EL SAMARITANO QUE LE HIZO VER
Publicado en
julio 25, 2011
IMAGEN AGREGADA® 19S7 POR NARDI REEDER CAMPION. CONDENSADO DE "VALLEY NEWS <9 XII 1967) DE WEST LEBANON. NEW HAMPSHIRESe sentía solo y asustado en las tinieblas. De pronto, escuchó una voz grave...
Por Nardi Reeder CampionCuando se jubiló, el reverendo Larry Getman lo tenía todo: una amantísima esposa, tres hijos convertidos en gente de bien, un círculo de amigos y una casa preciosa en lo alto de un cerro, en Claremont, New Hampshire. Pero descubrió que estaba quedándose ciego.
Se sentaba con su esposa Juni en la terraza de su casa, presa de una agobiante sensación de impotencia. Los dos pasaban largas horas ahí, tratando de decidir qué hacer ante el panorama montañoso que él ya no veía. Las cinco intervenciones quirúrgicas a las que se sometió, todas penosísimas, fueron en vano.Juni lo animó a integrarse al Centro Carroll para Ciegos, en Newton, Massachussetts, institución de gran prestigio donde los ciegos aprenden a valerse por sí mismos. Sin embargo, Larry acudió muy receloso.La vivencia resultó más traumática de lo esperado. Larry tenía que tomar ocho clases diarias, y las aborrecía todas. El bastón blanco, el artefacto para escribir en sistema Braille, la computadora parlante, los ejercicios de karate, la esgrima, todo eso lo desesperaba.A las dos semanas, su desesperación se había convertido en ira. Era demasiado lo que se exigía de él en tan poco tiempo, y todavía le quedaban 14 semanas de estancia. El adiestramiento sensorial le parecía lo peor.La profesora le ponía la mano cerca de la mejilla y le preguntaba: "¿A la derecha, o a la izquierda?" Se esperaba que Larry percibiera el calor de la mano. Otras veces, lo llevaba a un estacionamiento rodeado de paredes y le pedía que señalara hacia la entrada: debía localizarla escuchando el tráfico: "La pared amortigua el ruido, mientras que por la entrada se oye claramente", le explicaba ella. "Lo que usted necesita es aprender a escuchar".Si la ceguera era una pesadilla, fallar en una prueba tras otra resultaba humillante. Se había decidido a dejar todo por la paz, cuando el profesor de locomoción le informó que ya estaba preparado para la prueba definitiva: viajaría a Boston solo, en tren subterráneo, y allí caminaría hasta la estación para tomar el autobús e ir a pasar el fin de semana en su casa. Larry le dijo que no era posible. El maestro insistió, hasta que lo convenció.—Haré el intento —prometió—; pero si fallo, me iré a casa y no volveré.—Que el sol le dé siempre por el lado derecho de la nariz —recomendó el instructor—. En el Metro, cuente cuatro paradas antes de bajar. Tenga cuidado con quienes le ofrezcan ayuda: como los ciegos no pueden describir a los maleantes, sufren asaltos con frecuencia.Caminaron juntos cuatro calles; después, el maestro se despidió. Larry nunca se había sentido tan solo. Continuó su marcha. Oía los automóviles, que le pasaban muy cerca a gran velocidad. ¿Y si me caigo a media calle?, se preguntaba. De pronto, alguien le tocó el hombro: era el maestro. "He venido siguiéndolo, Larry", le dijo. "Va bien. Recuerde: es un viaje de media hora en tren. Se baja en la cuarta parada. Todo saldrá bien".¡Claro!, pensó Larry con amargura. La multitud lo empujó al interior de la estación.Sintió cuando el tren entró al túnel, y después, que se detuvo varias veces. No me voy a asustar. Un alto más, y sintió una corriente de aire frío. ¡Gracias a Dios, es invierno!, pensó. Contó otros tres chiflones; luego, se bajó. La estación de autobuses estaba apenas a dos calles, pero él ni siquiera daba con las escaleras para salir del subterráneo. Una señora lo ayudó a subir y lo encaminó a la terminal.Aunque la encontró, estaba desorientado. Se quedó paralizado de miedo, ahí, en medio del ajetreo. El corazón le dio un vuelco cuando cayó en la cuenta de que escuchaba el anuncio de las llegadas y salidas de autobuses a su derecha, no a su izquierda, como le había dicho el maestro. Debo de haber entrado por atrás, reflexionó.Caminó paso a pasito, pegado a la pared; quería localizar un lugar en el cual dejar su maleta, pues tenía que esperar, dos horas y media. De pronto, alguien le preguntó con voz grave:—¿Busca una gaveta vacía?Larry asintió con la cabeza.—Bien, vamos a encontrársela.La voz venía de arriba: el hombre debía de ser alto.—Aquí está. ¿Tiene tres monedas de 25?Larry sacó su billetera. El hombre tomó un billete de ella, y se fue murmurando:—Voy a cambiarlo.No volveré a saber de él, se dijo Larry. Sin embargo, el desconocido regresó poco después con las monedas. Guardó la valija en la gaveta, le dio la mano a Larry y luego se presentó:—¡Hola! Me llamo Billy.Como muestra de agradecimiento, Larry le invitó una taza de café. En la cafetería, le preguntó a dónde iba. "Tengo que regresar a Nueva York, como sea", fue la explicación.Larry se quedó pensando en esa respuesta, pero Billy prosiguió: "Supongo que he llegado al fondo, y no parece que la situación vaya a mejorar". Luego, su actitud cambió. "Pero no me siento tan mal. Así he vivido siempre. Hay que tomar la vida como venga, ¿eh, Larry? ¡Vaya, se acerca la justicia!"Un policía lo interrumpió con voz sarcástica: "¿Encontraste un amigo, Billy? Ya te he repetido que no te quiero aquí. ¡Fuera!""¡Cómo me complica la vida este policía! Como dormí en la estación, supongo que ya no soy grato aquí. Venga; lo voy a llevar a la gaveta".Allí, Billy volvió a darle la mano a Larry; se sentía que era un hombre fuerte. "Tenga fe, señor", dijo. "Recuerde: no porque se haya quedado sin ojos, la función se terminó". Y se fue.Larry Getman encontró su autobús. De pronto, cuando se arrellanó en el asiento, se sintió bien; esperanzado. Pensó: No estoy del todo acabado. Quizá seguiría tomando los desagradables cursos del Centro Carroll. Hasta se volvería un ciego independiente.El reverendo terminó su adiestramiento. Dominó el sistema Braille y aprendió mecanografía, archivonomía, contabilidad, costura, cocina y muchas cosas más. Hoy, se traslada solo a cualquier lugar.Con frecuencia recuerda las palabras de San Pablo: "La fe es el fundamento de lo que se espera y la prueba de lo que no se ve". También recuerda las palabras de Billy, todos los días, y agradece el encuentro con el hombre que lo ayudó a comprender su situación; el samaritano que le hizo ver.