Publicado en
febrero 17, 2013
CENTRO CULTURAL, FILIPINAS
Los inspirados diseños de este arquitecto reflejan la cultura filipina y están transformando la ciudad capital.
Por Beth Day
MIENTRAS Filipinas se esfuerza por convertirse en el centro de conferencias predilecto del Sudeste de Asia, un auge en la construcción ha hecho de Manila, la capital, un gigantesco sitio de obras. El cambio de su silueta urbana se debe, más que a nadie, a Leandro Locsin, arquitecto de 49 años de edad y de aspecto juvenil, entre cuyos diseños más recientes figuran el Centro Internacional de Conferencias y el Centro de Comercio Internacional y Exposiciones (en terrenos ganados a la bahía), tres hoteles de lujo y el Centro Nacional de las Artes, en el cercano monte Makiling.
Antes de esta extraordinaria actividad tenía ya en su haber varios edificios sobresalientes, entre ellos el asombroso Centro Cultural de Filipinas, hermosa escultura en gris que, al destacarse contra el crepúsculo, parece flotar sobre el bulevar Roxas. A menudo ha simbolizado para el mundo a la Manila moderna.
El nombre de Locsin empieza a sonar fuera de su patria. En 1960, cuando viajó a Honolulu para recibir el premio del Instituto Norteamericano de Arquitectos por "sostenida excelencia en el diseño", sus colegas veteranos no podían creer que un hombre tan joven hubiera creado ya tantos edificios de admirable calidad. En diciembre de 1975 lo invitaron a la Ciudad de Nueva York para compartir los aplausos del público con su antigua amiga Martha Graham, decana de la danza moderna, en el estreno de Lucifer, cuyos escenarios él había diseñado para celebrar el quincuagésimo aniversario de la bailarina. Se vio entonces en el proscenio con la primera dama de los Estados Unidos, Betty Ford, y con las estrellas del ballet Margot Fonteyn y Rudolf Nureyev. "Parecía las Naciones Unidas en miniatura", cuenta. "Artistas de Rusia, Inglaterra, los Estados Unidos. Yo pensaba: yo soy filipino, ¡y aquí estoy!"
Se crió en el ambiente musical de la casa de su abuelo, en la provincia de Negros Occidental. Estudiaba piano en la Universidad de Santo Tomás, en Manila, cuando cautivó su imaginación la actividad de sus amigos, estudiantes de arquitectura que aprendían a dominar las formas radicales de los grandes arquitectos del siglo XX (Le Corbusier, Frank Lloyd Wright y Mies van der Rohe) justo en el momento en que el país se disponía a superar las estructuras improvisadas de la posguerra. Locsin cambió la música por la arquitectura y se graduó en 1953.
(Leandro Locsin)
Poco tiempo después conoció al presbítero John Delaney, capellán de la Universidad de Filipinas, que buscaba un proyecto para la nueva capilla. Locsin, que había hecho su tesis sobre arquitectura religiosa, le expuso sus ideas acerca de una revolucionaria capilla redonda. "Precisamente eso es lo que quiero", exclamó el sacerdote. "Empiece usted a construir; yo rezaré para conseguir el dinero".
La capilla del Santo Sacrificio, primera estructura de concha delgada de hormigón en el país, encumbró al joven de la noche a la Mañana. Desde entonces ha levantado otros 20 edificios en Makati, entre ellos uno de los más altos: la esbelta y majestuosa torre de placas gemelas del First National Citibank. "Al principio solía utilizar columnas ahusadas y esculpidas para dar a los edificios altos la apariencia de ligereza y gracia", explica. "Actualmente mis construcciones resultan más voluminosas, y su belleza depende de la simetría y la proporción".
Para él, la arquitectura filipina es una mezcla de Oriente y Occidente, modificada por las exigencias del clima tropical. Emplea el hormigón armado, con elementos de maderas nativas y piedra labrada. Los salidizos y los nichos para las ventanas protegen sus edificios de los tifones y del sol ardiente. En las casas, las celosías y las conchas de Capiz atenúan la luz. Para refrescar el aire incluye jardines interiores y agua corriente. "Las habitaciones para uso diurno deben dejar entrar el mundo exterior", observa. "Los cielos rasos altos, los jardines y el agua sirven de acondicionadores naturales del ambiente".
Todos sus edificios combinan lo funcional y lo bello. Para captar los resplandores crepusculares en las paredes de los teatros del Centro Cultural, ordenó moler conchas marinas de la localidad y mezclarlas con el cemento; así dio a los muros grises un lustre natural y una textura inusitada. Él inventó los famosos candelabros escalonados de conchas de Capiz, o de una mezcla de concha y vidrio, que adornan a muchos de sus edificios públicos. "La arquitectura es la más compleja de las artes", comenta. "Sus creaciones no sólo se ven, como un cuadro, o se anda a su alrededor, como una escultura, sino que se está dentro de ellas".
PALACIO DEL SULTAN DE BRUNEI
Architectural Digest considera la residencia de Locsin, donde vive con su esposa Cecile, y dos hijos adolescentes, "una de las casas singulares del mundo". De piedra y en forma de U, todas sus habitaciones tienen vista sobre patios verdes y tranquilos estanques. Hay una sala con balcón, bastante espaciosa para acomodar dos pianos de cola, ya que marido y mujer gustan de tocar. El sótano lo proyectó como un museo en miniatura; arqueólogo aficionado, posee una colección de cerámica oriental que data de los siglos X a XVI y, en colaboración con Cecile, escribió el libro Oriental Ceramics Discovered in the Philippines.
Su respeto por la historia y su labor en excavaciones arqueológicas lo han dotado de una sensibilidad especial para el legado cultural filipino, a la vez chino, español y malayo. Hace algunos años restauró un antiguo edificio contiguo al palacio de Malacanang, y que hoy alberga a la Fundación Marcos. La casona, residencia particular en la época colonial, alojó en un tiempo al general norteamericano Douglas MacArthur; y en fecha más reciente, la planta baja sirvió de fábrica de cosméticos. Basándose en viejas fotografías, Locsin la trasnformó en una verdadera joya de maderas finas, balcones delicados y amplias ventanas corredizas de madera y concha de Capiz.
Lo más característico de sus obras es quizá la gracia y discreción con que se funden con el ambiente. "El efecto total importa más que el edificio mismo", explica. "Un inmueble afecta la vida de todos, y no podemos pasarlo por alto ni hacerlo desaparecer. Por eso la arquitectura implica una grave responsabilidad".
En 1975 le pidieron crear un Centro Nacional de las Artes, donde maestros y estudiantes pudieran vivir y trabajar juntos en el pintoresco monte Makiling. Se enfrentó entonces a un difícil problema de estética: cómo erigir un anfiteatro para 2000 espectadores y una colonia de 70 a 100 cabañas en la cumbre del monte, sin destruirlo. Mandó aplanar la cima y mover la tierra a un lado para crear terreno adicional y construir en él gradas al aire libre. En seguida edificó un auditorio, abierto por tres lados, que es poco más que un gran techó empinado, de tejas rojas. Agrupó las cabañas en siete niveles distintos, de manera que desde el aire parecen corolas de flores en medio del verdor del paisaje.
MONASTERIO TRANSFIGURACION, BUKIDNON
Su sentido de la dimensión se ha hecho ya proverbial. Visualiza las proporciones con tal exactitud que su diseño para el Teatro del Centro Cultural pasó directamente de la mesa de dibujo a la construcción sin ser sometido a pruebas, y resultó perfecto. "Creo que estaba inspirado cuando concebí ese edificio", comenta. "Me encantaba ... ¡y se nota!" (Tanto se respeta el criterio de Locsin, que en el sector de Makati sus obras dan la norma y la escala de los edificios futuros, los proyecte él o no.)
Incluso los turistas que ignoran los refinamientos de la arquitectura moderna visitan su exquisito Museo Ayala, donde se exhiben en forma espectacular 60 maquetas de historia de la nación; también acuden a la exposición Filipina Nayong, cerca del aeropuerto, para admirar sus reproducciones de una aldea de la tribu ifugao así como de una casa colonial española.
Casi todos los artistas extranjeros que se han presentado en los teatros del Centro Cultural se asombran de su acústica perfecta; apenas pueden creer que las paredes que reflejan el sonido sean de hormigón, un medio inapropiado por lo general. "El secreto", explica Locsin, "radica en las gruesas cortinas de franela escondidas en las vigas, en el cielo raso y en las paredes. Pueden cerrarse o abrirse, según los diversos sonidos".
Posee el buen humor del hombre que ama su trabajo. Sin embargo, tiene que vérselas a menudo con complicaciones imprevistas, como un tifón extemporáneo o un proyecto de última hora. El Teatro de Artes Folklóricas, compañero del Centro Cultural, se proyectó primero como un anfiteatro abierto. De pronto escogieron a Manila para sede del concurso Miss Universo, y hubo necesidad de asientos para 10.000 personas. Locsin volvió a diseñar el enorme pabellón y 2000 obreros lo terminaron en sólo 77 días. El teatro, en realidad una plaza con un techo sostenido por ocho grandes columnas, abarca 10.000 metros cuadrados y es la mayor estructura de un solo tramo en Asia Sudoriental.
Quizá la empresa más difícil y estimulante a que se enfrenta Locsin sea proyectar una ciudad satélite que ayude a descongestionar a Manila. En los terrenos de la antigua plantación azucarera de Canlubang, a sólo 25 minutos de la capital cuando terminen la carretera, se erigirán siete ciudades alrededor de una zona metropolitana.
Cuando le preguntamos cuál de su obras era su preferida, reflexionó un momento y luego, alzando la vista de un diseño para un nuevo aeropuerto internacional, contestó: "Debe ser la que tengo entre manos, pues de lo contrario, ¡más valdría abandonar la profesión!"