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Los perros son grandes maestros: se sienten a gusto en cualquier sitio, viven en el presente y nos obligan a vivir ahí junto con ellos. Los perros nos quieren incondicionalmente, no por nuestro físico ni por nuestras cuentas bancarias.
Se dice que la seguridad pierde al hombre y esa paradoja contiene una de las mayores verdades de su existencia. Es curioso que los padres, para el porvenir de sus hijos, a quienes aman, aspiren a la seguridad. Seguridad, ¿de qué?: de ingresos, de instalación, de respeto, de accesorios, de posición, de exterioridades. Seguridad, ¿a costa de qué?: de iniciativas, de movilidad, de viveza, de riesgo, de progreso. Es decir, a costa de aquello que de más humano —por frágil, por crecedero, por íntimo, por perfectible— tiene el hombre.
Cuando se trata de crear, hay que ser pródigos y fecundos. La creatividad no es como hacer apuestas en un casino, donde, si uno no gana, regresa a casa con los bolsillos vacíos. La creatividad es un juego en el que, si no se gana, por lo general tampoco se pierde.
He aprendido que el amor verdadero es una forma muy intensa de perdón. No creo que las personas anhelen el amor porque detesten quedarse solas en casa las noches de sábado ni porque teman ir solas a un restaurante. Buscan el amor porque quieren que alguien les perdone tener las gafas pegadas con cinta adhesiva, o cinco kilos de más. Desean encontrar a alguien que no se fije en nimiedades como un peinado horrendo, una risa ruidosa o un sofá salpicado de papas crujientes.