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A DIFERENCIA mía, que siempre estoy atenta a los cumpleaños de mis seres queridos, mi esposo es olvidadizo a más no poder. Ya no me sorprende que cada año le pase inadvertido mi cumpleaños si yo no lo hago caer en la cuenta.
Mi HERMANITA de ocho años de edad volvió triunfante de su primera visita sola a un supermercado local, y mostró a la familia el regalo que había comprado para obsequiar a la abuela en sus 80 años: ¡un par de medias de redecilla roja!
MI HIJO adolescente vivía esa etapa de rebeldía en que la aprobación de los padres en cualquier situación es casi como el beso de Judas. Así pues, me sentí halagada cuando me pidió que le ayudara a escoger la camisa que usaría para una fiesta. Sobre su cama estaban las opciones: azul, blanca y beige.
UNO DE los procedimientos delicados que debo cumplir como operadora de teléfonos es obtener la autorización de una llamada por cobrar de la primera persona que conteste. En una ocasión contestó un niñito, y le pregunté si aceptaba el cobro. Por toda respuesta, obtuve un
ESTÁBAMOS a punto de partir a Europa, pero mi esposa enfermó. Afortunadamente, respondió al tratamiento que le ordenó el médico, y este la autorizó a viajar. Así que partimos, y nuestras vacaciones fueron estupendas.
EN EL supermercado de nuestra localidad, el tendero a menudo se queda sin monedas de un centavo y les da a los clientes algún caramelo o golosina en compensación. Cierto día, un hombre delante de mí esperaba su turno para pagar por una hogaza de pan. Al llegar a la caja, sacó una bolsa y vertió una gran diversidad de golosinas.
CAMINO a nuestra recepción de bodas, tiernamente le comenté a mi flamante esposo:
UNAS VISITAS inesperadas venían ya en camino, y mi madre, una excelente ama de casa, se apresuró a ordenar su hogar. Con ese fin, puso a mi padre y a mi hermano a limpiar el baño. Poco después, al pasar a revisar la tarea que les encomendó, le sorprendió ver que el anteriormente desordenado cuarto hubiese sido arreglado tan rápidamente. En eso se topó con una nota pegada a las cortinas de la regadera.
ACOMPAÑABA a mi marido en un viaje de negocios. Él llevaba su computadora portátil consigo, y en el acceso de control del aeropuerto, el guardia le pidió que abriera el estuche. Como tenía el seguro puesto, el hombre esperó pacientemente mientras mi avergonzado esposo hacía esfuerzos por recordar la combinación de la cerradura. Al cabo, tuvo éxito.
DE VISITA con mi nueva vecina, de pronto apareció un enorme gato gris y se restregó en mis piernas, y comenté:
CUANDO a mi esposo lo destinaron a Caracas, Venezuela, todos los días antes de amanecer nos despertaba un vendedor de billetes de lotería al pasar gritando los números que tenía. A las 8 de la mañana, cuando ya la calle estaba repleta de puestos de mercado y amas de casa haciendo las compras del día, el hombre reaparecía, y las mujeres, invariablemente, le compraban un billete.
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