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abril 08, 2012
El protagonista del refugio, acrílico, 120 cm x 150 cm, 1995Por Ines M. FloresEl tiempo, la sensación de aceleración y caos, esas ideas impactantes de fin de siglo que impregnan gran parte del simbolismo contemporáneo, son la constante mayor de la obra plástica, de una década, de Francisco Toledo (Cuenca, 1962), artista radicado en Panamá. Preñada de alusiones sutiles, su pintura es de efectos inquietantes, enigmáticos y referidos a nuestro pasado remoto, en términos de sus misteriosas codificaciones.
En pintura, el lenguaje simbólico se asocia con la idea de que la función del arte no es expresar lo obvio, sino evocar o traducir lo indefinible. Entran en ese campo las sensaciones turbadoras, equívocas, la revelación de lo más recóndito del alma humana, de donde toman su intensidad y su verdad. Las imágenes emblemáticas de Toledo parten del sueño y lo convierten en realidad tangible; concretan, dan forma a realidades ocultas, para sugerir una explicación del misterio del hombre y su mundo.En su pintura, Toledo revela un gran talento nutrido de conocimientos y certeramente orientado hacia la creación. Lo demuestran las etapas más significativas de su producción pictórica: original, imaginativa y cargada de contenidos de naturaleza sensual.Francisco Toledo sintióse atraído por el arte desde su niñez, cuando copiaba y dibujaba paisajes, lo mismo que en su adolescencia. Siguió Arquitectura en la Universidad de Cuenca, porque erá lo que más se avenía tanto con sus inclinaciones artísticas como con el interés familiar de que hiciera alguna "carrera de provecho". Esa profesión le permitió después pagarse los estudios de Arte, que siempre fueron su meta, hasta graduarse de Profesor con especialización en Pintura.Alguno de los protagonistas, acrílico, 120 cm x 90 cm, 1995Pero en la práctica artística no se aferra al sistema académico y al principio se dedica a la investigación del color. Sin calcular los resultados da rienda suelta a sus impulsos, hasta que surgen las primeras ideas de su posición plástica: figuras apenas bocetadas, esquematizadas y rodeadas de tonos fríos en matices muy tenues, "susurrantes", con una suerte de veladuras conseguidas con humo de velas y cierto tipo de pigmentos; lo que él llama los secretos de su "cocina" de pintor.Muy pronto accedió a las galerías de arte con exposiciones individuales, al mismo tiempo que conseguía distinciones y premios en los salones nacionales del Ecuador. Participa en la III Bienal de Cuenca y después gana el I premio del XI Concurso Nacional de Pintura del INAC.En Panamá obtiene el Premio Nacional de Pintura 1993, y el año siguiente el Primer Premio de la Bienal de Arte Pictórico "Cervecería Nacional", así como una Mención de Honor del concurso "Los Elegidos", que organiza la Fundación Alzate Avendaño de Bogotá. "Son señales de compromiso, no de consagración", ha dicho Toledo refiriéndose a tales galardones. Y también: "Ni los halagos ni los comentarios negativos me quitan el sueño".En una especie de transición entre las reminiscencias de las primeras composiciones geométricas, con esquemas lineales seriados de la mitología andina, Toledo trabaja en los títulos Mingas, Espantadores y Sembradores (1989), y practica una pintura de valor más simbólico, como en los Totems y Oasis (1990), de ambiguas referencias a la naturaleza y a un urbanismo deshumanizado, con un lenguaje que responde a una semiótica no localista sino universal. Estas series registran diferentes momentos del proceso creativo del artista, y en ellas hurga cuidadosamente las posibilidades de una paleta que responde al desbordante cromatismo del trópico.A base de lo que él ha denominado elemento palmeral, Toledo crea estructuras rítmicas y acompasadas, con formas suficientemente ricas para acceder a un terreno maduro y sugestivo, impregnadas de esa magia inherente a la misma realidad que lo inspira.El desterrado, acrílico, 180 cm x 150 cm, 1995En la combinación de palmeras y arcos que en cierto momento es el leit motiv de Toledo, se puede admirar una suma mayor de elementos sígnicos, que se concretan en el arco totémico como base estructural de su nueva obra. Entonces nos hallamos frente a una imagen que trata de captar el cosmos de una manera personal y distinta, desde la perspectiva de lo telúrico.Como un mito que se repite, con sus variantes de palmeras y arcos, el Totem se ubica en las telas de Fernando Toledo con su carga vivencial y emotiva; así como sus Figuraciones, valiéndose de las cuales el artista ensaya expresar y potenciar sus raíces. Porque, sin duda, el sentido de origen, la mística de la sangre, constituye la motivación básica de este artista, a través del cual él asume la tarea pictórica.Las formas totémicas, pétreas, enhiestas, de apariencia vegetal y fálica al mismo tiempo, han sido resueltas mediante el juego estético espacio-clima-movimiento, en un armonioso equilibrio del par actividad-pasividad como expresión de la vida. El Emigrador o las Migraciones de las arcopalmeras están referidos a un drama, pero no es la intención de Toledo ilustrar una historia, sino convertirla en una metáfora plástica, objeto de un proceso de mutaciones de luz, color, composición y espacios de gran solemnidad. Son el ayer andino y el hoy caribeño en armonía vivencial."Mi trabajo creativo responde a una constante inquietud sensitiva, emotiva y reflexiva -afirma Toledo-, encaminada hacia la maduración de una respuesta como artista y como ser humano". Según él "el arte es de un lado estética y de otro ideología", y dice que en su obra trata de hallar el equilibrio. "¿Qué hacer cuando el hecho plástico no es percibido? -se cuestiona frente a la reacción del espectador que le pregunta qué ha querido decir- Si doy mis razones lo entienden; pero siento como un vacío, porque la experiencia inicial no ha funcionado".El estudio serio, la vocación y el talento natural; el conocimiento de otras realidades, el contacto con un medio diferente, pero también la nostalgia de las raíces, están forjando un gran pintor: Fernando Toledo.Los recientes navegantes, acrílico, 180 cm x 150 cm, 1995