ADELANTOS EN LA LUCHA CONTRA LA TOXICOMANÍA
Publicado en
septiembre 23, 2012
Tras una serie de notables descubrimientos, ahora los científicos ya saben cómo funciona la cocaína, cómo aminorar su terrible dominio... y cómo estos nuevos conocimientos pueden aprovecharse para tratar a toda clase de adicciones.
Por Peggy Mann
EL DÍA siguiente de que falleciera el estrella norteamericano del basquetbol Len Bias, víctima de la cocaína, los traficantes estaban en el mercado con una "nueva" marca de la droga: la cocaína Len Bias, la llamaban, empleando a la muerte misma como anuncio. "Ahora tenemos cocaína Len Bias".
El tráfico multibillonario de cocaína —que representa 50,000 millones de dólares anuales tan sólo en Estados Unidos— deja tras sí miles de vidas arruinadas, problemas de salud que van desde lesiones cardiacas y trastornos pulmonares hasta genes afectados y graves psicosis. Y, sin embargo, eso no parece preocupar a sus adictos. Al anular los principales impulsos cerebrales de supervivencia —hambre normal, sueño e instinto sexual—, la cocaína engaña al cerebro, haciéndole creer que no hay peligro.
Pero mientras las noticias sombrías se multiplican, notables descubrimientos acerca de la química cerebral señalan una cura de la dependencia de la cocaína... y posiblemente de otras adicciones. Cuatro grupos de investigadores, trabajando cada uno de ellos independientemente y por caminos distintos, han llegado a una misma solución: unos medicamentos que corrigen los desequilibrios que causa la cocaína, eliminando así el ansia incesante del cocainómano.
EL DOCTOR FOREST TENNANT
La esperanza en el nuevo tratamiento comenzó con el farmacólogo e internista Forest Tennant director de Community Health Projects, Inc., de California. En 1981, Tennant observó un notable aumento del nú mero de cocainómanos que estaba examinando. Casi todos le hacían llegar el mensaje desesperado: "Doctor, sigo intentándolo, pero no puedo abandonarla". Habían probado con grupos de autoayuda, psicoterapeutas y hospitalización... sin resultados positivos.
Por entonces, la cocaína aún estaba clasificada por la comunidad médica como droga causante de hábito psicológica, pero no físicamente. Por tanto, se consideraba que la psicoterapia era el único tratamiento posible.
Pero Tennant comenzó a sospechar que también pudiera ser físicamente causante de hábito y que, por consiguiente, habría que encontrar un medicamento que disipara el ansia incontenible.
Los cocainómanos a los que veía Tennant le recordaban a niños hiperactivos, por lo que se propuso tratarlos como a tales. Dio a cada uno de ellos, a prueba, una dosis moderada de diferentes medicinas aprobadas contra la hiperactividad. Pero la cocaína seguía al alcance de esos pacientes, que eran externos y que no pudieron resistir la tentación. Tennant se desalentó.
Entonces, una tarde, cierto paciente de 34 años llamado Joe se presentó con un mensaje sorprendente: "Doctor", le dijo, "esta mañana un amigo me ha ofrecido una dosis, y ni siquiera la deseé. Sólo la miré".
A Joe le habían dado desipramina, que forma parte de una familia de antidepresivos llamados tricíclicos, por los tres anillos de su estructura química. Joe había sido conductor de camiones, pero bajo la influencia de la cocaína había causado un choque de vehículos. Ahora estaba desempleado y a cargo de la comunidad, y para satisfacer su hábito que le costaba 100 dólares diarios se dedicaba al tráfico de drogas. Joe siguió un tratamiento diario de desipramina, y quedó liberado.
Tennant intentó esa misma medicación con otros pacientes. Resultó bien con algunos, reduciendo o suprimiendo su afán; en otros tuvo poco o ningún efecto. Sin embargo, Tennant sentía que iba por buen camino. Por lo visto, el ansia de cocaína sí podía ser afectada por algún medicamento. De modo que siguió buscando.
EL DOCTOR JEFFREY ROSECAN
Al año siguiente, un joven psiquiatra de Manhattan, Jeffrey Rosecan, oyó que un paciente le decía:
—Mi cocaína debe de tener algo malo, doctor. Ya no me hace ningún efecto.
—Reclámele a su agente; no a mí —sugirió Rosecan.
A diferencia de Tennant, que había publicado más de 150 artículos de investigación sobre el tema, Rosecan no conocía este muy bien. En la escuela de medicina había asistido a unas cuantas conferencias sobre drogas, y tendía a aceptar la idea común de que la cocaína no causaba más hábito que las papas fritas. Su principal foco de interés era la conducta compulsiva, competitiva y tensa, que estaba investigando en el Centro Médico Columbia-Presbyterian, en la Ciudad de Nueva York.
A la semana siguiente, aquel mismo paciente dijo a Rosecan: "Puesto que la cocaína no me hace ya ningún efecto, voy a dejarla". Se trataba del presidente de una compañía de comunicaciones, y su personalidad era la típica autoritaria y fácil de caer en depresiones. Había estado tomando de tres a cinco gramos de cocaína a la semana, durante varios años.
Pocos días después, otro paciente de tipo competitivo, un joven, alto empleado de publicidad, le informó que también él había perdido la afición a la cocaína. Rosecan, sorprendido, revisó de nuevo los casos de ambos pacientes. Puesto que éstos padecían depresión, les había estado recetando imipramina, medicamento antidepresivo común (y también tricíclico, estrechamente relacionado, por su fórmula, con la desipramina). ¿Habría afectado este producto el ansia de cocaína?
Curioso, Rosecan estudió la bibliografía farmacológica. Le asombró comprobar que unos olvidados estudios sobre animales, efectuados en los años setenta, indicaban que la cocaína sí causaba hábito físicamente; en realidad, era la droga que más hábito causaba. El uso de la cocaína provocaba desequilibrios químicos en el cerebro, afectando tres importantísimos neurotransmisores (activadores químicos). Esos tres— la dopamina, la serotonina y la norepinefrina— también intervenían en la depresión.
Rosecan comenzó a recetar imipramina a todos sus pacientes que eran usuarios crónicos de cocaína. Además, agregó dos aminoácidos —el triptófano L y la tirosina L—que son los "precursores" (bloques de construcción químicos) de los tres neurotransmisores. En el Congreso Mundial de Psiquiatría celebrado en Viena en julio de 1983, Rosecan presentó sus hallazgos sobre 12 pacientes tratados durante diez semanas. Siete prescindieron por completo de la cocaína; los otros cinco redujeron su uso en más de la mitad. Todos informaron que la medicación suprimía la euforia producida por la cocaína y aminoraba el ansia.
Aun cuando en el congreso tropezó con escepticismo, al volver Rosecan comenzó el primer programa de tratamiento contra el abuso de la cocaína de la Costa del Este de Estados Unidos. Al cabo de un año se había convertido en importante experto en cocaína y era director del Servicio de Tratamiento e Investigación de la Cocaína en el Centro Médico Columbia-Presbyterian. Y el 80 por ciento de sus pacientes abandonaron el consumo de la cocaína.
LOS DOCTORES FRANK GAWIN Y HERBERT KLEBER
Una noche del invierno de 1982, el doctor Frank Gawin llevaba horas sentado en la sala de urgencias del Hospital Yale-New Haven, en New Haven, Connecticut, con un estudiante que había intentado suicidarse por no haber conseguido cocaína. Gawín, médico de 28 años que había estado especializándose en psicofarmacología, pensó que la desesperación del estudiante podría tener una base neuroquímica.
Cuando quedó vacía la sala de urgencias, examinó los estudios hechos con animales en relación con la cocaína. Le fascinó ver que los centros de placer del cerebro de la rata se vuelven menos sensibles después del uso crónico de cocaína. La dopamina parece ser el neurotransmisor que causa el placer. Si se le hiperestimula mediante cocaína, el sistema de dopamina se calma. Supuso entonces que tal vez por ello los adictos crónicos a la cocaína reaccionan menos a los placeres normales, se trate del sexo o de una puesta de sol.
Gawin sabía que los psiquiatras tratan la depresión clínica con antidepresivos tricíclicos para aumentar la sensibilidad en los centros cerebrales del placer. Se preguntó si tales medicamentos podrían aliviar también la anhedonia (carencia de placer) de la cocaína.
Presentó su hipótesis al psiquiatra Herbert Kleber, director de la unidad de tratamientos contra el abuso de sustancias, en Yale. Kleber quedó intrigado. Ambos idearon un estudio con cuatro grupos de pacientes cocainómanos. El grupo A recibió litio; el grupo B, metilfenidato; ninguno de los dos es tricíclico; son medicamentos para regular el humor. El grupo C no recibió medicación; al grupo D se le dio desipramina trícíclica.
"Al principio, ninguno de ellos mejoró", recuerda Gawin. "Pero durante la tercera semana hubo una reducción espectacular en el consumo de cocaína por uno de los grupos: el que tomaba desipramina".
En marzo de 1984, Gawin y Kleber iniciaron un estudio controlado de tres años, financiado por el Instituto Nacional contra el Abuso de Drogas de Estados Unidos; en ese programa, 75 cocainómanos recibieron fuertes dosis de desipramina. Los datos preliminares, dice Gawin, son "muy alentadores".
LOS DOCTORES CHARLES DACKIS Y MARK GOLD
Durante el invierno de 1984, el doctor Charles Dackis, por entonces director de la unidad de evaluación neuropsiquiátrica del Hospital Fair Oaks en Summit, Nueva Jersey, tropezó con un extraño problema entre un grupo de pacientes que también eran cocainómanos. Los hombres tenían formación de senos y se quejaban de impotencia; a una mujer le chorreaba leche de los pezones. Dackis ordenó hacer pruebas de nivel de prolactina, y los resultados fueron notablemente altos. Diez es lo normal. Aquellos pacientes estaban llegando hasta 100. El doctor Dackis sabía que los aumentos de esta hormona indican frecuentemente niveles bajos de dopamina.
Otro hecho curioso confirmaba este hallazgo. Muchos de los que llamaban al número de emergencia del hospital para casos de cocaína informaban de síntomas similares a los del mal de Parkinson: temblores, movimientos más lentos, rigidez y depresión. Es sabido que el mal de Parkinson vacía las células de dopamina. Y, sin embargo, estudios de animales han mostrado que la cocaína provoca un aumento de dopamina en las células; en realidad, este aumento es la causa de la euforia de los cocainómanos.
Estando en su casa un sábado de mayo, Dackis encontró un artículo poco difundido: "Importancia de los metabolitos de dopamina en la evaluación del efecto de las drogas sobre las neuronas dopaminérgicas", por A. M. DiGiulio, investigador italiano que había encontrado en 1978 cantidades importantes de metabolitos de dopamina en la sangre de ratones cocainómanos.
"¡Eureka!", gritó Dackis a su esposa. "¡He resuelto el acertijo! Y quizá mucho más aún".
Y le explicó su teoría: en realidad, la cocaína es dos drogas a la vez. Su consumo a corto plazo incrementa el placer; el uso prolongado de esta droga lo reduce, llevando a la depresión.
—Creo que actúa en esa misma forma dentro del cerebro —dedujo Dackis—. El exceso de dopamina causado por la cocaína produce euforia. Pero este es únicamente el efecto a corto plazo. Con el tiempo, el exceso es metabolizado y expulsado del cuerpo... y tiene por resultado un agotamiento de la dopamina. Y esta es la causa del ansia invencible.
¡Los receptores están exigiendo más dopamina!
—Quizá otros deseos también sean biológicos —sugirió Mary, su esposa, que es psicóloga clínica.
Dackis presentó su teoría al doctor Mark Gold, director de investigaciones en Fair Oaks, y ambos decidieron someterla a prueba recetando bromocriptina a dos pacientes cocainómanos. La bromocriptina —que imita la acción de la dopamina— se emplea para tratar el mal de Parkinson y los niveles elevados de prolactina. Tras ingerir bromocriptina, los pacientes informaron que su ansia de cocaína había desaparecido en 30 minutos.
A continuación, los médicos experimentaron con otros 13 pacientes y descubrieron que la bromocriptina dominaba rápidamente su ansia inmediata de cocaína. Pero una necesidad intensa de cocaína puede volver meses o años después de que un paciente se haya "regenerado". ¿Podría combatir la bromocriptina también ese tipo de ansia? Dackis y Gold no sabían la respuesta, dado que su trabajo se realizaba en un hospital. Pero alentaron al doctor Tennant, de California, a aprovechar sus investigaciones.
"NO HAY CURACION MILAGROSA".
En octubre de 1985, también Tennant encontró lo que ha dado en llamar la conexión cocaína-mal de Parkinson. Estaba tratando a adictos profundamente enviciados, tan nerviosos y excitables que le hacían pensar en "niños hiperactivos y con mal de Parkinson". Por consiguiente, recetó a siete de ellos un medicamento para esa enfermedad llamado amantadina. Una hora después de la primera dosis, un joven tenista, adicto a la cocaína desde hacía tres años, comunicó, asombrado, a Tennant: "¡No siento ansia ni depresión!" Los otros pacientes tuvieron esa misma reacción.
Durante el año siguiente, Tennant administró amantadina a 100 pacientes externos: cuatro cápsulas diarias durante tres semanas. "Para muchos", dijo, "el ansia se interrumpió desde el primer día. Pudieron comer y dormir normalmente. No estaban deprimidos".
Después del régimen de tres semanas, algunos temieron no poder superar el vicio, de modo que Tennant les administró desipramina o imipramina con aminoácidos, en tratamiento prolongado. Además, se les dio asesoramiento, junto con educación contra las drogas.
Desde el comienzo del programa de tratamientos, en octubre de 1985, se ha regenerado aproximadamente el 75 por ciento de los pacientes de Tennant. "Parece que muchos podrán seguir regenerados sin necesidad de más medicina ni de psicoterapia", indica el médico.
"Pero el mayor peligro es que alguien se convenza de que ya está curado. Probará la cocaína sólo una vez más, y así se encontrará nuevamente sumido en el pantano del vicio. No hay curación milagrosa para esta droga".
"Estas medicaciones representan un gran progreso en los tratamientos contra el abuso de las drogas", concluye Tennant. "Hemos hallado la manera de restablecer el equilibrio cerebral. Y esperamos que esta información pueda emplearse para crear tratamientos contra otras adicciones. Los medicamentos pueden ser administrados por médicos generales, internistas o psiquiatras. De modo que, por ahora, lo más importante que podamos hacer para poner fin a esa calamidad consiste en poner al alcance de todos este tratamiento, que es a la vez barato y prometedor".