TABLA DE SALVACIÓN PARA LOS LEPROSOS
Publicado en
marzo 18, 2012

Un nuevo tratamiento, combinación de varios fármacos, da esperanza a los millones de personas que padecen este antiguo azote de la humanidad.
Por Roul TunleyUN MÉDICO suizo entra en un pequeño hospital de Karigiri, una de tantas polvorientas aldeas de la tórrida región meridional de la India. En esa zona se cultiva la caña de azúcar, y entre la muchedumbre que espera en fila para ver al galeno abundan los trabajadores de los cercanos cañaverales.
Un cortador de caña se queja de que siente como si le corrieran hormigas por el brazo. El doctor Ernest Fritschi se pone tenso, aunque no lo manifieste; coge un lápiz y pasa la punta sobre las manos de aquel hombre. El obrero no siente nada. También sus pies están insensibles. Aunque el hombre parece normal y no le duele nada, el médico reconoce los síntomas de una de las enfermedades a las que más teme el hombre: la lepra.Pero este facultativo, que trabaja en la Misión de la Lepra, no pronuncia la temible palabra, sino que le dice al paciente: "Tiene usted un trastorno neurológico. Puedo curarlo, pero debe tomar fielmente estas píldoras durante algunos meses. ¿Lo hará?" Ansioso, el hombre asiente con la cabeza. Cuando el médico se vuelve hacia otro paciente, no cabe en sí de gozo: una vez más ha rescatado a un leproso y le ha evitado años de lágrimas y sufrimientos.El doctor Fritschi utiliza un nuevo tratamiento, basado en la combinación de varios fármacos. Recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), este procedimiento curativo puede lograr, a bajo costo, la total remisión de la lepra, y ya ha evitado a miles de sus víctimas sufrimientos indescriptibles. La madre Teresa de Calcuta, que atiende a muchos leprosos, se entusiasmó al ver los resultados del descubrimiento. "Estas maravillosas medicinas han permitido curar enteramente a un gran número de enfermos", señaló. Y la trabajadora de un leprosario de Venezuela agrega: "Es como una luz al final de un túnel largo y oscuro".La lepra ataca a millones de personas de todo el planeta. "Una de las características insidiosas de este padecimiento es que deja inválidas a las víctimas sin causarles dolor", advierte el doctor Manickam Rangaraj, leprólogo que ha trabajado muchos años én Africa y en la India. Sin punzadas, dolores o espasmos que revelen su presencia, esta enfermedad infecciosa ataca lenta y silenciosamente la piel y los nervios periféricos, e insensibiliza las extremidades. Hasta en los actos más sencillos —como dar vuelta a la llave o subir por una escalera—, las manos y los pies pueden verse sometidos a una presión peligrosa, aunque inconsciente. Las lesiones repetidas —quemaduras, infecciones, magulladuras— hacen que los huesos se encojan. Si no se trata, también redunda en ceguera.Salvo raras excepciones, la lepra es una enfermedad de los pobres. El hacinamiento, el mal estado de las viviendas, la falta de salubridad e higiene, contribuyen a contraer el padecimiento. El doctor Paul Brand, ex jefe del centro de rehabilitación del famoso leprosario de Louisiana, en Carville, declara: "Si pudiéramos suprimir la pobreza, probablemente erradicaríamos la lepra en todas partes".La lepra estuvo propagándose cada vez más, sobre todo en las naciones del Tercer Mundo, hasta principios de los ochentas. En la India, el número de casos registrados saltó de 2.5 millones en 1961 a 4 millones 20 años después, por el aumento de la población y por contarse con mejores técnicas de detección. Hoy día, la cifra es de 3 millones. Con 232,000 víctimas, Brasil ocupa el segundo lugar en cuanto al número de casos registrados, aunque en algunos pequeños países de África la incidencia es mayor. Hasta en Europa y en Estados Unidos existe la lepra en cantidades importantes, a causa de los inmigrantes procedentes de los países subdesarrollados."No hay nación que no regístre actualmente algunos casos", hace notar el doctor S. K. Noordeen, jefe del departamento de lepra de la OMS, cuya sede se encuentra en Ginebra. El galeno calcula que los leprosos de todo el mundo suman hoy de 10 a 12 millones.Durante 2500 años la lepra se consideró incurable. En el siglo XIX, un médico noruego de 32 años, Gerhard Henrik Armauer Hansen, se dio cuenta de que el agente causal de la lepra era un bacilo, el Mycobacterium leprae, que probablemente entraba en el organismo por la nariz. Sin embargo, como se creía que la enfermedad era hereditaria, o un castigo divino por los pecados cometidos, hubo de transcurrir algún tiempo antes de que se reconociera su descubrimiento. Por fin, en 1946, el joven médico británico Robert Cochrane, que estaba de servicio en la India, tuvo la idea de tratar a los leprosos con dapsona, droga sintética desarrollada en Alemania en 1908. Durante cierto tiempo, la dapsona obró milagros; luego, el pertinaz bacilo comenzó a hacerse resistente a esta sustancia. En 1980 dejó de responder al tratamiento hasta en el 40 por ciento de los leprosos de algunos países.Por fortuna, durante los años sesentas los invertigadores de las empresas farmacéuticas Ciba y Geigy, establecidas en Basilea, Suiza, ayudaron a descubrir dos nuevos fármacos sumamente eficaces: la rifampicina y la clofazimina. Si bien estos medicamentos hicieron prodigios con pacientes resistentes a la dapsona, resultaban muy caros.El profesor Shantaram Yawalkar, notable leprólogo originario de Bombay, ingresó en 1974 en la Ciba-Geigy, y pronto se le ocurrió una idea brillante: ¿por qué no combinar los fármacos antilepra existentes? Administrando a diario la barata dapsona como droga básica, y una vez al mes la rifampicina, que es más cara, podría obtenerse un remedio económico.La Ciba-Geigy llevó a cabo amplias pruebas en algunos pacientes del Instituto de Leprología Aplicada de Dakar, Senegal. El ensayo clínico dejó ver que la administración mensual vigilada de la rifampicina era diez veces más barata, pero tan eficaz como la dosis diaria no vigilada.En 1978, cuando el doctor Yawalkar dio a conocer estos hallazgos en el Congreso Internacional de la Lepra, celebrado en México, causó gran sensación. Unos estudios posteriores de la Ciba-Geigy en la India, Brasil y las Filipinas confirmaron los descubrimientos hechos en Senegal. En 1982, la OMS recomendó un programa mundial de tratamiento basado en la combinación selectiva de los mencionados fármacos. Se emplearían dos medicamentos (la dapsona y la rifampicina) en los casos paucibacilares simples, las formas habitualmente no infecciosas y localizadas de la lepra; y tres drogas (la dapsona, la rifampicina y la clofazimina) en los casos multibacilares —más raros y también más complejos—, donde resultan afectados la piel, los nervios periféricos y algunos órganos internos. "Por primera vez", comenta el doctor Noordeen, "la enfermedad se volvió de verdad curable. En muchos casos, los pacientes pudieron permanecer en su casa y dedicarse a su trabajo normal".En todos los lugares en que los programas de combinación de fármacos se pusieron a prueba, los resultados fueron sorprendentes. En Sierra Leona, por ejemplo, el número de pacientes registrados se abatió radicalmente, de 11,170 a 1680 en seis años. En Sri Lanka, el número de leprosos se redujo al 20 por ciento en sólo tres años. En Etiopía los casos disminuyeron a la mitad. Un ejemplo típico de los que se curaron fue un granjero etíope que cada mes debía realizar, a lomos de una mula, un viaje de cuatro horas a través del páramo pedregoso para recibir su dosis de medicamentos en un dispensario. "Necesitarían cortarme las piernas para impedir que viniera por mí tratamiento", aseguraba el resuelto paciente."Sin embargo, el personal médico pronto se dio cuenta de que no sólo debía combatir la lepra, sino también el estigma de la lepra", dice el doctor Noordeen. "Las víctimas no pueden presentarse a recibir su tratamiento, pues normalmente las aíslan o las segregan. Es preciso salir a buscarlas".En 1989, por ejemplo, mientras trabajaban en la provincia de Gujarat, unos 500 kilómetros al norte de Bombay, los paramédicos encontraron a una hermosa joven de 20 años, a quien la familia había ocultado en un establo al enterarse de que tenía lepra. Aunque no estaba desfigurada, no le permitían entrar en la casa ni asistir a las reuniones familiares. Además, daban por sentado que jamás se casaría. Pero, gracias al milagro de los nuevos medicamentos y a que los paramédicos dieron con ella por casualidad, la joven se curará muy pronto, y tal vez incluso pueda llevar una vida normal.Como la amenaza de la lepra sigue aterrando a la gente en muchas naciones del Tercer Mundo, la mayoría de los afectados espera poca ayuda y compasión de la comunidad y, a veces, hasta sus familias los repudian. En 1982, durante una visita de inspección en una aldea de las montañas de Sierra Leona, el doctor Rangaraj descubrió una mancharojiza en la piel de un joven a quien llamaré Jim. El médico se la pinchó con un alfiler, pero el muchacho no sintió dolor. Satisfecho de haber descubierto a tiempo la enfermedad, el médico le dijo al paciente que tenía lepra. "Pero, si tomas estas píldoras, te curarás", agregó.Mas, cuando el médico informó a los padres del joven que su hijo tenía lepra —y que él podía curarlo—, la familia fue presa de pánico. Lo único que oyeron fue la palabra "lepra". Se negaron a admitir a Jim en la casa, con los demás hijos. "iLlévenselo!", gritaron. Al doctor Rangaraj no le quedó más remedio que enviarlo lejos. Proscrito en su propia aldea, Jim no podría conseguir trabajo y tendría que pedir limosna para comer.Jim se fue a Lakka, al hospital que dirigían el doctor Rangaraj y su esposa en Sierra Leona, y continuó su tratamiento. A los seis meses, ya estaba curado; pero su familia siguió negándose a recibirlo, así que permaneció en Lakka e ingresó en la escuela. A la vuelta de unos años llegó a ser maestro, se casó y fundó una familia. "Ahora", comenta el doctor Rangaraj, "Jim anda siempre sonriendo".Además del estigma, hay otras causas por las que se dificulta tratar la lepra. Los individuos atacados no quieren consultar a los médicos en tanto que no padezcan dolores físicos. Por otro lado, la falta de carreteras, transportes y personal médico obstaculiza el acceso a gran parte de la población del Tercer Mundo. Y, por último, es común que los países pobres den poca importancia al problema.Para demostrar cuánto puede hacer una empresa privada, la Ciba-Geygi donó en 1986 medicamentos y 8 millones de francos suizos (más de 6 millones de dólares) para establecer el Fondo contra la Lepra. Este fondo ayuda a sostener programas de tratamiento en Sierra Leona, la India, Nepal, las Maldivas, Indonesia y Sri Lanka, países donde se atiende a más de 10,000 pacientes. La campaña de Sri Lanka, dirigida en colaboración con el Ministerio de Salud de ese país y con el Centro Emaús de Suiza para la Erradicación de la Lepra, representa uno de los triunfos más satisfactorios del fondo. Después de una campaña publicitaria, en sólo seis meses se triplicó el número de personas que acudieron a recibir el tratamiento. "Esto muestra lo que se puede hacer en el mundo, si se pone en ello el corazón y la mente", advierte Penny Grewal, administradora del fondo.A la mayoría de los pacientes nuevos ya no les aterroriza la lepra. Gracias a la televisión, muchos escolares llegan a saber sobre esta enfermedad más que sus profesores. Cuando un maestro le ordenó a un niño de 11 años que abandonara el plantel, el pequeño replicó: "Debería usted informarse bien, porque mi médico me dijo que la lepra es curable, y que puedo asistir a la escuela".No obstante, suele suceder que el programa que da resultado en un país necesita modificarse en otro. En Kalimantán Occidental (Indonesia), por ejemplo, la numerosa población china quizá tenga más temor a la lepra que cualquier otro grupo étnico. El prejuicio contra las familias que la padecen puede durar varias generaciones. Allí, el tratamiento suele darse sólo de noche, porque los pacientes no quieren que los vean cuando salen de los centros antilepra. En cambio, en el oeste de Java, hay mucho menos miedo, al grado de que la gente no duda en comprar pescado y otros alimentos que venden los enfermos.Nada ayudaría tanto a prevenir la propagación de la lepra como una vacuna. Actualmente, la OMS patrocina extensas investigaciones para perfeccionar una vacuna en la que se emplean bacilos de la lepra muertos por calor y tomados de armadillos infectados. Y unos científicos de la India están probando en gran escala vacunas elaboradas con micobacterias cultivables, que se pueden producir en forma mucho más económica. Los resultados parecen halagüeños; no obstante, es preciso observar durante diez años a las poblaciones vacunadas antes de que dichos resultados puedan considerarse concluyentes.En el ínterin, más de un millón de leprosos se han curado con los programas de combinación de fármacos desde 1984, y en la actualidad se está dando tratamiento a otros 2 millones. Además, se hacen progresos considerables con la cirugía reconstructiva entre los incapacitados por deformidades. Una operación relativamente rápida de transferencia de tendones corrige las manos en forma de garra, que es la deformidad más común causada por la lepra. Otra ayuda para los incapacitados consiste en las prótesis Modulan perfeccionadas por Ciba-Geygi, en colaboración técnica con la Escuela Politécnica de la Ciudad de Londres. Fabricadas sin tardanza y a la medida de cada individuo, se pueden adaptar a toda clase de utensilios: cucharas, azadones, cepillos de carpintero y otras herramientas de trabajo, lo cual permite a las personas que tienen las manos deformes —e incluso a quienes sólo tienen muñones— alimentarse solas y ganarse la vida.Con todas estas innovaciones en la lucha contra la lepra, no es de extrañar que los expertos se muestren optimistas con respecto a la eliminación de las barreras que desde hace milenios han aprisionado a la gente en las densas sombras de la ignorancia y de la superstición. El doctor Noordeen, de la OMS, opina: "Por fin, los países en desarrollo empiezan a aceptar que se puede acabar con este problema, y ya son varias las personas que han donado los medicamentos y el dinero necesarios para lograrlo. Yo calculo que, para fines de este siglo, los casos de lepra habrán disminuido en un 70 u 80 por ciento".El profesor Yawalkar es de la misma opinión: "Nos espera un largo camino. Ya conocemos la manera de curar la enfermedad, y sólo tenemos que arremangarnos la camisa y poner manos a la obra".