CUANDO LLEGA EL HOMBRE PERFECTO
Publicado en
junio 26, 2011
CONDENSADO DE HEALTH (SEPTIEMBRE DE 1998). © 1998 POR TIME INC, HEALTH, DE SAN FRANCISCO, CALIFORNIA.Por años estuvo casada con la soltería. Después ocurrió algo que la hizo cambiar.
Por Mary RoachVivir 13 años con un hombre la convierte a una en defensora experimentada de la soltería. Con la misma puntualidad del dentista que nos recuerda que es tiempo de una revisión, a una le preguntan por qué no se ha casado. Todos lo hacen: la madre, las amistades, el mensajero...
Pero a últimas fechas nadie me ha molestado. Ahora me mandan tarjetas con flores, que rezan: "Felicidades por tu compromiso".No me voy a casar con el hombre con quien viví 13 años. Aquello terminó. (¿Ya lo ven?) Un año después inicié una relación que me ha hecho girar, como un montacargas, 180 grados.Nuestra primera cita fue el 3 de julio. Para agosto, el suyo era uno de los números programados en mi teléfono. A mediados de octubre, la palabra "matrimonio" hizo su debut. Este hombre amaba cosas mías que yo ni siquiera imaginaba que tenía (como la forma en que silbo las eses, ¡por Dios!). Me cortejaba improvisando cenas sobre el piso de la sala. Me llevó a su cita con el cardiólogo y me mostró su corazón en el ultrasonido. "Te pertenece", me dijo. Dejó sobre mi escritorio un retrato suyo de cuando estaba en secundaria (lucía una espantosa corbata y cabello largo cepillado como el de Lassie) con esta dedicatoria: "¿Dónde estás, Mary? ¿Cuándo te conoceré?"Hizo estas cosas y más aunque yo no necesitaba que me cortejara. Todo en él me había enamorado: sus hijos, su cuello, la forma en que dobla su ropa limpia. ¡Me muero por ser la esposa de este hombre!Quiero ir a donde él va y conocer a quien él conoce. Quiero llevar un anillo de oro, aunque todos mis aretes sean de plata. Quiero ser la mitad de un todo: sentirme unida y abrazada a él tan estrechamente como sea posible mientras vivamos.Supongo que, en parte, el cambio es producto de la madurez. A los 25 años quería que mi futuro fuera inimaginable. Había emprendido la marcha, estaba en movimiento. La vida cambia rápidamente cuando se tienen veintitantos años. Es como ir en un auto de carreras. El matrimonio es algún bobo que va pisando el freno.Pero con el tiempo el cielo se despeja y es posible atisbar el futuro. Entre otras cosas, una se da cuenta de que, si pudiera dar con la persona adecuada, alguien a quien amar como al mejor amigo que se haya tenido y la pasión más intensa que se haya experimentado jamás, sería muy agradable llevar a esa persona sentada junto a una durante todo el camino.Hoy en día ya no siento que el matrimonio sea un sacrificio. Siento que es como sacarse la lotería. Estoy convencida de que no surgirá nada más perfecto en el mapa mal doblado y manchado de café de mi vida. Me resulta muy, muy fácil ser fiel.Antes me oponía a la idea de la fidelidad eterna. Pero, ¿qué gané con más de diez años de relativa libertad? Que mi corazón se lanzara al vacío y volara por los aires... para terminar, al poco tiempo, estrellándose contra el suelo. Un corazón hecho pedazos. Culpa y remordimientos. Saber que, al rehusar comprometerme por entero en una relación, la destruí.Otra cosa que no alcanzaba a comprender es que todos los matrimonios son matrimonios de grupo. Voy a casarme con un hombre; con sus encantadores y hermosos hijos; con sus cálidos y generosos padres; con su hermana; con sus primos; con las familias de éstos. Todo un clan de corazones y mentes deseosos de que yo firme. ¿Acaso hay algo más maravilloso?Crecí en una familia pequeña y desunida, semejante a un solitario asteroide que se hubiera salido de su órbita. Crecí sin abuelos y jamás llegué a conocer a mis tías y tíos. El matrimonio representa una segunda oportunidad de adquirir una sensación de pertenencia.¿Tendría esa sensación de pertenencia si mi prometido y yo simplemente viviéramos juntos? Mi experiencia me dice que no. Compartir una casa con alguien sin estar casados transmite un mensaje: a él, a nuestras familias, a todo el mundo. El mensaje dice: "Amo a este hombre, pero no estoy segura de que sea el que más me conviene". Ese es un mensaje que ya no deseo transmitir.Por supuesto, ningún matrimonio viene con garantía. Pero hay que entrar en él creyendo, con el corazón abierto, que esto es lo definitivo, para bien y para mal, en la riqueza y en la pobreza, con arrugas y con artritis. Si una hace esto, no hay lugar para los recelos de que cualquier conflicto conducirá inevitablemente al divorcio.Además, está el hecho insoslayable de que, sin excepción, las personas a quienes más quiero están casadas, o querrían estarlo. Eso debe de tener algún significado.Hubo ocasiones en que pensé que la gente quería que me casara sólo para verme sometida. Era como si me pidieran que dejara de tener aventuras, que fuera aburrida y predecible como ellos. Ahora pienso que querían verme casada porque me deseaban lo mejor. Querían que tuviera una razón para quedarme en casa.