A LA CONQUISTA DEL MUNDO SUBMARINO
Publicado en
junio 17, 2012
Los exploradores más audaces emprenden el viaje al último paraje ignoto del planeta
Por Michael Lemonick
PARECE UN PAJARO submarino, capaz lo mismo de navegar a flor de agua que de su mergirse a cientos de metros de profundidad. Llamado Deep Flight I ("Vuelo profundo 1"), este revolucionario sumergible, de 3,70 metros de largo y 1590 kilos de peso, semeja un torpedo rechoncho y alado. Con un toque de sus mandos, un piloto hábil (que va tendido boca abajo y sujeto por correas, asomando la cabeza por la cúpula de vidrio que forma la punta de la nave) puede girar sobre su eje longitudinal, viajar velozmente a la par que una manada de ballenas o salir disparado verticalmente sobre la superficie.
Con todo, el Deep Flight I no es más que un prototipo, e ilustra sólo vagamente lo que habrán de ser las naves de exploración submarina en un futuro próximo. En sus talleres de Point Richmond, California, los diseñadores del aparato ya han trazado los planos de su sucesor, el Deep Flight II, que alcanzara una profundidad de 11.260 metros, lo que en el mundo submarino equivale a llegar a la cumbre del Everest, al Polo Sur o a la luna.
A más de 35 años de que el batiscafo Trieste, de la Armada estadounidense, llevara a dos tripulantes a 10.911 metros de profundidad en la fosa de las Marianas, situada frente a la isla de Guam, en el Pacífico occidental, los exploradores del lecho oceánico se preparan para volver allí. En marzo de 1995 un robot japonés de control remoto reconoció una minúscula zona de esa sima que mide más de 2'500 kilómetros de longitud, y transmitió, por primera vez en directo, imágenes de la vida en las profundidades abisales.
El hombre ha conquistado mas de 100 veces la cima de la Tierra, el monte Everest, de 8848 metros de altura; los viajes tripulados al espacio son cosa de todos los días, y las sondas es paciales han llegado a los confines del sistema solar. Ahora, los ingenieros navales de todo el mundo trabajan febrilmente en el diseño de avanzados vehículos para explorar el fondo del mar, último paraje ignoto de nuestro planeta.
"Suele creerse que hemos concluido la exploración de los mares, pero lo cierto es que sabemos menos de ellos que de Marte", comenta la bióloga marina Sylvía Earle, científica que trabajó en la Administración Nacional de Oceanografía y de la Atmósfera de Estados Unidos, con sede en Washinaton. D.C.
Queda mucho por explorar. Los océanos representan casi tres cuartas partes de la superficie terrestre; contienen más de 1330 millones de kilómetros cúbicos de agua, y alcanzan una profundidad media de 3,7 kilómetros. En las complejas cadenas alimentarias del mar intervienen más seres vivos, por peso, y una fauna más variada que en ningún otro ecosistema de la Tierra. Y en lo más profundo habita incluso el último monstruo legendario cuya existencia se ha comprobado: el calamar gigante, que llega a medir 20 metros de largo.
La carrera por alcanzar el fondo del mar ha despertado el interés de los exploradores más osados del mundo. Se trata de una empresa controvertida y erizada de peligros, pero vale la pena intentarla por sus posibles recompensas: petróleo y otras riquezas minerales que rivalizan con las que hay en la vertiente septentrional de Alaska y las que reportó la fiebre del oro de California; hallazgos científicos que pudieran revolucionar la geología y nuestro concepto del origen de la vida y de la evolución biológica; sustancias naturales de incalculable utilidad para la medicina y la industria.
Con su titánico serpenteo, las corrientes marinas dictan buena parte de las condiciones climáticas del mundo. Desentrañar su mecanismo podría ahorrar billones de dólares en daños por desastres naturales. Además, los lechos oceánicos contienen inmensas reservas de níquel, hierro, manganeso, cobre y cobalto, y las compañías farmacéuticas y biotecno lógicas ya están estudiando bacterias, peces y plantas de las profundidades abisales en busca de los medicamentos milagrosos del futuro.
Al decir de Bruce Robison, del Instituto de Investigación del Acuario de la Bahía Monterey, en California: "Los descubrimientos benéficos para la humanidad superarán con mucho a los del programa espacial estadounidense. Si encontramos la manera de viajar con regularidad a las profundidades abisales, las recompensas serán inmediatas".
A raíz de la inmersión del Trieste, en 1960, el diseño y la construcción de sumergibles cobraron auge en la Unión Soviética, Francia y Japón. Por primera vez en la historia, los científicos pudieron recolectar animales, plantas y minerales marinos de manera sistemática, y ya no tuvieron que conformarse con lo que acertaran a sacar con cestos arrastrados por el fondo del mar. De esta forma se inició una era de descubrimientos submarinos que han transformado la biología, la geología y la oceanografía.
Los exploradores han descubierto en los lechos oceánicos hendiduras tan profundas, que en ellas cabría la cadena del Himalaya, así como el accidente geográfico más grande de todos: una dorsal, o cordillera submarina, de 55.000 kilómetros de largo que circunda la Tierra serpenteando por los océanos Atlántico, Pacífico, Indico y Ártico.
La existencia de esta dorsal respalda la teoría de la tectónica de placas, según la cual la corteza terrestre es un conglomerado de placas sólidas que flotan sobre un lecho de magma, o roca semifundida. Desde hace tiempo los geólogos suponen que las dorsales centro oceánicas son donde se forma la corteza, la cual brota allí a manera de lava y, al enfriarse, se solidifica y constituye nuevo lecho marino. Una prueba aun más patente de lo anterior se halló en el Pacífico, en cuyo fondo se han observado chimeneas rocosas que vomitan negras bocanadas de agua muy caliente, cargada de minerales. Situadas generalmente a profundidades de 2200 metros, estas fuentes, llamadas aberturas hidrotermales, son accidentes muy parecidos a un géiser: el agua de mar se filtra por las grietas del fondo, se calienta y luego brota por las aberturas en turbios nubarrones que se enfrían rápidamente, cubriendo el fondo de minerales disueltos, entre ellos cinc, cobre, hierro, compuestos de azufre y sílice.
También fue una sorpresa descubrir que algunas aberturas hidrotermales son fuentes de vida. En 1977, durante una inmersión cerca de las islas Galápagos, unos científicos observaron que el agua de las inmediaciones de una abertura se hallaba pletórica de bacterias, singulares gusanos de 75 centímetros de largo, almejas grandes como platos, mejillones e insólitos peces de color de rosa y ojos azules.
¿Qué comían estos animales, si no parecía haber ninguna fuente de alimento? ¿Y cómo sobrevivían sin luz?
La sorprendente explicación es que las bacterias abisales no son fotosintéticas, sino quimiosintéticas; es decir, en vez de obtener energía de la luz del sol, la obtienen de los minerales que las rodean. Además, viven en el interior de los moluscos y los gusanos, donde convierten los minerales en sustancias asimilables, función ecológica que nadie había imaginado. Hoy en día muchos biólogos están convencidos de que los primeros seres vivos fueron quimiosintéticos. Así pues, las aberturas hirotermales bien pudieran ser los mejores laboratorios para investigar el origen de la vida.
Desde arriba a la derecha, en el sentido de las manecillas del reloj: nemictis, gonostoma, caracínido, camarón abisal, pejesapo, calamar, caracínido.
Lo mismo en los círculos científicos que en los políticos se discute el valor de la exploración abisal, costosa empresa que solamente los países más ricos pueden acometer. A la cabeza de ellos está Japón, donde la necesidad de conocer el lecho marino es apremiante, ya que en el sur del país convergen tres placas tectónicas que, al chocar entre sí, desencadenan cerca de uno por ciento de los sismos de cinco o más grados de magnitud que se registran en el mundo, entre ellos el que en 1995 causó 5502 muertes en la ciudad japonesa de Kobe.
Debido a la urgente necesidad de predecir los temblores, Japón construyó el sumergible tripulado Shin kai 6500, que llega a mayores profundidades que ningún otro en el mundo. Durante su primera serie de misiones, en 1991, los tripulantes descubrieron fallas abismales en el fondo del mar, a orillas de la placa del Pacífico, que ejerce presión sobre las islas niponas desde el este. Para alcanzar las regiones más profundas del lecho oceánico, los japoneses se han valido de un sumergible de control remoto llamado Kaiko, que costó 53,4 millones de dólares y pesa 11 toneladas. El artefacto transmite imágenes de televisión a un centro de operaciones donde los científicos se reúnen en torno de una pantalla a discutir lo que ven.
Con todo, quizá la manera más económica de explorar el fondo del mar sea por medio de los llamados vehículos submarinos autónomos, que pueden recorrer las profundidades y recopilar información hasta por un año sin intervención humana. Los estadounidenses han probado dos de ellos en los dos últimos años en el océano Pacífico, frente al litoral de Washington y Oregon. Con el tiempo habrá cuadrillas de estos robots submarinos, que podrán comunicarse entre sí y transmitir periódicamente a la superficie la información que reúnan.
Sin embargo, el dinero escasea. El gobierno de Estados Unidos ha reducido las subvenciones a los científicos civiles, y los sumergibles más innovadores son producto de empresas privadas que los fabrican por encargo de industrias petroleras, armadas, universidades y hasta compañías cinematográficas.
SIN DUDA los peligros, lo inhóspito del ambiente abisal y los recortes presupuestarios no impedirán que la humanidad persista en su empeño de conquistar las profundidades oceánicas. Las recompensas científicas, económicas y psicológicas de explorar las aguas más frías y oscuras son demasiado grandes para desaprovechar la ocasión. A fin de cuentas, el hombre habrá de bajar al abismo por la misma razón por la que ha subido al Everest: porque allí está.
CONDENSADO DE "TIME" (14-VIII-1995). ©1995 POR TIME INC., DE NUEVA YORK.
FOTOS: (SUMERGIBLE) © MARTY SNYDERMAN; (NEMICTIS, CALAMAR, CAMARÓN ABISAL) © OXFORD SCIENTIFIC FILMS/ANIMALS ANIMALS; (PEJESAPO, GONOSTOMA, CARACÍNIDO) NORBERT WU/PETER ARNOLD.