Publicado en
febrero 19, 2012
©1988 POR KEVIN H. SIEPEL. CONDENSADO DE "THE CHRISTIAN SCIENCE MONITOR" (5-VII-1988). DE BOSTON. MASSACHUSETTS.Ella sonreía como la enigmática modelo de Leonardo. Yo era un joven despreocupado... y veía el mundo lleno de promesas.
Por Kevin SiepelLA PRIMERA vez que la vi, en la estación de St. Margrethen, estaba empujando con la rodilla una enorme maleta de cuero café para subirla al escalón del tren, que era muy alto. Llevaba un pantalón de pana, también café, y una blusa de color verde vivo, arremangada. Tenía oscuros los ojos, el cabello y la tez; era joven y enigmática.
Cuando logró colocar la maleta sobre la rejilla, arriba de las cabezas de los pasajeros, se dejó caer en su asiento, al otro lado del pasillo. Aunque sudaba, se mostraba tranquila. El plateado ferrocarril, provisto de aire acondicionado, continuó la travesía de cinco horas hacia el este, a través de Suiza.La nieve se estaba fundiendo en los Alpes y formaba escurrimientos burbujeantes, mientras el campo se encendía de amapolas; era el mes de mayo. Intenté dormitar un rato, y luego, entablar conversación con la persona de al lado, sin lograr ninguna de las dos cosas. Por fin volví a fijarme en la muchacha, que llevaba en el regazo un ramillete de flores silvestres y parecía pensar en la persona que se lo regaló. Atravesé el pasillo y me senté frente a ella."Wie heissen die Blumen?" (¿Cómo se llaman esas flores?), le pregunté. Su única respuesta fue una sonrisa. ¡Ah!, pensé. No es alemana, sino italiana. ¡Claro!Me incliné hacia adelante y confeccioné una pregunta más elaborada sobre i fiori. Tampoco me contestó. Me pasó por la mente la idea de que fuera muda, pero reflexioné: estábamos en Suiza, así que probablemente hablaría francés. Ensayé con este idioma, y su única respuesta, como antes, fue la expresión de la Gioconda.Me eché para atrás, correspondí a la sonrisa, y traté de parecer enigmático; vano intento, considerando que llevaba una gorra de pescador, sudadera de manga larga, un pantalón de rayas de color mostaza y zapatos para correr, de cuero. Estaba a punto de darme por vencido cuando la Gioconda me preguntó: "¿Habla español?"¡Cómo no se me había ocurrido! Era española. Lleno de emoción, hurgué en mi mochila hasta dar con el libro de frases que necesitaba. Resultó que era soltera, trabajaba en una casa para ancianos en Altstátten, e iba a ver a su familia en España.Asimismo, resultó evidente que sabía muy poco de acentos y maneras de vestir, pues me tomó primero por inglés y luego por alemán. Parecía que yo era el primer norteamericano que conocía.No recuerdo exactamente de qué hablamos, pero el día se nos fue volando. Veía yo con desencanto cómo nos aproximábamos a Ginebra, porque ahí nos separaríamos, pero por la tarde nos encontrábamos ya en esa ciudad. Recorrimos algunas de sus hermosas calles, nos entretuvimos con unos capuchinos en un café al aire libre, curioseamos ante escaparates a la luz del atardecer, y salpicamos de risas nuestra conversación. Cuando mi tren llegó, nos despedimos de mala gana. A ella la esperaba su familia al otro lado de los Pirineos, y yo tenía que ir a Italia antes de regresar a mi país. Intercambiamos direcciones, y luego me subí al tren y partí.Hoy, mi vida no es tan desenfadada como entonces. Igual que mucha gente, tengo hijos, voy al trabajo, reparo mi casa, cuido el jardín. Pero a veces recuerdo aquellos días, cuando la vida podía volverse de pronto agridulce e intensa, y las oportunidades podían surgir en cualquier momento.De vez en vez cuento lo que pasó aquella primavera, y altero un poco los hechos: pinto a la joven más entusiasmada, y me describo un poco más frío o más dueño de la situación. A veces digo que ella me acosó sin el menor recato.A mi esposa le divierten bastante las metamorfosis del relato, si bien no dejan de sorprenderle. Siempre aclara que no se sintió deslumbrada en el tren, que yo no me comporté con frialdad ni con savoir faire, y que ella al año siguiente dejó su trabajo en Suiza para casarse conmigo... a pesar de lo mal vestido que iba cuando nos conocimos.