¿POR QUÉ MI MARIDO NO ME ENTIENDE?
Publicado en
febrero 17, 2013
Esto mismo se han preguntado todas las mujeres desde el inicio de la humanidad. ¿Se trata de una incógnita indescifrable? No necesariamente. Tú tienes en tus manos la solución. Sólo tienes que poner en práctica toda tu paciencia y todo tu amor.
Por Guadalupe Obón.
"A las mujeres no hay que entenderlas, basta con amarlas", dijo uno de aquellos ilustres filósofos de la antigüedad. Si bien estos hombres se destacaron por comprender los grandes cuestionamientos universales, jamás lograron entender a su propia esposa. Desafortunadamente, esto prevalece en el género masculino hasta hoy.
Los hombres nos admiran, nos aman, nos idolatran o nos odian; pero no nos entienden. Para muestra basta un botón. Si te das una vuelta rápida por cualquier librería, encontrarás numerosos ensayos, estudios, poemas y tratados en los que nuestros queridísimos compañeros del sexo opuesto han intentado explicar (sin éxito) lo que ellos llaman "el misterio de la mujer". Como puedes darte cuenta, éste es un problema milenario que todas las mujeres han tenido que enfrentar con la misma paciencia, entereza y fuerza con la que hoy lo enfrentas tú. Así que no te extrañes si un buen día tu esposo te dice: "Cariño, no te entiendo".
Esta incomprensión se debe, en gran parte, a que los hombres muchas veces no ven algunas cosas que para sus esposas son más que obvias. Lo más interesante de este asunto es que las mujeres sí tenemos la capacidad de entenderlos a ellos en alguna medida. Por eso, casi siempre logramos tener una idea más o menos clara de por qué se comportan como se comportan. ¿No es verdad?
TE SACA DE QUICIO
Imagínate que es sábado en la tarde. Tras varios ruegos, tu esposo accede a acompañarte al supermercado a pesar de que está por empezar la transmisión del partido de futbol de su equipo preferido. Cuando llegan a la tienda la encuentran llena a reventar, pero aún así decides tomarte tu tiempo para escoger la mercancía porque sabes que a tu marido le molesta que compres irreflexivamente y a la carrera. Por lo tanto, te dedicas a examinar con cuidado las verduras, las frutas, el pan y los tintes para el cabello. Tú disfrutas el momento y crees que todo va muy bien, pero cuando volteas a verlo te das cuenta de que se ha transformado. Ha perdido la sonrisa con la que salió de casa, se encuentra impaciente, empieza a decir que todo está carísimo y te apresura tanto, que no te queda más remedio que echar al carrito lo primero que se te ocurre. Casi a punto de llegar a la caja, ¿qué sucede con él? De pronto se queda pasmado frente a un montón de tuercas y tornillos (que a ti te parecen todos iguales) se olvida del tiempo y de la muchedumbre como si estuviera bajo el hechizo de una música angelical. Por supuesto, lo miras exasperada. Te enojas y lo dejas plantado para ir a pagar las cosas inútiles que echaste en el carrito porque él no tuvo paciencia para esperarte. Cuando ya van de regreso a la casa, él nota que estás molesta e ingenuamente te pregunta: "¿No que querías ir al super? No te entiendo". Entonces tú haces acopio de toda tu prudencia y valientemente te abstienes de golpearlo con esa carísima llave de tuercas que acaba de comprar y de la que nunca más se volverá a acordar.
¿Te parece conocida esta escena? No te preocupes, la mayoría de las mujeres hemos vivido mil situaciones similares más. En todos los casos nos asalta la misma pregunta:
¿POR QUE NO ME COMPRENDE?
La respuesta es muy simple: los hombres y las mujeres somos distintos. Esto no quiere decir que alguno de los dos sexos sea mejor que el otro, simplemente significa que tienen una manera diferente de ver y de aceptar la vida.
Típicamente ellos son duros, recios y varoniles; nosotras somos femeninas y dulces. Ellos se rigen más por el razonamiento; nosotras por el sentimiento y la intuición. Estas diferencias no son nuevas, datan desde la época de las cavernas. En aquel entonces, el hombre primitivo reprimía su miedo y sus emociones para poder concentrarse en cazar bisontes. Mientras tanto, la mujer desplegaba toda su ternura sobre sus hijos. De esta manera, los dos se complementaron y trabajaron para que la humanidad avanzara. Sin embargo, los registros históricos la señalan a ella como la descubridora de la agricultura y la pionera en la domesticación de animales. Desafortunadamente, a la mujer casi no se le reconoce, como se merece, su participación en este proceso. A pesar de su gran capacidad para desempeñarse en múltiples facetas, la mujer nunca ha podido negar su fragilidad física. Por eso, desde sus orígenes ha buscado que su marido sea fuerte, buen proveedor, que la proteja y que le dé lo que le haga falta. Ella, por su parte, le ha ofrecido hijos, ternura y su habilidad para embellecer todo lo que la rodea. (Posiblemente la mujer de las cavernas adornaba su hogar con unas flores, o le imprimía calidez al helado piso de roca con una piel de mamut). Esta manera de evolucionar fue maravillosa para la especie humana, porque el hombre aprendió a apreciar la belleza a través de la mujer; y la mujer aprendió a sentir confianza en la fuerza del hombre para traer el sustento.
DE LAS CAVERNAS A LA INFORMATICA
A pesar de los beneficios, esta división natural del trabajo también trajo consigo consecuencias negativas. La cacería y las guerras hicieron que el hombre se endureciera; la debilidad de la mujer la hizo sumisa y dependiente. Todo esto dio lugar al machismo, por lo que cada vez se pronunciaron más las diferencias entre ambos sexos.
Por fortuna, el tiempo y la evolución de la humanidad han limado muchas de esas asperezas, pero aún hay rasgos que, aunque parecen perdidos en la historia, se manifiestan con mucha frecuencia en nuestro presente. Por ejemplo, a las mujeres todavía nos gustan los hombres fuertes y decididos; a ellos aún les agradan las mujeres dulces que saben llenar de ternura y belleza sus vidas. Eso sí, para los hombres sigue siendo muy difícil dar muestras de afecto sin sentirse disminuidos en su hombría. Por nuestra parte, a las mujeres se nos sigue dificultando ser autónomas, firmes e independientes.
¿QUIEN ENTIENDE A LAS MUJERES?
En realidad, no es extraño que a los hombres les cueste trabajo entendernos. Las mujeres somos muy complejas. Aunque en general damos la imagen de que somos frágiles y dulces, nos convertimos en leonas si alguien amenaza a nuestra familia o nuestros intereses. Además, en la vida cotidiana, somos muy cambiantes. Nuestro ciclo hormonal es intenso y nos modifica el ánimo con una frecuencia extraordinaria. Los hombres, por el contrario, tienen un desarrollo hormonal sencillo. Gracias a eso, cuentan con una estabilidad (en todos los sentidos) que les permite ser lógicos y predecibles.
Es por eso que se descontrolan tanto cuando nos salimos del esquema. Porque como no conocen la evolución de nuestras emociones, no tienen parámetros fijos que les permitan entender por qué unas veces estamos de buenas, otras de malas o bien, nos mostramos tristes o eufóricas de la nada. Como continuamente los tomamos por sorpresa, se confunden y no les queda más que preguntarse: "¿Quién entiende a las mujeres?" Tenemos que reconocer que somos tan maravillosamente complicadas, que hay veces en las que ni nosotras mismas nos comprendemos.
NI ELLOS SON TAN DUROS, NI NOSOTRAS TAN TIERNAS
Como todo en la vida, las diferencias entre unas y otros no son tan abismales ni tan irremediables como parecen a simple vista. A fin de cuentas, cada sexo tiene algo del opuesto. Gracias a esta similitud podemos encontrar puentes que nos ayudan, no solamente a tratar de comprender a nuestro marido, sino a utilizarlos con inteligencia para arreglar las diferencias.
El primer paso para lograrlo es darnos cuenta de que ni las mujeres somos tan frágiles y tiernas como parece, ni los varones son tan insensibles y rudos como aparentan. Así como los ves, detrás de su coraza de dureza, los hombres encierran una gran capacidad de amor, ternura y amabilidad que necesita ser descubierta y retroalimentada a manos llenas. De hecho, esas etiquetas no son más que eso, etiquetas o estereotipos que, si bien tienen un gran apego a la realidad, no son, ni deben ser de ninguna manera, definitivas.
El segundo paso es entablar una buena comunicación. Explícale a tu marido qué es lo que causa tus cambios de estado de ánimo para que no interprete tus arranques como si fueran una agresión personal. Avísale cuando te sientas molesta o triste. Dile con anticipación (y de manera específica) cómo te gustaría que se comportara contigo, o cuáles son las cosas concretas que no quieres que haga. Además, es muy importante que tú también pongas de tu parte y trates de mantener cierta estabilidad (aunque sea en apariencia). Ten por seguro que ningún marido está dispuesto a soportar eternamente a una esposa neurótica que lo maltrata y lo manipula bajo la excusa de que "sus hormonas están trabajando". Ten muy presente que la clave del matrimonio es poner una parte y recibir la otra. Comprobarás que en la medida en que ambos hagan por el otro lo que les corresponde, se sentirán mucho más satisfechos e integrados como pareja.
NUESTRA FUERZA LOS INTIMIDA
Cada vez son más las mujeres que trabajan en actividades que antes se consideraban esencialmente masculinas (ya hay aviadoras, plomeras, taxistas, etcétera) y esto ha hecho que los hombres se sientan amenazados. Para ellos es muy difícil entender que una mujer dulce y tierna pueda ser también una fría dama de negocios, o una elegante ejecutiva que navega en Internet y maneja el fax como si fuera una sartén. Aún los impresionan las militares que corren hombro con hombro con sus colegas y las que salvan vidas en un quirófano. Mientras ellos son los fuertes, no tienen ningún problema, pero cuando su esposa se vuelve fuerte, sienten que el mundo se les tambalea. A pesar de ello, logran acostumbrarse a una relativa relación de igualdad con la mujer. Pero lo que aún no logran asimilar es, que a pesar de todo, ella les pida que sean caballerosos y la traten con delicadeza. No pueden concebir que una dama fuerte demande que la traten como si fuera a romperse. Es por eso que necesitamos hacerles sentir a nuestros esposos que, a pesar de nuestra independencia, seguimos siendo frágiles y que requerimos que ellos nos llenen de ternura, protección y amor. Deben saber que sólo así podremos sentirnos seguras y plenamente realizadas como personas.
Fuente: Revista BUENHOGAR, Diciembre 1997.