las cosas comestibles?
    —Está bien —miró dentro del frigorífico—. Tengo ensalada de pollo, restos de carne asada, verduras y frutas variadas, queso y pastel de manzana.

    Se volvió hacia su amiga.

    —Tomaré un poco de todo —sonrió Carly, encogiéndose de hombros—. Reconoce que han sido muchas emociones —rieron las dos.
    —Te agradezco que me hagas compañía —dijo Alexandra, mientras sacaba las cajas de comida del frigorífico—. Ahora la necesito más que nunca y apenas tengo a quién recurrir.

    Carly iba abriendo los armarios hasta que encontró los platos y los vasos.

    —Yo nunca me he visto en una situación como la tuya, pero lo comprendo. Ese tipo no merece que una mujer como tú ponga sus ojos en él.
    —Estoy tan confundida…
    —¿Dónde está el mantel?
    —En el primer cajón.
    —Tú sabes que conozco a Stephen desde que éramos unos niños. Cuando su madre vivía era distinto. Ella sabía cómo tratarle. Pero cuando murió las cosas cambiaron para los dos. William se volcó en su trabajo y apenas aparecía por la casa y Stephen se dedicó a vivir como si cada día fuese el último de su existencia.
    —Eso es muy triste.

    Carly se sentó en una de las sillas de la cocina.

    —Ya estoy terminando —sonrió Alexandra.
    —Tuvo el buen juicio de terminar su carrera para trabajar con su padre, pero todos saben las peleas que han tenido por causa de ese trabajo.
    —¿Por qué? —se interesó Alex.
    —Stephen es un innovador, le encantan las nuevas tecnologías y siempre ha invertido grandes cantidades de dinero en proyectos de investigación, en diseño de maquinaria moderna para mejorar las condiciones de trabajo, en atrevidas campañas publicitarias… bueno, la lista es interminable. Le ha dado incontables beneficios a la empresa de su padre, pero William es de la vieja escuela y no le gusta que su empresa sea tan moderna, porque no la puede manejar a su antojo. Se le escapan los asuntos de las manos. Le costó mucho sacar adelante la empresa, cuando el abuelo Davenport murió. Estaba hecha un auténtico desastre financiero y tuvo que pelear mucho para levantarla. Stephen será el dueño dentro de unos años, pero William la siente como un hijo y no le ha gustado que se hiciesen cosas a sus espaldas, aunque fuese en su propio beneficio.
    —No sabía nada de eso —se asombró—. Pensé que Stephen era algo más bohemio. No da la sensación de hombre progresista. Su comportamiento con las mujeres demuestra lo contrario.
    —No tiene nada de bohemio. En cuanto al trabajo es digno de admiración. Ahora… su vida privada es un auténtico desastre.
    —Me lo imagino —sirvió la ensalada y se sentó—. Espero que te guste. Esta ensalada gana con los días.
    —Está deliciosa —saboreó Carly.
    —Cuéntame más cosas —pidió Alex.
    —No hay mucho más que contar —limpió sus labios con la servilleta—. Los escándalos que ha protagonizado son dignos de olvidar. Jamás ha salido más de una semana con la misma chica. Incluso ha tenido aventuras con mujeres casadas. Por eso me extraña tanto que lleve meses detrás de ti.
    —Tal vez sea porque le ignoro —sonrió ella—. Aunque esté enamorada de él.
    —Tendría que haber alguna manera de averiguar si él dice la verdad.
    —No se me ocurre ninguna, pero te diré que fue a buscarme a Greenville cuando mi tío estuvo enfermo.

    Carly abrió los ojos y se llevó los dedos a los labios.

    —¿Es eso cierto?
    —Tan cierto como que estamos aquí las dos —contestó Alex alzando la mano derecha—. Metió su auto en el tren y me acompañó hasta Nueva York.
    —¡Dios mío! —susurró Carly, en el colmo de su asombro.
    —Siento no habértelo dicho antes, pero me sentía muy mal y deseaba poner mis pensamientos en orden antes de tomar una decisión.
    —No te preocupes —agitó la mano—. Pero me estoy dando cuenta de que tus pensamientos están peor que al principio. ¿Me equivoco?
    —No te equivocas —suspiró—. ¿Un poco de carne?

    Sirvió el asado frío, acompañado de patatas y guisantes.

    El teléfono volvió a sonar.

    Se miraron.

    —Creo que es hora de enfrentarse a los problemas —sonrió Alexandra, con cierta tristeza.

    Se levantó, seguida de su amiga y descolgó el teléfono que había en una de las paredes de la cocina.

    —¡Alexandra, por Dios! ¿Dónde habéis estado?
    —Stephen… —notó un nudo en la garganta.
    —Hemos llamado a todas partes y nadie sabía nada de vosotras, incluso he llamado ahí y no estabais.
    —Lo siento —se excusó—. No hace falta que os preocupéis. Estamos bien. Cambiamos de idea en el último momento, cuando vimos tu auto estacionado a la puerta de la casa. Espero que lo comprendas y sepas excusarnos.
    —Necesito hablar contigo —suplicó Stephen—. Ya no puedo soportarlo más.
    —Hablaremos el lunes, ¿de acuerdo? —miró un instante a su amiga—. Necesito el fin de semana para descansar.

    Colgó el teléfono sin esperar respuesta y sin despedirse. Volvieron a la mesa y continuaron comiendo.

    El resto de la tarde lo emplearon en charlar, colgar las cortinas del salón, volver a charlar y preparar una deliciosa cena a base de pasta italiana, setas, nata y variados condimentos.


    Cuando Carly se marchó, bien entrada la noche, Alexandra tomó un baño. Había sido un día tranquilo, excepto el incidente de la mañana, pero aquello ya estaba casi olvidado.

    Sonó el timbre de la puerta.

    —¿Quién podrá ser? —se preguntó un poco contrariada—. Tal vez sea Carly. Habrá olvidado algo.

    Se levantó y anudó el albornoz a su cintura. Abrió la puerta.

    —¡Stephen! —se asombró.

    Él la miraba con una leve sonrisa en los labios.

    —No podía esperar hasta el lunes —susurró, empujando la puerta con suavidad.
    —Prefiero que no entres, no son horas de hacer visitas.
    —Necesito que me escuches, hay algo muy importante que debo decirte y no puede esperar.
    —Pues tendrá que hacerlo —intentó cerrar.
    —Alex… por favor.

    Le miró a los ojos un instante y suspiró. Había algo diferente en Stephen, en su forma de hablar, en el brillo de su mirada.

    —Está bien —accedió—. Pero unos minutos nada más.

    Stephen pasó y admiró el nuevo apartamento de Alexandra. Aquella misma tarde había colgado las cortinas con ayuda de su amiga Carly.

    —Tienes una casa preciosa —dijo.
    —Gracias.

    Se acercó a ella.

    —Me encanta verte envuelta en ese albornoz, me trae agradables recuerdos —acarició el cuello de la prenda.
    —Si mal no recuerdo tenías algo importante que decirme —se retiró de su lado.
    —Siento lo que pasó esta mañana. Fue culpa mía —empezó—. Yo lo planeé todo para llevarte a mi casa y pedirte que te casaras conmigo delante de todos los invitados.

    Alexandra abrió la boca. Se mordió con fuerza el labio inferior y volvió la espalda a Stephen.

    —Estoy desesperado, ya no sabía qué hacer.
    —Así que pretendías humillarme delante de todos —casi gritó ella—. ¿Ésa es la forma de vengarte que has encontrado? ¿No te bastó con seducirme con tus sucias artimañas?
    —Alex… —estaba asombrado.
    —Nunca pensé que llegarías tan lejos con esto. Casi empezaba a confiar en ti y ahora me cuentas que tenías preparada la peor de las humillaciones para mí.
    —No me has entendido. Yo no quería humillarte, lo único que pretendía era ponerte entre la espada y la pared, que no te quedase más remedio que aceptar mi proposición de matrimonio.

    Metió la mano en el bolsillo y sacó una pequeña cajita forrada de terciopelo rojo.

    —Te he comprado esto —dijo, entregándoselo.
    —No quiero nada tuyo. No estoy en venta —se cruzó de brazos, con expresión terca en el rostro.

    Stephen posó la cajita encima de la mesa de cristal que estaba delante del sofá. Se acercó a ella y la tomó por los hombros.

    —No seas una niña mimada y escúchame, he venido a suplicarte que seas mi esposa y no me moveré de aquí hasta que escuche un sí de tus labios. Nunca en mi vida he sido más sincero. Te amo y sé que tú me amas también. Déjame demostrarte que he cambiado.

    Alexandra se sacudió sus manos y fue hacia el sofá. Se sentó, pensativa.

    —Éstos no eran los planes que yo me había trazado para mi futuro.
    —Tus planes no tienen que cambiar. Lo único que cambiaría sería tu casa y que yo estaría contigo toda mi vida.
    —Estoy feliz así, quiero trabajar en lo que me gusta y durante años me he estado preparando para hacerlo. Cuando me case me encantaría tener hijos y cuidar de ellos, como mis padres no pudieron hacer conmigo.

    Stephen se sentó a su lado y le tomó una mano.

    —Yo nunca te impediré que trabajes, me siento muy orgulloso de lo que haces y te admiro.

    Alexandra le miró a los ojos y sonrió. Aquel hombre la fascinaba. Era atractivo y tierno, empezaba a creer que la amaba de verdad, que era sincero con ella.

    —A mí también me gustaría tener hijos —continuó él—. No tengo hermanos y siempre eché de menos tener cerca un hermano o hermana a quien poder confiar mis problemas y con quien poder salir y jugar a la pelota en el jardín.
    —Yo tampoco tengo hermanos —confesó Alexandra—. Mis padres murieron cuando yo era pequeña. He vivido con mis tíos y sus hijos, que han sido para mí como los hermanos que nunca podría tener, pero quiero tener mis propios hijos y cuidar de ellos y…
    —Hemos nacido el uno para el otro. A partir de aquí nuestros caminos se han unido y debemos recorrer lo que resta juntos.

    Tomó la cajita de la mesa y la abrió. Dentro había un sencillo anillo de oro con un pequeño rubí.

    Tomó su mano con delicadeza.

    Ella le miró un momento y cerró los ojos con fuerza.

    —Espero que ésta no sea la mayor equivocación que voy a cometer en mi vida —susurró.
    —Alexandra… —introdujo el anillo en el dedo—. No sabes lo feliz que me haces, te amo tanto…

    Ella sonrió y le abrazó.

    —Yo también te amo, creo que desde el primer momento en que te vi.
    —Nunca conocí a una mujer tan terca como tú. Sólo Dios sabe lo que he tenido que hacer para convencerte de mi amor.

    Permanecieron así, abrazados, un rato. En silencio, pues no necesitaban hablar.


    Abrió los ojos despacio, sin moverse. Miró el despertador. Las once. Sonrió. Levantó una mano.

    —Aquí sigue —sonrió, al ver el anillo—. No he estado soñando.

    Se levantó de un salto y fue hacia el salón. Descolgó el teléfono y marcó el número de Carly.

    —Soy Alexandra —dijo, cuando la comunicaron con ella.
    —Iba a llamarte más tarde. Me gustaría comer contigo.
    —Vaya —rió ella—. Parece que te gustó la experiencia de ayer.
    —Me encantó, pero no termino de decidirme a experimentar por mi cuenta.
    —Pues deberías, ya has podido observar con tus propios ojos que resulta muy divertido.
    —Hablé con papá y mamá de lo que pasó y quieren verte. Lo han comprendido muy bien.

    Alexandra sonrió.

    —Carly…
    —No hace falta que me des las gracias. Ya sabes que haría cualquier cosa por ayudarte. Estaré ahí dentro de una hora.
    —Pero…

    No pudo decir nada más. Carly cortó la comunicación sin esperar respuesta.

    Alexandra se desperezó y miró a través de la ventana del salón. Hacía una mañana preciosa. El sol brillaba y ella era feliz. De repente recordó que tendría que llamar a sus tíos para darles la noticia. Dejó volar su imaginación: se casarían en Greenville, en la misma iglesia donde se habían casado sus padres y sus tíos…

    Sonó el teléfono.

    —¿Diga? —preguntó.
    —¿Qué tal has dormido?
    —Hola, Stephen —sonrió—. He dormido muy bien, gracias.
    —¿Qué te parecería venir a comer a mi casa? Papá está deseando conocerte.
    —Ha surgido un pequeño problema —se excusó—. Carly vendrá a recogerme dentro de una hora. No he podido decir que no.
    —Iremos juntos y luego iremos a mi casa.
    —No sé si deberíamos. Carly le contó a sus padres que yo no deseaba verte y que por eso huimos ayer cuando vimos tu auto. Me imagino que no les iba a hacer demasiada gracia.
    —Bueno —rió él—. Tal como están las cosas, tendrán que acostumbrarse. Dentro de poco estaremos juntos para siempre.
    —Se lo diré mientras comemos.
    —Haremos algo mejor: iré contigo. No puedo permitir que pases por esto tú sola. Nos veremos allí, ¿de acuerdo?
    —Muy bien.
    —¿Todavía me amas? —susurró Stephen.
    —Más que nunca —contestó ella, cerrando los ojos.
    —Estoy impaciente por abrazarte y decirte que te amo personalmente.

    Colgaron.

    Alexandra se metió en la ducha. Se sentía mejor que nunca en su vida. No dejó de tararear en toda la mañana. Eligió un precioso vestido de color avellana, largo y con tirantes y unos zapatos abiertos del mismo color.

    Bajó corriendo cuando Carly la llamó desde abajo. Subió al auto.

    —Siento haberme retrasado —se disculpó ésta—. Hubo un accidente en la carretera y estaba lleno de policía y ambulancias.
    —No te preocupes. No tenemos prisa —sonrió Alexandra, poniéndose el cinturón de seguridad.
    —Mamá está orgullosa de ti —comentó Carly—. Dice que quedan pocas mujeres como tú.
    —Tu madre es muy amable conmigo.
    —Nunca hubiesen imaginado que Stephen Davenport fuese detrás de ti.
    —Prefiero que dejemos esta conversación —dijo Alexandra, algo incómoda—. Hoy me siento feliz y descansada.

    Miró por la ventanilla. Sus labios se curvaron en una ligera sonrisa.

    Cuando llegaron a la mansión Thompson, la familia salió a recibirlas con alegría.

    —Querida Alexandra —la abrazó Charlotte Thompson—. Me alegra que hayas venido. Puedes contar con nosotros para lo que desees. Si quieres te puedes mudar a casa, después de lo que nos ha contado Carly no encuentro muy conveniente que vivas sola en un apartamento expuesta a cualquier cosa.
    —Alexandra prefiere que no se hable de lo que pasó ayer por la mañana —explicó Carly—. Así que intentaremos que su estancia en casa durante el día de hoy sea lo más placentera posible.

    Alexandra miró a su amiga y sonrió. A Carly no le iba a gustar nada la sorpresa que le tenía preparada.

    Atravesaron el salón y salieron al jardín, donde había una enorme mesa de resina blanca rodeada de cómodos sillones y cubierta con una carpa blanca y amarilla. Tomaron asiento y charlaron durante un buen rato. Alexandra miraba su reloj de vez en cuando, con disimulo.

    Cuando Stephen apareció se produjo un incómodo silencio entre los presentes. Alexandra se levantó y caminó hacia él, con una sonrisa en los labios. Él la esperaba con los brazos abiertos.

    Se acercaron a la gran mesa, ante el asombro de todos.

    —Quiero presentaros a mi prometida —habló él.
    —¿Qué clase de broma es ésta? —dijo Carly, visiblemente enfadada.
    —Anoche Stephen vino a mi apartamento y hablamos mucho rato acerca de nuestra relación —explicó Alexandra mirando a Stephen con infinita ternura—. Me ha convencido de su sinceridad y hemos decidido casarnos en cuanto terminemos el proyecto. Os pido que confiéis en él como yo lo he hecho.

    Carly se acercó a ella lentamente y la abrazó, con lágrimas en los ojos.

    —Espero que seas feliz —gimoteó—. Nadie lo merece más que tú.

    Permanecieron abrazadas unos instantes. Carly se acercó a Stephen.

    —Es mi mejor amiga —su expresión era fingidamente dura—. Más te vale decir la verdad, porque si no es así te perseguiré todos los días de mi vida.
    —Aunque sólo sea por eso —sonrió él—, haré de Alex la mujer más feliz de la Tierra.

    Se miraron un momento y rompieron a reír.


    Estaban llegando a la casa de William Davenport.

    —Estoy un poco nerviosa —comentó Alexandra.
    —No te preocupes, ya le expliqué a mi padre lo que había pasado y lo ha comprendido muy bien. Te gustará mi padre.

    Estacionaron en la puerta. William había salido a esperarlos. Cuando Alexandra descendió del auto se acercó a ella y, sin decir palabra, la abrazó con ternura.

    —No podías ser de otra manera —sonrió—. Mi hijo siempre ha sabido elegir. La madre de mis nietos tenía que ser una muchacha tan bella como lo eres tú.
    —Gracias —dijo ella tímidamente.
    —No vayas tan aprisa, papá —sonrió Stephen—. Antes tenemos que terminar el proyecto. Ella es la encargada de que llegue a buen puerto.
    —Algo he oído al respecto —se volvió hacia ella—. Tendrás que explicarme con detalle en qué consiste ese trabajo que tú haces, esas profesiones modernas son todo un misterio para mí.
    —Será un placer tener un alumno tan interesado —respondió ella.

    Rieron todos.

    Stephen sentía que su corazón iba a estallar de felicidad.

    —Pasemos dentro. Tenemos muchas cosas que contarnos —dijo.

    William entró en la casa, seguido por Stephen y Alexandra.

    —Soy muy feliz —susurró él—. Nunca soñé que podría serlo tanto.
    —Intentaremos que esto sea para siempre.
    —Lo será —besó su mejilla con ternura—. Pero sin equivocaciones.

    Se abrazaron fuertemente mientras subían las escaleras.


    Fin

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