NEPTALÍ MARTÍNEZ, EL MAESTRO
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octubre 16, 2011
En su taller (1984)Correspondiente a la edición de Noviembre de 1997Texto: Rodrigo Villacís. Fotos: Judy de BustamanteEl viejo maestro deja a un lado gubias y formones para atender al entrevistador que le visita en su taller, en el antiguo barrio quiteño de San Roque. Huele a madera y los rizos del nogal y del platuquero tachonan el piso. Algunas obras a medio hacer reposan sobre la mesa de trabajo, en espera de las hábiles manos de Neptalí Martínez Jaramillo (Tabacundo, 1910), heredero directo de los más refinados artífices de la Colonia. El me mira con sus ojos bondadosos, ya empañados por la edad, y con palabras cariñosas me obsequia, de entrada, un ejemplar del libro que Ximena Escudero ha escrito sobre su vida y su oficio.
― Usted ya cumplió los ochenta y siete años ―le digo―, y veo que sigue trabajando...― Y seguiré hasta que Dios me de fuerzas. Claro que ya no es lo mismo, ya no puedo hacerlo con la actividad febril de antes, porque las facultades se van perdiendo con la edad, y a pesar de los lentes ya no me ayuda la vista.― ¿Viene todos los días?― Sí, a las nueve ya estoy aquí. Me levanto temprano y me trae uno de mis hijos, o me vengo en el trole, que me deja cerca. Cuando llego me olvido de todo lo que no es mi trabajo, y sólo vuelvo a la casa a las siete de la noche. Mi mujer, medio celosa, me dice que soy un enamorado perdido de la madera.― ¿Es cierto?― ¿Cómo le voy a negar?, si la madera es tan noble, tan agradecida... Pero habría podido trabajar también en piedra, en arcilla... Yo daba clases de modelado, que me gusta mucho. Sin embargo, me quedé con la madera porque quizás me entiendo mejor con ese material. Lo malo es que pronto vamos a quedarnos sin tener con que trabajar, porque están desapareciendo las mejores especies. El hombre está acabando con todo...― ¿Toda la vida tallando?― No, también dibujo, comenzando por los bocetos previos a la talla. Además siempre me atrajo la pintura, pero no me ha alcanzado el tiempo para cultivarla. Lo que sí me ha gustado también es leer: he eído novelas, aunque más me gustan la geografía y la historia, y desde el cuarto grado ya conocía, por los libros, todos los países del mundo.― ¿Cuántos visitó después?― Gracias a mi arte he recibido muchas invitaciones, y he viajado por este continente y por Europa. He llevado a veces mis instrumentos de trabajo para hacer demostraciones, y siempre he puesto en mis maletas algunas muestras de mi obra, que a Dios gracias en todas partes han causado buena impresión. Nunca hice quedar mal al país.― Usted habla de su "arte", ¿cuál es la diferencia entre arte y artesanía?― Bueno, no hay un límite preciso... Tal vez el carácter utilitario de la artesnía. Pero yo creo que la artesanía llega a ser arte cuando es creativa, cuando es una cosa más espiritual, cuando se aparta de lo que hacen los demás.― ¿Qué obras suyas me mostraría con más satisfacción?― Las del salón amarillo, la biblioteca y el gabinete presidencial del palacio de Carondelet... Aunque ahora han cambiado todo, han hecho horrores; esto especialmente en los tiempos del abogado Roldos, porque francamente el gusto de la señora... Sin embargo, creo que lo mejor son los bajorrelieves de los siete dolores de la Virgen, que hice en la capilla del Milagro de la Dolorosa, del Colegio Gonzaga. En la iglesia de la Compañía tengo la mesa del altar mayor y todo el frontis, hasta el tabernáculo, y en Santo Domingo la hornacina del retablo de la capilla del Rosario. Pero he tallado también cristos, vírgenes, algún desnudo, y tantas otras obras para iglesias, conventos, para el municipio y para casas particulares. Es que comencé muy joven...― ¿Cuándo?― Vine a Quito a la Escuela de Artes y Oficios a los doce años y ahí fue mi maestro don Manuel Vaca, profesor de imaginería y tallado decorativo. Él ya era bastante mayor, tanto que de muchacho había conocido a García Moreno, y tenía un genio como el de ese presidente. Por eso los alumnos se despechaban pronto, pero a mí llegó a quererme y aproveché para sacar mucho provecho de sus enseñanzas. Él me contaba que ese hermoso San Antonio de tamaño natural que se halla a la entrada de la capilla de Cantuña, atribuido por los historiadores a Caspicara, en realidad es suyo. De ahí que no está policromado a la manera antigua. Yo no lo he revelado hasta ahora, francamente, porque vayan a decir que me estoy yendo contra la historia del arte...― ¿Cómo llegó a Quito el joven Neptalí?― De la mano de mi mamá y con una carpeta de dibujos bajo el brazo. Nos recibió un tío que vivía en esta ciudad, quien nos aconsejó que fuéramos donde el presidente de la República, que era el doctor José Luis Tamayo, a ver si conseguíamos alguna ayuda para estudiar aquí. Así es que fuimos a esperarle en las gradas del palacio, porque antes no había tantos trámites. Y no va a creer usted que ahí mismo nos atendió; vio las cosas que yo había dibujado sin ninguna guía, y de inmediato nos mandó con el edecán donde el ministro de Educación, doctor Luis Vásconez. Creo que el ministro no se convenció de que esos dibujos eran míos, y pidió que me pasaran una hojita de papel. "Guambrito, ¿puedes copiar este retrato?", me preguntó mostrándome un cuadro que después supe era de Camilo Egas. Y yo lo copié, pues, sin problemas.― Entonces...― Me dio un abrazo y mandó a llamar, "al término de la distancia", al doctor José Gabriel Navarro, que había estado de director de la Escuela de Bellas Artes y a un señor de apellido Coronel, director de la Escuela de Altes y Oficios. Conversaron entre ellos y decidieron que me iban a ayudar; así es que en Bellas Artes me dieron todas las facilidades, materiales incluidos, y clases de dibujo. El profesor era el señor José Abraham Moscoso, con estudios en Italia. Y en Artes y Oficios, a más de las clases de tallado en madera y la educación secundaria, me oftecieton el alojamiento y la alimentación.― ¿Por qué se decidió por la talla?― Bueno, yo quería ser pintor, esa era mi ilusión, pero las circunstancias no me favorecieron. Sin embargo no me quejo, porque me ha ido bien con los buriles y la madera. Para esto me sirvieron desde luego las clases de dibujo de la Escuela de Bellas Artes, donde entre mis profesores estaba nada menos que Roura Oxandaberro.― ¿Y entre sus compañeros?― Leonardo Tejada, América Salazar, Diógenes Paredes, José Enrique Guerrero, buenos amigos que llegaron a ser excelentes artistas. Peto estuve sólo cuatro años en Bellas Artes porque se terminó la ayuda que me daba el gobierno, y yo no podía costearme los materiales.― ¿Pero siguió en Artes y Oficios?― También tuve que abandonar, porque necesitaba ganarme la vida.― ¿Eso fue difícil al principio?― No mucho, porque pronto me di a conocer y comenzaron a encárgame obras importantes algunas personalidades, inclusive diplomáticos. Trabajé en la mejor mueblería, que era la de Robalino, donde aprendí bastante, sobre todo en la línea del mueble clásico. También en la fábrica de don Rafael Unda, que era muy prestigiosa en el campo de la ebanistería artística. Pero en 1932 volví a la Escuela de Artes y Oficios (hoy Colegio Central Técnico), en calidad de maestro, y estuve trece años.― ¿Cómo resume ese lapso?― Dedicación total a la enseñanza, para lo cual me vi obligado a estudiar con toda dedicación, adentrándome en las maravillas del arte quiteño, a partir del cual hacíamos muebles de estilo colonial. Estos eran muy apreciados en las exposiciones que en ese tiempo se organizaban. Pero tuve que renunciar cuando el doctor Velasco Ibarra nombró de director a un militar que regresaba de Chile. Él me dijo que ahí no se enseñaban "estas cosas en estas escue―las", y no hubo nada qué hacer. Me fui.― ¿Estamos en el año...?― Cuarenta y cinco, cuando paso a trabajar para el municipio de Quito, y entre otras cosas hago algunas cubiertas talladas en madeta de libros como el Elogio de Quito, de Ernesto La Orden, que era el obsequio obligado a los presidentes que venían de visita, y de los primeros Libros de Cabildos. En esa época ayudo también a la alcaldía a organizar muesttas artesanales.― ¿Recuerda que en el 59 nos conocimos precisamente en una de esas muestras con ocasión de las Fiestas de Quito?― Cómo no. Y esas exposiciones me dieron grandes oportunidades. En el sesenta y cuatro llevamos una, con un éxito inolvidable, a Buenos Aires, y el setenta y ocho un señor a quien no conocía llegó a mi taller para preguntarme, con aire de misterio, si podía tallar unos muebles según ciertos diseños. Le dije que sí, e hice los primeros sin saber para qué. Ese señor resultó el gerente de lo que iba a ser Muebles Maestro, de unos americanos, quienes vinieron a conocerme, me invitaron a Rochester, y después de unas demostraciones públicas en Nueva York, que me habían pedido, me contrataron. Como usted se ha de acordar, mi foto, trabajando, era parte del logotipo.― He oído anécdotas de personas adineradas que compraban esos muebles en el exterior, maravilladas de su calidad, sin saber que eran hechos aquí...― Es que se vendían en almacenes muy elegantes de las grandes ciudades, con mucha publicidad pero sin decir el origen.― Una pena que eso se acabó.― Una pena. La industria se quebró, hace como dos años, por una huelga. Pero yo ya no estaba.― ¿Hasta cuándo estuvo? '― Hasta el 82, cuando me invitó el Banco Central para formar una escuela de artesanías con fondos que había dejado el señor Rodrigo Paz a su paso por el ministerio de Finanzas. El arquitecto Hernán Crespo Toral, que era director de los museos, nos llamó a cuatro maestros: Jorge Espinosa, para la enseñanza de la orfebrería, Salomón Enríquez, para la taracea, Alfonso Rubio para la imaginería, y a mí para el tallado en madera. Comenzamos en La Merced, en la Casa de la Academia de la Lengua, y después pasamos a San Marcos, a las instalaciones levantadas en un lugar cedido por el mismo señor Paz, que entonces se desempeñaba como alcalde.― Instalaciones de las cuales desalojó a la Escuela la actual administración municipal...― Sí, por desgracia. Los problemas comenzaron cuando la ayuda del Banco Central fue mermando hasta desaparecer. Ahora la Escuela es una fundación que se ha reducido a una casita de la Mariscal y está luchando po mantenerse en pie. Pero yo me separé hace algún tiempo; con pena, porque me gusta enseñar.― En todo caso, tiene aprendices...― No tantos como en otros tiempos, cuando incluso iba a provincias para interesar a los jóvenes en el oficio; pero aún vienen algunos muchachos a mi taller.― Cuénteme esto de provincias...― En 1978 fundé en Cuenca una escuela de ebanistetía y talla, por invitación del Centro de Reconversión Económica, y ayudé a organizar otras en Catacocha, Latacun―ga y Pujilí. Mi afán ha sido siempre apoyar a las artesanías, porque creo que son parte importante de la imagen del Ecuador.― ¿Cómo ve el futuro de la talla en madera en nuestro medio?― Le diré que se necesitan muchos años de apendizaje y bastante paciencia para llegar a un buen nivel de calidad. Hay que ser muy fiel al oficio y no dejar que la mano se enfríe; o sea que es necesario trabajar todos los días, y aprender todos los días. Sólo la páctica nos permite mejorar. Pero es un arte que a uno le da muchas satisfacciones. Ojalá los jóvenes que han pasado por la Escuela Bernardo de Legarda y por mi taller sigan practicando el oficio, y enseñen a otros lo que nosotros les hemos enseñado.― ¿La tecnología conspira contra la artesanía?― Claro, porque las máquinas producen en serie y abaratan los costos. Pero en cambio los productos industriales son cosas frías, caecen de eso que tiene lo que es hecho manual y amorosamente por el artesano, ¡cómo va a comparar!― ¿Sus hijos han heredado su habilidad?― Tengo tres, el primero es arquitecto y profesor de dibujo técnico, es buen dibujante y diseñador. El segundo así mismo dibuja muy bien, pero estudió administración y se dedica a eso, y mi hija siguió contabilidad y ahora está trabajando en turtismo. Pero uno de mis cinco nietos también me ha salido buen dibujante, y como ya tengo un bisnieto, espero que crezca un poquito paa ver si le gusta el dibujo y, quizás, la talla... Pero no me ha preguntado de política...― ¡Lo siento! ¿Incursionó usted... ?― Fíjese que llegué a la diputación por Pichincha el año sesenta y dos. Yo no pertenecía a ningún partido pero tenía algunos amigos, como el ingeniero Dávila Cajas, el doctor Baquero de la Calle, el doctor Salvador Lara. Un día me dijeron: "Sabe que le vamos a poner en una lista para concejal"; yo me resistí al principio, pero me convencieron. Después resultó que me habían puesto más bien en una lista para diputados, ¡y va a creer que salí en segundo lugar! El primero de la lista era el doctor Salvador Lara, quien en cierto momento había pedido permiso a la Cámara para ausentarse por quince días. Así es que estando yo tranquilo en mi casa suena una noche el teléfono y me dicen: "Tiene que venir este rato a posesionarse; le llama el presidente de la Cámara de Diputados". ¿Qué le parece? Así fue como tuve la oportunidad de introducir una reforma importante al Art. 248 del Código del Ttabajo, con respecto a la titulación de los artesanos. Ese fue mi debut y despedida en el escenario de la política. Mejor, porque, pensándolo bien, ¿qué tiene que ver conmigo?