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noviembre 25, 2012
MI CLUB de oradores aficionados estaba a punto de celebrar su concurso anual de retórica humorística. Sabiendo que un ingeniero del grupo iba a dar una charla titulada "Los ingenieros son pésimos amantes", invité a dos conocidos, que eran también ingenieros, y a sus esposas a asistir al certamen.
Aunque la plática del ingeniero resultó excelente y ganó el primer premio, la frase más graciosa de la noche la pronunció la esposa de uno de mis invitados. Cuando, ya al final de la reunión, el maestro de ceremonias pidió a los presentes que hicieran comentarios, la mujer de mi amigo le dio a este una palmadita en la rodilla y dijo: "¡Hacía muchos meses que no me divertía tanto!"
—J.P.
A LA HORA del almuerzo hice con mi tarjeta de crédito una compra en una librería que estaba atestada. Las dos cajeras se hallaban muy atareadas, por lo que mi transacción pasó de una a la otra.
Ya en la calle, caí en la cuenta de que me había quedado con las dos copias del pagaré: la del cliente y la del establecimiento. Es decir, acababa de obtener un libro gratis. Pero cuando me senté ante mi escritorio empezó a remorderme la conciencia, de modo que tomé el teléfono y hablé a la librería. Le expliqué el problema a la empleada y le informé que pensaba pasar a devolverle su copia al salir del trabajo.
"Gracias", respondió la mujer. "Me alegra que nos haya llamado, pues olvidó su tarjeta de crédito en el mostrador".
—W.H.
AHORA QUE están jubilados, mi madre y mi padre hacen toda clase de previsiones para el futuro. "¿Qué harás si muero antes que tú?", le preguntó él a ella.
Después de pensarlo un rato, mi madre contestó que probablemente intentaría compartir una casa con otras tres mujeres solteras o viudas que fueran algo más jóvenes, pues ella todavía rebosa de vitalidad. Luego ella le preguntó a mi padre:
—¿Y tú que harás si me muero primero?
—Probablemente lo mismo que tú —contestó él.
—J.E.
EN UNA EXPOSICIÓN de artesanías, la demostración del arte de la cerámica había atraído a una muchedumbre.
Yo estuve observando al alfarero tomar un pedazo grande y grumoso de barro y trabajarlo hasta que lo convirtió en un florero alto y espigado. Cuando alzó la pieza terminada para que todos pudieran verla, la mujer que estaba a mi lado suspiró y dijo: "¡Ojalá pudieran encontrar la manera de hacer eso con mis caderas!"
—S.G.
POCO DESPUÉS de haber nacido mi primera hija, mi marido y yo acordamos que él le daría a la niña uno de los biberones nocturnos. Mi esposo tiene el sueño muy pesado, pero yo le aseguré que lo despertaría para su primera tarea. Cuando la nena lloró de hambre, lo sacudí y le dije:
—Ya tienes que darle la botella.
Adormilado, él replicó:
—¿A quién?
—L.B.
EN UNA OCASIÓN en que le telefoneé a mi hermana desde la oficina, su hijo adolescente me informó que no se hallaba en casa. Por experiencias pasadas sabía que sería inútil dejarle el mensaje de que me llamara. "Hazme un favor, Eric" , le pedí. "Quita la tetera de la estufa y colócala sobre la mesa de la sala. Cuando llegue tu madre y te pregunte por qué está ahí, dile que yo te pedí que lo hicieras, y que debe llamarme para saber la razón".
Más tarde tuve que salir de la oficina y, al regresar, encontré el cesto de papeles sobre mi escritorio.
—¿Qué hace esto aquí? —le pregunté a mi secretaria.
—Su hermana le devolvió la llamada —repuso.
—D.T.
MIENTRAS me recuperaba de una operación, compartí el cuarto de hospital con otros tres pacientes, y trabé amistad con uno de ellos, a quien le habían extirpado el apéndice.
Una noche me desperté y vi que un sacerdote estaba inclinado sobre mi nuevo amigo, dándole, al parecer, la extremaunción. Luego de que conversaron un poco en voz baja, el sacerdote abandonó la habitación. Casi no pude dormir esa noche.
Al amanecer, miré hacia la cama de mi amigo y me alarmé al verla vacía. Pero pronto salió del baño, con el cepillo de dientes en la mano.
—¡Qué alivio, Charlie! —exclamé—. Casi me muero del susto al ver a ese sacerdote anoche.
—¿Y cómo crees que me sentí yo? —contestó Charlie—. Imagínate: no sólo se equivocó de persona, ¡sino que soy judío!
—R.M.Q.
ESTÁBAMOS ofreciendo en venta nuestra casa cuando, inesperadamente, recibimos aviso de que unos clientes probables venían en camino. Mi esposo y yo nos dimos, pues, a la tarea de poner en orden aquel caos antes de que llegaran. Él se dirigió al cuarto de huéspedes, donde la ropa sin doblar se apilaba sobre la cama, en tanto que yo me deshice de un montón de platos sucios. Cuando terminé mi tarea, fui hacia el cuarto de huéspedes.
Había allí un manifiesto abultamiento bajo la sobrecama. "¡Chitón!" , susurró mi esposo, guiñándome un ojo. "La tía Bertha está durmiendo la siesta".
—D.G.
ILUSTRACIÓN: Eva Lobatón de Chávez