SIGNOS AMERINDIOS, MÁS QUE OBJETOS, ACTOS
Publicado en
febrero 24, 2013
Máscara funeraria provista de ojos suspendidos y orejas articuladas. Lámina de oro trabajada por martillado.
Por Rosángela Adoum.
Hacía mucho que no teníamos una obra que conjugara el hallazgo arqueológico con el análisis estético. En Signos Amerindios han juntado sus esfuerzos tres importantes autores: Daniéle Lavallée, incansable investigadora del arte y la arqueología de América; Francisco Valdez, un "redescubridor" de La Tolita; y Tom Cummins, que nos viene enseñando, desde hace algún tiempo y con gran rigor, la posibilidad y el valor que tiene el análisis artístico para comprender un mundo lejano o ajeno. Diego Veintimilla es el fotógrafo que hizo más "palpable" el texto con un conjunto de fotografías de muy buena calidad.
La obra se inicia con una exhortación a la necesidad de comprender que las piezas arqueológicas no son sólo elementos constitutivos de una historia del arte ecuatoriano, sino, ante todo, según advertía Carpenter, que "...en su propio entorno (las piezas), antes de ser objetos, son actos". Y continúa, precisamente en esa tendencia, el análisis estético del cual se deducen importantes conclusiones, particularmente sobre Valdivia, Chorrera, Jama-Coaque y La Tolita.
Esas conclusiones van más allá de un análisis artístico: existe un marcado propósito de aportar elementos que esclarezcan un pasado. No es extraño, por ello, que esos "signos" cabalguen entre la estética y lo social, entre la cultura y lo económico, pues se trata de probar que toda manifestación artística obedece a una realidad determinada, a un contexto que, en el caso del trabajo arqueológico, es literalmente cierto: hay un vaivén de lo que una concepción plástica puede demostrar o de lo que el dato arqueológico/contextual puede corroborar, o sea que cada percepción o hallazgo es un punto de apoyo para llegar a descubrir precisamente ese acto tras cada pieza.
Signos Amerindios es un ejercicio que debería ser imitado, pues a la sinceridad de conocer las limitaciones existentes, se añade el rigor del análisis que permite aseveraciones enriquecedoras sobre nuestra identidad; por ejemplo, la afirmación, demostrada en no pocas ocasiones, de que Chorrera tiene "...algunas de las obras de arte más bellas de América", o cuando el estudio estético, junto con la información arqueológica, permite afirmar que Jama-Coaque ya es una sociedad estratificada o que Chorrera tiene un grupo sacerdotal que ha superado la hegemonía del shamán.
En Signos Amerindios, si bien los tres autores unieron su decisión, no cedieron posiciones; en efecto, resulta poco usual encontrar en una obra conjunta visiones en cierta medida divergentes, como en el caso de la diferenciación entre arte y artesanía o de la concepción de la escultura. Mientras Valdez distingue artista de artesano, con un análisis que quizás necesita de ampliación, Cummins los engloba en una misma realidad; y mientras aquél sostiene que en Chorrera existe una tendencia escultórica, éste demuestra que aún no puede hablarse de un tratamiento tridimensional. Quizá ello se deba a que el historiador del arte y el arqueólogo, por su propia metodología de trabajo, tienen distintos enfoques o intereses; pero, lejos de incomodar, esas diferencias son las que hacen particularmente interesante la obra porque las opiniones contrapuestas abren el debate.
Figurilla sedente masculina ataviada con ornamentos distintivos de alto rango. Cerámica polícroma moldeada.
Signos Amerindios, con un catálogo de fotografías ampliamente comentado y mapas de localización de las "culturas", entrega información resumida sobre varios tópicos que pueden servir de consulta a manera de diccionario; rebasa el plano de la mera información para suscitar la reflexión. Lavallée deja tantos interrogantes que todo investigador debería retomarlos como una posta ineludible si se quiere aclarar nuestro pasado; Cummins nos recuerda que todo análisis será inconcluso si no se continúan los trabajos sistemáticos; Valdez, por su lado, entrega las últimas conclusiones sobre La Tolita, en un esfuerzo por arrancar información a los pocos datos que un territorio tradicionalmente saqueado puede brindar. Sin embargo, los tres autores coinciden en vincular las manifestaciones nuestras con las de países vecinos, en otro vaivén que es imperioso e imprescindible porque durante mucho tiempo anduvimos "unimismados" y todavía nuestros indígenas sienten ese lazo milenario.
"... al menos ideológicamente, la imagen artística nos presenta, sin lugar a dudas, una naturaleza benigna y ubérrima. Esto se encuentra raramente en la tradición artística de las Américas." ¿Acaso alguien se había preocupado antes por conocer cómo miraba su mundo el chorreriano? ¿Pensamos alguna vez en qué diferencia existe, dentro del ritual, entre una estatuilla de Valdivia y una de Chorrera, y qué significa eso dentro del contexto social? Temas como éstos están desarrollados y, más que una invitación, su lectura es un anzuelo para continuar con ese enfoque el análisis de muchas otras formaciones sociales, particularmente en lo relacionado con el período de integración y con la Sierra.
Signos Amerindios es un título de por sí sugestivo, con una explicación que va más allá del feliz hallazgo de términos, cuando en el epílogo los autores sostienen que "somos un continente que busca reencontrar su identidad. Para recuperar nuestra conciencia, tenemos que aprender a mirarnos a través de los signos amerindios".
Porque, como serpiente que se muerde la cola, se trata de una obra que quisiera retornar a sí misma, pues al epílogo anotado se añade el epígrafe de una inscripción en una estela egipcia: "Conozco el secreto de las palabras de los dioses, el ceremonial de las fiestas y toda la magia. Los utilizo sin que nada se me escape. Conozco el aspecto del hombre, el modo de caminar de la mujer, la actitud encorvada de aquél que ha sido golpeado. Sé cómo hacer para que un ojo mire al otro". Eso podría decir cualquier artista prehispánico, pero resulta doloroso que nosotros todavía no podamos aventurarnos a afirmar que sabemos cómo hacer para que nuestro presente mire nuestro pasado; dos ojos de un mismo rostro que no han aprendido ni siquiera a complementarse, menos aún a compartir un mismo mundo que también vendría a ser esa serpiente que se muerde la cola.
Signos Amerindios ha iniciado la posibilidad de un reencuentro con nosotros mismos. Ojalá suscite el debate, pues varios pasajes deberán ser discutidos; ojalá contagie a nuestros estudiosos, pero -sobre todo- ojalá sea el inicio de la ola de estudios que estamos necesitando desde hace mucho.