UN FUGITIVO ENTRE NOSOTROS
Publicado en
abril 08, 2012
Drama de la vida realCon una escopeta que parecía pequeña en sus enormes manos, anunció a sus rehenes que no dañaría a nadie. Pero, ¿cómo fiarse de un raptor que había violado antes a dos mujeres?
Por Gerald MooreLA LLUVIOSA mañana del domingo 12 de agosto de 1979, Jack Soto escuchaba las noticias de la radio cuando el locutor mencionó la población norteamericana de Gardiner (Nueva York), cerca de allí. Soto aumentó el volumen:
...los comisionados de la cárcel correccional de Fishkill anunciaron que Gantz, de 28 años, quien cumplía una condena de entre 12 años y medio y 24 años por violación y robo, escapó ayer por la tarde... detuvo el vehículo de un matrimonio, de Wallkill a las 2:30 de la madrugada de hoy. Luego de hacer que regresaran a su casa, Gantz obligó a la pareja a beber, luego ató al hombre a la cama y violó a la mujer. Empleó el automóvil para huir, chocó el vehículo como a un kilómetro y medio de distancia y robó una camioneta que los ayudantes del alguacil encontraron abandonada a eso de las 8 de la mañana, cerca de unos bosques en Gardiner. Más de 150 guardas correccionales, policías de la guardia civil y asistentes del comisario continúan la busca...Soto apagó la radio.—¿ Por qué no te quedas a almorzar? —dijo a su hija Mary Ann Cossano, de 26 años.Embarazada de ocho meses, no encontraba una posición cómoda después de un rato de estar sentada, y deseaba llegar a su casa a tiempo para descansar, antes de llevar a su hijo Justin, de cinco años, al cine.—No me pasará nada —repuso.Su marido, Lester, se hallaba en viaje de negocios y no regresaría hasta la noche. A Jack Soto no le gustaba la idea de que Mary Ann y Justin llegaran solos a su casa vacía, pero no insistió.La posibilidad de encontrarse con el prófugo parecía muy remota, hasta que Mary Ann tuvo que detenerse ante una barricada en el camino, cerca de su hogar.—¿ Será prudente volver a casa? —preguntó al policía que revisó su automóvil.—Creo que sí, pero no deje entrar a nadie.Mary Ann estacionó el vehículo ante la entrada de su vivienda, que se hallaba aislada de las otras. Ella y el niño entraron por la puerta lateral, subieron los escalones y se dirigieron a la cocina.Llamó a su amiga Anna García, que trabajaba de telefonista en la prisión de Wallkill, para averiguar algo respecto al fugitivo. Esta le contó los detalles: "La última vez que lo vieron estaba cerca de las vías de ferrocarril, detrás de tu casa. Un momento, tengo otra llamada", le dijo, interrumpiéndose.Mary Ann se volvió. Desde la escalera que conducía a los dormitorios un gigantesco hombre rubio la miraba, empuñando una escopeta.El intruso se había puesto un pantalón vaquero de Lester que le quedaba chico, y uno de los abrigos de ella. Avanzaba hacia la cocina, aterrador por su elevada estatura y enorme peso. "Cuando su amiga vuelva al teléfono, dígale que tiene que cortar", ordenó Gantz.Al darse cuenta que el prófugo había escuchado la conversación por la extensión, obedeció. Le pasó por la mente lo que Anna le había dicho: sobre todo, lo de la mujer de Wallkill. ¡Dios mío!, pensó, si me viola perderé el bebé. Miró a Justin y notó que su labio inferior comenzaba a temblar.—¿Nos hará daño? —preguntó.—No, si no hacen alguna tontería. Necesito descanso y un sitio para esconderme.Se oyó el motor de un helicóptero que pasaba lentamente sobre la casa y luego se alejaba. Mary Ann comenzó a temblar violentamente y se echó a llorar.—Quiero que me diga dónde hay barricadas —dijo Gantz sentándose a la mesa.La pregunta la alivió momentáneamente. Le dijo dónde estaba la que ella había pasado y luego le describió los caminos locales. Si lo convencía de que había una ruta de escape, quizá se iría.EL INVESTIGADOR George Rebhan, de 37 años, con 13 en la policía del estado de Nueva York, y desde los últimos cinco en el Departamento de Investigación Criminal, se desperezó al levantarse de la cama a las 12:15 horas. Oyó el helicóptero de su división policial sobre su casa y se dio cuenta de que por fin estaban empleando todos los recursos para la busca del forajido. Ahora podría entrar en acción. Hubiera deseado seguir actuando toda la mañana, pero lo venció el sueño a las 5 de la madrugada, después de 14 horas de vigilia.Rebhan condujo su automóvil tres kilómetros para presentarse ante el capitán Stanley Kowalik, que dirigía las operaciones desde un puesto en el puente de Creek Road. Kowalik se alegró de ver a Rebhan. Sabía que este fue adiestrado para negociar con rehenes, y en dos ocasiones los había convencido de que se entregaran sin emplear armas.Kowalik había soltado los sabuesos, pero con tanta lluvia, no hubo resultados útiles. Tampoco fue eficaz el helicóptero. El capitán conocía bien el espeso y pantanoso bosque, así como los vastos huertos y viñedos de esa zona que proporcionaban un excelente escondite. Sabía que Gantz había sido paracaidista en la infantería de Marina, y comprendía que sólo darían con él por casualidad.La otra posibilidad podía traer aun más dificultades. Como con toda seguridad Gantz buscaría un sitio para reponerse, quizá tomaría rehenes. Ya una vez lo había hecho. La víctima fue entonces una joven a quien obligó a acompañarlo en una serie de robos en la Ciudad de Nueva York. Además, la había violado.AL SALIR de la iglesia, Genevieve Soto decidió pasar por la casa de su hija antes de volver a la suya. Cuando oyó que un automóvil se detenía frente a la puerta, Gantz se puso en pie de un salto.—¿Quién es? —demandó.—Mi madre. ¿Qué quiere usted que haga?—Déjela entrar.—¿Qué pasa? —exclamó Genevieve en cuanto vio a su hija.—Nada. Entra.Gantz apareció detrás de Mary Ann. Dándose cuenta de inmediato que se trataba del presidiario, Genevieve se alegró de haber venido. Sería mucho más complicado para el hombre violar a una mujer embarazada en presencia de la madre. La señora Soto había aprendido mucho durante sus 12 años de trabajo con delincuentes juveniles. Entró en la casa como si Gantz hubiera sido simplemente un amigo.—Tengo hambre. ¿Le gustaría un emparedado y una taza de café, señor...?—Eric —aclaró Richard Gantz.—Bueno, Eric. Siéntese; vamos a comer un bocado.Gantz dejó la escopeta y se acercó a la mesa. Genevieve calculó que había ganado la primera mano.El delincuente propuso luego que la recién llegada saliera a averiguar dónde se hallaban las barricadas en los alrededores de la casa. Le ordenó que no dijera a nadie que él estaba allí. Luego la despachó.Pero antes que saliera, el hijastro de Mary Ann, Lester Cossano, hijo, y su novia, Betty Jane Nelson, llegaron en su automóvil. Gantz se apoderó de la escopeta. Ahora había dos rehenes más.TRAS ATERRIZAR en el aeropuerto de la Ciudad de Nueva York, Lester Cossano, de 50 años, y un colega, alquilaron un automóvil y emprendieron el regreso a sus hogares a través de una lluvia torrencial. Lester puso la radio y oyó en las noticias la descripción de la busca de Gantz.A las 20:15 horas se despidió de su amigo y entró en su casa por la puerta lateral. Mary Ann lo hizo pasar. La escena en la sala lo dejó momentáneamente mudo. Allí, en su propia casa, había un hombrón vestido con sus pantalones y empuñando su escopeta. Semejante audacia lo enfureció.—¿Qué diablos quiere usted ? —exclamó, controlando apenas su genio.—No haré mal a nadie. Siéntese.Lester obedeció. Mientras estudiaba al prófugo, observó que no apuntaba con la escopeta a nadie en particular. Quizá pudiera apoderarse de ella y matarlo. Pero si erraba, o simplemente lo hería, Gantz podría ultimarlo con el cuchillo que llevaba enfundado en el cinturón, o, peor aún, matar a Justin o a Mary Ann. Decidió que era arriesgarse demasiado.Poco antes que Lester llegara, su suegra había regresado de su gira de reconocimiento y anunció que todos los caminos estaban bloqueados, menos uno. El fugitivo, quien comenzaba a mostrar signos de tensión, pues debía vigilar las actividades de seis personas, dijo de pronto a Genevieve: "Usted y Betty pueden irse". Les advirtió que no dijeran a nadie que él estaba allí.EMPAPADO y desanimado después de buscar durante ocho horas, Rebhan decidió a las 21 horas regresar a casa para ponerse calcetines secos. Al subir al auto de patrulla oyó un mensaje por la radio: ...se halla en una casa en el camino del puente Phillies. Tiene a varios rehenes. (Betty Jane Nelson había contravenido la advertencia de Gantz e informó a la oficina del comisario.) Rebhan se dirigió al domicilio de Cossano.El mismo anuncio dio lugar a una serie de órdenes de parte de Kowalik. Puso grupos armados en torno de la casa invadida; luego marcó un segundo perímetro para las operaciones. Las barricadas se instalaron más cerca. Una estación de comando se estableció detrás del garaje de Cossano.Rebhan comenzó a prepararse sicológicamente para el encuentro. Había estudiado los informes de la cárcel referentes a Gantz. Ahora lo único que le faltaba era dominar sus nervios.—HACE MUCHO que salió su hijo —comentó Gantz.El muchacho había sido enviado horas antes para verificar la situación de las barricadas.—Habrá tomado el camino más largo —repuso Lester.Mary Ann estaba exhausta y aterrada en el sofá. Veía a su marido cansado y nervioso. Si Gantz intentaba atacar a ella o a Justin, Lester perdería el control y probablemente el otro lo mataría. El sangriento cuadro la obsesionaba.Sonó el teléfono. Mary Ann contestó: "Es para usted", dijo, entregándole el teléfono al prófugo. "Señor Gantz, le habla George Rebhan". Gantz blasfemó y colgó el auricular.El teléfono volvió a sonar. Mary Ann se lo pasó de nuevo. "Nos interesa su bienestar y el de las otras personas de la casa", dijo Rebhan.El delincuente blasfemó, colgó el tubo y empujó a toda la familia hacia la sala de estar de la planta baja. Sonó allí otro teléfono. Gantz lo tomó y dijo:—Quiero una botella de whisky escocés.—Muy bien, señor Gantz, veré qué puedo hacer —contestó Rebhan.El delincuente pedía algo. Era un primer paso.Lester, hijo, quien ahora estaba con Rebhan, le informó: "Hay una botella de escocés en la casa". Esto significaba que Lester, el padre, tenía aún cierto control de la situación, puesto que no había ofrecido la bebida al presidiario. No se había entregado sicológicamente. A Rebhan le preocupaba el llamado "síndrome de Estocolmo", extraño fenómeno por el cual los rehenes comienzan a identificarse con sus captores y hasta les ayudan. En ese caso la situación sería más peligrosa.El investigador llamó nuevamente:—Señor Gantz, estamos tratando de conseguirle el whisky.—Una cosa más. No deseo ninguna publicidad —anunció Gantz. Rebhan había visto el amontonamiento de reporteros fuera del cordón de policías. No tenía mucha esperanza:—Haré lo posible.Encargó a varios ayudantes que pidieran a emisoras y periódicos que no comentaran el suceso."Necesitamos música", pidió el prófugo. Mary Ann conectó la radio. Se oyó un boletín noticioso sobre Gantz, quien llamó por teléfono a Rebhan y le espetó una diatriba de insultos. Este replicó muy tranquilamente:—Estamos haciendo lo posible, señor Gantz. ¿Por qué no deja salir a la señora y al chico? A usted no le hace falta sino un rehén.Este fue el principio del tema que Rebhan entretejería en su conversación a medida que pasaban las horas.Al colgar el auricular, Gantz pidió disculpas a Mary Ann por sus blasfemias con irónica cortesía. El prófugo comenzaba a mostrar una especie de síndrome de Estocolmo a la inversa. Todavía no había colocado la seguridad de los rehenes por encima de la propia, pero Lester notó un cambio sutil en su actitud hacia la familia.Con la excusa de informar sobre el progreso de sus gestiones con los periodistas, Rebhan comenzó a llamar a la casa a intervalos de cinco minutos, y cada vez se las ingeniaba para comentar algo sobre Mary Ann y el niño.A las 2 de la madrugada la embarazada comenzó a llorar de ira y de miedo, por sentirse tan inútil y por la tensión que se acumulaba en el ambiente.—Vaya con Justin a casa de su madre —dijo Gantz de repente.El corazón de Lester dio un vuelco.—No me iré sin mi marido.—Vete ahora —le ordenó Lester serenamente. Nunca en su vida había pronunciado dos palabras con tanta intensidad.Rebhan cogió el teléfono. Oyó la voz de Gantz:—La mujer y el niño van a salir ahora.Cuando agregó que lo harían en automóvil, el investigador apenas le creyó. Gantz renunciaba al único medio que tenía para huir, excepto a pie. Entonces Rebhan sospechó, erróneamente, que el drama se acercaba a su fin.LESTER, tan agotado que hasta sentía mareos, tomó el teléfono el lunes por la noche y oyó que su suegra pedía hablar con Gantz para decirle:—Eric, cuando esto pase, lo ayudaré en lo posible, pero por Dios deje que Lester viva para conocer a su nuevo hijo.Gantz contestó que no le haría ningún daño, a no ser que la conducta de la policía lo obligara.El martes, muy temprano, Lester comenzó a sentirse embotado por la falta de sueño. Se sentó ante Gantz y lo vio colocar la escopeta en el estante de la chimenea. Sabía que podría arrebatársela, pero descubrió que ya no tenía voluntad para matar al presidiario. Gantz había liberado a todos sus seres queridos. Lo que tanto hubiera deseado hacer un día antes, ahora le resultaba imposible. El prófugo se acercó de nuevo a la escopeta.La siguiente vez que sonó el teléfono, Lester dijo a Rebhan:—No puedo mantenerme despierto más tiempo. Necesito aunque sea una hora de sueño.—Eso no puede ser —contestó Rebhan.La mayor garantía de seguridad, aunque nada se había dicho al respecto, era la amenaza de que los policías irrumpirían en la casa en cuanto creyeran que Lester había sido herido. Si se dormía, no tendrían manera alguna de saber lo que ocurría.—Tengo que dormir —repitió Lester.Entonces el investigador persuadió a Gantz que despertara a Cossano dentro de una hora. Este se recostó en el sofá y se durmió instantáneamente.ALREDEDOR de las 5 de la tarde, un tiro sonó desde la dirección de la casa. Segundos después, los policías la invadieron.Lester despertó con dificultad, a pesar del ruido y de la luz que brillaba en sus ojos. No sabía dónde estaba ni quiénes eran los que lo rodeaban. Por fin se dio cuenta de que el cuarto estaba lleno de policías y oficiales correccionales. Gantz había desaparecido.GANTZ había escogido el mejor momento para huir. Pasó a través de una ventana del primer piso y se arrastró velozmente hasta el bosque, sabiendo que los guardas extenderían su perímetro nocturno antes que amaneciera. Cuando Gantz fue sorprendido por dos que patrullaban un camino, simuló entregarse. Manos arriba, repetía:—¡No disparen, no disparen!Pero se arrojó al matorral. Uno de los guardas tiró al aire para alertar a los otros, pero el fugitivo escapó.El sargento Brian O'Connor, veterano de la Guardia Civil, quien había estado de turno desde el comienzo del asedio, el más prolongado en la historia de la policía del estado de Nueva York, señaló correctamente la dirección que tomaría el fugitivo. Por eso esperaba a Gantz cuando este salió del bosque, como a unos 80 metros de distancia.Sin embargo, el ruido de un helicóptero de la policía hizo que Gantz se internara nuevamente en el bosque. Rebhan se unió a O'Connor en el sitio donde había sido visto el convicto por última vez, y los dos oficiales se metieron entre los matorrales. De pronto, O'Connor vislumbró al prófugo boca abajo, medio oculto en el lodo, casi a sus pies. Cayó sobre él y Rebhan encima de O'Connor para asegurarse de que la caza había terminado.HOY, RICHARD Gantz está nuevamente en la cárcel. De vez en cuando, Mary Ann imaginó ver a un hombre acechando en la escalera. Y Justin a veces se disfraza como el prófugo, con una escopeta de juguete en la mano. "Probablemente el tiempo borre un poco el miedo; pero sé que esos días de terror siempre nos acompañarán", comenta la señora Cossano.