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febrero 05, 2012

Un sobresaliente comentarista de televisión norteamericano nos advierte de los efectos adversos de la televisión.
Condensado de un discurso de Robert MacNeil. © 1984 POR ROBERT MACNEIL. CONDENSADO DE UN DISCURSO QUE PRONUNCIÓ EL 13-XI-1984 EN EL FORO PRESIDENCIAL SOBRE LIDERAZGO, CON APOYO DE LA UNIVERSIDAD ESTATAL DE NUEVA YORK.ES DIFÍCIL librarse de la influencia de la televisión. Si leemos las estadísticas de promedios en, por ejemplo, Estados Unidos, a los 20 años una persona ha visto televisión durante por lo menos 20,000 horas. Podemos añadir 10,000 más o menos por cada decenio de vida a partir de los 20 años. Lo único que los norteamericanos hacen más que ver televisión, es trabajar y dormir.
Calculemos lo que podría hacerse con una parte de ese tiempo. Cinco mil horas, se me dice, es lo que un típico estudiante universitario pasa esforzándose para obtener su licenciatura. En 10,000 horas, uno podría haber aprendido lo suficiente para ser astrónomo o ingeniero; o aprendido a dominar varios idiomas. Si el lector lo quisiera, podría estar leyendo a Homero en el original griego, o a Dostoievsky en ruso; si no, podría haber recorrido el mundo a pie, y escrito un libro sobre ello.Lo malo de la televisión es que va en contra de la concentración. Casi todo lo que es interesante y remunerador en la vida exige un esfuerzo constructivo, constantemente aplicado. Los menos inteligentes, los menos dotados, pueden lograr cosas que parecen milagrosas a quienes nunca se concentran en nada. Pero la televisión nos anima a no hacer ningún esfuerzo. Nos vende diversión instantánea. Divierte sólo para divertir, para que el tiempo pase insensiblemente.La variedad de la televisión se vuelve un narcótico, no un estímulo. Sus exposiciones seriales, caleidoscópicas, nos obligan a seguirla. El espectador está en un perpetuo viaje guiado: 30 minutos en el museo, 30 en la catedral, 30 para tomar una copa, luego de regreso al autobús para hacer la siguiente visita; sólo que en televisión, característicamente, los intervalos son del orden de minutos o segundos, y los goces escogidos son, frecuentemente, choques de automóviles, y personas que se matan unas a otras. En suma, ver mucha televisión inhibe uno de los más preciosos dones del ser humano: la capacidad de enfocar la atención por sí mismo, en vez de ponerla pasivamente.Captar nuestra atención —y conservarla— es el móvil fundamental de casi todos los programas de televisión, que así refuerza su función de lucrativo vehículo propagandístico. Los programadores viven con el temor constante de perder la atención de alguien... de cualquiera. La manera más segura de evitarlo es hacer que todo sea breve, no forzar la atención de nadie, y sí, en cambio, ofrecer estimulación continua por medio de la variedad, la novedad, la acción y el movimiento. La televisión se basa en el atractivo de pedir atención por periodos breves.Es simplemente la forma más sencilla. Pero se ha llegado a considerar como algo dado, como algo inherente al medio mismo, como un imperativo, como si el general Sarnoff, o uno de los otros augustos pioneros del video, nos hubiese legado unas placas de piedra con el mandamiento de que en la televisión nada debe exigir concentración más que por breves momentos.En su propia dimensión eso está muy bien. ¿Quién puede quejarse de un medio que tan brillantemente nos empaca entretenimiento escapista como instrumento del mercadeo masivo? Pero yo veo que sus valores ahora están invadiendo a este país y a sus modos de vida. Se ha puesto de moda pensar que, como la "comida rápida", las ideas rápidas son la manera de llegar a un público impaciente, que a su vez está en movimiento rápido.En el caso de las noticias, esta práctica, a mi parecer, da por resultado una comunicación deficiente. Quisiera saber cuánto del esfuerzo de los noticiarios nocturnos de televisión es realmente absorbible y comprensible. Gran parte de tal esfuerzo es lo que bien se ha descrito como "ametrallar con fragmentos". Creo que esta técnica combate la coherencia, tiende a hacer que las cosas acaben por ser aburridas y desdeñables ( a menos que vayan acompañadas por imágenes horripilantes) porque casi todo es aburrido y desdeñable si casi no se sabe nada de ello.Pienso que el llamado a la atención por breves periodos no sólo es una comunicación deficiente, sino que también va contra la civilización. Consideremos las suposiciones subyacentes que la televisión tiende a cultivar: hay que evitar la complejidad, el estímulo visual sustituye al pensamiento, la precisión verbal es un anacronismo. Tal vez sea anticuado, pero a mí me enseñaron a creer que el pensamiento es palabras dispuestas en formas gramaticalmente precisas.En Estados Unidos, por ejemplo, hay una crisis de alfabetismo. De acuerdo con un estudio, se calcula que unos 30 millones de norteamericanos son "analfabetos funcionales", y no saben leer ni escribir lo bastante bien para responder a un anuncio en el periódico o comprender las instrucciones impresas en un frasco de medicina.El alfabetismo tal vez no sea un derecho humano inalienable, pero sí es uno que los muy cultos "padres fundadores" de esta nación no habrían concebido irrazonable o inalcanzable. No sólo estamos dejando de alcanzarlo como nación, hablando en términos estadísticos, sino que cada vez estamos más lejos de lograrlo. Y aunque no soy tan simplista para señalar a la televisión como la causa, sí pienso que contribuye, y que es una influencia.Todo lo que hay en Estados Unidos —la estructura de la sociedad, sus formas de organización familiar, su economía, su lugar en el mundo— se ha vuelto más complejo. Y sin embargo, su instrumento dominante de comunicación, su principal forma de vinculación nacional, es un instrumento que vende soluciones claras a problemas humanos que habitualmente no tienen soluciones claras. Todo ello está simbolizado en mi mente por la forma artística, de inmenso éxito, que la televisión ha vuelto parte central de la cultura, el anuncio de 30 segundos: el minúsculo drama de la sensata ama de casa que encuentra la felicidad al escoger la pasta de dientes que más le conviene.¿Cuándo, en la historia humana, tantas personas han dedicado colectivamente tanto de su tiempo libre a un juguete, a una diversión para las masas? ¿Cuándo, antes, toda una nación se había entregado masivamente a un medio para vender?Hace algunos años escribió el profesor de derecho Charles Black, de la Universidad de Yale: "... alimentar a alguien por la fuerza con una comida insustancial no es, en sí mismo, algo insustancial". Bueno, creo que a esta sociedad la están alimentando a la fuerza con comida insustancial, y temo que apenas sean percibidos sus efectos en nuestros hábitos mentales, nuestro lenguaje, nuestra tolerancia al esfuerzo y nuestro afán de complejidad. Si me equivoco, no habremos causado ningún daño al mirar el asunto con escepticismo y ojo crítico, al considerar cómo debemos resistir. Espero que se unan a mí en esto.