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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
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  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
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  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
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    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
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  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
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  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
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  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


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    UN RINCÓN DEL PARAÍSO

    Publicado en junio 17, 2012

    Todo comenzó con un solemne apretón de manos en una cabaña oculta en uno de los parajes más apartados del estado de Montana. En ese momento, Ron Losee, médico recién titulado, hizo con un grupo de extraños un pacto que iba a cambiar su vida y la de todos los habitantes del pueblecito.


    Gran reportaje, por Katie McCabe


    EL ECO DE UNAS RISAS rompió el silencio en el pequeño Hospital Madison Valley, en Ennis, Montana, y resonó de un extremo a otro del pasillo. De un consultorio en cuya puerta se leía "Dr. R. E. Losee" salían dos voces, una recia y grave, que había comenzado a recitar una letanía de parientes:



    —Yo atendí a tu papá.

    Y la otra más aguda y suave, que respondía:

    —Jack.
    —Y al padre de él...
    —Jack S., el abuelo.
    —Y también a tu tía Jacqueline...

    La lista siguió, y las voces se fundieron en un murmullo mientras iban citando nombres. Era una nevosa mañana de diciembre, a sólo una semana de la Navidad, y Ron Losee, distinguido osteólogo radicado en ese pequeño rincón del mundo, se encontraba charlando al lado de una de sus pacientes: Jackie Ann Northway Kirtley.

    Jackie Ann, mujer rubia y delicada de 43 años, había padecido muchos trastornos ortopédicos, pero en ese momento no le estaba confiando al médico sus dolencias, sino evocando a su nutrida parentela. Ron, de 75 años, barba blanca y complexión robusta, los conocía a todos, y no pudo resistir la tentación de ponerse a recordar a cada uno de ellos.

    Conocía a Jackie Ann desde hacía muchos años; para ser precisos, desde la noche en que ella vino al mundo. Se trató de un nacimiento prematuro, y la nena era tan pequeñina que Ron podía sostenerla con una sola mano.

    La había visto crecer y superar con valentía las dificultades para caminar que le había acarreado desde muy pequeña una parálisis cerebral. Cuando Jackie Ann se casó, Ron derramó lágrimas; tiempo después, cuando supo que había dado a luz una niña, Kelli Rae, también lloró, y cuando la pequeña Kelli rompía en llanto en su consultorio, el médico le metía caramelos en los calcetines para consolarla.

    Con excepción de la niña, que le decía "Doctor Lucy", todos en el pueblo lo llamaban Doc.

    —Bien —continuó el doctor—. Ahora dime, ¿a cuántas generaciones de tu familia he atendido? Está tu hija, Kelli, y estás tú.
    —Ajá.
    —Luego está tu mamá, Kathryn, y la madre de ella, la bisabuela de Kelli. Y después Zora, tu tía abuela. La madre de ella, Ida, también fue mi paciente.
    —¿De veras? —preguntó Jackie Ann, con el rostro encendido por el deleite.
    —Sí. Ella viene a ser tía tatarabuela de Kelli. ¡Cinco generaciones! —Ron soltó un silbido y luego exclamó—: ¡Eso significa que este viejo amigo tuyo es un matusalén!
    —No —repuso ella, riendo—. Eso significa que usted empezó a ejercer su profesión desde que era prácticamente un polluelo.

    Losee se acomodó en su silla de madera y rió de buena gana.

    —Nos estamos distrayendo mucho —dijo, más para sí que a su paciente—. Pongámonos serios.

    A lo largo de su vida como galeno —desde que era médico general hasta sus días de cirujano ortopedista y luego consultor en cirugía—, nada lo había complacido tanto como hacerse parte de la vida de sus pacientes. Y se preocupaba sinceramente por cada uno de ellos.

    —Dime pues, cariño, ¿qué es lo que te aflige? —le preguntó, con el ceño fruncido.
    —Tengo que someterme a una operación de los pies, pero me da mucho miedo —explicó ella—. Es que usted ya no opera y es el único médico en quien confío.

    Fuera del consultorio los teléfonos repiqueteaban y las enfermeras caminaban ajetreadas de un lado a otro, pero él no les prestaba atención; estaba totalmente concentrado en escuchar a su paciente. Se inclinó hacia ella, se acomodó las gafas y se dispuso a resolver primero la tarea médica que tenía por delante y luego el problema real: el temor de Jackie Ann.

    —Sólo confío en usted —repitió ella.

    ¿Cuántas veces, a lo largo de tantos años, había oído decir eso a sus enfermos?

    Pero no siempre había sido así. Hubo un tiempo, cuando pacientes como Jackie Ann aún no habían nacido, en que Ron era un desconocido en aquel valle, y todo lo que sabía acerca de la práctica médica era lo que decían los libros de texto que se había traído de la universidad cuando se mudó al Oeste. La idea que entonces tenía acerca de su oficio era vaga, casi la misma que cuando era un muchacho: que ser médico tenía que ver con curar enfermos, pero con los años iba a descubrir que era mucho más que eso.


    LLEGADA AL VALLE


    LO RECORDABA como si hubiera sido ayer. Corría 1949 y era la tarde de un día de fines de noviembre. Cuando el sol empezó a ocultarse tras las montañas Rocosas de Montana, Ron y su esposa, Olive, aguzaron la vista para distinguir entre la nieve, tratando de imaginar el lugar adonde los estaba llevando en coche su amigo Buddy Little. En el mapa aparecía como un punto llamado Ennis, y para los Losee representaba la promesa de hacer realidad una ilusión. El vehículo avanzaba lentamente en medio de las rachas de viento cruzado que azotaban las montañas. Mientras remontaban el escarpado y resbaladizo camino que conducía a Madison Valley, el viento empezó a soplar con más fuerza, ululando entre los árboles. Ron y Olive iban callados. Su futuro dependía de ese viaje.



    Apenas unas semanas atrás todo había parecido muy simple. Habían decidido mudarse al Oeste para tratar de hacer realidad el sueño que habían compartido desde los días de estudiante de Ron: irse a vivir a aquella región del país que tanto les fascinaba, encontrar un pueblecito donde trabajar (él como médico y ella como enfermera) y ver crecer allí a sus hijos. Ya tenían una nena de tres años, Becky, y esperaban otro bebé para la primavera.

    El Oeste había cautivado a Ron desde los días en que iba a pasar las vacaciones de verano al rancho de su padre, en Nevada. Olive también se enamoró de esa región cuando Ron la llevó a conocerla. Para ellos era un territorio virgen, un mundo donde todo parecía posible, y el anhelo de afincarse allí fue creciendo día a día.

    Durante cuatro meses habían recorrido vastas zonas del Oeste, sólo para descubrir que la región estaba saturada de médicos veteranos que defendían su territorio a capa y espada o que pretendían imponer severas e inflexibles reglas a quien aspirara a ser su asistente.

    Cuando llegaron a Oregon, ya casi sin dinero, Ron reconoció en voz alta lo que ambos ya sabían: no había esperanza de encontrar trabajo.

    —No hay más remedio que volver al Este —dijo.

    Rendidos y decepcionados, dieron media vuelta y emprendieron el regreso a casa. De camino se detuvieron en Helena a hacerle una visita a Buddy Little, ex condiscípulo de Ron que ejercía allí el oficio médico. Durante la cena Buddy les dio una sorpresa: había hablado con unos amigos suyos que vivían en un pueblo llamado Ennis, situado al suroeste de Bozeman, a una hora de camino. Estaban buscando un médico, y tan apremiante era su necesidad, que ya habían empezado a construir un consultorio con alojamiento incluido.

    —¡Pues vayamos a echar un vistazo! —propuso Ron en el acto.

    Buddy telefoneó a sus amigos para concertar una cita y luego todos subieron al coche para ir al pueblo.

    Y así fue como Ron, su familia y su amigo se encontraron recorriendo aquel apartado camino, envueltos en el ruido que hacían las cadenas de los neumáticos al golpear el suelo.

    El auto remontó entre resoplidos el último trecho de una cuesta y tomó la curva de la parte más alta del desfiladero, desde la cual se divisaba el valle. Durante unos segundos, antes de comenzar el descenso, los viajeros se inclinaron y miraron hacia abajo. Ante sus ojos, rodeado de un sinfín de blancas colinas, se extendía un valle tan vasto y tan agreste que, en comparación con cualquier otra zona rural de esa parte del país, parecía un Edén inexplorado.

    Nada se movía en la inmensidad azotada por la nieve que separaba la cordillera Madison, al este, de las montañas Tobacco Root, al oeste. Era un paisaje vacío, prístino y, a juzgar por el aspecto que ofrecía desde la cumbre, totalmente despoblado.

    Al poco rato el coche iba descendiendo velozmente por la ladera de la colina Norris. En lo que pareció un instante, el valle se los tragó, y se internaron en sus entrañas hacia lo desconocido siguiendo el interminable camino cubierto de nieve. Buddy les había descrito el lugar refiriéndose a él como "un pueblecito ganadero".

    Por fin, entre la penumbra del anochecer, divisaron a lo lejos el tosco entramado de lo que iba a ser la vivienda del médico. Bajaron por una hondonada y entonces aparecieron, en toda su sencillez, las dos manzanas de casas que conformaban el poblado de Ennis, iluminadas por la débil luz de las bombillas.

    Ron y Olive contemplaron en silencio el rústico caserío y luego dirigieron la mirada hacia las imponentes cumbres que se alzaban sobre el paisaje. Majestuosas y seductoras, empequeñecían todo lo que estaba a su alrededor.

    Envueltos ya en las sombras de la noche, pasaron junto a tiendas, tabernas y gasolineras y luego se adentraron en las montañas siguiendo el cauce del arroyo Jack hasta su fuente, en la cordillera Madison. En aquel lugar, en una cabaña con techo de barro y paja, los habitantes de Ennis los esperaban sentados al calor de la chimenea.




    PACTO DE AYUDA


    DESDE EL INSTANTE en que entraron en la cabaña, Ron, Olive y Becky sintieron desvanecerse el frío de esa oscura noche otoñal. La comisión médica del valle se había reunido para darles la bienvenida.



    —Pasen, doctor. Siéntense junto al fuego. Deben de estar congelados —dijo Lois Bry, la anfitriona.

    Con un crujir de sillas, los que estaban al fondo de la cabaña se pusieron de pie y se acercaron con las manos extendidas a presentarse.

    —¡Pasen todos a la mesa! —invitó la dueña.

    De unos platones enormes les sirvieron unas humeantes lonjas de carne de alce.

    —De la caza del día —comentó con jactancia uno de los trabajadores de la finca.

    Cuando Olive pidió una guía telefónica para alzar a la pequeña Becky a la altura de la mesa, todos soltaron la risa.

    —Un catálogo de muebles de cocina sería más útil —dijo Lois, a la vez que le mostraba, sonriendo, las dos páginas de que constaba la guía telefónica de Ennis.

    Ron hizo un elogio del delicioso manjar de carne, y entonces los hombres, entusiasmados, le contaron los pormenores de la cacería. El médico sabía, empero, que aquello era algo más que una cena amistosa; era la ocasión para que el pueblo lo conociera de cerca.

    Fue sin duda la "entrevista" más informal que le habían hecho desde sus días de estudiante. Los presentes lo interrogaron acerca de todo menos sobre su experiencia médica. Hasta entonces, ningún comité de admisiones —ni en la Escuela Superior Dartmouth, donde había comenzado la carrera, ni en la Facultad de Medicina de la Universidad Yale, y tampoco en la Universidad McGill, donde se había especializado como cirujano— lo había sometido a un escrutinio tan riguroso como aquellos cinco hombres y tres mujeres sentados junto al fuego en casa de Bill y Lois Bry.

    Desde el momento en que tomó asiento, Ron se percató de que ocho pares de ojos se mantenían atentos a cada una de sus palabras y sus gestos. Cuando se hacía mención de la ardua vida del ganadero o de las ventajas de una techumbre de barro y paja, los comensales lo miraban con expectación. Y cuando él preguntó acerca del invierno y del estado de los caminos de la zona, casi se acercaron a examinarlo.

    Tenían motivos para mostrarse recelosos. Antes de Ron, habían pasado por el pueblo muchos otros médicos que prometían. Se instalaban en Ennis y se quedaban el tiempo suficiente para pescar e ir de cacería, para luego esfumarse antes de que comenzaran las ventiscas.

    Así que, a cada pregunta que le hacían, los lugareños le clavaban la mirada, y Ron los escudriñaba a ellos. Por una especie de corazonada le simpatizaron aquellos seres obstinados y pragmáticos, tan ansiosos de tener un médico en el pueblo que estaban construyendo un lugar para alojarlo. Era un ofrecimiento más que generoso; pero en vista de que Ennis estaba situado a 130 kilómetros del hospital más cercano, Ron pensó que la vivienda podía cumplir una mejor función. Si no contaban con instalaciones médicas para atender urgencias, él y Olive no podrían desempeñar bien la labor que tanto ansiaban realizar.

    El fuego de la chimenea ya se estaba apagando cuando llegó la hora de hacer un trato. Alice Orr, la canosa matriarca del pueblo, volteó a mirar a Ron desde su alta silla de madera, en un rincón de la cabaña. Todos guardaron silencio. La señora Orr, madre del arquitecto que había hecho los planos para el consultorio médico, era viuda de un embajador y una de las dueñas de finca más sagaces y respetadas del valle. Al hablar, lo hacía en nombre de todos.

    —Si decide quedarse —dijo—, le construiremos una casa y un consultorio a la orilla del pueblo.

    Le dio una fumada a su cigarrillo, miró a Ron a los ojos y exhaló lentamente el humo.

    El médico le devolvió la mirada y respondió:

    —No, no es eso lo que queremos. Lo que hace falta en este pueblo es un hospital.

    Los vecinos se quedaron perplejos, pues ninguno había previsto esa respuesta. Sabían que el médico tenía razón. Allí mismo, sentado a la mesa, estaba Claude Angle, a quien el invierno anterior habían tenido que llevar de urgencia a un hospital de Sheridan en ambulancia aérea a causa de una apendicitis. También estaba allí Ralph Brownell, el director de la planta de energía eléctrica, quien en marzo de ese año había visto morir de obstrucción intestinal a un ex empleado suyo sin poder hacer nada, pues la nieve había incomunicado el valle durante tres semanas enteras.

    A lo largo de casi un año los residentes de Ennis habían discutido en sus reuniones qué sería mejor para "atrapar" un médico: si ofrecerle un hospital o una vivienda. De hecho, habían iniciado ya las obras, pero aún no decidían qué uso darle a la construcción. Así que aquel joven y apuesto neoyorquino estaba resolviendo el dilema.

    —¿Habla usted en serio? —preguntó por fin uno de los presentes, rompiendo el silencio.
    —Sí —le respondió Ron con voz serena.
    —Entonces, ¿no quiere la casa?
    —No, gracias.

    Envueltos en la nube de humo de tabaco que flotaba dentro de la cabaña, los vecinos se acomodaron en sus asientos y comenzaron a deliberar. A los anteriores candidatos a médico rural no los había seducido la promesa de recibir alojamiento gratuito. En cambio Ron, que parecía de verdad sincero, les estaba diciendo que podían aspirar a ambas cosas: a tener médico y a tener también un hospital.

    —Mi familia y yo buscaremos dónde vivir —continuó Ron—. De todos modos pensábamos hacerlo. Con todo el trabajo que les está costando construir, ¿por qué no aprovechar la obra para algo realmente útil?

    Alice Orr sonrió, y en su curtido rostro se marcaron aun más las arrugas. Miró a ambos lados de la mesa y entonces dijo:

    —Los que estén a favor de que se construya un hospital, que alcen la mano.

    Entusiasmados, todos expresaron en el acto su aprobación.

    Ultimaron detalles en cuestión de minutos, y acordaron que los Bry alojarían al médico y su familia hasta que encontraran casa. Ron y Olive aceptaron. Quedó convenido también que lo que iba a ser consultorio y vivienda se transformara en un pequeño hospital. Lo que en los planos aparecía como cocina sería una sala de partos, y la habitación principal de la vivienda, un aposento para cinco camas.

    Luego los miembros de la comisión fueron pasando uno por uno a sellar el pacto a la manera de Montana: con un solemne apretón de manos. Y Ron Losee se convirtió así en el médico de Ennis.


    TROPEL DE PACIENTES


    A LOS POCOS DÍAS todo el suroeste de Montana —desde Pony, 50 kilómetros al norte de Ennis, hasta West Yellowstone, 100 kilómetros al sur— ya estaba enterado de la noticia: había llegado un nuevo médico a Madison Valley. Casi a diario, por vía telefónica, corría la voz de lo más reciente: el doctor y su familia estaban hospedados en el rancho de los Bry; Losee ya había empezado a dar consultas a domicilio; le había curado una hernia a la abuela Evans y la espalda a Nels Jacobsen, y también estaba sometiendo a tratamiento a Lulu Grady, que padecía una afección cardiaca.



    Cada acto de Ron era motivo de comentarios, hasta que al fin, la semana previa a la Navidad, se difundió la buena nueva que tanto esperabán: el doctor se había instalado definitivamente en Ennis, en la cabaña de Winifred Jeffers, en la calle Maín.

    Unos cuantos días después, los Losee ya tenían pacientes llamando a su puerta.

    —¿Cómo dieron con nosotros, Ron? —exclamó Olive sorprendida—. ¡Y tan de prisa!
    —Sabrá Dios —repuso él, con una risita nerviosa—. ¿Dónde los vamos a recibir, o a examinar? No tenemos más que un solo catre.

    A los pacientes les daba igual que la cabaña no tuviera aparatos médicos, instrumentos avanzados ni equipo de laboratorio. Acudían de todos modos: madres con chiquillos remilgosos; vaqueros enfermos con los zapatos embarrados de estiércol y lodo, y pastores, mineros y jinetes de rodeo con huesos rotos.

    Una mañana, en medio del ajetreo, llegó Alice Orr en una camioneta con varios de sus empleados, e instantes después estaba ordenándoles a gritos que bajaran del vehículo un viejo sofá de cuero, una silla y un escritorio hecho a mano. Recorrió con la vista el caos que reinaba en la cabaña y, mientras conducía a un muchacho resfriado a la improvisada mesa de examen, volteó a sonreírle a Olive. Luego salió a toda prisa, diciendo como despedida:

    —¡Espero que les sirvan para que puedan comenzar!

    Los muebles fueron de ayuda, pero no lo suficiente. A los Losee les preocupaba no poder dedicar más tiempo a su hija y, además, faltaban pocos días para la Navidad. Con los ahorros de sus magros ingresos compraron una pequeña dotación de materias primas de farmacia, pero se quedaron con unos cuantos dólares. Así que, o compraban el aparato para medir la presión arterial que les hacía falta, o le regalaban a Becky el cochecito de muñecas que Olive había visto en una juguetería.

    Decidieron poner la compra del aparato en lista de espera. Sin embargo, pronto descubrieron que los pacientes no esperaban; acudían a lacabaña ya fuese Navidad o Año Nuevo, hiciera buen tiempo o no y, a veces, incluso de noche.

    Todos los días, antes del amanecer, un coro de rebuznos y mugidos despertaba a los Losee, seguido por el barullo de una muchedumbre de pacientes que esperaban fuera. Aún adormilado y bostezando, Ron salía a atender a familias enteras que ya se habían instalado en la sala.

    —Tómese su tiempo, Doc. ¡Desayune algo! —le decían amablemente y luego seguían contándose chismes, los precios del ganado y sus dolencias. Olive les servía café; su vecina, Anora Goetz, entraba con sigilo llevando una cesta de rosquillas, y Ron, luego de saludar a todos, invitaba a pasar al consultorio a su primer paciente del día.

    Parecía que todos los enfermos del valle iban a parar a su cabaña. Teniendo como música de fondo el ruido de sierras y martillos proveniente de las obras del hospital, en la cima de la colina, Ron escuchaba, examinaba, recetaba y daba consejos para aliviarse de cualquier mal, desde forúnculos hasta fracturas.

    Las únicas que no acudían a consultarlo eran las mujeres encintas, que seguían recorriendo grandes distancias para ir a dar a luz a las ciudades, aun cuando hubiera ventisca. Le llevaban a sus hijos mayores para que los curara, pero no le tenían confianza para que atendiera sus partos. Estaban convencidas de que sus obstetras, cuyos sanatorios distaban decenas de kilómetros, eran los mejores de toda la región.

    Llegó febrero sin que disminuyera el tumulto de pacientes. Todos los días, de las 6 de la mañana a las 6 de la tarde, había gente en la sala de los Losee.

    —A veces pienso que estuvieron años cargando con sus males en espera de que llegáramos nosotros a curarlos —comentó Olive un día.

    Su mayor anhelo había sido estar en el centro de la acción y no sólo ser espectadora de los buenos oficios de su marido. Pero la acción estaba resultando más agobiante de lo que había previsto.

    A veces, cuando oía a la pequeña Becky recibir a los pacientes, daba un respingo. "¿Quiere ver a mi papá ahora mismo, como esa señora que está allí sentada?", preguntaba la niña. O bien, decía: "¿De qué está usted enfermo?"

    Luego oía que la puerta de la entrada se abría y se cerraba, y el interrogatorio de Becky se perdía en el bullicio que armaba otra familia. En ocasiones, alguien entraba a la cocina a pedir un poco de leche para una criatura.

    —Este pueblo es pequeño —le dijo un día Olive a su esposo—. ¿De dónde sale tanta gente?

    Ron se encogió de hombros. ¿Qué dirían mis amigos de Yale si me vieran en esta casa de locos?, se preguntó. Había yeso embarrado por todo el piso de la cocina, el olor a éter invadía hasta el dormitorio y Olive esterilizaba los instrumentos quirúrgicos en su olla de presión.

    Incluso en la calle, los enfermos no dejaban de acosarlo todo el día; lo abordaban lo mismo en la oficina del correo que en la barbería o en la farmacia.

    En tanto que muchos de sus compañeros de la universidad ya estaban instalados en cómodos consultorios privados, él se encontraba en medio de la campiña atendiendo ganaderos que acampaban en su sala.

    A pesar de todo, le encantaba su trabajo: el campo, el pueblo, el consultorio improvisado y la gente; sobre todo la gente. No acababa de entender cómo un médico en su sano juicio podía consagrarse a tan frenética misión si no era por amor. Sin cariño, todo carecía de sentido.


    GRATITUD A LA VIDA


    NO LO HABRÍA expresado con esas mismas palabras aquel lejano día en que decidió ser médico, pero así era. Una dorada tarde de otoño de 1933, en la cima de una verde colina situada detrás de la finca de sus abuelos, en Upper Red Hook, Nueva York, Ron se encontraba meditando en la pregunta que el pastor protestante del pueblo, Larry French, solía hacerles a los muchachos de su grey: "¿Qué piensan darle al mundo en pago por el privilegio de vivir?"



    Era una pregunta colosal para un chico de 13 años, pero Ron se sintió movido a buscarle respuesta. Desde muy pequeño había acompañado a su abuelo a atender enfermos a los pueblos que bordeaban las márgenes del río Hudson, y entre sus lecturas se contaban muchas biografías de científicos. ¿Qué mejor regalo puedo darle al mundo que salvar vidas, se dijo, como los héroes de Cazadores de microbios?

    A partir de ese instante, todos sus actos estuvieron encaminados a convertirse en médico. Al salir de la escuela de enseñanza media superior se inscribió en los difíciles cursos preparatorios de la Escuela Dartmouth para estudiar medicina, y luego se sometió al extenuante ritmo de trabajo de la Facultad de Medicina de la Universidad Yale, cuyo programa tuvo que completar en sólo tres años a causa de la Segunda Guerra Mundial. Hasta los viajes en verano a casa de su padre se volvieron parte de su preparación.

    Y también estaba Olive, la chica de pelo oscuro y ojos castaños que había conocido en su segundo año en Yale, en 1942. Olive, que acababa de comenzar el segundo año de la carrera de enfermería, era una mujer inteligente, resuelta y tan tenaz como hermosa.

    Ella le contó que desde niña había deseado ser enfermera y trabajar en un sitio donde sus servicios fueran realmente necesarios, quizá en la región de los Apalaches u otro lugar donde hubiera montañas. Entonces Ron empezó a compartir el mismo sueño, y tiempo después, un día que Olive y él fueron de visita al rancho de su padre, recién casados, ese vago "lugar en las montañas" se convirtió para los dos en algún "pueblecito del Oeste".

    Durante la peregrinación que lo llevó de New Haven, Connecticut, a aquel rincón de Montana, Ron hizo varias paradas: dos periodos como cirujano en el Hospital General de Denver; un viaje de servicio por el país con el Ejército al terminar la guerra, y una especialización en cirugía en la Universidad McGill. Pero nunca tuvo muchas dudas acerca de dónde quería llegar.

    El trabajo de Ron en Ennis en nada se parecía a las amables consultas a domicilio que veía hacer a su abuelo cuando era niño, y mucho menos al fascinante mundo de los personajes de Cazadores de microbios. Para él, sin embargo, era la respuesta a la pregunta que el pastor French había hecho años atrás: ¿Qué piensan darle al mundo en pago?

    Cada minuto de cada día, los hombres, mujeres y niños que acudían a su consultorio le recordaban que el ejercicio de la medicina no sólo tenía que ver con la ciencia sino también con el corazón, Sentados a la burda mesa que hacía las veces de escritorio, los pacientes le confesaban sus temores y sus dolencias, o sencillamente le decían que se sentían muy mal y no sabían por qué. Mientras les mostraba uno de sus desgastados libros, Ron solía darles una respuesta que nunca le enseñaron en la universidad: "Yo tampoco lo sé, pero podemos averiguar juntos la causa".

    Entonces el paciente se inclinaba sobre el libro con él y lo escuchaba con suma atención, a la vez que lo asediaba con preguntas que ponían a prueba su memoria, sus conocimientos y su experiencia, y a veces hasta sus convicciones y su orgullo.

    Los enfermos, sin embargo, lo colmaban de gratitud en el momento menos pensado. Un día fue el pequeño Mike Judd, de año y medio de edad, que luego de llorar desconsolado a causa de una inyección de penicilina que le puso, se sobó el dolorido trasero y le dijo a Ron bañado en lágrimas: "Gracias". En otra ocasión fueron Kathy Gould y su prometido, Jack Northway, que después de reírse y sonrojarse por las bromas que él y Olive les hicieron acerca de sus análisis prenupciales, los sorprendieron con una invitación a la boda.

    También había momentos de zozobra, cuando se presentaba alguien que debía estar en el hospital de Bozeman y no en su cabaña. Tal fue el caso de una mujer deshidratada que un día se desmayó sobre la cama de su dormitorio. Ron fijó a toda prisa un clavo en la pared, colgó allí una botella de un litro de suero y en seguida Olive empezó a trasfundirle el líquido a la mujer. Luego ambos cruzaron los dedos.

    A falta de equipo de aspiración para urgencias, Ron adaptó a varios envases de sidra unos corchos y unos tubos de plástico donados por la Ferretería Angle, y cuando tenía que usarlos, cruzaba los dedos aun con más fuerza.

    Eran recursos rudimentarios, pero en tanto dieran resultado, los habitantes del valle no se quejaban; iban y venían sin cesar acompañados de sus hijos, parientes y vecinos. Y Ron, que unas veces se sentía un médico en regla y otras un impostor, sudaba la gota gorda para salir airoso de las crisis, sin saber nunca con certeza cómo se las iba a arreglar al día siguiente.




    UN PARTO ESPECIAL


    CADA NUEVO AMANECER podía depararle a Ron una sorpresa, como ocurrió cierta mañana de fines de invierno. La tormenta que se desató sobre Ennis la tarde del 10 de marzo había empezado como una nevada común y corriente, pero a la medianoche se había convertido en la clase de tempestad que obliga a quedarse en casa hasta a los más osados. La gente recogió apresuradamente sus animales, se abasteció de leña y aseguró las contraventanas.



    Por eso nadie vio a Gil Hansen y su esposa, Jean, que estaba encinta, partir en su auto hacia Bozeman. Nadie se enteró de que el marido, hecho un manojo de nervios, había tratado de remontar la colina Norris para dirigirse al hospital. Nadie lo vio comenzar a quitar la nieve del camino con una pala para luego darse por vencido y desandar el kilómetro y medio de la pendiente. Y nadie vio a la pareja volver rendida y muy asustada al pueblo, que estaba silencioso y a oscuras.

    La voz que Ron oyó a media mañana era la de Tana Rakeman, esposa del boticario.

    —¡Venga rápido, doctor Losee! gritó—. ¡Jean Hansen está a punto de dar a luz!

    Mientras Olive telefoneaba a una vecina para pedirle que se hiciera cargo de Becky, Ron tomó un libro de obstetricia y se puso a repasar capítulos enteros a toda prisa. Su preparación en esa rama de la medicina se limitaba a un curso teórico de seis semanas en Yale y otro mes y medio de práctica sin supervisión como asistente. Había conservado el libro para el día en que tuviera que atender un parto él solo por primera vez.

    La obstetricia, con la responsabilidad concomitante de salvar dos vidas, era la disciplina que más temía, y la lista de riesgos que el libro enumeraba no aumentaba precisamente su confianza. ¿Qué iba a hacer si la madre sufría una hemorragia, o si la criatura venía en posición anómala o con el cordón umbilical enredado en el cuello?

    Un escalofrío le sacudió el cuerpo al cerrar el libro, y no paró de temblar mientras recorría a toda prisa la calle Main hasta llegar a casa de los Hansen, ni al bajar la angosta escalera que conducía a la habitación del sótano, ni al escuchar los alaridos de Jean.

    En ese momento, empero, tuvo que hacer acopio de valor. La mujer que yacía en la cama estaba muy asustada y gritando de dolor, y él era responsable de ella y del bebé. Estaba convencido de que cuando está de por medio la vida de una persona, un médico no puede darse el lujo de temer.

    —Todo va a salir bien, Jean —se oyó decir con tanta convicción que apenas reconoció su propia voz.

    Al cabo de unos minutos se presentó Olive con vendas y otros útiles obstétricos.

    —No hay nada de qué preocuparse —le dijo a Jean para calmarla, a la vez que le apretaba con la mano uno de los puños—. El doctor y yo ya estamos aquí.

    Siguió hablándole con dulzura mientras Ron improvisaba una sala de partos y preparaba el material; éste luego secundó a Olive y con voz serena se puso a animar a la mujer:

    —Todo marcha como debe ser. Lo está haciendo muy bien, Jean...

    Olive, cuyo propio embarazo estaba tan avanzado que apenas podía agacharse, no dejó de moverse mientras ayudaba a su marido. Jean no sabía que Olive había trabajado como enfermera en la sala de obstetricia del Hospital Middlesex Memorial de Connecticut, pero percibió en ella una seguridad que le inspiró confianza.

    Ron comenzó a hablar entonces con un aplomo y una autoridad que no revelaban ni la menor señal de la tensión que sentía ni de la sorpresa que se llevó al alzar la mirada a la ventana del sótano, que estaba exactamente arriba de la cabecera de la cama, y ver allí, apretujados ante la vidriera, a un grupo de chiquillos con sus perros que observaban boquia—biertos la escena.

    ¿Acaso nada es, privado en este pueblo?, se preguntó. Luego le dijo a la madre:

    —Muy bien, Jean, muy bien. Todo está saliendo de maravilla. Ya casi acabamos...

    En ese instante se olvidó del inesperado público que miraba desde las alturas para concentrarse en el bebé que estaba llegando al mundo... con el cordón umbilical enredado en el cuello.

    Ron había visto recién nacidos ponerse de color violeta por falta de oxígeno, pero aquél tenía la cara casi negra. Cortó sin tardanza el cordón, luego lo desenredó con cuidado y, al cabo de unos segundos, el bebé tomó un mejor color y soltó un potente vagido.

    —¡Felicidades! —le gritó Olive a Gil—. ¡Es una hermosa bebita!

    Radiante y empapado en sudor, Ron alzó en el aire a la nena, y la madre, al ver el cuerpecito perfectamente formado agitarse en las manazas del médico, dio un suspiro de alivio.

    —¡Es hermosa! —exclamó—. ¡Muy hermosa!
    —Decidimos que si era niña se iba a llamar Charlotte —intervino Gil.
    —Pues así se llamará —dijo Ron sonriendo, embargado aún por la emoción, el temor contenido y la alegría de haber salido del aprieto.

    ¿Qué pensarían estos padres si supieran que es la primera vez que atiendo un parto?, se preguntó. No lo sabían, ni tampoco imaginaron el sombrío desenlace que había cruzado por su mente durante los 30 agónicos segundos que tardó en desenredar el cordón umbilical.

    Entonces dio gracias a Dios por haber puesto en sus manos el libro de obstetricia, por la serena ayuda de Olive y por la posición de la ventana del sótano, pues había evitado que los Hansen se percataran de la presencia de los curiosos. Y dio gracias también por la linda Charlotte, la nueva habitante de Ennis, que sonrosada y llena de vida pedía a todo pulmón que le dieran de mamar.

    Ni con una red de altavoces se habría propagado tan de prisa la noticia del alumbramiento. Los niños habían corrido a sus casas a decírselo a sus padres y, para el fin de semana, ya todo el mundo en varios kilómetros a la redonda estaba enterado del triunfo más reciente del doctor.

    Se trataba tan sólo de una nueva bebé en el pueblo, pero bastó para disipar las dudas de las únicas mujeres que seguían sin consultar a Ron: las gestantes. Desde ese día, además del habitual desfile de personas con resfriados, infecciones virales y fracturas, Losee comenzó a atender de tarde en tarde a alguna que otra risueña madre en ciernes.


    DEJE PRENDIDA LA LUZ


    POCO A POCO Ron se fue acostumbrando a su incesante trajín. Al igual que su abuelo, él también daba consultas a domicilio, sólo que las suyas lo llevaban por terrenos mucho más agrestes y a veces peligrosos. No tardó en descubrir que las cañadas y desfiladeros que tanto les agradaba explorar a él, a Olive y a Becky los domingos por la tarde en el verano, se convertían en traicioneros laberintos en la imponente oscuridad de las noches de invierno.



    "Deje prendida una luz", les pedía a sus pacientes, "para que pueda yo dar con usted". Muchas noches, bajo un cielo encapotado y sin luna, había seguido con la vista la luz de los faros de su auto en busca de hierbas que asomaran entre la nieve a la orilla del camino para no desviarse. Luego sus ojos escudriñaban las tinieblas tratando de divisar la lucecilla que señalaba la casa donde aguardaba una familia.

    Entonces entraba a la vivienda y oía una voz que decía con alivio: "¡Doc! ¡Gracias a Dios que ya está aquí!", tras de lo cual se quitaba el abrigo y se dirigía a la recámara a bajarle la fiebre a un bebé, conectarle un tanque de oxígeno a un viejo minero, acomodar una hernia o, cuando todo lo demás fallaba, ayudar a llevar al hospital a algún enfermo grave.

    Había otros motivos para hacer esas azarosas excursiones. Las consultas que comenzaban como "breves visitas" en la cabaña de algún anciano solitario a veces terminaban en largas veladas con historias de sobremesa. Al final de una de sus aventuras obstétricas más arriesgadas, una familia se arremolinó a su alrededor y se negó a dejarlo partir sin que ayudara a ponerle nombre al recién nacido.

    —Usted lo trajo al mundo, Doc, así que escoja un nombre —insistieron Wilma y Vern McLean una noche de julio en que Ron atendió el nacimiento de su hijo—: ¿Le ponemos James o William?
    —¿Qué les parece Jimmy? —repuso Ron, sintiéndose más padrino que médico.

    Los padres y la abuela del bebé menearon la cabeza en señal de aprobación, pero al final terminaron por llamar al niño James William.

    También había ocasiones en que las muestras de confianza lo hacían sentirse honrado y conmovido.

    —Queremos que usted la opere —le dijeron Helen y Denny Wonder luego de enterarse de labios de Ron que su hija, Doris, padecía apendicitis aguda—. La llevaremos al hospital de Sheridan para que le haga la operación allí.

    Denny se volvió después hacia un amigo suyo que estaba de pie junto a la cama de Doris y le dijo:

    —Este hombre es el mejor cirujano de todo el Noroeste.

    Aquella gente le tocaba el corazón, al igual que su valle, que se estaba convirtiendo también en suyo. Durante sus largos recorridos nocturnos de vuelta a casa, Ron solía enderezarse en su asiento y contemplar el sol asomando por la cima de un promontorio que los lugareños llamaban "la colmena", mientras el cielo se teñía de color rosicler. Al este, sobre la carretera que conducía a Ennis, se alzaba la cumbre escarpada del monte Fan, que cada mañana surgía de entre la niebla a darle la bienvenida. En las noches despejadas la luna, teñida del púrpura del ocaso, proyectaba un resplandor rosado sobre las cimas de las montañas Tobacco Root, como la noche en que Ron llegó al pueblo. Era, en una palabra, un rincón del Paraíso.

    Con todo, el espectro del fracaso y la muerte se aparecía de cuando en cuando a ensombrecer sus triunfos. Apenas tres semanas después de haber ayudado a venir al mundo a Charlotte Hansen, Ron perdió un paciente por primera vez: Erick Maybee, que sufrió aplastamiento de hígado al caerle encima un caballo y clavársele en el vientre la pera de la silla de montar. Cuando llegó al lugar del accidente, el muchacho ya estaba agonizando. Ron hizo cuanto pudo por salvarlo, pero al ver que no reaccionaba, lo llevó al hospital de Bozeman a toda prisa. Erick murió en el quirófano.

    A veces, lo único que podía hacer era rezar, como cierta noche nevosa de marzo en que tuvo que sortear en tractor el fangoso camino a casa de Ruth Skank. Encontró a la mujer medio inconsciente y ardiendo de fiebre a causa de una infección abdominal.

    —iLlévela a Bozeman de inmediato! —le dijo al marido, Ermin.

    Los caminos estaban casi intransitables, pero no había alternativa. Ruth llegó viva al hospital y se recuperó, pero habría muerto si Ron se hubiese demorado un poco más.

    El temor de no poder salvar a alguien era casi una obsesión. Cada vez que sonaba el teléfono y oía una voz angustiada al otro extremo de la línea, el miedo se apoderaba de él.

    Entonces salía corriendo sin importarle el intenso frío, ponía en marcha su jeep y partía, acosado por el temor de perder un paciente. ¿Y si la morfina o la penicilina que llevaba en el maletín no bastaba para remediar el problema? ¿Y si no podía diagnosticar la enfermedad?

    ¿Qué clase de médico soy?, se mortificaba. Todo le parecía una insensatez: las alocadas carreras tratando de ganar tiempo a las ventiscas, las trasfusiones de urgencia, el poner en peligro la vida de las personas. Entonces pensó que mientras no contara con un hospital, iba a seguir ejerciendo su profesión con una mano atada a la espalda.

    Aunque era cierto que Doris Wonder había salido bien de la operación en el hospital de Sheridan, Ron sabía que la chica pudo haber muerto en el trayecto de 50 kilómetros hasta la ciudad. Y poco antes de dar a luz, a Wilma McLean le había subido tanto la presión que estuvo en grave riesgo de sufrir convulsiones durante el parto.

    Era claro, pues, que urgía terminar de construir el hospital, tan evidente como el empeño que habían puesto los habitantes de Ennis en hacer realidad esa ilusión. Desde mucho antes de la llegada de los Losee, la comisión médica del valle se había dedicado a organizar funciones de rodeo, subastas y festivales artísticos para reunir fondos.

    Ron colaboraba de buen grado, y en una ocasión hasta se atrevió a participar en uno de los espectáculos.

    —Detesto hacer el ridículo —explicó al subir al escenario vestido con pantalones de mezclilla, camisa de cuadros y botas de vaquero—. ¡Pero por el hospital soy capaz de todo!

    Entonces cogió su acordeón y con voz desafinada canturreó un popurrí de canciones de cantina. El público rió, aplaudió, lo vitoreó y, con excepción de alguna que otra anciana, lo despidió con una sincera ovación. Pero a pesar de todos sus afanes, aún les faltaba dinero, y, para colmo, las largas tormentas de invierno habían retrasado las obras. No había más remedio que aguardar.

    Sin embargo, en una forma completamente imprevista por Ron, la espera pronto llegó a su fin.




    ¿COMO PODEMOS AYUDAR?


    TODO COMENZÓ una de las tardes en que en casa de los Losee sólo se oía un murmullo de risas y voces de parientes y amigos de fuera. Estaban entretenidos haciéndole mimos al benjamín de la familia, Jonathan, de escasos cuatro meses, mientras contemplaban un luminoso atardecer de agosto.



    La cerveza corrió mientras Ron y su ex preceptor, Hugh Long, decano de la Facultad de Medicina de la Universidad Yale, recordaban viejas anécdotas. Al rato todos charlaban animadamente, tanto que nadie escuchó el lejano rugido de una motocicleta, ni el estrépito de un vidrio al romperse en mil pedazos, ni los gritos que rompieron el silencio de la calle Main. Hasta que oyeron sonar el teléfono y ver a Ron contestar, nadie allí se enteró de que unos minutos antes, a la entrada de la ferretería, Win Angle había puesto en marcha sin querer la moto de su hermano, Bud, y que había salido disparada contra una vidriera y el muchacho contra una pared.

    Instantes después Ron se encontraba auxiliando a los dos jóvenes que yacían malheridos en la acera. La chica presentaba cortaduras en la cara, el pecho y los brazos, y aunque algunas se veían profundas, Losee se dio cuenta de que no corría peligro en tanto pudiera contenerle la hemorragia.

    El estado de Bud, en cambio, sí era preocupante, pues el apuesto y atlético muchacho estaba inconsciente y no se movía.

    Un coro de voces lo apremió entonces a hacer aquello en lo que estaba pensando:

    —Urge abrir el hospital, Doc.

    Habían acabado ya el trabajo exterior del edificio, y el interior iba muy adelantado. De hecho, Ron y Olive habían planeado inaugurarlo en uno o dos meses, luego de surtirse de utensilios y equipo médico.

    —La instalación de plomería ya está terminada —dijo alguien.
    —Sí, Doc, ya hay agua corriente —agregó otro.
    —Hágalo, doctor —suplicó luego un tercero.

    Ron se quedó mirando a la gente y en seguida anunció:

    —¡Llegó la hora! ¡El hospital queda abierto desde este momento!

    Luego de acomodar a Win en el asiento trasero del jeep y a Bud en otro vehículo, la multitud emprendió la marcha hacia el hospital.

    —Será mejor que vengas —le dijo Ron a Olive al pasar junto a la puerta de su casa, donde ella se había quedado esperando.

    Olive dejó entonces a su bebé al cuidado de Hilda Long, la esposa de Hugh, y acompañó a su marido.

    Buena parte de los 400 habitantes de Ennis remontaron junto con los Losee la pequeña colina donde estaba el hospital. Unos llevaron a Bud a la única habitación planeada para alojar pacientes, y otros acostaron cuidadosamente a Win en un catre que había en otro cuarto. Ron desinfectó y suturó las heridas de la chica y luego corrió a atender al muchacho.

    Allí, pálida y ensimismada en un rincón, aguardaba la novia de Bud, Janice, y en el extremo opuesto estaban Claude Angle y Ella Mae, los padres de los jóvenes. El ferretero se quedó de pie, tenso y con los labios apretados, mientras veía al médico inclinarse sobre su hijo.

    Todos contuvieron la respiración cuando el médico le abrió los párpados al muchacho para examinarle las pupilas a la luz de su linterna.

    "Puede ser peligroso moverlo", le habían dicho cuando telefoneó al Hospital Deaconess de Great Falls para hablar con el doctor Alex Johnson, el único neurocirujano que residía en el estado.

    —Obsérvalo y espera, Ron _—le aconsejó su colega.

    Así lo hizo, al lado de la familia. En el pasillo había un tumulto.

    —¿En qué forma podemos ayudar? —preguntaba la gente.
    —Traigan camas —dijo Olive.
    —¿También sábanas?
    —¡Lo que sea! Traigan todo lo que puedan: sábanas, toallas, fundas de almohada... ¡Y almohadas! ¡No tenemos ni una!

    Poco después, empujando dos camas rodantes, llegó Otis Crooker, el corpulento dueño de una tienda de artículos deportivos ubicada en la acera de enfrente.

    —¿Dónde las puedo poner, señora? —preguntó, y Olive le señaló el fondo del pasillo.

    Ésta luego se volvió a las mujeres que aguardaban y les dijo:

    —Necesitamos comida, ollas y sartenes. Y una estufilla para calentar alimentos. Víveres, más sábanas. ¡Traigan todo lo que ya no usen!

    La noticia se propagó. Los hombres llegaron en camionetas con mesas y sillas; las mujeres, cargando con sábanas y mantas, iban y venían, y Olive se afanaba en dirigir las operaciones en medio del caos.

    Mientras tanto, la familia Angle se paseaba nerviosa del cuarto de Bud al de Win en espera de que el médico dijera qué convenía hacer.

    —¿Ya podemos moverlo, doctor? —le preguntaron.

    Ron llevaba largo rato al pendiente de las pupilas del joven.

    —Aún no —respondió. Hizo una pausa, y luego de reparar en la hija casada de los Angle, Roberta, que acababa de llegar, les dijo—: Cuando sea hora de llevar a Bud a Great Falls, yo iré con él. Pero hay que esperar a que el doctor Johnson autorice el traslado.

    Ron no se movió de allí toda la noche y todo el día siguiente. Conforme pasaban las horas, el estado del muchacho se iba agravando: le había empezado a subir abruptamente la presión arterial, y si no era sometido a tratamiento quirúrgico en un plazo razonable, corría peligro de sufrir un daño neurológico irreparable a causa del aumento consecuente de la presión intracraneal.

    Losee se dio cuenta entonces de que no debía aplazar más tiempo el viaje de 290 kilómetros a Great Falls.

    —Llegó la hora —anunció a las 10 de la noche del segundo día.

    Salió al oscuro pasillo y marcó un número en el teléfono:

    —¿Alex? Habla Ron Losee, de Ennis. Vamos para allá.

    Era casi la medianoche cuando tomó la carretera al norte acompañado por los Angle.

    Mientras Ron ayudaba al doctor Johnson a salvarle la vida a Bud en el Hospital Deaconess, las personas a quienes había aliviado, dado consejo, hecho compañía y con las que había pasado tantas noches de charla amena, estaban obrando en Ennis su propio milagro.


    POR FIN, UN HOSPITAL


    RON REGRESÓ al otro día con los ojos hinchados y muerto de cansancio, pero no le sorprendió encontrar tan solidaria respuesta de la gente.



    Durante varios días no dejaron de acudir voluntarios. De todos los rincones del valle llegaban hombres y mujeres con coches, camionetas y remolques cargados con donativos para el hospital. Algunos iban a hacer la limpieza, y otros a ayudar a cuidar a los enfermos o a lavar sábanas sucias. Otis Crooker iba y venía de su tienda con abundantes platones de comida caliente, y Maurice Hickey se apareció con otras dos camas donadas por un motel recién inaugurado en la calle Main.

    El hospital se atestó de pacientes. Estaba el viejo Clarence Althouse, que se presentó descalabrado en el momento en que Win Angle iba de salida, y también Darwin Pasley, que se había roto un brazo al caerse en una acequia. Además, en el preciso instante en que llegó la enfermera que acababan de contratar, Madeline Flowers, ocurrió lo que Ron había rogado a Dios que no ocurriera hasta no contar con una sala de partos.

    —No habríamos llegado a tiempo a Bozeman, Doc —le explicó jadeante Pete Jackson, que venía del poblado de Norris con su esposa, Johnnie, la cual estaba muy asustada y a punto de dar a luz.
    —Pues tienen mucha suerte de haber llegado hasta aquí —repuso Ron, a la vez que medía la frecuencia de las contracciones de Johnnie y trataba de resolver de dónde iba a sacar otra cama en tres minutos.
    —Los caballetes! —le gritó a Madeline—. Vaya a pedir a los carpinteros que traigan dos..., y una de las puertas que aún no montan.

    Unos minutos después de armar la improvisada mesa de partos, nació el primer bebé en el Hospital Madison Valley: Ward Jackson. Prematuro pero vivaracho y de buen color, el pequeño apenas cupo en un cajón de cómoda del que Ron tuvo que echar mano a falta de cuna.

    La escena era como para espantar a cualquier galeno de ciudad: un bebé nacido antes de tiempo hecho ovillo en un cajón, con una lámpara de mecánico en vez de incubadora y arrullado por una sinfonía de sierras, taladros y martillos.

    El pasillo del hospital estaba invadido de carpinteros, albañiles, plomeros y voluntarios de todo el valle. Allí estaban John Krauss, vecino de los Jackson, quien se ofreció a ir en auto hasta Helena a pedir prestada una incubadora para Ward; Gen Hickey, la cual se turnaba con Madeline para cuidar al bebé cuando no estaba junto a la cama de su cuñado, también enfermo; y la esposa de Dar Pasley, que ayudaba a Ron a atender a su marido y a otros pacientes.

    Llegó el otoño y con él más ayudantes, desde mujeres que se ponían a fregar pisos, cocinar y lavar ropa en el hospital hasta hombres que, luego de pasar largas jornadas de trabajo en los campos, se detenían a arreglar el jardín de la entrada.

    Todos en el pueblo estaban orgullosos del hospital y siempre listos para brindar ayuda. Una noche en que Steve Hubner, de 13 años, recibió por accidente una descarga de escopeta en las nalgas e hicieron falta donadores de sangre, Olive supo dónde buscarlos: en los bares de la calle Main.

    Fue a la taberna Silver Dollar, empujó la puerta y gritó:

    —¡Necesitamos sangre!

    El lugar quedó desierto en un instante, y luego Olive se presentó en otras dos tabernas. Muchas horas después, seguían llegando al hospital hombres que se quedaban haciendo cola con los brazos descubiertos, por si acaso.

    Los partos, operaciones, ataques cardiacos y accidentes se sucedieron con rapidez durante semanas, así que nadie supo en qué momento la pequeña estructura pintada de rojo y blanco que parecía una casa se transformó en un hospital hecho y derecho. Al parecer eso ocurrió poco antes del inicio del invierno, cuando Olive y Madeline convirtieron a las entusiastas pero inexpertas mujeres del pueblo en una eficiente cuadrilla de voluntarias. La señora Losee las llamaba "las damas de rosa".

    La brigada se sometió a prueba una aciaga noche de 1951 en que un incendio destruyó la casa de Wilma y Vern McLean. Madeline y las voluntarias se ocuparon de cuidar a la pequeña Verna McLean, de tres años, y ayudaron a Ron a curarle al hermanito de ésta, Jimmy, las quemaduras que tenía en las piernas y el abdomen. Todos los días, durante las tres semanas que el niño tardó en restablecerse, las damas se encargaron de realizar los dolorosos cambios de vendajes, y lo hicieron siempre con cariño y eficacia.

    Pese a las náuseas y el pavor que a Ron le daban los alumbramientos, las voluntarias le aligeraban el trabajo con su buen humor, como cierta ocasión de un nevoso mes de enero en que ayudó a venir al mundo a cinco bebés en un lapso de 48 horas. Fue la peor de sus pesadillas: cinco mujeres a punto de dar a luz que llegaron al hospital casi al mismo tiempo.

    Gracias a la ayuda de la brigada, Ron podía realizar la labor que sólo él podía hacer: tranquilizar a la aterrada parturienta que no entendía qué estaba ocurriendo; consolar a Bea Clark, que lloraba de dolor y frustración de tan largo y difícil que estaba resultando dar a luz, y contarles chistes a Ginny Judd y Peg Todd para hacer que se relajaran.

    La vez de los cinco partos, cuando hicieron falta muchas manos que ayudaran, Ron no tuvo que salir a buscarlas: allí estuvieron sus voluntarias, que si bien no hacían más fáciles las cosas, era una bendición contar con ellas.




    ENTRE AMIGOS


    EN NOCHES como aquéllas Ron casi se olvidaba de sus inciertos comienzos en el pueblo. La difícil experiencia del accidente de Bud y Win Angle era ya una pesadilla lejana, borrada por el nacimiento del primer hijo de Bud. Steve Hubner, que se había convertido en un robusto muchacho de 15 años, era una leyenda: se decía que no paraba de escupir perdigones en la cocina de su casa, y que eran los que le habían quedado incrustados en el trasero. "Sí, a veces me deshago de unos cuantos", les decía a los incrédulos.



    Doris Wonder, la chica a la que Ron le había extirpado el apéndice, a veces relevaba a su madre en la tarea de cuidar a los hijos de los Losee; Jimmy McLean, a pesar de las cicatrices que le quedaron en las piernas a causa de las quemaduras, se paseaba todo el día en su bicicleta por las calles del pueblo, y Charlotte Hansen, la niña que nació en un sótano un día de ventisca, a veces iba a casa de los Losee a jugar con Jonathan, que había cumplido ya los dos años de edad.

    Para entonces Ron tenía un nuevo grupo de futuras madres que cuidar: mujeres que eran sus vecinas, sus amigas, voluntarias del hospital, feligresas devotas y asiduas invitadas a sus cenas de domingo; en una palabra, la causa de sus desvelos.

    Kathy Northway no formaba parte del grupo de gestantes que tanto preocupaban a Ron, al menos al principio. El día que Losee le confirmó que estaba encinta, lo único que se le ocurrió fue felicitarla y rememorar el "lejano" día en que se habían conocido.

    Esa fecha en realidad no era lejana. Habían transcurrido menos de dos años desde el día en que Kathy Gould y Jack Northway contrajeron nupcias en una pequeña iglesia del vecino pueblo de Jeffers.

    Ron se acordaba hasta del menor detalle. Fue un tibio domingo de Resurrección, y él y su familia aún eran "nuevos" en el pueblo. Becky llevaba puesto un sombrero tejido e iba balanceando un cesto de Pascua, en tanto que Ron, cámara en mano, presenciaba la ceremonia desde la entrada de la iglesia de la Santa Trinidad. Al final, todos sonrieron y él apretó el obturador.

    Recordaba también el momento en que, a la puerta del templo, la rubia y menudita Kathy alzó la vista para mirar a su flamante esposo, alto y apuesto. Junto a ellos, vestido con su mejor traje, estaba Jack S., el patriarca del clan, con su esposa, Nora.

    Tampoco podía olvidar la noche en que Jack S. murió, menos de un año después de la boda de su hijo. Desde hacía meses todos —Ron, la familia y el oncólogo que le había diagnosticado cáncer— sabían que le quedaba poco tiempo de vida. Conforme la enfermedad fue avanzando, Ron fue a visitarlo más a menudo. Como médico ya nada podía hacer por él, pero quería brindarle compañía a aquel amable hombre que había sido uno de los primeros en darles la bienvenida a él y a su familia al llegar a Ennis.

    Esa noche de tristeza Ron acompañó varias horas a la familia, y no pudo hacer por el viejo Jack más que inyectarle un poco de morfina para atenuarle la agonía. Despedirse para ir a operar de urgencia a un niño con apendicitis fue uno de los momentos más dolorosos de su vida.

    Siempre le había ocurrido lo mismo con la muerte; era el único deber que no podía dejar a los demás. "Tengo que hacer frente a esto solo", le decía a Olive en esas penosas noches en que debía partir a algún rincón de la montaña a acompañar hasta el final a un moribundo.

    Pero llegaron las buenas noticias: los Northway esperaban un bebé.

    "Calculo que nacerá a comienzos de julio", le dijo Ron a Kathy. El tiempo se fue volando, y Losee casi se olvidó de su paciente hasta un día de mayo en que él y Madeline regresaban al pueblo con un camión repleto de víveres para el hospital, que habían ido a comprar a Helena.

    Entonces recibió un telefonema de Jack, el cual le explicó a gritos que su esposa ya había empezado a sufrir dolores de parto, dos meses antes de lo previsto.


    ALAS DE AGUA


    RON IMPLORÓ AL CIELO que la criatura no tardara en nacer, y así sucedió. Había que dar gracias a Dios, pues de haberse prolongado el parto, la bebé probablemente no habría sobrevivido.



    —¿Cómo la van a llamar? —les preguntó a los padres.
    —Habíamos pensado en ponerle Jackie Ann si era niña —respondió Jack.
    —¿Otra Jackie? —repuso Ron, riendo de buena gana—. Ya hay tantos Jacks y Jackies en su familia que no sé cómo hacen para no confundirlos. ¿Por qué no le ponen Kathy, como la mamá? Ella es la que hizo todo el trabajo.

    Al ver que Kathy meneaba firmemente la cabeza, Ron supo que a su sugerencia se la llevaría el viento.

    Jackie Ann era una de las bebés más hermosas que había visto. Pesaba apenas kilo y medio, y era tan pequeña que casi se perdía en la incubadora; en vez de lloriquear cuando tenía hambre, soltaba un maullido.

    Su estómago no retenía más que unas cucharadas de alimento. Ron sabía que a pesar de los esfuerzos de su personal, la nena no sobreviviría a menos que hallara una manera rápida de hacerla subir de peso.

    "Si tan sólo supiera más", le dijo a Olive, frustrado. Entonces les pidió consejo a sus colegas pediatras. Una noche, a solas en su consultorio, estuvo varias horas leyendo y releyendo los capítulos sobre bebés prematuros de un libro de pediatría hasta que se convenció de haber trazado el plan de acción más seguro.

    A fin de administrarle un suero nutritivo por vía intravenosa, Ron le insertó a la niña un catéter debajo de cada omóplato. Al cabo de un rato, empezaron a formársele unos pequeños bultos blandos en los puntos de inserción.

    —Sé que se ve rara con esas alitas de agua —le dijo a la angustiada madre—, pero esto la mantendrá con vida hasta que pueda retener el alimento. Hay que tener paciencia.

    Preocupado también, Ron pasaba todo el tiempo que podía al lado de la nena. La espera se le estaba haciendo eterna, y lo mortificaba pensar en las dificultades de desarrollo que podría tener la niña por haber nacido tan prematuramente.

    Poco a poco, Jackie Ann empezó a subir de peso hasta que por fin pudieron darle biberón, sacarla de la incubadora y arrullarla en brazos. A principios de julio, cuando la niña ya pesaba 3,2 kilos, Ron supo que era hora de darla de alta.

    El día en que Jackie Ann iba a salir del hospital, Ron la sostuvo amorosamente contra su pecho, como la noche en que la vio nacer, le tocó la frente con la suya y aspiró el dulce aroma de un bebé recién bañado.

    Un diminuto pie asomó entre las mantas y Ron acercó el rostro para mirarlo. Todas las partes del cuerpo de la bebé eran minúsculas, pero ninguna tanto como la uña del dedo menor del pie, que era del tamaño de la cabeza de un alfiler.

    —Miren eso! —dijo, maravillado—. ¡Es un punto, apenas un puntito! ¡Nunca había visto una uña tan pequeña!

    Luego volvió a inhalar su perfume y se la entregó a su madre.


    Ron Losee, con (de izquierda a derecha) Vurnie Kaye Barnett, Angie Lee Knowles y Holly Ann Clark. "¡Yo las traje al mundo!", dice con orgullo el médico.
    Foto: Losee/Barnett


    ENIGMA RESUELTO


    —¡SIGUE SIENDO un punto! —exclamó Ron al examinarle los pies a Jackie Ann—. ¡Nunca creció!



    Habían pasado 43 años, y por un instante se quedó atrapado entre el presente y el recuerdo. Ya no era Ron Losee el médico de pueblo, sino un respetado osteólogo conocido en todo el país.

    Cierta noche, durante el invierno de 1957, Ron comprendió que había llegado la hora de marcharse de Ennis y viajar a Canadá a especializarse en el prestigioso Hospital Royal Victoria de Montreal en la disciplina que más le interesaba: la ortopedia.

    Y otro día, dos años después, supo que era hora de volver. Nadie, excepto Olive, entendía por qué deseaba regresar al pueblo.

    "Vete a vivir a una ciudad más grande, Ron", le aconsejaron sus colegas canadienses, pero en ningún momento dudó de que debía retornar a Madison Valley. Una vez afincado de nuevo en Ennis, contrató un asistente que lo relevara en el consultorio para poder dedicar más tiempo a estudiar los problemas ortopédicos que tanto lo cautivaban.

    Volvió a atender a sus pacientes con el mismo afecto de siempre, pero esta vez los escuchaba con oído de especialista. Empezó a poner en tela de juicio los remedios ortodoxos de ciertos trastornos articulares, en particular la luxación espontánea de rodilla. Durante años había examinado a los pacientes que sufrían este problema a fin de averiguar cuál era la causa, pero era una labor frustrante porque, al igual que un coche que deja de fallar en el momento en que entra al taller de reparación, las rodillas de sus pacientes parecían funcionar de maravilla cada vez que se las examinaba.

    Por fin, una inolvidable mañana de junio de 1969, mientras manipulaba la rodilla de un paciente, sintió dislocarse la articulación. En ese instante se dio cuenta de que estaba a punto de resolver un enigma que había desconcertado a los ortopedistas desde hacía muchos años.

    Una y otra vez consiguió realizar la maniobra que causaba la dislocación. Tomó radiografías de la articulación y finalmente esclareció el misterio: el ligamento frontal de la rótula, al lesionarse, ocasionaba que el hueso se zafara. Entonces ideó un método para formar, con el propio tejido de la rodilla, un "cabestrillo" que estabilizara la articulación sin ponerla rígida. Ron publicó sus hallazgos en 1978, junto con dos colegas de la Universidad Yale, y su técnica correctiva se conoce hoy como "método de Losee".

    De la noche a la mañana el hospital de Ennis se llenó de pacientes de fuera: atletas de la Universidad Estatal de Montana en Bozeman, jinetes de rodeo y granjeros. Y más tarde recibió la visita de cirujanos de todo Estados Unidos e incluso de Francia.

    La fama cambió por completo la vida de Ron, pero al mismo tiempo no cambió nada: los habitantes de Ennis seguían acudiendo en tropel a su consultorio, no sólo a confiarle sus dolencias, temores y dudas, sino también a desahogar su necesidad de abrir el corazón y pedir consejo, como habían hecho siempre. Y eso era justo lo que Jackie Ann estaba haciendo aquel día.

    —Así que, ¿esta vez son sólo los pies, querida? —le preguntó—. Pensé que era algo grave. No hay de qué preocuparse.

    Ella sonrió, y él también lo hizo.

    Ron tenía bien presentes los muchos problemas de salud que Jackie Ann había sufrido de niña, los años de dolorosas operaciones que le permitieron superar los impedimentos para caminar que le había provocado una parálisis cerebral pero que la dejaron con una fobia a la cirugía.

    Por su parte, ella recordaba el profundo miedo que había sentido las dos ocasiones en que Ron tuvo que operarla de los pies cuando regresó a Ennis convertido en un osteólogo experto; no podía olvidar que, mientras la llevaban al quirófano, él la había tomado cariñosamente de la mano, y que al salir, allí estaba él, a su lado, para brindarle consuelo.

    Aunque Ron le estaba explicando en qué consistía la operación a la que debía someterse y que iba a enviarla a Billings a ponerse en manos de un pupilo suyo, los dos sabían cuál era el verdadero motivo de su visita: recibir el aliento del hombre que había velado por su salud toda la vida.

    Luego Ron escuchó la pregunta que ya había adivinado:

    —¿Estará usted presente?
    —Claro que sí —respondió, y luego le dijo que pronto le avisaría cuándo podrían él y Olive ir a Billings para acompañarla.

    Mientras terminaban de hacer planes, el sol de la mañana comenzó a disipar la niebla y dejó al descubierto las cimas nevadas de la cordillera Madison, que refulgían bajo el cielo invernal. Era un día de diciembre de 1994, apacible y sin viento, y había pasado casi medio siglo desde aquella tarde en que Ron se sintió seducido por esas montañas por primera vez, y desde que, ante un puñado de desconocidos, declaró convencido: "Lo que hace falta aquí es un hospital".

    Nadie imaginó entonces —ni él ni las personas que le estrecharon la mano al calor de la chimenea—cuántas cosas extraordinarias iban a lograr juntos.

    Ron y Jackie Ann sellaron un pacto, pero esta vez no con un apretón de manos, sino con un fuerte abrazo. Aun así, este compromiso tenía el mismo significado que el que había contraído en una cabaña con techumbre de barro y paja hacía más de 40 años: los habitantes de Ennis le confiaron sus vidas, y él correspondió entregándoles la suya.



    FOTO: © PETER MILLER/IMAGE BANK. ILUSTRACIONES: NOBEE KANAYAMA.

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