AVENTURAS Y DESVENTURAS DE THOR HEYERDAHL
Publicado en
septiembre 11, 2011

Durante años, los expertos desecharon las teorías de este explorador sobre la propagación de las civilizaciones. Pero, gracias a su espíritu combativo, demostró sus hipótesis una y otra vez.
Por Robert Wernick, ilustración: George AngeliniLos residentes de Colla Micheri, un pueblo en los Alpes Ligurios con vista a la Riviera italiana, saben que el vecino noruego de cabellos plateados, propietario de la cima de la colina que domina el lugar, es un erudito y explorador de fama mundial que ha navegado por los siete mares en naves llamadas Kon-Tiki, Ra y Tigris, en su afán por descubrir los secretos de las antiguas civilizaciones. Pero algo que impresiona especialmente a sus vecinos es que este hombre ha sabido mantener permanentemente forestada su finca en la cumbre. En tanto casi todos los predios de la región han sido devastados periódicamente por incendios forestales, la propiedad del signor Heyerdahl conserva una magnífica dotación de pinos y robles.
Como todo lo demás en la vida de Thor Heyerdahl, eso es resultado de una cuidadosa planeación, seguida de una ejecución vigorosa. Cuando erigió su casa allí hace 30 años, consideró que la mejor forma de preservar las arboledas que rodeaban su nueva morada era adquirir un rebaño de cabras. Todo el mundo le dijo que estaba loco. Cualquiera sabía que las cabras deforestan las montañas con su voraz mordisqueo de ramas y cortezas.Sin inmutarse, Heyerdahl salía todas las tardes y abría brecha entre la maleza con su machete. Luego, invitaba a las cabras a transitar por la vereda y alimentarse con los arbustos que solían ser pasto de las llamas. Año tras año, sus árboles crecieron fuertes y reverdecientes, mientras que los incendios arrasaban la maleza en otras colinas. Hoy, algunos vecinos suyos tienen, discretamente, sus propias cabras.Tal ha sido siempre el estilo de Thor Heyerdahl. En el pueblo costero de Larvik, al sur de Oslo, él era un joven estudioso y circunspecto, sumido en sus propios pensamientos, despreocupado de que a los demás estos les pudiesen parecer extraños. ¿Será posible, se preguntó una vez, que sobreviva yo por mis propios medios en un lugar genuinamente salvaje, sin oficina de telégrafos o farmacia adonde acudir en caso de apuro? Concluyó que sí, siempre que tuviera suficiente ingenio y lograra encontrar una mujer que lo acompañara.Encontró exactamente esa clase de compañera en Liv Torp, estudiante de economía de la Universidad de Oslo. Ella tenía 20 años; él, 22. Decidieron partir a Fatu Hiva, en Polinesia, un islote rebosante de vida selvática, aunque casi despoblado. No le fue fácil convencer al Departamento de Zoología de la universidad de lo viable de su proyecto; pero finalmente lo aprobaron, a condición de que estudiaran también los caracoles terrestres de la isla. La joven pareja se casó la víspera de la Navidad de 1936, y pronto estaba a bordo de un barco rumbo al Pacífico.Fue durante el experimento de un año de duración en Fatu Hiva cuando a Heyerdahl se le ocurrió algo insólito. Un día, él y Liv habían terminado su jornada en la costa oriental de la isla, y sentados contemplaban el incesante estruendo de las olas que rompían sobre la playa. "¿Por qué nunca se ven olas tan altas como estas del otro lado de la isla?", preguntó Liv.Thor sabía la respuesta, y pronto cayó en la cuenta de lo que esto significaba. Las olas rompían regularmente en la costa oriental porque en esta parte del mundo los vientos soplan todo el año desde el este, acompañando a las corrientes a lo largo de 6500 kilómetros de océano ininterrumpido, desde la costa occidental de Sudamérica hasta Fatu Hiva. ¿Cómo podía conciliarse eso con la creencia, universalmente aceptada, de que los habitantes originales de las islas del Pacífico habían provenido de Asia, con el viento y la corriente en contra?¿No era más factible que una oleada migratoria se hubiese desplazado directamente rumbo al oeste, partiendo de Perú? Eso explicaría la presencia en estas islas del Pacífico de plantas típicamente sudamericanas, como el camote, la palma de coco y el algodón. Se esclarecería también el misterio de las gigantescas estatuas que halló enterradas en la jungla de Fatu Hiva, que por sus grandes y penetrantes ojos, así como por sus lóbulos alargados, se parecían asombrosamente a aquellas estatuas abandonadas por las civilizaciones preincaicas en los Andes. Se entenderían mejor, asimismo, las leyendas que un anciano isleño le relató sobre Tiki, el dios-rey que había traído aquí a sus ancestros "desde una gran tierra al otro lado del mar".Durante el decenio posterior a su partida de Fatu Hiva, excepto por sus servicios como paracaidista en las Fuerzas Libres de Noruega durante la Segunda Guerra Mundial, Heyerdahl pasó cada minuto disponible escarbando en libros, relatos de viajeros y artículos científicos sobre las islas del Pacífico del Sur. Las pruebas reunidas para su teoría de la migración desde costas americanas parecían abrumadoras cuando las ordenó en cientos de páginas de apuntes. Empero, nadie creería en ella. Cuando el investigador reveló su teoría en el Club de Exploradores de Nueva York, su presidente, Clyde Fisher, le señaló con brusquedad que estaba diciendo insensateces; no era posible que los indios de Sudamérica hubieran navegado hacia las islas, porque no tenían barcos para cruzar el océano.—Podrían haber viajado en balsas —replicó Heyerdahl.—¡Construyase una balsa entonces, e intente surcar con ella el Pacífico! —exclamó Fisher, tajante.Ese fue un momento decisivo en la vida de Thor Heyerdahl. Tomándole la palabra a Fisher, construyó una balsa de troncos con ayuda de artesanos peruanos. Los expertos declararon que su Kon-Tiki se iría a pique a las dos semanas de travesía. Pero en 1947 Heyerdahl viajó en ella con una tripulación de cinco personas durante 101 días, a través de 7000 kilómetros de océano abierto, desde El Callao, Perú, hasta Raroia, arrecife coralino situado 800 kilómetros al este de Tahití.La travesía de la Kon-Tiki demostró que los navegantes primitivos de Sudamérica podrían haber navegado hasta la Polinesia. Mas Heyerdahl nunca pretendió haber probado que realmente lo habían hecho; en palabras de Norman Baker, quien lo acompañó en otras tres expediciones posteriores, sólo estaba "probando el equipo" que acaso se haya utilizado hace muchos siglos.Como Heyerdahl esperaba, la Kon-Tiki no naufragó porque no tenía una rígida estructura a prueba de agua. El mar escurría libremente por los espacios entre los troncos. Constituyó una cautivante historia el saber cómo seis hombres pudieron sobrevivir en esa diminuta embarcación, luchando contra gigantescos tiburones y navegando entre tormentas tropicales. La relación de Heyerdahl de ese viaje, La expedición de la Kon-Tiki, publicada en 1948, se tradujo a más de 60 idiomas y vendió millones de ejemplares. El documental cinematográfico subsecuente, integrado con las tomas de a bordo en la bamboleante y temeraria embarcación, cautivó a millones más en todo el mundo, y ganó un Óscar.Pero la hazaña de la Kon-Tiki fue simplemente una gran nota al pie de la página del monumental ensayo antropológico que Heyerdahl publicaría en 1952. En American Indians in the Pacific ("Indios americanos en el Pacífico"), con sus 800 páginas pletóricas de citas de un millar de fuentes, Heyerdahl estaba convencido de haber ofrecido pruebas suficientes para cambiar la visión que en el ámbito académico se tenía en torno de las migraciones transoceánicas.Sin embargo, los antropólogos y otros estudiosos rechazaron sus propuestas, y consideraron a Heyerdahl como un exhibicionista cuya expedición había sido sólo un recurso publicitario. Los expertos estaban furiosos, porque un joven sin siquiera un doctorado se había atrevido a cuestionar creencias largo tiempo sostenidas.Pero Thor Heyerdahl no era hombre que se dejara intimidar por comentarios despectivos. Aunque era un intelectual, también era un vikingo. Así pues, devolvió a sus detractores golpe por golpe. Se tardó 13 años, pero en el Décimo Congreso Científico del Pacífico, celebrado en Honolulú, Hawai, en 1961, los arqueólogos participantes votaron unánimemente por reconocer a Sud-américa como una de las principales fuentes de pobladores y culturas de las islas del Pacífico. "Fue uno de los días más grandes de mi vida", comenta Heyerdahl.La travesía de la
Kon-Tiki le abrió también los ojos hacia nuevos horizontes. Si el hombre primitivo pudo navegar desde Perú hasta Polinesia, bien pudo haber efectuado otros viajes igualmente espectaculares a través de otros mares. Por ejemplo: Heyerdahl había quedado encantado al descubrir pinturas y grabados en las tumbas egipcias que mostraban hombres y ganado trasportándose en botes construidos con juncos de papiro, los cuales se asemejaban mucho a los botes que aún se usan en los lagos peruanos.
Más aún: había observado que las civilizaciones de Egipto, México y Sudamérica compartían características como el culto al Sol, las gigantescas pirámides escalonadas y el cultivo del algodón. La hipótesis más atractiva era que los botes de juncos acaso hayan cruzado el Atlántico hasta México y Sudamérica, llevando emigrantes que trasmitieron sus habilidades y sus costumbres.Cuando Heyerdahl resolvió investigar la posibilidad de una travesía como esa, los expertos, nuevamente, objetaron sus pretensiones como antes lo habían hecho con el viaje de la Kon-Tiki. Sostenían que los botes de juncos podían navegar sobre ríos tranquilos, pero en mar abierto acabarían destrozados por las olas, si antes no eran carcomidos por el agua salada. Quizá sí, respondía Heyerdahl; pero había referencias en textos antiguos a viajes marítimos en botes de juncos.Así pues, construyó su balsa Ra, hecha de papiro, llamada así en honor al antiguo dios solar egipcio, y en 1969 se hizo a la mar desde Safi, en Marruecos, surcó el Atlántico y casi llegó a las Antillas, donde zozobró por una tormenta. Había probado su hipótesis, pero el vikingo en su interior insistía en que debía recorrer todo el camino. Volvió, por tanto, al punto de partida, y rediseñó su embarcación apegándose más a los modelos de los murales egipcios. En 1970, la Ra II navegó triunfante por el Atlántico hasta Barbados, y recorrió 5260 kilómetros en 57 días.Tiempo después, con ayuda de los árabes de los pantanos, y aplicando técnicas tradicionales de miles de años de antigüedad, Heyerdahl construyó una embarcación con juncos de las riberas en el sur de Irak, a fin de probar que los antiguos sumerios pudieron haber navegado, desde sus hogares a orillas de los ríos Tigris y Éufrates, para comerciar con otras civilizaciones arcaicas en Egipto y en el valle del Indo, hoy parte de Pakistán.El Tigris fue botado en 1977, y navegó 6700 kilómetros a través del golfo Pérsico y el estrecho de Ormuz, hasta Pakistán, cruzando el mar Arábigo hasta la desembocadura del mar Rojo, donde el viaje tuvo que suspenderse a causa de los conflictos regionales. Una vez más, Heyerdahl había probado sus hipótesis.Entre los descubrimientos más interesantes de estos viajes estaba el de que ciertas técnicas artesanales muy peculiares se habían propagado por varias regiones del planeta. Por ejemplo, el tipo de obra de mampostería en seco encontrada en ruinas en la isla de Pascua, al noreste de Fatu Hiva (esto es, enormes bloques irregulares de piedra ajustados entre sí tan perfectamente, que no es posible deslizar la hoja de un cuchillo entre ellos), el explorador volvió a encontrarlo en Perú. Halló también el mismo procedimiento en el antiguo puerto fenicio de Lixus, en Marruecos, y también en Bahrein y en las Maldivas, archipiélago de atolones situado en el océano índico, al sudoeste de Sri Lanka.En octubre de 1988, el explorador celebró su septuagesimocuarto cumpleaños sin haber sufrido mayor mella en su vigor físico ni en su entusiasmo por los prolongados viajes hacia nuevos descubrimientos. Recientemente, examinó en Cuba nuevas excavaciones arqueológicas, que para él son prueba clara de intercambios comerciales entre Cuba y Centro y Sudamérica antes de la llegada de Colón. Y en Azerbaiján, en el Cáucaso soviético, le mostraron embarcaciones de juncos talladas en un arrecife que data de una época anterior al origen de la civilización egipcia.Cuando no está viajando, dictando conferencias o descubriendo nuevos vestigios del pasado de la humanidad, Heyerdahl vive tranquilamente sobre la verde cima de su colina con vista al mar de Liguria. La mayor parte de su tiempo la pasa leyendo, trabajando en nuevos libros y atendiendo correspondencia de amigos de todo el mundo. Colaboró también en una serie televisiva de cinco capítulos sobre su vida, la cual se distribuirá mundialmente este año.Con varios libros de gran éxito comercial e incontables versiones para cine y televisión de las célebres exploraciones en su haber, Heyerdahl sabe que es más famoso por sus aventuras que por su erudición. Comprende que las personas que visitan el Museo de la Kon-Tiki, en Oslo, están más interesadas en sus triunfos sobre el mar y el viento que en sus teorías etnográficas. Con todo, su mayor satisfacción, al paso de los años, ha sido ver a los expertos que una vez se rieron de él reconocer que tenía razón.A Heyerdahl lo han colmado de medallas, nombramientos y grados honoríficos; por otro lado, el Club de Exploradores de Nueva York, donde hace 41 años lo despidieran tan descortésmente, hoy está orgulloso de contarlo entre sus directores honorarios. Declara John Bruno, actual presidente del club: "Los exploradores son de dos tipos: aquellos que viven su afición por amor a la aventura, y los académicos, quienes están más interesados en enriquecer el conocimiento humano. Heyerdahl pertenece, felizmente, a ambos grupos".