LA GALLINA QUE SABÍA EL SECRETO DE LA VIDA BUENA
Publicado en
noviembre 18, 2012
¿De verdad queremos ser felices? Entonces tendremos que aprender las artes del sosiego, la lentitud, la proximidad, la autolimitación.
Por Jorge Riechmann.
Escritor, profesor universitario, presidente de CIMA (Cientificos por el Medio Ambiente) e ínvestigador de ISTAS (instituto Sindical deTrabajo y Salud). Acaba de recoger sus ecopoemas en la antología Con los ojos abiertos (Ediciones Baile del Sol).
Qué es lo que en el fondo desean los seres humanos? Ser felices, claro. ¿Claro? Si más de una vez sospechamos que somos especialistas en el arte de amargarnos la vida, como sugería aquel delicioso librito de Paul Watzlawick, ¿cabe seguir sosteniendo con tanta seguridad ese objetivo supuestamente universal de felicidad? ¿Y si lo que de verdad prevalece es el deseo de aumentar las posibilidades de acción, una de cuyas formas sería esa voluntad de poder en la que Friedrich Nietzsche cifraba la esencia de lo humano? Voluntad de poder y deseo de felicidad no casan fácilmente...
El escritor portugués Goncalo Tavares nos narra en su libro El señor Brecht la historia siguiente:
"Una gallina descubrió al fin el modo de resolver los principales problemas de la ciudad de los hombres. Presentó su teoría a los principales sabios, y era indudable: había descubierto el secreto para que todas las personas pudieran vivir bien y tranquilas.
Después de escucharla con atención, los siete sabios de la ciudad pidieron una hora para reflexionar sobre las consecuencias del descubrimiento de la gallina mientras ésta esperaba en una sala aparte, ansiosa por oír la opinión de tan ilustres hombres.
En la reunión, los siete sabios decidieron, por unanimidad y antes de que fuese demasiado tarde, comerse a la gallina."
¿De verdad queremos ser felices? Entonces tendremos que aprender las artes del sosiego, de la lentitud, de la proximidad, de la intensidad, de la autolimitación. La capacidad de percibir el macrocosmos dentro del microcosmos, sin ir más lejos, tiene mucho que ver con eso que llamamos sostenibilidad. Y tendremos que aprender cómo habitar en el planeta Tierra: a día de hoy, la expansiva civilización euronorteamericana que domina el mundo no lo ha logrado –como si fuéramos extraterrestres desembarcados en un mundo extraño, en lugar de los descendientes de miles de generaciones de habitantes del lugar...
En el encuentro de alto nivel convocado en noviembre de 2007 en el Laboratorio Europeo de Biología Molecular de Heidelberg, la coletilla constante en las intervenciones de los expertos era: "Si sobrevivimos al cambio climático...". Por otra parte, en vista del entusiasmo por lo transhumano que manifiestan tantos investigadores y adeptos de la tecnociencia contemporánea, también tendríamos que añadir a casi cualquier consideración sobre el porvenir del ser humano en esta Tierra otra coletilla: "Si seguimos siendo humanos...".
Pero es posible, claro, que no deseemos de verdad ser felices, quiero decir: que seamos demasiado pocos quienes apetecemos la felicidad. Se seguirán entonces otras vías: asesinaremos a la gallina –como los siete sabios de la ciudad en el cuentecillo de Tayares– y nos empeñaremos, por ejemplo, en la vía del transhumanismo, renegando de nuestra finitud, de nuestras posibilidades humanas de cumplimiento y del esplendor de nuestra frágil carne mortal. O nos aplicaremos a devastar la vulnerable belleza esteparia de la comarca zaragozana de Los Monegros para construir insostenibles macrocasinos y campos de golf en medio del desierto...
Que no cuenten conmigo para eso. Esconderé y protegeré a la gallina sabia mientras me resulte posible.
Fuente:
REVISTA INTEGRAL - FEBRERO 2008