Publicado en
abril 29, 2012

La historia de la mejor fotografía jamás tomada.
Por Patrick McManusMÁS ALLÁ de la hondonada verde de un paso de montaña, me esperaba un helicóptero en el yermo. Iba a la cita con varias horas de retraso, después de haber estado a punto de morir al cruzar el río. Entonces vino el largo ascenso hasta donde me encontraba ahora, avanzando palmo a palmo por un camino peligrosamente cercano al borde del precipicio. Cada dos metros debía detener la marcha para recuperar el aliento y enjugar la transpiración que me cubría los ojos. La cosa no habría sido tan mala si hubiese contado con el equipo adecuado para el montañismo: cuerdas, una piqueta, botas de alpinista, etcétera; pero iba en automóvil.
Déjenme explicar cómo ocurrió todo esto: Una de mis muchas ambiciones de niño era llegar a ser un gran fotógrafo de la naturaleza. Pasé largas horas en los montes. La mayoría de mis fotos eran sólo hermosas escenas de la vida silvestre, pero de vez en cuando lograba alguna fotografía excepcional que distinguía con un título. Un buen ejemplo fue Leño saltado por un espantadizo ciervo de cuatro puntas medio segundo antes de funcionar el obturador. Muchas personas me han dicho que la foto es tan real que casi ven al ciervo. Pero mi foto favorita fue Anillos en el agua después del salto de la trucha.Los años pasaron casi sin darme cuenta y de pronto me descubrí con una esposa, tres chicos y un empleo. Cierto día le pregunté a mi mujer:—¿Cómo voy a realizar mi sueño de ser un gran fotógrafo de la naturaleza si tengo que trabajar todo el tiempo para mantenerte a ti y a nuestros tres hijos?—Cuatro —me corrigió—. El año pasado eran tres, este serán cuatro.Comenzaba a sentir el paso de los años, y decidí hacerme escritor y fotógrafo independiente, especializado en aspectos de la grandiosa naturaleza.Después de presentar mi renuncia, exclamé:—¡Me siento libre! Se acabó el trayecto diario a la oficina, la intimidación de los jefes, la claudicación de mis principios.—¡Se acabó la comida! —refunfuñó mi esposa.Sin embargo, con el transcurso del tiempo tanto mi pericia fotográfica como mis reflejos mejoraron. Mi carrera progresó hasta el momento en que me encontré cumpliendo una misión en el oeste de Estados Unidos, conduciendo mi automóvil por un sendero rumbo a una cita con un helicóptero. Cuando finalmente llegué, dando tumbos, al sitio donde este se encontraba, no veía al piloto por ninguna parte. Sólo se encontraba en el sitio un viejo lugareño sentado en un tronco caído.—Hay que estar chiflado para volar entre estas montañas en uno de esos aparatos —me dijo al mismo tiempo que señalaba el helicóptero—. Yo prefiero mil veces una buena mula.—No me hable así, pues tengo que viajar en ese helicóptero —le comenté.—Conque usted es el hombre. Entonces partamos porque yo soy el piloto.Se llamaba Lefty y era un tipo agradable aunque más bien serio. Después que nos instalamos en la cabina, aclaró:—Le voy a explicar lo que haremos. Cuando comprenda lo que sucede, no se preocupará tanto por la posibilidad de estrellarnos. Me gusta que mis pasajeros estén cómodos y disfruten del viaje. No tiene sentido que los dos estemos muertos de miedo.Al despegar y ganar rápidamente altura sobre una pared de pinos, oculté mi ansiedad detrás de una expresión de indiferencia y un dejo de aburrimiento.—¿ Nervioso ? —me preguntó Lefty a voz en cuello.—En absoluto —contesté a gritos.—Me alegro. Tal vez ahora pueda usted soltarme la pierna. Me está cortando la circulación.Lefty era un buen guía. Cuando sobrevolamos cierta colina empinada y cubierta de una frondosa arboleda, me indicó un pequeño claro y comentó:—El año pasado tuve que aterrizar allí.—¡Caramba! No se ve espacio suficiente para el aterrizaje de un helicóptero.—¡Qué va! Hasta que bajamos no había espacio alguno. Derribamos árboles como si fueran juncos. Nos dimos vuelta y giramos como un trompo. Realmente nos preocupamos un poco... ¡Otra vez cortando la circulación de mi pierna?Un acantilado de roca asomó justo frente a nosotros, y Lefty parecía volar directo hacia él.—Debo suspender la conversación porque vamos a llegar a la parte peliaguda —anunció.—¿La parte peliaguda?—Así es. Tenemos que tomar el ascensor.—¿Ascensor?Me explicó rápidamente que, debido a la altitud y la poca potencia del helicóptero, tenía que acercarse al acantilado lo más posible para aprovechar la fuerte corriente ascendente. (Rompí la marca mundial de respiración contenida mientras el piloto mascullaba algo acerca del valle de la muerte.) Pero pasamos sobre el borde del precipicio, donde Lefty describió un ocho con el aparato y luego lo posó en la cima de la montaña.Se preguntará el lector qué me impulsó a arriesgar la vida, las extremidades y el desayuno para subir a este páramo de roca barrido por el viento.Estaba allí para fotografiar una captura de cabras monteses. El departamento estatal de pesca y caza atrapaba a las cabras, las bajaba de la montaña en helicópteros y las soltaba en zonas del estado donde no las había. Él procedimiento era este: atraían a una cabra hacia cierta trampa de red; entonces dos hombres se abalanzaban sobre el animal, y lo obligaban a tenderse. El proceso generaba un torbellino de brazos, piernas, ojos, pezuñas, cuernos, balidos, bramidos, gruñidos e imprecaciones hasta que uno de los hombres gritaba: "¡El tranquilizante!"Una aguja hipodérmica surgía en medio del enredo cabrío y humano.—¡Ya está! ¿Qué te parece?—Formidable —decía el otro hombre—. A ver si en la próxima aciertas e inyectas a la cabra.Todo era muy divertido y pude tomar algunas buenas fotos. El único problema, a mi modo de ver, era que los tramperos favorecían a las cabras más pequeñas. Yo quería fotografiar escenas de forcejeos con un macho cabrío al borde mismo del precipicio. Persuadí a un empleado del servicio de protección de la fauna —alto y delgado— para que tratara de darme ese gusto.Al cabo de un rato el King Kong de las cabras monteses ascendió lentamente por la colina y se metió en la trampa para lamer el bloque de sal usado como señuelo. Cuando la trampa cayó sobre el animal, este se enloqueció. Piedras, pelos y pedazos de la trampa volaban en todas direcciones. En la excitación del momento, el empleado tomó al macho cabrío por los cuernos. Lo que ocurrió en seguida superó todo lo soñado en mi carrera de fotógrafo de la vida silvestre.Tal vez nunca hayan visto a una cabra del monte agitar sobre su cabeza a un hombre de 1,90 metros de estatura como si fuera un bastón. Quedé deslumbrado por lo imponente del espectáculo. Sin embargo, sólo era el inicio de la gran escena final cuando la cabra se lanzó a correr y saltó al vacío sobre el borde del abismo con el empleado aferrado a los cuernos.No tengo la menor duda de que el agente conservacionista salvó la vida de este animal. Al sentirse en el aire, extendió un brazo y se prendió de la rama de un pequeño árbol que crecía en la orilla del precipicio. Por un instante estuvieron colgados allí, el empleado aferrado a la rama con una mano y al animal con la otra. Finalmente soltó al macho cabrío, que fue a parar a un saliente angostísimo, seis metros más abajo, y se alejó al galope. Todo el incidente había sido asombroso en verdad.—Supongo que la foto debe haber salido fantástica, ¿no? —preguntó ya en la roca.—¿Foto? ¿Qué foto?Por primera vez desde que había comenzado la acción me di cuenta de que tenía una cámara entre mis manos, mojadas por la transpiración. ¡Había olvidado tomar la foto!Al igual que el pez enorme que se zafó del anzuelo, la gran fotografía de la naturaleza sin tomar no dejaba pruebas de su existencia. Pero el empleado del departamento de pesca y caza jurará que lo relatado es cierto. Por lo menos la última vez que lo vi todavía comentaba algo al respecto.Mi espíritu había quedado quebrantado y allí mismo abandoné mi carrera de gran fotógrafo de la naturaleza. Empaqué mis cosas, caminé cabizbajo hasta el helicóptero y subí a bordo.—Ahora viene la parte mala —auguró Lefty—. Tome usted asiento y descanse.CONDENSADO DE "A FINE AND PLEASANT MISERY". © 1968 A 1978 POR PATRICK F. MCMANUS.
EDITADO Y CON UNA INTRODUCCIÓN DE JACK SAMSON PUBLICADO POR HOLT RINEHART AND WINSTON. DE NUEVA YORK (NUEVA YORK)