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    Flip


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    Flip In Y


    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:54
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:28
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:46
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:37
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:42
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música - 8 Bit Halloween Story - 2:03
  • 132. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - 3:08
  • 133. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - Amanda Flores Todas Las Voces - 3:09
  • 134. Música - For Halloween Witches Brew - 1:07
  • 135. Música - Halloween Surfing With Spooks - 1:16
  • 136. Música - Spooky Halloween Sounds - 1:23
  • 137. Música - This Is Halloween - 2:14
  • 138. Música - This Is Halloween - Animatic Creepypasta Remake - 3:16
  • 139. Música - This Is Halloween Cover By Oliver Palotai Simone Simons - 3:10
  • 140. Música - This Is Halloween - From Tim Burton's The Nightmare Before Christmas - 3:13
  • 141. Música - This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 142. Música - Trick Or Treat - 1:08
  • 143. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 144. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 145. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 146. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 147. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 148. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 149. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 150. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 151. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 152. Mysterious Celesta - 1:04
  • 153. Nightmare - 2:32
  • 154. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 155. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 156. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 157. Pandoras Music Box - 3:07
  • 158. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 159. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 160. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 161. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:58
  • 162. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 163. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 164. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 165. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 166. Scary Forest - 2:37
  • 167. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 168. Slut - 0:48
  • 169. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 170. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 171. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 172. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:26
  • 173. Sonidos - Creepy Ambience - 1:52
  • 174. Sonidos - Creepy Atmosphere - 2:01
  • 175. Sonidos - Creepy Cave - 0:06
  • 176. Sonidos - Creepy Church Hell - 1:03
  • 177. Sonidos - Creepy Horror Sound Ghostly - 0:16
  • 178. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 179. Sonidos - Creepy Ring Around The Rosie - 0:20
  • 180. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 181. Sonidos - Creepy Vocal Ambience - 1:12
  • 182. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 183. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 184. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 185. Sonidos - Eerie Horror Sound Evil Woman - 0:06
  • 186. Sonidos - Eerie Horror Sound Ghostly 2 - 0:22
  • 187. Sonidos - Efecto De Tormenta Y Música Siniestra - 2:00
  • 188. Sonidos - Erie Ghost Sound Scary Sound Paranormal - 0:15
  • 189. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 190. Sonidos - Ghost Sound Ghostly - 0:12
  • 191. Sonidos - Ghost Voice Halloween Moany Ghost - 0:14
  • 192. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 193. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:28
  • 194. Sonidos - Halloween Horror Voice Hello - 0:05
  • 195. Sonidos - Halloween Impact - 0:06
  • 196. Sonidos - Halloween Intro 1 - 0:11
  • 197. Sonidos - Halloween Intro 2 - 0:11
  • 198. Sonidos - Halloween Sound Ghostly 2 - 0:20
  • 199. Sonidos - Hechizo De Bruja - 0:11
  • 200. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 201. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:15
  • 202. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 203. Sonidos - Horror Sound Effect - 0:21
  • 204. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 205. Sonidos - Magia - 0:05
  • 206. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 207. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 208. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 209. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 210. Sonidos - Risa De Bruja 1 - 0:04
  • 211. Sonidos - Risa De Bruja 2 - 0:09
  • 212. Sonidos - Risa De Bruja 3 - 0:08
  • 213. Sonidos - Risa De Bruja 4 - 0:06
  • 214. Sonidos - Risa De Bruja 5 - 0:03
  • 215. Sonidos - Risa De Bruja 6 - 0:03
  • 216. Sonidos - Risa De Bruja 7 - 0:09
  • 217. Sonidos - Risa De Bruja 8 - 0:11
  • 218. Sonidos - Scary Ambience - 2:08
  • 219. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 220. Sonidos - Scary Horror Sound - 0:13
  • 221. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 222. Sonidos - Suspense Creepy Ominous Ambience - 3:23
  • 223. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 224. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 225. Tense Cinematic - 3:14
  • 226. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 227. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:23
  • 228. Trailer Agresivo - 0:49
  • 229. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 230. Zombie Party Time - 4:36
  • 231. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 232. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 233. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 234. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 235. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 236. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 237. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 238. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 239. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 240. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 241. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 242. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 243. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 244. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 245. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 246. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 247. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 248. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 249. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 250. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 251. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 252. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 253. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 254. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 255. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 256. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 257. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 258. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 259. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 260. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 261. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 262. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 263. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 264. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 265. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 266. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 267. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 268. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 269. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 270. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 271. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 272. Music Box We Wish You A Merry Christmas - 0:27
  • 273. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 274. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 275. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 276. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 277. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 278. Noche De Paz - 3:40
  • 279. Rocking Around The Christmas Tree - Brenda Lee - 2:08
  • 280. Rocking Around The Christmas Tree - Mel & Kim - 3:32
  • 281. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 282. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 283. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 284. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 285. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 286. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 287. Sonidos - Beads Christmas Bells Shake - 0:20
  • 288. Sonidos - Campanas De Trineo - 0:07
  • 289. Sonidos - Christmas Fireworks Impact - 1:16
  • 290. Sonidos - Christmas Ident - 0:10
  • 291. Sonidos - Christmas Logo - 0:09
  • 292. Sonidos - Clinking Of Glasses - 0:02
  • 293. Sonidos - Deck The Halls - 0:08
  • 294. Sonidos - Fireplace Chimenea Fire Crackling Loop - 3:00
  • 295. Sonidos - Fireplace Chimenea Loop Original Noise - 4:57
  • 296. Sonidos - New Year Fireworks Sound 1 - 0:06
  • 297. Sonidos - New Year Fireworks Sound 2 - 0:10
  • 298. Sonidos - Papa Noel Creer En La Magia De La Navidad - 0:13
  • 299. Sonidos - Papa Noel La Magia De La Navidad - 0:09
  • 300. Sonidos - Risa Papa Noel - 0:03
  • 301. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 1 - 0:05
  • 302. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 2 - 0:05
  • 303. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 3 - 0:05
  • 304. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 4 - 0:05
  • 305. Sonidos - Risa Papa Noel How How How - 0:09
  • 306. Sonidos - Risa Papa Noel Merry Christmas - 0:04
  • 307. Sonidos - Sleigh Bells - 0:04
  • 308. Sonidos - Sleigh Bells Shaked - 0:31
  • 309. Sonidos - Wind Chimes Bells - 1:30
  • 310. Symphonion O Christmas Tree - 0:34
  • 311. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 312. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 313. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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      1.5  
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      3(s) 
      3.1  
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      3.3  
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      30  
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      55  
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    VELOCIDAD-TIEMPO

    Tiempo Movimiento

    Tiempo entre Movimiento

    Rotar
    ROTAR-VELOCIDAD

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      135     180  
    ROTAR-VELOCIDAD

    ▪ Parar

    ▪ Normal

    ▪ Restaurar Todo
    VARIOS
    Alarma 1
    ALARMA 1

    ACTIVADA
    SINCRONIZAR

    ▪ Si
    ▪ No


    Seleccionar Minutos

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      4     5     6  

      7     8     9  

      0     X  




    REPETIR-APAGAR

    ▪ Repetir

    ▪ Apagar Sonido

    ▪ No Alarma


    REPETIR SONIDO
    1 vez

    ▪ 1 vez (s)

    ▪ 2 veces

    ▪ 3 veces

    ▪ 4 veces

    ▪ 5 veces

    ▪ Indefinido


    SONIDO

    Actual:
    1

    ▪ Ventana de Música

    ▪ 1-Alarma-01
    - 1

    ▪ 2-Alarma-02
    - 18

    ▪ 3-Alarma-03
    - 10

    ▪ 4-Alarma-04
    - 8

    ▪ 5-Alarma-05
    - 13

    ▪ 6-Alarma-06
    - 16

    ▪ 7-Alarma-08
    - 29

    ▪ 8-Alarma-Carro
    - 11

    ▪ 9-Alarma-Fuego-01
    - 15

    ▪ 10-Alarma-Fuego-02
    - 5

    ▪ 11-Alarma-Fuerte
    - 6

    ▪ 12-Alarma-Incansable
    - 30

    ▪ 13-Alarma-Mini Airplane
    - 36

    ▪ 14-Digital-01
    - 34

    ▪ 15-Digital-02
    - 4

    ▪ 16-Digital-03
    - 4

    ▪ 17-Digital-04
    - 1

    ▪ 18-Digital-05
    - 31

    ▪ 19-Digital-06
    - 1

    ▪ 20-Digital-07
    - 3

    ▪ 21-Gallo
    - 2

    ▪ 22-Melodia-01
    - 30

    ▪ 23-Melodia-02
    - 28

    ▪ 24-Melodia-Alerta
    - 14

    ▪ 25-Melodia-Bongo
    - 17

    ▪ 26-Melodia-Campanas Suaves
    - 20

    ▪ 27-Melodia-Elisa
    - 28

    ▪ 28-Melodia-Samsung-01
    - 10

    ▪ 29-Melodia-Samsung-02
    - 29

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    - 5

    ▪ 31-Melodia-Sd_Alert_3
    - 4

    ▪ 32-Melodia-Vintage
    - 60

    ▪ 33-Melodia-Whistle
    - 15

    ▪ 34-Melodia-Xiaomi
    - 12

    ▪ 35-Voz Femenina
    - 4

    Alarma 2
    ALARMA 2

    ACTIVADA
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    AVATAR - ELEGIR

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    10%
    )


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    10%
    )


    Avatar 7(
    10%
    )

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    ▪ Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    ▪ Ocultar Reloj
    ▪ Ocultar Reloj - 2
    ▪ Reloj y Avatares 1-2-3 Movimiento Automático
    ▪ Rotar-Voltear-Rotación Automático
    ▪ Tamaño
    ▪ Texto - Color y Cambio automático
    ▪ Tiempo entre efectos
    ▪ Tipo de Letra y Cambio automático
    Imágenes para efectos
    Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    M-V-A-R IMAGEN DEL SLIDE

    VOLTEAR-ESPEJO

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    Programar Reloj
    PROGRAMAR RELOJ

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    Prog.R.1

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    Reloj #

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    Prog.R.2

    H
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    Reloj #

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    Prog.R.3

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    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    Prog.E.1

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    Prog.E.4

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    PROGRAMAR RELOJES


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    X
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    Relojes a cambiar

    1 2 3

    4 5 6

    7 8 9

    10 11 12

    13 14 15

    16 17 18

    19 20

    T X


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    PROGRAMAR ESTILOS


    DESACTIVADO
    ▪ Activar

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    ▪1 ▪2 ▪3

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    A B C D

    E F G H

    I J K L

    M N O P

    Q R T S

    TODO X


    Programar lo Programado
    PROGRAMAR LO PROGRAMADO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar
    Programación 1

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 2

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 3

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Borrar Programación
    HORAS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X


    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
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  • ------------MANUAL-----------
  • + -

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    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


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    LA ENTREVISTA (Sandra Brown)

    Publicado en julio 17, 2011

    1


    ¿Está seguro de que vendrá hoy? — preguntó Andy Malone con impaciencia al tiempo que adoptaba una posición más cómoda. El asiento del taburete de la barra, de vinilo rojo, estaba apelmazado y duro.


    —No, seguro no —contestó Gabe Sanders, propietario y cocinero del Gabe’s Chilli Parlor, y pasó un trapo de muselina por el borde de una taza de café desconchada—. Sólo he dicho que es posible que pase hoy. Pero no que vendría necesariamente. Lo más probable es que haga lo que le apetezca. —El viejo rió entre dientes.

    Los instintos profesionales de Andy se agudizaron y olvidó la superficie dura e irregular del taburete en que estaba sentada. No quería atraer la atención de los comensales que almorzaban ni demostrar demasiado interés por su presa. Gabe Sanders podía decidir en cualquier momento que era una entrometida y dejar de responder a sus preguntas sin más.

    —Vaya. —Tomó un sorbo de té frío con indiferencia. Se lo había servido en un vaso de plástico rojo con una cucharilla dentro—. ¿Le parece que el señor Ratliff es una persona impulsiva?

    En cuanto lo dijo, se dio cuenta de que la pregunta ponía en guardia a Gabe. El trapo dejó de intentar sacar brillo a la deslucida taza de café. Las pobladas cejas de Gabe se juntaron sobre unos ojos penetrantes y ahora perceptiblemente menos amistosos.

    —¿Se puede saber por qué hace tantas preguntas sobre Lyon Ratliff?

    Inventando rápidamente una historia, Andy se inclinó con aire conspirador y dijo:

    —En la universidad tuve una compañera que era de aquí. Me habló de un hombre que vivía en un gran rancho y tenía un Dorado plateado. Me pareció alguien salido de una película.

    Gabe la escrutó especulativamente, mientras la confianza de Andy empezaba a abandonarla a medida que aquellos ojos la desenmascaraban. La mirada de Gabe decía que le parecía demasiado mayor para ser una estudiante y que aquello no era más que otra mentira.

    —¿Quién era?

    Desconcertada, primero por la mirada escrutadora de Gabe y ahora por su pregunta, Andy balbuceó:

    —¿Quién era... quién?
    —Su compañera de clase. Seguro que la conozco. He servido chili y hamburguesas desde el cuarenta y siete. Conozco a casi todas las familias de Kerrville.
    —Oh, pues no creo que la conozca... Se llama Carla. En realidad era de San Antonio y sólo venía aquí en verano a visitar a sus primos, creo. —Andy cogió el vaso de té y bebió un largo sorbo como si se tratara de un tónico reconstituyente.

    Desde que había llegado a aquella comunidad de la zona montañosa de Texas hacía unos días, se había sentido como pez fuera del agua. Las prudentes y educadas preguntas que normalmente le abrían puertas, no la había llevado a ninguna parte. Era como si los ciudadanos de Kerrville protegieran a Lyon Ratliff y al auténtico objetivo de Andy: su recluido padre.

    El general Michael Ratliff era el último general de cinco estrellas superviviente de la Segunda Guerra Mundial. Andy había jurado que lo entrevistaría en su programa de televisión. Y si los vagos informes sobre su delicado corazón eran ciertos, tendría que ser pronto. Por el momento, su viaje no había producido ningún destello de esperanza de que pudiera llegar a cumplir su misión. Ahora Gabe Sanders se mostraba tan reticente y parco en información como todos los demás que había abordado.

    En un arranque de decisión levantó la barbilla y su boca esbozó una dulce sonrisa. Sus ojos color jerez brillaban seductores.

    —Señor Sanders, ¿puede ponerme una rodaja de lima en el té?

    Recuperó la confianza en sí misma cuando vio que Gabe se ponía ligeramente nervioso ante su sonrisa radiante.

    —¿Le importa si es limón?
    —Estupendo. Gracias.

    Apartó hacia atrás un mechón de pelo castaño dorado. Utilizaba su atractivo para sonsacar información sólo cuando se veía obligada a ello, y siempre le incomodaba un poco. Prefería enfrentarse a un reportaje con la misma franqueza de los periodistas de sexo masculino. Pero en caso necesario no era contraria a servirse de cualquier ventaja que le reportara su sexo, y si a alguien su aspecto le resultaba turbador, no había nada malo en aprovecharse de ello. Su padre, que tenía una vena poética, en una ocasión la había comparado a un helado perfecto: crema de vainilla, Amaretto y salsa de caramelo.

    —Gracias— Dijo Andy cuando Gabe volvió con dos rodajas de limón en un platito. Exprimió una de ella en el vaso de té endulzado, que en su opinión sabía a jarabe, dado que no solía añadir azúcar a nada.
    —No es de por aquí, ¿verdad?

    Estuvo a punto de responder con una mentira, pero de repente el juego había perdido su gracia.

    —No, no soy de aquí. Ahora vivo en Nashville, aunque me crié en Indiana.
    —¿En Nashville? ¿Trabaja en el Gran Ole Opry?

    Andy se echó a reír y meneó la cabeza.

    —No, trabajo para una empresa privada de cable.
    —¿Cable? —Las cejas de Gabe se arquearon y Andy decidió que era su rasgo más expresivo—. ¿Se refiere a la televisión por cable?
    —Sí.
    —¿Sale en televisión?
    —A veces. Tengo un programa de entrevistas que se emite por las emisoras de cable de todo el país.
    —¿Entrevistas? —Gabe miró más allá de Andy a sus clientes, como si buscara a alguien digno de ser entrevistado por ella. Después volvió a mirarla como si hubiera comprendido—. No estará pensando en pedir a Lyon una entrevista con su padre, ¿eh?
    —Sí, precisamente de eso se trata.

    El hombre la miró con recelo.

    —No existe ninguna compañera de clase de universidad, ¿no es así?

    Andy lo miró abiertamente.

    —No.
    —Me lo imaginaba. — No lo dijo en tono de censura.
    —¿Cree que el señor Ratliff se negará a dejarme entrevistar a su padre?
    —Puede estar segura, pero estamos a punto de descubrirlo porque ahora mismo está entrando.

    Andy bajó los ojos hacia el anillo de humedad que su baso había dejado sobre la barra al mismo tiempo que se le encogía el estómago. El cencerro suspendido de una barra de metal encima de la puerta resonó con fuerza al entrar un hombre.

    —Eh, Lyon —dijo alguien desde un extremo del restaurante.
    —Lyon — saludó otro cliente.
    —Jim, Pete. —Tenía una voz grave y áspera. El sonido la pinchó en las lumbares como una aguja y generó un estremecimiento que le recorrió toda la columna.

    Ella había abrigado la esperanza de que se sentara en uno de los taburetes que había a su lado, de modo que fuera fácil entablar conversación. Pero los pasos que ella seguía con el oído se dirigían al final de la barra, hacia el extremo perpendicular a donde estaba sentada ella. Por el rabillo del ojo vio una camisa azul. Gabe se acercó al hombre.

    —Hola, Lyon. ¿Qué vas a tomar? ¿Chili?
    —Hoy no. Hace demasiado calor. Además Gracie hizo chili la otra noche, y tuve que tomar dos dosis de ese jarabe rosa para poner el estómago a tono.
    —¿Ese dolor de estómago no tendría que ver con las margaritas que estuviste bebiendo con el chili?

    Una fuerte risotada emergió de lo que con toda seguridad era un amplísimo pecho.

    —Podría ser, desde luego.

    Vaya voz. ¿Qué clase de hombre podría tener una voz tan bulliciosa? Andy no creía poder contener la curiosidad mucho más. Finalmente se rindió y lo miró en el momento que decía:

    —Ponme una hamburguesa con queso.
    —Enseguida.

    Andy ni siquiera oyó la respuesta de Gabe al pedido de Lyon Ratliff. Estaba demasiado absorta en éste. Lyon no era en absoluto como ella esperaba. Se lo había imaginado más mayor, bien entrado en la edad madura, probablemente porque el general Ratliff tenía más de ochenta años. Por lo visto su hijo había nacido después de la guerra. Calculó que Lyon tendría unos treinta y cinco.

    Era robusto, de pelo oscuro y lacio, teñido de plata en las sienes. Dos impecables y oscuras cejas se arqueaban sobre unos ojos de los que no podía determinar el color a tanta distancia. Siguió con la mirada la línea de la nariz romana, que le recordaba a los actores de las películas basadas en la Biblia, y la boca sensual, que le recordaba a los actores de otra clase de películas.

    —¿Esa carne que estás asando para mí en la parrilla es de Ratliff? —preguntó el hombre a Gabe.

    De nuevo Andy quedó intrigada ante su voz. Era resonante pero reposada, como si pudieras perderte algo muy importante en caso de no estar realmente atento. El tono áspero transmitía sensualidad a todas sus palabras. Decididamente era más de la segunda clase de actores que de la primera.

    —Ya lo creo —dijo Gabe—. La mejor ternera que se encuentra.

    Lyon echó ligeramente hacia atrás la cabeza y rió entre dientes. Estaba a punto de coger el vaso de agua con hielo que Gabe le había servido cuando sus ojos se posaron casualmente en Andy por unos momentos.

    Andy tomó buena nota del recorrido de aquellos ojos grises —sí, eran grises—. Se habían detenido sorprendidos en sus propios ojos; era la reacción habitual de todos los que la miraban a los ojos por primera vez. Eran de un pardorrojizo cautivador, rodeados por unas pestañas largas y espesas. Luego los ojos grises había subido hacia su pelo. ¿La coleta sostenida en la nuca con un pasador de concha de tortuga la hacía parecer demasiado joven? ¿O, Dios no lo quiera, la había tomado por una treintañera que intentaba parecer más joven? «No te pongas paranoica, Andy», se advirtió a sí misma. Sabía que su pelo de tono caramelo con mechones rubios era bonito. ¿Pero y las gotas de sudor en la frente? ¿Podía verlas? A pesar de que un rótulo con más de veinte años anunciaba aire acondicionado en la ventana del local, Andy sentía el sudor en todo su cuerpo. De repente fue consciente de todos los poros de su cuerpo, de todos los nervios. Era como si la hubiesen abierto para diseccionarla, y Lyon Ratliff fuera un científico que se tomara su tiempo para examinar ese espécimen. Finalmente, cuando los ojos grises llegaron a la boca, Andy había desviado la vista. Cogió su vaso y caso le resbala de los dedos antes de beber. Entonces temió que en lugar de haber desviado la atención de él de sus labios, no había hecho más que atraerla más.

    Pero ¿qué le sucedía? Tenía un trabajo que hacer. Hacía tres días que perseguía a ese hombre, haciendo preguntas indirectas sobre él y su padre, reuniendo todas las migas de información que le echaban y soportando rechazos groseros. Se había pasado horas sentada en la peluquería escuchando los cotilleos del pueblo, esperando que su nombre fuera mencionado, y al mismo tiempo rechazando, con educación pero firmemente, que le hicieran una permanente«sólo para darle cuerpo». Lo único que averiguó allí fue que Lyon se había perdido el último baile del club de campo porque su padre había sufrido una recaída, que habían encargado plantas nuevas para la casa del rancho y que la chica de la manicura parecía haber sido entrenada por el marqués de Sade.

    Pero ahora estaba a cuatro pasos de distancia de su objetivo, y sin embargo se encontraba sudada y con la lengua trabada por primera vez en su vida. ¿Dónde había ido a parar su fría seguridad? La férrea obstinación que siempre le había impedido admitir un no por respuesta la había abandonado. La objetividad que la distinguía había sido borrada por la conciencia de la sensualidad de aquel hombre. Había conocido a reyes, primeros ministros y presidentes, entre ellos dos presidentes de Estados Unidos, y ninguno de ellos la había intimidado. Y este..., este vaquero entra en un grasiento tugurio y yo me echo a temblar» En un intento de recuperar el control, Andy levantó la barbilla y lo miró desafiante. Los ojos de él podrían haber sido dos cantos rodados gemelos que cayeran sobre ella y aplastaran su valor. La mandíbula de Lyon estaba torcida con arrogancia, como diciéndole: «Sí. He oído hablar de la igualdad de sexos, y me parece muy bien. Pero ahora te estoy mirando y pensando en ti sólo como objeto sexual, y no puedes hacer nada para impedirlo» Pues sí que podía hacer algo. Podía impedir que él continuara pensando lo que estaba pensando. Pondría en su conocimiento, de una forma serena y profesional, quién era ella y por qué estaba allí... en cuanto se terminara su hamburguesa, decidió, al ver que Gabe le servía un plato humeante.

    Andy estudió el grasiento y polvoriento menú de Gabe, que había sido puesto al día a lo largo de los años a base de borrar los precios antiguos para escribir encima los nuevos. Se arriesgó a otro vaso de té edulcorado. Observó cómo una madre limpiaba la salsa de tomate de la boca de su hijo, y después observó cómo una nueva mancha roja sustituía a la anterior al engullir el niño una patata frita. Jugueteó con la salsera de metal que tenía frente a ella, la cual contenía tres variedades de salsa para carne. Cogió cuatro servilletas de papel y secó la humedad que su vaso de té no paraba de formar.

    Finalmente echó una mirada al extremo de la barra y vio que Lyon casi había terminado su comida. Estaba bebiendo café, sujetando posesivamente la taza con sus dedos largos y aparentemente fuertes. Su contemplación del tráfico a través de las amplias ventanas terminó en cuanto ella bajó del alto taburete. Lyon la miró. Andy le sonrió y deseó no sentirse como una chiquilla coqueta o, aún peor, como a una imitación temblorosa de ésta.

    —Hola —dijo, haciendo esfuerzos por llegar hasta su taburete, a pesar del temblor de sus rodillas.

    Lyon la recorrió con luna lenta y apreciativa mirada. Apenas disimuló su diversión y no intentó ocultar su aprobación sexual. ¿Tan acostumbrado estaba a que se le acercaran mujeres desconocidas en los bares?

    —Hola.

    De modo que iba a ponérselo difícil, no iba a ofrecer ninguna ventaja. De acuerdo, señor Ratliff. Andy respiró hondo y dijo:

    —Me llamo Andrea Malone.

    Andy no podía imaginar que la expresión de él pudiera cambiar tan rápida y drásticamente, o que sus ojos bajo las oscuras cejas pudieran endurecerse y enfriarse tan rápidamente. La miró con frialdad durante un largo momento, después se dio la vuelta dejándola con una visión posterior de sus amplios hombros. Como si Andy no existiera, bebió un sorbo de café con despreocupación.

    Andy miró a Gabe, en apariencia concentrado en rellenar un salero, pero ella podía imaginarse que tenía los oídos bien aguzados y escuchaba ávidamente. Se humedeció los labios con la lengua.

    —He dicho que me llamaba...
    —Sé quién es usted, señora Malone —dijo Lyon con un retintín condescendiente—. Es de Nashville. Televisión Telex Cable.
    —Eso significa que leyó la dirección del remitente aunque no se dignase a abrir mis cartas antes de devolverlas. ¿Me equivoco? —repuso Andy, pensando haber planteado un arrogante desafío.
    —No se equivoca.

    Lyon tomó un poco más de café. Su indiferencia era irritante. Andy ardía en deseos de arrancarle la taza de la mano —si eso era físicamente posible— y lanzarla al otro extremo del local, sólo para llamar su atención. Sin embargo, podía prever que un arrebato así podía acabar muy mal para ella. Él parecía irradiar una sólida fortaleza de cuerpo y espíritu, y Andy no deseaba jugar con ninguno de los dos a ser posible. Era obstinada pero no estúpida.

    —Señor Ratliff, sabe que...
    —Sé lo que quiere. La respuesta es no. Creo que ya se lo dije cuando recibí su primera carta hace varias semanas. Esa sí la respondí. Es evidente que no recuerda lo que contenía aquella carta. Decía esencialmente, que se ahorrara esfuerzos, trabajo, tiempo y dinero y —la evaluó cínicamente— ropa mueva. Nunca daré mi consentimiento para que entreviste a mi padre en su programa de televisión. Mi postura sigue siendo la misma de entonces. —Con rudeza le volvió la espalda de nuevo.

    De acuerdo. Había metido la pata. Tal vez todas su preguntas de los últimos días habían sido una forma poco profesional de enfocar el asunto, pero no pensaba abandonar ahora. Alzó los hombros, estrechado sin darse cuenta la tela de algodón ajustada alrededor de sus pechos.

    —Ni siquiera ha escuchado lo que quiero proponerle, señor Ratliff. Mire...
    —No quiero oírlo. — Volvió la cabeza hacia ella y sus ojos tropezaron con sus pechos. Ella se mantuvo perfectamente inmóvil, como si el moverse fuera una admisión de lo embarazoso de la situación. Al cabo de un momento él levantó la vista, y Andy recuperó la respiración y su expresión decidida.
    —Nada de entrevistas a mi padre —dijo Lyon con voz baja y tensa—. Es un hombre mayor y no se encuentra bien. Han venido otros más importantes que usted, señora Malone, a preguntar. La respuesta sigue siendo irrevocablemente no.

    Bajó del taburete y ella se dio cuenta, cuando se encontró mirando su clavícula, de que era muy alto. Andy dio un paso atrás y miró fascinada cómo metía las manos en el bolsillo de los ajustados tejanos y sacaba un billete de cinco dólares. La mano en el bolsillo hizo que la tela ya ajustada del vaquero tirara aún más, y que los colores le subieran a la cara. Lyon dejó el billete cerca de su plato; era más del doble de lo que costaba una hamburguesa con queso.

    —Gracias, Gabe. Hasta luego.
    —Hasta luego, Lyon.

    Andy no podía creer que se estuviera desembarazando de ella tan alegremente cuando él pasó por su lado con intención de salir.

    —Señor Ratliff —dijo con un deje de irritación, siguiéndolo.

    Él se detuvo y se dio la vuelta con deliberada lentitud, más amenazadoramente que si se hubiera girado rápidamente. Andy se sintió como si la estuvieran hiriendo con invisibles estocadas; sus ojos la repasaron por entero, desde la cabeza a los pies.

    —No me gustan las mujeres pesadas, señora Malone. Y eso parece ser usted. No permitiré que nadie entreviste a mi padre, y mucho menos usted. De modo que, ¿por qué no mete en la maleta su ropa nueva y se vuelve a Nashville que es donde debe estar?

    Andy arrojó su bolso sobre la cama y se dejó caer en la incómoda silla de la pequeña y mal ventilada habitación de hotel. Se presionó con ocho dedos la frente al mismo tiempo que se masajeaba las sienes con los pulgares. No sabía si era el calor, el clima árido o aquel hombre, pero algo le había producido un dolor de cabeza espantoso. El hombre. Sin duda había sido el hombre.

    Tras unos minutos de descanso se puso en pie, se quitó las botas y las lanzó a un rincón.

    —Gracias por nada.

    Se dirigió al baño y tomó dos aspirinas con agua del grifo.

    —¿Por qué no le diste una bofetada a ese cabrón engreído? —preguntó a su imagen en el espejo—. ¿Por qué te quedaste como una tonta aguantando que te insultara?

    Se soltó el pasador del pelo y sacudió la cabeza para recolocarlo, lo que le produjo más dolor de cabeza. «Porque quieres hacer esa entrevista, por eso», se contestó en silencio.

    No le apetecía llamar a Lex. ¿Qué podía decirle? Lex no encajaba bien las decepciones, por decirlo suavemente. Todavía seguía barajando las posibilidades de lo que podía decir cuando marcó el número de conferencias. Pidió una llamada a cobro revertido y persona a persona. Después de pasar por la centralita de Telex al despacho de Lex, oyó su gruñido quejumbroso.

    —¿Sí?
    —Hola, soy Andy.
    —Caramba, ya empezaba a temer que te hubiesen secuestrado unos cuatreros. Es un detalle que encontraras tiempo para llamarme.

    Sarcasmo. El humor del día era el sarcasmo. Andy lo aceptó con resignación, como aceptaba siempre los humores de Lex.

    —Lo siento, Lex, pero no tenía nada que decir, así que no llamé. ¿Recuerdas lo que nos dijiste el mes pasado sobre las conferencias innecesarias?
    —Pero eso no iba por ti, cariño —repuso con más cordialidad—. ¿Cómo van las cosas en el país de las vacas?

    Andy se frotó la frente y contestó:

    —No demasiado bien. Los primeros días no me enteré de nada. Lo único que saqué en limpio era que estaban ampliando el jardín de la casa del rancho. Eso, y el lugar donde su hijo Lyon Ratliff suele comer cuando está en la ciudad. Hoy he tenido el placer de conocerlo.

    Recordó no el modo descortés con que le había hablado antes de marcharse, sino cómo la había mirado la primera vez que sus ojos se habían encontrado. No se había sentido así en presencia de un hombre desde que... Nunca se había sentido así en presencia de un hombre.

    —¿Y bien? —Lex se impacientó.
    —Oh, pues... esto será duro, Lex. Es más tozudo que una mula. No hay forma de hablar con él. Es un gilipollas obstinado, grosero y desagradable.
    —Parece un tipo encantador —rió Lex.
    —Estuvo de lo más desagradable. —Jugueteó con un cordón del cubrecama rojo y negro de estilo español—. Esto ya no me hace ninguna gracia, Lex. Creo que no deberíamos forzarlo. ¿Y si el viejo general realmente está demasiado enfermo para ser entrevistado? Los informes sobre su salud son poco precisos. Quizá sea incapaz de soportar la tensión de una entrevista. Quizá ni siquiera es capaz de hablar. ¿Qué te parece si lo dejo y vuelvo?
    —Andy, cariño, ¿qué te pasa?

    ¿El sol de Texas te está secando el cerebro?

    Era como si estuviera viendo a Lex: bajando sus pies de la mesa y acercando la silla para apoyar los codos sobre la desordenada mesa en su postura de «seriedad»»; las gafas con montura de carey bien sobre su pelo rojizo o quitándoselas para dejarlas entre ceniceros a rebosar, envoltorios de caramelos y guiones de la semana anterior. Si Andy estuviera allí en lugar de a miles de kilómetros, estaría padeciendo la penetrante mirada de unos sobrecogedores y fríos ojos azules.

    —No permitirás que un tejano fanfarrón se interponga en tu camino, ¿verdad? Cariño, has superado cosas peores. Mucho peores. ¿Recuerdas aquellos sindicalistas mentecatos de los piquetes? Amenazaron a nuestro fotógrafo con porras, pero tú te los metiste en el bolsillo en diez minutos. Evidentemente todos estaban locos por ti, pero eso le ocurre a cualquier hombre con...
    —Lex —dijo Andy fatigada—. Déjalo.
    —¿Dejar qué? Me gustaría oírte decir: «Por favor, Lex, no lo dejes.» Ella, Lex Trapper y Robert Malone habían empezado juntos en una pequeña emisora de televisión. Lex producía nuevos programas, Robert hacía de periodista y Andy compartía los noticiarios de la noche con un bobo miope que estaba en la emisora desde sus inicios.

    Incluso después de que ella y Robert se casaran, la amistad entre los tres continuó sin cambios. Cuando a Robert lo contrataron como corresponsal de una cadena de televisión, pasaba fuera mucho tiempo. Lex la había ayudado a llenar las horas de soledad, pero sólo como un amigo.

    Recordaba vivamente la noche en que Lex fue a su casa y le dijo que Robert había muerto en Guatemala, adonde había ido a informar sobre un terremoto. Lex la había consolado durante semanas y había asumido aquellas responsabilidades que eran demasiado dolorosas para ella. Durante meses lo había utilizado como escudo entre ella y el resto del mundo, y él disfrutaba con ese papel de protector.

    Desde entonces habían seguido siendo amigos y ahora trabajaban juntos para Telex. Sabía quo no debía tomar en serio sus intentos de seducción. Lex nunca carecía de una mujer o mujeres. Su único amor auténtico era su trabajo, siempre lo había sido y siempre lo sería. Era astuto y, más a menudo de lo que Andy deseaba admitir, falto de escrúpulos. Su lenguaje era grosero y sus humores impredecibles.

    Pero aun así era su amigo. Y su jefe. Más le valía inventarse algo rápidamente.

    —¿Y si convenzo a Lyon Ratliff de que él se deje entrevistar? Sería...
    —Aburridísimo. Ese mamón no tienen nada que decir. ¿A quién le interesa? Necesitamos al viejo, Andy, Y lo necesitamos antes de que estire la para. Todavía quieres trabajar para un gran canal, ¿no es así?
    —Sí, por supuesto. Es lo que más quiero.
    —Muy bien, pues deja de decir tonterías. — Suavizó en tono—. Andy, cariño, vas a dejar boquiabierto a todo el mundo. Tú vales mucho. Eres la mejor entrevistadora del país. Hiciste llorar a un asesino en serie. Lo vi y ni siquiera llevaba las gafas puestas. Eres más joven, más inteligente y más sexy que nadie con esos dorados ojos y ese cuerpo sensual. Ponlos a trabajar. Seduce a ese vaquero y...
    —¡Lex!
    —Oh, lo siento. Olvidaba que estoy hablando con la mujer más frígida que se haya creso para fastidiar al hombre. Vamos, Andy, ¿para quién lo reservas? Estoy seguro de que no es para mí, y no será porque no lo haya intentado. Desde que Robert murió has vivido como una virgen vestal Hace tres años, por el amor de Dios. Suéltate un poco, cariño. Mueve tus largas pestañas ante ese vaquero y será como arcilla en tus manos.

    Andy casi se echa a reír ante lo absurdo de que Lyon Ratliff pudiera ser arcilla en las manos de alguien, pero se limitó a suspirar profundamente. En cierto modo Lex tenía razón. No tenía vida fuera del trabajo. Quizá era porque Robert había muerto durante una misión, quizá porque su padre había sido un destacado periodista. Andy Malone se sentía obligada a triunfar en el periodismo televisivo.

    Trabajar en Telex no era para ella el último peldaño, aunque tuviera cobertura nacional. Quería trabajar para un gran canal de televisión. Pero para conseguirlo debía dar un golpe espectacular. Una entrevista con el general Michael Ratliff le garantizaría la atención de algún ejecutivo televisivo de altos vuelos.

    —De acuerdo, Lex. No comparto tus métodos, pero me interesan los mismos fines. Volveré a intentarlo.
    —Buena chica. ¿Qué me dices de los jardines? ¿No podrías hacerte pasar por una pituitaria?
    —Eso es una glándula, tonto, no una planta. Creo que querías decir pyracantha o pittosporum.
    —Demonios. Nunca he sabido cómo se llaman mis glándulas. Lo único que sé es qué hacer con ellas.
    —Adiós, Lex.
    —Adiós, cariño.

    Pasó el resto de la tarde echada en una tumbona de la piscina del hotel, considerando que se había ganado media jornada libre. Sentía la mente y el cuerpo apaleados, aunque no se vieran señales visibles de heridas con aquel escueto bikini que arrancó silbidos de tres adolescentes que pasaban en una furgoneta. Su interés era inofensivo.

    El de Lyon Ratliff no.

    Hacía horas que había soportado el lascivo repaso de sus ojos, pero su cuerpo respondía al recuerdo de una forma tan viva como si acabara de suceder. Sus pechos se estremecían con sensaciones que hacía tiempo que creía muertas; sus pezones se erguían bajo el sostén del bikini. Una extraña sensación se había aposentado en su entrepierna, y de vez en cuando le recordaba que no había muerto en aquel terremoto con Robert.

    Se dirigió en su coche alquilado a un restaurante y compró comida para llevar; la tomó en su habitación. Más tarde intentó mirar la televisión, pero se aburrió con los insulsos programas de variedades y concursos. Intentó leer la última novela de moda. A pesar de que el protagonista se describía como rubio y de ojos verdes, ella sólo era capaz de imaginar un pelo castaño y unos ojos grises, una boca sugerente y sensual que podía endurecerse con la ira pero prometía besos inolvidables, un cuerpo alto y firme, un rostro guapo aunque duro y bronceado, que definía la virilidad. El protagonista del libro palidecía en comparación.

    «Es el hombre más grosero que he conocido en mi vida», se dijo dejando de lado la novela y yendo a comprobar si la puerta estaba bien cerrada. Antes de apagar la lamparilla, echó una mirada furtiva al espejo del armario por encima del hombro. Llevaba puesta una camiseta y unas pequeñas bragas. «No estaba del todo equivocado», se dijo segura de sí misma y apagó la luz. Sí, su cuerpo era bonito.

    ¡No podía creer que hubiese sido tan fácil! Recordaba simplemente haber oído en la peluquería que Lyon Ratliff había encargado unas plantas al vivero para ampliar el jardín. La esposa del dueño del vivero había anunciado con orgullo que su marido iba a entregarlas y plantarlas el jueves por la mañana.

    Andy había despertado aquella mañana ya con el plan organizado en su mente. En silencio dio las gracias a Lex por la inspiración. Se había vestido con un taje de verano de seda cruda y una blusa de seda color coral sin mangas. Se recogió el pelo en un moño en la nuca, en un estilo que sugería profesionalidad. Fue en coche hasta un kilómetro antes del rancho Ratliff y aparcó junto a la carretera, esperando no llegar tarde.

    Esperó en el arcén durante veinte minutos antes de ver al camión del vivero que se acercaba lentamente con su carga de plantas. Bajó del coche, levantó la capota y se quedó con la expresión indefensa y angustiada a un lado de la carretera. Tal como esperaba, el camión del vivero se detuvo justo después de pasarla. Andy corrió por un lado del camión hacia el conductor, que ya bajaba de la cabina.

    Muchas gracias por parar —dijo sin aliento.

    —Buenos días. ¿Qué le ha pasado a tu coche, encanto?

    Andy rechinó los dientes tras su falsa sonrisa.

    —No lo sé —gimió—. Iba camino del rancho Ratliff. Ya llegaba tarde a una cita con Gracie y encima me pasa esto. Debe de estar preocupada por mí. ¿Le importaría llevarme hasta el teléfono más cercano?

    No tenía ni idea de quién era Gracie. Sólo había oído a Lyon mencionarla en el restaurante de Gabe. Podía ser un pariente, una cocinera, un ama de llaves..., ¿una esposa? ¿Había oído en alguna parte que estuviese casado? ¿Por qué le preocupaba que pudiera estarlo? En todo caso, su treta sobre la cita con Gracie había funcionado. El hombre del vivero sonrió ampliamente.

    —Puedo hacer algo mejor que eso. Yo también voy a la casa de los Ratliff. ¿Qué te parece si te llevo hasta la puerta?

    Andy se llevó la mano al pecho con gesto afectado.

    —¡No hablará en serio! Eso sería mi salvación. Puedo hacer mi trabajo y resolver lo de mi coche al mismo tiempo. ¿Seguro que no le importa? —preguntó, dedicándole su mejor sonrisa.
    —Por supuesto que no, encanto.
    —Bien. Recogeré mi bolso y cerraré el coche. —Se apresuró sobre sus altos tacones, dando gracias de que el hombre hubiese sido tan fácil de manipular. Ni siquiera le había preguntado en qué consistía su trabajo.

    Hubo que sacrificar el pudor para subir a la cabina del camión, pero Houghton, que ya se había presentado, se comportó como un perfecto caballero y miró hacia otro lado.

    La cabina era ruidosa, llena de polvo y olía a tierra y fertilizante, pero Andy charló con Houghton de cosas banales y enseguida estuvieron a punto de cruzar la verja de seguridad que rodeaba el rancho Ratliff.

    Los frenos chirriaron cuando Houghton pisó a fondo el pedal, pero por lo visto Lyon había advertido al guarda de la llegada del camión del vivero. Las puertas se abrieron de par en par y un guarda desdentado con sombrero vaquero les hizo señas de que avanzaran por el camino asfaltado. Si vio a Andy advirtió que no parecía una jardinera, no le importó. Andy soltó un suspiro de alivio cuando el camión cruzó la verja y por el retrovisor vio que la puerta se cerraba tras ellos.

    —Te dejaré en la puerta principal, muñeca. Yo he de encontrarme con el señor Ratliff en el lado oeste.
    —Estupendo —dijo Andy, sonriendo. Mucho más estupendo de lo que había esperado. Lyon estaría ocupado un rato. ¿Lyon? ¿Había pensado simplemente el nombre de pila?

    La casa era impresionante y parecía propia del sur de California más que de las llanuras tejanas. Recogida dentro de un bosquecillo de pacanas, cedros y álamos, sus extensas dimensiones alcanzaban cierta grandeza. Era una casa de dos plantas, pero daba la impresión de que sus varias alas se extendían a lo largo de cientos de metros.

    La casa en sí y las construcciones auxiliares eran blancas y el techo de tejas rojas. El amplio y profundo porche del frente se apoyaba en cuatro arcos donde colgaban tiestos con y helechos, petunias y begonias. Los colores eran intensos. La oscura y fresca sombra hacía que el blanco de la casa resultara prístino y reluciente.

    —Gracias de nuevo, señor Houghton —dijo mientras éste frenaba ruidosamente y maniobraba para poner la primera.
    —Ha sido un placer, encanto. Espero que tu coche no tenga nada serio.
    —Yo también. —Bajó de la cabina, rechinando los dientes y sacudiendo el moño.

    Cerró la puerta con cuidado, para no llamar la atención. Con pasos lentos y silenciosos, se entretuvo en admirar un tiesto de flores. Cuando el camión por fin desapareció por el recodo, Andy se adentró en la sombra del porche.

    Cada uno de los arcos tenía una amplia ventana. Sintiéndose una especie de delincuente, se acercó sigilosamente a una, apoyó las manos contra los cristales haciéndose pantalla y miró dentro. Las habitaciones eran de techo alto, estaban bien amuebladas e inmaculadamente limpias. Había un gran salón con una enorme chimenea, y sofás y butacas confortables, un estudio con estanterías llenas de libros y un escritorio cubierto de papeles, y un comedor. La última habitación tenía suelo de baldosas y mobiliario de mimbre. A través de la ventana Andy distinguió que una de las paredes laterales era de cristal. La habitación estaba llena de plantas tropicales. Un ventilador de techo giraba parsimoniosamente.

    Un anciano sentado en una silla de ruedas parecía leer, ¿o quizá dormía? Andy rodeó la esquina de la casa hacia el otro lado y husmeó por la puerta de cristal corredera. Sí, estaba leyendo. Tenía un libro sobre el regazo. Su mano manchada por la edad pasó una página lentamente. Sobre la nariz huesuda descansaban unas gafas de montura metálica.

    Andy pegó un respiro cuando, sin ni siquiera mirarla, el anciano dijo:

    —Pase, señora Malone.


    2


    Quedó paralizada de la sorpresa, tanto de que el anciano supiera que ella estaba allí como de su expresión benévola cuando levantó la mirada y le sonrió. Estaba tan sorprendida ante el padre como lo había estado ante el hijo. Había esperado algo como la recreación del general Patton por parte del actor George C. Scott. ¿Dónde estaba el severo porte militar? El general Michael Ratliff parecía la personificación de la benevolencia. Ella había visto fotografías suyas, pero sacadas hacía cuarenta años y guardaban muy poco parecido con aquel frágil anciano.



    Al parecer su incredulidad lo divertía.

    —Acérquese más, donde pueda verla mejor, por favor, señora Malone.

    Andy se obligó a cruzar la puerta de cristal y entrar en la habitación jardín.

    —¿Es usted el general Ratliff? —preguntó.

    El anciano rió entre dientes.

    —Desde luego.
    —Co... —Andy tragó saliva—. ¿Cómo sabe quién soy? ¿Me esperaba? —Por un momento se preguntó si Lex habría convencido al general de que concediera una entrevista, pero desechó la idea, Ésos no eran precisamente los métodos de Lex. Además, nadie hablaba con el general sin consultar primero a Lyon. Y éste no cambiaba de idea fácilmente.
    —Sí, la estaba esperando —contestó—. Siéntese, por favor. ¿Le apetece beber algo?
    —No gracias. —¿Por qué de repente se sentía como una colegiala pillada en una pequeña travesura? Se sentó en el borde de una de las butacas de mimbre de alto respaldo en forma de abanico y cojín con vivo estampado. Apretó el bolso entre el muslo y el brazo y tiró del dobladillo de su falda.— No ha levantado la vista antes de hablarme. ¿Cómo...?
    —Entrenamiento militar, señora Malone. Siempre he tenido radares en lugar de oídos. Mi excelente sentido del oído desesperaba a mis oficiales subordinados. Nunca podían criticarme sin que los oyera. —Rió otra vez.

    Pero ¿cómo sabía mi nombre?

    A pesar de que la habían pillado in fraganti, se estaba divirtiendo. Era una sensación embriagadora saber que estaba finalmente ante uno de los más ilustres héroes de guerra norteamericanos. Su cuerpo parecía débil, pero su mente era aguda y perspicaz. Tenía los ojos legañosos, pero Andy sospechaba que veían más de lo que se creía. ¿O era su penetrante percepción la que hacía que lo pareciera? Su escaso cabello blanco estaba bien peinado, al estilo militar. Vestía un mono impecablemente almidonado y planchado.

    —¿Ha visto alguna vez mi programa de televisión? —le preguntó Andy.
    —No, siento decirle que no. Sabía quién era porque Lyon me contó que la encontró ayer en la ciudad. —Esperó a ver su reacción.

    Andy relajó su expresión y adoptó una máscara de placidez.

    —Ya —repuso fríamente—. ¿También le contó que estuvo muy grosero conmigo?

    El anciano soltó una risotada breve y fuerte que le provocó un acceso de tos. Andy se levantó alarmada, y se inclinó sobre él dispuesta a ayudar. No tenía ni idea de lo que podía hacer y no quería ni pensar las repercusiones en caso de que algo le sucediera mientras estaban a solas. Finalmente el espasmo cedió, y el anciano la hizo sentar con un gesto. Después de respirar hondo varias veces, dijo:

    —No, Lyon no me habló de su grosería pero puedo imaginármela.

    Se secó los ojos acuosos con un pañuelo y Andy podría haber jurado que su expresión era de disimulada malicia.

    —Me dijo que otra periodista estaba en la ciudad haciendo preguntas. La llamó... entrometida. Sí, creo que la llamó así. También dijo que sin duda usted estaría dispuesta a utilizar sus encantos y su cuerpo para conseguir su reportaje. Después la describió con todo detalle.

    Andy se sonrojó y apretó los dientes con rabia. ¡Miserable! Cómo se atrevía a acusarla a ella de algo tan despreciable. Le habría gustado regodearse en su rabia, pero se dio cuenta de que el general sopesaba su reacción.

    —General Ratliff, quiero que sepa que su hijo se equivoca conmigo. Es cierto, he estado haciendo preguntas sobre usted y su vida en el rancho, pero sólo porque quiero...
    —No se preocupe, señora Malone. Sólo le estaba contando la impresión de Lyon. Para que pueda formarse mi propia impresión imparcial, déjeme poner las cartas sobre la mesa. Usted trabaja para un canal de televisión por cable, y quiere entrevistarme para su programa. ¿Correcto?
    —Sí, señor. Nosotros, quiero decir yo, queremos hacer una serie de entrevistas que puedan emitirse durante una semana. Los programas durarán una media hora.
    —¿Por qué?
    —¿Por qué...? —repitió ella, sin comprender.
    —¿Por qué quiere entrevistarme?

    Andy lo miró perpleja, meneó la cabeza y dijo:

    —General Ratliff, ya puede imaginárselo. Usted forma parte de la historia de este país. Su nombre sale en todos los libros que trataban de la Segunda Guerra Mundial. Hace años que está recluido en este rancho. La población siente curiosidad por usted y quiere saber qué hace.
    —Puedo responderle con una palabra: nada. Estoy aquí sentado día tras día, envejeciendo, deteriorándome, esperando la muerte. — evantó la mano para detener sus protestas—. Vamos, señora Malone, si espera que trabajemos juntos, necesitamos ser honestos el uno con el otro. Estoy a punto de morir. Hace tiempo que lo espero, y en cierto modo lo deseo. Estoy cansado de ser viejo e inútil.

    Andy no supo qué responder, de modo que no dijo nada. Se miraron por un momento. El general habló primero.

    —Hipotéticamente, digamos que acepto que me entreviste. ¿Podría imponer mis condiciones de capitulación, por decirlo así?

    El corazón de Andy empezó a latir aprisa.

    —Sí, señor.
    —Muy bien. Tendrá su entrevista, señora Malone, aunque el motivo de que quiera entrevistarme a mí en lugar de a algún personaje más de actualidad es algo que no logro comprender.
    —Para mí usted es de plena actualidad —dijo Andy con franqueza.

    El anciano rió.

    —En mi juventud tal vez. Bien, pasemos a mis condiciones. Puede preguntar lo que quiera sobre mi infancia, mis estudios, mi trayectoria militar antes y después de la guerra. En la Primera Guerra Mundial fui soldado de infantería. ¿Lo sabía? —Sin esperar su respuesta, continuó—: Puede preguntar sobre la guerra en conjunto, pero no hablaré sobre batallas concretas.
    —De acuerdo —musitó Andy.
    —No contestaré a ninguna pregunta sobre una batalla concreta.
    —Comprendo —mintió, pero estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa por la posibilidad de conseguir la entrevista.
    —¿Cuándo empezamos? ¿Hoy?

    Andy sonrió ante su entusiasmo.

    —No tan deprisa, general. Hablaré con mi equipo esta noche, y ellos llegarán con el material dentro de un par de días.
    —¿La entrevista será en película?
    —En cinta de vídeo.
    —Cinta de vídeo —repitió meditabundo, como si no fuera capaz de comprender el concepto.
    —Es lo mismo que la película, pero no tiene que procesarse. Es como una cinta de un magnetófono, pero con imágenes también. —El anciano asintió solemnemente—. Utilizaré el tiempo que tarde en llegar el equipo para elegir los escenarios. No quiero que toda la entrevista se grabe en el mismo sitio.
    —Y tendremos la oportunidad de conocernos mejor —dijo él guiñándole el ojo—. ¿Cuánto tardaremos?
    —Trabajaremos cada día hasta que usted diga basta. Si grabamos un programa completo al día será perfecto para todos. Deberíamos haber terminado...
    —Ya ha terminado —se oyó de pronto.

    Andy volvió la cabeza rápidamente y vio la amenazadora silueta de Lyon recortada en el umbral contra el brillante paisaje exterior. Tenía los brazos en jarras. Llevaba tejos, camisa vaquera y polvorientas botas de montar. El viento le había despeinado. Su expresión era fiera.

    —Pasa, Lyon. Creo que ya conoces a la señora Malone.

    Lyon entró en la habitación. Ignoró ostentosamente el intento de cortesía de su padre y miró directamente a Andy.

    —¿Qué demonios hace aquí?

    Andy se incorporó rápidamente. No pensaba comportarse como una penitente.

    —Ya sabe qué hago aquí.
    —También sé la forma poco digna que ha utilizado para cruzar la verja. Houghton y yo íbamos por la segunda hilera de bojs cuando me ha hablado sobre la encantadora damita a la que se le había estropeado el coche y a quien había traído hasta aquí para que llegara a tiempo a su cita con Gracie. Gracie está aquí hace más años que yo, y que yo sepa nunca ha tenido una «cita». He atado cabos, y desgraciadamente eso me ha conducido hasta usted. Bien, señora Malone, ahora se marchará. A la fuerza si es necesario.

    Andy supo que lo decía en serio. Estaba a punto de cogerle el brazo cuando su padre lo detuvo.

    —Lyon, a tu madre le disgustaría mucho tu falta de educación, sobre todo con una dama. He aceptado que la señora Malone me entreviste.

    Si le hubiesen golpeado con una pala, Lyon no habría quedado más anonadado.

    —Papá... ¿estás seguro? —Mostrando una sensibilidad de la que Andy no lo habría considerado capaz, se arrodilló junto a la silla de ruedas de su padre y apoyó su larga y bronceada mano en el hombro del general Ratliff— ¿Estás seguro? —repitió.

    Los ojos del general se encontraron con los de su hijo.

    —Sí, lo estoy. No lo haré por los demás, pero la señora Malone es encantadora y no puedo negarme a su petición.
    —¿Encantadora?, que tontería —exclamó Lyon, levantándose—. No dejes que te enrede en hacer nada que no quieras.
    —¿Realmente crees que puedo ser tan idiota, Lyon? —repuso el anciano amablemente—, No te preocupes. Todo irá bien. Quiero hacerlo.
    —De acuerdo. —El asentimiento de Lyon fue seco y escueto.
    —Bien, señora Malone, creo que todo está claro —dijo el general de buen humor.
    —Gracias, general Ratliff —dijo ella—: y llámeme Andy, por favor.
    —Me gusta usted, Andy.
    —Y usted a mí. —Andy rió y el general la secundó, contentos los dos de haberse conocido.
    —Dispénsenme — dijo Lyon fríamente—, pero debo volver al trabajo.
    —Lyon, deja que Houghton haga su trabajo. Lleva a Andy a su hotel y ayúdala a traer sus cosas aquí.

    Andy y Lyon se volvieron al mismo tiempo para mirar con desconcierto al general Ratliff. Finalmente Andy recuperó la voz para balbucear:

    —Yo... estoy en el Haven in the Hills... y le aseguro que estoy muy bien instalada.
    —Pero no tan bien como lo estará aquí —dijo el general afable—. No ha probado los platos de Gracie. —«De modo que Gracie es la cocinera», pensó Andy—. Y yo puedo sentir la necesidad de desnudar mi alma en cualquier momento del día o de la noche. No querrá arriesgarse a perdérselo. Así pues, será mejor para usted vivir bajo este techo hasta que terminemos el proyecto.
    —Pero mi equipo estará en el hotel y...
    —¿Cuántos hombres forman su equipo —Cuatro.
    —Pues los instalaremos en la cabaña- Hay suficiente sirio. No quiero oír más objeciones —dijo con un tono lleno de reminiscencias de su antiguo mando—. Lyon y yo estamos demasiado solos aquí. Será una distracción bien recibida. —Puso en marcha el motor de su silla—. Ahora, excusadme. Me habéis fatigado mucho. Nos veremos a la hora del almuerzo.

    Salió de la habitación acompañado del suave ronroneo del motor y Andy se quedó a solas con Lyon. Éste debía de ser consciente de la capacidad auditiva de su padre, porque esperó a perder de vista la silla de ruedas antes de decir:

    —Debería estar muy orgullosa de sí misma.

    Andy desafió la acusación contenida en aquellos duros ojos grises.

    —Lo estoy. Su padre accedió encantado a las entrevistas. Habríamos podido ahorrar mucho tiempo y problemas si usted le hubiese transmitido mi petición hace meses en lugar de devolver mis cartas sin abrir.
    —Él puede haber consentido hacer esas entrevistas, pero yo no. —La miró de arriba abajo con ojos burlones—. ¿Su vida no es lo bastante emocionante? ¿Qué es lo que la motiva a fisgar en la vida personal de las personas? ¿Es así como se excita?

    Andy no podía soportar la burlona curva de su boca.

    —No estoy fisgoneando. Sólo quiero hablar con su padre y grabar esa conversación en vídeo, para que puedan verla miles de personas que pueden estar interesadas en lo que tenga que decir.
    —Eso suena muy bien, señora Malone. Noble y honesto. A ver si la nominan para la santidad. —La sonrisa burlona desapareció de su cara y, con un movimiento tan rápido como brusco, la cogió por el brazo y la atrajo hacia sí. Sus rígidos labios apenas se movieron mientras decía— Pero se lo advierto, si hace algo, cualquier cosa que trastorne o hiera a mi padre, se arrepentirá. Creo que me ha comprendido.

    Ella se quedó sin respiración cuando sus pechos se aplastaron contra el firme torso de él, pero consiguió decir:

    —He comprendido.

    Lyon la miró desde arriba y asintió lentamente con la cabeza, dándole a entender que ya la creería cuando lo viera. Durante un momento que a ella le pareció una eternidad, continuó mirándola fijamente. Andy no se atrevía a respirar. Si se movía, sólo conseguiría llamar la atención sobre la unión de sus cuerpos, que sugería una lucha libre o un abrazo de amantes, y en cualquier caso no quería ser consciente de ello.

    Al mismo tiempo que ella decidía permanecer totalmente quiera y no resistirse, la conciencia de su tentadora proximidad se reflejó en la cara de Lyon. De repente la soltó bruscamente. Un observador podría haber pensado que él consideraba peligroso el estar cerca de ella.

    —Vamos a buscar sus cosas —gruñó—. No soy un servicio de taxi.

    A ella le habría gustado contestar con un rechazo mordaz, pero habría hablado con su espalda dado que él ya cruzaba la puerta de cristal. Lo siguió por el porche, que rodeaba toda la casa, hasta la parte de atrás, donde estaba aparcado su El Dorado en un garaje de cuatro plazas.

    Ni siquiera le abrió la puerta, sino que se sentó directamente al volante. Ya había encendido el motor y tenía una expresión de impaciencia y fastidio cuando ella llegó y se sentó en el asiento del pasajero. Andy le comunicó lo que pensaba de su educación con un violento portazo. Su respuesta fue un indiferente silencio; le daba lo mismo lo que ella pensara.

    Cruzaron la puerta velozmente hacia la carretera. El panorama a cada lado era borroso y Andy no quería saber a qué velocidad iban. Lyon conducía con un codo apoyado en la ventanilla abierta y con los dedos tamborileaba el techo del coche siguiendo alguna melodía. El viento hacía estragos en el pelo de Andy, pero ella se habría muerto antes de pedirle que cerrara la ventanilla.

    —Ése es mi coche —dijo cuando pasaron el pequeño coche todavía aparcado en el arcén del carril opuesto.
    —Lo recogeremos a la vuelta. No quisiera que le sucediera nada a la encantadora damita.

    Andy le dirigió una mirada asesina antes de ponerse a mirar por su propia ventanilla. Se esforzaba por controlar el mareo que le producía ver pasar el paisaje a aquella velocidad enloquecida.

    No volvieron a hablar hasta que el coche paró a pocos metros de la habitación de su hotel, que tenía un rótulo con el mismo número que su llave. Andy lo miró con ojos inquisitivos.

    —Usted no es la única que puede hacer preguntas, señora Malone Los ojos grises con que la miró la inquietaron. ¿Qué más había descubierto con sus preguntas acerca de Andy Malone?
    —Vuelvo enseguida —dijo, disponiéndose a salir del coche. Incluso con los cristales bajados, la atmósfera del coche le había parecido sofocante.

    Abrió la puerta apresuradamente y entró en su habitación. Lyon la había seguido sin que ella lo supiera y de pronto lo vio en el umbral con la mano apoyada en la puerta abierta.

    —La ayudaré.
    —No es necesario.
    —No he dicho que lo fuera.

    La obligó a retroceder y entró en la habitación antes de cerrar la puerta. La habitación, ya de por sí pequeña, se encogió como una casa de muñecas en cuanto él estuvo dentro. Lanzó las llaves del coche sobre la cama, que la camarera ya había hecho, después se dejó caer encima y se apoyó en la cabecera, estirando sus largas piernas de modo que sus botas colgaran por el borde. Cuando Andy se quedó mirándolo, dijo:

    —No se preocupe por mí. —Su sonrisa era arrogante e irritante; sabía muy bien que la estaba sacando de sus casillas.

    Andy le dio la espalda y sacó una maleta del armario. Empezó a recoger vestido furiosamente de las perchas y a meterlos de cualquier manera en la maleta. Recogió varios pares de zapatos del suelo y los arrojó bruscamente dentro de una bolsa.

    —No se olvide de las botas —dijo él desde la cama.

    Andy se dio la vuelta.

    —No las olvidaba. Van en una caja aparte. Gracias por su ayuda.

    Lyon sonrió, y por un momento Andy quedó cautivada por una fantasía que surgió en su mente: Lyon apoyado en la cabecera de una cama y sonriéndole, no con desprecio sino con intimidad. Sintió un nudo en la garganta y una sensación ondulante en el abdomen. Esa sensación la aterrorizó e intentó en vano sofocarla.

    Se inclinó sobre el tocador y rápidamente recogió todos sus cosméticos y artículos de baño en una maleta más pequeña. Botellas y frascos cayeron al unísono, y ella rogó que no se rompiera nada que pudiera verterse y estropearlo todo. Miró al espejo del lavabo y vio que los ojos de Lyon no se habían separado de ella. Estaba observando todos sus movimientos.

    —¿Encuentra un perverso placer en mirar todo esto?
    —En realidad sí. En mi vida anterior debí de ser un mirón.
    —Debería resolver eso con el psicoanálisis.
    —¿Por qué? —Arqueó las cejas con curiosidad—. ¿Es que le pone nerviosa que la mire?
    —En absoluto. —La sardónica expresión de él le dio a entender que sabía que mentía. Andy apartó los ojos del espejo y apretujó un último frasco en su neceser.

    Sus manos vacilaron cuando se enfrentó con los cajones de la cómoda, que estaba situada directamente frente a la cama. Apresuradamente recogió la resbalosa lencería que se escurría entre sus dedos torpes. Dejó caer una combinación con una amplia banda de encaje a cada lado; la recogió rápidamente, ni sin que una disimulada mirada en dirección a él le informara de que la había visto. La sonrisa de Lyon era sugestiva.

    Mientras recogía sus notas, que estaban en desorden sobre la mesita, y las metía en el maletón, él se levantó de la cama y se dirigió al baño. A los pocos segundos salió llevando un sostén y unas bragas a juego de color frambuesa. Andy recordó que los había lavado la noche anterior y los había tendido en la barra de la cortina de la ducha. Lyon llevaba una pieza en cada mano y no le quitó os ojos de encima hasta que estuvo a pocos centímetros de ella. Andy se quedó inmóvil —No se deje esto —le dijo lentamente. Miraba las brillantes prendas sopesándolas con meticulosidad. Como en trance, Andy también se quedó mirando las prendas. A través de la brillante tela podía leer la palma de su mano con la claridad de una pitonisa—. Quizá no las habría echado de menos, son tan pequeñas...

    Andy resopló y le arrebató el sostén y las bragas. Lyon rió mientras ella los guardaba en la maleta y la cerraba de un golpe. La levantó pero, para su sorpresa, él se la quitó de las manos.

    —¿Tiene que pasar por recepción? —le preguntó, abriendo la puerta de la habitación.
    —Sí —dijo ella con frialdad, para que no se diera cuenta de que el corazón le latía tan aprisa que le dolía el pecho.
    —Entonces iré cargando mientras usted va a recepción. Pasaré a recogerla.

    Eso era demasiado razonable para discutirlo.

    —Muy bien.

    Andy salió de la habitación y cruzó el pasillo que llevaba a recepción. A la recepcionista masticadora de chicle le llevó bastante tiempo cumplimentar todo el papeleo, absurdamente complejo para tres noches de estancia en el hotel. Cuando la empleada pasaba la tarjeta de crédito de Andy por la máquina, vio El Dorado de Lyon aparcado delante de la puerta.

    Miró a Andy especuladoramente.

    —¿Es ése Andy Ratliff?
    —Sí —dijo Andy dirigiéndole una mirada que la dejó sin ganas de hacer más preguntas o comentarios.
    —Hummm — fue todo lo que dijo.

    Andy salió de la recepción y subió al coche. Le gustaba el olor a piel de la tapicería. También le gustaba cómo olía Lyon; incluso cuando había entrado en la casa después de estar plantando matorrales, olía a hombre limpio y a almizcle.

    Lyon había cerrado la ventanilla y había puesto el aire acondicionado, cuyo ronroneo fue el único sonido dentro del coche hasta que llegaron a la carretera. Entonces la miró y le preguntó.

    —¿Qué hace el señor Malone mientras usted corre podo el país invadiendo la intimidad de las personas?

    Herida, Andy le replicó con aspereza:

    —Mi marido murió.

    La cara de Lyon no reflejó ninguna emoción, pero sus ojos volvieron a la carretera. Andy también desvió la vista, deseando que su perfil no fuera tan atractivo.

    —Lo siento —musitó Lyon finalmente—. ¿Cómo ocurrió?

    Su excusa la sorprendió; sin duda sus rápidos cambios de humor eran desconcertantes.

    —Murió en una misión en Guatemala. Durante el terremoto.
    —¿Cuánto tiempo hace?
    —Tres años.
    —¿Era periodista?
    —Sí.
    —¿De un periódico?
    —Televisión.
    —¿Viajaba mucho?
    —Casi siempre. Era corresponsal de una cadena de televisión.
    —¿Eran felices?

    «¿Por qué una pregunta tan personal?», pensó ella. Las anteriores eran sólo las habituales de cortesía. De buen grado le habría contestado que la historia de su matrimonio no era asunto suyo, pero la prudencia le advirtió que no lo hiciera. Ella entrevistaría a su padre, y si se mostraba amable con Lyon, quizá éste dejaría de intentar sabotear su trabajo. ¿Podrían pactar una tregua?

    —Sí, lo éramos —se oyó decir a sí misma.

    Él la miró tan fijamente que Andy estuvo a punto de coger el volante, pues conducía excesivamente rápido. Por fin Andy volvió los ojos al frente.

    Andy se removió en el mullido asiento. Había una especie de tensión entre ellos que los atraía y repelía al mismo tiempo. El impulso de tocarlo era más fuerte que ella. Se moría de ganas de tocarle el espeso y oscuro cabello; la ceñida camisa la invitaba a tocar los músculos que se insinuaban por debajo; y deseaba apretar su muslo sólo para comprobar si eran tan duro como parecía bajo el tejano.

    —¿Desde cuándo hace esta clase de trabajo?

    Su pregunta la devolvió al reino seguro del pensamiento, aunque la sangre le corría alocadamente por las venas. Se aclaró la garganta.

    —Desde que me licencié en la universidad. Empecé escribiendo anuncios para un canal de televisión local, ascendí a otro departamento y durante un tiempo estuve presentando las noticias.
    —Pero ahora se dedica más a la investigación de las cosas.
    —Sí —dijo vacilante, consciente de a donde podía ir a parar la conversación.
    —Estaba pensando que... —dijo él como reflexionando en voz alta—. Bueno, pensaba que a veces los hombres que viajan mucho eligen esa clase de trabajo porque no son felices en casa. ¿Este viaje no será algún tipo de expiación para usted? Hizo infeliz a su marido, él se fue a Centroamérica y murió, y ahora quiere compensarlo siguiendo sus pasos.

    Estaba tan cerca de la verdad que Andy sintió como si le hubiesen perforado la conciencia y estuviera experimentando una muerte larga y agónica. Pero como todos los animales heridos, se incorporó desafiante.

    —¡Cómo se atreve a decir eso! No sabe nada de Robert, nada de mí. Es...
    —Lo sé todo de usted. Es una mujer autoritaria y ambiciosa, y encima resulta que es más atractiva que la mayoría. —De pronto sacó el coche de la carretera y frenó bruscamente en el arcén tras el coche de Andy, que se dispuso a bajar, pero él le sujetó la muñeca con una mano de hierro. Acercó la cara a la de ella y su voz sonó dura y áspera—: No crea que porque tiene una cara bonita, piernas bien torneadas y unos pechos apetecibles no me doy cuenta de que es más dura que una piedra. Su piel puede ser tersa y suave, pero por dentro es un bloque de hielo. Conozco bien a las de su clase, Andy Malone. Castran a cualquier hombre lo bastante idiota para ponerse a tiro. Yo no soy tan idiota. De modo que mientras haga esas malditas entrevistas apártese de mí y yo me apartaré de usted. Ahora que nos hemos entendido, quizá conseguiremos tolerarnos mutuamente.

    A continuación le soltó la mano y abrió la portezuela. Andy salió del coche sin mirarlo, cerró la portezuela de un golpe y se tragó la rabia impotente cuando los neumáticos de El Dorado rechinaron sobre el suelo de grava, envolviéndola en una nube de polvo.

    Al cabo de diez minutos la recibió ante la puerta principal una mujer que sólo podía ser Gracie. Por lo visto Lyon había tenido la decencia de advertir al ama de llaves y al guarda de la puerta de que llegaría en pocos minutos.

    —Creo que necesitará lavarse antes del almuerzo —dijo Gracie con cortesía—. Hace demasiado calor. Suba y le enseñaré su habitación. Nunca había visto al general tan entusiasmado. Me dijo que pusiera la alfombra roja. Le ha dado la habitación más grande de arriba, aparte de la de Lyon, claro.

    Gracie Halstead era una mujer de pecho generoso y amplia cintura. Su pelo gris y su cara alegre y redonda le daban un aspecto maternal, así como sus gestos de matrona.

    —Ya hemos llegado —dijo, abriendo la puerta de una habitación llena de muebles antiguos y de sol.

    La habitación daba a la cara sur de la casa. En el horizonte se veían las redondeadas colinas. El ganado pastaba en los prados exuberantes y a través del prado más cercano discurría un río que cruzaba la propiedad de los Ratliff. Gráciles cipreses con su oscuro follaje y sus troncos retorcidos se alineaban en las orillas del río.

    —Eso que está mirando es el Guadalupe.
    —Todo esto es precioso —dijo Andy.
    —Sí. Vivo aquí desde que el general Ratliff construyó la casa después de la guerra. Nunca me cansaré del paisaje que ofrece. ¿Ha visto la piscina? El general desea que utilice todas las instalaciones de la casa mientras esté aquí.
    —Gracias, lo haré.
    —Lyon ha traído su equipaje. —Señaló con la cabeza las maletas y Andy imaginó que habían sido arrojadas sin miramientos al suelo.
    —Sí. Que amable. —Gracie no advirtió el sarcasmo.
    —Volveré abajo a preparar el almuerzo. El baño está ahí. —Señaló una puerta—. He dispuesto lo necesario pero si he olvidado algo vaya a las escaleras y llámeme.

    Andy sonrió.

    —De acuerdo.

    Gracie también sonrió y, con los brazos cruzados sobre el estómago y la cabeza inclinada hacia un lado, repasó a Andy apreciativamente.

    —Creo que general tenía razón. Creo que será... interesante tenerla aquí. —Antes de que Andy pudiera descifrar esa enigmática afirmación, Gracie salió diciendo—: La comida es a las doce.

    Andy se quedó a solas. Se quitó el arrugado traje que sin embargo se había puesto por la mañana recién salido de la tintorería. Le quitó el polvo como pudo, murmurando maldiciones contra el carácter de Lyon Ratliff.

    Después de una breve pero refrescante ducha en el bonito baño, decorado en tonos amarillo y caramelo, se puso una falda y una blusa informales. Se llevó el cepillo a la ventana y se soltó el cabello. Mientras contemplaba el paisaje desde el segundo piso, Lyon apareció por el lado del garaje. Se reunió con Houghton, que estaba arrodillado en un parterre de flores todavía plantando.

    El cepillo quedó en suspenso por encima de su cabeza cuando Lyon se sacó los faldones de la camisa fuera de los pantalones y se desabrochó los botones. Se la quitó y la colgó de una rama baja de una pacana. Absorto en su conversación con Hougton, sus gestos eran naturales y sin afectación, pero aun así ejecutados con la seducción de unos pasos de baile.

    Andy se llevó la mano al pecho como para contener su corazón. Sus especulaciones sobre lo que habría bajo la camisa de Lyon no la habían preparado para verlo desnudo. Vio sus hombros anchos y ondulantes de músculos cuando cogió una carretilla y la empujó unos metros. Su peco estaba moteado de vello oscuro y rizado que bajaba desde el tórax hasta la cintura de sus tejanos en forma de punta de flecha. Andy tragó saliva cuando él se rascó descuidadamente el pecho.

    Se rió por algo que había dicho Hougton y a Andy le impresionó la visión de sus dientes en contraste con su cara bronceada. Arrugó los ojos en una alegre expresión que ella no le conocía. Sólo lo había visto enfadado y arrogante, odioso y agresivo. No. También lo había visto de otro modo: sugerente e insolente.

    Se apartó de la ventana, dejando a un lado el cepillo. Por lo visto Lyon no pensaba acudir al almuerzo.

    No lo hizo, pero Andy disfrutó de la ensalada verde que Gracie había preparado para ella, salpicada de queso rallado y trocitos de pavo frío.

    —Me parece que le gustan demasiado las ensaladas —observó el ama de llaves—. No me parece mal, pero pienso ocuparme de que engorde mientras esté aquí.
    —Por favor, no se moleste por mí. Tendrá bastante trabajo cuando lleguen mis compañeros. Convertiremos su inmaculada y serena casa en un caos. Pero le prometo que intentaremos incordiar lo menos posible.
    —En esta casa nunca ha habido ningún desorden que yo no pudiera solucionar. Hagan lo que tengan que hacer.
    —Con su permiso, general Ratliff, dedicaré la tarde a echar un vistazo en busca de los mejores lugares para filmar las entrevistas.

    El anciano estaba sentado a la cabecera de la mesa, intentando comer su plato de comida blanda.

    —Por supuesto.
    —¿Dónde se siente más cómodo?
    —Paso casi todo el tiempo en la habitación donde me ha encontrado esta mañana —dijo guiñándole un ojo—. O en mi cuarto. A veces en el salón.
    —Quiero que se sienta en un entorno habitual, para que esté relajado ante las cámaras. Necesito ver las habitaciones y comprobar si tienen suficientes enchufes y cosas así. Esta noche llamaré a Nashville y diré a mi equipo qué material tiene que traer. Seguramente llegarán pasado mañana.

    Aquella noche se dedicó a examinar las habitaciones que había mencionado el general, no sólo buscando los escenarios posibles técnicamente, sino también estéticamente. Algo que el público de Andy Malone estaba acostumbrado a esperar era que la entrevista fuese escrupulosamente preparada y presentada.

    Gracie le proporcionó una caja llena de recortes e informes sobre la vida del general y su carrera militar. Andy estudió su contenido y comprobó que los artículos de periódico terminaban pocos años después de la guerra. En ese momento había pedido una jubilación anticipada y se había convertido en el anacoreta de los últimos treinta años. Su mente de periodista se concentró en ese hecho, pero no fue capaz de encontrarle significado. Llenó dos hojas con posibles preguntas.

    Imaginando correctamente que no había que vestirse de modo muy formal para la cena, se cambió sólo de blusa. Eligió una de color crudo, de mangas cortas y anchas. Las estrechas solapas se abrochaban en el escote. Se dejó el pelo suelto sobre los hombros.

    Lyon, con un aspecto pulcro y húmedo después de la ducha, estaba asegurando la silla de su padre en la cabecera de la mesa cuando ella entró en el comedor. Levantó los ojos y los dos le sostuvieron la mirada hasta que Andy murmuró:

    —Buenas noches.

    Ahora iba completamente vestido, pero ella todavía lo veía con el pecho desnudo. Se le aceleró el pulso cuando él le apartó la silla cortésmente y ella aspiró aquel aroma únicamente suyo.

    A través de la niebla de sensaciones que la asaltaba se le ocurrió que debería estar furiosa con él. La última vez que habían hablado, él se había mostrado descaradamente grosero e insultante. La había abandonado en la carretera, envuelta en una nube de polvo. Pero por mucho que la irritara, en lugar de avivar su propia rabia, el verle sólo le había producido aquella sensación de languidez en la boca del estómago que era su pesadilla desde que lo había visto por primera vez.

    El general, ignorante de la chisporroteante tensión que había entre su hijo y su invitada, inclinó la cabeza para rezar. Andy y Lyon lo imitaron. A los pocos segundos de iniciar la plegaria, Andy no pudo contenerse y miró a Lyon, que estaba sentado frente a ella. Levantó lentamente las oscuras pestañas, pero abrió los ojos de golpe cuando encontró dos ojos grises que la miraban fijamente, sin atisbo de timidez o vergüenza. Para evitar su poder hipnótico, volvió a cerrar los ojos e inclinó de nuevo la cabeza.

    Una vez acabada la oración, todos se animaron.

    —Hoy Andy ha empezado a elegir lugares para las entrevistas —dijo el general después de que Gracie sirviera a Lyon y Andy. Al general le habían servido otro plato que parecía totalmente insulso.

    Por su parte, el ama de llaves estaba haciendo honor a su promesa de engordar a Andy. La comida era suntuosa y abundante.

    —¿Ah, sí? —Lyon arqueó una ceja con interés.
    —Sí —confirmó Andy—. Su padre tuvo la amabilidad de darme carta blanca para usar las habitaciones de la casa —Intentó decirlo como reprensión por la falta de hospitalidad del hijo, pero no lo consiguió. La comisura de la boca de Lyon se torció con diversión—. De todos modos, creo que limitaremos el rodaje a las habitaciones que su padre suele utilizar. —Miró al general Ratliff—. ¿Podría salir fuera? Me gustaría rodar algo exterior para el rollo B.
    —¿El rollo B? —preguntó Lyon.
    —El rollo B es una cinta adicional con un escenario alternativo. Puede resultar aburrido ver a dos personas sentadas en dos sillas durante treinta minutos. Pero si tenemos un poco de rollo B, podemos editarlo electrónicamente dentro del segmento de la entrevista.

    Lyon asintió.

    —Lyon hizo asfaltar un camino al lado del río para que pasara la silla de ruedas cuando empecé a ser incapaz de caminar por ahí. ¿Te gustaría la orilla del río como escenario? —preguntó el general.
    —Sería perfecto.
    —Bien. Lyon te llevará allí después de cenar, para que puedas verlo.


    3


    Estoy segura de que Lyon tiene otras cosas que hacer —murmuró Andy sobre su plato, sin atreverse a mirarlo.


    —Nada en absoluto —repuso él.

    El tenedor de Andy golpeó la porcelana. Luchó por mantener la voz serena.

    —Sería mucho más práctico verlo a la luz del día —dijo al general, aunque Lyon había aceptado la propuesta del padre.

    Miró a Lyon, esperando que la apoyase, pero él tenía el aspecto del gato que se ha tragado al canario. ¿No podría haberse inventado una excusa para no tener que pasear con ella? Pinchó una de las gruesas rodajas de manzana del pastel de Gracie a la vez que lo miraba furiosa. Claro que había podido. Sólo deseaba otra oportunidad de ponerla en ridículo. Bien, esta vez se llevaría una decepción. Ella no pensaba picar el anzuelo, por muy provocador que se pusiera.

    —Lyon, cuando salgas pide a Gracie que deje un vaso de leche caliente en mi habitación —dijo el general—. Esta noche estoy muy cansado.

    Andy olvidó al instante sus problemas con Lyon y dedicó toda la atención a su anfitrión.

    —¿No te encuentras bien, papá? —preguntó Lyon —. ¿Quieres que llame al doctor Baker?
    —No te preocupes. No siento nada más que mis ochenta y pico. Me voy a la cama a dormir de un tirón. Quiero estar guapo cuando Andy me entreviste. —Le guiñó el ojo de nuevo. Impulsivamente, ella se levantó y le dio un beso en la mejilla.
    —Buenas noches, general Ratliff.
    —Olvida lo de la leche, Lyon, creo que me dormiré enseguida. —Les dio las buenas noches y salió de la habitación.
    —¿Puede valerse por sí mismo para lo más necesario? —preguntó Andy quedamente.

    Lyon suspiró con tristeza y resignación.

    —Sí —. Se frotó la nuca con gesto de fatiga—. Insiste en vestirse y desnudarse sólo, aunque sé que lo agota. Pero es orgulloso. No quiere aceptar ni un enfermero. —La mirada que dirigía al umbral por donde se había marchado su padre era desolada, y Andy se dio cuenta de que hijo y padre se querían. Al cabo de un momento, Lyon meneó la cabeza ligeramente y la miró—. ¿Ha terminado su pastel?

    Andy pinchó un último trozo de corteza acanalada y se la llevó a la boca.

    —Está delicioso —dijo, lamiéndose las migas de la punta de los dedos. Luego lo miró sonriente.

    Pero la respiración se le cortó y su sonrisa se disolvió en los labios entreabiertos de una mujer a punto de ser besada. Lyon le miraba la boca con tanto ardor y deseo que era imposible permanecer impertérrita. Andy se sintió gravitar hacia él. Su magnetismo era tan potente como la atracción de la luna sobre la marea, y era inútil resistirse.

    —Creo que le ha quedado una miga— dijo él con la voz ronca. Se acercó la mano de Andy a la boca.

    «Dios mío —gimió Andy mentalmente—. Si lo hace, me muero.» Pensó en la lengua de él rozando la punta de sus dedos con suavidad y le produjo una descarga eléctrica en todo el cuerpo.

    Sus ojos se fijaron en los de Andy, pero en lugar de lamer sus dedos sopló sobre ellos hasta que las diminutas migas de pastel se desprendieron.

    El corazón de Andy latía dolorosamente. El aire que había quedado atrapado en su garganta salió en forma de tembloroso suspiro. Después le fue imposible inhalar y sus pulmones se encogieron ante el vacío. Habría querido apagar el gemido que se estaba formando en sus cuerdas vocales antes de que escapara.

    —¿Lyon, Andy, habéis terminado? —Lyon dejó su mano y dio un paso adelante cuando Gracie entraba por la puerta de vaivén que comunicaba el comedor con la cocina—. ¿Queréis tomar café en el patio?
    —Pensábamos ir a pasear al río —contestó él con sorprendente calma—. ¿Por qué no lo dejas para cuando volvamos? No sé cuánto tardaremos; si quieres vete a dormir.
    —Lavaré los platos e iré a ver cómo está el general Ratliff —dijo Gracie—. Os dejaré el café en el patio. Si no nos vemos, buenas noches.
    —Buenas noches, Gracie —dijo Lyon.
    —Buenas noches y gracias por tan deliciosa cena —dijo Andy, rogando que el ama de llaves no notara los colores de sus mejillas.
    —De nada. Bien, ¿a qué esperáis? Id a dar ese paseo.

    Lyon la guió a través del dominio de Gracie, la cocina. Era amplia, con mobiliario de acero inoxidable y las paredes llenas de artefactos de capacidad industrial.

    —¿Ella cocina para todos sus trabajadores aquí? —Andy sabía que el rancho Ratliff era como una pequeña ciudad. Dentro de sus límites vivían docenas de vaqueros y sus familias.
    —Durante años cocinó para los solteros que vivían en la cabaña. —Le indicó un edificio tipo dormitorio a la izquierda, cuando cruzaban la puerta del patio—. Pero cuando papá se puso tan enfermo, contraté a un cocinero para llevar la cocina. Ahora la principal responsabilidad de Gracie es encargarse de papá cuando yo no estoy.
    —Esta mañana ha dicho que ella hacía más tiempo que vivía aquí que usted.
    —Sí, vino con mis padres cuando se construyó la casa. Mi madre murió cuando yo tenía diez años. Gracie ha cuidado de mí desde entonces.
    —¿Cómo era su madre?

    Caminaban por el paseo que llevaba al río y ya habían dejado atrás la piscina y algunos de los muchos edificios secundarios que componían el rancho. Andy advirtió que los arbustos que había plantado Houghton tenían buen aspecto. Del suelo recién removido y humedecido se desprendía un aroma terrenal y de musgo que empapaba el aire nocturno.

    Hacía una noche preciosa. La luna en cuarto creciente parecía un decorado para una obra teatral, perfectamente suspendida sobre las distantes colinas. Una brisa del sur apartaba el pelo de la cara de Andy, que caminaba junto a Lyon bajo el baldaquino de ramas de pacana y roble.

    —Es una pena, pero recuerdo mejor situaciones que a la persona. Mis impresiones de mi madre son el cariño, el afecto y el calor que me brindaba. Pero quizá todos los niños encuentran eso en su madre. —Sonrió y los dientes le brillaron incluso en aquella oscuridad—. Recuerdo que olía siempre de un modo especial. No estoy seguro de haber olido aquel perfume ni antes ni después, pero incluso ahora la reconocería por esa fragancia. Se llamaba Rosemary.
    —Sí. Lo he leído en los recortes de prensa. Dicen que su padre la escribía muy a menudo durante la guerra. Debían de llevarse muy bien.
    —Es cierto, por raro que parezca. —No pudo ocultar la amargura de su voz y rápidamente cambió de tema—. ¿Qué me dice de sus padres?
    —Mi madre vive en Indianápolis. Mi padre murió hace años.
    —¿A qué se dedicaba?
    —Era periodista; bastante famoso en su campo. Su columna aparecía en varios periódicos.
    —De modo que su interés por el periodismo empezó a una temprana edad.

    ¿Era su primer intento de la noche de tomarle el pelo?

    —Sí, imagino que sí —contestó.

    El suave rumor del río captó su atención y se dio cuenta de que habían llegado a las orillas llenas de hierba y en abrupta pendiente. Andy miró las aguas claras y revueltas que se agitaban en torno a los cantos rodados de piedra caliza del lecho del río.

    —Oh, Lyon, qué bonito —dijo emocionada.
    —¿Le gusta?
    —¡Es maravilloso! El agua parece tan limpia y cristalina.
    —De día se puede comprobar que así es. Se limpia y se filtra a través de kilómetros de piedra caliza. Ésta es una de las aguas más puras del Estado.
    —Y los árboles son muy bonitos —añadió Andy, levantando la cabeza para ver a través de las ramas de un ciprés el cielo estrellado—. Seguro que esta tierra le encanta.
    —Sí. Supongo que muchos esperaban que siguiera la carrera militar como mi padre. Pero él ya se había retirado del ejército cuando yo fui lo bastante mayor para comprender que nuca sería nada más que un ranchero. Hemos vivido aquí desde que nací. Cumplí con mi deber en Vietnam, pero durante mi pasaje por el ejército siempre esperé que nadie me relacionara con mi famoso padre. Ser soldado no era para mí.
    —¿Ser ranchero es lo suyo?
    —También tengo propiedades inmobiliarias. Pero esto es lo que me gusta —dijo, abriendo los brazos para abarcar el paisaje.
    —Lástima que sólo sean dos para disfrutarlo —comentó sin pensar y enseguida se arrepintió. Pero ya era tarde.
    —Si quiere saber por qué no me he casado, ¿por qué no va directamente al grano, señora Malone? No esperaba que fuera tan remilgada.
    —Yo no...
    —Si le interesa saberlo —dijo secamente—, estuve casado. El desastre duró cuatro miserables años. Cuando ella se cansó del rancho, de la casa, de mi padre y de mí, se marchó con todas sus cosas. Nunca he vuelto a verla. Consiguió el divorcio por poderes.
    —Y ahora proyecta su odio hacia ella sobre el resto de la población femenina. —Estaba apoyada contra el tronco de un ciprés y se enderezó con decisión.
    —No. Para odiar a alguien hay que tener sentimientos hacia él. Los sentimientos que tenía por ella murieron en cuanto se fue. Digamos que desconfío del género femenino.
    —Entonces piensa envejecer soltero.
    —Desde luego.
    —Me parece que las mujeres de Kerrville no lo permitirán —dijo Andy con ironía, recordando el interés de la recepcionista del hotel cuando Lyon había pasado a recogerla—. ¿No lo persiguen para cazarlo?
    —Sí. Todas las madres con una hija casadera la han lanzado en mis brazos. He sido presentado a todas las divorciadas de la ciudad. En una cena incluso me sentaron convenientemente al lado de una viuda de apenas un mes.
    —De modo que desprecia a las mujeres.

    Él se irguió y caminó unos pasos hasta que sólo los separaron unos centímetros.

    —No, no desprecio a las mujeres. Sólo he dicho que no me casaré con ninguna mujer. Estoy atormentado, o quizá bendecido, por los mismos impulsos carnales de cualquier hombre mayor de quince años.

    Ahora sus palabras sonaban distintas: las frases cortantes y lacónicas del hombre que ha soportado los caprichos de una mujer frívola habían sido suplantados por las vibraciones de tono de un hombre sometido a tensión.

    Andy se humedeció los labios resecos y temblorosos y se apartó de él para mirar el río.

    —Creo..., creo que ésta es una buena localización para rodar exteriores. Por supuesto que habrá que hacer algo con el ruido del agua, pero... —Se interrumpió en seco cuando sintió las manos de él en sus hombros. Manos grandes, firmes, tiernas y cálidas. La obligó a volverse.
    —La curiosidad la ha estado reconcomiento, ¿verdad? —Su aliento era un vapor cálido que envolvía la cara de Andy.
    —¿Curiosidad? —chilló Andy y se odió a sí misma por su arrebato—. ¿Sobre qué?
    —Sobre mí.
    —¿Qué pasa con usted?
    —Sobre cómo sería que la tocara y la besara un rudo vaquero. Eso es lo que pensó de mí la primera vez que me vio, ¿verdad?
    —Se equivoca —mintió ella. Los hombres como él eran raros en los ambientes en que se movía Andy. Los hombres como él eran raros, y punto. Era una novedad, pero Andy no se había dado cuenta de que había permitido que él advirtiera lo que pensaba.

    Lyon continuó con una voz que podría haber derretido la mantequilla, que era exactamente como se sentía ella.

    —No admitió que las cartas sin abrir eran una negativa y pensó que podía venir aquí y convencer a su padre. Creyó que me disolvería como la nieve cuando viera sus ojos dorados y su piel tersa, su cabello de seda y su cuerpo sensual.
    —¡No! —musitó Andy con ansiedad. Aquello no era justo. Reconocía la falta de sinceridad de su abrazo, pero aun así deseaba que la estrechara más fuerte. Incluso cuando él se burlaba de ella, deseaba ardientemente su contacto.
    —Y cuanto más la insultaba, más curiosidad sentía, hasta que me ponía realmente desagradable. ¿Cree que no sé que hoy me estaba espiando por la ventana? ¿Ha visto algo que no le gustara?

    Gracias a Dios, su temperamento estalló y tuvo la oportunidad de salvarse.

    —Usted es un presuntuoso...
    —Anímese, señora Malone. Estoy a punto de satisfacer su curiosidad, entre otras cosas.

    Utilizando su peso para dominarla, la hizo retroceder hasta el tronco del ciprés. Con destreza y descaro le desabrochó el primer botón de la blusa. Después el segundo.

    Andy lo miró a los ojos, la barbilla levantada con desdén, y rogó que él no oyera el traidor latido de su corazón.

    —No pienso darle transcendencia a esto luchando o resistiéndome.
    —Luche o resístase si quiere. No me lo impedirá. Y me da lo mismo si le da transcendencia o no.

    Y a continuación su boca cubrió la de Andy, y ésta perdió la batalla antes de que empezara. Sus labios eran firmes y suaves, y los movió de tal forma que los de Andy se abrieron involuntariamente antes de que fuera consciente de ello.

    Por un largo momento Lyon vaciló, respirando sobre su boca, haciéndola sufrir con la espera, no por el temor. Entonces le pasó la lengua por el labio inferior, el superior, la metió entre los dos, engatusando a la boca de Andy para que lo aceptara... hasta que la penetró triunfalmente. Pero de repente alzó la cabeza y la atravesó con la mirada. Su respiración irregular era un eco de la de Andy. Dos corazones que latían al unísono. Le escrutó la cara. ¿Qué buscaba? Andy lo miró con un ruego silencioso. Luego la rodeó con los brazos al mismo tiempo que ella le ponía las manos en la nuca.

    Cuando su boca se acercó de nuevo, la de Andy estaba esperando para recibirla. Y el beso ya no estuvo motivado por el desafío sino por un ardiente deseo mutuo que amenazaba con destruirlos si no conseguían calmarlo. Su lengua exploró todos los rincones de la boca de Andy con apasionada avidez, como si fuese un sueño que pudiera desvanecerse antes de que llegara a saciarse.

    Finalmente se apartó, y ella se apoyó contra él. La acarició con los labios toda la cara, besándola brevemente aquí y allá. Andy enredó sus dedos en el pelo de él, apretándole la cabeza contra la suya mientras él le acariciaba el cuello.

    —Lyon... —dijo sin aliento cuando él la abrazó, rozándole los lados de los pechos con los brazos.

    Moviéndose despacio, sus manos abrieron la blusa y cubrieron sus pechos con un calor posesivo. La acarició suavemente y comprobó su plenitud. La combinación de satén que llevaba bajo la blusa transparente no proporcionaba protección ante tan seductoras caricias, y sus pezones se irguieron orgullosamente ante las caricias de aquellos pulgares.

    Ahora tenía la boca en su oreja y le mordisqueaba suavemente el lóbulo.

    —Sabes, he descubierto una cosa de ti que no es falsa.

    Si la hubiese abofeteado, Andy no se habría quedado más anonadada. Lo cogió por las muñecas y le apartó las manos, empujándolo con fuerza.

    —¿Eso era todo para ti? ¡Un juego! —exclamó.
    —¿Acaso no era eso también para ti? —preguntó él con una indiferencia deliberadamente burlona.
    —Dios mío, eres abominable —dijo, y se alejó a toda prisa, ajustándose frenéticamente la ropa en medio de la noche, que de golpe era muy oscura y fría.

    Un apretón doloroso en el antebrazo la hizo volverse de golpe. Cada centímetro del alto cuerpo de Lyon irradiaba furia.

    —¿Yo? Yo no he invadido la casa de nadie en busca de secretos y esqueletos en el armario.
    —No...
    —A mi padre puedes haberlo hechizado, pero a mí no, muñeca. Conozco a las de tu clase...
    —¡Deja de hablar así! —gritó Andy—. Vine aquí para entrevistar a tu padre. Sé que está enfermo y precisamente por eso quiero recordar a los estadounidenses su personalidad, pero que puede que no viva mucho. No sé por qué me acusaste y condenaste antes de conocerme, pero estoy aquí. Y haré mi trabajo, mal que te pese. Con tu cooperación o sin ella. —Sentía las lágrimas que anegaban sus ojos, y se alegraba de que la oscuridad las ocultara a ojos de él—. Y para acabar, no te atrevas a tocarme nunca más. —Se libró de su mano firme.
    —No te preocupes por eso —dijo él con mordacidad—. Un beso en la noche no te convierte en mujer, Andy. Eres ambiciosa, despiada y obstinada. Eres sólo una imitación de un hombre que vive en el cuerpo de una mujer, sin nada de ternura, la amabilidad o la gentileza que suele caracterizar a tu sexo.

    Sus palabras dieron en el blanco. Hacía años que se sentía como la concha que acababa de describir él. Pero protestó vehementemente:

    —¡Yo no soy así! ¡Te equivocas en todo!
    —No has conseguido demostrármelo.
    —No tengo ningún interés. —pero sí lo tenía, y ese hecho humillante le llenó la boca como una medicina con mal sabor mientras volvía a la casa a toda prisa.
    —¿Te he despertado? —dijo por ella auricular.

    Había encontrado la casa en silencio cuando llegó, aunque Gracie había dejado el prometido café en la mesita del patio. Quedó intacto. Contenta de no tener que ver a nadie, había subido arriba sin encender las luces. Había tomado una ducha con la esperanza de borrar de la memoria la hora que había pasado con Lyon. Necesitaría más que una ducha para eso. Todavía avergonzada y furiosa, se había puesto una bata y había ido al vestíbulo a llamar a Lex.

    —Caramba, no. Me habría gustado. Todavía no he llegado a emborracharme del todo.
    —¿Qué sucede? ¿No has quedado con nadie hoy?
    —Mi mejor amiga está fuera de la ciudad —gruñó.

    Andy rió, segura de que no hablaba en serio.

    —Tú lo que necesitas es una madre que te cuide.
    —Podría sufrir un gran complejo de Edipo contigo, Andy Malone. —Suspiró, y Andy se lo imaginó mesándose el pelo brillante—. Seguro que tú estás ahí enloqueciendo a todos los vaqueros.

    Andy ignoró la burla, sin saber lo cerca de la verdad que había estado. Lyon la había besado con tanta ternura y pasión... ¿Cómo podía haber...? Contuvo un sollozo.

    —Entonces no te interesará saber que ahora estoy en la residencia del rancho Ratliff.
    —¿Qué estás dón...? —Se oyó un estrépito al otro lado de la línea, un juramento y después la voz de Lex, mucho más cortante y clara. Se había despejado—. Se me ha caído el teléfono. ¿Qué estás dónde? ¿Viviendo allí? ¿Con el viejo? ¿Ya lo has conocido? ¿Y el hijo qué?
    —Cálmate, Lex. Sí, por invitación del general estoy viviendo aquí. Y el equipo también vivirá aquí. Les ha ofrecido alojamiento en una cabaña.
    —¡Maldita sea, sabía que lo conseguirías!
    —El general Ratliff es todo un caballero. Ha aceptado conceder la entrevista, aunque habrá que ir con cuidado de no cansarlo. Es extremadamente frágil, Lex.
    —¿Pero ha accedido a la entrevista?
    —Exacto.
    —¿Y el hijo?

    Si Lex no hubiese estado tan excitado habría advertido la significativa pausa que hizo Andy.

    —No está tan entusiasmado, pero no creo que ponga impedimentos.
    —¡Estupendo, fabuloso, genial! Si estuviera ahí, te daría un beso en la boca que no olvidarías.

    Andy tembló. Por esa noche ya le habían dado un beso que le había hecho ese efecto. Había sido el beso de su vida que más la había afectado. Se había fundido totalmente con Lyon, su boca, su sabor, su aroma, su tacto, el peso de su cuerpo contra el de ella. Ella y Robert habían sido una pareja enamorada al principio, pero...

    —Andy, cariño, ¿estás ahí todavía?
    —Sí, sí.
    —Bien, pues cuéntame.

    El general es muy amable, como un abuelo, o más bien como un bisabuelo. Me dijo que podía preguntarle de todo menos sobre batallas concretas. Su...

    —Espera, espera. ¿Qué has dicho de las batallas?
    —Dijo que no respondería a ninguna pregunta sobre batallas concretas, sólo sobre la guerra en conjunto.
    —Qué curioso.
    —¿Por qué?
    —¿Conoces algún militar, sobre todo general, que no quiera hablar de sus batallitas? ¿Crees que el viejete tiene algo que ocultar?

    No sólo sus sospechas, sino el término poco halagador usado con Michael Ratliff la irritaron.

    —No —repuso secamente—. No lo creo. He leído montones de recortes de periódico fechados desde el inicio de su carrera hasta su jubilación. Nunca ha habido ni un atisbo de escándalo de ningún tipo.
    —Bueno, merece la pena pensar en ello.

    Andy no tenía ninguna intención de pensar en ello. Si había algo deshonroso en el pasado del general Ratliff, no quería saberlo.

    —He estado examinando la casa, que es preciosa y ofrece muy buenos planos para rodar. Realizaremos las entrevistas en las habitaciones donde el general se siente más cómodo. Y quiero rodar algo fuera. Dile a Gil que traiga algo para el micrófono que filtre el ruido del agua.
    —¿Agua? ¿De qué hablas, Andy?
    —De un río.
    —Un río. Muy bien, ¿qué más? Estoy haciendo una lista.

    Andy empezó a hablarle del escenario y lo que necesitaría traer el equipo en cuanto a cables y luces, baterías y micrófonos.

    —Creo que eso es todo —dijo Andy al llegar al final de todo lo anotado en su cuaderno.
    —Creo que no —repuso Lex.
    —¿Qué falta?
    —Podrías contarme por qué hablas como una alumna de un colegio de monjas que acaba de descubrir que se ha quedado sin píldoras anticonceptivas el día antes del gran fin de semana.
    —Oh, Lex —gimió ella. Nunca se acostumbraría a sus vulgaridades—. No pasa nada. Hace un calor espantoso...
    —Como en Florida cuando entrevistaste a aquellos refugiados cubanos. Estabas encantada con la entrevista. ¿Qué demonios está pasando ahí?

    Lo último que le hacía falta era el olfato de Lex, que tenía largo alcance para detectar problemas.

    —¿No has pensado que pueda sentir añoranza, que te eche de menos?
    —Sí, como un perro echa de menos las pulgas.
    —Te equivocas.
    —Bien, olvídalo. Todavía me intriga por qué ese general no quiere hablar de las batallas.
    —Lex, déjalo ya. Seguramente no le apetece revivir la guerra con detalle, eso es todo.
    —¿Qué hay del hijo? ¿Crees que hablará?
    —No lo creo —contestó Andy rápidamente.
    —¡Uau! ¿He tocado un nervio sensible? ¿Cómo es ese hijo?
    —Es..., no es nadie. Quiero decir que es un hombre de negocios, un ranchero al que no le interesan los asuntos militares. Me lo dijo él mismo.
    —Pero tiene mucho interés en su padre. Y si el viejo tiene algo que ocultar, lo mismo que el hijo. ¿Crees que podrías tirarle de la lengua?
    —No, Lex, no lo intentaría ni que hubiera algo, y estoy segura de que no lo hay.
    —Venga, Andy, no te hagas la estrecha conmigo. Sabes tan bien como yo que todos tienen algo que ocultar. Trabájate al hijo. Caramba, si practicaras una décima parte de tu técnica conmigo, yo balbucearía como un tonto.
    —No tengo ninguna técnica.
    —Ya lo creo que sí, pero eres demasiado buena para saberlo. —Dejó que el comentario calara y continuó—: Hazte amiga del hijo, Andy. Hazlo por mí. ¿De acuerdo? —Andy no dijo nada—. Probablemente tengas razón en lo de que no hay ningún secreto, pero nunca te hará daño hacer amigos. ¿Probarás tus trucos con el hijo? Se llama Lyon, ¿no?
    —De acuerdo, veré qué puedo hacer. —Tenía intenciones de mantenerse lo mas alejada posible de Lyon Ratliff, pero le decía a Lex lo que éste quería oír para que la dejara en paz—. Ahora tengo que colgar.
    —Cariño, me has salvado de sufrir una espantosa resaca por la mañana. ¿Cómo podré agradecértelo?
    —Ya se te ocurrirá algo —Dijo ella secamente.
    —Pues ya se me ha ocurrido, pero no te gustará: te quiero.

    Lex debía de estar realmente deprimido y necesitado de afecto.

    —Sé que me quieres, Lex y yo también te quiero.
    —Bien. Buenas noches.
    —Buenas noches.

    Colgó con la sensación de que le habían tendido una trampa. Primero Lyon y ahora Lex. Pero Lyon la había herido. En cambio, estaba habituada a los rápidos cambios de humor de Lex, a sus lloriqueos, a su lascivia, su exuberancia, que agotaba a todos lo que no la compartía.

    Entró en su habitación, y se metió directamente en la cama, entre las almidonadas, sábanas, y se tapó con la fina colcha. Mientras repasaba el día no podía creer todo lo que había ocurrido. ¿Se había comportado de forma irresponsable e impulsiva utilizando un truco para ver al general? ¿Si lo hubiera enfocado de otro modo, si hubiese hablado con Lyon de forma más profesional, éste tendría un mejor concepto de ella? Probablemente no. Ya había intentado esa línea el día anterior, pero Lyon había sacado conclusiones sobre ella mucho antes.

    Era obvio que proyectaba los fallos de su esposa en todas las demás mujeres. Había sido frívola y egoísta, lo que había dejado por algo mejor y él no había ido a buscarla. Eso no era extraño. Un hombre como Lyon no iría tras una mujer que lo había abandonado. Su esposa no había sido feliz en su hogar, de modo que él había asumido que cualquier mujer dedicada a su trabajo sería tan despiadada y veleidosa como ella.

    —No tiene por qué ser necesariamente así, señor Ratliff —dijo hacia las sombras de la habitación—. Algunas veces los demás eligen por ti.

    Andrea Malone nunca había pensado en otra profesión que no fuera el periodismo a causa de lo mucho que lo deseaba su padre. Al no tener hermanos había sido ella la designada para hacer perdurar su nombre en ese campo. Se había casado con Robert, y cuando su padre murió casi se sintió aliviada pensando que podría dedicar tiempo y energía al hogar y la familia.

    Robert se quedó sorprendido y divertido cuando ella le contó sus planes.

    —No me dirás que piensas dejar el trabajo y convertirte en un ama de casa —dijo con asombro. Por lo visto, nunca se le había ocurrido aquella idea.

    Andy había sonreído tensa.

    —¿No quieres tener hijos?
    —Bueno, sí, claro. Pero sólo cuando seamos demasiado mayores para hacer otra cosa. Me encanta que mi mujer sea famosa. Nos dan las mejores mesas en los restaurantes y entradas para los cines. Y puedo presumir de que me acuesto con la famosa Andy Malone.

    A menudo Andy sentía que Robert la consideraba como un trofeo, un trofeo que sólo se valoraba por la noche en el dormitorio. Pero al sentirse de ese modo, muchas veces Andy no era capaz de corresponderle. El trofeo empezó a perder lustre. Robert se había aferrado al trabajo en el canal de televisión y estaba casi siempre fuera de casa, y se inventaba reportajes cuando no tenía ninguno asignado. Después había muerto.

    Andy sabía que si no le hubiera hecho desgraciado, no habría ido a Guatemala. Lyon tenía razón. Aquél era un viaje de expiación. Necesitaba demostrarle a Robert que tenía razón en vivir según sus deseos. No estaba hecha para ser esposa y madre, sino una profesional del periodismo. Se había mantenido tres años sumida en el trabajo, toda su atención a promocionar su carrera. Casi se había convencido de que no necesitaba un hombre que la amara, que podía vivir sin ello.

    Pero sus ojos se habían enlazado con los de Lyon Ratliff por encima de la barra de fornica de Gabe Sanders, y entonces había comprendido que sí quería aun hombre. Él la había tocado y había creado una necesidad. Y ahora, después del beso, su cuerpo enviaba centenares de mensajes sensuales a su cerebro que la destrozarían si no conseguía satisfacerlos.


    —Buenos días, Andy. Espero que hayas dormido bien.
    —Sí, general —mintió —. No sabía si el desayuno era estricto o no. Me temo que estoy un poco perezosa esta mañana.
    —A mí se me permite ser perezoso cada mañana, y no lo soporto. Preferiría levantarme al alba como hace Lyon. ¿Qué te parece? —le preguntó al entrar Gracie en el comedor con la bandeja de desayuno del general, que parecía tan poco apetitoso como todas sus comidas.

    Gracie le trajo café, zumo y una tostada de pan, como se le había pedido, meneando la cabeza ante un desayuno tan austero.

    —¿Qué planes tienes para hoy, Andy? —preguntó Michael Ratliff mientras ella se terminaba el café.
    —Repasaré mis notas y reformularé algunas preguntas que le haré durante cada segmento. Así no me repetiré, aunque estoy segura de que sus respuestas generarán preguntas imprevistas. Por cierto, mi equipo estará en San Antonio esta noche y llegará aquí a primera hora de la mañana.
    —Creo que trabajas demasiado. Lyon me ha dicho que te espera fuera cuando termines de desayunar. —Al anciano le brillaron los ojos—. Creo que quiere llevarte a dar un paseo.


    4


    ¿Un paseo?


    —Por el rancho. Te gustará, ya verás.

    Andy no podía decepcionar al general, que evidentemente estaba muy orgulloso del rancho y quería que ella lo viera.

    —Claro que sí, pero he venido a trabajar, no a distraerme. No quiero robarle tiempo a Lyon. Seguro que tiene cosas mejores que hacer.
    —Puede que tenga cosas que hacer, pero dudo que las considere mejores —dijo Michael Ratliff sonriendo.
    —Andy no concebía que Lyon deseara verla después de lo ocurrido la noche anterior.
    —¿Está seguro de que quiere verme?
    —Eso es lo último que ha dicho antes de marcharse. Ha pedido que te encuentres con él cerca del garaje. Ahora, si me dispensas, Andy dedico las mañanas a leer. Sólo puedo leer un rato antes de que se me cansen los ojos. Hablaremos después de comer.
    —Sí, y por favor descanse. Los próximos días serán agotadores.
    —Ya tendré tiempo para descansar, Andy —repuso secamente—. Estoy deseando empezar las entrevistas. —Salió de la habitación en su silla de ruedas.

    Andy terminó su café intentando hacer acopio de la suficiente fortaleza mental y física para enfrentarse a Lyon. ¿Qué había que ponerse para pasear por el rancho? Para ahorrarse las burlas, no pensaba ponerse los tejanos ni las botas otra vez. Decidió que los pantalones y la camiseta de punto que llevaba serían perfectamente adecuados.

    «Que espere», pensó maliciosamente mientras subía para peinarse y maquillarse. Cogió un pulverizador con su perfume preferido, lo miró un momento y después se roció generosamente. Si él lo interpretaba de algún modo, se equivocaría. Ella siempre usaba fragancias, incluso durante el día.

    La zona del patio y la piscina estaba desierta cuando cruzó la puerta de cristal. La mañana olía a fresco y era un poco fría. Las nubes ocultaban el sol y una suave brisa del sur removía las hojas de los árboles. Oyó el borboteo del río.

    —Buenos días.

    Pegó un respingo y se dio la vuelta. Estaba tan concentrada en la belleza de los alrededores que no le había oído acercarse por detrás.

    —Buenos días.

    Él también llevaba colonia. El mismo aroma áspero y limpio con que ella ya lo asociaba.

    —¿Preparada?
    —Sí.

    Le dio la espalda y se encaminó hacia un jeep aparcado que ella no había visto. No tenía puertas ni techo, sólo una barra, y por el aspecto de los asientos parecía haber pasado por muchos caminos polvorientos. Lyon saltó al asiento del conductor, y ella subió del lado del pasajero. Apenas tuvo tiempo de agarrarse antes de que Lyon acelerara y el jeep saliera disparado. Lyon tenía mucho que aprender sobre las sutilezas de la buena conducción.

    —¿Has dormido bien?
    —Sí, —mintió, por segunda vez esa mañana. No quería fijarse en la nerviosa fortaleza de su brazo cuando cambiaba las marchas. Sus piernas jugaban con los pedales del vehículo con una flexibilidad de los muslos impresionante. Andy apartó la mirada de sus piernas.

    Lyon sujetaba con fuerza el volante. Esa mañana tenía un aire de contenida violencia. Su ropa parecía tirante por el esfuerzo de contener la tensión bajo la piel.

    Andy le estudió la cara bajo el borde del sombrero de vaquero. La línea de la mandíbula era dura como el hierro. Cuando parpadeaba, era algo más que un modo natural de humedecer los ojos. Era un reflejo de ira, como si intentara aclarar la visión enturbiada por la rabia.

    Parecía poco inclinado a hablar e iba concentrado en conducir el jeep por el irregular camino. Andy desvió la vista y observó el paisaje. Preferiría morir antes que obligarlo a hablar con ella. Después del desgraciado encuentro de la noche anterior, debería estar agradecido de que ella aún le dirigiera la palabra. Si la despreciaba tanto, ¿por qué había propuesto ese paseo? «¡Maldita sea!», pensó Lyon extendiendo los diez dedos con las palmas apoyadas en el volante. Los estiró al máximo y después los cerró sobre el volante con fuerza, le dolían. Si quería moverse en un mundo de hombres, ¿por qué no se vestía adecuadamente? ¿Por qué llevaba ropa como esa camiseta de hoy que le marcaba las curvas de los pechos, y unos pantalones que se ceñían al trasero? ¿Y por qué llevaba unas sandalias tan breves que era una maravilla que se le sostuvieran en los pies? Llevaba las uñas de los pies pintadas de un delicado tono coral, como el de una concha marina...

    «¡Demonios! —maldijo. —¿Lo has oído, Ratliff? ¡Conchas marinas! Dios mío... Sí, es una mujer muy guapa. ¿Y qué? ¿Tienes que comportarte como un adolescente imbécil? Has estado muchas veces con mujeres guapas, pero ésta tiene algo... ¿Los ojos? Un color poco habitual, sí, pero... No, es la forma como te mira cuando le estás hablando. Como si lo que dijeras fuera de vital importancia para ella. Está interesada. Quiere saberlo. Tu opinión es importante para ella... Calma, Ratliff. No te emociones tanto. ¿No es así como se supone que debe hacerte sentir? ¿No es su trabajo? El secreto de un buen entrevistador es la capacidad de escuchar... De acuerdo, tiene unos ojos bonitos y los utiliza a su favor. Pero tú sabes que miente con esa boca lujuriosa. Si no con palabras, sí con besos. Sé realista, hacía tiempo que un beso no significaba tanto para ti. Algunas mujeres fingen pasión, con la esperanza de llegar a tu cartera. Muchas responden como un reflejo condicionado, porque saben que eso te gustará. Pero Andy... venga, sí, adelante, piensa en su nombre. Andy. Andy. Su pasión no era fingida. Quería ese beso tanto como tú. Lo deseaba. Sabía cómo dar y cómo recibir. Sentías el deseo a punto de estallar. Te dio miedo, y juraste que no querías tener nada que ver con ella. Y luego lo primero que haces esta mañana es quedar con ella a solas... Es veneno, maldita sea. ¿Entonces por qué la miras por el rabillo del ojo, Ratliff? ¿Por qué la miras la mano con que se sujeta al asiento con cada bache? Acaso esperas que al estar tan cerca de tu muslo, te...» Lyon se sacudió aquellos pensamientos y paró el jeep de golpe. La inercia los lanzó adelante y atrás en los asientos.

    Andy miró el acantilado. El panorama era una maravilla. Habían subido la montaña y ahora veían todo el valle. La casa parecía un juguete a sus pies, acurrucada en la arboleda, junto al río. Andy deseaba que él dijera algo. ¿Esperaba que hablara ella? Volvió la cabeza para mirarlo. Estaba mirando por encima del capó del jeep.

    —Esto es precioso —dijo Andy al fin.

    Lyon se echó atrás el sombrero de vaquero y, sin mover el cuerpo, volvió la cabeza y le dirigió una mirada penetrante.

    —¿Quién es Lex?

    No fue tanto la pregunta como la manera de formularla lo que le hizo encajarla como un puñetazo en el estómago. Sufrió todos los síntomas del que ha recibido un golpe estremecedor y se ha quedado sin respiración. Aspiró aire afanosamente.

    —Es mi jefe —jadeó.
    —Qué conveniente.
    —¿Qué quieres decir?
    —¿Os lo montáis en el despacho o esperáis a terminar el trabajo del día? Tal vez se trata de una de esas relaciones «abiertas».
    —Nuestra relación es de pura amistad.
    —No mientas, maldita sea. Te oí decir: «Sé que me quieres, y yo también te quiero».
    —¿Estuviste escuchando?
    —Lo oí. Estabas en el vestíbulo y no hablabas en susurros. Yo estaba subiendo. Por supuesto que te oí.

    Dios mío. ¿Qué más había oído? Si la había oído prometer a Lex sonsacarle información al hijo... No, no la estaba interrogando por eso. Quería saber lo que había entre ella y Lex. Pero ¿por qué? Si no fuera tan absurdo, pensaría que estaba celoso. En realidad no podía ser más que orgullo masculino. Estaba segura de que pocas mujeres había caído en los brazos de Lyon y luego habían dicho a otro hombre que lo amaban.

    —Un caballero habría hecho notar su presencia.

    Lyon rió ásperamente.

    —Hace tiempo que dejé de ser un caballeo. Bueno, estoy esperando. Háblame de Lex.

    ¿Por qué no le decía que no era asunto suyo y le pedía que la llevara de vuelta a la casa? Por alguna razón le interesaba que él no malinterpretara su relación con Lex. Ya pensaría en ello más tarde, cuando él no estuviera mirándola con ese aire de mojigato ultrajado.

    La compostura sería su contraataque. No dejaría que su ira la turbara, simplemente demostraría que la toleraba como los padres toleran las rabietas de un hijo malcriado.

    —Lex Trapper es el productor de mi programa. Hace años que trabajamos juntos, antes, durante y después de mi matrimonio. Es un amigo. Y respecto a decirle que le quiero, es cierto. Como amigo. Él dice a todas las mujeres que conoce que las quiere. No significa nada. En ningún momento Lex y yo hemos sido amantes.
    —¿Esperas que me lo crea?

    Su compostura se desvaneció.

    —Me importa un comino que te lo creas o no. Me marcaste con una letra escarlata en el pecho en el momento en que me conociste. — eseó no haber mencionado el pecho. Los ojos de Lyon bajaron significativamente hacia esa zona. Impávidamente, Andy continuó—: Sólo porque no sea un ama de casa no significa que no tenga moral, señor Ratliff.
    —De acuerdo, pongamos que tú y ese Lex no estáis liados. ¿Le contaste con todo detalle nuestro paseo por el río? ¿Le revelaste con la forma en que te habías introducido en la casa y en pocas horas tenías a todos comiendo de tu mano?
    —¡No! —De modo que sólo era su orgullo herido. No le importaba si ella tenía relación con Lex, sólo si entre los dos lo habían dejado en ridículo—. No —musitó, meneando la cabeza y mirando fijamente las manos que mantenía entrelazadas en el regazo.

    Lyon se mordió los labios. ¿Qué le ponía tan furioso de ella? ¿Qué más le daba con quién hablase por teléfono o lo que dijese? Sin embargo, le había revuelto el estómago oírle desear las buenas noches a otro hombre cuando él sabía que pasaría la noche torturado por su culpa.

    Parecía triste y contrita, pero quizá sólo estaba interpretando un papel. No sabía si quería estrangularla o besarla. Su boca prometía un alivio al regusto amargo que tenía aquel día, sus pechos prometían un íntimo solaz a la soledad en que vivía, y su cuerpo transmitía la energía que reviviría lo que llevaba muerto varios años.

    Él había encontrado satisfacción a sus apetitos sexuales en muchas mujeres complacientes, pero cada uno de esos interludios lo habían dejado con una sensación de vacío y suciedad. Sólo habían sido una momentánea satisfacción, pero lo que él anhelaba era la intimidad con una mujer que satisficiera todo su ser, no sólo una conjunción física que le aportara placer efímero.

    Volvió a mirarla y se sorprendió al ver una lágrima en su mejilla. Andy levantó la cabeza en ese momento. No; tenía los ojos secos, no era una lágrima, sino una gota de lluvia.

    —Mejor será que volvamos —refunfuñó—. Empieza a llover.

    Pero no había arrancado el jeep cuando les cayó una tromba de agua. La lluvia descendía en una cegadora cortina.

    —¡Agárrate! —gritó mientras maniobraba el jeep y enfilaba atropelladamente el irregular camino. El viento le arrancó el sombrero.

    Andy se sujetaba con fuerza; el viento le desordenaba el pelo y la lluvia le golpeaba en la cara y los brazos. Se dirigían directamente a lo que parecía una sólida pared de roca. Cuando el risco estuvo más cerca Lyon pudo ver la hendidura, pisó el freno y el jeep redujo la marcha, entrando por la boca de una cueva poco profunda y en semipenumbra.

    Lyon paró el motor, y quedaron sumidos en un pesado silencio, roto sólo por el rugido del torrente a la entrada de la cueva, y el lento caer de las gotas del jeep sobre el suelo de guijarros.

    —¿Estas bien? —le preguntó finalmente.

    Andy temblaba de frío con su camiseta mojada y adherida al cuerpo, pero también de ansiedad y deseo.

    —Sí... —Le castañeteaban los dientes. Los pezones se le contrajeron con el aire frío y la humedad de la camiseta.

    Lyon se dio cuenta y apartó la vista. Sus ojos pasearon por las paredes, el techo y el suelo de la cueva, el capó del coche, el asiento trasero, antes de volver a la cara de Andy, que estaba pálida y tensa. Siguió el camino de una gota que le rodaba por la sien, la mejilla y la mandíbula hasta quedar suspendida en la punta de la barbilla. Involuntariamente, la recogió con un dedo.

    Andy continuaba como en trance.

    Lyon apartó la cabeza y miró la pared de roca. Se golpeó ligeramente el muslo, la única expansión que permitió a su agitación interior. Era como un hombre que se aferra a sus últimos restos de consciencia y control, y el nudo se estaba deshaciendo. Se volvió bruscamente y la miró, luego se inclinó sobre el salpicadero y le cogió la cara con sus manos ásperas.

    Meciéndole la cara, le pasó el pulgar por el labio inferior.

    —Por favor, no seas una mentira... Por favor...

    Le dio un beso cálido y ávido, introduciéndole la lengua profundamente. Andy gimió y le agarró la cara con las manos, manteniendo la boca pegada a la suya a la vez que recibía su beso con indisimulado ardor.

    Dulzura y gentileza quedaron olvidados. Aquél era un beso impulsado por la necesidad, gobernado por la pasión, imprevisto, innegable e ilimitado, una marea de deseo que los engullía y los arrastraba hacia una corriente inconsciente, un fuego que ardía sin control.

    Sedientos, bebieron el uno del otro. La lengua de Lyon exploró el paladar y los dientes de ella, disfrutando de la experiencia. La lluvia le había dejado la piel húmeda y aromática por su perfume. Se apartó de su boca y hundió la cara entre el cuello y el pecho para besarlo con frenesí. Le acarició los brazos.

    —¿Tienes frío?
    —No... —suspiró Andy mientras con su mano le tiraba suavemente del lóbulo y con la otra le reseguía la musculatura de la espalda.

    De pronto él preguntó:

    —Andy, ¿de verdad no sales con ese Lex Trapper?
    —Sólo como compañero y amigo. No salgo con nadie. No he hecho el amor con nadie desde que murió Robert.

    Lyon levantó la cabeza para mirarla de cerca, buscando indicios de engaño en sus cautivadores ojos.

    —Quiero creerte.
    —Créelo. Es cierto.
    —¿Por qué quieres entrevistar a mi padre?

    Esta pregunta desconcertó a Andy y la sorpresa se reflejó en su cara.

    —Por las razones que ya te he dicho. ¿Crees que tengo algún motivo oculto?
    —No. Supongo que no —dijo lentamente—. Hace años que intentan invadir su intimidad. No quería perturbar el mundo que había creado para sí, para mi madre y para mí. Quizá si hubiera accedido a conceder una entrevista hace años, no habría sido objeto de tanta especulación.

    »Las razones de esta especie de vida monástica que lleva son personales. Hasta que tú llegaste había decidido irse a la tumba sin responder a ninguna pregunta para satisfacer la curiosidad del público. Por un lado, me alegro de que no te echara. —Le sonrió y se inclinó para besarle el cuello. Después sus ojos adoptaron una expresión grave—. Y por el otro, temo por él.

    Andy se apartó un mechón de pelo que le caía sobre la frente.

    —¿Por qué, Lyon? —Le agradó pronunciar el nombre y repitió la pregunta sólo para volverlo a oír—. ¿Por su salud, Lyon?
    —Por eso y... No importa. —La besó—. Eres preciosa, Andy —murmuró junto a sus labios.

    Andy había sentido una punzada de pánico al expresar Lyon sus temores sobre su padre. ¿Acaso el olfato de sabueso de Lex para detectar secretos se confirmaba de nuevo? ¿Había algo de su padre que Lyon no quería que se supiera? ¡No! «Por favor, Dios mío, no permitas que descubra nada que tenga que hacerse público.» El conflicto de intereses es una maldición para todo periodista que persiga la objetividad. Se obligó a apartar esos perturbadores pensamientos y se centró en sentir los labios de Lyon sobre los suyos.

    Le hizo cosquillas con la punta de la lengua en la comisura de la boca antes de pasearse por su mejilla y jugar con el lóbulo. Con una mano alrededor de sus hombros, en un fuerte abrazo, con la otra empezó a acariciarle los pechos. Se detuvo en la parte superior de su camiseta, absorbiendo el latir de su corazón con la palma. Luego, con el tácito consentimiento de ella, cerró la mano sobre uno de sus pechos. Era una mano hábil que acariciaba con ternura aquello que latía con la necesidad de ser tocado. La tela mojada que se le pegaba a la piel sólo aumentaba la fricción entre los inquisitivos dedos y las terminaciones nerviosas.

    —He deseado tocarte desde el momento en que te vi sentada en aquel taburete del restaurante de Gabe —le susurró al oído—. Tus pechos me enloquecen.
    —Siempre me ha cohibido su tamaño.

    Lyon rió quedamente. La exploración continuó, se hizo más atrevida y aumentó el torbellino de sensaciones que ella sentía.

    —Pasé toda mi adolescencia fantaseando sobre mujeres como tú. No debes sentirte cohibida por tus atributos de mujer.
    —Y fueron adolescentes fantasiosos como tú que no dejaban de mirarme los que me cohibieron.
    —Ya.
    —¿Cuál fue tu primera impresión cuando me viste en el restaurante de Gabe?
    —Que tenías unos ojos preciosos y un par de...
    —¡Además de eso!
    —Oh, entonces preguntas por mi segunda impresión.
    —Lyon, hablo en serio.

    Rió.

    —Yo también. —De pronto se puso serio, retiró la mano y le pasó los dedos por el pelo, todavía mojado por la lluvia—. Pensé que eras una mujer muy atractiva que me gustaría llevarme a la cama.

    Andy tragó el nudo de emoción que tenía en la garganta.

    —¿Y ahora?
    —Ahora pienso que eres una mujer muy atractiva que me gustaría conocer mejor y después llevarme a la cama. El primer impulso obedecía sólo a la lascivia. El segundo, a algo que todavía no puedo definir, pero el objetivo último es siempre el mismo. —Le sostuvo la barbilla entre el pulgar y el índice mientras sus ojos la miraban penetrantemente—. ¿Entiendes?

    Temblorosa y medio asustada, Andy dijo:

    —Creo que sí.
    —No quiero que haya malentendidos —repuso Lyon. ¿Cómo podía estar tan tranquilo cuando Andy estaba temblando de arriba abajo?—. Quiero hacer el amor contigo. Lenta y tranquilamente, y rápida y brutalmente, en cualquier modo concebible y en algunos inconcebibles.

    Ningún otro hombre se había atrevido a hablarle con tanta audacia, excepto quizá Lex. Pero él siempre estaba bromeando y Lyon parecía mortalmente serio. Un poco avergonzada, contestó:

    —¿Me consideras un trofeo para la chimenea? ¿Un desafío más que ganar? Ni hablar, Lyon. No soy ni nunca seré tan fácil de conseguir.
    —No pretendía sugerir que fueras una conquista. No te querría si fueras fácil de conseguir. Sólo me pareció justo decirte exactamente lo que sentía. Cuando hagamos el amor, será porque los dos lo deseamos, y resultará una experiencia satisfactoria para los dos.

    Ninguna de las experiencias de su vida adulta anterior la habían preparado para eso. No sabía qué hacer con aquel hombre, con sus sentimientos hacia él, y las cosas que le decía. ¿Acaso sólo quería que bajar ala guardia para saborear su proyecto? ¿A eso se reducía toda aquella pasión? No, aquel beso no era fingido. Si era así, deberían nominarlo como mejor actor del mundo. Si estaba pensando en utilizar el sexo para impedirle entrevistar a su padre, sería mejor dejar las cosas claras.

    —Haré mi trabajo, Lyon, pase lo que pase entre nosotros. Tú..., eso no tienen nada que ver con el porqué estoy aquí. No permitiré que nada ni nadie interfiera en mi trabajo. Has de saber que nunca pensé que acabaría teniendo una relación contigo.
    —Yo tampoco tenía prevista mi atracción por ti. Y todavía me opongo absolutamente a esas entrevistas.
    —No tienes nada que temer de mí.
    —Y tú tendrás mucho que temer de mí si descubro que tus motivos no son honestos.

    Después de este cínico comentario, miró por encima del hombro y vio que la lluvia se había convertido en una fina llovizna.

    —Será mejor volver. Papá y Gracie deben de estar preocupados.

    En lugar de preocupados, se mostraron encantados de ver a Andy y a Lyon entrar en la cocina calados hasta los huesos y riendo del agua que corría por las sandalias de ella.

    —Como ninguno de los dos apareció para el almuerzo, el general tomó el suyo en la cocina —dijo Gracie para explicar por qué la silla de ruedas de Michael Ratliff ocupaba un extremo de la mesa de cortar carne.
    —La sopa está deliciosa —dijo éste—. ¿Por qué no vais a secaros y luego bajáis a probarla?

    Eso es lo que hicieron, y se encontraron en el rellano después de cambiarse. Andy miró la habitación de Lyon y le asaltó una femenina curiosidad por saber qué se escondía tras la puerta.

    —Pareces una chiquilla —dijo Lyon, tirándole juguetonamente de la coleta—. Bueno, al menos en parte. —Sus ojos hablaron por él cuando los posó sobre los pechos de Andy—. Creo que me gustaba más la otra camiseta. —Andy se había puesto una camisa de algodón con hombreras.
    —Porque eres un sexista chovinista y lujurioso.

    La sonrisa de él fue maliciosa e insinuante.

    —Exactamente.

    Mantuvieron el buen humor durante toda la comida en la cocina, con la compañía de Gracie y el general. Cuando terminó, Lyon salió, diciendo que la lluvia no impedía que en el rancho se continuara trabajando. Se puso un capote impermeable que colgaba de un gancho en la puerta trasera y se caló otro sombrero vaquero en la cabeza.

    —Nos veremos a la hora de la cena —dijo mirando a Andy. Después le guiñó el ojo y salió. Andy intentó disimular, pero sabía que el general y Gracie habían visto el gesto de Lyon.
    —Voy a dormir un rato, Andy. Después, si quieres que repasemos los preliminares, estaré a tu disposición hasta la hora de la cena.
    —Muy bien, general.
    —Una sopa exquisita, Gracie —repitió, saliendo de la habitación.
    —El pobre apenas puede comer nada —comentó ésta—. A veces las cosas que tengo que cocinar para él me ponen enferma.

    Andy se dispuso a ayudar a Gracie a retirar la mesa.

    —Está muy enfermo, ¿verdad? —preguntó en voz baja.
    —Sí, lo está —dijo Gracie sin rodeos—. Estoy intentando prepararme para ello, pero sé que moriré de pena el día que finalmente se vaya. Es un gran hombre, Andy.
    —Lo sé. Y tú llevas años trabajando para él.
    —Casi cuarenta, Apenas tenía veinte años cuando él y la señora Ratliff me contrataron. Era toda una señora; delicada como una flor y totalmente dedicada a él y a Lyon. El general nunca se interesó por otra mujer después de su muerte, aunque yo pensaba que Lyon necesitaba una madre. Creo que inconscientemente el general me delegó esa responsabilidad.
    —Lyon me dijo que tú lo cuidaste como una madre.

    Gracie dejó momentáneamente de fregar a mesa.

    —¿Eso dijo? Entonces creo que no hice un mal papel de madre. Ese chico me preocupa. Tiene una amargura que lo corroe por dentro.
    —Me dijo que había estado casado.
    —Con una de las chicas más bonitas que he visto en mi vida. —Gracie olfateó el aire como si notara algo podrido—. Lástima que su belleza era sólo exterior. Tuvo a Lyon pendiente de sus deseos todo el tiempo que duró su matrimonio. No le dio ni un solo día de paz. Para ella todo estaba mal. Se quejaba, protestaba. Decía que estaba malgastando su vida en estos páramos. Necesitaba «más de la vida». Siempre había abrigado la esperanza de convertirse en modelo o en profesional de la moda. De modo que un día tomó el camino de Nueva York y nunca volvió. Por mí y el general mejor así, pero Lyon lo encajó muy mal. No tanto porque la echara de menos, francamente creo que se quedó muy aliviado al verla marchar, sino porque ella le destrozó algo muy íntimo.
    —Guarda un temible resentimiento contra las mujeres independientes.

    La elocuente ceja de Gracie se arqueó.

    —¿Incluida tú?
    —Yo especialmente.
    —Entiendo que esté un poco molesto contigo por la forma como le hablaste ayer. Aunque a mí me pareció ingenioso y divertido —añadió riendo—. Pero tienes razón. Desconfía de las mujeres.
    —¿Cómo se llamaba?
    —¿Su esposa? Jerri.
    —Jerri —repitió Andy con aire ausente.

    Gracie adoptó la misma postura con que había analizado a Andy el día anterior. Los brazos cruzados sobre el estómago y la cabeza inclinada hacia un lado, y preguntó descaradamente:

    —¿Pasó algo más ahí fuera aparte de que os mojarais?

    Andy sintió una ola de calor en las mejillas.

    —Perdona. Tengo que repasar mis notas.

    Cuando salía apresuradamente de la cocina, oyó cómo Gracie se reía y decía:

    —¡Me lo imaginaba!
    —Ahí estaba yo con el ganador masculino de Wimbledon en mi habitación de hotel de Londres. Todavía estaba blandiendo ese enorme trofeo ante mis ojos.

    Todos los ojos estaban vueltos hacia Andy, que contaba la historia. Incluso Gracie había dejado de servir café para poder escuchar. Los ojos del general Ratliff estaban entornados, pero Andy sabía que estaba escuchando, porque sonreía. Lyon estaba recostado en su silla, jugueteando con el vaso de vino.

    —Como podéis imaginar estaba feliz y encantada de que me hubiera concedido la entrevista. Era un gran éxito. La única condición impuesta por su entrenador y representante era que no durara más de diez minutos. Ya os podéis imaginar cómo estaban los demás periodistas por intercambiar unas palabras con él.

    »Los del equipo estaban ocupados en poner las luces y los micrófonos. Entonces se produjo el desastre. Uno de los técnicos tropezó con la pata de un trípode y vi con horror cómo un foco se inclinaba y empezaba a caer. Era como un sueño en que todo sucede a cámara lenta, pero no se pude hacer nada para detener la tragedia. El foco se estrelló directamente sobre la cabeza del flamante campeón de Wimbledon.

    Gracie se llevó una mano a la boca. Lyon rió ruidosamente y el general ensanchó su sonrisa.

    —Me alegro de que os resulte tan divertido —dijo Andy con fingida indignación—. A pesar de que no le hizo daño, yo ya me veía buscando trabajo.
    —¿Qué pasó después? —preguntó Lyon.
    —Dado que no se distingue por su buen carácter, más bien al contrario, contuve la respiración. Pero como un auténtico campeón, siguió con la entrevista con gran aplomo. Estuvo mareado un momento, pero luego se limpió la sangre con serenidad...
    —¡Sangre! —chilló Gracie.
    —¿No os había contado lo de la sangre? —preguntó Andy inocentemente. Entonces todos rieron—. En verdad no se hizo mucho daño, pero mientras el foco caía yo ya veía los titulares: «CAMPEÓN DE WIMBLEDON MUERE A MANOS DE UNA PERIODISTA ESTADOUNIDENSE.» —¿A quién más has entrevistado? —preguntó Gracie, rompiendo la tradición y sentándose a la mesa del comedor, sin simular ya que estuviera sirviendo.
    —Déjame pensar... —repuso Andy meditabunda—. Algunos han sido famosos o bastante famosos, otros simplemente gente normal que por una u otra razón ha sido noticia.
    —Dinos alguno de los famosos —la apremió el ama de llaves.

    Andy miró a Michael Ratliff, que parecía relajado y no demasiado cansado. Aquella tarde habían hablado durante largo rato y él le había proporcionado bastante información.

    —Bob Hope, Neil Armstrong, Reggie Jackson, John Denver, el príncipe Andrés de Inglaterra, Mijaíl Baryshnikov...
    —Ohhh... —dijo Gracie con asombro.
    —¿Todos hombres? —refunfuñó Lyon.
    —No —dijo Andy sonriendo—. También Lauren Bacall, la jueza Sandra Day O’Connor, Carol Burnett, Farrah Fawcett y... Diana Ross. Por nombrar sólo a algunas —añadió con malicia contando los nombres con los dedos.
    —¿A quién te gustaría entrevistar?
    —Al general Michael Ratliff —contestó sonriendo, y éste levantó la mano como un pontífice que bendice a la multitud—. Y... —miró al cielo con ensoñación— a Robert Redford.

    Gracie silbó.

    —Así se habla.

    El general rió abiertamente.

    —Me alegro de estar en tan augusta compañía.

    Lyon también reía, y a Andy le encantó su risa saludable y estrepitosa.

    —Papá —dijo cuando se calmaron todos—, deberías irte a la cama.
    —Tienes razón, por supuesto, pero te aseguro que no he notado el cansancio. La compañía es demasiado agradable y entretenida. —Andy se acercó y le dio un beso en la mejilla.
    —Buenas noches. Que descanse, general.
    —Buenas noches. —El anciano salió del comedor en su silla de ruedas.

    Lyon preguntó a Gracie.

    —¿Ha venido el médico esta mañana?
    —Sí, mientras vosotros estabais aguantando la lluvia.
    —¿Y qué ha dicho?

    Gracie le puso una mano consoladora en el hombro.

    —Está en manos del Señor, Lyon.

    Lyon meneó la cabeza y se levantó.

    —Andy, siento tener que dejarte, pero esta noche tengo una reunión de la Asociación de Ganaderos. ¿Te importa quedarte sola?

    Desilusionada, Andy sonrió.

    —Por supuesto que no. De todos modos necesito estudiar el guión.
    —Bien. Buenas noches.
    —Buenas noches.

    Hasta mucho rato después de oír cómo se cerraba la puerta principal, Andy no encontró el coraje para salir del comedor.

    Nunca estuvo segura de qué la había despertado. Pero de repente estaba despierta y sentada en la cama. Las manecillas luminosas del reloj de la mesita indicaban que pasaba de las cuatro. Apartó el cubre cama y se acercó a la ventana, con sigilo, sin saber por qué.

    Todo estaba en silencio. Entonces oyó un ruido. Aguzó el oído y le pareció que venía del río. Se le encogió el corazón cuando vio unas luces parpadeantes atravesar la oscuridad; dos luces que se movían errativamente entre los árboles. Luego se apagaron.

    ¿Quién podía ser? ¿Trabajadores del rancho? Miró hacia la cabaña. Estaba todo tranquilo. ¿Intrusos? ¿Pero quién? ¿Se habrían enterado otros periodistas de que estaba aquí y habían venido a husmear?

    Sea como fuere, Lyon debía saberlo.

    Cruzó el dormitorio a toda prisa, abrió la puerta y salió al pasillo. Sin molestarse en llamar, abrió la puerta de Lyon. Esperó un momento a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad y se acercó de puntillas a la enorme cama situada contra la pared adyacente.

    Lyon dormía boca abajo con el brazo sobre la almohada. Tenía la nariz hundida en el arco del codo. La espalda desnuda era ancha y oscura en contraste con las sábanas. Andy se inclinó y le tocó suavemente el hombro.

    —¿Lyon?


    5


    Se levantó de un salto y casi le golpeó con la barbilla la cabeza. Parpadeó rápidamente para intentar enfocarla.



    —¿Qué...? ¿Andy? ¿Qué?
    —Algo ocurre en el río —balbuceó ella. No sabía si el corazón le latía tan aprisa por la posibilidad de un peligro, o por la visión tan cercana del pecho desnudo de Lyon—. He visto linternas, y se oyen ruidos.

    Lyon sacó las piernas de la cama.

    —¿En el río?
    —Sí, me he despertado y...

    Se interrumpió al verlo. Lyon estaba desnudo. Pasó a su lado en la oscuridad, y el vello de su pecho le rozó el brazo. Él recogió unos tejanos que había sobre una silla y se los puso.

    —¿Qué clase de ruido? —Los tejanos eran los clásicos de Oeste, con botones, y se los estaba abrochando.
    —Pues.... —vaciló Andy—. Como risas, algo así... —Oyó el chasquido del último botón de los tejanos al ser abrochado.
    —¿Cuántas linternas? —Se acercó a un escritorio y abrió el cajón de arriba.
    —Dos, creo. ¿Qué crees...? ¿Eso es una pistola?
    —Sí. Probablemente no es nada pero saldré a investigar. —Se metió la pistola en la cintura y buscó una linterna en el cajón.
    —Yo también voy.
    —Ni hablar.
    —Yo voy, y si no voy contigo te seguiré.

    Lyon se paró en el umbral y se dio la vuelta para mirarla. Incluso en la oscuridad podía ver el gesto obstinado de su barbilla.

    —Vamos, pues —dijo con exasperación.

    Andy lo siguió de cerca por el pasillo y las escaleras. Llegaron a la puerta sin contratiempos y aparentemente sin despertar a nadie.

    —No te alejes de mí —le susurró cuando abría la puerta de cristal que llevaba a la piscina y la terraza.

    Moviéndose como ladrones, cruzaron el patio, rodearon la piscina y después tomaron el camino asfaltado del río. Lyon la miró por encima del hombro.

    —¿Todavía estás ahí?
    —Sí.

    Él tropezó en la oscuridad cuando vio la aparición que llevaba detrás.

    —¿Qué demonios llevas puesto?
    —Un camisón.
    —Un camisón muy blanco. Pareces lady Macbeth. Se te ve a dos kilómetros de distancia. ¿Llevas algo debajo?
    —Las bragas.
    —Gracias a Dios —refunfuñó—. ¡Maldita sea!—juró de repente. ¿Llevas zapatos?
    —Pues... no.
    —Ten cuidado con las piedras.

    Andy rió por lo bajo.

    A medio camino, Lyon se detuvo bruscamente. Andy tropezó con él por detrás y sin darse cuenta dejó las manos en su cintura, donde había ido a parar instintivamente al intentar impedir el encontronazo.

    —He visto una luz —musitó él.

    El resplandor de una linterna penetraba entre los árboles como una luciérnaga borracha. La corriente del río sofocaba cualquier otro ruido, pero se distinguía un inconfundible murmullo de voces. Alguien pronunció algo en voz más alta y lo siguió un coro de «shhh».

    —Con cuidado —dijo Lyon, avanzando. El pie de Andy tropezó con el suyo en su esfuerzo por seguirlo todavía agarrada a la cintura de sus tejanos. Entre la densidad de las ramas bajas distinguieron a varias figuras recortadas contra la luz de la luna y el río, que parecía de plata líquida. Las figuras se movían de una forma extraña. Tropezando con las piedras y las ramas caídas de los árboles. Alguien maldijo entre dientes y los demás rieron quedamente. Para Andy fue un alivio advertir la torpeza de los intrusos. No podían ser profesionales.
    —Mira por donde —susurró Lyon. Se volvió hacia ella—. Nos divertiremos un poco. Sígueme.
    —Pero qué...
    —Tú sígueme y verás.

    Repentinamente provocó tanto ruido como una estampida de elefantes al cruzar entre los pocos árboles que los separaban de la orilla del río. Andy pegó un respingo cuando Lyon iluminó.

    Tres chicos, de unos dieciocho años, parecían animalillos paralizados por el haz de luz, mudos de terror ante la figura de Lyon que se acercaba pistola y linterna en mano. Llegó a pocos metros de la primera figura, que se incorporó lentamente de su postura encogida.

    —No pensará disparar, ¿verdad?
    —Todavía no lo sé —le espetó Lyon—. ¿Quiénes sois y qué hacéis en mi propiedad en plena noche?

    El chico miró ansiosamente por encima del hombro en busca de ayuda, pero sus colegas se echaron atrás. Algo se agitó dentro de la lancha.

    —Somos estudiantes de la universidad. Bajábamos haciendo rafting por el río. El que nos alquiló la lancha dijo que los rancheros no les importaba que pasáramos por sus propiedades siempre que no nos paráramos.
    —¿Y bien? —dijo Lyon, cambiando con impaciencia el peso del cuerpo de un pie a otro, y levantando el arma—. ¿Por qué os habéis parado?

    El joven tragó saliva.

    —Es que bebimos unas cervezas de más y se nos volcó la lancha cuando pasábamos por eso rápidos que hay corriente arriba. Hemos parado aquí para recogerlo todo y reagruparnos..., por decirlo de algún modo.

    Otra risa sofocada por encima del hombro. Luego dijo:

    —Lo sentimos mucho, señor. No queríamos hacer nada malo. De verdad que no queríamos hacer nada.

    Lyon se guardó el arma en la cintura y los hombros del chico se relajaron con alivio, así como los de sus amigos. Tomándola por los hombros, Lyon colocó a Andy a su salo.

    —Habéis dado un susto de muerte a mi esposa. Acabábamos de hacer el amor cuando se ha acercado a la ventana y ha visto vuestras linternas. Creía que era su ex marido que volvía en busca de venganza. Es un maníaco de armas tomas.

    Andy lo miró con muda consternación y tuvo que contener la risa. Por su referencia a hacer el amor, lo que había provocado que seis pares de ojos de dieciocho años la miraran con interés lascivo, le clavó el talón a Lyon en el pie. Aparte de cierta tensión en los músculos de la mandíbula, él no demostró ninguna reacción.

    —Créame que sentimos mucho haberlos..., quiero decir que no queríamos interrumpir..., sentimos haberlos molestado — consiguió decir finalmente el portavoz del grupo.
    —Andy, ve a comprobar si esas chiquillas tontas que se esconden en la lancha se encuentran bien y no están aquí en contra de su voluntad.

    Ella así lo hizo, y regresó acompañada de tres chicas temblorosas y empapadas.

    —Se encuentran bien y no hay problema —informó a Lyon—. Sólo han salido de picnic nocturno. Tienen una tienda y piensan dormir en el bosque.
    —De acuerdo, pues —respondió Lyon, mirando a los seis jóvenes—. Pero a partir de ahora, para ahorraros posibles daños, os sugiero que esperéis a instalaros para pernoctar antes de abrir más cervezas. Este río puede ser peligroso y es totalmente irresponsable beber mientras intentáis navegarlo.
    —Sí, señor —corearon los jóvenes.
    —Vamos, Andy, ya podemos volver a la cama.

    Andy le lanzó una mirada asesina al pasar por su lado camino a la casa. Las voces de los chicos, que sonaban tras ellos mientras recogían las cosas que habían caído de la lancha, parecían haber recuperado la calma.

    —Te mataré— dijo Andy por encima del hombro mientras resoplaba por la suave pendiente.
    —¿Por qué? —preguntó Lyon.
    —¿Esposa? Y encima con un marido maníaco. ¿De dónde has sacado eso?
    —¿Habrías preferido que dijera «Os presento a mi invitada, la señora Malone»? ¿Qué conclusiones habrían sacado de eso? Sobre todo cuando andas deambulando medio desnuda en plena noche.
    —Deambulaba así en plena noche porque pensaba que podíamos correr peligro. Y no voy medio desnuda.
    —Prácticamente desnuda.
    —Eso está mejor. —Ambos rieron—. Pero no hacía falta que les dijeras que habíamos estado...,mmm.
    —¿Haciendo el amor?
    —Sí. ?dijo Andy, que de vez en cuando sentía el calor del cuerpo de él cuando se le acercaba por detrás— Podías haber dicho que estábamos durmiendo.
    —Ya. De todos modos se han quedado estupefactos al verte.
    —Su estupefacción se debía a tu linterna y tu revólver.
    —En realidad es una pistola —la corrigió—. Quizá al principio eso los ha inquietado, pero he visto cómo se les iban los ojos. Si no hubiese dicho que eras mi mujer e insinuado que éramos una pareja feliz, podrían haber sentido la tentación de desarmarme y secuestrarte.
    —¿Olvidas a las chicas?
    —Parecían ratas ahogadas. No; creo que te preferían a ti —habían llegado a la puerta trasera—. Despeinada y prácticamente desnuda estás muy guapa.

    Sin responder, Andy pasó por su lado y él tuvo que apartarse.

    —Por un momento —dijo Lyon en un susurro—, cuando me despertaste, pensé que quizá habías venido a mi habitación por otra razón.

    Andy tropezó con los primeros escalones y su falta de agilidad no tuvo que ver con el largo de su camisón. Sin dignarse a reconocer la sugerencia implícita, preguntó:

    —¿Cuánto hacía que dormías? ¿A que hora has vuelto a casa?
    —Sobre las once y media. Algunos hemos ido a tomar una copa después de la reunión.

    ¿Algunos? ¿Quiénes? ¿Mujeres? Seguro que Lyon no pasaba mucho tiempo sin una mujer.

    —Yo leí un poco, preparándome para mañana. Y sobre las once me fui a acostar. No te oí llegar.
    —Oh. —Pareció desilusionado—. ¿Cómo has oído a nuestros merodeadores?

    Había llegado a la puerta de Andy y ella se apoyó contra el marco.

    —No lo sé. Me desperté de repente, con la sensación de que algo no iba bien.
    —No estabas realmente asustada, ¿verdad?
    —¡Hasta que has empezado a armarte no! No tuve miedo hasta que cogiste ese revólver.
    —Pistola.
    —Está bien. ¿Creían que no oiríamos las risitas de esas chicas?

    Lyon sonrió.

    —Los hemos asustado de muerte.
    —¿Sucede a menudo que la gente baje el río haciendo rafting?

    Lyon se quitó la pistola de la cintura y la dejó junto con la linterna sobre un mueble del pasillo. Apoyó un hombro contra la pared.

    —A menudo en primavera y verano. Hay rápidos por todo el Guadalupe. La gente alquila lanchas, habitualmente durante el día. La mayoría sólo permanece unas horas y no en una propiedad privada. A veces nos saludan cuando pasan. Nada más. El Guadalupe sólo cruza por un recodo de nuestra propiedad.

    Andy estaba fascinada con su arrulladora voz. Hacía rato que habían olvidado su antipatía. Se habían reído, habían compartido una experiencia divertida y la hostilidad que había entre ellos había dado paso a la camaradería. Andy deseó haberlo conocido en diferentes circunstancias. Él no había sospechado de sus motivos y ella no lo habría considerado un obstáculo, un enemigo, sino simplemente un hombre.

    El cielo estaba despertando con la llegada del alba, y la oscuridad del pasillo se disipaba poco a poco, de modo que ahora ella podía distinguir claramente sus facciones. Relajado, su boca no tenía la dureza que a menudo exhibía. Las arrugas de expresión de sus ojos se hacían más evidentes cuando sonreía; blancas en comparación con el bronceado de la cara, configuraban una fina red que Andy habría deseado reseguir con el dedo. Los músculos de los brazos sobresalían al cruzarlos sobre el pecho, tan seductor con su rizado y oscuro vello.

    —¿Volverás a la cama? —le preguntó.

    ¿Le estaba mirando la boca?

    —No. Creo que no. Sólo conseguiré tener jaqueca si vuelvo a dormirme y tengo que levantarme dentro de poco. ¿Y tú?

    Lyon la miró.

    —No, no. De todos modos siempre me levanto al amanecer.

    Andy asintió y miró el suelo del pasillo. Llevaba con él más de una hora sólo con un camisón transparente y unas diminutas bragas. Hasta ahora, en el silencio de la casa antes de romper el día, no había sido consciente de su ligera vestimenta.

    —Bueno, gracias por la aventura —dijo animadamente, aunque sentía un nudo en la garganta. Tenía el cuerpo pesado, cargado de necesidad.
    —Ha sido un placer. Nos veremos luego.
    —Sí, por supuesto.

    No había nada más que decir, excepto «¿Por qué no pasas?» o «Podemos continuar hablando en mi habitación» o «Me muero de ganas: bésame». Pero no podía decir nada de eso. Así pues, cruzó la puerta de roble y la cerró sigilosamente, quedándose apoyada contra la hoja, a la espera de oír sus pasos, pero recordó que iba descalzo y desistió.

    Un poco despistada y sin saber muy bien qué hacer, decidió ducharse y lavarse el pelo. Después aprovecharía el tiempo revisando las notas hasta que llegaran sus compañeros.

    El agua le sentó de maravilla y se sintió fresca y totalmente despierta, aunque no es que necesitara nada para reanimarse. Tenía todas las impresiones sensoriales intensificadas a flor de piel. Era consciente de cada una de ellas mientras se secaba, se aplicaba una loción de limón para después del baño y luego crema en brazos y piernas.

    No había llevado ropa interior al baño, así que volvió a salir con el camisón de batista. El suave y fino algodón se pegaba a su cuerpo como una nube. Tenía un escote recto, sostenido por dos tiras finísimas a los hombros, y la tela acariciaba con frescor su limpio cuerpo.

    Se sentó ante la ventana para secarse su rebelde cabello; hacía años que había desistido de intentar conformarlo a un estilo definido. Al mismo tiempo que lo secaba, blandía un cepillo como un domador de animales blandiría el látigo, sin terminar nunca de dominar a la bestia totalmente. Le divertía lo a menudo que le preguntaban dónde se había arreglado el pelo.

    El sol apareció tras la colina más lejana y proyectó un resplandor rosa dorado sobre el paisaje. Era una visión imponente, pastoral y pacífica. El amor que sentía Lyon por su tierra era comprensible y justificado.

    Un suave golpe en la puerta la distrajo de su contemplación.

    —¿Sí?

    Tomando esa respuesta como una invitación, Lyon abrió la puerta sosteniendo una bandeja en la mano.

    —He preparado café y pensé que te...

    Nunca había visto nada más hermoso, ni recordaba haber deseado más a una mujer. Cuando la sorprendió abriendo la puerta tenía el brazo que sostenía el cepillo sobre la cabeza. El pelo de color miel le rodeaba la cabeza como un halo, reflejando el sol primerizo, y su piel parecía transparente bajo aquella luz tenue. Bajo el camisón sus pezones oscuros se traslucían tentadoramente a través de la tela.

    Dejó la bandeja en una mesita, luego cerró la puerta y cruzó la habitación, sin dejar de mirarla, obligándola a no moverse, a no hablar. Nunca se había sentido tan excitado en su vida. Desde la adolescencia había sido un experto en anatomía femenina, y nunca le habían faltado compañeras para practicar sus conocimientos.

    Después de que Jerri se marchara, durante una temporada no había sido muy honesto, sino que se había acerado a las mujeres con egoísmo, sin importarle lo que ellas sintieran, queriendo sólo lo que se le debía después de la humillación que su esposa le había infligido. Con el tiempo esa actitud se había suavizado considerablemente, y cualquier mujer que hubiese conocido su amor, por breve el tiempo que le era concedido, no olvidaba el encuentro. Había recuperado su orgullo masculino.

    Ahora se sentía inexperto como un niño. Esperaba que Andy no percibiera su susceptibilidad mientras se sentaba a su lado junto a la ventana.

    —No quería molestarte, —Su voz sonó más ronca que de costumbre.
    —No me molestas.

    Él la envolvió con la mirada. Los iris grises que ella había visto endurecidos y fríos como el acero ahora la miraban cálidos y llenos de emoción. Estudió todos sus rasgos antes de llegar al cuello y a la suave expansión de su pecho. No le encontró ningún defecto.

    —Hueles como una flor.
    —Acabo de ducharme.

    Esta insulsa conversación era sólo un escapa para la tensión que los embargaba, una excusa para soltar algo del exceso de energía que parecía brotar de su interior, una razón para liberar el aire que había quedado atrapado en sus pulmones encogidos.

    Enredó los dedos en su pelo, peinándolo luego hasta que cada mechón resbaló entre ellos y volvió a caer sobre los hombros de Andy.

    Le acarició la cara suavemente, tocándole las cejas, párpados, nariz, mejillas. Le siguió los labios alternando los dedos índice hasta que memorizó su forma y su textura.

    Andy quería que la besara, pero él no lo hizo. Sus manos continuaron vagando por su cuello hasta el hombro, con un dedo juguetón. Después llegó al adorno que perfilaba el escote del camisón.

    La miró a los ojos de una forma hipnótica, y como un paciente obediente Andy los cerró. Le frotó los pezones con los dedos, agitándolos suavemente y despertándolos en una pronta respuesta.

    —Andy... —gimió sin aliento. Pasó los pulgares por los finos tirantes, y el camisón se le arrugó en la cintura. Andy levantó los brazos y le rodeó el cuello, acariciándole la mandíbula con los dedos.

    Lyon le miró los pechos, se los cogió por debajo y los levantó ligeramente. Con suavidad le acarició las rosadas coronas.

    —¿No has tenido ningún hijo? —le preguntó con voz ronca.
    —No... —susurró ella.
    —¿Por qué?
    —Mi marido no quería. —No quería pronunciar el nombre de Robert, no quería que un tercero se entrometiera en esa situación.
    —Lo siento. —Bajó la cabeza y le besó la curva superior del pecho, después bajó los labios y le dio húmedos besos que refrescaban la cálida piel de Andy, hasta llegar al pezón. Andy oyó su propio gemido de excitación. Él también lo oyó, y su boca le apretó el pezón. Con una dulce punzada de deseo ella sintió que su boca la rodeaba. Su lengua la envolvió con las caricias más eróticas que jamás había experimentado.
    —Lyon... —Su nombre fue pronunciado en un suspiro de éxtasis, le tomó la cabeza entre las manos y se la sostuvo con fuerza.
    —Sabes a crema dulce y espesa. —murmuró él pasando la boca de un pecho a otro. Su ardiente atención continuó hasta que los nervios de Andy estuvieron tensos como cuerdas de arpa.

    Cuando levantó la cabeza, Lyon vio que su boca había añadido brillo a la piel ya brillante de Andy. Sonrió. La abrazó y la atrajo hasta que las puntas de sus pechos se rozaron con la rizada maraña de su torso.

    Levantaron los ojos, conscientes de que los latidos de sus corazones resonaban a la vez, y sonrieron.

    —Eres tierna como... —acercó los labios a los suyos— la miel.

    Atrapó la boca de Andy posesivamente y la exploró con la lengua repetidas veces como si realmente estuviera buscando miel.

    Andy se enderezó hasta quedar pegada a él tanto como dos cuerpos pueden amoldarse. Incapaz de creer que una piel pudiera ser tan satinada, Lyon no dejaba de reseguir su cuerpo desde el hombro a la cintura. Durante un momento que les cortó la respiración sus manos se acercaron a la curva del ombligo. Después, envalentonadas, pasaron por debajo del camisón arrugado en su cintura y la cogieron por las caderas, levantándola.

    Los dos se pusieron de pie. El camisón resbaló lentamente al suelo. Lyon la levantó y la llevó hacia las sombras de la habitación, donde la cama deshecha constituía una sugerente invitación.

    La tendió en el colchón y la cubrió con su cuerpo. Era pesado y firme, áspero en comparación con la suavidad de ella. A ella la excitó aún más, pero se resistió al explosivo deseo que la inundaba.

    —Esto no está bien, Lyon...
    —¿Crees que no lo sé? —La besó ávidamente y buscó con impaciencia los botones de sus tejanos. De pronto dejó de besarla y la miró—. ¿Acaso quieres dejarlo? ¿Puedes dejarlo?

    Sus manos expertas la acariciaban y descubrían zonas erógenas que ella desconocía. «No, no puedo», pensó ella con la poca lucidez que le quedaba. Se rindió a las intuitivas caricias de sus manos y se sumió en un torbellino de deseo.

    —No lo habíamos planeado, ¿verdad? —pregunto, arqueándose hacia él—. No lo ha..., Lyon, oh, Lyon.

    Él levantó la cabeza para mirar lo que estaba tocando.

    —Suave, eres tan suave... Una chica de oro —le susurró—. Una deliciosa chica de oro.

    Esperar a que terminara de desabrocharse los pantalones era un tormento. Se estaban riendo quedamente de su excitación cuando alguien llamó a la puerta con insistencia. Dejaron de reír bruscamente y se quedaron inmóviles en la cama.

    —¿Andy? —la voz de Gracie llegaba apagada; afortunadamente los paneles de la puerta eran gruesos—. Andy, ¿estás despierta, cariño?

    Andy se aclaró la garganta e intentó hablar como si acabara de despertarse.

    —Sí, Gracie. ¿Qué ocurre? —No dejó de mirar a Lyon, que continuaba sobre ella. Su pecho se expandía como un fuelle con su respiración áspera e irregular.
    —Han llegado tus compañeros. Han llegado cuatro en una camioneta. Les he servido café y les he dicho que te esperaran abajo.

    La maldición de Lyon, susurrada con tomo implacable, le quemó los oídos.

    —Gracias. Bajaré enseguida. —dijo Andy.
    —No corras —respondió Gracie—. Les serviré el desayuno.
    —Gracias —dijo Andy sintiéndose frustrada.

    Estuvieron un largo rato sin moverse, hasta que Lyon se separó. Se levantó de la cama y se abrochó rápidamente los botones que antes se habían mostrado tan reticentes. Andy se cubrió con la sábana.

    —¿Pudor a estas alturas, señora Malone?

    Su sarcasmo hizo desaparecer los restos de pasión o disgusto por haber sido interrumpidos.

    —No. —Apartando la sábana, Andy bajó de la cama, cruzó el dormitorio y se puso una bata ligera.

    Él la miró burlón.

    —Pareces avergonzada.

    Ella lo miró con ceño.

    —De acuerdo. ¡Sí! Sí, lo estoy. No debería haber permitido que me tocaras.
    —Ya me lo imaginaba —repuso él con ironía—. No soportarías que te acusaran de asociarte con el enemigo. ¿O temes que Lex descubra tu flirteo?
    —Ya te he dicho que Lex y yo no... Olvídalo. Sólo piensas creer lo que ya has decidido de antemano. ¿Por qué estás enfadado conmigo? No tengo más culpa que tú. No sabía que los chicos llegarían en este preciso momento. ¿Crees que lo que preparado para humillarte?
    —Creo que tú, señora Malone, te sientes aliviada de que te hayan rescatado en el último momento.
    —Creo que tú también —replicó Andy.
    —Ya lo creo. Esto ha sido el colmo de la estupidez —dijo golpeándose una palma con el puño—. No sé cómo he sido tan..., tan...

    Se paseaba con inquietud y parecía hablar consigo mismo, pero cada palabra era una herida en el corazón de Andy. Se dio la vuelta y la miró.

    —¿Por qué tienes que parecer una diosa intocable? —Su rabia la hizo temblar—. Me estás volviendo loco desde el primer momento que te vi, pero manténte alejada de mí a partir de ahora.
    —¿Qué? —exclamó Andy—. Puso los brazos en jarras—. ¿Yo? ¿Qué yo me aleje de ti? ¡Cómo te atreves a insinuar que yo he empezado esto! No se puede decir precisamente que te haya perseguido hasta tu habitación esta mañana.
    —No; pero te has metido en la mía en plena noche con una escueta imitación de camisón.
    —¡Tú estabas desnudo!
    —En mi cama. No me metí a hurtadillas en la tuya de ese modo.
    —Yo sólo entré en la tuya porque pensé que nosotros, sobre todo tu padre, podría correr peligro. Si no nosotros personalmente, al menos tu propiedad. ¡Perdóname por haberte avisado! —exclamó.
    —¡Podrías haberte puesto esa bata un poco antes! —replicó él.
    —Con las prisas no se me ocurrió.
    —Bien, pues a ver si te acuerdas la próxima vez.
    —No habrá próxima vez.
    —En eso tienes razón. Manténte alejada de mí y yo me mantendré alejado de ti.
    —¡Perfecto! —exclamó ella, pero no estuvo segura de que él la oyera. Ya había salido dando un portazo.

    Se quedó en medio de la habitación unos minutos, mirando la puerta, con las manos cubriéndole los labios, y se preguntó cómo explicaría a sus compañeros aquellos ojos enrojecidos por las lágrimas.


    6


    Sus compañeros de equipo la recibieron con alegría cuando se encontró con ellos en la cocina media hora después de que Gracie llamara a su puerta. Había tardado ese tiempo en recuperarse de los ataques verbales de Lyon.



    —Lo siento —dijo, dando un abrazo a cada uno—, pero se me metió algo en el ojo y no conseguía quitármelo. —Era posible, aunque poco creíble, pero ellos aceptaron esa explicación de sus ojos rojos e hinchados—. ¿Crees que podrás disimularlos ante la cámara, Jeff?
    —¡Estás tan apetecible que quien va a notar unos ojos un poco enrojecidos!

    Lyon eligió ese momento para abrir la puerta de la cocina. Un poco incómoda, aunque intentando actuar normalmente para no traicionar ante sus compañeros los sentimientos que había entre ella y Lyon, lo presentó a los demás.

    —Éste es Jeff, nuestro cámara. —Andy no había tomado el comentario de Jeff en serio. Era un flirteador incorregible y usaba su cámara como licencia para hacerlo impunemente. Aprovechaba el misterio derivado de una cámara de cine en toda su extensión. Andy sentía compasión por su bonita y dócil esposa, que esperaba pacientemente en casa mientras él estaba fuera en sus frecuentes viajes de trabajo. Jeff nunca dejaba pasar una oportunidad de serle infiel, pero ya hacía tiempo que Andy le había hecho saber que no estaba interesada. Su flirteo con ella era un simple juego.

    Se preguntó si la gente también sentía lástima por ella cuando Robert la dejaba del mismo modo que Jeff hacía con su mujer. Probablemente sí. Durante los últimos años de su matrimonio Robert no se había sentido satisfecho con los aspectos sentimentales de su unión y había buscado consuelo en otra parte.

    —Hola, Jeff —dijo Lyon estrechando la mano del fotógrafo—. Soy Lyon Ratliff.
    —Éste es Gil, nuestro técnico de sonido.
    —Señor Ratliff. —Gil estrechó la mano de Lyon con deferencia. Era un chico simpático que no se metía con nadie y hacía tan bien su trabajo que a menudo se lo ignoraba. Su discreta personalidad lo había hecho muy querido para Andy y si ella le pedía la luna él intentaría conseguírsela.
    —Éste es Tony, el encargado de las luces —dijo Andy. Tony solía quejarse a menudo, probablemente porque tenía seis hijos que mantener. Pero era un maestro de la iluminación, las sombras y los filtros.

    El último miembro del equipo era un ayudante de producción. A él le caían los trabajos que había que hacer y que nadie tenía tiempo ni ganas de acometer. Arreen, un esqueleto con la piel pegada, tenía la fortaleza de un buey y la agilidad de un simio. Era famoso por ser capaz de subir a árboles, vadear ríos, cruzar la maleza o colgarse de cualquier sitio para ayudar a los especialistas a conseguir la imagen o el sonido buscado.

    —Ya veo que Gracie os ha servido el desayuno —añadió Lyon, y los cuatro asintieron. Sonrió—: Probablemente más abundante de lo que esperabais.

    Andy estaba asombrada ante la animación de Lyon. ¿Le tocaba a ella aguantar la pero parte de su carácter?

    —Poneos cómodos. Cuando llegue el momento, Gracie llamará a la cabaña y alguien vendrá a recogeros. Si necesitáis algo, decídselo a la señora Malone y ella me lo comunicará.

    Señora Malone.

    Todo el equipo, incluso Jeff, parecía impresionado con Lyon Ratliff, y Andy se sintió traicionada. Le molestó la hospitalidad y la simpatía con que los había recibido. Cuando lo vio salir por la puerta con cara de satisfacción, comprendió que había sido deliberadamente efusivo. Era su manera de decirle que podía ser simpático cuando quería, pero que no quería serlo con ella. Empezó a dolerle la mandíbula antes de que se diera cuenta de cuán fuertemente apretaba los dientes.

    El primer desastre ocurrió cuando Gil descubrió que uno de los cables de micrófono había dejado de funcionar.

    —No sé qué ocurre, Jeff —dijo serenamente cuando el temperamental fotógrafo se le echó encima—. Al parecer no le llega corriente.
    —Gil, ¿crees que podrás encontrar uno aquí en Kerrville? —preguntó Andy en su papel de mediadora.
    —No lo sé. Puedo intentarlo. De lo contrario tendré que ir a San Antonio.

    Andy ignoró las sordas maldiciones de Jeff.

    —Pues llévate la camioneta. Mientras estés fuera, organizaremos el primer rodaje. Y empezaremos en cuanto vuelvas.

    Finalmente todo fue bien, aunque la preocupación Andy no era por el equipo, sino por el general. Se había puesto traje y corbata para comenzar las entrevistas por la mañana, como le había dicho Andy. Creía que cuanto antes empezaran mejor. Así tendría la tarde y la noche para descansar antes de la sesión del día siguiente. El proyecto se demoraría más rodando sólo un programa al día, pero Andy se había prometido que haría todo lo que pudiera para evitar que el general se fatigase.

    La decepcionó ver que no llevaba el uniforme militar, pero cuando se lo había propuesto delicadamente él se había puesto visiblemente nervioso.

    —Después de retirarme no encargué ninguno más. Los que tengo se los han comido las polillas y tienen más de cuarenta años. Prefiero no ponérmelo, lo siento.

    Ella se sintió decepcionada, pero sonrió y le apoyó una mano en el hombro.

    —Si lo prefiere así, está bien. Además, si se pone más guapo, no podré concentrarme en las preguntas.

    Gil volvió cuando estaban comiendo los bocadillos que Gracie había preparado. Mientras él se organizaba, Andy subió a ponerse su maquillaje de «cámara», hacerse un moño flojo, y ponerse el vestido de lino color marfil, sin más adornos que unos pendientes de pelas.

    Recibió los habituales silbidos lascivos de sus compañeros cuando bajó las escaleras con sus papeles en la mano. Les hizo una inclinación como una gran actriz de teatro y después una pequeña pirueta. Al volverse se encontró cara a cara con Lyon, que había estado observando sus payasadas con expresión dura y mirada reprobatoria.

    —Veo que estás en tu elemento, señora Malone.

    Su tono de reproche la irritó más que las uñas rasgando una pizarra. Y Andy mordió el anzuelo.

    —Sí, es cierto.
    —Bien. No podría soportar que perdieras tu don.
    —Lo mismo digo, señor Ratliff.
    —No piensas abandonar, ¿verdad?
    —No mientras vivas —replicó desafiante.

    Lyon bajó la voz y musitó:

    —Es de tu vida de lo que estamos hablando. —La miró con dureza y después fue a ver cómo seguía su padre.

    El general Michael Ratliff estaba elegantemente sentado en una butaca de la sala. Llevaba un micrófono cuyos cables Gil había ocultado cuidadosamente. Sólo se veía un pequeño micrófono prendido tras su corbata. Andy vio con alivio que sus compañeros lo trataban con absoluto respeto.

    Se situó en su sitio en un extremo del sofá, junto a la butaca y dejó que Gil le colocara el micrófono en un lugar discreto de su corpiño. Con el rabillo del ojo vio como Lyon vigilaba atentamente las manos de Gil, que rozaban con la tela sobre sus pechos. Andy había visto expresiones menos amenazadoras en las caras de déspotas ofendidos.

    —Un poco más de color en las mejillas —dijo Jeff inexpresivamente mientras la miraba a través de la lente—. Veo que no has aprovechado el sol de Texas, Andy. Estás pálida.
    —Ayer llovió —respondió mientras Warren buscaba la caja de maquillaje. Buscó los ojos de Lyon y por un momento se miraron por encima del material que había convertido aquella cómoda sala en un pequeño estudio de televisión. Se obligó a apartar la vista, pero al aplicarse el colorete en las mejillas le temblaba el espejito en la mano.
    —El general Ratliff tiene un brillo en la cara —dijo Jeff.

    Warren ajustó la cortina en la ventana.

    —Muy bien, todo el mundo sale muy bien. Dispuesto cuando quieras, Andy —dijo Jeff—. Gil, ¿has probado los micrófonos?
    —Sí. Todo en orden.
    —De acuerdo. ¿Andy?
    —Preparada —dijo, humedeciéndose los labios.
    —Rodando.

    Vaciló una vez durante sus comentarios introductorios y tuvieron que volver a empezar. Lo que había hecho centenares de veces ahora la ponía insólitamente nerviosa. En realidad no era tan insólito: Lyon estaba allí. Si no hubiera estado en la habitación, escuchando todo y observando cada gesto, se habría sentido perfectamente cómoda.

    Michael Ratliff era un entrevistado excelente. Respondía a las preguntas extendiéndose sin que ella tuviera que animarle. El método de Andy cuando se trataba de entrevistas era conseguir que el entrevistado hablara abiertamente y hacerle el mínimo de preguntas. Creía que era al entrevistado, no a ella, al que el público quería ver y oír. Andy Malone era sólo el acompañante que conducía a la celebridad a su salón.

    Durante la primera entrevista limitó las preguntas a la historia personal del general, su infancia, su educación y sus primeros años en el ejercito.

    —No es oriundo de Texas, a pesar de que ha vivido aquí desde su jubilación.
    —No; nací y crecí en Missouri. Mi padre era un vendedor de hielo. —Relató algunas anécdotas sobre sus padres y su único hermano, fallecidos en los años treinta.
    —¿Cómo fue que vino a Texas después de la jubilación?
    —Te lo contaré, Andy. —La cámara no lo inquietaba para nada y hablaba con ella como si estuvieran a solas. Era la propia comodidad de Andy ante la cámara la que hacía sentir tan distendidos a sus entrevistados. Reconocía las sutiles señales de Warren acerca del tiempo con un imperceptible parpadeo. El entrevistado nunca se enteraba.

    El general contó cómo había ido por primera vez a las montañas de Texas con un amigo a cazar. Se había enamorado de las colinas manchadas de piedra caliza y de los deliciosos ríos alimentados por corrientes subterráneas, y decidió que se instalaría allí después de su jubilación.

    —¿Consiguió cobrar alguna pieza?
    —No —dijo riendo—. Mi puntería nunca valió demasiado. Mi hijo Lyon puede decírselo. Nunca llegué a nada más que a tirador en el ejército. Mis compañeros de armas me tomaban el pelo; decían que si los soldados que tenía bajo mi mando no fueran capaces de tirar mejor que su general, no habríamos ganado la guerra.

    Con esto Andy dio por concluida la primera entrevista.

    —¡Estupendo! —dijo Jeff, apagando la cámara y desmontándola del trípode.

    Lyon empezó a empujar la silla de ruedas entre el barullo de luces y cables.

    —Lo necesitaremos cinco minutos más, Lyon —dijo Andy. Tenemos que hacer las preguntas repetidas.
    —¿Qué es eso?

    Andy le explicó que cuando se utilizaba una sola cámara, después de la entrevista el fotógrafo colocaba la cámara tras el sujeto, enfocándola a ella esta vez. Andy repetiría algunas de las preguntas que había hecho, pero el general no tenía que responder, sólo quedarse quieto. Después un editor mezclaría las dos cintas, primero mostrando a Andy haciendo la pregunta y después al general cuando respondía.

    —Es un truco para que parezca que teníamos más de una cámara. Los planos se editan tan pulcramente que el público no se da cuenta de que existen.

    El general escuchó las instrucciones de Jeff, que sostenía la cámara sobre un hombro y enfocaba a Andy por detrás del general.

    —Papá, ¿Estás bien?
    —Sí, hijo. Hacía tiempo que no me divertía tanto. Durante la guerra, siempre que me entrevistaban había reporteros que pululaban cámara en mano. De vez en cuando hacía alguna entrevista por radio, pero. esto es diferente.

    Andy se alegró de que disfrutara, pero no le hacía gracia el color subido de sus mejillas más del que le hacía a Lyon. Hizo las preguntas repetidas sin equivocarse y rápidamente. Terminaron en pocos minutos. Tony apagó los focos.

    —Eres toda una profesional, cariño —dijo Jeff entusiasmado, besándola sonoramente en la mejilla. Gil había retirado el micrófono del general y ahora estaba retirando el de Andy, cuidando de no estropearle el vestido. Lyon ayudaba a su padre a sentarse en la silla de ruedas, pero no le pasó inadvertido el despliegue de afecto de Jeff. Sus ojos eran duros cuando la miró.

    En atención a la salud del general los chicos habían contenido las ganas de fumar, y cuando acabaron se abalanzaron hacia el porche para aspirar su necesaria dosis de nicotina.

    Andy se arrodilló ante la silla del general Ratliff. Le miró la cara arrugada y manchada por la edad.

    —Gracias, general. Ha estado magnífico.
    —Me he divertido bastante. Había pensado que quizá cambiarías de personalidad cuando la cámara empezara a rodar, que te volverías más dura, seca y exigente. Debería haber sabido que segurías siendo la misma dama que eres.

    Andy se incorporó y le dio un beso en la mejilla.

    —Vaya a descansar. Seguiremos mañana.

    Como habían empezado tarde, casi era la hora de cenar cuando el material estuvo recogido y ordenado. Al igual que casi todos sus colegas, Jeff trataba a su cámara como a un niño y la mimaba amorosamente. Los focos de Tony se guardaron en cajas de metal. Los micrófonos de Gil fueron a parar a sus estuches acolchados.

    Parecían niños de diez años emocionados ante la idea de compartir casa con vaqueros de verdad y se fueron a toda prisa a la cabaña. Al general le llevaron una bandeja a su habitación. Andy tuvo que soportar una cena prácticamente en silencio a solas con Lyon.

    —¿Estás satisfecha de la entrevista de hoy? —le preguntó. Ya habían llegado al segundo plato cuando él decidió romper el incómodo silencio.
    —Sí. Tu padre se comporta muy bien ante la cámara. A menudo he de recordar a los entrevistados que deben hablar conmigo y no con la cámara. Instintivamente se les van los ojos. Pero tu padre ha ignorado la cámara y las luces. Ha sido el entrevistado perfecto.
    —Parece que te llevas bien con tu equipo.

    Andy sabía que en esas palabras había algo más que una simple observación.

    —Hace años que trabajamos juntos. A veces me asignan otros técnicos. No son siempre los mismos, pero éste es mi equipo favorito. Son muy profesionales.
    —Ya. —Dejó con fuerza el vaso sobre la mesa y salpicó el mantel de agua.
    —¿Qué quieres decir con eso?
    —¿Con qué?
    —Con ese «ya» que rebosa insinuaciones.
    —No pretendo insinuar nada —mintió con tanta desfachatez que Andy sintió ganas de gritar—. ¿Acaso tienes la conciencia tranquila?
    —No tengo la conciencia intranquila.
    —¿Entonces por qué gritas? —repuso con una serenidad que enfureció a Andy.
    —Dile a Gracie que no tomaré postre. —Apartó la silla de la mesa y se dirigió a la puerta; entonces oyó su voz cínica:
    —Que duermas bien, Andy.

    La burlona repetición de lo que le había oído decir ella a Lex liberó toda la rabia que llevaba dentro. Se dio la vuelta.

    —Vete a la mierda, Lyon —dijo con voz dulce. Y salió del comedor como una exhalación.

    Al día siguiente todo funcionó bien, con pequeños problemas que se solucionaron rápidamente. Los chicos sufrían resaca de cerveza Lone Star, pero Andy se mostró inflexible. Los había visto hacer su mejor trabajo después de una noche de juerga.

    El general Ratliff estuvo tan relajado y locuaz como el día anterior. Esta vez la entrevista ser realizó en la habitación-jardín donde lo había conocido. Jeff rodó utilizando la luz natural, y sólo le pidió a Tony que encendiera los focos de vez en cuando. Incluso dejó el ventilador de techo funcionando, para que removiera ligeramente el pelo de Andy y las plantas que se veían detrás de ella y el general.

    Sólo era media mañana cuando Jeff apagó la cámara.

    —Caramba, ha salido impecable. Podríamos hacer más extenso este rodaje. Parecía que estabais entrando en el tema.
    —No me importa continuar si quieres, Andy —dijo el general.
    —No quiero que se fatigue demasiado.
    —Papá, más vale que pares antes de cansarte.
    —Estoy bien, Lyon. En serio —dijo el anciano, volviéndose un poco para hablar con su hijo, que estaba de pie al otro lado de la habitación—. Continuemos.
    —¿Jeff? —preguntó Andy.
    —Dispuesto. Me encanta este sitio.

    Filmaron otra sesión y terminaron antes del almuerzo.

    Lyon había mandado a su padre a su habitación, donde ambos iban a comer. Gracie sirvió a Andy y sus compañeros en el comedor. Estaban discutiendo el programa del día siguiente y hablando sobre las cintas que ya estaban hechas.

    —Es más agudo de lo que esperaba —dijo Jeff, escupiendo un hueso de aceituna—. Cuando Lex me dijo que tenía noventa años, pensé: Demonios, ¿qué vamos a hacer si se queda dormido?

    Andy se enderezó.

    —No es un anciano senil, Jeff.
    —Ya lo sé, Andy.
    —No me esperaba su sentido del humor —observó Gil—. Como ayer cuando admitió que no tenía puntería.
    —Aquí hace un calor espantoso —gruñó Tony, pero no le hicieron caso.
    —Vete a saber qué esconderá el viejo —dijo Jeff, y sus palabras podrían haber sido una bomba por el impacto que produjeron en Andy.
    —¿Qué quieres decir? —repuso, volviéndose hacia él con un rápido movimiento—. ¿Por qué crees que oculta algo?

    Jeff se encogió de hombros.

    —Lex dijo que no quería hablar de la guerra, que podía tener secretos inconfesables.
    —Lex está loco. Ya sabes qué ideas absurdas tiene.
    —Pero normalmente terminan siendo ciertas —replicó Jeff.
    —Esta vez no.
    —¿Estás segura? Lex dijo que te haría amiga del hijo para sonsacarle información. ¿Lo has conseguido? ¿Has descubierto alguna pista interesante?

    Un ruido hizo que todos se volvieran. Lyon estaba de pie en la arcada que conducía al vestíbulo. Tenía sus ojos casi negros puestos en Andy. Sujetaba el sombrero de vaquero con ambas manos.

    —¿Os agradaría tomar un baño en la piscina esta tarde? —propuso con un matiz de crispación—. En la cabaña hay bañadores, toallas y todo lo necesario. —Se caló el sombrero, ocultando sus ojos acusadores a Andy. Los talones de sus botas resonaron como un toque de difuntos sobre las baldosas mientras se alejaba.

    Tony silbó entre dientes. Gil cambió de postura con nerviosismo y miró el plato vacío. Warren se aclaró la voz. Jeff rió.

    —Vaya, vaya. Creo que hemos irritado a Tom Mix.
    —Cállate, Jeff —dijo Andy secamente.
    —Pero bueno, ¿qué os pasa?

    «Contrólate, Andy, no te eches a llorar delante de ellos. No pienses en el odio que has visto en la cara de Lyon. No pienses en los besos que has dado a un hombre que ahora te desprecia. No pienses» —Parece buena persona —dijo Gil—. Pero tengo la impresión de que preferiría que no estuviéramos aquí.

    —Estaba en contra de la entrevista al principio, pero como podéis ver, ha entrado en razón. —Andy bebió un sorbo de té con toda la naturalidad que fue capaz de fingir.
    —¿Le has sonsacado algo?
    —No. Tampoco nos hemos hecho amigos. Lex se equivoca esta vez.
    —Venga ya.
    —Sí —dijo a punto de gritar. Por segunda vez en pocas horas, se levantó de la mesa del comedor en un estado de gran agitación—. ¿Por qué no vais a daros un baño? Me reuniré con vosotros dentro de una hora, cuando haya repasado mis notas para mañana. Warren, ¿el monitor está preparado para visionar las cintas?
    —Sí, Andy. En el salón.
    —Gracias. Hasta luego.

    En lugar de revisar sus notas, en su habitación se dedicó a darle vueltas al problema. Bajo su ventana oía las risas y los juegos en el agua de sus compañeros, pero no le apetecía reunirse con ellos en la piscina.

    Lyon había oído a Jeff. Ahora creería que su relación no era más que una treta para hacerle hablar acerca de su padre. Nunca había confiado en ella. Lo que Jeff había dicho sólo confirmaría a Lyon que era una conspiradora, una oportunista despiadada a la que no le importaba herir a las personas con tal de conseguir su reportaje.

    Echada en la cama, con los brazos ante los ojos, gimió cuando Gracie llamó a la puerta y dijo:

    —Andy, el señor Trapper pregunta por ti. ¿Quieres hablar con él?

    No.

    —Sí. ¿Puedo coger el teléfono del pasillo?
    —Claro. Colgaré cuando te oiga.
    —Gracias, Gracie. —Se levantó de la cama e intentó sacudirse la letargia que amenazaba con pegarla al colchón. Fue al pasillo y descolgó el auricular—. Hola, Lex.

    Oyó que Gracie colgaba su auricular.

    —Hola, cariño. ¿Cómo va todo?
    —Bien.
    —¿Llegaron los del equipo sin problemas?
    —Sí, llegaron temprano ayer por la mañana. —Demasiado temprano. ¿Por qué no podían haber llegado una hora más tarde? Entonces tal vez Lyon...
    —¿Cómo va el rodaje?
    —Bien. Ya tenemos tres cintas. El general es estupendo.
    —¿No hay problemas con el material?
    —No. Ayer a Gil se le estropeó un cable, pero fue a San Antonio a comprar otro. Ahora va todo bien. —Mientras hablaba, Andy se preguntó dónde estaría Lyon y qué estaría haciendo.
    —Andy, cariño, me preocupa que las cosas vayan simplemente «bien».
    —No sé qué quieres decir. —Sabía perfectamente lo que quería decir. Normalmente ella estaría hirviendo de excitación con lo que estaba haciendo, o de rabia porque el tiempo no era el adecuado, o desesperada por algún problema técnico, o riéndose por algo que le había sucedido a alguno del equipo. Pero nunca así de apática.
    —Me gusta que se produzcan desastres de vez en cuando para mantener a todo el mundo alerta. ¿Entiendes? Suena como si necesitaras una buena dosis de Geritol o leche de magnesio o Midol. Cuando las cosas van tan condenadamente «bien», me entran escalofríos. ¿Qué demonios está pasando ahí?

    Lex había abandonado el papel de bueno. Las gafas habían caído sobre la mesa, los pies habían golpeado el duro suelo, una mano estaba mesando sus espesos cabellos rojizos y sus ojos practicaban un agujero en la puerta del despacho. Habitualmente Andy estaría sentada en la silla delante de la mesa de Lex. Estar a kilómetros de distancia de su ira tenía sus ventajas.

    —Lex, cálmate. No pasa nada y las entrevistas están yendo muy bien. Los del equipo opinan como yo del general y están sorprendidos de su agudeza. Si hay algo que me moleste personalmente es el calor. Me está dejando sin energía.
    —¿Qué hay del duro Lyon?

    A Andy le sudaban las manos.

    —¿Qué pasa con él?
    —¿Le has tirado de la lengua?

    Suspiró exasperada, con la esperanza de aparentar enfado y que no se notara el temblor de su voz.

    —Lex, por enésima vez: no hay nada que averiguar.
    —He visto su foto.
    —¿De quien?
    —De Lyon Ratliff. Una foto de él en Vietnam; me la facilitó la asociación de prensa. Es un hombre atractivo.
    —No me he dado cuenta.
    —Si yo fuera mujer me habría dado cuenta.
    —Bueno, como me recuerdas a menudo, eres un hombre extremadamente viril, de modo que tu opinión del tema no cuenta. Venga, Lex, los chicos me están llamando para que vaya a bañarme a la piscina —mintió para sonar más a su antigua personalidad.
    —No están ahí de vacaciones. ¿No tienen nada mejor que hacer?
    —Ya hemos terminado por hoy.
    —De acuerdo —gruñó—. Andy, no le ocultarías algo importante a tu viejo colega Lex, ¿Verdad?

    Andy rió, buscando algo ingenioso que decir.

    —Claro que no. Creo que estás desilusionado y celoso de que nos lo estemos pasando tan bien aquí. —Rió de nuevo, pero sonó a impostura—. Te llamaré mañana y te informaré de toso. ¿De acuerdo?
    —De acuerdo. Adiós, cariño.

    La línea se cortó antes de que pudiese colgar.

    Sabiendo que Lex era capaz de llamar a uno de los chicos para preguntar por ella y verificar todo lo que le había dicho, quedarse sola en la habitación era una mala idea. Por mucho que deseara estar a solas, se puso un mono sin tirantes de tela de rizo y se dirigió a la piscina. Se sentó a la sombra de un parasol junto a una mesa de hierro forjado, Periódicamente fue untando loción bronceadora en las espaldas de sus compañeros, repartió toallas y ofreció entretenimiento sobre estilos de buceo.

    Más tarde, Gracie les llevó una bandeja de cócteles margarita y un plato de nachos. Jeff chorreando agua, la abrazó y la besó en la mejilla. Andy nunca lo había visto ruborizarse, pero esta vez lo hizo profusamente cuando dio la espalda a Gracie y ésta le estampó un sonoro cachete en el trasero.

    Lyon se acercó con su destartalado jeep. Se bajó con ágil gracia y se paseó por la piscina.

    —¿Cómo está el agua?
    —¡Fabulosa! —gritó Jeff—. ¡Métase!
    —Lo siento. Tengo una cita.

    Andy mantuvo los ojos puestos en el libro que se había llevado, pero las palabras saltaban ante sus ojos. Se le bajó el corazón al estómago y se quedó inmóvil como una piedra.

    Todos dijeron adiós, incluida Andy. Decidida a demostrarle que no le importaba su cita, lo miró a través de los grandes cristales de sus gafas de sol. A pesar de que el ala de su sombrero le dejaba la cara en sombras, Andy sabía que sus ojos estaban fijos en ella.

    —¡Diviértete! —exclamó animadamente, tanto para que la oyeran sus compañeros como Lyon.
    —Lo haré —respondió, sonriéndole sardónicamente para no dejar dudas sobre qué tipo de diversión buscaría. Después le dio la espalda.

    A Andy le dolía tanto el pecho que no volvió a respirar hasta que sus pasos desaparecieron dentro de la casa.

    Las enchiladas, los tacos y el guacamole de Gracie eran deliciosos, pero Andy no probó nada. En cuanto acabaron con la comida, los chicos le dieron las buenas noches y se encaminaron a la cabaña, donde estaba programada una partida de póquer. Andy se paseó por la casa después de que Gracie rechazara su oferta de ayudarla en la cocina. El general hacía horas que estaba en la cama. Intentó no pensar en Lyon, ni con quién estaría y lo que estarían haciendo.

    ¿Salía regularmente con una mujer? ¿Había llamado a alguien y concertado una cita para la noche? ¿Querrían salir con él las mujeres si las llamaba con tan poca antelación? Sí, al menos ella estaría dispuesta. ¿Por qué no la había invitado a salir?

    La respuesta era dolorosamente simple: de modo inequívoco le había demostrado su antipatía. La ternura con que la había besado aquella mañana en el dormitorio había sido resultado de un humor que nunca volvería. En cuanto él había recordado quién era ella y qué hacía en la casa, había sentido rechazo y amargura. Si estaba decidido a considerarla una manipuladora y codiciosa, ella no podía hacer nada para demostrarle que se equivocaba. Era extraño pero le faltaba la energía para intentarlo.

    A las once, después de llenar las largas y solitarias horas con sueños vanos de lo que nuca podría ser, subió las escaleras hacia su habitación.

    Pero a las doce todavía estaba despierta, y decidió finalmente disfrutar de la piscina pensando que unos cuantos largos la ayudarían a conciliar el sueño. Se puso un discreto bikini, que aun así era provocativo en su exuberante figura, y bajó las escaleras.

    Salió por la puerta de atrás y se dirigió a la piscina. Estaba oscuro pero no encendió ninguna luz. El agua le acarició los tobillos, las pantorrillas y los muslos. Después se zambulló de cabeza y cruzó la piscina por debajo del agua. Emergió para tomar aire y se alejó del borde con brazadas regulares, ida y vuelta tres veces. Luego salió de la piscina con la barbilla levantada para desembarazarse del pelo mojado de la cara. Se tumbó en el suelo embaldosado y respiró hondo.

    En ese momento vio a Lyon y su corazón, que ya latía de forma rápida, se aceleró aún más. Estaba de pie en el otro extremo de la piscina. La chaqueta informal que llevaba colgando de un dedo índice por encima del hombro salió disparada hacia una tumbona. Se aflojó la corbata y empezó a desabrocharse la camisa.

    —¿Qué haces? —preguntó Andy con tono de sorpresa.


    7


    ¿Qué te parece que hago?



    Se sacó la camisa de la cintura de los pantalones. Se desembarazó de los zapatos y se quitó los calcetines. Después el cinturón de piel de lagarto fue a parar en el montón de la tumbona. Ni por un instante dejaba de mirarla. Incluso en la oscuridad sentía Andy su mirada penetrante. Se desabrochó los pantalones expeditivamente y empezó a quitárselos.

    Andy, que lo observaba incrédula, oía su propia respiración jadeante.

    Lyon dobló los pantalones y los dejó en el respaldo de la silla. Metió los pulgares a cada lado de sus calzoncillos.

    —No voy a escandalizarme, sabes —dijo ella con arrogancia. Sabía que toda esa escena había sido planeada para irritarla—. He visto muchos hombres desnudos.

    Sin perder el dominio de sí mismo, él repuso con suavidad:

    —Ya me has visto desnudo antes, y creo que te gustó. Te agradará repetir la experiencia. —Se quitó los calzoncillos.

    Y Lyon no se equivocó: Andy se quedó arrobada ante la visión de aquel cuerpo esplendoroso, de anchos hombros y estrecha cintura. Las piernas, salpicadas del mismo pelo oscuro que cubría su pecho, eran fuertes y firmes, cada músculo y cada tendón afilado hasta la perfección por un uso continuo y extenuante.

    Se zambulló temerariamente por la parte menos profunda de la piscina y avanzó como un torpedo bajo el agua a lo que largo de la piscina hasta emerger a pocos centímetros de ella. El pelo se le pegaba a la cabeza como un gorro oscuro.

    Era tan peligrosa y magnéticamente sexual que Andy retrocedió instintivamente, pero él puso un brazo a cada lado, atrapándola entre el borde la piscina y su cuerpo inflexible.

    —No, señora Malone. Tenemos que charlar.
    —Has vuelto a casa temprano. ¿No te invitó tu amiga a una taza de café? —repuso ella con sarcasmo.
    —Pues sí lo hizo.
    —Ya lo imagino.
    —Pero rechacé una segunda taza.
    —¿De verdad? Oh, qué pena.
    —No exactamente —dijo él arrastrando la voz. Acercó más las piernas a ella. Los pelos, como un presagio de las caricias que vendrían, le hicieron cosquillas en la piel, sólo un momento antes de que los muslos de él se apretaran contra los suyos—. He pensado que para qué tomarme tantas molestias cuando bajo mi propio techo hay una mujer dispuesta a todo con tal de conseguir sus entrevistas.

    Habló en voz baja pero sus ojos resplandecía. Pocas veces había sentido miedo Andy Malone. Su seguridad en sí misma no dejaba lugar para una debilidad como ésa. Prudencia sí, miedo no. Pero con el firme cuerpo de Lyon irradiando furia como un horno, estaba asustada.

    —Te equivocas. No estoy dispuesta a hacer nada contigo.

    Él rió.

    —Oh, sí, ya lo creo. —bajó los ojos hacia sus pechos, que sobresalían voluptuosamente del bikini—. Has estado enarbolando bandera roja desde hace días. Ya ea hora de que nos encontráramos. —Antes de que ella pudiera detenerlo, ya le había metido la mano bajo el sostén y había liberado el pecho.
    —¡Lyon, no! —exclamó Andy quedamente.
    —Sí. —su boca se posó sobre la de Andy con ávida brusquedad. Su lengua era como un látigo, que fustigaba y le quemaba la boca. Intentó liberarse, pero él la cogió por el pelo y se lo impidió. Su boca insistió con aquel beso punitivo y doloroso mientras con la mano le sobaba solamente el pecho, a diferencia del encuentro de la mañana en la habitación de Andy, cuando su caricia había sido casi de veneración.

    El cuerpo de Lyon ocupó el poco espacio que quedaba entre ellos y la aplastó contra el muro de la piscina. La obligó a separar los muslos y se frotó contra ella lascivamente.

    —Tendrás que hacer algo mejor que eso, señora Malone. Quieres conocer mis ocultos y oscuros secretos, ¿no es así?

    La vejación comenzó de nuevo. El beso fue más duro y la sujetó por las caderas, apretándola contra su cuerpo. Andy sentía el vello de su plano estómago contra el propio. La alterada respiración de él encajaba con la de ella. Y contra su cintura —oh, Dios mío—, una dura e insistente presión los convertía sin tapujos en hombre y mujer.

    A pesar de la violencia del abrazo, a pesar de la rabia que le hería el espíritu, ella empezó a notar que el deseo despertaba. Luchó contra él, se maldijo a sí misma, lo maldijo a él por exacerbar traidoramente su sensibilidad. Sin embargo incluso cuando su mente lo rechazaba, su cuerpo se reblandecía y cedía.

    Lyon levantó la cabeza en cuanto ella cesó de resistirse y durante un largo y tenso momento la observó, formulando mil preguntas mudas que ella contestó con sinceridad derramando lágrimas de sus ojos dorados. Lyon apoyó las manos sobre el muro de la piscina y se alejó el largo de sus brazos, separándose de ella, permitiéndole escapar si eso era lo que quería.

    Andy no lo hizo. Toda su atención estaba concentrada en él. Lentamente él le atrajo la cabeza. Tocándole sólo la boca, la besó. La brutalidad había desaparecido. Esta vez la conquistó no por la fuerza, sino con ternura, y su lengua fue un instrumento de placer que encendía su deseo en el interior de la boca en una especie de penetración simbólica.

    Las manos de Andy se alzaron como las de un ciego para tocar su cara, esperando encontrar la expresión suavizada que había visto antes. Lyon cerró los ojos y permitió que los dedos de ella lo exploraran, examinaran..., amaran.

    Le resiguió el arco de las oscuras cejas, el puente de la nariz y la sensual curva de la boca. Lyon separó los labios y atrapó al atrevido dedo. Probó su consistencia con los dientes y después con la lengua. Andy contuvo la respiración cuando la lengua humedeció todo el dedo y resbaló hasta la base de éste y del siguiente. Dejó escapar un gritito y su cuerpo se arqueó contra él. Lyon abrió los ojos.

    Volvió a besarla, con avidez y ternura. Buscó otra vez los pechos y le quitó el sostén el bikini. Los pezones se irguieron en sus palmas y él los recompensó con suaves caricias.

    Andy no protestó cuando le bajó la braga del bikini. Con un ligero y gracioso movimiento de las piernas, entre las de él, lo dejó deslizar. Él apretó su desnudez contra la suya, y por un momento se deleitaron en el contacto de la piel, en el contraste de texturas y formas.

    A continuación, Lyon se encaramó al borde de la piscina y le tendió la mano para ayudarla a salir del agua. Chorreando, la condujo a la oscura cabaña. No hablaron, para no alertar a nadie sobre esa inesperada cita a medianoche. Ninguno de los dos se avergonzaba de lo que estaba sucediendo, sólo que era demasiado precioso y privado para compartirlo.

    En la oscuridad Lyon encontró las grandes toallas guardadas en el armario. Tomó una, que colocó sobre el gran sofá de la fresca habitación en penumbras. Andy se le acercó y Lyon se sentó en el sofá, la tomó de la mano y la atrajo hacia sí.

    La luz de la luna fue su única prenda mientras él la acariciaba. La plenitud de sus pechos, sus pezones erectos recibieron admiración y adoración. Con las manos le acarició el cuerpo.

    —¿Una apendicectomía? —preguntó, siguiendo con el dedo la fina cicatriz de su abdomen.
    —Sí.

    La hizo volverse y le mordió delicadamente la cintura. Luego la giró de nuevo y le besó la base de la columna, lamiéndola dulcemente.

    —Lyon —dijo Andy sin aliento.

    La colocó de cara a él y se inclinó, hurgando con la boca en el ombligo. Sumergió en él la lengua y encontró algunas gotas de agua. Levantó la vista y le sonrió.

    —El cloro no sabe muy bien.

    Andy rió quedamente y le acarició el pelo, que ya se estaba secando. Su risa se convirtió en jadeos cuando sus besos bajaron por su estómago hacia los muslos. Esta ausencia de inhibición era nueva para ella. Robert la había desnuda, naturalmente, pero no recordaba haber estado nunca sí ante él dejándose observar y adorar en su desnudez. Nunca las manos de Robert la habían acariciado ni sus labios besado como lo hacía Lyon. Ella tampoco había sido proclive a este tipo de intimidades.

    ¿Entonces por qué estaba ahí de pie sintiendo escalofríos de excitación y permitiendo que Lyon se lo hiciera?¿Por qué su corazón se expandía con orgullo, cuando siempre se había sentido cohibida ante su propia feminidad? Cuando él se tendió y la apremió para que hiciera lo mismo, no se resistió, sino que se tumbó con naturalidad a su lado.

    —He observado cómo nadabas —le dijo a la vez que acariciaba su columna con la punta de los dedos.
    —No te he visto. —Acarició lentamente su pecho esculpido.
    —Se suponía que no debías verme. —Le cogió el lóbulo entre los dientes y se lo lamió caprichosamente con la boca—. Me quedé inmóvil cuando te vi salir. —Gimió cuando ella le acarició un pezón—. Entre otras cosas —dijo entre dientes mientras ella continuaba su maravilloso tormento—, nadas muy bien.
    —Gracias...

    La besó mientras con la mano le acariciaba un muslo. Su boca era cálida y ávida. Andy cerró los labios y chupó suavemente. Eso lo hizo gemir de nuevo:

    —Dios mío, Andy...

    Ella jugó con la comisura de sus labios con besos mordisqueantes; deseaba romper todas las barreras entre ambos, olvidar todos los malentendidos.

    —Lyon, oh, ¿qué haces? ¿Me estás tocando...?
    —Te deseo tanto... —murmuró él junto a su cuello.

    Sus suaves manipulaciones le estaban descubriendo un nivel de sensualidad desconocido. Dejando a un lado las inhibiciones, se restregó contra su mano.

    —Lyon, por favor, espera, quiero explicarte... oh, Lyon.
    —Más tarde, Andy. Puede esperar. —movió los labios sobre su pezón antes de lamerlo con la lengua. Después lo acarició con el mismo ritmo erótico que los dedos que rozaban su entrepierna, y le robó todo pensamiento lógico, haciendo que sus sentidos se apoderaran de su cerebro— Así... Abandónate a las sensaciones —le susurró en el oído mientras se situaba sobre ella.

    El instinto la dirigió, aunque le encantaban las tiernas órdenes de Lyon. Robert había sido un amante rápido y silencioso. Andy sintió una punzada de pánico pensando que podía desilusionar a Lyon como había hecho con Robert. Aquello que había discutido durante sus entrevistas con sexólogos, no había sido capaz de relacionarlo consigo misma. Por supuesto que nunca había intentado aplicar en la práctica nada de lo que había hablado tan abierta y cándidamente. Quizá no era una mujer completa. Quizá no podría...

    Pero cuando Lyon la penetró y sintió su estremecimiento de gratificación, sus preocupaciones desaparecieron ante la gloria de tenerlo dentro de sí.

    —Andy... —gimió él— eres perfecta. —Dejando el cuerpo completamente inmóvil, levantó la cabeza para observarla detenidamente, como había hecho tantas veces. Recostándose sobre un brazo, metió una mano entre los dos cuerpos y encontró su pecho—. Tienes unos pechos deliciosos...

    Andy arqueó el cuello y echó la cabeza hacia atrás cuando él empezó a jugar con el inflamado capullo que se hinchó aún más entre sus dedos. Luego ella bajó la mano hasta su entrepierna para recompensarlo, y él empezó a moverse con frenesí. La penetró como nadie la había penetrado, y ella se abandonó totalmente.

    Lo sabía. A pesar de su enrarecido comienzo, de su desconfianza, de su sarcasmo, de sus rencorosas pullas y la furia que habían engendrado en ella, Andy amaba a ese hombre. De no ser así, habría podido ignorar las ofensas y los desaires con que la había abrumado en las entrevistas con su padre. Pero como lo amaba, sus ofensas habían sido como heridas mortales para ella. Sus amenazas habían sido inútiles porque ella no habría hecho nada que lo hiriera, ya que habría sido como herirse a sí misma.

    No estaría ahora con él, compartiendo aquel sagrado rito de amor, si no fuera por amor. Lex le había preguntado a menudo para quién se reservaba. Ahora lo sabía. No era por falta de oportunidades por lo que no había intimado con otro hombre desde la muerte de Robert, sino por falta de amor. Amaba a Lyon Ratliff.

    Después de comprender este sentimiento, que se exacerbaba tanto cada vez que lo veía y que le producía dolor cada vez que se hacían daño mutuamente, acogió cada movimiento de su cuerpo amorosamente.

    —Sí, así, cariño... —La respiración de él era una rápida brisa en su oído. Lo estrechó más fuerte entre sus brazos y sus muslos se cerraron alrededor de él—. Andy, Andy, sí... sí. Levántate... Oh, Dios mío, sí...

    De pronto Lyon estalló en un ardiente manantial dentro de ella, que alcanzó un orgasmo de una intensidad nunca experimentada. Parecía que se la iba a tragar, pero no podía resistirse al torbellino de sensaciones que le provocaba. Engulló su corazón y su mente, y justo en ese momento oyó a Lyon pronunciar su nombre. Se apretó contra él con fuerza y los dos alcanzaron el clímax al mismo tiempo.

    —¿Satisfecha?
    —Sí —contestó Andy, cogiendo el recuperado bikini que él le tendía. El sostén lo habían encontrado cerca del filtro de la piscina; la braga había sido más difícil y Lyon había tenido que sumergirse varias veces para encontrarla—. Ahora dormiré mejor.
    —No estés tan segura —bromeó él, agarrándola por detrás y atrayéndola hacia su pecho.
    —¿Qué no esté tan segura de qué? —preguntó Andy con aire provocativo, pasándole un dedo por el pecho.
    —De poder dormir. —La besó con vehemencia y luego la apartó— Vete dentro. Te vas a quedar helada.

    Se habían envuelto en grandes toallas de la cabaña y se dirigieron silenciosamente hacia las escaleras. Lyon llevaba su ropa en una mano y con el otro brazo le rodeaba los hombros desnudos.

    Andy vaciló ante la puerta de su dormitorio, pero él la empujó por el pasillo hacia su propia habitación. Una vez entraron, Lyon cerró la puerta, se acercó a la cama y encendió la luz.

    —Al fin te puedo ver con luz —dijo.

    Se acercó a ella para quitarle la toalla con que Andy se cubría los pechos. Pero ella no la soltó, sino que la aferró con fuerza.

    —Lyon, espera, por favor.

    Ahora que sabía que lo amaba, le preocupaba pensar que él podía desconfiar de ella. No soportaría que él creyera que el motivo de su entrega no era el amor. Cualquier otra razón sería tan absurda que no podía creer que él lo pensara, no después de la pasión con que habían hecho el amor en la cabaña hacía sólo media hora. Pero tenía que asegurarse.

    —¿Por qué? —preguntó él.
    —Porque antes quiero hablar contigo. —El instantáneo ceño de Lyon le confirmó que todavía podía recelar de ella. Le tomó de la mano y se sentó con él en el borde de la cama. Metiéndose las manos mientras jugueteaba con la toalla dijo—: Te equivocas.
    —¿Acerca de qué? —Había apoyado la espalda contra la cabecera de la cama.
    —Acerca de mí. Sé que has oído a Jeff esta tarde.
    —¿Te refieres a lo de seducirme para sonsacarme información?
    —Sí. Es no es cierto.
    —¿Lex no te pidió que lo hicieras?

    Andy tragó saliva y lo miró brevemente.

    —Sí, me lo pidió. Pero no siempre le hago caso. Desde luego bastante menos que antes —añadió para sí misma.

    Volviéndose ligeramente, lo miró a los ojos.

    —Nunca he tenido que prostituirme para conseguir un reportaje. En primer lugar, me respeto demasiado a mí misma para hacer eso. Nunca he considerado mi cuerpo como algo para negociar.

    »Pero incluso sin tener en cuenta el aspecto moral, nunca he tenido que recurrir a esa medida tan desesperada. Soy una profesional. Algunos de mis entrevistados han mostrado reticencia para desnudar su alma ante la cámara, pero normalmente he conseguido convencerlos de que lo hicieran.

    »Soy buena en mi trabajo. Y ambiciosa, aunque ahora..., bueno, no importa. En todo caso me gusta conseguir una entrevista incisiva que nadie más ha sido capaz de conseguir, pero no tengo el instinto despiadado de saltar a la yugular que tiene Lex. Suena cursi, pero siempre he defendido el refrán sobre el vinagre y la miel. Que yo sepa nunca he hecho daño a nadie con mis entrevistas, ni he abusado del privilegio de la confidencialidad. —Lyon se había levantado y había empezado a caminar al lado de la cama. De pronto se paró y se sentó de nuevo.

    —Tienes que admitir que las pruebas son bastante incriminadoras. Después de tu conversación con Lex te mostraste mucho más amable conmigo.
    —Lo sé. Pero no tenía relación con Lex. El único momento en que he pensado en Lex cuando estaba contigo fue cuando me preguntaste quién era. —Lo miró—. Lyon, ¿crees de verdad que yo intentaría sacar partido de lo que ha sucedido hace un momento? ¿No crees que significó mucho para mí? —Estaba a punto de llorar—. Sé que desconfías de las mujeres por lo que te hizo Jerri, pero no me condenes injustamente. Utilicé un truco infantil para introducirme en esta casa, lo admito. Pero no he jugado contigo.

    Lyon miró cómo una lágrima resbalaba por la mejilla de Andy. La recogió con la punta de un dedo, se la llevó a los labios y la lamió.

    —¿Te quitarás ahora la toalla?

    Andy sollozó de alivio y, entre la risa y las lágrimas, lo abrazó. Consiguieron librarse de las toallas, apartar el cubrecama y las mantas, y meterse bajo las sábanas sin dejar de besarse.

    Los fuertes brazos de Lyon la rodearon. El pulso acelerado y la respiración agitada que empezaban a serle familiares se apoderaron de ella de nuevo. Ambos se entrelazaron en apasionados embates de amor. Rodaron hacia un lado y otro de la cama, con las bocas y los cuerpos pegados. Cuando finalmente se separaron, él se tumbó boca arriba y dejó que ella lo explorara con creciente excitación. Lo besó en el cuello y luego descendió con la boca hasta el torso. Levantando ligeramente la cabeza, observó su pezón mientras lo acariciaba con un dedo. Después continuó con la lengua, provocándole una oleada de placer.

    —Andy... —graznó Lyon y la rodeó con sus brazos, colocándola encima de él. Le marcó un sendero de ávidos besos en la curva de los pechos, en su camino hacia la boca—. Estás creando un maníaco sexual, Andy Malone —dijo contra su boca mientras evitaba juguetonamente sus labios—. Un maníaco loco por ti.
    —¿Qué hacen los maníacos sexuales? —Se inclinó hacia delante para acercar los erectos pezones a su boca.
    —Violar mujeres hermosas. —Le acarició las caderas y después las nalgas.
    —¿Y yo soy hermosa?
    —Sí.
    —Así pues...

    Hicieron el amor con renovado ardor hasta el agotamiento. Luego durmieron un rato, con el sueño profundo y sereno de la satisfacción conseguida. Él la despertó unas horas después cuando un rayo de sol se posó sobre la amplia cama.

    —Más vale que vuelvas a tu habitación. Tenemos que guardar las apariencias.
    —No quiero —refunfuñó Andy, acurrucándose y presionando sus pechos contra él.
    —Andy, para de una vez, maldita sea... —gimió Lyon.

    Ella rió e intentó separar sus miembros de los de él.

    —Eres un fanfarrón.

    Bajó de la cama, y él aprovechó la ocasión para darle un cachete en el trasero.

    —Nos vemos abajo para desayunar, ¿de acuerdo? —le dijo, envolviéndose con la toalla y recogiendo el bikini.
    —Si consigo andar...

    Andy le guiñó el ojo maliciosamente y se dirigió a la puerta con gesto provocativo. Le envió un beso antes de escudriñar el pasillo y correr a su habitación.

    Se entretuvo bastante con su arreglo personal; se bañó en agua perfumada y se peinó el pelo recién lavado en un estilo más informal. Ya se vestiría más tarde para la entrevista. Luego se puso un vestido de algodón estampado con colores vivos. Se sentía muy femenina y quería proclamar a los cuatro vientos su plenitud, que sólo había florecido totalmente bajo la tierna guía de Lyon.

    Cuando salió al pasillo iba tarareando una melodía y se encontró con Lyon, que la esperaba. Él le rodeó la cintura con el brazo y le dio un beso ardoroso.

    —¿No quieres desayunar? —le preguntó ella con picardía cuando se separaron.
    —Podrías convencerme de saltármelo.
    —Pues yo me muero de hambre. Así que, en marcha.

    Se abrazaron. Unos peldaños más abajo vieron a Gracie hablar con alguien en la puerta. A Andy se le acabó la alegría y sus ligeros pasos se hicieron vacilantes. El corazón le dio un vuelco.

    No veía bien al hombre, medio oculto por el generoso cuerpo de Gracie. Pero le veía la parte de arriba de la cabeza. Sólo una persona tenía aquel cabello pelirrojo.

    Lex Trapper.


    8


    Andy tropezó con Lyon y se agarró de la barandilla. Si Lex descubría su relación con Lyon sus sospechas se multiplicarían y pensaría que su objetividad se había visto perturbada. No era así, pero no habría manera de convencer a Lex.



    Él no tenía competencia sobre su vida. Andy era libre de amar a quien quisiera, pero el haber pasado la noche con Lyon ponía en peligro su credibilidad. Debería comportarse como una profesional consumada y despistar a Lex. No había tiempo para explicárselo a Lyon, pero seguro que lo comprendería.

    Antes de poder convencerse de lo contrario, se separó de él y bajó presurosa los últimos peldaños.

    —¡Lex! —exclamó.

    Él la vio y sorteó al ama de llaves para ir a su encuentro. Andy se lanzó en sus brazos y él la besó en los labios. «¿Descubrirá el sabor de Lyon?», pensó en un acceso de pánico.

    —¡Andy, cariño, te he echado de menos! —exclamó entrechándola con fuerza.
    —Yo también te he echado de menos. —Últimamente no paraba de mentir. Esperando no haber despertado sus sospechas se apartó y preguntó—: ¿Qué haces aquí a horas tan tempranas?
    —Tomé un vuelo en Nashville y llegué a San Antonio ayer por la noche. El resto del trayecto lo hice esta mañana en coche.
    —Imagino que todos querrán tomar café. —Gracie nunca se había mostrado tan fría, y miraba a Lex con un resentimiento mal disimulado.
    —Gracias, Gracie —dijo una voz grave desde la escalera.

    Lex reparó en Lyon por primera vez. El corazón de Andy se hinchó de orgullo viéndole descender la escalera con la desenvoltura y la gracia de un hombre seguro de sí mismo. Un hombre con un traje de tres piezas no estaría más distinguido que Lyon con sus tejanos descoloridos y una camisa de algodón arremangada hasta los codos, revelando los fuertes brazos que la habían abrazado toda la noche. Su pelo oscuro y rebelde brillaba a la luz del sol que entraba por las ventanas.

    Oyó cómo Gracie se afanaba con el café, pero la atención de Andy se centró en el encuentro entre los dos hombres. La forma en que se tomaron las medidas sólo se podía definir como una confrontación. Lyon era más alto, más esbelto y musculoso, pero Lex poseía la astucia de un camorrista callejero.

    Su desagrado mutuo fue instantáneo e intenso, y el aire prácticamente crujió de tensión. La atmósfera se tornó repentinamente densa y Andy tuvo que aclararse la garganta para decir:

    —Lyon... señor Ratliff, le presento a Lex Trapper, mi productor. Lex, éste es el señor Lyon Ratliff.

    Lyon llegó al pie de la escalera pero no tendió su mano.

    —Señor Trapper —dijo a modo de reticente bienvenida.
    —Lyon —repuso Lex con un tono agresivo. Andy vio que estaba congestionado de rabia pero se esforzaba en disimularlo—. Gracias por cuidar de Andy —añadió, colocando un brazo protector y posesivo alrededor de los hombros de ella.

    Los ojos de acero de Lyon se clavaron en Andy, que sintió ganas de echarse a llorar ante la acusación que contenían. «No, Lyon, nada de esto tiene nada que ver con lo de anoche», pensó.

    —La señora Malone es de la clase de mujer que sabe cuidar de sí misma.
    —Por supuesto —dijo Lex—. Al fin y al cabo, los convenció a usted y a su padre para acceder a una entrevista que otros han intentado en vano conseguir. Por ciento, tengo buenas noticias. Una de las grandes cadenas de televisión ha oído hablar del proyecto y ha ofrecido comprarlo.

    Andy lo miró sorprendida.

    —¿Me tomas el pelo?
    —No —sonrió Lex; los ojos azules le chispearon tras las gafas—. Quieren ver las entrevistas antes de hacer una oferta en firme, pero están muy interesados. La dirección de nuestra empresa se alegrará de venderlas si valen la pena.

    Andy se preguntó por qué no se había echado a bailar de júbilo. Aquél era su sueño hecho realidad. Para eso había trabajado durante años. ¿Por qué estaba sólo moderadamente contenta? Lex la miraba inquisitivamente. «Haz tu papel, Andy», se dijo ella y le lanzó los brazos al cuello abrazándolo con entusiasmo.

    —Oh, Lex, es una noticia maravillosa —exclamó esperando que sus palabras no sonaran vacías a oídos de Lex, como sonaban a los suyos.
    —Si me disculpan —dijo Lyon con toda la malevolencia y burla de que fue capaz, y se dirigió a la cocina.

    Lex todavía la observaba atentamente, de modo que Andy reprimió su impulso de dirigirle una mirada asesina. «Más adelante, cuando haya terminado, ya se lo haré comprender.» Lex chasqueó los dedos delante de su nariz.

    —Eh, ¿te acuerdas de mí?

    Andy lo miró con una sonrisa que le dio la impresión que le resquebrajaría la cara.

    —¿Vamos a tomar café? —propuso con alegría fingida, dirigiéndose también a la cocina.
    —No tan aprisa —dijo Lex, cogiéndola por el brazo y haciéndola volver—. ¿Qué está ocurriendo aquí?
    —¿Qué quieres decir? —Esperó que su expresión de perplejidad fuese convincente.
    —Quiero decir que algo no funciona, y quiero saber qué es.
    —Lex, no sabes lo que dices —dijo intentando camuflar su alarma con impaciencia. Lex no debía descubrirlo, no debía adivinarlo—. ¿Qué no puede funcionar?
    —No lo sé —dijo él, mirándola con inquisitiva perplejidad—. Pero pienso descubrirlo. Por ejemplo, por qué tenías cara de haber visto un fantasma cuando bajaste corriendo las escaleras. Eso no es propio de ti. Estoy encantado de que te alegres de verme, pero hay algo...
    —Lex, te estás poniendo tonto. Desde que estoy aquí no has dejado de hablar como Ellery Queen, buscando pistas de algo que no existe.
    —Sí, menuda coincidencia, ¿no te parece? Que empezara a comportarme como un chiflado tan pronto como llegaste a Texas.

    Andy se ahorró la contestación gracias a que Jeff apareció por la puerta de la cocina.

    —¡Eh, Lex! Gracie nos ha dicho que estabas aquí. Es todo un acontecimiento cuando te apartas de ese vertedero que llamas despacho.

    Lex les explicó el motivo de su inesperada aparición, que Andy sabía que era inventado. Había venido por una única razón: para vigilarla.

    Se alegró de que Lyon hubiese puesto una excusa para no desayunar con ellos. Ya se había ido a trabajar al rancho cuando ella, Lex y Jeff se reunieron en el comedor con el resto del equipo. Durante el delicioso desayuno de Gracie discutieron la grabación prevista para ese día.

    —Deberíamos terminar mañana al mediodía —dijo Andy—. Por la mañana grabaremos la entrevista en el río, que será la última. Jeff, ¿tienes bastante rollo B?

    Lex hizo sugerencias y pidió ver las cintas ya «enlatadas». Cuando terminaban la última taza de café, el general Ratliff entró en el comedor en su silla de ruedas. Había desayunado en su dormitorio. Como siempre, iba impecablemente arreglado, pero a Andy no le gustó su palidez: su piel tenía un brillo de cera que le causó preocupación.

    Le presentó a Lex y los dejó solos para que hablaran, mientras el equipo preparaba el escenario en el salón y ella subía a vestirse y maquillarse.

    Media hora después ya estaban preparados para empezar. Ya había comenzado las frases introductorias cuando Lex la interrumpió.

    —Un momento, un momento —dijo. Jeff lanzó una maldición y levantó la cabeza del visor de la cámara—. General, dispénseme, pero vestido de esa manera no parece un militar —dijo—. ¿No tiene uniforme?
    —Ya hemos hablado de eso con el general, Lex —dijo Andy—. Prefiere no llevarlo.
    —¿Por qué? —La franqueza era una de las virtudes de Lex, o uno de sus defectos, según se mirara.
    —Porque en primer lugar tienen más de cuarenta años y no se lo ha puesto desde que se retiró.
    —Bien, ¿No podría tener uno al lado, o colgado detrás de él?
    —¿General? —preguntó Andy suavemente—, ¿Le importaría?
    —Supongo que no —contestó. Le dedicó una sonrisa cansina y le acarició la mano.—. Si queréis colgar un uniforme detrás de mí, no me importa.
    —¡Magnífico! —dijo Lex, aplaudiendo—. ¿Dónde está Gracie?

    Yo iré a buscar un uniforme —se ofreció Lyon. Andy se había sentido aliviada de que Lyon no estuviera en el salón cuando empezaron a rodar. Y no se había dado cuenta de su presencia hasta ese momento. Lo vio salir de la habitación en busca del uniforme, maldiciendo a Lex por su ocurrencia.

    Gil aprovechó el descanso para ajustar el micrófono del general un poco más arriba de la solapa. Su voz no era tan fuerte como los días anteriores. Gil estaba terminando cuando llegó Lyon con un uniforme que olía ligeramente a naftalina, estaba planchado y como nuevo..

    Las miradas de Andy y Lyon se encontraron mientras éste disponía el uniforme siguiendo las indicaciones de Lex. En silencio, ella le rogó que comprendiera la razón de todo lo que había hecho desde que había llegado Lex. Pero mirarle a los ojos era como mirar a un espejo: sólo veía un deformado reflejo de sí misma y no el alma del hombre que amaba. ¿Le había dicho que lo amaba? ¿Durante todas las horas de pasión de la noche anterior había hablado de amor? Quizá de haberle dicho lo que sentía, ahora no la miraría con ese odio.

    Él hizo un gesto con la cabeza en dirección a Lex y luego dijo:

    —A ver si con esto te dejan en paz, papá. —Y se retiró mientras Lex comentaba cuánto había ganado el escenario con el uniforme y cuánto ambiente le daba.

    Andy, como pudo, siguió con la entrevista.

    Una vez hubo terminado el rodaje, subió a su habitación a cambiarse de ropa. El traje que llevaba para la entrevista empezaba a hacerla sentir pegajosa y constreñida. Pero después de cambiarse se dio cuenta de que la opresión venía de dentro, no de fuera. Sentía que todos sus órganos estaban atrapados entre las fauces de una gran bestia y que la vida se le escapaba lentamente. Se acercó a la ventana y contempló el bello paisaje. Le pareció que la mujer que había llegado a aquella casa hacía pocos días y había mirado por esa misma ventana era una extraña. Ya no existía. En su lugar estaba Andy Malone, una mujer nacida penas unas pocas horas antes. No quería recuperar su antigua vida, una vida de soledad, de habitaciones de hotel y comidas solitarias. Sus sueños de convertirse en una presentadora estrella de una gran cadena de televisión palidecían ante el glorioso calor del amor de Lyon. Alcanzar aquella meta ya no le parecía un objetivo sino una carga, y deseaba quitársela de encima.

    —¿En qué piensas? —Lex había entrado en la habitación sin llamar. Se acercó a la ventana, le cogió la mano y la llevó a la cama. Andy se sentó en el borde y con aire ausente dejó que le masajeara el cuello con sus grandes manos—. ¿Son pensamientos valiosos?
    —Mucho.
    —Deben ser buenos.
    —No, no tanto.
    —¿Quieres contármelo?
    —Tal vez en otra ocasión. Ahora no.
    —Me rompes el corazón y lo sabes.

    Andy lo miro, incapaz de imaginarse a Lex con el corazón roto por nada.

    —¿Qué es lo que te rompe el corazón?
    —Que ya no confíes en mí. Caramba, Andy, formábamos un equipo. Después de todo lo que hemos pasado juntos, la muerte de Robert, todo... —le masajeaba el cuello maquinalmente; Andy bajó la barbilla contra el pecho y cerró los ojos—. ¿Se trata de Robert? ¿Todavía lo echas de menos?

    Andy meneó la cabeza.

    —No es eso, Lex. —Y preguntó algo que nunca se había atrevido a mencionar—: ¿Sabías que me engañaba?

    Durante un largo momento, las manos que le masajeaban el cuello dejaron de moverse, pero después continuaron.

    —Sí, pero ignoraba que tú lo sabías. Eso fue por lo único que Robert y yo discutimos. Le eché una gran bronca cuando lo descubrí.
    —No debiste culparlo. No era sólo culpa suya. Nunca... —tragó saliva— nunca nos fue muy bien.
    —Quizá no era el hombre adecuado. —Las manos volvieron a detenerse.

    Andy levantó la cabeza y lo miró. Los ojos de él hicieron la previsible pregunta, y ella negó con la cabeza.

    —No, Lex, tú tampoco lo eres.

    Él se encogió de hombros y continuó masajeándola.

    —Tenía que intentarlo. Siempre he sentido debilidad por ti. Pero seguro que en la cama eres más mojigata que una novicia.

    Andy rió.

    —Pero yo no te decepcionaría—Añadió Lex—. Al menos no si empezáramos con un baño de gelatina.

    Andy rió otra vez; aquellas bromas le eran familiares. Con eso podía distenderse ahora y dejar la angustia, y a Lyon, para más tarde.

    —¿Un baño de gelatina?
    —¿Acaso nunca lo has probado? —Cerró las manos sobre sus hombros y se inclinó para hacerle cosquillas en el cuello con la nariz—. Te lo contaré todo.
    —Estaba seguro de ello —dijo ella.

    ?Bien. Lo primero es desnudarse. Después se llena la bañera con litros de escurridiza gelatina. —Andy rió, tanto por sus palabras como por el cosquilleo de sus labios en el cuello—. A mí personalmente me gusta la verde, porque teniendo el pelo rojo es la que me va mejor, pero algunos la prefieren...

    Dejó de hablar bruscamente y sus manos se tensaron. Andy abrió los ojos para mirarlo y siguió la dirección de su mirada hacia la puerta, donde Lyon estaba parado con aire amenazador.

    Todos sus músculos estaban tensos, y se balanceaba ligeramente, como un animal atado a punto de soltarse. Las manos, con las que se sujetaba al marco, parecían dispuestas a arrancar la puerta de cuajo.

    —Perdonad la interrupción —gruñó—. Gracie me ha pedido que llamara a todos para el almuerzo. Iré a buscar a los demás. —Y se fue, dejando a Andy mirando desoladamente el umbral vacío.

    Lex se incorporó y con el dedo índice levantó la barbilla de Andy hasta que ésta lo miró a la cara.

    —Así que por ahí sopla el viento —dijo—. Él está loco por Andy y Andy se derrite cada vez que él la mira.
    —No, te equivocas...
    —Oh, no, Andrea Malone, no me equivoco. Tengo ojos, maldita sea, y conozco los celos. Estaba tan seguro de que ese jodido vaquero iba a matarme, que toda mi vida ha pasado ante mis ojos. —Empezó a pasearse en lo que quienes lo conocían calificaban de «reflexión de Lex»— Debí imaginar que ocurriría algo así. Las cintas que he visto esta mañana son buenas, pero nada más.
    —No hay nada malo en esas cintas —repuso Andy.
    —Tampoco hay nada estupendo —replicó él—. Podrías estar entrevistando al payaso Bozo y obtener la misma información que el viejo ofrece de su carrera militar. Te has reblandecido, Andy, has perdido tu objetividad, y eso es porque quieres ligar con ese puñetero Lyon.

    No la compensó mucho el hecho de que Lex no supiera que ya había ligado con Lyon.

    —No sé por qué me sales con esto. Hemos estado peleando desde que nos conocimos. No siente más que desprecio por mí.
    —Entonces demuéstrame que me equivoco. Mañana por la mañana quiero que ataques al viejo con toda la artillería. Caramba, Andy, serías capaz de sacar información a un nabo sin que siquiera se enterase. Te he visto hacerlo centenares de veces.
    —El general está enfermo, Lex.
    —Y tiene algo que ocultar. Lo presiento. ¿Qué es toda esa aversión a ponerse el uniforme? ¿Eh? No es normal, y cuando algo no es normal a mí me entra urticaria.
    —No pienso pincharlo —dijo meneando la cabeza.

    Lex le apretó con firmeza los hombros.

    —Entonces lo haré yo, Andy. Conseguir que el general Michael Ratliff explique por qué se retiró tan pronto y ha vivido recluido todos estos años podría significar nuestra entrada en una gran cadena de televisión. Consigue el reportaje del año o lo haré yo.

    Oyeron a los demás cruzar el vestíbulo hacia el comedor. Lex le quitó las manos de encima, pero no los ojos. Andy los sintió en su espalda mientras bajaban y se sentaban a la mesa. Lyon lo hizo en un extremo, pero por lo visto el general comería en su habitación.

    Gracie se esmeró en servir la comida y el equipo la recibió efusivamente. Andy cogió el tenedor, pero le repugnaba la idea de comer.

    —Su padre se retiró del ejército muy pronto, ¿no es cierto, Lyon?

    Lyon terminó de masticar y tragó.

    —Sí, así es.
    —¿Por alguna razón concreta?

    Andy miró con ceño a Lex, pero éste no la vio. Él y Lyon se miraron como boxeadores evaluándose en el cuadrilátero.

    —La señora Malone ya se lo preguntó —contestó Lyon—. Y mi padre contestó que quería probar otro modo de vida, que estaba cansado de la vida militar. Quería vivir a un ritmo menos espartano, pasar más tiempo con mi madre.
    —Pero todavía era joven —argumentó Lex.

    Los demás comensales habían callado y escuchaban la conversación, que vibraba con significados no pronunciados. Todos habían visto a Lex intimidar a la gente echándoles un rapapolvo, pero pensaron que esta vez quizá se enfrentaba a algo superior a él. Al parecer de todos, Lyon Ratliff no era un hombre a quien convenía provocar innecesariamente.

    —Quizá por eso se jubiló cuando lo hizo. Quería tener tiempo para el rancho. —Lyon tomó otro bocado, quitando importancia a la pregunta de Lex.
    —Ya —repuso Lex con tono escéptico. Andy vio que la mano de Lyon se tensaba alrededor de su vaso—. Sin embargo, pudo haber sido por una razón muy distinta. Tal vez había algo que no deseaba que el resto del mundo supiera. Quizá sobre su madre, o sobre la guerra...

    La silla de Lyon cayó hacia atrás con estrépito. Vajilla de plata, cristalería y porcelana tintinearon a causa del choque de su rodilla contra la mesa. Andy oyó el susurro contenido de Jeff: «Diablos».

    Gracie llegó corriendo de la cocina.

    Lyon parecía un ángel exterminador. El resplandor de su furia lo rodeaba como un aura y los ojos chispeaban.

    —Quiero que os marchéis antes del anochecer. ¿Entendido? —Clavó los ojos en Andy—. Todos. Haced la última entrevista esta tarde, cuando mi padre haya descansado, y después marcharos. —Se acercó a la silla caída y la recogió—. Perdona el desorden, Gracie. —Y salió de la habitación como una furia.

    El silencio continuó incluso después de que Gracie se retirara discretamente a la cocina.

    Jeff se aclaró la garganta; por una vez dejaba de lado las bromas.

    —Pensábamos cargar las baterías esta noche, Andy. No sé si tendremos bastante energía para rodar...
    —Haz lo que puedas, Jeff.
    —De acuerdo, lo haré. —Se levantó y los demás lo imitaron—. Vamos a colocar el material en el lugar que elegiste cerca del río. —Se marcharon.

    Andy dobló su servilleta en perfecta simetría. Parecía muy importante que estuviera bien doblada antes de dejarla junto a su plato casi intacto. Se levantó.

    —Andy, yo...
    —Cállate, Lex. Creo que ya has dicho bastante.

    Para los exteriores había planeado llevar algo ligero y más informal que los trajes utilizados para las anteriores escenas. También le había pedido al general que no se pusiera chaqueta y corbata. Había deseado rodar esta sesión más que ninguna de las demás. La orilla del río era un escenario perfecto.

    Ahora también sería la entrevista de despedida y esto le añadía un toque de nostalgia. Nunca había pensado en el momento en que tendría que irse. Sabía que llegaría ese momento, pero nunca se había detenido a reflexionar en ello.

    —Admítelo, Andy —se dijo delante del espejo—. Esperabas seguir viendo a Lyon después de irte.

    Ahora comprobaba que no sería así. Él tenía su vida y ella la suya. Las direcciones en que se movían nunca correrían paralelas. Sería mejor que se marchara dejando que él pensara lo pero de ella; de lo contrario, no se consideraba capaz de marcharse y dejarlo.

    Se puso los pantalones marrones y una blusa amarilla de mangas anchas, amplios puños y cuello abierto. Se recogió el pelo en una coleta floja en la nuca para añadirle un toque más romántico.

    Todos la esperaban en el patio. El general Ratliff estaba sentado en su silla de ruedas a la sombra de la cabaña. Andy desvió los ojos de esa construcción. Le traía vivos recuerdos. Si bien nunca había necesitado valerse del despego profesional, ahora recurrió a él. Las lágrimas estaban a punto de aflorar y anhelaba lanzarse en los brazos de Lyon, que estaba de pie, ausente e impenetrable, mirándolo todo, y sin decir nada.

    —He pensado rodar un poco de rollo B mientras camináis por el sendero. El sitio es muy bonito —dijo Jeff.
    —Perfecto —dijo Andy—. ¿Qué quieres que hagamos?
    —Camina al lado de la silla del general Ratliff y ambos charláis. Yo me encargo del resto.
    —Entendido.

    El general ya había oído las indicaciones de Jeff y dirigió su silla hacia el sendero asfaltado. Andy se puso a su lado. Estaba a punto de iniciar una conversación, cuando el general la sorprendió:

    —Andy, no tienes buen aspecto.
    —Me alegro de que no llevemos micrófonos —dijo ella, esperando que la cámara no captara el temblor de su sonrisa.
    —No me refiero a tu aspecto físico —continuó Michael Ratliff—. Sabes que te considero muy bella. Eres infeliz por algo. Lyon me ha dicho que os marcháis esta tarde.

    Con el rabillo del ojo vio a Jeff seguirles entre los árboles con la cámara al hombro. El paseo por el bosque debía parecer espontáneo. Al menos la conversación lo era.

    —Nos ha ordenado que nos vayamos.
    —No creo que el señor Trapper le guste.
    —Creo que eso es un eufemismo. No le gustamos ninguno de nosotros.
    —Tú sí le gustas. —Andy evitó tropezar con un canto rodado. El general siguió, sin importarle su sorpresa ni la cámara—. Últimamente Lyon se había comportado de un modo raro. Casi no lo veíamos durante el día. Se levantaba y se iba al amanecer y no volvía hasta la hora de la cena. A veces incluso más tarde. Pero desde que tú viniste, ha estado rondando por la casa como un cachorrito que espera las sobras de la cocina.
    —Sólo intenta protegerlo a usted. Me advirtió que no lo fatigara y que no me metiera en sus asuntos personales.
    —Creo que en eso Lyon se equivoca. Ha estado demasiado preocupado por mi vida y muy poco por la suya. Si te soy sincero, está mucho peor que yo.

    Habían llegado al claro, donde ya estaban Tony, Warren y Gil, que estaba conectando los micrófonos a la batería. Al lado de la silla de ruedas colocaron una silla para Andy. Una vez los niveles de audio estuvieron ajustados, Jeff empezó a grabar la última entrevista en cinta de vídeo.

    Tony echó una cabezada apoyado contra un árbol, ya que no tenía que ocuparse de las luces. Warren transcribía las preguntas de Andy en una pizarra; las necesitarían cuando tuviera que hacer las preguntas repetidas. Gil estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas, escuchando la entrevista a través de los auriculares. Lex estaba acurrucado detrás de Jeff, escuchando. Lyon, apoyado contra un ciprés con las piernas y los brazos cruzados, lo observaba todo con mirada sombría.

    Andy nunca pudo precisar en qué punto de la entrevista perdió el control Estaba haciendo preguntas generales sobre la guerra, como le había pedido el entrevistado, y de pronto se encontró riendo con una anécdota del general sobre un campesino francés y su esposa que habían escondido a toda una patrulla de soldados en su almiar. A partir de entonces Michael Ratliff contó una serie de anécdotas divertidas. Su recital estaba salpicado de «Ike dijo» y «George decidió». Tony despertó de su siesta para escuchar. Andy incluso vio sonreír a Lyon con una de las historias más divertidas. El general reía animadamente y se lo veía feliz. Cuando Andy captó un gesto imperativo de Warren acerca del tiempo, impidió hábilmente que el general se embarcara en otro relato y dio por terminada la entrevista.

    —¡Oh, general Ratliff, ha sido estupendo! —exclamó Andy, deshaciéndose del micrófono y devolviéndolo a Gil. Se inclinó sobre el anciano y le quitó el micrófono antes de abrazarlo con afecto.
    —Temo que me he dejado llevar un poco.
    —Ha sido inolvidable.
    —¿Qué opinas, Lex? —preguntó Jeff con una amplia sonrisa.
    —Ha estado bien.
    —No creo que hagan falta las preguntas repetidas —señaló Jeff.
    —Decide tú mismo —dijo Lex.
    —¿Papá, estas bien?— Lyon se acercó por detrás de Andy.
    —Hacía años que no me divertía tanto. No sabía que recordaba algunas de esas historias hasta que empecé a contarles. Es increíble después de tanto tiempo. —Se rió otra vez, absorto en sus recuerdos. Entonces se le empañaron los ojos y apretó la mano de su hijo. Mirándolo, musitó—: No fue todo tan malo, Lyon. Ahora que lo pienso, no lo fue.
    —Será mejor que te lleve a casa —dijo Lyon y puso en marcha el motor de la silla. Caminó a su lado, con una mano protectora sobre el frágil hombro del padre.
    —¿Qué crees que ha querido decir con eso? —preguntó Lex a Andy mientras lo seguían por la pendiente.
    —¿A qué te refieres?
    —No te hagas la idiota conmigo, maldita sea, Andy. Me refiero a «No fue todo tan malo».
    —Ya. Supongo que se refería a sus anécdotas divertidas. Quería decir que no todas sus experiencias de la guerra habían sido negativas.
    —Era más que eso, y lo sabes —repuso Lex.
    —Lo único que sé, Lex Trapper, es que si no ves sangre no eres feliz. Pero yo sí. Creo que las entrevistas ha sido estupendas. Si buscabas algún oscuro secreto que manchara la reputación del anciano, lo siento.

    Se adelantó y llegó al patio al mismo tiempo que la silla del general. Lyon sostenía la puerta, pero el general lo detuvo.

    —Un momento, Lyon. Quiero hablar con Andy. Podría ser mi última oportunidad.

    Andy pidió permiso a Lyon con los ojos, y éste se retiró reticente. El cruel rictus de su boca le provocó dolor: Lyon la consideraba una persona falsa y ambiciosa. Andy apartó ese horrible pensamiento y se arrodilló junto al general, le cogió la mano y se la apretó con fuerza.

    —Sé que lo considerarás la majadería de un anciano, pero tuve una intuición contigo incluso antes de te oyera rondar por la casa aquel día. Te hiciste muy real para mí la noche en que Lyon despotricó contra tu tenacidad y arrogancia. Por muy enfadado y desagradable que se mostrara contigo, creo que ese encuentro lo marcó profundamente, Andy. Creo que estás destinada a entrar en nuestras vidas... te lo preguntaré con franqueza, los viejos no tenemos tiempo para el tacto: ¿Estás enamorada de mi hijo?

    Andy apoyó la cabeza en la huesuda rodilla de él y contuvo las lágrimas. Asintió con la cabeza y después la levantó para mirarlo.

    —Sí, lo estoy.

    Él le acarició la cabeza con la mano hasta la mejilla.

    —Lo suponía. He rogado para que así fuera. Serás buena para él. No te preocupes por el presente, piensa en términos de futuro. Si el amor que sientes por él es verdadero las cosas se solucionarán. Te lo aseguro.

    Ella no lo creía así, pero no quería empañar su optimismo. Se levantó y lo besó largamente en la mejilla. No se dijeron adiós, sino que se miraron significativamente hasta que Lyon se acercó para acompañarlo dentro de la casa.

    Habían acordado que los chicos llevarían la camioneta a la cabaña, embalarían el material y después acompañarían a Lex al Haven in the Hillls; él los seguiría en el coche que había alquilado en San Antonio. Andy partiría en su coche alquilado en cuanto tuviera hechas las maletas.

    Echó un rápido vistazo a la habitación por si había olvidado algo. No quería pensar en su marcha. Si lo pensaba, se moriría. Esperaría a más tarde para sumirse en su desgracia a solas.

    Consciente de que había pospuesto su marcha demasiado, fue a la puerta de la habitación y la abrió. Para su sorpresa, Lyon estaba de pie en el pasillo. Su cara era inexpresiva, tan vacía como se sentía por dentro.

    —Ya he preparado las maletas. Ahora bajaba —dijo Andy, pensando que él había subido para echarla a patadas de aquella casa.

    Lyon no contestó, se limitó a empujarla dentro de la habitación y cerrar la puerta. Andy retrocedió dos pasos, nerviosa.

    —¿Cómo está tu padre? —preguntó.
    —Agotado. He llamado al médico; ahora está con él.
    —Espero que la sesión de hoy no haya sido demasiado agotadora, pero... —Se le apagó la voz. ¿Por qué no conseguía decir nada coherente? No deseaba aumentar la cólera de Lyon recordándole que era él quien había insistido en realizar la entrevista esa misma tarde.

    Lyon se acercó hasta que sólo estuvieron a unos centímetros de distancia. Cogiéndola por las muñecas, la hizo girar y la retuvo contra la puerta. Le situó las manos a cada lado de la cara.

    —Parece que estás en el buen camino para conseguir tu gran oportunidad en la televisión. Es una pena que no tengas la historia sensacionalista que esperabas. Me sabe mal que te hayas tomado tantas molestias y te vayas con las manos vacías... Esto es para el camino —añadió, besándola repentinamente.

    Ella esperaba un beso brusco y soez, pero fue suave y persuasivo. Estaba utilizando la táctica más vieja del estratega: aplacar al enemigo, hacer que se sienta seguro, tratarlo con amabilidad, y después matarlo. Pero, a pesar de saberlo, estaba indefensa ante él.

    Su boca se abrió como una flor y él se apropió de ella. La tomó lentamente. Relajó los dedos en torno a sus muñecas, y sus palmas abiertas cubrieron las de Andy. Los dedos se entrelazaron y cerraron. Su pelvis se frotó contra la de Andy al mismo tiempo que su lengua exploraba su boca.

    Estaba destinado a ser un abrazo humillante, pero en algún momento se transformó en otra cosa. Lyon ya no se restregaba contra ella con desprecio, sino con pasión. Su cuerpo abandonó la brutalidad y se mostró sensual. Susurró su nombre, y para Andy fue como si el mundo se desgarrara en su garganta. Se volvió envuelta en un torbellino de emociones, odiándolo por reducirla a una criatura indefensa ante su tacto, y a la vez deseándolo, queriéndolo, amándolo... Lo único que importaba era Lyon. Sí, Lyon.

    Tan repentinamente como la había abrazado, Lyon la soltó y se apartó como si ella le provocara repulsión. Su respiración era la de un hombre exhausto.

    —Ahora ve a contarle a Lex todos los detalles. Estoy seguro de que quiere un informe completo.

    Andy sintió una punzada mortificante y agónica.

    —Eres... —Tomó aire—. ¡Eres un idiota obstinado y santurrón! Te crees...
    —¡Lyon! ¡Lyon! —se oyó de repente la voz de Gracie.

    Ambos advirtieron el pánico que denotaba y salieron al rellano, donde la vieron subir resoplando las escaleras.

    —Lyon, el doctor Baker dice que vayas enseguida. Tu padre...


    9


    El viento le tiraba del pelo y le secaba las lágrimas. Conducía con la ventanilla abierta, rogando por encontrar en la naturaleza un modo de mitigar su dolor.



    Con unos retazos de claridad en su memoria, Andy reconstruyó la confusión y el desespero de la última hora.

    Lyon y ella habían corrido escaleras abajo. Él había entrado en el dormitorio de su padre mientras Andy consolaba a la llorosa Gracie. El médico salió de la habitación meneando la cabeza tristemente como muda respuesta a los ojos inquisitivos. Lyon salió de la habitación media hora después, con los ojos secos pero macilento. No la miró. No vio nada mientras hablaba con el médico. Poco después de que llegara la ambulancia, Andy observó con horror cómo el cuerpo envuelto del general Michael Ratliff era cargado en su interior. Lyon partió en su coche tras la ambulancia.

    Gracie, muy triste, se había quedado para ocuparse de los detalles. Lyon tendría su apoyo y su amor, pensó Andy. Y eso era bueno.

    Al llegar al hotel, cuando ya el cielo tomaba un oscuro color índigo, Andy se ocupó del equipo y Lex fue a cenar. Se instaló en la habitación que habían reservado para ella, tristemente similar a la que había ocupado antes.

    Cerró la puerta, descolgó el teléfono y se acostó. Durante las siguientes ocho horas fingió dormir.

    «El general Ratliff, el último general de cinco estrellas superviviente de la Segunda Guerra Mundial, vivió recluido en su rancho de Texas, cerca de Kerrville, desde su temprano retiro en 1946. El general murió en paz en su casa después de una larga enfermedad. Mañana se celebrarán los funerales privados en el rancho.» Andy miró al presentador de las noticias de la mañana leer el reportaje con fría profesionalidad. Se preguntó cuándo habría notificado Lyon oficialmente la noticia de la muerte de su padre.

    «El presidente, después de conocer la muerte del general Ratliff, tienen algo que decir.» Andy escuchó cómo el presidente de Estados Unidos alababa al general retirado, pero la persona de que hablaba en términos de heroísmo y medallas no tenía nada que ver con la que ella había conocido. El día anterior le había hablado de su hijo y de cuánto lo quería. Él le había cogido la mano y se la había estrechado con afecto, y le había dicho con la mirada que apoyaba su amor por Lyon.

    —Déjame entrar. —Andy pegó un respingo cuando Lex llamó a u puerta.
    —Un... un momento.

    No tenía sentido atrasar lo inevitable. Cogió la bata de los pies de la cama y se la puso, deseando que fuera una armadura.

    —¿Cuándo lo supiste? —preguntó él cuando Andy abrió la puerta.
    —Ayer por la tarde. —No sacaría nada con mentir—. Murió cuando estaba a punto de marcharme.
    —¿Y preferiste no contármelo? —rugió Lex.
    —¿Qué habría sacado con ello?
    —¿Qué habrías sacado? Maldita sea, me gustaría inculcarte un poco de sentido común.

    Andy ignoró su rabieta. Se sentó en una silla con las rodillas levantadas y la frente apoyada en ellas. Estaba recordando cómo la había mirado el general Ratliff por última vez. Él sabía que estaba a punto de morir. Su adiós había sido silencioso.

    —Andy, ¿Qué demonios te ocurre?

    Cuando la pregunta de Lex penetró en su mente, Andy levantó unos ojos inexpresivos. Al cabo de unos segundos la imagen de Lex se hizo más nítida.

    —Un hombre que admiraba ha muerto —le dijo—. ¿Cómo puedes preguntar qué me ocurre?

    Lex desvió los ojos hacia las cortinas de la ventana, que estaban echadas.

    —Sé que lo admirabas, pero su nombre es noticia, y nosotros nos dedicamos a eso. ¿No acabas de ver al presentador llorando? Andy, ¿te das cuenta de que hemos encontrado una mina de oro?

    Ella meneó la cabeza. Lex se acercó a la ventana y descorrió las cortinas. La luz del sol dio directamente a Andy en la cara y le hizo cerrar los ojos.

    —¿Una mina de oro...? —balbuceó desconcertada.
    —Piensa, Andrea, maldita sea. Tenemos las únicas entrevistas concedidas por el general Ratliff desde que se convirtió en un maldito ermitaño. Ahora está muerto y nosotros tenemos horas de cinta con él. ¿Sabes lo que eso significa?

    Andy se puso en pie y se acercó a la ventana para contemplar el hermoso día. No sería muy bonito para Lyon; tendría que preparar un funeral.

    —¿Andy?
    —¿Qué?
    —¿Me estás escuchando?

    Ella se mesó el pelo desordenado.

    —Me has preguntado si sabía lo que significa tener las cintas del general Ratliff, ¿no?

    Lex maldijo en voz baja.

    —Mira, puedes creer que el general se retiró por motivos personales, y probablemente nunca te lo perdonaré. Bien. Pero yo tengo la intención de vender las cintas a una gran cadena de televisión y por una suma muy superior a la pactada en la negociación. Éste es nuestro camino de entrada y contigo o sin ti pienso utilizarlo.
    —Espera, Lex. —Andy levantó una mano mientras se masajeaba la frente dolorida con la otra. ¿Por qué la molestaba ahora con eso? —. Ni siquiera están editadas, y no tienen música de fondo.
    —¿Y qué más da? Que las produzcan ellos como les plazca. Las quien para las noticias de la noche de hoy. Ya he hablado con un productor. Casi se mea de la emoción. Vamos a enviar las cintas por correo aéreo a Nueva York. Creo que habrá que acercarse a San Antonio para agilizar el envío. —Ya tenía la mano en el pomo de la puerta.
    —Lex, por favor, para un poco y déjame pensar. —Volvió a la cama y se tumbó con aire abatido—. Nunca pensé en emitir la entrevista después de la muerte del general... Nunca tuve la intención de que fuese un obituario.
    —Ya lo sé. —Andy se dio cuenta, por su tono áspero, de que estaba perdiendo la paciencia pero intentaba contenerse—. Así han ido las cosas, cariño. Sabías que el viejo... que el general moriría pronto.
    —Pronto, sí, pero no mientras yo estaba allí para verlo. —Se cubrió la cara con las manos—. Ahora me resulta tan irreverente emitirlas.
    —¡No puedo creerlo! —exclamó Lex y se golpeó los muslos con las manos—. ¿Qué te ha sucedido?

    Le había sucedido Lyon. Y le había sucedido el general Michael Ratliff. El reportaje que había conseguido había perdido importancia en comparación con lo que representaban aquellos hombres. Pero ¿en qué podían perjudicar el recuerdo del general las entrevistas? En nada, ella ya había procurado que fuera así. De modo que si le seguía la corriente a Lex, la dejaría en paz un rato.

    —De acuerdo —dijo con tono fatigado—. Haz lo que tengas que hacer. Quiero quedarme aquí unos días.
    —Por supuesto. Quiero que hagas un reportaje completo desde las puertas del rancho. Tenemos aquí el equipo. El sitio estará abarrotado de chicos de la prensa al mediodía, podemos adelantarnos a todos. Mientras yo llevo las cintas a San Antonio y las meto en un avión, tú y los chicos podéis volver allí...
    —No —repuso Andy—. Acepto vender las cintas para que el pueblo estadounidense pueda verlo en sus últimos días de vida. Pero no seré un cuervo en su funeral.
    —Andy, por el...
    —No lo haré, Lex. Está decidido.
    —Ojalá hubieras seguido adelante y te hubieras acostado con ese vaquero, a ver si así te librabas de esta obsesión. ¡Quizá así volvería a comportarte como la Andy Malone que conozco! Te aseguro que ese Lyon tiene lo mismo que todos los hombres.
    —Estás yendo demasiado lejos, Lex. —Andy estaba de pie con las manos en jarras, en una postura perfectamente erguida. Los ojos dorados brillaban como los de una leona enfrentándose a un depredador que amenaza a sus crías. Lex recibió el mensaje.
    —De acuerdo, tranquila. —se dirigió a la puerta—. Mandaré al equipo para que grabe algo en vídeo. El sonido puede grabarse más tarde. Jeff dice que tú tienes las cintas de las entrevistas. ¿Dónde está?

    Estaban etiquetadas y guardadas en cajas negras de plástico, en una bolsa de lona. Andy se las estaba entregando a Lex cuando éste preguntó:

    —¿La autorización también está ahí?

    Su mente se aceleró, buscando el momento y el lugar en que había hecho firmar una autorización al general Ratliff que les permitiría emitir las entrevistas por televisión. Pero fue en vano.

    —Oh, Lex —dijo sin aliento.
    —¿Qué pasa?
    —No le hice firmar ninguna autorización a Michael Ratliff... se estremeció ante el brillo asesino de los fríos ojos azules de Lex.
    —No puede ser, Andy. Intenta recordarlo. Nunca has hecho una entrevista sin la firma de una autorización previa. ¡Venga, ¿dónde está?, maldita sea! —exclamó.
    —¡No la tengo! —replicó Andy—. Me acordé cuando empezamos a rodar, per quería terminar antes de que el general se fatigara. El cable de Gil se estropeó, ¿recuerdas? Y tuvimos que retrasarlo. Recuerdo que pensé en pedírsela más tarde, y no llegué a hacerlo.

    Lex se golpeó una alma con el puño y maldijo entre dientes.

    —¿No me estarás mintiendo? Se trata de un truco...
    —No. Te lo juro, Lex. No le hice firmar la autorización.
    —Sería propio de Lyon demandarnos si las emitimos sin autorización. Y aunque no supiera que tiene ese derecho, la cadena sí lo sabe, y no se arriesgarían. Tienes que conseguir que te la firme.
    —Ni hablar.
    —¿Cómo dices?
    —He dicho que ni hablar. Al menos hasta después del funeral.
    —El funeral es mañana —chilló Lex.
    —Exacto. Y no pienso ir a verle hasta entonces. Puede que Lyon ni siquiera quiera recibirme.

    Lex miró la bolsa que ella sujetaba, a la vez que se mordía el labio y flexionaba los dedos.

    —Olvídate de arrebatarme las cintas a la fuerza y falsificar una autorización. Yo misma llamaría a la cadena y les contaría lo que tramas.
    —No se me había pasado por la cabeza —repuso él con una cínica sonrisa.
    —Ya lo creo que sí —dijo Andy, sin sonreír—. Llama a tu contacto y dile que no tendrá las entrevistas hasta después del funeral. Y déjame sola el resto del día.

    Lex se quedó en el umbral mirándola con las manos en las caderas. Al cabo meneó la cabeza perplejo y dijo:

    —Has cambiado, Andy. No comprendo qué te ha ocurrido.
    —Exactamente, Lex. No lo comprendes.

    El resto del día lo pasó tendida en la cama con una compresa fría sobre los ojos. Guardó las cintas en su maleta y escondió la llave. También mantuvo la puerta cerrada y con la cadena puesta. Se juró que confiaba en Lex, pero su comportamiento hablaba más claro que las palabras.

    Debido a lo poco que había dormido durante la noche, se fue adormeciendo a ratos durante el día. En el tránsito entre el sueño y la vigilia, por su cabeza pasaban escenas que eran una mezcla de sueños y fantasía. Ella y Lyon eran los protagonistas de todas. Por la tarde miró los reportajes sobre la muerte del general Ratliff en las noticias de la televisión. Como había predecido Lex, la entrada del rancho estaba repleta de periodistas y fotógrafos. La policía había instalado una valla para mantener a raya a la multitud. Sólo se permitía cruzar las puertas a los vecinos y a los veteranos que habían servido al mando del general. La mayoría llevaba flores.

    El corazón le dio un vuelco cuando vio a Lyon asomarse a las puertas para hacer una concisa declaración a la prensa. Con las personas que habían ido a ofrecer sus respetos al padre se le veía hablar en voz baja, amable y solemne. Iba vestido de un modo que Andy nunca le había visto, con traje oscuro y corbata. Su porte, su control y la fortaleza que desprendía eran impresionantes. Se le hizo un nudo en la garganta. Mantenía la compostura de cara al público, pero cuánto estaría sufriendo interiormente. «¿Habrá vuelto Jerri a casa para consolarlo en un momento de necesidad?», se preguntó Andy. Enseguida se arrepintió de su mezquindad, aunque la idea de que él encontrara consuelo en brazos de otra mujer la obsesionaba.

    A la mañana siguiente, las noticias no tenía mucho que informar sobre el funeral, excepto que el presidente iría en helicóptero desde la base aérea de Lackland para asistir al servicio de las diez en el cementerio. El general sería enterrado en el rancho.

    Andy se puso un vestido de gamuza y unas sandalias de talón alto a juego. Se recogió el pelo en un moño flojo y se puso pendientes de oro en las orejas.

    A mediodía ya tenía las maletas hechas y cargadas en el coche de alquiler; pensaba marcharse de Kerrville para siempre en cuanto volviera con la autorización firmada y se la entregara a Lex. El equipo, después de cubrir el funeral desde las puertas del rancho, había ido a San Antonio con la esperanza de coger el último vuelo de la tarde a Nashville. Aunque nadie habló de ello, Andy sabía que la muerte del general les había afectado.

    A las tres, Lex acudió a su habitación. Había insistido en acudir más temprano, pero Andy se había negado.

    —¿A qué hora volverás? —le preguntó.
    —Una vez que lo firme —dijo ella. La irritación de Lex fue evidente. Para aclarar la ambigüedad, Andy añadió—: No sé con qué me encontraré allí. A lo mejor todavía está la policía. No sé si me dejarán entrar. Volveré en cuanto pueda.

    Lex todavía le estaba lanzando dardos cuando ella salió con el coche. Tenía las manos tan húmedas que le resbalaban sobre el volante del coche. Lo que le había dicho a Lex era cierto: no sabía con qué se encontraría cuando llegara al rancho, pero casi deseaba que no la dejaran entrar. Temía encontrarse con Lyon.

    Ya no había valla policial, sólo el mismo guardia que estaba en la puerta el día de su llegada. Había centenares de ramos de flores que resplandecían bajo el sol de verano. Acercó el pequeño coche a la caseta del guardia y bajó la ventanilla.

    —Hola —dijo.
    —¿Cómo está, señora? —la saludó el hombre. Tenía los ojos llorosos y Andy se compadeció de él.
    —Soy la señora Malone. Estaba con...
    —Sí, señora, sé quién es.
    —Me gustaría entrar unos minutos.

    El guardia se quitó el sombrero y se rascó la cabeza.

    —Pues... El señor Ratliff dijo que no quería que entrara nadie.
    —¿Le importaría llamar a la casa? Dígale que es muy importante que me reciba un momento.
    —De acuerdo.

    Se metió en la caseta, y Andy vio cómo marcaba y hablaba por teléfono. Cuando salió, pulsó el interruptor que abría la puerta eléctrica.

    —No he hablado con el señor Ratliff, pero Gracie ha dicho que podía pasar.
    —Gracias.

    Puso el coche en marcha y entró. La casa y las construcciones exteriores estaban desiertas. No se veían mozos del rancho, como era habitual, ocupados en sus quehaceres. Incluso las vacas pacían que en las cuestas de la colina parecían inusualmente quietas.

    Antes de poder llamar al timbre de la puerta principal ésta se abrió de golpe y Gracie se precipitó hacia Andy.

    —Dios te bendiga por haber venido, Andy. No sé qué hacer con él. Está en su despacho, y creo que está bebiendo como un cosaco. Ha aguantado hasta ahora, pero desde que se marchó la gente parece haber enloquecido. No quiere comer y me arrojó la bandeja al suelo cuando se la llevé. Si no fuera tan grande le daría una tunda por comportarse de un modo tan odioso. ¿Hablarás con él?, por favor.

    Andy miró con inquietud la puerta del despacho de Lyon.

    —No creo que sea capaz de mejorar su estado de ánimo, Gracie. Soy la última persona que desea ver.
    —Yo tengo mi propia opinión sobre eso. Creo que se comporta así porque te marchaste.

    Andy se volvió asombrada.

    —Acaba de perder a su padre, Gracie.
    —Hace un año que lo esperaba. Se siente mal, sin duda, pero no es normal que un hombre se lo tome así. Está enfermo del alma, y no es sólo por la muerte del general. —Le temblaba el labio inferior.

    Andy le dio un abrazo.

    —Lo siento, Gracie. Sé cuánto lo querías.
    —Es cierto, y lo echaré de menos. Pero me alegro de que ya no sufra. Por favor, ve a ver a Lyon. Por él es por quien más sufro.

    Andy dejó su bolso y la autorización sin firmar sobre la mesa del vestíbulo.

    —¿Dices que está bebiendo y no quiere comer?
    —No ha probado bocado desde... ya ni me acuerdo.
    —Bueno, pues lo primero es lo primero. Tráeme la bandeja que le habías preparado.

    Al cabo de unos minutos Gracie volvió con una bandeja con pollo frío, ensalada de patatas y rebanadas de pan con mantequilla. Andy la acompañó hacia la puerta.

    —Abre, por favor —pidió Andy. Gracie lo hizo y se apartó a un lado, como si temiera que desde dentro dispararan.

    Andy entró en la habitación a oscuras, y Gracie cerró la puerta silenciosamente. Las cortinas de las amplias ventanas estaban corridas para impedir que entrara la luz del sol. El mobiliario de piel, la pesada mesa de cedro, y las estanterías repletas de libros contribuían al opresivo ambiente de la habitación. Eso y el olor a whisky que salía de una botella abierta sobre su brazo doblado.

    Andy avanzó un poco más. Cuando salió de la alfombra y sus tacones sonaron sobre las baldosas, Lyon se estremeció y levantó la cabeza.

    Andy vio cómo en sus labios se formaba un rugido, y también vio cómo moría antes de ser emitido. Boquiabierto, Lyon la miró inexpresivamente, pero al punto sus ojos nublados se fijaron en ella y masculló:

    —¿Qué diablos haces aquí?

    El primer impulso de Andy fue dejar la bandeja y correr hacia él para ofrecerle su amoroso consuelo, pero Lyon podía tomárselo mal y rechazarla. Tendría que ser dura y enfrentarse con él cara a cara.

    —Yo diría que es obvio. Te he traído algo de comer.
    —No quiero nada... y en particular no te quiero a ti. Lárgate.
    —Puedes haber aterrorizado a tu ama de llaves, pero a mí no me das miedo. No me asusto fácilmente. De modo que compórtate como un adulto civilizado y cómete esto. Gracie está enferma de preocupación por tu culpa. Personalmente, me da lo mismo que te escondas aquí y bebas hasta quedar inconsciente, pero a ella sí. Y ella me importa. ¿Dónde dejo la bandeja? —Sin esperar respuesta, la dejó sobre la mesa, frente a él.
    —Esta mañana no te he visto con el resto de chupasangres. ¿Te has dormido?
    —Insúltame si eso te hace sentir mejor, señor Ratliff. Eres muy bueno insultando. También siendo grosero, tozudo y desagradable. Pero lo que ignoraba era tu cobardía.

    Él se levantó de la silla tambaleándose y tuvo que agarrarse al borde de la mesa.

    —¿Cobardía?
    —Sí. Eres un cobarde. Al parece te consideras en posesión absoluta del dolor, el elegido para sufrir injustamente. Tú no sabes lo que es sufrir, señor Ratliff. Hablé con un hombre sin manos ni pies: ¿Sabes lo que hace?: es corredor de maratón. Entrevisté a una mujer a quien la polio dejó tumbada dentro de un pulmón de acero que respira por ella, pero aun así sonrió durante toda la entrevista, porque está orgullosa de sus cuadros, esta que pinta sosteniendo un pincel entre los dientes.
    —¡Un momento! ¿Quién te ha designado para ser my conciencia?
    —Yo.
    —Pues ahórratelo. Nunca he dicho que no hubiera gente mucho peor que yo. —Se dejó caer de nuevo en la silla.
    —No; pero te regodeas en tu martirio porque tu esposa te abandonó. Cultivas el odio contra todo el mundo por culpa de ella. —Se apoyó con las manos sobre la mesa—. Lyon, el dolor por tu padre está justificado —musitó—. Pero no te encierres aquí dejando que tus heridas se emponzoñen. Vales demasiado.
    —¿Qué yo valgo? —repuso Lyon con una amarga risita—. Jerri no lo creía así. Me fue infiel incluso antes de marcharse.
    —Robert también lo fue.

    Lyon levantó la cabeza y la miró con los ojos inyectados de sangre. Después se pasó las manos por la cara, desencajando momentáneamente sus rudas pareo atractivas facciones. Cuando recuperó su aspecto normal, cogió la botella. Andy contuvo la respiración, y al punto suspiró lentamente cuando él tapó la botella y la guardó en el cajón del escritorio.

    Con gesto contrito, dijo:

    —Pásame el pollo.

    Andy relajó la tensión y le pasó la bandeja. Lyon rió.

    —Aquí hay comida para un batallón.

    ?Gracie dijo que hacía mucho que no comías. Pensó que estarías hambriento.

    —¿Me acompañas?
    —Sólo hay un plato.
    —Podemos compartirlo.

    Gracie casi deja caer la taza de café al levantarse de golpe de la mesa de la cocina cuando Andy entró con la bandeja vacía.

    —¿Cómo está? —preguntó Gracie.
    —Ahíto —sonrió Andy—. Yo comí un poco, pero él ha acabado con todo. Quiere algo de beber. Café no. Creo que con un poco de esfuerzo lograré que duerma un rato.
    —Prepararé té frío.
    —Sí, eso estará bien, Gracie. —Vaciló un momento y añadió—: Quisiera pedirte un favor.
    —Lo que quieras, después de lo que has hecho por Lyon.
    —Llama al Haven in the Hills y deja un mensaje para el señor Trapper. No quiero que se lo des a él, porque se enfadará y tú no mereces sus excesos verbales. El mensaje es que por la mañana tendrá lo que está esperando.
    —Por la mañana tendrá lo que está esperando —repitió Gracie.
    —Exacto. —No pensaba mencionar la autorización a Lyon ahora, ya que él estaba de buen humor ahora. No haría nada que pusiera en peligro la confianza que él había depositado en ella—. Más vale que le digas al guardia que la puerta que bajo ninguna circunstancia deje entrar a nadie hoy.
    —De acuerdo —dijo Gracie —Creo que eso es todo. Con un poco de suerte, Lyon se dormirá enseguida.
    —Gracias, Andy. Sabía que eras lo que Lyon necesitaba.

    Andy asintió en silencio. Poco después se llevó la bandeja con una jarra de té y dos vasos altos al despacho. Lyon ya no estaba sentado en la mesa, sino echado en el sofá de piel con los ojos cerrados. Tenía las manos dobladas a la cintura. Iba en mangas de camisa. El chaleco, la chaqueta y la corbata estaban tirados sobre una silla.

    Andy se acercó silenciosamente. Estaba a poca distancia cuando él abrió los ojos.

    —Pensé que dormía.
    —Sólo descansaba.
    —¿Te apetece una taza de té helado?
    —Sí.
    —¿Azúcar?
    —Dos. —Andy se estremeció— Supongo que eso significa que a ti te gusta sin azúcar.
    —Me acordaba del jarabe que tuve que beber en el bar de Gabe. Al menos pone tres o cuatro cucharadas en cada vaso.
    —¿Por qué lo bebiste?
    —Tenía que hacer algo mientras hacía acopio de valor para hablar contigo.
    —¿Robert te engañaba? —El cambio de tema fue tan brusco que la cara de Andy expresó el mismo asombro que cuando se había enterado, a través de un «amigo», de la infidelidad de su marido.
    —Sí.

    Lyon suspiró y trazó dibujos en el helado cristal con la punta del dedo.

    —Me he acostado con muchas mujeres y creo que la mayor parte de las veces fue divertido para los dos. Pero nunca mientras estuve casado. El matrimonio exige absoluta fidelidad por parte de los dos.
    —Seguramente aprendiste eso de tu padre. Gracie dijo que incluso después de morir tu madre, nunca se interesó por otras mujeres.
    —La amó hasta... su propia muerte.

    Aquellas palabras abrieron las compuertas y Lyon empezó a hablarle de sus padres, sobre todo del padre que había amado y respetado.

    —No era fácil ser hijo de una leyenda viva. A veces eso me hacía sentir mal. Todos esperaban más de mí a causa de mi padre. El exilio que se impuso a sí mismo afectó a mi infancia. Por ejemplo, nunca viajamos como una familia, nunca fuimos de vacaciones. Cuando me hice mayor, me dejaba ir de viaje con amigos y sus familias.

    Habló del funeral, del ataúd envuelto en la bandera, del presidente y su amabilidad.

    —¿Eres simpatizante político suyo? —le preguntó Andy.
    —No, en absoluto, pero es un hombre muy simpático. —Se rieron y él le preguntó sobre el predecesor del actual presidente, a quien ella había entrevistado.

    Andy comenzó a contarle acerca de la entrevista, pero al cabo de poco vio que él tenía los ojos cerrados y que la cabeza le caía a un lado. Le quitó el vaso medio lleno de la mano y lo dejó sobre la mesita de café. Esperó unos minutos hasta que su respiración se hizo profunda y regular, le puso las manos en los hombros y le colocó la cabeza sobre su pecho, situándose a su lado en el sofá.

    Lyon se removió en sueños para acomodarse a su lado. Andy dejó que su respiración le hiciera cosquillas en la piel. Le pasó los dedos por el espeso cabello oscuro, y lo rizó como si fueran tentáculos de seda. Le acarició la cara amorosamente, y su ancha espalda.

    En sueños, él acomodó mejor la cabeza sobre su pecho. La palabra que pronunció pudo haber sido su nombre, pero también podía ser sólo su deseosa imaginación. Lo abrazó fuerte, susurrándole frases cariñosas y manifestándole su amor de un modo que nunca habría tenido el valor de hacer mientras estaba despierto. Después ella también se durmió.

    Cuando despertó, él le estaba besando los pechos a través de la tela del vestido. Su mano bajó por el estómago de Andy buscando su feminidad y se quedó allí.

    —¿Lyon? —susurró ella.
    —Andy, por favor —gimió—; quiero hacer el amor contigo.


    10


    Te necesito. Tanto si me equivoco como si no, tanto si tiene sentido como si no, te necesito, Andy.



    Hundió los dedos en su pelo. Andy no se resistió cuando le desabrochó los botones del vestido, ni cuando siguió con el sostén. Lyon hundió la cara en la hendidura que se formaba entre sus exuberantes pechos y la besó ávidamente.

    Aquel hombre habitualmente tan experto se mostraba ahora torpe e incompetente para encontrar el cierre de su falda. Andy lo ayudó desprendiéndose de la prenda, y también de la ropa interior. Él forcejeó con la cremallera de los pantalones, con prisa y ansiedad.

    La penetró sin preámbulos, pero el cuerpo de Andy estaba preparado para recibirlo. Lo acogió completa y estrechamente, guardándose la pena y el dolor dentro de sí misma. Con cada embestida Lyon se vaciaba de amargura e insensibilidad. Andy lo aceptó. Si su cuerpo podía ofrecerle consuelo, ella quería ser el remedio para su enfermedad espiritual. Su actitud no tenía nada que ver con el sexo, sino con el amor. Y cuando él alcanzó el orgasmo, ella agradeció la oportunidad de haberlo podido amar y ayudar incondicionalmente.

    Luego, en silencio e inmóvil, lo sostuvo mientras dormía, con la cabeza amorosamente apoyada en su hombro. Escuchó extasiada su respiración, mientras con los pechos absorbía los latidos de su corazón.

    De pronto Lyon levantó la cabeza y cuando vio las lágrimas que caían de aquellos ojos dorados, sintió una punzada de remordimiento.

    —Dios mío, Andy, lo siento... —musitó meneando la cabeza. Se separó de ella y realizó unos patosos y conmovedores intentos por arreglarle la ropa. Ella le apretó la cabeza contra su pecho y le peinó el pelo hacia atrás—. No sé qué me ha ocurrido. Ni siquiera te he besado antes de... Soy un cabrón. Te he hecho llorar. Debes de sentirte como si te hubieran violado. Dios mío, cuánto lo siento... —dijo casi llorando.

    Andy le tomó la cara entre las manos.

    —Te equivocas, amor mío. Mira, lloro porque estoy contenta de que me necesitaras.
    —Te necesitaba y te necesito. No puedo creer que después de lo ocurrido esto sea lo que necesitaba, lo que quiero.

    Andy sonrió tiernamente y le acarició las oscuras cejas.

    —Has estado obsesionado con la idea de la muerte. Creo que necesitabas saber que todavía estabas vivo. Celebrar la vida.

    Los ojos de Lyon parecían carbones encendidos.

    —¿Será posible que después de todo lo sucedido entre nosotros, la hostilidad, los enfados, la desconfianza, me haya enamorado de ti, Andy Malone?
    —No lo sé. ¿Puede ser? Espero que sí. Porque yo te quiero, Lyon.
    —Andy —susurró su nombre con amorosa reverencia mientras le acariciaba los labios con los dedos. Después rió quedamente—. ¡Andy! Nunca pensé que amaría a alguien llamado Andy. Y mucho menos que moriría si no podía besar a esa Andy.

    Su boca se dispuso a unirse a la de Andy para reparar, con el tierno movimiento de sus labios, la brevedad casi violenta de su sucedido hacía un momento. Probó los labios de Andy con la lengua, humedeciéndolos lentamente. Le besó las comisuras de la boca hasta hacerlas temblar. Hizo presión y le separó los labios. Introdujo la lengua y friccionó la de Andy y la guió hacia su boca. Ella le siguió sin resistirse.

    Cuando se apiadó de ella y la fue liberando poco a poco, los dos aspiraron profundamente el aroma del otro. Lyon continuó su adoración mordisqueándole el cuello, el comienzo de un viaje cuyo destino era la oreja.

    —¿Cuándo aprendiste a besar así? —le preguntó Andy con un gemido, cuando él le mordió el lóbulo de la oreja.
    —Ahora mismo. Antes los besos nunca me habían parecido tan importantes.
    —¿Y ahora lo son?
    —Mucho.
    —¿Por qué?
    —Para demostrarte cuánto te quiero.

    Volvió a besarla profundamente, al tiempo que la estrechaba entre sus brazos. Andy sintió que la tensión de su interior encontraba respuesta en el cuerpo de él.

    —¿Puedes perdonar mi anterior comportamiento egoísta y subir conmigo?

    Andy asintió y se levantaron del sofá. Recogieron la ropa desperdigada, se arreglaron la que todavía llevaba, y salieron del despacho.

    Era de noche, el sol se había puesto hacía rato. Se pararon a escuchar, pero no oyeron ningún ruido procedente de la cocina, ni del dormitorio de Gracie.

    —¿Tienes hambre? —Le preguntó Lyon.

    Andy sonrió de oreja a oreja.

    —¿Qué harías si te dijera que sí? —bromeó.
    —Tragar saliva e intentar contenerme.

    Andy lo cogió de la mano y lo condujo hacia las escaleras. Creía que la llevaría a su habitación, pero Lyon se detuvo ante la puerta del dormitorio que había ocupado Andy.

    —Entremos aquí.
    —¿Por qué?
    —Ya lo verás.

    La habitación estaba iluminada por la fosforescencia plateada de la luna.

    —No te muevas —dijo él mientras empezaba a quitarse la ropa.

    Obediente, Andy se sentó en un extremo de la cama y observó con placer cómo se quitaba primero la camisa, después los pantalones y finalmente los calzoncillos. Era un espécimen masculino tan maravilloso que Andy se sentía a la vez orgullosa como para mostrarlo al mundo y ferozmente celosa de cualquier mujer que pudiera haberlo visto alguna vez así.

    —Ven aquí —dijo él tendiéndole la mano.

    Andy se acercó a él. Lyon se colocó detrás de ella y, cogiéndola por la cintura, la empujó hacia el espejo de cuerpo entero que había en un rincón, cerca de las ventanas. Andy había admirado aquel mueble desde la primera vez que había entrado en la habitación. Tenía más de dos metros de altura, era de palisandro y el marco oval estaba profusamente tallado. Sin duda el mueble tenía más de cien años, pero el espejo era nuevo y el reflejo de Andy se vio claramente cuando Lyon la colocó delante.

    El aire fresco de la noche acarició su piel cuando él le bajó el vestido por los hombros. La prenda se deslizó por sus brazos y luego resbaló por sus caderas y cayó sobre el suelo. Lyon se agachó para ayudarla a librarse de él.

    —Ya no podría arrugarse más —dijo con una sonrisa pesarosa al levantarse.

    Andy lo notó tenso, notó cómo contenía la respiración al mirar la imagen en el espejo.

    —No me importa que se arrugue —suspiró Andy, excitada como se sentía por el momento y por el velo de sensualidad que él tejía lentamente a su alrededor, convirtiéndola en su cautiva.

    Amorosamente, las manos de Lyon buscaron las horquillas que le recogían el pelo y lo soltó. Luego se lo llevó a la cara, se embriagó con su aroma y hundió la cara en aquella cabellera dorada. Le apartó la melena de la nuca y la besó, acariciándola con la lengua.

    Cuando dejó que el pelo de Andy cayera libremente sobre sus hombros, sus ojos se encontraron en el espejo. Y se sonrieron.

    Las manos de Lyon rodearon su espalda hasta sus pechos. Muy ligeramente, le rozó los pezones con los dedos. De no haber estado mirando, Andy podría haber creído que aquellas etéreas caricias eran producto de su imaginación o el toque caprichoso de una suave brisa. Pero eran reales. Lyon le acercó los labios al oído y le dijo con masculina satisfacción:

    —Ya te dije aquel día en tu habitación del motel que se podía prescindir fácilmente de esto. —Abrió el corchete frontal del sostén, y la liberó de la prenda, que también encontró su sitio en el suelo.
    —Eres preciosa —murmuró Lyon.

    Andy vio en el espejo cómo las manos de él se cerraban sobre sus pechos. La luz de la luna resaltaba las oscuras areolas que atraían la atención de sus amorosos dedos. Se acercó a ellos lentamente, seductoramente, hasta que Andy anheló que la tocara. Cuando lo hizo, cuando los dedos de Lyon entraron en contacto con los erectos pezones, Andy sintió el contacto en lo más hondo de su ser y pronunció su nombre llena de asombro.

    —No sé si podré continuar —musitó Lyon—. Es una fantasía que quería realizar, pero eres demasiado hermosa.

    Bajó las manos por sus costados y, cuando llegaron a la cintura de la braga, se inclinó y le hizo girar la cabeza para encontrar su boca. Mientras se besaban Andy sintió que las palmas de Lyon bajaban por su cintura y que sus manos arrastraban la última prenda en un descenso gradual.

    Sin liberarse de su abrazo, se quitó la braga, que cayó a sus pies. El miembro de Lyon, estaba duro y caliente, se apretaba contra los riñones de Andy, pero él se contuvo lo bastante para contemplar el esplendor de su desnudez.

    Miraron juntos sus imágenes en el espejo. Lyon le puso la mano en el abdomen y la apretó contra su ardiente virilidad. Con la otra mano le acarició los muslos, dejando promesas con las puntas de los dedos.

    —Me confundes, Andy Malone. Pareces un ángel pero eres una tentación al tacto. Los sonidos que emites cuando te acaricio no son un coro celestial sino una canción lasciva. Oro y marfil, pareces un ídolo frío e intocable, pero te fundes con el tacto. ¿Te adoro o te quiero?
    —Hazme el amor. Por favor, Lyon, ahora... —Se dio la vuelta y dando la bienvenida a la manifestación de su excitación, no dejó lugar a dudas sobre lo que quería de él. Lyon la cogió en brazos y la llevó a la cama. La depositó dulcemente, fiel a la promesa que se había hecho de no volver a poseerla con las prisas de la ocasión anterior. Se tumbó a su lado y cuando ella se acercó a él, la detuvo poniéndole las manos en los hombros.
    —Hay tiempo —le susurró antes de besarle el pecho y acariciarle los pezones amorosamente con la boca. Su lengua pasó por el pezón haciéndola gemir de deseo. Tiró de él con los labios y lo humedeció con la lengua.
    —Por favor, Lyon...
    —Nunca más volveré a ser egoísta contigo. Deja que te ame lenta y plenamente.

    Las manos de Lyon se pasearon por todo su cuerpo al tiempo que la besaba como si tuviera un mapa de todos su puntos erógenos. Con los labios descubrió la sensible piel del interior de sus brazos, después bajó hasta los pechos y el estómago. Introdujo la lengua en su ombligo y se apoderó de él. Después la barbilla, la nariz y la boca se acurrucaron contra ella con tanto cariño que Andy sollozó del placer y el dolor de amarlo.

    Una y otra vez Lyon la llevó al borde del clímax, pero siempre la mantuvo en ese límite, sin dejar que cayera al otro lado. Finalmente, cuando los dos temblaban deseo, se puso encima de ella y enterró su ardiente miembro en el dulce paraíso de su cuerpo.

    La embistió suavemente, levantándole las caderas con las manos para alcanzar sus profundidades. El acoplamiento de los cuerpos ea tan preciso y el ritmo de sus movimientos tan sincronizado que más tarde se maravillarían de ello.

    Sin dejar de pronunciar palabras de amor y adoración, Lyon la condujo al cielo del éxtasis más sublime.

    —Qué placer...
    —Más adentro, Lyon, por favor...
    —Creí que mentías cuando decías...
    —No, nunca hubo nadie después de Robert...
    —¿Y Lex?
    —Nunca, Lyon. Te lo juro.
    —Ah, Andy, cómo me gustas...
    —A mí también. Nunca había sentido así antes.
    —¿De verdad?
    —Sí, nunca.
    —Bésame.
    —¿Demasiado caliente?
    —No.
    —¿Demasiado fría?
    —Está bien. ¿Dónde está el jabón? —preguntó Andy.
    —Yo primero —dijo Lyon.
    —No, yo primera.

    Unas manos llenas de espuma fregaron un torso poblado de vello. Una boca ávida se lanzó a la aventura. Unos dedos se posaron sobre una cintura.

    —Andy.
    —¿Sí?
    —¿Qué pasa?
    —Tengo miedo.
    —¿De tocarme? ¿Por qué? Tócame, Andy.

    Tímidamente, ella lo buscó y, haciendo acopio de valor, lo tocó. Luego, venciendo su timidez, le cogió el miembro y empezó a frotárselo.

    —Dios mío, Andy... —Le cubrió la mano con la suya—. Me encanta, sí, así... —La arrinconó contra la húmeda pared de baldosas.
    —Ahora te toca a ti —dijo Andy sin aliento.

    Estaban en la cama, saciados, con las piernas y los brazos entrelazados. Perezosamente, Lyon pasaba los dedos por la es palada de Andy, que tenía la nariz apoyada en el vello de su torso.

    —¿Qué pensabas de mi padre, Andy?
    —¿Por qué lo preguntas ahora?

    Sintió que él se encogía de hombros.

    —No lo sé. Supongo que porque siempre le preocupó lo que los demás pensaban de él, lo que dirían de él los libros de historia.
    —Era un gran hombre, Lyon. Cuanto más leo sobre él, más lo admiro como soldado. Pero no creo que lo recuerde por eso. Siempre pensaré en él como un anciano que quería a su hijo, que echaba de menos a la esposa que había perdido hacía tiempo, que respetaba a los demás, que valoraba su intimidad. ¿Me equivoco?
    —En absoluto. —Se levantó para erguirse hasta apoyar la espalda en el cabezal. Levantó una rodilla y tiró de Andy hacia arriba para que se apoyara en su costado.
    —Lex tenía razón, ¿sabes? —musitó.

    Andy levantó la cabeza y lo miró con expresión solemne.

    —¿Sobre qué, Lyon? —No quería saberlo, pero tenía que preguntarlo porque él quería contárselo.
    —Sobre que había una razón para que mi padre se recluyera, sobre que había un secreto tras el retiro del general Michael Ratliff.

    Andy se quedó inmóvil, casi sin respirar.

    —Volvió a casa como un héroe, pero no se sentía así. ¿Has oído hablar de la batalla a orillas del Aisne?
    —Sí. Fue una gran victoria de los aliados en el sector de tu padre. Murieron miles de enemigos.
    —También miles de soldados estadounidenses.
    —Por desgracia ése es el precio de la victoria.
    —Según mi padre fue un precio demasiado alto.
    —¿Qué quieres decir?

    Lyon suspiró y cambió de posición.

    —Cometió un costoso error de cálculo y mandó a todo un regimiento prácticamente al matadero. Sucede a menudo. Los oficiales arriesgan la vida de sus tropas para pomocionarse. Mi padre no era así. Él valoraba la vida de cada uno de sus hombres, desde los oficiales hasta el más humilde recluta. Cuando se dio cuenta de su error quedó destrozado. No pudo olvidar que su error había costado la vida a muchos hombres y había dejado muchas viudas y huérfanos... —Su voz se apagó.
    —Pero, Lyon, si se compara con su valor, un error es perdonable.
    —Para nosotros sí, pero no para él. Le puso enfermo que la batalla se considerara una de las claves de la victoria final. Lo condecoraron por ella, pero a él lo derrotó como soldado y como hombre. Cuando volvió a casa y lo aclamaron como a un héroe, no pudo soportar el conflicto consigo mismo. No se sentía un héroe, sino un traidor.
    —¡No es posible!
    —No un traidor a su patria, pero sí con los hombres que habían confiado en su juicio y liderazgo. Fue un conflicto que nunca pudo superar, y por eso se retiró del ejército y vino aquí a esconderse del mundo y de todo lo que le recordaba la mentira en que estaba viviendo.

    Guardaron silencio un momento, hasta que Andy dijo:

    —Nadie le habría tirado ninguna piedra, Lyon. Era un hombre respetado, un héroe, un líder en un momento de la historia en que Estados Unidos necesitaba héroes y líderes. Fue un campo de batalla de muchos kilómetros. En aquel caos pudo creer que cometía un error y la realidad no ser así.
    —Yo lo sé, Andy, y tú lo sabes, pero desde el momento que fui lo bastante mayor para comprender su autorreclusión, nunca conseguí convencerle de ello —dijo tristemente—. Murió todavía lamentando aquel día de su vida, como si no hubiese vivido ningún otro. No le importaba lo que pensaría la gente en caso de saberlo. Se juzgaba más severamente a sí mismo que nadie podía hacerlo.
    —Qué tragedia para él... Era un hombre encantador, Lyon.
    —Él también te tenía en alta estima —dijo con tono más ligero y e pasó la mano por el pelo.

    Andy apartó la cabeza para mirarlo.

    —¿En serio?
    —Sí, me dijo que tenías muy buen tipo.
    —De tal padre, tal hijo.
    —Y —continuó Lyon, ignorando su broma— el día que murió me dijo que si eran tan idiota de dejarte marchar, merecía perderte.
    —¿Y tú le contestaste...?
    —No vale la pena repetirlo. Valga decir que no estaba de un humor muy agradable.
    —¿Y ahora?
    —Ahora estoy agotado y quiero dormir, pero no puedo soportar la idea de perder tiempo durmiendo mientras tú estás desnuda en mi cama.
    —¿Te sentirías mejor si te dijera que yo también tengo sueño?

    Lyon sonrió y la besó. Se tendieron, y Lyon se acurrucó contra la espalda de Andy, ajustando sus cuerpos.

    Andy se aclaró la garganta.

    —Señor Ratliff, no sé si sabes dónde tienes la mano.
    —Sí, lo sé, pero esperaba que no te dieras cuenta.
    —¿Vas a comportarte como un caballero y quitarla?
    —No, ya estoy dormido.

    A la mañana siguiente, Andy se estaba poniendo los pendientes frente al espejo de cuerpo entero. La imagen que le devolvía le recordó la noche anterior, cuando Lyon la había hecho experimentar el supremo placer erótico. Le tembló ligeramente la mano y no reconoció la expresión embelesada de su cara. Nunca la había visto antes.

    La noche pasada podría haber sido un sueño, si no fuera por los vívidos recuerdos que quedaban en su cuerpo. Tenía los pechos ligeramente irritados por la barba de tres días de Lyon. Los pezones le hormigueaban por el recuerdo de sus labios y su lengua. Sentía un escozor en la entrepierna cada vez que recordaba cómo el cuerpo de Lyon se había acoplado al suyo.

    Andy había gozado como nunca con la lujuria de amar y saber que su amor era correspondido. Cada vez que su amor se consumaba, era algo más que una unión fisiológica, también era la fusión de dos espíritus. La maestría con que Lyon la había conducido había despertado fogosamente su sensualidad femenina, una faceta que no sabía que estaba ahí por descubrir. Pero ésa era sólo una de las razones por las que lo amaba. Lo amaba por entero, incluso su vulnerabilidad ante el dolor, y desde luego su fortaleza y su humor. Hasta amaba el mal genio que había visto desatarse en ocasiones.

    Lyon. Amaba a Lyon.

    Poco después de despertarse, Lyon se había ido a su habitación para vestirse. Le había llevado la maleta del coche antes de entrar en su propio dormitorio. Mientras se vestía, Andy pensó en cómo pedirle que firmara la autorización y en contarle la decisión que había tomado justo antes de dormirse entre sus brazos. No sabía qué les depararía el futuro, no habían hablado de ello; la noche anterior habían vivido sólo para el presente. Pero pasara lo que pasara entre ellos — y ahora ya no podía imaginar un futuro sin él—, sabía que su vida cambiaría de dirección. No podía continuar así. Hasta haber tomado esa decisión, no se había dado cuenta de que existencia cohibida y limitada llevaba. Ahora se sentía libre, liberada.

    Oyó los pasos presurosos de Lyon en la escalera y atribuyó su prisa al mismo impulso que hacía que su propio corazón se acelerara. Se inspeccionó rápidamente por última vez en el espejo y se dio la vuelta para recibirlo.

    —¡Oh, mi amor, has vuelto...! —Las palabras murieron en sus labios al ver la expresión asesina de Lyon. Sus ojos brillaban de furia y su boca estaba torcida en un rictus amargo.
    —Eres una mentirosa, una intrigante...
    —¡Lyon! —exclamó Andy—. ¿Qué dices? ¿Qué ha ocurrido?
    —Ya te lo diré. Pero lo que está claro es que has vuelto a engañarme.
    —¿Engañarte...?
    —Ahórrate el numerito, ¿entendido? —replicó él—. Ahora ya sé por qué estás aquí.
    —Lyon... —Andy se dejó caer sobre la cama y lo miró con perplejidad—. No sé de qué me hablas.
    —Conque no lo sabes, ¿eh? —Se acercó a la ventana y contempló las colinas que brillaban bajo el fuerte sol—. De acuerdo, yo también jugaré. Dime por qué viniste ayer.
    —Porque quería verte... —Era la verdad. Lex le había proporcionado una excusa para volver al rancho, pero de no haber existido se habría inventado otra para verlo de nuevo.
    —Claro, quería verme —se burló, volviéndose con expresión asesina.— Muy conmovedor. Sin duda querías consolarme en mi dolor.
    —Sí —gimió Andy, odiando su tono burlón.
    —¿Y esa era la única razón? —le preguntó con falsa dulzura.
    —Bueno, no. Necesitaba que... Había una... Quiero decir...
    —¡Dímelo, maldita sea! —rugió.

    Andy se levantó de la cama y se enfrentó a él valerosamente.

    —Necesitaba tu firma para un formulario de autorización para que las entrevistas de tu padre puedan emitirse. ¿Es eso lo que querías oír?
    —Y me encontraste como una cuba, lloroso y deprimido. Desperté tus instintos maternales y es tanta la bondad de tu corazón que decidiste quedarte y arrullarme.
    —No, por supuesto que no —dijo Andy, meneando la cabeza—. Una cosa no tienen nada que ver con la otra. Me olvidé de la autorización. Sólo quería ayudarte...
    —Oh, sí. Y bien que lo hiciste. Y mientras me dabas consuelo con tu cuerpo, sin siquiera pretender hacerte la remilgada, descubriste lo que querías saber.

    Las mejillas de Andy se encendieron y apretó los puños. No quería perder el poco control que le quedaba. Uno de los dos tenía que continuar cuerdo, y Lyon parecía haberse vuelto loco.

    —¿De veras, Lyon? ¿Y qué quería conseguir vendiendo mi cuerpo? Dímelo.
    —Tu maldito gran reportaje—masculló él—. Acabo de ver las noticias de un canal de Nueva York. El presentador está excitando a la audiencia con lo que se emitirá en las noticias de la noche. Una visión de la historia del general Michael Ratliff. Entrevistas inéditas, registradas recientemente, incluso el día en que murió. ¿Y quién va a das al mundo este brillante reportaje? Por supuesto mi calientapollas, y vete a saber quién más, Andy Malone.

    Lívido de rabia, avanzó hacia ella.

    —Y ahora sí tienes algo que contarles. Pero antes tendrás que estudiar muchos libros de historia para saber cómo discurrió la batalla de Aisne, antes de explicar lo que pasó realmente.

    Andy se dejó caer lentamente en la cama. Miró la cara que la amenazaba desde arriba, intentando identificarla con la que había compartido la almohada con ella. ¿Aquella boca que escupía tan terribles acusaciones era la misma que le susurraba dulces palabras después de hacer el amor?

    —Vine para pedirte que firmaras la autorización —dijo inexpresivamente—. Lex estaba negociando la venta de las cintas a una cadena de televisión. Yo quiero que todo el país vea esas entrevistas, Lyon. Quiero que la gente conozca a tu padre, porque lo quise, tal como era antes de morir. Pero nada más. Nunca tuve intención de revelar el secreto que me confiaste.
    —¿Ah, no? Gracie dice que ayer le pediste que llamara a Lex al hotel y le dejara el mensaje de que por la mañana tendría lo que quería.

    Aquellas palabras, pronunciadas inocentemente, ahora se volvían contra ella como dardos envenenados.

    —Me refería a la autorización. La venta no podía cerrarse hasta que la hubiese obtenido. Lex se puso furioso cuando se enteró de que no la tenía. Me insistió en que viniera, pero yo no quise hacerlo hasta después del funeral.
    —Muy digno por tu parte.
    —No me crees —musitó Andy quedamente. Pero sintió rabia de que sospechara de ella después de la noche pasada, y empezó a hablar más alto: ¿Crees realmente que he planeado esto para que me contaras lo de tu padre?
    —Teniendo en cuenta mi estado de ánimo, creo que me viste crédulo y charlatán. Quizá no sabías lo que diría, pero estabas dispuesta a intentarlo una vez más. Bueno, felicidades. Has conseguido más de lo que esperabas. Ahora tus entrevistas valdrán el doble. Serán un auténtico espaldarazo para tu carrera. Así que sal de mi casa y corre a contarle a Lex tu historia.
    —Por supuesto que saldré de tu casa, pero no por la razón que crees. No quiero pasar ni un momento más con un hombre que no tiene ni idea de lo que significa ser un hombre. Tu padre podría habértelo contado. Él sabía lo que era la compasión, la comprensión, el perdón. Una vez me acusaste de ser una mujer fría y encerrada en una concha. Mírate a ti, Lyon.

    Éste abrió la boca para refutarla, pero ella no le dejó.

    —Dices que te dolía el retiro autoimpuesto por tu padre, que no lo comprendías. Pero estas paredes que lo mantenían apartado del resto del mundo no son nada comparadas con los muros que tú has levantado alrededor de tu corazón. Tu prisión es mucho más opresiva que la suya. Ten. —abrió la maleta y sacó la bolsa de lona—. Ten tus malditas cintas. Quémalas, tíralas en tu precioso río o entiérralas en el bosque. Me da lo mismo. No quiero volver a verlas nunca más. —le lanzó la bolsa a los pies—. Espero que te den algo de felicidad.

    Casi sin cerrar la maleta ni colgarse el bolso, Andy salió por la puerta.


    11


    Lex Trapper era conocido por tener un genio acorde con su pelo rojo. Nadie conseguía engañarle. Sus ojos azules tenían el poder de helar y su lengua el de herir. Sólo un idiota o un mártir lo provocaría deliberadamente.



    Andy no se consideraba ninguna de esas cosas. No sentía nada, sólo un distanciamiento desolado cuando dijo con calma:

    —He dejado las cintas a Lyon en el rancho. Si quieres habla con él para que te las devuelva, pero yo no pienso hacer nada más. Quizá ya las ha destruido. No lo sé ni me importa.
    —¿Me estás diciendo —gruñó Lex— que le dejaste esas valiosas cintas a ese vaquero mamón?
    —Sí, se las entregué a Lyon. —Andy había temido este encuentro, pero ahora casi se divertía. Había conducido directamente desde el rancho al Haven in the Hills, donde sabía que Lex esperaba con impaciencia su regreso con las cintas y la autorización firmada.
    —¿Te has vuelto loca? —gritó—. Estás jugando con la suerte que se nos ha puesto a tiro, Andy. Hace años que esperábamos esta oportunidad. Trabajamos duro para ello. ¿Qué demonios te sucede? —Rió con aspereza—. ¿Acaso se trata de Lyon Ratliff?
    —Ahórrate tus vulgares comentarios para alguien que los aprecie.
    —Ni siquiera he empezado a ser vulgar. ¡Quiero esas cintas, maldita sea! Tú puedes desperdiciar tu oportunidad, pero yo no pienso hacerlo.
    —Entonces pídeselas a Lyon.
    —Si me dejas colgado considérate despedida.
    —No tenía intención de volver a trabajar. —La asombrada expresión de Lex fue gratificante. Conque no era más que un fanfarrón. Andy había dejado caer su bomba y ahora quitó la espoleta—: Al menos no en Telex.
    —¿De qué estás hablando? ¡Te morirías sin una cámara de televisión!
    —¿Tú crees? Yo no.
    —Lo llevas en la sangre, joder. Eres buena, la mejor. Y te entusiasma. Es tu vida.
    —Te equivocas, Lex —repuso Andy en voz más alta—. Es tu vida. Yo espero algo más de la mía. —Deseaba acercarse a ese hombre que había sido su amigo, y sacudirlo por los hombros para que comprendiera. Pero sabía que era imposible. Nunca lo entendería —Gracias por el cumplido. Sé que tengo talento, pero no tengo ánimo. —Apretó el puño—. No quiero llegar a la cima a base de sacrificar el resto.

    »Mi padre decidió, Robert decidió, tú decidiste que esto es lo que quería para mí. Nadie me consultó. Me gusta lo que he hecho, pero es todo lo que tengo. He cumplido los treinta. Dentro de diez años cumpliré los cuarenta, y quizá no haya avanzado en mi carrera, o quizá sea la preferida de una gran cadena, pero eso seguirá siendo lo único que tendré. Y finalmente alguna más joven, más guapa y más preparada que yo me sustituirá, ¿y entonces qué será de mí? ¿Qué me quedará? Lo siento, Lex, pero quiero dejarlo. Necesito un descanso y vivir mi propia vida.

    —Todo eso suena muy bien pero es una mierda, y tú lo sabes. Te has colado por un tío y quieres protegerlo. ¿Qué ha pasado esta mañana? ¿Te ha puesto de patitas en la calle?
    —Sí, porque vio el anuncio de las entrevistas que se emitirán esta noche.
    —¿Y qué? ¿Por qué se ha puesto de esa manera? Sabía que íbamos a vender las entrevistas a una cadena. En cualquier caso se habrían emitido en algún momento. ¿Por qué...? —Ladeó la cabeza y entornó un párpado para estudiar el nervioso gesto de Andy—. Un momento. Has descubierto algo, ¿verdad? —Como ella no contestó, le apretó el brazo y acercó la cara a la de ella—. ¿Verdad?

    Andy lo miró con coraje. Ya no tenía poder para intimidarla o herirla. Todos sus sentimientos estaban a los pies de Lyon, al igual que las cintas. Ya no podían volver a herirla. Tampoco veía sentido en regodearse en un secreto que se iría con ella a la tumba. Lex ya no podía enfadarse más. Era su amigo desde hacía mucho tiempo. Viéndolo desde la perspectiva de Lex, se daba cuenta de que él lo consideraba una traición.

    —No —repuso con calma, y miró fijamente la mano que le estrujaba el brazo, que se relajó lentamente y la soltó Andy lo miró a la cara—. No, Lex, nunca ha habido un gran secreto. Tal vez por eso perdí interés en el proyecto. Tú te lanzaste sobre la yugular, yo no. Tú ves a la gente como reportajes potenciales para dar impulso a tu carrera. Yo misma empezaba a pensar así, y no me gustaba a mí misma. Ahora veo a las personas como seres humanos, con flaquezas humanas y el derecho a mantenerlas en privado.

    Se puso de puntillas para besarlo en la mejilla.

    —Te quiero. Has sido un buen amigo y espero que sigas siéndolo. Pero no quiero verte durante una temporada. Adiós.

    Salió de la habitación y se metió en su coche. Ya había puesto en marcha el motor cuando él se asomó a la puerta.

    —Andy —llamó,? ¿adónde vas? —Tenía un aire derrotado que ella nunca le había visto. Le compadeció, pero ya había tomado una decisión y pensaba mantenerla.

    Cuando contestó, lo hizo con voz vacilante y grave:

    —No lo sé.

    En primer lugar fue a San Antonio y se inscribió en el Palacio de Río, situado en el famoso paseo del Río. En la recepción cogió algunos folletos. Le parecía maravilloso poder pasar una semana en el anonimato. Buscaría algún sitio para tumbarse en una playa, comer bien y holgazanear hasta que tuviera ganas de volver a casa y poner orden a su vida. ¿México? ¿El caribe?

    ¿Qué más daba el lugar?

    A largo plazo seguiría estando sola. No sólo había perdido a Lyon, sino también un amigo y el trabajo. Nunca en su vida había tenido aquella sensación de desorden. Había leído en alguna parte que la propia personalidad maduraba en las épocas de adversidad, no en las de estabilidad. Si era así, su personalidad se desarrollaría vertiginosamente.

    Venció el deseo de quedarse sola en su habitación de hotel y se obligó a ponerse un vestido de algodón y retocarse el maquillaje. Salió del hotel y, siguiendo la ribera del río, anduvo por el paseo hasta que encontró un pequeño restaurante donde tomar una solitaria cena.

    Muchos de los hombres que pasaron cerca de su mesa la miraron con admiración, pero ella evitó sus ojos de un modo que daba a entender un irrevocable «no». Algunos la miraban intentando recordar de dónde la conocían. —Andy ya estaba acostumbrada a eso— y otros la reconocían inmediatamente. A menudo Andy se preguntaba en qué momento la reconocían; tal vez no hasta que volvieran a verla en la televisión. Entonces se llevarían las manos a la cabeza y exclamarían: «¡Claro, Andy Malone! Era ella.» Mezcló la ensalada, pero sólo comió las porciones de melón. La hamburguesa con queso que había pedido era gruesa y jugosa, pero le recordó la que Lyon había pedido en el restaurante de Gabe, y apenas si pudo tragar el primer bocado. Además no estaba lo bastante hecha para su gusto, o al menos ésa fue la excusa que se puso para dejarla prácticamente intacta en el plato.

    Después abandonó el restaurante y deambuló por el paseo, que estaba repleto de viandantes y turistas. ¿Cómo llenaría las largas horas de la noche? Se detuvo a escuchar un grupo de mariachis. Luego compró un helado, pero no pudo acabarlo y lo tiró en una papelera. Se paró ante una galería de arte, pero le faltó interés para entrar y contemplar las obras expuestas.

    Una de las barcas que llevaban cuarenta o más turistas en una excursión de media hora por el río estaba apunto de zarpar del muelle. Compró un billete y un joven con una camisa descolorida y un llamativo cinturón mejicano la ayudó a subir.

    —Siéntese en la parte delantera, por favor —le dijo con tono monótono.

    Andy se sentó en un duro banco de madera y miró el río San Antonio. Había luces de colores, discretamente situadas entre la exuberante maleza, por toda la orilla del paseo, y se reflejaban como cintas ondulantes en la superficie del agua. No prestó atención a los demás pasajeros que embarcaban excepto a una pequeña de dos años con trenzas rubias que se sentó a su lado.

    Andy sonrió a los jóvenes padres de la niña. Ella era bonita y él llevaba una cámara colgada del cuello. Una familia joven y atractiva de excursión. Las implicaciones de esto le resultaron dolorosas.

    Se giró ligeramente cuando oyó que el motor se ponía en marcha, pero se volvió bruscamente al ver al último pasajero que subía a bordo. El corazón se le disparó y giró la cabeza rápidamente para mirar el agua sin verla. Oyó las suaves protestas de las personas a las que importunaba en su avance hacia la proa de la barca.

    —Señor, señor, no queda sitio en la parte delantera —le dijo el chico—. Tome asiento aquí detrás por favor.
    —No soy buen marinero. No quisiera vomitar sobre nadie. —repuso una voz grave y áspera.

    Andy oyó el movimiento de pies cuando la gente hizo sitio para aquel grosero pasajero que insistía en sentarse en la proa.

    La barca salió del puerto. Una brisa fresca rozaba las encendidas mejillas de Andy con el avance de la barca por el agua. El río gozaba de la sombra de los enormes cedros y las pacanas.

    —A su izquierda pueden ver el anfiteatro donde... —salmodió monótonamente el joven piloto.
    —Hola —dijo Lyon. sólo las personas más cercanas se distrajeron del monólogo del guía—. Hola —repitió, en vista de que Andy mantenía la cabeza decididamente vuelta en dirección contraria.

    Pero al final se volvió. Lyon estaba sentado al otro lado del pasillo, embutido entre tres señoras de un grupo de jubilados y un par de aviadores de la cercana base de la Fuerza Aérea.

    —Hola —contestó gélidamente y se volvió de nuevo.
    —Se dice que los árboles son más viejos que el Álamo... —continuaba el guía.
    —Dispensa, ¿estás con alguien?

    La boca de Andy se abrió con incredulidad y lo miró. Lyon se dirigió a las señoras de pelo azulado, que lo miraban cautelosamente. Rechazó esta posibilidad.

    —¿Conoces a esta señora? —preguntó Lyon a la niña, que negó con la cabeza mientras su madre le pasaba la mano protectoramente por los hombros. Mirando a los dos aviadores, preguntó—: ¿Está con ustedes?
    —No señor —contestaron a coro.
    —Bien —dijo Lyon, sonriéndoles—. No querría molestar a nadie metiéndome en su territorio.

    Andy miró alrededor con desesperación, viendo que varias personas habían desviado su atención del escenario panorámico a lo largo del río para observar el numerito que estaba ofreciendo Lyon. Andy lo miró fijamente, pero él prosiguió:

    —Es una mujer preciosa, ¿no les parece?

    Los aviadores miraron a Andy, después a Lyon, y finalmente afirmaron con la cabeza.

    —Estás loco —musitó Andy.

    Las tres mujeres de pelo azulado los miraban con los labios apretados en virtuosa indignación.

    —¿Qué hace sola una mujer tan bella? —preguntó Lyon a los aviadores—. ¿No les parece que tienen una figura imponente?.

    Los aviadores asintieron con una mirada lasciva. Incómoda, Andy cruzó las piernas.

    —Desde luego que es una belleza —dijo uno de ellos a Lyon, cuyas cejas negras como el azabache estuvieron a punto de fruncirse, pero se reprimió a tiempo.

    Se dirigió a Andy.

    —Por supuesto. —Ahora hablaba sólo para ella, y con cierto tono de intimidad. Le estudió la cara con los ojos grises—. Es preciosa pero no creo que sepa lo que siento por ella.
    —Pe-cio-sa —repitió la niña apoyando una mano pegajosa en la rodilla de Andy.
    —¿Quieres pasar la noche conmigo, preciosa? —preguntó Lyon bajito, mirando sus perplejos ojos dorados.
    —¿Harry? —dijo la madre con tono preocupado.
    —Ignóralo —dijo el padre.
    —Bien dicho —dijo el primer aviador.
    —Lo mismo digo, chico —dijo el segundo.

    Las tres ancianas se quedaron sin habla.

    El guía había dejado de intentar interesa a los pasajeros por el paisaje de San Antonio en vista de la escena que se desarrollaba a bordo. Todas las cabezas estaban vueltas hacia la parte delantera del barco.

    Andy se puso de pie en el estrecho pasillo en un fútil intento de escapar. Lyon se levantó también. Los separaban sólo unos centímetros.

    —¿Por qué haces esto? —preguntó ella en un susurro de reproche.
    —Quiero que estés conmigo, Andy. Si eso significa comprar una emisora de televisión o instalar una en el rancho, o lo que haga falta para que te quedes conmigo, lo haré.
    —¿Por qué? ¿Por qué quieres ahora que esté contigo?
    —Porque te quiero.
    —Eso lo dijiste anoche pero esta mañana querías asesinarme, cuando pensabas que contaría lo de tu padre.
    —¿Harry? —dijo de nuevo la madre con voz aterrada.
    —Mira los patitos —dijo el padre a la niña, que estaba fascinada con aquella escena que le parecía mejor que la televisión.
    —Fue un reflejo condicionado, Andy. Después de lo que me hizo Jerri ya no confiaba en las mujeres. Ya no me gustaban. Las utilizaba, sí, pero no me gustaban. ¿Puedes imaginar la conmoción que representó para mí darme cuenta de que te amaba? Gracie me echó un buen sermón por mi estupidez.
    —Me gustaría saber quienes son Gracie y Jerri —dijo un aviador.
    —Chitón —dijo una de las ancianas.
    —¿Jerri es chico o chica? —preguntó otro aviador a su compañero.
    —No estoy seguro de querer saberlo. Ha dicho que ya no le gustaban las mujeres.
    —¿Qué quieres decir? —preguntó Andy temblorosa.
    —Que no me habrías dejado las cintas si hubieses querido hacer algún daño a mi padre. Que no me mentiste al decir que sólo querías un reportaje sobre los últimos años de su vida. Que era con Lex con quién tenía que enfadarme y no contigo.
    —¿Lex? —preguntó la madre—. Creí que se llamaba Jerri.
    —Shhht —dijo el padre.
    —He dejado mi trabajo, Lyon.

    Él le cogió la mano y le acarició la palma con el pulgar.

    —¿Por qué?
    —Después de conocerte ya no podía ser objetiva con la entrevista de tu padre. No ponía el corazón en ello, y Lex lo sabía. Intenté negarlo, pero tenía razón. —Andy suspiró—. Al final, tú y tu padre significabais más para mí que la entrevista.
    —Si te has despedido, ¿adónde pensabas ir?

    Andy se encogió de hombros.

    —A algún lugar de México, a descansar en alguna playa hasta que decida qué hacer.
    —Me gusta México y la playa —dijo Lyon. Le besó la palma.
    —¿En serio? —preguntó Andy con voz tenue.
    —Es un sitio perfecto para una luna de miel.
    —He visto la luna —anunció la niña.
    —¿Luna de miel? —exclamó Andy.
    —Y la luna me ve a mí.
    —¿Quieres casarte conmigo, Andy?
    —¿Casarme contigo...?
    —¿Acaso no lo ha oído, jovencita? Le ha pedido que se case con él. Conteste de una vez a ver si podemos salir de este barco.

    Andy miró a la anciana que había hablado. Después se fijó en todas las caras ansiosas que los miraban. Sonrió y dijo:

    —Sí.
    —Eres un bruto —murmuró Andy con la cara oculta en su cálido hombro—. Me dará miedo salir en público contigo.
    —¿Cómo es eso? —Se estiró a su lado, entrelazando sus piernas con las de ella.
    —Siempre que estamos en público me haces pasar un mal rato. Primero en lo de Gabe cuando le dijiste que me llevara cierta parte de mi anatomía de vuelta a Nashville y...
    —Una deliciosa parte de tu anatomía, quisiera añadir —dijo Lyon, acariciando la suave curva de sus caderas.
    —Después aquella noche en el río, delante de aquellos estudiantes. Y ahora esta noche. ¿Qué mosca te ha picado?
    —Me pareció más seguro. Me dio miedo de que me rechazaras si te lo pedía amablemente y en privado.
    —Te habría dado una bofetada, —Pero no lo hiciste. Creo que en el fondo tienes alma de lagarta. —Antes de que ella pudiera replicar, la besó con ardor.

    Andy se acurrucó contra él, excitada con el contacto de sus cuerpos. Se le escapó una risita.

    —Estaba pensando en lo que me dijo Gabe Sanders de ti.
    —¿Qué dijo?
    —Que lo más probable era que hicieras lo que te diera la gana.
    —¿Eso dijo? —murmuró él, preparando los labios para otro largo beso.

    Habían vuelto a la habitación de su hotel tan pronto como consiguieron deshacerse de los curiosos que desembarcaron con ellos, y habían hecho el amor hasta saciarse. Ahora disfrutaban del merecido descanso.

    —Andy, te quiero. No me dejes nunca. Cásate conmigo.
    —Yo también te quiero, Lyon. No te dejaré nunca. Y sí, me casaré contigo.
    —¿Quieres tener niños?
    —Un hombre me dijo una vez que era una lástima que no hubiese tenido niños todavía.

    Lyon sonrió y le tomó la cara entre las manos.

    —Te quiero tal como eres.
    —Hace una semana creías que no valía mucho como mujer.
    —Siempre he pensado que vales más que ninguna. Pero no quería que lo supieras. Me dabas miedo.
    —¿Miedo? ¿Por qué?
    —Porque yo estaba muy seguro de todo, pensaba que mi vida era tal como yo quería que fuera, apartada de todos. No quería compromisos ni responsabilidades, ni que nadie me amara, porque eso significaría amar yo también, y no quería arriesgarme. —Le rozó la frente con un dedo—. Cuando llegaste fue como si retiraras todos mis pilares de apoyo. Te quise poseer desde el primer momento. Deseo carnal, pura y simplemente. Después cuando vi cómo te comportabas con papá y lo vulnerable que parecías aquel día que nos pilló la lluvia, empecé a enamorarme de ti. Intenté odiarte por haberme reducido a ese estado tan miserable, pero no pude. Cuando ya te había echado para siempre, recuperé la razón. Tenía que seguirte, y rezar para que me aceptaras.
    —Te acepto. Ahora y siempre —dijo Andy con labios temblorosos—. Antes de conocerte había perdido toda esperanza de compartir mi vida con un hombre a quien amara.; estaba convencida de que había terminado mi carrera, sin hogar, sin familia... Quiero compartir tu vida, Lyon, ser tu compañera para siempre.
    —Lo de la emisora de televisión, lo decía en serio. Quiero que sigas trabajando, me parece bien.

    ?Lo pensaré como algo complementario. Puede que lo eche de menos dentro de un tiempo.

    —Eres demasiado buena para dejarlo por completo. A pesar de mis celos, reconozco tu profesionalidad y lo que vales.
    —Gracias por decirlo. Pero espero que nunca dejes de pensar en mí como mujer.
    —Puedes estar segura.
    —¿Cómo diste conmigo? —preguntó Andy mientras se desperezaba.
    —Llamé a Telex y pregunté por tu pariente más próximo. Me dieron el teléfono de tu madre. Llamé, me presenté educadamente como su futuro yerno, pero que había perdido a la novia. Ella me dijo que habías llamado desde aquí y pensabas irte a México y que debía darme prisa si quería encontrarte. Me parece que quiere verte casada, —Creo que esa conversación con mi madre... Oh, Lyon, eres muy hábil para cambiar de tema.

    La mano de Lyon jugaba amorosamente con sus pechos. Con un pulgar malicioso le rozó el pezón y observó cómo se endurecía. Sintió una tentación irresistible y lo tocó con la lengua.

    —Sabes maravillosamente —dijo. La repentina avidez que lo embargó hablaba más que sus palabras. Andy se dejó llevar por sus dulces y húmedos labios.

    Se estrechó contra él.

    —Lyon...

    En ese momento sonó el teléfono, y ella dio un respingo.

    Andy alargó la mano.

    —No contestes.
    —Tengo que contestar, Lyon. No puedo dejarlo sonar.

    Lyon gimió de frustración, pero no le impidió descolgar el auricular.

    —¿Sí?
    —Hola, cariño, ¿qué haces?
    —¡Lex! —exclamó Andy, sorprendida por aquella intempestiva llamada de su viejo amigo. Lyon, por el contrario, no parecía sorprendido, siguió acariciándole el vientre con los labios—. ¿Ocurre algo?
    —¿No te he dicho mil veces que no contestes a una pregunta con otra pregunta? No has aprendido nada en todos estos años. Oh, Señor... —suspiró resignadamente—. Escucha. No he podido localizar a Lyon y te llamo para que le pases el mensaje. Supongo que lo verás pronto.

    Andy miró la cabeza de Lyon, que hacía constantes progresos por su cuerpo, dejando amorosos mordisqueos a lo largo de su ruta.

    —¿Qué...? —Se aclaró la garganta. Lyon le estaba mordiendo la cadera—. ¿Qué mensaje?
    —Dile que ha sido un acto verdaderamente generoso de su parte mandar esas jodidas cintas a la cadena de televisión. Falsificó mi nombre en la carta, pero se lo perdono. Gracias a eso me han ofrecido un trabajo. Dentro de dos semanas tendré un despacho con vistas a la polucionada Nueva York, cariño.
    —¿Ha hecho eso? —preguntó Andy con tono estridente. Hundió los dedos en la cabeza de Lyon intentando apartarlo de su entrepierna, pero él se negó a desistir—. ¿Qué puso en la carta falsificada?
    —¿Qué te pasa, Andy? ¿Te encuentras bien? Tu voz suena un poco rara.
    —No te preocupes, estoy bien —jadeó—. La carta falsificada...
    —Oh, decía que desgraciadamente tú no estabas disponible, que dejabas el trabajo para casarte, pero que yo considerara la posibilidad de ocupar el puesto de ayudante de producción de las noticias de la noche. ¡Por los clavos de Cristo, me han contratado!
    —Eso es magnífico, Lex. Oh, Ly.. Lyon... es estupendo. —Se le cayó el auricular. Lyon lo recogió.
    —¿Andy, Andy? ¿Qué ocurre? ¿Va todo...?
    —Enhorabuena por tu trabajo, Lex. Andy no puede hablar en ese momento. Está ocupada en una actividad íntima y privada. Ya te llamará, dentro de un par de años.


    FIN

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