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marzo 17, 2013
"No estamos aquí para condenar", declara la fundadora de la Red de Apoyo. "Estamos para ayudar".
Por Una McManus
PARA MARY CUNNINGHAM AGEE, la Navidad de 1983 estaba llena de buenos augurios. Después de un año de matrimonio, ella y su esposo, Bill, estaban esperando a su primer hijo.
Los Agee conocían el placer de moverse en los círculos más altos del mundo empresarial de Estados Unidos. En su calidad de presidenta de Semper Enterprises, compañía fundada por la pareja para ofrecer capital de riesgo a quienes quisieran invertir en algún campo inexplorado, Mary gozaba de gran éxito profesional. Sin embargo, su espaciosa casa de Osterville, en Massachusetts, pedía a gritos las risas y el bullicio de un niño.
El embarazo era la respuesta a sus plegarias. Desde el momento en que vio la imagen de la minúscula criatura parpadear en la pantalla del sonograma, la futura madre ardió en deseos de abrazar a su hijita. Sin embargo, apenas acababa de guardar el árbol y los adornos navideños cuando la acometió un agudo dolor. Solamente llevo cinco meses de embarazo, pensó. ¡No puede ser el trabajo de parto! Bill llevó a su esposa al hospital a toda prisa, pero ya era demasiado tarde. Mary sufrió un aborto espontáneo.
La muerte de su bebé la sumió en el más profundo dolor. No soportaba pasar junto a la recámara silenciosa que había arreglado para su hija. Por primera vez vio llorar a su esposo, y sintió una intensa nostalgia por la criatura que había perdido. "Bill", expresó, "si yo sufro tanto por causa de un aborto espontáneo, ¡imagínate cómo se sentirán las mujeres que deben someterse a un aborto quirúrgico, sobre todo si creen que es su única opción!"
Una idea comenzó a gestarse en su mente. "Tal vez exista una manera de sacar provecho de nuestro sufrimiento", dijo. "Quizá yo pueda ayudar a las mujeres cuyos embarazos representen para ellas una situación de crisis".
Así, del vacío que dejó la muerte de la hija de Mary, surgió la Red de Apoyo, una comunidad informal de personas que ponen a las mujeres embarazadas en contacto con algunos recursos vitales. Y con ella nació una esperanza para millares de mujeres desesperanzadas.
GRACIAS A SU EXPERIENCIA en el mundo de los negocios, Mary sabía que, para realizar su sueño, debía tratarlo como un asunto profesional. En primer lugar había que hacer un análisis. ¿Cuáles son las mujeres que más probablemente recurran al aborto, y por qué?
Las estadísticas echaron por tierra sus suposiciones. En Estados Unidos, la mayoría de las mujeres que abortan por voluntad propia no provienen de familias pobres ni son adolescentes desorientadas sin acceso a los métodos de control de la natalidad. Antes bien, proceden de familias de clase media y muchas son estudiantes universitarias o están trabajando en su primer empleo. Más del 70 por ciento de los 1.6 millones de abortos que se practican anualmente en el país corresponde a mujeres de 20 años en adelante.
A fin de conocer personalmente a esas mujeres, Mary se puso en contacto con diez clínicas de aborto de distintos puntos del país. Pidió al personal de dichos centros que dieran su número telefónico a las mujeres que estuvieran dispuestas a hablar de su experiencia.
Mary se enteró así de que casi todas ellas hubieran preferido evitar el aborto. "De hecho", comenta, "el 91 por ciento de las jóvenes que me llamaron por teléfono afirmaron que de buena gana hubieran dado a luz si alguien les hubiera ofrecido una solución práctica". A partir de entonces ha formulado las mismas preguntas a varios centenares de mujeres, y ese dato estadístico ha permanecido constante.
Mary cayó en la cuenta de que existían muy pocos programas de apoyo para esta clase de mujeres: las triunfadoras, las mujeres de negocios y las líderes sociales del mañana. En opinión de la señora Agee, esto se debe a que la gente tiende a negar la frecuencia del problema dentro de dicho sector. "Y es que nos toca muy de cerca", explica.
Los Agee tomaron 300,000 dólares del producto de la venta de su casa y los usaron para cubrir los costos iniciales .de la empresa que habría de materializar el sueño de Mary. Cuando, en mayo de 1986, abrió la primera oficina de la Red de Apoyo en Osterville, sus metas eran modestas. "Yo creía que nos podríamos dar de santos si ayudábamos a una mujer al mes. Pero hasta el momento llevamos más de 2500", se ufana.
Su primera clienta fue Clare, que había leído en el periódico un artículo sobre la Red. La muchacha cursaba su último año de estudios en una universidad privada muy estricta.
"Me van a expulsar a causa del embarazo", explicó Clare. "Y mi novio ya me abandonó". Los ojos se le arrasaron. "Mis amigas opinan que no tengo más salida que abortar, pero yo jamás me lo perdonaría".
"Podemos ayudarte", le respondió Mary con suavidad. "Juntas encontraremos una solución".
Después de despedirse de la joven, Mary habló por teléfono con la directora de una universidad que había mostrado interés en la labor de la Red. La mujer aceptó tramitar para Clare un cambio rápido a su institución. En seguida, Mary encontró una familia que vivía cerca de la escuela y estaba dispuesta a alojar a la muchacha. Y un médico, también amigo de la Red, convino en brindarle atención prenatal sacrificando parte de sus honorarios.
Clare se sintió a sus anchas en el hogar que le consiguió la Red de Apoyo, y al llegar mayo terminó sus estudios y dio a luz. Había pensado dar a su hijo en adopción, pero cuando nació el pequeño James determinó criarlo ella misma con la ayuda de sus padres. "¡Cuánta alegría nos trajo nuestro nieto!" exclama la madre de Clare.
Ahora bien, a la Red no sólo han acudido estudiantes universitarias. Una eficiente consultora de empresas de unos 35 años de edad llamada Emily, sabía que su embarazo fuera del matrimonio podría echar a perder su trayectoria profesional. "¿Pueden ustedes ayudarme?", le preguntó a Mary. En cuestión de días, Mary le consiguió un empleo de consultora en una ciudad situada a varios miles de kilómetros de allí, un puesto muy interesante que protegería su intimidad. Emily pidió permiso para ausentarse de su trabajo una temporada, y vivió en aquella ciudad con una familia asociada a la Red de Apoyo.
Luego de mucho reflexionar, Emily tomó la dolorosa decisión de dar a su hija en adopción, como lo hace el 30 por ciento de quienes acuden a la Red. Con todo, los sentimientos de una madre carnal no se extinguen al cortarse el cordón umbilical. Durante varios meses, Emily analizó sus emociones con un orientador psicológico de la Red, y terminó por convencerse de que había hecho lo más conveniente para su hija.
DESDE MUY PEQUEÑA, Mary Elizabeth Cunningham supo lo que era perder a un ser querido. Cuando tenía cinco años, sus padres se separaron, y su madre se vio obligada a trabajar y criar al mismo tiempo a cuatro hijos. En el sombrío panorama emocional de Mary surgió una luz en la persona de su tío, monseñor William Nolan, entonces capellán de la Universidad Dartmouth, en Hanover, Nueva Hampshire. El prelado se convirtió en su padre y en su guía espiritual.
Uno de los momentos más trascendentales de la vida de Mary ocurrió cuando tenía siete años, el día de su primera comunión. Sentado con ella en un jardincito cercano a su casa, monseñor Nolan le enseñó el padre nuestro. Mientras escuchaba la afable voz de su tío, comprendió de pronto que existía un Dios que la amaba infinitamente; en ese momento resolvió llevar a otros seres ese bálsamo de amor. "En gran parte, la Red de Apoyo le debe su existencia a mi desafortunado aborto", dice hoy; "pero en rigor nació aquel día en el jardín cercano a mi casa".
A partir de entonces Mary cobró conciencia de que tenía una misión que cumplir en la vida. En una ocasión, en la facultad de administración de empresas de la Universidad de Harvard, el profesor pidió a sus alumnos que predijeran su logro más importante, y Mary respondió: "Voy a dirigir un orfanatorio". Todos en el salón guardaron un profundo silencio.
Tal vez los condiscípulos de Mary no entendieron lo que había en su corazón, pero sí respetaban su aguda inteligencia. Había llegado a la facultad de administración después de graduarse con honores en el Colegio Superior de Wellesley, en Massachusetts, donde se especializó en filosofía y lógica. Luego, en Harvard, obtuvo un grado de maestría en administración de empresas.
De 1979 a 1980, cuando todavía no cumplía los 30 años, Mary ascendió como espuma al más alto nivel administrativo de la Bendix Corporation. No obstante, se le acusó de haber llegado allí por la vía más trillada: una aventura amorosa con su jefe, William Agee. Mary rechazó categórica y públicamente dicha acusación, pero los medios de información armaron un gran escándalo y ella se vio forzada a presentar su renuncia.
Esta dura prueba acercó a Mary y a Bill, y entonces sí surgió un idilio. Se casaron en junio de 1982, dos años después de que Mary dejó la Bendix.
"A raíz de mi experiencia en la Bendix, sé lo que se siente al ser juzgada y puesta en ridículo", confiesa ella. "Las mujeres que se embarazan fuera del matrimonio siguen siendo objeto de severas críticas, y el estigma es tan amargo que a veces las lleva a abortar".
Mary no ignoraba que muchas mujeres que se embarazan en estas condiciones sufren intensamente, pues casi siempre las abandona el hombre en quien habían depositado su confianza. "No estamos aquí para condenar", explica ella. "Estamos para ayudar".
En 1988, los Agee y sus dos pequeños hijos se mudaron a Boise, Idaho, donde Bill trabaja como presidente de la Morrison Knudsen Corporation. Mary instaló la nueva sede de la Red de Apoyo en una serie de oficinas del centro de la ciudad.
Con un equipo compuesto de 19 mujeres, la mayoría de las cuales no perciben salario alguno, Mary coordina una extensa red de más de 8500 voluntarios en todo el país, que siempre están dispuestos a acudir a un llamado de ayuda. Esta base de datos por computadora incluye a casi 500 patrones, 900 hogares y 250 universidades.
"Cuando trabajaba en la Bendix, conocí la cara cruel del mundo de los negocios; ahora estoy conociendo la cara amable", observa Mary. "Resultó difícil persuadir a las primeras empresas a ofrecer empleos y fondos. Pero varias personas con las que yo había trabajado confiaron en mi capacidad para llevar a cabo un programa serio. Al correrse la voz de las actividades de la Red, otras compañías se sumaron a la causa".
La misión de la señora Agee consiste en intervenir cuando a la mujer le falta el apoyo que debiera tener, es decir, el de su familia, sus amigos y el padre del bebé. La Red ofrece ayuda en seis áreas básicas: empleo, educación, alojamiento, atención médica, orientación psicológica y finanzas. Tanto quienes propugnan el aborto como quienes lo impugnan pueden apoyar este concepto, y de hecho lo hacen. Los miembros de la Red de Apoyo pertenecen a las dos corrientes: "pro vida" y "pro libertad de elección".
Ninguna mujer viaja sola. "Tenemos el deber de velar por nuestras hermanas en formas muy concretas", asegura Mary. "No ayudaríamos gran cosa a una mujer si la enviáramos a recorrer sola las calles de una ciudad extraña en busca de un apartamento donde vivir".
Un ejemplo de la gente que abre voluntariamente las puertas de sus hogares a las mujeres de la Red, es Jane Kinney, quien tiene cerca de 40 años y fue vicepresidenta de un banco. Al saberse por los análisis prenatales que su bebé padecía una anomalía cromosómica que causa retraso mental, los médicos, los orientadores y sus amigos la presionaron para que abortara. Ella se negó a hacerlo y su novio la abandonó. Tuvo que enfrentarse sola al nacimiento de un deficiente mental.
Georgia nació con labio leporino, pero parecía normal fuera de eso. Por desgracia, murió durante el sueño a las tres semanas. Jane vivió abrumada por el dolor durante casi un año. Luego leyó un artículo sobre la Red. Queriendo evitarle a otra mujer el aislamiento que ella había padecido, ofreció su ayuda.
Mientras, Marta, inmigrante peruana de 26 años radicada en una ciudad próxima, se encontró con que estaba embarazada; se hallaba sola y debía dormir en el piso de la casa de una amiga suya. Sus patrones pensaban despedirla.
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Mary Cunningham Agee Foto: © Brian Smale/Onyx
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Entonces vio a Mary en un programa de televisión y llamó por teléfono a la Red. "No tengo a quien recurrir", dijo entre sollozos. "Mi novio me ha dado a elegir entre él y el bebé. ¡Quisiera matarme!"
Mary concertó una entrevista entre las dos mujeres, y Marta se mudó al apartamento de Jane. El bebé nació el día de Navidad; era un hermoso vároncito... con síndrome de Down. Jane pudo encauzar a su nueva amiga hacia los servicios sociales que necesitaría para criar a un hijo con necesidades especiales. Marta y el pequeño Miguel permanecieron con Jane hasta que la nueva mamá consiguió empleo y pudo valerse por sí misma.
Jane acaricia la cabeza de Miguel. "No sabría decir quién ayudó más a quién", confiesa. Un gesto de tristeza empaña momentáneamente su mirada. "Gracias a que colaboré con la Red logré sobreponerme a mi pérdida. Por ello, le estaré eternamente agradecida".
Hoy en día Jane estudia derecho y piensa especializarse en la defensa de los incapacitados. Esto, y su colaboración voluntaria con la Red de Apoyo, es el tributo que le rinde a su hija.
"NUESTRA LABOR me trae a la memoria una anécdota que me contaron en cierta ocasión", comenta Mary. "Un niñito corría afanosamente por la playa, recogiendo estrellas de mar y devolviéndolas al agua antes de que murieran. En eso se le acercó un hombre de edad y le preguntó con escepticismo: ¿Realmente crees que tu esfuerzo sirve de algo?
El niño lo miró con ojos brillantes, alzó una estrella de mar y respondió: ¡A esta estrella sí le sirve!, y la arrojó al mar".