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marzo 11, 2012
DRAMA DE LA VIDA REALEstaba a merced del viento, y de la voz de un desconocido.
Por Per Ola y Emily D'Aulaire. Ilustración: John MaggardALEX NICHOLOS, de 11 años, estaba muy emocionado. No sólo hacía un tiempo espléndido la mañana de aquel domingo 7 de enero de 1990 en Colorado Springs, Colorado; también era el día en que él, su hermana de nueve años y sus padres irían a ayudar a su amigo Tex Houston a lanzar al aire el globo aerostático de este último.
A menos de un kilómetro de allí, Dave Hollenbaugh, de 60 años, soñoliento, se restregó los ojos. Llevaba varias semanas luchando contra la gripa, y se sentía muy mal. De buena gana se quedaría en cama, pero también había prometido ir a ayudar a Tex Houston.Hollenbaugh y la familia Nicholos llegaron al campo de lanzamiento poco después del alba. Houston, hombre corpulento y jovial, ya estaba allí, junto con otros cinco aeronautas y sus respectivos equipos.Alex y su padre, George Nicholos, tiraron de la cuerda superior atada al extremo de la envoltura del globo, de 23 metros de alto. Entre tanto, la madre del muchacho, Linda, y su hermana, Stephanie, conservaban abierta la boca del globo para que lo inflaran. Houston trepó a la canastilla de mimbre y encendió el potente calentador de gas propano para caldear el aire del interior. Los otros integrantes del equipo de tierra, Shawn Tayloe y Debbie Prosise, se encargaban de sujetar en tierra la canastilla.Poco después, el globo se alzó hasta alcanzar la altura de un edificio de ocho pisos. Faltó poco para que Alex bailara de gusto. Lo fascinaba todo lo mecánico, especialmente los aparatos voladores.Su curiosidad sobre el funcionamiento de las cosas era importante para él, pues padecía de una disfunción cerebral secundaria llamada Trastorno de Deficiencia de Atención. Aunque muy inteligente, este alumno de quinto grado de primaria aprendía a paso lento con los libros. Rendía más cuando le demostraban las cosas. Alex era impulsivo, se distraía con facilidad, y sus estados de ánimo cambiaban mucho; rasgos estos característicos de los niños que padecen este trastorno cerebral.Hollenbaugh era el extremo opuesto: tranquilo, metódico, frío. Durante 24 años había sido piloto de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, y había servido en Vietnam. En 1973 sufrió el mal de descompresión en un avión que perdió su sistema de presurización. Aunque se recuperó del todo, lo declararon no apto para volar. Hollenbaugh se retiró del servicio militar; después obtuvo la licencia de piloto de globo aerostático y lo aprobaron como instructor.Cuando el globo ya estaba colocado para despegar, Hollenbaugh oyó que Houston le decía a Alex: "Oye, ¿quieres dar una vuelta?" Encantado, el muchacho se encaramó a la canastilla y se puso un casco. Poco después, el globo de color amarillo brillante despegaba hacia un cielo de cobalto, siguiendo la brisa y a otros cinco globos.George, Linda y Stephanie se acomodaron en el asiento trasero de la camioneta de Houston. Shawn tomó el volante. Debbie, mapa en mano, se arrellanó en el asiento central. Hollenbaugh se sentó a su derecha, desde donde podía observar el globo a través del parabrisas y de la ventanilla lateral. Tenía preparado el micrófono del radio de banda civil, por si había necesidad de comunicarse con Tex Houston.VIÉNDO cómo su familia se hacía cada vez más pequeña, Alex se quedó boquiabierto. En seguida comenzó a bombardear a Houston con preguntas: "¿Cómo calientas el globo? ¿Cómo funciona el radio? ¿Qué estás haciendo ahora?"El piloto respondía con todo detalle a sus preguntas. El niño observaba mientras Houston tiraba de la cuerda amarrada a la válvula del mechero, con lo cual liberaba una rugiente llamarada de gas propano en la boca del globo, a fin de que este se elevara después de cada leve descenso.Entre una llamarada y otra, Houston le mostraba los instrumentos de vuelo: los indicadores del combustible; el variómetro, que dejaba ver si el globo subía o descendía, y a qué velocidad; el termómetro, que señalaba si había que encender o apagar el mechero. Lo que más fascinaba a Alex era el radio de banda civil.A la media hora de vuelo, Houston advirtió que la brisa arreciaba. Los otros globos, que se les habían adelantado unos tres kilómetros, habían iniciado el descenso. Houston avistó una zona plana, el último lugar apropiado antes de llegar a una zona conocida como el Bosque Negro, y comunicó por radio a Hollenbaugh que se disponía a aterrizar."Agáchate", aconsejó a Alex. "Quizá tengamos un aterrizaje difícil". Alex se acuclilló, sosteniéndose de la pared interna de la canastilla, y cerró los ojos. Luego, de pronto, oyó el ronco bramido del calentador y sintió que el globo se elevaba de repente.Houston había abortado el aterrizaje. Debajo de la canastilla, directamente en su ruta, había un alambrado de púas. Más adelante, bloqueando su trayectoria, percibió un tendido de cables eléctricos.EN EL VEHÍCULO de seguimiento, Hollenbaugh empezó a preocuparse. Los vientos habían alcanzado una velocidad de 25 k.p.h. ¿Por qué Houston no había hecho aterrizar el globo?, se preguntaba. Encendió el radio y preguntó:.—¿Qué intentas hacer?—Estoy viendo un espacio llano en el extremo más alejado del bosque —replicó Houston—. Voy a aterrizar allí.A seis metros de la tierra cubierta de nieve, la canastilla del globo desapareció de la vista de Hollenbaugh al ocultarse tras una loma. La mitad superior del aparato se inclinó hacia adelante, indicio de que había tocado tierra y se arrastraba. Luego, se enderezó y se elevó. ¡Vaya torpeza la de Tex!, pensó Hollenbaugh.CUANDO el globo tocó tierra, la canastilla se inclinó a tal grado, que su borde superior abrió un surco en la nieve, lo cual originó un tumbo tan brusco que arrojó a Houston hacia adelante y lo sacó de la canastilla como si lo hubiera lanzado una catapulta. Tex extendió el brazo para asir a Alex, pero no lo consiguió.Encogido en un rincón de la canastilla, con los ojos todavía cerrados, Alex no advirtió al principio lo que sucedía. "¡Caramba! ¡Faltó poco...!", exclamó, mientras miraba a su alrededor. ¡Pero Tex Houston había desaparecido!"¡ALLÍ ESTÁ Tex!", exclamó Shawn. "¡Está en tierra!" Hollenbaugh miró el sitio del aterrizaje fallido. Houston cojeaba por la loma, agitando los brazos. ¿Dónde está Alex? En ese momento el radio empezó a crujir y a transmitir la voz aguda y asustada de Alex. "¡Ayúdenme!", rogaba el muchacho. "¡Tengo miedo!" Hollenbaugh vio cómo el globo se deslizaba silenciosamente por el cielo. ¡El niño está ahí arriba, solo!Houston, consternado, dio alcance a la camioneta. "¡Lo siento!", musitaba una y otra vez. "¡Lo siento mucho!"La madre y la hermana de Alex empezaron a llorar, y el padre del niño trató de consolarlas, haciendo esfuerzos por contener el terror que sentía. Hollenbaugh sabía que debía conservar la calma y tranquilizar a los demás. Tomó el micrófono.—No te preocupes, Alex —le dijo al asustado niño—. Tú eres el piloto ahora, y te voy a enseñar a aterrizar.¿Qué es lo mínimo que necesita saber el chico para gobernar el globo? Hollenbaugh estaba consciente de que, si le daba demasiada información, el niño no iba a poder seguir las instrucciones.Le explicó cómo funciona la válvula de chorro, que envía una llamarada de 3.5 metros a la envoltura del globo. Decidió no mencionarle el cabo de expulsión, que también controla la altitud descargando temporalmente el aire caliente. Alex podría confundirlo con la cuerda de rasgadura que, si se tiraba de ella, haría que el globo cayera a plomo. Sin embargo, el muchacho tendría que accionar la cuerda de rasgadura cuando aterrizara, de modo que Hollenbaugh le dijo dónde estaba, y le ordenó que no la tocara aún.Desde la camioneta, que corría a toda velocidad, era difícil para Hollenbaugh determinar si el globo subía o bajaba, así que le explicó a Alex cómo interpretar el variómetro. "¿Dónde está la aguja ahora?", le preguntaba una y otra vez.
HOLLENBAUGH temía que Alex calentara demasiado el globo, haciendo que ascendiera hasta donde los fuertes vientos podrían arrastrarlo con rapidez fuera del alcance del radio. Si esto sucedía, Alex estaría perdido. "No vamos a permitir que caigas; te lo prometo", le comunicó Hollenbaugh. "¡Por favor, no uses el mechero hasta que yo te lo ordene!"Al darse cuenta de que era capaz de seguir las instrucciones de Hollenbaugh, Alex se sintió más seguro. Le gustaba leer los instrumentos y trasmitir los datos. De veras puedo hacer volar esta cosa, se dijo con orgullo.LA CAMIONETA alcanzó pronto a un auto en el que viajaba Rollie Elkins, uno de los aeronautas que habían aterrizado primero. Elkins había sido instructor de Houston y conocía a la perfección su globo. Entró de un salto a la camioneta, para auxiliar a Hollenbaugh.El terreno era ya más abierto, un campo de pastoreo con menos árboles y rocas. "Escúchame, Alex", Hollenbaugh habló con firmeza por radio, "necesito que acerques el globo a tierra para que pueda ayudarte a aterrizar".Le explicó la manera de controlar las llamaradas. "Ahora, enciende: uno, dos... alto. Lo estás haciendo muy bien, Alex. Enciende: uno, dos..." Lenta, suavemente, el globo descendió de 600 a 60 metros; luego navegó majestuosamente a menos de 30 metros de una granja, librando apenas un cable de energía eléctrica.El globo cruzó la carretera delante de ellos, a 15 metros de altura. "Alex, estírate y coge la cuerda de rasgadura, de la que te hablé; siéntate en el fondo de la canastilla y jala, jala, jala..." Hollenbaugh vio que el globo comenzaba a desinflarse y que bajaba a mayor velocidad. "¡Sigue jalando!"La canastilla golpeó el suelo, rebotó una vez, se arrastró por tierra un corto trecho y se posó sobre su costado, mientras que la envoltura se desplomaba. Por increíble que parezca, después de navegar 90 minutos solo en el aire y tras haber recorrido unos 55 kilómetros, el escolar había posado en tierra el globo, tal como lo indican los manuales en situaciones de vientos fuertes.En todo el angustioso incidente, Hollenbaugh le había hablado con tal serenidad, que Alex nunca estuvo verdaderamente consciente del peligro que corría. Cuando sus padres lo abrazaron llorando, parecía confuso. "¡Vaya! ¡Qué pena que los asusté tanto!", se disculpó.Hollenbaugh se quedó sentado en la camioneta, incapaz de moverse. Luego dio rienda suelta a su emoción. "¡Gracias, Dios mío!", murmuraba, mientras las lágrimas le corrían por el rostro.Cuando Linda Nicholos le llevó a Alex para que le diera las gracias, el muchacho lo contempló perplejo. "Por la voz, parecías mucho más joven", le dijo.Hollenbaugh sonrió débilmente. "Créeme, Alex: antes de que todo esto empezara yo era en realidad más joven".AL DIA siguiente, en la escuela, la proeza de Alex fue anunciada por. los altavoces, y todos sus maestros encomiaron su valor. El niño mostró con orgullo las alas de piloto de globo que Tex Houston se había quitado del pecho para regalárselas.
"Si pude hacer ese vuelo en globo", afirma Alex, "puedo lograr cualquier cosa".