MISTERIO DEL AMULETO EXHUMADO
Publicado en
septiembre 16, 2012
La palabra "Yavé" en hebreo antiguo, según aparece en un rollo de plata de 2600 años de antiguedad.
Foto: B. Wilson.Si los sabios pudieran descifrar los caracteres inscritos en el antiguo rollo, ¿tendrían estos algún significado hoy?
Por Claire SafranEN UN laboratorio instalado en el sótano del Museo de Israel, en Jerusalén, Gabriel Barkay observó al microscopio cuatro letras hebreas ( YHWH ) grabadas en un minúsculo rollo de plata.
"Yavé", pronunció en voz baja. El nombre de Dios, "Jehová", como se pronuncia también, aparecía por primera vez en un objeto antiguo encontrado en la ciudad sagrada de tres grandes religiones.Gabriel Barkay (conocido por sus allegados como "Gabi" ), a pesar de ser un arqueólogo, un hombre de lógica y de razón, sintió que la atmósfera se estremecía: aquel momento dejaba atrás a la ciencia. Un artesano había escrito aquellas letras hacía 2600 años, cuando el Templo de Salomón aún estaba en pie, reinaban los herederos del rey David, y faltaban 400 años para que se escribieran los Rollos del mar Muerto.Barkay encontró más letras, que formaban un mensaje de 19 renglones. Trató de descifrarlas, pero eran tenues y angulosas, diferentes de las que se usan en la escritura hebrea moderna, y las palabras aparecían unidas, sin espacios intermedios. Frustrado, dejó el microscopio. ¡Paciencia!, se dijo. Después de todo, había esperado aquel momento muchos años; prácticamente, toda su vida.GABI BARKAY se crió en Jerusalén, y creció recorriendo sus viejas calles, fascinado por su historia. De niño había devorado libros de arqueología, y solía emprender caminatas de muchos kilómetros en busca de alguna excavación.—¿Puedo ayudar? —preguntaba anhelante.—Vete, niño —le respondían.Pero con el tiempo, llegó a ser profesor de arqueología en la Universidad de Tel Aviv y en el Instituto Norteamericano para Estudios de Tierra Santa, cuya sede está en Jerusalén.Un atardecer de 1973, fue a dar un paseo por unos terrenos situados al oeste de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Tenía un presentimiento respecto a ese lugar, que él llamaba Ketef Hinnom ("el promontorio del valle de Hinnom", en hebreo ), y que se encuentra sobre la espina dorsal de esta antigua tierra, en el camino que cualquier viajero recorrería al viajar de Belén o Hebrón a Jerusalén. Barkay creía que el otero rocoso, situado entre la ciudad histórica y la ciudad moderna, tenía secretos que revelar.Se detuvo, intrigado al ver algunos pedazos de piezas de cerámica. Tales fragmentos, muchos de los cuales tienen siglos de antigüedad, son comunes en Jerusalén. Barkay supo inmediatamente que aquellos eran especiales. Los llevó a su casa, los lavó y luego los examinó. Su ojo experto reconoció en ellos los restos de unas bellas y graciosas jarras de la época del Templo de Salomón ( siglos VIII al VI, A.C.)En el verano de 1975, aquel terreno cobró vida. Barkay inició una pequeña excavación con 40 voluntarios. Cavaron con diminutas palas, cincelaron cuidadosamente, limpiaron cada nueva capa con finas brochas, y así fueron abriendo una larga y estrecha zanja.Cuando llegaron a cierta profundidad descubrieron las ruinas de una iglesia bizantina, con un fragmento de mosaico que mostraba una perdiz, bellamente coloreada, picoteando un racimo de uvas. También encontraron una campanilla de bronce. "Escuchen", dijo Barkay, y la agitó suavemente en el cálido aire del verano. Todavía tintineaba.Capa tras capa, Barkay y su equipo pusieron al descubierto lo que se ocultaba en ese lugar. Los turcos otomanos, los romanos, los griegos, los judíos de la época del Segundo Templo, los persas, todos habían dejado allí su huella. A Gabi le parecía como si los siglos lejanos hubieran transcurrido el día anterior. Pero él buscaba algo más antiguo, de fines de la Edad del Hierro, o sea la época de Salomón y del Primer Templo de Jerusalén."Más hondo", insistió. Conocía la historia de los pastorcillos que fueron a buscar un cordero perdido hasta las cavernas de Qumram y encontraron los primeros Rollos del mar Muerto; estaba seguro de que en Ketef Hinnom también había cavernas antiguas.Ya en la primavera de 1979, contaba, para una excavación a gran escala, con el apoyo del Instituto de Arqueología de la Universidad de Tel Aviv, de la Sociedad en pro de la Exploración de Israel, y de otros patrocinadores.Su equipo de voluntarios empezó a trabajar la fría y rosada mañana del 25 de junio. "Si desean encontrar un tesoro", les indicó Barkay, "vayan al mercado de antigüedades. Aquí buscamos conocimientos; queremos saber lo que ha ocurrido en el lugar; cómo vivía la gente de otras épocas. Claro que, si encontramos tesoros ... ¡sea en buena hora!"Ordenó que se marcaran en el terreno grandes cuadros, de cinco metros por lado, con clavos de hierro y cuerdas, y trazó un mapa del lugar en un papel cuadriculado.Cuando empezó la excavación, estaba en todas partes a la vez. "Despacio", recordó a uno de sus equipos. "Miren", le indicó a otro. "¿Ven los cambios de color en la tierra? Es como un calendario, que señala cada época".Al tercer día, sonrió triunfante. Pasó un dedo a lo largo de una esquina recién descubierta que estaba limpiamente cortada y era indicio de que se había practicado una horadación en la caliza. La emoción creció cuando, una tras otra, empezaron a surgir más cavidades, dispuestas en hilera: nueve en total. Se trataba de cámaras funerarias, y a juzgar por su arquitectura (el escalón para descender a cada una de ellas, y las bancas labradas en la piedra, sobre las cuales se habían acomodado los restos de los difuntos) correspondían a la época del Primer Templo.Todas las joyas y las ofrendas de las tumbas, como lámparas de aceite, garrafas de vino, jarras de perfume, habían sido saqueadas hacía siglos. Lo único que quedaba eran unos cuantos restos de cerámica.A comienzos de julio, los trabajadores empezaron a quitar las capas superiores de la Cueva 25, llamada así, como todas las demás, por el cuadrado en que se encontraba, según el plano. Era del mismo tamaño que las otras, de cerca de tres metros por lado, y tenía también bancas sepultadas entre escombros milenarios. Sin embargo, al limpiar la tierra que la cubría, Gabi se dio cuenta de que la Cueva 25 era diferente. Sus paredes habían sido talladas y pulidas con mayor cuidado; era evidente que había pertenecido a una familia rica. A lo largo de una de las bancas se veía una hilera de seis apoyos para cabeza esculpidos en la roca, cosa que no tenía precedente. También aquella cueva estaba vacía. Después de limpiar y cepillar sus superficies, lo único que encontraron los trabajadores fue una cuenta de amatista.Gabi buscó debajo de la banca el repositorio, es decir, un hueco en el que se habrían colocado los restos de los difuntos cuando no quedaran más que los huesos. Pero, curiosamente, sólo encontró un montón de piedras. Al parecer, la parte baja de la banca se había desplomado siglos atrás, bloqueando el acceso al repositorio.
Rollo de plata de 2600 años de antiguedad.
Foto: Museo de Israel.Cuando se apartaban los escombros, un voluntario, muchacho de 12 años, lanzó una exclamación ante el tamaño de los restos de cerámica que iban quedando al descubierto. Había allí piezas que podían reconstruirse. Sin embargo, el joven voluntario comenzó a mover los fragmentos antes de que se les fotografiara tal y como estaban; al precipitarse, estaba destruyendo el testimonio histórico."¡Alto!", lo interrumpió Gabi, haciendo un esfuerzo por mantener la calma. "¡Alto!" Si las piedras se habían desplomado antes de la llegada de los saqueadores, podía haber allí un gran tesoro.A comienzos de agosto, Barkay volvió en compañía de experimentados estudiantes graduados de la Universidad de Tel Aviv y del Instituto Norteamericano. El equipo puso al descubierto cuidadosamente la sombría cámara oval, de unos dos metros de ancho por tres y medio de largo. Iluminaba la maravillosa y macabra escena una sola bombilla, que pendía de un cable conectado a la Iglesia Escocesa de San Andrés. Después de más de dos milenios, la cámara todavía guardaba lámparas de aceite, cántaros y garrafas para vino, muchos de ellos aún intactos, y también aretes de plata, raros pedazos de vidrio, cuentas de ágata y cornalina, y huesos humanos: los restos de 95 hombres y mujeres. La riqueza del tesoro fue una sorpresa para el arqueólogo. Su equipo trabajó 24 horas diarias durante todo el fin de semana.La cámara estaba llena de gente. "Lo siento", murmuró Judith Hadley, de Toledo, Ohio, alumna de Gabi, al chocar con otro trabajador. Estaba mirando fijamente algo que había descubierto. Parece una colilla de cigarrillo, pensó, y llamó a su maestro. "Mire esto", le dijo. El miró fijamente el pequeño objeto, y advirtió el color púrpura grisáceo de la plata corroída. Después de dibujarlo en un croquis tal y como se encontraba, se lo entregaron.Barkay lo observó sobre su mano: era un pedazo de plata que alguien había enrollado apretadamente en un siglo lejano, y al que algún antiguo israelita le habría pasado por el centro una cuerda para llevarlo como amuleto. "Debe de haber algo escrito en él", dijo. "Estoy seguro".Después, los trabajadores cernieron la tierra de la cámara y hallaron otro rollo de plata, más pequeño.Ciertos técnicos limpiaron provisionalmente ambos rollos, pero suspendieron su trabajo. "Son muy frágiles", explicaron. "No nos atrevemos a continuar".Durante dos años y medio, Barkay convencido de que los rollos contenían un antiguo mensaje, consultó sin éxito a varios expertos internacionales en restauración de objetos de metal. Por último, se los llevó a Dodo Shenhav, especialista de los laboratorios del Museo de Israel.Shenhav ensayó con muchos métodos. En una prueba se dañó un fragmento de uno de los rollos, pero aquellos dos hombres no se dieron por vencidos. A finales de 1982, probó una nueva técnica: metió el rollo más grande en una solución de sal alcalina y ácido fórmico, y luego cubrió la capa externa con una emulsión acrílica, que al secarse quedó transparente y elástica. Entonces pudo desenrollar la primera capa, y luego las demás, una tras otra. Milímetro a milímetro, durante dos meses, ambos rollos se fueron extendiendo.Cuando el último pedacito de plata quedó aplanado, los técnicos se acercaron. Esperaban algún gran descubrimiento, pero no había nada que ver: los rollos estaban en blanco. Decepcionados, abandonaron el museo. Sólo se quedó un restaurador, David Bigelayzen.Con todo cuidado, Bigelayzen colocó el rollo más grande en un microscopio. Nada aún. Entonces modificó la luz del aparato y, de pronto, ¡allí estaban! Eran los tenues rasgos de antiguas letras hebreas. El restaurador le telefoneó a Barkay: "¡Ven rápido!", lo apremió.Horas más tarde, el 11 de noviembre de 1982, Gabi vio por el microscopio el nombre de Dios, Yavé, escrito en el rollo. Luego encontró la misma palabra en otra línea del texto.Se tomaron diapositivas de los rollos, y Barkay las proyectó sobre una pared para tratar de descifrarlas. Trazó una copia amplificada del mensaje en el reverso de un gran mapa de Israel, el cual dejó colgado sobre la pared del atestado despacho de su casa, en espera de que alguien lo descifrara. Pasaron los meses, y Gabi logró identificar la mayor parte de las letras aún legibles en el rollo. Correspondían a la escritura hebrea de finales del siglo VII A.C., pero, ¿qué palabras formaban? El tiempo corría, y los rollos aún guardaban su misterio.En 1986, el Museo de Israel preparaba una exhibición del tesoro de Ketef Hinnom. Se le pidió a Ada Yardení, especialista en artes gráficas y en escritura antigua, que hiciera un dibujo de los rollos para la exposición. Mientras copiaba las letras del rollo más grande para un primer esbozo, advirtió algo que los otros investigadores no habían notado: un tercer "Yavé".Al día siguiente, habló acerca de ello con un amigo suyo, devoto judío. "¿Conoces la Bendición Sacerdotal?", le preguntó él. "Incluye tres veces el nombre de Dios".Ada Yardeni conocía de memoria esa bendición. ¡Era la clave que todos habían buscado!En su despacho, Barkay volvió a contemplar el dibujo del mensaje. Por fin, las letras se separaron y formaron palabras, que también él conocía de memoria. Cuando era niño, su padre lo bendecía con ellas cada vez que volvían de la sinagoga a su casa.Se trata de las palabras que Dios le enseñó a Moisés y que este trasmitió a Aarón para que bendijera al pueblo de Israel. Actualmente se pronuncian en las sinagogas de Jerusalén en el mismo idioma en que fueron grabadas, hace 2600 años, sobre los rollos de plata. En la Iglesia Escocesa de San Andrés, que se encuentra muy cerca de la Caverna 25, la congregación canta esas palabras, aunque en otro idioma, después de que los niños reciben el bautismo. Y de manera similar, en las iglesias católicas y protestantes del mundo entero se oye el eco de la bendición.Esta es la plegaria de los rollos, que corresponde casi palabra por palabra a la Bendición Sacerdotal que aparece en Números 6:24-26, y es muy similar a la bendición que se lee en Salmos 67:1 y 4:6:Que Yavé te bendiga y guarde.
Que Yavé haga resplandecer su faz sobre ti y te dé su gracia.
Que Yavé vuelva su rostro y te traiga la paz.