TAL VEZ ELLA... (Reginaldo Alfonso Castellanos Comesañas)
Publicado en
octubre 01, 2011
CUANDO me ofrecieron esta misión dudé. A trescientos millones de kilómetros de distancia; posado como una gaviota en un témpano de hielo de 10 kilómetros de diámetro, que danza silenciosamente alrededor de su planeta madre a razón de cincuenta kilómetros por segundo, con seis meses de día (un día gris, fúnebre) y. seis meses de noche indescriptible, en la que sólo penetran las glaciales miradas de los lejanos astros, no era una opción muy atractiva que digamos.
Lo peor no era esto. La misión tenía que desempeñarla SOLO, así, con mayúsculas. No era la primera vez que me enfrentaba al gran vacío, a la verdadera noche infinita donde el azul, el rojo, el blanco... son conceptos del hombre arraigado a la Tierra.En esta ocasión, quizás por cansancio, o porque habían pasado algunos años sobre mis hombros, no me resultaba muy atractivo el trabajo.Lo que más me golpeaba era, váyase a saber por qué. la perspectiva de estar solo. No, no es que no lo hubiera experimentado antes, aunque casi siempre se procuraba que fueran dos los encargados de estas tediosas misiones exploratorias.Así lo planteé a mis superiores. Utilicé toda clase de razonamientos, gasté parsecs de energía mental para convencerlos, pero todo fue inútil. Siempre. la misma sonrisa irónica y la frasecita:―¿Te estás poniendo viejo? ¿O acaso tienes miedo?Me picaba el orgullo. ¿Miedo yo? ¿Viejo yo? Quizá tuvieran razón pero yo soy más testarudo queun mulo (animal prehistórico utilizado por el Hombre Antiguo para cargar pesados fardos, que cuando se empecinaba, no se movía ni con candela). Así que Insistí tanto que ¡al fin! logré una promesa: “Tratarían de resolver la situación”.Llegó el día de la partida. Hasta el último momento me mantuvieron en la zozobra. Poco antes de entrar al elevador que me conduciría hasta la flamante navecilla cósmica, llegó el oficial al mando de la operación, leyó en mis OJOS la interrogación muda, sonrió y dijo:―Ya Ella está arriba. ¡Buena suerte!Nos las manos. No sé por qué el corazón me batía alocado en el pecho. Subí al elevador y mientras ascendía no pude evitar un indignado pensamiento: ―¿Por qué c... les gustará tanto el misterio?’Entré en la nave. Tenía que cumplir el ritual de siempre. Chequear la hermeticidad. La atmósfera artificial, etc. Una ver dado el visto bueno me acomodé en el sillón de mando y esperé.Todo transcurrió como es usual en estos casos. Un gran tirón hacia atrás y en menos de lo que se cuenta la ingravidez. A partir de este momento comenzó a funcionar la débil gravitación interna de la nave que nos permite sentirnos como “en casa” sin temor a ganarnos unos cuantos golpes o magulladuras.El piloto automático, una pequeña pastilla microprocesadora, se ocuparía de corregir cualquier desviación de vuelo, hasta situarnos en la órbita deseada.Me disponía a levantarme para descansar un poco, cuando una voz chillona, demasiado pera mi gusto, se dirigió a mi a través del, magnetófono:―¡Bienvenido Capitán! Le habla Ella, su compañera de viaje. Tengo preparado su baño. Después podrá descansar un poco y más tarde me presentaré ante usted. Cambio.―Entendido ―contesté, no sin cierta aprensión.¿Dónde estaría Ella? Me habla hablado desde el dormitorio y hacia allá me dirigía. No recordaba que hubiera mas espacio en la nave. ¿Cómo era posible entonces el no encontrarnos?Lo cierto es que me sentía cansado y opté por hacer Io indicado. Me di un baño y me acosté. Dormí.Varias horas estuve sumido en un profundo sueño. A pesar de ello, sentía una presencia ajena que velaba junto a mí. Incluso, en algún momento, al moverme en la cama tropecé con alguien a quien en mi subconciente di un nombre: Ella.Cuando desperté mis sentidos fueron golpeados por agradables sensaciones. El dormitorio estaba perfumado, en la mesa deliciosos “manjares” cósmicos atraían la vista con su colorido y aromas.¡Esto va bien! Empiezo* a creer que mis jefes hicieron una magnífica selección al enviar a Ella. Desayuné opíparamente. Satisfecho, me arrellané en el butacón y accioné el sistema de comunicación general:―¡Aquí, Capitán de la nave llamando! Ella, preséntese en mi cámara inmediatamente.Repetí el llamado varias veces hasta que Ia misma estridente y chillona voz contestó:―Recibido, Capitán enseguida estaré con usted.Esperé unos minutos que m parecieron eternos. Al fin, se abrió la portezuela y entró ella.De talla mediana, con largos cabellos rubios que caían sobre sus hombros, donde nacían unos delicado y bien formados brazos, graciosamente acomodados en los flancos de su cuerpo, notable por sus prominente aunque no exageradas caderas, estaba mi compañera de viaje.Sus ojos, azules, de un azul metálico, tenían una expresión difícil de precisar, algo indefinible que me turbó un poco.Su nariz y sus rosados labios (sin cosméticos, ese pigmento venenoso que usaban las mujeres del mundo antiguo para “realzar” su belleza) hacían un conjunto armonioso difícil de describir.La recorrí con mi vista una vez más y quedé aun más satisfecho en ese segundo examen.―Siéntese compañera Ella ―dije.―Gracias, capitán.Se acomodó en una butaca frente 8 mi y me miró amablemente.¡Maravillosa!, pensé. Sólo me resultaba desagradable su voz bastante aguda, aunque personalmente no era tan estridente como a través del magnetófono.―Debido a la precipitación con que me avisaron no pude presentarme antes a usted.―Lo sé ―contesté―. Para mí ha sido una verdadera sorpresa muy agradable por cierto, que me dieron a última hora.Al decir esto y por más que quise evitarlo, mis ojos la devoraban como el Lobo a la Caperucita Roja.Reprimí mis tumultuosos pensamientos y comencé el interrogatorio de rigor en cuanto a origen, nivel de conocimientos, etc., etc.Aunque todo esto me importaba un comino, pues la nave era una obra perfecta de la ingeniería humana. Lo fundamental para mí era y lo sería con más fuerza a partir de haberla viste, su compañía, su presencia, en todo momento, durante este largo viaje.Después de contestar mis preguntas, casi todas con una precisión matemática y algunas, las menos, sin precisión alguna, de lo que yo hice el menor caso, Ella, me echó este pequeño discurso:―Capitán, esta misión es muy importante. Lo sé, y usted fue escogido por su gran pericia y confiabilidad. Mi papel a su lado, es el de garantizar que la soledad, tan mala consejera para el hombre, no pueda menoscabar el buen éxito de su trabajo. En mí encontrará usted todo lo que necesita: conocimientos básicos para discutir con usted variados temas, la mujer hacendosa que le haga la cama, prepare su baño y comidas, cuide su ropa y... todo lo demás. Esa será mi contribución a esta importante misión.Calló. La miré a los ojos. Me asustó un poco la frialdad, la disciplina, la obediencia que emanaba de aquella mirada. Yo cambiaría el hielo por el fuego, con mi amor, mi pasión (ya desatada y quizás desmedida).Con todos los recursos de nuestra supercivilización a la mano, la misión que me fue encomendada se desarrollaba sin mayores tropiezos. En cierta ocasión, el refractor me dio colores inusitados. Empecé a creer en algún factor misterioso entre objeto―sujeto. Y así fue: Ella había sacado al espació exterior sus diminutos panties multicolores y éstos se hablan enredado un el lente de mi equipo.En otra ocasión creí ver dos ojos luminosos observándome a través de la escotilla. Su penetrante mirada metálica me causaba escalofríos. Los estudié atentamente, tomé fotos seriadas y al analizarlas descubrí que sólo se trataba de dos latas de judías que flotaban cerca de la nave y reflejaban la luz cegadora de mi querido satélite. ¿Que cómo habían ido a parar allí? ¿No lo suponen ustedes? Ella las habla lanzado al espacio exterior en lugar de cocerlas en el horno para desperdicios. Y así, muchas cositas más, que harían interminable la relación.Nada había pues de maravilloso, a no ser nosotros mismos.Todo estaba perfectamente programado.Desde la operación más compleja hasta la más insignificante, Y el descanso también por supuesto. El verdadero descanso, música sideral (muy suave). Relajamiento muscular y nada de conversación. Esto en honor a la verdad cósmica no se podía lograr. Imposible. Ella no me dejaba. Hablaba y hablaba sin parar y cuando le hacía sentir mi condición de Capitán al mando, se callaba, casi, y digo casi, pues mantenía un murmullo zumbón que me recordaba al ruido de las abejas en su colmena.Lo “otro” también estaba normado. A pasar de la distancia, era inviolable la regla de hacerlo periódicamente: ni antes, ni después.Confieso que una o dos veces quise violar la norma pero Ella era inconmovible. I ¡No, no y no! Si no estaba programador ni hablar.¡Ah! Pero cuando se podía. Bueno... ¿Para qué intentar describirlo? Me sería imposible. ¿Comprenderían ustedes si les dijera que era como si estallara una supernova a mis pies?No, no lo entenderían. Había que vivirlo. Pasar por esa increíble experiencia. Ser yo y estar con Ella.¡Cuánta ternura! ¡Cuánta pasión al mismo tiempo!Después de esas cósmicas explosiones amatorias, me invadía una lasitud que duraba varias horas. A Ella le sucedía todo lo contrario, se quedaba como si nada y yo diría que con más deseos de trabajar y de “hablar” que antes.Llegué a tomarle cariño. Era una parte integral de mi paisaje, de mí pequeño mundo flotante y también de mi ego. Cada día la necesitaba más. Y la sentía más cerca de mí. Tomé dos determinaciones: la primera, romper con mi leyenda de solterón empedernido y la segunda no decírselo a Ella hasta nuestro regreso a la Tierra.El viaje de retorno se hizo sin tropiezos. Por mí parte muy contento, no sólo por haber cumplido el programa sino por el vuelco radical que Iba a darle a mi vida de lobo solitario.Aterrizamos en un cosmodromo pequeño, perdido en medio del desierto. Nuestro arribo fue ignorado por completo. Solamente el Jefe de la misión que me había despedido al partir estaba presente.Esperó que nos acercáramos más y avanzó unos pasos hacia nosotros. Me sonrió con malicia, observó a Ella con curiosidad y dijo:―¡Bienvenidos! ¿Están bien?―¡Maravillosamente! ―respondí yo por ambos. Y añadí:―¿Todo bien, comandante?―¡Perfectamente! ―Extendió sus manos y con la mía aún entre las suyas preguntó:―¿Qué planes tiene?―Me alegra su pregunta, comandante. Eso me facilita contestarle y al mismo tiempo darle una sorpresa a Ella.Le rodeé el talle con mi brazo y continué:―Me he cansado de estar solo. Quiero casarme con ella.La observé en espere del efecto de mis palabras, pero no hubo nl el más ligero cambio en su expresión.―¿Qué dices, Ella? ―pregunté ansiosamente.El comandante se anticipó a Ella y me dijo:―Me temo que eso no podrá ser, capitán.―¿Cómo? ¿Por qué?―Porque aún no han sido autorizados los matrimonios con humanoides. Capitán, Ella es un autómata...Fin