RECUERDO TODOS MIS PECADOS (Joe Haldeman)
Publicado en
agosto 19, 2012
Titulo original: All My Sins RememberedA Gordy Dickson:
escultor, tejedor,
chapucero jovial.
ENTREVISTA:
EDAD, 22
—Cierre los ojos.
—De acuerdo.—¿Siente algo?—No.—Bien. Abra los ojos. Diga su nombre, edad, número de asistencia social.—Otto McGavin. Veintidós años. 8462-00954-3133.—¿Por qué desea un empleo en la Confederación?—Quiero viajar y hacer cosas. Nunca he salido de la Tierra. Me parece que esta es la forma más interesante de hacerlo. Creo en la Confederación y quiero ayudar a proteger los derechos humanos y no humanos.—¿Significan algo para usted las iniciales TBII?—No.—¿Sería capaz de mentir, estafar, robar y asesinar para proteger los derechos humanos y no humanos?—Yo... soy anglobudista.—¿Asesinaría si algo importante dependiera de ello?—No lo sé. No lo he pensado.—Relájese....McGavin se encuentra consigo mismo, caminando por un callejón de una ciudad extraña. Hay un bulto pequeño y duro a la derecha de su región lumbar. Lo inspecciona: es una pistola láser. Mientras la sostiene en su mano, una figura salta desde las sombras. "Eh, suelte la pasta", dice. Y McGavin dispara instintivamente. Lo mata.—¿Haría usted eso?—No lo sé. Creo que sí. Y sentiría remordimiento, y desearía que su alma...—Relájese....el mismo callejón, en penumbras. Delante de él, dos hombres de pie bajo una luz mortecina. Uno de ellos sostiene un cuchillo. "Estése quieto y no le haré daño." Otto dispara al asaltante por la espalda. Lo mata.—¿Haría usted eso?—No lo creo. Esperaría para ver si realmente intentaba herir al hombre..., y luego le daría la oportunidad de rendirse.—Relájese....el mismo callejón. Otto espía por una ventana, láser en mano. Dentro, un hombre sentado bebe té y lee. La misión de Otto es asesinarle. Apunta con cuidado y le dispara a la cabeza.—¿Haría usted eso?—No.—Muy bien. Mancha de tinta. Lima de uñas. Sopa. Fandango.Otto sacude la cabeza y mira el reloj sobre la pared de la oficina.—No ha sido demasiado largo... —dice.—Pocas veces lo es —le responde el entrevistador, mientras un asistente desprende los electrodos adheridos a la cabeza, brazos y pecho de Otto.Otto vuelve a ponerse la camisa.—¿Cree que he aprobado?—Bueno, este no es un test de los que se 'aprueban' —dijo cogiendo una hoja de papel de la pila de formularios de Otto para deslizaría a través del escritorio—. Por favor, marque la casilla 'Entrevista terminada'. Hay varios puestos para los que usted es indudablemente apto. En qué momento le llamarán, esa es ya otra cuestión.Se levantó para irse.—¿Cuándo volveré a verle?—Dentro de dos o tres días.Se estrecharon la mano y Otto salió. El entrevistador se tocó una oreja para activar un comunicador, y recitó una serie de números.—Hola, Rafael. He terminado con McGavin. Quizá puedas utilizarle —hizo una pausa para escuchar—. Bueno, su entrenamiento académico es apropiado. Política y economía en general, xenosociología en particular. Espléndida condición física. Ganador del megatlón, reflejos felinos. Veo un solo problema: es demasiado idealista. Religioso. Serio.—Seguro que podemos utilizarle. Enviaré los papeles. Corto.Pensó que había esperanzas para McGavin. En la segunda situación había dicho que daría al hombre una oportunidad de rendirse, no de escapar.PRÓLOGO
Dos años después.
Otto caminaba lentamente por la acera móvil que bordeaba el río East, gozando de la brisa otoñal y el penetrante olor a ozono que brotaba de la ruidosa corriente de tráfico que corría bajo sus pies. Trataba de contener su excitación al acercarse al edificio de la H.U. Su primera misión fuera del planeta.Había ido a la Luna como parte de su intenso y desconcertante entrenamiento, pero la Luna era sólo un suburbio de la Tierra. Ahora sería real.La oficina de Georges Ledoux estaba en el subsolano del edificio. Al salir del ascensor había que atravesar un anillo detector vigilado por dos tiesos hombres armados. Otto no se desvió de su camino.En la tercera puerta había una tarjeta que decía G. Ledoux / Planeamiento. La puerta se abrió antes que Otto llamara.—Adelante, señor McGavin.La oficina era un lugar alegremente desordenado, pilas de papeles de una docena de mundos, un maltrecho escritorio de madera, mullidos sillones tapizados con raído pero auténtico cuero. Ledoux era un hombre delgado y calvo, vestido de cuero, y sonriente. Señaló a Otto una silla.—Hablaremos de su misión enseguida, pero antes me gustaría aclarar unas pocas cosas sobre lo que ha estado haciendo en los dos últimos años. Usted sabe que buena parte de su entrenamiento fue realizada bajo hipnosis...—Fue fácil darse cuenta.—Correcto. Ahora ha llegado el momento de llevar todo eso a la superficie —observó atentamente un pedazo de papel que tenía en la mano—. Cierre los ojos... "Atlas, pelota de playa, mantra, peste."...precipitado negro de yodo e hidróxido de amonio... En el riñón hay lesiones superficiales producidas por un golpe..., de patadas, no puñetazos... Busque los ojos del enemigo... Oculte el puñal hasta que esté a su alcance... Estallidos breves para conservar energía... Maneje la espada con la cabeza, no con el corazón... Dedos rígidos sobre la región blanda bajo el esternón, dirigidos a la columna vertebral... Cuando él caiga, patee su cabeza... Venda cara su vida, no la deje escapar...—¡Dios mío! —Otto abrió los ojos.Ledoux tomó de su escritorio un puñal de hoja pesada y lo lanzó directamente al corazón de Otto. Sin pensar, Otto lo atrapó en el aire.—No... No soy un diplomático, después de todo.—No. Sabe lo suficiente de diplomacia como para aparentar serlo. Eso es todo.—¿Soy operador clase dos de la TBII?—Correcto. Y candidato a operador principal dentro de un año.Otto sacudió la cabeza como para aclarar sus pensamientos.—Lo sé —dijo Ledoux, suavemente—. No es el proyecto en que usted se embarcó.Otto jugaba con el puñal.—Más interesante, en verdad. Y más útil.—Nosotros pensamos lo mismo. Esta primera misión no requerirá una personalidad artificial —la frase disparó una memoria con dos meses de entrenamiento—, pero será un asunto de la TBII, de todos modos. Su asistente será una operadora principal llamada Susan Avery, en el planeta Estación.—Arturo IV —dijo Otto, con un dejo de asombro.—Sí. Ella usa el nombre de Olivia Parenago en el planeta. Embajadora de la Tierra.—¿Dónde está la Parenago auténtica?—Muerta, asesinada. ¿Sabe qué significa 'negocio de protección'?Otto negó con un movimiento de cabeza.—Es un término ambiguo para designar un tipo especial de chantaje. Aparezco y le ofrezco no incendiar su lugar de trabajo, con usted dentro, por cierta suma de dinero pagada regularmente.—Parece un asunto para las autoridades locales.—Normalmente, sí. Olivia Parenago se vio envuelta porque sospechaba que eso afectaría al comercio interestelar, lo que técnicamente pone el asunto bajo nuestra competencia... Las autoridades locales son evidentemente corruptas. Con la muerte de un embajador, desde luego, no hay duda que es un asunto de la Confederación, un asunto de la TBII.McGavin asintió lentamente.—¿Representaré a alguien en particular?—Sólo a usted mismo. Un agregado joven de la Embajada. Tendrá que encargarse de varias funciones: entrega de medallas y placas conmemorativas..., ese tipo de cosas. Mientras tanto, ayudará a Avery moviéndose, investigando y... empleando la violencia, si es preciso.—¿Cree que habrá violencia?Se encogió de hombros.—Los únicos en el planeta que conocen la sustitución, además de usted y Avery, son los que asesinaron a la Parenago. La mataron brutalmente.—¿Está seguro que fueron más de uno?—Al menos tres. Dos la sostuvieron de las piernas y los brazos mientras el tercero la mataba sin ninguna prisa.Estación era un planeta bastante evolucionado que se movía en una órbita apretada alrededor de Dormilón, el invisible compañero de Arturo (su nombre 'real' era TN Boyero AA). Dormilón era el nexo taquiónico más cercano de la Tierra, por lo que todas las naves fuera de rumbo se detenían en Estación para cargar combustible y reaprovisionarse.Otto estaba alojado en Jonestown, la ciudad más grande del planeta. Tenía una universidad y un espacio puerto, y era el lugar más tumultuoso, sucio, sórdido y ruidoso que hubiera visto nunca. Le gustaba.Estaba caminando con Susan Avery por el cinturón industrial, un lugar donde no había posibilidad de que los escucharan. Ella era algunos años mayor que él, inteligente y vigorosa aunque no atractiva físicamente (en verdad no había forma de describir cómo era: lo mejor, una fotocopia perfecta de Olivia Parenago). Era operadora principal desde hacía cinco años.—Tenemos un nuevo confidente —dijo ella.—¿...más hábil que el último para mantenerse vivo?—Eso esperamos.El primer informante, un comerciante que había decidido dejar de pagar, había muerto en un accidente industrial en la media hora transcurrida entre su llamada telefónica a la Parenago y la llegada de esta última a la tienda del comerciante.—Esta es archivera de los tribunales del tercer distrito —dijo ella retomando su información—; la conocí en un almuerzo y me pasó una nota. Gracias a algunos tecnicismos jurisdiccionales tiene acceso a los archivos de la policía.—¿Dijo algo especial?—Sólo que creía tener pruebas de una violación a la Carta. Parece que hay dinero extraplanetario que va a dar a bolsillos policiales... Salgamos del puerto. Pueden vernos.Caminaban por una ensenada dominada por una enorme planta electrolítica productora de oxígeno para el abastecimiento de navíos espaciales, e hidrógeno para las plantas de energía locales. Llegaron hasta el final del puerto y se sentaron allí, observando la suave caricia de las purpúreas algas marinas contra los pilares. Había un ligero aroma a cloro en el aire.—Ella no quiere enviar su prueba a Jonestown: no quiere retirarla de su oficina hasta asegurarse de que estará bien lejos cuando comiencen los problemas.—Razonable.—Seguro. Haré que le preparen una visita de dos semanas a las plantas de Dormilón, bajo un nombre falso. Esta tarde recogeré sus billetes a Sílice.—¿Voy contigo?—No. Volveré sin tardanza esta noche. Quiero que vuelvas a la oficina y hagas un algoritmo de todas las contingencias. Observa la ciudad y las tablas estatales de organización y determina cuántos administradores de la Confederación y cuánta fuerza de choque se requiere para tomar el mando de la policía... Rápido, y si es posible, sin derramar sangre. Envíales una orden con mi nombre y código para ser ejecutada en veinticuatro horas, si no hay cancelación previa. "Las explicaciones se envían luego." Después, vuelve a tu alojamiento y cierra la puerta hasta que tengas noticias de mí. ¿Está claro?—Si no he entendido mal..., ¿comandos de choque?—Los mejores; abstente de demoler la ciudad. ¿Estás equipado?—Ejem, no —la pistola del sobaco le había provocado una irritación.—Otto —puso una mano sobre su rodilla—. Sé que eres un tipo amable, pero tú has visto lo que esos hijos de puta le hicieron... a la verdadera Olivia.El asintió. Había visto una holografía en la Tierra que le había hecho sentirse incómodo, los primeros días, junto a Avery. La visión de su cara le hacía acordarse del cuerpo mutilado.—Vístete entonces con equipo doble. Quiero mantenerte en una pieza —se levantó—. No quiero envolver a más gente de la embajada en esto. ¿Necesitarás alguna ayuda técnica para acabar con este asunto?—No, es el mismo tipo de maquinaria que usábamos en el entrenamiento —comenzaron a caminar alejándose del puerto—. ¿Nos separamos?—No si no estás equipado —deslizó suavemente una mano bajo su bíceps y se acercó a él, disminuyendo la marcha—. Actúa como si fuéramos amantes dando un paseo —dijo ella con un susurro de conspiración.Fue un acto sorprendentemente fácil.—¿No te alejaré de tu camino?—El trasbordador a Sílice no saldrá hasta dentro de seis horas. Tengo mucho tiempo aún.Otto se preguntó para qué necesitaría ella tiempo, y más tarde encontró la respuesta. Avery abordó el trasbordador sólo dos minutos antes del despegue.La computación, codificación y transmisión del mensaje ocupó a Otto hasta la medianoche. Siguiendo los consejos de Avery dejó la embajada por una entrada secreta, efectuó un rodeo hasta su casa, a pie, y penetró en su apartamento por el techo y la puerta de servicio. Lo único que le preocupaba era ser confundido con un ladrón.Durmió completamente vestido y armado, sintiéndose ridículo. Fue despertado en forma desconsiderada; el teléfono estaba sonando...No era Avery: llamaban de la embajada preguntando por el paradero de ella. Otto dijo que no lo sabía. El hombre se quejó de las múltiples entrevistas que ella debía realizar en el día. ¿Podía venir Otto y sustituir a Avery hasta que ésta apareciese? Por supuesto.Fue directamente a la oficina y nadie trató de asesinarle. Se sentó tras el escritorio de Avery ocho horas, siendo amable con la sucesión de quejumbrosos que trataban de encontrar una posición cómoda con la pesada Westinghouse reglamentaria colgando en su costado izquierdo y una pequeña Walther nemónica en su funda de resorte ubicada en la región lumbar. Llamó por teléfono al departamento de Avery entre cada entrevista, y al no tener respuesta comenzó a preocuparse.Cuando acabó la jornada se dirigió apresuradamente a la casa de Avery. Golpeó la puerta, tocó el timbre y finalmente trató de hacer saltar la cerradura. Los agentes de la TBII conocían muchas formas de violar cerraduras, pero eso a veces era contraproducente: Avery conocía seguramente más trucos que Otto. Pensó usar la Westinghouse, pero en lugar de hacerlo buscó al encargado y le obligó a abrir la puerta.No había nadie en la sala de estar, pero faltaba una ventana; los bordes habían sido limpiamente fundidos alrededor del marco. El encargado comenzó a exigir que quería saber quién iba a pagar los daños.Siguió a Otto de habitación en habitación, quejándose. Cuando Otto abrió la puerta del cuarto de baño olió algo extraño, cerró los ojos y pronunció una plegaria budista de tres palabras. Entró y encontró a Susan Avery tirada desnuda en la bañera, boca abajo, inmersa en dos centímetros de sangre coagulada.RE-EXAMEN:
EDAD, 32
—Revisión biográfica. Por favor, adelante:
—Soy Otto McGavin, nacido el 24 de abril del 198 DC, en la Tierra, con ciudadanía legal sanguínea en...—Salte a los veintidós años. Por favor, adelante:—Creía que había sido instruido por la Confederación en xenosociología o en diplomacia, pero resultó que había estado dos años en la TBII, siempre en terapia profunda, de forma que no pudiera recordar. Había armas y trucos sucios, se extrañaba que los otros estudiantes siempre tuvieran más cosas que yo de qué conversar sobre la enseñanza, pero mi consejero decía que eso era normal, yo respondía 'muy bien' bajo hipnosis y eso podía facilitar y acercar mi graduación, pero al cumplir los veintidós, recuerdo, sentí que había trabajado más duro que nadie, pero...—Lo había hecho, Otto. Salte a los veinticinco años. Por favor, adelante:—Fui operador de clase dos hasta mediados del 223, en que alcancé el grado de operador principal y tuve mi primera personalidad artificial, representando a Mercurio de Follette, director de una unión de crédito en Mundo La-gardo-f, sospechoso de estar implicado en la violación del artículo tres.—¿Era culpable? Por favor, adelante:—Por supuesto que lo era, pero nosotros queríamos incriminar a otros, eliminando a todos sus posibles sucesores.—Salte a los veintiséis. Por favor, adelante:—Fue el año que maté mi primer hombre durante mi tercera misión como principal. En cierto sentido fue en defensa propia, sólo en cierto sentido. El me tenía a su merced aunque no lo supiera. Luego yo tenía que matarle o él podría hacer lo mismo conmigo, de manera que en cierto sentido fue en defensa propia...—Sicigia.—En cierto modo fue...—Oso hormiguero. Culto satánico.—en defensa propia...—Gerundio. Duerma ahora.EPISODIO:
PREPARAR EL CRIMEN
1
Todos los caminos parecían cuesta arriba a causa de la gravedad artificial. El doctor en filosofía Isaac Crowell hizo una pausa para recobrar el aliento, echó atrás el pelo húmedo que caía sobre su frente, y llamó la puerta de la sección privada de psiquiatría, que se abrió deslizándose.
—Ah, doctor Crowell —el hombre tras el escritorio era tan delgado como Crowell gordo—. Entre, por favor. Siéntese.—Gracias —Crowell se acomodó en una silla de aspecto sólido—. Usted, ejem, usted quería...—Sí —el psiquiatra se inclinó hacia adelante y habló con claridad—: Sicigia. Oso hormiguero. Culto satánico. Gerundio.Crowell parpadeó lentamente. Luego bajó la mirada hacia la expansión de su vientre y sacudió la cabeza, sorprendido. Tomó su pellejo con el pulgar y el índice, y pellizcó.—¡Ouuch!—Buen trabajo —dijo el psiquiatra.—Maravilloso. ¿No podían haber hecho que el tipo se sacara algunos kilos de encima antes de meterme dentro de él?—Era necesario mantener la imagen, Otto.—Otto... Sí. Eso vuelve, todo... Ahora. Yo soy...—¡Espere! —el hombre apretó un botón de su escritorio y la puerta se cerró con un susurro—. Lo siento. Adelante...—Soy Otto McGavin, operador principal. Uno de los principales de la TBII, y usted es tan psiquiatra como yo soy el doctor Isaac Crowell. Usted es Sam, ejem, Nimitz. Era jefe de sección cuando estuve en Mundoprimavera.—Correcto, Otto... Tiene muy buena memoria. No creo que nos hayamos visto más de dos veces.—Tres veces. Dos fiestas y una partida de bridge. Su compañera tenía un grand slam y ni siquiera hoy logro imaginar cómo hizo la trampa.Nimitz se encogió de hombros.—Era una principal, también.—Sí, 'era'. Usted sabe que ahora está muerta.—Creo que no estoy autorizado a...—Por supuesto. Usted es ahora mi oficial de instrucción, ¿no es cierto?—Así es —Nimitz sacó un largo envoltorio de un bolsillo interior de la capa. Rompió el sello plástico y lo extendió hacia Otto—. Tinta de cinco minutos —dijo.Otto recorrió rápidamente las tres hojas y luego las leyó poco a poco del principio al fin. Las devolvió justo cuando la impresión comenzaba a desvanecerse.—¿Alguna pregunta?—Bien... De acuerdo. Soy este viejo y gordo profesor, Crowell. O lo seré en cuanto usted repita las secuencias mnemotécnicas. ¿Puedo expresarme tan bien como...?—Probablemente no tan bien. No hay cintas de enseñanza de bruuchiano: Crowell es la única persona que alguna vez se preocupó de aprender un dialecto de ese idioma.»Ha estado aprendiéndolo bajo hipnosis mutua con él durante cinco semanas. ¿Tiene la garganta irritada?Otto levantó una mano para tocar su nuez de Adán, y la retiró con disgusto al chocar con la cuarta papada de Crowell.—Dios, este tipo tiene un aspecto asqueroso. Sí, siento como si la tuviera un poco irritada.—El lenguaje tiene similitudes con el gruñido. Aprendí una frase común de las suyas —hizo un ruido similar al quejido de un rinoceronte.—¿Qué infiernos significa eso?—Es un saludo general de modalidad informal en el dialecto que usted aprendió: "Las nubes no son para su familia. / Es lícito que muera el sol." Por supuesto, esto rima en bruuchiano. Todo rima en bruuchiano: todos los nombres acaban en la misma sílaba. Un eructo prolongado.—Maravilloso. Tendré laringitis al cabo de media hora de charla.—No. Recordará que en su equipaje tiene comprimidos que aliviarán su garganta, una vez que retorne al interior de Crowell.—Muy bien —Otto masajeó su enorme muslo—. Mire, espero que en este trabajo no haya mucha acción. Debo estar transportando aproximadamente mi propio peso en plasticarne...—Casi ha acertado.—El informe dice que Crowell no ha estado en el planeta desde hace once años... ¿No podían haber puesto que estuvo siguiendo una dieta de adelgazamiento?—No, era posible que se topara con algún conocido reciente. Además, una parte del trabajo requiere que usted parezca lo más inofensivo posible.—No me importa parecer inofensivo..., ¡pero con una gravedad de 1,2 voy a ser inofensivo! Me costó mucho hacer la sudorosa caminata por el pasillo... a menos de gravedad 1. Como...—Tenemos confianza en usted, Otto. Los operadores principales siempre salen adelante cuando es necesario.—...o mueren intentándolo. Maldito condicionamiento hipnótico.—Es por su propio bien —Nimitz comenzó a llenar su pipa—. Sicigia. Oso hormiguero. Culto satánico. Gerundio.Otto se desplomó sobre la silla. Su respiración siguiente fue un ronquido.—Otto, cuando despierte será Otto McGavin en un diez por ciento, y el doctor Isaac Crowell, su personalidad artificial, en un noventa por ciento. Recordará su misión y su entrenamiento como operador principal..., pero su reacción inicial ante una situación normal será con la personalidad y los conocimientos de Crowell. Sólo en situaciones de peligro sus reacciones serán las de un operador principal. Gerundio. Culto satánico. Oso hormiguero. Sicigia.Crowell/McGavin despertó con un corto ronquido. Se levantó trabajosamente de la silla e hizo un guiño a Nimitz, diciendo con una grave voz de Crowell:—Le estoy agradecido, doctor Sánchez. La terapia ha sido de lo más sedante.—De nada, doctor Crowell. La nave me paga por esto.2
—¡Esto es un ultraje terrible! Joven..., ¿sabe usted quién soy yo?
El inspector intentó parecer aburrido y hostil al mismo tiempo. Volvió a poner la cápsula identificatoria de Crowell en el visor de microfichas y la contempló un largo rato.—De acuerdo con esto usted es Isaac Crowell, procedente de macrobastia, nacido en Terra. Tiene sesenta años y aparenta setenta. No veo por qué no debería desvestirse para pasar la inspección...—Exijo ver a su supervisor.—Negativo. Hoy no está. Puede esperarle en aquel cuartito. Tiene una buena cerradura.—Pero usted...—No voy a llamar a mi jefe en su día libre; y menos por un gordo extranjero tímido. Puede esperar en ese cuarto. No se morirá de hambre.—Oiga, pero si... Oiga —dijo un hombrecito regordete con un montón de rulos engomados sobre la cabeza—. Qué parecido a... ¡Isaac! ¡Isaac Crowell...! ¿Qué te trae de regreso?Crowell apretó la mano del hombre; su palma era húmeda y cálida. Buscó en su memoria artificial una fracción de segundo, hasta que la cara y el nombre ocuparon su lugar.—Jonahton Lyndham... Qué alegría verte, especialmente ahora.—¿Tienes algún problema?—No lo sé, Jonahton. Este... caballero no quiere dejarme franquear el control. No, hasta que yo haga una especie de..., de strip tease.Lyndham frunció los labios y observó al inspector.—Smythe. ¿No sabes quién es este hombre?—Él es... No, eeeh.—¿No has ido nunca a la escuela?—Sí, eeeh... Doce años.—El doctor Isaac Sebastián Crowell —Lyndham extendió con torpeza un brazo por encima de la barrera, y puso la mano sobre el hombro de Crowell—. Autor de Anomalía resuelta, el libro que colocó a este planeta en las líneas espaciales regulares —fue su presentación incuestionable del venerable profesor.En efecto, el libro se había vendido suficientemente bien en Bruuch y también en Eufrates, donde los colonizadores se enfrentaban a una situación similar con miras a la explotación de los alienígenas nativos; pero había sido un fiasco en todas partes. Otros antropólogos, a pesar de admirar la tenacidad de Crowell, sentían que él había dejado que los sentimientos interfirieran con la objetividad. Todo campo de trabajo tiene un principio indeterminado: es muy difícil analizar los sujetos si uno siente mucho afecto por ellos.Y el inicio de los vuelos espaciales regulares: Bruuch tenía una sola nave de carga a la semana, usualmente retrasada...—Trae, déjame ver estos papeles; asumo todas las responsabilidades —dijo Lyndham, firmando en una docena de lugares en los formularios que el empleado le había alcanzado gustoso—. Este no es un turista común —agregó al devolvérselos—; si no fuera por la influencia de su libro, estarías todavía trabajando en las minas en lugar de mover papeles una vez a la semana.El empleado apretó un botón y el control zumbó.—Adelante, Isaac. La Compañía te pagará una copa.Crowell pasó apretadamente a través de la estrecha abertura y se arrastró torpemente tras Lyndham hacia el bar del espaciopuerto. El lugar estaba decorado con artesanía local, mesas y sillas cinceladas en un metal denso y oscuro, más parecido a la obsidiana que a cualquier otro material terrestre.Crowell tuvo dificultad para retirar la pesada silla de debajo de la mesa. Se desplomó sobre ella y enjugó el sudor de su cara con un pañuelo grande y estrafalario.—Jonahton... No sé si podré desenvolverme bien con esta gravedad. Ya no soy un hombre joven y... Bien, me he dejado estar un poco —el diez por ciento recordó: Tengo treinta y dos años y estoy en excelente condición física.—Oh, te acostumbrarás, Isaac. Déjame que te inscriba en nuestro club de salud... Te sacaremos esos kilos extra en poco tiempo.—Estaría bien —dijo Crowell apresuradamente, dudando en su interior que algún tipo de ejercicio pudiese reducir la plasticarne—, aunque no creo disponer de tiempo; mi editor me envió a reunir material para una actualización de Anomalía..., probablemente estaré aquí más o menos un mes...—Oh, es una pena. Pero creo que encontrarás que las cosas han cambiado lo suficiente como para justificar una estancia más larga —una mujer llegó para tomar el pedido: dos coñacs.—¿Cambios? No he oído mucho de Bruuch en Macrobastia, donde he estado enseñando. Algunos cambios son obvios —indicó a su alrededor con un gesto simple—, este puerto era sólo tierra apisonada y un cobertizo de metal cuando me fui la última vez. Pero estoy más interesado en los bruuchianos que en tus colonos. ¿Las cosas siguen igual con ellos?—Bien... En realidad, no —llegaron las copas: Crowell olfateó el licor y lo bebió con evidente placer.—No hay en la Confederación un coñac como el bruuchiano. Es una pena que no lo exporten.—Se supone que la Compañía está trabajando en eso. Y con la artesanía local —se encogió de hombros—. Pero kilogramo por kilogramo, ganan mucho más con las tierras raras; todos los planetas hacen bebidas, y muchas de ellas completamente autóctonas.—Sí. Y los bruuchianos, ¿han cambiado las cosas...?Jonahton tomó un pequeño sorbo de coñac y asintió.—Dos cambios; uno, ya hace unos cuantos años, y otro más reciente. ¿Has oído decir que el término de vida promedio de los nativos ha descendido?Otto McGavin lo sabía, pero Crowell negó con su cabeza.—En los últimos seis años ha descendido un veinticinco por ciento. Creo que el promedio de vida de un macho está ahora en los veinte años. Años bruuchianos, es decir, casi dieciséis de los oficiales. Por supuesto, a ellos no parece importarles.—Por supuesto que no —dijo Crowell en tono meditativo—. Deben verlo como una bendición.Los bruuchianos preservan a sus muertos en un rito secreto, y las carcazas vacías eran tratadas como criaturas vivientes, con más nivel en la familia que un miembro aún vivo. Eran consultados como oráculos, y los más viejos de la familia hacían sus predicciones estudiando los rasgos de los cuerpos inmóviles.—¿Hay alguna teoría?—Bueno, muchos de los machos trabajan en las minas; hay algo de bismuto mezclado con los depósitos de tierras raras. El bismuto es un poderoso veneno acumulativo en sus sistemas. Pero los mineralogistas juran que no hay suficiente bismuto en el polvo que respiran como para causar problemas de salud. Y por supuesto, las criaturas no nos entregan sus cuerpos para la autopsia. Es un asunto escabroso...—Así es, puedo darme cuenta. Pero recuerdo que los bruucuhianos disfrutaban consumiendo pequeñas dosis de bismuto como narcótico. ¿No habrán encontrado una gran fuente de aprovisionamiento y estarán realizando algún tipo de orgía de mayor nivel?—Tampoco lo creo. He estado siguiendo el asunto muy de cerca... Dios lo sabe, y Dreire está siempre machacando sobre él. No hay ninguna concentración natural de bismuto en el planeta, y si a pesar de todo la hubiera, las criaturas carecen de la tecnología, del conocimiento mínimo necesario para refinarlo.Crowell respingaba internamente cada vez que Lyndham los llamaba 'criaturas'.—La Compañía no lo extrae —continuó Lyndham—, y está en la lista de importaciones prohibidas. No, realmente creo que el envenenamiento por bismuto es una pista equivocada.Crowell tamborilleaba en la mesa con dos dedos, como buscando agrupar sus pensamientos.—Excepto por algunas sutilezas metabólicas como ésa, parecen un pueblo fuerte. ¿Podría ser el trabajo excesivo?—No es posible, absolutamente no. Desde la aparición de tu libro hubo un observador de la Confederación, un xenobiólogo controlando a las criaturas. Cada una de las que trabaja en las minas tiene un número de serie tatuado en el pie. Se registra su entrada y salida, y no se les permite pasar más de ocho horas por día en las minas. De otro modo lo harían, por supuesto. Son criaturas muy extrañas.—Es verdad —en su hogar los bruuchianos eran plácidos, casi haraganes. En lugares definidos como áreas de trabajo podían trabajar rutinariamente hasta quedar extenuados... No era exactamente un rasgo de supervivencia—. Me llevó nueve años descubrir el porqué —las desapariciones, susurraba una parte del cerebro de Otto, recordando—. Pero has dicho algo sobre cambios 'recientes'...—Hmmm —Jonahton agitó las manos en el aire y tomó otro sorbo—. Es bastante penoso. Tú sabes que tenemos sólo cinco mil personas en el planeta, el personal permanente...—¿De veras? Esperaba que ahora hubiera mucha más gente.—La Compañía no alienta la inmigración: no hay trabajo. De cualquier manera somos lo más parecido a un buen grupo unido: todo el mundo sabe todo lo que hay que saber acerca de todos. Nos gusta pensar que somos más una familia que un grupo de personas con. un trabajo común. Bien, pero... ejem, algunos han... desaparecido, se han esfumado en los últimos meses. Deben estar muertos, puesto que los humanos no pueden sobrevivir con alimentos nativos, y toda nuestra provisión de comida está muy controlada, toda la comida está rigurosamente inventariada.»Todos desaparecieron sin dejar rastro. Tres personas hasta la fecha, uno de ellos el supervisor de Minas. Francamente, la opinión general es que las criaturas lo hicieron por alguna...—¡Increíble!—...y como puedes imaginarte, se ha generado un clima muy malo. Ejem..., muchas de las criaturas han sido muertas.—Pero... —el corazón de Crowell estaba latiendo peligrosamente rápido. Se forzó a mantenerse sentado, aspiró profundamente y habló con calma—. No hay absolutamente ninguna forma en que los bruuchianos puedan acabar con una vida humana. No poseen el concepto de matar, ni siquiera por comida. Y por mucho que reverencien a sus muertos y aspiren a ser 'un inmóvil', nunca aceleran el proceso... No pueden comprender la idea del asesinato o suicidio, ni siquiera eutanasia. No tienen palabras para ellas.—Lo sé, pero...—¿Recuerdas aquella vez, creo que fue en el 218 cuando un trabajador ebrio mató a un bruuchiano en las minas? El nativo había volcado un carretón sobre un pie del hombre.—...tuve que ir a la aldea y encontrar su casa, y tratar de explicarles. Pero la noticia había llegado antes que yo, y la casa se encontraba en un estado delirante de celebración; nunca un ser tan joven había pasado a la inmovilidad. Lo consideraban un favor especial de los dioses. Sus únicas preocupaciones eran recobrar el cuerpo y preservarlo, y dos de ellos habían salido a cumplir su cometido en el momento en que yo llegué.»Cuando les dije que un hombre lo había hecho, creyeron que estaba bromeando. Los hombres están cerca de lo divino, dijeron, pero no son dioses. Traté de explicarles una y otra vez, usando diferentes formas de enfoque..., pero ellos se reían. Finalmente llamaron a los vecinos y me hicieron repetir el relato para que se divirtieran. Me miraban como si yo fuera una maravillosa broma blasfema, y fue algo que se contó y se volvió a contar durante años...Crowell vació su copa de un trago.—No puedo decir que esté en desacuerdo contigo... La acusación es absurda. Pero son criaturas muy fuertes y mucha gente está desarrollando miedo respecto a ellas —dijo Lyndham—. Además, la otra alternativa es pensar que hay un asesino entre nosotros, en nuestra familia.—Quizá no —dijo Crowell—, quizás haya algo en el medio ambiente que hemos pasado por alto, algo muy peligroso... ¿Han dragado ya los pozos de polvo en busca de los cuerpos?—Algunos. Y no se encontró nada.Hablaron media hora más de éste y otros tópicos menos raros, pero Crowell/McGavin no aprendió nada que no le hubieran dicho durante las cuatro semanas de recubrimiento de la personalidad. Lyndham estaba repitiendo las informaciones que ya habían trascendido al público general. Se levantó para irse.—¿Quieres que te asigne a alguien para que te acompañe a Transitorios, Isaac? Yo debo permanecer aquí durante un rato, catalogando.—No, puedo encontrar el camino. Todavía estás en la sección importación-exportación, ¿no es cierto...?—Sí, es verdad. Y ahora al mando —sonrió—. Jefe de la Sección Importaciones. Eso me tiene ocupado una vez a la semana clasificando todo lo que llega.—Bueno, felicitaciones —dijo Crowell. McGavin ascendió un lugar a aquel hombre, en su lista de sospechosos.3
El carro de dos ruedas le dejó en una parada y Crowell descendió cuidadosa y pesadamente. Dio una moneda pequeña de la Compañía al nativo que le había empujado cerca de un kilómetro, y dijo en la modalidad formal:
—Por su trabajo / es esta prenda.El nativo la tomó con una enorme mano trifurcada y colocó la moneda en su boca; luego la escupió en el voluminoso zurrón que tenía bajo la barbilla. Masculló una respuesta ritual en la misma modalidad, luego levantó el equipaje de Crowell y lo transportó a través de la puerta abierta marcada Alojamiento de Transitorios 1.Crowell arrastró pesadamente su gran estructura, envidiando el trote fácil del nativo. El bruuchiano tenía un pelaje corto y marrón, ahora ligeramente oscurecido por el sudor. Desde atrás parecía un mono terrestre, a pesar de no tener cola. Sus grandes y anchos pies eran versiones agrandadas de las manos, con tres dedos mutuamente oponibles. Sus piernas eran cortas en proporción con el cuerpo, con altas rodillas articuladas que permitían movimientos de hasta cuarenta y cinco grados respecto a la perpendicular... en ambas direcciones. Esto le daba un aspecto de dibujo animado, aumentado por el hecho de que sus brazos caían directamente desde unos hombros de tamaño mayor que lo normal, hasta unos pocos centímetros del suelo.No había nada cómico en su aspecto frontal, si bien tenía dos profundos ojos brillantes que nunca parpadeaban (una membrana transparente se deslizaba hacia arriba y retrocedía en una fracción de segundos), y la abultada frente que ofrecía poca definición a las cuencas de los ojos, que al ser sensibles a los rayos infrarrojos le permitían encontrar su camino en la más perfecta oscuridad. La enorme boca estaba cubierta por un solo labio colgante que se encogía frecuentemente y revelaba un juego de molares insólitamente grandes. Sus orejas se parecían a las de un cocker spaniel, excepto por el hecho de que estaban desprovistas de pelo y surcadas por grandes venas.Este individuo particular lucía dos concesiones a sus empleadores humanos: un par de llamativos aros y un taparrabos que no ocultaba nada que tuviera algún interés para un ser humano. También conocía dos palabras humanas: 'sí' y 'no'. Era el tipo promedio.El nativo salió antes que Crowell hubiera arrastrado la mitad de su humanidad hasta el interior. Rodeó a Crowell sin una palabra, se unció a su carro y partió a toda prisa.Crowell entró en el alojamiento y se hundió en una litera espartana. Él había vivido en ambientes más elegantes. El cuarto tenía una mesa vulgar y una silla de manufactura casera, una estampa poco imaginativa de una escena de invierno en Terra, una especie de armario militar, y una ducha que se utilizaba levantando un balde perforado a la altura de la cabeza. Había otro balde para dejar entrar el agua, una palangana y un espejo brumoso. No había otros artículos de higiene. Se imaginó que podrían estar fuera de la casa, tal como por igual razón había llegado a odiar otros, diez años atrás.Estaba pensando si debería reclinarse en la litera (no estaba muy seguro de poder levantarse), cuando alguien golpeó la puerta.—Adelante —dijo con voz cansada.Un joven delgaducho, con un rastro de barba, avanzó dificultosamente hasta el interior. Llevaba pantalones cortos y una camisa de color caqui, y traía dos botellas de cerveza.—Soy Waldo Struckheimer —dijo, como si eso explicara algo.—Bienvenido —Crowell no podía apartar sus ojos de la cerveza. Venía llegando de un trayecto polvoriento.—Pensé que le gustaría tener algo de beber —dijo el joven, atravesando el cuarto en dos zancadas mientras destapaba cuidadosamente la cerveza.—Si desea... —Crowell hizo un gesto en dirección a la silla nativa y respiró hondo mientras Waldo se sentaba—. ¿Usted también es un transitorio?—¿Yo? Oh, no —Waldo abrió la otra botella, puso ambos tapones en un bolsillo de su chaqueta y lo cerró con torpeza—. Soy el xenobiólogo a cargo del bienestar nativo. Y he oído hablar de usted, doctor Isaac Crowell. Es un placer haber podido conocerle.Guardaron un minuto de cortés silencio.—Doctor Struckheimer, he hablado con otra persona tan pronto como he llegado. Lo que me ha dicho es bastante alarmante... —Crowell inició con cautela pero valerosamente los primeros pasos de una conversación con tema casi obligado.—¿Sobre las desapariciones?—Eso también. Pero principalmente sobre la rápida declinación de las expectativas de vida de los bruuchianos.—¿No sabía nada sobre el asunto?—No, nada.Waldo sacudió su cabeza.—Escribí un artículo para J. Ex. hace dos años. Aún no se ha agotado.—Bueno, usted sabe cómo son esas cosas, si no son noticias sobre Ascua o sobre Mundo Cristiano...—El fondo de la bolsa, eso es. No hay novedades tan buenas como las últimas novedades. ¿Con quién habló?—Jonahton Lyndham. Me mencionó el bismuto.Waldo unió la punta de los dedos y observó el interior de sus manos.—Bueno, eso fue la primera cosa en la que pensé. Muestran muchos de los síntomas clínicos, pero son comunes entre ellos..., tal como la náusea o la deficiencia respiratoria en los humanos. No es lo mismo el malestar posterior a la borrachera que el cáncer. Sigo estando a favor del bismuto o algo similar, como el antimonio, si hubiera alguna maldita posibilidad que ellos lo obtuvieran. Todo lo que descubrimos que era tóxico o adictivo ya estaba aquí, nadie lo trajo al planeta. Ni siquiera yo, y sin embargo bien podría usar unos pocos gramos de subgalato.—¿Hay alguna posibilidad que lo obtengan en las minas?—No. Todo el bismuto que hay en diez metros cúbicos de lantánidos no sería suficiente para producir un mareo leve en un bruuchiano. Hasta he llegado a pensar en el arenque rojo. Algo debe estar causando los síntomas.—¿Hubo algún cambio reciente en..., bueno, sus hábitos alimenticios, por ejemplo? ¿Comida humana?—No, viven aún lejos de los mamíferos y reptiles: ni siquiera miran la comida humana. He efectuado continuos análisis de las vainas carnosas que cultivan. Nada inusual. Nada de bismuto, por cierto.Estuvieron sentados un momento en pensativo silencio.—Parece que éste va a ser un trabajo mayor de lo que me imaginaba. Mi editor me envió para actualizar mi libro para una nueva edición. Pensaba agregar sólo algunas estadísticas nuevas y ver de nuevo a las viejas amistades —se frotó los ojos—. Francamente, las perspectivas de trabajo son apabullantes. Ya no soy un hombre joven... Peso veinte kilos más que cuando estuve aquí la vez anterior. Y aún entonces necesitaba Gravitol para sentirme bien.—¿Todavía no dispone de él?—No, todavía no he ido a ningún lado. ¿Willie Norman es aún el médico de la Compañía?—Sí. Tome —buscó en un bolsillo y sacó un frasquito—. Aquí tiene un par, le aliviarán.—Muchas gracias —Crowell se puso dos tabletas sobre la lengua y las tragó con la cerveza; una sensación de ligereza y bienestar corrió a través de él—. ¡Ah! Qué droga potente... —se puso de pie sin ninguna dificultad por primera vez desde que se había transformado en Isaac Crowell—. ¿Podría pedirle que me permitiera hacer una visita a su laboratorio? Me parece el lugar lógico para comenzar.—Por supuesto. De cualquier modo esta tarde pensaba descansar... —se escuchó el retumbar de un jinrikisha en el exterior—. Quizá podamos tomarlo —fue hasta la puerta y lanzó un penetrante silbido.El conductor lo oyó y se detuvo en medio de una nube de polvo. Hizo girar su carro y corrió hacia ellos como si su vida dependiera de ello. Mientras los hombres trepaban al vehículo, gruñó una sola palabra:—¿Dónde?—Llévanos-a-la-Mina-A-por-favor —el bruuchiano hizo una poco agraciada inclinación de cabeza y partió con un poderoso impulso.La Mina A estaba a tres kilómetros de distancia. El camino era polvoriento y no demasiado espantoso.El laboratorio era una pequeña cúpula plateada junto al ascensor de la mina.—Hermosa estructura —dijo Crowell en cuanto pudo sacudirse el polvo de la ropa—. ¿Pozos de polvo? —el área entre el camino y la cúpula estaba cubierto de círculos rodeados por cuerdas.—Sí. No son muy profundos.Muchos de los pozos tenían más o menos un metro de profundidad, pero si uno pisaba uno grande, desaparecía para siempre... Los nativos podían ver claramente los pozos, de día o de noche, dado que sus pupilas infrarrojas eran sensibles a las diferencias de temperatura entre los pozos y el terreno. Pero para los ojos humanos todo era uniforme: un liso campo de talco marrón.Cerca del laboratorio Crowell oyó el resoplido de un compresor de aire. La cúpula no era de metal, a pesar de su aspecto, sino de plástico aluminizado, rígido por la presión del aire. Entraron atravesando una puerta colgante.El aire interior era fresco y agradable.—El compresor empuja el aire frío a través de un humidificador y un tubo con filtros de polvo. La Compañía dedica gran parte de su tiempo libre a la investigación.El laboratorio era una combinación interesante de rústico y ultramoderno. Todos los muebles eran en el estilo decorativo bruuchiano, pero Crowell reconoció la arrugada caja gris de un costoso computador de uso general, un horno calórico, la gran pantalla de un microscopio electrónico e innumerables y complicados elementos de óptica, sin duda importados. Había varios aparatos misteriosos que no pudo identificar.—Impresionante. ¿Cómo se las arregló para que la Compañía financiara todo esto?Struckheimer sacudió la cabeza.—Ellos pagaron solamente el edificio... ¡y costó mucho sacárselo! El resto es una subvención de Salud Pública que depende de la Confederación. Soy veterinario de la Compañía durante seis horas al día, y el resto del tiempo lo dedico a la investigación de la fisiología de los bruuchianos. O intento hacerlo... Es difícil, sin cadáveres ni operaciones exploratorias.—Supongo que puede usar Rayos X, exploradores neutrónicos...—Seguro que puedo —tironeó su barba rala y miró coléricamente al centro del pecho de Crowell—. Pero ¿qué puedo obtener con ello? ¿Qué sabe sobre la anatomía de los bruuchianos?—Bueno... —Crowell se ubicó en un taburete crujiente—. Los primeros estudios no fueron concluyentes, y luego no he...—¡Concluyentes! Yo no sé mucho más que usted. Tienen varios órganos internos que no parecen desempeñar función alguna. No todos ellos parecen tener el mismo juego de órganos. Y si los tienen, no están necesariamente en el mismo lugar de la cavidad corporal. Los únicos resultados convincentes los obtuve de esta cosa —dirigió su índice hacia una gran estructura que parecía una campana de buzo del siglo XIX—; una cámara de Stokes para análisis metabólicos cuantitativos. Les pago para que se sienten ahí, coman y excreten. Lo consideran divertido... —golpeó su palma con el puño—, ¡...si tan solo tuviera un cadáver! ¿Oyó hablar del lío del último mes, del láser?—No, nada.—Dijeron que fue un accidente: tengo mis dudas. De cualquier modo, un nativo cayó o fue empujado delante de un láser minero. Lo cortó en dos.—¡Dios!—Yo estaba justo aquí: me llevó más o menos diez minutos llegar hasta donde había sucedido. Debieron subirlo por un ascensor mientras yo bajaba en el otro. Tomé un intérprete y fui hasta la aldea tan rápido como pude. Encontré su choza. Les... Les dije que podía coserlo y devolvérselos, que podía curarlo... ¡Dios! Quería echarle un vistazo a aquel cuerpo... —se masajeó la frente con dos dedos— Me creyeron, y me dieron las gracias. Pero dijeron que creían que él estaba listo para la inmovilidad, y que ya le habían 'preparado'.»Les pregunté si podía ver el cuerpo y me dijeron que sí, que seguro..., que se alegraban mucho de que yo quisiera unirme a la celebración.—Me sorprende que se lo permitieran —dijo Crowell.—Aceptaron enseguida. Bueno, usted conoce esa habitación, la habitación de la familia donde colocan a las momias de sus ancestros. Fui allí: debía haber quince contra las paredes, tres o cuatro de ellas, profunda y perfectamente conservadas. Me señalaron al recién llegado: se veía como todos los otros, excepto por un círculo sin pelos alrededor de la cintura; allí donde el láser lo había cortado. Observé el anillo de piel muy de cerca (me permitieron usar una linterna), y no había costura, ¡ni una cicatriz! Verifiqué el número de serie en el pie, y era el correcto.»El cadáver no podía haber estado allí más de diez minutos antes que yo llegara. Ese tipo de supresión de cicatriz inducía a pensar en regeneración de la piel, semanas de convalecencia, y no se puede hacer eso en un organismo muerto. Pero intenté descubrir cómo lo hicieron... Usted puede preguntarle a una persona cómo mantiene su corazón latiendo, pero no espere que ella comprenda realmente la pregunta —verificó de soslayo cómo Crowell asentía—. Cuando yo escribí mi libro, estaba satisfecho con la simple descripción del fenómeno. Todo lo que pude descubrir fue que era una especie de ritual en el que intervenían el más viejo y el más joven de los miembros de la familia. Y nadie me explicó qué hacían. Decían que era obvio, pero no podían explicarlo y no dejaban ver lo que hacían.Struckheimer fue hasta un refrigerador autoregulable y sacó dos cervezas.—¿Quiere otra?Crowell asintió y Struckheimer destapó las dos.—La hago yo mismo... Uno de los muchachos nativos supervisa la elaboración, por mí. Le voy a perder dentro de pocos meses, creo... Está alcanzando la edad suficiente como para trabajar en las minas —le tendió la cerveza a Crowell y se sentó en un taburete para continuar—. Supongo que usted sabe que ellos no tienen nada parecido a un estudio de medicina. Ni chamanes ni nada similar. Si alguien se pone enfermo se sientan a su alrededor y le alientan, hasta que se recobra y les ofrece sus disculpas.—Lo sé —dijo Crowell—. ¿Cómo logra que ellos vengan a tratarse...? Y si lo hacen, ¿cómo sabe qué hacer cuando vienen?—Bien. Mi asistencia médica (tuve aquí a cuatro), consiste en examinarles cuando van a la mina y luego, cuando finalizan su trabajo. La Comisión de Salud Pública diseñó una máquina de diagnóstico similar a la que usan los médicos. Hay cuatro de ellas allá, todas sincronizadas con esa computadora. Analiza el ritmo respiratorio, la temperatura de la piel, el pulso y esas cosas; si hay una diferencia significativa entre dos lecturas consecutivas, me envían al individuo. Cuando llega aquí la computadora ya me ha suministrado su historia clínica y puedo elaborar algún remedio empírico basado en la historia de la medicina y la fisiología en especial. No tengo la menor idea de si el remedio va a reducir los síntomas. Una droga actúa perfectamente en uno de ellos, y en el siguiente los síntomas empeoran y empeoran hasta que se retuerce y muere. Y usted sabe qué es lo que se dice acerca de eso... —dijo, mientras observaba al anciano profesor.—Sí: "él estaba preparado para la inmovilidad."—Eso es, toleran el tratamiento, sólo porque es una condición de empleo; jamás vendrían aquí por voluntad propia.—Las máquinas de diagnóstico, ¿han dado alguna pista sobre las muertes prematuras?—Oh, seguro... Síntomas, en un sentido estadístico. El ritmo respiratorio aumenta algunas veces más del diez por ciento, y comenzamos a hacer lecturas. El promedio de temperatura del cuerpo aumenta casi un grado; eso complementa la información clínica, y ambas cosas me llevan a la original conclusión de que se trata de un envenenamiento acumulativo. El bismuto encajaría muy bien dentro de toda esta información, pues encontré rastros de sustancias radiactivas acumuladas en un órgano, y que nunca habían sido excretadas. Y debe ser algo asociado con las minas. Como usted sabe, tienen archivos demográficos muy cuidadosos. Las familias con mayor número reciente de inmóviles tienen mayor peso 'político'. Me parece que la expectativa vital de los que no trabajan en las minas no ha cambiado un ápice.—¡No lo sabía!—A la Compañía no le interesa divulgarlo.Hablaron una hora más, Crowell escuchando la mayor parte del tiempo, Otto elaborando un plan.4
Era casi de noche cuando Crowell echó a caminar pesadamente hacia la oficina del médico. El efecto del Gravitol se había desvanecido y otra vez se sentía un miserable.
La oficina tenía el primer mobiliario moderno, un conservador escritorio de cromo y plástico, y la primera mujer atractiva que Crowell había visto en el planeta.—¿Tiene cita concertada, señor?—Ejem, no señorita. Pero soy un viejo amigo del doctor y..., creo...—Isaac, ¡Isaac Crowell! ¡Ven y dime cómo estás! —la voz llegó a través del pequeño comunicador del escritorio.—...es la última puerta de su derecha, señor Crowell.El doctor Norman salió a encontrarle en el pasillo y le condujo a otro aposento agitando las manos.—Ha pasado tanto tiempo, Isaac... Oí que habías vuelto y francamente, estoy sorprendido. Este no es un planeta para viejos como nosotros.El médico era un gigante amable, de cara roja y cabello blanco. Fueron hacia sus habitaciones, un apartamento de dos ambientes con una alfombra raída y un montón de libros de aspecto antiguo sobre las paredes. Al entrar, la música comenzó a sonar automáticamente. Crowell no pudo identificarla, pero Otto la conocía.—Vivaldi —dijo sin pensar. El doctor le miró sorprendido.—Finalmente la vejez te está educando, ¿no, Isaac? Recuerdo que en una época pensabas que Bach era una marca de cerveza.—Ahora tengo tiempo para otras cosas, Willy —Crowell puso su carga sobre una silla atestada—. Todas sedentarias.El doctor se rió a carcajadas y en dos zancadas fue hasta el armario de las bebidas. Puso hielo en dos vasos, vertió coñac en ambos, un chorro de soda en uno, agua en el otro. Alcanzó el coñac con soda a Crowell.—Siempre recuerdo las recetas de los pacientes —dijo.—Hablando de eso, hay algo que me ha traído por aquí —Crowell tomó un trago de su bebida—. Necesito una provisión de Gravitol para un mes.La sonrisa desapareció de la cara del médico, que se sentó en la cama y tragó su bebida sin saborearla.—No. No puedes, Isaac. Una provisión sería demasiado. Te petrificarías..., estarías frío, muerto...—¿Qué?—La obesidad es una contraindicación en cualquier proporción. Nunca lo receto a personas de más de cincuenta y cinco. Tampoco yo lo tomo. Es cargar demasiado un corazón viejo.Mi corazón tiene treinta y dos años —pensó McGavin—, y está transportando quince kilos adicionales, que no le corresponden. ¡Piensa, piensa!—¿Hay alguna droga menos potente que me pueda ayudar a moverme en esta gravedad? Tengo mucho que hacer...—Ejem... Sí. La Pandroxina no es ni remotamente tan peligrosa..., te ayudará —extendió la mano hacia una gaveta y sacó un talonario de recetas para garabatear una corta nota—. Aquí tienes, pero mantente lejos del Gravitol. Es veneno puro en tu organismo.—Gracias, la haré preparar mañana.—Ahora mismo, si quieres. La farmacia es parte de, 1º Compañía y ahora se mantiene abierta toda la noche. Bien, ¿qué te trae de vuelta a este lugar alejado, Isaac? ¿Estás investigando el cambio de la expectativa de vida de los bruuchianos?—En realidad, no. O no, principalmente. He venido a actualizar mi libro para una nueva edición. ¿Qué piensas de la teoría del bismuto?Willy agitó una mano en el aire.—Basura. Creo que todo se debe, pura y simplemente, al excesivo trabajo. Los pequeños bastardos trabajan muy duro en las minas, luego van a sus casas y se matan labrando esa madera tan dura; no tienes que ir mucho más lejos...—Ellos nunca consideraron aconsejable trabajar hasta la muerte. Los machos, por lo menos. Parecen demasiado firmes, creo. Los que trabajan en las minas están siempre cargando algo, es cierto; pero no están acelerando deliberadamente su muerte.El doctor resopló.—Isaac, baja a las minas mañana y mira cómo trabajan. Es una maravilla que duren una semana trabajando allí. Los otros parecen haraganes, comparados con los mineros.—Lo haré —Crowell quería abordar el tema de las desapariciones—. ¿Cómo está el lado humano de la colonia? ¿Ha cambiado mucho desde mi partida?—No mucho. Varios de nosotros aceptamos equivocadamente doce o veinte años de contrato; está la misma gente, sólo que diez años más vieja. El viaje de retorno a Terra cuesta un año de salario y si uno rompe el contrato, pierde el ciento por ciento del dinero... Muchos de nosotros estamos tratando de lograr mejoras. Cuatro personas compraron su viaje de ida; no creo que las conocieras...»Hay un nuevo embajador de la Confederación, e igual que los tres anteriores, no tiene nada que hacer aquí. Pero las leyes dicen que debemos tener uno. Comprendo que los cuerpos diplomáticos consideren a éste el peor de todos los mundos posibles. Les asignan éste como castigo o por incompetencia. Para este embajador es un castigo. El pobre Stu Fitz-Jones tuvo la mala suerte de ser embajador en Mundo de Lamarr cuando estalló la guerra civil. No fue por su culpa, por supuesto. Pero sucedió que nadie comprendía la política interna de los nativos, y tenían que encontrar algún chivo expiatorio... Aquí le tienes. Debes ir por allá y hablarle, es un tipo interesante pero sólo por la mañana, cuando todavía está sobrio...»Hemos tenido seis nacimientos, la mitad de ellos ilegítimos, y dieciocho muertes —Willy frunció el entrecejo—. Quince muertes y tres desapariciones, todas estas últimas, el año pasado. La gente se está volviendo descuidada. Fuera de la ciudad de la Compañía uno debe actuar como si estuviera en otro planeta. Pero la gente sale a caminar sola; a explorar simplemente, alejándose del resto. Se rompen una pierna o pisan un pozo de polvo, y eso es todo. Dos de ellos eran de otro tipo, probablemente agentes de la Confederación —Otto dio un respingo, era verdad—, y el otro era el viejo Malatesta, el supervisor de Minas. Creo que fue su desaparición lo que atrajo a los agentes. Se suponía que estaban realizando investigaciones mineralógicas, pero no trabajaban para la Compañía. ¿Quién podría haber pagado su trabajo? Nadie más puede tener minas en este planeta...—Pudo haber sido una universidad que financiaba la exploración por el simple conocimiento abstracto... Así fue como llegué yo aquí, por primera vez.El doctor asintió.—Exactamente. Eso era lo que ellos afirmaban. Pero no eran universitarios, puedo afirmarlo; he vivido y trabajado con académicos toda mi vida. Oh, tenían sus identificaciones y parecían conocer perfectamente su trabajo, pero..., ¿conoces a esos zombies que se supone que usa la Confederación como agentes?—Vagamente. ¿Te refieres a la cirugía plástica y la enseñanza hipnótica?—Oh, eso es. De cualquier manera creo que eso eran: un par de agentes que caminaban, hablaban y actuaban como geólogos. Pero iban a todos los lugares equivocados como las minas. Ellos estaban analizando, y los análisis de las minas eran publicados hasta la última molécula. Además nunca cavaban lo suficiente como para un trabajo serio.—Es probable que tengas razón.—¿Eso crees? Toma otro trago. Todo el mundo por aquí piensa que me estoy volviendo paranoico con la vejez.—Quizás nos estamos volviendo viejos juntos —Isaac sonrió—. Gracias por la oferta, pero lo mejor que puedo hacer es ir a recoger la Pandroxina y volver a mi alojamiento antes de que me caiga. Ha sido un largo día.—Me lo imagino. Bien, ha sido un placer volver a verte, Isaac. ¿Aún juegas al ajedrez?—Mejor que entonces... —y especialmente con la ayuda de Otto.—Muy bien, pues vuelve por aquí una tarde y jugaremos unas partidas.—Lo haré. Cuídate.5
Isaac no fue a la farmacia inmediatamente. Fue a su alojamiento e hizo una llamada por radiófono.
—Laboratorio biológico. Habla Struckheimer.—¿Waldo? Aquí, Isaac Crowell. ¿Puedo pedirle un favor?—Adelante.—Voy a ir a la oficina del doctor Norman para obtener el Gravitol. Las tabletas que hoy me dio parecían ser las indicadas. ¿Podría fijarse en qué dosificación tenían?—No necesito hacerlo, son de cinco miligramos. Pero, Isaac; él probablemente le dará una dosis más pequeña..., a mayor vejez, menor cantidad.—¿No me diga? Bien, trataré de convencerle. ¡Me parece que tendré que sacárselo por la fuerza!—Nunca logrará convencer a Willy de nada. Es la persona más testaruda que he conocido en mi vida.—Lo sé. Éramos buenos amigos... Quizá tenga piedad de alguien con un viejo problema de pabellón geriátrico.—Bien, buena suerte. ¿Le veré pronto?—Iré por allí mañana. Comenzaré a revisar las minas.—Venga a tomar una cerveza.—Se lo agradezco —ambos colgaron.Crowell vació su maleta y levantó el fondo falso. Seleccionó un stylus que era un bolígrafo común por un lado, y un borrador de tinta ultrasónico por el otro. Felizmente el doctor había usado un bolígrafo de tinta negra para escribir la receta; no tendría que borrar la firma.El almacén de la Compañía estaba oscuro, excepto por la luz que daba sobre el sector de recetas. La puerta frontal estaba cerrada y Crowell avanzó con lentitud hacia una puerta lateral, la que se abrió cuando puso el pie sobre la alfombrilla y al mismo tiempo sonó un timbre. Un empleado, frotándose los ojos somnolientos, apareció detrás de los estantes de reactivos.—¿Qué desea?—Quiero que me despache esto, por favor.—Seguro —el joven tornó la receta y retrocedió tras los estantes—. Oiga, no es para usted, ¿verdad?Fue todo Otto el que respondió:—Por supuesto que no, yo uso Pandroxina. Es para el doctor Struckheimer.El empleado volvió al minuto con un frasquito gris.—El amigo Waldo estuvo aquí por Gravitol la semana pasada. Quizá debería llamar al doctor Norman.—No creo que sea para su propio uso —dijo Crowell lentamente—. Es para algunos experimentos con los nativos...—Está bien, lo pondré en su cuenta entonces.—Es gracioso, pero me dio el dinero para retirarlo.El empleado le miró.—¿Cuánto le dio?—Dieciocho créditos y medio.Crowell sacó la billetera y contó diecinueve créditos. Luego puso al lado un billete rosado de cincuenta créditos. El empleado vaciló, luego tomó los cincuenta créditos, los dobló y los puso en su bolsillo.—Este es su funeral, amigo mío —dijo mientras registraba la compra—. Es una dosis para un hombre joven.Crowell tomó el medio crédito de cambio y salió sin decir una palabra.6
La mañana siguiente, sintiéndose humano de nuevo, Crowell fue a las minas inmediatamente después de la salida del sol. Buscó en la cúpula pero Waldo no estaba allí, por lo que se dirigió a la Mina A.
En la entrada había una larga fila de bruuchianos bailando y agitando los brazos como si trataran de entrar en calor. La animada conversación se hizo más y más fuerte a medida que se aproximaba al inicio de la fila. Un humano con una bata blanca estaba examinando al primer bruuchiano de la fila. No vio a Crowell hasta que éste se halló junto a él.—Hola —gritó Crowell por encima del estrépito.El hombre levantó la mirada, sorprendido.—¿Quién infiernos es usted?—Mi nombre es Crowell... Isaac Crowell.—Ah, sí... Yo era un niño la última vez que estuvo aquí. Mire esto —levantó un megáfono y gritó en bruuchiano (modalidad informal): "Vuestros espíritus / perturban a mi espíritu / retrasando el avance / de esta fila y de vuestro camino a la inmovilidad."Las conversaciones descendieron a un murmullo.—Como ve, he leído su libro —continuó haciendo pases sobre el cuerpo del bruuchiano con una brillante sonda metálica.—¿Ese es el equipo de diagnóstico? —Crowell indicaba una caja negra e informe sujeta al cinturón del hombre y conectada a la sonda por un cable.—Sí. Indica si algo funciona mal con la bestia y se lo transmite al doc Struck —palmeó al bruuchiano en un hombro y la 'bestia' corrió hacia la mina; el siguiente avanzó y presentó su pie, la rodilla doblada en alto—. Es también un micrófono —dijo, escudriñando el número tatuado en el pie del bruuchiano; lentamente y con voz clara leyó el número y comenzó a pasar la sonda sobre el pelaje marrón, siguiendo una pauta regular.»No me puedo imaginar a alguien saliendo de este planeta y queriendo regresar. ¿Cuánto le han tenido que pagar?—Bueno, mi libro está a punto de ser reimpreso. El editor quiere que lo actualice —dijo Crowell al hombre, que se encogió de hombros a modo de respuesta.—Si además tiene el billete de vuelta, no debe ser tan malo, ¿no...? Bueno; si quiere echar un vistazo, adelante. Pero cuide sus pies, que corren como locos hacia abajo. Y manténgase alejado del ascensor..., probablemente así no lo pisarán.—Gracias.Crowell descendió por un pasillo hasta un pequeño ascensor sin puertas. En su interior, un bruuchiano danzaba con impaciencia.Un gran cartel ponía DOS CADA VEZ. Los bruuchianos no tenían lenguaje escrito, pero debían conocer la regla de algún modo, pues tan pronto como Crowell entró con él, el nativo apretó un gran botón rojo y el ascensor descendió abruptamente. Mientras Crowell se mareaba, Otto contaba desapasionadamente; pasaron veintidós segundos hasta que los impulsores cesaron y el aparato frenó. Teniendo en cuenta la resistencia del aire, debían estar aproximándose a un kilómetro de profundidad. Estaba muy oscuro, pero los bruuchianos no necesitaban la luz como los terranos. Oía la actividad a su alrededor cuando los bruuchianos le rozaban al pasar, pero no podía ver nada.—Ah, Isaac —dijo una voz humana a tres o cuatro metros de distancia; un rayo de luz destelló e iluminó a Crowell—. Debió haberme avisado que venía... Aquí, póngase esto: lentes para la oscuridad.Entregó un par de gafas a Crowell. El interior de la mina apareció súbitamente como la mezcla fantasmal de gris y verde de la imagen de video.—Por cierto que las cosas han cambiado —dijo Crowell—. ¿Por qué está tan oscuro?—Ellos lo pidieron —dijo, atenuando la luz sobre los nativos.—¡Dios mío! —Crowell observó la agitada actividad—. Me siento cansado con sólo mirarles.La mina era una tosca caverna cuadrada del tamaño de un enorme salón. Alrededor de cincuenta bruuchianos, trabajando en parejas, hacían saltar pedazos de tres de las paredes usando vibropicos y palas. Había una carretilla por cada pareja, que tan pronto como se llenaba, el bruuchiano que había picado la llevaba rápidamente a la cuarta pared, donde estaban parados Crowell y Struckheimer; volcaba el material sobre una cinta transportadora que lo llevaba a la superficie. Luego volvía y levantaba la pala; el paleador anterior tomaba el vibropico, el otro comenzaba a llenar la carretilla.En medio de toda aquella actividad, un pequeño bruuchiano retrocedió y patinó con fuerza sobre algo que parecía una mezcla de arena y serrín sobre el húmedo suelo de la cueva, escapando por centímetros de un choque. Había un orden burlesco en todo, como si se tratara de un grupo de muchachos golpeándose mutuamente en una complicada carrera de relevos.—¿Sabe usted que Willy Norman piensa que el descenso del término de vida se debe a simple exceso de trabajo? —dijo Crowell—. Viendo esto no puedo menos que estar de acuerdo con él.—Bueno, ellos trabajan más duro que nadie, les he visto hacerlo; sobre todo desde que quitamos las luces. Pero ajusté las horas de trabajo para compensar el aumento de actividad. ¿Cuántas horas trabajaban cuando usted los estudió?—Creo que once o doce.—Ahora son seis y media.—¿De verdad? ¿Tanto poder tiene usted ante la Compañía?—En teoría, sí; ellos saltan cuando yo digo 'conejo'. Su contrato está autorizado por la Comisión de Salud Pública de la Confederación, y yo soy el único representante de la CSP aquí. Pero no me sobreestimo. Dependo de ellos para la mano de obra, aprovisionamiento, repuestos, correo. Es una relación muy cordial..., pero saben que hay cinco o seis interesados en quedarse con el contrato si ellos cometen un error. Por lo tanto tratan muy bien a los nativos. Además, no han perdido nada en términos de productividad total. Sólo pueden explotar una mina por vez; tienen dos turnos ahora, sin superposición, y la mina permanece en actividad más tiempo. La producción total es mayor que antes.—Es interesante —bienvenido a la lista de sospechosos, Waldo—. ¿Entonces ellos están trabajando ahora menos que cuando su promedio de vida era mayor?Waldo se rió.—Sé lo que está pensando. No, no puede ser un caso de degeneración atrófica; se puede demostrar con los análisis de laboratorio... Además, ahora trabajan menos en la mina, pero más en la aldea. ¿No le gustaría conocer el lugar? Rascacielos y...—¿Rascacielos?—Bueno, así los llamamos; edificios de dos, algunas veces tres pisos, construidos con barro y paja. Es otro misterio... Tienen todo el espacio del mundo para expandir su aldea radialmente, pero de algún lado han sacado la idea de ir hacia arriba en lugar de a los lados. Y es un buen trabajo; los juncos y la argamasa no tienen la misma resistencia. Cuando construyen una casa refuerzan la estructura con madera dura: son como edificaciones de madera cubiertas con una capa de barro... Oiga..., quizás usted puede descubrir qué están haciendo. Nadie de aquí ha sido capaz de obtener una respuesta correcta, pero usted puede hablar el dialecto mejor que cualquiera de nosotros. Además, es una especie de héroe folklórico para ellos... aunque no creo que sobreviva ningún nativo que le haya conocido; saben que es el responsable de muchos de los cambios de sus vidas, y están agradecidos.El frío y la humedad hicieron estremecer a Crowell.—Por acercarlos a la inmovilidad —dijo con brusquedad.Waldo no dijo nada. Se escuchó un ruido sordo y el ascensor descendió a buscarles.—Hola jefe, hola doctor Crowell. Bueno, he traído la comida de las bestias. ¿Puedo dársela?—Por supuesto, adelante —dijo Waldo después de consultar su reloj.El asistente movió un interruptor ubicado sobre la estructura del ascensor y el sonido de los picos se detuvo. Durante un rato se escuchó un coro de fuertes sonidos discordantes, como si los trabajadores intentaran continuar su labor a pesar de la falta de corriente. Luego, de uno en uno y de dos en dos formaron fila frente al elevador. El asistente les dio a cada uno de ellos una gran fruta alimenticia y pudieron retornar a su área de trabajo. La cuadrilla se acuclilló en círculo, masticando y conversando con bajos gruñidos.—Bueno, creo que ya no somos necesarios aquí —dijo Waldo—. ¿Le gustaría echar ahora un vistazo a la aldea?—De acuerdo, pero me gustaría hacer una parada en mi albergue para recoger mi cuaderno de apuntes y mi cámara.—Bien, vamos a mi laboratorio y tomemos también un par de cervezas. Arriba hace mucho calor.7
El suelo burbujeaba de calor cuando las ruedas del carro se detuvieron fuera de la aldea, patinando y cortando el flujo de brisa que hacía soportable el viaje. Crowell se enjugó el sudor y la máscara de polvo de su cara, y tomó un trago final de cerveza.
—¿Qué haremos con las latas que sobran?—Oh, déjelas en el carro. Este es el tipo que me trae la cerveza; las devolverá al laboratorio.—¡Dios, qué calor! —Crowell depositó su carga en el suelo mientras Waldo echaba una ojeada al sol.—En un par de horas mejorará. Sugiero que busquemos un poco de sombra. Sígame.Atravesaron el portal de entrada de la aldea y comenzaron a recorrer el camino. No podían ver nada que no fuera hierba de la altura de un hombre rodeando la aldea medio kilómetro en todas direcciones. Los vehículos no podían acercarse a causa de los asustadizos reptimamíferos que pastaban por allí.Los reptimamíferos eran considerados más que una fuente de alimento, más que animales domésticos; ocupaban el rol de clase baja de la familia. Eran ciudadanos de 'segunda clase' porque no podían hablar y, más importante aún, porque no podían aspirar a la inmovilidad..., sólo morían. Pero los bruuchianos no comían la carne de los reptimamíferos muertos: los enterraban con ceremonia y duelo.Un nativo venía a paso rápido por el sendero en dirección a ellos, poro moviéndose con mucha más lentitud que los mineros de la Compañía. Se detuvo frente a ellos y dijo en la modalidad informal:—Tú eres Crowell-que-bromea, y tú eres Struckheimer-que-retrasa. Yo soy el joven llamado Buurn / enviado para guiaros en esta visita.Acabado su corto discurso, el pequeño bruuchiano se ubicó al lado de los dos humanos tratando de igualar su paso con el de Crowell.—Conozco a este nativo —dijo Waldo—. Aprendió rápidamente algo de inglés. Ya ha sido mi intérprete en otras ocasiones.—Afirmativo —la criatura parecía eructar una especie de extraño y burlesco lenguaje humano—. Siempre escuché en el lugar, cintas que tú-Crowell dejaste...Esto sorprendió a Crowell, que dijo dificultosamente en la modalidad informal:—El lugar es para enseñar / los rituales de vida e inmovilidad. / ¿Hace mucho tiempo que sigues las enseñanzas de tus ancestros / en aprender a hablar con los humanos?—El sacerdote concedió a mi alma un camino especial hacia la inmovilidad / y entregó mi función como el más joven a uno de mis hermanos / de modo que mi tiempo y mi mente pudieran / servir para sondear las costumbres y la lengua de los humanos.—¿Qué significa todo eso?—Bien, evidentemente tuvo que utilizar gran parte de su año de aprendizaje en el estudio del inglés. Ha dicho que el sacerdote le concedió una especie de dispensa en el aprendizaje de los ritos sociales, que usualmente ocupa casi todo un año.—¿Qué significa esa palabra 'dispensa'?—Es como 'permiso', Baluurn; pero dado por un sacerdote —dijo Struckheimer.—Afirmativo. El sacerdote me dio una dispensa para que no siguiera a mis hermanos.—Tu inglés es muy bueno, Baluurn. Yo estudié tu lengua diez años, y no puedo hablarla tan bien como tú la mía.Baluurn sacudió su cabeza como asintiendo.—Struckheimer-que-demora dice que los humanos no son como los bruuchianos. Aprenden mucho en toda su vida pero poco en un año. Debe ser que los bruuchianos alcanzan la inmovilidad mucho antes que los humanos.La hierba comenzaba a escasear y podían ver la aldea frente a ellos. Crowell vio inmediatamente lo que Waldo le había contado: sólo la mitad de las moradas tenía el familiar aspecto asimétrico de las construcciones de barro y juncos. Las nuevas eran más rectangulares y se elevaban hasta casi diez metros de altura.—Baluurn, ¿por qué tu pueblo dejó de construir edificios como los antiguos?El miraba el suelo y parecía concentrado en no adelantarse a los humanos.—Es un nuevo tipo... Algo nuevo en el ritual de vida. Dejar a los inmóviles en el suelo hacía perder mucho tiempo diario. Vivir arriba también hace perder a los inmóviles mucho tiempo. Hablamos con los inmóviles, los inmóviles saben más, son felices y más útiles.—Creo que eso tiene sentido —dijo Waldo con cara de franqueza—. No se puede esperar que ellos supieran lo que iba a suceder, estando como están, encerrados con llave en la trastienda del saber.—Oh, nunca con llave. Llave es una palabra humana, no bruuchiana. Pero tiene razón, así son mucho más útiles.Crowell tocó la pequeña cámara sujeta a su cinturón como siguiendo la línea de uno de sus pensamientos.—Creí que estaba prohibido mover a un inmóvil; se debía iniciar una nueva familia si uno movía alguno.—Es verdad, mucha verdad. La nueva casa se construye alrededor de la vieja casa. Se saca el viejo techo, se deja un agujero en el suelo, se compra cuerda en el almacén de la Compañía, y se pasa por donde están los inmóviles escalando y bajando muchas veces por día.—Correcto —Crowell sacó la cámara de su cinturón y sacó algunas fotos de los edificios. Luego garrapateó la descripción de cada foto en su libreta. Una imagen de protección.—Por alguna razón deben querer familias grandes —dijo Waldo—. Sé que acostumbran a repartir los inmóviles y los miembros de la familia cuando son demasiado numerosos; y comienzan una nueva familia en las afueras de la aldea.Una mujer nativa pasó caminando seguida por dos dóciles reptilmamíferos. La reciente exudación marrón de sus espaldas indicaba que acaban de ser esquilados. Crowell tomó una instantánea.—Grandes familias, quizá. Pero la construcción hacia arriba en lugar de a los lados preserva los campos de pastoreo; eso también debe ser importante.(Baluurn se mantuvo en silencio durante este intercambio de ideas; era sabido que los humanos acostumbraban a perderse en súbitos non sequiturs. Él sabía porqué se estaba construyendo hacia arriba, tal como se lo había dicho. Ahora era una parte del ritual de vida.)—¿Crowell-que-bromea?—Sí, Baluurn. Dime...—Una familia solicitó su visita. Una mujer vieja, muy vieja, le recuerda. Quiere hablar contigo antes de su inmovilidad, que llegará muy pronto.—Oye, eso es muy extraño... Yo les pregunté si alguno te recordaba y me dijeron que todos habían pasado a la inmovilidad.Crowell sonrió.—Usaste la modalidad formal, ¿no es cierto?—Seguro. ¿Quién puede emplear la otra?—Bien, entonces probablemente te entendieron mal. Es muy difícil hablar acerca de las hembras en la modalidad formal; requiere un cierto grado de circunloquio. Pensaron que estabas preguntando si algún hombre que me recordaba estaba aún vivo.—Crowell-que-bromea está en lo cierto. Struckheimer-que-demora debió haberme enviado a mí a preguntar. Toda la aldea conoce a la vieja Shuurna.—Bien, vamos a verla. Puede ser interesante.El edificio de Shuurna era uno de los nuevos. Los dos hombres y el bruuchiano penetraron uno tras otro a través de la estrecha puerta. Era un cuarto claustrofóbico, cubierto desde el techo al suelo con la vieja choza, con menos de un metro de espacio entre la vieja y la nueva puerta. Había oscuridad, humedad y olor a polvo.Baluurn entonó un ritual de entrada y alguien, escaleras arriba, respondió. Entraron en la vieja choza y se encontraron rodeados por docenas de cuerpos tiesos, inmóviles de la familia, cuyos ojos les contemplaban sin expresión. Baluurn susurró algo en la modalidad de piedad, demasiado aprisa para que Crowell pudiera seguirle, y dijo:—Subiré primero para ver si Shuurna está preparada para hablar con Crowell-que-bromea —Baluurn escaló rápidamente la cuerda, pareciendo más mono que nunca.—Espero poder sostenerme —murmuró Crowell tomando un Gravitol; guardó el frasquito y tomó algo de su bolsillo. Espiando con un ojo el agujero del techo, se acercó furtivamente a uno de los inmóviles que descansaba contra la pared.—¿Qué estás haciendo, Isaac?—Sólo un segundo —susurró Crowell alcanzando algo tras el inmóvil; luego volvió y alcanzó un pequeño envoltorio de plástico a Waldo, y guardó un pequeño vibropuñal en su bolsillo—. Una raspadura del hombro...Los ojos de Waldo Struckheimer giraron a su alrededor.—¿Sabes que...Baluurn estaba descendiendo por la cuerda. Otros dos le seguían.—Shuurna quiere hablar a solas con Crowell-que-bromea.—Bien, seguiré las reglas —dijo él—. Si puedo trepar por la cuerda...Aferró la cuerda con fuerza y comenzó a elevarse sujetándose al mismo tiempo con los pies. Con un Gravitol extra no era realmente tan difícil, pero resopló y refunfuñó mientras subía lentamente.Shuurna yacía sobre una esterilla tejida. Era el bruuchiano más viejo que Crowell hubiera visto nunca, pelo amarillento y caído en algunos lugares, ojos cerrados y ciegos, pezones encogidos y perdidas en colgajos de carne gris. Ella habló en la modalidad informal.—Crowell-que-bromea / te conocí en mi primer año de aprendizaje / así que te recuerdo mejor que a mis propios hijos. / Caminas distinto ahora / tus pasos parecen los de un hombre joven.—Los años han sido más amables / conmigo que contigo / Shuurna que espera la inmovilidad. / Esta aparente juventud / la produce una hierba / que el doctor me dio / para tener la fuerza de un hombre joven —era algo que Crowell no había previsto.—Mis ojos están oscurecidos / pero mis muchos ojos me dicen que eres dos granos más alto / Crowell-que-bromea, / que cuando te conocí hace mucho tiempo.—Así es. / Es algo que puede / suceder a un ser humano con la vejez —uno puede agregarse centímetros con plasticarne, pero no se los puede eliminar.Hubo un largo silencio que habría sido considerado inconveniente en la sociedad humana.—Shuurna: ¿tienes algo que / decirme o preguntarme?Otra larga pausa.—No. / Tú que pareces Crowell-que-bromea. / Esperaré para verte / pero ahora no estás aquí. / No puedo esperar más / estoy preparada para la inmovilidad. / Por favor llama al más joven y al más viejo.Crowell caminó hacia la cuerda.—¡Baluurn!—Sí, Crowell-que-bromea.—Shuurna está preparada para... pasar a la inmovilidad. ¿Puedes encontrar al más viejo y al más joven?Los dos que habían bajado con Baluurn subieron con soltura por la soga. Pasaron junto a Crowell y se detuvieron frente a Shuurna. Crowell se dispuso a salir.—Crowell-que-bromea —habló el viejo—, ¿quieres ayudamos / con nuestra alegre carga? / Soy demasiado viejo y éste es demasiado pequeño / para transportar a Shuurna / a unirse con los otros inmóviles de abajo.¿Otros inmóviles? Crowell fue hacia los tres y tomó la mano de Shuurna, sólida y rígida como la madera.—Anciano de la familia de Shuurna / no comprendo. Creía que los humanos no podían estar presentes / durante el ritual de inmovilidad.El viejo asintió con un cautivador gesto humano.—Así era hasta no hace mucho tiempo, / cuando el sacerdote nos habló del cambio. / Por mi pobre conocimiento tú eres / el segundo humano en ser honrado.Crowell levantó el cuerpo de Shuurna sin ceremonias, una mano bajo el rígido brazo y otra bajo el muslo.—¿Qué otro humano / tuvo este honor?El viejo daba la espalda a Crowell, siguiendo los movimientos del joven, que estaba subiendo la cuerda.—No estuve allí / pero me dijeron que fue / Malatesta-el-superior.Porfirio Malatesta, el último supervisor de Minas, la primera desaparición.Pasaron la cuerda a través de un anillo de hierro (también comprado en el almacén de la Compañía), y colgaron a la vieja como un simple hilo, con un palo en una punta para prevenir que se deslizara por el anillo. Crowell balanceó el cuerpo de Shuurna sobre los pies y el viejo pasó la cuerda bajo su cuerpo, asegurándolo con algo que parecía un nudo cuadrado. Bajaron el cuerpo hasta Baluurn, que lo desató, balanceando la cuerda con una mano y recobrándola hasta que volvió a su posición original. Luego los dos bruuchianos descendieron sosteniéndose con las manos. Crowell les siguió con un poco menos de seguridad.Durante todo el proceso Waldo permaneció a un lado, encontrándose algo perdido. El viejo se dirigió a Crowell en la modalidad informal, y éste le respondió con algo que Waldo Struckheimer pudo reconocer como una negativa amable.—Bien..., ¿qué es lo que sucede?—Fuimos invitados al despertar... Ya sabes, al relato de todas las buenas obras de la vieja y a la elección del lugar donde colocar el cuerpo. Les dije que no, gracias. Estos asuntos duran todo el día y tengo otras visitas que hacer. Además siempre tuve la sensación de que la presencia de humanos apaga las festividades. Desde luego, ellos tienen que invitarte si estás cerca cuando las cosas comienzan.—Y tú has estado más cerca que nadie. Me alegra que hayas rehusado... Todo este asunto me ha fastidiado un poco.—Bueno, podemos irnos en cualquier momento. Baluura se quedará, por supuesto.—Vámonos.El sol era aún deslumbrante cuando salieron de la choza. Toda la experiencia no había durado más de media hora. Caminaron algunos metros por el polvoriento sendero antes de que Waldo hablara con un ronco susurro.—Esa muestra que me has dado..., ¿qué te hace pensar que no se darán cuenta de que la has cogido?—Maldición, ¡no seas tan miedoso! Somos turistas, ¿no es así? Se necesita una buena lupa para encontrar el lugar donde hice la incisión. Además, la tomé de uno de los cuerpos menos accesibles, a la derecha contra la pared. El tabú contra el movimiento nos deja a salvo.—Bien, tengo que admitir que es una suerte inesperada. Quizá finalmente podamos saber cómo... Oye, ¡tú estabas allí cuando la mujer murió...! ¿Viste algo?Crowell observó el suelo unos pocos pasos antes de responder.—Estaba saliendo, de espaldas; estaba seguro que ellos no me querían alrededor. Pero sólo fueron hacia ella y la miraron y dijeron que ya estaba hecho. Cualquier tipo de embalsamamiento que hagan deben hacerlo mientras la persona está aún viva —a pesar del calor, Crowell se estremeció—. Ni siquiera la tocaron.8
Crowell había ignorado deliberadamente el consejo del doctor Norman y había concertado una cita con el embajador a primera hora de la tarde. Esperaba que entonces el hombre estuviera bien intoxicado. Un hombre bien parecido aunque algo envejecido, facciones aristocráticas, cabello gris cayendo sobre los amplios hombros, respondió a la llamada.
—¿Embajador Fitz-Jones?—Sí..., usted debe ser el doctor Crowell. Entre, entre —no parecía estar demasiado borracho.Crowell entró en un elegante salón de recepción, que la parte de su mente que era Otto identificó como mobiliario Provincial Americano de la última parte del siglo XX. Aunque fueran imitaciones, el costo de transporte debía ser asombrosamente alto.Fitz-Jones te indicó una silla amorfa tapizada de cuero y Crowell accedió a que ésta lo tragara.—Permítame que le traiga una copa. Puede ser coñac y agua, coñac y soda, coñac y zumos, coñac y hielo o... —hizo un guiño de complicidad—, un sorbo de borgoña Chateau de Rothschild del 23.—¡Dios mío! —hasta Crowell sabía lo que esa antigüedad representaba.—De alguna manera un pequeño tonel, por un error deliberado, llegó hasta aquí sin necesidad de un permiso de importación que nadie necesitaba —sacudió su cabeza gravemente—. Estas cosas son las inevitables tramo... perdón, complicaciones de tratar de operar sin el marco de una burocracia interestelar. Tenemos que aprender a aceptarlo.Crowell modificó su primera estimación. Fitz-Jones bien podía estar ebrio todo el día.—Eso suena magnífico —observó los cuidadosos pasos del hombre y se maravilló de la habilidad del organismo para salir adelante con tantas toxinas. El embajador volvió con dos grandes copas de cristal llenas con un vino de rojo profundo.—No son las copas adecuadas, por supuesto. Quizá vayan bien. El 23 no viaja bien, usted sabe... Y no lo haga durar, bébalo con rapidez.Su gusto era lo suficientemente bueno para Crowell, pero Otto podría haber dicho que estaba un poco desmejorado. Había sido un trato brutal para el vino del siglo. Fitz-Jones tomó un discreto trago que de alguna manera privó a la copa de dos centímetros de vino.—¿Su visita tiene alguna motivación específica? No es que no me agrade la compañía, cualesquiera sean los motivos que la traigan.—Creo que necesito conocer a alguien que no trabaje para la Compañía. Necesito un punto de vista imparcial sobre lo que ha estado sucediendo en los últimos diez años. Bastante general, por supuesto.Fitz-Jones hizo un gesto expansivo que estuvo a milímetros de derramar su vino. Otto pudo apreciar los años de práctica que se requerían para perfeccionar ese truco.—Nada importante, nada importante... Hasta hace un año, por supuesto. Hasta entonces, sólo la pesada rutina de este..., me excusará la expresión, mundo. Absolutamente nada que yo pudiera hacer mientras todos mantienen esta fábrica sudorosa trabajando. Salvo un vacío informe dos veces por año.»Entonces comenzaron las desapariciones, por supuesto. El superintendente Malatesta era la cabeza oficial, el mandatario titular de este planeta, así es que puede imaginar todo el papeleo que se originó. Me pasé horas, todos los días, en la radio subespacial, hasta que..., ¿puede guardar un secreto, doctor Crowell?—Tan bien como el siguiente hombre que lo conozca, supongo.—Bien, ya no es en realidad un secreto desde que el doctor Norman lo reveló, eso es... Probablemente ahora lo sepan todos en la Compañía. De cualquier forma, hablé con los oficiales de la Confederación de Terra y estuvieron de acuerdo en enviar un par de investigadores. Bueno, ellos llegaron con su magnífica imitación de dos jóvenes científicos, y mientras estaban investigando, también desaparecieron...—¿Los dos geólogos?—Precisamente. Y uno podría pensar que, con dos de sus hombres desaparecidos, la Confederación enviaría aquí un ejército para ver qué sucedió. Pero no. Finalmente logré hablar con el subsecretario que me dijo que no podían proporcionar más hombres para las 'pequeñas intrigas' de Bruuch.—Es extraño —el primer ítem de uno de los informes de los agentes había sido una llamada de atención sobre la falta de confianza en el embajador.—Es verdad: De modo que no creo que los agentes desaparecieran igual que Malatesta... Es decir, usted sabe..., muertos. Debían tener alguna nave espacial escondida en alguna parte y cuando encontraron lo que buscaban se fueron. Una maldita frustración; nosotros no tenemos la menor idea de lo que sucedió a Malatesta. Estoy seguro de que ellos lo descubrieron.Es como si lo hubieran descubierto, pensó Otto.—¿No podría la Confederación haber enviado más agentes sin informarle?—No, imposible; viola las leyes de la Confederación. Soy el único oficial federal en este planeta. Debo ser avisado. Y además, sólo han llegado dos personas desde la desaparición de los agentes. Uno es el nuevo asistente del doctor Struckheimer; le he mantenido bajo vigilancia. Creo que es lo que dice ser, un tipo algo torpe en realidad. El otro recién llegado es usted, por supuesto.Crowell se rió ahogadamente.—Bueno, siempre soñé con ser espía. Supongo que me invitará a beber vino con frecuencia, ¿no?Fitz-Jones sonrió, pero sus ojos eran fríos.—Por supuesto. Como yo digo, siempre hay una excusa. Confidencialmente, hace tiempo que espero que aparezca otro agente, me lo informen o no. Puede ser cualquiera... ¿Conoce la técnica de impersonalización?—¿El asunto de los zombies? —Crowell se hizo eco de las palabras del doctor Norman.—Exacto. Ellos pueden hacer una fotocopia de cualquiera... Cualquiera puede ser raptado y mantenido preso un mes —bebió el resto de su vino—. De cualquier modo, hay que hacer una distinción: una persona 'tan conocida' como usted está más allá de toda sospecha, por supuesto. Demasiadas personas hubieran notado su ausencia —sus ojos volvieron para hablar a Otto: 'miente' pensó.El embajador se levantó de su enorme almohadón.—Déme, permítame. Deje que le sirva otra copa —retornó con otras dos copas llenas.—Gracias. Ay, es hora de tomar mi Pandroxina —sacó un frasquito del bolsillo y tragó dos pastillas con el vino, una de Gravitol y otra de inhibición al alcohol.—Ah, es una droga muy débil. Ya hace bastante que usted está aquí. ¿No le permiten tomar Gravitol?—No. Naturalmente, lo pedí, pero me dijeron que soy demasiado viejo y gordo —¡cuan peligroso podía ser aquel borracho...!—. ¿Tiene alguna teoría sobre Malatesta?—Realmente no lo sé —se encogió de hombros y repitió su gesto de borracho—. Creo que sólo estoy seguro de una cosa; esa tontería de que las criaturas son responsables no es más que una pila de esnuurg... Perdón, basura.—Estoy de acuerdo. Simplemente no tienen capacidad para la violencia.—No sólo eso. Malatesta era su preferido. Había aprendido un poco de su lenguaje. Una de las familias le adoptó como bruuchiano honorario.—No sabía eso.—Oh, sí. Él fue a muchos de sus estar juntos. El consejo de sacerdotes le nombró consultor de algún tipo.—Sí —musitó Crowell—, hoy escuché que había estado presente en uno de sus rituales de inmovilidad.—¿Por qué embalsaman a esas pobres criaturas? Bueno, no lo sabía. Me pregunto por qué no se lo dijo a nadie. Struckheimer hubiera sido su amigo durante toda su vida.—Bueno, como usted dice, los bruuchianos no pudieron haber hecho nada a Malatesta; por lo tanto fue un accidente o un asesinato. Creo que los agentes investigaron las dos posibilidades.—Presumiblemente. Pasaban la mayor parte del tiempo dragando pozos de polvo. Se suponía que tomando muestras, evidentemente buscando un cuerpo, por lo menos eso creo. Supongo que el principal sospechoso de asesinato debería ser Kindle, el nuevo supervisor. Pero él nunca quiso el puesto... Duplica su trabajo por muy poca paga más. Y temía que lo sucedido a Malatesta pudiera ocurrirle también a él.—Entonces usted lo conoce bien, ¿no? —atención, estás siendo demasiado inquisitivo.—Oh, de acuerdo. Estaba en la Administración Pública cuando yo estaba en Mundo de Lamarr. Tenía una considerable participación en la Compañía y cuando el puesto de supervisor asistente quedó libre, vino aquí y tomó el trabajo. Yo fui transferido un año más tarde y reanudamos nuestra relación donde la habíamos dejado.Era hora de cambiar de tema.—El Mundo de Lamarr... Oí hablar de él, por supuesto, pero nunca estuve allí.—Era un mundo encantador —Fitz-Jones inició su gesto de borracho pero se contuvo—, especialmente, comparando con esta desolación...Hablaron de éste y de otros temas sin importancia durante aproximadamente una hora. Crowell sofocó un bostezo, señal propicia para iniciar la despedida.—Realmente debo irme. Discúlpeme si soy un mal visitante, pero en esta gravedad me canso con mucha facilidad.—Oh, es usted quien debe disculparme a mi por ser un anfitrión desconsiderado. A veces soy algo aburrido, lo sé —Fitz-Jones ayudó a Crowell a incorporarse—. Creo que va a tener algún problema en conseguir taxi a esta hora.—Oh, no se preocupe; puedo caminar algunas travesías —cambiaron las amabilidades de rigor y Crowell se alejó tambaleándose convincentemente.9
Su habitación había sido registrada por un aficionado; probablemente el asistente de Fitz-Jones. No había advertido los cabellos pegados en la puerta del armario y la tapa de la maleta, ni tampoco el lápiz apoyado contra la puerta de entrada. Crowell suspiró. Otto era merecedor de algo más.
De cualquier modo no había nada incriminatorio en el alojamiento mismo. Crowell salió de la habitación y fue hacia el retrete, entró y cerró la puerta. Tratando de ignorar el olor extrajo un bolígrafo y le sacó el capuchón, entonces el bolígrafo emitió un rayo invisible de luz ultravioleta. Sacudió la punta y tomó la lente de contacto que se desprendió y puso en su ojo izquierdo. Con ella podía ver muy bien tanto en la oscuridad más espesa como bajo una luz amplificada o un haz de luz infrarroja.El cabello cruzado sobre la doble tapa de su maleta estaba aún en su lugar. Levantó la madera y sacó la cubierta de lo que había sido el falso fondo. Retiró unas pocas cosas y puso la maleta en su lugar, colocando suavemente el pelo en la posición que había memorizado.A medianoche se apagaban las luces de las calles. Crowell se colocó las lentes para oscuridad que había comprado en el almacén de la Compañía y caminó el kilómetro que le separaba del depósito principal sin encontrar a nadie.Sabiendo que cualquier guardia estaría equipado con lentes para oscuridad, Crowell se aproximó al edificio por una calle paralela, a una manzana de distancia. Se ubicó silenciosamente tras la esquina de una casa y estuvo allí media hora, observando la entrada.Satisfecho, llegó a la conclusión de que el depósito no tenía guardias y cruzó hacia la entrada, estudiando la cerradura. Era un simple cierre magnético codificado. Lo abrió en un par de minutos con desensibilizante y dos ganzúas.Cuando cerró la puerta tras de sí, el nivel de luz descendió por debajo de lo mínimo de los lentes para oscuridad y Crowell tuvo que usar su lápiz ultravioleta. Estaba diseñado para operar de cerca, pero podía moverse con él. Lo dirigió a sus pies y formó un punto circular brillante de aproximadamente un metro de diámetro. No podía tener la visión general del depósito, sólo la vaga impresión de cajas amontonadas alrededor. No buscaba nada específico y realmente no tenía grandes expectativas. Era sólo parte de la rutina, como su visita a las minas. Deseó estar allí sin un guía, cuando estuviesen vacías.Exploró el lugar alrededor de una hora, examinando cada detalle sin importancia. Al llegar al lado del depósito se encontró con una puerta abierta. Si está abierta no hay nada de valor adentro, pensó. Pero entró.Había una ancha batea a lo largo de la pared. Resultó estar llena de una mezcla de arena y aserrín, quizá procedente del tamarindo local. La pared opuesta estaba totalmente cubierta hasta lo alto con bolsas de plástico llenas de la misma sustancia. Al fondo de la habitación había un sumidero y dos baldes grandes. Un estanque sobre el sumidero contenía muchas latas de pintura de medio litro. Ese era el lugar donde se preparaba la sustancia que evitaba que los nativos patinaran sobre el húmedo suelo de las minas.Inspeccionó el sumidero y era sólo eso, un inmundo sumidero. Las latas de arriba tenían la inscripción ANTISÉPTICO, hecha por alguien evidentemente inexperto. Tomó una y la sacudió: estaba llena hasta las tres cuartas partes de algún polvo. Movió la luz sobre ella, de abajo hacia arriba, y encontró una débil leyenda que decía: CRISTALES DE NITRATO DE BISMUTO, CSP. 1/2 KG.La sorpresa casi hizo caer la lata de las manos de Crowell. Evidentemente la inscripción original había sido borrada, pero los trazos eran aún visibles con luz ultravioleta. Colocó la lata en su lugar y se apoyó contra el sumidero. Esto explicaba el acortamiento de la expectativa de vida y la frenética actividad de la mina: para ellos el bismuto era un poderoso estimulante y euforizante, además de un veneno acumulativo. Debían absorberlo por los pies mientras trabajaban. ¿Quién podía ser el responsable?Los trabajadores que mezclaban el nitrato de bismuto con la arena y el serrín probablemente no conocían el resultado; de otra manera, para qué borrar las leyendas de las latas. ¿Estaban ya alteradas antes de ser embarcadas? Así debía ser, ya que todo el mundo parecía saber algo sobre la teoría del bismuto. Lo mejor sería hablar con Jonahton Lyndham, el nuevo jefe de Importaciones.Afuera estaba tan oscuro como cuando Crowell había forzado la entrada del depósito. Cerró la combinación y se despojó agradecidamente de los delgados guantes plásticos.Hubo un casi inaudible clic detrás de Crowell, a su izquierda. La mente-Crowell reaccionó aún antes que la mente-Otto pudiera pensar: 'seguro sacado', y Crowell rodó dentro de una zanja a un lado del camino. Estaba ciego, sus lentes se habían caído pero al mirar, pudo ver un lápiz lumínico de brillante rojo abanicar el camino a la altura de la cintura. Luego titiló y desapareció. Pero entonces había sacado una mini-pistola de aire comprimido de su funda. Apuntó adonde la desvanecí ente imagen retinal mostraba el punto escarlata de la boca de un láser y efectuó cuatro silenciosos disparos en rápida sucesión. Oyó el rebote de tres de ellos contra la pared del depósito y luego el ruido de los pies de un hombre que huía.Preciosos segundos buscando las lentes, otro segundo ajustando las imágenes para ver al hombre corriendo, casi a una manzana de distancia. Demasiado lejos para aquella mini-pistola. Crowell apuntó muy alto, disparó y falló, disparó otra vez y volvió a fallar; al tercer intento el hombre se desplomó en el suelo pero se reincorporó bamboleante y continuó corriendo, sosteniéndose el brazo. Aún tenía la pistola láser en la mano, pero no parecía dispuesto a usarla. Buena señal, pensó Otto: si el hombre fuera un profesional se habría dado cuenta de lo poco armado que estaba Crowell y... podría haber abanicado el aire a la máxima potencia friéndole con toda comodidad.Estudió la rápida figura que se iba empequeñeciendo. Nadie que pudiera reconocer. No era especialmente gordo o delgado o alto o bajo. Crowell tuvo que admitir que probablemente no podría reconocer al hombre la próxima vez que le viera. Salvo que tuviera el brazo en cabestrillo o enyesado, lo cual era poco probable.Tan pronto como Crowell penetró en su alojamiento, el radiófono comenzó a zumbar. Se quedó de pie a su lado varios segundos; luego con un encogimiento de hombros mental, levantó el receptor.—Aquí Crowell.—¿Isaac? ¿Dónde has estado a estas horas? Soy Waldo. He estado tratando de comunicarme contigo desde las tres.—Oh, me desperté y no podía conciliar el sueño... Salí a caminar un rato.—Bueno, yo... mira, perdona por llamarte tan tarde, pero la muestra que me diste... ¡Las células están aún vivas!—¿Vivas? ¿En una momia que tiene doscientos años?—Y experimentando mitosis. ¿Sabes lo que es la mitosis?—División celular, sí. Cromosomas...—Fue casi una coincidencia. Tenía la platina inoculadora en el microscopio y eso ayudó, acababa de poner la muestra allí antes de cometer la tontería de colocar una platina común. Era una célula interesante, una gran célula nerviosa, evidentemente muerta en la mitad de la anafase, de la mitosis, eso es... La observé durante un minuto y luego salí a buscar una cerveza, me aparté de mi camino por un problema de mantenimiento del espectrómetro... De cualquier manera volví al microscopio dos horas más tarde y... ¡La misma célula nerviosa estaba en una parte distinta de la anafase! Esas células crecen y se dividen, pero a una velocidad que debe ser varios cientos de veces más lenta que las células normales bruuchianas.—¡Es increíble!—Es más que increíble, ¡es imposible! No sabría decirte, Isaac. Yo soy un hombre educado en las más diversas cosas, con largos estudios de veterinaria. Necesitamos un par de biólogos reales... ¡Y los tendremos! Docenas de ellos, tan pronto esto se difunda... Animación suspendida, eso es lo que quiere decir. No me sorprenderé si estos bruuchianos tienen a cientos de personas estudiándoles durante un cierto tiempo...—Probablemente tengas razón —por primera vez Crowell se preguntó quién debía estar escuchando.10
Me alegro de que pudieras venir, Isaac —el apretón de manos del doctor Norman era inusualmente firme.
—No puedo dejar pasar esta oportunidad de ganar una partida después de todos estos años, Willy.—Bueno..., creo que cuando te fuiste te superaba por cuatro victorias. Juegas con las blancas —Willy sacó la bandeja con sus piezas de la mesa de ajedrez.—No Willy, tú primero. Es una consideración por tu juventud e inexperiencia.El doctor rió.—Peón cuatro rey, y te prepararé un trago.Crowell acercó una silla al tablero y se sentó, al tiempo que Willy hacía el primer movimiento; miró las piezas durante un segundo y contestó con su propia defensa.—¿Has hablado con Waldo hoy?—Oh, sí. El asunto de la momia... ¡Qué fantástico! Estuvo de lo más misterioso sobre la forma en que había obtenido la muestra. Casi puedo verle salir furtivamente de una de esas chozas con su instrumental de disección.El doctor Norman colocó una copa junto a Crowell y se sentó en la silla de enfrente.—No tengo porqué suponer que tú has tenido algo que ver, ¿no Isaac?—Bien —dijo Crowell con cautela—, es evidente cómo obtuvo la muestra. Pero como tú dices, es un secreto muy importante ahora.—Este mundo está lleno de secretos —el doctor hizo su segundo movimiento y Crowell respondió casi instintivamente, dentro de una línea tradicional—. ¿Una Ruy López, Isaac? Te has vuelto conservador, con la vejez... Tus aperturas solían ser imprevisibles.—Y tú aprovechabas para ir ganando con cuatro.El juego siguió aproximadamente una hora, durante la cual ninguno de los dos dijo mucho. Isaac tenía mejor posición y estaba en la ofensiva cuando el doctor Norman le dijo, levantando su mirada:—¿Quién es usted?—¿Qué dices, Willy?El doctor sacó un pedazo de papel de su bolsillo, lo desplegó y lo extendió sobre el tablero.—Si usted fuera Isaac Crowell estaría moribundo o muerto por causa del Gravitol. Y no me diga que no lo tomó; la Pandroxina otorga a la piel un tono amarillento... que usted no lo tiene. Además, su estilo ajedrecístico es equivocado; bueno, pero equivocado. Isaac nunca fue posicional en su juego...Crowell acabó su bebida, en su mayor parte hielo derretido. Se recostó en la silla, hundió la mano derecha en su bolsillo y apuntó la pistola al abdomen del doctor desde debajo de la mesa.—Me llamo Otto McGavin. Soy agente de la Confederación. Pero por favor, siga llamándome Isaac... Soy más Crowell que McGavin en la actualidad.El doctor asintió.—Y ha hecho un trabajo muy bueno. Mucho más convincente que los otros dos... Por eso vino aquí, ¿no? A investigar las desapariciones...—Investigar las muertes. Todo agente tiene un monitor implantado en el corazón, ambos dejaron de emitir.—Bueno, no necesito decirlo. Su secreto está a salvo conmigo.—No habría cargado con él durante mucho tiempo más. Y a los negocios ahora... Mate en tres —dijo Crowell moviendo el caballo—. A esto no encontrarás remedio, Willy.—Sí, lo vi llegar. Espero haberte distraído Isaac.—Doctor, creo que te has equivocado de profesión —Otto se relajó un poco—. Me preguntaba cómo lo haría para preguntarte sin despertar sospechas... ¿Has tratado a algún herido de bala últimamente?—¿Qué? ¿Porqué?—Alguien me tendió una emboscada anoche. Le disparé.—Cielos... En el brazo, ¿no es así?Crowell sacó su pistola, abrió el cargador y dejó que uno de los pequeños balines rodara sobre el tablero.—Una herida en el brazo derecho con un proyectil de este tamaño...El doctor Norman hizo girar el balín entre el pulgar y el índice.—Sí, era este tamaño. Muy endemoniado de extraer, también. Y la herida en el brazo derecho —respiró profundamente—. Esta mañana el embajador Fitz-Jones y el superintendente Kindle me despertaron para que extrajera un balín del brazo de Kindle. Dijeron que habían estado bebiendo y se les había ocurrido hacer prácticas de tiro en los fondos de la embajada. Fitz-Jones dijo haber disparado accidentalmente sobre Kindle; se disculpaba continuamente. Ambos olían a vino, pero actuaban como sobrios. Kindle tenía fuertes dolores; parecía como si hubieran intentado sacar el balín ellos mismos. Pero estaba muy hundido.—Kindle... Nunca me he encontrado con él.—Parece que te encontraste con él la última noche. Es difícil de creer. Parece un tipo muy apacible.—Deberías conocer toda la historia. Si algo me sucediera, trata de comunicarte con las autoridades de la Confederación. Un grupo de personas, incluyendo al embajador y al superintendente, aunque no necesariamente limitándose a ellos, está envenenando sistemáticamente a los bruuchianos que trabajan en las minas. La única motivación que pude encontrar es que les hacen trabajar más e incrementan las ganancias. Dime; Kindle posee una gran parte de la Compañía, ¿no es así? Me pregunto de dónde proviene el interés de Fitz-Jones...—No lo sé —dijo el doctor Norman—. Afirma ser un millonario independiente. Me parece que debe haber estado invirtiendo en la Compañía, eso creo. Las ganancias se han cuadruplicado en los últimos años. Yo mismo pensaba invertir allí tan pronto como me dieran el retiro.—Quizá será mejor no hacerlo ahora. Las ganancias descenderán muy rápidamente.—Lo supongo. Bueno, es una cosa horrible, aun cuando personalmente no me interesen demasiado esos pequeños monos. ¿En qué puedo ayudar?—Tenemos que usar la radio subespacial. Las dos únicas que hay en el planeta están en la casa del superintendente y en la del embajador. Si pudieras atraer a uno de ellos aquí durante una hora o más, puedo solicitar sus arrestos y autorización para encerrarles.—Eso parece bastante fácil. Fitz-Jones y yo tenemos que completar un informe del accidente y llevarlo a la oficina de personal de la Compañía para testificar. Le dije que viniera a buscarme alrededor de las tres de la tarde. El asunto llevará más o menos una hora.—¿No puedes hacer venir también a Kindle?—Me temo que no. Le he obligado a acostarse. No puedo perder autoridad pidiéndole que venga a charlar... Pero no te preocupes por él. Le hice una incisión profunda en el tríceps derecho; estará dopado, sufriendo mucho durante por lo menos una semana.—No puedo decir que sienta pena por él. Bien, entonces volveré a visitar la residencia de la embajada alrededor de las tres. Mira, toma esto —Crowell le alcanzó la pistola al doctor Norman—. Lamento haberte mantenido como blanco secundario.El doctor Norman hizo girar en la mano la pequeña arma.—¿No la necesitarás más que yo?—No. Voy a recoger alguna artillería más pesada. Kindle tenía una pistola láser, anoche; pudo haberme frito sin ningún problema...—Bueno, por cierto que la guardaré; pero es que nunca he disparado un arma en mi vida.—Bien, ten cuidado. Esa pistola no tiene seguro. Sólo debes apuntar en la dirección correcta y apretar el gatillo. Tiene alrededor de cien proyectiles en el cargador.—Espero que consigas ponerles a buen recaudo antes de tener que usarla.—Estarán en la cárcel de la Compañía antes de que oscurezca —dijo Isaac, pero más Otto.11
Desde la ventana de su alojamiento, Crowell pudo ver al embajador dirigirse hacia el dispensario. Sacó la pistola láser y verificó la carga: un cincuenta por ciento, dos minutos de operación completa, suficiente como para derribar un pelotón de infantería. Sostuvo la pistola y su equipo contra robos en la mano derecha y los cubrió con una chaqueta ligera.
Se encontró caminando a una travesía de distancia de la casa del embajador, luego dio la vuelta y llegó al lugar por detrás. No había edificios que obstruyeran a Fitz-Jones la vista del desierto, que se extendía hasta el horizonte, a pocos metros de un gran ventanal. Crowell tomó un lápiz de su equipo y dibujó un gran círculo negro en la ventana. El negro fue tomando color tiza y el círculo de plástico cayó. Con un esfuerzo considerable se alzó hasta el agujero y pasó por él, tragó un Gravitol y pensó en lo bueno que sería tener entonces su cuerpo real; sólo quedaba una píldora en su frasquito.Revisó tres habitaciones antes de encontrar la radio en el estudio. Había una cubierta sobre la placa de transmisión y maldijo con fuerza al ver que tenía una cerradura codificada sensible a la impresión digital; le llevaría horas sacarla.No podía hacer otra cosa que esperar que Fitz-Jones volviera, y obligarle a que la abriera. Crowell tuvo un pensamiento macabro y extraño en él, al sentir el peso del vibro-puñal en el bolsillo. Lo único que necesitaba era el dedo pulgar del hombre.Después de deambular media hora por el estudio de Fitz-Jones sin escuchar nada, Crowell recordó el Chateau Rothschild. Bien podría alegrar la espera. Caminó sobre la gruesa alfombra en dirección a la cocina. Encontró un vaso, colocó el láser en su cinturón y destapó el tonel de vino.—No cometas ninguna locura, Isaac.Otto giró lentamente.Mark II Westinghouse antiguo láser con seguro a mano derecha rango de tres metros equipo de dispersión total ninguna oportunidad.—¿Por qué no, Jonahton? Me sorprende encontrarte aquí...Mano temblorosa pero no puede fallar con dispersión total, no ha disparado aún y es probable que no piense piense piense...—Yo soy el sorprendido, Isaac, de la seguridad con que hablas. Pero tú no eres realmente Isaac, ¿verdad? Por lo menos, tanto como esos dos eran geólogos. Te reunirás con tus amigos esta noche, Isaac. Hablarás de los viejos tiempos en el pozo de polvo.—Cállate —otro hombre se hizo visible, su rígido brazo derecho metido en una funda de yeso—. Dame el arma —la tomó con la mano izquierda; Otto vio que temblaba aún más que el otro, pero de dolor y probablemente de rabia, más que de nerviosismo—. Ahora acércate y desármalo.Matarle usando el cuerpo como escudo es posible a gravedad uno con el cuerpo-Otto pero el cuerpo-Crowell era demasiado lento demasiado grande...Jonahton sacó el arma del cinturón de Otto y retrocedió.—No eres tan peligroso como Stuart dijo que serías...—Es peligroso, de acuerdo. Pero le hemos arrancado los colmillos. Vuelve a tu oficina, Lyndham. Fitz y yo terminaremos este trabajo; eres el único sin una buena razón para estar aquí.Jonahton salió por la puerta delantera.—Bien, señor McGavin... Supongo que encontrará un poco embarazoso ser apresado por un tipo tan 'apacible' como yo. Sí, oímos toda la conversación de esta mañana; el radiófono del doctor Norman no funciona muy bien..., y tampoco el del doctor Struckheimer: emiten todo el tiempo directo a un magnetófono de mi oficina —se movió con el arma—. Venga y siéntese en la sala de estar, señor McGavin. Y puede traer su vino, me encantaría poder acompañarle pero mi mano sana está completamente... Eso hará mucho más fácil matarle cuando llegue la hora.Crowell se sentó en la silla de estilo antiguo y se preguntó cuándo llegaría esa hora.—No crea que puede salir adelante con esto.—Es un pozo de polvo grande, el más grande. Temo que los doctores Norman y Struckheimer también le seguirán. No podemos correr el riesgo de tener a docenas de especialistas dando vueltas por aquí.Crowell sacudió la cabeza.—Si yo no doy mi informe van a tener que luchar con algo más que un puñado de especialistas. Un crucero de combate aterrizará en el espaciopuerto y pondrá a todo este maldito planeta bajo arresto.—Es extraño que no lo hicieran cuando los dos primeros agentes desaparecieron. Es un bluff muy torpe, Otto McGavin.—Esos dos buenos hombres eran agentes, señor Kindle. Pero sólo agentes. Yo soy operador principal; uno de cada veinte. Puede preguntarle a Fitz-Jones, cuando vuelva, lo que eso significa.—Quizá ya no esté vivo cuando él regrese. No quiero matarle aquí porque tendríamos que arrastrar el cuerpo por el desierto casi un kilómetro. Pero se me ocurre que podríamos hacer más de un viaje.—Una alternativa horrible. ¿Cree realmente que se puede cortar un hombre en dos como si fuera un bistec? Muy burdo.—Estoy desesperado...—¿De qué estás hablando?Fitz-Jones penetraba a través del salón de entrada.—Vi a Jonahton irse de aquí. Pensé que esperaría a que yo regresara.—Tuve miedo de que cometiera alguna estupidez y le dije que se fuera. Siempre me pareció que no se podía confiar mucho en él.—Quizá tengas razón, pero no quería que te dejara solo con este asesino experto.—Todavía no me ha asesinado. Fitz, me dijo que es operador principal... ¿Significa eso algo para ti?Las cejas de Fitz-Jones se levantaron por una fracción de segundo y contempló a Crowell.—Eso no puede ser verdad. Este planeta es demasiado pequeño para un operador principal.—Siempre enviamos a un principal cuando un agente es asesinado —dijo Crowell—. No importa lo poco importante que sea el caso.—Es posible —meditó Fitz-Jones—. Si es así, me siento casi honrado —hizo una reverencia burlona—. Pero hasta el más experto jugador de bridge puede perder si no puede levantar sus cartas. Esa es la posición en la cual se encuentra, caballero.—¿Sabe lo que sucederá si me asesina, embajador?—No 'si...' Después de que le asesinemos. ¿Enviarán a otro operador principal? Se irán pronto de aquí.—Pondrán en cuarentena al planeta entero y harán averiguaciones sobre usted. No tiene ninguna oportunidad.—Oh, por el contrario. Tenemos una muy buena oportunidad... La oportunidad de que usted está agonizando, lo que es una oportunidad importante, considerando las circunstancias. No voy a asustarme por esto, señor McGavin, yo haría lo mismo en su caso.—¿Por qué no dejas de regodearte con él y traes alguna cuerda? Mi brazo se está cansando.—Excelente idea —Fitz-Jones fue hacia el interior y volvió con un largo rollo.—Acaba tu vino, Isaac. Ven hacia aquí, Kindle; a su lado. Si intenta algo, no quiero que me quemes junto con él...Otto expandió el pecho y los bíceps cuando Fitz-Jones colocaba la cuerda a su alrededor. Era un viejo truco y no muy sutil, pero Fitz-Jones no se dio cuenta. La forma en que le ataron, dando vueltas y vueltas a la soga alrededor de su cuerpo, le recordó a Otto que estaba tratando con aficionados sin experiencia, y se maldijo por no haber sido más cuidadoso. A pesar de que no le habían registrado, tuvo que reconocer que no tenía oculto nada más letal que un cortaplumas. Sin embargo, conservaba sus manos y pies.—Nos quedan por delante varias horas de espera, señor McGavin. Le sugiero que trate de dormir —Fitz-Jones fue a la cocina y volvió con el láser de Otto y una botella de soda. Caminó hacia Otto y le golpeó con la botella de plástico, estrellándose en un costado de su cabeza. La habitación se llenó de chispas azules y de gelatina, y se desvaneció.Había estado escuchando despierto, casi una hora, cuando Fitz-Jones vino con un vaso de agua y lo vertió sobre su cabeza.—Despierte, señor McGavin. Es medianoche, las luces se han ido y vamos a dar un paseíto.Otto se puso de pie tambaleándose, cuidando de hinchar el pecho y los músculos de manera que las ataduras parecieran firmes.—Acabo de acordarme de algo, Fitz. ¿Tienes otro par de lentes para oscuridad?—¿No traes los tuyos?—No acostumbro a llevarlos cuando es de día.—Bien, entonces tendré que ocuparme de él yo solo. No podemos llevar luces.—Oh, no. No puedes. Después de lo que me hizo, quiero tener el placer de freírlo... lentamente.—Seguro..., y caerte en un pozo de polvo en el camino. No pretenderás que te deje a ti las únicas lentes, y menos con un brazo inútil.—Fitz, está atado y desarmado. Además, no puede ver en la oscuridad.—Desarmado y atado y ciego, es más peligroso que tú al mando de un crucero de combate. Este es el fin de la discusión, ¿sabes?—Muy bien, muy bien. Sólo déjame ir para poder liquidarle. Puedo sujetarme de tu cinturón.Fitz-Jones observó a McGavin, que estaba sonriendo a pesar de lo que declaraban.—El arreglo tiene una cierta carencia de dignidad. Puedo ver que divierte a nuestro amigo. Pues bien, puedes caminar detrás de mí. Pero si intenta hacer algo, déjame resolver el asunto sin intervenir.—Seguro, Fitz —ostentosamente puso el seguro de su láser—. Aunque comience a arrojar bombas de fisión, no dispararé hasta que estemos allá. Luego déjame ponerle frente a ti y le encontraré con la luz del láser.—Adelante con eso, señor McGavin. Tendrá el honor de encabezar la marcha, entonces. Yo le dirigiré —salieron a través de la puerta de la cocina hacia la absoluta negrura del desierto.Otto sabía que debía esperar medio kilómetro para hacer su jugada. Calculaba que entonces estarían menos alerta. Contó los pasos cuidadosamente; mil doscientos para un kilómetro.Los hombres marchaban silenciosos, excepto ocasionales indicaciones de Fitz-Jones. Otto contó trescientos pasos, luego se movió un poco a su izquierda. Bajo la cuerda llevó la mano izquierda hasta su hombro derecho; su brazo izquierdo se zafó de la atadura. Su cuerpo bloqueó la visual de Fitz-Jones; tenía una firme imagen mental del hombre tras de él y podía golpearle en cualquier punto vital, una vez que supiera de qué parte se trataba.Se detuvo y Fitz-Jones le aguijoneó con el láser, dándole así un punto de referencia. Lanzó un mandoble con la mano izquierda que envió el láser por el aire, y antes que éste chocara contra el suelo le asestó una patada salvaje, asesina, en la ingle, con fuerza suficiente para derribar a ambos hombres.Oyó el golpe del láser contra las piedras y corrió tras de él mientras los dos hombres caían. Pero al tercer paso resbaló sobre el pedregullo, perdió el equilibrio y cayó, girando sobre su hombro..., pero éste nunca golpeó el suelo.Chocó con el pozo con un ruido blando y se deslizó a través del mundo pesadillesco del polvo viscoso. Luchó por contener el aliento mientras el polvo se le metía en las narices. Luego sus rodillas golpearon el fondo rocoso. Luchando con el pánico se incorporó y estiró su brazo libre hacia lo alto. No pudo saber dónde brotó su mano en la superficie del pozo. Con los pulmones ardiendo trató de retroceder hacia donde había caído, dándose cuenta de que su sentido de orientación había desaparecido. Trató de avanzar en línea recta; cualquier dirección era buena, ya que el pozo no podía tener más que unos pocos metros de diámetro. Si hubiera sido más grande, ellos lo habrían usado como lugar de entierro; pero le era imposible caminar y se arrastró sobre las rodillas moviendo sus brazos como para nadar hasta que su cabeza chocó contra la pared de piedra del pozo y comenzó a trepar elevando penosamente el cuerpo-Crowell un agarre un pie el brazo derecho libre los bíceps magullados contra la plasticarne los ojos que arden picazón tener que estornudar la brisa fresca sobre su mano encontrar el borde elevarse libertad.Otto puso su barbilla sobre el borde del pozo, exhaló con un rápido siseo y sorbió el aire; comenzó a estornudar y se mordió la lengua con fuerza. Kindle estaba gritando.—¡No puedo ver! ¡Los has roto, hijo de puta...! —Fitz-Jones estaba gimiendo, con los quejidos de un animalito.Súbitamente el rojo fulgor de un láser iluminó la escena. Kindle estaba abanicando a su alrededor, usándolo como si fuera una linterna. Era estúpido; si alguien despertaba en la Compañía vería las luces. Pensó que no sería raro que alguien saliera a investigar.Fitz-Jones, que no debería estar vivo, estaba en ese momento de pie, tambaleándose, doblado por el dolor. El filo del haz le acarició una pierna y estalló en llamas. Dio vueltas sobre sí mismo dos veces y desapareció. Otro pozo de polvo.La luz vaciló y se extinguió.—¿McGavin? ¡Espero que hayas visto eso! Estás escondido en algún lugar, ¡lo sé! Pero puedo esperar, puedo esperar... ¡Y cuando haya luz, serás un hombre muerto!Cautelosamente McGavin salió por completo del pozo de polvo. Desató la cuerda que aún se encontraba flojamente enrollada en su cuerpo. Después de revisar al tacto los alrededores del pozo tuvo que admitir que el láser de Fitz-Jones debió haber caído dentro. Y no pensaba ir tras de él.Había un gran afloramiento de rocas a una distancia de treinta metros; lo había visto a la luz del láser. Lenta, silenciosamente, se arrastró en aquella dirección tanteando el suelo frente a él; varias veces su mano encontró la cálida y blanca suavidad de un pozo de polvo y tuvo que rodearlo. Finalmente llegó a las rocas y se sentó tras una gran piedra.Hizo un recuento. Un vibropuñal, dos manos, dos pies y una gran cantidad de rocas. Un rollo de cuerda. Tenía varias alternativas: estrangular a Kindle, cortarlo en trocitos o simplemente romperle todos los huesos del cuerpo. Todas muy efectivas contra un hombre desarmado. Pero suicidas frente a un láser.Estaba cansado, mucho más cansado de lo que podía recordar haber estado en toda su complicada vida. Sacudió suavemente el frasquito. Queda un Gravitol, tienes que conservarlo, tomarlo solamente cuando comience a amanecer.Elaboró y descartó media docena de planes. Había realizado un gran esfuerzo en el pozo de polvo y estaba tan cansado...Pasos: ¿Kindle sería tan loco como para caminar en la oscuridad? No, eran demasiado confiados: era un bruuchiano. Caminaba en línea recta y se sentó a menos de un metro de distancia. Otto pudo oír la respiración.—¿Te conozco / amigo que llegas en la oscuridad? —susurró McGavin en modalidad informal.—Crowell-que-bromea / soy Pornuuran / de la familia Tuurlg. / No me conoces / pero yo sí te conozco. / Eres amigo de mi hermano / Kindle-que-dirige —el bruuchiano también susurraba.—¿Kindle-que-dirige / es de tu familia?—Sí, / el sacerdote concedió a la familia Tuurlg / el honor-tradición de adoptar / al más elevado de los humanos, / Kindle-que-dirige y / antes de él / Malatesta el superior.—Pornuuran, hermano-de-mi-amigo: / ¿puedes guiarme fuera de este lugar, / antes que la luz / sea en el desierto?El bruuchiano rió, como en un silencioso eructo.—Crowell-que-bromea; / eres quizás el más gracioso de los humanos. / Mis hermanos y yo / hemos venido a observar el ritual / de la inmovilidad. / Por supuesto que no podemos interferir. / El sacerdote vio la luz roja en el desierto y nos envió aquí / a esperar instrucciones, / tal vez para ayudar a transportar al inmóvil.—¿Dónde están tus hermanos mayores?—Crowell-que-bromea / mis hermanos, el mayor y el menor / están cerca de su hermano / Kindle-que-dirige. / También él nos pidió que le guiáramos en la oscuridad, / que le guiáramos hacia ti / pero nosotros no podemos desobedecer / las órdenes del sacedote.Gracias a Dios, pensó Otto. Consideró por un momento usar al nativo como escudo, pero era algo muy lento. E ineficaz. El nativo era demasiado pequeño.De pronto, Otto se dio cuenta de que podía ver el vago contorno de la silueta del nativo contra la roca más clara. Tomó el frasquito y tragó el último Gravitol. El cansancio se desvaneció en forma instantánea.Espió por un costado de la piedra. Aún no podía ver a Kindle, pero sólo sería una cuestión de minutos: el amanecer llegaba con gran velocidad. Y entonces Kindle podría moverse a su antojo.Súbitamente McGavin tuvo un plan. Era curiosamente simple, y bastante arriesgado. Pero podía funcionar... Además, él tenía muy pocas opciones.Recogió una brazada de rocas y comenzó a cruzar el llano, moviéndose tan rápido como podía hacerlo con seguridad. Para cuando su mano encontró un pozo de polvo, había suficiente luz como para poder verla desaparecer en el polvo. Giró alrededor y verificó la ubicación de los bordes. Depositó luego las rocas y su vibropuñal, y comenzó a introducirse en el cálido estanque, luchando contra la urgencia de salir a combatir de inmediato.Colocó las rocas alrededor del chato borde, de manera que su cabeza quedara oculta cuando estuviera inmerso hasta la barbilla.La hoja del vibropuñal se deslizó fuera sólo a medias cuando tocó el botón lateral. Probó con la uña, no vibraba. El polvo debió haber estropeado el mecanismo. Pero aún le quedaba punta y filo.Alcanzaba a oír a Kindle moverse a unos veinte metros de distancia, aproximadamente. Aún no podía verlo, pero arrojó una piedra en su dirección. El láser respondió fulgurando; quemó la roca que usaba como escudo, pudo oír su crepitar y el penetrante aroma del ozono y del dióxido de nitrógeno.—Se está poniendo caliente por aquí, ¿no McGavin? Sé que estás ahí... Oí a mi hermanito ir hacia allá. Deberías haber salido y así te habrías ahorrado la espera —volvió a disparar contra la misma roca.Sólo ahora podía eliminar a Kindle. Había tres bruuchianos caminando con él. Pisaba muy cautelosamente, mirando el suelo. Otto se metió en el polvo hasta la nariz.—Eso es, McGavin. Ahora eres un hombre muerto.Otto miró sobre el borde y vio la espalda de Kindle a unos cinco metros de distancia. Si su puñal funcionara, habría podido lanzarlo, y matarle con facilidad. Pero esas dos pulgadas de acero de las que disponía, requerían una acción más cercana.Levantó el puñal y salió rápidamente del pozo. Corrió silenciosamente hacia Kindle, que estaba disparando hacia la roca con el láser a nivel del ojo; parecía demasiado fácil.Entonces, uno de los bruuchianos giró su cabeza y vio a Crowell. Kindle observó el movimiento y se dio la vuelta. Otto se arrojó hacia sus rodillas para atajarle. El haz pasó sobre Otto, y su hombro y la mitad de su cara se incendiaron, apagándose tan pronto como atropello a Kindle y ambos hombres cayeron pesadamente. Otto desvió el arma a un lado y el hambriento haz se perdió inútilmente contra la gran roca. Otto hundió una y otra vez el puñal en la espalda de Kindle, buscando instintivamente, aun en medio de la furia y el dolor y el odio, los vulnerables riñones. El golpe reactivó el puñal; el resto de la hoja zumbó fuera y se deslizó con igual fluidez a través de carne y hueso y órganos hasta que Kindle arqueó la espalda y quedó inmóvil.Otto quedó sobre sus rodillas y vio que Kindle aún sostenía el láser activo, que terminaba su limpio trabajo de fundir la roca. Se detuvo, sin haber podido arrancar la pistola del puño de Kindle, tratando que ola tras ola del intenso dolor que sobrevino, pulsaran a través de su cuerpo. Y entonces, recordó su entrenamiento.Aún inclinado sobre el cuerpo de Kindle, cerró los ojos y repitió varias veces aquella técnica aprendida en el hipno-condicionamiento, aislando el dolor y empujándolo hacia un lugar cada vez más pequeño. Cuando fue un diminuto aguijón, tan caliente como el interior de una estrella, lo sacó sólo un milímetro fuera de su piel y lo mantuvo allí. Se sentó cuidadosamente y recuperó con lentitud el uso de las partes de su mente que no estaban ocupadas en mantener fuera el dolor.Tocó su cara con el reverso de la mano y cuando la apartó, largos filamentos de plasticarne fundida quedaron pegadas a ella. Notó que su otra mano estaba aún goteando sangre que comenzaba a coagularse, junto con la vida de Kindle. Y no sintió absolutamente nada, ni triunfo ni remordimiento.El material de su camisa se había vaporizado y la plasticarne sobre su hombro se había fundido por completo. El color de la carne real iba desde el rosado rabioso, seguía con ampollas de un rojo intenso hasta una negra masa chamuscada del tamaño de su mano. Un hilo de sangre brotaba del área más quemada, y Otto decidió desapasionadamente que no había suficiente sangre como para justificar un vendaje en la herida.Los dos jóvenes bruuchianos salieron de detrás de la roca y se pararon junto a Kindle. El más viejo renqueaba y parloteó algo en la modalidad informal, demasiado rápido como para que Otto alcanzara a traducirlo.Levantaron el tieso cuerpo de Kindle y lo balancearon sobre sus hombros para transportarlo como si fuera un leño. Súbitamente Otto se dio cuenta que Kindle no estaba realmente muerto: el más viejo y el más joven le habían pasado a la inmovilidad mientras el puñal realizaba su trabajo. Contempló el rictus de dolor en la cara del hombre y recordó el descubrimiento de Waldo.El hombre no estaba muerto, pero seguía agonizando. Moriría lentamente durante cientos de años. Otto sonrió.El doctor Norman y dos camilleros realizaron una cuidadosa búsqueda a través del desierto y encontraron a Crowell casi al mediodía. Treinta años de práctica médica no habían preparado al doctor para la visión de un hombre seriamente herido sentado frente a un charco de sangre seca y descompuesta. La mitad de la cara, quemada y destruida, la otra mitad, sonriendo beatíficamente.RE-EXAMEN:
EDAD, 39
Revisión biográfica. Por favor, adelante.
—Otto McGavin, nacido el 24 de abril del 198 DC.—Salte a los dieciocho años. Por favor, adelante.—El único motivo por el que fui a la universidad fue para ir al espacio. Como no tenía talento para la ciencia o las matemáticas tomé clases especializadas que me fueran útiles para el servicio en la Confederación, fuera del planeta.—Salte a los treinta y tres años. Por favor, adelante.—Tuve seis meses de postoperatorio para recobrarme de la misión en Bruuch; me trasladaron de la persona de Isaac Crowell a la de Corazón-es-sagrado-a-Mason, ministro plenipotenciario de la Tierra en el Mundo de Charlie, a fin de infiltrar un asesino en la camarilla gobernante.—Salte a los treinta y cinco años. Por favor, adelante.—El nuevo brazo se adaptó bien. Tuve que volver al hospital por dos meses, para que lo amputaran y se regenerara. Luego moví papeles durante más de un año. Luego fui a Sammler como Eduardo Muenchen, un falso jugador profesional que entonces coordinaba un grupo de espionaje en Jardín, por violación del artículo siete sobre interferencia económica; un enlace de la TBH hizo un arreglo que revelaba mi identidad, y tuve que disparar para poder salir de allí. Oh Dios, nueve personas muertas, seis de ellas, inocentes.—¿Su nuevo brazo funciona bien? Por favor, adelante.—Funciona mejor que el viejo. Dios mío, la mirada de la niña...—Salte a los treinta y siete años. Por favor, adelante.—Ella nunca miró su herida. Oh Dios, las tripas colgando y su vista fija en mí, mientras yo intentaba llegar a la puerta. La acción correcta es abstenerse de matar, robar y...—Anacardo, batería.—La correcta subsistencia es ganarse el pan...—Rouge.—...sin dañar a ningún ser viviente. El esfuerzo correcto es evitar los malos pensamientos...—Carnoso.—y vencerlos. Oh Dios...—Duerma ahora.EPISODIO:
LA ÚNICA GUERRA QUE TUVIMOS
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Un ayudante uniformado abrió la puerta de la sección de Personalidades Artificiales y se hizo a un lado para que Otto McGavin pudiera escurrirse. Arrastraba los pies penosamente, apoyándose en un viejo bastón de madera; el crujido de las silenciosas alfombras formaba un poco placentero contrapunto a su jadeo. Su nariz parecía rota de hacía poco (y lo estaba); su cara y brazos, cubiertos de llagas. El ayudante se las ingenió para guiarle sin tocarle a través de la puerta marcada como:
INSTRUCCIONES E INTERROGATORIOS / DOCTOR EN FILOSOFÍA.
Dentro de la oficina, el ayudante le ubicó en una silla de respaldo recto, frente a un nervioso joven sentado en una silla color gris oficial, detrás de un escritorio gris oficial. El ayudante se retiró rápidamente una vez que estuvo seguro que la persona a su cargo no se iba a caer de la silla.—A... anacardo —tartamudeó el joven funcionario—. Batería. Rouge. Carnoo... sso.Una luz brilló tras el flujo que impregnaba los ojos de Otto, que se levantó de la silla tambaleante, casi cayéndose.—Qué...Se tocó la cara, dio un respingo de dolor y contempló la espesa exudación que impregnaba sus dedos. Se desplomó en la silla.—Esta vez es demasiado —tironeó los harapos y un fragmento se deshizo entre sus dedos—. ¿Qué se supone que soy esta vez? ¿El viejo marinero? ¿El judío errante..., o sólo una variedad de jardín de la lepra?—Ahora, coronel McGavin, le aseguro que... Hmmm...—¡Me asegura una mierda! Esta es la tercera vez seguida ¡la tercera vez seguida! que tengo que ser un viejo débil y acabado; ¡alguien de Planeamiento debe querer matarme!—¡No, no! No es así... No todo es así —barajó algunos papeles de su escritorio sin mirar a Otto—. Usted tiene un buen... ejem, un récord extremadamente bueno de éxitos... Y bajo severos hándicaps de postoperatorio, especialmente.—¡Creo que podría hacerlo mucho mejor si sus payasos me permitieran ser un humano normal, al menos por una vez! —apretó su andrajoso brazo izquierdo, casi pudiendo circundar bíceps y tríceps con una mano huesuda—. 'Hándicap post-operatorio'. Si me hubieran mantenido bajo tratamiento una semana más, me habrían enviado a la tumba.—Usted sabe que es sólo... ejem, temporal.—¡Temporal! Joven...—Doctor Ellis —dijo él, suavemente.—Joven doctor, debe haber sido sólo un par de semanas de hambre en un campo de gravedad nula para perder todos los músculos, pero yo tengo que volver a la vieja forma. Quizá con hipnosis...—No, coronel. Es temporal... Quiero decir...—¿Qué quiere usted decir?—Bueno, usted esperaba... recobrarse de una misión. Su persona es el tipo que... bueno, uno puede llamar atleta profesional.—Eso, los cien metros de relevos con muletas... Yo puedo...—Pero no... No. Usted no puede verlo, él ha sido... —Ellis volvió a barajar los papeles una vez más—. Si podemos seguir adelante con las instrucciones, podré...—Está bien, está bien. Nunca nadie permite mis quejas. ¿Es que tengo que infiltrarme en un hospital..., un balneario termal?—Oh no, no. Tampoco. Primero una estación de policía. El individuo al que debe sustituir está en la cárcel, esperando ser enviado...—Por haber salpicado a alguien.—Hm, no. Por asesinato. Asesinato premeditado en primer grado. Mató a alguien.—Oiga, esto sí que es bueno. Una buena experiencia. Lavado de cerebro.—Hm, bueno; usted no estará en la Tierra, como verá. Hmmm...—Creo que ya me formo una idea.—En Selva castigan a los asesinos quemándoles vivos en una estaca o por lapidación públ...—No quiero oír eso. No quiero hacer eso.—No tiene elección, por supuesto.—Ah, pero puedo —dijo Otto, en tensión—. Todo lo que tengo que hacer es matarle antes de que usted pueda...—Carnoso. Rouge. Batería. Anacardo —gritó el doctor. Otto se desplomó en la silla con el rostro flojo. El doctor Ellis suspiró y se secó la frente, se levantó y buscó desordenadamente en un fichero hasta que encontró un láser con su funda. Le sacó el polvo, volvió a sentarse, sacó el arma y apuntó al centro del pecho de Otto.—Anacardo. Batería. Rouge. Carnoso.Otto sacudió la cabeza para aclarar sus ideas y miró el cañón del arma.—Aleje esa mierda antes que se electrocute —dijo rápidamente—. El selector de batería está en 'carga'.Ningún chico de diez años habría caído en esa trampa pero el doctor Ellis sin duda había pasado su juventud enfrascado en sus estudios. Dio la vuelta el arma y miró la matriz de poder, sosteniéndola con mucho cuidado. Otto se la quitó de un manotazo y, sin moverse demasiado velozmente, la levantó de la alfombra.—Carnoso... ejem.—No —Otto tenía el arma a la altura del doctor, con el cañón oscilando a un metro de la nariz—. Cálmese.Volvió a su silla manteniendo al médico a tiro, y se sentó. Sacudió la cabeza.—Ustedes los burócratas son realmente grandes. Realmente grandes... No pueden aguantar una broma —arrojó el arma sobre el escritorio del médico, la cual golpeó ruidosamente contra el borde y cayó dando vueltas sobre el suelo.—Es propiedad gubernamental —dijo el doctor Ellis.—Yo también lo soy, demonios —Otto se recostó en la silla, que crujió fuertemente, y volvió a hablar—. Yo también lo soy —estudió al médico durante unos pocos y silenciosos segundos—. Adelante. Yo soy ese asesino...—Ah, sí —Ellis se relajó, entrelazando sus dedos—. Pero no nos adelantemos mucho. Tenemos un problema en Selva.—Eso he entendido.—Hm, sí; es un problema. En el nivel que usted opera, es un problema de asesinato. O en realidad, de asesinato sistemático.—Así es que yo soy un asesino...—Es... una manera dé hablar. Pero el problema es mucho mayor que eso...—Lo desearía.—Sí, bueno. Es la guerra...—¿Eso? No hay nada en la Carta...—Guerra interplanetaria.Otto se inclinó hacia adelante, sonriendo ligeramente.—¿Guerra interplanetaria? Me está tomando el pelo. Nadie...—Lo sé —suspiró—. Nos estamos adelantando demasiado otra vez.—Entonces, comience por el principio. A ver...—Eso es lo que estaba diciendo, sí. ¿Conoce algo de la política de Selva?—Mire, no puedo estar informado sobre esos lugares remotos.—Correcto, eso es lo que pensé. No se preocupe, su persona conoce todo lo que...—Por supuesto, adelante.—Bien, Selva está clasificada como una oligarquía hereditaria representativa.—Algo parecido. Ya conozco todo eso.—Paciencia, por favor. Hay cuarenta y dos clanes hereditarios, y cada uno envía un representante a un consejo de gobierno interclanes: el Senado Grande. Este representante es el hijo mayor del jefe del clan; eventualmente, él encabezará el clan y enviará a su hijo al Senado.—...una especie de títere del padre, ¿no es así?—Generalmente, sí. En la práctica, el Senado sirve como grupo de entrenamiento de los jóvenes para los trabajos más dificultosos que les esperan cuando sus padres mueran o abdiquen. Selva no tiene un fuerte gobierno central; al menos no lo ha tenido durante siglos, es el Senado el que formaliza leyes, elaboradas en acuerdos por los distintos jefes de clan, reunidos en secreto.—Muy avanzado.—Bueno, funciona. Ellos comenzaron con un sistema neo-maoísta; de cualquier modo, este es el problema... En Selva las diferencias personales importantes entre hombres adultos son solucionadas generalmente en duelo...—¡Duelo!—Sí, es un planeta refinado. Generalmente se baten con espadas, algunas veces con armas más exóticas. Pero la primera sangre dirime la disputa, el final del duelo suele ser una herida. Por los asuntos más serios, algunas veces combaten a muerte.—¡No he sostenido una espada desde mi entrenamiento! Hace casi veinte años...—¿Tanto? Bueno, no se preocupe, su persona es bastante experta; al muchacho que mató, fue con...—¿El muchacho? ¿El muchacho al que mató?—Tenía dieciséis años, justo unos pocos días después de haberlos cumplido. Esa es la edad legal límite para los duelos, lo cual es algo secundario para su misión; déjeme explicarle. El hombre que ideó la guerra interplanetaria es un jefe de clan llamado Álvarez. Quiere atacar Grünwelt...—Oh, oí hablar de...—Sí, Grünwelt es un mundo comparativamente próspero, al contrario de Selva está afincado en la corriente vital de la Confederación. Y son prácticamente vecinos. Tan cercanos como pueden ser sesenta millones de kilómetros en oposición.—¿Y por qué quieren comenzar una guerra? ¿No ha oído hablar de...—...Octubre? Seguro, han oído hablar de Octubre. En sus escuelas enseñan que es un mito, que la Confederación es demasiado débil para...—A pesar de eso, ¿por qué una guerra interplanetaria?Ellis se encogió de hombros.—Este Álvarez... Bueno, durante generaciones los selvanos han estado celosos de Grünwelt, y Álvarez está exacerbando esos celos. Reducido a términos simples, él propone atacar por sorpresa y saquearlo.—Si Grünwelt está informado...—Sólo nuestro representante allí. No tienen ningún sistema de espionaje en Selva; nunca lo vieron como amenaza potencial. ¿Cómo podrían...? Selva sólo tiene dos navíos interplanetarios en funcionamiento, y ni siquiera un espacio puerto clase dos.—Entonces, ¿cómo es que Selva se propone...—Eso es lo gracioso. El caso es que pueden hacerlo; un ataque furtivo con diez, veinte pequeñas naves. Bombardear un par de ciudades, amenazar con bombardear más, recoger el botín y volver. Dejar un par de naves en órbita como seguro contra represalias.—Nunca ha funcionado...—Sé que no funcionaría y usted también lo sabe. Y sospecho que hasta el mismo Álvarez lo sabe también. Sólo podemos intentar adivinar qué es lo que se propone.—Una base de poder, supongo. Usará el esquema para convertirse en el hombre fuerte de Selva.—...y entonces, quizá por chantaje, una posición de poder en Grünwelt; ¿quién puede saberlo? Eso es lo que usted tiene que descubrir. El hombre al que usted debe sustituir es Ramos Guajana. Usted es uno de los cuatro o cinco expertos duelistas que han estado asesinando sistemáticamente, no a los que se oponen a Álvarez, sino a sus hijos.—Tan pronto como alcanzan los dieciséis.—Cuando es conveniente —Ellis encendió un cigarrillo de marihuana y luego pasó la caja a McGavin—, todo es muy legal.—Estoy seguro. Gracias. Una pregunta más: ¿cómo puede esta ruina de Guajana, aplastar algo más grande que una cucaracha?—Oh, normalmente tiene mejor aspecto, por supuesto. Guajana ha estado detenido casi dos meses..., dieta de hambre, golpes todos los días. Estará en buen estado de combate tan pronto como escape.—Pero primero tengo que pasar hambre hasta que pueda deslizarme por entre los barrotes...—Oh, no. Tenemos un plan seguro —Ellis miró su reloj—. Bien, recibirá órdenes más detalladas en la nave. Apague su cigarrillo, tenemos que ir a...—No hay tanta prisa —dijo Otto; fumó con lentitud durante algunos minutos y volvió a su silla. Ellis lo puso entonces en estado hipnótico, con la habitual secuencia de nombres sin sentido.—Cuando despierte —dijo el doctor Ellis—, será aproximadamente diez por ciento Otto McGavin y noventa por ciento Ramos Guajana. Su reacción a una situación normal será con la personalidad y los conocimientos de Guajana. Sólo en situaciones de extrema emergencia será capaz de utilizar sus habilidades como operador principal. Carnoso. Rouge. Batería. Anacardo —apretó un botón bajo su escritorio, en tanto Guajana/Otto sacudía una y otra vez la cabeza y miraba con ojos llenos de dolor; su cara había cambiado de forma sutil.—Lo recordaré, doctor —gruñó con un acento pesado.2
PERFIL DE LA MISIÓN
Nombre: Guajana, Ramos Mario Juan Federico.
Edad: 39. Sexo: Masc. Estado civil: Divorciado.
Lugar de nacimiento: Paracho, Dep. Or. Selva.
Dirección: Actualmente detenido en Cerros Verdes, clínica psiquiátrica, aguardando juicio por asesinato en primer grado.
Educación: Equivalente a 1 ó 2 años de college.
Profesión: Maestro Duelista.
Características físicas distintivas: Cuerpo y cara cubierta por cicatrices de duelo (ver gráfico adjunto). Actualmente muestra los efectos de severas palizas, carentes de tratamiento médico.
Agente: McGavin, Otto (S-12, principal).
Índice de divergencias físico/culturales
Sujeto Agente Índice
Altura: 174cm. 175cm. --
Peso: 62 kg. 80 kg. 0,98
Edad: 40 (T) 39 (T) 0,99
Lengua: Selvano (var. esp.) Inglés (LI.98) 0,98
Rasgos: AG. 95H. 05 - AG. 83H. 02 - 0,82
Total: 0.86
Escala post-operatoria: 0,99
Tiempo quirúrgico: 3 d., 4 hs.
Tiempo post-operatorio: 24 d., 12 hs.
Y había alrededor de cien páginas más. Era lo único que se podía leer en la atestada cabina del diminuto T-46. En las cuatro semanas que tardaron en llegar a Selva, Otto/ Guajana lo leyó completamente sesenta y tres veces.
Muchos eran detalles de la misión de Otto. Por sus experiencias pasadas sabía que el noventa por ciento de los planes podían ser inútiles después del primer día o del segundo. Y tanto como el montón de información sobre el hombre que se está impersonando, normalmente podría ser inútil; si tenía que actuar conscientemente como él, eso significaría que su post-operatorio se estaba desvaneciendo y que pronto tendría que pelear o correr por su vida.Pero gran parte de la personalidad artificial era implantada en trance hipnótico entre el agente y la persona a la que iba a impersonar. En este caso había sido imposible; Guajana no podía ser raptado un mes y tener su copia para cualquier uso. Entonces habían examinado y perfilado a Guajana tan bien como habían podido, y Otto era una muy buena copia académica del individuo. Carecía de recuerdos importantes que podría haber tenido mediante el trance hipnótico..., pero tenía la buena justificación de haber sido golpeado hasta la amnesia.Así, Otto memorizó toda la información sobre Guajana, sólo que en este caso no era demasiado placentera: Guajana era el sujeto más ruin al que había impersonado. Asesino a sangre fría de niños, por una paga. Bueno, quizá tenía algún rasgo bueno. Como cualquier víbora, o algo así.Una noche brumosa y sin estrellas Otto aterrizó en Selva, en un pequeño claro de la jungla montañosa que rodeaba Cerros Verdes. La precisión del aterrizaje fue muy mala.La T-46 era tan automática como puede serlo una espacionave. Se cerraba a un signo de aterrizaje, generado en este caso por el enlace de la TBII, y se abría a cerca de treinta metros del nivel del suelo donde debía aterrizar. Pero entonces, el signo fue generado por la punta de un empinado cerro en medio de una tormenta tropical tan violenta que habría vuelto loco a un cartógrafo.La nave patinó hasta detenerse y Otto sacó del bolsillo de sus harapos un simple detector de señales/telémetro que le informó que se encontraba a 12,8 kilómetros al SSO de donde debió haber llegado; era un pequeño error para un viaje de 145 años-luz, pero Otto estaba comprensiblemente enfadado. Como se dijo, la T-46 es muy automática: excesivamente automática. Su función es hacer descender con seguridad a un agente, y despegar... Su puerta se abre, y el agente tiene sesenta segundos para despejar el lugar o ser eyectado automáticamente. Otto estaba furioso pues las cien páginas del informe que había tenido que soportar decían que sólo los cazadores fanáticos y otros locos se aventuraban en las junglas selvanas por la noche.Otto salió y oyó que la nave partía silenciosamente a sus espaldas. Con el láser listo, se ajustó las lentes para oscuridad con la mano izquierda y apretó los correajes de su equipo. Echó un vistazo a su alrededor y no vio nada, pero tenía una sensación de hormigueo en el centro de su espalda y se dio la vuelta.Al nivel del hombro y a diez metros de distancia una especie de murciélago de tres metros, con alas y un excesivo número de garras y dientes, se deslizaba rápidamente por el aire, con una mueca sedienta de sangre en lo que hacía las funciones de cara. Parecía tener un peso aproximado a un niño humano y gritó como un niño cuando el láser lo abrió en dos en pleno vuelo. Se tumbó súbitamente y sin gracia sobre la cabeza de Otto para estrellarse en las altas hierbas tras de él, dando dos vueltas sobre sí mismo. Hubo una segunda quietud, un sonido deslizante y luego, el crujido de fuertes mandíbulas triturando huesos. En el fulgor del láser Otto había visto cientos de pares de ojos hambrientos. No había forma de hacer retornar a la nave.En un sentido absoluto debe ser mejor aceptar un peligro conocido aunque grande, que enfrentarse a lo desconocido. Otto sabía que la jungla contenía una variedad de fauna más interesante que ese pequeño claro, pero se sentía a salvo con un grueso tronco a sus espaldas. Revisó la dirección del descenso con el pequeño telémetro y corrigió el norte por el noroeste.Dos de cada diez pasos disparaba a cualquier cosa. Se maldijo por sus nervios, por malgastar energías y luego, al decimosegundo paso, una serpiente con la cabeza del tamaño de la de un hombre y ojos que realmente brillaban se abalanzó sobre la hebilla del cinturón de Otto. Cuando el láser le cortó la cabeza, ocho metros de cuerpo se enrollaron y retorcieron en el suelo.Todos sus años de entrenamiento, condicionamiento y experiencia hicieron que Otto perdiera el control de los músculos tiroideos que hacen de la excreción una función íntima y privada; su esfínter anal tuvo una contracción y un espasmo en ese reflejo filial que convierte a la criatura atrapada en un bocado poco apetitoso. No había lugar en su mente para agradecer al que había tomado la elemental precaución de evitar que se lo hiciera encima..., no había lugar en su cabeza para otra cosa que no fuera el pánico, y gritó y corrió ciegamente unos segundos, se echó a tierra con una zambullida, rodó sobre sí mismo y se incorporó disparando. El haz del láser hizo un arco brillante oscilando hacia adelante, frente a él, y luego hacia atrás, salvándole así de ser muerto por la pareja de la criatura-murciélago. Cuando levantó el dedo del gatillo, el claro estaba cubierto de llamas crepitantes que brillaban y ardían opacas y sin humo en la humedad. En el borde del bosque algo hizo una mala imitación de risa humana y el pánico de autopreservación de Otto alcanzó un nivel tan alto que movió el último conmutador mental de condicionamiento en su cerebro, y súbitamente se heló:McGavin, vas a morir.
Lo sé, McGavin.
¿Qué quieres hacer antes de morir?
Mata a tantos como puedas.
Hay una teoría, no probada, que afirma que no hay en la galaxia otra criatura más peligrosa que el hombre. De cualquier manera, pocos hombre pueden ser tan peligrosos como uno que ha perdido todas las esperanzas de sobrevivir. Añadan a ello media vida de experiencia en matar, y tendrán al único tipo de hombre capaz de sobrevivir tres horas en una jungla selvana.El hecho de que la noche fuera tan hostil en Selva era el único y más importante motivo de la extraña evolución de la política selvana. El planeta fue originalmente colonizado por quinientos voluntarios idealistas de Uruguay, país terrano. Eran miembros del movimiento Programa Político de Mao, y habían comprado el planeta muy barato a una corporación minera que no había podido encontrar nadie dispuesto a hacer funcionar sus máquinas.El Programa llegó con una organización muy buena, una división de tareas y recompensas que hubiera debido funcionar muy bien en un ambiente más hospitalario. La compañía minera no los había engañado totalmente sobre los peligros de Selva... Llegaron con armas y portales eléctricos, una férrea determinación y absolutamente ningún deseo de acercarse a la jungla por la noche. Pero en verdad eran demasiadas piezas accesibles de proteínas caídas en medio del más competitivo territorio ecológico alguna vez descubierto: veinticinco mil kilogramos de alimento.Perdieron cerca de cien miembros el primer día, y aproximadamente el mismo número la semana siguiente. Cuarenta se desvanecieron una semana más tarde, y luego ocho.Deducir que se iba a efectuar un tipo de primitiva selección natural, que solo los fuertes sobrevivirían, era un poco ingenuo. Debió existir algún elemento de esos, pero más importante fue un simple factor de suerte y práctica. Todos eran agricultores de profesión y temperamento. Y ningún agricultor, a pesar de su fuerza, puede saber lo suficiente sobre el reflejo rotuliano de asesinar como para permanecer mucho tiempo vivo en Selva... excepto por suerte. Y si vive y aprende, eventualmente necesitará menos suerte, aunque se transforme en un vecino menos agradable.Inexorablemente, en menos de una generación, lo que había sido intentado como un experimento amable de vida comunal, degeneró en una curiosa asociación de clanes mutuamente recelosos; un sistema más apropiado para el siglo XIV que para el XXIII.Comenzó con el status de las mujeres. En el Programa se suponía que eran absolutamente iguales a los hombres, excepto por realizar la especial función de la maternidad. Para evitar los problemas de la consanguinidad en la colonia, la planificación incluyó diez mil juegos de esperma y óvulos listos para ser utilizados; todos los hombres de la expedición habían admitido ser esterilizados. Con lo que ellos consideraban modernas técnicas médicas, una mujer podía dar nacimiento a los cuatro o cinco meses de la implantación. Para entonces, la población se había estabilizado en alrededor de doscientas personas, y era obvio que cada mujer debía mantenerse preñada todos los días del resto de su vida, hasta que su matriz dijera basta, o la raza se extinguiría. Y debía ser protegida de Selva, lo que en realidad era una virtual sentencia de prisión hasta la liberación de la vejez.Primero las mujeres fueron mantenidas en las cinco naves colonizadoras, ahora inútiles para el transporte pero a prueba de dientes y garras. Los hombres permanecían con ellas durante la noche y se aventuraban fuera de día para cazar, lo que era fácil, y tratar de cultivar, lo que era más dificultoso con un ojo y una mano ocupados en otras tareas. Después de algunos años lograron erigir altas fortificaciones alrededor de cada nave. Los portales eléctricos, que habían sido inútiles puesto que las criaturas muertas se apilaban y llegaban a formar una barrera con sus cuerpos, fueron desmontados y reestructurados como barrera contra los monstruos reptantes.Con los años, la presión de la población fue ensanchando las paredes. La gente vivió primero en cápsulas, luego en empalizadas, luego en fuertes y finalmente en villas amuralladas. Eventualmente cinco ciudades crecieron juntas para formar la ciudad irregular de Castillo Cervantes. Había escuelas, pero enseñaban un mínimo de temas académicos y un máximo de técnicas de supervivencia.Muchos integrantes de la primera generación se consideraban aún comunistas. La segunda generación pensó que el comunismo era ridículo. La tercera lo recordó sentimentalmente y en la décima, muy pocos sabían lo que era.Con las mujeres encerradas como si fueran joyas preciosas, y los hombres pasando la mitad de sus vidas a la espera de la salvación o la muerte, no fue sorprendente que se desarrollara una organización social desagradable. Como la fuerza y la rudeza eran los únicos rasgos de supervivencia, los más fuertes y rudos mandaron e impusieron sus propias reglas. Conquistaron su planeta en trescientos años. Cuando comenzaron a buscar otro planeta que conquistar, quebraron una de las pocas leyes interplanetarias... Y la Confederación, a través de su brazo clandestino, la TBII, envió un hombre a investigar la situación.Otto McGavin estaba aún vivo cuando se hizo de día y los seres horribles trompetearon o reptaron o bambolearon o aletearon de regreso a sus agujeros o cuevas. Se sentó exhausto en medio de un ancho círculo de carne quemada de curioso aspecto. Era lo que lo había salvado; no había tenido que disparar ni una sola vez en la última hora..., naturalmente los merodeadores nocturnos de Selva preferían alimento fresco y muerto en lugar de arriesgarse contra otro nuevo que escupiera fuego.Cuando el sol aclaró la cima del dosel de la jungla Otto no vio signos de vida ni en la jungla ni en el claro. Finalmente, sintiéndose a salvo, volvió automáticamente a la personalidad de Ramos Guajana. Pegó una patada a las criaturas muertas y lanzó una alegre maldición. Luego sacó un cuchillo envainado de un costado de su equipo, cortó un grueso trozo de muslo de una de las seis criaturas y comenzó a masticarlo con placer mientras se introducía en la jungla.A paso normal Ramos podía cubrir 12,8 kilómetros en una confortable hora y media. Pero los senderos de la jungla eran lentos y estaban casi en sombras. Estaba comenzando a preocuparse cuando salió a un claro, en la base de una empinada colina. Un edificio elegante de ladrillo y piedra, evidentemente un hospedaje de algún tipo, estaba ubicado en la punta de la misma. A mitad de camino, sobre la ladera, había un foso protegiendo una sólida pared cuyo borde superior estaba cubierto con alambres electrificados. Siguió el sendero cuesta arriba hasta el foso. Un puente levadizo de acero descendió, y Ramos, con el despertar de la jungla tras de él, se apresuró a cruzarlo. Había otra puerta de acero dentro y el puente volvió a elevarse, atrapándole en un área muy pequeña.—No estoy programado para admitirle —dijo una voz metálica—. La propietaria no se encuentra en casa para identificarle; estará protegido de la noche, desde luego. Hay instalaciones sanitarias y máquinas alimenticias a su izquierda —una luz llegó de un pequeño nicho desde el flanco indicado.Seguramente operaban con todo tipo de moneda, pero todo lo que él tenía eran billetes grandes, y además, falsos.—¿Me puede cambiar uno de cincuenta? —le preguntó a la máquina.—Repita, por favor.—¿Me puede cambiar uno de cincuenta?—No estoy programada para admitirle...—Oh, cállate —eso era comprensible para su programa, y se calló.Tan pronto como forzó la cerradura del retrete, la luz se apagó.Dormitó más o menos una hora sobre un banco tras la inútil máquina de bocadillos. Un ruidito de llave en la puerta le despertó; se puso a cubierto tras la máquina y centró su láser donde pensó que se encontraba la entrada. Las lentes para oscuridad estaban fuera de su alcance, dentro de su equipaje.—Guajana —dijo una voz femenina—. ¿Ramos Guajana?—Sí, aquí —su contacto, R. Eshkol, ¿era una mujer..., y en este planeta?—Oh, está allí —caminó hacia él—. Aparte esa arma y tome mi mano. Le guiaré fuera de este lugar.Caminaron por un sendero empinado.—Salí en un volador para buscarle —dijo ella—. Descubrí dónde pasó la noche... Muy impresionante, especialmente sin lentes para oscuridad.Ramos nada dijo. ¿Cuántos meses hacía que no estaba tan cerca de una mujer? Su mano transpiraba, pegajosa en la mano cálida y suave de ella; sentía ola tras ola de tensión sexual que afectaba más su estómago que sus riñones, cada vez que tropezaba con una cadera redondeada o el trasero.—Eh, oiga. Tenga cuidado donde mete las manos.—Mierda, no veo —dijo él roncamente y con esfuerzo—. Lo siento, no puedo ver.—Bueno, ya casi llegamos —dijo la mujer tan pronto alcanzaron la cima.Ramos apenas podía disimular un impertinente e informe bulto gris.—Aquí estamos.Ella se detuvo y se escuchó el pesado ruido de una cerradura metálica.—‘The Vista Hermosa Hotel' —dijo ella, traduciendo innecesariamente al inglés—. Cerrado desde hace veinte años y adquirido por representantes de la Confederación... Pero mire dónde pone los pies...Entraron caminando sobre una alfombra que olía a humedad.—¿Para una emergencia como ésta?—No, es muy simple; ellos pensaron que en una época el Senado se estaba trasladando a Paracho y querían un lugar barato para el consulado... Cuidado con los escalones.Cuando ella dijo eso, Ramos había dado un paso y tropezó; tanteando encontró su pantorrilla. Al incorporarse volvió a tocarla, y entonces ella le demostró su afecto con una vigorosa bofetada. Ramos apresó fríamente su muñeca y la retorció, haciéndole perder el equilibrio. Cayó sobre ella, sujetándola con las rodillas y apretando el cañón de la pistola contra su garganta, mientras maldecía guturalmente. Quitó el seguro del arma y luego, lentamente, volvió a colocarlo. Se puso de pie.—Lo siento. Por favor, recuerde que yo soy Ramos Guajana.Ella se incorporó con un susurro de faldas. Su voz temblaba.—Lo sé. Pero es que yo también soy quien soy... Y en Shalom nosotros... ¡No toque a la gente de ese modo!Sin nada que decir, Ramos se acomodó ruidosamente el equipaje en la espalda. Ella suspiró.—Déme su mano. No falta mucho.Fueron hasta la parte superior de las escaleras y luego descendieron por un pasillo que se abría a la izquierda. La puerta de los aposentos de Otto se abrió silenciosamente y se cerró con un sólido chasquido.—Cerradura con codificación de impresión digital. La cambiaremos luego.Las luces se encendieron con un zumbido. El cuarto sin ventanas tenía tres muebles baratos: una cama inflable en un rincón, y un escritorio de madera con una silla en otro. Un pequeño cubo holográfico sobre el escritorio mostraba el interior de una celda donde un hombre estaba durmiendo. Al lado del escritorio había un armero que contenía siete espadas. Ramos fue hacia él y deslizó suavemente los dedos sobre las hojas.—Adecuadas —dijo. Sacó una espada y realizó algunos movimientos sobre un rival imaginario. Luego la observó de cerca.—Necesitaré una piedra de afilar y un asentador de cuero. Y un rollo de cinta para las empuñaduras; cinta aislante, del tipo que usan los electricistas —por primera vez levantó la mirada y vio a la joven.Para los cánones de belleza de Shalom era quizás una mujer algo delgada, lo que significaba que su figura y sus formas eran algo menos perfectas que las de Helena de Troya. Iba vestida igual que todas las mujeres jóvenes de esa parte de Selva: un jubón de terciopelo que revelaba sólo la parte superior de sus pechos, ciñéndose abajo hasta apretar bien las caderas, y luego ensanchándose como una falda fruncida del largo común en la Tierra.Considerando que las nueve décimas partes de él habían estado encerradas tres veces por violación, y que las diez décimas habían estado encerradas en la diminuta T-46 por semanas, Ramos reaccionó como un amable caballero; soltó la espada, gruñó y dio tres pasos en dirección a ella, estirando los brazos...Y de un lugar muy íntimo, ella extrajo una pequeña pistola negra.—Ahora quédese quieto donde está —dijo con más histeria que amenaza en la voz. Pero era obvio que le iba a freír al minuto siguiente; el sentido de peligro inmediato puso a Otto en control total del cuerpo. Su pistola estaba sobre el equipo, en el centro del cuarto, donde lo había dejado caer de su espalda. Y si ella sabía tirar, le balearía cinco o seis veces antes de poder alcanzarla. Puso sus manos en la parte superior de la cabeza.—Bueno, bueno —le dijo—. No se altere. Es sólo que... Bueno, usted sabe...—Es como dicen ellos —dijo la joven, un poco más calmada, con curiosidad—. Usted es en este momento dos personas.—Correcto —se inclinó ligeramente, manteniendo aún las manos sobre su cabeza—. Otto McGavin, a sus órdenes.—Bueno, será mejor que sea ‘Otto McGavin' por algún tiempo —bajó la pistola—. Qué nombre extraño que...Ramos dejó caer las manos a los costados, crispadas, y se inclinó hacia adelante. Ella volvió a levantar la pistola y él levantó las manos, más lentamente esta vez.—¿No puede controlarse ni siquiera un segundo?—Calma, por favor. Cálmese ahora... No, ahora realmente no puedo... bueno, controlarlo. Cuando no estoy en peligro inmediato actúo como Guajana. De otro modo podría accidentalmente..., usted sabe: estar fuera de mi papel.Ella estaba retrocediendo hacia la puerta.—Bueno. Ni por un momento piense que va a actuar en su papel, conmigo —dijo con una mano sobre el tirador—. No creo que cambiemos la cerradura por ahora. No, hasta que no sepa qué hacer con usted —apagó las luces de un manotazo, saltó hacia afuera y cerró con fuerza tras de sí.Una fracción de segundo más tarde, Ramos se estrellaba contra la puerta cerrada.—¡Me cago en la leche de la madre de tu madre! —rugió golpeando la puerta con sus puños, maldiciendo con voz más fuerte y quizá más imaginativamente durante algunos minutos. Luego caminó pesadamente a través del cuarto oscuro, y tanteó su camino hacia la cama.3
Despierte McGavin, Guajana o como quiera que se le llame.
Ramos se despertó con brusquedad y miró alrededor, pero no había nadie en la habitación. Luego vio la pequeña imagen con el cubo holográfico.—Hija de puta —dijo ilógica y despreciativamente—. Ya no te deseo. Déjame libre y me buscaré una hembra de mi especie.—Pronto o tarde estará libre —dijo ella tras un desdeñoso suspiro—. Pero ahora hay un trabajo que hacer —su imagen se desvaneció y fue reemplazada por la de Ramos Guajana real, sentado en su celda. El parecido con Otto/Ramos era bastante exacto.Se oyó la voz de ella sobre la imagen del cubo:—Fíjese que tiene un nuevo chichón sobre la cabeza, y una herida cortante sobre el labio. Es el resultado de una pelea que tuvo con el guardia anteayer. Tenemos órdenes de que usted debe parecerse lo más posible a él antes de comenzar la misión. Evidentemente puede ser peligroso usar cosméticos. Por lo tanto, tenemos que infligirle heridas similares en...—Ven e inténtalo.—No será necesario. Por lo menos, no personalmente.La puerta de su alojamiento se abrió y un espécimen grande y feo apareció con un arma en una mano y una cachiporra forrada en la otra.—Lo siento, coronel McGavin —dijo, levantando el arma—. Es anestésico —disparó cuando Otto se disponía a saltar, en total tensión muscular.Ramos despertó con un dolor pulsante en la cabeza y un labio hinchado y cortado. Contó los dientes con la lengua; faltaban un par.—Hay un analgésico en el cajón del escritorio, coronel —el hombre que le había adormecido y presumiblemente golpeado mientras estaba inconsciente, estaba aún en el cuarto. O quizá otra vez en el cuarto; se había desembarazado del arma y la cachiporra. Estaba sentado contra la pared opuesta con dos espadas y dos máscaras de plástico transparente.—Llámeme Ramos —dijo él, mientras se dirigía al escritorio; ponerse de pie y caminar le produjo una sensación parecida a recibir golpes en las sienes con una pica de hielo. Tocó el costado de su cabeza y cerró los ojos durante un segundo, tratando de ignorar el dolor. Pero no tuvo éxito.Tomó la píldora y tocó su labio con cautela.—Supongo que debo darle las gracias. ¿Realiza estas tareas con frecuencia?—No con propósitos de maquillaje —se incorporó—. Creo que le gustará realizar un par de ejercicios. Son espadas de práctica: épées —arrojó una a Ramos, que la tomó de la empuñadura sin ningún esfuerzo.—¿Se siente bien como para eso?—Eso creo.Actualmente Otto/Ramos se sentía cien por ciento mejor, a pesar de los nuevos chichones, que cuando había estado en la oficina del doctor Ellis en la Tierra. La gente a cargo de personalidades artificiales tenía que exagerar el daño de su cuerpo para permitirle curarse durante las cuatro semanas del viaje. No tenía el vigor normal de Guajana ni de McGavin, pero sentía que en alguna medida su fuerza y velocidad retornaban.—Francamente —dijo el hombrón mientras Ramos verificaba el balance y el temple del arma—, soy escéptico. No veo cómo pueden ellos enseñarle en pocas semanas lo que a Guajana le costó toda una vida.Ramos se encogió de hombros.—Es sólo temporal —dijo Otto, midiendo al otro, que se movía con una gracia casi femenina para un hombre de su tamaño. Tenía todas las ventajas fisiológicas para la esgrima; aventajaba a Ramos una cabeza y media de altura, brazos y piernas largos. Pero Ramos sabía que las personas de largo alcance y estocada tienden a ser descuidadas con un oponente pequeño. Sería gracioso tener que enfrentarle a muerte. Ramos se ajustó la máscara; una buena defensa de plástico poroso que le protegía la cara, orejas y garganta.—La primera vez lo haré fácil —dijo el otro hombre.—No es necesario...Se colocaron en garde en el centro de la habitación. Ramos notó que la hoja de su oponente estaba algo inclinada, fuera de línea unos dos centímetros a su derecha, dejando un poco expuestos el hombro y antebrazo. No parecía tener mala guardia ni estar preparando una trampa; a menos que ésta fuera terriblemente sutil. Sin pensar en eso, Ramos ejecutó un ataque que descubriría ambas alternativas: un amago al antebrazo expuesto, deslizándose por debajo de la supuesta parada, luego una doble finta (esta vez con guardia alta de campana para evitar la posibilidad de una parada o contraataque a destiempo), una estocada, y la punta roma golpeó precisamente entre la tercera y cuarta costilla.—Tocado —reconoció el hombrón, tanteando pensativo el lugar de la estocada—. Tendré que ser más cuidadoso.Fue muy cuidadoso, y muy bueno para el nivel de cualquiera. Pero en cinco lances Ramos le tocó cinco veces. Ninguno de los encuentros duró más de cinco segundos; el más largo fue un ataque-parada-réplica-parada-contraataque-parada-réplica-doble parada-toque.—Es muy raro —el hombre se quitó la máscara—. Coronel... ejem, Ramos quiero decir..., ¿dice usted que le enseñaron a esgrimir como Guajana?—Así es.—Pero es que yo he hecho esgrima con Guajana ¡cientos de veces! y...—¿Y aún está vivo?—No, no. No en duelo. Fue mi entrenador, hace cinco o seis años. De cualquier modo usted no actúa como él. Un oponente casual no se daría cuenta, pero yo conozco sus debilidades; le he derrotado algunas veces. Usted no tiene esas debilidades... Por lo menos esas, en concreto.—Ah —Ramos frunció la frente, buscando en su memoria el perfil de la misión—. Bueno, es comprensible. Obtuve la técnica de segunda mano, dado que el Guajana real tuvo que permanecer aquí. Buscaron los mejores maestros que pudieron encontrar: en Italia, Hungría, Francia...—¡Es el estilo de Francia...!—No, no del planeta Francia; esos son países de la Tierra. Trajeron a los maestros y les hicieron estudiar cintas de Guajana en acción. Luego me enseñaron en conjunto, simultáneamente, bajo hipnosis. Así me fue implantado un promedio del estilo de Guajana.—Complicado —dijo el hombre—, pero fácil, comparado con el aprendizaje en forma normal. Me alegro de que no sea para siempre.—Desearía que durara un poco más. Tengo que terminar con este proyecto antes que la impresión comience a desvanecerse; dos meses, a lo sumo...—Cualquier cosa que pueda hacer, por supuesto...—No. No diga eso. Usted no quiere ayudarme; no quiere saber nada más acerca de esto, que lo que sabe ahora. Es lo mismo que esa puta...—¿Rachel? —se le veía ofendido—. Pero... Ella es el enlace de la TBII.—¡Algo que este planeta de mierda no debería tener! Nunca me siento a salvo en ninguna misión cuando alguien conoce mi verdadera identidad. Hay formas molestas de obligar a la gente a hablar. Más aún; dos de ustedes saben quién soy yo. ¿Cuántos más? ¿El personal completo de la embajada...?—No, somos los únicos.—Entonces, la mejor cosa que pueden hacer por mí, los dos, sería salir de este planeta. Inmediatamente.—Señor Guajana —la aguda voz de Rachel surgió del cubo—. Trate de recordar que nosotros somos los representantes oficiales de la Confederación en este planeta. Usted es sólo una herramienta, un especialista enviado para ayudarnos a solucionar este problema. Es nuestra respons...—Usted sabe que yo no he podido volar... —Ramos se detuvo y continuó luego en voz baja—. En el fondo, realmente no me importa que Selva construya miles de naves de guerra y reviente a Grünwelt, volviéndolo a la Edad de Piedra. Y no habría oído hablar nunca de Selva si ese Álvarez no hubiera tenido un complejo de Atila —normalmente, según recordaba Guajana, era muy amable y suave con las damas.—Entonces no me parece que esté idealmente motivado con su trabajo —dijo ella con desprecio—. Ni siquiera tiene un poco de pena por la suerte de sus semejantes en...—Pena, motivación, mierda —respiró profundamente—. La pena puede cambiar y la motivación es una simple palabra que nadie comprende. Yo hago un buen trabajo, lo mejor que puedo, porque he condicionado hasta mi última célula cerebral y filamento nervioso para terminar mi misión. Soy confiable porque nadie, excepto la TBII, tiene el conocimiento y el equipo para romper mi condicionamiento...—Usted es una persona absolutamente despreciable.—Porque le pellizqué el culo, eso sí que es bueno. La gran co...—Por favor —el hombrón había levantado los brazos y movía las manos conciliatoriamente—. Rachel, nadie cuestiona tus motivaciones, y coronel, nadie cuestiona su condicionamiento. ¿Por qué no olvidamos todo eso y nos dedicamos al problema que tenemos entre manos?—Una sola cosa antes —dijo Ramos, aún encolerizado—. Sé quién es Rachel Eshkol; estaba identificada en mis órdenes. Pero, ¿quién demonios es usted?—Octavio de Sánchez. Trabajo en la embajada.—Bueno, me alegro que no lo haya recogido de la calle. ¿Qué hace en la embajada cuando no juega al espionaje?—Bueno, soy analista de información de la sección de Estadística Vital.—¿Y eso lo hace apto para estar al tanto de nuestro pequeño secreto?—Necesitaba a alguien —intervino Rachel.—¡Ni siquiera era necesaria usted misma...!—Necesitaba a alguien de lealtad intachable que conociera bien a Guajana. Para controlar su disfraz, su actuación.—¿Quién está actuando? ¿Qué disfraz? Yo soy Ramos Guajana.—Habla igual que él —dijo Octavio.—Lo ve —Ramos alzó las manos en un gesto de resignación dirigido a Rachel—. Para esto duplicó el riesgo de que sea descubierto...—El señor Sánchez es de total confianza —la imagen de ella en el cubo se había inclinado hacia adelante, roja de ira.—Oh, quiere ir para ese lado... Octavio, mi viejo deportista; si te ofrezco un millón de pesos para ir al lado de Álvarez y...—No. El es intachable...—¿Dos millones? ¿Cinco? ¿Diez? ¿Tu vida? ¿Salvar a tus hijos de ser torturados hasta la muerte? ¿Tu madre?—Sí, lo veo. Por supuesto. Si el precio es suficientemente alto, cualquier hombre podría...—Cualquier hombre o mujer de este planeta, salvo yo.Hubo silencio unos minutos.—Entonces, ¿por qué no se libra de nosotros..., simples mortales? —dijo Rachel.—Lo he considerado —dijo Ramos bruscamente—. Y no lo he rechazado porque piense que puedan tener alguna utilidad para mí, más tarde. No la tendrán.—¿Y por qué no nos mata, entonces?—O lo intenta... —agregó Octavio, flexionando la espada de prácticas.—Por una cosa. Eso atraería innecesariamente la atención sobre la operación. Y por otra; ni siquiera Ramos, el Ramos real, es totalmente amoral. Ciertamente no es práctico... No anda asesinando gente por deporte, o sólo porque su existencia es inconveniente para él.—Asesinó a dieciséis personas —dijo Octavio sombríamente.—Diecisiete. Pero siempre por algo que podía considerar una buena razón o al menos suficiente provecho.He asesinado mucho más, pensó Otto, solo para mantener a la Confederación andando.—De acuerdo —continuó Ramos—, él debe requerir menos razones que ustedes.Octavio asintió.—Mire, así no vamos a ninguna parte. Lo mejor será seguir el plan, coordinar nuestras...—El plan es impracticable y lo rechazo desde ahora mismo. Raptar a Ramos y hacerme escurrir en su celda, para luego dejarme escapar... Ese es el tipo de teatro cómico de mierda que Planeamiento siempre soñó.—Pero tenemos órdenes... —dijo Rachel firmemente.—Mire el grado del hombre que firmó las órdenes y luego considere mi grado. La TBII no puede ser terriblemente eficiente, pero en algún sentido no son estúpidos; la única razón por la que tengo grado militar, es para evitar que gente como ustedes interfiera en mis movimientos.—¿Cuál es su plan, entonces? —preguntó Rachel.—¿Y por qué es mejor? —se interesó Octavio.—Cuantos menos sepan, mejor para todos. Usted debe hacer dos cosas más por mí, y luego Octavio, puedes volver a tus estadísticas y la señorita Eshkol..., adonde le parezca.—Eso me parece perfecto —dijo ella con vehemencia—. Tan pronto como usted salga de mi vida me sentiré mejor.—¿Qué quiere que hagamos, coronel?Ramos sonrió al cubo por un segundo, y luego se giró hacia Octavio.—Primero, denme un medio de transporte seguro y poco llamativo para ir al clan Álvarez. Supongo que puede ser un caballo.Meten bulla acerca de guerras interplanetarias, pensó Otto, risueño, y todavía usan animales de tiro para viajar.—Entonces —continuó—, cuando esté listo para partir, saquen del medio a Guajana real.—¿Matarlo?—Sería lo más seguro. Hagan su propia valoración.—Está olvidando que el señor Sánchez y yo no somos asesinos casuales. Lo raptaremos tal como se planeó antes y le encerraremos en la habitación que usted ocupa ahora.—Está bien. Le advierto que antes debe sacar la espada.Cuando Octavio salió, Ramos se desplomó sobre la cama con un suspiro de alivio. Había sido un trabajo duro: tratar de pensar como Otto y ser Ramos al mismo tiempo.Desde el día siguiente debía moverse rápido. Era una pena: le habría gustado supervisar el secuestro. Quizás el prisionero hubiera muerto tratando de escapar.Ahora estoy pensando más como Ramos, eso es bueno.4
Para llegar al clan Álvarez, Ramos tuvo que recorrer doscientos kilómetros, a través de los clanes Tueme y Amarillo. Le llevó dos días completos, cabalgando sobre el rocín cojo que Octavio le había conseguido. La segunda vez que se detuvo para descansar (y recrearse), en una posada situada justo en la frontera de Amarillo y Álvarez, la prostituta que pagó resultó conocer a Ramos desde hacía años. Notó lo amable que de pronto se había vuelto, aunque parecía más aliviada que recelosa.
¿De qué otros aspectos importantes de la vida de Guajana la sección postoperatorio no conocía tampoco nada? Ramos confiaba en que la historia de su amnesia pudiera cubrirlo.Había llamado al Vista Hermosa antes de cruzar la frontera de Tueme, y Octavio contó que el secuestro había resultado fácil, de acuerdo con el plan. Ninguna violencia, una cierta cantidad de dinero había pasado de mano en mano, y algún personal había sido súbitamente trasladado. Guajana estaba a buen recaudo encerrado en el hotel. Había una recompensa por su captura, pero la descripción física era inexacta. El truco funcionaría dos días (hasta que se volviera a hacer un nuevo cartel con el retrato correcto), lo cual le daba bastante tiempo para llegar a salvo al clan Álvarez.Era una forma de viaje fatigosa; excepto en las grandes ciudades, donde había calles de piedra, muchas de las carreteras eran de grava apisonada. Cada vez que un transporte no equino pasaba, acribillaba a Ramos con una lluvia de guijarros y elevaba una nube de espeso polvo que tardaba varios minutos en depositarse, con el aire todavía cálido. El gran efecto que producían en el piso los camiones que pasaban cada media hora era especialmente divertido, a la vez que permitía a Ramos familiarizarse con la jungla. Aprendió, después de una dolorosa experiencia, que caballo y jinete debían estar tras un par de metros de arbusto cuando uno de los altos vehículos pasaba con estruendo; eso, o morir lentamente desollado al fin de un día de viaje.Para cuando llegó a Castillo Álvarez estaba cubierto con una costra de medio centímetro de polvo, dolorido por los rasguños de las espinas y los guijarros voladores, y casi paralizado por las llagas que le había producido la montura. Dejó el caballo en un establo público, se remojó una hora en una tina caliente, hizo curar sus mayores heridas, pagó un masaje bien fuerte y un nuevo juego de ropas, y caminó con las piernas ligeramente arqueadas hacia el castillo.El castillo era una frívola fantasía de vidrio y acero bruñido, obviamente bastante nuevo a pesar de estar a más de un siglo del actual nivel de los planetas más civilizados.Guardando el portal de entrada había dos hombres con picas cruzadas, intentando no encontrarse incómodos en sus vanidosos y arcaicos uniformes. Su armamento era más ornamental que funcional, pero estaba respaldado por dos láser del tipo megavatio en dos brillantes bunkers de acero que flanqueaban el camino. Una señal dirigía a los visitantes a una pequeña cúpula al costado de uno de los bunkers. El gran ojo gris del láser siguió a Otto cuando éste pasó frente a él. Dentro, la cúpula tenía paredes de ladrillo rojo con baldosas negras en el suelo, y algo que parecía una diminuta mujer sentada en un escritorio de miniatura frente a la entrada. En la escasa luz era difícil ver las tenues líneas cúbicas, pero era evidente que se trataba de una proyección holográfica. La mujer parecía simple y eficiente.—Por favor, déme su nombre y el nombre del departamento o persona a quien desea ver.—Me llamo Ramos Mario Guajana. Creo que tengo que ver a Álvarez.—Oh, no... Señor, eso es completamente imposible —le miró con expectación en tanto Ramos comenzaba a mirar sobre su hombro, como disponiéndose a marcharse.—Espere un momento, por favor —ella tecleó algo en el tablero que tenía enfrente—. Su apellido es Guajana, con 'a' ¿verdad?—Sí.Ella tecleó algo más y miró una pantalla a su derecha.—Oh, mayor Guajana... Se supone que debe presentarse directamente al comandante Rubírez. ¿Sabe dónde encontrarle?—Pues no, no lo sé —otro de los pequeños detalles que a Planeamiento se le había escapado; así es que 'mayor' Guajana, ¿eh? De manera que él era un oficial de grado...—Déjeme ver si puedo encontrarle —jugó un poco más con el teclado y habló con rapidez en un micrófono.—El comandante Rubírez está en la Biblioteca, en la sala de libros raros —dijo ella con tono de despedida.—¿Dónde está eso?—¿Perdóneme? —la frente fruncida, la cabeza erguida.—Mire, estoy realizando un operativo de campo; no conozco esta ciudad. ¿Dónde está la Biblioteca?Con una simplicidad exagerada ella le explicó:—En el sexto piso del castillo, a mitad de camino dirigiéndose al sur.Ramos intentó, con su recién descubierto grado, imponer su rango sobre los guardias de palacio cuando estos le reclamaron su espada. El capitán de la guardia le informó fríamente que el castillo estaba fuera de los límites militares y que debía entregar su espada o ser quemado en ese punto. La entregó. Un detector de metales gimió cuando cruzaba el portal; obtuvieron también su pistola.Dentro del palacio hacía bastante fresco. Ramos se dio cuenta que era el primer aire acondicionado que respiraba desde que había salido de la T-46. El primer piso era todo de madera fina con alfombras lujosas, pinturas mediocres alternaban con espejos hasta el techo; demasiado espacio vacío... Era una decoración que buscaba menos lo estético que la defensa fácil. Algunos o todos los espejos podían ocultar un escuadrón de hombres armados. A pesar de estar solo sobre un alfombrado de un acre de extensión, Ramos sentía cientos de ojos fijos sobre él.El 'ascensorista' usaba el uniforme de los guardias de palacio y estaba armado con una espada corta y una pistola láser. No dijo una palabra a Ramos, seguramente sabía adonde debía conducirle. Había otra persona en la sala principal de la Biblioteca, un empleado alineando cintas grabadas tras de un escritorio. También estaba armado. Ramos tuvo la sensación que todo el castillo estaba armado, excepto los agentes de la TBII.—¿Dónde está el salón de libros raros, amigo?El empleado apartó la vista de su trabajo y parpadeó en dirección a Ramos.—No puede ir allí. Está ocupado.—Lo sé —Ramos tamborileó sus dedos sobre el escritorio—. Tengo una cita con el comandante.—Ah, por aquí —el empleado condujo a Ramos a través de un laberinto de filas de cintas, revisteros y estanterías de libros. Llegaron a una puerta marcada con una sola 'L'—. Espere un momento —golpeteó la puerta y la abrió ligeramente.—Le dije que no quería ser molestado —dijo una voz helada en el interior.—Un caballero dice que tiene una cita con usted, comandante.—Yo no tengo ninguna cita con nadie.El empleado hizo un movimiento sorprendentemente rápido; tenía la pistola bien apoyada en el pecho de Ramos antes que el comandante hubo terminado de decir 'ninguna'.—Me libraré de él, señor.—Espere —dijo Ramos, y luego gritó—: soy Ramos Guajana, comandante.—¿Ramos? —un libro se cerró con un golpe, se escuchó el ruido de papeles apartados, y pesados pasos amortiguados por la alfombra. Una cabeza barbada se proyectó tras de la puerta, a una altura sorprendente.—Ramos —gruñó con algo que podía pasar por afecto—. Aleje esa arma, tonto; Álvarez debería tener más de estos buenos hombres —dos grandes zancadas más, y estrujó a Ramos con un abrazo; luego le sostuvo por los hombros y le estudió, sacudiendo la cabeza, cada vez con más aspecto de oso.—Te han tratado mal, amigo mío.—No tan mal como debieron, comandante. Tendría que haber sido colgado —se estremeció sinceramente—. O quizás algo peor.—¿Comandante? —tomó a Ramos por el brazo, guiándolo hacia el salón de libros raros—. ¿Desde cuándo soy algo más que Julio para ti?—Señor... Julio..., ese es otro asunto. Me golpeaban todos los días, muy fuerte...—Eso es evidente.—Mi memoria se ha ido, parece... Todos mis recuerdos de los últimos diez años, más o menos —se sentó lentamente en una silla—. Me pareció que éste era el lugar más lógico adonde venir después de mi huida, dada la naturaleza del interrogatorio —se arriesgó—. Perdona, pero es que a veces se borra todo; sólo te recuerdo vagamente...Una sombra, quizás una duda, pasó sobre el barbudo rostro del comandante; luego desapareció.—Y bien, ya lo harás —se rió a carcajadas, giró abruptamente y apuntó a los volúmenes forrados de cuero que se alineaban en la pared. Seleccionó un grueso libro titulado Discursos Filosóficos, lo acercó a su oído, lo sacudió; se escuchó un gorgoteo placentero—. La filosofía es la mayor de las músicas —citó sacando una botella y dos vasos del libro hueco, luego decantó una generosa porción de coñac en cada vaso, extendiendo uno hacia Ramos.—Grünweltische Branntwein. Este es —buscó la etiqueta— Eisenmacher '36. Debemos comenzar a desarrollar el gusto por él.Ramos levantó su vaso.—Llenaremos piscinas con esto —ambos rieron y bebieron amistosamente.—Entonces, ¿recuerdas algo del Plan?Ramos se encogió de hombros.—No más que lo grueso. Mis captores —¿es esa la palabra correcta?— en Tueme, entendían que la muerte del muchacho tenía algo que ver con eso. También tengo la impresión que no estaban muy a favor del Plan.—Aún no lo están —dijo Julio—, pero podemos arrastrarlos. O hacerlo sin ellos. Ahora tenemos el apoyo de Díaz, que es mucho más importante; industria pesada... —se puso de pie repentinamente—. Pero podemos hablar sobre esto más tarde, debes estar cansado.Más curioso que cansado, pensó Otto. Pero es mejor no insistir mucho. Y asintió.—Fue un viaje agotador.—Ve a ver al teniente Salazar en el alojamiento de oficiales. Le llamaré y me aseguraré que tengas buenos aposentos.—Te lo agradeceré.—Y... ¡ah! ¿Quizá te apetecerá compañía femenina?—En forma discreta, sí. En varias posadas entre Tueme y aquí he satisfecho mis más urgentes deseos...Julio le dio varias amables palmadas, y rió con ganas.—Hay cosas que nunca podrán lograr que las olvides, ¿verdad...?5
Ramos descubrió que su grado, que era nuevo (el teniente Salazar se lo había dicho) le autorizaba a elegir habitaciones privadas. Había sólo dos alojamientos disponibles. Tomó el segundo porque pensó que era más discreto y más limpio, mejor para la compañía que esperaba; una joven llamada Ami Rivera. Julio se lo había dicho cuando estuvieron juntos, antes. Él creía que ella podría ayudarle con su amnesia.
Un asistente trajo un bolso de pertrechos con los efectos personales del Guajana real. Ramos encontró un poco desilusionantes las cosas del bolso; había espadas, una épeé de punta roma, un sable y un florete de práctica, un sable funcional y una épeé. Tres juegos de ropas, civiles. No había uniformes. Un paquete abierto de pistolas de tiro al blanco. Tres libros de la biblioteca del castillo; un volumen de cuentos y dos sobre teoría de la esgrima (eran revistas técnicas encuadernadas; Ramos buscó su propio nombre, pero no lo encontró). La única cosa que no tenía uso práctico era una maltratada armónica sin la octava superior. Había un pequeño bolso con cosas evidentemente recogidas de un cajón de escritorio: útiles anónimos, pluma de escribir, goma de borrar, dos bolígrafos gastados, sellos de correos pegados unos con otros, una caja medio vacía de cigarrillos de marihuana, pero no cerillas.Quizá la sección Sherlock Holmes de la TBII podría estudiar esta colección y decirle a uno todo sobre Guajana, desde el tamaño de su anillo hasta sus gustos en mujeres. Para Ramos, para Otto McGavin, después de una detenida inspección, eran aún cinco espadas, tres juegos de ropas y un puñado de bagatelas. No pudo descubrir nada que no supiera ya.Ami llegó alrededor del atardecer y preparó para Ramos trimorlinos secos, una especialidad de comida marina regional. Era una mujer alegre, mundana y bonita de la edad de Ramos. Disfrutó hablando con ella y haciendo el amor con ella, y nunca supo si había sido enviada para espiarle.La noche siguiente fue una delgada joven llamada Celina, que tenía gustos más exóticos que Ami, pero que hablaba mucho. La tercera noche fue el soldado Martínez, bastante hosco además de hombre, que había sido enviado para conducir a Ramos al alojamiento del comandante.Ramos había previsto sólo una versión algo mayor de su austero cuarto, pero el 'alojamiento' de Julio resultó una verdadera mansión de estuco irregular en forma de 'U' escuadrada, construida alrededor de un jardín muy cuidado.Julio estaba en el jardín, sentado bajo un árbol grande frente a una mesa cubierta de papeles. Un brillante farol colgado de una rama siseaba suavemente y proyectaba un círculo de suave luz amarilla a su alrededor; el olor de la combustión se mezclaba placenteramente con el perfume del jardín. Julio estaba escribiendo con rapidez y no oyó a Ramos y el soldado aproximarse. El soldado se hizo notar aclarando su garganta.—¡Ah, mayor Guajana! Siéntate, siéntate —hizo un gesto en dirección a una silla del otro lado de la mesa y volvió a su escritura—. Es sólo un momento. Soldado, encuentre al cocinero y tráiganos queso y vino.Después de un minuto dejó caer su pluma con una palmada y juntó sus papeles.—Ramos —dijo, apilando las páginas—, si alguna vez te ofrecen ser coronel, niégate. Es el primer paso hacia una prolongada muerte por acalambramiento de escribir —introdujo los papeles en un portafolio y lo arrojó al suelo—. Tengo tu siguiente... —guardó silencio mientras el soldado colocaba cuatro tipos de quesos y servía el vino.—Eso es todo, soldado —olió el vino con vehemencia y lo probó—. Supongo que el rango tiene sus privilegios —Ramos comparó esta opulencia con las dependencias del coronel McGavin en la Tierra. Murmuró algo en agradecimiento, pero interiormente notó que los privilegios del rango varían de ejército en ejército.—Tengo tu nueva asignación, Ramos. ¿Conoces el clan Cervantes?—Sólo como un área en el mapa.El comandante sacudió su cabeza con asombro.—Y lo hemos visitado juntos, una excursión de caza, no hace aún cinco años.—No puedo recordar nada de eso.—Hm. De cualquier modo, estamos teniendo problemas con el Cervantes. Parecía que estaba con el Plan desde el principio, pero últimamente..., bueno, los detalles no tienen importancia.—¿Ha tenido dudas?—Quizá más que eso. El Álvarez sospecha una traición.—¿El Cervantes tiene algún hijo en edad conveniente?—Desafortunadamente no. Es un viejo, su hijo tiene alrededor de cincuenta. Pero es una buena situación. Su único nieto tiene doce años y no hay nadie que pueda tomar su lugar en el Senado si algo le sucediera al hijo —sonrió con placer—. Han sido malditos con hijas.—Entonces tengo que enfrentarme a ese viejo de cincuenta y matarle.—Sí. Eso sería simple, excepto por una cosa —se apoyó contra el árbol—. Hay un precio por tu vida, ahora. En todos los clanes, excepto en el Álvarez. Ramos: el Tueme ofrece diez mil por tu cabeza. Por lo tanto, primero tenemos que cambiar tu cabeza.—Cirugía plástica —en cuanto el escalpelo toque la plasticarne...—Por supuesto. Hemos discutido la posibilidad.—Me parece extremo. ¿Podrán luego devolverme a mi antiguo aspecto?—No lo sé. Imagino que no.—No me gusta.Julio se encogió de hombros.—Es tu cabeza, Ramos. Odiaría ver que la pierdes por vanidad.—Déjame pensar, ¿tienes una copia de la fotografía que usarán para identificarme?—Sí —se levantó—. Ven conmigo.El comandante le condujo, a través de dos grupos de guardias armados, hasta el interior de la opulenta casa. Con su pulgar abrió la puerta de un gran estudio. Abrió un pesado armario de madera..., también con cierre-pulgar.—Aquí.Ramos estudió la foto. Tenía un buen parecido, pero evidentemente había sido tomada hacia el fin de su encarcelamiento.—No es un problema; mira —mantuvo la fotografía cerca de su cara—, ya no tengo la palidez de la prisión, y en esta foto tengo la cara hinchada por los golpes. Si me afeito el bigote y me recorto el pelo un poco nadie me reconocerá, ¿no crees?Julio volvió la mirada una y otra vez, entre la fotografía y Ramos.—Probablemente. Pero seré más feliz si sigues adelante con la cirugía.—Me preocupa, Julio; quiero decir que tengo tan pocos eslabones sólidos con el pasado, que esto... Tengo la sensación de perder mi cara...—Bueno, está bien —Julio tomó la fotografía y la guardó—. Te diré algo; te enviaré a Ami con ese tipo de loción que usan para oscurecer el cutis —cerró el cajón y tomó a Ramos por el brazo—. No más trabajo por esta noche, ¿eh? Terminemos esa botella de vino...Ami estaba esperando a Ramos cuando él volvió a casa. Extendió Sol Instante en cada centímetro cuadrado de su piel e hizo un trabajo muy convincente. Ramos consideró el máximo que un soldado preparado para combatir debía abstenerse de sexo, y lo dejó de lado.6
Con papeles y documentos apropiados para un ciudadano del clan Amarillo, Ramos no tuvo problemas en llegar al clan Cervantes. No quería ir directamente a Castillo Cervantes; en vez de eso, fue en monoriel a una pequeña ciudad a corta distancia de la frontera, luego tomó un carruaje hasta otra ciudad aún más pequeña, lo suficientemente primitiva para no tener servicio de video en sus teléfonos.
Era una encantadora pequeña ciudad de vacaciones, Lago Tuira, donde descansó un día y una noche en una posada. Luego hizo una llamada anónima a la guardia de Castillo Cervantes, advirtiendo que un asesino a sueldo iba tras de la vida del joven Cervantes. El teniente con el que habló intentó retenerle en la línea, pero él colgó. Cargó su mochila y partió de la posada.El clan Cervantes era el asentamiento más antiguo de esa parte de Selva, y el lugar donde la humanidad había modificado más efectivamente su entorno. La jungla que rodeaba Lago Tuira parecía más un jardín cultivado que una típica jungla selvana. La mayor de las criaturas no era más peligrosa que un oso terrano o un gran gato, y bastante escasos. Así fue que Ramos pudo viajar hasta los primeros albores del amanecer sin temor a delatar su presencia con el láser.Bajo el manto de las sombras, Ramos descendió por la áspera carretera delimitada por tocones, deslizándose a la jungla cuando algún vehículo se aproximaba. Nadie parecía tener prisa por llegar a Lago Tuira, ninguno de los vehículos llevaba insignias oficiales. No habían tenido tiempo de localizar su llamada, o le habían tomado por un bromista y no se habían preocupado.Al amanecer Ramos salió de la carretera, caminando paralelo a ella, unos veinte o treinta metros internado en la jungla. Al mediodía encontró un árbol conveniente, montó su hamaca camuflada en las ramas bajas, y durmió hasta que oscureció. Caminó en la fría noche hasta que alcanzó la ciudad en la que estaba la estación terminal del monoriel. Esperó en el bosque, fuera de la ciudad, hasta un par de horas antes de la salida del sol, luego bajó a la estación, pagó por una ducha, un cambio de ropa y una abundante comida. Luego tomó el tren de la mañana a Castillo Cervantes.Desde luego, no tenía intención de provocar un duelo con Ricardo Cervantes III, pero tenía que aparentar intentarlo.Castillo Cervantes era la ciudad más grande que Otto/Ramos había visto en Selva; aproximadamente doscientas cincuenta mil personas. Decidió que sería un buen punto de partida tratar de conseguir trabajo en el castillo mismo. Al bajar del tren la gente tenía que mostrar sus identificaciones a dos soldados armados que controlaban sus caras con una fotografía. Cuando llegó el turno de Ramos, estiró el cuello para ver la foto; era la misma que había visto en el estudio de Julio.—¿Quién es ese, amigo? —preguntó a uno de los soldados.—Esté contento de que usted no es él —le respondió fríamente.—¿Cuánto hace que está haciendo esto? —preguntó al hombre que tenía junto a él en la fila.—No lo sé —le respondió—. Vengo aquí dos o tres veces por semana, esto nunca sucedió antes...Quizá la llamada telefónica había dado resultado.En la agencia de empleos Ramos encontró que para trabajar en el castillo se requería un permiso de seguridad. Uno solicitado era 'lavaplatos, grado 2'.Al día siguiente estaba en la cocina del castillo lavando ollas y sartenes, y manteniendo sus oídos atentos. Por la tarde supo que Ricardo III no estaba en ninguna parte cerca del clan Cervantes. El día siguiente a la llamada, había resuelto seguir el consejo de su médico y tomar unas largas vacaciones; cazar y pescar durante un mes, antes que el Senado le reconviniera.Lo que haya precipitado la desaparición del hombre no tenía importancia. No había nada que retuviera a Ramos en el clan Cervantes, por lo que tuvo una discusión con el jefe de cocina, y se fue airadamente. Tomó una ruta indirecta, a través del clan Amarillo, hasta Castillo Álvarez. Llamó por teléfono a Julio, y el comandante le dijo que viniera de inmediato, a pesar de lo tarde que era.Con los huesos cansados Ramos se arrastró hasta la mansión y encontró a Julio en el jardín. Le contó una plausible versión de lo sucedido en el clan Cervantes.—...así es que parece que tendremos que esperar, ocuparnos del tipo el mes próximo. Eso no es ningún problema.Julio había permanecido apartado, silencioso, durante todo el informe. En ese momento asintió abruptamente y dijo:—Muy bien. Esperaremos —se levantó—. Ven conmigo, Ramos. Tengo algo en el estudio que creo te interesará.Abrió la puerta del estudio e introdujo a Ramos. Al final de la habitación había un hombre sentado en una silla giratoria, leyendo de espaldas a ellos.—Aquí está él —dijo Julio; el hombre cerró el libro con fuerza, se dio la vuelta y se levantó sonriendo.Era Ramos Guajana.—¿Quién es este... impostor? —dijo Ramos/Otto, sacando su espada; el comandante rió casi monosilábicamente.—Solamente otra versión tuya —dijo Guajana—, sin una amnesia inconveniente —su propia épée danzó con fluidez en posición de guardia—. ¿Le mato, Julio?—No. El Álvarez tiene algunas preguntas para él; puedes herirle, eso sí. Un mínimo de sangre, por favor. Esta alfombra es endemoniadamente difícil de limpiar.—Es extraño —dijo Guajana, avanzando—. Es como pelear frente a un espejo. Pero mi reflejo está en muy mala forma.Peligro inminente. Era otra vez Otto McGavin, que no había practicado esgrima desde hacía quince años. Y estaba exhausto.Guajana tomó la iniciativa con un ataque en cuatro, y Otto apartó la hoja avanzando con una serie de fuertes estocadas. Guajana las paró con facilidad, riendo, y entonces, con un simple latigazo, pinchó a Otto justo sobre la rodilla derecha.Guajana saltó hacia atrás y levantó su espada con un saludo irónico.—Primera sangre.—Creo que se merece algo más —dijo Julio—. Prueba con su cara.Meterme dentro de su hoja y usar pies y manos. La herida no le dolía mucho, pero Otto podía sentir que su pierna se endurecía. Una espesa mancha de sangre avanzaba hacia su tobillo.Guajana vino con la hoja en alto, en seis, relajado. Otto avanzó, se zambulló; sintió que la hoja rozaba su cuero cabelludo, descargó una patada lateral sobre la espinilla de apoyo de Guajana, oyó que se rompía, arrojó su espada y golpeó la garganta del hombre con el canto de su mano izquierda mientras apretaba la muñeca que sostenía la espada. Levantó el arma fuera de peligro (resolvió en ese momento no romperle el cuello, dejarlo vivo), y le dio un puñetazo justo bajo el esternón.Sintió el antebrazo de Julio enroscarse en su garganta; arrojó al desmayado Ramos, desplazó su peso, lanzó su pie al tobillo del hombre estrellándolo sobre su empeine —y quebrando la tenaza de Julio sobre su garganta—, volvió a desplazar su peso y arrojó al tremendo hombre sobre sus hombros para avanzar luego a asestarle la patada final y vio la pistola láser brillar en la mano de Julio; supo que él no podía patearle a esa distancia y (preguntándose cómo es que aún estaba vivo) se detuvo retrocedió, levantando las manos:—No dispare. No puedo más.Otto oyó pasos de carrera fuera del estudio. La pierna le dolía tan profundamente que supo que el músculo grande estaba desgarrado. Su cabello estaba cubierto de sangre y sentía la primera señal de un monumental dolor de cabeza.Julio estaba comprobando con su mano libre el pulso de Guajana.—Si le has matado, yo personalmente te voy a castrar con un cuchillo sin filo —dijo con calma, sin mostrar signos de exageración.—Únete a tus amigos —dijo el guardia empujando a Otto con rudeza dentro de la celda.Su pierna herida se dobló, haciéndole rodar sobre el piso húmedo. Olía a orín viejo y a moho. Un hombre estaba de pie con la espalda hacia Otto, mirando hacia el patio iluminado a través de la ventana de barrotes. En la litera doble había otra persona, una mujer que lloraba quedamente.—¡Dios! ¿Es usted, Eshkol?Ella respondió llorando con más fuerza.—Es ella —Octavio se dio la vuelta; hasta en la débil luz era evidente lo mal que había sido tratado. Toda su cara era una magulladura, con los ojos tan hinchados que casi no los podía abrir. Su túnica estaba endurecida por la sangre coagulada.—¿Qué sucedió? ¿Cómo?—Cómo, no lo sé. Cinco o seis hombres irrumpieron en el hotel ayer, después de la medianoche...—¿Qué estabas haciendo tú allí? Te dije que...—Pensé que Rachel necesitaría protección.—Gracias por intentarlo —dijo Otto—. Adelante.—Me desarmaron y apresaron a Rachel; la forzaron a abrir la puerta del cuarto de Guajana. Él no pareció sorprendido de verles.—Me lo figuro. ¿Y luego?—Nos ataron y amordazaron, y nos trajeron en un helicóptero. Estamos aquí desde el amanecer.—Y pasaron el resto del día tratando de hacerte hablar.—Así es, pero no lo hice.—Es obvio. Aún estás vivo; deben quererte para algo. ¿Le hicieron lo mismo a ella?—N... no —dijo ella, temblando—. Dijeron que mañana.—Mañana seguro que lo harán —dijo Otto bruscamente—. Os matarán a los dos, de cualquier manera. Y a mí también.—¿Cómo puede estar seguro? —un ligero tono de desdén endureció la voz de ella.Otto sintió cómo surgía la ira; sabía que esa era una reacción Ramos e intentó ignorarla. Pausa.—Piénselo, señora.—Me parece que querrán irritar a la Confederación lo menos posible —dijo Octavio.Otto se encogió de hombros y supo que estaba demasiado oscuro para que vieran el gesto; entonces prefirió explicar.—La Confederación ya ha expresado su interés, enviándome. Sería mucho mejor para Álvarez si ella desaparece y tú también, que teneros por aquí como evidencia de que han secuestrado... a la que es, para la Confederación, la mujer más valiosa de este planeta.—Pero, ¿qué pasará si tú...?—Cállate. Hay un micrófono en algún lado registrando todo lo que estamos diciendo. No dejes que sepan nada de lo que todavía no saben... Sobre todo de mí.Octavio se sentó en el banco con Rachel, Otto tomó su lugar en la ventana, probó inútilmente los barrotes; eran sólidos.La puerta se abrió con un fuerte traqueteo y Otto pudo ver, junto al carcelero, la silueta de un hombre que portaba un rifle láser.—Usted es el siguiente, coronel —dijo.7
Le golpearon un poco y le drogaron, y luego volvieron a golpearle un poco más. Pero Otto, por su condicionamiento, podía verlo todo desapasionadamente. Finalmente le hicieron tanto daño que tuvo que recurrir a su truco zen, y ya nada pudo dolerle entonces. Le amenazaron simplemente con matarle y luego lo hicieron con más imaginación. El sólo sonreía con placer.
Una vocecita que sólo oía en muy raras ocasiones, tan profundo era su condicionamiento, decía: Esta vez te van a matar; podrías vivir con una correcta combinación de verdad y banalidades.Otra voz, quizá racional, decía: Tienes una sola posibilidad de librarte de ellos.O quizá la voz racional era la que decía: Están decididos a matarte, no importa lo que tú hagas.Y el animal atrapado dentro de él decía sin palabras:Haz algo para vivir.Pero toda esta discusión, racional o visceral, no servía para nada. Si el siguiente latido de su corazón pudiera traicionar a la Confederación, el tú no debes impreso en todas las células de su cuerpo haría detener al órgano.La cuarta vez que quedó inconsciente, ellos no intentaron volver a despertarle.Otto despertó en un cuarto blanco, en una cama. Sus brazos y piernas estaban individualmente asegurados, pero sólo había dos esposas. Su brazo izquierdo y su pierna derecha estaban inmovilizados por aparatos ortopédicos. Recordaba cuando le rompieron los dedos y las piernas, pero lo demás debió suceder mientras estaba inconsciente.Su lengua contó siete dientes perdidos. Cuatro habían sido extraídos con pinzas, el resto era obra de una cachiporra. Aficionados. El conocía al menos once maneras de provocar el mayor de los dolores sin dejar ninguna marca. Jugó con la fantasía de demostrar sus conocimientos a los hombres que le habían interrogado. Atontado por el anestésico y la fatiga, y no teniendo razones reales para permanecer despierto, transportó sus fantasías a la oscuridad.Cuando despertó por segunda vez, un hombre con una bata blanca estaba retirando una pistola hipodérmica de su brazo y en una fracción de segundo todos los dolores volvieron con un espasmo electrizante. Lo combatió y lo dobló y luego estuvo por encima de él; pero ahí seguía el dolor, como un testimonio de que aún vivía.—Buehg diz dotoz —dijo, y luego ajustó las indignidades dentro de su boca—. Buen día, doctor.El hombre miró sobre su cabeza y escribió algo en una tablilla sujetapapeles; luego caminó fuera del campo de visión de Otto y dijo:—Adelante.Julio Rubírez llegó con una silla y se sentó a los pies de la cama de Otto.—Comandante —dijo Otto.Rubírez le contempló durante largos segundos.—No puedo decir si eres el soldado mejor entrenado que he visto o simplemente inhumano.—Sangro.—Tal vez la Confederación pueda hacer robots que sangren...—No lo sabrá por mí.—No por tortura, de acuerdo —se incorporó, y sosteniéndose sobre el respaldo de la cama con los puños cerrados, se acercó hacia Otto, inclinándose—. Representas un problema inusual.—Lo desearía.—He tenido una reunión con el Álvarez. Tiene la idea de que tal vez tú puedas ser convencido... del valor del Plan. Quizá no sólo nos digas lo que queremos saber, sino que también puedes unir tus talentos a la ejecución del Plan.—Tú no estás de acuerdo.—Por supuesto que no. El Álvarez es inteligente y dedicado, pero nunca ha sido un soldado; no sabe lo suficiente acerca del dolor. No me cree cuando yo le digo qué tipo de persona debes ser tú. Cree que puede alcanzarte.—Puede tener razón.Julio sonrió débilmente.—Pon un precio.Él pensó.—Yo he sido... Yo soy...—Puedes decir 'operador principal'. Sabemos algunas cosas.—...un operador principal, pues, casi la mitad de mi vida. He sido baleado y acuchillado y quemado y en general he sido tan maltratado en tantas formas y lugares diferentes que tengo que admitir que estás en lo correcto. No tengo ilusiones no cumplidas, y muy pocas emociones.Otto sonrió y supo lo horrible que debía parecer. Y luego continuó:—Pero era realmente sentimental con mi molar superior izquierdo; era el único diente real que me quedaba. Un trato entonces: si traes aquí al hombre que me arrancó el diente y le cortas la garganta frente a mí, podemos comenzar a hablar de negocios.—¿Sabes cuál de ellos fue?—No.—Muy bien. Asistente —un joven apareció al trote, preparado para cumplir órdenes—. Traiga a los tenientes Yerma y Casona. Y un cuchillo afilado... Disponga un pelotón, y tráigales atados.—Señor —clic, media vuelta, trote.—Lo dices en serio —dijo Otto.—Sobre matar a los hombres, sí. Si fuera para influir en ti, sospecho que no lo haría... Pero le prometí al Álvarez que lo intentaría. Además, esos dos me disgustan. Son mariposas, niños de mamá; disfrutan demasiado con el dolor de los demás.Odias ver reflejadas en ellos partes de ti mismo, pensó Otto.—Si sabes que soy un operador principal, entonces también debes saber el tipo de problema en que te metes si me asesinas...—Es un riesgo calculado.—Un cálculo fácil de hacer... Es un gesto extravagante el de asesinarme; parecido al de asesinar a un embajador. Y probablemente también harás eso.—Probablemente.—Lo menos que sucederá es un lavado de cerebro para ti y el Álvarez y todos los de alto rango. Y si dejan caer una bomba sobre Grünwelt, habrán condenado a todo el planeta. Has oído hablar de Octubre...—Es un mito.—No lo es. Yo estuve allí.—En realidad —se volvió a sentar apoyando su barbilla en una pahua—, ¿lo encontraste divertido? ¿Instructivo?—Tú puedes encontrarlo instructivo. No sobrevivió ninguna forma animal más compleja que una cucaracha. Las cucarachas eran muy grandes y agresivas.—Quieres decirme que la Confederación es tan fanática que por el asesinato de unas pocas personas puede matar a un planeta entero —soltó una risa artificial.—La Confederación no mata. En realidad dejaron caer sobre la atmósfera de Octubre un virus que esterilizó a todas las hembras, desde los peces hasta los mamíferos.—Así es que sólo mataron a los que vivían lo suficiente como para morirse de hambre.—Les entregaron comida. Como un gesto. Los hombres pueden vivir de plantas e insectos.Julio bostezó.—No me interesa ser estéril. Tres hijos son suficiente.—No seas estúpido.—No te pongas insultante —dijo el comandante después de sonreír.Estuvieron en silencio durante un, minuto.—¿Cuándo veré al Álvarez?—Está muy ocupado. Podrás verle antes de morir.—Tienes un sentido del humor muy primitivo, Julio.El asistente volvió con seis hombres armados y los dos interrogadores con los brazos atados a sus espaldas. Los dos tenientes encabezaban la procesión, erguidos pero muy pálidos. El asistente alargó a Julio un cuchillo de carnicero de hoja afilada.—Buenos días, Bernal, Rómulo —golpeteó con el mango rítmicamente sobre su palma.Uno respondió débilmente; el otro abrió la boca y sus dientes castañearon.—¿Cuál de vosotros extrajo el diente de este caballero? A él le gustaría ver cómo le corto la garganta.—Estaría satisfecho con ver que pierde algunos dientes —dijo Otto.El que había hablado primero respondió:—Ambos lo hicimos, comandante.—Hmmm —Julio miró pensativamente—. Asistente, vea si hay pinzas en ese escritorio.El asistente retornó con un instrumento quirúrgico cromado; parecía como si él fuera a hacer el trabajo.—¿Lo haré yo, comandante?—Nosotros sólo podemos observar. Rómulo, puedes probar el aparato con Bernal —hizo un gesto al enfermero—. Desátalo.El interrogador tomó la herramienta y se encaró con su compañero, habiéndole en la forma en que uno se dirige a un niño.—Abre la boca, Bernal —y susurró—. Sé fuerte.Bernal dio un pequeño grito de dolor cuando el primer diente salió. Rómulo miró a Rubírez, quien asintió. Se preparó para sacar otro.—¿Y bien? —dijo dirigiéndose a Otto.—Te he mostrado mi buena fe. ¿Responderás ahora algunas preguntas?—Has mostrado algo. No.El asintió, inexpresivamente.—Asistente. Llama al recinto de la prisión y di que quiero al señor Sánchez y a la señorita Eshkol aquí.Bernal estaba perdiendo su tercer diente, sin soltar ningún sonido, salvo las lágrimas que corrían por su cara.—Oh..., Rómulo —dijo Rubírez.El hombre levantó la mirada y no tuvo tiempo de pestañear. El cuchillo de carnicero seccionó la garganta con tanta fuerza que casi cortó la mitad del cuello. Los soldados y Otto hicieron un movimiento de retroceso ante el súbito chorro de sangre. Rubírez agarró al hombre agonizante por el cabello y lo tiró hacia abajo, luego tajeó salvajemente dos veces, dio un tercer y estudiado golpe que separó la cabeza del cuerpo, y la sostuvo chorreante sobre la cama de Otto.—¿Uno más? —no había ningún tipo de expresión en su cara, ni emoción en su voz.Otto se echó atrás, súbitamente enfurecido.—No. Fue una inadecuada demostración de...—...mi 'primitivo sentido del humor'.Uno de los soldados corrió hacia la puerta.—Soldado Rivera; vuelva, o será castigado —ordenó el comandante; el soldado se detuvo un segundo y luego salió corriendo. Julio devolvió su mirada a Otto, pero no dijo nada; los únicos sonidos audibles eran el eco de los pasos del soldado, y un ruido tenue que Otto reconoció como provenientes del cuerpo sin cabeza que se movía. Bernal se desmayó.—Podéis salir todos. Llevaos esta basura con vosotros.Un hombre muerto es mucho más pesado que uno vivo. Se necesitó un solo hombre para llevar al inconsciente Bernal, y cuatro para el cuerpo muerto. El asistente transportó la cabeza de mirada torpe y la llevó fuera, apostándose allí. Dijo a uno de los hombres que llevaba el cuerpo que volviera a por la cabeza.—Ahora, coronel. Podemos volver a nuestros negocios.—Si crees que me has impresionado, te equivocas. He conocido muchos hombres crueles.El comandante se movió al lado de la cama de Otto y apoyó la punta del cuchillo contra su garganta. La sangre aún goteaba de la hoja y su brazo derecho estaba empapado en rojo desde la mano hasta el codo.—Me estoy cansando de tu machismo, coronel.Otto podía mover su cabeza pero sabía que sería inútil.—¿De verdad? Estoy muy entretenido contigo...El comandante, lívido, alejó el cuchillo con un movimiento brusco. Haber vivido para ver la expresión de la cara de Julio para Otto fue signo de que viviría tanto como Álvarez ordenara. El asistente escoltó a Rachel Eshkol y Octavio de Sánchez al cuarto y luego retornó a su puesto en el exterior, junto a la puerta.Rachel tenía la cara blanca pero arreglada; Otto supuso que la cabeza de Rómulo había sido retirada del pasillo. Ambos iban vestidos con holgados trajes grises de fajina y tenían las manos atadas tras la espalda. Octavio se veía muy golpeado, pero Rachel no parecía haber sido tocada. Ella suspiró cuando vio a Otto.—Quería que ustedes dos vieran lo que hemos hecho con su operador principal —dijo el comandante—, así no se harán ninguna ilusión sobre la inmunidad diplomática.—Nunca he dudado que usted puede asesinarnos —dijo Eshkol a pesar del castañeo de sus dientes.—Usted está llena de heroísmo —dijo Julio probando el filo del sangriento cuchillo con un dedo; la mujer lo vio por primera vez y ahogó un grito—. Así que la perturbará poco el panorama de...—¿Qué le ha estado haciendo? —ella miraba fijamente la sangre derramada sobre la ropa de cama de Otto.—A él, nada —dijo el comandante. Me pidió la vida de un hombre y yo se la di, joven dama...—¿Es verdad? —preguntó ella a Otto.—No.—Pero es así —dijo Julio.—Ustedes dos están muy bien juntos —dijo ella amargamente—. Forman una hermosa pareja.Julio rió placenteramente.—Las mujeres no tienen educación —se dirigió a Octavio—, ¿no es verdad, teniente?Octavio le miró, vacilante.—Esto significa que...—Eso es —se paró detrás del hombre golpeado y cortó sus ataduras—. La mascarada ha terminado. Les presentaré —dijo formalmente— al teniente Octavio Madero; ha sido buen soldado de mi comandancia durante cinco años.—Octavio —dijo Rachel con tono desfalleciente.—Era obvio —dijo Otto—. Eso aclara muchas dudas.—En efecto —dijo el comandante—. Ahora no tiene a nadie, señorita; su coronel es un sádico brutal y su confidente un traidor. Le dejaremos unos días para que piense en todo. Luego decidiremos qué hacer con usted.Llamó al asistente, que entró instantáneamente, como si tuviese un funcionamiento automático.—Asistente, este hombre tiene su mismo rango —señaló a Octavio—, pero quiero que usted sea su asistente durante una semana, mientras se repone de las indignidades sufridas por el éxito del Plan.El comandante contempló a Otto.—Y a pesar de tus buenos oficios, volveré a tener a mi viejo ordenanza; Ramos Guajana, mi hombre de confianza. Su recuperación te ha salvado de la más miserable de las muertes.Julio despidió a Octavio y el asistente con un movimiento de la mano. Tomó a Rachel del hombro y la empujó gentilmente hacia la puerta.—Después de usted, querida.8
La medicina en Selva estaba atrasada sólo medio siglo; en cuatro días Otto fue capaz de caminar con dificultad, sus dedos y brazo estaban unidos. Como un signo del progreso clínico, volvieron a ponerle en la celda.
Era una celda diferente. No había ventanas y la puerta era una sólida hoja de grueso acero que se deslizaba silenciosamente sobre soportes ocultos. La iluminación era indirecta y las paredes, de estuco fresco. El único olor era un desvanecido dejo a desinfectante; había un pulcro retrete en un rincón, al lado de un lavabo. La litera doble era de plástico liso con coberturas nuevas, Rachel Eshkol yacía en la litera inferior, observando la parte de abajo de la superior. No hizo ningún signo de haber oído la puerta cerrarse detrás de Otto y el pesado clic de la cerradura.—Nuestros alojamientos han mejorado —dijo él—. ¿La han tratado bien?—Sé que me detesta —dijo ella, y continuó en silencio con la mirada fija hacia adelante—. ¿Cuál es usted?—Todo Otto McGavin —dijo, cruzando el cuarto para ir a probar los grifos de agua—. No he sido Guajana desde que comenzaron a torturarme; el impersonamiento no se borra tan pronto. Eso nunca me sucedió antes, pero evidentemente es una reacción instintiva. Si el impersonamiento no duró más que...—Si tú eres ese —dijo ella, todavía sin mirarle—, dime cuál fue la primera cosa que hiciste cuando encendí las luces en tu cuarto de Villa Hermosa.Él pensó.—Revisé las espadas de la pared.—Eso es —ella se movió lentamente y se sentó, mirándole directamente—. Sí, nuestros alojamientos han mejorado, y no, no me han tratado bien. Y no puedo detestarte porque hay demasiados a los que detesto mucho más; a mí misma, a Rubírez, y...Otto iba a comenzar a decirle algo.—Me odio por lo que le he hecho a la Confederación y a este hermoso planeta, y también a ti. En mi ignorancia traicioné a la Confederación y he condenado a este planeta a la suerte de Octubre. Y te he empujado a la muerte. Lo siento —dijo todo esto con una calma monótona.—No estoy muerto aún —las palabras le sonaron falsas a él mismo.—Sí, lo estás. Y yo también. Caminamos y hablamos y a pesar de eso estamos muertos y ya comenzamos a descomponernos... —ella tenía la indefensa y atontada mirada del animal mortalmente herido, pero no tenía marcas.—¿Qué te han hecho? —dijo él gentilmente, pensando que ya lo sabía.—En realidad, no tiene importancia —dijo ella poniéndose en pie con lentitud mientras se agarraba a la litera superior; se sacó la cuerda que sujetaba sus pantalones y los deslizó por sus costados. Con dedos sorprendentemente ligeros desprendió los broches de su túnica y la echó a un lado, luego salió de sus pantalones.Había una pequeña chispa de desafío en su forma de encarar a Otto; las piernas apartadas, los puños cerrados a los lados; su cuerpo era tan perfecto en forma y tono como Otto lo había imaginado, pero desde los tobillos a los hombros tenía un diseño moteado de violetas y azules; apenas un centímetro cuadrado de su piel, allí donde había estado cubierta por ropas, no estaba magullado. Ella se dio la vuelta para mostrarle que habían hecho lo mismo con su espalda, nalgas, y la parte trasera de las piernas; todo, excepto el área exacta que cubría los riñones. No habían querido matarla.—Todos los días. Algunos, tres o cuatro veces —su voz se quebró y dejó caer sus brazos sobre la litera superior, hundiendo su cara en ellos; pero no lloró—. Rubírez y ese... Octavio, o Guajana. Algunas veces el carcelero o algún desconocido.Otto recogió su túnica y trato de colocarla sobre sus hombros, que se negaban a sujetarla; tomó entonces sus manos y las guió hacia las mangas. Ella se sentó pesadamente en la cama y se encogió, juntó las manos en su regazo y se inclinó con la mirada hacia el suelo.—Me... me pusieron esposas en las muñecas y tobillos, y... —respiró entrecortadamente.—Por favor, no hables de eso —dijo Otto; se detuvo y levantó los pantalones grises; su mejilla se acercó tanto a ella que imaginó que sentía el delicado calor que irradiaba su pecho—. Póntelos —quería ser atento y paternal (ella parecía tan pequeña y tan quebrada...), pero su cuerpo no cooperaba.—No —dijo ella con desaliento; se apoyó sobre la litera inferior, sus piernas ligeramente apartadas y elevadas. Hizo correr sus dedos suavemente a lo largo del interior de sus muslos, no con un gesto erótico sino en la forma que uno toca con cuidado un dolor persistente—. Adelante, te debo esto desde hace mucho. Uno más no hace diferencia.—No puedo, Rachel —era la primera vez que él usaba su primer nombre.La puerta deslizante se abrió y Rachel intentó cubrirse con las manos.—Bueno, bueno —dijo el carcelero—. Veo que no perdéis el tiempo...Otto había recorrido la mitad del camino que le separaba del guardián, cuando vio su pistola y se detuvo.—Creí que ella había tenido suficiente —dijo el carcelero mientras arrojaba un hato de ropas blancas a Otto—. Poneos eso, ahora. Los dos.Otto separó sus ropas y le dio a Rachel las de ella, que se vistió de espaldas al carcelero. Arrojó su vieja túnica y los pantalones tan pronto como se los sacó, tratando de mantener una prudente media distancia entre la puerta y la litera. El carcelero no perdió la ocasión de hacer algunos comentarios burlescos sobre la anatomía de Otto mientras recogía las ropas grises.—Pronto tendrán visitas. Traten de comportarse hasta entonces...Se sentaron juntos en la cama. Otto casi estiró la mano para acariciar la de ella; no lo hizo.—Nunca me habían dado prendas blancas antes —dijo ella—. Quizás es la forma en que lo visten a uno para la ejecución pública. Y casi deseo que así sea.Otto sabía que si ella fuera a ser ejecutada públicamente, estaría vestida sólo con sus magulladuras. Pero las inevitables ejecuciones serían un asunto privado.Se sentaron largo tiempo, sin siquiera hablar, perdidos cada uno en sus propios pensamientos. Otto se preguntaba, no por primera vez, cuándo a lo largo de su vida había perdido el miedo a la muerte, el respeto a la muerte. ¿Sería parte de su condicionamiento? Eso parecía ser anti-supervivencia, y los operadores principales eran demasiado valiosos para que la TBII los programara sin deseos de vivir. Quizá la familiaridad con ella había engendrado desprecio.Con esfuerzo de la voluntad volvió los pensamientos a su juventud y niñez, tratando de ubicar algún incidente, alguna porción de conocimiento o desilusión que eventualmente trajese con él al ejército invisible que le había reclutado, que le había conducido a este planeta de junglas a compartir un mausoleo blanco con... Analizó el frágil afecto que sentía por Rachel Eshkol, y supo con exactitud qué parte era sexual, qué parte sólo simpatía somática por un cuerpo injuriado, qué parte una compensación por la forma en que había actuado como Ramos, qué añoranza de otras mujeres a las que había amado o creído amar alguna vez. Y una oscura y resentida parte de eso probablemente era la compleja bestia que obedecía al instinto de tener una oportunidad más en el sorteo procreativo, antes de que fuese demasiado tarde. Recordó la primera vez que vio el cuerpo de un hombre quemado hasta la muerte, y su horror fascinado ante el estado extremo de excitación sexual del cadáver; ¿era una instintiva y postrera urgencia, o simplemente un incremento de presión en el sistema circulatorio? Siempre había querido preguntar a alguien que lo supiera, y ahora ya nunca lo sabría. Recordó a un joven llamado Otto McGavin en el templo, tratando de meditar mientras el acre olor del incienso le picaba en la nariz y le hacía estornudar, y en qué demonio de anglo-budista se había convertido para vivir asesinando y enfrentándose a la muerte sin deseos de preparación espiritual... ¿O es eso lo que estaba haciendo? No. Lo que Otto estaba haciendo era aproximarse al pánico todo lo que podía, en ausencia de peligro físico inmediato.Cuando Otto tenía veinte años, había acariciado la vanidad de 'morir bien'. Intentó recordar cómo era ese sentimiento.La puerta deslizante se abrió y entraron nueve personas en fila. La primera era el comandante Rubírez, el siguiente era un viejo, luego Ramos Guajana seguido de un pelotón de seis soldados. Todos estaban armados, excepto el viejo y uno de los soldados, a quien Otto reconoció como el soldado Rivera, el muchacho que salió corriendo ante la horrible demostración de Rubírez. Bajo un vendaje transparente y a un lado de su cabeza había una herida reciente donde una vez estuvo su oreja derecha.El viejo parecía familiar, y Otto recordó quién era antes de que Rubírez le presentara. Era extraño que eso no se hubiera desvanecido.—El Álvarez quiere tener una charla con vosotros dos —giró hacia el viejo—. Por última vez, señor; este hombre es el más peligroso, desesper...—Suficiente, Julio. Sólo déjame tu pistola.Estuvo a punto de decir algo, pero en lugar de eso, Julio entregó el arma.—Al menos déjeme esposarles.El viejo asintió. Rubírez esposó la derecha de Otto con la izquierda de Rachel. Luego, todos excepto el Álvarez salieron y la puerta se cerró tras de ellos.El Álvarez miró alrededor, decidió que era una indignidad sentarse en el retrete y permaneció de pie frente a los dos, apoyado contra la pared, con la pistola apuntando vagamente en dirección de ellos.—Hice construir esta celta hace unos veinte años. Es la única del complejo que no tiene cámaras ni micrófonos ocultos.—O no los tenía hace veinte años —dijo Otto.El Álvarez sacudió la cabeza.—He tenido una persona de confianza aquí la última semana.—¿Tiene que decirnos algo que no desea que sepan sus propios espías? —preguntó Rachel.El Álvarez no respondió en forma directa:—¿Cuantas personas en Selva creen ustedes que conocen el Plan?—Es difícil de decir —respondió Rachel—. Todos parecen haber oído rumores.El Álvarez asintió y sonrió.—Esa es una parte del Plan mismo. Actualmente supongo que sólo uno de cada cien selvanos sabe aproximadamente que hay un verdadero Plan concreto. Muchos de ellos pertenecen al clan Álvarez o son miembros poderosos de sus propios clanes. No hemos hecho aún declaraciones públicas sobre el Plan porque no queremos que sea causa de debate —hizo una pausa expectante, pero ninguno de los dos dijo nada.—Creo que la Confederación no confía en que el Plan pueda tener éxito —continuó.—Eso es...—¡Silencio! —replicó Otto.—He leído sus órdenes, coronel —dijo él cansadamente—. Las que estaban en la caja fuerte de la embajadora Eshkol. Por lo tanto, no tiene que proteger ningún secreto. De cualquier manera, la Confederación está en lo cierto. Oh, podemos enviar algunas bombas a Grünwelt; podemos destruir algunas ciudades y algunos millones de personas, quizá. Pero yo sé y usted sabe que eso no es más que piratería en gran escala, que es lo que el Plan destila. Simplemente no tenemos los recursos materiales, ni un punto sobre mil, de mantener una guerra con Grünwelt... Incluso si no interviniere la Confederación. Podemos comenzar una guerra, pero Grünwelt puede terminarla a su placer.—No entiendo porqué nos está diciendo todo esto —dijo Otto.—Seré más claro.—Una cosa sí es clara —el desprecio asomaba en la voz de Otto—. Nuestros análisis son correctos. Van a jugar el destino de un planeta entero por algún tortuoso esquema de poder.—No. Si yo gozara del ejercicio del poder, trataría de conservar el statu quo. No hay nadie aquí tan poderoso como yo. Excepto quizás ustedes dos. Es por eso que...—¿No cree usted que ha ido un poco lejos para lograr que le tengamos lástima? —dijo Rachel.Él ignoró la pregunta. Otto sabía que ella había oído lo suficiente como para estar al borde de la histeria.—Necesitaba ayuda —dijo el Álvarez—, la ayuda de la Confederación. Pero primero necesitaba que comprendieran —miró a Rachel—. No que sintieran lástima.—La Confederación no interviene en asuntos internos de los mundos miembros —dijo Otto—. Excepto en esos asuntos que...—Lo sé —interrumpió el Álvarez—. Debo conocer la Carta mejor que usted. Brevemente: lo que llamamos 'el Plan' es sólo una parte de un plan más largo. Ustedes son también parte de él. Fue elaborado en casi todos sus detalles por mi bisabuelo hace casi un siglo. Juan Álvarez II, un político cientificista y... un visionario. Un hombre práctico y a la vez un soñador. Selva fue colonizada por soñadores, usted lo sabe. Exiliados políticos de Terra que trajeron una especie de comunismo primitivo con ellos. Duró menos de tres generaciones. No pudo resistir a dos cosechas fallidas seguidas y a los esfuerzos de nueve hombres fuertes..., los primeros jefes de clanes. Para consolidar y mantener sus poderes, sus reinos feudales, los nueve gobernaron en forma brutal, arbitraria. Cuando sus hijos les sucedieron, a sus tiempos, no cambiaron los métodos. En forma cruda, así es como se mantuvo el equilibrio de poder.»Eventualmente la brutalidad y los caprichos fueron institucionalizados e inevitablemente, supongo, se filtró en la conducta de la vida diaria en todos los niveles. ¿Hay algún otro planeta en el que la gente dirima rutinariamente argumentos por el duelo?—Creo que no —dijo Rachel.—No —afirmó Otto.—Es un ejemplo. Hay otros. La suma de ellos es, creo, que nuestra forma de vida está casi un milenio por debajo de cualquier otra cultura de la Confederación, en cualquier aspecto.—Estoy de acuerdo —dijo Otto agriamente.—Y se tuvo que mantener esa estabilidad a través del método de sucesión —parecía estar más lloroso que explicativo—. Pero Juan Álvarez II ideó una forma de demoler esa estabilidad.—Y para lograr eso, usted necesita ayuda de la Confederación.—Correcto. Nosotros...—¿Armas? ¿Dinero? —como si nosotros estuviéramos en condiciones de hacer promesas, pensó Otto.—No..., bueno, algo de dinero, quizá. Déjeme explicar. Juan Álvarez II sugirió que necesitábamos sólo unas pocas condiciones iniciales, no cambios revolucionarios, para desplazar lentamente la base de poder lejos de los jefes de clan; transformarlos lentamente en testaferros sin poder.—¿Qué ha ganado usted con todo esto? —preguntó Rachel.—Usted debería estar en mi posición, señorita, para comprenderlo realmente. Muchos selvanos están contentos con sus vidas porque no conocen otra mejor; la información y la educación que reciben de otros mundos están rigurosamente controladas. Yo fui educado fuera del mundo como parte del plan de Juan Álvarez II y me sentí disconforme, siempre me sentí disconforme. Mis súbditos están tan manipulados e indefensos como unos corderitos. El que yo esté manejado por medio centenar de hombres muertos, en lugar de uno vivo, no establece diferencia.—Muy poético —dijo Otto—. Concretamente: qué condiciones iniciales.—Estas fueron enmascaradas por nuestros preparativos para la guerra hipotética. El clan Díaz está construyendo una flota de cargueros del tipo Foster. Nosotros los llamamos bombarderos.Otto recordó vagamente que el motor Foster era un motor a reacción alimentado por fusión de deuterio; historia antigua. Mientras tanto, la información del jefe continuaba...—Por desgracia esos aparatos no estarán terminados para la siguiente oposición con Grünwelt; para mantener el factor sorpresa tenemos que atacar cuando los planetas estén lo más cerca posible, y no habrá otra favorable antes de cinco años.»Dentro de cinco años tendremos una flota de naves nuevas y no resulta absurdo sugerir que hagamos algo de dinero con ella. El comercio establecido entre Selva y su planeta hermano está totalmente controlado por firmas navieras y turísticas de Grünwelt; podemos dar mejores precios que ellos, y aún así haríamos un excelente negocio...—Comienzo a entenderlo —dijo Otto.—¿Entender qué? —preguntó Rachel.Álvarez hizo un gesto animado, olvidando el arma de su mano. Otto se agachó instintivamente.—De esta forma tendremos formada una nueva clase social, comerciantes interplanetarios que serán ¡los únicos con acceso a la riqueza fuera de nuestro propio sistema económico cerrado! Cada clan verá la fortuna que se puede lograr, y ninguno será capaz de no...—Espere, espere —dijo Otto—. Lo más cercano a un espaciopuerto en este planeta es Barra de Álvarez.—Correcto —dijo Álvarez, impaciente.—Entonces usted tendrá el primer quiebre de la moneda; tarifas, derechos aduaneros...—No, no... Eso también es parte del Plan. Estaré en posición de alentar el comercio interplanetario tanto como...—Tanto como pueda, sin parecer sospechoso —dijo Otto, suavemente.—Eso es correcto —dijo él con inexorable orgullo.—No soy sociólogo —dijo Otto—, y no recuerdo ni el diez por ciento de la economía interplanetaria que estudié... Pero puedo ver que esa es la más agitada receta que he oído para reformas sociales.—Conozco a mi gente.—¿Y qué necesita usted de la Confederación?—Muchos consejos. Y que no reaccione demasiado rápido cuando oiga rumores de guerra. Como usted decía coronel, no es sociólogo pero estoy seguro de que la Confederación tiene muy buena gente que sí lo es. Y economistas y propagandistas y psicodinamistas y..., lo que pidamos. Gente que pueda revisar el Plan de Juan Álvarez II, ponerlo al día y asegurar que funcione.Otto sacudió la cabeza.—Eso suena contrario a la política de autodeterminación.—Su presencia aquí implica que la política es flexible, coronel —sonrió—. Además, el Plan fue engendrado aquí. Sólo queremos que la Confederación nos ayude a pulirlo, por decirlo de alguna manera.—Álvarez —dijo Rachel—, ¿está usted diciendo que los jefes de clan llegarían a ser dependientes de la... clase comerciante, y que entonces serán dirigidos por ellos, aún sabiendo que esa clase tendría sólo el poder económico?—Sí. Insisto: conozco a mi gente.—No creo que su gente sea suficientemente sutil para responder a esta clase de presión —dijo ella, su voz comenzaba a agitarse; bajó unos pocos centímetros el borde de su blusa para mostrar sus magulladuras y agregar—: Su gente me ha violado varias veces por día y me ha golpeado sin misericordia, sólo por divertirse..., no había intenciones de interrogar. Creo que está sobreestimando a Selva si piensa que están preparados para la civilización de ahora a unos pocos cientos de años más.—Oh, lo siento; más aún, estoy indignado. Pero por favor, trate de comprender...—Creo que comprendo más que cualquiera de ustedes dos...—No, quiero decir... Usted no podía ser protegida. Ni usted, coronel. Estoy rodeado por hombres suspicaces y...Fue interrumpido por el deslizar de la puerta abriéndose. Julio Rubírez entró caminando al frente de sus acompañantes, las armas listas.—No te he llamado —dijo Álvarez.—Sin embargo lo hizo, señor —irónicamente enfatizó el 'señor'. Julio rascó un lugar de la pared con la uña; el estuco se desprendió revelando el metal de un micrófono—. Arroje la pistola, quienquiera que usted sea.El Álvarez contempló las caras de los hombres que le apuntaban y arrojó el arma.—Este hombre es un impostor —dijo Julio a los soldados—, tan buena copia de nuestro bienamado Álvarez como el hombre que suplantó al teniente Guajana.Guajana levantó la pistola del Álvarez y se la dio a uno de los soldados.—Les prometo que averiguaré qué es lo que hizo con nuestro líder.El soldado a quien Guajana había dado la pistola estaba además sosteniendo un rifle con ambas manos; la encontró molesta y sin pensar, pasó la pistola al único hombre en el pelotón que tenía una mano libre; el soldado Rivera.—Y en cuanto a estos dos... —Julio miró de soslayo a Otto y Rachel, y levantó su arma.El soldado Rivera quitó el seguro de la pistola, la puso en la nuca del comandante y disparó. El cráneo estalló con un ruido sordo y el cuerpo, aún sonriendo, comenzó a desplomarse. Otto se echó al suelo arrastrando a Rachel detrás de él y adueñándose de la pistola del comandante con su mano izquierda. Guajana había desenfundado su propia arma y se disponía a disparar al soldado Rivera a quemarropa cuando Otto hizo fuego hacia arriba y le perforó desde la cadera hasta el oído.—¡Suéltenlas! ¡Suéltenlas! —gritó Otto, y todos los soldados, excepto Rivera, arrojaron sus armas. Todo había pasado tan rápido que los soldados todavía no habían sacado el seguro de sus rifles—. Usted también, soldado.El soldado mantenía la pistola apuntando al cuerpo de Rubírez, y no daba señales de oír. Otto tomó puntería cuidadosamente; su pistola, justo a la altura del hombro.—Suéltela.Rivera dejó que la pistola se deslizara de sus dedos y levantó la mano para tocarse el muñón de su oreja.—Estoy confundido —dijo—. ¿Qué ha pasado?—El primer disparo de una guerra —dijo Otto; y pensó además: quizás el último.9
Oficina Terrana de Investigación e Interferencia
MEMO
Categoría Secreta 5
De: J. Ellis, doctor en filosofía.
A: Planeamiento.
Ref: Interrogatorio agente McGavin (S-12, principal), misión SG-1746
Se adjunta los siguientes documentos:
1: Transcripción del interrogatorio.
2: Informe escrito del agente.
3: El 'Plan de Juan Álvarez II', por José Álvarez III (descrito en los documentos 1 y 2).
4: Varios documentos relativos al problema considerado.
Es mi opinión que el documento 3 indica una continuación de la misión. El agente McGavin está en desacuerdo; solicitó no ser asignado a esta misión. Una copia de este documento debe ser de interés para la comisión apropiada de la Confederación.
El agente McGavin ha retornado de la misión con dos semanas de retraso. Alegó haber tenido que acompañar al enlace local de la TBII, que sufrió una crisis nerviosa en cumplimiento de la misión, a un planeta cercano para descanso y cura médica. Suministró documentos como evidencia. Reclama que este período de dos semanas no sea deducido de su licencia anual, dado que él y la enlace contrajeron matrimonio. Esto haría su ausencia deducible de licencia por enfermedad familiar. Por favor, envíe estos documentos (4) a su jefe de sección.
(firma)
John Ellis
Doctor en Filosofía
RE-EXAMEN
EDAD, 44.
—Revisión biográfica. Por favor, adelante.—Otto Jules McGavin, nacido el 24 de abril.—Salte a los doce años. Por favor, adelante.—En ese mayo fuimos a Angkor Vat a celebrar el wesak. Era exótico y colorido, y la gente era tan extraña..., yo sabía que no podía pasar el resto de mi vida.—Salte a los 27 años. Por favor, adelante.—Dos misiones ese año, una muy placentera, investigar una violación del artículo Tres en Laica, que se había solucionado mientras yo estaba aún en postoperatorio; nada que hacer salvo estar tirado en la playa durante tres meses. Pero entonces tuve que tomar la identidad de Lin Su Po, primer ministro de la Hegemonía Euroasiática, pues iba a ser asesinado. Nadie podía explicarse, porque ese era asunto de la TBII, parecía igual.—Salte a los 40 años. Por favor, adelante.—Quería estar en el equipo que adaptó el Plan Álvarez; no entiendo cómo pudieron equivocarse tanto, a pesar de que tuvieran que planear un planeta entero...—Salte a los 42 años. Por favor, adelante.—Presenté una queja formal de que no estaba recibiendo más que misiones de mierda. Tenía demasiada antigüedad como para hacer trabajos de escritorio; luego hubo un colapso post-operatorio cuando intentaron colocarme en una persona de 22 años...—No le provocó un daño permanente, ¿no es así?—Justo cuando estaba unido con el muchacho sentí que se moría, espesa negrura con chispas brillantes en el cerebro; creo que la monitor también murió. Nunca volví a... verla. Cuando salí del hospital me convirtieron en mendigo callejero y me enviaron a Corbus como espía en un burdel que supuestamente empleaba alienígenas, hembras humanas bioartificiales, y tuve que abrirme pasos a tiros de nuevo, tan cansado de todas las muertes..., las mujeres debieron haber sido devueltas a su forma, tan cansado de ser herido, tan...—Kiwi.—...cansado de tener nuevos miembros.—Elixir.—Cansado de tantas personas.—Capa-y-espada. Rana.—Tan cansado.—Duerma.EPISODIO:
RECUERDO TODOS MIS PECADOS
Ámbar: una estrella roja que muere lentamente.
El carbón es un producto residual de un lento horno nuclear que da a Ámbar su brillo débil, filtrado por la superficie de la estrella que enfría. Se vuelve un mero vapor incandescente cuando forma remolinos en la opaca corona de la estrella. Cuando las condiciones son óptimas, el vapor se sublima: nieve de pigmentación negra vuelve a caer en la fotosfera de la estrella, que se apacigua.Las corrientes de carbono se concentran en bancos, negras manchas de tenue brillo que crecen y tocan y emergen hasta que las últimas astillas de luz carmesí han desaparecido.Sus planetas comienzan a enfriarse.Pero el horno en el interior de la estrella comienza a arder, aislado bajo la negra concha. Su propio calor presiona al negro y lo aviva hasta que se enciende... No tan brillante como una estrella normal, pero más brillante que lo usual. Lo suficiente como para evaporar el carbono.Por lo tanto, el sol negro resplandece blanco por un momento, y su corona adquiere una magnífica fluorescencia, alimentada por las corrientes vaporizadas. Pero decae rápidamente; amarillo, naranja, rojo..., hasta un débil carmín. Esperando la nieve negra.1
Van a tener que pagar por esto —era un hombre de aspecto impresionante, de afilado semblante aquilino con muchos pliegues y arrugas, y el cabello y cejas entrecanos.
—Correremos el riesgo —la mujer tras el escritorio tenía la blanda pero penetrante expresión que es la marca de una bestia concreta: el psiquiatra. Vestía un traje gris cortado como un uniforme—. De todas formas no creo que usted presente cargos.Él nada dijo.—¿Quiere un abogado?Él se inclinó en su silla. El guardia tras de él se puso tenso.—No estoy hablando de castigo corporal. Es a Dios a quien están violando, no sólo las leyes de los hombres.—¿Quiere usted repetirlo? —dijo ella—. No he entendido lo último.—Usted sabe lo que quiero decir. Me han hecho algo. No estoy seguro de qué es. Ha sido como un largo sueño...Ella asintió.—Duró dos largos meses —alguien llamó suavemente a la puerta—. Podemos explicárselo ahora —tocó un botón bajo el escritorio y la puerta zumbó y se abrió.Entraron dos hombres: otro guardia y un alto y severo hombre con ropajes de sacerdote, un duplicado exacto del prisionero. Este saltó de su silla. El guardia puso unas manos del tamaño de perros falderos sobre sus hombros, y le volvió a sentar.El duplicado no estaba menos sorprendido. Su guardia le tomó de un brazo y le condujo hasta el interior de la oficina.—Rana —dijo la psiquiatra—. Capa-y-espada. Elixir. Kiwi.La expresión del hombre cambió imperceptiblemente. Se frotó los ojos.—Jesús. Esta vez sí que ha sido largo.—¿Qué...? ¿Qué obra demoníaca es ésta?La psiquiatra inclinó la cabeza hacia el duplicado.—¿Quieres explicárselo, Otto?Él se apoyó sobre el borde del escritorio y tocó el pesado crucifijo de plata fundida que colgaba sobre su esternón.—Bueno, reverendo... ¿Por dónde empezamos?—Empiece por decirme quién es usted.—Eso es fácil. Yo soy usted: el obispo Joshua Immanuel. Alguna vez conocido como Theodore Lindsey Dover.—Usted no lo es.—En un sentido real, lo soy. ¡Ay! —se puso el dedo en la boca y lo chupó, luego inspeccionó el pequeño corte; el largo eje del crucifijo tenía un borde biselado como una hojita de afeitar—. Olvidé esto... —después, volvió al tono de su explicación—: También soy Otto McGavin, un agente profesional de cierto departamento de la Confederación. No tiene que conocer el nombre del departamento, creo; es una imposición del tercer artículo de la Carta. Usted sabe cuál es, ¿verdad?—No me interesan las cosas profanas...—No puede mentir, padre Joshua. Ted. Tengo toda su memoria, toda su personalidad colocada sobre la mía. Conoce el artículo —Otto le presionó con la mirada—. Tiene que ver con la protección de culturas alienígenas: prohíbe toda forma específica de interferencia humana.—¡Pero no el trabajo misionero!—No, no si es legítimo. Usted sabe tan bien como yo cuál es la ambición real de su orden.—Entonces, llévennos a juicio —dijo recostándose en la silla y cruzando los brazos.—Si eso resultara, estaríamos ya en la sala.—El testimonio obtenido bajo hipnosis no es...—Tenemos otras evidencias. No le hemos atrapado por casualidad. Pero su orden podría retrasar el proceso durante cinco, diez años. Lo cual sería demasiado tiempo para los s'kangs.—Monstruos paganos.—...que saben algo que a usted le gustaría saber —agregó Otto con una sonrisa benévola—. Mantenemos a Cinder bajo estrecha vigilancia. A mucha gente le gustaría resolver el secreto; la Confederación misma está trabajando duro en ello. Creo que con la arqueología, no con la subversión.—Por eso me han secuestrado. Tienen miedo de que los s'kangs acepten a Jesús como su Señor y Salvador, y nos digan el secreto como muestra de gratitud y amor. Así no habría beneficios para la Confederación...—Muy pocos oficiales de la Confederación saben de la existencia de nuestro departamento. Operamos en forma independiente de todo, excepto la Carta.—¿Independiente de la ley?—En alguna forma.El padre Joshua intentó digerir aquello durante un momento.—No tengo miedo de defender el trabajo de mi orden en un juicio. Lo que los s'kangs hacen, lo hacen por su libre albedrío. Nosotros podemos...—El libre albedrío es un concepto escurridizo —interrumpió la psiquiatra—. Guardia, entregue su pistola al reverendo.El guardia de Joshua era la única persona armada en la habitación. Abrió su cartuchera y entregó la pesada pistola láser a Joshua.—Huya —dijo ella.Joshua sostuvo el arma torpemente. Miró alrededor de la habitación en forma agitada.—Adelante. Nadie le pondrá un dedo encima. Nadie lo perseguirá.—Yo... No puedo.—Por supuesto que no puede. Por la misma razón por la que nunca le dirá a nadie lo que ha aprendido hoy. Y la celda que ocupará en los próximos meses será una lujosa suite sin cerrojos ni barrotes. Está programado para no escapar, para no hablar; eso se ha transformado en parte de su 'albedrío', que no es menos libre que el de cualquier otro mortal, reverendo.—Eso es lavado de cerebro —gotas de sudor brotaban de su frente—. Eso va contra la Carta.—Si fuera un lavado de cerebro yo podría decirle que se clavara un dedo en el ojo, y usted lo haría hasta la última falange. ¿Podría hacer eso, por favor?—Es sólo condicionamiento —dijo Otto—. Un condicionamiento muy eficiente. Las mismas enseñanzas sobre muerte y resurrección que ustedes dan a los s'kangs.—Dicho con otras palabras, ustedes tienen máquinas; máquinas diabólicas.—Si ustedes las tuvieran, ¿serían diabólicas acaso? Y al momento presente ya habrían tenido éxito —ella inclinó la cabeza en dirección al guardia—. Lléveselo.Joshua no quería devolver la pistola. El guardia se la arrebató de la mano y le empujó a través de la puerta. El otro guardia les siguió y la puerta zumbó al cerrarse.—Me alegro de volver a trabajar contigo, Otto. Te estás acercando al retiro, ¿no es cierto?—Algo —dijo él, después de murmurar algo amable—. Todavía no lo había pensado —los operadores principales podían retirarse a los cuarenta y cinco, con todos los beneficios, pero muy pocos llegaban hasta allí...—Me gustaría tener la oportunidad —ella deslizó un gran envoltorio sellado a través del escritorio—. Es tinta de cuatro días, unas veinte mil palabras. ¿Algún problema?—Creo que no —Otto conocía los detalles de su misión de modo tan instintivo como la manera en que debía actuar con la personalidad del padre Joshua. Pero ambos conocimientos podrían desvanecerse eventualmente con el tiempo; tener que depender de su memoria—. ¿Debo leerlo antes de irme?—No, tienes una cabina privada durante todo el viaje a Altair, en el Tsiolkovski. Eso te entretendrá... Sin mujeres, sin alcohol.—Sí, lo sé. Este tipo es... extraño.—Debe ser algo tonto, comparado con el último.La última misión de Otto casi había sido su última misión. Había acabado cuando lo encontraron tirado en una jungla fétida, con el pulmón izquierdo perforado por una lanza de hueso untada con heces de animales.—Oh, sí —dijo él, dejando lugar a una pausa.—¿Qué es lo que te preocupa, Otto? —preguntó ella reclinándose y observándole con ojo profesional—. Creímos que te estábamos haciendo un favor con esta misión.—Tú no has estado dentro de su cabeza.—Actualmente lo estoy. Estuve en el monitor durante su impersonación, por supuesto.—No es lo mismo, Sara. Tú no tienes su intensidad...Ella asintió suavemente. Otto continuó:—Él... Yo había tenido más de treinta personalidades artificiales...—Treinta y cuatro.—Pero nunca había dado con una de su fuerza. No estaba asustado o confuso o pasivo en el tanque. Trató de absorberme a mi.—Ya ha sucedido anteriormente; nunca tienen éxito. Tendrían que invertir la polaridad de toda la máquina. Un cerebro humano nunca genera ese tipo de energía.—Sé eso y tú sabes eso. Pero él no... Y estaba absolutamente confiado, aún cuando perdió el control, paso a paso.—De modo que es un fanático...—No es eso. Él lo es, sí, a su modo; pero ya había tenido fanáticos antes. ¿Sabes lo que sucede?—Dímelo.—Nunca había despreciado tanto a un hombre en mi vida. Yo he sido bandido, homicida, asesino... Este hombre nunca ha quebrado una ley en su vida. Y aún así, 'amoral' es una palabra que no basta para describirlo. Es simplemente maligno. Maligno.—Eso es un poco fuerte. Sabía que es un hipócrita...—No tiene una sola molécula de religión en su cuerpo, puedo afirmarlo. Tampoco tiene ética. Nada, excepto ambición. Los seres humanos, las inteligencias no humanas no somos más que piezas de un juego para él. Hasta contempla el genocidio... Exterminar s'kangs, sólo para evitar que otros tengan éxito donde él falló. Para él eso no es más moral que apagar la luz. Estar dentro de su cabeza significa formar parte de una maquinaria maligna.—Bueno, de cualquier modo estarás pegado a él durante dos semanas —ella se levantó—. Rana. Capa-y-espada. Elixir. Kiwi.Los párpados de Otto cayeron y se desplomó en la semiconciencia.—Cuando despiertes serás alrededor de un diez por ciento Otto McGavin y un noventa por ciento Joshua Immanuel. Tus reacciones a una situación normal se producirán con la personalidad y el conocimiento de Joshua. Sólo en situaciones de tensión extrema tendrás acceso a tus facultades como operador principal. Kiwi. Elixir. Capa-y-espada. Rana.Immanuel/Otto fijó su vista en Sara con un centelleo perturbador en sus ojos. Levantó el paquete y salió sin decir una palabra.Los humanos que habían explorado Cinder por primera vez lo hicieron cuando Ámbar estaba frío, cubierto de tizne.Encontraron un planeta con mares y ríos congelados como vidrio; suelos cubiertos por una capa de hielo, vegetación dormida en hibernación cristalina. Los únicos animales grandes parecían escarabajos del tamaño de bañeras que se arrastraban por la tierra a una velocidad de menos de un metro por día. Para obtener agua buscaban un tipo de arbusto cuya raíz primaria descendía cientos de metros hasta el agua fósil. Podían practicar un agujero en la base de la planta y hacer descender un zarcillo hueco hacia la humedad. Comían los restos de insectos pequeños, lentamente.Cinder fue denominado y catalogado y olvidado durante medio siglo. Entonces Ámbar ardió y resplandeció otra vez, y casualmente llegó otro equipo de investigación.Los ríos corrían y los mares golpeaban gentilmente las costas, impulsados por las mareas provocadas por la pequeña luna. El planeta estaba cubierto de flores que se inclinaban ante la cálida y dulce brisa; las flores estaban dispuestas formando precisos modelos geométricos, atendidas por criaturas que no eran los enormes escarabajos, que no se ajustaban en ninguna clasificación taxonómica.Caminaban sobre cuatro patas de araña y tenían tres brazos; uno era un simple tentáculo, los otros dos, manos complejas. Sus caparazones (que los primeros exploradores habían encontrado llenas de órganos enigmáticos), estaban en su mayor parte vacías y servían como caja de resonancia. Podían producir una sorprendente variedad de sonidos rascando y golpeando el interior de la concha, y forzando el aire a través de una membrana hendida. Hacían una espectral imitación de la conversación humana; aprendieron a comunicarse en cuestión de meses.Afirmaron tener alrededor de un millón de años (sus años tenían 231,47 días), no sólo como raza sino como organismos individuales. Durante la hibernación, afirmaron, sus cuerpos se reconstruían, sus memorias eran limpiadas; y cuando el sol renacía, también lo hacían ellos. Podían morir sólo por accidente, y eran muy cuidadosos.Prácticamente también podían morir por asesinato o vivisección. Un xenoanatomista provocó un accidente bastante horrible; ninguna de las criaturas puso objeciones a la disección del cadáver. Sus vidas estaban llenas de rituales, pero ninguno concerniente a la muerte.No encontró nada que pudiera servir como órgano de reproducción. Les preguntó acerca de eso y tuvo que explicarles qué era la reproducción. Ellos no pudieron creerle. Y entonces les mostró películas sobre la copulación, el embarazo y el nacimiento humanos. Lo encontraron gracioso: los humanos malgastaban demasiado tiempo y carne haciendo copias imperfectas de ellos mismos.Por lo tanto, ¿quién llegó primero? ¿El huevo o la gallina?Tenían un mito de la creación, pero era tan complicado que transformaba al Finnegans Wake en una lista de la compra. Un individuo cuya posición 'hereditaria' parecía ser la de filósofo (traducido como 'guardián de sarcasmos útiles'), dijo que él tampoco comprendía el mito. ¿Cómo podía ser bueno si uno lo comprendía?Le preguntaron dónde había aprendido el mito. ¿Dónde aprende alguien un mito? Le pregunta a las rocas.Fue una década antes de que eso tuviera sentido. Investigar a los s'kangs (su nombre era un sonido sibilante seguido por un choque profundo), era como abrir cajas chinas. En realidad, nunca mentían, pero tampoco contestaban nada en forma directa, 'preguntarle a las rocas' significaba leer.Su tentáculo podía sostener cosas, pero era primordialmente un órgano eléctrico. Su función esencial parecía ser la de matar insectos para comer. Pero también podía ser usado para grabar información en las estructuras cristalinas de mineral piezoeléctrico que había por todas partes.El planeta era una enorme biblioteca. Podían leer y escribir por instinto, por memoria racial. Al menos, ninguno recordaba haber aprendido.El misterio real de Cinder, creo, no venía de la biología ni de la filosofía, ni tampoco de la bibliología..., sino de la astrofísica. El planeta no estaba donde se suponía que debía estar.Un sistema planetario tiene que estar encuadrado dentro de las bien definidas once morfologías, caracterizadas por el tamaño de los planetas y su distribución en el sistema, determinadas por el tamaño y la velocidad de giro de la nube de gas primordial que le dio origen. Los planetas que orbitan alrededor de Ámbar ajustaban muy bien en cada una de estas morfologías..., excepto Cinder. Debería estar, como mínimo, dos veces más alejado del sol.¿Era el decimosegundo tipo de sistema? Los astrofísicos dijeron que no, que era imposible. En algún momento alguien mencionó el problema de los s'kangs. Ellos dijeron que se estaba poniendo muy frío. Por lo tanto, lo acercaron al sol.La cantidad de energía requerida para mover un planeta del tamaño de Cinder desde donde se suponía que debía estar hasta donde estaba, era de alrededor de 1034 joules. Eso equivalía a la conversión de energía de cien millones de megatones de materia, con un cien por ciento de eficacia... La energía suficiente como para mantener a todos los planetas de la Confederación un siglo patrón.Energía es poder; el poder, dinero. Muchas personas habrían dado mucho por saber cómo lo habían logrado los s'kangs. Sólo había dos empresas con los medios suficientes como para perseguir las respuestas: la Confederación y Energía General, el monopolio que poseía todas las patentes básicas de conversión taquiónica (tanto como de todos los voltios generados de otra manera).La Confederación tenía una complicada serie de mandatos contra EG para mantenerla lejos de Cinder sobre la base de su interpretación a la Carta. Los s'kangs eran con mucho una especie en peligro, con sólo 1.037 individuos, y sin habilidad para reproducirse. La Confederación había hecho todo lo que estaba en su mano para evitar que fueran explotados.Durante el proceso de protección a los s'kangs les habían preguntado como sin darle importancia, de qué manera se las habían arreglado para mover un planeta como aquel. La respuesta más directa que recibieron fue: "Con mucho cuidado".Los s'kangs no eran bromistas cósmicos que se rieran de los pobres terráqueos. De hecho, eran criaturas bastante ingenuas, muy directas a su manera. Es verdad que uno podía hacer la pregunta cien veces diferentes, y obtener cien aparentemente diferentes respuestas. Pero el concepto de 'verdad' en los s'kangs era indirecto, maleable, sutil. Si uno trataba de convencerles de que el universo estaba regido por la ley y el orden, podían escuchar con mucha amabilidad. Pero para ellos causa y efecto eran ficciones evanescentes: las cosas sucedían, tratar de explicarlas era al mismo tiempo interesante y fútil. Las únicas cosas realmente importantes eran detenerse en el momento indicado, renacer y cuidar las flores adecuadamente.Mirad los lirios del campo...Desde el contacto humano habían absorbido una mezcla general y casualmente inofensiva de ideas y cosas. Usaban cachivaches y joyas, odiaban la música humana pero coleccionaban grabaciones de ruido de ciudades, amaban a Hilbert y odiaban a Euclides. Tenían gerbos (mamíferos roedores del tamaño de una rata) como mascotas; apreciaban los hors d'oeuvres de oruga, hacían rompecabezas y crucigramas sin mirar las definiciones.Yo soy la Resurrección y la Vida; el que cree en mi, aunque esté muerto, vivirá...Eran adictos al mito de la resurrección.2
Su Excelencia —un joven sacerdote gordo ayudó a Otto/obispo Immanuel a descender los últimos peldaños de la escalerilla del trasbordador; luego se apoyó en una rodilla y besó su anillo—. Dios le bendiga, padre.
Otto murmuró una bendición en respuesta y miró a su alrededor. Habían aterrizado sobre un camino de grava. No había edificaciones a la vista..., sólo flores de brillantes colores de horizonte a horizonte.Pidió al hombre que se levantara.—¿No hay inspección de aduana, formularios que llenar? Es un cambio alentador.—Hay formularios, Excelencia; le esperan en el monasterio. Pero ya están respondidos, sólo falta la firma...—Muy bien —escuchaba a medias; las flores no eran casuales manchas de color, como parecían al principio. Cuando el viento estaba en calma formaban una ordenada progresión de color hasta alcanzar un tono azul monocromo en la distancia. Encrespadas por la brisa, las flores presentaban distintas superficies a la vista, y el orden podía disolverse en un placentero y cambiante caos: quizás un tipo de orden alienígena. Había visto filmaciones, pero era diferente estar de pie allí, con el pesado perfume cayendo sobre uno, el susurro de las flores... De pronto reparó que su acompañante le estaba diciendo algo.—¿Perdón?—La primera impresión es siempre hipnótica, padre. La belleza se hace familiar, pero nunca aburre.—Ahora la naturaleza refleja la gloria de Dios —dijo Joshua automáticamente.—Sí, Excelencia. Nosotros... Todos nos sentimos particularmente bendecidos, pues nos ha permitido continuar aquí nuestro ministerio.—De acuerdo, es verdad —Joshua recordó para sí: no todos estaban allí por lo mismo. Otto recordó a su vez: algunas de estas personas creen que están alistadas en un orden legítimo; hay que diferenciar—. Bueno, ¿encontraremos a monseñor?—¡Ahora mismo, padre! —lleno de entusiasmo puso dos dedos en su boca y emitió un penetrante y poco sacerdotal silbido.Las flores frente a ellos se apartaron y tres s'kangs emergieron de ellas. Caminaban de lado, airosamente, con los ojos subiendo y bajando con rapidez, y hablaban mientras se acercaban; una charla queda. Dos de ellos usaban monturas; el otro, una especie de cargador con chatarra elástica. Las caparazones eran de un azul-negro lustroso y la piel, de una textura de canto rodado, amarillo listado con marrón.Estaban cerca de ser las criaturas más feas que Otto había visto nunca.—¿Tienen entrenados a los suplicantes como bestias de carga? —preguntó Otto—. Habíamos tomado una decisión en contra cuando estuve aquí la última vez.—Actualmente no, padre. Sólo uno de estos es un suplicante, el que tiene el rosario... Hola, Paul.La criatura emitió un sonido que era indudablemente un 'hola', con un acento correcto.—Y ninguno de ellos está aquí contra su voluntad; ninguno de ellos es pagado. De hecho, esta es la idea de ellos... Muy extraña: no un favor, no un deber. Sólo algo que hacer —él y Paul pusieron el equipaje de Joshua sobre el cargador.Joshua se dirigió a la inquietante bestia que se suponía debía cabalgar.—Oiga, ejem... ¿Puedes hablar?—Sí, por supuesto —dijo.—¿Tienes un nombre?—Ninguno que puedas pronunciar —produjo un sonido parecido al de un estornudo compitiendo con un tambor de tirantes rotos—. Puedes llamarme como gustes.El pensó.—Balaam..., hmmm. Da Balaam es el nombre. ¿Está todo en orden?—Ay-firmativo. La bestia de carga a la que vuestro primer principio dio voz. Muy apropiado.Joshua sacudió la cabeza.—Tú... ¿Conoces el Nuevo Testamento?—Mejor que yo —dijo el otro sacerdote.—En un sentido de la palabra 'conocer', sí. No/sí —la risa del s'kang era un excelente stacatto bajo—. También el Antiguo Testamento, y el Corán, el Zend-Avesta, Agama, Talmud, Rig-Veda, Bhagavad Gita, Tao Te-King, analectas, edda, La ciencia y la salud con la clave de las Escrituras...—¡Espera! —y dirigiéndose al joven sacerdote—: ¿Quién le llenó con toda esta... apostasía?—No fuimos nosotros, padre. Se lo aseguro.—Maldición, es cierto —dijo Da Balaam—. Fueron mis amigos arqueólogos.—También maldice —dijo el sacerdote, débilmente.—¿Por qué te enseñan esas cosas? —preguntó Joshua.—Ellos no me enseñan. Ellos estudian mi trabajo y me permiten usar su biblioteca.—¿Tu... trabajo?—'Guardián de Sarcasmos Útiles'.Joshua asintió. Sus labios eran una severa y delgada línea. Inspeccionó la montura.—¿Nos vamos?—Ay-firmativo. Pon tu culo sobre tu mulo —tump, tump...3
Monseñor Applegate les estaba esperando en la entrada del monasterio, las manos enfundadas en su amplia caperuza. Besó el anillo de Su Excelencia y le condujo al despacho del monasterio.
Cerró la puerta. Desabrochó su cuello.—Me alegro de verte, Josh. ¿Un trago?—Claro que tomaría... Ha sido una cabalgata polvorienta —tomó asiento en la única silla blanda de la habitación, la que se hallaba tras del escritorio.Applegate llenó dos copas metálicas con vino extraído de un tonel de madera.—Bueno —alcanzó una a Joshua—, ¿qué noticias...?—Las cosas han cambiado, Henry.—Naturalmente. Cuatro años... Hemos hecho mejoras.—Afuera, quiero decir; no aquí. ¿Desde cuándo las flores siguen todo el camino? ¿Es para nuestro provecho o...?—No, así es en todo el planeta. Desde hace un par de años ellos han estado custodiándolas como locos.—¿Es que Ámbar se apagará pronto?—Algunas veces dicen eso. Algunas veces dicen otras cosas.—Es de suponer. ¿Cuánto hace que los s'kangs han estado ayudándonos aquí? ¿Y por qué infieles?—Hace sólo pocos meses. Los infieles, desde luego. Los suplicantes han estado trabajando para nosotros desde que te fuiste; nos ayudaron a construir una nueva ala y la... ejem, sección de protección climática.—Es un hermoso mural —era un mural extraño, a lo largo de toda una pared. Representaba las estaciones del calvario y la técnica del pintor mejoraba regularmente de la primera a la última; había aprendido mientras lo hacía.—Lo hizo uno de los s'kangs. Un infiel, como un asunto de...—¿Se te ha ocurrido que los infieles pueden ser espías? —Henry se sentó cuidadosamente en una de las duras sillas y colocó su copa en el suelo.—¿Espías de quién?—No lo sé. Nos observan por curiosidad. Y si encuentran...—No se permite a ninguno de ellos observar ninguno de los rituales o participar en algún sacramento. Eres demasiado desconfiado, Josh. Ellos andan por ahí ayudando también a los arqueólogos. Son curiosos por naturaleza y tienen tiempo de sobra.—¿Cómo sabes que no observan los rituales? ¿Cómo puedes distinguir a los suplicantes de los otros? —su pregunta demostraba algo de disgusto.Henry sonrió.—Es fácil; ellos mismos se preocupan de eso. ¿No te has fijado en los que vinieron contigo? El suplicante Paul tiene su nombre cristiano escrito en la frente.—No, no lo noté. ¿Lo hacen ellos mismos?—Sí... Dicen que es una cuestión de concentración.Joshua sacudió la cabeza.—Henry, ¿cómo puedes saber que ellos no pueden provocar un cambio, enviar a...?—Oh, no... No. No les conoces como yo, Josh. Tienen personalidades definidas. Es fácil distinguir a uno de otro.—Dejemos eso por ahora, luego lo estudiaré. ¿Algún progreso?—Bueno, sí. Estamos obteniendo información, montones de información. Confesiones, respuestas al catecismo...—No hay progreso real, entonces...—No, ejem... No en ese sentido. No hasta que tengamos la máquina.Necesitaban una gran computadora semántica de autocontrol, lo que significaba que necesitaban una gran suma de dinero. Henry replicó a su vez:—¿Has hecho tú algún progreso?—Algo —tomó un largo trago de vino—. Nada en el Vaticano. Ni siquiera pude conseguir una entrevista con el chamberlán.—Era de esperar.—Peor. En su opinión, somos apóstatas. Excomulgados.—¿Ex...? ¿Cómo sucedió eso?—Uno de tus insectos —dijo él, suavemente—. Dijo algo de más a uno de los científicos de la Confederación, que escribió un artículo gracioso en una de las revistas de arqueología. Flexibilidad de ritual entre los sacerdotes de Sol III. Es muy divertido.—Oh, Amado Jesús.—Algún individuo de esos. Tuvimos mejor suerte con el Nuovo Vaticano.—¿Entonces...?—Los apóstatas tenemos que estar juntos.—No lo sé, Josh —se puso de pie, frente al mural.—Precisamente por eso no estás a cargo.—No tienes que...—No lo tendremos siempre, Henry. Buscaré la ayuda del demonio.Henry se sobresaltó.—Por favor, Joshua.—Oh, 'favorécete' tú mismo. O es que has fingido tu papel tanto tiempo que...—Olvídame —sus blandas facciones se endurecieron—. Nunca fui tan fuerte en mi incredulidad como tú. Ni tan buen actor.—Lo has hecho suficientemente bien. De cualquier forma, el Nuovo Vaticano nos ofreció una donación. Con condiciones, infortunadamente.—Estoy seguro de que hiciste el mejor acuerdo posible. ¿Cuánto?—Un cuarto de millón..., pero —cortó la exclamación de Henry— nos va a costar mucho. Exteriormente la donación es un simple regalo para ayudarnos en nuestra labor misionera; tengo un documento eclesiástico a tal efecto. Y aunque no hay documentos para el acuerdo real, ellos obtendrán el diez por ciento de las ganancias netas de cualquier patente que resulte de nuestra búsqueda aquí; con un tenedor de libros respirándonos en la nuca...—¿Les dijiste algo?—Lo suficiente para obtener el dinero.Un suave golpe en la puerta.—La correspondencia, padre.Applegate tomó los sobres y cerró de nuevo.—No te preocupes —dijo Joshua—. Sólo les dije algunas cosas. Y ellos son mucho más delincuentes que nosotros.—Nosotros no somos delincuentes —echó un vistazo a los remitentes sin importancia—. Hay muchos precedentes históricos...—Discúlpame, Henry.—Una de la Tierra, marcada 'urgente' —rompió el sello y la recorrió con la mirada—. Josh, ¿qué estuviste haciendo en la sede de la Confederación?—¿Qué? —preguntó Otto.—El obispo Salazar dice que uno de sus sacerdotes te vio salir del Edificio de la Humanidad Unida. El quince de noviembre. Debe haber sido justo antes de que partieras.—Sí. Estaba llegando a eso —mucha atención—. El Vaticano no es el único organismo que lee revistas de arqueología. Recibí una invitación para conversar con el doctor Ellis. Es el cancerbero de la comisión que observa las violaciones del artículo tercero de la Carta.—Hoy estás lleno de buenas noticias.—Fue muy amable; no hizo ninguna acusación directa. Pero sospechan, por supuesto...—¿Tendremos problemas?—No lo sé. Inspecciones... Quizás, espías... Debemos ser muy cuidadosos con la gente nueva. Tanto los arqueólogos como los novicios.—No he tenido mucho que ver con los arqueólogos.—Lo cual es un error. Ellos aprenden de nosotros, y el provecho que obtienen nos perjudica. Al menos deberíamos saber qué piensan... Te diré lo que hay que hacer: que el secretario consiga una cita con cualquiera que esté al mando allí.—El doctor Jones.—Bueno..., y llevaré un pequeño barril de vino como prenda de paz. Una cosa ha mejorado en cuatro años, en cualquier caso. Por tanto, quiero hablar con alguien informado de la totalidad de nuestros asuntos aquí. ¿Hay alguien que no lo conozca?—No. Hay varios candidatos, pero quería esperar tu aprobación.—Bien. Prepara una reunión para después de mi visita al campo enemigo.—Muy bien —Henry tomó la copa de Joshua y volvió a llenar las dos—. Un cuarto de millón es una bendición. Podemos usarlo.—No, no podemos.—¿Perdón?—No es suficiente, lo he investigado.La expresión de Henry pasó del enfado súbito a la exasperación y la resignación. Depositó suavemente la copa en el escritorio.—Con la mitad de eso podríamos comprar todas las máquinas temporales que pudiéramos llegar a usar.—O una máquina de cualquier otro tipo.—Josh, tú no eres una autoridad en estas cosas. No tenemos que comprar la nuestra; los usuarios tienen seguridad absoluta de...—No soy una autoridad en computadoras, pero mi poder simplemente es autoridad; uso y abuso. Si la Confederación quiere algo suficientemente malo, lo tendrá. No necesitamos ponerles las cosas fáciles.—Estás tan paranoico como siempre. Y no te importa lo que te estoy diciendo.—¿Cuándo me ha importado lo que tú dices?—Es verdad —Henry suspiró y se sentó—. Era una buena inversión, doy testimonio de ello.—Muy buena. La mitad de las ganancias de una nueva asociación de prostitutas en Lamarr.—¿Lamarr? Eso está en el quinto infierno.—Así era. Ellos fundamentaron su elección en un nexo taquiónico, me parece. Cerca de Deneb en varios decaparsecs. Dentro de un año el lugar estará lleno de gente hormigueando por todo el planeta, buscando cosas en las que gastar su dinero mientras las naves se reabastecen de combustible.Henry asintió.—¿Son buenas esas mujeres?—Eso supongo, no tengo experiencia directa, por supuesto —Joshua no había sido siempre un magdalenista; afirmaba que sus primeros votos le habían conducido al celibato. En realidad, su experiencia con la asociación de prostitutas era directa y bastante impresionante, considerando que sólo había estado allí un día y una noche—. Los hombres y mujeres con los que viajé las recomendaron mucho.—De acuerdo —dijo Henry con una sonrisita; su obispo tampoco bebía en público.—Ese doctor Jones, ¿qué clase de tipo es?—Es una mujer. Joven para su puesto. En realidad, nunca he hablado con ella; tengo la impresión de que no aprueba nuestra actuación.—Al menos no fue la que escribió el artículo. Lo firmaba John Avedon.Henry se rió.—Qué coincidencia. Su nombre completo es Avedon Jones.—Oh, Señor... Concierta la cita de cualquier modo.4
No es demasiado pesado para ti, ¿verdad? —Joshua ataba el barril de vino sobre la espalda del s'kang.
—Negatrón. El Antiguo Testamento dice: "Llevar las cargas de otro es cumplir con las leyes de Cristo."Joshua masculló algo y se izó con esfuerzo sobre el s'kang, que continuaba argumentando:—Luego, tres versículos más adelante dice: “Todo hombre debe llevar su propia carga." La geometría de la situación es muy confusa.—Interpretas la Palabra demasiado literalmente. ¿Estás cómodo o prefieres que yo camine?—Negatrón. Si tú caminas, tendré que estar dándome la vuelta para mirarte —el ojo de la puma de un pedúnculo espiaba sobre el caparazón, e hizo algo parecido a un guiño; una membrana que traslucía el iris. Comenzaron a avanzar por el sendero con un peculiar trote que le hacía oscilar.El campamento arqueológico era algo tosco, se veía inacabado en comparación con la confortable solidez del monasterio. Polvorientas tiendas alguna vez blancas y bastantes cúpulas se veían esparcidas al azar sobre una gran área de tierra apisonada... Un anti-oasis estéril en un mar de flores.—¿Sabes cuál es la tienda de la doctora Jones? —preguntó a Da Balaam.—Ay-firmativo. Pero ella no está allí a esta hora. Puede estar en el lugar de trabajo o en su oficina.—Tengo una cita con ella. Supongo que la oficina debe ser lo mejor —miró su reloj; habían llegado con cinco minutos de antelación—. No, llévame a ese lugar, primero. Me gustaría ver qué están haciendo.Joshua saludó a varias personas y se encaminó hacia el centro del campamento. Nadie parecía sorprendido de ver a un sacerdote con sus atuendos cabalgando en un insecto, por supuesto, y parecían bastante amistosos, aunque nadie ofreció conversación. Algunos sonrieron cuando vieron el vino.El lugar era un agujero circular de unos tres metros de profundidad y diez metros de diámetro. En el fondo del agujero, cerca de un lado, la excavadora automática zumbaba por sí misma. Otto/Joshua había visto otras anteriormente. Parecía inmóvil pero sabía que estaba haciendo progresos, analizando el sector del terreno sobre el que se asentaba, mordiendo sólo unos pocos milímetros por vez, arrastrándose hacia adelante imperceptiblemente sobre una espiral programada. Si detectaba algo que podía ser un artefacto, dejaría caer una marca, retrocedería cautelosamente y haría una indicación a su operador humano. El fondo del pozo parecía vidrio pulido, excepto media docena de pequeñas depresiones donde se habían extraído artefactos.—Fascinante, ¿no es cierto? —Joshua dio un respingo; no había notado que la mujer se colocaba tras de él.—Avedon Jones, obispo —estiró la mano que era sorprendentemente grande para su pequeño cuerpo (y sorprendentemente limpia para una arqueóloga, pensó Joshua), y le favoreció con un apretón que casi no tocó sus dedos.—Es un placer —dijo Joshua; y lo era, a pesar de los latidos de su mano. La doctora Jones tenía una cara severa, complicada por las marcas de la concentración y la fatiga. Pero ambos, Joshua y Otto, es triste admitirlo, se inclinaban a hacer la evaluación de una mujer, principalmente desde el cuello hacia abajo. En esa área, las células del cuerpo de la doctora Jones estaban dispuestas con la misma elegancia y precisión que dentro de su cráneo: perfectamente. Y ocultas sólo por un mínimo de ropas útiles.El apretón de manos que hacía crujir los huesos era un truco que había aprendido de un compañero de la facultad. Las pupilas de un hombre se contraen por un súbito, inesperado dolor, luego se dilatan de acuerdo con la intensidad de la luz ambiente y el grado de interés sexual. Ella había obtenido buenos resultados en la práctica de esta técnica; había elegido una profesión en la que el noventa por ciento de sus colegas eran hombres, y que requería largos períodos de aislamiento en un campo de trabajo. Observaba cuidadosamente los ojos oscuros de aquel hombre supuestamente célibe mientras él le devolvía la mirada y trataba de mover la lengua..., y hacía su propia evaluación.Ella podría conseguir que le trajesen sus cojones en bandeja. Divertida, con un deje de tolerancia, le rescató de su afasia temporal.—Vamos a mi tienda, tiene aire acondicionado —se dirigió a Da Balaam—. ¿Eres tú, Prescott?—Ay-firmativo.—Eso pensé. ¿Cuál es la raíz cuadrada de Talmud?—La culpa —buen golpe. La contestación le hizo reír.—Estás loco... ¿Quieres venir con nosotros?—Prefiero ir a la biblioteca —estiró el pedúnculo con el ojo hacia Joshua—. ¿Dónde puedo dejar el vino?—¿Prescott? —dijo el obispo.—Claro. Tengo diecisiete nombres. ¿Acaso personas diferentes no te llaman a ti con nombres diferentes?—Bueno...—El mejor nombre es el que cada persona te da. "Un buen nombre es mejor que un ungüento valioso." Eclesiás...—¡Basta, por favor! Ejem, señorita, doctora Jones, el vino es un obsequio de nuestro monasterio. ¿Dónde podemos dejarlo?—¡Oh, qué bien! Llévalo a la tienda comedor, Prescott, pero antes... a mi alojamiento; lo probaremos.—El es un Immanuel, doctora Avedon. No un Borgia.Ella golpeó juguetonamente el caparazón de la criatura.—¿No puedes ser más diplomático, Prescott?Caminaron hacia su tienda a través del polvo, con Da Balaam trotando al lado de la doctora Jones. Ella sacó un cilindro graduado y midió un litro de vino; luego envió al s'kang a la tienda comedor. Él remarcó que era un lugar con una denominación adecuada.Dentro de la tienda había una gran bañera adornada con un marco de madera ligera. Hacía fresco y estaba un poco oscuro. Avedon condujo a Joshua a una silla y colocó el vino y dos vasos en una mesa detrás de él.—Sólo tardaré un minuto —dijo ella y se dirigió a la parte de atrás de una pantalla translúcida. Dos manojos de ropa volaron hacia una canasta a través de la habitación—. El polvo y el sudor me hacen sentir mal —dijo por encima del murmullo de una ducha ultrasónica.Joshua contempló el difuso contorno de su cuerpo dando vueltas; consideraba la posibilidad de que ella no se diera cuenta del efecto que estaba provocando sobre sus pobres glándulas, y rechazó la idea. Ella cerró la ducha y atisbó por uno de los lados de la pantalla.—Oiga, ¿no tendrá usted el tabú de la piel, verdad?—No. Fui criado en Terra. Además, el cuerpo es el templo de...Ella caminó suavemente a través del cuarto hacia un guardarropas.—...del Señor —terminó él, no sin reverencia.—No hace excesivo frío para usted, ¿verdad? —seleccionó una muda blanca y la deslizó sobre su cabeza.—No, de veras —Joshua hizo correr un dedo bajo su cuello—. ¿Puedo servirle el vino?—Por supuesto —ella atacó su corto cabello con un cepillo, contemplándose en un espejo. Terminó en pocos segundos, cogió una silla y se sentó frente a Joshua con las piernas cruzadas. Levantó un vaso:—Por nuestros respectivos éxitos, obispo.Él asintió y bebió.—En campos opuestos pero no antagónicos, doctora. Eso deseo.—Oh, llámeme Avedon. Todas las demás criaturas de este planeta lo hacen.—Gracias, Avedon. Puede llamarme Joshua.—Un nombre ambicioso para un líder en materia religiosa, ¿no? Relacionado con 'Jesús'...—Así es. Creo que ya nací con eso. Si me hubiesen llamado Prescott me habría transformado en un antropólogo.Ella rió.—Vamos al grano. Ha venido a sacarme información, tal vez...—Bueno, yo no lo llamaría así.—¿He estado mal? No se preocupe, yo también le sacaré información. No hemos tenido mucho contacto con su gente. Soy curiosa.Joshua estudió su cara y dijo:—Oh, pero sabe lo suficiente como para escribir el artículo 'John Avedon'.Ella rió a carcajadas, espontáneamente.—Me sorprende que haya podido llegar a usted.—Y bien que llegó —no tenía sentido decirle cuánto daño había provocado el artículo—. Si hubiera sido otra orden, quizá sería más receptivo al humor...—Bueno, tiene que admitirlo —tomó un trago—. Nada personal, obispo. Pero para alguien externo a su orden tal vez parezca... ejem, algo extraña. No muy católica.—Lo sé.Ella se inclinó hacia adelante y se rascó perezosamente un tobillo. Una calculada postura de exhibición.—Celebración de la carne... Estoy sorprendida de que el Santo Trono haya dado su aprobación.—No son tan fanáticos —Joshua alejó cuidadosamente su mirada—. En justicia, nuestros dogmas eran más conservadores cuando ellos dieron su aprobación. Hemos ido evolucionando con los años.De hecho, la Congregación de María Magdalena había sido inventada por Joshua veintisiete años atrás. Él y dos cómplices, todos cínicos hedonistas, habían planeado una 'lenta evolución' alejada de la pobreza, la castidad y las esperanzas en un futuro alejado (...tanto como cuarenta años-luz).Hasta que la TBII hubo raptado a Joshua y colocado en el tanque de personalidades artificiales, él era la única persona viva que conocía la verdadera historia de la inmaculada concepción de los magdalenistas. Los otros dos 'padres fundadores' estaban muertos; uno de causa natural, el otro porque había tenido la imprudencia de ser convicto de violación de un menor en un planeta tan primitivo que no tenía lavado de cerebro.—Me dijeron que usted estaba bajo los votos de una orden diferente, estricta —dijo ella—. Estoy un poco sorprendida que... parezca tan humano —señaló el vaso de vino con su cabeza.—En realidad (¿de quién estaría hablando?), fui al seminario bajo los votos temporarios de los trainistas. No los seguí durante mucho tiempo. Excepto por el hábito.Ella sonrió, pero resistió el obvio juego de palabras.—Hábleme de su trabajo —dijo Joshua—. ¿Ha aprendido mucho sobre los s'kangs?—No mucho. Sólo lo que uno puede inferir de la carencia de información —ella parecía pensativa, incluso súbitamente cansada—. Catorce estaciones como esta alrededor de todo el planeta. Excavando agujeros. No usan herramientas; evidentemente nunca las han usado. Por lo tanto, no hay artefactos permanentes.—Salvo las piedras de las que ellos hablan, ¿no es cierto?—Negatrón —Da Balaam debió haber recogido ese molesto manerismo de ella—. Nunca hemos encontrado una, excepto en la superficie. Prescott dice que ellos nunca entierran...—Eso es útil —bebió el vino—. ¿Ningún artefacto? Parecía que la excavadora había encontrado unas pocas cosas.—¿Sabe cómo trabaja una excavadora? —sus cejas se elevaron.—Bueno..., vi una en un museo. Un modelo.Ella asintió.—Claro, eran sólo rocas... Vamos a enviar algunas a los geólogos —se puso súbitamente en pie, fue a un armario y buscó en una caja—. Aquí, ésta es la mejor —le arrojó una piedra blanca del tamaño de un puño, que él consiguió agarrar sin derramar el vino.—Parece muy ligera.—Demasiado ligera —ella se sentó—. Químicamente es dolomita, físicamente no podemos clasificarla; demasiado porosa, su gravedad específica es alrededor de 2 mientras que la de la dolomita es 2,85. Hemos estado encontrándolas en todas las excavaciones por todo el planeta durante los últimos dos meses. Nunca las encontramos en grandes cantidades.—Es interesante.—Puede apostarlo. Pero nosotros sólo somos un puñado de arqueólogos y xenoantropólogos. Juntos sabemos sobre geología y planetología más o menos lo que puede saber un estudiante brillante.—Pensé que al menos ustedes podían traer uno...—Eso sería lo lógico —le miró la cara—. Las comisiones de fondos para investigación no son..., especialmente cuando veinte universidades distintas están en el asunto. Nadie puede enviar más que dos personas de la especialidad, y nadie quiere proporcionar el planetologista indicado.—Pensé que estaba aquí por subvención de la Confederación.—Parcialmente. Afrontaron los gastos con el Consorcio Sagan y proveyeron el transporte.—Sus intereses no son principalmente arqueológicos, me doy cuenta.Ella sonrió.—Negatrón —rió—. Algunas personas quieren creer cosas...—¿No cree que los s'kangs hayan movido realmente el planeta, acercándolo al sol?—¿...qué piensa usted?—Soy un ignorante en ciencia. De cualquier forma estoy más interesado en sus almas que en su mundo —la parte de Otto se estremeció interiormente—. ¿No hay algún tipo de trabajo publicado?—Seguro. Hay muchísimas publicaciones. Y estoy contenta, por otra parte, de que nunca hayamos tenido fondos. Pero lo que en realidad dicen es que la mayoría de los s'kangs, la mayoría del tiempo, afirman haber movido el planeta para mejorar el clima. Algunas veces dicen que el planeta lo hizo por sí mismo; a veces dicen que lo alejaron porque hacía demasiado calor, y otras veces no entienden la pregunta. Hay que afrontarlo. A pesar de lo amables que son las criaturas, son totalmente incompetentes es su relación con la realidad física. No pueden sumar dos y dos, y dar la misma respuesta dos veces. Agarran el destornillador por el mango, si eso les divierte. Y están locos de remate. Fíjese en Prescott: ha absorbido todo Roger Bacon en una semana..., fotográficamente. Puede recitar página tras página. Pero pregúntele sobre el método científico, y todo lo que puede hacer es un juego extravagante de palabras... En latín.—¿Está segura de que todo esto no es una gigantesca broma...? que él realmente comprende, y oculta su comprensión?—¿Por qué iba a hacer eso?—No lo sé. Es sólo una sensación que tengo a veces. Debería oír sus respuestas de catecismo...Ella se inclinó hacia adelante.—Debe ser interesante. En un sentido antropológico, quiero decir.—Bueno, les hacemos grabar cubos... A algunos de ellos. No puedo ver ningún daño en que ustedes tengan copias. Respuestas litúrgicas, también. Hasta confesiones...—¿Confesiones? ¿Cómo pueden ellos pecar?—Teóricamente pueden quebrar el octavo de los diez...Alguien estaba rascando la lona de la tienda.—Avedon: la excavadora está avisando.—Oh, infiernos —se puso en pie—. Adelante, Theo.Un hombre joven, sin camisa, se deslizó a través de la puerta colgante. Usaba una pequeña cruz de plata, pendiente de una cadena alrededor del cuello.—Theo Kutcher, el obispo Joshua Immanuel...Kutcher se puso rígido.—Buenas tardes, hermano —dijo Joshua.—Buenas tardes, señor.—Volveré dentro de unos minutos —dijo ella a Theo—. No comiences ninguna discusión hasta que vuelva.Joshua vio irse a Avedon y se sentó, uniendo benévolamente las manos.—¿Qué tipo de discusión se supone que deberíamos comenzar, Theo?El joven se sentó en la silla que ella había dejado vacante y puso los pies sobre la mesa, haciendo tintinear los vasos entre ellos.—Oh —sonrió sardónicamente—, no creo que tengamos diferencias básicas de opinión..., coronel.5
¿Perdón? —Otto dio vueltas la lengüeta que convertía su pesado crucifijo en una navaja de tres puntas en el extremo de la cadena.
Theo levantó una mano, con la palma hacia adelante, cuidadosamente.—No haga nada. Soy uno de los suyos.—¿Y quiénes seríamos nosotros? —estaba a la distancia justa; ¿garganta u ojos?—La TBII. Soy operador clase dos: Meade Johanssen. Usted es...—Sé quién soy... ¿Post-operatorio?—No, sólo mucho aprendizaje e identidad postiza. He estado aquí desde el principio; demasiado tiempo para un post-operatorio.—No me informaron que había otro operando en este planeta.—Bueno..., probablemente la burocracia. Usted pertenece a Violaciones de la Carta; yo estoy haciendo una vigilancia rutinaria.—¿Sabía que yo venía?—Sí. Ellos dijeron...—...que debe escribir un informe de mi actuación.—Oh, no —demasiado rápido: miente—. Sólo ofrecerle ayuda si la necesita. E información, dado que la TBII puede comunicarse conmigo más o menos directamente. Por eso estoy aquí ahora... Muy conveniente su llegada. Me habría dado un buen trabajo verle a solas esta noche..., sobre todo en el monasterio.—Precisamente —¿sabrá acaso que esta noche es la reunión con los de 'conciencia de la totalidad', de la misión magdalenista de Cinder?—Tengo malas noticias. El Joshua real escapó de la Tierra el día siguiente a su partida.—¿Qué? Imposible.—Eso es lo que todos pensamos. Pero es evidente que rompió el condicionamiento y simplemente se fue caminando. Ellos creen que les sacó alrededor de seis horas de ventaja... Seis horas después que descubrieron que se había ido, el obispo de la Tierra hizo una transferencia masiva de los fondos magdalenistas a su cuenta personal; setenta y cinco kays.Otto silbó.—Nunca le encontrarán. Puede tener el mejor escultor de cuerpos de la Tierra por la décima parte de eso... ¿Y están seguros de que dejó la Tierra?—Interrogaron al obispo. Joshua le había hablado del post-operatorio y la sustitución...—No es muy listo.—...y le dijo que vendría aquí a matarte.—Eso es absurdo —Otto/Joshua sonrió—. ¿Cree que puede emboscarse para llegar a mí?—Bueno, no tiene que llegar aquí legalmente —nadie era admitido en el planeta sin un pase de la Confederación—. Tiene suficiente dinero para alquilar un yate privado. ¿Conoce la técnica de vuelo?—Sí, pero información general —tamborilleó con los dedos sobre su rodilla, pensando—. Si tú o yo lo estuviéramos haciendo, nosotros... Se me ocurre alquilar una nave pequeña hasta Epsilon Indii. Hay tiempo suficiente si salimos del no espacio en lado diurno, mientras esta parte del planeta está en la oscuridad. Acercarse lentamente y aterrizar en algún momento antes del amanecer, en un área despoblada...—Y allí no hay ninguna, no dentro del entorno de un millar de kilómetros.—Hmmm. Y probablemente se estrelle si lo intenta.—Sobre todo si viene como impostor. Estás esperando alguna...Pasos.—...dentro de la hermandad de Cristo, nuestro Señor. Tiene que comprender...Avedon entró en la tienda.—No sé qué demonios pasa con esa máquina. Seis veces en cuatro días... Qué, ¿todavía no se han degollado? Pensé que un bautista skinner y un católico no tendrían mucho en común.Theo se puso de pie.—Olvidé su condición y él olvidó a mis padres. La misma cosa.Theo comenzó a irse, pero Avedon puso una mano en su hombro.—Espera, Theo. Tenemos que ir a apartar esa máquina ahora mismo. Joshua, lo siento pero tengo que irme. Nos gustaría mucho ver esos cubos. Y por supuesto, puede tomar copia de los informes que le interesen.—Muy amable de su parte.—¿Quiere intentarlo mañana, a la misma hora?—Desde luego, y Theo..., venga por el monasterio cuando guste. Ambos podemos encontrar buenos motivos para reflexionar.—No me convertirá, usted lo sabe.—No estamos aquí para convertir humanos —Joshua salió con ellos.—¿Por qué crees que ellos no se beneficiarán más que nosotros del negocio? —Applegate estaba irritado—. No hay nada que pueda hacer quitar que ellos alquilen una computadora semántica.Joshua sacudió la cabeza.—Tengo que hacerlo todo, hasta pensar por ti. La información que les daremos será peor que inútil —levantó un cubo y lo hizo girar con sus dedos—. El catecismo es sólo pregunta, respuesta; pregunta, respuesta. La mayor parte de las veces sus respuestas no tienen ningún sentido, ¿no es cierto?Applegate asintió, sus labios eran una línea delgada.—Pero nosotros suponemos que hay algún sentido detrás de su falta de lógica. Tan sutil o tan complicada, que un cerebro humano no puede verlo sin ayuda.—Esas no son precisamente novedades para mí.—Pero no importa qué tipo de lógica sea, podemos descubrirla. Es un simple asunto de...—Por supuesto. Infiriendo resultados por medio del cálculo estadístico aplicado a variables irrelevantes. Tenemos los cubos reales y...—Correcto. Mezclando algunas de las preguntas con las respuestas que tengan sentido... Quizá todas esas —indicó con la cabeza la pequeña caja gris en el rincón—. Tu máquina puede ser programada para hacer eso, ¿no? ¿Para mañana...?Applegate frotó su barbilla.—Supongo que sí. Haré que la hermana Caarla me ayude —miró su reloj—. Ella estará aquí el tiempo que sea necesario.—Bueno —Joshua se levantó y paseó pretendiendo estudiar el mural—. ¿Tenemos incorporaciones de gente nueva para estos días?—No, con el período frío acercándose. ¿Por qué?—Sólo una curiosidad —entonces, cuando el Joshua real llegase, seguramente lo haría como arqueólogo, pensó—. ¿Y tendremos suficiente gente para hacer todo el trabajo que se avecina?—Demasiados, por un importante factor. Pero ninguno de ellos puede darnos una cobertura de protección, supongo.Dos suaves golpes.—Adelante —dijo Joshua.Cuatro mujeres y tres hombres, el resto del círculo interno. El último cerró la puerta.—Perfecto. Traslademos la reunión al salón de invierno.Al otro lado de la oficina había una puerta de acero sin paneles. Applegate la abrió.Era una cálida, brillante habitación llena de flores, de alrededor de veinte metros cuadrados. La iluminación duplicaba la de Ámbar en sus períodos de más brillo; aparatos de calefacción superiores al nivel del frío podían mantener el calor constante a través de cincuenta años de invierno. No es que pensaran esperar tanto...Había una fila de sillas confortables a lo largo de una pared. Todos se sentaron, menos Joshua.—Caarla —dijo—, ¿estás aún a cargo de la selección?—Sí. Tuvimos que reducirnos a cinco: Matthew, Peter, Heli, Joseph 2 y el de los arqueólogos, el llamado Prescott.—¿Prescott? Él es un infiel.—Sí, pero es el más dotado para comunicarse.Los otros deben ser grandes valores, pensó Joshua/Otto.—¿Cómo piensas atraerlo hasta aquí?—Lo hará por curiosidad. O podemos esperar hasta que comience su período de sueño; lo transportaremos.—Tengo que vetar eso —el hermano Jadson, lo más cercano a un exobiólogo que tenían—. No tenemos ninguna evidencia de que el proceso sea reversible. Hacerlo en un entorno equivocado podría matarlo.—Podría matarlos a todos —dijo Applegate—. Debemos tener un poco de sangre fría. Hay demasiado por ganar.Nadie sabía si el cambio de estado de los s'kangs era activado por el cambio climático o por alguna otra causa biológica. Pero una cosa era segura con el vasto y lento gasto metabólico del período invernal, un s'kang no podría sobrevivir mucho en un ambiente cálido y húmedo.—Sí —dijo Joshua—. Debemos apoyar a las recomendaciones de Caarla. ¿Hermano Colin? —era el semántico del grupo.—He completado mi lista —dijo—. Alrededor de tres mil preguntas, casi mil de ellas repetidas al menos una vez bajo transformaciones no aristotélicas. Las primeras son catequísticas, o estrictamente sobre ritual. Desarrollan cuestiones que tratan enteramente de las percepciones del universo objetivo de las criaturas.—Bueno... —comenzó Joshua cuando alguien golpeó la puerta en la otra habitación—. Iré yo. Esperad hasta que regrese.Cerró la puerta de acero y abrió con rapidez la puerta de madera.—¿Sí?Era el hermano Desmond.—Padre, es mejor que venga a la sala de comunicaciones. Hay una peticionaria en órbita, solicitando permiso para aterrizar.—¿Sin una autorización?—No padre, obtuvo una autorización en Epsilon Indii. Afirma estar huyendo de la persecución religiosa en Dakon.Él se deslizó a través de la puerta.—Hablaré con ella —si era Joshua, había liquidado su suerte. Una operación quirúrgica completa de cambio de sexo, incluyendo modificaciones de esqueleto llevaba semanas. Otto sabía demasiado de la técnica de falsificar personalidades para ser engañado por un trabajo superficial.La sala de comunicaciones era una celda de rústico estuco como las otras, excepto por una gran pantalla plana y una consola horizontal llena de módulos de parafernalia electrónica.La cara de la vieja no resultó familiar a Joshua, pero los hombros eran una traición fatal. Otto/Joshua estaba dentro de ese cuerpo, y sabía dónde estaban los huesos. Cuando 'ella' habló, Otto estuvo seguro. Uno puede acortar o alargar las cuerdas vocales de una persona para cambiar el tono de su voz, pero no se puede hacer mucho con el ritmo de las construcciones de las frases y la elección de las palabras sin antes haber reprogramado el centro de habla del cerebro, lo que no puede hacerse con rapidez.—El hermano Desmond me estaba diciendo que el trabajo misionero estará casi completado en los próximos cincuenta años. Esto me favorece; sólo quiero un lugar donde pueda pasar mis últimos años en paz.—¿Cuál fue su problema en Dakon? —preguntó Joshua.—Ellos querían que me hiciera un lavado de cerebro, en realidad porque afirmaban que estaba enseñando principios antisociales a sus niños. En una escuela privada sabatina. Lo único que querían era apoderarse de mi dinero, que he traído conmigo —sostuvo un cheque—. Cincuenta kays en pesos de la Confederación. Los donaré a su orden en retribución por el asilo.Joshua evitó una sonrisa. ¿Cómo le sentaría eso de sobornarse a sí mismo?—El dinero es bienvenido, por supuesto, pero no necesario. No podríamos rechazar un alma en desgracia.Ella estaba llamando de la estación transbordadora.—¿Tiene una nave particular?—No, alquilé una en Epsilon Indii.—Bueno, envíela de regreso y tome el trasbordador de la mañana. Creo que deja la órbita a las siete.Intercambiaron mutuas cortesías y la pantalla se oscureció.—Supongo que la alojaré con el hermano Follet —dijo Desmond—. Parecen ser de la misma edad.—Me parece correcto. Y despiértame a las siete, iré solo a encontrarme con ella.—Como desee, padre...Con pensamiento poco fraternos, seguramente.—Tendré a Paul y a otros dos ensillados —concluyó el hermano Desmond.—Será mejor que no... Creo que no es una buena idea. Probablemente ella nunca ha visto un s'kang antes. Puede ser un shock si uno no está preparado. Si tiene equipaje, enviaremos a un s'kang a buscarlo luego. La caminata me dará tiempo para acostumbrarla a la idea —por supuesto, un s'kang no podría reconocer un asesinato si éste era realizado correctamente. Pero no quería dejar hilos sueltos.Ya sabía qué debía hacer. Era absurdamente simple.Volvió al salón de invierno y les contó a los otros los últimos acontecimientos.—Parece sospechoso —dijo Applegate, y les explicó a los otros—: El obispo Immanuel fue interrogado por un oficial de la Confederación en la Tierra; él cree que sospechan de una violación de la Carta, y que podrían enviar un espía.—Mañana —dijo Joshua— llevaré a Desmond conmigo cuando vaya a ver a los arqueólogos... Diré que necesitaba ayuda con las traducciones de los cubos. Mientras él se va, Caarla, ve a la estación subespacial y verifica los datos con Epsilon Indii y Dakon. Trata de conseguir una foto de ella. Nada de lo cual resultaría útil ya, por supuesto, después del trágico accidente.Con la promesa de acción en la mañana siguiente, Joshua encontró difícil concentrarse en los detalles de rutina de la reunión de planeamiento.Fueron propuestos dos nuevos miembros: el hermano Anzio y la hermana Krim. Anzio era un operario útil en reparación y mantenimiento de la computadora, y parecía haberse unido a la orden con falsas pretensiones. Appelgate había descubierto que era un delincuente que había malversado una pequeña fortuna a una asociación de crédito en Macrobastia. Evidentemente se estaba ocultando, esperando que la caducidad de la pena (diez años por ese delito y planeta) le devolviera la libertad.La hermana Krim era igualmente útil. Era una políglota natural que conocía docenas de lenguas humanas. No era una académica, pero era una científica aficionada y no ocultaba que la principal razón de unirse a la orden había sido estudiar a los s'kangs. Infortunadamente parecía demasiado blanda con ellos.Decidieron seguir con Anzio y mantener a Krim bajo observación. Si las criaturas parecían recuperarse en un verano artificialmente mantenido, quizá podrían hacerla partícipe del juego..., o al menos sacar provecho de sus experiencias...El hermano Jadson guió a Joshua por el salón de invierno. Era un lugar placentero, perfumado; cientos de flores transplantadas en las mismas disposiciones que los s'kangs usaban. Tábanos, insectos... Si uno no levantaba la mirada, podía pensar que estaba en el exterior. El 'cielo', pensó, podía enloquecer a cualquiera; un sistema de aspersión y caniles lubricados para el sol artificial.Después de la reunión, Joshua estaba seguro de que Carla y Applegate podrían hacer el trabajo del cambio de preguntas. Luego salió al exterior.No había estrellas. A diez pasos del monasterio, donde había una luz que enmarcaba la puerta, estaba totalmente oscuro. La densa, fría niebla, absorbió el calor de su cuerpo. En pocos días Ámbar se apagaría completamente. Las flores morirían, caería la nieve, las criaturas se irían desplomando lentamente. Salvo unas pocas.Súbitamente deprimido, Otto volvió al interior; fue hacia la cocina, estaba desierta y fría. Llevó una lámpara a su celda, se sentó en su litera y con lenta deliberación preparó un arma para la mañana, la ocultó bajo unas ropas, tomó una píldora y durmió.6
Joshua se detuvo, nervioso por el agotador viaje a pie; observó cómo Ámbar se elevaba, su opaco brillo casi completamente atenuado por la bruma de la mañana. Parecía una fruta podrida; rojo, moteado con negro y naranja.
Las flores murmuraban tras de él, agitadas por la suave brisa. Por centésima vez se dio la vuelta y miró a su alrededor: no había nadie.En los pliegues de sus abultadas mangas había un láser ultravioleta de gran calibre. Él parecía estar de pie con los brazos cruzados, contemplando el cielo.Vio el trasbordador antes de oírlo. Las puntas de las alas dejaban un trazo rojo y verde. (El trasbordador aterrizaba sobre deslizadores a lo largo de dos kilómetros de grava; las tomas de aire giradas, para frenar los estratorreactores. Su talón de Aquiles era el puntal 'vivo' que conectaba el deslizador con el fuselaje; tenía un delicado pensador de tiempo-real que compensaba la vibración producida por el meneo de la estructura; el disparo de un megawatt lo desprendería.)El registro de vuelo sería un problema. Tendría que enviar un mensaje a través de 'Theo' para asegurarse que los oficiales de la Confederación en Epsilon Indii cubriesen el hecho. Mal funcionamiento del pensador.Se estaba deslizando rápido, un par de metros fuera del terreno. Ahora tocaba el suelo; un fuerte y continuo raspado de metal contra grava, el rugido de la succión y el gemido de los estratorreactores.Sostener el láser con las dos manos, respirar profundo, dejar escapar el aire, obtener una buena imagen a través del grueso visor, hacer fuego como si se tratase de uno mismo. Si Joshua estaba sentado en el lado derecho del trasbordador, la última cosa que vería sería a su doble vestido de negro, asesinándole.Fuego. Alinear, y volver a hacer fuego. El snap-snap-snap del láser perdido en el huracán de la frenada de la masiva estructura. El delicado puntal se desprendió; el deslizador salió despedido hacia atrás... El ala se inclinó, y tocó el suelo.El trasbordador dio dos vueltas y luego una voltereta en el aire. Chocó con el morro y se desintegró con un ruido desgarrador. Cientos de fragmentos separados, grandes y pequeños, rebotaron a lo largo de la pista hasta la total desintegración.Otto/Joshua dejó caer el láser en el foso que había preparado al borde de la pista y pateó tierra y grava sobre él. Luego corrió hacia el desastre que había provocado.La mayor parte del cuerpo de Joshua yacía al final de diez metros de manchas de sangre y fragmentos... Otto los apartó con la punta del pie y se sintió aliviado al ver la prístina transparencia de la plasticarne entre los jirones de restos mortales.Tragó una píldora que era un vasoconstrictor selectivo. Hizo tornar pálida su cara, las manos temblorosas. Casi una reacción humana normal.Se dio la vuelta, y en las flores vio el brillo negro azulado del caparazón de un s'kang. Desapareció en un instante. ¿Un efecto de la extraña luz de Ámbar sobre las movientes flores? No parecía.Caminó hasta el límite de las flores y no obtuvo ninguna evidencia. Pero eso no significaba nada; las criaturas se movían entre los plantíos como las serpientes en la hierba.No importaba. Daba lo mismo que el s'kang hubiera visto todo el asunto; si así fuera, no podría comprenderlo. Encontró el sendero al monasterio y, mareándose ya, comenzó a correr.—Fue terrible. Simplemente terrible —Joshua aceptó una taza de té de achicoria de Avedon, y dejó derramar un poco a causa del temblor de sus manos.Avedon le puso una mano sobre la rodilla.—Estas cosas suceden. Lamento que tuviera que presenciarla...Él asintió, mirando dentro de la taza.—Al menos debió suceder sin dolor... El Señor tiene formas misteriosas. Todo lo que realmente sabemos de ella es que fue miserablemente perseguida, delatada, desacreditada en su propio mundo. Quizá fue lo mejor para ella.—Yo nunca podré aceptar eso. Cualquier tipo de vida es mejor que la muerte.—Lamento estar de acuerdo con usted. Si bien es una confesión de la debilidad de mi fe —tomó un sorbo de té y depositó la taza. Abrió la caja de cartón prensado que había traído con él.—Bueno, estos son los cubos que le he mencionado.Ella tomó la caja y le dio las gracias, tácitamente agradecida por cambiar de tema.—Nos proporcionará algo que hacer cuando Ámbar se apague.—¿Permanecerán todos aquí?—No, sólo cuatro —unas pesadas gotas de lluvia golpearon el techo de la tienda; ella se levantó y fue a observar a través de la tela de la puerta—. Después que el último s'kang se duerma, la mayoría del personal se irá. Habrá mucho trabajo las dos semanas siguientes, observando a los s'kangs efectuar sus cambios metabólicos. Después de eso sólo mantenimiento y análisis de viejas informaciones.—¿Durante cincuenta años?Ella se encogió de hombros.—Durante el tiempo que el grupo Sagan y la Confederación nos financien. Yo estaré aquí un año, con Theo y los otros. Luego vendrá otro equipo a reemplazarnos. ¿Y usted?—Me quedaré durante un tiempo. No tengo razones reales que me obliguen a irme, y quiero ver el invierno. Es un alivio estar lejos de las presiones de la Tierra, y confío en el hombre que dejé a cargo.—Es una actitud saludable... Yo voy a odiar como un demonio al que sostiene las riendas, sea quienquiera que sea —la intensidad de la lluvia creció súbitamente, con un repiqueteo irregular—. ¿Vino a pie?—Sí —Joshua se incorporó—. Supongo que será mejor que emprenda el regreso.—...antes que tenga que ir nadando. Déjeme darle un sombrero —ella encontró un gorro de seguridad plástico de naranja brillante; él lo miró con cautela—. Adelante, tómelo. Es mejor que nada.—Supongo que sí —era unas cuantas medidas más grande; se asentaba en su cabeza como una estrafalaria bandeja de postre.Ella rió.—Mantendrá secas sus orejas —le acompañó hasta la puerta, su mano apoyada suavemente sobre su bíceps—. Gracias por los cubos, Joshua. Vuelva cuando necesite algo de nosotros.—Bueno, eso está realmente fuera de mi esfera —miró a través de la puerta de lona, justo comenzaba realmente a llover—. Quise traer al hermano Desmond, pero estaba demasiado perturbado con... el funeral.—Comprendo —ella le palmeó el brazo—. Estaremos en el cuartel de invierno la siguiente vez que venga por aquí. Es esa fea edificación marrón al lado de la excavación, no se puede equivocar.—De acuerdo.Joshua se levantó el cuello y salió a la lluvia. Una vez fuera de la vista de ella puso el ridículo sombrero bajo su brazo.El suelo estaba todavía casi completamente seco, las gotas de agua formaban pequeños cráteres en el polvo. Pero el cielo estaba plomizo, con negras nubes bajas deslizándose desde el este. Caminó más aprisa.Cuando alcanzó el límite de las flores, un s'kang, caminando como una araña, se le arrimó.—Malas tardes, hermano Joshua.—Así es. ¿Da Balaam?—Ay-firmativo. ¿Has estado con la doctora Avedon?—Sí.—Solo.—Sí.—¿Estás enamorado de ella? ¿Vais a formar pareja?Joshua mantuvo una cara impertérrita.—Creo que no. ¿Por qué lo preguntas?—No lo sé. Es un misterio.Caminaron en silencio. La lluvia comenzó súbitamente a caer con más fuerza, azotando las flores. Joshua volvió a ponerse el sombrero y escuchó los truenos.—¿Le contaste a ella lo del asesinato de la nueva?—¿Qué quieres decir? —preguntó Otto.—Te vi apuntando esa cosa a la espacionave y luego derribarla.—No..., ejem. Eso era un tipo de... crucifijo, para viajeros. Yo estaba bendiciendo el aterrizaje.—No funcionó, ¿no es así?—No. Algunas veces las bendiciones no dan resultado, las oraciones no reciben respuesta.—Muchas cosas humanas no dan resultado. No entiendo por qué lo permites.Joshua lanzó un gruñido no disimulado.—¿Para qué necesitas un crucifijo que funcione como un láser?—Es... difícil de explicar —Otto vacilaba, tenía que librarse de él—. Da Balaam, ¿quieres hacerme un favor?—Si puedo comprender lo que quieres, y si hay tiempo antes de que me aletargue.—Bueno, es justo eso. Es importante para mí que estés en otro lado cuando te aletargues. No cerca del monasterio. De hecho, me gustaría que te fueras ahora.—¿Tienes miedo que le cuente a alguien que tú has pecado?—No en realidad... Bueno, sí. Mis pecados son asunto de interés sólo para mí y mi confesor.—No para Dios —palmoteo, riéndose—. Me iré pronto, de cualquier modo. Aquí habrá muy poca comida cuando esto se enfríe —detuvo su marcha—. Además, si comprendo lo que tú no estás diciendo, si me quedo me asesinarás también a mí.Otto no respondió.—Aprecio poder elegir. Sé lo importante que debe ser para un humano —levantó un tentáculo—. Adiós, Joshua.Otto le vio desaparecer entre las flores. La vejez te está ablandando, McGavin.7
En el curso de una semana la lluvia se transformó en cellisca y luego en nieve; el viento aumentó hasta ser un huracán rugiente, luego disminuyó su fuerza hasta aquietarse. La luz del mediodía empalideció hasta un rosa pálido y luego se oscureció pronunciadamente. La temperatura había descendido poco a poco todos los días, pero de pronto descendió por completo.
Otto había enviado tres mensajes codificados a través de Theo. Había evidencia en abundancia; quería cerrar el caso y trasladarse a un lugar más cálido. También arregla cuanto antes todos los papeles para su retiro; era preferible.La cocina de los arqueólogos era cálida y brillante. Avedon limpió los platos y se sentó.—Parece que hemos tenido un cambio de planes —dijo.—¿De verdad? —Joshua estaba distraído y un poco impaciente por irse. Antes de la cena había deslizado un nuevo mensaje a Theo y recibido una tira de papel en contestación. Había echado un vistazo a los números codificados y podía asegurar que había una palabra que terminaba en 'e'. ¿Quizá, 'termine'?—El Consorcio Sagan nos ha pedido que continuemos los experimentos con un s'kang dormido para intentar devolverlo a la actividad. Así es que podemos continuar nuestras investigaciones.—No parece muy feliz con eso.—Bueno, no lo estoy. La opinión general es que intentar hacer volver a uno de ellos lo mataría. Aunque vivan durante todo el proceso, perderían cincuenta años de renacimiento... Probablemente se volvería mortal y moriría —limpió las migajas de la mesa—. Hay un nuevo pecado para usted.—¿Matar a un inmortal? —dijo Theo—. Ya sucedió antes una vez.—¿No va eso en contra de la ley? —dijo Joshua—. ¿Contra la Carta?—Por eso presentaron una petición. La Confederación está demasiado ansiosa por descubrir el 'secreto' de los s'kangs. Creo que doblegarán sus principios para evitar una demora de cincuenta años.—¿Qué puede hacer usted?—Renunciar —sacudió la cabeza—. No lo sé. Si sucede así, creo que lo descubriré entonces.—Luego no tiene una actitud muy científica sobre ellos.—Quizá no. Me gustan; echo de menos a Prescott. Carta o no Carta, ellos no son animales de laboratorio; son...Ella miró a Theo y luego a Joshua, sonriendo ligeramente.—Pongan esto en sus catecismos. ¿Qué es aquello que no nace ni muere, cuyos motivos y acciones son incomprensibles a los seres humanos? Especialmente a los de más conocimientos y erudición...—Eso es una blasfemia —dijo Joshua suavemente.—No de mi parte, sólo he hecho una pregunta —se puso de pie—. ¿Me perdonan muchachos? Estoy cansada y mañana será un día muy largo...La nieve congelada crujía bajo sus botas. Las estrellas brillaban lo suficiente como para que pudiera seguir su senda sin intermitencias. Respiraba aire cálido a través de la máscara eléctrica, pero sus ojos lloraban por el frío; tenía lágrimas heladas sobre sus pestañas y mejillas.Se sentía tentado de sacar el mensaje y descifrar el código mientras iba caminando. Pero sería mucho más fácil con un lápiz a mano; además, perdería mucho del calor de su cuerpo abriendo su ropa con cuarenta grados bajo cero.¿Qué sucedería si la Confederación aprobaba deshelar a uno de los pequeños hijos de puta? Eso debilitaría el caso contra los magdalenistas.Por lo menos había matado a Joshua Immanuel. Uno menos.Siguió el sendero hasta la luz sobre la puerta del monasterio. Habían construido una esclusa rústica, un plástico colgado sobre un marco de metal. Siguió su camino apartando los deflectores hendidos, y cerró de un portazo.Se había quitado las botas; el suelo de la antecámara estaba frío. El hermano Desmond apareció dando la vuelta una esquina.—Padre, monseñor Applegate quiere verle tan pronto como usted llegue.—Dile que estaré con él dentro de unos diez minutos.Vestido, fue a su celda y corrió el pasador de la puerta. El mensaje decía: 521 592023 6929298865.Sólo le llevó un par de minutos. No necesitó descifrar todas las letras: CONTINÚE.Hizo una pelotita con el mensaje y lo arrojó a través del cuarto. Luego, volvieron las precauciones que le habían mantenido vivo lo suficiente como para retirarse. Buscó la tira gateando, hasta que la encontró y la destruyó.¿Continúe? Era hacerle perder tiempo, y su postoperatorio comenzaría a desvanecerse en pocas semanas. Burócratas. Al infierno con eso. Volvió a introducirse en la persona de Joshua, con algún alivio, y fue a encontrarse con el segundo al mando.Applegate estaba sentado frente a la pantalla de información de la computadora. Se dio la vuelta y saludó a Joshua.—¿No se encontró la pérdida todavía? —preguntó Joshua; el salón de invierno había tenido una pérdida de calor. Se suponía que el sol sustituto lo mantendría a temperatura de verano, pero no estaba funcionando bien. Ellos habían tenido que bombear aire del sistema de calefacción central y hasta las flores tenían un aspecto pobre.—No. El hermano Jadson está trabajando en eso. Piensa que cometimos un error en el cálculo de la conductividad de las vigas de soporte o la permeabilidad de las paredes.Joshua sacudió la cabeza.—Bueno, no es mi territorio. ¿Qué querías de mí?—El hermano Colin tuvo una brillante idea —Applegate se recostó sobre la silla, complacido—. Estaba frustrado porque el s'kang que te adoptó, Prescott, Da Balaam o como se llame, había desaparecido antes de que pudiéramos reclutarlo por la fuerza. Era más fácil comunicarse con él que con los otros. Colin preguntó a los demás dónde podía estar; resultó que su territorio estaba cerca de la pista de aterrizaje. El y la hermana Caarla fueron a buscarlo y lo trajeron.—¿Después de que él... estuviera ya dormido?—Sí. Parece estar recobrándose. Está un poco confuso pero habla.—Interesante.—El hermano Jadson tuvo un ataque de rabia. Es demasiado blando con ellos; estuvo a punto de desertar —Applegate se enderezó en su silla y arrastró juguetonamente las llaves sobre la consola—. Josh, ¿qué haremos si eso sucede? No podemos obligarle a...—Lo sé —dijo Joshua luego de una pausa—. Si eso sucede, déjame el problema a mí. Pensaré algo.—Estoy seguro —sin mirarle, Applegate dijo—: Da Balaam dijo una cosa de lo más extraña. Supongo que deliraba. Dijo que tú...—¿Había asesinado a esa mujer? —completó Otto. Applegate levantó la vista, sorprendido.—Sí.—Me dijo lo mismo a mí, la última semana. Me pregunto qué habrá estado leyendo con los arqueólogos... —se rió ahogada y nerviosamente.—Novelas policiales, quizás; u obras de misterio.—O la Biblia, tan llena de muertes sangrientas.—Joshua...—¿Dijo cómo me las arreglé para hacer estrellar al trasbordador?—Ejem, un láser.Otto rió y sacudió la cabeza.—Esa es la máxima. ¿Has registrado mi celda?Él dudó un momento demasiado largo.—Vamos, Josh.—Estaba bromeando —así es que no encontró nada—. Supongo que debo ir a hablar con la criatura...—Adelante. Es de noche allá, pero creo que ya ha salido la luna.Joshua pasó la puerta de acero y esperó a que sus ojos se acostumbraran a la penumbra. La 'luna' de la habitación era el pseudo-Ámbar encendido a medias.Había unos diez grados menos que lo que la noche de verano debía tener. Podía oír el ruido del aire al salir del conducto de calefacción central.—¿Da Balaam?Oyó un arrastrar de pies, a su derecha..., allí. El s'kang estaba tratando de ocultarse tras de un alto nivel de flores.—No te haré daño —caminó hacia la criatura. Las otras estaban agrupadas en un rincón lejano, descansando o conversando. Realmente, no dormían nunca.—Ellos me trajeron aquí —no había emoción en su áspera voz—. Hice lo que me dijiste.—Lo sé, Da Balaam, sé que lo hiciste —para matara un s'kang: visualizar un triángulo equilátero invertido, con los ojos como vértices: descargar un violento golpe en punto imaginario donde debería estar su nariz, eso lo dejará inconsciente. Aplicar presión con un pulgar en ese sitio por unos minutos, y morirá—. No fue culpa tuya —lo suficientemente cerca como para una patada savate. El tentáculo de carga oscilando frente a su rostro: ¿súplica? ¿defensa? No importa, diez mil voltios es una descarga despreciable; suficiente como para matar un insecto o escribir sobre una roca pero insuficiente para herir a un hombre.—"Balaam dijo al asno —citó el s'kang, retrocediendo—, porque te has burlado de mí he venido con mi espada, pues ahora te mataré."—No seas ridículo —Joshua siguió al s'kang—. Esto no es la Biblia. Si hubiera querido matarte, ya he tenido docenas de oportunidades.—Lógica humana, mierda.Joshua/Otto contuvo una sonrisa y se sentó.—Da Balaam —susurró—, ven aquí. Tengo un secreto.La criatura se detuvo.—¿Qué?—No soy el que tú crees que soy.—¿Quién eres tú, que yo pienso que eres?—Ven, ahora no hay tiempo para acertijos. ¿Sabes qué tratan de hacer los magdalenistas?El s'kang se movía con torpeza, no se acercó.—Es un misterio. Vosotros decís que estáis haciendo católicos a mis amigos, pero nunca les decís a ellos nada más; vosotros sólo respondéis con preguntas. Y ahora me haces la misma pregunta, creo que hasta tú sabes que yo no las encuentro fáciles.—Ellos no están aquí para convertirte. Eso es todo.—¿Ellos, Joshua?—No soy el padre Joshua. El padre Joshua es un hombre maligno. Fui enviado para ocupar su lugar y evitar que los magdalenistas os dañaran tratando de encontrar el secreto de cómo movisteis el planeta.—No es un secreto.—Lo sé. Eso es...—Tú también puedes hacerlo.Él asintió.—No me interesa. Yo sólo quiero evitar que ellos os hagan daño.—Eres muy lento. ¿Cómo debo llamarte si no eres Joshua?—Puedes seguir llamándome Joshua. ¿Qué quieres decir con muy lento?—Quizá no para mis amigos. Muy lento para mí. Mi cuerpo intenta ir en dos direcciones, y mi mente también. Si voy hacia el exterior me helaría y moriría. Si permanezco despierto, sería... Es difícil encontrar palabras. Sobrecargado. Me volvería loco. Moriría de vejez. No hay nada humano que le corresponda con exactitud. Me mataría, creo; yo era uno, luego era el otro, y ahora no soy nada.—Lo siento.—Te creo. ¿A quien representas?—¿Cómo?—¿A quién representas? ¿Quién está tan interesado en nuestro bienestar?—La Confederación. Tú sabes lo que es.—Por supuesto —se acercó—. Es extraño. Encuentro fácil entenderte. El estar muriendo debe estar haciéndolo —hizo un sonido agudo—. Me estoy volviendo más parecido a un humano. En una forma triste. ¿Siempre supiste que ibas a morir?—Supongo que sí. Lo supe desde niño.—¿Después de eso te preocupaste por el pecado y el arrepentimiento, Dios y el paraíso o el infierno?—No, creo que no. Porque no podía...—Y por eso nos trataste como a niños. Porque no reflejamos tus ansiedades.—Creo que hay más que eso.—Por favor, vete. Tengo algo que hacer.—¡Da Balaam! ¿Cuánto tiempo tienes?No hubo respuesta.—Escúchame —susurró fieramente—, cuando el hermano Colin te haga preguntas, no le respondas demasiado directamente. Si descubre algo lo usará para dañar a tus amigos.La criatura permaneció silenciosa. Él volvió, pasando por la puerta de acero. Applegate levantó la mirada de la computadora.—¿Todavía cree que tú lo hiciste?—Es difícil decirlo. No tiene mucho sentido. Primero huyó de mí, luego hablamos durante un rato.Applegate asintió.—Debiste haberlo llevado al magnetófono contigo; cada dato ayuda.—Lo haré. Te veré por la mañana.Joshua volvió a su celda y confirmó que había sido registrada, no demasiado profesionalmente. Había dejado su maleta en el armario, sin llave, llena de ropa de civil. Le habían registrado, pero no habían encontrado el falso fondo. No es que él necesitara el lápiz láser o el gas adormecedor o la docena de ligeras y miniaturizadas herramientas. No con aquel montón de gente. Todo lo que deseaba era la palabra de sus superiores.Puso la alarma mental a las tres, meditó unos minutos y se durmió.Una vez en la oficina, se sacó las silenciosas pantuflas y se colocó los gruesos calcetines y las botas. No sabía cuánto había descendido la temperatura. Sabía dónde estaba la alarma de acero; abrió el cajón y la desconectó.Abrió la puerta de acero y pensó en una palabra que él había leído pero que nunca había usado; gélido. Parecía haber más frío que afuera. Metió las manos en sus bolsillos y respiró con cuidado. El aire le hizo doler los dientes. Cerró la puerta silenciosamente.—¿Da Balaam?—Por aquí —el s'kang estaba acurrucado en un rincón a la izquierda de Joshua. Fue hacia él entre las filas de flores marchitas.—Quiero hablarte. Es el único momento seguro.—Hablemos entonces.—Bueno, ¿por qué te callaste antes?—Estaba ayudando a mis amigos. Intentando ayudar. No funcionó, maldita sea. Estoy demasiado despierto.—¿Qué vas a hacer para ayudarlos?—Entibiar este lugar. También, acercar el planeta al sol.—Espera. Una sola cosa cada vez.—Es una sola cosa —hizo una espectral imitación de un gesto humano.Joshua esperó que continuara.—Da Balaam, no puedo aguantar mucho tiempo este frío. ¿Qué quieres decir... Afirmas que actualmente has movido el planeta hacia Ámbar...? ¿No es una broma?—No es una broma. Te lo he dicho. Es muy simple.—También dijiste que nosotros podíamos hacerlo.—Me dijiste que no estabas interesado...—Lo estoy ahora —un largo silencio—. Vamos, Da Balaam. ¿Cómo haces eso?—No estoy seguro.—Eso significa que no quieres decírmelo.—Yo quiero decir, tonto, que puedes hacerlo a nuestra manera. Pero no podríais. Complicáis las cosas, las hacéis demasiado difíciles.—Estoy escuchando.—Déjame expresarlo de esta forma: tú sabes que la materia y la energía son la misma cosa, ¿no es así?—Correcto.—Y que hay tipos de materia que quieren ser energía, como el uranio.—Hasta aquí vamos bien.—Todo lo que nosotros hacemos es tomar otros tipos de materias y hacer que ellas quieran ser energía. Hacemos que la energía vaya en ciertas direcciones. Eso acelera el planeta y lo acerca.—¿Eso es todo lo que hay que hacer?—Ay-firmativo.—Usáis vuestras mentes para...—Meganegatrón. Vosotros nunca lo haréis. Tontos, todos vosotros. Estúpidos tontos.—Si nosotros nunca lo haremos, ¿qué significa que digas que podemos hacerlo?—¿Ves? ¿Lo ves? Te dije cómo hacerlo y ahora me preguntas cómo hacerlo.—Soy un tonto entonces. Por favor, elabora más la explicación.—Quiero decir que vosotros no lo haríais directamente. Vosotros usáis tecnología; construís grandes motores a reacción y arrojáis masa dentro de ellos. Podéis convertir masa en energía con alrededor de un siete por ciento de eficiencia. Usaríais la mitad de este maldito planeta para mantenerlo cálido. Liquidaríais también la atmósfera. Ese es vuestro método. Tontos.—¿Vuestro método es más eficiente? ¿Qué porcentaje?—Otra vez lo mismo. Si sumas dos números y obtienes una respuesta errónea, ¿qué porcentaje es ese? —había estado bailando nerviosa, aguadamente. De súbito se detuvo—. ¿Oíste algo?—No... Es que mover el planeta tiene que ver con...Súbitamente la luna se transformó en un día brillante, deslumbrándole.Applegate estaba de pie en la puerta, vestido contra el frío; un láser de bolsillo apuntando a Otto.—Joshua, creo que es hora de que hablemos.—¿Henry? —Otto parpadeó a diez u once metros; el crucifijo era un arma arrojadiza de gran precisión, pero tendría tiempo suficiente para esquivarlo—. Vaya... ¿Qué estás haciendo?—Eso es lo que me gustaría saber a mí. Has sido grabado antes, esta tarde, y también ahora. Tienes algunas cosas que explicarme.—Ahora, Henry...Otto estaba haciendo tiempo, deseando que el hombre se acercara. Esforzándose por parecer natural se apoyó casualmente contra la pared.Pero la pared se desplomó como si estuviera hecha de arena, dejando a la vista las vigas de acero que sostenían el techo. Tratando de mantener el equilibrio mientras caía, Otto vio que el acero estaba comido como por algún tipo de corrosión. Derribó los cimientos de la construcción, sintió el frío penetrante en su cara y manos, y fue a caer de cabeza sobre algo duro.Otto estaba tirado sobre la espalda, con la cara húmeda. Quitó el agua de sus ojos y vio confusamente el cielorraso de la oficina. El sentarse duplicó la intensidad de su dolor de cabeza.La voz de Applegate llegó de algún lado.—Ahora, tengamos...—Sí, sí —Otto se tambaleó a través de la habitación hasta el enfriador de agua. Tomó una botella de APQ del cajón de abajo y se sirvió una dosis doble. La tomó, contó hasta diez con los ojos cerrados, giró la cara hacia Applegate y trató de parecer autoritario mientras sus ojos se enfocaban.—Yo llamaría a esto insubordinación, Henry. Una bonita insubordinación.—Hazlo entonces —Applegate tenía el láser enfocado hacia él, sentado tras del escritorio, inclinado hacia adelante, tenso.Otto caminó hacia él, recogiendo al pasar una silla. Se sentó en el escritorio frente a Applegate, lo suficientemente cerca como para agarrar la pistola.—Por favor, pon esa cosa lejos, Henry. Podría dispararse y entonces...—Le dijiste a la criatura que trabajabas para la Confederación, ¿no es verdad? ¿Qué quisiste decir con eso?—¿Qué imaginas que quise decir?—Sucede que sé que no lo haces.—Sí, está bien. Soy un espía del Santo Trono —Otto apoyó un codo sobre el escritorio, tratando de que pareciera casual—. ¿Cómo sabes que no lo soy?—Lo verifiqué. Verás, yo sí trabajo para la Confederación, ¿sabes?—Dios mío —Otto encerró la cara en sus manos: rodeado de aliados—. ¿En qué departamento? ¿La TBII?Applegate le miró en forma extraña y se rió.—No existe esa cosa; es sólo un mito para mantener a los cuerpos diplomáticos en su lugar. ¿Dónde oíste hablar de eso?Otto gruñó.—Por ahí —ese rumor ya era viejo cuando él era un recluta. Nadie de la diplomacia bromeaba con eso—. ¿Eres un... diplomático?—No. Trabajo para el Departamento de Investigación y Desarrollo Energético.—Eres un espía del DIDE...—No, soy un observador.—Un observador con un arma. ¿Por qué te dieron un arma?—No lo hicieron; la traje conmigo.—Muy ingenioso.—Porque pensé que eras peligroso, según el expediente. Me sentí como un tonto durante años; pero ahora no estoy muy seguro. ¿Tú asesinaste a esa mujer?Contempló fijamente a Applegate. Había gotas de sudor sobre la frente del hombre.—Creo que el invierno te está haciendo daño, Henry. ¿Por qué no te acuestas en algún lado?—¿Lo hiciste?—Déjame enseñarte algo —llevó el crucifijo hacia su cara y cortó un pedazo de mejilla—. Plasticarne, no sangro —lo arrojó sobre el escritorio frente a Applegate—. Escucha cuidadosamente, porque no voy a repetirlo. No soy Joshua Immanuel; Joshua está muerto. Soy un agente de un departamento que no existe, arreglado para parecer él, entrenado para actuar como él. Y si no apartas esa arma te vas a ver metido en la mierda hasta la nariz.Applegate sacudió la cabeza lentamente; observaba el pedazo de plástico, observaba a Otto. La mano que sostenía el arma temblaba.—Sigue escuchando. Ahora sabes algo que no deberías saber; el recuerdo de esta conversación debe ser destruido. Es un proceso delicado y costoso. Es más fácil un lavado de cerebro y empezar de nuevo con una personalidad cualquiera. Si alejas el arma pediré que te perdonen.—¿Joshua está muerto?—Oh, demonios —Otto golpeó el escritorio fuertemente con su mano abierta; cuando Applegate inclinó la cabeza en dirección al sonido, hizo un barrido con la mano izquierda sobre el escritorio y golpeó el arma, arrojándola lejos. Applegate comenzó a levantarse pero Otto le hizo volver a su asiento de un empujón; levantó el arma y la puso en su bolsillo.Applegate estaba acunando su mano derecha con la izquierda, los ojos semicerrados de dolor.—Me has roto el pulgar.—Lo siento. No quise hacerlo —Otto cruzó la habitación y trajo dos copas de vino—. Si realmente intentas disparar contra alguien, debes meter el dedo dentro de la protección del gatillo —tomó el APQ del cajón y lo acercó a Henry.—Si hubiera querido herirte, lo habría hecho. Toma esto —le alcanzó dos tabletas, que Applegate tragó sin pensar siquiera.—Realmente... ¿Tú eres realmente de la TBII?—Sí. ¿Quieres responder algunas preguntas?Henry se sentó muy rígido.—Tú tienes el arma.—Por favor —Otto suspiró—. He pasado la vida en esto. Los dos trabajamos para la misma gente. Me intriga lo que has estado haciendo. ¿Podemos ser sólo dos colegas y conversar?Henry contempló su pulgar.—¿Tienes alguna identificación?—No, ¿la tienes tú? Creo que solamente está dislocado.—Se está poniendo azul. No, yo tampoco. En realidad debería consultar a mi superior antes de responder a nada —miró su reloj—. Me pregunto qué hora será en Nueva York.—Súmale seis horas y 32 minutos. Espera, ¿quieres despertar al hermano Desmond y pedirle que haga una llamada, ahora?—Puedo hacerlo yo. Él también es del DIDE.—¡Jesús! ¿Quién más?—Sólo la hermana Caarla; es todo lo que sé.—¿No hay nadie del Departamento de Asuntos Comunes? ¿Agricultura?—No... ¿Por qué deberían estar aquí?—No tiene importancia. Mira, si arrastras a tus superiores en esto, tendré que hacer que te modifiquen también la memoria. Y a todos los que se lo digas. No te hagas problemas por nadie.—Supongo que tienes razón —tocó el pulgar e hizo una mueca—. ¿Podemos buscar hielo para esto?—Seguro. Vamos a la cocina —levantó ambas copas y fueron hacia la puerta. Levantó el pestillo con su dedo meñique.Applegate caminaba detrás de él, estudiando morosamente su pulgar. Súbitamente levantó la mirada.—¡Espera! —gritó.Otto se dio la vuelta al abrir la puerta, y por el rabillo del ojo vio a alguien de pie en el pasillo. La hermana Caarla, la cara pálida, sosteniendo una pistola con ambas manos. Cuando Applegate gritó, ella disparó a quemarropa.El ¡ay! de Otto fue absorbido por el sonoro snap. Un aguijón caliente en su pecho. Le arrojó las dos copas de vino con un reflejo; metió la mano derecha en su bolsillo, quitó el seguro y vio que ella no iba a disparar más. Había arrojado el arma y trataba de meterse el puño en la boca.Él miró su túnica y vio una fea mancha de sangre sobre el pecho. Cuando respiraba, burbujeaba y echaba espuma. Dos heridas de pulmón en un año, un buen récord. Se apoyó contra el marco de la puerta. Applegate le agarró del codo y le ayudó a sostenerse.—Lo siento... Con toda la excitación, me olvidé...—Oh, está todo bien —sentía su cabeza ligera, suelta—. Deja que me siente —tosió cortésmente dentro de su mano; limpió una mancha brillante sobre su túnica.—¿Quieres... ¿Quieres que te administre la... extremaunción, amigo?—No soy católico —Otto comenzó a reírse y se detuvo abruptamente, tosiendo—. ¿Por qué no traes un doctor a cambio? O alguien que sepa manejar la máquina médico...Applegate corrió hasta el hall. La hermana Caarla estaba llorando.—No quise hacerlo, no pude oír a través de la puerta. Usted me sorprendió, él dijo que era peligroso...—Cristo y Buda —murmuró Otto—. ¿Quiere usted callarse, por favor?8
Adormecido, despierto, recordó algunas cosas:
Tratar de decirle a Caarla que no le dejara caer.Caer y ahogarse.Caminar con la máquina médico sellada sobre el tórax; Applegate y Desmond discutiendo sobre algo.Un s'kang acercándose a su cara. Una pared hundiéndose, luego volviendo a levantarse, luego hundiéndose de nuevo. Una borrosa imagen de la celda de la enfermería, oscilando, girando sobre su duro filo. Applegate.—¿Estás despierto, Joshua?Otto tosió y sacudió la cabeza. La persona de Joshua se había ido; él era Otto McGavin, incrustado en plástico ajeno, un sordo dolor en el pecho.—Creo que sí.—¿Cómo te encuentras?—No lo sé aún. Bien. Será un nuevo pulmón, es bueno que ella haya errado el corazón —espasmos de tos.—Caarla se puso histérica, tuvimos que darle un sedante.Otto paró de toser pero no dijo nada. Henry preguntó, temeroso:—¿Se verá metida en un lío?Después de un rato, Otto respondió:—No. Vosotros dos tendréis que sufrir una poda de memoria. Desmond también, eso creo. Pero no habrá otras consecuencias; estabais haciendo un trabajo con demasiado entusiasmo. Quizás hasta te den una medalla, aunque luego no recuerdes porqué —Otto buscó al lado de la cama el botón que la levantaba hasta la posición de sentado. Preguntó:—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?—Alrededor de medio día —consultó su reloj—. Catorce horas.—¿Te has puesto en contacto con tu departamento?—Sí... Pero no les dije nada de ti.—Eso fue astuto —enderezó los tubos que iban a su brazo y pecho—. Bueno, volvamos al comienzo. Te uniste a los magdalenistas hace once años. ¿Ya estabas trabajando para el DIDE?—Sí, era asistente de investigaciones en la Tierra.—¿Por qué te eligieron?—Yo había sido sacerdote, jesuita. Alteraron algunos registros para que pareciera que aún estaba en la orden.—De acuerdo —Otto se frotó los ojos—. Eso es lo que no comprendo. Mi departamento tiene acceso a todo, quiero decir a todo, en las filas de la Confederación. ¿Cómo es posible?—No creo poder decírtelo.—Adelante ahora. Puedes decirme todo o terminar el trabajo que Caarla comenzó. O enfrentarte a un lavado de cerebro.Applegate miró al suelo y suspiró con fuerza.—Bueno, es simple. Nosotros sólo informamos verbalmente, en forma directa, al jefe del departamento. Nuestros sueldos se pagan por anticipado, con una valoración de diez años y disimulados en la compra de un nuevo edificio.Otto digirió eso.—¿Sabes que estamos envueltos en una violación de la Carta?—Lo sospechábamos.—¿Y que ahora estáis asociados a eso?—Lo supongo —le miró desafiante—. Peor que eso, creo. No importa lo que nos suceda.—Pareces seguro de eso.—Tenemos lo que hemos venido a buscar —dijo Henry—. Sabemos que ellos cambiaron la órbita del planeta; sabemos que lo hacen convirtiendo directamente materia en energía. Los primeros detalles son alentadores. El hermano Jadson tomó muestras esenciales de las paredes del salón de invierno para probar su permeabilidad. Resulta que ellos pueden procesar más de dos kilogramos de masa por hora. Eso está en el orden de los 1017 joules.—No soy un científico. ¿Qué significa eso?—Alrededor... —contempló fijamente el techo—, de cincuenta millones de gigavatios; cincuenta mil millones de megavatios; cincuenta billones de kilovatios. Lo suficiente como para orbitar un trasbordador de diez toneladas y algo más.—No parece mucho, comparándolo con mover un planeta...—Es suficiente; con cien de ellos trabajando, pueden hacerlo en pocos minutos, un día antes del período de sueño.—Si todos pueden hacerlo, ¿por qué Da Balaam habrá dicho que él no puede?—Oh, no debes tomar al pie de la letra todo lo que ellos dicen. Quitaron mucha masa de esa pared, como tú pudiste descubrirlo...—¿Qué hiciste con el asunto de la pared?—Nada permanente; tenemos el techo mientras tomamos una decisión. Probablemente dejemos que se caiga. No necesitaremos más el salón de invierno.—Has detenido los experimentos, por supuesto...—Bueno, eso es decisión del departamento, obviamente, es fácil comunicarse con Da Balaam desde que ha sido helado y deshelado. Así debe ser también con los otros. Y si no hay violación a la carta, continuaremos, pero con el equipamiento adecuado y algo más de capital.Otto levantó su cabeza en dirección a Applegate.—¿No hay violación a la Carta? ¡Eso es fatal!¡Da Balaam dice que va a morir.—Eso es lo que él dice. Pero le hemos examinado con la máquina de diagnósticos, y no parece tener nada malo... La criatura sólo está desorientada, desilusionada.—¿Cuándo toma la decisión tu departamento?—No lo dijeron. Tienen que consultarlo con la Tierra.—Déjame darte un pequeño aviso —Otto jugó con los tubos que llegaban a su pecho—. Ponte del lado de los ángeles; aquí hay una clara violación al artículo tres. Cuando el polvo se asiente, muchas personas van a ir a dar de cabeza en un cuarto aislado. O en el tanque para lavado cerebral. Actúa como si te hubieran violentado, lo estés o no.—No te entiendo.—Conozco a los cancerberos de la comisión de la Carta. Y no será sólo por mi testimonio contra ti. También está la doctora Jones y probablemente todos sus colegas, incluyendo a otros agentes de la TBII y algunas otras personas en ese orden. Para utilizar a los s'kangs, no sólo tendrás que demostrar que no han sufrido daño alguno sino que, a largo plazo, serán beneficiados culturalmente; pero eso será difícil, un trabajo arduo...—Subestimas a mi departamento.—Departamentos... —Otto se rió con espontaneidad—. Déjame ubicarte en una situación hipotética. Supón que vas hasta la colina y buscas justo al norte de la pista de aterrizaje, y te encuentras un láser ultravioleta de alto poder con matrícula gubernamental enterrado allí. Supón que des un salto intuitivo y concluyas que yo asesiné a la mujer por asuntos con la TBII, usando ese láser.—¿Qué estás...?—Estoy hablando de departamentos. Supón que informas de este homicidio a tu departamento. ¿Quién de nosotros supones que saldrá vivo de este planeta?—No puedes amenazarme...—Creo que sí.Applegate observó los tubos.—Podría arreglarlos y...—Inténtalo. Te arrancaré la cabeza y te mataré a golpes con esto.Henry retrocedió.—De veras te lo digo —continuó Otto—. Tú nunca... —pero un golpe en la puerta le interrumpió. Applegate la abrió; era Desmond.—Henry, tenemos una llamada confusa de Epsilon Indii —y mirando a Otto—. Tiene una visita, padre.Applegate salió y la visita se metió en la habitación.—Hola no-Joshua. ¿Te has lastimado por tratar de ayudarme?—En realidad, no. Fue un accidente. Además, no parece que te haya ayudado demasiado.—Cuando me dijiste que me fuera lejos, debí haberme ido mucho más lejos. El instinto es algo poderoso, creo; ese es el lugar donde normalmente paso el invierno.—Lo siento por ti. Yo estaré bien y tus amigos estarán a salvo. ¿Cuánto tiempo crees que te queda?—No lo sé. Esto nunca había sucedido antes. Años, probablemente. Diez, veinte, cincuenta, ¿cuál es la diferencia? ¿Qué crees tú que puede hacer uno en cincuenta años...?—Bueno, una cosa... Puedes ayudar a los otros s'kans. ¿Quieres venir a la Tierra conmigo?—¿Hay algo de comer allí? No creo que los insectos de la Tierra puedan alimentarme.—Allá encontraremos algo. Creo que eso no es problema.—De acuerdo; puede ser interesante. Además, aquí no tengo con quién hablar. Salvo que despierten a algunos más.—No lo harán. Los s'kangs están protegidos por la Carta.—Como siempre lo estuvimos.La puerta se abrió silenciosamente y Theo se deslizó dentro.—¿Prescott? —susurró.—Ay-firmativo.—Déjanos solos un minuto, por favor.El s’kang salió y Theo volvió a cerrar la puerta. Se sentó junto a la cama de Otto y suspiró.—Por poco, coronel. Tu identidad se ha descubierto, pero no creo que haya podido pasar nada.—Applegate.—Por supuesto. Llamó a su supervisor en Indii. Escuché la transmisión y llamé a nuestra gente. Se preocuparán sólo de... las personas que saben que estás en este edificio.—Applegate está llamando a Epsilon Indii.—Bueno. Ellos ya están trabajando.—¿Ordenaste matar al supervisor?—Matarlo o ponerlo a resguardo. Lo dejé a consideración de ellos.—"A consideración de ellos” —Otto asimiló eso y lo sumó a su sensación de miedo—. Espera. Tú no eres realmente operador clase dos; no eres Meade Johanssen.Theo se rió.—Correcto, coronel... Otto. Soy Ozwald Jakobbson.—He oído hablar de ti. Has sido un principal durante..., espera, ¿siete u ocho años?—Ocho. Muchos de ellos aquí.—Sin forma de obtener rango.—No lo sé. Actualmente soy coronel.Otto sacudió la cabeza.—Todo este planeta me da una sensación de ser Alicia en el País de las Maravillas. Te hicieron coronel para que pudieras pasar por encima de mí, ¿no es verdad?—Bueno, tengo suficiente tiempo de asignación.—Lo cual tiene precedencia sobre el tiempo de servicio; estoy informado de eso...Applegate surgió distraído de la puerta, estudiando una hoja de papel. Levantó súbitamente la mirada.—¿Quién es usted?La mano de Jakobbson estaba en su bolsillo.—Soy amigo del padre Joshua. No sabía que estaba enfermo.No decir nada a los jugadores sin un plan, pensó Otto.—Theo Kutcher, padre Applegate. Theo es un arqueólogo bautista skinner. Hemos tenido algunas conversaciones encantadoras.Un ruidito, un clic, salió del bolsillo de Jakobbson. Applegate pareció no haberlo oído.—¿Le ha contado lo que sucedió? —dijo lentamente Applegate.—Sí. Qué accidente terrible... —Jakobbson se incorporó donde estaba, entre Applegate y McGavin, al lado de la cama de Otto. Llevó una mano a la espalda como si fuera a rascarse, y dejó caer dos filtros nasales sobre la almohada de Otto. Un sutil olor a heno recién cortado y goma: tetradorato de pirazidina. Otto se metió los filtros en la nariz.—¿Qué es eso? —Applegate se adelantó para mirar por un costado de Jakobbson—. ¿Qué estas haciendo, Joshua?—Creo que voy a estornudar.—Algo está pasando aquí —Applegate extrajo un láser de bolsillo y apuntó a Jakobbson—. ¿Cómo es que ha entrado aquí?—Caminando.—Ese... olor...Otto no pudo ver, pero oyó el ruido de la pistola al caer en el suelo. Luego el sordo impacto del pesado cuerpo de Applegate. Jakobbson sonrió y sacó del bolsillo un detonador a distancia.Otto estaba respirando cuidadosamente por su nariz.—¿Lo pusiste en el sistema de calefacción central?Ozwald asintió.—En el conducto principal. También me ocupé de los arqueólogos. Todo el mundo en este planeta estará fuera de combate, al menos durante un día... Completamente paralizado.—¿Paralizado?—Sí, la pirazidina era lo único que tenía. Habría preferido que quedaran inconscientes.—¿Qué pasará cuando se recobren?—Estarán a años-luz de aquí. Y nosotros también. Y tantos s'kangs como podamos meter en la nave.—Estoy un poco atrasado. ¿Qué nave?—Una de pasajeros, doscientos lugares —observó su reloj—. Estará aquí dentro de dos horas.—¿Una nave comercial?—Sí, en un dique fuera de servicio. Se supone que se le está haciendo un registro minucioso para ajuste. Nos llevará a una roca inhabitada similar a ésta, nos dejará allí y volverá a Indii.—Detente allí —Otto trató de concentrarse; sentía un hormigueo en sus brazos, quizás había inhalado un poco de gas—. No pudiste haber hecho todo eso con sólo una llamada. Todo debió estar preparado hace mucho tiempo.—Años.—Vamos a raptar a todos los humanos de este planeta, con un centenar de s'kangs (una décima parte de la población), y llevarlos a otro planeta tan miserable como éste... ¿Por qué?—La razón principal es evitar que 'Energía General’ venga aquí con mil millones de créditos y obtenga el secreto antes que la Confederación. Podemos tenerlos maniatados en la corte judicial durante mucho tiempo, pero sólo sería retardar las cosas. Nos hostigarán. EG ganará, finalmente; usarán nuestros argumentos de la carta en contra de nosotros. Tienen recursos y talento, y estarán luchando por la vida de su corporación...—Así que ellos vendrán aquí y verán que nosotros...—No, no vendrán. No, después de la plaga.—Ah.—Todos los de este mundo morirán en un día. Confirmado por la Comisión de Salud Pública. Evidencias totales. Cuarentena absoluta; ni siquiera EG será capaz de quebrarla. Es aquí que la TBII interviene... De otra manera, sería un proyecto de DIDE.—¿Has oído eso, Henry? —Applegate estaba tirado de espaldas, los ojos abiertos—. Te dije que estábamos del mismo lado.—La TBII está buscando especialistas y equipos para la modificación de memorias y personalidades. A los que no necesitemos para continuar la investigación, los programaremos y...—Lavado de cerebro, quieres decir.—Esa es una palabra fea, coronel. Tendremos algunas más delicadas que ésa.—Seguro —trató de hacer un gesto, pero no pudo levantar el brazo—. Oh, mierda. El tubo...—¿Esa cosa lleva aire a tus pulmones?—No lo sé. Sólo he trabajado aquí —sus piernas también se estaban helando.—Bueno, a bordo de la nave tienen buenos antídotos.—Junto con todo lo demás, eso me parece. ¿Para qué me necesitaban aquí?—Teníamos que encontrar un sustituto de Joshua. Tarde o temprano se habría puesto en contacto con EG.Ruidos de rasguños: Da Balaam se tambaleó en la puerta.—¿Joshua? ¿Qué sucede con el aire? No puedo ver —los pedúnculos de sus ojos estaban oscilando, colgando perdidos...—No durará mucho, Prescott —dijo Jakobbson.La parálisis se estaba extendiendo a la mandíbula y la lengua de Otto.—¿Ez ezo verdad? —murmuró.—No lo sé —se encogió de hombros—. No soy un...Da Balaam hizo un débil sonido parecido al de una remota sirena, y se desplomó contra el suelo. Después de un momento de silencio, Jakobbson dijo:—Bueno, tengo que ordenar las cosas. Encontrar los informes y todo eso. ¿Dónde tienen la computadora?Otto trató de hablar, pero sólo pudo hacer un sonido sibilante. Ozwald asintió.—Creo que puedo encontrarla solo.Por un largo rato Otto le oyó caminar por los pasillos abriendo y cerrando puertas. Luego el sonido se detuvo, el tiempo pasó muy lentamente.Miraba el charco de claro fluido azul que crecía bajo el cráneo del s'kang. Después de un rato dejó de crecer.¿Qué es un genocidio, McGavin? Uno puede asesinar diez mil millones de humanos, y en un par de generaciones tendrá más que cuando empezó. Mata a un s'kang y habrás obtenido un impacto.¿Qué sucederá si ellos usan los cien? Volverán por otros cien. Luego otros cien. Como son inmortales y no pueden reproducirse, no será un genocidio real mientras quede uno vivo. Si uno resta dos números y obtiene un resultado equivocado, ¿qué porcentaje de genocidio es ése?¿Desde cuándo, McGavin, sabes que la principal función de la Carta es proteger a la Confederación? No a los miembros de la Confederación, sino al organismo mismo. Bueno, la primera responsabilidad de cualquier organismo es la autopreservación. Pero, ¿cuándo dejaste de creer?En un sentido práctico, nunca lo hiciste. Puedes afirmar y argüir y afirmar y argüir, pero si la Confederación te ordena que te desconectes de la máquina y mueras, tú te desconectarás y morirás, si es que puedes mover los brazos. Puedes respirar a través de tu boca, tonto; si tragas lo suficiente, te dormirás.Despertó cuando lo cargaban a él y a la máquina médico a bordo del trasbordador. Despertó en la nave, dos veces, para comer.Despertó cuando estaban descargando la nave, docenas de grandes contenedores rodando por los pasillos, s'kangs dormidos; humanos transportados en camillas, pero ellos no le transportaban a él afuera, y no pudo mantenerse despierto.Despertó un momento cuando le trasladaban de la nave grande a una pequeña, y finalmente despertó en la Tierra.ENTREVISTA:
EDAD, 45
Entiende por qué tiene que responder estas preguntas, ¿verdad?
—Sí, lo entiendo. Es parte de mi retiro.—Muy bien. Ahora dígame: ¿quién fue la persona número catorce que mató?—Stuart Fitz-Jones.—Es curioso que los recuerde por su numeración. La veintiuna. Quién, dónde y por qué.—Era Ajuji D'Ajuji, en el planeta Ojubwa, implicado circunstancialmente en la violación del artículo séptimo (penetración cibernética de la matriz de crédito internacional del planeta hermano Fulgor), podía o no haber sido culpable, pero me amenazó con un puñal.—¿Y cómo le mató usted?—Un lapizláser.—Muy deportivo. ¿Quién fue el siguiente?—Benoni Jakov, una misión igual, alrededor de un mes más tarde. Fallé la primera vez y se encerró en un castillo; obtuve un trabajo en su restaurante favorito y puse en la comida un veneno nervioso acumulativo no sintomático, no supo qué le estaba sucediendo y finalmente saltó sobre un patio de ladrillos desde un centenar de metros.—¿El veinticinco?—Ramos Guajana, en el planeta Selva; clara violación del artículo.—Haga una lista de ellos en orden, sólo nombres.—Noel Duvic, D'ann Foxx, Becker Conway, Beresford Sackville-West, Luanda Donner, dos cuyos nombres nunca supe, Yonina Dav'stern, Radomil Czerny, Reed Hitchcock, Antonio Salazar, sin nombre conocido, 'Rápido' Laisen, Birendra Bir Bikram, Juan Navarro, Bari: Primer-hijo-de-Marcusse, Hamani Ojukwu, dos nativos de Corbus, y Joshua Immanuel en su falsa identidad de Elizene Marietta.—Eso suma veinticinco personas en menos de veinte años, Otto; no es un récord, pero es una cifra muy alta. Establecimos ayer que la culpa que siente por esas eliminaciones se manifiesta conscientemente como una hostilidad hacia la TBII y por extensión, a la Confederación misma. No podrá obtener su retiro hasta que acepte un punto de vista más realista de la situación. Mató a esas personas y debe olvidarlas, no meramente evadir la culpa.—Lo comprendo, pero usted no comprende a cuál 'yo' le está hablando.—Revisión biográfica por favor, adelante:—Soy Otto McGavin, nacido el 24 de abril del 198 DC, en la Tierra, con ciudadanía legal sanguínea en Karuna.—Ese 'yo'.—Ese 'yo' murió en el 220 DC cuando fue nombrado para el Servicio Exterior y ustedes se lo apropiaron para la TBII.—Otra vez evadiendo la responsabilidad moral por transferencia...—No es verdad, Otto McGavin murió y fue reemplazado por el que soy ahora, cuando no algún otro cualquiera.—¿...como quién?—Alguien que camina y habla como Otto McGavin y se parece a él (eso es lo que se volvió), pero que en su mayor parte es una elaboración de habilidades y actitudes instaladas por continuo refuerzo hipnótico por la TBII, entre los años 220 y 222 DC.—Eso no tiene sentido; no fue como si hubiera recibido un lavado de cerebro.—Es verdad, pero hay grados de control; el Otto McGavin real iba al templo todas las tardes y trataba de seguir el Sendero de las Ocho Sendas. El que ustedes llaman Otto McGavin miente y roba y mata para vivir.—¡Pero no para su provecho! Él ha cambiado la búsqueda egoísta de la paz y la armonía internas para traer paz a los seres conscientes de toda la Confederación.—Alguna vez creí que eso era verdad, pero ahora veo qué necio, qué ciego era al no ver que la Carta es un fraude que utiliza la Confederación como un disfraz respetable...—Revisión biográfica por favor, adelante:—Soy Otto McGavin, nacido el...—Salte a los 35 años por favor, adelante:—El enlace de la TBII era un doble agente; me susurró el mensaje mnemotecnia) en el momento en que me sentaba a cenar con Patrice Becket y sus guardaespaldas; reveló mi identidad y tuve que volcar la mesa de una patada y salir disparando; ellos usaban escudos humanos, mujeres y niños. Disparando hacia atrás yo no tenía opción. Ni lo pensé; realmente, nueve muertos. Cristo y Buda; la cara de la pequeña, tan resignada y confusa, oh Dios; sangre a borbotones, sus tripas colgando...—Salte a los 40 años por favor, adelante:—La acción correcta es abstenerse de matar, robar y tener abuso sexual...—Salte a los 40 años por favor, adelante:—La correcta subsistencia es ganarse el pan sin dañar a ningún ser viviente...—Salte a los 40 años por favor, adelante:—El pensamiento correcto está libre de lujuria, gustos malsanos, crueldad y...—Revisión biográfica por favor, adelante:—Nací. El esfuerzo correcto es evitar los malos pensamientos y vencerlos...—Revisión biográfica por favor, adelante:—El esFUERzo correcto es eVITAR los malos penSAMIENtos y venCERlos...—¡Revisión! ¡Biográfica! ¡Por favor! ¡Adelante!—LA ACCIÓN CORRECTA ES ABSTENERSE DE MATAR...—¡Mierda! —el terapeuta se quitó el casco de inducción de su cabeza y lo arrojó ruidosamente sobre el escritorio. El operador le contempló desde su tablero de lectura.—¿Se ha vuelto a desmandar?—Sí —miró a Otto McGavin retorciéndose, desnudo y sin cabello, dentro del tanque de pálido fluido azul, la nuez agitada en un grito insonoro, los ojos ciegos fijos tras los alambres que penetraban en el nervio óptico—. Pobre tipo.Se secó la cara y el cabello con una toalla y descolgó su bata de un gancho sobre la puerta.—Bueno, han sido siete días.—¿No quiere llegar al máximo?—No, se pondrá peor aún.—Pero es un coronel, señor.—Es verdad: yo asumiré la responsabilidad que me corresponde sobre esto —comenzó a salir.—¿Limpiamos o destruimos, señor?—Bueno..., realmente, no hay mucha diferencia. Creo que hemos gastado suficiente tiempo y energías. Desconéctelo; enviaremos una nota al personal de limpieza.FIN