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junio 17, 2012
Correspondiente a la edición de Febrero de 1997Por Daniel Samper PizanoPara un escritor, ¿cuál es el huevo y cuál es la gallina: el título o el texto? ¿Hay títulos que ponen libros, como las gallinas huevos? ¿O al contrario, los títulos salen del texto? El título, si bien constituye el primer contacto de un lector con una obra, ¿es también lo primero que escribe el autor? ¿O acaso lo último, como ocurre al periodista con la noticia?
Estas son las cosas que resulta interesante preguntarle a un escritor, en vez de indagar por el andamiaje metafísico de su obra o la desgarradora presencia en ella de la angustia contemporánea.Hace pocos días tuve ocasión de largarle el tema encima de una paella barcelonesa a Gabriel García Márquez y me confesó que a veces las gallinas ponen el huevo, a veces los huevos ponen las gallinas y a veces las gallinas nacen al mismo tiempo con los huevos.En otras palabras menos avícolas, hay cuentos y novelas que se engendran casi simultáneamente con sus títulos; hay otros que parecen reacios a recibir bautizo y agotan varios títulos antes de llegar al último; y hay historias que se inventan a partir de un título atractivo. Gabo me dijo varios ejemplos de títulos sabrosos que se le han aparecido y que piden a gritos que les escriba un cuento, como quien le pone el burro a la cola. Cosa que se propone hacer, naturalmente.A García Márquez hay que creerle porque, como excelente periodista que es, su especialidad son los títulos, los primeros párrafos y las dedicatorias que escribe en los ejemplares de sus amigos y admiradores. Ahora recuerdo una novela suya que se iba a llamar Este pueblo de mierda, pero se cambió a última hora por La hojarasca. Un día después del sábado, En este pueblo no hay ladrones y El coronel no tiene quien le escriba, son tres de los mejores títulos de GGM. Los dos primeros son cuentos y el segundo su famoso relato sobre el coronel Aurelio Buendía. Pero faltarían dedos en la mano y manos en el cuerpo para contar los títulos antológicos del autor de Cien años de soledad... que es otro de los buenos.Lo que ocurrió a Gabo con La hojarasca no es una novedad. La guerra y la paz tuvo como título, hasta el último instante,Todo esta bien si termina bien; León Tolstoi lo cambió prácticamente en la imprenta. Sinclair Lexis había titulado uno de sus libros El virus del pueblo y en la puerta del horno prefirió Calle mayor (Main Street), que le ayudó a ganarse el Nobel. No me parece que sea mejor el que quedó que el que había. En cambio, Guillermo Cabrera Infante acertó al descartar el primer título de Tres Tristes Tigres, que iba a llamarse Vista del amanecer en el trópico. Cabrera, inmejorable retorcedor del lenguaje, es un gran titulador. El de sus memorias, La Habana para un Infante difunto, es lo más notable del libro.En general, los autores del boom latinoamericano se gastaban títulos magistrales. Nadie negará que Todos los fuegos el fuego, La vuelta al día en 8o mundos, y Queremos tanto a Glenda, de Julio Cortázar; son Tres Tremendos Títulos. Lo mismo hay que decir de La ciudad y los perros -que en inglés ha sido traducido pendejamente como "La hora del héroe"-, de El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso, o de Gringo viejo, de Carlos Fuentes.Amy Tan, una hija del lejano oriente (China) que habita en el salvaje oeste (California), se hizo famosa desde su primer libro, una colección de cuentos titulada en inglés The Joy Luck Club y traducida al español como El Club de la buena estrella. El título es chévere. Pero no llegó a él con facilidad. Es el clásico ejemplo del huevo que pone a la gallina. El agente literario de Tan le había insistido en que era necesario vender el proyecto del libro antes de que estuviera escrito, como quien promueve un apartamento sobre planos. Amy escribió en un papel los títulos de unos cuentos que ya tenía listos y colocó algunos más que aún carecían de texto. Uno de ellos era El Club de la Buena Estrella. La autora escogió como título colectivo del volumen uno muy chino: Viento y agua. Pero al agente le gustó más el otro, así que colocó este cuento a la cabeza de la colección y bautizó con su nombre todo el libro. Cuando llamó a Amy con la buena noticia de que había vendido el proyecto, la escritora comenzó a construir la casa debajo del techo. Pero dice que eso la salvó. De ahí en adelante la idea de su buena fortuna inspiró el trabajo que faltaba. "Supe entonces que un título no es un simple adorno que embellece la carátula, sino que puede proporcionar el vigor necesario para escribir todo un libro".La famosa novela dePeter Bencheley Jaws (literalmente, Mandíbulas o Fauces), convertida en película muy taquillera, fue traducida al español como Tiburón. "Cuando salió el libro -dice Benchley-, todos odiábamos este título: mi familia, mi gente, yo mismo".Previamente habían desechado Quietud en las aguas, ¿Qué es eso que hay allí, En las fauces de la muerte, Leviatán súbito, Los dientes del océano, El verano del tiburón, La muerte blanca y Las mandíbulas del Leviatán. Quedó Jaws porque se les había acabado el tiempo y resolvieron buscar una sola palabra en la que más o menos pudieran ponerse de acuerdo el editor y el autor. Ahora sería imposible pensar en alguno mejor que el que se hizo famoso.El problema se agudiza, sin embargo, cuando a un escritor le ocurre lo que al poeta romántico colombiano Diego Fallon, autor de un famoso poema La luna, que hace tres decenios, cuando la Academia de la Lengua hizo una votación para elegir los mejores poemas colombianos, obtuvo el primer puesto. Algo así como Miss Poesía. Un amigo de Fallon, encantado con el éxito que había tenido La Luna le propuso que escribiera ahora El sol al amanecer.El poeta le agradeció la idea y pasó varias semanas intentando hacer un canto al respecto, pero no se le ocurría ni un verso que valiera la pena. Hasta que un día descubrió dónde estaba el problema:—Claro —dijo, a tiempo que abandonaba aliviado el proyecto—: este hombre no me da temas sino títulos.En fin, el asunto es que hay temas que salen del título y títulos que salen del tema. En lo que hace a García Márquez, aunque es de elemental discreción no revelar los títulos que ya escribió de los cuentos que aún no ha inventado, los anoté para ver qué gallinas ponen estos huevos. A mí ya se me han ocurrido una o dos historias a partir de los títulos que él tiene, pero lo más probable es que ni siquiera sean historias sino meros títulos inflados.