NIÑOS EMIGRANTES, UN DRAMA OLVIDADO
Publicado en
abril 29, 2012

Desgarrados entre dos culturas, a menudo confusos y resentidos, representan un inquietante problema social.
Por Rudolph ChelminskiEN LOS días impetuosos y optimistas del "milagro económico" del decenio de 1960, las naciones del corazón industrial de Europa Occidental impulsaron un convenio entusiasta con el futuro, iniciando un sistema de contratación a gran escala de trabajadores extranjeros para dotar de personal a sus industrias en rápida expansión. Pero olvidaron que un trato es un negocio entre dos partes. Ahora que el milagro ha muerto, se han hecho presentes de manera insospechada los niños.
El reclutamiento de mano de obra extranjera comenzó en la parte meridional de Europa —Italia, España, Portugal, Yugoslavia, Grecia— y se extendió a Turquía, Oriente Medio y Africa. Inundaron el norte obreros sin especialidades, pero disciplinados, dóciles y satisfechos de obtener empleo, el que fuera. Se calcula que en Europa Occidental hay alrededor de doce millones de emigrantes instalados en forma más o menos permanente. Y de estos, cuatro millones son niños.Sin embargo, este enorme ejército de menores no es dócil ni disciplinado, y en su mayoría se encuentran confusos y resentidos porque en el país de destino no los aceptan y en el de origen no los quieren.En muchos casos se hallan desarraigados, escasamente instruidos y sin trabajo. "Estos niños constituyen el problema social mayor y más difícil de Europa", ha comentado un especialista alemán occidental. "Son la bomba de tiempo que tenemos en el sótano".Por otro lado, el problema va en aumento. Aunque desde la crisis del petróleo de 1973, virtualmente no se ha contratado mano de obra extranjera, continúan llegando en grandes cantidades. Los trabajadores extranjeros y sus familias suponen el 15 por ciento de la población suiza. Hay bastante más de un millón de hijos de trabajadores inmigrantes en Alemania Occidental, y otros tantos que esperan reunirse con sus padres. En el suburbio proletario de Gennevilliers de París, por ejemplo, los trabajadores argelinos tienen un promedio de ocho hijos. El malestar con que el funcionario público europeo contempla esta situación fue resumida por un funcionario de cierta escuela de Berlín Occidental que citó a Max Frisch, escritor suizo: "Buscamos mano de obra y obtuvimos gente".El asunto no consiste únicamente en cifras. Desgarrados entre culturas que a menudo se hallan en conflicto, estos cuatro millones de niños son la generación perdida europea. El solo hecho de ser diferente, de tener acento extranjero o costumbres diferentes, puede tener una tremenda importancia en el concepto que un pequeño se forme de la sociedad y de sí mismo. El problema es vital, dicen sicólogos y educadores, porque socava la identidad de un niño, llevándole a preguntarse: "¿Quién soy y qué hago aquí?"Micheline Rey, especialista en asuntos de los inmigrantes, en el Departamento de Instrucción Pública de Ginebra, manifestó: "El italiano y el español no son apreciados aquí. Esto hace que el niño se dé cuenta de que su idioma materno no es estimado y, por ende, tampoco su familia". Lentamente crece en el niño emigrante la sensación de que de alguna manera es inferior por nacimiento. Pero si es desgraciado no puede ir al país de sus padres porque el de destino es todo lo que él conoce."En Italia no me siento en casa", admitió Maria-Rosaria Semeraro, estudiante ginebrina de 19 años cuyo padre abandonó su Italia natal para venirse a trabajar como jardinero. "Soy más extranjera allá que acá".En resumidas cuentas, ese es el dilema del niño emigrante. En el caso de Maria-Rosaria las consecuencias están atenuadas porque Italia y Suiza comparten un mismo patrimonio cultural, pero la mayoría de los niños emigrantes no tienen tanta suerte. Cuando las culturas no tienen nada en común y las razas y religiones también son diferentes, las dos series de valores y preceptos de estas culturas estarán en constante pugna.Anna-Greta Heyman, sicóloga social de la Junta de Inmigración de Estocolmo, especializada en problemas de los inmigrantes, se enfrenta cada día con este conflicto entre la forma de vida sueca y los hijos de casi 700.000 trabajadores inmigrados. Un informe reciente señala que 34 de cada 100 casos de desajuste mental que se dan en las clínicas siquiátricas de Estocolmo, afectan a jóvenes inmigrantes: una cifra muy superior al porcentaje de su población total. La mayoría sufría serios problemas de identidad.Uno de estos conflictos culturales, entre una acaparadora sociedad de consumo y una musulmana conservadora, tuvo un trágico fin. En enero de 1978, Zohra, estudiante en un instituto profesional, fue sorprendida ocultando dos sostenes bajo su abrigo en un supermercado de cierta ciudad francesa. El vigilante del establecimiento le ordenó ir en busca de sus padres, mientras retenía a sus dos hermanas menores. Zohra era hija de argelinos y sabía cuánto se preciaba en su hogar el honor familiar. Se lanzó al, río y se ahogó.La mayor parte de los inmigrantes musulmanes proceden de medios campesinos muy religiosos en los que el padre es un patriarca absolutista, y las muchachas deben conservarse modestas y castas. En Europa ellas se encuentran inmersas en una sociedad tolerante y en una multitud de tentaciones materialistas. Escandalizado ante este espectáculo y temiendo por la virtud de su hija, el campesino convertido en trabajador a menudo reacciona con rigurosa severidad. Como resultado, muchas chicas musulmanas se protegen desarrollando una doble personalidad: para sus condiscípulos una, y para sus padres otra. El mínimo desliz, sin embargo, puede conducir a una confrontación dramática."Tras la pubertad, la brecha entre padres e hijos se convierte en un abismo", manifestó Merih Apakbey, consejero de la comunidad turca de Berlín. Una joven que salía con un alemán, acudió hace poco a un centro de asistencia porque sus progenitores la habían echado de casa. El centro arregló su admisión en un orfanato hasta que cumpliera 18 años.El deshonor, real o imaginado, no sólo afecta a los jóvenes. Recientemente un padre turco se suicidó al perder su trabajo y ver que su mujer era el único sostén de la familia.El desempleo, más que la deshonra, es el espectro que acosa a la mayoría de los extranjeros, porque podría causar su vuelta a una pobreza que había pretendido dejar para siempre. Y, sin embargo, está ahí, en cifras que aumentan de manera alarmante. Si el número de parados entre los adolescentes inmigrados que han dejado la escuela es alto en Suecia (alrededor del 16 por ciento), en Francia es aun mayor (alrededor del 25) y en Alemania Occidental terrible: una cantidad estimada en el 75 por ciento.Las autoridades alemanas señalan que estos jóvenes "descontentos, decepcionados y amargados" representan "una fuerza social disgregadora, formada por 600.000 personas, que pronto podría crecer a más de un millón". A diferencia de los desempleados alemanes, el joven emigrante teme solicitar el seguro de desempleo o el "subsidio" básico de sustento porque la incapacidad para mantenerse por uno mismo puede originar la temida deportación. Así, opta por entrar en el "mercado negro del trabajo" o por el crimen. El índice de criminalidad entre los jóvenes extranjeros de 14 a 18 años ya es particularmente alto y sigue creciendo.Este fenómeno no se limita a Alemania. En Suecia, donde se está tratando de mejorar la suerte de los inmigrantes, la infinidad de problemas también está creando altos índices de delincuencia juvenil. En el área de París, chicos árabes ambiciosos pero sin empleo, se venden practicando la prostitución masculina. El robo y el carterismo de adolescentes en el suburbio de Nanterre aumenta las tensiones raciales entre las familias francesas modestas que han habitado en el área durante generaciones.En una situación igual de difícil se encuentra Alemania, donde los emigrantes turcos son ridiculizados como Knoblauchfresser (comedores de ajos). Los adolescentes turcos corren el riesgo de ser golpeados si intentan salir con chicas alemanas, y a menudo se les niega la entrada en clubes y ciertos centros nocturnos. "Se nos trata como a intrusos", ha dicho el Dr. Mesut Yildirim, fundador de la Asociación Turca de Berlín. "Se supone que este es un país igualitario, pero los chicos turcos empiezan la carrera con una sola pierna".Como los turcos en Alemania, los chicos argelinos en Francia tragan una dosis diaria de humillación. "Es duro siempre ser diferente al resto de la clase", observó un joven argelino. "Acabé, en contra de mi religión, comiendo chuletas de cerdo en la cantina, y dije llamarme Marcel en vez de Mohammed".Hacer frente al trabajo escolar puede ser angustioso para los alumnos extranjeros, sobre todo si han llegado al país en edad escolar. Un chico portugués fue enviado al jardín de infantes a los 11 años de edad porque su colegio no impartía cursos preparatorios en francés.Martine Charlot, especialista en problemas de los inmigrantes, declaró: "En Francia hay 800.000 niños emigrantes que se han rezagado en el colegio; la brecha entre ellos y los otros no hace más que aumentar. El resultado es que entran en el camino del trabajo manual muy pronto".Siempre que uno se reúne con asociaciones de emigrantes surge la queja general por la constante —y más o menos intencional— condición proletaria del extranjero. Rossi Beniamino, sacerdote italiano que trabaja con los emigrantes de Ginebra, acusa que la discriminación voluntaria en el sistema escolar suizo orienta a los niños emigrantes hacia las actividades manuales menos prestigiosas. "El objetivo es formar una especie de subproletariado, así el país tendrá una reserva de mano de obra que pueda ser fácilmente desplazada de un sector a otro".Siendo el panorama general tan deprimente como es, no todo está perdido. Las soluciones llevarán años al igual que nuevas ideas, trabajo duro y dinero. Pero pueden encontrarse remedios: como los que ha dado Suecia, pionera en el enfrentamiento con el dilema de los emigrantes.El esfuerzo más notable de este país es el Sistema del Idioma Materno, introducido en el plan de estudios escolares en julio de 1977. Los suecos habían seguido un sistema de asimilación creyendo que cuanto antes entraran los niños emigrantes en la corriente de la sociedad sueca, mejor. Esta política, sin embargo, tuvo un gran inconveniente, observado en el resto de Europa: los niños emigrantes, generalmente se quedaban en los últimos lugares de su clase a causa del problema de entendimiento del idioma extranjero. Las autoridades escolares suecas, entonces, concluyeron: aprendes bien un idioma extranjero sólo si antes dominas plenamente el tuyo.Como resultado, actualmente un extranjero en Suecia puede empezar a estudiar en su propia lengua y continuar cursando todas las asignaturas, hasta ser auténticamente bilingüe y estar preparado para cambiarse a los estudios suecos ordinarios. Bajo este nuevo sistema, las clases escolares se imparten en 53 idiomas, incluidos el etíope, coreano y polaco. Mientras el programa, que cuesta más de 230 millones de coronas al año (aproximadamente 54,4 millones de dólares), aún es demasiado nuevo para permitir una valoración final, parece dar al niño inmigrante las mismas oportunidades que al joven sueco y eso es lo importante.El programa de estudios sobre la cultura e historia originarias del inmigrante, es consecuencia natural de la enseñanza de la lengua materna. La razón: un chico emigrante debe adquirir cierto sentimiento de orgullo por sus antecedentes étnicos si quiere tener sentido de la identidad personal. En la actualidad, los cursos de cultura e historia del país originario se ofrecen en Europa, fuera de horas, a través de consulados y embajadas. Unicamente Suecia ha instituido tales programas dentro de su plan escolar.Todo esto no significa que los padres emigrantes deban de ser absueltos de toda responsabilidad por el futuro de sus hijos. También deben de dar el gran paso de descartar la ambivalencia paralizante que ahora divide sus lealtades entre dos países y dos culturas para dejar que sus hijos construyan, si quieren, vidas europeas.Pero esto, por supuesto, únicamente puede producir resultados si Europa está dispuesta a gastar tiempo, esfuerzo y dinero para ayudarles a construir sus nuevas vidas. Los inmigrantes fueron aceptados como trabajadores. Ahora, sus hijos deben de ser aceptados como seres humanos. Este es un desafío mayor, pues pide un cambio de actitud."Cuando miro la situación en la que están estos niños", ha reflexionado el Dr. Yildirim en su despacho situado sobre las calles de Berlín atestadas de coches, "me doy cuenta de que nuestra verdadera dificultad no estriba en el educar a los niños, sino a los adultos. Son las personas de los países de destino quienes deben aprender sobre los trabajadores emigrados que trajeron. Una vez que empiecen a entender sus problemas, estaremos en el camino una solución".