MANUAL PARA QUE UNA CIUDAD PIERDA LA INOCENCIA
Publicado en
mayo 20, 2012
Eduardo Zurita con su "Vuelve al Candil", rompía récords de ventas.Correspondiente a la edición de Octubre de 1993CRONICAPor Fernando ArtiedaVelasco Ibarra había ganado lo que después sabríamos era su última presidencia. Guayaquil, tenía un millón de habitantes y solo se extendía hasta la Pancho Segura por el sur. La veta negra y arbolada de la avenida Kennedy -nos había dado la nota de ponerle Kennedy a cualquier cosa que inauguráramos- la unía con Urdesa, lo más extremo que geográficamente teníamos por el norte.
Ratificando su estirpe populista, Guayaquil había sido autora material de esa especie de crimen perfecto en que se convierten las recaídas clavadas de la democracia a la chola que vivimos; ese deicidio. Ni siquiera nos dimos cuenta que al mismo tiempo sepultábamos para siempre la pintoresca figura de Eusebio Macías, político en bicicleta, el "líder de las masas cholas y morenas", de los que "solo comen arroz con menestra, a veces sin carne asada", que en esa lid electoral vio el ocaso de su folclórica carrera política.El arquitecto Rafael Castro Abad había presentado el primer "Plan General Urbano" para normar el crecimiento y desarrollo de Guayaquil sin que nadie hiciera caso a este urbanista visionario.Despetrolizados todavía, casi sin saber -porque eso era secreto de militares y de gringos- que el oro negro pugnaba por brotar en el oriente, desembocamos como borregos en las fauces de la insaciable empresa electorera velasquista y allí estabamos, a bordo de una generación recién salida de la adolescencia y de cara al sinsabor de un mundo que estaba a punto de dar a luz el futuro.En la calle Luque se conmemoraba el centenario de la Botica del Comercio, la más antigua institución científica sobreviviente en la ciudad, casi al mismo tiempo que en Cabo Cañaveral se lanzaba el cohete Apolo 8 llevando a bordo a la tripulación de cosmonautas que por primera vez circunvolucionaban la luna.Pero no estábamos tan atrasados. Ya estaba en el aire el Canal 2 de televisión y Alfonso Espinoza de los Monteros como narrador de noticias y Mercedes Lozano como modelo profesional, invadían el juego ilusorio con que se contaminan las sociedades vírgenes ante el deslumbramiento de la pantalla chica.La competencia se tornaba abierta y los artistas de moda llegaban a la escena de cristal para iluminar el show de fantasía con que se encendían los sagrados corazones. Patricia González, Eduardo Zurita y su órgano, Juan Cavero y su orquesta, los hermanos Miño Naranjo, el Trío Los Brillantes con Olguita Gutiérrez, rutilaban sin esfuerzo el mismo año en que Nicasio Safadi, el noble "turco" creador del pasillo Guayaquil de mis amores, cerraba los ojos para que el "mundo siga andando".Se estrenaban telenovelas mexicanas como La Tormenta con Ignacio López Tarso, Amparo Rivelles, Columba Domínguez y Enrique Lizalde, inundando de sincero patriotismo el corazón de los jóvenes que entonces pensábamos que se podían hacer revoluciones como en la televisión.Ese mismo año se estrenaba la primera telenovela ecuatoriana, El Cristo de nuestras angustias, con texto original del padre Ignacio Rueda, actuada por Miguel Angel Albornoz, Meche Mendoza, Alisva Rodríguez, Rosario Ochoa, Roberto Garcés y Mercede Lozano, y con la narración de Alfonso Espinoza de los Monteros.Por las calles rodaban automoviles Plymouth, Studebaker, Dodge, Ford, clásicos y De Soto, pero eran más bien pocos y fácilmente identificables por su aspecto atortugado y respetable. De esta manera, los transeúntes podíamos enfrentarnos con mayor diafanidad y franqueza a las pancartas y marquesinas que anunciaban el arribo del país -y particularmente de la ciudad- al mundo de los alimentos y bebidas sintéticos y enalatados.De pronto ya éramos clientes de las sopas Maggi, de la pasta dental Efil, de los cigarrillos King mentolados, de los atunes Van Camp, de los jugos Guayas, del brandy Lima Dry y del licor superfino Cristal. Guayaquil llegaba al tiempo del supermercado, de la compra de alimentos en autoservicio. Los supermercados El Rosado, con sus locales en la avenida 9 de Octubre, en Urdesa, y en el barrio del Centenario, inauguraron este tipo de comercios.Pero todavía tuvimos que asistir al espectáculo más notable del acierto industrial de aquellos tiempos, la puesta a la venta de la cerveza Club, botella marrón con una etiqueta blanca atravezada de una banda roja y una corona dorada impresa en la parte superior derecha de la enseña. Su precio, dos sucres cincuenta centavos.Y es que el dólar estaba en 15 sucres por unidad y aunque el salario mínimo era de 400 sucres mensuales, una familia de clase media, donde los cónyuges ganaban 800 sucres cada uno, comía con 20 sucres diarios, pagaba un departamento de 400 sucres mensuales, el cine valía un sucre sesenta centavos, una Coca Cola 80 centavos, la entreda a la general del estadio Capwell costaba 2 sucres y a la tribuna 5, el bus costaba 20 centavos, el colectivo 1 sucre y la carrera de taxi 5. Esto solo por no recordar que la confección de un vestido de mujer costaba 30 sucres, y 7 la fantasía sexual inspirada en Brigitte Bardot -santa diabla-, con una damisela en la calle 18 a donde las putas habían sido expulsadas desde la calle Machala por un Intendente de Policía hipócrita que era, además, su visitante gratuito, y que hizo pingüe negocio con la presunta expulsión.Pero había otros delincuentes, violentos y crueles, como los que mataron al hacendado sueco Folke Anderson, bananero asentado en Esmeraldas quien, al cabo de acrecentar cuantiosa fortuna y de ejercer acción benefactora en la provincia verde, terminó con el cráneo machacado a tiros y golpes de combo en su propio domicilio de Guayaquil, la madrugada canalla del 8 de mayo.
"La botica del Comercio, la más antigua institución científica sobreviviente", cumplió 100 años en 1968; y, sigue idéntica.Los guayaquileños inaugurábamos el avance tecnológico de poder hablar a larga distancia marcando el 02 desde cualquiera de los 28.000 teléfonos que había en la ciudad. Desde ese trascendental 68 pudimos hablar con Quito sin pasar por el mal genio de las operadoras de la entonces Empresa de Teléfonos de Guayaquil.Nuestras mujeres empezaban a ser culturalmente bombardeadas por la ideología de la belleza flaca. Moviéndose en esferas intelectuales potencializadas entre el tónico Plus Forma, la primera fórmula adelgazante que hubo en nuestro medio, y el ejemplo de flacas portentosas como Twiggy, las guayaquileñas empezaron a descubrir que el bikini era una vía exitosa para ganar el cielo de la estética moderna. Así lo demostraban Priscila Alava al ganar el título de Miss Ecuador 1968 o beldades como Julia Saab Andery, electa Reina de Guayaquil en octubre.Eran los primeros tiempos brasileños del Barcelona Sporting Club y el espítritu deportivo de la afición guayaquileña empezaba a adaptarse a que Barcelona hubiera dejado de ser un equipo criollo de pura cepa para aceptar la legión extranjera de saetas fulgurantes como Helio Cruz, volantes de marca dura como Jair o guardametas fantásticos como "el pez volador" Helinho.El deporte guayaquileño se enlutaba con la trágica muerte de Tobías "Antulo" Vera, el lanzador de la selección ecuatoriana de beisbol que –era también piloto de la Fuerza Aérea– pereció en un trágico accidente.El ámbito cultural de Guayaquil se conmovía por la muerte del "monstruo" de la pintura ecuatoriana, Diógenes Paredes, y también con la actitud rebelde de los pintores del llamado grupo VAN, que se alzó contra la Bienal de Pintura que ganó el argentino Ari Brizzi en Quito.Eran tiempos en que el gran artista español Manuel Viola se radicaba en Guayaquil por un tiempo memorable, y los pintores Jorge Swett y Segundo Espinel levantaban el mural gigantesco del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social.Al mismo entonces, un joven artista guayaquileño de apenas veinte años de edad ganaba su primer premio importante. El ahora famoso José Carreño, despuntando en su notable generación plástica, ganaba el segundo premio del Salón de Julio con su obra Guayaquil colonial, justo cuando el poeta Othón Muñoz ganaba el concurso del poema mural. Alberto Borges y Elio Armas triunfaban en el II Festival Municipal de cine con sus obras Pasos y Carbón.Los escritores más jóvenes andábamos deslumbrados con la lectura de Paradiso, la sorprendente novela del cubano Lezama Lima, cuando el narrador Walter Bellolio publicaba su libro de cuentos La sonrisa y la ira, y yo perpetraba mi primer asesinato poético en el Café 78, sitio lleno de leyenda y ternura, ubicado en la 9de Octubre y García Avilés, lanzando mi libro Hombre solidario. Hoy en ese sitio naufragado y querido venden pollos asados y en sus inmediaciones gritonea el parlante de una central política del Partido Social Cristiano.Eran los días en que se quedaba en el país el director de teatro italiano Fabio Pacchioni, formaba el grupo "La Barricada" y estrenaba Boletín y elegía de las mitas y Libertad, libertad, con Toty Rodríguez, Magda Macías, Marco Muñoz, Jorge Vivanco y otros, revolucionándolo todo y de tal manera que nunca más pudimos volver a ser los mismos.Acá en Guayaquil discutíamos en los bares y capillas intelectuales la necesidad de imitar esos procedimientos indispensables. Recién un año después pudimos implementar nuestra resolución de cambio. Nos tomamos la Universidad pidiendo la eliminación de los exámenes de ingreso y el gobierno velasquista nos bañó de sangre, sellando el pacto de glóbulos rojos que unió a Guayaquil con la historia del mundo en ese tiempo de amor, cuando todavía creíamos que éramos los deseñadores de la esperanza.
El Arquitecto Rafael Castro Abad había presentado el primer "Plan General Urbano" para normar el crecimiento y desarrollo de Guayaquil...