DE LA GRAN DEPRESIÓN A LA MITAD DEL SIGLO
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junio 24, 2012
Robert Donat en El fantasma va al Oeste (1935), historia escocesa que se desarrolla en América y realizada por René Clair en Londres.Correspondiente a la edición de Diciembre de 1995CRONICA DE CINEPor Omar Ospina GarcíaEntre los balazos en Chicago...
Un sonido diferente irrumpió a partir de los años treinta. Los acordes musicales que invadieron la pantalla con el cine sonoro, cedieron camino a los balazos, y gángsters y vaqueros llenaron el ambiente con una sinfonía de disparos. El ciclo gangsteril había tenido un romántico inicio de bandidos heroicos con La ley del hampa (1928) de Josef von Sternberg, en las postrimerías del cine mudo. Él mismo lo continuó con La redada y Los muelles de New York, del mismo año, para entrar de lleno al sonido con Thunderbolt en 1929, primera cinta en la que el gángster dejaba de tener aureola romántica de justiciero marginal para terminar sus días en la silla eléctrica, como un criminal corriente.
Pero este cine era sólo el reflejo de la sociedad norteamericana de esos años. La enmienda 18 de la Constitución había parido la famosa Ley seca, adefesio jurídico que alborotó la corrupción y la delincuencia, tal como las promueve de nuevo, al concluir el siglo, la terquedad gringa en satanizar la droga y mantenerla ilegal y perseguida. Es decir, costosa y atractiva. Los Al Capone y los Lucky Luciano de la época, no sólo sirvieron de modelo sangriento a otros cuantos criminales que establecieron su imperio en calles y burdeles de Chicago, Nueva York, Los Ángeles, Detroit o San Francisco, sino que devendrían cuatro décadas más tarde en los Pablos, Gilbertos y Migueles que llenan de dólares "blancos" la economía finisecular del planeta y de sangre las ciudades andinas. -No es gratuito que una de las fotografías favoritas del difunto narcoterrorista Pablo Escobar, sea una en la que aparece vestido como Al Capone-. Tal como entonces los Sternberg y los Robinsons dieron vida en la pantalla al gangsterismo, son ahora los Robert Rodríguez, los Al Paccino, los Antonio Banderas, quienes reproducen en el cine la amarga realidad de los narcotraficantes de fin de siglo.La saga gangsteril con final moralizante -el bandido muerto o en la cárcel- la continúa en 1931 Mervyn Le Roy con Hampa dorada, con un bandido cruel y sin escrúpulos convertido en pequeño César de los arrabales de Chicago (Rico Bandello, protagonizado por Edward G. Robinson, quizá el más conspicuo gángster del cine norteamericano). Luego, el talentoso libretista de La ley del hampa, Ben Hecht, elaboraría un guión para Howard Hawks: Scarface, una biografía de Al Capone que, en opinión de su productor Howard Hughes, sería el "filme de gángsters que acabaría con los filmes de gángsters". Pero Hughes no era tan buen adivino como empresario y amante -según las crónicas chismosas de Hollywood-, y la cinta fue apenas una más de un nutrido catálogo que incluyó El bosque petrificado (Archie Mayo, 1936), en la cual empieza a dibujar su enorme personalidad el más talentoso duro del cine norteamericano: Humphrey Bogart, quien protagonizaría en 1942 una de las más bellas cintas del cine mundial: Casablanca (Michael Curtiz), al lado de una actriz sueca legítima heredera del talento de Greta Garbo: Ingrid Bergman.Romántico y adorable, Bogart encarna en muchos filmes el malo simpático que hace suspirar a las chicas y es la envidia de los hombres por su estampa de tumbalocas mundano y querible. La censura del Código Hays imponía, sin embargo, que el gángster muriese al final de cada filme para descanso del puritanismo calvinista, aunque reviviera en la siguiente. Y así continuó por largos años porque la hipocresía es así de imbécil.La novela negra de Raymond Chandler, Dashiell Hammet y otros, aportaría al cine de postguerra argumentos en que el escepticismo y la ambigüedad empezaban a reemplazar el manqueo esquema de buenos y malos. La persecución desatada por la cacería de brujas del senador MacCarthy, llevó a Hollywood a refugiarse en el thriller para retratar una sociedad en proceso de descomposición, en la que criminales depravados y sádicos compartían espacio con policías, funcionarios y políticos corruptos, en un clima de revoltijo moral en el que era casi imposible distinguir unos de otros. El bad-good-boy encarnado por Bogart, prevalece sobre el malo malo de preguerra, que había tenido en Edward G. Robinson su arquetipo.Las nuevas teorías psicoanalíticas trataban de explicar comportamientos humanos a partir de psicopatías de guerra o traumas de infancia, y el cine entró en la onda con una cinta en la que una bella vampiresa, Rita Hayworth, inauguraba el elemento fetiche sexual con su ceñido traje de seda negra y los largos guantes negros que exhibiera en Gilda (Charles Vidor, 1946). El filme llegó a ser tan popular que una copia fue enterrada para la posteridad en una montaña de los Andes. Jean Harlow, la vampiresa rubia que en los treinta escandalizara la pudibunda Norteamérica con sus escotes de vértigo y sus trajes semitransparentes que evidenciaban una total ausencia de ropa interior, tenía magnífica heredera en la bellísima Rita.Los argumentos psicoanalíticos menudearon: Anatole Litvak realizó en un manicomio su Nido de víboras (1948) y Hitchcock profundizaría en el tema con La soga –una de las más experimentales y bellas cintas de su filmografía–, Atormentada (1949) y Extraños en un tren (1951). El género se ubicaba en un amplio espectro entre el realismo urbano, el sentido del fracaso y la crueldad, en manos de directores como Jules Dassin, John Houston y Raoul Walsh.Al tiempo, la óptica de la justicia tendría también su dosis de pantalla con varios filmes importantes, aunque lo mejor del género negro vendría desde el interior del mundo del crimen, con una perspectiva pesimista del comportamiento humano.Así: Laura (Otto Preminger, 1944), Historia de un detective (Edward Dmytryk, 1944), El gran sueño (Howard Hawks, 1946), El beso de la muerte (Robert Montgomery, 1947) y Forajidos (Robert Siodmak, 1946), cinta en la que dos futuros monstruos del cine empiezan a perfilar su calidad interpretativa (Burt Lancaster) y su perturbadora belleza (Ava Gardner). De estos mismos años es La dama de Shangai, en la que Orson Wells destruye el mito erótico de Rita Hayworth –entonces su esposa– dejándola morir abandonada y despreciada.... y los tiros en Arizona
La psicología llegó también al western. La diligencia, un filme de John Ford rodado en 1939 y considerado por muchos como la más bella cinta del género, abordaba la tensión dramática suscitada entre un grupo de personas que viajan en una diligencia y deben afrontar juntos, cada quien a su manera, los peligros de un viaje por las tierras indias del oeste. Ford continuó con otros temas su filmografía de conflictos entre grupos de seres humanos sometidos a la presión de afrontar juntos y sin escape posible, las más dramáticas situaciones. Algunos oestes posteriores cerraron un ciclo que continuarían luego, con enorme talento, John Houston, Billy Wilder, Elia Kazan y Fred Zinnemann, cuyo mayor aporte al género fue Solo ante el peligro (1952), filme en el que un sheriff (Gary Cooper) se debate entre su obligación como autoridad y su instinto de conservación. La cinta alude críticamente al mackartismo, generador de una sociedad que pierde su rumbo ético y se halla incapaz de reaccionar ante el chantaje, la maledicencia y la traición.
Pero el cine prebélico tuvo otros nombres que dejaron huella. Uno de ellos fue un alsaciano que llegó a Hollywood en 1921 y después de realizar varios westerns para la Universal, enfiló hacia la adaptación de novelas y obras dramáticas para el cine: William Wyler. Fruto de este talentoso trabajo fueron El abogado (1933), basado en un drama de Elmer Rice; Callejón sin salida (1937) de Sidney Kingsley; Jezabel (1938) sobre una novela de Owen Davis que, maravillosamente interpretada por Bette Davis, no solamente le daría a esta actriz su primer Oscar sino que la pondría en camino de ser una de las grandes de Hollywood.Una gran profundidad de campo, posibilitada por la nueva película patentada por Kodak, sirvió a Wyler para construir secuencias fílmicas en donde la continuidad escénica no se perdía por el paso de una situación a otra en el mismo plano, con lo cual pudo estructurar una serie de filmes de alto contenido literario en los que el diálogo era lo más importante para mantener el clima de tensión.La literatura como materia prima del cine, tendría otros talentosos realizadores como Rouben Mamoulian, George Cuckor, Otto Preminger y Max Reinhardt, quien filma en 1935 Sueño de una noche de verano. Pero el mayor éxito comercial de este ciclo literario, sería la fastuosa producción cinematográfica de una novela racista: Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchel, que empezara a rodar en 1939 George Cuckor y concluyera Víctor Fleming. Como alarde técnico adicional, esta cinta llevó el technicolor a la pantalla, además de imponer como galán a Clark Gable y como arquetipo femenino a la inconstante Scarlett O'Hara encarnada por la joven actriz inglesa Vivian Leigh
Dita Parlo y Jean Doté en L'Atalante (1934), testamento poético de Jean Vigo.Francia sale de la crisis
La crisis sopló también sobre Europa. Francia, acabada de salir de los felices años de la Belle Epoque, se encontró con una industria cinematográfica que no poseía patentes para acceder al cine sonoro. De modo que hubo de humillarse ante los grandes estudios norteamericanos y alemanes.
De la debacle sobrevive la producción de Jean Vigo, realizada en dificilísimas circunstancias económicas y técnicas, pero que se impone por su enorme talento creativo, su crítica corrosiva y las imágenes increíblemente poéticas de filmes como el documental A propósito de Niza (1929), en donde muestra la decadencia de una ciudad de tarjeta postal que esconde entre sus paisajes turísticos, todo un sórdido mundo de gigolos, prostitutas de alcurnia y artificiosa decadencia; y una hermosa y poética cinta sobre la adolescencia estudiantil enfrentada al pomposo y vacuo autoritarismo de un colegio de postín: Zéro de conduite (1932-1933). El lirismo de Vigo y su ácida crítica social no tuvieron continuidad. Su mala salud y las circunstancias adversas de su vida de militante anarquista, llevaron a la tumba, a los veintinueve años, a quien fuera llamado el Rimbaud del cine francés. Como colofón a sus desgracias, su última producción, L'Atalante (1933-1934), un poema de amor surrealista, fue mutilado y sus secuencias alteradas por los estudios Gaumont para explotarlo comercialmente, sin que el ya moribundo Vigo pudiera impedirlo.La mala suerte de Vigo tuvo su contrapartida en René Clair, mimado por la industria y auspiciado por los estudios franco alemanes. Su primera obra sonora: Bajo los techos de París (1930), recurre al amor y a la ternura en medio de situaciones caricaturescas hábilmente recreadas con la ayuda de sonidos y silencios elocuentes y dramáticos. Después vendría una filmografía que va de lo grotesco de El millón (1931), a la crítica social de ¡Viva la Libertad! (1931), y a la farsa política de El último millonario (1934) en torno a la crisis económica que hace desaparecer el dinero en el Casino de Montecarlo y obliga a acudir al trueque. El fracaso comercial de esta cinta lo lleva a Inglaterra en donde filma El fantasma va al Oeste (1935), sobre las incidencias que se derivan de la compra por un millonario americano de un castillo escocés, y su traslado piedra por piedra a los Estados Unidos, incluido el fantasma que lo habita.Los años treinta del cine francés exhiben otros nombres ilustres como Julien Duvivier, Jacques Feyder y, sobre todo, Jean Renoir, cuya producción contiene títulos trascendentales como Naná, basada en la novela de Emile Zola, La golfa, Toni, El crimen de M. Lange, un documental político: La vie est á nous, su inacabada obra maestra Un día de campo (1936), y un filme presentado en el Festival de Venecia en 1937: La gran ilusión, que hubo de resignar el primer premio, bajo protesta de la crítica y del público, a Carnet de baile de Duvivier.Por esos años surge también la figura brillante de Marcel Carné, quien logra imponer en la pantalla, en El muelle de las, brumas, una pareja de actores que haría historia en el cine francés: Jean Gabin y Michelle Morgan.Volvamos al Hollywood de postguerra
John Houston, uno de los más importantes herederos de Wyler, había tenido su primer éxito con el thriller El halcón maltés, con la destacada actuación de Humprey Bogart. Luego filmaría El tesoro de la Sierra Madre (1947) en la que su pesimismo juega con las incidencias del esfuerzo y el fracaso; La jungla de asfalto, sobre el merecido mal fin de los gángsters; la existencia desolada de Henri de Toulouse-Lautrec en Moulin Rouge, el canto optimista de La reina de Africa (1952), filme en el que Bogart tiene un brillante téte a téte con Katherine Hepburn; y el maravilloso reto a la divinidad y a la naturaleza simbolizadas en una enorme ballena blanca, en Moby Dick.
En 1947, un emigrante turco de Constantinopla, Elia Kazan, brillante director teatral, llega a Nueva York y funda una escuela de Teatro con Cheryl Crawford y Robert Lewis: Actor's Studio, la cual empieza a dirigir junto con Lee Strasberg aplicando en la enseñanza las teorías de interpretación naturalista de Stanislavsky que ya había ensayado Pudovkyn. De esa escuela saldrían para Broadway y Hollywood, toda una generación de talentosos actores como Marlon Brando, Paul Neuman, Montgomery Clift, James Dean, Shelley Winters, Carol Baker, Rod Steiger, Lee Remick, Jack Palance, Eva Marie-Saint, Karl Malden y otros que, en los años cincuenta, empezarían a construir el gran edificio cinematográfico norteamericano de la segunda mitad del siglo.Lo que queda y lo que falta
Otras filmografías tuvieron gran importancia en el desarrollo del cine desde la llegada del sonido hasta los años cincuenta, y de allí hasta los últimos años del siglo. El cine soviético post Eisenstein con su realismo socialista burdo y siempre politizado pero a ratos genial; el cine sueco, brillante y literario; el incipiente cine latinoamericano que empieza a mostrar talentos en México, Brasil y Argentina; el cine japonés, con algunas de las más bellas obras de la historia, el Neorrealismo italiano, la Nueva Ola francesa, etc. Ello, aparte de temas específicos como la censura, la persecución desatada por el macartismo, las vampiresas del cine, el género de terror, la ciencia ficción, el cine romántico, etc. En fin, toda una historia relacionada con el arte del Siglo XX, cuyo primer centenario se cumple el 28 de este mes de diciembre.
Sin embargo, la terminación del año dedicado al centenario del cine, más cierta preocupación interna sobre la falta de interés de estas crónicas para los lectores, hacen que suspendamos aquí, al filo de los años cincuenta, el recuento apretado y sucinto de la historia del cine. De ahí en adelante, podríamos decir para justificarnos y consolarnos los aficionados, todo es historia reciente... y conocida.