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agosto 05, 2012

El hombre tenía que hacer acopio de todo su valor y resistencia si quería salvar la vida.
Por Nicola Scott-Taylor
Ilustración: David UhlRUDI GONSALVES no cabía en sí de gozo mientras bajaba raudo como una flecha por la ladera de la montaña. Era el primer día de sus vacaciones en la estación de esquí de Poiana Brasov, en Rumania, y se encontraba a 1800 metros de altura en una de las cimas más elevadas, respirando el aire puro. El estado del tiempo y las condiciones de la nieve eran inmejorables. Esquiador experimentado, Rudi libró sin mucho esfuerzo el tramo más difícil de la pista, con las rodillas apenas flexionadas para hacer frente a la dispareja superficie de la nieve.
Rudi, orientador de jóvenes radicado en Epsom Downs, Surrey, Inglaterra, solía tomar vacaciones en invierno con su esposa, Sue, pero como a ella le daban miedo las alturas y no, podía dominar la angustia que sentía cada vez que llegaba la temporada de esquiaje, esta vez Rudi, entusiasta y recio deportista de 57 años, decidió hacer el viaje solo.Mientras zigzagueaba cuesta abajo por la ladera aquella tarde de marzo de 1993, comenzó a nevar: poco al principio, luego más copiosamente, hasta que las nubes taparon el sol y todo quedó envuelto en un albor fantasmal. Rudi apenas podía distinguir a otros esquiadores que descendían tan de prisa como les era posible. Más vale que no me aleje de ellos, pensó. Podría verme en apuros.Clavando los ojos al frente, alcanzó a ver la enorme silueta de algo que subía pesadamente por la montaña. Al darse cuenta en el último momento de que se trataba de una aplanadora de nieve, hizo un brusco movimiento para esquivar las paletas, y al hacerlo se salió de la pista y se precipitó por la ladera a gran velocidad.ABANDONADO A SU SUERTE
Rudi de pronto comenzó a vivir la peor de las pesadillas de Sue: entre tumbos y ayes de dolor, cayó y cayó hasta quedar por fin tendido sobre la dura nieve. Unos 30 metros más arriba, la aplanadora siguió su marcha inexorable. ¿Por qué no se detiene?, se dijo Rudi, enfadado, poniéndose de pie. Luego, a medida que el ruido de la máquina se fue apagando, comprendió que era improbable que el conductor hubiese oído sus gritos.
Estaba maltrecho y asustado, pero trató de serenarse. Creo que al menos no me rompí ningún hueso, pensó con gran alivio, y aún tengo los esquíes. Pese a ello, su situación le preocupaba mucho: no sabía si alguien lo había visto caer, ni en qué lugar se encontraba.Miró a su alrededor tratando de orientarse, pero en ninguna parte vio más que la misma blancura hipnotizante. Entonces sacó el reloj de oró que le había regalado su esposa. El objeto no sólo le dio la hora, 1:54 de la tarde, sino que también le infundió valor. Rudi trató de razonar con lógica: Sólo faltan dos horas y media para que pase el último vagón funicular, así que las laderas pronto estarán desiertas. Lo que debo hacer es regresar a la pista.Olvidándose de sus músculos adoloridos, volvió el costado derecho del cuerpo hacia la montaña y empezó a subir dando pasos laterales: alzaba el esquí derecho, lo encajaba de canto en la escarpada pendiente y entonces se impulsaba hacia arriba con el bastón de esquiar; luego repetía el movimiento con el otro esquí. Seguía nevando, y Rudi perdió el equilibrio una y otra vez; el esquí derecho se le resbalaba hacia abajo y empujaba al izquierdo. Varias veces quedó el hombre tendido de espaldas y semienterrado en la nieve.Ya oscurecía cuando comprendió que era inútil tratar de escalar la montaña, así que decidió bajar. Sabía que esto lo apartaría del camino más directo a su hotel, pero no tenía alternativa.PRESA DE LA ANGUSTIA
Rudi sintió una oleada de desesperación al percatarse de que tendría que pasar la noche a la intemperie. Eran las 5:30 de la tarde y la temperatura bajaba rápidamente. Empezó a temblar de frío, y los dientes le castañeteaban. Se sentía muy solo, y la inquietud por no haber telefoneado a Sue desde su llegada a Poiana Brasov comenzó a pesarle. Ni siquiera sabe que llegué aquí sano y salvo. Debe de estar preocupada, pensó, reparando con pesar en que sí había motivos para que lo estuviera.
Sue era todo para él. Cuando se conocieron, Rudi pasaba por un mal momento: su primer matrimonio había fracasado, y sus tres hijos se sentían decepcionados porque casi nunca lo veían. Sue le había dado un nuevo sentido a su vida.¡Concéntrate!, se dijo con firmeza. ¿Cómo haré para llegar al pie de esta montaña? Sin duda hay un arroyo allá abajo, o algo que me guíe hasta el pueblo.Se había acumulado tanta nieve que era imposible esquiar. Echándose los esquíes al hombro, Rudi se puso en marcha, pero las duras botas que llevaba puestas hacían lento y difícil su paso. Al cabo de tres horas, estaba exhausto, entumecido y con más frío que nunca. El estómago le gruñía por el hambre y la sed, y como no había luz de luna ni estrellas, su desorientación era ya total.El sonido del viento al pasar entre las ramas congeladas de unos árboles fue el primer indicio de que se acercaba a un bosquecillo. Deseoso de ver sus alrededores, forzó los ateridos dedos para poder prender su encendedor. El débil fulgor de la llama le permitió distinguir una rama colgante sobre cuyas hojas se había acumulado tanta nieve que formaba un precario refugio. Esto lo alegró, pues no tenía la menor intención de darse por vencido.—No podrás contra mí! —gritó una y otra vez en la oscuridad. El hecho de haber roto el silencio que lo rodeaba le infundió confianza.Usando un esquí como pala, pasó media hora quitando la nieve acumulada bajo la rama hasta descubrir la tierra, y para protegerse mejor, amontonó alrededor del claro, a manera de paredes, la nieve que había quitado. Luego, ayudándose con el bastón de esquiar, recogió ramas caídas para hacer una fogata, que atizó con las dos gorras de repuesto y los billetes que llevaba.LARGAS HORAS DE VELA
Rudi estaba rendido. Improvisó una banca atravesando los esquíes sobre dos ramas, y se sentó a esperar el amanecer. No se atrevía a dormir, pues temía ya no despertar. Permaneció seis horas atento a escuchar algo o ver luces, con la esperanza de que alguien anduviera buscándolo.
En medio de aquella quietud, hasta el menor ruido se oía con enorme claridad. Sus guantes chirriaban cuando los acercaba a la hoguera para secarlos, y sus botas crujían cada vez que movía los dedos de los pies para que no se le congelaran. Al mirar las extrañas sombras que el fuego proyectaba sobre la nieve, Rudi llegó a una conclusión: Si quiero sobrevivir, tendré que salir de esto solo. Nadie vendrá a ayudarme.Poco antes de que amaneciera, oyó de pronto que algo andaba entre los árboles. Aguzando los sentidos, escuchó con atención: el ruido era como un olfateo que se iba haciendo cada vez más audible. ¿Un animal? Se está acercando, pensó Rudi, sin poder distinguir nada y sin saber siquiera si el retumbo que oía era su corazón que palpitaba de miedo, o el intruso que se acercaba.—¡Atrás! ¡Vete! —gritó con voz ronca.Luego, temblando de pies a cabeza, cogió sus esquíes y los golpeó con fuerza uno contra otro hasta que oyó que algo huía de prisa, corriendo sobre la nieve.Tuvo que hacer acopio de valor para volver a sentarse y esperar a que se hiciera de día, pues sabía que no tenía sentido moverse antes de que saliera el sol. Cuando termine todo esto, se prometió, llevaré a Sue a pasar las mejores vacaciones de su vida. Nos iremos juntos a un lugar donde no haga frío.A eso de las 6 de la mañana, Rudi sintió la imperiosa necesidad de orinar. Con los dedos helados trató de bajar el cierre de su traje de esquiador, pero fue en vano, pues estaba congelado. No pudo contenerse más: el tibio líquido lo reanimó momentáneamente, pero luego se convirtió en hielo y formó carámbanos en sus piernas. El alivio inicial dio paso al asco. Su traje antes verde, y en esos momentos tieso y manchado de lodo, parecía una vieja armadura oxidada.A la luz del día, Rudi vio en la nieve unas huellas de unos 13 centímetros de ancho, a tan sólo tres o cuatro metros de su refugio. La idea de que un animal de ese tamaño hubiese estado tan cerca de él lo hizo sudar y estremecerse de pavor. Había leído que el imponente oso pardo europeo medraba en esa región. ¿Era un oso el que anoche andaba por aquí?, se preguntó. El animal pudo haberlo matado de un manotazo. El hombre decidió poner la mayor distancia posible entre él y la bestia. Se puso a saltar, a deslizarse y a echar el cuerpo hacia delante para cobrar impulso y ponerse en marcha.En algunos sitios la capa de nieve era tan profunda que Rudi se hundió en ella hasta las rodillas y luego hasta la cintura, por lo que avanzar se le hizo cada vez más difícil. Había caminado por la ladera hasta llegar a un tramo donde los árboles casi le cerraban el paso. Le dolían todos los huesos, y se sentía débil por el desvelo y la falta de comida. Se puso a chupar trozos de hielo para engañar el hambre, pero el líquido frío le quemó la garganta.PENOSA CAMINATA
Al cabo de cuatro horas apenas había recorrido unos 500 metros. Tenía que detenerse a descansar cada cinco o seis minutos, y cuando reanudaba la marcha fijaba la vista en un árbol o una roca y contaba los pasos que daba para llegar allí. No mires hacia atrás, se dijo, sabiendo que si lo hacía, se desesperaría al ver lo poco que había avanzado. No tenía más opción que seguir andando. No debo perder la esperanza de salvarme solo, pensó.
Unos ruidos rompieron su concentración. Miró su reloj: eran las 10:30. Las telesillas debían de estar funcionando desde hacía 30 minutos. Unos 200 metros montaña arriba, vio a varios esquiadores, pero tuvo que entrecerrar los ojos, pues lo cegaba el resplandor de la nieve. Confundido y desorientado, sin saber siquiera si aún iba cuesta abajo, echó a andar penosamente hacia las siluetas.Luego de tres horas de agobiante esfuerzo, se encontró tan cerca de aquellas personas que pensó que lo verían. Meneó los brazos y gritó, pero nadie se volvió a mirarlo.—¡Ea! ¡Aquí estoy! —volvió a gritar—. ¿Por qué no me miran?Entonces se percató de que los esquiadores no eran sino un grupo de rocas que sobresalían de la nieve. Con el ánimo deshecho, miró a su alrededor y volvió a hundirse en sus tristes pensamientos.Poco tiempo después vio un coche amarillo en lo que parecía ser un camino que se extendía a lo lejos. Rodando, deslizándose y dejándose caer para llegar rápidamente hasta allí, descubrió que el vehículo no era más que un arbusto, y el camino, huellas de ciervo en la nieve. Su desolación fue total.Vio que sobre el rastro del animal le costaba un poco menos de trabajo caminar. Su mente empezó a divagar: ¿Vendrá Sue a buscarme si se entera de que estoy perdido? No quiero poner su vida en peligro. Por ella, debo seguir andando.Hacia las 5:30 de la tarde, el sol empezó a ocultarse tras la montaña y volvió a arreciar el frío. Rudi se sentía separado de su cuerpo, como si estuviera flotando encima de sí mismo y viendo las tribulaciones de otra persona. "Tonterías", se dijo en voz baja una y otra vez, pero tenía la mente tan obnubilada que, de pronto, no pudo acordarse de lo que estaba pensando.ACTO DE ARROJO
Exhausto, Rudi se dejó caer bajo un voladizo de raíces enmarañadas que colgaban de la ladera. Su encendedor estaba congelado, así que esa noche no habría fogata. Tiritando, trató de dormir un poco, pero el frío se lo impidió. Se quedó tendido hasta la medianoche, agobiado por la sensación de que la oscuridad se lo tragaba. Tengo que seguir luchando si quiero vivir, pensó.
En eso oyó un gañido salvaje y profundo: el inconfundible aullido de un lobo que se dispone a atacar. Tres pares de ojos se le acercaron. A la luz de la luna, las formas proyectaban siniestras sombras sobre el paisaje blanco. El pavor dio fuerzas a Rudi, que arrancó unas rocas de la tierra y las arrojó con violencia hacia donde estaban los animales. A sólo seis metros, los hirsutos lobos grises acechaban, crispando sus orejas puntiagudas, pero de repente dieron media vuelta y se dispersaron.UNA VOZ INTERIOR
Rudi recuperó la lucidez. Si me acuesto, de seguro moriré congelado, pensó. Entonces decidió reanudar la marcha. Caminó varias horas arrastrando los esquíes tras de sí, y para no perder el ánimo se repitió un estribillo que le había venido a la Mente: "Mi cuerpo funciona y mi cabeza piensa; la montaña no me vencerá".
Aunque estaba ya en terreno plano y con menos árboles, cada vez le costaba más trabajo moverse, pues tenía las extremidades engarrotadas. Ya sin fuerzas, se acercó como pudo a un árbol solitario y pasó un brazo sobre una rama baja para no caerse; luego apoyó la cabeza en la rama y se puso a dormitar.Lo despertó la vibración de una máquina. Su enlodado reloj marcaba las 6:30 de la mañana, y frente a él había huellas recientes del paso de un tractor. Entre trompicones y porrazos contra las raíces y ramas de los árboles, Rudi hizo un último y supremo esfuerzo, y caminó hacia el lugar de donde provenía el ruido, pero flaqueó cuando dejó de oírlo.De pronto se topó con unos postes de cerca, y el alma le volvió al cuerpo. Por espacio de dos horas siguió el trazo de la cerca hasta que, mareado y desfalleciente, cayó de rodillas en un transitado camino rural. Tuvo vaga conciencia de dos caballos que se acercaban tirando de una carreta cargada de estiércol. El hombre que llevaba las riendas, de rostro curtido por la intemperie, vio la lastimosa figura de Rudi, lo subió a la carreta y se lo llevó a su granja.Una vez allí, Rudi, semiconsciente, sintió que unos peones lo bajaban de la carreta, pero no tuvo sensibilidad en las manos ni en los pies cuando alguien le quitó las botas y las medias. Los hombres notaron que tenía necrosadas varias partes de los dedos a causa de la congelación. Lo reanimaron con tres tazones de leche.—Me han salvado la vida —dijo Rudi, con enorme dificultad.El granjero, que no hablaba inglés pero lo entendía un poco, asintió con una sonrisa y luego llevó a Rudi a su hotel, que estaba a 72 kilómetros de la finca.Los lugareños se asombraron de que Rudi hubiese pasado casi 50 horas en la montaña, soportando temperaturas que de noche descendían hasta 10° C. bajo cero y que de día rara vez rebasaban el punto de congelación. El hombre fue llevado en ambulancia aérea a Gran Bretaña, y una vez que los médicos del Hospital General de Epsom lo examinaron, fue enviado a su casa. Pasó allí dos días en estado de choque, durante los cuales Sue no se le despegó.Rudi piensa que no sólo fue la buena suerte lo que lo dejó salir con vida de su aventura. "Jamás dejé de pensar en Sue. Su imagen me devolvía la lucidez cuando empezaba a alucinar. De no haber sido por ella, sin duda habría muerto. Por ella, tenía que sobrevivir".Durante varios meses, muy lejos ya del lugar donde pudo haber perdido la vida, Rudi Gonsalves revivió en pesadillas su amarga experiencia. Actualmente está recibiendo apoyo psicológico para tratar de borrar de su mente los malos recuerdos. En marzo de 1994 tuvieron que amputarle la yema del dedo cordial de la mano izquierda, y aunque no tiene sensibilidad en las puntas de Varios otros dedos, ha logrado reincorporarse a su trabajo sin dificultad. Su esposa le ha brindado constantemente un gran apoyo. Ahora que lo tengo aquí a salvo", comenta, "no volveré a apartarme un solo momento de él".