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    Flip


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    Flip In Y


    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:54
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:28
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:46
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:37
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:42
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música - 8 Bit Halloween Story - 2:03
  • 132. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - 3:08
  • 133. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - Amanda Flores Todas Las Voces - 3:09
  • 134. Música - For Halloween Witches Brew - 1:07
  • 135. Música - Halloween Surfing With Spooks - 1:16
  • 136. Música - Spooky Halloween Sounds - 1:23
  • 137. Música - This Is Halloween - 2:14
  • 138. Música - This Is Halloween - Animatic Creepypasta Remake - 3:16
  • 139. Música - This Is Halloween Cover By Oliver Palotai Simone Simons - 3:10
  • 140. Música - This Is Halloween - From Tim Burton's The Nightmare Before Christmas - 3:13
  • 141. Música - This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 142. Música - Trick Or Treat - 1:08
  • 143. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 144. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 145. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 146. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 147. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 148. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 149. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 150. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 151. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 152. Mysterious Celesta - 1:04
  • 153. Nightmare - 2:32
  • 154. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 155. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 156. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 157. Pandoras Music Box - 3:07
  • 158. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 159. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 160. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 161. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:58
  • 162. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 163. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 164. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 165. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 166. Scary Forest - 2:37
  • 167. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 168. Slut - 0:48
  • 169. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 170. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 171. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 172. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:26
  • 173. Sonidos - Creepy Ambience - 1:52
  • 174. Sonidos - Creepy Atmosphere - 2:01
  • 175. Sonidos - Creepy Cave - 0:06
  • 176. Sonidos - Creepy Church Hell - 1:03
  • 177. Sonidos - Creepy Horror Sound Ghostly - 0:16
  • 178. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 179. Sonidos - Creepy Ring Around The Rosie - 0:20
  • 180. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 181. Sonidos - Creepy Vocal Ambience - 1:12
  • 182. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 183. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 184. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 185. Sonidos - Eerie Horror Sound Evil Woman - 0:06
  • 186. Sonidos - Eerie Horror Sound Ghostly 2 - 0:22
  • 187. Sonidos - Efecto De Tormenta Y Música Siniestra - 2:00
  • 188. Sonidos - Erie Ghost Sound Scary Sound Paranormal - 0:15
  • 189. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 190. Sonidos - Ghost Sound Ghostly - 0:12
  • 191. Sonidos - Ghost Voice Halloween Moany Ghost - 0:14
  • 192. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 193. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:28
  • 194. Sonidos - Halloween Horror Voice Hello - 0:05
  • 195. Sonidos - Halloween Impact - 0:06
  • 196. Sonidos - Halloween Intro 1 - 0:11
  • 197. Sonidos - Halloween Intro 2 - 0:11
  • 198. Sonidos - Halloween Sound Ghostly 2 - 0:20
  • 199. Sonidos - Hechizo De Bruja - 0:11
  • 200. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 201. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:15
  • 202. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 203. Sonidos - Horror Sound Effect - 0:21
  • 204. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 205. Sonidos - Magia - 0:05
  • 206. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 207. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 208. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 209. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 210. Sonidos - Risa De Bruja 1 - 0:04
  • 211. Sonidos - Risa De Bruja 2 - 0:09
  • 212. Sonidos - Risa De Bruja 3 - 0:08
  • 213. Sonidos - Risa De Bruja 4 - 0:06
  • 214. Sonidos - Risa De Bruja 5 - 0:03
  • 215. Sonidos - Risa De Bruja 6 - 0:03
  • 216. Sonidos - Risa De Bruja 7 - 0:09
  • 217. Sonidos - Risa De Bruja 8 - 0:11
  • 218. Sonidos - Scary Ambience - 2:08
  • 219. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 220. Sonidos - Scary Horror Sound - 0:13
  • 221. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 222. Sonidos - Suspense Creepy Ominous Ambience - 3:23
  • 223. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 224. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 225. Tense Cinematic - 3:14
  • 226. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 227. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:23
  • 228. Trailer Agresivo - 0:49
  • 229. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 230. Zombie Party Time - 4:36
  • 231. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 232. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 233. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 234. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 235. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 236. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 237. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 238. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 239. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 240. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 241. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 242. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 243. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 244. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 245. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 246. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 247. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 248. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 249. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 250. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 251. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 252. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 253. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 254. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 255. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 256. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 257. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 258. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 259. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 260. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 261. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 262. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 263. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 264. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 265. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 266. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 267. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 268. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 269. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 270. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 271. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 272. Music Box We Wish You A Merry Christmas - 0:27
  • 273. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 274. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 275. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 276. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 277. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 278. Noche De Paz - 3:40
  • 279. Rocking Around The Christmas Tree - Brenda Lee - 2:08
  • 280. Rocking Around The Christmas Tree - Mel & Kim - 3:32
  • 281. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 282. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 283. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 284. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 285. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 286. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 287. Sonidos - Beads Christmas Bells Shake - 0:20
  • 288. Sonidos - Campanas De Trineo - 0:07
  • 289. Sonidos - Christmas Fireworks Impact - 1:16
  • 290. Sonidos - Christmas Ident - 0:10
  • 291. Sonidos - Christmas Logo - 0:09
  • 292. Sonidos - Clinking Of Glasses - 0:02
  • 293. Sonidos - Deck The Halls - 0:08
  • 294. Sonidos - Fireplace Chimenea Fire Crackling Loop - 3:00
  • 295. Sonidos - Fireplace Chimenea Loop Original Noise - 4:57
  • 296. Sonidos - New Year Fireworks Sound 1 - 0:06
  • 297. Sonidos - New Year Fireworks Sound 2 - 0:10
  • 298. Sonidos - Papa Noel Creer En La Magia De La Navidad - 0:13
  • 299. Sonidos - Papa Noel La Magia De La Navidad - 0:09
  • 300. Sonidos - Risa Papa Noel - 0:03
  • 301. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 1 - 0:05
  • 302. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 2 - 0:05
  • 303. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 3 - 0:05
  • 304. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 4 - 0:05
  • 305. Sonidos - Risa Papa Noel How How How - 0:09
  • 306. Sonidos - Risa Papa Noel Merry Christmas - 0:04
  • 307. Sonidos - Sleigh Bells - 0:04
  • 308. Sonidos - Sleigh Bells Shaked - 0:31
  • 309. Sonidos - Wind Chimes Bells - 1:30
  • 310. Symphonion O Christmas Tree - 0:34
  • 311. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 312. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 313. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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      1.5  
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      3(s) 
      3.1  
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      3.3  
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      30  
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      55  
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    VELOCIDAD-TIEMPO

    Tiempo Movimiento

    Tiempo entre Movimiento

    Rotar
    ROTAR-VELOCIDAD

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      135     180  
    ROTAR-VELOCIDAD

    ▪ Parar

    ▪ Normal

    ▪ Restaurar Todo
    VARIOS
    Alarma 1
    ALARMA 1

    ACTIVADA
    SINCRONIZAR

    ▪ Si
    ▪ No


    Seleccionar Minutos

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      4     5     6  

      7     8     9  

      0     X  




    REPETIR-APAGAR

    ▪ Repetir

    ▪ Apagar Sonido

    ▪ No Alarma


    REPETIR SONIDO
    1 vez

    ▪ 1 vez (s)

    ▪ 2 veces

    ▪ 3 veces

    ▪ 4 veces

    ▪ 5 veces

    ▪ Indefinido


    SONIDO

    Actual:
    1

    ▪ Ventana de Música

    ▪ 1-Alarma-01
    - 1

    ▪ 2-Alarma-02
    - 18

    ▪ 3-Alarma-03
    - 10

    ▪ 4-Alarma-04
    - 8

    ▪ 5-Alarma-05
    - 13

    ▪ 6-Alarma-06
    - 16

    ▪ 7-Alarma-08
    - 29

    ▪ 8-Alarma-Carro
    - 11

    ▪ 9-Alarma-Fuego-01
    - 15

    ▪ 10-Alarma-Fuego-02
    - 5

    ▪ 11-Alarma-Fuerte
    - 6

    ▪ 12-Alarma-Incansable
    - 30

    ▪ 13-Alarma-Mini Airplane
    - 36

    ▪ 14-Digital-01
    - 34

    ▪ 15-Digital-02
    - 4

    ▪ 16-Digital-03
    - 4

    ▪ 17-Digital-04
    - 1

    ▪ 18-Digital-05
    - 31

    ▪ 19-Digital-06
    - 1

    ▪ 20-Digital-07
    - 3

    ▪ 21-Gallo
    - 2

    ▪ 22-Melodia-01
    - 30

    ▪ 23-Melodia-02
    - 28

    ▪ 24-Melodia-Alerta
    - 14

    ▪ 25-Melodia-Bongo
    - 17

    ▪ 26-Melodia-Campanas Suaves
    - 20

    ▪ 27-Melodia-Elisa
    - 28

    ▪ 28-Melodia-Samsung-01
    - 10

    ▪ 29-Melodia-Samsung-02
    - 29

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    - 5

    ▪ 31-Melodia-Sd_Alert_3
    - 4

    ▪ 32-Melodia-Vintage
    - 60

    ▪ 33-Melodia-Whistle
    - 15

    ▪ 34-Melodia-Xiaomi
    - 12

    ▪ 35-Voz Femenina
    - 4

    Alarma 2
    ALARMA 2

    ACTIVADA
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    AVATAR - ELEGIR

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    10%
    )


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    10%
    )


    Avatar 7(
    10%
    )

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    ▪ Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    ▪ Ocultar Reloj
    ▪ Ocultar Reloj - 2
    ▪ Reloj y Avatares 1-2-3 Movimiento Automático
    ▪ Rotar-Voltear-Rotación Automático
    ▪ Tamaño
    ▪ Texto - Color y Cambio automático
    ▪ Tiempo entre efectos
    ▪ Tipo de Letra y Cambio automático
    Imágenes para efectos
    Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    M-V-A-R IMAGEN DEL SLIDE

    VOLTEAR-ESPEJO

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    Programar Reloj
    PROGRAMAR RELOJ

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    Prog.R.1

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    Reloj #

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    Prog.R.2

    H
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    Reloj #

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    Prog.R.3

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    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    Prog.E.1

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    Prog.E.4

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    PROGRAMAR RELOJES


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    X
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    Relojes a cambiar

    1 2 3

    4 5 6

    7 8 9

    10 11 12

    13 14 15

    16 17 18

    19 20

    T X


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    PROGRAMAR ESTILOS


    DESACTIVADO
    ▪ Activar

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    ▪1 ▪2 ▪3

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    A B C D

    E F G H

    I J K L

    M N O P

    Q R T S

    TODO X


    Programar lo Programado
    PROGRAMAR LO PROGRAMADO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar
    Programación 1

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 2

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 3

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Borrar Programación
    HORAS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X


    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
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    LOS MENTALES (P.G.M. Calin)

    Publicado en agosto 16, 2011


    Al cabo de ellas, las psicocontracciones de Wu Bortel se repitieron con algo más de energía, prolongando su duración para tornar al estatismo, y entre las sucesivas inmovilizaciones y agitaciones la intensidad contractiva aumentaba al tiempo que los espacios temporales se reducían.

    Finalmente, tras una violenta ondulación, empezó a pensar.

    Acababa de despertar.

    La primera percepción intuitiva fue de perplejidad.

    Se encontraba con un gran vacío de ideas, con una anonadante ausencia de conocimientos. ¡Hasta ignoraba quién era, qué cosa era, y dónde estaba! Esto irritó sobremanera a Wu Bortel, pues su naturaleza era por esencia analítica y disciplinada. Se enfadó tanto que hasta empezó a caldearse todo él.

    Realizó un poderoso esfuerzo de voluntad apenas lo advirtió, al comprender que por ese camino se aniquilaría, convirtiéndose en energía. Y de energía a materia no había más que un paso. Y la materia podían ser los viles despojos de los Mentales.

    ¡Vaya, ya tenía algo! Se expandió con satisfacción. Él era un Mental. Acababa de llegarle el primer recuerdo, o mejor dicho, el segundo. Realizando una síntesis resumida, concluyó que él era un Mental y que el calentamiento de su psiconaturaleza podía acarrear la aniquilación por transformación en materia tosca y dispersa en el ultracosmos.

    De todas formas, nunca le había sucedido aquello de volver a la consciencia, después de un descanso de relajamiento intelectual, con tan terrible despiste. Se dijo que lo inmediato era realizar un poco de gimnasia introspectiva y sacudirse los velos del sueño.

    Cuando Wu Bortel terminó la introspección hubo un estremecimiento anárquico y convulsivo en su psiquismo, y como era la primera vez que lo experimentaba, no supo calificarlo, de primera intención, como miedo. Luego le dio el nombre verdadero. ¡Él, un Mental, asustado! Y lo estaba, sí, porque ahora… sabía.

    Acababa de darse cuenta, entre otras cosas, de que no salía de un descanso normal como los que eran habituales en él y otros Mentales ―ergo, había más como él―, cuando enzarzados en juegos intelectuales se ponían cerca del calentamiento por pura diversión y no había más remedio que relajarse y enfriarse. Sabía que emergía del Gran Olvido, del Letargo Integral.

    Por un momento Wu Bortel se sintió tan terriblemente estúpido, que sus núcleos intelectivos se enrollaron en las espirales de la vergüenza, y se sintió feliz de que no flotasen otros Mentales por allí cerca para detectar su rubor, ya que luego las bromas y chanzas se habrían prolongado durante unidades y unidades temporales. Wu Bortel se sentía estúpido porque ignoraba qué era aquello del Letargo Integral y el Gran Olvido, cuyas realidades acababa de conocer en la primera introspección superficial realizada.

    Luego experimentó aquello tan parecido al miedo…, mezclado con el alfilerazo de la indignación, porque él, un Mental, ignoraba una cosa.

    Sólo para satisfacer su orgullo realizó cómputo de sus conocimientos: tenía claros los conceptos de la geometría de las formas, de la matemática de los diez espacios, de la energética creacional, de la ciencia de las ideas, de los equilibrios de infrapartículas a universos… Entonces, ¿en qué subdivisión del pensamiento entraban el Letargo y el Olvido? ¿Aún lo tenía adormecido, puesto que permanecía en la ignorancia? Pero era imposible, puesto que su despertar era simultáneo en toda la extensión del ser.

    El miedo inicial dio paso a la perplejidad. Luego, toda la naturaleza de Wu Bortel vibró de diversión al enunciar un pensamiento humorístico. ¡Cómo no se le hubiera olvidado lo que era el Olvido…! Los pensamientos humorísticos eran la auténtica golosina de los Mentales, así que él estuvo jugueteando con aquella sugerencia del Olvido hasta que alguna sección de su naturaleza-censura le advirtió que ya estaba bien de entretenerse, siendo que quedaban varios detalles por averiguar.

    Se expandió y se contrajo dos o tres veces, como para impulsarse a sí mismo a la tarea, y reagrupó otros conocimientos que quedaban dispersos en su intelecto.

    Él era Wu Bortel, un Mental, y existía en el ultracosmos. Había más Mentales, nueve más, y ellos eran los únicos seres existentes en el ultracosmos.

    El ultracosmos no tenía color, ni dimensiones, ni materia, ni energía. Por eso los Mentales se desenvolvían a sus anchas en el ultracosmos.

    El ultracosmos era inmenso. Inmenso, sí, pero no infinito.

    Inmenso, y a la vez adimensional.

    Ellos lo exploraron cierta vez para comprobar que sus abstracciones eran ciertas, que sus potencias psíquicas funcionaban bien, y que si no intuían ni percibían la presencia de otros seres, fuerzas u objetos, era porque no existían y no por imperfección de su constitución mental. Lo exploraron totalmente, y aunque se desplazaban a velocidad mental, era tan tremendamente dilatado en sus diez espacios, que les costó invertir una enormidad de unidades temporales, para terminar un trabajo al fin del cual las abstracciones quedaron confirmadas.

    Él, Wu Bortel, era un Mental.

    No tenía forma tampoco, ni dimensiones, ni expresión física, como tampoco la poseían los otros. No la necesitaban. No se precisaba en el ultracosmos. Por eso precisamente eran Mentales.

    Wu Bortel experimentó un arrechucho de pereza ante sus problemas y sus consecuencias, y pensó en Tam Zaroh. Al hacerlo, se ajustó un poco más. Ellos respetaban y admiraban a Tam Zaroh porque poseía una intensidad analítica y deductiva casi el doble a la de los demás, debido a que… ¡También eso se le había olvidado! Bueno; el caso era que Tam Zaroh doblaba a él y a los demás en velocidad razonadora.

    Como a lo largo de los complejos procesos deductivos de una cuestión intrincada, siempre acababan por llegar a idénticas conclusiones que Tam Zaroh ―las reales, y únicas por tanto, ya que eran la perfección pensante―, pero mucho más tarde que él, cuando algo les acuciaba acostumbraban a confiar una especie de jefatura a Tam.

    Al reflexionar sobre esto, nuevas preguntas sin respuesta estallaron por todo el ser de Wu Bortel, demostrando que el área de ignorancia producida por el Letargo Integral era más amplia de lo que al principio creyera.

    ¿Por qué Tam Zaroh era más rápido que los otros Mentales? ¿Cuál era el origen de esta rapidez? ¿Y cuál el origen del ultracosmos? ¿Había algún fin?

    Wu Bortel percibió tan claramente el aguijonazo del miedo que estuvo a punto de dispararse en un desplazamiento desordenado y alocado, sin meta determinada.

    No sabía aquellas cosas. ¡No las sabía, pero… las había sabido!

    Luego, aquello era el Gran Olvido, consecuencia del Letargo Integral. Él, Wu Bortel, había olvidado algo tan elemental y trascendente a un tiempo, como el origen del ultracosmos, y la finalidad que perseguía su existencia y la de los otros Mentales.

    Los Mentales habían sido espiritualmente perfectos; de esto tenía una certeza completa. Sus potencias, dentro de los límites de la probabilidad, de la lógica, del conocimiento, eran completas. Aun eran completos dentro de la improbabilidad. ¿Por qué, pues, este desconocimiento? Si continuaba trabajando en la introspección, tal vez descubriera algo. O tal vez no.

    Wu Bortel experimentó una asustada e impaciente necesidad de saber, y en lugar de entregarse a un racional y progresivo sondeo, como habría sido lógico, se lanzó en busca de Tam Zaroh, seguro de que su mayor rapidez intelectual le proporcionaría el sedante para su desasosiego.

    Le localizó en un punto próximo, y fue a comunicarse con él. Se expandió por el ultracosmos cuanto le era posible hacerlo sin dispersarse, y fue hacia Tam. Por el camino encontró a otros Mentales, aún flotando en el Letargo Integral, a otros Mentales que empezaban a salir de él, y al resto, finalmente, que habían reproducido idéntico proceso inquisitivo que Wu Bortel, sentían miedo y buscaban a Tam Zaroh.

    Tam Zaroh les aguardaba.

    Wu Bortel se dio cuenta inmediatamente de que Tam estaba desorientado aún después de pensar con enorme intensidad, y de que así lo había hecho daba constancia el calentamiento cósmico que se advertía en toda su zona. Tam Zaroh había pensado tanto que debió bordear la autodestrucción. Pese a ello, la desorientación que emanaba denunciaba que no había llegado a conclusiones definitivas. ¡Aquello jamás le había sucedido a un Mental!

    ¡Por el ultracosmos! ¿En qué lío andaban metidos? Si el propio Tam Zaroh se recalentaba sin llegar a nada positivo, ¿qué demonios iban a lograr los demás, aunque se convirtieran en energía? ¡Era para ponerse a describir cicloides, hasta el mareo psíquico!

    ―Hola ―les saludó Tam Zaroh en cuanto establecieron comunicación. Y Wu Bortel y los demás percibieron plenamente lo adusto de su psiquismo―. ¿Habéis despertado todos?
    ―¿Qué nos ha sucedido, Tam? ¿Por qué el Letargo? ¿Qué lo ha producido? ―onduló Wu Bortel.
    ―¿Cuál es el origen de nuestro ultracosmos, Tam? ―preguntó Pel Kau, el Mental más próximo a Wu Bortel―. ¿Tendemos hacia algún fin?
    ―Esperad ―pidió Tam Zaroh mentalmente―. Aguardemos a que los demás despierten, reproduzcan vuestro proceso y lleguen aquí. No quiero alarmaros, pero creo que por primera vez estamos ante un problema irresoluble por medio de la concentración intelectiva, y me gustaría comentarlo en colectividad.

    No tuvieron que aguardar demasiado. Dotados de un potencial mental similar, los otros Mentales, que se recuperaron del letargo casi al mismo tiempo, y experimentaron idénticas dudas que las de Wu Bortel y sufriendo un miedo igual, buscaron la tranquilidad en la comunicación urgente con Tam Zaroh.

    Mientras flotaban los diez en el espacio adimensional, Wu Bortel detectaba perfectamente la inquietud de sus compañeros. Y era la primera vez que los Mentales experimentaban algo tan vil y rudimentario, ontológicamente considerado, como el temor.

    ―Tam ―inquirió Rele Ger, uno de los últimos en llegar―. ¿También tú has sufrido el Letargo?
    ―El Letargo Integral nos ha afectado por igual a los diez. Y el Olvido nos ha mordido también a todos.
    ―¿Cómo ha podido suceder? Somos psíquicamente perfectos y completos. Jamás había pasado nada así, y tal posibilidad quedaba descartada en nosotros, hasta por las leyes de la improbabilidad ―se agitó Wu Bortel―. ¿Qué sabes, Tam?
    ―He despertado hace un par de unidades temporales, encontrándome totalmente vacío de conocimientos ―confesó el Mental―. Enseguida he sabido que se había producido un Letargo y un Olvido que habían producido sorprendentes lagunas en conocimientos que tenía la certeza de poseer antes de adormecerme. Con tal intensidad he realizado los análisis, que por tres veces he sentido el cosquilleo de estar al borde de ponerme a engendrar energía involuntaria, y me ha tocado abandonarme al descanso. En estos descansos no he experimentado anomalías. Sólo el Letargo Integral ha originado el olvido.
    ―¿Qué has averiguado, Tam? Adelántanos el trabajo, para que podamos saber lo que sucede.
    ―El olvido persiste en mí ―declaró Tam Zaroh―. No puedo vencerlo.
    ―¿Un obstáculo intelectual, para nosotros, los Mentales? ―se le escapó, incrédulamente a Rele Ger.
    ―Increíble, pero cierto ―asintió Tam―. En cuanto he llegado a la convicción de que no podría superar el Olvido, he abandonado la investigación por esa vertiente, esperando volver más tarde sobre ella, y he examinado otros puntos. ¿Qué es lo que nos ha producido el Letargo? ¿Cuál ha sido su causa? No lo he sabido, y en cambio me he enterado de algo anonadador. Parte de nuestro psiquismo ha sido destruido. Con la parte destruida han desaparecido conocimientos y recuerdos.

    La declaración de Tam Zaroh fue tan sorprendente que los nueve Mentales ondularon en medio de la más estupefacta perplejidad. Talo Kara fue pillado tan de sopetón que sin darse cuenta segregó tres esferas metálicas que quedaron flotando en la Nada. Las convulsiones divertidas de los Mentales ante la ridícula e incontrolada secreción creadora de Talo Kam, sirvieron para disminuir un punto la tensión establecida entre los miembros de la especie Mental.

    ―Bueno, bueno, Talo ―Rele Ger dominó a duras penas la hilaridad que le producía la captación de las tres enormes esferas que estaban allí, colgadas en el vacío ultrasónico, estúpidamente, y que Talo Kam trataba de desintegrar, totalmente confuso―. Escucha, Tam, creo que te has despertado un poco pesimista, eso es todo. Los Mentales no podemos ser destruidos parcialmente. Somos Mentales, caramba. Lo que apuntas equivale a las abstracciones de enfermedad o amputación, lo cual está reñido con nuestra naturaleza.
    ―Seguramente Tam tiene ganas de bromear ―intervino Alo Ekj.
    ―Si no me tomáis en serio callaré y dejaré que os sobrecalentéis hasta reventar, para que os convenzáis de lo que os comunico ―se irritó el aludido.
    ―Vamos, Tam, no seas así ―pidió Wu Bortel―. Alo Ekj se divierte enredando. Explícanos lo que has deducido.
    ―He averiguado lo que os digo. Unas series de conocimientos han desaparecido, y como el Olvido está reñido con nuestra realidad mental, hay que concluir que las cosas no han desaparecido de nosotros por olvido, sino por aniquilación de un sector de mente. Así se plantea otra pregunta irresoluble. ¿Cómo podemos perder sólo un sector de mente? Tampoco hay respuesta, porque el mecanismo intelectivo que habría de contestarla estaba en el sector mental que el Olvido ha aniquilado.
    ―¡Oh, qué lío! ―dijo Rele Ger.
    ―Lío, de acuerdo, pero silogísticamente explicado a la perfección ―reconoció Wu Bortel.

    Tam Zaroh dijo:

    ―Si una parte de nuestro psiquismo no se ha adormecido sino que ha sido destruida, los Mentales nos encontraremos ante la situación más extraña de nuestra historia. Precisamente por ello, califico de grave la situación. Nada nos garantiza que el Olvido no vaya a repetirse, y si eso sucede unas cuantas veces… podemos quedar totalmente aniquilados. Los Mentales, inmortales e indestructibles, aniquilados. Tenemos que descubrir la causa del Letargo.
    ―Si los centros psíquicos capaces de averiguarlo se han destruido ―comunicó más seriamente Alo Ekj―, ¿cómo podremos saberlo?
    ―Estás aún dormido, Alo Ekj ―dijo zumbonamente Wu Bortel―. Estás dormido si es que no tienes presentes los principios fundamentales: “Todo lo posible, lo probable y lo imposible se puede conocer mediante la introspección de un Mental”; “Un psiquismo de potencia inferior al del Mental, que no consiguiera llegar al conocimiento de lo posible, lo probable y lo imposible por análisis mental, habrá de recurrir a la experimentación”.
    ―¿Y qué?
    ―Está claro, caramba. Nosotros nos hallamos en una situación degradada, donde la introspección falla; luego, habremos de experimentar.
    ―Exactamente ―asintió Tam Zaroh―. Tales son mis conclusiones; la reflexión conduce a dos posibilidades únicas: que la causa “prima” del Letargo haya nacido en el ultracosmos (en el que pueda haber nacido, después de nuestra exploración, algo capaz de afectarnos), o que haya derivado del último juego que emprendimos, antes del sueño.
    ―Por favor, Tam, explícame lo que hacíamos ―pidió Wu Bortel―. No estoy lo suficientemente despejado todavía para evocarlo, aunque, desde luego, podría hacerlo.
    ―Nuestros conocimientos de Intuición, Matemática, Gravitación, Electrocosmografía, Creatividad, etcétera, nos habían llevado a la conclusión de que, además de crear materia ordenada, siguiendo un ciclo energético-material interiorizante, podíamos, en determinadas condiciones, llegar a crear pensamiento.
    ―¡Es cierto! ―saltó Pel Kau―. Dedujimos que por una micro-cosmogénesis interiorizada, en vez de producir materia dispersa, se podían obtener partículas de pensamiento mínimas, semejantes en todo al nuestro.
    ―Ah, sí ―asintió Wu Bortel―. Se trataba de producir una reacción microcosmológica “consciente” en cadena. Un microcosmos “vivo”, que surgiendo de la energía llegase a comprenderse globalmente a sí mismo. Para eso, en vez de crear sin ton ni son, había que imprimir a la energía expansiva caótica surgida de un átomo primigenio, un movimiento agregativo doble, centrífugo e interiorizante, como consecuencia del principio agregación-comprensión, con lo que se obtendría materia, y sucesivamente, como resultante de la reacción encadenada, partículas de pensamiento.
    ―¡Por cierto que estábamos jugando a eso, cuando nos aletargamos! ―se excitaron vivamente las ondas de Pel Kau―. Emitimos un segmento energético decadimensional, y lo interiorizamos. Vigilamos su evolución… ¿Qué… qué ha sucedido después?
    ―El Olvido afecta la zona que registraba el juego ―informó tranquilamente Tam Zaroh.
    ―¿Dónde hemos dejado el cosmos decadimensional?
    ―No está.
    ―¿No está?
    ―Ha desaparecido.
    ―¡Increíble!
    ―Ha desaparecido, se ha pulverizado, esparcido. Al recordar la reacción microcósmica he querido comprobar su evolución creciente… y el cosmos ya no estaba.
    ―¿Has buscado en el sitio debido?
    ―¿Crees que podría equivocarme? ―contestó Tam Zaroh a Pel Kau. Al no recibir contestación, continuó―. La reacción ha seguido hasta concluirse, mientras estábamos sumidos en el Letargo. Hemos dormido durante demasiadas unidades temporales para la vida de un universo de diez dimensiones físicas, y se ha destruido al cumplir su ciclo normal. Lo único que queda, esparcido, es polvillo cósmico, y alguna radiación que se apaga.
    ―¿Y partículas de pensamiento? ¿Has hallado alguna?
    ―Ni rastro. Deben haberse extinguido muchas unidades de tiempo microcósmico antes de que se produjera el fin.
    ―Lo que de verdad me intriga es eso de que la causa del Letargo haya podido emanar del universo que creamos ―comunicó Wu Bortel con todos―. Ahora no sabemos, porque hemos olvidado. Pero antes… si hubiera existido ese peligro, nosotros lo habríamos deducido, previniéndonos contra él.
    ―Eso es algo que en estos momentos queda fuera de nosotros. O la causa estaba en la reacción, y nos sorprendió, o se halla en el ultracosmos. De una u otra forma, tenemos la necesidad de averiguarlo.
    ―¿Has forjado algún plan?
    ―Deseo que algunos de nosotros exploremos el ultracosmos, mientras el resto vigila otra experiencia de creación cósmica. Supongo que el error que cometimos, si estuvo ahí, fue el tomarla a diversión. Algo podría haber escapado a una vigilancia relajada. Wu Bortel y yo realizaremos la exploración y los demás vigilaréis la nueva reacción cósmica que provoquemos. Su mecanismo práctico lo recordamos, así que no hay nada que añadir. Como al principio la marcha es muy lenta, Wu y yo estaremos de vuelta aún antes de que entre en período de biogénesis.

    Los Mentales se mostraron acordes. Estaban acostumbrados a la dirección de Tam Zaroh, puesto que sus conclusiones serían las mismas, y acatándole ganaban tiempo. Siguiendo las líneas que había expuesto tenían un máximo de probabilidades de aproximación a la verdad y conocimiento que buscaban.

    ―Si opináis como yo ―apuntó Tam Zaroh antes de aplicarse con los demás a la función creadora―, produciremos un cosmos con la mitad de dimensiones físicas que el anterior, pentadimensional, con el fin de que la evolución sea menos enérgica.

    Conformes también en este punto, los Mentales se pusieron a la labor creadora al unísono. Dirigieron sus voluntades en dirección a la existencia de una macroenergía, y pronto un calentamiento muy notable, exterior a ellos, empezó a producirse en un punto del vacío ultracósmico. Cuando el calentamiento alcanzó un grado crítico, los diez cesaron en su acción de voluntad a la vez, y este cese brusco creó un chispazo energético que iluminó la Nada. La energía recién creada culebreó, se apagó y se extendió por la Nada, latente, informe, inerte.

    Los Mentales, de acuerdo con los principios de probabilidad creacional, obligaron a la energía a concentrarse y girar, imprimiéndole al mismo tiempo un movimiento de interiorización, de evolución tendente a encerrarse. En aquel menester se consumieron muchas unidades temporales.

    ―Lo malo de las reacciones cósmicas ―comunicó con fastidio Pel Kau a los demás Mentales― es que debido a la inercia de la energía resultan en sus comienzos terriblemente lentas. ¿Por qué no catalizamos la energía?
    ―Ya podíamos haber terminado la exploración con lo que llevamos aquí ―respondió no menos fastidiado Wu Bortel―, pero es conveniente no apurar la reacción introduciendo en el proceso variaciones excesivas.
    ―Se trata de tener un poco de paciencia hasta que se venza la inercia reactiva ―dijo Tam Zaroh―. Luego se acelerará tanto que tendremos que ajustar nuestra mentalidad a su tiempo de crecimiento. Y se irá lo uno por lo otro.

    La energía, al girar y replegarse con radio decreciente, volvió a chisporrotear. Luego alcanzó el radio crítico y entonces, colocada en su límite mínimo, con súbita condensación dio lugar a una siembra de partículas elementales: nucleones, mesones, electrones, etc., en estado caótico. La energía había engendrado materia.

    Los Mentales dejaron de esforzarse, mientras aquella estofa elemental, en virtud de las propiedades electrodinámicas que le eran inherentes y de la cinética giratoria, espiral e interiorizante que le habían aplicado, comenzaba a chocar entre sí, a repelerse y a buscarse para empezar a agregarse con una ordenación matemática basada en principios inmutables.

    ―Como la reflexión descubre ―avisó Tam Zaroh―, a continuación tiene que aparecer el micro-universo pulsátil. Nacerán los átomos, se ordenará el caos, y más tarde se formarán las nubes galácticas. Os exhorto a que vigiléis con atención suma los procesos de agregación de material, observando hasta la menor de las variaciones. Sabéis que hemos hecho nacer materia regida por equilibrios electrodinámicos y de agregación. El caos se ordenará en su virtud, sin que hayáis de intervenir para nada, y formará una masa supercondensada y equilibrada. La masa, por su misma centrifugación expansiva dará paso al universo en pulsación viviente. Hasta mucho después que aparezcan las fuerzas biomotrices no hay probabilidad de que surjan partículas de pensamiento. Para mucho antes de que tal suceda, Wu Bortel y yo estaremos de regreso. De todas formas vigilad desde ahora, sin la menor distracción. Y sobre todo, no introduzcáis en el proceso otras dimensiones u otras variables.

    Tam Zaroh y Wu Bortel se separaron entonces de los otros ocho Mentales, e iniciaron la revisión del ultracosmos por si podían localizar la causa que les había producido el desconcertante olvido.

    Pese a su perfecto psiquismo, no sabían que aquella era la última vez que se comunicaban con sus compañeros.

    Atrás dejaron a los otros Mentales rodeando el universo en gestación, acabado de nacer; un universo de cinco dimensiones, en el cual la vida podría viajar a través del tiempo hacia el pasado y el futuro del Letargo Integral. Él, Wu Bortel, había olvidado también concentrarse y penetrar en los átomos, y dilatarse hasta superar el volumen de las galaxias por su dimensión de micro-macrovolumen. Atrás quedaba un universo extraordinario que crecía y se desarrollaba, vivo ya, nacido de la Nada por la concentración de la voluntad de los Mentales.

    Aquellos seres extraordinarios, de naturaleza psíquica, capaces de predecirlo todo, de producirlo todo, estaban enfrentados con un misterio increíble y escalofriante que podía acarrearles la destrucción a ellos, los indestructibles y eternos. Por ello, mientras unos vigilaban una de las posibles causas de ese peligro, los otros partían a explorar el ultracosmos.

    Y mientras Tam Zaroh y Wu Bortel se alejaban, la Nada se iba llenando de Algo, y en la oscuridad acromática de la Nada, empezaban a brillar relámpagos silenciosos, en latidos sucesivos, del segundo microuniverso creado voluntariamente dentro del ultracosmos…



    ―¿Qué ocurre, Wu Bortel? ―inquirió Tam Zaroh, que como los otros Mentales, tenía la delicadeza de no entremeterse en el funcionamiento intelectivo de sus semejantes y prefería que fuera el otro quien le relatara sus pensamientos por medio de la comunicación.
    ―He pensado algo divertido referente a lo que estamos haciendo. ¿Te figuras lo que significaría esta exploración para un ente pensante de los que aparezcan en el universo que vigilan Pel Kau, Rele Ger y los demás? ¿Te das cuenta de la confusión tan cómica que experimentaría una inframente, acostumbrada sólo a pensar en cinco dimensiones, si de repente se pusiera a viajar por el ultracosmos?
    ―¡Oh, se volvería loca! ―vibró a su vez jocosamente Tam Zaroh―. Una mente limitada a la penta-dimensionalidad del espíritu se encontraría cercada por la incongruencia. El concepto del Todo le resultaría incomprensible. No entendería que el ultracosmos pudiera ser el Todo. Se esforzaría en cavilar que fuera del ultracosmos tendría forzosamente que existir algo más, y fuera de ese algo, otro algo. Y como por ahí se llega al establecimiento del infinito matemático que es un artificio, pero no una posibilidad, confundiendo lo inconmensurable por ellos, con lo infinito, se pondrían al borde de la desintegración.
    ―Pues ¿y este desplazamiento nuestro? ―se estremeció Wu Bortel, presa de risa mental―. Tampoco serían capaces de comprenderlo, puesto que para ellos un desplazamiento a velocidad del pensamiento debe ser instantáneo, y no tendrían en cuenta que a ciertos incrementos de velocidad la mentalidad se dispersa, con lo cual resulta que lo instantáneo es también otro artificio.

    Después de esto, Wu Bortel y Tam Zaroh dejaron de comunicarse, aplicándose al sondeo analítico del Todo.

    Transcurrieron varias unidades temporales, hasta el punto de que, pese a su actividad introspectiva, un insufrible hastío empezó a invadirles.

    ―¿Sabes, Tam, que terminaré no agradeciéndote el que me hayas elegido para la exploración? ―rompió Wu Bortel su mutismo―. Explorar la Nada es lo más horrorosamente aburrido que hay.
    ―Sí que es insoportable. Desde luego, te habría resultado más distraído vigilar la reacción cósmica. Yo estoy tan harto como tú de esto, pero hay que hacerlo.
    ―¿Qué te parece si nos relajamos un poco, y continuamos después del descanso?
    ―Una buena sugerencia, Wu Bortel. Porque descansemos nada va a suceder.

    La Llamada surcó el ultracosmos buscando a Wu Bortel y Tam Zaroh perentoriamente, trágicamente, pero conforme se alejaba de su origen por la vastedad de la Nada, se debilitaba hasta perderse.

    Una y otra vez la Llamada, cargada de urgencia y desesperación, se extendió, zigzagueante y angustiada, tratando inútilmente de localizar a aquellos a quienes iba dirigida, y cuando ya parecía que los dos Mentales estarían demasiado lejos para recibirla, encontró los centros psicosensibles periféricos de Wu Bortel, que flotaba más retrasado que su compañero, en un plácido sueño mental.

    De no hallarse relajado, aún el propio Tam Zaroh, bien que muy tenuemente, la habría captado. Así, ni el propio Wu Bortel, que estaba recibiendo su roce, acusó la recepción. La Llamada chocó una vez más con los centros más retirados de Wu Bortel. Luego, bruscamente, se extinguió.

    Wu Bortel osciló un poco, comenzando a volver a la conciencia. Su primer pensamiento fue el de que algo había sucedido durante el descanso. Buscó a Tam Zaroh por si se había alejado y era aquello lo que la preconsciencia quería avisarle, y le encontró donde debía estar. ¿Qué había sido entonces…?

    Repasó pacientemente uno a uno sus centros. Fue al llegar a los últimos, a los periféricos, cuando halló la huella, muy débil, impresa por la Llamada.

    El descubrimiento le produjo tal sobresaltado choque, que despertó a Tam Zaroh.

    ―¡Bueno! ―se expresó con irritación Tam―. ¡No me digas que tenías una pesadilla!
    ―Tam Zaroh, ¡mientras dormíamos ha llegado una Llamada!

    Entonces vibró de alarma el otro Mental.

    ―¿Una Llamada?
    ―Tan débil que no me despertó; apenas si ha dejado huella. No es siquiera inteligible. De todas formas, deduzco que a nuestros compañeros se les han presentado complicaciones.

    Los Mentales comprendieron que la casualidad colaboraba en su favor. De haber continuado su camino sin relajarse en un descanso, la Llamada se habría perdido irremisiblemente. Enseguida abandonaron la exploración, emprendiendo el regreso hacia el lugar donde estaba el microcosmos.

    Si los otros Mentales habían emitido la Llamada significaba que estaban enfrentados a una situación insólita, y lo insólito, en buena ley, para ellos, no debía existir.

    Se deslizaron urgentemente hacia el punto de partida, confiando en captar otras llamadas de Rele Ger y los demás, que les orientaran sobre las causas que motivaban la comunicación mental de emergencia, mas no sucedió nada de ello.

    De pronto se sintieron envueltos en una oleada de radiación, que, pasando sobre ellos, comenzaba a condensarse en minúsculas partes de materia caótica.

    ―¿Has… has captado su intensidad? ―se detuvo bruscamente Tam Zaroh. Y Wu Bortel podía captar los espasmos de su miedo, tan violentos como los suyos.
    ―Puede haber estallado ya el microuniverso ―apuntó con incrédula esperanza.
    ―No, Wu. Es una estupidez querer ignorar lo que indica el cálculo de la radiación. Tan enorme intensidad sólo se puede conseguir… mediante la aniquilación simultánea de un microcosmos y ocho Mentales.
    ―¡Nuestros compañeros no se han destruido! ¡Un Mental jamás podría cometer ese error!
    ―¿Y si ha operado alguna causa externa?
    ―¡A los Mentales nada puede dañarnos!
    ―Serénate, Wu Bortel. Yo no quiero pronosticar desdichas. Pero lo cierto es que fuimos afectados por el Letargo. Y la energía detectada equivale a la que liberaría la desintegración de ocho individuos de nuestra naturaleza. Hemos recibido una Llamada… El análisis ontológico me hace temer que en estos instantes, en el ultracosmos, como criaturas pensantes sólo quedemos nosotros dos.

    Wu Bortel comprendía la razón que acompañaba a Tam. Sus propios focos deductivos, tras seleccionar los datos percibidos y conjugarlos con las probabilidades, le conducían a la misma conclusión.

    Cuando llegaron al lugar donde había estado el cosmos reactivo, quedó corroborada la deducción. El microcosmos y los ocho Mentales ya no existían.

    Relámpagos de energía que se apagaba, flotaban acá y acullá. Fragmentos, remolinos electromagnéticos estaban esparcidos más allá del área que ellos podían cubrir. El microcosmos pentadimensional había estallado. Supieron lo que era “aquello” : restos del microcosmos y de los “cadáveres” de sus compañeros.

    ¿Podía el estallido de la reacción destruir a sus creadores?

    Tajantemente, no. Algo más había sucedido. Anonadados, incapaces de formar un juicio coherente, Tam Zaroh y Wu Bortel emitían Llamadas buscando a los Mentales desaparecidos. Poco a poco lograron equilibrar el alterado psiquismo. Lentamente admitieron la única verdad: ocho de los inmortales… habían sido destruidos.

    La dolorida estupefacción fue el único sentimiento que registraron los dos supervivientes. Algo concreto e inconmovible se acababa de destruir en sus convicciones, afectándoles tanto como la misma desaparición de sus semejantes.

    Antes del Olvido, los Mentales habían sido psíquicamente completos. Por medio del análisis ontológico lo sabían todo, lo comprendían todo. Por el mero ejercicio de la voluntad creaban la energía y la materia que servía para corroborar sus elucubraciones, llevándolas al campo de lo real. Inesperadamente, en medio de su perfección, les había sobrevenido el Letargo, y como consecuencia, el Gran Olvido. El Gran Olvido provenía ―aunque les repugnase admitirlo― de cierta destrucción en su constitución. Después del Olvido ya no habían sido perfectos.

    De acuerdo.

    Pero si el peligro se encerraba en las reacciones cosmogenéticas, y éstas habían originado primero el Olvido y después la aniquilación, se podía admitir que luego hubieran cometido algún error, achacable a la ausencia de los focos analíticos desaparecidos con el Letargo, pero, ¿cómo antes pudo existir el error? ¿Cómo no supieron que de la cosmogénesis podía derivar un factor destructivo, ellos que psicológicamente eran perfectos e infalibles? Y no lo supieron, era evidente, ya que no lo evitaron la primera vez.

    Wu Bortel y Tam Zaroh se desplazaban con desatino entre los restos esparcidos, informes y caóticos, de lo que había sido un universo de cinco dimensiones y ocho de los diez orgullosos Mentales existentes en el ultracosmos. Por último, establecieron contacto para trazar una línea de acción definida.

    ―No hay duda de que estamos solos. Como tampoco puede haberla ya de que todos nuestros males han derivado de la cosmogénesis. ¿Qué quieres que hagamos, Wu?
    ―Adivino tu pensamiento. Podríamos seguir como antes de provocar la primera reacción, pensando, realizando juegos y tonterías, y existir pacíficamente, eternamente. Pero eso te repugna. Deseas repetir la experiencia una vez más.
    ―Sí, has leído en mí ―respondió Tam Zaroh con lo que mucho más tarde, en lengua terrestre, se habría expresado como “con algo parecido a una pálida sonrisa”―. Yo ya no podría continuar tranquilo la existencia, conociendo que hay algo que no sé. Quiero averiguar experimentalmente el motivo de todo esto. Me arriesgaría a la destrucción con tal de saber. De todas formas, no te pondré en peligro por un capricho insensato…
    ―No, Tam. Siento el mismo aguijoneo. Nuestra existencia anterior pudo ser feliz, porque éramos todopoderosos. En la actualidad a mí también me sería imposible entretenerme en ocios, con la seguridad de que ha existido algo fuera de nosotros capaz de herirnos de muerte. Yo también, ante la seguridad de una existencia ignorante, y el peligro tratando de saber, quiero arriesgarme.
    ―De acuerdo, Wu Bortel. De todas formas, vamos a exponernos a un riesgo mínimo. Desencadenaremos una reacción mínima, tetradimensional, en profundidad y espacio-temporalidad. Un cosmos de dos o tres dimensiones no engendra energía espiritual. Es preciso conferirle la dimensión movible del espacio-tiempo. Y no aumentaremos más dimensiones, con el fin de asegurarnos su perfecto control. Lo haremos así. Y así llegaremos a la verdad.

    Wu Bortel se estremeció en sus centros psíquicos, mientras deducía aceleradamente qué condiciones eran precisas para crear el universo de cuatro dimensiones apuntado por Tam. Cuando lo hubo conseguido se comunicó con su compañero:

    ―Es preciso estrangular el espacio-tiempo para que haya un Principio. Hay que colocar un quasi-átomo primitivo en el cero natural absoluto, y después dejarle estallar.
    ―Exactamente ―afirmó Tam Zaroh―. La probabilidad relativa nos lleva a ese arranque para la consecución de un universo tetradimensional en el que luego pueda surgir energía espiritual que le lleve a comprenderse a sí mismo.

    »Partiendo del quasi-átomo en el cero absoluto, obtendremos materia regida por las leyes de la composición, por el principio de heterogeneidad complexiva. Fabricaremos un Todo dirigido a la formación de las grandes moléculas, que serán las destinadas a exteriorizar energía pensante. De las unidades energéticas elementales ―fotones, neutrones, mesones, etc― por la ley de composición, la cosmogénesis se ha de orientar hacia el nacimiento de cuerpos simples. En virtud de la composición de heterogeneidad, ocurrirá, sucesivamente, una serie de inagotables combinaciones moleculares, y finalmente llegaremos a la aparición de vida en diversos sistemas galácticos.

    »La vida se hará pensante, pero como obligatoriamente el pensamiento se fijará en focos indivisibles por ser la naturaleza del universo de cuatro dimensiones, la controlaremos fácilmente y no podrá volverse contra nosotros.

    ―Empecemos, entonces. Deseo saber. No quiero permanecer en la duda una fracción temporal más.

    Tam Zaroh y Wu Bortel no necesitaban prolongar la comunicación. Sus psiquismos conocían más que sobradamente la sola mentalidad mecánica que había que seguir para crear un universo tan sencillo, por más que nunca la hubieran llevado a la práctica. Con el fin de reducir al mínimo el riesgo de autodesintegración, obligaron a girar en torbellino los esparcidos restos energéticos del cosmos anterior, y aun los estáticos jirones de lo que habían sido los otros Mentales, y sintetizaron un átomo primitivo, de masa extraordinariamente condensada. La voluntad de Wu Bortel y Tam Zaroh “deseó” que aquella masa disminuyera de temperatura, y el átomo condensado, circundado por la Nada, se aproximó al cero absoluto.

    Entonces los dos “ordenaron” el estallido. El átomo condensado se dilató brutalmente, y en medio de relámpagos de energía hubo una primera expansión tetradimensional, que parecía ir a perderse en el ultracosmos. Mas no fue así.

    La estofa del universo recién nacido estaba ya dominada por las fuerzas de la interacción y la repulsión que correctamente habían intuido como inherentes a su naturaleza cósmica intrínseca, en virtud de los postulados inmutables de la probabilidad; así pues, tras adoptar una apariencia levemente globular, con sinus y nódulos irregularmente repartidos, limitado exteriormente por el ultracosmos, y encerrando en su interior infinitos puntos de materia-energía elementales, comenzó una lenta contracción, a la que siguió una posterior expansión. ¡Era el primer latido del universo segregado por la libre voluntad de los Mentales!

    Aunque la deducción los había prevenido sobre lo que iba a producirse, Tam y Wu Bortel detectaron con maravilloso pasmo la hermosa realidad tangible del cosmos que había nacido, del universo que latía ya y que, en virtud de su cuarta dimensión espacio-temporal, iniciaba un imperceptible viaje en el ultracosmos, irreversible, y una “vida” cuyos principios ya jamás se repetirían.

    Al principio el proceso era de una terrible lentitud, aun medido en los enormes parámetros de los Mentales. Pues bien, ni aun así resultaba “aburrida” la existencia que los Mentales observaban en el globo centelleante, enloquecido y rugiente que tenían ante sí.

    Descubrieron desde el principio, como consecuencia de la cuarta dimensión, que la energía espiritual era innata al universo. Esta energía espiritual se centraba en las partículas mínimas materiales, y dada su primaria elementalidad no llegaba a enroscarse, sino que se disparaba tangencialmente dando lugar a enormes relámpagos que encendían el globo en crecimiento.

    Tam y Wu Bortel comprobaron con satisfacción que la reacción se desarrollaba correctamente. Electrones, mesones y neutrones estaban dotados, además de su energía electrodinámica y magnética, de la debida energía espiritual; sólo que aún faltaban muchos ciclos para que, al ir complejificándose la materia y encerrando esta energía espiritual, fuera perdiendo su carácter mecánico y se convirtiera en algo más psíquico y completo, hasta que al alcanzar el escalón de las grandes agrupaciones celulares, en los diversos nódulos surgieran las verdaderas manifestaciones de conciencia.

    Durante la diez primeras pulsaciones del universo, no hubo alteraciones. Simplemente envejeció diez pulsaciones, mientras la energía granular de los corpúsculos chisporroteaba y brillaba, y en su rudimentario estado la energía se enroscaba en desatados torbellinos que se movían arriba, abajo y en profundidad, en las tres dimensiones tangibles que la reacción poseía.

    La pulsación número once marcó el primer cambio. La casualidad hizo que un núcleo ligero pasara cerca de un electrón. Inmediatamente se atrajeron, se unieron indisolublemente, y en infinidad de puntos del nuevo cosmos, como por acción de una siembra en un medio saturado, se condensaron los primeros átomos. Nubes atómicas ocuparon la superficie y el interior universal, ante el vigilante control de Wu Bortel y Tam Zaroh. Nubes, hilachas de átomos arracimados se formaban para ocupar un volumen cósmico, en espera de que el envejecimiento universal les permitiera pasar al grado siguiente de su desarrollo.

    La reacción cosmológica permaneció oscura y silenciosa en los latidos siguientes, ordenándose, sin embargo, para trepar un escalón más en cuanto a complejidad material, que con el descenso de caudal de energía libre al cerrarse la materia, dejaba ya señalado el camino seguro para el largo proceso que se orientaba indiscutiblemente hacia la transformación de la energía libre en energía mental y luego consciente.

    Simultaneándose con la pulsación del universo, los enjambres atómicos giraban, anárquicos en apariencia, pero gobernados por el principio de contracción impreso a la creación de los Mentales, de forma que poco a poco se formaban nubes más concentradas, y los átomos se movían en espacios en los que iba siendo probable su encuentro. Esto sucedió en la pulsación quinceava, en la cual, repitiéndose el fenómeno de la formación atómica aunque a escala de mayor complejidad, los átomos se unieron entre ellos, condensándose la primera materia tangible.

    Al descender la “piel” universal hacia el interior, los puntos materiales formados por la combinación atómica se apretaron, se condensaron alcanzando límites críticos para el equilibrio atómico, por lo cual, dos pulsaciones más adelante, el globo universal se llenó de estallidos en su superficie, de estallidos de materia. Al comenzar el universo su movimiento expansivo tras llegar al límite de contracción, y cesar de gravitar sobre la materia la inconmensurable presión contractiva, estallaba, proyectándose, entre torrentes de luz y bramidos de fuegos inmensos, fragmentos de materia ardiente, en medio de una explosión de energía calorífica.

    El estallido material se distribuyó superficialmente en forma de nubes de materia ígnea muy separadas entre sí, hasta convertirse en algo similar a un globo de tres dimensiones que se hinchaba y deshinchaba, constelado por millares de manchas luminosas.

    Wu Bortel estaba gozando tanto con el espectáculo que registraba su psiquismo como en la mejor de las elucubraciones, puesto que lo mismo él que Tam Zaroh sabían la generalidad de lo que sucedía y sucedería, pero no el detalle. El detalle se podía conocer después de laboriosos análisis intelectuales, y Wu Bortel, dominado por una natural inclinación hacia la economía de esfuerzos prefería conocer los detalles por la detección y no por la deducción. Así pues, extendiéndose por una cara del cosmos, investigó directamente las manchas de luz.

    Se maravilló al comprobar que cada mancha ―que tenía forma distinta: angular, lenticular, espiral, nebulosa…― estaba formada por una agrupación de tal cantidad de glóbulos materiales en reacción desintegrante, que su número casi escapaba a la matemática ultracósmica; glóbulos separados entre sí por vacíos en los que había miles de millones de veces sus volúmenes; glóbulos en los que la materia ya alcanzaba ciertos grados de complejidad, y que después de la integración, se desintegraban ahora en microrreacciones nucleares, entre torrentes de fuego y calor, y truenos horrísonos allá donde la sonoridad existía.

    Los glóbulos materiales se desplazaban con su nube difusa, y a la vez estaban dotados, por razón de cinética universal, de movimientos particulares sobre sí mismos. Y en esta movilidad incesante, de ellos se desprendían fragmentos superficiales que giraban sobre el globo paterno a la vez que se apagaban muy rápidamente por su menor masa, en medio del frío cósmico, mientras se formaban nuevos elementos y combinaciones al enfriarse.

    Wu Bortel, sondeando los enjambres materiales en desintegración nuclear y segregación de fragmentos, registró que el ritmo evolutivo se había acelerado de improviso con la aparición de los fragmentos apagados. Mientras se llegó a la formación de las nubes galácticas, se habían consumido quince pulsaciones universales, o en otro orden de parámetros, seis unidades temporales ultracósmicas. A partir del instante en que las estrellas desprendieron fragmentos y éstos se enfriaron, el ritmo se hizo vertiginoso.

    Wu Bortel deducía que en las masas reducidas se llegaría antes a la temperatura y presiones óptimas para la aparición de macromoléculas y energía interiorizada, y por tanto, para la aparición de la vida y, después, del pensamiento. Y si para ascender los dos primeros peldaños se consumieron quince pulsaciones, esto iba a suceder en fracciones de la decimosexta pulsación. Esto significaba que en subfracciones de unidad temporal acaecería la eclosión evolutiva, y si escapaba a su percepción era posible que se repitiese el drama.

    El enunciado de la conclusión en sus centros intelectivos coincidió con la comunicación apremiante de Tam Zaroh. Él acababa de llegar a ese resultado. En breves impulsos mentales comprobaron la similitud del pensamiento.

    ―¡El universo tetradimensional nos desbordará! ¡Es demasiado acelerada la evolución! ―dijo Wu Bortel con evidente alarma.
    ―No, Wu ―le tranquilizó su compañero―. Podemos controlar su marcha con una simple traslación de psiquismo. Es más; me atrevería a asegurar que ese fue el error de Pel Kau y los demás. Vigilando el universo con mentalidad ultracósmica, las cosas se suceden en él tan aprisa que escapan a nuestra apreciación. Así puede producirse la sorpresa o el accidente. Mas si aceptamos la intelección al tiempo universal mediante el sencillo cambio relativista, al retardar la percepción aumentamos el número de cosas percibidas.

    Realizar aquello no les costó demasiado trabajo. Consistía simplemente en olvidar su sistema de unidades temporales del ultracosmos y “pensar” en tiempo de universo tetradimensional, lo cual se conseguía mediante un sencillo incremento de actividad psíquica.

    En cuanto Wu Bortel hubo completado su adaptación al nuevo sistema tuvo la sensación engañosa de que el tiempo se retardaba, a la vez que un panorama mucho más rico en sucesos detectables se extendía ante sus focos de percepción.

    Notó que el concepto de latido cósmico se dilataba tanto, que prácticamente quedaba anulado, y simultáneamente apreciaba cómo el universo se disponía a seguir con una paciencia y lentitud extraordinarias ―en la nueva escala de tiempos― el camino ascendente en pos de la vida y el pensamiento.

    Las diminutas masas ígneas desprendidas de los ejes de reacción nuclear en desintegración se apagaban poco a poco en el vacío, sin dejar de girar sobre sí mismas y en torno a las masas superiores, siguiendo al mismo tiempo el desplazamiento particular de aquéllas, independiente del general de la galaxia respectiva. Pese a la apariencia complicada de lo que percibía, Wu Bortel registraba la sencillez ordenadora de las fuerzas puestas en acción, y se daba cuenta de que seguían un camino inexorable, no hacia un punto remoto en el horizonte universal, sino hacia algo que estaba en el seno de las masas mismas: la creación de una cubierta capaz de encerrar la energía y transformarla en reflexiva. Algo así como si la creación del cosmos en miniatura tendiera a crear una conciencia muy parecida a la de un Mental…, salvando las oportunas distancias.

    En el vacío sideral los fragmentos de las estrellas se apagaban con prontitud, y a pesar de ello, aún había algo que aceleraría el enfriamiento: cuando con despreciables intervalos de tiempo las nubes de gases que las envolvían, producto de las reacciones internas, se transformaban en cortinas de líquido que caían en forma de lluvia para convertirse en vapor rugiente y reanudar a continuación el ciclo, Wu Bortel supo que el enfriamiento aumentaba, y que la aparición de los primeros síntomas de vida en aquel universo era inminente.

    Y con excitado regocijo llamó a Tam Zaroh.



    El paso posterior a la aparición de la vida tenía que ser el del nacimiento del pensamiento, y les interesaba conocerlo con el máximo detalle, puesto que era el fin perseguido por aquella especie de análisis y juego creacional. Mientras Tam se retiraba para captar su hemisferio universal en conjunto, con cierta perspectiva, Wu Bortel sumergió parte de su psiquismo en el sector que iba a vigilar.

    Y como ya no era psíquicamente completo, como antes del Letargo Integral, sin darse cuenta cometió el primero de los dos errores que llevaron a sus compañeros a la destrucción. Y el segundo error lo cometió casi inmediatamente después.

    A Wu Bortel le dominaba una atroz impaciencia por descubrir el primer vestigio del cosmos. Y ajustado a su tiempo, el decurso de las eras en las que las megalomoléculas aguardaban a que temperatura, ambiente y presión unidos a la casualidad reactiva dieran paso a los virus y luego a las células elementales, se le antojaba interminable.

    Incluso las agregaciones moleculares y el despertar de los primeros organismos con su conciencia ínfima desesperaron al Mental. Entonces optó por ajustar su medida de tiempos a un ritmo superior, para que los distintos saltos de la vida le parecieran más rápidos.

    Sumergir parte de su psiquismo en el cosmos fue el primer error. Y adaptarse a un tiempo más acelerado que el universal, el segundo.

    Conoció la aburrida aparición de miríadas de especies animales en distintos sistemas estelares, y el triunfo de algunas razas, finalmente, por su superior inteligencia. Todavía aquello se le antojaba a Wu Bortel demasiado primitivo y no lo atendió demasiado. No tuvo en cuenta que una vez aparecida la inteligencia, superada la inercia de su infancia, crecería a ritmo tremendo, fuera de toda progresión matemática.

    Wu Bortel se desentendió de una observación minuciosa, esperando algo más concreto antes de volver a situarse en tiempos tetradimensionales, perdiendo infinidad de detalles. Y antes de que pudiera siquiera reflexionar con cordura, muchas razas habían llegado a la comunicación intergaláctica y creaban los primeros sondeadores psíquicos.

    En el planeta Wag, centro de la Unión Planetaria Raji, de la Nebulosa Espiral 28, el jefe de la sección de sondeo psíquico tentó una vez más las tablillas que había dejado sobre la mesa la ayudante Ubja y emitió un trino de perplejidad irritada diciéndose que por culpa de las tablillas se iba a ir al traste su cuidado plan de llevar a Ubja a pasar una romántica tarde junto a los cráteres de Well, respirando los agradables vapores sulfurosos del paraje, en una deliciosa merienda campestre.

    La ayudante Ubja era una auténtica belleza de la raza wagiana. Emitía siempre seudópodos armónicos y bien dibujados; su cuerpo resultaba frágil a la mirada, muy diferente a las moles de sus compañeras de sexo, y movía con tal gracia la cola escamosa cuando se deslizaba sobre los mármoles del centro de sondeo, que él se enardecía.

    Turo, jefe de la sección de sondeo psíquico, estaba convencido de que Ubja era bocado exquisito. Hasta el Ministro de Metafísica, cuando visitaba las instalaciones del área que era el reino particular de Turo, oscilaba sus dos cabezas semialelado, y perdía todo el magnífico porte que debe revestir un ministro wagiano, cuando descubría a la ayudante Ubja entre las filas perfectamente alineadas del personal del Centro, que le rendía honores. En cierta ocasión, abandonando el protocolo, el Ministro hasta se permitió piropear a Ubja discretamente y todo. Ubja, que no era tonta, supo guardar respetuosas distancias con el Ministro de Metafísica… ¡como las guardaba, también, con sus compañeros de trabajo!

    A Turo le había costado un triunfo y una auténtica campaña de cortesías, halagos y simpatía el llegar al triple corazón de la ayudante Ubja. Al fin consiguió formalizar una cita con ella, y nada menos que en los cráteres de Well, que eran el paraíso de los enamorados. Y cuando ya todo iba viento en popa, aquel asqueroso sondeador recién inaugurado tenía que venir a echarlo todo a rodar.

    Por tres veces consecutivas los cinco soles de Wag se ocultaron en el horizonte sin que Turo se concediera un ápice de reposo, empeñado en encontrar la necesaria falla en el sistema celular del aparato o en los cálculos que arrojaba, así como en la correcta interpretación de los mismos. Y no se esforzaba tanto por lo que significaba lo impreso en la tablilla, como porque si no encontraba error alguno las cosas habrían de pasar al terreno oficial, empezarían a enredarse con intervenciones de jefes de esto y aquello, una convocatoria seguiría a otra, y la salida con Ubja quedaría eternamente pospuesta. Decididamente, no había derecho a que aquello le pasara precisamente a él, y precisamente entonces.

    ―Esto… sigue dando el mismo resultado ―chirrió Turo, con el oscuro propósito de retener allí unos instantes más a la ayudante.
    ―Sí, jefe. Continúa sin aparecer el fallo lógico ―ella hizo una pausa―. Si no quiere más de mí…
    ―Hum… ¡Ubja! ―se apresuró a detenerla Turo―. No se vaya todavía. Creo que si no discuto un poco esto con alguien, voy a volverme loco.

    La ayudante estuvo en un tris de decirle que podía comentarlo con el subjefe de la sección astronómica, que era mucho más adecuado, pero como en el fondo la torpeza del enorme y acorazado Turo le era simpática, enrolló la cola hasta hacer una especie de asiento, y descansó sobre ella, mientras decía:

    ―No conozco más que una pequeña parte de lo que revela el sondeador. Esa parte, para mí, carece de sentido, jefe.
    ―Pues se lo voy a contar a usted en plan confidencial, querida. Nuestro sondeador psíquico detecta, nada menos que en la sección de universo que ocupa la Nebulosa 28…, ¡la presencia del creador universal!

    Los ojos compuestos de Ubja verdearon de puro asombro. En ocho mil generaciones nadie había escuchado una declaración tan increíble en el planeta.

    ―¿La… existencia del creador del universo, denunciada por una máquina, señor?
    ―Ni más ni menos, amiga Ubja. ¿Comprende ahora por qué llevo tres días sin dormir, haciendo trabajar a los distintos departamentos como si aspirase a conquistar la medalla de la productividad? El sondeador ha salvado el último reducto tras el que se ocultaba la verdad del cosmos. Generaciones atrás se descubrió que materia y energía eran la misma cosa; que entre luz y corpúsculo no existían las enormes diferencias que al principio se creyeran; que la vida no era un fenómeno casual, sino reproducible en el laboratorio. El único misterio que quedaba ante la razón era el origen del universo. Los teólogos lo atribuían a un ser espiritual, superior, perfecto y eterno, un creador, y los que estamos ligados directamente a la ciencia no creíamos en esas supercherías que tendían a ligarnos a la era religiosa de la prehistoria de Wag. Y ahora, el sondeador demuestra la existencia real de ese creador del principio y del universo.
    ―¿No hay posibilidad de error?
    ―Se ha revisado el mecanismo, desde la primera célula a la última conexión telepática. El gabinete matemático ha verificado los cálculos; los traductores de sondeo han comprobado los impulsos… No hay duda: lo que la máquina denuncia es la presencia del creador.

    En la entrada, un wagiano de sexto orden hizo un ruido discreto.

    ―¿Qué hay? ―volvió Turo en su dirección una de las dos cabezas, mientras que la otra permanecía cortésmente vuelta hacia la ayudante. Luego, al ver que era portador de otra tablilla, emitió una porción tentacular, la tomó y depositó sobre la mesa, dando las gracias al portador.
    ―Perdone ―dijo a Ubja.

    Extendió la porción tentacular, rozando la tablilla para leer. Cuando terminó de hacerlo, se enfrentó a la hermosa hembra; las planchas de plomo escamoso de la coraza natural de Turo temblaban.

    ―Ubja… En el departamento de lectura mental han orientado el analizador de pensamiento hacia ese pretendido creador. El creador tiene un propósito: destruirnos.

    Cuando el jefe de la sección de Sondeo Psíquico movió ordenadamente los seudópodos para avanzar al encuentro del Coordinador General en su gran despacho del Palacio de Defensa, las antenas microscópicas de las dos cabezas de Abjao se agitaron de contento.

    ―¡Saludos, Turo! Resulta una grata sorpresa verte por aquí. ―Luego bromeó―: ¿Sabes que desde que os mandamos a esa ayudante… Ubja, creo que se llama, los de vuestra sección os habéis olvidado completamente de los amigos que tenéis en Defensa?
    ―Con ella o sin ella, se me antoja que ahora nuestro contacto va a ser mucho más directo, Abjao.
    ―¡Oye, Turo! ¿Vienes a visitar a tu viejo amigo, o al Coordinador General?
    ―Lo siento. Es al Coordinador a quien vengo a ver.
    ―¿Con respecto a ese condenado cachivache de sondeo que se ha llevado la parte más sabrosa de nuestro presupuesto en los tres últimos ciclos? Bueno, Turo, para eso podías haber dibujado un informe. Las visitas personales son para gozar de la amistad…
    ―Se trata de algo muy serio, Coordinador. El universo está en peligro.
    ―¿Sí? ―era evidente que el Coordinador General no prestaba crédito a su compañero―. ¿Quién nos amenaza? ¿Una nebulosa nueva, con una federación de astros particularmente belicosa?

    La actitud de Abjao estaba bastante justificada. Por una parte aquel día se hallaba de buen humor, por otra conocía la naturaleza marcadamente pesimista de Turo, muy dada a encontrar la cara deprimente de las cosas; y por otra aún, hacía más de ochocientas generaciones que no había ocurrido una guerra intergaláctica, después que se superaran los primeros albores de las civilizaciones espaciales, formándose las federaciones planetarias primero, y las uniones de nebulosas después. Así que pensar en una amenaza a tales alturas resultaba extremadamente ridículo. Si los planetas tenían aún sus Ministerios de Defensa era más por conservar la tradición que por otra cosa, destinando la totalidad de los presupuestos a la investigación, de cualquier clase que fuera.

    ―No nos amenazan otras razas, Coordinador, como ya debes adivinar. El sondeador psíquico ha descubierto la presencia… del creador del universo. Y ha averiguado que ése sí desea aniquilarnos.
    ―¡No digas majaderías, Turo! ―descargó un airado coletazo sobre el suelo el Coordinador, haciendo temblar las roqueñas paredes de la sala.
    ―Aquí tienes las tablillas de cálculo ―replicó el wagiano con calma―. Las he traído para que seas tú mismo quien las compruebe. Todo el centro de sondeo ha trabajado tanto en el asunto, que ya hemos perdido la cuenta de las noches que no descansamos. Y no hemos hallado el mínimo error. Además de probar la existencia detectable de un creador, que llena el espacio de nuestras nebulosas (y en el que por tanto estamos inmersos), demuestra que él tiene una determinada tendencia a destruir el universo mucho antes de que llegue a su extinción definitiva por envejecimiento cósmico. Mi responsabilidad, Abjao, termina al proporcionarte las tablillas. Y créeme que no envidio la situación en que te vas a encontrar.

    El Coordinador General había caído en una profunda reflexión. Al percatarse de ello, Turo realizó lo que entre los de su raza equivalía a una formal reverencia, pues pese a la amistad que le unía a Abjao reconocía y acataba su importante cargo y rango, y retrocedió hacia la salida, sin dar la cola ni un instante al Coordinador.

    Abjao meditó largamente ―toqueteando las tablillas hasta casi borrar los signos grabados en ellas―, y al fin no tuvo otra salida que ordenar lo lógico ante la insólita tesitura: una reunión urgente de Coordinadores Especialistas, en el gran salón de consultas del Palacio de Defensa.

    Hasta tres días wagianos después no estuvieron en Uka todos los coordinadores, venidos de los más alejados confines del planeta de los cinco soles. Abjao les informó del descubrimiento del departamento de Sondeo Psíquico, entregándoles tablillas con copias de los cálculos de Turo, y suministró a cada uno los datos necesarios para que pudiera considerar el asunto desde la perspectiva particular de su especialidad. Entonces dijo:

    ―Les pido que consideren el problema con el máximo interés. Se están verificando comprobaciones en torno al funcionamiento del sondeador y el lector psíquico. Mi deseo es que cada uno, desde su rama de especialización, ofrezca una sugerencia sobre la actitud a adoptar. De su totalidad coordinaré una resultante lógica, y a ésta se ceñirá nuestra conducta futura.

    Tanto el Coordinador Matemático como el Astrofísico se pusieron inmediatamente a estudiar concienzudamente las tablillas recibidas, pero el Coordinador de Metafísica, como Abjao había estado temiendo, se levantó para protestar:

    ―Siempre me ha maravillado, excelencia, el crédito que se concede a las máquinas. He pasado por ello antes…, pero el que seamos capaces de reconocerles poder para averiguar y constatar la existencia de un creador universal, y hasta leer en sus propósitos, me parece que es rebasar toda medida. Señores: eso es caer en un pecado de soberbia mecanicista.

    »Además, ¿se nos ocurre ahora reconocer la existencia de un creador? ¿Reconocer lo que nuestra razón niega? La existencia de un creador está reñida con los principios de la Física y la Metafísica. Hace más de cien generaciones que se proscribió en Raji la religión, como contraria al progreso, si bien se mantiene cierta casta sacerdotal para satisfacer la necesidad de maravillas que tiene la minoría inculta. Cualquiera que posea un ápice de talento sabe que dioses y creadores son puros mitos, y que el origen del universo se debió a una casualidad espacio-temporal unida a bajísimas temperaturas cósmicas, que sirvieron para ordenar el polvo universal eterno. Siendo esto así física y filosóficamente, insisto: ¿vamos a creer hoy a una máquina a la que se le ocurre afirmar que existe un creador, y que sus propósitos son los de destruir lo creado?

    ―Todo cuanto usted afirma es lógico ―aseguró Abjao―. Pero no es menos cierto que el sondeador ha sido construido aplicando las más elevadas tecnologías de nuestras civilizaciones, y los resultados que arroja tienen un noventa y nueve por ciento de probabilidad de ser ciertos.
    ―Resultados que están reñidos con la lógica metafísica, excelencia, pues un creador ha de ser espiritual, eterno y perfecto sobre lo creado. El que pudiéramos leer su “pensamiento”, ¿no sería una falta de perfección?
    ―Un creador no ha de ser forzosamente perfecto. Decimos que ha de serlo. Si nuestros insectos pudieran pensar a la misma escala, a la vista de nuestras obras técnicas creerían que somos perfectos. Y sabemos cuan lejos estamos de serlo.
    ―Soy un adversario de la información del sondeador, señor, bien lo veo. Empero, no deseo que mi concurso en la reunión presente sea negativo. Únicamente pido que el sondeador sea comprobado hasta el último límite de lo razonable, y que se haga lo mismo con el lector mental. Aceptaré el resultado, y cooperaré en la coordinación total, pues ese es mi deber.

    Abjao asintió ante las palabras del metafísico, porque sus dudas eran las de los demás convocados. Se nombró con rapidez una comisión técnica, y la acompañó hasta los dominios de Turo. Los comisionados, en cuanto vieron a la ayudante Ubja prorrumpieron en un ronroneo de admiración, y comentaron humorísticamente que con una ayudante dotada de tan preciosos seudópodos no resultaba raro que el jefe del departamento sufriera alucinaciones, aun del tipo matemático.

    No obstante, cuando tras varias jornadas de dura labor elevaron informe al comité de coordinación, el resultado daba la razón al jefe Turo: las máquinas funcionaban sin una falla, la detección del creador era un hecho demostrado, y en una parte de su desfasado psiquismo se encontraba cierta agresividad latente, dirigida a exterminar a las criaturas de todo el universo en un momento dado.

    La segunda reunión de los especialistas fue decisiva para el futuro de Raji. Reconocida la presencia psíquica de un ente creador y amenazante, se decidió dictar medidas de emergencia para situarse en posición defensiva, y se votaron presupuestos extraordinarios con carácter de urgencia y aplicación inmediata, para todos los planetas unidos de Raji, con el fin de hacer frente a la situación.

    Días más tarde, Turo, que al fin había logrado llevar a la hermosa Ubja a los románticos cráteres de Well, se lo contaba, rozándole el costado con las antenas de su cabeza izquierda.

    ―Lo han tomado muy en serio, Ubja. Se van a dedicar equipos enteros de wagianos a la construcción de lectores de pensamiento más complejos, así como nuevas baterías de sondeadores perfeccionados. Abjao ha dado la alarma a toda la Unión Planetaria, y los seiscientos mundos de Raji trabajarán conjuntamente en el proyecto más enorme de la historia del universo. No para ahí la cosa; se han iniciado a la vez conexiones intergalácticas con la república de la nebulosa Anular 13 y la democracia de la Espiral 33, que son las nebulosas más próximas y adelantadas en evolución, ya que han llegado a establecer federaciones planetarias en sus recintos galácticos. Se está en tratos con sus gobiernos para que cooperen con la Unión Raji. Se plantea una situación increíble: ¡el universo uniéndose, para luchar a muerte con su creador!

    Ubja dejó de mordisquear los terrones ricos en azufre que abundaban por el área Well, con un estremecimiento asustado.

    ―Es… sencillamente escalofriante lo que me cuenta.
    ―Probablemente se consumirán generaciones en el trabajo, pero se trata de una situación y un deber insoslayables. El día que el sondeador hizo su descubrimiento, marcó el comienzo de una nueva era. La era en la que las criaturas inteligentes se unen para trabajar y luchar, con el fin de que se evite una destrucción del universo caprichosa y prematura. Lo primero que se nos va a exigir individualmente es que adaptemos nuestra mentalidad a la nueva situación, reduciendo al mínimo los problemas particulares. Habrá que trabajar con plenitud en una labor conjunta de todos los seres inteligentes.
    ―Parece haber meditado sobre esto muy profundamente, Turo. ¿Cómo va a empezar a adaptarse… usted?
    ―De un modo muy directo e inmediato, Ubja: formulando una proposición. Dígame, Ubja, ¿accedería a formar una familia conmigo?
    ―¡Jefe Turo!
    ―Aunque no lo crea, querida, con una respuesta afirmativa contribuiría usted maravillosamente al proceso defensivo de Wag. Desde que la recibimos en el departamento no puedo pensar en otra cosa que en usted, y lo cierto es que el gabinete de sondeo se resiente.

    La ayudante Ubja agitó las antenas complacida.

    ―Es mucho honor el que me hace, jefe Turo…
    ―Ande, Ubja, no empiece con cortesías. Sabe que si usted se empeñara, el mismísimo Coordinador General solicitaría desposarse con usted. Lo que estoy haciendo es aprovecharme de las circunstancias y ganarle la vez.

    La hembra wagiana dilató las escamas acorazadas para inspirar la grata atmósfera sulfurosa de aquel paraje volcánico e inhóspito. Los cinco soles multicolores brillaban en el rojizo cielo de Wag, desplazándose hacia el ocaso. La naturaleza entera emanaba romanticismo para las criaturas de la raza superior del planeta.

    ―Si usted está seguro de que aceptándole contribuyo al bien de la comunidad…

    Turo soltó un ronquido placentero, y perdiendo su autodominio y buenos modales, correteó y saltó entre las peñas, golpeando el suelo con la poderosa cola, haciéndolo temblar como sacudido por una convulsión geológica. Luego, muy dulcemente, enroscó uno de sus cuellos en torno a otro de Ubja. Al fin y al cabo estaban solos…

    El gorgoteo de la lava en los cráteres les sonaba a ambos como un encantador arrullo.

    Tras los esponsales del jefe del departamento de Sondeo con su ayudante, comenzó en toda la Unión Planetaria Raji la frenética carrera constructora e investigadora. Turo, secundado por Ubja, surcó el vacío cósmico de uno a otro mundo, en las inmensas espacionaves de Raji, dirigiendo el montaje y puesta en marcha de nuevos sondeadores y lectores telepsíquicos, cada vez más complejos y perfeccionados.

    Cuando en la nave espacial se acercaban a cualquiera de los planetas en los que se iban a instalar detectores, el espectáculo al que se enfrentaban mientras se aproximaban al suelo era siempre el mismo: caravanas de vehículos a las que no se veía el principio ni descubría el fin, transportando los materiales pesados que se necesitaban para construir los elementos de defensa; batallones de obreros, que luchaban para arrancar de las entrañas de los mundos los minerales estratégicos; increíbles complejos industriales, produciendo los materiales necesarios para satisfacer las demandas de los ejércitos…

    En el interior de construcciones y casas, colonias enteras de especialistas técnicos suministraban datos y los recogían en las enormes salas de refrigeración donde se guardaba el cerebro artificial que resolvía en breves instantes las cuestiones de cálculo y probabilidad.

    Ubja y Turo instruían a las diversas razas de los mundos acogidos a la Unión Raji en el montaje, funcionamiento e interpretación de los mecanismos sondeadores, y aun debían encontrar un tiempo libre para mantenerse al corriente de los adelantos e innovaciones que otros estudiosos iban estableciendo en el campo de su especialidad.

    Para ellos, los placeres de la vida particular se habían esfumado. De todas formas, no eran los únicos que se veían privados de entregarse al disfrute de la mutua compañía. Los habitantes de la Unión en pleno, como células que eran de un desmesurado organismo, trabajaban unánimemente, renunciando a los placeres individuales para lograr los fines marcados por el Coordinador General.

    Seis ciclos después, cuando ya Turo y Ubja tenían una cría de cuatro, les fueron concedidas las primeras vacaciones verdaderas desde que se conocían, y las aprovecharon para pasarlas junto al gran mar metálico de Kamm, en una residencia gubernamental, porque a su pequeña cría le gustaba una enormidad introducir los seudópodos en el movible metal líquido, sin llegar a hundirse por completo en él, y juguetear y flotar allí.

    Mientras el pequeño Turojba se entretenía en el mar metálico, Turo y Ubja tumbábanse perezosamente acariciados por las radiaciones gamma de los soles, en un completo abandono y olvido de sus problemas, procurando extraer el máximo placer del asueto, que sospechaban no sería demasiado prolongado.

    Estirados sobre la oscura y blanda arena, les encontró el Coordinador General.

    ―Celebro que estéis pasando tan agradablemente las vacaciones ―les saludó, moviéndose con torpeza por aquel suelo demasiado blando para su peso.
    ―¿Estás también de vacaciones en Kamm, o vienes a buscarnos en plan oficial? ―se le enfrentó Ubja con reticencia.
    ―Ubja, el tiempo no pasa para ti ―replicó con galantería Abjao―. Te encuentro más bonita que el primer día que te conocí, cuando eras ayudante de este afortunado Turo.
    ―Déjate de cumplidos, amigo. Los Coordinadores sois mala gente, que bajo las cortesías ocultáis propósitos que terminan fastidiando a cuantos os rodean.

    Abjao, produciendo el cascabeleo que en él equivalía a la expresión de su regocijo, se tendió junto a sus dos amigos. Una de sus cabezotas se movió, para enfocar con los ojos compuestos a Turo.

    ―Por lo que observo no la has domesticado bien, ¿eh, camarada?
    ―No hay nadie capaz de domesticar a las hembras de nuestra especie, y tú lo sabes. ¿Cómo van las cosas?
    ―Progresamos a la carrera. Los últimos lectores conjugados que instalamos cuando empezasteis vuestro permiso, ya han dado las primeras informaciones sobre el creador enemigo.

    Ubja realizó un movimiento, como de intolerancia.

    ―¿Qué pasa, Ubja? ―preguntó el Coordinador.
    ―No sé… Todavía me produce un raro sentimiento el escucharos hablar así. Estoy hace siete ciclos trabajando en el asunto, y aún no me acostumbro a oír que os referís al creador como a un igual. Si no me fuerais a tachar de primitiva, os confesaría que hasta me siento… sacrílega.
    ―Cuando un creador quiere aniquilar su obra inteligente ―respondió Abjao― y ella se apresta a la defensa, no hay sacrilegio por parte de las criaturas; más bien caída o degeneración del creador. Su obra alcanza similar altura psíquica que la de él, y él, en su orgullo, no quiere tolerarlo.
    ―¿Qué nueva clase de información posees? ―agitó perezosamente Turo la cola, esparciendo algo la oscura arena a uno y otro lado―. Nosotros, tan abocados al trabajo de los viajes interplanetarios y a la dirección del montaje de máquinas, no hemos tenido tiempo para ponernos al corriente de los últimos hallazgos.
    ―Esta información que os comunico aún no se ha publicado. Los lectores conjugados se han introducido muy bien en el creador. Sabemos, por su conducto, que se da a sí mismo el nombre de Wu Bortel, que llena toda nuestra parte del universo con su psiquismo, y que habita en algo incomprensible para nosotros, llamado el ultracosmos.
    ―¿Tanto se ha podido conseguir? ―levantó ambas cabezas Turo, con perplejidad.
    ―No nos detenemos ahí. Tenemos fundadas esperanzas de que, inconscientemente, nos proporcione las bases suficientes para que sepamos cómo terminar con él.
    ―A veces ―comentó pensativamente Ubja― cavilo si no estaremos siendo víctimas de un tremendo espejismo provocado por nuestras máquinas. No encuentro explicación a que el creador, Wu Bortel, si es que así se llama, con su esencia psíquica no sea capaz de enterarse de lo que tramamos sus criaturas. Si lo sabe, ¿no estará jugando con nosotros?
    ―Eres muy perspicaz ―dijo el Coordinador General―; por eso se te colocó de primer ayudante en el departamento de sondeo. Esa misma pregunta ha estado atormentando a toda la Sección Metafísica desde el descubrimiento de la existencia de Wu Bortel. El lector conjugado es el que la ha resuelto. Wu Bortel no sabe nada de nuestros planes porque su mentalidad no está ajustada a nuestra medida de tiempo, sino al suyo, ultracósmico, que es mucho más “lento”. A su percepción, la evolución universal se desarrolla a gran velocidad, y para él se pierden los detalles menores. Ahí se apoya nuestra esperanza de poder derrotarle en nuestro loco empeño. Si se ajustara a nuestro tiempo galáctico, nos descubriría y destruiría en el acto.
    ―¿Entonces…? ―inquirió Ubja, emitiendo un seudópodo para acariciar al pequeño Turojba, que llegaba, jadeante, de chapotear en el mar de metal líquido.
    ―Lo siento, amigos ―dijo con falsa pesadumbre Abjao―. Se impone otorgar un mayor ritmo a los trabajos de defensa. He cancelado todos los permisos.
    ―¡Oh, maldita sea! ―osciló sus cabezas con irritación Ubja―. ¿Por qué no me habré equivocado respecto a tus intenciones? Siempre has sido un bicho de mal agüero, Abjao.
    ―¿He de volver al instituto ya? ―lloriqueó, con su vocecilla, Turojba.
    ―Sí, hijo ―le rozó el lomo Abjao―. El deber colectivo así lo exige.
    ―¿Sabe, Coordinador? Ahora comprendo por qué papá dice que, más práctico que exterminar al creador, sería liquidar en su lugar a todos ustedes, los coordinadores.

    Abjao, Turo y Ubja cloquearon divertidos, ante la inesperada salida del pequeño. Luego, incorporándose, se encaminaron lentamente hacia la residencia oficial, para poner en orden sus efectos y reincorporarse a los puestos de trabajo.



    Al fin y al cabo, después Wu Bortel estaría ansioso de relatarle sus descubrimientos y sería incorrecto que le echara a perder tal placer, conociendo los sucesos de antemano. Eso sin contar con que aun dentro del juego que se habían proporcionado creando el universo, debían pensar en sus posibilidades de distracción posterior, cuando la reacción concluyese. Si no era relatándose el montón de historias, experiencias y observaciones que ahora iban a conocer, cada uno por su lado, ¿cómo diantres combatirían el hastío?

    Su constitución mental les brindaba infinitas situaciones de distracción pensante o matemática, pero aquello terminaba por cansar, y el relato de lo que cada uno fuera conociendo como consecuencia de la aplicación de los principios de causalidad en una reacción cosmogénita de cuatro dimensiones, sería una variación en sus comunicaciones normales. Desde luego, tenían que descubrir qué cosa resultaba peligrosa en los universos-juguete, puesto que si tenían que seguir distrayéndose con una diversión como la de crear universos de distintas dimensiones, debían neutralizar aquello que había mermado sus facultades y destruido a los otros ocho Mentales. De todas formas, Tam Zaroh había analizado con su enorme potencia intelectiva todas, absolutamente todas las posibilidades, y pese a no llegar a la solución ―ya que para lograrla le eran precisos los centros intelectivos desaparecidos con el Letargo Integral―, desembocaba en un resultado parcial, matemáticamente exento de error, sumamente tranquilizador.

    La causa, el peligro, si es que en esta cosmogénesis también se daba, sería mucho más débil por tratarse de un universo con el mínimo de dimensiones, lo cual le restaría violencia; y considerando que habría de producirse a la velocidad del cosmos, el peligro, fuera cual fuere, evolucionaría tan lentamente que les sobraría tiempo para descubrirlo.

    Así pues, podía continuar considerando el cosmos y su evolución como un divertido juego.

    Desde su observatorio remoto, Tam Zaroh supo que la vida había comenzado ya en muchas de las nebulosas incluidas en su campo. Casi se esperó a que alcanzase mayor grado de adelanto, como estaba haciendo Wu Bortel; pero deduciendo acertadamente que en su diferencia relativista de tiempos podía surgir la chispa maligna que les amargara las creaciones y pasarle inadvertida, se ajustó enseguida a las unidades tetradimensionales, aunque fuera decididamente tedioso.

    Apenas lo hizo, comprobó lo acertado de la determinación. Las fracciones infinitesimales de unidad ultracósmica habían equivalido a millares de unidades del cosmos creado. Las estrellas habían desprendido fragmentos; había nacido en ellos la vida y, en algunos, incluso el pensamiento.

    Tam Zaroh se extendió en una observación total.

    El pensamiento era muy rudimentario en las galaxias de su sector. Apenas si comenzaban los vivientes a comunicarse entre sí.

    Sabiendo que no existía peligro, Tam Zaroh repasó las miles de nebulosas de su zona. La cantidad de estrellas y mundos que contenía cada una requería altas cifras de matemática Mental para expresarlas en forma correcta. Aun en los planetas más viejos, evolutivamente hablando, el progreso del pensamiento todavía era incipiente. Tam Zaroh eligió el más adelantado, el mundo 328-7023-701.1023-108.1082 de las coordenadas tetracósmicas, y se hundió en él parcialmente para observarlo, mientras otra parte de su yo quedaba alertada, en expectativa de cualquier anomalía que pudiera presentarse en la parte de hemisferio universal que custodiaba.

    En el mundo más adelantado del hemisferio de Tam Zaroh, el progreso evolutivo era todavía muy rudimentario. Para demostrarlo, allí estaban los oaos, con sus descomunales corpachones y las cabezas ridículamente pequeñas rematando los cuellos prismáticos. Los conocimientos en el cerebro ―en el microcerebro, sería más correcto decir― del oao, eran muy elementales. Sabía que existía el valle en el que pastaba, y que existían otros valles detrás de las enormes y escarpadas elevaciones de terreno que lo encerraban. Trepar por las escarpaduras le era imposible a cualquier oao, puesto que no poseían el pequeño tamaño ni las alas de los picudos doings ―los oaos se designaban, y designaban a los demás seres vivientes, en lo nebuloso de su entendimiento, por la onomatopeya de los gruñidos o silbidos de los demás, cuando éstos los emitían―, pero como la hierba de color fuego de los valles vecinos solía ser a veces sabrosa y suculenta para el paladar de los oaos, ya que no podían volar ni trepar, se abrían camino a través de las rocas horadándolas con su poderoso cuerno frontal de acero, o descargando el cuello prismático contra las peñas, haciéndolas saltar en esquirlas cuando las agudas aristas las hendían en furiosos golpetazos. Así, aquellos fabricantes de túneles pasaban de uno a otro valle, y continuaban pastando placenteramente.

    Los oaos sabían de la existencia de los valles vecinos, y de que periódicamente sentían la necesidad de buscar la compañía de una oao. Con la oao se pasaba una temporada deliciosa. Luego la oao depositaba un huevo que macho y hembra cuidaban con singular dedicación, y tras un cierto tiempo un oao pequeñito rompía el cascarón y comenzaba a andar pegado en todo momento a la cola del padre o de la madre.

    Más adelante, la pareja de oaos, alguna vez al volver a su cubil descubrían que el pequeño se había marchado y ya no volvía. El oao también era abandonado luego por su compañera, y el macho se dedicaba entonces a atiborrarse de hierba roja hasta el punto de que, antes de que las tinieblas cayeran, se había olvidado por completo de su cría y de la hembra.

    El oao, en su rudimentaria inteligencia, se consideraba un ser superdotado. Al fin y a la postre no era tan estúpido como los doings, que ni siquiera habían aprendido que los reptantes fuss eran sus enemigos naturales; y cuando los fuss emitían su atractivo perfume, iban hacia ellos, cayendo en sus trampas con la mayor inocencia, sirviéndoles de alimento. Pronto se habrían extinguido los doings pese a su facultad de vuelo, y los fuss estarían gordos y cebados.

    Ellos, los oaos, eran más listos. Cuando un fuss reptaba y se ponía a perfumar el ambiente, arrastrado por su glotonería a querer zamparse un oao, lo ensartaban con la lanza frontal, o lo partían en dos de un coletazo.

    Además, como inteligencia, el fuss tampoco era ninguna lumbrera. Por menos de nada se caían en los charcos, y se ahogaban. ¡Y ni habían aprendido a nadar, ni a evitar los charcos! Era, pues, lógico que los oaos los despreciaran.

    El oao no conocía más mundo que la serie de valles en los que habitaba. No necesitaba más conocimiento, porque mientras contase con el forraje necesario, el amoníaco del ambiente fuese igual de fresco y el de las fuentes no faltase, y mientras no tuviese que pelear demasiado para conseguir una oao cuando le apeteciera, ¿para qué se iba a complicar más la existencia?

    En aquellos valles, los oaos habían sido los dueños y señores, los más inteligentes.

    Incidentalmente, Tam Zaroh había realizado un reconocimiento global del planeta. Nueve décimas partes estaban cubiertas por tempestuosos mares amoniacales, y la sólida que emergía de sus ondas sólo contaba con un par de docenas de valles cubiertos de musgo rojizo, habitados por unas pocas especies superiores. Todo lo demás era árido e inhabitable. Así, pues, el oao, pese a su escasa consciencia, no estaba muy equivocado en su idea del mundo.

    Los oaos nunca habían tenido enemigos serios. No obstante, ellos, a veces, notaban como una especie de repelencia por parte de los vegetales, como resistiéndose a ser engullidos. Cuando el oao sentía epidérmicamente tal “oposición” era atacado por una cólera furiosa, que desahogaba contra los vegetales. Los pateaba, los arrasaba a coletazos. Luego buscaba otros más “simpáticos”. Y se los comía.

    Lo de la repulsión vegetal ya lo había percibido Tam Zaroh en el planeta del amoníaco. Y lo comprendía, aunque aquello significaba un caso peculiarísimo en las leyes de la biología y la existencia.

    La complexificación de los vegetales en aquel mundo era extraordinaria. Por algún conjunto anormal de casualidades se había encerrado mucho más la naturaleza celular en los organismos vegetales que en los animales, y una inteligencia primitiva comenzaba a nacer en el reino botánico del planeta, ayudado excepcionalmente por la atmósfera ozónica que le rodeaba.

    Tam Zaroh deducía que en unos cuantos miles de rotaciones del planeta, y otros miles de traslaciones sobre su centro solar, la inteligencia se habría desarrollado lo suficiente en los vegetales como para dar lugar a una vida organizada, que se asegurase la hegemonía en su planeta. La “antipatía” que los oaos sentían no era más que la percepción instintiva de que allí, en el futuro, nacería un poderoso enemigo.

    Era tan improbable, dentro del cálculo biológico, el triunfo de la inteligencia en el reino botánico, que Tam Zaroh decidió observar durante más tiempo la curiosa evolución de la vida en el planeta 328.

    Registró miles y miles de circunvalaciones de la pequeña masa apagada en torno a la doble estrella que era centro del enjambre de planetas entre los que se encontraba el que era objeto de su curiosidad. Mientras los otros fragmentos estelares se iban apagando, mientras la doble estrella, aún en estallidos caóticos, desprendía alguna porción de su masa que inmediatamente comenzaba a gravitar en el vacío enfriándose con desesperante lentitud, mientras otros fragmentos giraban envueltos en salvajes tempestades gaseosas, y mientras en algunos, en fin, comenzaba a prosperar la vida celular, en el planeta 328 ocurrían algunos cataclismos atenuados, y las contracciones del planeta, al enfriarse su núcleo, hacían que emergieran nuevas franjas sólidas, en las que al poco, debido a la organizada diseminación vegetal, se instalaba la forma de vida que según el cálculo de Tam Zaroh sería la que terminaría triunfando en él.

    El creciente aumento continental, y el descenso de temperatura tuvo otra consecuencia. De los mares amoniacales surgieron reptiles que, tras algunas mutaciones, se adaptaron a la vida en suelo firme, y nacidos bajo un signo evolutivo más acelerado, comenzaron a progresar con rapidez.

    Aquella invasión no agradó a los oaos. Los doings habían sido extinguidos, los fuss no eran enemigos que merecieran consideración ni atención, pero los reejs eran peligrosos.

    El 328 vivió entonces una sangrienta etapa de mortales combates. Muy superiores en constitución, fuerza y envergadura, los oaos arremetieron contra los nuevos reptiles. Los reejs, nacidos en una época de clima más benigno, no estaban naturalmente fortificados.

    Lo que no alcanzaba la fuerza hubo de compensarlo la inteligencia. Y perseguidos, acosados y diezmados por los enormes oaos, a impulsos de la necesidad de una pronta adaptación o la muerte, su cerebro, en magníficas condiciones para crecer, se desarrolló maravillosamente. Los reejs aprendieron a comunicarse entre sí, y a utilizar armas rudimentarias. El invencible acoso de las bestias de cuello prismático quedó contenido.

    Un paso más en el tiempo, y los reejs aprendieron a aislar elementos químicos, a preparar combinaciones artificialmente, y a aprovecharlas para combatir a sus enemigos. De víctimas débiles y perseguidas, los reejs se convirtieron en perseguidores. Descubrieron que el descenso de temperatura había minado las defensas de los oaos, y que por allí podía llegar la victoria.

    Los buscaron. Los cazaron uno a uno. En cuanto conseguían cercarlos en algún terreno conveniente, los reejs envolvían a las bestias en nubes de gas frigorífico, provocaban a continuación un violento enfriamiento, y el oao, invencible a corta distancia, moría sin llegar a rozar a sus rivales.

    Los oaos desaparecieron por completo de la corteza del mundo amoniacal. Los reptiles triunfantes se congratularon en asambleas y fiestas de su total victoria. Pero fue un triunfo efímero, puesto que apenas desaparecido el último oao alguien dio la alarma, previniéndoles contra un enemigo que jamás creyeran que existía. El mundo vegetal, que había estado preparándose, favorecido por las luchas seculares entre oaos y reptiles, se lanzaba al ataque.

    A Tam Zaroh le pareció que la lucha por el triunfo de una especie rectora en el planeta 328 era curiosa y apasionante, y estuvo a punto de llamar a Wu Bortel para que la detectara en su compañía; luego, como su compañero parecía muy abstraído en la contemplación de su hemisferio, lo dejó correr, y mientras en el resto de sus núcleos de percepción seguía controlando y observando el progreso de las otras galaxias y los mundos de cada una de ellas, su sección mayor siguió observando detenidamente la apasionante historia del 328.

    Wu Bortel no estaba abstraído, como Tam Zaroh suponía, sino distraído, lo cual era mucho peor, y sobre todo infinitamente más peligroso, puesto que desajustado a la dimensión espacio-temporal de su zona, existiendo en tiempo ultracósmico, perdía el detalle de la vida en las nebulosas, percibiendo sólo el hormigueo de la vida y el zumbido de la inteligencia, menospreciando ésta al no detectar un pensamiento unitario por planeta, siendo así que los millones de destellos individuales se habían coaligado, nada menos que para destruirle a él, a Wu Bortel, desde las infinitesimales nebulosas.

    Lo que había sido una millonésima temporal para Wu Bortel, en tiempo rajiano equivalió a diez generaciones. Diez generaciones posteriores a aquella en que, en Wag, el jefe de sondeo Turo notificara al Coordinador General su existencia. Para ellos el tiempo no había pasado en balde. La Unión Planetaria Raji se había convertido en la Unión de Nebulosas Z, y faltaba muy poco para que desencadenaran su apocalíptico ataque contra Wu Bortel.

    Tuhkaj, décimo descendiente de aquella familia fundada por el jefe de Sondeo Turo y la ayudante Ubja, en su papel de Viceministro de Asuntos Espaciales, conversaba amigablemente con la jefa de la Delegación de Cuestiones Extragalácticas de Woma, mundo independiente de la Nebulosa Anular 13, que había sido invitada por el gobierno de Wag para ser informada con todo detalle del inminente ataque.

    Tuhkaj examinó ponderativamente a la hembra womeña, con los ojos compuestos de su par de cabezas, diciéndose que ahora encontraba lógico y comprensible el que Woma fuera un mundo tan poco adelantado, aparte el estar regido por hembras, lo cual, de por sí, ya era bastante significativo. Elana, la Delegada, resultaba una criatura de escasísimo desarrollo físico, de pocas defensas naturales, y lo que le parecía peor, con un cerebro poco mayor que el de cualquiera de las especies inferiores de los doscientos que había visitado. Para su función circulatoria únicamente contaba con un corazón simple, y con el fin de que las radiaciones de los cinco soles de Wag no la abrasaran, tenía que ir cargada con un par de baterías iónicas a la espalda, que le crearan un vacío protector contra la radiación.

    Por si eso no fuera suficiente, la womeña tenía que deambular con la cabeza metida en un casco transparente, con generadores de oxígeno y nitrógeno, pues la extraña criatura era incapaz de respirar los agradables efluvios sulfurosos de Wag.

    Elana poseía una única cabeza, y al igual que las especies inferiores tenía el cerebro inserto en ella, y no en el centro del cuerpo como los wagianos, lo cual explicaba su ínfimo desarrollo.

    Las Uniones Planetarias, como la primitiva Raji, en sus exploraciones interplanetarias habían encontrado algunos mundos habitados por seres que, pese a tener el cerebro localizado en la cabeza, eran capaces de organizarse, de construir aparatos, comunicarse oralmente, y hasta ingeniar aeronaves que les permitieran la realización de cortos viajes espaciales. Estos seres no podían aportar colaboración útil a las Uniones Planetarias, y las civilizaciones más avanzadas se limitaban a mantener con ellos corteses relaciones amistosas, excluyéndoles de sus organizaciones, pero halagándoles la vanidad al denominarles “mundos independientes” para dorarles la píldora de la exclusión formal en organizaciones que superaban excesivamente su inteligencia.

    La misión del viceministro Tuhkaj con la delegada era de cortesía. Tenía que ponerla al corriente de los proyectos de las tres galaxias federadas, con el máximo detalle, para no herir la susceptibilidad de los womeños. A Tuhkaj no le resultaba ingrato, pese a todo, el cometido que le había confiado el Ministerio de Asuntos Espaciales, porque Elana era singularmente simpática.

    En las seis jornadas que llevaban de relación, desde que Tuhkaj la recibiera en el espaciódromo VI de Uka, con un ramo de órganos de reproducción vegetal (cosa que para las womeñas era una agradable atención), había aprendido a acostumbrarse a muchas cosas de Elana. Primero a su insólita pequeñez ―era la mitad que cualquier recién nacido de Wag―, luego a su debilidad y fragilidad suma, y después a su sorprendente caminar erguido sobre dos largas piernas, al par de ojos simples de insólito color azul, y a que su cabeza, en vez de antenas finísimas como al principio supuso, estuviese rematada por una dorada mata capilar, sin utilidad sensitiva aparente.

    No obstante, la voz de Elana era musical, y de una suavidad sedante para el viceministro, graciosa su forma de contraer la hendidura que le servía para alimentarse, y su modo de mover aquellos dos pedúnculos rematados por cinco zarcillos de movimiento independiente que le salían a cada lado del tronco, y que ella llamaba “brazos”, decididamente encantador.

    Durante las seis jornadas, por iniciativa de la delegada, habían dejado de lado el protocolo diplomático, y en el idioma general Z, se expresaban en términos de auténtica camaradería.

    A Tuhkaj le llamaban la atención muchas de las ancestrales costumbres que exhibía la womeña, pero se guardaba bien de exteriorizarlo. Le chocaba, por ejemplo, el que una civilización que había hollado por sus propios medios el vacío exterior al planeta, se empeñara todavía en usar vestidos simplemente ornamentales, que no eran necesarios para preservarse de agentes externos, en vez de ir desnudos como hacían todos los miembros de las razas inteligentes ―y hasta los de las irracionales―, y también le producía hilaridad el saber que carecía de cola, aunque en su esqueleto hubiera restos de un rabo atrofiado. Por su parte suponía que él, a los ojos de la delegada, sería igualmente estrambótico. Estrambótico, sí, se dijo; pero indiscutiblemente dueño de un cerebro muy superior al de los womeños.

    Tuhkaj subió con Elana a un antigravitador, mientras decía:

    ―Dentro de treinta jornadas la Unión Z desencadenará la ofensiva contra Wu Bortel. Usted ha visitado casi todas las instalaciones rectoras de Wag, lo que equivale a decir que lo ha hecho con todas las de la Unión, para informar debidamente a su gobierno. ¿Está satisfecha, Elana?
    ―Más que satisfecha, señor viceministro, estoy harta de contemplar instalaciones, cerebros y complejos físico-psíquicos que escapan a mi capacidad de comprensión, pese a haber sido entrenada telepáticamente para desempeñar este trabajo desde antes de emerger del seno materno.
    ―Pues yo tenía planeado mostrarle el gran cerebro de Wag, que no entrará en funcionamiento hasta la jornada Cero, para no poner sobre aviso a Wu Bortel…
    ―¡Oh, Tuhkaj, déjelo para mejor ocasión!
    ―Si lo que desea es descansar toda la jornada en su alojamiento…
    ―Perdón, querido amigo. Temo no haberme expresado bien. No deseo prescindir de su compañía, sino descansar de la contemplación de ese mundo mecanicista que me anonada. Si pudiéramos consagrar nuestro tiempo de hoy simplemente a charlar, aparte de hacerme más feliz, me serviría para formar una idea más ordenada de todo cuanto llevo visto. No olvide que el cerebro de los womeños es muy inferior al de vosotros, y en ocasiones nos cuesta gran trabajo seguiros en vuestras creaciones.
    ―¿Le parece que nos desplacemos a una de las zonas de recreo, y consumamos allí la jornada? ¿Tal vez junto al Surtidor Central?

    A Elana le pareció la idea excelente, y el vice-ministro orientó hacia allá el antigravitador. Pasaron sobre las enhiestas torres metálicas que Elana ya sabía contenían las antenas emisoras del gran cerebro de Wag, y llegaron a la residencia del Surtidor Central, punto de reunión de los diplomáticos y embajadores extraplanetarios en Uka. Allí Tuhkaj imprimió una tablilla con las constantes psicobiológicas propias y las de su compañera, las introdujo en el sintetizador Urom, y éste, poco después, les servía, a él una enorme masa de glucosa y azufre, que era su golosina favorita, mientras que para la delegada fabricaba una mesa, una silla de espuma, y una bandeja de helados. Elana explicó al viceministro lo que era aquello, y Tuhkaj, que ya suponía que sería la golosina de su invitada, enrolló la cola para sentarse sobre ella, mientras Elana lo hacía en la silla, tras la mesa, montando una pierna sobre otra, con un gesto que al viceministro le pareció muy femenino.

    ―Puesto que lo que usted ha de transmitir a su gobierno es un resumen de la situación ―dijo Tuhkaj―, trataré de exponérsela de la forma más concisa.

    »Usted sabe que en las tres nebulosas que forman la Unión Z ha habido mundos que han tenido la fortuna de producir especies vivientes muy sensitivas a la comprensión de la evolución del universo. Los wagianos hemos sido una de tales especies afortunadas, y aunque vosotros los womeños, y en general todas las razas pensantes, llegarán en su día a una idéntica intelección, nosotros vamos muy por delante. Perdóneme la aparente pedantería…

    La delegada de Woma hizo un gesto con la mano ―los zarcillos, según Tuhkaj―, que quería indicar que no tenía por qué tratar de disimular lo que era demasiado evidente.

    ―Los womeños ―prosiguió su interlocutor―, como otras especies de características parecidas a las suyas, sólo conocen de nosotros una faceta determinada… La que nos convenía que conocieran, la del adelanto técnico, la del dominio de energías y fuerzas. Sabemos mucho más que eso. Estamos filosófica y metafísicamente muy adelantados, y sin embargo no podíamos instruir a los “independientes”, porque era preciso que, antes de eso, vosotros alcanzárais la madurez evolutiva. Sin embargo, en la actualidad hemos de saltar sobre tales prevenciones para justificar nuestra actitud. Os halláis en el estadio de creer en un creador, al que dais el nombre de Dios, por intuición. Nosotros hemos comprobado científicamente su existencia, pero también su vulnerabilidad, y la necesidad de destruirlo… o perecer bajo su poder.

    Elana no le interrumpió. Tuhkaj apreció su deferente actitud al reprimir las docenas de preguntas que estarían bullendo en su cabeza, y prosiguió:

    ―Nuestro planeta Wag comprendió hace miles de generaciones el fenómeno evolutivo del universo tetradimensional del que nuestra nebulosa forma parte, al tiempo que su tecnología se depuraba y los problemas de desenvolvimiento y manutención económicas quedaban anulados por la invención de poderosas máquinas de síntesis. Desaparecida la necesidad de ocuparse en la proporción del sustento, la actividad de Wag se centró en la exploración de los demás mundos de la nebulosa, y después del descubrimiento de la velocidad negativa que permite el salto entre nebulosas próximas, se dedicó al establecimiento de contactos con ellas.

    »La relación con mundos de similar grado de civilización desembocó en la comprobación de lo que ya los filósofos habían anunciado: la tendencia de unificación de las conciencias de cada individuo de cada planeta hacia la formación de una conciencia global planetaria.

    »Se trazaron los esquemas de los cerebros mecánicos que habían de colectivizar el pensamiento, suma de los pensamientos individuales, y al mismo tiempo se construyó un sondeador psíquico, que averiguara qué cosa había fuera de este universo, para que, si el pensamiento planetario llegaba a ver fuera de él, no quedara demasiado sorprendido.

    »El sondeador nos descubrió lo increíble e inesperado. No fuera, sino formando parte del universo mismo hay un ente de categoría psíquica: su propio creador, el ente que adoran los pueblos menos evolucionados, y en el que los demás ya no creíamos.

    »Hace diez generaciones wajanas, un antepasado mío llevó la noticia al Coordinador General de este planeta: existía un creador, autodenominado Wu Bortel, inmerso en nuestro universo, capaz de conocer nuestro pensamiento individual, tal y como rezan las antiguas religiones; pero que por un desajuste temporal no lo consigue. Al descubrirlo, se fabricaron en los planetas baterías de lectores mentales, averiguando que, en su “subsconsciente”, pretende destruirnos. Desde entonces hemos trabajado en la Unión Z para adelantarnos y ganarle la partida.

    »Y eso es lo que sucederá dentro de treinta jornadas.



    El día wagiano, en virtud de su movimiento planetario de rotación y su diámetro, resultaba algo más de cuatro veces superior al de Woma, y Elana debía repartir en varias sesiones sus conversaciones con Tuhkaj, para tumbarse a dormir verdaderamente derrengada.

    En Woma no estaban tan atrasados como para no disponer de acondicionamientos planetarios a diversas escalas, pero ella desde mucho tiempo atrás se había negado a recibir tratamiento porque sus viajes a mundos distintos eran frecuentes, y no deseaba castigar su metabolismo innecesariamente. Elana estaba avezada a la labor de embajadas y a enfrentarse con seres fantásticos y sorprendentes, y a civilizaciones por demás curiosas. Pues bien, pese a ello, los rectores de la Unión Z la anonadaban.

    Su tecnología, su capacidad constructora e investigadora eran increíbles. Allí tenían, casi sin darles importancia, los enormes sintetizadores, capaces de transformar energía en productos acabados, de acuerdo con las apetencias de los individuos y al momento, sólo con introducir la ficha individual en la máquina. A Elana le había costado un gran esfuerzo no traslucir un asombro pueril, cuando en la residencia le fue sintetizada ―en tiempo infinitesimal― toda una habitación al estilo de las residencias de Woma, y con las mejores comodidades que se pudieran desear.

    A pesar de todo, los wagianos se le antojaban unas criaturas particularmente horribles, con sus corpachones cubiertos por escamas naturales de plomo para soportar la radiación de los cinco soles de Wag; con las dos cabezas en las que únicamente se localizaban los órganos de visión; y con su escalofriante facultad de emitir extensiones corporales para hacer las veces de manos o pies, según las necesidades de la mole.

    Indiscutiblemente eran seres superiores, y pese a su fealdad ―relativa, claro está, y bajo el concepto de belleza que se tenía en Woma―, Elana sabía que les debían agradecimiento, ya que en vez de aprovechar esta superioridad para sojuzgar y aprovecharse de otras especies ―como ellos hacían con los irracionales en Woma para ahorrarse los trabajos rudos―, habían construido mecanismos que realizaran las labores inferiores, sin ocurrírseles esclavizar para tales menesteres a los que fueran menos desarrollados cerebralmente.

    Mientras la rubia Elana se despojaba de las doradas ropas que había usado durante la entrevista con el viceministro, y se introducía en la gran bañera ―más piscina que bañera, realmente―, con agua templada y perfumada, regalo del mágico sintetizador, se entregó a una recapitulación de los hechos, pensando que Tuhkaj y las demás especies superiores de la Unión Z estaban a punto de desencadenar un ataque sacrílego, según el prisma religioso Womeño; pero que después de haberles conocido un poco más profundamente y haber intercambiado ideas con ellos, su conducta resultaba justificada.

    Durante milenios, en Woma se había adorado a uno u otro dios, precisamente porque se les desconocía y temía. Y los teólogos de su mundo, cuando algún filósofo audaz proclamaba que la adoración duraría hasta que la comprensión de lo exterior fuera tan completa que se pudiera pensar en hablarle de tú al dios, les atacaban acusándoles de soberbia inaudita. Y no era soberbia. Los “monstruos” de las galaxias se mofaban de las razas crédulas y supersticiosas, y después habían realizado una cosa más sensacional y definitiva: demostraban la existencia del creador científicamente, y además, que el creador tenía sus limitaciones.

    Esto ya no estaba reñido con la razón, o por lo menos con la razón de Elana, porque le era fácil admitir que los atributos sobrehumanos con que los womeños adornaban a su creador, eran más imaginativos que reales. E igualmente, que dentro de su complejidad y esencia, podía caber igualmente la flaqueza y el error.

    Elana, completamente desnuda, flotaba, aprovechando la menor densidad de su cuerpo, relajada y tranquila, en el agua de la bañera-piscina. Por un instante pensó que en el clima artificial de Wag era una tontería presentarse vestida cuando nadie lo hacía, máxime cuando la contemplación de su cuerpo sin ropas no iba a producir reacción alguna en los seres bicéfalos del mundo que visitaba. En Woma, Elana era una auténtica belleza, por lo cual ocupaba políticamente un puesto de influencia. Su belleza era tal, que los varones en Woma, aunque eran mucho más fríos e inertes ―sexualmente considerados― que las hembras, cuando se cruzaban con ella perdían la compostura, y contra toda costumbre, hasta se le insinuaban. Y eso que en Woma, para que un varón se “destapase”, las hembras se las tenían que ver y desear.

    En Wag no iba a suceder nada parecido; pero la costumbre de ir vestida era tan poderosa, que aún en su solitario cuarto Elana se sentía ruborosa por su desnudez.

    El baño le proporcionó una beneficiosa distensión nerviosa y muscular, por lo cual, después de secarse en el evaporador y colocarse ropas de suave fibra vegetal, se sintió dispuesta a grabar un informe general, para que luego, mientras durmiera, fuera transmitido a su gobierno. Sacó del equipaje una grabadora de pensamiento, ajustó los dos diminutos electrodos a las sienes, y tras pulsar el arranque se dejó caer relajadamente sobre el colchón neumático, mientras iba recordando lo que Tuhkaj había explicado.

    Las células y lamparillas de la grabadora comenzaron a destellar con intermitencias. Ajustada al pensamiento de Elana recibía sus impulsos cerebrales, conservándolos para trasmitirlos posteriormente a las estaciones receptoras de Woma. La delegada resumió los hechos comprobados, que después, mientras descansara, la ultraonda enviaría hacia los registros gubernamentales womeños:

    «Las especies superiores integradas en la Unión de Nebulosas Z, habiendo producido instrumentos de detección psíquica cuya complejidad y naturaleza quedan fuera de la comprensión de los pueblos de los planetas independientes, han comprobado tangiblemente nada menos que la presencia del creador del universo.

    »Las razas de la Unión Z, llevando a las últimas conclusiones la ciencia de la evolución universal, al confirmarse la certeza de la detección de Wu Bortel (nombre del creador), tuvieron que renunciar a sus trabajos en pos de la gran longevidad y prolongación de la vida hasta la inmortalidad, porque en Wu Bortel existía el propósito latente de destrucción del universo creado en cuanto se hiciera pensante. Las diez últimas generaciones de Wag y los restantes planetas rajis abandonaron las demás investigaciones y sus tecnólogos aceleraron la evolución intelectiva para conseguir la planetización de las conciencias ―una conciencia única para cada planeta, suma de las conciencias individuales primero, y una única conciencia galáctica después, suma de todas las conciencias planetarias superiores― con el fin de sorprender a Wu Bortel, que se hallaba desfasado en la dimensión Tiempo, antes de que al ajustarla descubriera el progreso de sus criaturas y las destruyese.

    »Horadando las entrañas de los grandes planetas como Wag, se habían construido los monstruosos electrocerebros a los que se aplicarían en un momento dado los impulsos de los de sus habitantes, para lograr que el planeta pensara como un solo individuo.

    »No he visitado todavía las instalaciones subterráneas que albergan el cerebro de Wag ―siguió ordenando Elana sus ideas―, pero he visto las antenas encerradas en altísimas torres metálicas, distribuidas por todo el planeta, y desde las cuales se expandirá hacia la galaxia la conciencia de Wag. El viceministro Tuhkaj me ha explicado que los demás planetas de la Unión Z están dispuestos de forma idéntica a éste.

    »En cuanto funcione el primero de los cerebros planetarios, Wu Bortel captará el chispazo de pensamiento de mayor potencia, procederá a ajustarse a nuestro tiempo y tratará de destruirlo para evitar la galactización de la conciencia. Sabedores de tal reacción desde que se descubrió la existencia de Wu Bortel, en las tres nebulosas se ha trabajado para adecuar el ingenio capaz de destruir al creador enemigo. El ingenio está concluido. Si los sintetizadores, y la naturaleza misma de estos bicéfalos que viven en ambientes sulfurosos y encuentran sumo placer en bañarse en sus mares de mercurio me resultan incomprensibles, ¿cómo voy a explicar el inmenso ingenio bélico que han construido trabajando en ello, sin cesar, durante más de cuatrocientos de nuestros años? Su constitución y manejo me son incomprensibles, aunque puedo hablar de los resultados que esperan obtener.

    »Dentro de treinta jornadas wagianas, las criaturas de la Unión aplicarán sus impulsos cerebrales para el arranque del cerebro planetario, el cual, ayudado por ese ingenio que llaman Aletargador, se proyectará sobre Wu Bortel sumiéndolo en lo que, por explicarse de alguna manera, llamaré “sueño hipnótico”, que persistirá mientras la mente colectivizada se aplique a ese fin. Antes de que Wu Bortel llegue a ajustarse a nuestro tiempo cósmico estará adormecido y dominado. Simultáneamente, las conciencias de los otros grandes mundos forzarán a la segunda sección del ingenio, el Centrifugador Mental, a ponerse en marcha, y su efecto será el de una fricción dispersante en la naturaleza del creador, lo cual acarreará su destrucción.

    »Los resultados buscados se han de conseguir con el esfuerzo conjugados de las mentes planetarias. Se avecina pues, una fantástica lucha entre seres mentales. Existe una gran confianza en coronar con éxito la empresa. Matemáticamente no hay probabilidades en contra. Ante la inminencia de la ofensiva, yo no podré ser transferida a Woma antes de que se desencadene.

    »Como existía un remoto peligro de cataclismo cósmico en caso de que Wu Bortel se revolviera contra nosotros, la Unión Z ha convocado a los representantes de los mundos independientes para que conozcamos la situación e informemos a nuestros pueblos.

    «Eso es todo por hoy».

    Convencida de haber realizado un resumen claro y completo de la situación, Elana se acomodó mejor en el lecho. Poco después dormía plácidamente.

    Las treinta jornadas wagianas que los separaban del instante Cero transcurrieron para Elana bastante más rápidamente de lo que ella calculaba, y en parte se debió al vertiginoso ritmo de los acontecimientos en Uka. La coordinación galáctica de la ofensiva se iba a llevar a cabo desde la propia ciudad en que ella era huésped, y desde allí se pondrían en funcionamiento las demás secciones del plan, haciendo actuar a otras regiones de Wag y a las demás naciones planetarias.

    Continuamente llegaban a los astropuertos navíos siderales de las más peregrinas facturas, de los cuales descendían seres de extraña morfología con sus séquitos, tan dispares unos con otros que a Elana, cuando los veía, le parecía vivir en perenne pesadilla.

    Pudo ver a los ciliados, habitantes de Umkh, el mundo brumoso; a los sorprendentes girkos, que se desplazaban estirando y encogiendo las diversas vainas que formaban sus alargados cuerpos cilíndricos; a los patagios, seres planeadores del planeta Aroc; a los plantígrados zwigs, de cierta remota semejanza con sus compatriotas womeños… Todas las especies hipercivilizadas enviaban sus altos mandos de los departamentos de guerra y planetización a Uka, para coordinar y hacer simultánea la fabulosa ofensiva galáctica.

    La delegada womeña vio tan increíbles criaturas, pese a conocerlas por referencia fotográfica, que al final encontraba hasta atractivo al bicéfalo Tuhkaj.

    ―Celebro su decisión de permanecer en Uka, Elana ―dijo el viceministro, cuando la criatura de pelo amarillo le comunicó su deseo de permanecer en Wag, en lugar de ser transferida.
    ―¿Por qué, amigo mío?
    ―Siempre estará más segura en Wag, que viajando en el vacío en alguno de los transferidores.
    ―¿Hay algún peligro, Tuhkaj? ¿Existe riesgo de que falle algo?
    ―Técnicamente no, el imponderable no existe. Hace generaciones que los científicos de todas las ramas demostraron que el riesgo de error había sido anulado. Pero… qué quiere que le diga, Elana; hasta yo tengo mis atisbos de incredulidad científica a veces. En lo más hondo de mi pensamiento, me digo: ¿Y si a pesar de todo y de todos, algo fallara? En estas jornadas he aprendido a apreciarle a usted, Elana. Por ello me alegro de que haya decidido permanecer en un mundo tan seguro como Wag, hasta que el ataque termine.

    La rubia habitante de Woma sonrió, paseando con su caminar erguido al lado de la enorme mole acorazada de Tuhkaj, por las inhóspitas afueras de Uka.

    ―¡Vaya, Tuhkaj! No me hará creer que al final seré yo la encargada de levantarle el ánimo…

    Tras una breve pausa, la delegada inquirió:

    ―Y después que Wu Bortel haya sido neutralizado, ¿qué sucederá?
    ―Pues… supongo que reanudaremos el progreso pacífico en el punto que se interrumpió hace diez generaciones, a la vez que somos partículas de una galaxia pensante.
    ―¿En qué nos habremos transformado entonces, mi querido viceministro? ¿En simples y anónimos engranajes? ¿En células miserables de una mente monstruosa? Oh, será terrible. Creo que, con el progreso, nuestra felicidad individual habrá resultado devorada. Opino que habría sido más hermoso continuar la plácida existencia de nuestros antepasados. Menos inteligente, pero más personal y agradable.
    ―No diga eso, Elana. La supercivilización jamás caerá en el error de sacrificar el espíritu del individuo, puesto que entonces él caería en la desgana de vivir y colectivamente resultaría contraproducente. El individuo, en el futuro próximo, saldrá muy beneficiado. Una conciencia planetaria o galáctica resolverá fácilmente los problemas de la inmortalidad. Y también hallará la solución de la perfección corporal, que investigaban nuestros sabios de hace diez generaciones, antes de que la alarma del descubrimiento de Wu Bortel les obligara a abandonar sus trabajos.
    ―Creo no haber estudiado nada sobre esa perfección. ¿Es algo útil?
    ―Es algo maravilloso. La mejor aspiración de los seres vivientes, junto a la de la inmortalidad: la aspiración al amor sin límites ni fronteras.
    ―Continúo a oscuras, señor viceministro.
    ―Tal vez no se ha parado usted a meditar sobre esto, Elana. Es la más hermosa ilusión de un ser vivo: romper las barreras físicas que separan las especies de los distintos mundos, para que el amor triunfe plenamente. Lo comprenderá enseguida: a mí me agrada usted sobremanera, Elana.

    »¡Oh, sí, no se asuste! Estoy convencido que para usted no soy mas que un monstruo enorme y horripilante. Usted misma me parece diminuta y estrafalaria, sin antenas ni coraza natural. Físicamente nos repelemos. Pero a pesar de eso, y de los abismos que separan nuestras mentalidades, hay en usted algo inexplicable que me atrae. Si no existiera la barrera de las disparidades morfológicas, eso sería amor, Elana; un amor mucho más grande que el que fuera capaz de sentir por cualquier semejante mía.

    ―Es extraordinariamente curioso ―respondió con gran sinceridad la hembra womeña―. Yo también creo haber sentido algo similar. Al principio lo había calificado de simpatía; luego supe que era más que eso. He tratado de luchar contra ello, creyendo que serían alteraciones nerviosas a causa del trabajo. ¿Cómo iba a sentirme atraída por un wagiano? Y sin embargo…

    Tuhkaj se dominó para no emitir una porción blanda de su corpachón y rodear en una arrebatada caricia wagiana a la rubia delegada, puesto que aquello la habría llenado de terror. Se limitó a completar la frase de la joven:

    ―Sin embargo no es una alteración neurótica, sino un camino del cariño. Bien, querida, de esta forma mi explicación resulta más sencilla. Lo mismo que tal corriente afectiva se ha planteado entre nosotros, se plantea entre otros seres, de otras razas disímiles. La disparidad morfológica y física es la barrera que impide que se transforme en amor.

    »El plan de perfección óptima de que hablaba tiende a destruirla. Trata de crear receptáculos físicos vivos, unos “cuerpos” que reúnan las características de belleza máximo común de cada raza, “cuerpos” que tanto un wagiano como un womeño, un tandio como un fovés, encuentren irresistiblemente hermosos. Igual que se creó un idioma único entre los mundos, buscaremos una apariencia física común y perfecta. Luego, con una sencilla mutación, tan fácil como la de vuestra costumbre de cambiarse la ropa, se instalarán las gentes en los nuevos “cuerpos”, y ya no habrá barreras entre razas, sino perfección corporal suma.

    Elana temblaba, estremecida ante el vasto y tremendo proyecto. Tuhkaj estaba en lo cierto. Si igual que se había llegado a la unidad de idioma se alcanzaba una longevidad casi eterna y una perfección física indiscutible, ¿qué obstáculo existiría para que los miembros y los amigos de la Unión Z conocieran una rabiosa e ilimitada felicidad?

    El cielo comenzó a adquirir una anómala tonalidad purpúrea, desusada en Wag. Era una señal, y el viceministro la interpretó debidamente.

    ―¡Oh, Elana! Ése es el aviso de reunión para que acudamos a nuestros puestos de colectivización con el electrocerebro. Charlando se nos ha echado encima el tiempo. Dentro de poco comienza nuestra agresión al creador.
    ―Mi obligación es retirarme a la Residencia de Embajadores, pero… ¿podría estar a su lado, Tuhkaj, mientras dura el ataque a Wu Bortel? Si algo saliera mal… bien, querría que nos pillara juntos.

    El viceministro asintió, enternecido. Subieron al antigravitador.

    Verdaderas flotas de los más dispares vehículos voladores convergían hacia Uka, como en aquellos instantes estarían convergiendo hacia los centros de todas las ciudades de la Unión Z.

    Cuantos tenían que intervenir en el arranque de los cerebros planetarios se dirigían hacia los puestos estratégicos. Abandonaban hogares, centros de diversión, parques, todo. Y acudían a las colmenas levantadas por los departamentos de defensa, precisamente para ser utilizadas aquel día y dentro de pocos instantes.

    La coloración purpúrea en el firmamento de Wag había sido la señal. En otros planetas, según las condiciones de su naturaleza y la de sus habitantes se habrían utilizado otras distintas, pero el hecho era que a un mismo tiempo, en los mundos más civilizados de las tres nebulosas, infinidad de seres vivos se dirigían hacia los lugares determinados desde los que se iba a desencadenar la ofensiva contra el creador.

    Cuando llegaron al edificio donde Tuhkaj tenía su puesto, docenas de wagianos tropezaban entre sí, haciendo rechinar las planchas escamosas de sus corpachones por el roce, en su prisa por ocupar el lugar que tenían asignado.

    ―Permítame, Elana ―dijo el viceministro―. No quiero que la atropellen.

    Emitió un tentáculo, y tomando a la delegada de Woma la situó en la parte alta de su espalda. Luego segregó una sustancia trasparente con la que envolvió a la joven hembra en un globo duro y protector, y la transportó como si estuviese encerrada en una carlinga instalada en la espalda misma del viceministro.

    Tuhkaj usó su potente cola sin consideración, con lo cual, no sin esfuerzo, logró rebasar el tapón de entrada al edificio. A trote corto cruzó por diferentes pasillos, tomando por una serie de rampas descendentes que se hundían en las entrañas del suelo. Otros wagianos corrían junto a ellos, sin reparar en Elana, preocupados por llegar cuanto antes al puesto que tenían asignado.

    Por último, Tuhkaj alcanzó su objetivo, una gran sala de techo abovedado e iluminado por una pintura fosforescente, en cuyas circulares mesas concéntricas ya se hallaban dispuestas centenares de criaturas wagianas.

    El viceministro reabsorbió la cápsula en la que había envuelto a su compañera, y depositó a ésta suavemente en el suelo. Después le indicó una gran esfera olivácea que pendía del techo de la sala.

    ―Ése es el contacto de televisión con el exterior. Por él contemplaremos lo que sucede fuera.

    Una voz muy amplificada dio una orden con sequedad. Para aquel entonces, ya todos los wagianos de la sala estaban en sus puestos. Como respuesta, aquellos seres emitieron delgados pedúnculos desde la parte central de los cuerpos, incrustándolos sobre los tableros que tenían ante sí. De aquella forma, según le habían explicado a Elana, los cerebros individuales entraban en contacto con el gran cerebro del planeta.

    La esfera de televisión se iluminó, mostrando series de vistas de las desiertas vías urbanas de la totalidad del planeta. El abandono que mostraba era tan completo, que a Elana le puso un nudo de congoja. Después la misma voz dio una orden, al tiempo que en la esfera se veía cómo una tras otra se descorrían las compuertas de las torres, que guardaban las antenas que iban a hacer saltar la primera chispa de pensamiento colectivizado.

    La voz ordenó acción.

    Los wagianos de la sala en que se encontraba Elana se inclinaron sobre los tableros metálicos, dando muestras de gran concentración. A la joven le pareció que las tenues fibrillas de las antenas que mostraba la esfera de televisión, cobraron súbito brillo. Al mismo tiempo, el suelo trepidó tenuemente.

    Durante largos instantes una enorme tensión invadió no sólo al planeta Wag, sino a la totalidad de los mundos dependientes e independientes de las tres nebulosas que se agrupaban en la Unión Z.

    En su puesto de observación, el Mental Wu Bortel se sintió víctima de una enorme fatiga de forma súbita, al tiempo que creía percibir un chispazo de conciencia ―de tamaño bastante respetable― en el segmento universal en el que estaba sumergida una buena porción de su ser. Su necesidad de relajarse era imperiosa, pero no iba a hacerlo ahora que lo auténticamente importante iba a suceder.

    Quiso entonces reajustarse al tiempo tetradimensional, y con honda sorpresa encontró una gran dificultad en lograrlo. Al mismo tiempo, con estupefacción creciente descubrió que la parte de su ser sumergida en el universo se había adormecido, en contra de su voluntad. Se había adormecido parcialmente, y repentinamente recordó que lo mismo le había sucedido antes de caer víctima del Letargo Integral.

    Un poderoso esfuerzo de voluntad le permitió al fin irrumpir en la dimensión temporal del cosmos en reacción, y el panorama que descubrió súbitamente le dejó paralizado de puro asombro: incontables conciencias minúsculas, nacidas inesperadamente en los planetas, estaban dirigidas contra él.

    El sueño avanzaba. ¡Tenía que hacer algo!

    Quiso comunicarse con las conciencias de los planetas, y falló. Intentó volver la parte que estaba fuera del cosmos hacia Tam Zaroh, pidiendo ayuda, y una oleada de sueño más violenta que las anteriores le inmovilizó.

    Y Wu Bortel, sumido en un nuevo letargo, flotó inerte, con la mitad de su ser en el ultracosmos y la otra mitad, atrapada como en un cepo enorme, en la reacción universal.

    Estaba por completo a merced de su criaturas.

    Y sus intenciones eran particularmente aviesas.

    Los cerebros planetarios trasmitieron el resultado de la primera parte de la operación. Como se había previsto, todo funcionó a la perfección y el aletargador, unificando las voluntades planetarias de la Unión Z, había reducido al creador a la impotencia.

    En los mundos de la Unión, todos los seres que se inclinaban sobre los tableros de comunicación con los electrocerebros centrales conectados estallaban de alegría. Si el temido creador estaba aletargado significaba que la parte arriesgada del proyecto había quedado superada, y el riesgo de que se revolviera a tiempo de destruirlos quedaba conjurado.

    Sobre un enemigo inerte y a merced, sólo restaba enfocar y poner en marcha las unidades de centrifugación-dispersión. La orden culebreó en el espacio sidéreo, emanada del Coordinador General. Y las más complejas máquinas jamás creadas por seres vivientes, se pusieron a funcionar, comenzando la aniquilación del Mental Wu Bortel.



    Los reejs, reptiles surgidos de los océanos de amoníaco, tras diversas mutaciones llegaron a poseer un cerebro bastante desarrollado. Cuando en los demás mundos que conocía el Mental, apenas si brotaban los primeros destellos de organización, en el 328 los reejs, tras siglos de guerra contra los descomunales oaos habían logrado imponerse gracias a los recursos de una técnica incipiente, y exterminar a las bestias.

    Sin embargo, el mismo día que la población reptiliana celebraba sus fiestas triunfales, se desencadenó la nueva ofensiva que únicamente Tam Zaroh había previsto: la ofensiva del reino vegetal, formado por especies pensantes, aunque los reejs lo ignoraban. Los vegetales cerebralizados del planeta de amoníaco estaban anclados al terreno donde nacían. No sabían desplazarse de las rocas o las arenas en las que se hundían sus raíces. Carecían de órganos de oído, vista y fonación. Y pese a tales limitaciones, poseían infinidad de recursos.

    Los vegetales inteligentes del planeta 328 habían desarrollado un sentido “epidérmico”, sobre el que se basaba todo su conocimiento del globo en el que vivían. Los vientos continuos traían hasta ellos polvillo, impulsos, ecos; las sensibilísimas hojas de la raza vegetal lo captaban todo, hasta el menor detalle. Cada ráfaga de aire era portadora de un determinado mensaje, que los vegetales interpretaban debidamente.

    Tam Zaroh había comprendido, mucho tiempo atrás, que los vientos perpetuos que azotaban el planeta eran el vehículo para el “lenguaje” de las plantas. Paulatinamente habían ido adquiriendo conocimientos que maravillaban al propio Tam Zaroh, al comparar su vastedad con lo limitado de sus percepciones. Entre otras cosas, los vegetales ―cuya cerebralidad desconocían las especies animadas del planeta― aprendieron a comunicarse entre sí. Podían aumentar o disminuir la rigidez de las ramas, y esto fue suficiente para que crearan un código de señales, ofreciendo mayor o menor resistencia al viento que las azotaba.

    Después que aprendieron a comunicarse, los vegetales estudiaron el mundo en que existían. El viento trajo su historia, y el mundo vegetal supo leerla en el viento. Muchas veces los bosques del planeta 328 habían vibrado en transmisiones de señales de alarma, cuando los voraces oaos se adentraban en sus frondas en busca de alimento. Los vegetales trataron a veces de segregar sustancias repelentes para alejar a los oaos, sin lograrlo a tiempo. Los oaos percibían aquella muda “oposición” a servirles de alimento, y las destrozaban con feroces y furiosos coletazos.

    La voracidad de los oaos engullendo en tiempos mínimos bosques enteros era el gran obstáculo para el progreso ascensional de la inteligencia de los vegetales. Eran devorados antes de que pudieran prosperar, y pese a su casi milagrosa capacidad de reproducción habrían desaparecido del planeta de no haber surgido tan oportunamente de los océanos los reejs, adaptándose a la vida en el suelo firme, y disputando a los oaos la supremacía. Cuando reptiles y oaos se enzarzaron en las sangrientas batallas que debían decidir la hegemonía de una u otra especie, los vegetales llenaron el aire con mensajes de esperanza. Tenían una ocasión única para prepararse e imponerse sobre los que quedaran vencedores. Debían ocupar la mayor extensión territorial, y cuando reptiles o bestias quedaran vencedores, pero diezmados, desencadenar la ofensiva que rematara al debilitado vencedor.

    Los vegetales, conocedores a la perfección de las corrientes e intensidades de los vientos, las aprovecharon para hacer coincidir sus épocas de diseminación con aquellas que les eran más favorables. Transportadas por el soplo, las semillas llegaban con precisión matemática a terrenos elegidos de antemano, con pérdidas accidentales verdaderamente despreciables, y un aprovechamiento infinitamente superior al de cualquier otro planeta con vida vegetal, donde el ciclo de diseminación se cumplía sólo bajo los dictados de la casualidad.

    En un tiempo extraordinariamente breve, la vegetación inteligente cubría las zonas emergidas de los océanos, se había organizado a la perfección y esperaba su momento. Y éste llegó cuando los reejs cercaron al último oao y le dieron muerte en medio de una nube de gas frigorífico. El aire transmitió un mensaje inteligible sólo para los vegetales: cuando las tinieblas envolvieran el hemisferio de zonas sólidas del mundo, habría violentas corrientes ventosas. Y entonces atacarían a los reptiles.

    La nación reej había empezado a celebrar con brillantez el final de su secular batalla. En dos continentes no se dormiría aquella noche. Las más suculentas plantas habían sido cuidadosamente escogidas y preparadas en las marmitas colectivas. Los destiladores habían extraído a la temperatura debida de fraccionamiento los jugos embriagadores de los preciosos frutos amarillentos que tanto agradaban a los reejs. La fiesta estaba en todo su esplendor.

    Y de pronto, todo empezó a ir mal.

    Un reej que ostentaba sobre su coriáceo pecho los distintivos de jefe de batallón de acoso, dejó caer el cuenco en el que apuraba el licor ambarino que tanto agradaba a su raza, y comenzó a retorcerse mientras sus fauces se cubrían de espuma. Su ayudante abandonó el recipiente en que bebía tratando de auxiliarle; mas, antes de que llegara a rozarlo, gruñendo de dolor, se enroscó a su lado, epilépticamente, manifestando los mismos síntomas que su jefe.

    En distintos campamentos reejs, geográficamente muy distantes, se presentaron simultáneamente millares de casos idénticos. Alguien, con súbita inspiración, hizo funcionar las instalaciones de alarma, y Ko-Francis Lao, Jefe Absoluto de la nación reptiliana, gruñendo de sorpresa e irritación, ordenó a los comandantes de transmisiones difundir la prohibición tajante a las tropas de beber licores, mientras se iniciaba una investigación. Luego requirió a Viri-Tum-Lecto, su Jefe de Divisiones, y segundo en el mando de la población reej:

    ―¿Qué es lo que ha sucedido, Viri-Tum? ¿Quién nos ha traicionado?
    ―Lo ignoro, excelencia. No salgo todavía de mi desconcierto…
    ―Pero si ha sucedido en todos los campamentos, hay que pensar en una traición organizada, o en un ataque de enemigos desconocidos.
    ―Si hay enemigos, excelencia, se ocultan en la sombra. Y tened presente que en todo Quiro no existe una especie viviente capaz de organizarse y disputarnos la supremacía, ahora que los oaos han sido destruidos.
    ―Es incomprensible, sí. Dime, ¿se ha salvado alguno de los que bebieron el licor?
    ―Nadie, excelencia. Aún no se han realizado los cómputos exactos, pero nuestras bajas son de varios millares.

    Ko-Francis Lao rugió de rabia.

    ―|En cuanto sepas algo, comunícamelo! Enemigo o traidor, alguien tiene la culpa. ¡Su acción no quedará impune!

    Sin ninguna cortesía abandonó a su segundo, y reptó mezclándose con sus tropas. Advirtió que la alegría del reciente triunfo se había esfumado entre los acampados, y adivinó que entre las demás unidades ocurriría otro tanto.

    Los especialistas de sanidad se afanaban en despejar el terreno de cadáveres, y en las afueras del campamento comenzaban ya a crepitar los incineradores. Algunos reejs, al reconocer al jefe supremo le tributaban muestras de acatamiento, a las que Ko-Francis Lao correspondía de forma ausente.

    La noche era oscura como la brea. Carente de satélites y siempre cubierto por espesas nubes de vapor amoniacal, en Quiro no existía luz nocturna natural que llegara del cielo. Ko-Francis Lao serpenteó con poderosas contracciones, dilatando el belfo: olía el peligro. Para él, curtido en cien cacerías y celadas a los rebaños de oaos, era fácil percibir el impalpable hálito de la amenaza gravitando en el ambiente. Parecía como si el bosque que se alzaba a sus espaldas se agazapara para atacarles.

    ¿El bosque?, pensó. Bah… ¡valiente idiotez!

    Un receptor de señales trepidó, no muy lejos de él. Por los fragmentos del código utilizado, el jefe supremo entendió parte del mensaje, precipitándose hacia el servidor del aparato, que había dejado a un lado la escudilla con el alimento que estaba tomando.

    ―¡Vamos, imbécil! ―bramó el jefe reej―. ¿Qué dice el mensaje?
    ―En la División 28, excelencia… Han empezado a descubrir casos de envenenamiento entre los que han comido ramu.

    El ramu era el mejor alimento vegetal de los reejs. Sabroso y suculento, les sumía en una beatífica y plácida digestión una vez ingerido, lo cual hacía que en muy contadas ocasiones se permitiera comerlo estando en pie de guerra. El ramu era alimento de tiempos plácidos, de paz. Los reejs casi habían olvidado cuándo fue la última vez que hubo autorización para preparar ramu, cuando con la victoria sobre el pueblo oao se recogieron raciones extraordinarias en cada bosque, para festejar también gastronómicamente el triunfo final.

    Como un relámpago Ko-Francis Lao captó el nuevo peligro que les amenazaba. Gritó:

    ―¡Pronto! Haz sonar la alarma, avisando que nadie toque su comida.

    El servidor del receptor de señales fue a obedecer. Una súbita rigidez detuvo su desplazamiento, Boqueó en silencio y quedó inmóvil. El servidor había estado comiendo ramu. Sin acercarse más a él, el caudillo de los reejs supo que estaba muerto.

    En dos grupos cercanos de soldados, la escena se repitió. Ko-Francis Lao hizo aullar la alarma sin perder un instante, y luego llamó a los jefes sanitarios más próximos.

    ―Organícense para lavar el estómago de cuantos hayan comido ramu. Analicen el alimento antes de que se consuma, de cualquier clase que sea, aunque tengan la convicción de que es inofensivo. Estaré en mi tienda. ¡No se duerman!

    El ayudante personal del Jefe Supremo circuló por entre los acampados buscando a los comandantes de División para convocarles a asamblea extraordinaria. Mientras lo hacía, se esforzaba en no fijarse en sus compañeros que iban quedando paralizados, por haber tomado el alimento mortal antes de que la alarma fuera dada.

    Un movimiento de terror iba haciendo presa en los reejs. Los jefes, con silbantes sonidos, ordenaban diversos trabajos, fatigosos y baladíes, para conjurar el pánico colectivo.

    Cuando el último de los comandantes penetró en la tienda de Ko-Francis Lao, éste terminaba de repasar el informe de los técnicos sobre los análisis del licor que había originado la primera racha de envenenamientos.

    ―Sabed que nos encontramos ante una situación insólita. Nuestros compañeros han sido envenenados de dos formas distintas: por el licor ámbar y con ramu. El informe del análisis del licor afirma que su proceso de preparación ha sido correcto, destilándose a las temperaturas debidas. Sin embargo, a la temperatura de fraccionamiento normal, los frutos empleados dejan escapar un veneno que no existía hasta ahora. Supongo que en el ramu habrá sucedido otro tanto…
    ―Es una gran coincidencia que se hayan vuelto venenosas las especies de vegetales que teníamos que consumir esta noche ―comentó el Jefe de Sanidad.
    ―¿Casualidad… o todo lo contrario? ―preguntó con mirada brillante el Jefe Supremo.
    ―¿Insiste, excelencia, en pensar en un ataque organizado? ―intervino Viri-Tum-Lecto.
    ―Quiero pediros una opinión, como miembros de mi Estado Mayor. ¿Qué os parece si empezamos a considerar que ha nacido en Quiro otro enemigo para los reejs? ¿Qué tal si pensamos que los vegetales de los bosques nos han atacado?

    Pese al respeto que le debían, los comandantes que rodeaban al Jefe Supremo prorrumpieron en protestas de incredulidad.

    ―No lo creéis, ¿eh? ―silbó, burlón, el viejo Ko-Francis Lao―. Pues por esa falta de ductilidad que hay en vuestros pensamientos es que no me decido a hacer una cesión del mando, aun cuando mi edad lo esté exigiendo. Considerad que la mutación venenosa de la fruta dorada y del ramu no ha podido ser más oportuna: ha ocurrido cuando nuestros ejércitos iban a consumir grandes cantidades de esas especies, de forma que nos han producido más estragos que si una noche nos hubiera sorprendido un rebaño de oaos. De haber sucedido el cambio venenoso en otra época, sólo con alguna pérdida habríamos estado sobre aviso. De la forma en que han ocurrido las cosas, los estragos han sido máximos.

    Empezaba a soplar el viento nocturno, habitual de la noche quiriana; el ambiente estaba saturado por los perfumados aromas del bosque próximo. Fi-Almun, comandante de abastecimientos de la División, levantó su cabeza triangular, inspirando con satisfacción. Se le hacía muy difícil aceptar la tesis del Jefe Absoluto.

    ―Me cuesta trabajo creer lo que afirma, excelencia. Casi encuentro más razonable pensar en un enemigo de naturaleza desconocida…

    El viento se hacía más fuerte por momentos. Por los intersticios de la tienda ocupada por el Estado Mayor, penetraba, impulsado por él, un polen blanquecino y aromático. El mismo Viri-Tum dilató los pulmones al respirar plenamente.

    ―La cuestión es de fácil comprobación. En la División 8, el gabinete científico ha experimentado con éxito una especie de “contador de inteligencia”. Bastará que lo dirijamos hacia las formaciones vegetales, para que sepamos si las plantas de Quiro se han convertido en un enemigo organizado.

    Un oficial del servicio bromatológico solicitó permiso para entrar, y en cuanto le fue concedido se deslizó hasta Ko-Francis Lao entregándole un comunicado.

    ―No se retire todavía, oficial ―dijo, y a continuación se encaró con sus ayudantes―. Bien, amigos; de bromatología informan que el envenenamiento del ramu se debe a una secreción nueva de las plantas, desconocida hasta hoy por nuestros científicos, de difícil localización, que en mínimas cantidades produce la muerte por parálisis del corazón.

    El oficial del servicio bromatológico tosió dos veces. Se vio que hacía grandes esfuerzos por dominar aquello, que podía ser interpretado como una falta de respeto hacia los reunidos.

    ―Les he convocado ―continuó Ko-Francis Lao―, para exponerles mi tesis y someterles un plan. ¿Qué les parece si difundimos entre la tropa la información de que la amenaza parte de los bosques? ―el oficial volvió a toser. Inspiró la atmósfera cargada de polen, con penoso estertor. El Jefe Supremo le dirigió una severa mirada y concluyó―: El fin que persigo es el de dar una forma concreta a la amenaza y a la agresión, para que el pánico no extienda su desmoralización entre las divisiones, pues nos convertiríamos en presa fácil para cualquier enemigo…

    El oficial que había traído la información sobre el ramu no pudo reprimir más la tos que le martirizaba. Rompió en estrepitosos sonidos, al tiempo que abría desesperadamente la boca, como si se asfixiara. A cada nuevo golpe de tos, su estado parecía agravarse.

    Viri-Tum-Lecto lanzó una maldición, acudiendo a ayudarle. Tosió a su vez, y como contagiado por un virus desconocido, Fi-Almun respiró sibilante y penosamente, tosiendo también sin cesar.

    Entonces Ko-Francis Lao se dio cuenta que había estado escuchando desde hacía rato las toses de otros reejs fuera de la tienda, aunque sin prestar atención. Arqueó su cuerpo ya viejo disparándose en un salto que más de un atleta habría envidiado, para ir a caer junto a las caretas que utilizaban para preservarse del gas frigorífico que utilizaban contra los oaos.

    ―¡Pónganse las caretas! ―chilló―. ¡Ese polen…!

    Fi-Almun y Viri-Tum-Lecto expiraron sin que se pudiera hacer nada por ellos. El oficial había perecido antes. Tosiendo aún dentro de las máscaras, los otros jefes se deslizaron rápidamente al exterior para organizar sus desprevenidas huestes.

    El espectáculo que se ofreció ante su vista era impresionante.

    Envueltos en densas nubes de polen arrastradas por las violentas ráfagas del viento nocturno, los reejs se asfixiaban irremisiblemente. Unos pocos habían tenido la iniciativa de protegerse con las máscaras de defensa contra gas, y trataban de organizar a sus compañeros, pero éstos, víctimas del pánico, morían a racimos. En medio de la barahúnda reinante, dos secciones de reejs se revolvieron contra los oficiales que trataban de impartir algo parecido a la disciplina, los arrollaron y en una furiosa huida se precipitaron hacia el bosque.

    La atmósfera era allí más pura. Sin embargo, una nueva trampa aguardaba a los reptiles: espesos setos espinosos de agujas mortíferas habían brotado en la espesura. Cuantos reejs se arañaron con ellos murieron.

    Cuando concluyó aquella noche de pesadilla, los reptiles contaron las bajas. Ko-Francis Lao estaba anonadado. Sólo una quinta parte de su división sobrevivió, y los informes que llegaban continuamente por los transmisores y receptores no eran mejores. Sin contar con datos exactos, se podía calcular que por lo menos el setenta por ciento de la población reej halló la muerte. ¡El setenta por ciento en una sola noche! Y de no haber sido por las certeras reacciones del Jefe Supremo, la nación reptiliana habría sido eliminada de Quiro.

    En los dos continentes, a marchas forzadas, las maltrechas divisiones que la víspera se disponían a celebrar su victoria sobre los oaos se retiraban hacia las escarpadas montañas, donde la vida vegetal era incapaz de echar raíces. Los “contadores de inteligencia” habían ratificado la teoría de Ko-Francis Lao, demostrando que una mentalidad superior, poderosamente organizada, se emboscaba en las rojizas frondas vegetales.

    Los reejs eran una raza de valientes; se retiraban momentáneamente a recuperarse del traidor ataque. Pero pronto estarían dispuestos a presentar batalla y a devolver golpe por golpe. Era un juramento que su Jefe Supremo se había hecho a sí mismo.

    El viento huracanado de Quiro sirvió de vehículo para que la noticia llegara a los últimos confines del reino vegetal. Los reejs iban a atacar por primera vez las selvas. Estaban dispuestos a hacerlas arder en una apocalíptica hoguera, para vengar el alevoso ataque de que fueron objeto. Comenzaban a bajar en los dos continentes de las montañas que eran su refugio, y estaban prevenidos y preparados contra los espinos mortales y las nubes de polen asfixiante.

    Los vegetales de Quiro no les temían. Es más, ya que ellos aún eran incapaces de moverse y desplazarse, encontraban muy conveniente que los reejs fueran a su encuentro. Les sería más fácil y rápida la victoria, pues tenían muchas argucias preparadas; recursos que los reejs jamás sospecharían, puesto que ignoraban las técnicas de la guerra botánica.

    Los reejs fueron adentrándose en las frondas con las máscaras dispuestas a ser utilizadas al menor asomo de polen asfixiante en el ambiente. Esquivaban igualmente cualquier clase de espino que pudiera rozarles, y no tomaban ningún alimento vegetal que no fuera proporcionado por sus depuradores de intendencia. Estudiaron la dirección del viento para aprovechar su impulso, para que el fuego causara los mayores estragos en la selva.

    Apuntaron contra los arbustos los lanzafuegos de autocombustión, y los rociaron a conciencia.

    Un silbido de rabioso desencanto escapó de los oficiales reejs, mientras un temor supersticioso se extendía por las tropas. Los árboles de la selva quirana no ardían. Absorbieron del suelo las sales necesarias, y se habían vuelto incombustibles. El mando atacante, al ser informado, no quiso aventurarse y ordenó una retirada consecuente hasta zonas descubiertas, mientras se estudiaba otro sistema de ataque.

    La operación empezó a desarrollarse con orden…, pero los enemigos de los reejs no dejaron que terminara con éxito. Durante la incursión, un polvillo casi invisible desprendido de distintas flores se había ido depositando sobre la epidermis de los invasores. El polvillo reaccionaba con las secreciones cutáneas de los reptiles-soldados. Uno tras otro empezaron a morir, cual si los abatiera una mano invisible.

    Como la primera noche del ataque vegetal, la tropa fue presa del pánico. No todos los reejs habían recibido una dosis mortal del polvillo, pero el terror hizo estragos. Las restallantes órdenes de los oficiales eran inútiles; el empleo de la fuerza, insuficiente.

    Se dispersaron en todas direcciones, y entonces los vegetales se apuntaron una nueva y aplastante victoria. Porque los reejs que no perecieron en los espinos emponzoñados se adentraron en zonas de árboles de los que pendían pesados frutos puntiagudos, y éstos se desprendieron para ensartar a los reptiles como bajo una lluvia de lanzas. Y los que escaparon a esto, fueron destrozados por las plantas-flagelo.

    Ko-Francis Lao, temiendo que un nuevo ataque vegetal terminara con los últimos vestigios de la raza reej, decretó una retirada general de todo su pueblo hacia las más inhóspitas alturas. En mucho tiempo no intentarían medirse con los vegetales.

    El Jefe Supremo conferenció con sus consejeros. Decidieron dedicarse a estudiar profundamente la calidad y recursos del enemigo, y conservar como fuera cada una de las vidas que aún quedaban.

    Para los reptiles de Quiro había empezado una etapa de escasez e investigación, para prepararse para una batalla en un futuro muy lejano que debería ser definitiva, puesto que una de las dos especies habría de resultar eliminada.

    Tam Zaroh estaba lo que se dice disfrutando con la observación del desarrollo histórico del astro 328 de sus coordenadas. El triunfo de una especie vegetal pensante, su pululación y extensión por el planeta y las posteriores implicaciones que aquello podría tener, era algo que le subyugaba. Resultaba remoto e improbable en un universo reactivo de cuatro dimensiones, y su realidad era apasionante y maravillosa hasta para un Mental.

    De hecho, Tam Zaroh podría haber calculado y conocido su posibilidad y consecuencias, pero no lo había hecho ya que, con mucho, las probabilidades estaban a favor de los grupos zoológicos. En la actualidad podía intuir lo que sucedería en Quiro, simplemente conjugando los datos que concurrían en el planeta; pero con cierta complacencia no realizó el acto intelectivo, prefiriendo que el curso mismo de los acontecimientos fuera sorprendiéndole con las nuevas e inesperadas perspectivas que derivarían de aquel caso, indudablemente único en todo el universo.

    La complexificación de conciencia de las plantas, Tam Zaroh lo percibía, era decididamente superior a la cerebralización de los reptiles, así que los reejs perderían la batalla. Las plantas inteligentes de Quiro poblarían los continentes. Luego desearían saltar a otros planetas. ¿Cómo lo iban a hacer, si estaban ancladas al suelo por las propias raíces, que eran su parte vital? Sería muy interesante presenciarlo, sin intentar adivinar el futuro mediante el ejercicio del cálculo.

    Decidió que Wu Bortel no podía perderse aquello. Buscó establecer comunicación con su compañero para que participase también en la contemplación del gran espectáculo… Entonces fue cuando, con sorpresa, descubrió que el Mental estaba relajado en un sueño.

    Tam Zaroh precisó más su percepción. Un ramalazo de alarma agitó sus centros psíquicos: Wu Bortel no estaba dormido.

    Wu Bortel, de nuevo, era víctima del Letargo Integral.

    El Mental se convulsionó a continuación en una cicloide de furia, al descubrir una cosa más, tan temible como ofensiva para su orgullo de ser inmensamente sabio y eterno.

    Alguien, desde el interior del cosmos, había iniciado la desintegración de Wu Bortel.



    La mente de cada planeta funcionaba a la perfección, como resultado de la unificación de los impulsos de las células-individuo que eran sus habitantes, a través de los fabulosos cerebros artificiales que su tecnología supo crear.

    Las mentes planetarias, a través del cerebro electromecánico respectivo, enviaron a las células-individuo la información del éxito que coronaba la maniobra de adormecimiento de Wu Bortel, registrando simultáneamente un asombro fuera de toda medida al descubrir la inconmensurable extensión del Mental que, por decirlo de algún modo, habían “capturado”. Hasta entonces, Wu Bortel había sido un ente abstracto e incomprensible para los seres vivientes de la Unión Z.

    El asombro de la conciencia planetizada llegó a cimas vertiginosas al asomarse a la inmensidad sin posible descripción del ultracosmos, en el que su universo materno se hallaba sumergido. Su descubrimiento planteó una inesperada situación.

    Las mentes nacidas de la convergencia del pensamiento de los habitantes de cada planeta a través del cerebro artificial eran como desmesuradas mentes individuales, que sin embargo estaban obligadas a comunicar a sus células-individuo las percepciones que captaban desde su elevada posición; y además de esto, tenían que acatar sus mandatos. Empero, en cada conciencia planetaria existía la suficiente dosis de independencia y personalidad como para pretender obrar por su cuenta.

    Wu Bortel las tentaba a un detenido examen; y el ultracosmos era tan subyugante, que las atraía como un abismo hacia su profundidad, para conocer qué cosa era en realidad.

    Pero las células-individuo ―que hallaban una imposibilidad orgánica de comprender qué era aquel ultracosmos― no quisieron arriesgarse ni perder el tiempo en disparatadas aventuras. Tras recibir los datos exactos en cuanto a la magnitud de Wu Bortel, adivinaron que las mentes globales, traviesamente, querían adentrarse en el ultracosmos, y cursaron una orden tajante: había que poner en marcha el Desintegrador Mental y acabar con la “pieza” cobrada.

    Como dirigidas por invisibles hilos, las mentes se desplegaron dócilmente. Y en el momento de iniciar el funcionamiento del Centrifugador, fue cuando sucedió: algo desconocido, inesperado, de gran potencia, las azotó, las arrastró e hizo girar como un vendaval de venganza psíquica, dejándolas incapaces de reacción.

    Después, las criaturas de los mundos de la Unión de nebulosas, que se hallaban acopladas en los centros de conexión con los cerebros planetarios, recibieron simultáneamente el mismo mensaje desesperado:

    ―¡Otro Creador! ¡Un segundo Creador que estaba fuera del cosmos, cuya existencia ignorábamos, nos ha descubierto! ¡Está atacando…!

    Los cerebros artificiales recibieron vibraciones de frecuencia tan violenta, que cuantos se hallaban en los centros de conexión, incapaces de resistirlas, soltaron los paneles que servían para el funcionamiento de los cerebros.

    En las entrañas de los astros hubo apagados rugidos. Las cortezas de los planetas se resquebrajaron en puntos distintos; aparecieron atroces simas; ciudades enteras fueron engullidas por los abismos.

    Woma desapareció, transformado en una nube de energía.

    Los cerebros artificiales de los mundos superiores, a causa de la sobretensión emitida por Tam Zaroh, quedaron inutilizados.

    Elana vio con curiosidad como las placas de la coraza natural de Tuhkaj chocaban entre sí, y luego al viceministro romper en unos saltitos que le resultaban particularmente cómicos, habida cuenta de lo aparatoso de su mole. Cuando se fijó en que no era sólo Tuhkaj quien se entregaba a la grotesca danza, sino la totalidad de los reunidos en la sala, hubo de esforzarse en contener las carcajadas.

    Los saltos de los bicéfalos coletudos aumentaron en altura, mientras prorrumpían en aullidos de dolor. Los gritos de los wagianos eran tan inesperados y espeluznantes, que Elana sintió erizársele los cabellos. Giró los ojos en sus órbitas, enloquecida, enfocándolos casualmente en la esfera estereovisiva. Las torres de las antenas del electrocerebro se estaban derretiendo.

    Fue tan fulminante para su sensibilidad aquello, que quedó como alelada, incapaz de reaccionar. No supo que finalmente Tuhkaj y sus compañeros habían conseguido por fin evitar el martirio ondulante a que estaban sometidos a través de la conexión, al desligar las proyecciones corporales de las placas de contacto.

    Por todas partes chisporroteaban los mecanismos de alarma y emergencia. Un wagiano negruzco y enorme, presa del pánico, se precipitó hacia la salida. Elana salió de su marasmo al ver que se le venía encima, y chilló, convencida de que iba a ser aplastada por aquel peso quinientas veces superior al suyo; pero en última instancia intervino Tuhkaj, desviando a su compañero con un potente golpe de cola.

    El miedo cundía. Los bicéfalos trotaban de acá para allá, sin saber qué era exactamente lo que pretendían. Algunos altoparlantes lanzaban órdenes que nadie se preocupaba por seguir.

    Pero Tuhkaj no había perdido la serenidad. Emitió una proyección autosolidificable desde su espalda, envolvió a Elana en ella y la joven se encontró otra vez a lomos del viceministro, en el interior de una de esas burbujas epidérmicas y transparentes que los wagianos fabricaban sin el menor esfuerzo.

    En el breve intervalo de tiempo que tardó en acondicionarla en la relativa seguridad de aquella especie de carlinga, el rebaño de wagianos se orientó hacia las bocas de salida de la sala de conexión.

    ―¡Tuhkaj! ¡Tuhkaj! ―gritó, angustiada, Elana―. ¿Qué es lo que está pasando?
    ―La catástrofe que no pudimos calcular. Había un segundo Creador fuera del cosmos, y nos ha descubierto cuando íbamos a aniquilar a Wu Bortel. Y él no estaba adormecido.

    Elana casi no se atrevía a formular la siguiente pregunta.

    ―¿Qué… qué consecuencias puede tener su existencia?
    ―Sólo una: hemos acelerado el fin del universo.

    Los cuerpos de los bicéfalos formaban una barrera casi infranqueable en las salidas. Pronto serían tantos, que resultaría imposible escapar de la trampa.

    En el ambiente se advertía una trepidación anormal, suave y firme a la vez, como un temblor, subrayado por un zumbido de tono bajo que aumentaba paulatinamente en intensidad. El ritmo de la vibración no era acelerado, y a pesar de todo se mantenía de forma persistente. El suelo temblaba también. La estructura del edificio acusaba los mismos efectos.

    Tuhkaj se abalanzó sobre la masa chirriante de sus compatriotas, luchando con cola y seudópodos para escapar de la sala, donde podían ser sepultados cuando el edificio se viniera abajo. Bamboleándose, chocando contra las paredes de su carlinga, Elana miró casualmente hacia la esfera de la estereovisión, que oscilaba como agitada por un fuerte viento.

    La pantalla esférica enfocaba un sector del universo en el que se reflejaba el sistema solar Masept, con sus doscientos ochenta mundos. Uno de ellos estalló con brillante llamarada. Después, sucesivamente, uno tras otro fueron desapareciendo los demás planetas, convirtiéndose en nubes de energía. La esfera osciló tan violentamente que terminó por desprenderse y caer; silbó como un proyectil y, tras aplastar a una docena de bicéfalos, estalló como un explosivo.

    Una de las esquirlas se clavó en la corteza epidérmica con que Tuhkaj protegía a Elana; ella vio brotar el líquido amarillento que constituía la sangre de los wagianos, pero enseguida su amigo empleó sus glándulas autohemostáticas y la herida quedó cerrada.

    En torno a ellos, la barahúnda era atroz. Se luchaba entre furiosos y desesperados chirridos, en un frenesí por la supervivencia. Tuhkaj se hundió en la masa de cuerpos batallando con inusitada ferocidad, tanto por sí mismo como por Elana. En una fracción de tiempo, aquellas supercivilizadas criaturas habían abandonado su disciplina para volver a costumbres ancestrales, en las que sólo imperaba el instinto.

    Elana cerró los ojos, al hundirse Tuhkaj en el mar de colas que descargaban ciegamente golpes a uno y otro lado, con tal de escapar de la sala en que se encontraban encerrados. Lentamente iban progresando. Cuando los abrió de nuevo, acababan de salir a la amplia vía exterior que buscaban. Descubrió que su salvador jadeaba por el esfuerzo realizado, que tenía lo menos una docena de heridas de alguna consideración, y una de sus cabezas estaba doblada en un ángulo extraño. Pero seguían adelante.

    Las gentes de Wag formaban una avalancha incontenible por las amplias vías, atropellándose ciegamente al tratar de abandonar la ciudad de Uka, creyendo que así se salvarían. Desde donde estaban pudieron ver como dos wagianos, ostentando sobre sus corazas los colores de altas jerarquías intelectuales de la Federación, luchaban salvajemente entre sí por la posesión de un antigravitador que tendría que servirles para alejarse más rápidamente de allí; y un poco más lejos otro terminaba sañudamente con dos pequeñas crías para poder escapar con mayor libertad.

    ―Un bello espectáculo de civilización y solidaridad ―comentó Tuhkaj con sorna, empezando a deslizarse por un pasadizo lateral, entre dos sólidos edificios, en sentido opuesto al que seguía el río de sus hermanos de raza.

    El zumbido de la vibración estaba aumentando, y el trepidar del suelo seguía idéntico ritmo.

    ―¿Qué pretendes, Tuhkaj? ―dijo Elana―. Si el Creador ha decretado nuestra destrucción, es inútil que luchemos. He visto cómo desaparecía el sistema de Masept…
    ―Yo también. Y nuestro destino es el mismo.
    ―Entonces…
    ―Mis compatriotas buscan huir de las ciudades para no ser víctimas de los sismos, creyendo que todo se va a limitar a un temblor del suelo. Wag se convertirá en energía dentro de poco tiempo, igual que los planetas de Masept. Pero nos queda una posibilidad remota de salvación. Si salimos en una astronave antes de que la catástrofe se produzca, aún podremos vivir.
    ―¿Cuánto crees que puede durar Wag?
    ―Es difícil de calcular… Probablemente no más de medio día de los nuestros; y antes de eso habrá sido agitado por convulsiones sísmicas tremendas, y volcanes dormidos, como los de Well, habrán entrado en erupción. Medio día es lo que tenemos para localizar una astronave y saltar al espacio, confiando en que la onda energética que producirá Wag al destruirse no nos alcance.
    ―¿Todo ese tiempo nos queda aún?
    ―Para escapar a la radiación no sé si será suficiente. Y no creo equivocarme mucho en cuanto al cálculo de lo que le queda a Wag de vida en el universo. El segundo Creador nos ha atacado empleando la resonancia atómica, cosa contra la cual no existe defensa. Ha llenado el espacio de vibración que crece, y primero produce el temblor que estamos notando en el suelo, y después, cuando coincida con las resonancias de los átomos, origina su escisión sónica. Por el ritmo que lleva en sentido ascensional, opino que aún tardará medio día en producirse.

    Sin encontrarse con nadie, desembocaron en una rampa elevada que conducía hacia las construcciones cilíndricas del centro de Uka. Tuhkaj, sin dudar un instante, se lanzó por ella con cuanta rapidez le permitía su fatiga, como obedeciendo a un plan fijo.

    ―Vamos al Palacio de Coordinaciones ―informó a Elana mientras corría―. Es el único sitio donde podemos recibir información de qué astropuertos no han sido invadidos por las hordas de huidos o destrozados por alguno de los cataclismos que ya se estarán produciendo, y donde nos proporcionarán algún antigravitador para llegar a él.

    La ascensión se hacía penosa. El wagiano era representante de una raza típicamente cerebral, y por tanto sus músculos carecían de entrenamiento para resistir prolongados esfuerzos. En una lucha cuerpo a cuerpo aparentaba poder porque sus golpes iban acompañados por el ímpetu de su mole, pero cuando se trataba de mover ésta, la cuestión variaba.

    Cruzando por los puentes aéreos, la muchacha veía a los wagianos como una columna de insectos, muy abajo, sobre el suelo, caminando afanosamente para huir de la ciudad. En algunos puntos observaba aglomeraciones de seres enzarzados en luchas, y supuso que estarían disputando por la posesión de algún vehículo que les permitiera escapar con más rapidez.

    Escuchó una serie de fragorosas detonaciones en la lejanía, y cuando miró en dirección a los ruidos descubrió que unas lívidas llamaradas nacían en el horizonte. Llamó la atención de Tuhkaj, y él interpretó correctamente lo sucedido.

    ―Son los cráteres de Well. Las convulsiones subterráneas han despertado sus volcanes dormidos. Si Wag existiera dos días más solamente, Uka habría desaparecido bajo la lava.

    Uno de los edificios cilíndricos junto a los que discurría la pista ascensional que seguían, se agrietó a causa de la trepidación creciente del suelo. Tuhkaj avivó su marcha, tomando por otra rampa secundaria que, aunque alargaba su camino, no ofrecía el peligro de la proximidad de construcciones endebles. Pronto pudo Elana apreciar lo oportuno de la decisión: la construcción continuó agrietándose al vencer su peso la cohesión de su armadura, y finalmente se vino abajo con un estruendo ensordecedor. La pista que utilizaban quedó cortada por los escombros, y de haber continuado por ella habrían quedado aislados o perecido aplastados.

    De las vías a ras del suelo les llegó un apagado clamor de los heridos por el derrumbamiento.

    Ninguno de los dos quiso asomarse a comprobar las consecuencias de aquello, y siguieron su marcha, mientras en su fuero interno Elana se decía si el Palacio de Coordinaciones sería lo suficientemente sólido para resistir las próximas convulsiones. Cuando Tuhkaj se lo señaló, una gran tranquilidad se extendió por su ánimo: el Palacio era una imponente construcción de acero reforzado, y su solidez parecía desafiar todos los cataclismos del cosmos.

    Hasta entonces no se habían cruzado con una sola criatura viviente en su camino, y parecía como si fueran a encontrar su objetivo también abandonado. Mas no era así. Enseguida advirtieron que en el Palacio de Coordinaciones se vivía una febril y ordenada actividad a cuya observación nada escapaba. Tuhkaj y Elana fueron localizados cuando aún estaban muy lejos, y un haz de sonido sólido surgió del centro coordinador para guiar a los que llegaban.

    ―Quienes seáis ―dijo una voz metálica y sin inflexiones―, quedaos ahí. Enviamos un flotador del ejército a recogeros y poneros a salvo. Conservad la serenidad y aguardad, o de lo contrario seréis alcanzados por el mar, que está a punto de caer sobre Uka.

    Tuhkaj se detuvo, alegrándose de la orden recibida. De una sección del lejano edificio se despegó un punto, que tras cobrar altura y evolucionar ligeramente mientras realizaba la localización de los que buscaban su refugio, enfiló hacia ellos. Pronto cobró los contornos de una de las sencillas naves de flotación aérea que el departamento de Defensa y Ejército utilizaba muy rara vez, desde que los antigravitadores demostraron su mayor utilidad y sencillez de manejo. El pequeño aparato se inmovilizó sobre las cabezas de la pareja, dirigiendo hacia ellos la boca de un enorme aspirador. Por simple succión Tuhkaj y Elana fueron transportados a bordo. Luego el flotador dio la vuelta, y enfilando hacia el punto de procedencia partió raudamente.

    El aparato les dejó en la rotonda de estacionamiento del centro coordinador, mientras la guardia de recepción, formando marcialmente, distante y disciplinada, otorgaba al viceministro los honores que se debían a su rango, ignorando en apariencia el inminente fin del mundo.

    Tras depositar con delicadeza a Elana sobre el suelo firme, el viceministro se encaró con el jefe de la guardia, que a respetuosa distancia aguardaba sus palabras.

    ―Si el Coordinador General se halla libre, quiero hablar con él.
    ―Lo siento, excelencia, el Coordinador ha muerto. Se hallaba con el equipo de ingenieros electrónicos que ajustaban el cerebro mecánico, y cuando éste se ha fundido se ha abrasado, como todos los demás del equipo, por el metal ardiente.

    Tuhkaj se estremeció involuntariamente, haciendo rechinar sus escamas de plomo.

    ―¿Quién se ha hecho cargo de la organización de emergencia?
    ―Falen, Coordinador de Defensa, excelencia.
    ―Falen es un gran amigo mío, jefe. Avísele que deseamos entrevistarnos con él inmediatamente.
    ―La extranjera, excelencia… ―empezó a objetar el jefe de la guardia, oscilando una de sus cabezas hacia Elana―. He recibido instrucciones muy tajantes al respecto.
    ―La extranjera es dignataria del gobierno de Woma ―zanjó el viceministro― y va donde yo vaya.

    El oficial pareció querer oponerse. Los ojos compuestos del par de cabezas brillaron de irritación, hasta que por último terminó plegándose ante la autoridad del otro, puesto que aun en aquellas circunstancias seguía siendo uno de los altos jefes del planeta.

    Avisó a uno de sus ayudantes para que les diera escolta hasta el coordinador Falen, mientras Tuhkaj y la womeña se percataban de que en la habitación de acuartelamiento, a despecho de la calma que la guardia exhibía, los soldados libres de servicio seguían por las esferas de estereovisión el proceso de aniquilación del universo, y que sólo su duro entrenamiento les salvaba de exteriorizar el pánico que como a los demás estaría dominando, y aguantaban en sus puestos en espera de las decisiones y mandatos de los coordinadores…, aunque en sus fueros internos se dijeran que todo era inútil.

    El soldado tampoco les dirigió la palabra, manteniendo el mismo silencio que el piloto que les había recogido en el flotador ―puesto que el silencio era una de las primeras disciplinas que se inculcaba a los miembros del departamento de Ejército―, al tiempo que les llevaba hasta una plancha descensora. Emitiendo desde el tórax una delgada prolongación carnosa accionó su mando, haciéndola hundirse en los sótanos del Palacio.

    Dieciocho plataformas por debajo del nivel del suelo, la plancha se detuvo. Elana se vio ante el arranque de un pasillo circular, adornado con paneles fluorescentes de suaves colores, que servían para proporcionar una tranquila y sedante iluminación al túnel que tenían ante sí.

    El soldado les llevó hasta una sólida puerta metálica, colocándose ante la cámara de vigilancia para dar la identificación de los visitantes.

    ―El coordinador Falen les aguarda, excelencia ―notificó entonces―. Mi misión ha concluido.
    ―Gracias, soldado. Puede retirarse. Y… buena suerte.

    Mientras el guía volvía hacia la plancha ascensional, la puerta metálica se deslizó sobre guías invisibles, franqueándoles la entrada. Tuhkaj emitió una proyección corporal y envolvió en ella la mano derecha de Elana, como para infundirle confianza mientras avanzaban. Este gesto que en otra ocasión hubiera producido repulsión a la muchacha, la llenó de súbita ternura y confianza en el grandote ser que se deslizaba sobre minúsculos seudópodos a su lado.

    Desembocaron en una estancia de vastas proporciones, iluminada por globos de materia fosforescente flotando cerca del techo con curiosa ingravidez. En la parte más alejada de ellos, distintos bicéfalos, que lucían los emblemas de los coordinadores, se afanaban entre tableros y tubos de información, leyendo las noticias impresas en las tablillas que vomitaban los eyectores, y repartiendo órdenes a los ayudantes de sus secciones especializadas, en un desesperado intento de luchar contra lo inevitable.

    Falen acudió al encuentro de los recién llegados, dando vivas muestras de alegría. Era un imponente bicéfalo, cuyas escamas opacas denunciaban una avanzada edad.

    ―¡Tuhkaj! ―saludó, con una vocecilla que era como un chirrido atiplado―. ¡Me alegro una enormidad de que por lo menos tú no hayas resultado sepultado en las galerías de conexión!
    ―He tenido mucha fortuna al escapar de allí, y también para alcanzar el Palacio casi indemne. Falen, esta es Elana, delegada de asuntos espaciales de Woma.
    ―Sea bienvenida a este precario refugio, delegada ―dijo el coordinador de Defensa, con su voz curiosamente infantil.
    ―Ella significa mucho para mí, Falen ―confesó Tuhkaj―. Quiero hacer cuanto sea posible por salvarla.
    ―¿Sabes como están las cosas, amigo? Nos encontramos agitados por una vibración de resonancia que ha de desintegrar cualquier clase de materia en breve plazo.
    ―Ya he comprendido el significado del zumbido que lo llena todo.
    ―Pues a pesar de eso, debo animar tu espíritu decaído diciéndote que existen razonables posibilidades de huida y de hurtar muchas vidas al zarpazo del Creador. Los del servicio de coordinación astrofísica han comprobado que la vibración de resonancia únicamente afecta a la mitad del universo, así que si navegamos hacia galaxias extremas utilizando la tercera velocidad gravitacional con tiempo suficiente, hasta podremos confiar en devolverle a ese creador maldito el golpe que nos está asestando.
    ―Imaginaba algo por el estilo. Por eso he venido aquí, confiando en que poseyerais información de los astropuertos que aún funcionan, y pudierais proporcionarnos algún antigravitador para llegar allá.
    ―Los sintetizadores de las diecisiete plantas que hay sobre nuestras cabezas trabajan incesantemente para lanzar cuantos vehículos sean posibles para ser utilizados con ese fin por nuestros compatriotas. Coged uno. Nosotros, los coordinadores, permaneceremos en Palacio hasta el último instante para dirigir a las tropas y calmar a los poblaciones aterrorizadas y conseguir que abandonen Wag con un cierto orden. Se pueden salvar millones de vidas…

    Elana dejó escapar un suspiro, al relajar la tensión que estaba atenazando su corazón. Por fin parecía aclararse el negro futuro. Su par de expresivos ojos azules dirigieron a Falen una mirada de gratitud, por devolverle una esperanza de vida, que hacía ya mucho rato que había perdido.

    ―Tienes el cuello lastimado ―observó el anciano coordinador―. Mientras os preparan el antigravitador ordenaré al quirófano que te atiendan.
    ―Oh, déjate de tonterías. Hay cosas mucho más importantes en este instante que mi cuello. En el peor de los casos puedo perder una cabeza, y eso ni lo notaré. En cambio, si te ocupas de otros asuntos, muchas vidas de los nuestros se pueden salvar.

    El coordinador de Cosmología se acercó hasta los amigos. Saludó brevemente a Tuhkaj y Elana, y entregó a Falen una tablilla cubierta por menudos signos de cálculo.

    ―Debéis daros prisa ―avisó, tras tantearla con una prolongación corporal―. Esto son malas noticias. Se avecinan nuevos temblores del suelo, y erupciones, lo que aumentará la fuerza de la avalancha del mar que viene hacia Uka.
    ―¿Falta mucho todavía?

    La respuesta no se encargó de dársela el cosmólogo, sino los mismos acontecimientos. Una vibración de singular violencia sacudió el subterráneo. Los globos luminosos se apagaron, y a la luz de los focos de reserva que inmediatamente entraron en funciones, pudieron ver las ominosas grietas que iban apareciendo en las paredes de la sala. Tras la primera sacudida se sucedieron otras dos de igual violencia. Elana gritó y dio con su cuerpo en el suelo; un objeto duro la golpeó en la sien, produciéndole un desgarrón en la piel. Las luces de reserva fallaron entonces, y la negrura se abatió sobre la estancia, siendo rota únicamente por los apagados quejidos de la joven y el bronco y profundo sonido que nacía de las entrañas del planeta, agitadas por las contracciones de la destrucción que se aproximaba ineluctablemente.

    Alguien accionó varias linternas autónomas, permitiendo con su pálido brillo que los wagianos se hicieran cargo de la situación. Las paredes se estaban resquebrajando por docenas de sitios, pero los inyectores de seguridad, funcionando automáticamente, conjuraron el peligro de derrumbamiento al regar las brechas con sustancia solidificable.

    Tuhkaj, en cuanto se percató que Elana, además del susto, sólo tenía un rasguño sin importancia, le entregó una pastilla de hemostático y acudió junto a los coordinadores, por si su ayuda podía ser de alguna utilidad. Los especialistas estaban procediendo a realizar conexiones provisionales, y poco tiempo después las burbujas de iluminación funcionaban otra vez.

    Falen, deseoso de conocer lo que ocurría en la superficie del planeta, accionó un juego de pulsadores, con lo cual todo un panel se desplazó en una de las paredes para dejar al descubierto una pantalla estereovisiva quíntuple. Las cámaras visoras, situadas sobre globos sin gravedad en el cielo de Uka, permitían recibir una vista aérea muy precisa de la capital de Wag.

    Muchos edificios estaban en ruinas, y las plataformas de tránsito elevado cortadas o cegadas por los escombros de los derrumbamientos. En varias de las geométricas vías ukanas se habían producido grietas y simas que humeaban, difundiendo por el aire vapores sin duda sulfurosos. En el cielo, los cinco soles brillaban con frialdad de muerte.

    No era fácil distinguir la gran cantidad de cadáveres que cubría el suelo; pero finalmente el orden había dominado la huida desatinada, y ahora los bicéfalos, guiados desde flotadores por oficiales de las secciones de Ejército y Defensa, se desplazaban con rapidez hacia los antigravitadores que se les proporcionaban para ser transportados a los astropuertos que designaban desde el Palacio de Coordinaciones.

    La destrucción de los edificios, con ser impresionante, no era tan catastrófica como la intensidad de los sismos había inclinado a suponer, lo que indicaba que los inyectores de solidificación funcionaron con oportunidad, salvando a muchos wagianos.

    El zumbido de resonancia que enviaba Tam Zaroh lo llenaba todo, avisando el próximo fin de Wag, y a pesar de su sonido monocorde y fatal, las imágenes reflejadas en la pantalla de 3-D producían la sensación de que los bicéfalos terminarían saliéndose con la suya y escapando al azote vengativo de su creador. Y de pronto, el panorama de eficiente huida se enturbió por una amenaza imposible de conjurar, dibujada en el horizonte.

    Una masa líquida, encrespada y violenta, que relucía bajo los cinco soles como un océano de plata, avanzó tronando y aplastando cuanto se hallaba a su paso. El furioso mar mercurial de Uka, rotos los diques, se precipitaba por fin sobre la ciudad.

    Los edificios que habían resistido las anteriores convulsiones sísmicas, fueron segados como briznas de hierba. Los bicéfalos que huían resultaron aplastados bajo las pesadas oleadas metálicas. Enormes esferas de mercurio, gruesos goterones del mar que rompía contra las más sólidas construcciones de la ciudad, surcaban el espacio formando nubes de sibilantes proyectiles.

    Los flotadores aéreos que eran alcanzados por aquellas esferas se deshacían como alcanzados por un potente explosivo, y los demás, agitados por los turbiones de gases producidos por el maremoto, giraban como peonzas, para terminar estrellándose contra las furiosas ondas.

    El Palacio de Coordinaciones fue el último reducto que abatió el colérico mar. Aguantó varias embestidas, que se arremolinaban y silbaban al ser hendidas por su pétrea arquitectura, y resistió como un viejo y valeroso guerrero. Luego se inclinó a un lado, y el metal líquido pareció abrirse para engullirlo glotonamente.

    El mar se extendió por toda una gran área, aquietándose paulatinamente, vencida ya toda resistencia, y ocupó toda la superficie que captaban las cámaras, hasta parecer un bruñido y duro espejo. Uka había desaparecido. El lugar que ocupara hasta entonces la capital de uno de los mundos más evolucionados de la Unión Z quedaba solamente señalado por los globos sin gravedad con las cámaras de esterovisión, que ajenos a la desolación reinante continuaban captando las imágenes que se ofrecían a sus objetivos.

    En la decimoctava planta subterránea del desaparecido Palacio de Coordinaciones, una brigada de ingenieros se afanaba con los inyectores, fabricando sólidas vigas para apuntalar el techo, que de vez en cuando crujía amenazadoramente a causa del peso del mercurio que estaba gravitando sobre él. Hasta la última de las compuertas de comunicación con las otras plantas había sido cerrada. Los únicos supervivientes de Uka estaban sepultados bajo millones de toneladas de metal líquido.

    ―Esto es matar el tiempo mientras se espera el fin ―dijo Falen, refiriéndose a los que trabajaban para evitar el hundimiento del techo―. Sería estúpido confiar aún en la salvación.
    ―¿Ya no quedan posibilidades? ―habló Elana con abatimiento.
    ―Ninguna, delegada. El mercurio aplastaría cualquier artefacto que intentara ganar la superficie.
    ―¿Tenemos algún sintetizador? ―inquirió Tuhkaj con brusquedad.
    ―En la sala II hay uno de tamaño mediano. Nada se puede hacer con él.
    ―Para nosotros no, pero puede aprovecharse para Elana. ¿Qué tal sin con él sintetizo un transferidor de materia? Para un ser del tamaño de Elana sí lo fabricará.
    ―¡No quiero salvarme sola, Tuhkaj! ―se expresó con pálida decisión la rubia womeña―. Correré la suerte de los que estáis encerrados aquí.
    ―Cállese, delegada ―ordenó abruptamente el coordinador Falen―. Esa es una buena idea, Tuhkaj, pero ¿dónde vas a transferirla? Estamos incomunicados con el exterior, y no sabemos qué astropuertos estarán todavía útiles. Tampoco vamos a correr la suerte de proyectarla sobre una zona inhospitalaria…
    ―No quiero astropuertos. Hemos de enviarla a un planeta del otro hemisferio.

    Falen culebreó la cola.

    ―¡Una magnífica inspiración, camarada! La vida de nuestra Unión no desaparecerá por completo así. Vamos a preparar el sintetizador mientras los de astrofísica nos dan las coordenadas de un astro que reúna características óptimas para el desarrollo de un womeño.

    Elana quiso oponerse, pero no le sirvió de nada, puesto que Tuhkaj, emitiendo seudotentáculos, la sujetó tan bien como si la hubiese atado con ligaduras.

    Pasaron a la sala II, y el coordinador de Defensa trazó una tablilla que introdujo en la máquina. Poco después un impecable transferidor de materia aparecía por la compuerta de entrega. Entre ambos wagianos introdujeron a la joven en la campana de proyección. El sintetizador no podía fabricar transferidores grandes, y en aquél, Elana a duras penas cabía.

    El coordinador de Astrofísica vino a comunicar a Falen la situación espacial del planeta que buscaban. Falen introdujo sus coordenadas en el mando del transferidor.

    ―Animo, Elana ―hizo Tuhkaj un ademán de despedida―. Cuando despiertes estarás a salvo, en un mundo nuevo.

    La muchacha lloraba de emoción.

    ―Tuhkaj, Falen… No olvidaré lo que hacéis por mí. Mi recuerdo no os abandonará mientras viva.

    Al presionar el pulsador de arranque, la campana transparente flameó con luz cegadora, y cuando se extinguió y los ojos compuestos de los dos bicéfalos se adaptaron otra vez a la iluminación reinante, Elana ya no estaba en su interior.

    ―Esperemos durar lo suficiente manejando esto, hasta que Elana llegue a su nuevo mundo. Hemos de regenerarla en cuanto haga contacto psíquico con su superficie…

    La desesperada tentativa de Tuhkaj por salvar a la bella hembra de Woma no tuvo éxito. Mucho antes de lo que tenían calculado la vibración resonante subió de punto, a ritmo de acelerado vértigo. Los átomos de toda la materia de Wag iniciaron una loca danza, hasta que se escindieron vomitando energía.

    Wag, como antes los astros de Masep, desapareció entre nubes de radiación, y con éstas, cuanto existía en su masa.

    La transferencia de Elana, al destruirse el mecanismo impulsor, jamás llegó a concluirse.

    Y de la hermosa Elana, delegada de asuntos espaciales de Woma, que con su dulzura había llegado a encender la llama del amor en un enorme y monstruoso bicéfalo de Wag, sólo quedó una fuerza vital, inconsciente, que vagaba sin dirección por el vacío sidéreo.



    Si entre los Mentales hubiese existido un vocablo para describir el estado de Wu Bortel, se le habría aplicado el de lastimoso. Cualquiera que fuera el agente que le había agredido desde las entrañas del universo tetradimensional, lo realizó con tal efectividad y conocimiento de la naturaleza psíquica de los Mentales, así como de su único punto débil, que sólo la oportunidad casual permitió a Tam Zaroh librarle de la destrucción cierta.

    Tam ignoraba con exactitud quién y de qué forma llevó a cabo el atrevido ataque. Al aniquilar hasta el menor vestigio de vida en los mundos del hemisferio que controlaba Wu Bortel, percibió como un destellar de conciencias psíquicas potentes, muy inferiores por cierto a las de cualquier Mental, pero infinitamente más complejas y evolucionadas que las de cualquier planeta con vida inteligente. Superaban con mucho a las de Quiro, y eso que era el más evolucionado de los que él detectó; y desde luego, no eran aquellas nada despreciables. Por desgracia, apenas “deseó” la vibración de resonancia para aplastar a quien quiera que fuera el que se rebelaba contra sus creadores, el brillo de las conciencias se extinguió. De no estar dotado de una casi omnisciencia hasta habría podido llegar a creer que se había tratado de una ilusión de ideas.

    No llegó a ajustarse lo suficiente para investigar la esencia de lo que, por denominar de alguna forma, llamaba “brillo submental”, puesto que la acción inmediata por salvar a Wu Bortel tuvo por consecuencia que la luz de poderosa inteligencia se apagara a la vez. Lo lamentaba con cuanta vehemencia era posible sentir desde su naturaleza psíquica, porque estaba convencido de que aquella era la raíz del misterio que investigaban: una causa idéntica, o por lo menos muy similar a la que exterminara durante la vida del cosmos anterior a los otros Mentales, y una razón para comprender cómo les había sobrevenido el primer Letargo.

    Confiaba en que Wu Bortel, al despertar, le suministraría datos más concretos.

    En una situación como la que enfrentaba, Tam Zaroh no se podía introducir en la mente de su compañero para leer en su psiquismo. Ni siquiera debía intentar ayudarle a despertar. Estaba tan maltrecho que cualquier impulso espiritual, por mínimo que fuera, con el grado de recalentamiento que tenía, podía acarrear su dispersión definitiva. Ni podía leer los detalles que se almacenaban en los núcleos intelectivos de Wu Bortel, ni siquiera sondearlo para informarse de la gravedad del daño que le habían infligido.

    Debía dejarle inerte en el ultracosmos, aguardando a que los centros psíquicos y los focos y ejes de intelección, en virtud de su equilibrio natural tras el consiguiente enfriamiento, fueran volviendo a la estructuración primitiva, de la que tan violentamente estuvo por dispersarles la agresión del “brillo submental”. Era cuestión de paciencia, y a Tam Zaroh no le quedaba más remedio que esperar.

    Así lo hizo. Mientras aguardaba, no perdía la detección del universo reactivo. Porque la vida, en sus entrañas, seguía la evolución laboriosa, lentísima, ascendente.

    Había estado muy cerca de hacer estallar todo el cosmos, al descubrir que algo de éste tenía la audacia de atacar a un Mental. Afortunadamente, en el último instante se limitó a dirigir su furia e indignación contra el hemisferio de donde partía la rebelión, por el expeditivo medio de acabar con todos los mundos habitados. Y se congratulaba de haber limitado la destrucción, porque según practicaba otras facetas del análisis ontológico, comprobaba que un universo de cuatro dimensiones aún tenía otros y apasionantes secretos para desvelar.

    El Mental guardó celosamente el reposo de Wu Bortel. En medidas temporales del ultracosmos, su Letargo apenas si tuvo duración, aunque en unidades del universo pulsante su cifra de siglos escapaba a las posibilidades del cálculo.

    Mientras duraba el letargo de Wu Bortel, Tam detectó la aparición de la vida en millones de mundos, así como la cantidad de obstáculos que se oponían a su ascenso hacia la inteligencia. En algunos las especies vivas no llegaban a adaptarse lo suficiente para prosperar; en otros, las radiaciones estelares eran tan potentes que la quemaban antes de que pudieran superar un estado embrionario. Acá, un planeta habitado por una especie ya adelantada hallaba brusco fin por un accidente celeste; allá, un sistema envejecía y moría antes de que las razas de inteligencia primaria hubieran sido capaces de fabricar ingenios que pudieran ayudarles a evadirse de la catástrofe cósmica.

    Empero, en algunos escasos puntos, como en Quiro, la vida seguía adelante.

    Hasta en astros así Tam Zaroh podía saber si se llegaría a un grado de evolución óptima, o el futuro desembocaría en un fracaso total. El futuro se podía predecir con relativa facilidad en el universo tetradimensional, con el simple ejercicio del Cálculo ultracósmico. Y de todos los astros, ni uno solo reunía las características precisas para engendrar siquiera inteligencia “submental”. Se consideraba cada nebulosa apenas condensada de la energía, la granulación de mundos y la probabilidad. Así sabía lo que sucedería. Y las probabilidades de éxito en el proceso reactivo eran tan remotas, que lo sucedido en el hemisferio de Wu Bortel, donde alguien o algo pudo llegar a comprenderle y revolvérsele en contra, debía considerarse como un caso de excepción.

    En ninguno de los astros de su sector había habido hasta entonces posibilidades de llegar tan lejos. El mejor dotado por la casualidad era Quiro, pero allí se desarrolló prematuramente una especie vegetal ―en aquel momento quedaba ya muchos milenios atrás la gran batalla, en la que hasta el último reej fue asaltado en las alturas por secciones de plantas trepadoras y estrangulado por las lianas corredizas―, y las plantas tenían limitaciones orgánicas para trepar otro escalón más en la evolución universal complexiva. Ciertamente la especie vegetal de Quiro estaba dotada de una fuerza vital extraordinaria, y de una considerable cerebralización; mas, incapaz de llegar a cimas de creación artística y filosófica, se expandía en el sentido de dar salida a un inagotable caudal belicoso que tendía a hacerle poblar y dominar la totalidad del universo; pero tras esto ya no habría otra aspiración más elevada.

    El letargo de Wu Bortel se prolongó durante varios miles de mllones de años en escala tetradimensional. Tam Zaroh entretuvo el tedio contemplando el trabajoso progreso de los vegetales de Quiro por independizarse de la esclavitud de las raíces que los ataban al suelo, primero; de sus intentos de viajar a otros planetas para sojuzgarlos, hasta que lo consiguieron en sus vehículos de luz, después; en las cruentas batallas que libraron por extensas zonas del cosmos, luego. Y lo entretuvo, también, calculando en los otros astros, uno por uno, la posibilidad de éxito evolutivo máximo, en cada galaxia, y en cada uno de sus enjambres solares.

    Desde la nebulosa en forma de anillo de humo, característica del sector de Tam Zaroh, recién conquistada por los vegetales de Quiro, se disponían a iniciar el asalto y la conquista de una galaxia lenticular relativamente próxima. En esta última precisamente era donde el Mental creía que iba a darse el gran salto de comprensión cósmica. Repasó el sistema astronómico-causal-matemático, y al comprobar su exactitud, sondeó hasta localizarlo en un fragmento recientemente desprendido de una estrella de tipo medio, que estaba dando origen a un sistema propio, a una distancia del centro geométrico de la galaxia aproximadamente igual al eje menor, oblicuamente a él, que se completaría hasta totalizar nueve planetas.

    Y efectuó el sondeo de detección con especial cuidado, porque en medio de la aparente mediocridad del sistema, aquel séptimo planeta, contando a partir del más exterior, reunía el radio, la velocidad rotatoria y de enfriamiento, la masa, la edad y el ritmo de envejecimiento precisos en el que la vida inteligente alcanzaría el máximo grado evolutivo, por darse el caso entre trillones de coincidir la populación de criaturas de elevada inteligencia en expansión noosférica, con el principio de la contracción del universo cuando comenzara la siguiente pulsación de su existencia.

    Tam Zaroh detectaba que vida y pensamiento se estaban presentando en billones de sistemas estelares, pero sabía que en el mejor de los casos no llegarían a su grado óptimo, por no coincidir su expansión pensante con la contracción general del universo. En consecuencia, sin abandonar la vigilancia general del universo reactivo, se ajustó con preferencia al séptimo planeta de la estrella de magnitud media, y observó cómo se iba enfriando.

    En unidades de tiempo de aquel planeta transcurrieron millones de años antes de que Wu Bortel despertara, aunque en parámetros ultracósmicos sólo fuera un breve sueño. Cuando despertó, el mundo empezaba a ser azotado por continuas e interminables lluvias que antes de tocar su candente superficie se vaporizaban, para reanudar otra vez un ciclo que contribuía notablemente a acelerar su enfriamiento.

    Tam, conocedor hasta la saciedad de procesos cosmológicos de aquella índole, atendió a Wu Bortel en el ultracosmos, dedicando al astro un interés secundario, ya que hasta la aparición de las especies superiores no valía la pena fijar demasiado la atención en él.

    La vuelta de Wu Bortel a la consciencia fue la de un pobre ente aterrorizado. De la flotación estática pasó a una enervada extensión, como tratando de localizar un peligro inexistente. Tam supo que estaba buscando la fuerza “submental” que le había atacado, por lo cual, estableciendo un contacto con ciertas precauciones, le comunicó tranquilizadoramente que nada tenía que temer.

    Wu Bortel se distendió placenteramente al reconocer a Tam Zaroh, al viejo y bueno de Tam, a cuyo lado estaba seguro, ya que Tam, con su mayor rapidez intelectiva, era capaz de predecir y conjurar cualquier amenaza que pudiera producirse en contra de él.

    Durante un largo instante ultracósmico dejó los núcleos psíquicos en blanco para que el sosiego terminara de equilibrarlos, y cuando lo hubo logrado se volvió hacia el otro Mental.

    ―Si continúo existiendo es seguro que te lo debo a ti, Tam ―estableció contacto con tranquilidad―. Ahora salgo de otro Letargo, no de un sueño normal.
    ―Examínate con calma, y dime si el Olvido consiguiente te ha causado muchos estragos ―pidió Tam.

    Wu Bortel obedeció. Se replegó sobre los núcleos intelectivos, en un autorreconocimiento del ser, para exteriorizar inmediatamente una satisfacción más que evidente.

    ―Oh, Tam. Debiste ser terriblemente oportuno. Los de la Unión Z no han pasado de destruir una serie lineal de mis ejes, la correspondiente a la creatividad de universos. El resto lo tengo intacto. Y recuerdo a la perfección todos los antecedentes. El primer Letargo, el universo decadimensional, la aniquilación de nuestros compañeros, la creación del cosmos pulsante en cuatro dimensiones…
    ―Me quitas del ánimo una gran preocupación. Temía que los estragos sufridos fueran mayores. Cuando te rescaté sufrías tal recalentamiento esencial, que faltaban escasos estadios para que te dispersaras pasando a vil energía.
    ―Me aletargaron antes de que pudiera descubrirles y reaccionar, Tam. Cometí el error de dejar que evolucionaran desajustado en el tiempo, menospreciándoles porque creía que no podrían alcanzar un buen grado de inteligencia. He estado al borde de pagar el error con mi propia existencia. Explícame cómo me has salvado, y cómo has sido tan oportuno.
    ―Ha ocurrido de forma casual, al encontrar en mi hemisferio de observación un mundo de biosfera muy curiosa. Dos razas inteligentes se disputaban la primacía: una era de reptiles y otra de plantas. Lo curioso era que los vegetales se habían cerebralizado de forma tal, que fatalmente tenían que triunfar. Todavía sin haber logrado una independencia de movimiento, atados al suelo que les daba vida a través de las raíces, se atrevieron a desencadenar la guerra contra la especie animal, que ya entraba en la etapa civilizada de mecanización. Resultaba tan insólito y apasionante que deseé que lo detectaras en mi compañía. Fue entonces, al intentar establecer comunicación, cuando descubrí que estabas atrapado en el hemisferio, al tiempo que una nube de destellos de categoría submental pululaba a tu alrededor, caldeándote para provocar la dispersión psíquica.
    ―Así estaba sucediendo. ¿Qué has hecho?
    ―Provoqué resonancia atómica en el hemisferio, destruyendo los astros habitados.
    ―¿No has exterminado todo el universo?
    ―No.
    ―¡Magnífico, Tam! Con lo que he recogido en la subconsciencia referente a mis captores, tenemos unos datos preciosos para continuar observando la evolución del cosmos sin peligro de que se repitan los ataques, y tal vez descubramos a qué finalidad tiende nuestra existencia.
    ―Así, pues, el nuevo Olvido ¿no ha afectado los núcleos con que observabas?
    ―Ya te he dicho que no he perdido otra cosa que la sección correspondiente a los Principios de Creatividad.

    Tam Zaroh, de puro gozo, se disparó en una hipérbola perfecta, aunque luego volvió junto a su compañero, algo cohibido por haberse dejado dominar de una forma tan vulgar por la alegría que le produjo la noticia. Wu Bortel le disculpó, comprendiendo que lo que significaba su comunicación no era para menos.

    ―¡Nada se ha estropeado, pues! Lo que has olvidado lo sé yo, y en cuanto te comunique los Principios regenerarás los núcleos perdidos. Y tú, por tu parte, sabes dónde reside lo letal del universo. Porque lo sabes, ¿no es eso, Wu Bortel?
    ―Ciertamente.
    ―¡Por el ultracosmos, comunícamelo ya, o me voy a poner a segregar incongruencias materiales, de pura impaciencia!
    ―Cometí dos errores, Tam, al ponerme a controlar en mi sector; probablemente los mismos que cometieron los mentales desaparecidos, y parecidos a aquellos en los que caeríamos durante la existencia del cosmos decadimensional, aunque el Olvido lo haya borrado: aparte de no ajustarme al tiempo tetradimensional porque el crecimiento de la vida se me antojaba lento y tedioso, introduje parte de mis núcleos entre las galaxias para disfrutar del cosquilleo de las pequeñas inteligencias mientras se multiplicaban. Su progreso escapó a un ascenso normal de conciencia, y sin que me percatara de su ritmo adelantaron tanto que viajaban entre los astros, se comunicaban entre las galaxias y llegaban a construir maquinarias tan perfeccionadas que con su ayuda se podían poner a enormes alturas de intelección. Con una de esas invenciones descubrieron mis centros psíquicos entre sus nebulosas.

    »Las infinitesimales criaturas inteligentes, por su misma pequeñez, no llegaban a llamar mi atención, y ayudándose por lo que descubrían sobre mi esencia con sus medios de investigación mecanicista, debieron tramar astutamente aniquilarme. Construyeron algo para agitar centros psíquicos hasta producir un calentamiento general y la subsiguiente dispersión, pero su funcionamiento exigía el concurso de fuerzas de conciencia que llamarían mi atención.

    »Las criaturas de las galaxias que se agrupaban bajo la denominación de Unión Z lo sabían, por lo cual obraron como individualidades pequeñas que yo despreciaba, hasta estar preparadas. Luego, por algún proceso tecnológico (ya que todo se ha llevado a cabo apoyándose en su elevado maquinismo), se integraron en conciencias planetarias. Tan pronto percibí su brote salté a tiempos tetradimensionales, pero me adormecieron. Habían dispuesto un ingenio aletargador hacia el espacio que ocupaba, y las conciencias planetarias, actuando sobre él, lograron paralizarme psíquicamente. Mientras me adormecía, instantáneamente comprendía todo lo sucedido, conociendo demasiado tarde los errores en que había caído, a la vez que tenía la terrible certeza de que aquellas malévolas criaturas de la Unión Z me iban a caldear y exterminar con la misma efectividad que otros seres similares habrán hecho con nuestros compañeros desde el cosmos de cinco dimensiones. Cuando intenté transmitirte una Llamada, la inmovilidad mental se abatió sobre mi psiquismo. Pensando en el modo tan estúpido en que iba a terminar mi existencia, con la pobre satisfacción de perecer por lo menos sabiendo, caí en el Letargo. Casi enseguida debiste llegar tú.

    Tam asimiló calmosamente la información proporcionada por su compañero, abstrayéndose en una serie de consecuencias, silogismos y conjugación de posibilidades, de forma que cuando comunicó con él tenía realizado un estudio exhaustivo de los sucesos.

    ―No podemos negar que el riesgo que has corrido y la experiencia que él nos ha dado es valiosa, puesto que ha servido para proporcionarnos una de las verdades que buscábamos con la experimentación creadora. Ahora conocemos cuál era el elemento letal que se encerraba en nuestro juego; tú lo descubrirías si pasaras algún tiempo reflexionando. Se trata, sencillamente, de un brote evolutivo anómalo en el panorama general del proceso de intelectualización de las especies vivientes superiores.

    »Para un ascenso correcto hacia una gran conciencia, en los mundos debe coincidir cierto número de variables con el principio contractivo de una pulsación, ya que si eso falla la evolución se desvía. Si la subida de la inteligencia hacia la superficie de conciencia acaece cuando el cosmos está contrayéndose, la tentación “aplasta” la ascensión del psiquismo, malográndola; y si ocurre cuando el universo está en un período dilatante del latido, por falta de “presión” universal la subida es tan brusca que la conciencia se “evapora”, y los seres inteligentes, incapaces de gobernar correctamente una cerebralización demasiado rápida, se pierden por vertientes equivocadas.

    Tam Zaroh continuó exponiendo leyes básicas de Creatividad. Mientras lo hacía detectó, como esperaba, la regeneración de focos psíquicos lineales en la esencia mental de Wu Bortel.

    Aunque en ninguna de las comunicaciones sostenidas por los Mentales desde su emersión del Letargo Integral se había expuesto, ellos sabían que mediante la adquisición, por vía experimental, de conocimientos perdidos, se podía volver por regeneración a una esencia anterior, y en su caso, a la que poseían antes de sufrir su “accidente”. Si llegaban a descubrir la suprema razón del universo ―y por extensión, la finalidad que tenían en el ultracosmos―, con mucha probabilidad volverían a poseer la perfección absoluta que habían perdido.

    Tam razonó que la Unión de Nebulosas Z había sido incapaz de proseguir un desarrollo psíquico correcto al existir en un instante cósmico de pulsación en dilatación, y que, imposibilitados por naturaleza de gobernar su conciencia creciente, se torcieron hacia una maldad agresiva involuntaria cuando se descubrió a Wu Bortel, ya que en otras condiciones en vez de atacar se habría dialogado.

    Algo parecido tuvo que ocurrir en el universo anterior, vigilado por Rele Ger, Alo Ekj y los demás. Mientras probablemente se mantenían desajustados en cuanto al tiempo, pululó en su cosmos una conciencia potente en trance expansivo, descubrió a sus creadores y se entabló una batalla cuyos pormenores no se podían adivinar, pero que concluyó con la aniquilación mutua.

    ―Entonces ―caviló Wu Bortel― el Gran Olvido no se explica así, porque durante la “vida” del universo decadimensional ningún Mental fue destruido.
    ―Hay un par de hipótesis: o bien antes del Letargo uno de nosotros, volitivamente, provocó la explosión universal, o bien la agresión aletargadora sucedió cuando el universo era tan viejo que llegó a su fin natural antes de que sus criaturas acabaran con nosotros. Como fuere, lo importante es que ahora sabemos en qué condiciones puede presentarse el peligro y cuáles son las precauciones que se deben observar.

    Tam comunicó a Wu Bortel que el universo pulsante estaba alcanzando un punto crítico en su irreversible viaje por el ultracosmos, en el cual podía presentarse una manifestación evolutiva en la que coincidieran los requisitos precisos para alcanzar un final óptimo. Le informó de que entre los trillones de astros del hemisferio que se librara de la resonancia atómica fatal, sólo había uno en el que la subida de la inteligencia coincidiría con el comienzo de la contracción pulsante. Le mostró la nebulosa alargada en forma de lente, invitándole a fijar la observación en la zona donde había descubierto la estrella de tipo medio. Y de sus astros interiores le señaló el séptimo.

    Wu Bortel, juvenilmente, ejercitó los núcleos recién regenerados, comprobando la densidad, volumen, radio, velocidad y composición. A la sazón el mundo había dado ya ochocientos millones de vueltas en torno a la estrella central, y entre lluvias incesantes, cubiertas por masas de agua, empezaban a surgir bloques continentales. Wu Bortel supo que la rareza de ser un cuerpo celeste acuoso ―astros muy raros en el universo― favorecería sobremanera el crecimiento de la vida inteligente.

    El cálculo le demostró que a los cuatro mil quinientos millones de circuitos, la inteligencia organizada estaría en período de populación socializada, y esto iba a coincidir con que el cosmos, alcanzado el radio máximo de expansión, empezara a contraerse.

    Tam Zaroh estaba, pues, en lo cierto.

    ―Observando el ritmo del pensamiento en el mundo acuoso ―se entusiasmó Wu Bortel―, podemos conocer el fin a que tiende, y de ahí, generalizar hasta descubrir el nuestro.
    ―Exactamente.
    ―Voy a calcular la probabilidad de accidente astronómico…
    ―No pierdas el tiempo. La he verificado yo. Nada va a dañar nuestro precioso planeta.
    ―¿Hay peligro de que razas de otros planetas lleguen a él y extingan la especie que aparezca?
    ―Hasta que la vida no alcance allí escalones superiores es imposible hacer cábalas. Un detalle sí he calculado. Ninguna especie de los mundos inferiores llegará a complexificarse lo suficiente como para llegar hasta dominar la técnica del viaje entre astros. Si se intenta la conquista de ese planeta habrá de ser por criaturas de otras estrellas, o de otra galaxia. Tal vez en un futuro los feroces vegetales de Quiro lleguen a intentarlo. La especie del mundo del agua ha de estar tan bien dotada, que ni una raza de la antigüedad de la quirana pueda vencerla.
    ―Puede suceder que los quiranos triunfaran…
    ―Entonces el ensayo universal de brote evolutivo óptimo habría fracasado, y habría que esperar a la pulsación siguiente, por si no fuera demasiado tarde y se repitieran circunstancias similares.

    Los dos Mentales fijaron ejes preferentes de observación en el excepcional planeta de la galaxia lenticular, con un ajuste temporal intermedio, puesto que se podían permitir el lujo, una vez conocida la índole del peligro único que podía encerrar un universo contra sus creadores.

    Durante otros trescientos millones de circuitos del astro acuoso no se produjo una alteración biogenética de importancia, aunque ya en las aguas calientes pululaban primarios elementos vivos. Al fin de otro período igual, la vida, atada por una enorme inercia, sólo había llegado a producir animales acuáticos y helechos.

    Y en ese tiempo, la fría y ambiciosa raza quirana se extendía por las galaxias, dominando astro tras astro, sembrando cruelmente la destrucción y la muerte en cuanto percibía oposición. Los astrovehículos luminosos surcaban espacios siderales a la búsqueda de otros mundos que sirvieran para absorber su inmensa capacidad pobladora. La fuerza intrínseca de la especie quirana, al no poder llevar verticalmente su ímpetu evolucionista, lo extendía arrolladoramente en forma horizontal.

    Desde la constelación del Anillo de Humo, los dictadores quiranos se fijaron en la galaxia alargada, y hacia ella dispararon motas luminosas tripuladas por grandes plantas, impávidas ante los peligros del vacío, desafiantes ante el espacio y el tiempo, multiplicándose sin cesar por el camino, para que por muchas pérdidas que se produjeran en la expedición siempre arribase un núcleo lo suficientemente potente como para conquistar territorios nuevos a la especie que ambicionaba poblar por completo el universo.

    El viaje hasta la formación nebulosa lenticular fue uno de los más azarosos en la historia de la raza quirana. Por un imprevisible error de orientación, una sección de astronaves se aproximó demasiado a la superficie externa del cosmos, y atrapada por las inconcebibles tensiones de la periferia, se desintegró. Otras dos no supieron evitar un torbellino de nebulosa en gestación, y antes de que pudieran intentar la maniobra de alejamiento, fueron absorbidas. La última, finalmente, se hundió hacia la galaxia, diezmada por avatares distintos.

    Habiendo perdido el ímpetu conquistador, se limitó a asentarse en el sexto planeta de un sistema monoestelar de poca magnitud, un planeta precisamente vecino al que Wu Bortel y Tam Zaroh vigilaban tan estrechamente.

    El planeta reunía ciertas condiciones para la vida quirana, y los vegetales habrían saltado hacia el mundo acuoso, de no haber estado éste en un período tan juvenil que las erupciones volcánicas y los estremecimientos geológicos no ofrecían la menor seguridad. Prefirieron esperar.

    El subsuelo del sexto planeta era pobre en principios químicos vitales. Los recursos de la expedición quirana se habían malogrado en el accidentado viaje intergaláctico y la misma pobreza del planeta les impedía proporcionarse otros nuevos. No podían huir del sistema. Estaban atrapados, y su única esperanza se cifraba en esperar allí a que el planeta acuoso envejeciera otros doscientos millones de traslaciones para pasar a su invasión. En los restantes planetas no había condiciones para la existencia.

    La pobreza de medios del planeta, ocupado tras corta lucha con las especies irracionales que lo poblaban, repercutió en las grandes plantas, haciendo que su cerebralización se retrogradara paulatinamente. Cuando el agua escaseó, aún no era tiempo de saltar al mundo vecino donde el elemento líquido se daba con irritante prodigalidad. Los quiranos, aprovechando los últimos vestigios del gran poder inteligente y constructivo que se iba perdiendo, trazaron geométricos canales para aprovechar un líquido necesario para sus raíces, y cada día más raro.

    Al aparecer los grandes saurios en el séptimo planeta, los quiranos ya habían llegado al límite de sus posibilidades. Y entonces, por falta de principios básicos, su cerebralización se había degradado tanto que un viaje antes tan ridículamente pequeño ya no tuvo éxito.

    Los vegetales rojos perdieron su capacidad pensante. Su depauperación orgánica terminó transformándoles en vulgares plantas rojizas, como aquellas que una vez, muy lejos en la noche de los tiempos del planeta Quiro, habían servido de alimento para unos seres tan primitivos como los oaos, que las engullían placenteramente.

    En la Sede Central de la nación quirana se desistió de conquistar la nebulosa que ofrecía tantas dificultades de aproximación, al tener noticia del fracaso final.

    Wu Bortel y Tam Zaroh, detectando la desaparición de la amenaza quirana, continuaban la observación. Y cuando el planeta terminaba de describir la traslación que marcaba los seiscientos millones desde que Tam Zaroh lo identificara, su superficie empezó a cubrirse por una tupida mancha antropoide, de la que inmediatamente iba a surgir, tras sencillas mutaciones, la privilegiada raza superior.



    Wu Bortel y Tam no detectaron el nacimiento de la especie antropoide con mucho detalle, como tampoco el de los primeros homínidos que la sucedió, porque no era cosa que tuviese especial trascendencia en lo que estaban buscando.

    Particularizaron, fijando más los focos, cuando uno de los homínidos mostró una espiritualidad superior al término medio de sus congéneres, un pitecántropo que se daba el nombre de Gg.

    Realmente, Gg, bípedo procedente de una mutación de la rama antropoide, con menos pelo que sus cercanos parientes, que ya caminaba erguido aunque aún apoyaba en el suelo las manos, repartiendo el peso por igual en toda la palma, y que se expresaba con gruñidos, iba a resultar diferente a los otros “monos marchadores”.

    Gg, sentado sobre un tronco de árbol caído ―tal vez abatido por una chispa eléctrica―, en el exterior del bosque neblinoso, gruñó descargándose un manotazo sobre la espalda, al hacérsele insoportable la comezón de los parásitos que le correteaban bajo el tupido vello. Mordisqueó un tubérculo.

    Gg era una criatura distinta cerebralmente a las de las restantes especies animales. No hablaba, no razonaba, pero los nebulosos instintos que se agitaban en su psique rudimentaria eran más definidos y perentorios que los de otros animales. Y hasta mostraba inclinación a manifestarse con independencia.

    En consecuencia, Gg resultaba una de las criaturas menos felices del planeta. Porque Gg, además de sentir miedo instintivo contra los peligros, conservaba su recuerdo y se acongojaba con la intuición de que podrían repetirse. De pronto iba descubriendo su pequeñez al lado de otras criaturas, conociendo la propia debilidad. Estos conocimientos le hacían desdichado.

    No sabía comunicar las preocupaciones de su preespiritualidad a otros miembros de su raza, porque no entendía las causas del desasosiego, que creía exclusivo.

    Gg había tenido una reacción rara e incontrolada por la mañana, al separarse él y Mm de la bandada de homínidos que exploraba un sector del bosque, recolectando frutos y bayas. Tras una espesura habían escuchado un ruido característico. Antes de escudriñar entre las matas, el olfato ya les indicaba que por allí merodeaba un antropoide, enemigo mortal de los pitecántropos pese a su parentesco, como si no les perdonase su proceso cerebral. A su solo recuerdo se erizaba el vello dorsal de Gg.

    Se deslizaron contra el viento para no denunciarse, y se colocaron a su espalda, silenciosos como felinos. Saltaron a la vez. El piteco era algo más alto que sus atacantes, y poseía la fuerza de diez de ellos. La única forma de vencerle era por sorpresa, y con la suerte de su parte.

    Gg montó a horcajadas sobre la áspera espalda, asestándole una dentellada en los músculos de la nuca. Mm blandió una gruesa rama y golpeó las corvas del monstruo, logrando que le fallaran las piernas y cayera al suelo. Al aplastarle el peso del mono, Gg quedó aturdido. Aquél se incorporó con agilidad, y dando la cara a los que le atacaban se golpeó el pecho poderoso con los puños, aullando su desafío, mientras los malévolos ojillos inyectados en sangre no les perdían de vista.

    Mm descargó la improvisada porra contra la cabeza del antropoide, quebrándola por la fuerza del golpe. Gg se puso de rodillas, todavía mareado, tratando de unir sus fuerzas a las de Mm. El simio desarmó a Mm con un revés del brazo, y aún vacilante a causa del golpe recibido, le enlazó brutalmente por la cintura, aplastándolo contra sí.

    Doblado en arco anormal, Mm tuvo arrestos para desnudar sus colmillos y sepultarlos en la yugular de la bestia. Durante un largo instante ambos mantuvieron sus presas; después sonó un chasquido, y Mm, súbitamente desmadejado al rompérsele el espinazo, dejó de ofrecer resistencia.

    Para entonces ya Gg estaba al lado del piteco. Con un enorme esfuerzo levantó sobre la cabeza una piedra ―bajo cuyo peso se le hinchaban los tendones de los brazos como a punto de reventar― y cuando su enemigo, arrojando a un lado el cuerpo sin vida de Mm, con la sangre escapando a borbotones por la garganta herida, fue a buscarle, descargó la peña con todas sus fuerzas y le hundió el cráneo.

    Gg había gemido lastimeramente al coger el inerte cuerpo de Mm, echándole aliento sobre la boca, en un vano intento por volverle a la vida. Durante muchos cambios de luz y de sombra les habían unido fuertes lazos instintivos, y no podía soportar la idea de que Mm ya no existiera. Reaccionando ante el dolor de la pérdida, y por el primitivo afecto que le había profesado, Gg tuvo un proceder impulsivo, que a él mismo sorprendió: tumbando los restos de Mm en tierra, fue cubriéndolos de piedras, para que las alimañas no profanaran sus restos. Fue un gesto impremeditado y sencillo, que sin embargo marcaba un hito en la ascensión intelectualizante del planeta. Una de sus criaturas había comenzado a enterrar a los muertos.

    Gg anduvo todo el día desquiciado por la pérdida de Mm, vagando en busca de su banda de homínidos. Por dos veces casi se metió en las fauces de los saurios que se emboscaban entre las plantas acuáticas de los pantanos, y si se salvó fue gracias a la habilidad que conservaba para trepar a los árboles.

    Sentado ahora sobre el tronco derribado, mordisqueó desganadamente el tubérculo, recordando una vez más al desaparecido Mm. El trozo de firmamento que dejaban ver los copudos árboles se estaba cubriendo de masas nubosas, densas y plomizas. Los parásitos de Gg, excitados por el cambio meteorológico, le aguijoneaban con nuevos bríos, el cual se desesperaba al fracasar una y otra vez en el intento de apresarles y aplastarles entre los dedos.

    La tormenta no tardó en estallar.

    Gg, acostumbrado a los diluvios que se producían de la forma más inopinada, la acogió con resignación, buscando un lugar entre el follaje donde guarecerse, ya que el instinto le traía el aviso de lo molesto que podía llegar a ser el verse obligado a aguantar el cierzo nocturno totalmente empapado, encima de un árbol.

    La tormenta resultó de una violencia como Gg no había conocido. Ante su ímpetu rompió a temblar. Los dientes le castañeteaban de puro miedo. Un viento ululante se introducía entre los árboles, desgajando y arrancando los más endebles. Espesas cortinas de agua se abatían sobre la selva, impidiendo a Gg ver lo que le rodeaba. Y por si no fuera todo aquello suficiente para sumirle en abyecto terror, truenos sonoros ―que siempre producían en Gg desastrosos efectos― retumbaron con tal continuidad, que se sintió morir de puro miedo.

    Una oscuridad como un manto de muerte se extendió sobre el bosque. Entonces los cárdenos relámpagos se sumaron a todo el aparato de la tempestad. El aterrorizado Gg, cuando un rayo le cegó y ensordeció, dejando un penetrante olor marino en la atmósfera, estuvo al borde del enloquecimiento ante lo incomprensible. Algo que nacía de la desesperación sentida, le hizo suponer que un ente inimaginable se paseaba sobre su cabeza, irritado por algo que Gg era incapaz de comprender. Obedeciendo a un impulso nacido del terror que le sobrecogía, cayó de rodillas, sollozando gruñidos de ruin vasallaje, mientras temerosamente elevaba la mirada a lo alto, imitando inconscientemente a los pequeños animales a los que golpeaba a veces por puro ocio, y se arrastraban con el vientre pegado a tierra en un intento de hacérsele gratos.

    Gg permaneció postrado y hundió la frente en el fango, con la respiración tensa. Los relámpagos cesaron y la tempestad se alejó.

    Al abandonar la incómoda postura, Gg notó por primera vez en la jornada algo parecido a la alegría. Porque estaba convencido de que al humillarse había apaciguado al poderoso ente que parecía dispuesto a desgarrar el cielo y la tierra.

    Resultó una experiencia tan impresionante, que jamás la olvidó.

    Un acontecimiento que convenció de forma terminante a Gg de que había seres superiores, tremendamente poderosos, pero invisibles, de furiosas cóleras que no obstante se podían apaciguar con cierta facilidad, se produjo treinta jornadas más tarde, en época de celo, cuando había encontrado una hembra recia y valerosa, que no se le entregaba y tampoco le huía. La hembra jugaba simplemente con él, tentando hasta dónde llegaba el poder de Gg, y aumentando con este juego la seducción natural hasta límites increíbles. Brr, la fuerte y excitante hembra, había hecho que Gg se incorporara a su tribu, porque su sola contemplación le sacudía los centros nerviosos.

    Siguiendo a la tribu, empeñado en conseguir a Brr costara el tiempo que costase, abandonaron la zona de los pantanos adentrándose en una zona volcánica. Los pitecántropos en época de celo viajaban hacia parajes apartados, lo más despoblados que pudieran encontrar, para no ser molestados por las nubes de insectos de los pantanos, ni sorprendidos por sus enemigos antropoides o cualquier bestia carnívora, cuando más abandonada iban a tener su perenne vigilancia.

    Gg viajó con la tribu de Brr, donde fue aceptado con indiferencia, ya que el elemento masculino escaseaba en ella y él no iba a significar competencia, mientras que su esfuerzo sí sería útil procurando sustento para la comunidad.

    Con Brr los otros machos le dejaron campo libre. Conocían en demasía su carácter arisco, la fuerza de sus brazos y piernas y la dureza de sus golpes, como para pretender imponerse a sus gustos; y puesto que las hembras sobraban, no se empeñaban en luchar.

    Y Brr, que debía sentirse algo solitaria por el vacío que su misma conducta le creaba con los seres del sexo opuesto, recibió complacida las atenciones del peludo forastero, su continua observación y los ronroneos y gruñidos con que trataba de llamarle la atención.

    Internándose en la franja volcánica, fueron ascendiendo lentamente hasta que las montañas ocultaron la selva a sus ojos. El jefe del grupo, un individuo casi carente de frente, ojos muy juntos y un pecho tan amplio como el de un piteco, y cuyas manos colgaban más abajo de las rodillas, parecía conocer bien el camino. Les guiaba sin un titubeo, mientras las hembras, en fila india, saltaban de peña en peña, cargando sobre pieles, en forma de fardo, los alimentos recogidos por el camino, puesto que cuando llegaran a su destino nadie iba a tener tiempo ni ganas de ocuparse en buscar sustento.

    Cuando el sol alcanzaba el cenit, el jefe ondeó el garrote que le servía a la vez de arma y de báculo, y Gg entendió que habían alcanzado el fin del viaje. Estaban en un circo natural, cuyas paredes, en declive, mostraban las entradas de numerosas y sugestivas cuevas. Había suficiente agua de lluvia almacenada en las oquedades como para garantizar a los homínidos que no pasarían sed. Se dispuso el almacenamiento de los alimentos en una cueva del nivel inferior, tras lo cual el jefe lanzó una serie de gritos guturales que equivalían a una señal, ya que las hembras, con sonidos excitados, echaron a correr, escondiéndose las unas en las grutas, y trepando las otras por las rocas sin aristas. Y también hubo algunas que no llegaron a alcanzarlas, pues los machos, terriblemente impacientes, las golpearon, atrapándolas antes.

    Brr cruzó ante Gg con celeridad, y se ocultó tras unas rocas próximas. Él salió en su persecución con cuanta rapidez era capaz de desplegar. La hembra resultaba irritantemente ligera, tanto que al poco rato, Gg, jadeando, temía haberla perdido. Se detuvo con el sudor corriéndole bajo el vello de la frente, las fosas nasales dilatadas y la respiración trabajosa, buscando a Brr.

    Algo se movió en un nivel sobre su cabeza. Se deslizó hacia allí, y sin embargo no sorprendió a su presa. Como en un relámpago captó las lampiñas y musculadas piernas de Brr lanzadas a la carrera, antes de que se perdieran tras una curva del sendero que tenía delante.

    Gg gruñó y corrió una vez más con todas sus fuerzas.

    Habían ganado una regular altura, subiendo por el embudo del circo rocoso. Cuando Gg miró hacia abajo y vio lo que sucedía entre algunas de las parejas de la tribu que no habían tenido la paciencia de llegar al refugio de cualquier oquedad, sintió hervir la sangre, considerando que Brr se le escabullía.

    Ella podía ser más ligera, pero Gg era más astuto. Era un buen cazador, y cuando se enfrentaba a piezas más veloces que él, sabía tender una celada en el lugar oportuno, para saltar sobre su lomo y abatirla con pocos golpes. Empleó una artimaña así con la hembra. Dejó de armar ruido en la persecución, dando a entender que la abandonaba. Y se ocultó tras una hendidura.

    La celada dio resultado, pues en cuanto Brr notó que no la perseguían volvió sobre sus pasos, bien que cautamente; mitad herida en su orgullo, mitad temerosa de haber perdido un galanteador hasta entonces tan tenaz.

    Desde su escondrijo Gg contempló la fuerte silueta de la hembra, la enmarañada pelambrera, la escasa frente, y la piel oscura y curtida que descubría el tosco vestido confeccionado con hojas y cortezas de vegetal. Incapaz de contenerse, le lanzó una pedrada, aturdiéndola.

    Brr gruñó con sorpresa y alegría, pero no se portó como una hembra dócil y mansa. Golpeó a Gg en el rostro con tal fuerza que al pobre homínido se le llenó la visión de lucecillas, y seguidamente le pateó y arañó con denuedo. A pesar del chaparrón de golpes, Gg sabía que aquello no pasaba de ser una pantomima, y que Brr deseaba el fin lógico tanto como él mismo. Así que la enlazó por la cintura con ambos brazos, y como Brr tenía piernas fuertes y se resistía a caer, con un convincente puntapié al tobillo minó su resistencia.

    La proximidad y el contacto de Brr le aceleraron los latidos del pulso. Apoyó las manos en las rodillas de Brr. Ella, como por ensalmo, dejó de debatirse.

    Gg gruñó entonces con inesperada dulzura, pasándole la mano por los ojos con característica suavidad. Le zumbaban los oídos, enervado por la juguetona resistencia que ella le había opuesto. La ley de continuidad de la especie entre la pareja de pitecántropos era ineludible. Y se cumplió entre Gg y Brr con todo el salvajismo, la dulzura y el fatalismo que era natural y preciso.

    Reposaron luego, satisfechos de haberse encontrado. Gg, en las espesas matas del instinto, notó que algo se iba a transformar en su vida, porque había encontrado a Brr distinta a las otras hembras conocidas con anterioridad. Un deseo aún no definido de continuar a su lado, de cazar y recolectar alimentos para Brr, y viajar muchas jornadas con ella ―en vez de abandonarla según la costumbre―, empezaba a cobrar cuerpo en su interior.

    Entonces, bajo sus espaldas, el suelo tembló. Brr chilló, incorporándose, al tiempo que se agarraba al brazo de su compañero. Desde su altura vieron salir huyendo a otras parejas, asustadas.

    Tanto el uno como el otro habían asistido ya a fenómenos semejantes, pero su repetición, en vez de ayudarles a comprenderlos, les sumía en miedo profundo, pues las sacudidas de la naturaleza moviendo montañas, desprendiendo peñas, y produciendo redoblantes y oscuros fragores, les tenía muy conscientes de la propia pequeñez.

    Una roca, ante la mirada redonda de miedo de Brr y Gg, aplastó abajo al jefe de la tribu y a las tres hembras que había elegido como compañía. Otros quedaron encerrados en las grutas, de las que no salieron a tiempo, por los desprendimientos de cascote y tierra. Mientras contemplaba cómo los compañeros morían irremisiblemente, y cuanto le rodeaba se estremecía en terroríficas contracciones, Gg era víctima del mismo miedo tremendo que le dominó en la selva, cuando después de la muerte de Mm un ser superior se irritó y estuvo a poco de inundar y arrasar el bosque.

    De improviso, el instinto de conservación de Gg le llevó a la certeza de que así como había un poder que hacía caer diluvios y chispas de lo alto cuando estaba contrariado, otro, en lo profundo, convulsionaba la piel de la tierra al enfadarse. Estuvo seguro, porque el tono de sus voces broncas era muy parecido.

    Y Gg se dijo, a su torpe manera, que lo que aplacaba a uno podía servir para satisfacer al otro, pues el halago es grato hasta a los seres incomprensibles.

    Frenéticamente se arrodilló, igual que en el bosque, realizando inclinaciones y arrastrándose miserablemente. Brr, en medio de su propio pánico, le miraba sin entenderle ni poco ni mucho. Los ojos de Gg se volvieron hacia la hembra. Aulló apremiantemente, realizó muchos aspavientos. Por último, el mismo miedo hizo que a Brr se le doblaran las rodillas, y al lado del pitecántropo le acompañó en la salmodia gutural que estaba entonando, marcadamente plañidera.

    Poco después el seísmo cesó.

    Gg se alzó, imitado por Brr. En la primitiva faz de ella brillaba una inexpresable admiración, demostrando que sabía que gracias a la sabiduría se acababa de salvar, aplacando el terremoto, y propiciándose al ser que lo producía.

    De la tribu, sólo ellos dos, los que se habían postrado, quedaban con vida. Brr exteriorizó su respeto por su macho apretándosele contra el pecho velludo, con una muestra de afecto que era muy raro en una hembra patentizar, y menos una del temple y la fuerza de Brr.

    Cuando Gg echó a andar para alejarse del circo volcánico, ella le siguió dócilmente.

    Los Mentales se fijaron en aquel hecho verdaderamente notable: antes de que la inteligencia comenzara a emerger de un modo coherente en el planeta, en los homínidos, a causa del temor ante las fuerzas incomprensibles y poderosas de la naturaleza, acababa de nacer el sentimiento religioso, que la intuición íntima les señalaba como típico de la marcha evolutiva de las razas pensantes.

    Porque aunque Gg, más o menos definidamente, se considerara un caso aparte ―como con regocijo ante tan supina simpleza constataban los Mentales que controlaban la reacción cósmica en cuatro dimensiones―, lo cierto era que, como miembro de una especie regida por ciertas constantes biopsicológicas, actuaba como tantos otros de su raza.

    Gg fue el primero, pero con el tiempo, infinidad de otros pitecántropos, al hallarse en situaciones iguales, enterraron a los muertos o se postraron adorando las fuerzas cataclísmicas de un astro todavía demasiado violento; y cuando el resultado les era favorable, se convencían de haber inclinado la voluntad de la Fuerza con las zalemas y ofrendas, y cuando por el contrario la suerte les volvía la espalda, su mentalidad, tan incipiente, no pensaba en que habría otra razón más decisiva para tales sucesos, sino que creyendo igualmente en lo Superior, se culpaban del fracaso por no haber sabido ser lo suficientemente persuasivos.

    De Brr y Gg nació un hijo, en el que Wu Bortel y Tam Zaroh, que seguían la vida de la pareja con una cierta simpatía por haber sido la primera en manifestar aquella inclinación hacia la latría, psicodetectaron una peculiaridad determinada. En el pequeño Búa, entre los instintos heredados en su subconsciente colectivo aparecía una característica nueva, en forma de predisposición hacia el sentido religioso. La cosa tenía una sencilla explicación: engendrado cuando Brr resultó tan impresionada al descubrir que postrándose ante el Rugido lo aplacaba y salvaba la vida, los genes de herencia sembraron el sentimiento en Búa.

    Búa, y con él muchos de la generación posterior, no tuvieron reparos en adorar al rayo, al trueno, o a la tempestad, y por su parte descubrieron también algunos totems protectores. Lo Incomprensible y lo Inexplicable se situaban en el firmamento de la raza pitecantrópica.

    A las pocas centurias, aquel sentimiento se había extendido como una mancha de aceite.

    Los dos Mentales consideraron, no sin cierta petulante soberbia, la afirmación del fenómeno, mientras en un período temporal tan dilatado que abarcaba las quinientas mil traslaciones, la conciencia de los pitecántropos apenas si se despegó de la oscuridad en que nacía. Lo consideraron con petulancia porque se aferraban a la adoración en lugar de inclinarse hacia la investigación, cuando lo cierto era que aquellos homínidos, gránulos de efímera vida de un plano evolucionante disparado hacia lo alto, no tenían otro remedio que adoptar tal actitud para conseguir una compensación autosugestiva, burda pero suficiente para su intelectualización primitiva, que como mínimo les proporcionara una tranquilidad en la existencia, ya que jamás llegarían a conocer el colosal esfuerzo que se producía bajo los Principios Inmutables de la Creación, en el que ellos eran humildes e infinitesimales elementos que se sacrificaban en el comienzo de la impulsión hacia la intelección del universo.

    Durante las quinientas mil traslaciones, los pitecántropos, hermanos de raza de aquellos Gg y Brr, sufrieron insensiblemente ciertas mutaciones a causa de los rayos cósmicos que caían sobre el planeta. Las Leyes de Cerebralización implícitas al cosmos de cuatro dimensiones, favorecieron que el cerebro se fuera plegando para aumentar su capacidad, y la faz simiesca de los pitecántropos pasara a otras distintas, más nobles, al abombarse la frente y proyectarse la mandíbula, en distintos ensayos de la evolución hacia el tipo óptimo.

    Finalmente, la cerebralización se aproximó al punto crítico en el planeta acuoso. A seiscientas diez mil traslaciones del origen de los pitecántropos, una especie más fuerte extendía su influencia. Sus individuos eran de escasa talla, y frente y mentón aún deprimidos; pero ya dominaban el fuego, se comunicaban entre sí, fabricaban armas de piedra tallada y habitaban en cuevas cuyas paredes cubrían de pinturas mágicas, pues sus religiosidad había multiplicado los tótems y las alegorías fantásticas.

    La inteligencia, en la cerebralización definitiva, aparecería en la mutación siguiente.



    En cuanto comenzara a oscurecer iba a intentarlo.

    Todo lo demás estaba preparado. Él había de poner su parte.

    El bueno y crédulo de Kimon, aun estando convencido de que con su complicidad se granjearía la cólera de Ra, puesto que colaboraba en la deserción de uno de sus servidores, le había comunicado en un susurro durante la visita de la mañana que en el muelle aguardaría por la noche un barco con la tripulación sobornada, para que le ayudara a dejar Egipto.

    Kimon hasta daba por hecho que si el Sumo Sacerdote llegara a sospechar siquiera su participación en la fuga, iría sin pérdida de tiempo a llevar el cuento al Faraón, y de nada le serviría su fama de honrado alfarero, de hombre piadoso y cumplidor con las divinidades solares, puesto que su cabeza rodaría bajo el hacha del verdugo. Lo daba por seguro, no obstante lo cual ayudaba a Tanak sin titubeos, aun cuando lo que pretendía su hijo estaba reñido con sus principios, y al fin atentara contra su propia felicidad, según creía el propio Kimon.

    La ceguera del alfarero por el hijo preiniciado en el sacerdocio de Isis y Osiris era explicable. Kimon, obrero cabal pero poco brillante, cuando contrajo nupcias con Maetkaere, la más bella flor del Nilo, lo hizo enormemente enamorado. La dulce Maetkaere murió un año después al alumbrar a Tanak, cuando ambos no habían hecho sino saborear las mieles de su amor. Y Kimon se consagró en cuerpo y espíritu al criar al enfermizo Tanak, porque le recordaba a Maetkaere, y porque era lo único de ella que le había dejado, antes de emprender el viaje por el Mundo Subterráneo, como tripulante en la Barca de Ra, el dios de cuerpo humano y cabeza de carnero.

    Tanak no defraudó al bueno de Kimon, ciertamente, antes bien le colmó de cuanta dicha podía ser capaz de sentir después de la pérdida de su dulce esposa.

    Salió con despierta inteligencia, tan notable como sorprendente, ya que Kimon nunca había destacado por otra cosa que no fuera la habilidad de sus manos en el torno, y él atribuía las buenas dotes de Tanak a la herencia materna. Tanak, husmeando a escondidas por las ventanas de la Casa de los Sacerdotes, aprendió a leer los jeroglíficos con rara facilidad y eco solo ya le vaticinaba un brillante porvenir en la corte del Faraón, donde muy pocos sabían hacerlo. Pero además, el muchacho mostraba una tenaz inclinación hacia el estudio de los misterios del Mundo Subterráneo, de Ra, Isis y del Duat

    Kimon había hablado con un viejo amigo, miembro de la guardia de los sacerdotes; uno de ellos, a instancias del alfarero, realizó un examen a Tanak, quedando tan favorablemente sorprendido que prometió que cuando el chico tuviera la edad adecuada, ingresaría en la Casa para estudiar el largo período de la preiniciación. El alfarero se dijo que aquello superaba sus más caros sueños respecto al porvenir del hijo de Maetkaere. Ni ella misma hubiera podido desear algo mejor para Tanak, puesto que la autoridad de un sacerdote en Egipto podía compararse a la del más poderoso señor, dado que la del Sumo llegaba a eclipsar la del propio Faraón.

    Lo malo fue que Tanak no se conformó con aprender ritos, tradición, sacrificios y oraciones, sino que analizándolas e interpretándolas bajo la luz de la razón se granjeó severas amonestaciones de sus maestros. Y cuando después de analizar se atrevió a criticar las normas sacerdotales, incurrió en la cólera personal del Sumo.

    El Sumo Sacerdote pensó escarmentar a Tanak expulsándole en forma ignominiosa de la Casa, mas luego, al saber por sus espías que estaba enamorado de Avathep, hija de un rico traficante, decidió que el castigo ejemplar sería que el rebelde realizara las ceremonias de la Iniciación, con lo cual el contacto con cualquier mujer le estaría vedado; y si era sorprendido con alguna, el castigo sería la muerte enterrándole en vida.

    Tanak, que ya para entonces había perdido todo interés por entrar en las filas de los servidores de Osiris, trató de dejar la Casa de los Sacerdotes, y el Sumo, que procuraba que las cuestiones de política interior no trascendieran a la calle y menos todavía al palacio del Faraón, hizo que Tanak “se recluyera a meditar en su celda, para librarse de las acechanzas de Seth”, hasta que llegara, dos días después, el momento de la Iniciación. Y para que “no fuera molestado ni distraído en su recogimiento”, puso a la puerta un guardia armado.

    Le habían hecho prisionero, y como era joven y animoso, urdió su fuga.

    En cuanto la oscuridad del atardecer aumentó un punto, Tanak se dejó caer en el camastro, dispuesto a actuar. Allá en el jardín de su mansión, a orillas del río, Avathep estaría saliendo a pasear, melancólica por el alejamiento de Tanak. Era el mejor sitio para entrevistarse sin llamar la atención de los servidores, a los que de otra forma faltaría tiempo para correr a informar a su amo.

    Tanak se echó un puñado de ciertos polvos en la boca, sin tragarlos, cerró los ojos y se cogió el vientre con ambas manos. Gimió lo suficientemente fuerte para atraer la atención del guardián. Cuando el soldado levantó la barra que aseguraba la puerta, lo hizo con recelo. Tanak sobre el suelo, con la boca cubierta de espuma, gemía y se retorcía, mientras observaba al individuo a través de la rendija de sus párpados.

    Cautamente, el guardián alargó la lanza, pinchando al joven en el costado, sin acercarse. Tanak, con juvenil rapidez, aferró el arma por debajo del ástil con ambas manos, empujándola hacia atrás. La contera golpeó al hombre en la frente con tanta fuerza que le hizo perder el sentido.

    Una vez eliminado aquel obstáculo, a Tanak no le costó mayor esfuerzo abandonar el recinto sacerdotal. Sobre la entrada principal no se ejercía especial vigilancia, y los preiniciados podían salir y entrar cuando quisieran, hasta primeras horas de la noche. Procurando únicamente que su rostro no fuera demasiado visible a la luz incierta del atardecer, llevó a cabo limpiamente la segunda parte de la fuga, ganando la calle.

    Empero, le quedaba lo más importante: hallar a Avathep, y convencerla para que aquella misma noche le acompañara, en el barco sobornado, en su voluntario destierro hacia Atenas.

    Al llevar adelante su detección y control de la reacción cósmica, Wu Bortel había conocido el desarrollo de la vida y la intelectualización en otros millones de sistemas galácticos, sin encontrarlos hasta entonces tan subyugantes como aquel panorama colorista, brillante y emotivo que tenía en esos momentos el planeta Tierra.

    En la mitad del pulsante globo cósmico ―la mitad que le “atrapó” en el Aletargador― la vida ya no retoñó después del vendaval de muerte sónica que destruyó mundos y seres, como si sobre los planetas que no fueron desintegrados pesara la maldición de los Mentales.

    En la otra mitad, se cumplían a rajatabla las predicciones deducidas por Tam, puesto que los brotes vitales no acertaban el momento oportuno de eclosión, para ascender positivamente en intelección.

    La expansión vegetal de los quiranos proseguía saltando de galaxia en galaxia, ciertamente, pero sus inacabables luchas y crueldades terminaban por ser más monótonas e insoportables que los aburridísimos milenios iniciales de cualquier mundo recién desprendido de su estrella-madre.

    Consecuentemente, la psicosensibilidad de Wu Bortel sólo hallaba satisfacción en el control de la historia de la Tierra, donde, por cierto, el sentimiento látrico hacia las fuerzas naturales nacido en la remota pareja de pitecántropos que formaron la recia, fuerte y atractiva Brr, y el enamoradizo y sentimental Gg, se desarrolló, creció y se complicó en forma tan ascensional, que él y Tam querían dedicar un serio instante al análisis de si la finalidad del ciclo terrestre no sería definidamente religiosa y por tanto sobrenatural.

    Los indicios lo apuntaban así.

    Los homínidos tuvieron algunas ramificaciones antes de desembocar en el hombre primigenio que tallaría la piedra, y el leve aumento de conciencia se tradujo en un incremento de las creencias religiosas. Basándose en las sensaciones y recuerdos inconexos que dejaban los sueños, generalizaron que la muerte no era otra cosa que un sueño prolongado y diferente, en el que se seguía la existencia en forma distinta. Derivó la creencia en un culto a los muertos, que encontró fértil campo en su fantasía primitiva, arraigando con firmeza. Los homínidos enterraron junto a los cadáveres, desde entonces, objetos personales y armas, para que les sirvieran en la otra vida.

    Con ser todo esto sumamente interesante para Wu Bortel, sus centros de detección no ondularon tanto como cuando los fijó en el pueblo egipcio, que se distinguía por cultivar un especial culto a los difuntos, y en él, al centrarse sobre Tanak, el joven que se rebelaba a su ingreso en la casta sacerdotal.

    Tanak atrajo en principio la atención de Wu Bortel cuando, al realizar un reconocimiento de los principios genético-hereditarios del muchacho, descubrió en él inequívocos vestigios que le señalaban por la parte de Maetkaere, nada menos que como descendiente a través de las mutaciones de aquellos Brr y Gg que casi medio millón de años atrás se habían inclinado de hinojos ante lo Incomprensible. Y Wu Bortel se centró, exultante de curiosidad mental, sin tratar de deducir el futuro, en el joven desertor de sacerdote, porque desprendía una auténtica inclinación hacia lo metafísico.

    La humanidad progresaba con creciente rapidez. Después de concluir la celebralización unos veinte mil años atrás en la especie ahora imperante, que se impuso a todas las anteriores, después de vivir en cavernas, transformarse en agricultores, resistir la época de las glaciaciones y empezar a establecer los principios de una ciencia rudimentaria y una complicada ciencia del espíritu, poblaban las más fértiles tierras circundadas por los océanos.

    Y muchos de sus individuos, como Tanak, se sentían guiados por un fuerte impulso en pos de la verdad.

    Tanak, hijo de Kimon y Maetkaere, remotísimo descendiente de Brr y Gg, y desertor de la casta sacerdotal, caminó con paso vivo, sin lanzarse a la carrera para no atraer innecesariamente la atención, por las calles que le llevaban a la orilla del Nilo, donde el padre de Avathep tenía su mansión.

    Sus sandalias chapoteaban a veces en charcos de agua sucia e inmundicias, pero Tanak, el muchacho en el que la preocupación por lo sobrenatural y el reino de Osiris alcanzaba una notable exacerbación a causa de una increíble cadena hereditaria, preocupado por otras cuestiones, no se daba cuenta.

    De algunas tabernas del barrio de pescadores le llegaban risas destempladas de borrachos. Al pasar junto a una vivienda sombría, una mujer le llamó con un bisbiseo:

    ―Muchacho, muchacho…

    Tanak detuvo su avance, dando un par de pasos en dirección a la mujer. A la media luz del día muriente pudo ver que llevaba una túnica abierta por delante hasta la cintura, y los ojos excesivamente sombreados con lapislázuli. Probablemente tendría la cabeza afeitada, y la sombra de negros cabellos que le remataba la cabeza no pasaría de ser una peluca, a las que tan aficionadas eran las cortesanas egipcias.

    ―Muchacho ―repitió la mujer―. Estoy muy sola. Tengo frío esta noche. Necesito a alguien que me caliente la estera…
    ―Lo siento ―contestó Tanak, intentando dar cortesía y aplomo a la voz, porque lo cierto era que no tenía demasiada experiencia con las mujeres, y su trato con cortesanas había sido nulo―. Me lleva un asunto urgente.

    La boca roja de la mujer dibujó un mohín de insistencia.

    ―Vamos, muchacho. Hasta lo más urgente puede esperar…

    Se acercó lo suficiente para que al extender el brazo sus dedos rozaran la manga de Tanak. Entonces distinguió el color y dibujo de sus vestiduras, y retrocedió mientras palidecía súbitamente.

    ―¡Oh, perdón! ―musitó―. ¡No llames a Seth sobre mí! Ignoraba que fueras un Iniciado…
    ―Todavía no lo soy ―replicó―. Y confío en perder pronto de vista a Seth, Osiris y a su tropa de embaucadores.

    La mujer se llevó la mano a la boca, como tratando de acallar su protesta a tan sacrílegas palabras.

    Tanak reanudó su rápida marcha, sin preocuparse demasiado por la contestación que había dado. Aunque por ello la cortesana se hubiera fijado en él, tanto daba. La guardia sacerdotal, en cuanto descubriera la fuga no le rastrearía, sino que iría directamente a casa de Avathep.

    Pronto estuvo en el barrio de los pescadores. El olor a pescado frito se mezclaba en el ambiente con las plácidas canciones de las mujeres que reparaban las redes. El río se deslizaba, cálido y blando, muy cerca de Tanak.

    Al final de la hilera de casas, contrastando magníficamente con las pobres chabolas, se alzaba la mansión del mercader. El padre de Avathep había sido pescador en su juventud, y cuando cambió la pesca por el comercio ―que le resultaba más remunerativo― no abandonó la zona que le vio nacer; adquirió terrenos, amplió su casa, y continuó residiendo junto al río.

    Tanak llegó por la parte oriental, junto a la tapia del jardín. Nadie, en la creciente oscuridad, había reparado en él. Dio un salto hacia arriba, extendiendo los brazos. Trepó ágilmente. Al instante siguiente estaba agazapado entre los setos floridos del jardín.

    Los jazmines perfumaban la atmósfera. Muy cerca de su escondrijo, el murmullo de una fuente difundía una aura de paz, que contrastaba con la agitación espiritual de Tanak.

    Poco después, por el sendero entre los setos de verdor, apareció una frágil figura vestida con túnica blanca, que caminó hacia el lugar donde debía estar la fuente. El joven había reconocido sobradamente a su amada Avathep, adivinando que iba una vez más, como cada tarde, a ahogar su melancolía, mirando sin ver las aguas del estanque. Estaba sola.

    Llamó quedamente:

    ―Avathep… Avathep… No te asustes; soy Tanak.

    La muchacha tuvo un sobresalto. Luego corrió a su encuentro, con la oscura mirada rebosante de zozobra.

    ―¡Tanak! ¿Qué haces aquí? ¿Por qué has dejado la Casa de los Sacerdotes?

    Cayó en sus brazos, mientras él la besaba con ternura.

    ―Ya no volveré más a la Casa, amada mía. Había de elegir entre Osiris y tú. Y, la verdad, prefiero adorar a Avathep.
    ―¡Si te inicias pasado mañana, ya no puedes tocar a una mujer! ―trató de desasirse―. Atraerás la cólera de Ra sobre tu cabeza…
    ―No me iniciaré, Avathep. He meditado mucho, concluyendo que todas nuestras creencias son meras supercherías, y que por su causa te iba a perder. No estoy dispuesto a eso. El Sumo Sacerdote se ha dado cuenta que no creía en sus fábulas y me quiere obligar… Un barco me aguarda, para zarpar rumbo a Atenas.
    ―¡Oh, Tanak!
    ―He venido a pedirte que me acompañes.

    Los puros rasgos de la muchacha se contrajeron de miedo. Bajo el flequillo negro que adornaba su frente, la piel se tornó muy blanca.

    ―¡Los dioses castigarían nuestra deserción! ―gimió.
    ―Los dioses de Egipto no castigan, porque son una superchería. Los sacerdotes han inventado las leyendas para vivir de los diezmos y amedrentar al Faraón, y se aprovechan de que el pueblo es incapaz de pensar por su cuenta, saliendo así espléndidamente favorecidos.
    ―¡No hables así, Tanak!
    ―¿No me crees? ―replicó con ardor―. ¿Encuentras más creíbles todas esas estupideces que parece mentira que digieran los adultos, y que se consignan en el “Libro de aquel que está en el Mundo Inferior”, con la Barca de Ra, recorriendo cada noche un canal repleto de demonios, uraeus y dioses-cocodrilo? ¿En qué mente cabal puede caber tal cuento de niños?
    ―No se puede comparar el Mundo Subterráneo con nuestro mundo, Tanak. Los misterios de Osiris, el Bueno, el Sabio, el Justo, exigen la fe del creyente.
    ―¡Ése es el mejor truco que han inventado mis maestros! ―se exaltó el joven―. Cuando se compone un relato que no pasa ni por la garganta más amplia y dispuesta, se le llama misterio, y entonces pasa. Y quien se opone a creer en el misterio, es sacrílego y provoca la venganza de Seth.
    ―Así se ha creído siempre…
    ―¡Escúchame, Avathep! ¿Qué clase de sabiduría poseía Osiris, que se dejó asesinar por Seth, su hermano? ¿Qué clase de poder, si necesitó a Isis para resucitar? Lo menos que hay que exigir a un dios todopoderoso, si se deja asesinar, es que sepa resucitar por sus propios medios.
    ―Estoy confundida. No me atormentes…

    Por las mejillas de la doncella comenzaron a deslizarse silenciosas y amargas lágrimas.

    ―¡Contéstame, te lo exijo! ―la zarandeó él sin contemplaciones―. ¿Cuál es la justicia de Ra, que para conceder la gloria en el Mundo Subterráneo, se olvida de exigir rectitud y honradez en nuestra conducta en el Mundo Exterior? Ra otorga su gloria a asesinos, ladrones, violadores y criminales, lo mismo que a los puros y a los honrados. Basta con que se pague a un sacerdote para que escriba en su sepulcro los textos donde se explican las tonterías de los “verdaderos barcos-hadas que se mueven por sí mismos: la barca de Osiris-Luna y de la pluma de la Verdad, la barca del sistro Isis-Hathor, la barca de la cabeza de Osiris, o barca del Osiris vegetando”.

    »Te diré más. Un justo que no tenga dinero para pagar la inscripción o el papiro de “aquel que está en el Mundo Inferior”, se verá privado de la gloria de dios. Y el criminal que se ha enriquecido con sus delitos y lo abona, reina al lado de Osiris y de Ra. ¿Qué clase de dioses tenemos?

    ―Yo… yo no entiendo nada de eso, amado mío.
    ―Entonces… confía en mí. Yo te juro, adorada Avathep, que lo que se aprende en la Casa de los Sacerdotes son bulos para explotar la credulidad del pueblo. Y que eso no puede oponerse a nuestro amor. Si Ra premia al asesino porque paga inscripciones que realizan sus sacerdotes, y si Ra es capaz de castigar a un hombre porque se inflama de amor ante tu inocencia y dulzura, es que Ra no es justo ni noble. Y yo entonces abjuro de Ra.
    ―¡Me haces temblar, Tanak!

    El joven miró las estrellas que brillaban ya en el terciopelo celeste.

    ―El dios verdadero debe estar muy lejos, mucho más lejos del camino que sigue la barca de Ra por los Cielos y las Tinieblas. Yo confío en encontrarlo algún día: un dios que no monte en cólera si ve amarse a sus criaturas.

    En el cuerpo central de la casa empezaron a brillar luces. Unas voces destempladas sonaron a lo lejos.

    ―Ya está ahí la guardia sacerdotal… ¡Pronto, Avathep! ¡Demuéstrame que tu cariño es tan intenso como el mío!
    ―¿Qué quieres de mí? ―se retorció las manos ella, con angustia.
    ―Te lo he pedido, hermosa mía. Ven a Atenas conmigo, y sé mi esposa. Lejos de tu padre, del Faraón y de cuantos se oponen a nuestra felicidad. Ven, y en la placidez de una nueva vida, buscaremos a ese Alguien, que está muy por encima de las fábulas de la Casa de los Sacerdotes.

    Las voces se escucharon ya en el sendero. El resplandor de las antorchas se aproximaba al estanque. Avathep emitió un sollozo.

    ―Mi padre… mi familia… ―de pronto, tomó su decisión―: ¡Voy contigo, Tanak!

    Corrieron juntos, cogidos de al mano, mientras los servidores y los guardias llamaban a gritos a Avathep, y su padre le rogaba que se guardara de Tanak.

    En el extremo opuesto a la casa, casi oculta entre el follaje y las enredaderas que trepaban por la pared, había una puerta que conducía al exterior. Avathep tiró del pestillo hacia un lado y salieron a la misma orilla del Nilo.

    Ambos se deslizaron inclinando el cuerpo, disimulándose entre los juncos. En torno a la casa del traficante había una gran algarabía mientras la guardia sacerdotal trataba de dispersar a los curiosos, para evitar que la pareja se escabullera.

    Tanak y Avathep chapotearon en el lodo, manchándose las vestiduras. Las ramas espinosas, que en la oscuridad eran imposibles de ver, les desgarraban la ropa, o llegaban a arañarles la carne, pero no lo sentían.

    Avathep ya no tenía miedo. Se daba cuenta que, como Tanak, había dejado de temblar bajo las falsedades que predicaba la gente de la Casa de los Sacerdotes. Y mientras huía al lado del hombre amado, aun sabiendo que su vida estaba en peligro, no temía. Sólo experimentaba una gozosa exaltación y una gran confianza en el futuro, que a partir de entonces ya no iba a depender de la versatilidad de unas divinidades incomprensibles y de sus venales ministros, sino de su único esfuerzo y el de Tanak.

    Su confianza no resultó burlada, porque Tanak, con gran habilidad y astucia la llevó sin tropiezos hasta el muelle. El pesado barco ya había levado el ancla, pero una chalupa aguardaba en el amarradero hasta el último instante.

    ―¡Vamos! ¡Apresuraos! ―gritó el contramaestre―. ¡Ya no podemos esperar más!

    Cuando los remeros les cogieron por las manos para ayudarles a subir, estaban exhaustos, aunque gozosos.

    Un poco más tarde, desde la cubierta de la embarcación, entre los fardos de mercancías, muy juntos el uno del otro, contemplaron cómo iban quedando atrás las luces mortecinas de la ciudad. Tanak, acompañado por Avathep, había iniciado un nuevo camino en pos del ascenso hacia la verdad del universo.



    Tam Zaroh, remolineando de interés, había llegado a producir un cierto caldeamiento en su contorno que si bien no llegaba a afectar la reacción pulsátil, Wu Bortel percibía perfectamente, mientras consideraba el alza de religiosidad que sufría la especie humana. Wu Bortel tuvo la certeza de que la verdad por ellos buscada residía allí. Hallado el camino, debían captar todos los matices, para que la reacción no fuese un fracaso para los Mentales.

    Tanak y Avathep perdieron interés para los Mentales cuando se establecieron en Atenas, pues el ex-sacerdote tampoco halló satisfacción en los dioses olímpicos que adoraban los griegos, tan hijos del mito como los mismos egipcios, y aunque frecuentaba el trato con los filósofos, la vida plácida de un hogar feliz le aburguesaron el ímpetu juvenil, convirtiéndolo finalmente en un mero juego de ingenio. Empero, la historia de Tanak y Avathep tuvo para los Mentales el interés de la primera rebelión de la inteligencia, pese a que el éxito no la acompañara hasta el fin.

    Los Mentales rebosaban psicoadmiración al ir detectando la complejidad creciente e inaudita del sentimiento religioso en la especie pensante, que tan burdo comienzo tuvo en la sombría y neblinosa selva de los pitecántropos. Se hizo tan complejo, que el proceso de cerebralización de la vida, con todo su camino desde los microorganismos hasta el hombre parecía sencillo en comparación.

    Tuvieron plena detección de las doctrinas de Buda y Confucio, de las creencias de los pueblos en la trinidad hindú, y de los Principios del Bien y del Mal deducidos por aquel hombre llamado Zoroastro. Y conocieron la enunciación del alma humana, surgida del pensamiento de síntesis de Platón, como igualmente conocieron las doctrinas aristotélicas y atomísticas posteriores.

    Cuando el pueblo hebreo inició su impresionante éxodo, Tam Zaroh zigzagueó de excitación mental, porque en su acelerada capacidad deductiva conocía la inminencia de los acontecimientos ontológicamente predecibles.

    Y cuando en Jerusalén, aquel hombre dulce y arrebatador que predicaba una doctrina de amor y bondad culminó su exposición con la tragedia del Gólgota, Tam Zaroh se distendió satisfecho en la Nada incolora ultracósmica, con tal extensión que Wu Bortel temió por un instante que fuera a relajarse en un confiado sueño.

    ―Tam ―le llamó con psiquismo muy severo―. Tú has llegado a una conclusión. Sabes ya, Tam Zaroh. Y aprovechándote de tu rapidez mental me tienes en una incógnita insoportable. ¡Eso no es noble!
    ―Caramba, compañero… ―empezó Tam, mientras Wu Bortel se percataba del psiquismo burlón que se ocultaba tras la comunicación del Mental―. Si la cosa es sencillísima…

    Wu Bortel, ejercitando al máximo el autocontrol evitó que su esencia rompiese a agitarse en sinusoides, cosa que a buen seguro habría desatado la hilaridad del otro. Tam, al advertir que el dominio del otro conjuraba su broma, expuso sus conclusiones:

    ―La evolución religiosa de la especie inteligente de un planeta óptimo en la contracción-expansión ha terminado. Es tan elemental, que de no haber sido porque hemos padecido el accidente del Gran Olvido, hubiera sido para desintegrarse en energía, de pura vergüenza. Nosotros… somos Dios.

    Un Mental, por exceso de actividad intelectual, llegaba al caldeamiento. Por el contrario, la sorpresa, tan rara entre los de su especie, provocaba enfriamientos notables.

    ―¿Nosotros… Dios?
    ―Sí, Wu, diantre, el Dios de los humanos, el Dios de las criaturas que nacen de las reacciones cósmicas que provocamos. Y no seas tan modesto. Somos Dios. ¿Es que no te gusta la idea?
    ―Es que no la… sintetizo bien, nada más. El Dios humano es sumamente perfecto y lo sabe todo. Nosotros no somos eso.
    ―Atiende ―irradió Tam su contrariedad―. ¿No te habrán provocado los letargos una cierta estupidez? Los terrestres han formado un concepto aproximado de Dios, como abstracción y deducción de un psiquismo ciertamente limitado. Es lógico aceptar que con la realidad ontológica haya ciertas diferencias; nuestras diferencias. Ellos han intuido un Dios creador del universo. ¿Quién ha creado el universo? Nosotros. Ellos deducen que Dios es sumamente poderoso, sabio, justo… Nosotros somos todo eso. Luego, somos Dios.
    ―Analicemos con calma, Tam, diantre. Lo que nosotros hicimos fue ejercer la voluntad creadora. Pero si los hombres salieron de la Tierra y la Tierra del universo, fue a causa de unos Principios Inmutables ajenos a nosotros, principios que no establecimos los Mentales.
    ―¡Por el ultracosmos! ¡Los Principios son ajenos al psiquismo! ―empleó Tam el sonsonete mental de quien está exponiendo algo demasiado evidente―. Son consideraciones abstractas, y además, inherentes a la creación. Si tú creas un objeto tridimensional, ¿has hecho la longitud, la altura, la profundidad? No. Has sintetizado de la Nada un objeto alto, ancho y profundo. Y aunque no hayas creado antes las tres dimensiones, al hacer el objeto tridimensional, éste las posee porque son inherentes. Pues lo mismo sucede con los Principios Inmutables.
    ―Eso no admite controversia. Sin embargo, yo sé que no soy el Dios que se adora entre los judíos.
    ―¡Como tampoco eres Ra, ni Brahma, ni Ormuz, ni Zeus! ―soltó una oleada de psíquico desprecio Tam Zaroh, ante la notable estulticia de que estaba dando muestras el otro―. Por Jerusalén ha pasado un pensador que ha dado forma a una nueva filosofía religiosa, y para hacerla llegar a todo el mundo, la ha revestido de los ropajes que hemos visto. Ahora sus seguidores le darán visos fantásticos, porque ya sabemos lo dados que son a la fantasía los terrestres.
    ―Entonces…
    ―Nosotros somos Dios, Wu. Los Mentales no nos equivocamos; y yo, que soy más rápido que tú en la deducción, lo he analizado. El accidente en las diez dimensiones nos hizo olvidarlo. Ahora lo hemos investigado. Somos Mentales que carecemos de principio y no tenemos fin… salvo accidentes que se pueden predecir. Existiremos eternamente, jugando con el pensamiento, creando cosmos vivientes con microconciencias, cuya finalidad será la de descubrirnos y adorarnos.

    Wu Bortel, desde luego, se hallaba muy complacido ante el panorama que se abría ante su conocimiento, gracias al magnífico Tam. Tam no podía errar. Luego, eran Dios. Sentarse en un trono de Dios le agradaba. ¿A quién no?

    Desde la noche de su inteligencia, la especie terrestre había ido incrementando conciencia hasta comprender que alguien les había creado, y que ese alguien, poseedor de magníficos atributos, muy superiores a los humanos, por su misma grandeza había de ser adorado.

    Pero quedaban algunos puntos por aclarar.

    ―¿Qué hay de la Otra Vida, Tam? ¿Siguen existiendo las almas de los hombres, después de muertos?
    ―Por lo que noto, no estás en esta unidad temporal en lo mejor de tus análisis. Los terrestres son víctimas del espejismo orgulloso de los que una vez que han aprendido a pensar, se niegan a desaparecer. Llaman alma a un psiquismo apoyado en el cerebro material; un psiquismo tan imperfecto no puede subsistir. Necesitarían tener la constitución esencial de un Mental.

    La última duda de Wu Bortel se desvaneció. Él era un Mental; eso lo había sabido al salir del primer Letargo.

    Pero además era Dios. La experimentación acababa de demostrarlo, finalmente. Un Dios a la medida tetracósmica, pero Dios de todas formas.

    Antes del Letargo también habían sido Dios. Lo que ocurrió fue que el “accidente” durante el desarrollo del cosmos decadimensional, con su Gran Olvido, lo borró del conocimiento al aniquilar ciertos centros de esencia.

    Dichos centros debían haberse regenerado. El análisis lo aseguraba. Lo que ocurría era que al tratarse de centros muy sutiles, no llegaban a percibirse ni mentalmente.

    Era Dios, junto con Tam Zaroh; psíquicamente perfecto, capaz de crear por el mero ejercicio de voluntad, un universo de criaturas que le adoraban.

    A Tam y Wu, el cosquilleo de la adoración les agradaba extraordinariamente. Aquella sensación mental superaba los mayores goces experimentados. Con todo su poder, les gustaba que las minúsculas criaturas terrestres les tuvieran presentes y agradecieran continuamente que hubieran desencadenado la reacción cosmogenética que les dio vida.

    Los Mentales ya no reflexionaban, ya no analizaban. Convencidos de haber alcanzado el fin buscado, comprobando los placeres del culto que emanaba del cosmos tetradimensional, se limitaban a comprobar sucintamente la evolución histórica, y a flotar blandamente.

    Eran Dios. Ciertamente.

    Porque, ¿qué otra cosa podía ser un Mental?

    Bajo aquel auténtico incienso psíquico asistieron sin gran interés a las grandes convulsiones de la historia humana: formación y caída de imperios, guerras sangrientas, conquistas geográficas…

    Cuando se desfasó en el hemisferio que le “capturó” por medio de la Unión de Nebulosas Z, Wu Bortel había cometido dos errores. Aquí, él y Tam, al dejarse mecer por la adoración tras suponer que el fin tetradimensional del cosmos era adorar a su creador, tuvieron una equivocación; equivocación casi humana, abandonando la posición vigilante a causa del halago. Porque la evolución terrestre no concluyó con la formación de una primera esfera religiosa.

    Las razas se extendieron en violenta populación por todos los terrenos habitables, y luego se produjo la individualización de conciencias. Saturado este escalón, se pasó al de la socialización de la especie, y el hombre escindió el átomo y conquistó los planetas de su sistema solar.

    Ni a Tam ni a Wu les importó demasiado la actividad disparada vertiginosamente hacia una gran intelectualización. Habían conocido cómo otras razas conquistaban las estrellas antes. Y no tenía nada de interesante la aburrida empresa.

    Los terrestres extendían su populación a otros mundos.. ¿Y qué? Aunque llegaran a dominar la misma tecnología de la Unión Raji, aun construyendo Sondeadores Psíquicos no podrían descubrirles, porque estaban fuera de un universo cuya tensión superficial era invencible. Incluso cuanto más se extendieran, más se multiplicarían y más serían para adorarles.

    Desde la tragedia del Gólgota no se preocuparon en seguir hacia la detección racional.

    A la especie humana le quedaba aún mucha existencia por delante. Y sin embargo, en el seno terrestre sucedían cosas muy interesantes. Los terrestres dominaron los secretos de la dilatada longevidad, habían desterrado muchos siglos atrás los fantasmas de la guerra y tenían resueltos los problemas de manutención y ubicación, por lo cual se dedicaban ahora plenamente a investigar, y a extenderse a los confines de la galaxia, y aún a explorar con ciertos artificios los límites del universo, esquivando las barreras del Espacio y el Tiempo.

    Los Mentales ni hacían caso, en una borrachera de adoración.

    Entonces atacaron los quiranos, después de. tantos milenios, otra vez la Vía Láctea. Con diabólica precisión apuntaron inteligentemente a la Tierra.

    Esto tendría consecuencias definitivas para los Mentales.



    El dominio de Su Excelencia Arturo Roberto de Echagüe-Miller no se debía a ocultos manejos, como “miss” Andrómeda Clarke bien veía, sino al reconocimiento táctico de su inteligencia y dotes excepcionales, ante las cuales los otros Dieciséis se inclinaban porque era de justicia.

    La capacidad humana había demostrado sus limitaciones para gobiernos complicados, cuando en los comienzos de la Federación Solar, ningún hombre por sí solo, ni con el mejor equipo de colaboradores, autómatas y cerebros electrónicos podía llevar adelante el sistema sin miedo a armar un descalabro de todos los diablos. Ya entonces se pasó a la fórmula de los triunviratos. Y cuando la Federación se transformó en Extensión, al abarcar la exploración y colonización de la Vía Láctea, la complejidad económico-político-administrativa demostró por sí misma que si no era con diecisiete presidentes como mínimo trabajando conjuntamente, no se iría a parte alguna.

    Así había venido llevándose el gobierno galáctico desde el Círculo Dorado, desde que la Extensión era Extensión, hasta que la Discriminación Electrónica en un período de reelección señaló tales dotes en Arturo Roberto de Echagüe-Miller, que al principio hasta se pensó en alguna avería de los cerebros electrónicos. De Echagüe-Miller no tenía más allá de cuarenta años de la primera vida, cuando sus compañeros de presidencia llevaban, el que menos, cuatro generaciones biológicas completas, lo que en números redondos equivalía a más de cuatro siglos de existencia enfrentada a cuanto rodeaba al hombre en la galaxia. Y según los discriminadores, De Echagüe-Miller era capaz de llevar él solo todo el gobierno de la Extensión, y de tener todavía tiempo para entregarse a la pesca del flaam en los lagos lunares de oxígeno líquido.

    A De Echagüe-Miller le dejaron ocupar con muchas reservas uno de los escaños, pero Su Excelencia patentizó en seguida que sabía dejar en buen lugar a los mecanismos discriminadores, demostrando en poco tiempo una inteligencia que superaba a la de la más famosa figura histórica, una capacidad de trabajo de superhombre, y tal aptitud de síntesis ante cualquier problema que hacía palidecer al más encendido elogio.

    En menos de dos años, De Echagüe-Miller se había convertido en el alma rectora de la Extensión, y los demás presidentes bailaban, metafóricamente hablando, al son de su música, y además lo hacían a gusto.

    De esto, que trascendía al gran público pero no demasiado, estaba informada “miss” Andrómeda Clarke, como asimismo de infinidad de interioridades gubernamentales. Y estaba informada además de otro detalle que casi nadie conocía: de que Su Excelencia Arturo Roberto de Echagüe-Miller, el fenómeno humano, el gran superdotado, tenía su talón de Aquiles. Su Excelencia Arturo Roberto de Echagüe-Miller era un pillastre de siete suelas.

    “Miss” Andrómeda Clarke no juzgaba a humo de pajas. Estaba claro como el espacio exterior lo pillastre que era aquel fenómeno de presidente. De ello podía dar fe “miss” Andrómeda Clarke.

    ¿Por qué, si “miss” Andrómeda Clarke no estaba en lo cierto, el Presidente, de entrada había desechado los eficientes secretarios cibernéticos que desde que aparecieron en el mercado aún no habían tenido una avería, ni habían cometido un error? ¿Por qué exigió para su secretaría una persona, y además que ésta persona fuera mujer? ¿Por qué, además, no confió la elección a un Discriminador Electrónico, sino que la realizó personalmente el propio De Echagüe-Miller? ¿Y por qué, y esto a juicio de “miss” Andrómeda Clarke era definitivo, se le ocurrió buscar su secretaria en un medio tan desusado, si lo normal habría sido pedirla a una sección de Eficiencia, Mnemotecnia o Productividad, y él la había rastreado entre las aspirantes al título de Miss Galaxia?

    En aquel caso, “miss” Andrómeda Clarke no tenía que hacer cálculo tensorial de memoria; le bastaba sumar dos y dos.

    Conocía personalmente su ficha biológica. Edad: 19; Regeneraciones: ninguna; Estatura: 1,60; Cabello: trigueño; Ojos: verdeazulados; Grupo sanguíneo: universal; Nivel intelectual (sobre 10): 6,5; Factor de mando (sobre 20): 5; Factor mnemotécnico (sobre 20): 5; Aspecto físico (sobre 100): 100…

    “Miss” Andrómeda Clarke habría puesto una mano en el fuego sin temor de quemarse, cuando pensaba que Su Excelencia no pasaría de ahí en la lectura de su ficha. Pidió al fichero su imagen estereoscópica, y la primera noticia que tuvo Andrómeda de que uno de los Diecisiete se había enterado de que ella existía en la Extensión fue el oficio que le remitió la oficina del concurso, por el cual se le comunicaba su retirada de la competición a causa de su movilización ―con carácter irrenunciable― al cuerpo administrativo del Círculo Dorado en Vega (Groenlandia), como secretaria particularísima de Su Excelencia Arturo Roberto de Echagüe-Miller.

    ¡Pedazo de frescales! Ni Nivel Intelectual, ni Factor de Improvisación, ni Constante Telepática. Arturo Roberto de Echagüe-Miller se había buscado un bombón atómico, y nada más.

    Andrómeda tuvo la confirmación de sus sospechas pronto, porque cuando en su despacho de cristal llevaba a cabo la síntesis de asuntos realmente interesantes para un presidente a través del robot-seleccionador que los recibía durante la jornada, y trataba de comunicársela telepáticamente, De Echagüe-Miller invariablemente replicaba lo mismo:

    ―Por favor, “miss” Clarke, venga a informar a mi despacho. Lo considero más útil.

    A distancia le denominaba “miss” Clarke, por si alguien interfería la conversación; pero frente a frente, de palabra, la llamaba muchas veces por su nombre de pila, y en el pensamiento ―ella lo había sorprendido muchas veces― le otorgaba los más familiares Andra, Andromedita y hasta “trocito de radiación”.

    Andrómeda tenía la certeza de que si Su Excelencia se empeñaba en despachar con ella personalmente, era a causa de las consecuencias de su fatal memoria. Cualquier secretaria con un mediano entrenamiento mnemotécnico podía conservar en la memoria docenas de encargos de su jefe. A “miss” Andrómeda Clarke de cada tres se le olvidaba uno, así que había de acudir cada vez con un bloc, cruzar las piernas, apoyarlo sobre las rodillas e ir registrando lo que Su Excelencia quería que se hiciera. Y como Andrómeda poseía unas extremidades inferiores de extraordinaria perfección, favorecidas además por las modas del momento, el pícaro de Arturo Roberto de Echagüe-Miller no perdía la ocasión de colocarla en situaciones en que tuviera forzosamente que lucirlas y él admirarlas con disimulo.

    Arturo Roberto de Echagüe-Miller era un pillastre, pero también un caballero, y con Andrómeda se portaba con circunspección. La piropeaba, sí, pero telepáticamente. Y la halagaba siempre con la mayor corrección. No era de aquellos jefazos que al descubrir en su departamento una empleada de singular encanto se ponían de un pelmazo insoportable, empeñándose en invitarlas a un crucero por el sistema solar. De Echagüe-Miller había sentido la tentación de proponérselo más de una vez, pero como conocía a Soren Tombs, piloto explorador del Complejo de Transferencia, sabía del profundo amor que lo unía a “miss” Andrómeda Clarke, y era un caballero, se abstuvo.

    Andrómeda Clarke, la muchacha mejor informada de la Extensión ―por lo menos, en lo que a su primer presidente se refería―, cuando faltaban cinco minutos para pasar la síntesis diaria a Su Excelencia, abandonó el sillón estático y se metió en el tocador particular. Aunque estuviera pirrada por Soren Tombs, y le guardara una fidelidad de dama medieval hasta cuando andaba metida en sus transferencias por los confines del universo, “miss” Andrómeda Clarke, qué diantre, era una mujer, y como tal le gustaba causar buena impresión al jefe, máxime cuando se trataba de uno de la categoría galáctica de Su Excelencia.

    Pulsó el resorte que desplegaba el espejo de tríptico, pensando que era una lástima que hasta el día siguiente no fuera a estar su larguirucho prometido de regreso, porque el final del día lo iba a pasar con una monotonía tremenda. En esto, “miss” Andrómeda Clarke, que tan certera era juzgando a su jefe, se equivocaba de medio a medio. No podía saber que aquel día marcaría el comienzo de acontecimientos que serían definitivos en la historia de la Humanidad.

    Los únicos seres que podían saberlo eran dos seres indescriptibles e inmensos, que se hallaban fuera del universo creado por su voluntad; podían saberlo porque poseían facultades para predecirlo. Sin embargo, también lo ignoraron; porque recibiendo las adoraciones que desde hacía más de sesenta siglos terrestres se elevaban al creador, eran víctimas de una melopea de egolatría y autoestima descomunal, y no ejercitaban los ejes mentales más que en la degustación de aquel incienso psíquico.

    Andrómeda se situó en el centro focal y estudió su imagen desde todos los ángulos mientras se permitía un ligero masaje iónico, muy indicado para favorecer la tersura de su piel. Se daba cuenta de que sus facciones no eran de una corrección lo que se dice clásica, pero en conjunto resultaba sensacional, y el 100 en “aspecto físico” de su ficha lo tenía otorgado con plena justicia.

    La falta de clasicismo la tenía compensada con la jugosidad de los labios en una boca generosa, el hermoso tono verdeazulado de los ojos, y el brillo aterciopelado del cabello ―como el trigo dorado al atardecer―, que llevaba corto y peinado hacia lo alto, en forma impecable. Subida sobre las plantillas de adherencia, de alto y afilado tacón, hasta el último detalle de su figura demostraba que valía la pena llegar a presidente si es que los estatutos de la galaxia permitían movilizar como secretarias a chicas como Andrómeda Clarke.

    Se alisó al cuerpo el traje sin falda, que se pegaba tan sugestivamente hasta el mismo nacimiento de la garganta, se fijó en que sus medias de red no tuvieran ningún defecto, y ya satisfecha del todo, estableció comunicación telepática con su jefe.

    ―Excelencia; tengo dispuesta la síntesis del día. ¿Desea que se la comunique?

    Como era proverbial, le llegó la invariable contestación:

    ―Por favor, “miss” Clarke; acuda a mi despacho si no le es molestia. Creo que será más práctico.

    Andrómeda se retocó imperceptiblemente el peinado.

    ―Sí, Excelencia.

    Mientras caminaba hacia el santuario presidencial se cruzó con autómatas inexpresivos, que iban de un lado a otro incansables, eficientes, silenciosos. Incidentalmente, cuando pasaba junto a algún humano le saludaba con camaradería, aunque a aquella hora, por los pasillos de las dependencias del Círculo Dorado, ya iban quedando pocos, puesto que estaban preparándose para la salida del astrobús que habría de devolverles a Vega; sólo los robots quedaban aseando las dependencias con su exasperante pulcritud.

    Arturo Roberto de Echagüe-Miller se hallaba sentado tras un gran tablero estabilizado, materialmente oculto por papelotes, grabaciones, placas de información y una multitud de objetos heterogéneos. El Presidente era atlético y proporcionado, con mirada muy vivaz e inteligente.

    Andrómeda, cuando Su Excelencia sonreía a su llegada, captó una exclamación psíquica que casi la hizo sonrojar: «¡Caramba! Esta chica está cada día más impresionante. ¿De dónde habrá sacado ese modelito? Está para comérsela. Si me dejaran, yo…»

    De pronto debió percatarse de que por su proximidad Andrómeda estaba enterándose de su pensamiento como si lo expresara en voz alta, porque tosió, dijo con embarazo: «Bien, bien, Andrómeda, ¿qué tal le va?», y cambió de onda mental, haciendo que el resto de la frase se perdiera para la joven.

    Por su parte, Andrómeda se preocupó en poner sus pensamientos en una frecuencia particular para que el Presidente no tuviera acceso, y se desahogó pensando que todos los hombres eran unos sinvergüenzas, vivieran en el sistema solar o en el de Centauro; que en el siglo LX eran tan libidinosos como cuando la naturaleza les dotó del poderoso instinto que había de asegurar la continuidad de la especie, aunque en la actualidad maldita la utilidad práctica que tenía; y que ni el Presidente de la Expansión era mejor que cualquier fogonero de hornos atómicos en los planetas helados.

    Se desahogó con éstas y otras lindezas de igual calibre, y con una sonrisa estereotipada e hipócrita, dijo:

    ―Tengo preparada la síntesis de informes correspondientes al día de hoy, señor Presidente.
    ―De acuerdo, Andrómeda. La escucho.
    ―Uno: la epidemia del Planeta XII en el sistema U-14, ha sido definitivamente dominada, y la colonización reanuda sus trabajos con normalidad. Dos: Las astronaves en vuelo hacia el Sistema Aracne han podido traspasar los siete cinturones de asteroides que avistaron ayer, sin novedad.

    »Tres: El literato Jerónimo M. Montes no ha resistido bien la regeneración que se le tenía que practicar esta mañana, falleciendo en la operación.

    ―Era de temer ―suspiró Su Excelencia―. J. J. estaba hecho una cafetera cuando se le practicó la primera regeneración, y sabíamos que aguantaría pocas. Es una pérdida lamentable, pero que estaba prevista. Se le rendirán honores galácticos, naturalmente.
    ―Cuatro: La sección de exploración extracósmica transferida el mes pasado al hemisferio inferior, ha remitido hoy los informes finales de su trabajo: no han hallado vida alguna en los mundos sondeados, y los astrofísicos encuentran una serie de vacíos galácticos, como si nebulosas enteras hubiesen desaparecido tras alcanzar su fin; lo cual hace que la tensión de superficie cósmica sea sumamente débil en aquellos puntos.

    »Cinco: El Complejo Anímico ha concluido las instalaciones de integradores y agregadores, y como estaba programado ha iniciado su fabricación en serie.

    »Seis: No hay progresos en las investigaciones sobre los fenómenos luminosos denunciados en distintas secciones del espacio exterior. Eso es todo, Excelencia.

    ―Muy bien, querida. Tome nota de lo siguiente…

    Andrómeda montó una pierna sobre otra y apoyó el anotador sobre la rodilla.

    «¡Cáspita! Si la Medalla de la Galaxia se concediera a las rodillas bonitas, yo votaba por…»

    Las facciones un tanto felinas de Andrómeda permanecían inexpresivas, pero el Presidente se dio cuenta de que ella le acababa de sorprender otra vez.

    ―Ejem… Veamos. Al punto uno: enviar comunicación directa del Círculo Dorado al grupo astro-terapéutico, felicitándole por el éxito en su lucha contra la enfermedad. Al punto cinco: convocatoria a reunión de los Diecisiete y los directores de Complejos Anímicos. Esto es muy importante… Hum. Nos dejábamos el punto cuatro. ¡Ejem! ¡Ejem!

    El Presidente apartó la vista de los hoyuelos de la rodilla de Andrómeda, tosiendo para disimular la dispersión de ideas que el “shock” visual le producía.

    ―Ejem… ¿dónde estábamos? Ah, sí. Punto cuatro: dicte la publicación de la concesión de la Distinción de Servicios Arriesgados a la expedición extracósmica. Bien… En ella viaja su prometido, el joven Tombs, ¿no es eso?… y mañana regresan.

    «A los Presidentes les informan hasta de los chismes de sus secretarias», pensó rabiosamente Andrómeda, mientras decía: “Sí, señor”, sonriendo de dientes afuera.

    ―No debían hacerlo, guapa ―comentó telepáticamente, con sinceridad, De Echagüe-Miller, leyendo su pensamiento―. Por lo menos nos ahorraríamos el envidiar la suerte de alguien como el joven Tombs.

    Lo de los chispazos telepáticos llegaba a ser muy enojoso, porque cuando uno se ponía algo nervioso perdía el control de las ondas, y se escapaban cosas muy gordas.

    ―A los hombres debían prohibiros tener chicas en las oficinas.

    El Presidente sonrió con embarazo.

    ―Bien, trocito de radiación ―¡Ya estaba!―; yo no tengo la culpa de que seas lo más bonito de la Vía Láctea, ni de que a mí me guste lo bonito. Compréndelo, Andrita: no tengo más remedio que envidiar al joven Tombs; pero si como Presidente puedo solicitar el concurso de una secretaria como tú, ¿para qué voy a ser tan tonto de cargar con un antipático robot, que me mancharía los papeles de lubricante?

    El «trocito de radiación» lució la blancura perlina de su dentadura en otra hipócrita sonrisa.

    ―Sí, señor. Mañana, el capitán Soren Tombs estará entre nosotros.
    ―Bien, Andrómeda. Disponga entonces de un permiso de una semana. Creo que les gustará salir juntos a divertirse, mirar la Luna en algún rumoroso jardín y todo eso.
    ―¡Oh, gracias, Excelencia! Es usted muy amable.
    ―Usted y Tombs se merecen esas pequeñas vacaciones, caramba. ¿Tomaría un combinado?
    ―Sí, gracias.

    Dejando su silla, De Echagüe-Miller se acercó al suministrador.

    ―Quiero que adapte el formulario 1013-A del capítulo de censuras, y sea cursado al Director de Policía Espacial. Me están produciendo ya demasiado dolor de cabeza con ese estúpido fenómeno luminoso, que nadie averigua lo que es…

    Dio una ojeada ocasional a las piernas de Andrómeda, tosió algo, le entregó su vaso, y tras carraspear reanudó el hilo de sus ideas.

    ―¿Quién fuera a pensar que, a nuestras alturas, exista algo que la policía no sepa aclarar si es realidad o sugestión? Hay docenas de testimonios que bien desde el suelo, bien tripulando o viajando en astronave, han visto ese relámpago silencioso que parece seguir un rumbo definido. Sin embargo, los aparatos detectores no han señalado su paso, ¡no han funcionado ni los fotoregistros! La policía no prueba ni que sea una alucinación, ni que sea algo físico. ¡Estamos arreglados!

    »El formulario 1013-A resultará un rapapolvo lo bastante duro para que Mr. Molnar deje de vegetar en su negociado y haga trabajar un poco a la gente.

    ―No se irrite, Excelencia ―Andrómeda bebió un corto sorbo―. Los formularios se compusieron precisamente para evitar a los dirigentes la mala sangre que se hace al redactarlos.
    ―Es usted muy gentil al preocuparse por mi humor, querida.
    ―Uno de los Diecisiete es siempre alguien de quien depende el equilibrio de la Extensión; y el deber de toda persona sensata es velar porque los Diecisiete estén satisfechos y se sientan felices ―fraseó Andrómeda con cortesía.

    «Para que yo fuera feliz…»

    El pensamiento del Presidente debía ser algo muy fuerte, porque Andrómeda, además del corte, percibió un zumbido mental que ponía la “censura” de él, lo que significaba que habría enunciado alguna barbaridad. ¡Qué hombres!

    ―Si no fuera por esa contrariedad del enigma luminoso, tendríamos motivos de auténtica satisfacción ―estaba diciendo Su Excelencia―. El Integrador Anímico y el colector correspondiente, que empiezan su fabricación masiva, nos permitirán dar un salto en la evolución equivalente a millones de años.
    ―No entiendo demasiado bien las actividades del Complejo Anímico, Excelencia.

    Arturo Roberto de Echagüe-Miller tomó asiento frente a su secretaria. Se veía que, habiendo concluido los trabajos del día, tenía ganas de charlar con su empleada en plan semioficial, para proporcionarse una cierta distensión.

    ―El Integrador Anímico es una revolución tecnológica tan significativa, como lo pudo ser para la Humanidad la primera bomba atómica lanzada en 1945. Nos permite salvar las barreras entre la física y la metafísica. Por definirlo sencillamente, significa la utilización de la fuerza “espiritual” dispersa en el cosmos como fuente impulsora.
    ―Caramba, señor… suena a algo terriblemente importante ―exclamó Andrómeda, con expresión de circunstancias, aunque no entendía maldita la cosa.
    ―Pues significa, por decirlo en cinco palabras, el triunfo de la evolución. Repase sus creencias científico-religiosas, pequeña. La Creación tuvo un Principio, y está dirigida hacia adelante, en un recorrido irreversible hacia un Punto de Convergencia, para llegar al cual ha de autocomprenderse.

    Andrómeda podía tener puntuaciones intelectuales bajas, pero aquello era el abecé de los conocimientos humanos. Antes de nacer, por telehipnosis, las criaturas lo aprendían en el seno materno.

    ―La evolución se autocomprendió a los seiscientos cincuenta mil años de poblar el hombre la Tierra. El hombre era quien debía llevar a la evolución al Punto de Convergencia, y para eso tenía casi cincuenta millones de años por delante.

    “Miss” Andrómeda Clarke tampoco ignoraba ese punto. Cincuenta millones de años era el período de duración de una especie zoológica en la Tierra, desde su aparición hasta la extinción natural.

    De Echagüe-Miller siguió:

    ―La misión de la especie es llegar al Punto de Convergencia en el remoto futuro. Pero he aquí que, cuando aún quedan más de cuarenta y ocho mil millones de años por delante, tenemos los Colectores de Conciencia terminados, y hemos construido el primer Impulsor Anímico; lo cual quiere decir que si por cualquier causa la especie peligrase, adelantándose su fin o el del cosmos, la conciencia humana podría viajar hacia la Convergencia, hacia el Motor, Principio y Fin de todas las cosas, que está buscando desde que en la nada se condensó el átomo original.

    Andrómeda apuró su bebida. El ser secretaria de uno de los Diecisiete tenía la ventaja de la gran posición social, la excelente paga y trato de excepción…, y el inconveniente de tenerse que aguantar alguna que otra vez rollos como aquél. De todas formas, se dijo, Soren sería retransferido a casa al día siguiente, y ya por la tarde podrían irse a cualquier club del espacio, para olvidar lo pelma de su trabajo.

    El Presidente consultó su reloj.

    ―¡Demonios, las ocho! La he entretenido demasiado; perdóneme. No necesito más de usted.

    La chica se puso en pie.

    «Anda, tonta. A estas horas ya ha partido el astrobús colectivo, y si no quieres volver a casa a pie, tendrás que venir conmigo».

    “Miss” Andrómeda Clarke estuvo a punto de gritar de indignación. ¡Oh, rayos! ¿Es que una chica bonita no podía estar segura ni con un Presidente? Era evidente y claro como el espacio, que después de sus bondadosos recuerdos para el joven Tombs, su permiso y su exhibición de cortesía, el taimado De Echagüe-Miller lo había tramado todo bien para pasar de la picardía estática a la dinámica, entreteniéndola lo suficiente para establecer las bases de un “plan”.

    Para un perfecto control, las personas que trabajaban en el Círculo Dorado tenían prohibido usar en los desplazamientos aerovehículos particulares, y los viajes desde la ciudad al centro gubernamental los realizaban en el astrobús oficial colectivo. Únicamente los Diecisiete tenían el privilegio de utilizar vehículos particulares.

    Al perder el colectivo, Andrómeda adivinaba sin dificultad lo que seguiría. Su Excelencia ya no se conformaba con mirarla de reojo y llamarla “trocito de radiación” mentalmente. Quería mirarla desde muy cerca, al fondo de las pupilas, y susurrárselo de viva voz.

    A “miss” Andrómeda Clarke, en cierto modo la halagaba que su glamour mareara a todo un Presidente de la Extensión, pero como su corazón sólo pertenecía al joven, largirucho y desaliñado piloto explorador Soren Tombs, y a los diecinueve años de la primera vida se tenían conceptos muy rígidos sobre las relaciones hombre-mujer, pensó que Su Excelencia Arturo Roberto de Echagüe-Miller iba a pinchar en hueso, y que por mucho que se empeñase en llevarla a los murmurantes acantilados de Verna para contemplar el romántico cabrilleo de la Luna en las aguas, por mucho perfumador sensorial que conectase en el aerocoche, y por mucho relajador que hiciera funcionar, no conseguiría nada más que llevarla directamente hasta la puerta de su casa.

    Para empezar, deseó proporcionar algún quebradero de cabeza a Su Excelencia, así que tramó hacerle creer que había conseguido marchar, emboscándose fuera de su vista en el jardín de entrada. Se despidió del jefe con un: “Hasta mañana” rebosante de inocencia, y salió del despacho presidencial con un rápido taconeo, fingiendo que todavía confiaba en alcanzar el astrobús.

    El trasportador interno la desembarcó en el vasto vestíbulo. En la rotonda de entrada se cercioró de que el colectivo había marchado.

    “Miss” Andrómeda Clarke imaginaba la escena que el Presidente esperaba que se produjera a continuación. Ella le llamaría telepáticamente rebosando consternación, para comunicarle que había quedado en tierra. Su Excelencia, todo cortesía, ofrecería acompañarla en su lujoso aerocoche. Y luego vendría todo el “ataque” astutamente preparado. Música estelar con la grabadora interna durante el viaje, adormecedor perfume de aspersión, un pitillo sedante… Finalmente, como al descuido, la proposición de acercarse a un paisaje solitario y sugestivo. Andrómeda podía eludirlo todo muy bien, pero además, como mujer que era, deseaba hacer sufrir al Presidente.

    En vez de establecer la llamada telepática, se adentró entre los setos artísticos del jardín.

    Desde donde estaba contempló la líquida superficie del lago ornamental, ante el cual se alzaban las construcciones del Círculo Dorado. Las aguas agrisadas se rizaban bajo el fresco aire vespertino. El paraje era encantador. Dio la espalda al lago, dispuesta a no apartar la mirada de la entrada principal ―no fuera a salir el Presidente sin que ella se diera cuenta, dejándola allí de verdad―; la perspectiva de pasar una noche en un despacho, escuchando el eco de las pisadas de los robots de vigilancia le parecía espeluznante.

    En un momento dado, la pareció captar como el reflejo de un relámpago detrás de ella. El cielo estaba limpio de nubes. La superficie acuosa seguía inmutable, con los rizos que formaba el vientecillo. Todo estaba desierto. Supuso que habría sido una ilusión óptica. Además…

    Volvió a mirar con plácida curiosidad. Le chocó no haber reparado hasta entonces en aquella vegetación a la orilla del lago, de un desusado color rojo. De hecho casi estaba convencida de no haber visto hasta entonces plantas de aquella índole, pero sus conceptos botánicos eran superficiales; y como aquellas si algo tenían no era belleza, las relegó a un segundo término en su atención, abstrayéndose en el regocijo del sobresalto que iba a dar a De Echagüe-Miller cuando no la encontrara en la entrada.

    Colgando del brazo llevaba el cilindro plateado en el que guardaba diversos cachivaches de uso personal. Pulsó el resorte que abría la tapa y extrajo el amplificador telepático para no perderse los desilusionados juramentos del Presidente cuando se sintiera un frustrado Don Juan.

    Al ajustar el dial, la mente se le llenó de murmullos de pensamientos lejanos en onda universal. Como el único ser pensante próximo era el Presidente, no dirigió el captador con cuidado. Por eso recibió una conversación que no esperaba:

    «Con la presencia de la mujer no contábamos. ¿La eliminamos también?»

    «Ya es tarde. Analiza el mensaje del aire. El Presidente llega a la puerta, y si le alarmamos mostrándole un cadáver, se nos puede escapar. Es él quien nos interesa.»

    ¡Una conspiración! ¡Alguien, oculto, tramaba un atentado contra el talento político de la Extensión Vía Láctea!

    Con dedos nerviosos Andrómeda Clarke movió el radar telepático para localizar dónde se estaba pensando aquello. El radar señaló a sus espaldas, el punto que llenaban las grandes plantas rojizas. Allí no se veía a nadie.

    Reajustó el aparato, por si lo había manejado mal.

    Arturo Roberto acababa de trasponer la entrada, y miraba a uno y otro lado, perplejo, buscando a su secretaria.

    «¿Dónde diantres se habrá metido esta chica?»

    El radar telepático, con incongruencia, volvía a señalar a las plantas rojas. Andrómeda Clarke corrió al encuentro del hombre, previniendo mentalmente con desesperación:

    «¡Cuidado! ¡Cuidado, Excelencia! ¡Un complot!»

    Cuando desembocó a la carrera en el sendero engavillado, De Echagüe-Miller tenía ya en la mano el tubo de rayos.

    ―¿Qué es eso, Andrómeda?

    Algo silbó sobre la cabeza de la joven, como un látigo.

    Una liana purpúrea se enroscó en el cuello del Presidente, sacudiéndole con tal violencia que el arma escapó de sus manos.

    Telepáticamente, Andrómeda Clarke llamó a los robots de guardia, y con una presencia de ánimo que ni ella misma sospechaba poseer, se apoderó del lanzarrayos, agarró la liana ―cuyo contacto viscoso no se parecía al de ningún vegetal conocido―, y aplicando la boca del arma hasta tocar la planta, la hizo funcionar.

    De Echagüe-Miller se asfixiaba. Su piel tomaba un color amoratado y la lengua empezaba a asomarle entre los dientes de un modo horrible.

    Increíblemente, los rayos no desintegraban el vegetal sino muy lentamente, y en cambio, Andrómeda notó que la liana se retorcía como una serpiente, exudando algo que le produjo una sensación de terrible quemadura en la mano. Resistió valientemente el dolor y terminó por cortar el tentáculo de la planta.

    Entre brumas le pareció ver que los autómatas de vigilancia llegaban en su socorro. Siseando sobre el suelo, la liana se retiraba.

    Miró al Presidente. Su esfuerzo había sido vano. De Echagüe-Miller había muerto, estrangulado por un dogal que resistía mejor las radiaciones que un escudo de plomo.

    Entonces Andrómeda se desmayó.



    Treinta y seis horas después estaba bajo la lámpara parpadeante del Compulsador de Sinceridad, en la Sede Central de Policía, con el semblante consumido por la fatiga repitiendo por milésima vez la historia, ahora bajo la aguda y desconfiada mirada del Director Galáctico, Mr. Molnar.

    Al lado de la chica, tratando de acallar la indignación que le poseía, Soren Tombs ―todavía con la cazadora y los sucios pantalones azules usados en la transferencia extragaláctica, que no había tenido tiempo de cambiar, con la típica mirada del hombre que ha sondeado desde niño los espacios y la piel manchada por las distintas radiaciones cósmicas― le infundía ánimos con su presencia.

    Sobre su traje esmeralda, Andrómeda llevaba el brazo izquierdo en cabestrillo.

    ―…Y eso es todo, señor ―concluyó.
    ―¡Qué! ―dijo Soren Tombs―. ¿Satisfecho? El registro indica que no ha mentido. Mr. Molnar, ¿por qué no deja de atormentarla?
    ―Cállese, jovencito ―el Director de la Policía Galáctica se pasó la mano por la espesa barba―. Uno de los Diecisiete ha sido asesinado, y he de descubrir lo que hay detrás.
    ―¡Pero es que han estado interrogando a mi novia treinta y seis horas ya, sin darle un respiro! ¿Qué quiere, que diga que fue ella quien lo mató?
    ―Estoy convencido de ese extremo, jovencito. Quiero aclarar si se trata de un crimen pasional, o hay injerencias políticas a su sombra.

    Soren Tombs pareció a punto de sujetar al jefe de policía por las barbas. Se dominó con ostensible esfuerzo, y se desahogó comentando acremente:

    ―¡Magnífico! Como usted se ha convencido, el caso está resuelto. No hay testigos ni pruebas, el detector dice que no miente, pero usted la condena.
    ―Escuche, muchacho; es posible que usted, de tanto viajar por el universo en transferencias, haya llegado a creer que los que permanecemos en la Tierra nos chupamos el dedo. Déjeme que le diga que se equivoca. Su prometida es una chica muy agraciada; sabemos que a la víctima le agradaba; ella misma confiesa que el Presidente urdió el truco para llevarla en su aerocoche…
    ―¡Y ella, terriblemente ofendida en su pudor, lo estranguló! ―terminó el joven explorador con sarcasmo.
    ―Las grabaciones de video de los robots de guardia nos la muestran aferrando un trozo de cuerda en torno al cuello de Su Excelencia.
    ―¡Tratando de ayudarle, demonios! ¿Cree que se quemó ella misma la mano con ácido, hasta casi perderla, sólo para disipar las sospechas de una lumbrera como usted?
    ―¡Cuidado, jovencito! Si sigue empleando ese tono haré que le expulsen de aquí.
    ―¡A usted lo que le ha escocido es el formulario de censura que le ha cursado Andrómeda, como encargo póstumo de Su Excelencia!

    Cuando Mr. Molnar estaba ya tendiendo las manos para coger por el cuello al impertinente y largirucho explorador, la puerta de la oficia de interrogatorios se abrió con violencia, salvando a Soren Tombs por lo menos de un zarandeo. La mole de un sujeto con ropas desaseadas y cabello hirsuto llenó el hueco.

    ―Molnar ―habló con sequedad―. Ponga una escolta a “miss” Clarke y Mr. Tombs, y trasládelos al astropuerto, a mi cohete personal. Partiremos inmediatamente hacia la Luna.

    Soren Tombs reconoció al recién llegado en el acto. La efigie de John T. Grigori había sido muy difundida ya por cine y video-noticiarios cuando realizaba sensacionales descubrimientos en la rama de bioquímica celeste, antes de ser elegido como uno de los Diecisiete.

    ―Aún no ha confesado, Excelencia…
    ―¡Idiota! “Miss” Clarke lleva día y medio diciéndole la verdad, y ustedes se han empeñado en no creerlo. Tampoco han tenido en cuenta su relato. Y ahora resulta que otros catorce presidentes han sido muertos por plantas rojizas.
    ―¿Los… demás…? ―la consternación de mister Molnar era cómica, en medio de la tremenda noticia.
    ―Sí, Mr. Molnar ―prosiguió implacable el Presidente Grigori―. Ustedes no se han lucido investigando el enigma luminoso, y tampoco en el esclarecimiento de la muerte de Echagüe-Miller. Afortunadamente, otros departamentos más hábiles trabajan para el Círculo Dorado. La Vía Láctea está siendo invadida por vegetales pensantes que se desplazan por sus propios medios, que viajan en naves luminosas, y que resisten la mayoría de los agentes destructores que se conocen. Pero hemos sabido esto a costa de perder los mejores cerebros de la Extensión. ¿Le satisface la información, Molnar?

    Soren y Andrómeda tomaron asiento en los balancines de mimbre de la terraza colonial del bungalow del presidente Grigori, en Astarté, la ciudad residencial selenita. Mistress Grigori era una mujer de juvenil aspecto, y como llevaba ya dos regeneraciones en su ficha personal, aquello quería decir que empezó a aplicárselas a temprana edad. El Presidente, por su parte, se mostraba como el anfitrión perfecto. En las pocas horas transcurridas desde que los rescatara de las uñas del director Molnar, hasta que los aposentó en las habitaciones para invitados del bungalow, había hecho lo posible para que olvidaran los malos ratos pasados por culpa de la policía, logrando casi su propósito.

    ―Les he traído a Astarté con un propósito definido ―dijo John T. Grigori encendiendo un cigarro, con la mirada perdida en lo alto, como si quisiera ver mucho más allá del cinturón magnético que mantenía bajo su cúpula lunar la atmósfera artificial―. En la Luna no hay vida vegetal, lo cual nos pone a salvo de las plantas rojas, ya que éstas sólo se aposentan donde hay vegetación terrestre. Y deseo tenerles junto a mí, porque la experiencia de “miss” Clarke con los agresores puede ser interesante, y su consejo como explorador extragaláctico, Mr. Tombs, también me resultará valioso.
    ―Lo único que puedo decirle, Excelencia ―dijo Andrómeda con aprensión―, es que el contacto de aquella liana era lo más viscoso y estremecedor que he conocido en mi vida.
    ―Querido ―intervino Mrs. Grigori―. ¿No te precipitas realmente al pensar que toda la Extensión está amenazada? Una invasión de ese tipo es propia de los libros fantásticos, no de la realidad. Plantas rojas ha habido toda la vida en Marte… y jamás fueron peligrosas.
    ―¡Ahora que las nombra usted, señora! ―exclamó Soren Tombs con un parpadeo nervioso―. En mis transferencias a la “cubierta” del universo he pasado por muchas galaxias… Un detalle curioso: había infinidad de mundos con vegetación roja movediza.
    ―¿Está seguro, muchacho? ―preguntó el Presidente.
    ―Segurísimo, señor.

    Su Excelencia se manoseó la barba.

    ―Entonces la cosa puede ser aún más grave. Tal vez la vida se haya difundido en otros confines del universo en sentido vegetal, conquistando una galaxia tras otra. Tal vez ahora le toque el turno a la nuestra.
    ―¿No nos estaremos dejando ganar por la fantasía, querido? ―insistió Mrs. Grigori.
    ―El asesinato de A. R. de Echagüe-Miller ha sido un rudo golpe para nuestra organización política; pero el de los otros quince nos ha desarticulado. Sólo un enemigo muy inteligente ha podido conocernos tan bien desde el espacio exterior, para asestar un golpe tan efectivo.

    Mrs. Grigori era la mujer optimista por antonomasia. Ni estas palabras de su esposo le hicieron perder el aplomo y la confianza. Andrómeda se lo hizo notar:

    ―¿Usted no se asusta de nada, señora?
    ―Supongo que miro las cosas desde otro ángulo, querida. Tú y tu novio estáis en la primera vida, y no conocéis el inmenso poder de la Extensión. Y mi esposo se preocupa por la súbita responsabilidad que ha recaído sobre sus espaldas. Aunque nos encontráramos en la situación de galaxia agredida, ¿crees que hay algo capaz de vencer a la raza humana?
    ―Querida…
    ―¡Chitón, Presidente! ―cortó Mrs. Grigori, con su serena sonrisa―. No me digas que desconocemos las características naturales y bioespaciales de las plantas rojas. Las cosas en el universo tienen un límite, fuera del cual nada puede haber. Y todo lo que se conoce sabemos que es vulnerable. Con las plantas, en todo caso, habrá que buscar el arma adecuada.

    El razonamiento de la dama no admitía vuelta de hoja, así que cuando el autómata anunció que la cena estaba dispuesta, pasaron al comedor de mucho mejor humor del que habían estado desde la muerte de Arturo Roberto de Echagüe-Miller.

    Empero, la cena no llegó ni a comenzar.

    El oscuro firmamento se llenó de alargadas manchas de luz, infinidad de ellas, que pasaban y repasaban frente a la Luna, convergiendo hacia la Tierra.

    Un receptor directo con Júpiter comenzó desde el despacho de Grigori a transmitir la voz trémula da alguien que anunciaba la invasión del planeta por oleadas incontenibles de vegetales mortíferos, que se abatían envueltos en nubes de luz.

    Las cortinas de satélites de protección en torno a la Tierra, al estallar, dieron a los habitantes del bungalow la impresión de que su planeta se había convertido en un segundo sol. Luego el resplandor pasó, y sin obstáculos, las naves luminosas continuaron viajando hacia su objetivo.

    Soren, que incidentalmente se había arrodillado montando su radar de bolsillo, comunicó:

    ―Anulan los efectos del eco. Así se han infiltrado entre nosotros.

    Un autómata se les reunió, viniendo de los sótanos de la casa, donde se hallaban los receptores especiales del Presidente.

    ―Excelencia: informan de que los planetas Antea, Cirus y Colegial, de Centáurida, y Orfeo y Manitú, de Polaris, están en poder de las plantas. Y se teme que muchos más capitulen antes de veinticuatro horas.

    John T. Grigori podía carecer de la iniciativa fulminante del difunto De Echagüe-Miller, pero se demostró que su medida de trasladarse a la Luna fue hábil y acertada, salvando para la Extensión la vida del último de sus dirigentes seleccionados. Los quiranos, por algún remoto sistema de detección, tenían localizados a todos los mandos, jefes y científicos que significaban algo en la galaxia, y el primer ataque relámpago, en lugar de dirigirse a los centros militares apuntó a las individualidades que tenían alguna importancia en la organización de la Extensión; y en una “pasada” las borraron del mundo de los vivos.

    Definitivamente los quiranos necesitaban zonas verdes para asentarse, y en la Luna, Grigori, Andrómeda y Soren Tombs estuvieron a salvo.

    De todas formas el satélite fue cercado en toda regla por estáticas nubes luminosas, como sucedía con otros mundos yermos. La situación no podía ser peor, puesto que los quiranos les habían desarticulado antes de que esbozaran cualquier plan.

    Andrómeda y Soren se encontraron constituidos en el Estado Mayor particular de John Grigori. El joven Tombs, como experto en cuestiones extragalácticas, había sugerido que las Máquinas del Pasado investigaran otras nebulosas. Fue una buena idea, pues en la Nube de Magallanes la luz errante mostró cómo millones de años atrás, en un planeta amoniacal y minúsculo, había comenzado una expansión vegetal inteligente que paulatinamente se extendió por el universo. Conocieron la verdad acerca del primer y remoto intento de invasión de la Vía Láctea desde Acuario y la razón de los canales marcianos.

    Los Grigori y los jóvenes se trasladaron a residir en el Ministerio de Guerra en Clío, la capital lunar, y allí se reunieron cuantos hombres y mujeres de ciencia y política podían ser útiles para bocetar planes contra los quiranos.

    Soren Tombs era un importante colaborador por su experiencia sideral, y Andrómeda Clarke resultó también una grata ayuda en el terreno psicológico, ya que su juventud, belleza y simpatía la convirtieron en símbolo de lo que se estaba defendiendo.

    En el Ministerio, Andrómeda anduvo por el pasillo principal con una gaveta cargada de cilindros de información, y pasó al salón de debates. Los reunidos la acogieron con muestras de alegría.

    ―“Miss” Clarke; no creo que los quiranos quieran los mundos de la Vía Láctea ―exclamó Sommers, de la jefatura de balística―. Lo que desean es robarnos a las chicas como usted.
    ―“Miss” Clarke ―sonrió Gerard Perrin, autoridad indiscutible en arqueología estelar―. Cuando terminemos con los quiranos, ¿querrá dar el esquinazo una tarde al joven Tombs, y acompañarme a un club espacial? La invitaré… ¡a macedonia de frutas!
    ―Entonces, ¡nunca! ―respondió ella―. ¡Después de esto voy a odiar hasta las flores artificiales!

    Grigori ocupó su puesto, y los demás técnicos tomaron asiento para escuchar los resúmenes de Andrómeda. El gobierno, desde la Luna, estaba constreñido a coordinar los movimientos de los ejércitos de la Extensión sin poder tomar parte en los combates.

    Andrómeda consultó las notas correspondientes a cada cilindro, arrugó la respingona nariz y les informó de la rendición de Venus y Marte en el sistema solar. En general, los astros con densas zonas de vegetación ya estaban en poder de los invasores. Los mundos amoniacales también les fueron fácil presa. Sólo los planetas yermos, los satélites helados o rocosos, o algún astro de naturaleza anómala ―como la Tierra, con sus grandes masas de agua salada― permitía a los humanos resistir.

    Grigori ordenó a la Tierra que pasara cuanto material pudiera a las islas artificiales del pacífico, y a las ciudades submarinas. Las selvas, como las africanas o brasileñas, eran dominadas por las grandes plantas inteligentes, pero en cambio en los mares y desiertos los ejércitos terrestres tenían el respiro suficiente para pensar en algún contraataque.

    Cuando concluyó su trabajo, Andrómeda pasó a ayudar a Mrs. Grigori, que formaba parte del grupo femenino que tenía acceso al salón de debates.

    ―Las cosas se ponen cada vez peor, ¿eh, querida? ―le dijo la mujer, mientras ajustaba el enfriador de una ponchera y Andrómeda preparaba las copas para iniciar una ronda de bebidas; en el núcleo de Guerra se seguía una conducta muy democrática en los debates.
    ―¿Aún sigue confiando en nuestro triunfo, Mrs. Grigori?
    ―Confieso que esos odiosos seres han asestado un duro golpe a mi optimismo, pero insisto en que los humanos poseemos dura la piel. Aunque los quiranos se apoderen de una mayoría de mundos, siempre quedaremos humanos en algún punto, como éste. Y en cuanto nos rehagamos vamos a pegarles tan duro, que esas plantas clamarán telepáticamente para que les permitamos buscar asilo en cualquier jardín botánico.

    El buen humor de Mrs. Grigori era un calmante para el espíritu de Andrómeda, y aunque las separaban dos generaciones, se habían convertido en excelentes amigas.

    La discusión de los reunidos duró un par de horas, al fin de las cuales se había decidido, ya que las armas conocidas nada podían contra las plantas, atacarlas con secciones de robots-leñadores, y simultáneamente con plagas de insectos dañinos.

    Soren Tombs sugirió un medio de burlar el bloqueo luminoso, usando sistemas de transferencia anatómico-atómicas como los empleados en los saltos extragalácticos. La idea encantó a Su Excelencia, que deseaba tener un observador de confianza cuando se intentara el nuevo contraataque. Soren resultó el elegido.

    Lo malo fue cuando Andrómeda Clarke se empeñó en acompañarle aduciendo que en circunstancias así su puesto estaba junto a su príncipe azul, y que no lo dejaba partir solo a una transferencia más. A cualquiera otra persona, una palabra del Presidente hubiera bastado para hacerla callar…, pero Andrómeda no era una persona cualquiera. Era “miss” Andrómeda Clarke, la bella mascota de la residencia galáctica, la niña mimada de la Extensión.

    Dos días después, en una nave biplaza, Soren Tombs y su novia manejaban los arranques automáticos de desajuste atómico, se esfumaban en el III espaciómetro de Clío, y burlaban la vigilante barrera de astronaves luminosas.

    Sobre la primera escala orbital de la Tierra, donde un instante antes no había nada se materializó la nave transferida con Soren Tombs y Andrómeda en su interior, en cuanto se restableció el equilibrio atómico.

    ―Bien, dulzura ―dijo jovialmente el larguirucho explorador, con expresión de satisfacción mal disimulada―. Abrir los ojos en la órbita justa es algo bueno. Un piloto poco hábil lo mismo podía haberte estrellado contra el suelo, que reajustado cuatro kilómetros bajo tierra.

    Andrómeda, deliciosa en su ceñido mono espacial amarillo, le besó ligeramente.

    ―Yo no soy tonta, hombre. Antes de darte el sí ya había puesto todas las tarjetas de identidad biopersonal de mis pretendientes en el discriminador. El cerebro electrónico me aconsejó bien.

    Soren acogió con un cómico “oh” la broma de la chica.

    A mitad de la tercera orbitación el radar avisó la aparición de una escuadrilla de cohetes que surgían del océano, disparados desde las ciudades submarinas. Los cohetes abrieron sus panzas, vomitando espesas nubes de insectos voladores.

    El radar denunció la formación de nubes de contorneo variable, de mucho kilómetros cuadrados de extensión, y los jóvenes soltaron un grito de alegría cuando las nubes evolucionaron enfilando con derechura hacia las selvas del Brasil. Soren dirigió su nave hacia allá.

    La vegetación roja lo llenaba todo a sus pies. Selva y ciudades estaban desapareciendo bajo la masa roja, produciendo la engañosa sensación de que desde hacía siglos los hombres habían desaparecido de allí.

    Las bandadas de voraces insectos se abatieron sobre los vegetales. Entonces, en todo el dilatado litoral aparecieron los magníficos submarinos nucleares de acoso, y los ordenados batallones de robots, tripulando las moles de modernas máquinas cortadoras y desgajadoras, reforzaron la agresión de los insectos.

    A través de los telescopios panorámicos la pantalla interna mostró a Soren y Andrómeda un espectáculo de pesadilla. La selva roja se perdía en el horizonte, y se estremecía y retorcía como formada por infinitos manojos de víboras. Los insectos transformaron en menos de una hora la grandiosidad roja en masas movedizas y negreantes, que azotaban el aire sus ramas y tentáculos vegetales en un inútil intento de desembarazarse de la plaga. Y mientras tanto, sección tras sección de robots-leñadores arremetían, más lentamente, pero con terrible eficacia, destrozando las plantas una a una.

    Soren lanzó un alarido estentóreo, enlazó a su novia por la cintura y la hizo dar tres vueltas seguidas sin dejarla tocar el suelo, antes de precipitarse al transmisor y comunicar a Grigori el éxito fulminante de la ofensiva.

    ―¡Esos infelices vegetales no sabían con quién se jugaban el dinero! ―rió, de forma incontenible―. Si han tenido éxito en el resto del universo es porque no habían tropezado con verdaderas inteligencias. ¡Que nos ataquen las plantas; haremos ensalada con ellas!

    A continuación, manejó la astronave con su acostumbrada habilidad.

    ―Mira, mira, dulzura ―decía mostrando los estragos sufridos por los quiranos―. Al final no van a quedar plantas ni para llenar un tiesto…

    Cuando hubieron recogido la información necesaria procedieron a la retransferencia.

    ―Ya son nuestros, ¿eh, Excelencia? ―exclamó Soren al echar pie al suelo.
    ―Poco a poco, muchachos. El firmamento de la galaxia se ha llenado totalmente de naves luminosas. Cuando desembarquen, van a salir de a diez plantas por cada robot o insecto. Nos vencerán por aplastamiento. Contra el número ya nada podemos intentar.
    ―¿Tiene algún proyecto, Excelencia? ―preguntó Andrómeda.
    ―Uno muy sencillo, querida. Si se avienen a razones, les rendiremos la Vía Láctea.



    La necesidad de parlamentar se impuso en cuanto ambos contendientes llegaron a una situación de relativo equilibrio que se podía eternizar. Los medios humanos eran impotentes para expulsar a los quiranos, por su aplastante número. Y las grandes plantas purpúreas tampoco podían abatir la resistencia humana, que se refugiaba bajo agua salada o en desiertos de arena y de hielo.

    Grigori estuvo manteniendo contactos personales y a través de los comunicadores interestelares con las más destacadas inteligencias de la Extensión. Militares, astrofísicos, metafísicos, teólogos, estadistas, espaciobiólogos y una infinidad de especialistas en otras materias coincidieron en que se hallaban en la alternativa de lanzarse a una insospechable aventura en la que los Impulsores Anímicos y los Colectivizadores de Conciencia jugarían un papel fundamental, o enfrascarse en una guerra que se prolongaría durante miles de años, tal vez millones, para acabar con las grandes plantas ―si es que al fin las vencían― que poblaban medio universo.

    Los especialistas y los discriminadores electrónicos coincidieron en sugerir que era preferible la aventura a condenarse a una regresión evolutiva viviendo los avatares de una guerra milenaria, de resultado por demás incierto.

    Entonces se estableció contacto telepático con los quiranos, y el gran fog, que venía a ser algo así como el general en jefe de los invasores, descendió en una nave luminosa sobre la Planicie del Ticiano, para entrevistarse con el Presidente de la Extensión y su séquito. Su Excelencia John T. Grigori, que tan unido se sentía a Soren y Andrómeda, les invitó a estar presentes en la entrevista que tal vez significara el fin de la Humanidad.

    Las conversaciones se distinguieron por su brevedad. Su Excelencia hizo constar la situación de equilibrio que se había alcanzado y el panorama de guerra interminable que se dibujaba en el futuro. La enorme concentración de ramas y hojas que era el gran fog había asentido.

    El Presidente dijo que en la Extensión se profesaban creencias científico-religiosas de que en la parte exterior del cosmos existía Algo, y la meta humana era alcanzar ese Algo, así como la meta quirana era la población de todas las galaxias.

    Los humanos se hallaban técnicamente preparados para salir fuera del cosmos a través del hemisferio inferior, cuya tensión superficial era mínima, sirviéndose de máquinas recientemente construidas que se aplicarían a los grandes cruceros del espacio. Pero como el cerco de las naves luminosas a los distintos mundos hacía imposible el intento, había que llegar a un acuerdo.

    La propuesta era sencilla: si los quiranos dejaban pasar a los humanos, ellos les entregarían sus reductos. De lo contrario, paulatinamente desintegrarían la galaxia.

    El gran fog encontró excelente la proposición, y luego siguió un breve forcejeo político porque ninguno de los bandos fiaba en el otro. Se acordó que las naves luminosas escoltarían a las flotas de cruceros de la Extensión hasta su salida del cosmos para prevenir cualquier treta, mientras que los humanos aseguraron que al menor intento de traición harían estallar por control remoto arsenales nucleares secretos y no quedaría un átomo de materia en toda la Vía Láctea.

    Seis meses después del “alto el fuego”, enjambres de cruceros espaciales dejaban la Vía Láctea en poder de los quiranos, e impulsados por energía anímica viajaban hacia el hemisferio cósmico inferior.

    A la semana de viaje hacia el confín del universo, en el “Apocalipsis”, navío insignia de la pululación de astronaves reunidas desde todos los puntos de la galaxia, se celebró un acontecimiento muy sonado. “Miss” Andrómeda Clarke y Mr. Soren Tombs contrajeron matrimonio, apadrinados por Mrs. Grigori y ―¡nada menos!― por Mr. Molnar, el Director de la Policía de la galaxia.

    En los salones de recreo, rutilantes de luces, se había preparado tan grande fiesta que aquello más parecía un crucero interestelar de placer, que la aventura de la Humanidad prematuramente precipitada hacia el fin de la evolución.

    Después de recibir la bendición del sacerdote, Andrómeda se despojó de las galas de novia, y vistiendo un escotado traje sin mangas verde jade, guantes largos del mismo color, y cubriendo su cabeza con un vaporoso chal, que le envolvía los cabellos como un casco para caer a su espalda en forma de capa, acudió a recibir las felicitaciones de sus amigos junto con un Soren Tombs que exultaba felicidad.

    Hubo brindis y besos, y pronto las mujeres se llevaron al novio por una parte, mientras la bella desposada era materialmente raptada por los caballeros.

    Y como entre ellos abundaban los científicos, en cuanto los más jóvenes empezaron a bailar, la conversación con Mrs. Tombs se orientó hacia derroteros técnicos.

    ―Bien, señores ―se resignó Andrómeda a resistir la conferencia número mil de su vida―; ya que estamos hablando de nuestra aventura, ¿qué tal si me suministraran algunos detalles?
    ―De mil amores, Mrs. Tombs ―respondieron dos o tres de los más próximos, dispuestos a maravillar a aquella preciosura con su erudición―. ¿Qué es lo que quiere saber?
    ―Pues… ―frunció deliciosamente los labios― todo. ¿Qué encontraremos fuera del cosmos? ¿Cuánto tardaremos en llegar? ¿Cómo conseguiremos salir?

    Los hombres que rodeaban a Mrs. Tombs necesitaban mucho menos para dispararse. Comenzaron por relatar que las flotas de astronaves, impulsadas por la energía anímica de que se había cargado el universo al ir existiendo especies inteligentes, tardarían menos de un año en alcanzar la zona débil de la cubierta cósmica. Entonces los colectores de conciencia reunirían las fuerzas anímicas y las conciencias individuales como una mente gigantesca, y traspasarían la barrera con un solo impulso. Los astronavíos penetrarían en un ultracosmos. Allí se produciría la convergencia…

    Pero Mrs. Andrómeda Tombs tenía algo más urgente que hacer. En el ardor de la conversación logró escabullirse. Un momento después rescataba a su esposo, y ambos buscaron un lugar tranquilo y sosegado del “Apocalipsis”, deseosos de poder exclamar, aunque fuera volando por el hiperespacio, el tradicional “¡Al fin solos!”.

    Después de sesenta siglos terrestres de culto ininterrumpido al creador, aquello cesó.

    Tam Zaroh y Wu Bortel se balancearon estúpidamente, perplejos e incapaces de adivinar por qué ya no se les adoraba como los Dioses que eran.

    Al profundizar hacia la Vía Láctea descubrieron que no quedaba una criatura humana en sus mundos, y que los quiranos lo ocupaban todo. No llegaron a temer que las grandes plantas los hubieran exterminado, porque por el pensamiento de los quiranos supieron que los humanos habían partido.

    ¿Marchado? ¿Hacia dónde?

    Entonces, el globo cósmico pulsátil, por la parte que había albergado la belicosa Unión de Nebulosas Z, empezó a formar como una hinchazón en la “piel” cósmica, como un absceso voluminoso y peculiar…

    ¡Plop! La piel se agujereó y un potente chorro de algo muy familiar se extendió por el ultracosmos, durante varias unidades temporales, hasta adoptar una estructura determinada.

    La temperatura de Wu Bortel y Tam bajó considerablemente a causa de un asombro tremendo. Del cosmos de cuatro dimensiones acababa de nacer un Mental. Nuevo, desconocido, pero indiscutiblemente otro Mental.

    Sus núcleos intelectivos no eran abstractos, sino materiales. La conciencia del nuevo Mental brotaba de unos núcleos minúsculos, idénticos a cruceros espaciales humanos.

    El nuevo Mental pasó orgullosamente, diríase que hasta burlonamente por las proximidades de Wu Bortel y Tam Zaroh, y apuntó hacia la Nada ultracósmica.

    ―¿Quién eres? ¿Adonde vas?

    Tam y Wu Bortel supieron que el Mental había captado su comunicación y que asimismo se burlaba, sin contestar. Estaba disparado hacia un sector del ultracosmos a velocidad mental, y como se les escapaba salieron en su seguimiento, dispuestos a penetrar en su intelección usando superfacultades, ya que no tenía la cortesía de contestar.

    Los sucesos inesperados aún no habían terminado para estos dos Mentales. El nuevo Mental, con sus núcleos materiales, horadó la pared del ultracosmos.

    El ultracosmos era inmenso.

    El ultracosmos no tenía límites.

    Y sin embargo, en la Nada, el nuevo Mental surgido del cosmos de cuatro dimensiones había encontrado una frontera… ¡y la estaba horadando!

    ¡Rassss!

    El agujero estaba hecho.

    Los Mentales remolinearon hasta lo imposible. ¡Por el agujero se iba a alguna parte, fuera del ultracosmos!

    Y atisbaron el destello psíquico de una entidad mental cegadora, infinitamente más compleja y superior que la de los Mentales, que se creían inconmensurables. El Mental tetracósmico iba confiadamente al encuentro del ente cegador.

    El ultracosmos volvió a cerrarse tras él, y Wu Bortel y Tam, por más que se extendieron en exploración, ya no hallaron la frontera, porque el ultracosmos volvía a carecer de límites.

    Ya no necesitaban intercambiar pensamientos, porque no era necesario. Definitivamente conocían la verdad.

    ―No éramos el auténtico Dios, Tam…
    ―Hemos cometido el peor pecado que puede cometer un Mental: creímos lo que queríamos, no lo que era.
    ―La víctima del Gólgota tenía razón. La verdad está fuera del ultracosmos, y no hemos sabido alcanzarla. No podemos alcanzarla.
    ―No desesperemos, camarada, puesto que ya conocemos el yerro. Y existimos. Aprendamos a confiar en que de una u otra forma sabremos hallar el camino para converger hacia el Gran Mental que nos envuelve, y que debió ser nuestro principio. Si lo buscamos con humildad e inteligencia, lo hallaremos. Me lo dice el análisis ontológico. Primero será conveniente que descansemos…

    La reacción cósmica había seguido con sus pulsaciones y se aproximaba al estallido final, pero ya a ninguno de los Mentales le interesaba.

    Mientras Tam Zaroh se distendía para el “sueño”, Wu Bortel le imitó, con un nuevo optimismo.

    Él era Wu Bortel.

    Él era un Mental.

    Había sido creado por un ser superior, hacia el que tendía, y cometió el error de creerse Dios.

    Ahora ya sabía.

    Iba a descansar.

    Más adelante, cuando despertara, se aplicaría a la reflexión, hasta caldearse hasta el límite si era preciso, pero encontraría el camino.

    Lo encontraría, porque era un Mental. Y en el ultracosmos, todo era posible para un Mental.

    Con una enorme y confiada esperanza terminó de relajarse, y se hundió en el descanso reparador.


    FIN

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