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octubre 21, 2012
ANDREW WYETH, ESTUDIO PARA EL MUNDO DE CHRISTINA, 1948. COLECCIÓN PRIVADA. FOTO DEL ESTUDIO: CORTESÍA DE LA COLECCIÓN WYETH. FOTO DE ANDREW WYETH (HACIA 1980): © KOSTI RUOHOMAA/BLACK STAR.
Su dignidad inspiró una de las imágenes más perdurables de la pintura estadounidense.
Por Richard Meryman.
UNA PENDIENTE de hierba pardusca asciende suavemente hacia el pálido cielo. Sobre el horizonte, bañados por un sol que cae al sesgo, se alzan un viejo granero y una casa lúgubre y fantasmal. Sólo perturban la quietud el vuelo de unas gaviotas y una camisa que ondea al viento en un tendedero.
En el primer plano, una mujer enjuta está sentada de espaldas en la hierba. Tiene el torso dirigido hacia la casa, sostenido por brazos raquíticos y manos nudosas y crispadas, en la más vehemente actitud de anhelo.
Tal es El mundo de Christina, el cuadro que dio fama a Andrew Wyeth. El pintor dedicó todo el verano de 1948 a la realización de esta obra de 82 por 121 centímetros, que llegaría a ser una de las más memorables de la pintura norteamericana.
Christina Olson y su hermano, Al, vivían a un kilómetro de la familia Wyeth, en un desolado caserón de la costa de Maine. Allí, donde nadie habría visto otra cosa que la vetusta morada de una ermitaña, Wyeth llegó a ver un monumento. "En esa casa se resume el mundo de Nueva Inglaterra", dijo una vez. "Para mí es como una lápida para los marineros perdidos, como la puerta del mar". En el decenio que trató a los hermanos 0lson, el artista se fue ganando su confianza, hasta que llegó a ser la única persona a la que permitían andar libremente por la casa.
En junio de 1948, durante una de sus frecuentes visitas para pintar, Wyeth se asomó por una ventana del segundo piso y vio a Christina sentada en la hierba con un vestido color de rosa. Ella tenía baldadas las piernas porque de niña había sufrido poliomielitis, y estaba volviendo a rastras a la casa desde un jardín donde cultivaba flores.
Cuando el pintor regresó a casa, el recuerdo de Christina "arrastrándose como un cangrejo en una playa de Nueva Inglaterra" acicateó su imaginación. Esa noche, en una cena social, se levantó bruscamente de la mesa y se puso a hacer un bosquejo en el primer papel que encontró.
En el curso del verano volvió todos los días a casa de los Olson. Salía a primera hora de la mañana y cruzaba con paso ligero los campos de arándanos, cojeando a causa de un defecto congénito de la cadera y agitando los brazos como un molino de viento ladeado. Al entrar en la cocina, saludaba cortésmente a Christina, respetuoso de la dignidad que la envolvía a pesar de su cara larga y demacrada y sus piernas inútiles.
Esquelética y deforme, Christina vivía aislada en la cocina, en una silla de respaldo recto cuyas patas traseras estaban gastadas de tanto arrastrar por el suelo entre la mesa y la estufa, las dos terminales de su vida. Por la noche, la inválida iba a rastras hasta un sofá, donde dormía bajo una vieja manta.
Había rechazado, furiosa, una silla de ruedas heredada. No estaba dispuesta a rendirse a su incapacidad y no aceptaba ayuda más que de su hermano. No quería deberle nada a nadie.
Entre Wyeth y Christina había una relación de tierna confianza nacida del respeto. "Nos parecíamos un poco; yo había sido un niño enfermizo al que no dejaban salir de casa", explica el pintor. "Así que existía entre nosotros un vínculo tácito que era maravilloso. Nos quedábamos sentados durante horas sin decir una palabra". En una ocasión en que le preguntaron a Christina de qué hablaban, ella respondió: "De nada tonto".
Dos fuerzas fundamentales de la obra de Wyeth son su simpatía por los seres desvalidos y despreciados, y su veneración por la autosuficiencia y la perseverancia. "No veo más motivos para pintar que ésos", dice. "Si algo tengo que ofrecer, es mi cercanía emocional con el lugar donde vivo y las personas a las que retrato".
Para hacer el cuadro, Wyeth instaló su estudio en una habitación vacía de casa de los Olson, adonde iba todos los días a pintar. En su caballete colocó un tablero de fibra de madera con un revestimiento de yeso sobre el cual había transferido los trazos de su apresurado bosquejo.
Al cabo de una semana de contemplación, empezó a cubrir el dibujo con millares de minuciosas pinceladas. Pintó la casa y el granero, luego el campo y dejó para el final la figura de Christina, a fin de que resaltara vivamente sobre el fondo y no se perdiera en él.
"Habría sido fácil pintarla antes", explica Wyeth, "pero no dejaba de pensar en el día en que podría sobreponerla a su mundo con su vestido rosa, como un descolorido caparazón de langosta de los que se encuentra uno en la playa. Percibía su soledad, quizá la misma soledad que había sentido yo cuando era niño".
Por fin llegó el momento. Wyeth realizó detallados estudios de los brazos y las manos de su modelo. "Capté la desfiguración con ojos fríos, y me consternó", dice el pintor. "Tan interesado estaba en el ser de Christina, que no me había fijado en su deformidad. Ella era mucho más grande que todas sus peculiaridades insignificantes".
Wyeth abandonó la representación fidedigna y universalizó a Christina fundiéndola con su esposa, Betsy, de 26 años, que posó recostada en el suelo de su casa. Además, sustituyó los rizos canosos y desgreñados de Christina por el pelo castaño de una tía. Sólo los brazos y las manos insinuaban la falta de salud de la mujer representada. La metáfora de Christina en el campo se amplió para representar los anhelos de la juventud.
"Cuando llegó el momento de poner a Christina en el mundo que había creado para ella, comencé a pintar el hombro", recuerda Wyeth. "Usé un matiz de rosa que por poco me lanza al otro lado del cuarto".
Wyeth terminó su obra en septiembre. Unas semanas después, Christina y Al fueron á cenar a casa del pintor. Al acomodar a sus invitados en torno de la mesa, Betsy puso a Christina frente al cuadro. Nadie lo mencionó en toda la cena.
Más tarde, Wyeth y Christina se quedaron solos unos instantes en el comedor. El artista le preguntó si le gustaba la pintura. Ella le tomó la mano y se la llevó a los labios.
CONDENSADO DE ANDREW WYETH: A SECRET LIFE. © 1996 POR RICHARD MERYMAN. PUBLICADO POR HARPERCOLLINS PUBLISHERS, INC., DE NUEVA YORK.