SUICIDAS, SUICIDADOS Y SUICIDABLES
Publicado en
enero 27, 2013
Por Jorge Enrique Adoum
EL poeta colombiano Juan Manuel Roca ha publicado recientemente, con el título de Cerrar la puerta, una "Muestra de poetas suicidas". Por ser una antología (en la que figuran, en desorden alfabético y cronológico, 40 autores, en su mayor parte admirados o queridos) no están todos los que son: por ejemplo, si Ecuador está presente con César Dávila Andrade y David Ledesma, faltan Medardo Angel Silva (aunque Abel Romeo Castillo haya expresado, más de una vez, su duda de que se hubiera tratado de un suicidio) y Arturo Borja.
No siempre señala el autor de qué manera se mataron: "Muerto a causa de la carga excesiva de alcohol" (Malcolm Lawry), "se arroja al paso de un tren" (Attila Jozsef y también el peruano Luis Hernández), "con una sobredosis de cocaína" (Georg Trakl), "decide envenenarse con arsénico" (Thomas Chaterton), "la estricnina le ayudó a cerrar las puertas" (Mario de Sá Carneiro), "murió luego de ingerir 18 whiskies seguidos" (Dylan Thomas), "se ahorcó... en un día de inocentes" (Serguei Esenin), "se arrojó al mar para ya no salir de él" (Hart Crane), "se suicidó, ahorcándose" (Gérard de Nerval), "desapareció en una embarcación en el mar" (Arthur Cravan).
Tres notas, más extensas, tienen algo de relato. El griego Kostas Karyotakis "se suicidó bajo un eucalipto, el mismo día en que había intentado la muerte arrojándose al Mediterráneo, con tan mala suerte que el mar lo devolvió a la playa". Escribió, entre el primer intento y la consumación del acto, una nota aconsejando a quienes quieran morir tirándose al mar, que desistan: "Durante una decena de horas me estuve peleando con las olas, tragué mucha agua, seguramente alguna vez escribiré las impresiones de un ahogado", dijo antes de dispararse, gesto en el cual Roca encuentra el último rasgo del humor que jamás perdió el poeta. Respecto de José Asunción Silva cuenta que "la noche anterior a su muerte, Silva hizo que su médico le dibujara en su ropa el mapa de su corazón. En él alojaría la bala con la que cerró definitivamente la puerta de su casa, marcada con el número 13, en el barrio de La Candelaria". Heinrich von Kleist, "anduvo de un lado a otro en sus últimos años buscando quien lo acompañara en el suicidio. María von Kleist, a quien llama 'mi más preciado tesoro', una mujer casada con el tesorero del Rey, lo acompaña en la muerte. A orillas de un lago, en el camino de Postdam, disparan sobre sus cuerpos. Al negarse a cenar, le habían dicho al posadero: 'cenaremos mejor esta noche', en un lenguaje retórico propio de un suicidio de clara estirpe romántica".
Dice el autor colombiano: "Una legión de poetas se ha ido dando un portazo. (...) Si yo es otro, como en la premisa de Rimbaud que ha sido divisa de toda la lírica contemporánea, el poeta suicida es el doblemente desdoblado que ha podido matar a su otro. Fue un poeta quien dijo que el suicida es un asesino tímido". ("Uno no se suicida solo" escribió Antonin Artaud).
Los poetas y artistas no son más "suicidarios" que las personas normales –incluyendo entre éstas a comerciantes, banqueros e industriales–, aunque quepa suponer que una sensibilidad especial los hace particularmente vulnerables a su dolor y al dolor del mundo (una estadística reciente revela que actualmente hay en Francia 120.000 tentativas de suicidio por año y 12.000 muertes efectivas, y no puede decirse que haya tantos poetas). Sucede, simplemente, que su muerte voluntariosa es más visible y por ello interesa a los medios de comunicación más que la del pobre desempleado que se tira desde una terraza para descansar tras haber andado en busca de trabajo. Abundan los suicidios por culpa de una enfermedad o, más frecuentemente, de una mujer que, en tales casos, se le parece. Rara vez lo hacen quienes tienen el poder: el caso reciente de Pierre Bérégovoy, Primer Ministro de Francia, hizo que el país entero se planteara el problema y se multiplicaron las estadísticas. Así descubrió que el porcentaje de suicidios aumenta con la edad (¿la soledad?) y varía con el sexo: en 1990, de cada diez suicidas sólo tres eran mujeres (¿porque son, más bien, las que dan a luz la vida?).
Si, ante todo, conmueve la violación del instinto más primario y arraigado, el de conservación, siempre sobrecoge la forma escogida para morir: la poeta Alfonsina Storni y la gran escritora Virginia Woolf, metiéndose en el mar; el novelista antitradicional Yukio Mishima mediante el harakiri; la frutal y carnal Marilyn Monroe con somníferos; Bruno Bettelheim, especializado en psicología infantil, asfixiándose en una bolsa de plástico atada a su cuello; César Dávila Andrade cortándose con una hoja de afeitar la arteria yugular; David Ledesma creo que ahorcándose...
Una mujer, entrevistada por Le Nouvel Observateur, cuenta que su madre se roció con alcohol de cocina y se prendió fuego. "En el hospital, minutos antes de morir, pidió disculpas". Algo, en todo suicidio, me ha parecido siempre encerrar, al mismo tiempo que una actitud de protesta contra la vida o contra la sociedad, una actitud de excusa, un pedido de perdón por haber ocupado tanto tiempo un lugar en la tierra.
Recordando al sociólogo Durkheim, el periodista francés Francois Caviglioli observa que "el suicidio ha cambiado y no sólo porque conduce menos frecuentemente a la muerte (los auxilios son más rápidos y eficaces, excepto en el campo), sino porque el mundo ha cambiado. Para Durkheim el bastión contra el suicidio era la integración a la familia, a la religión, a la colectividad, a la ciudad. (...) Hoy día la religión ha estallado en sectas. La familia se ha parcelado y reducido a pequeños núcleos de soledad. En París, un 'hogar' de cada dos está formado por una persona y en dos tercios de los casos es una mujer. Ya no hay esas violencias abiertas, esas guerras ideológicas o extranjeras que podían trizar la soledad o hacerla olvidar".
Quizás tenga razón. Porque si nos situamos en la ex Yugoslavia, en Somalia o Afganistán, o entre bosnios y croatas, musulmanes y curdos, no parece probable que alguien se mate en medio de tanta muerte. O, en nuestros países agobiados por la injusticia y el desasosiego, tal vez los candidatos a suicidas siguen, sin saberlo, las instrucciones de ese texto de un poeta inglés, citado por Juan Manuel Roca: "las drogas producen calambres, el nudo corredizo cede, el gas huele mal, el disparo despierta a los vecinos, los precipicios producen vértigo. Bien, puedes seguir viviendo". Lo cual, pese a todo, no deja de ser consolador.