LA CIUDAD DE ENERGIA (Daniel F. Galouye)
Publicado en
abril 22, 2011
Título del original en inglés THE CITY OF FORCECAPÍTULO PRIMERO
La ciudad de energía era una enorme extensión de belleza radiante que dominaba la llanura como un millar de telones de vividas llamaradas. Contemplándola, Bruno se recogió la veste y empuñó con fuerza el cayado. El alba parecía apuntar, bañando con luz vívida su semblante. Pero era el resplandor producido por las grandes cortinas de energía de la Ciudad... sus cintas y agujas de energía, sus magníficas auras, rayos y centelleantes descargas... que proyectaban la sombra del joven sobre la selva de la que había surgido.
Resueltamente, colocó su zurrón en posición más cómoda y prosiguió su camino hacia el holocausto de luz.—¿Adonde crees que vas, hijo mío?La voz, amplificada por su propia sorpresa, surgió atronadora de entre los árboles que tenía a sus espaldas.—No temas, muchacho.Y resonó una risa cascada.—No soy más que un viejo chiflado, incapaz de hacer daño a nadie.Volviéndose, Bruno observó como el desconocido se aproximaba. Su rostro era pequeño y arrugado y su cabeza calva se hallaba rodeada por una corona de pelo ceniciento. Los amplios pliegues de su ropaje ponían de relieve su vientre prominente y no conseguían ocultar sus pies polvorientos y calzados de sandalias.—¿Qué haces aquí? — le preguntó Bruno.—Me alejo de las luces brillantes.—¿Vives en la Ciudad?—Siempre he vivido en ella. Es una vida muy fácil, pero a veces resulta aburrida. Me llamo Everardo.El anciano se detuvo ante él y escrutó sus facciones.—Eres nuevo aquí, ¿verdad?—Soy Bruno, de uno de los clanes de la selva.Everardo rió, sujetándose la panza con las manos para evitar que temblase.—¿Vienes a gozar de los placeres de la Ciudad?—He venido para conocer a las esferas — dijo Bruno con sequedad.El rostro arrugado del anciano asumió diversas expresiones que terminaron en una amplia mueca que puso al descubierto sus desdentadas encías. Luego estalló en carcajadas.—¿Para conocer a las esferas? ¡Hijo mío, tienes aún mucho que aprender!—Ya sé que nadie ha conseguido llegar todavía hasta ellas. Pero ya va siendo hora de que esto ocurra, algún día.—¿Y tú pretendes aprender su lenguaje?La voz del anciano denotaba cierto sarcasmo bondadoso.—Ni siquiera nosotros, los que vivimos en las Ciudades con ellas... casi bajo sus propios pies... lo hemos conseguido hasta ahora. ¿Y tú, recién llegado del campo, vas a enseñarnos cómo hay que hacerlo?Indignado, Bruno dio media vuelta y siguió avanzando hacia las resplandecientes masas de energía pura.Everardo le siguió renqueando y tratando de darle alcance.—Por lo visto estás decidido a ello. Así me gusta, hijo mío — le dijo, burlón.—Basta, abuelo.Bruno empujó suavemente al anciano, poniéndole la mano en el pecho.—Sé perfectamente lo que hago.El viejo se rascó la cabeza.—No hay duda de que hablas en serio. ¿Has estado alguna vez en una Ciudad?Bruno movió negativamente la cabeza.—Tienen en ellas toda clase de campos de fuerzas y zonas de energía. Algunas son mortales de necesidad. Si tocas un globo de luz equivocado o te confundes de pared de energía, ya puedes darte por muerto.—¿Tú vives en la ciudad, no? — preguntó Bruno en son de reto.—Sí. Pero... ¿No comprendes? Mis padres me aleccionaron desde pequeño.Bruno puso los brazos en jarras y contempló de nuevo la Ciudad de Energía. Su mirada pasó a otro extremo de la llanura y, bajo los rayos del sol naciente, trató de hallar el emplazamiento de lo que antaño fuera una gran ciudad de los hombres. Medio oculta por los árboles y hundida en su propio polvo, apenas era más que un montón de ruinas multiseculares.Bruno tuvo que admitir que las palabras de advertencia que había pronunciado el anciano estaban llenas de prudencia, a pesar de su sarcasmo. Era un loco al creer que podría entrar en contacto con las esferas. Incluso las grandes mentes que gobernaban el mundo de los hombres centenares de años antes hablan fracasado en su intento por comunicarse con los extraterrestres. De lo contrario, hubieran conseguido salvar sus propias ciudades.—Nada, que me voy — dijo, resuelto.—¿No quieres quedarte aquí?—No.—En ese caso, te acompaño. Lo menos que puedo hacer es evitar que te maten en el primer momento.Ambos se dirigieron hacia la Ciudad.—¿Conoces a un tal Hulen? — preguntó Bruno a su acompañante.—¿Uno que pertenecía al clan de Spruce? ¿Un tipo alto y moreno que llegó aquí hará cosa de cinco años?—El mismo. Es mi primo.—Pues sí, le conozco.—¿Puedes llevarme a su presencia?—Con mucho gusto. Al menos podré dejarte a su cuidado y descargarme de esta responsabilidad.Una hora después, con el rostro de ambos bañado por el sol de la mañana, Everardo le hizo detenerse y tiró su cayado al suelo con ademán de indiferencia.—Esperaremos aquí — declaró.Bruno dirigió una mirada a los refulgentes telones, auras y escudos de luz de la Ciudad Inmaterial, que todavía se hallaba a algunos kilómetros.—¿Para qué?—Hay un medio más descansado de llegar allí. No hace falta que vayamos a pie.—Supongo que una de las esferas vendrá a buscarnos para llevarnos en hombros — dijo Bruno, zumbón.No obstante, su mirada seguía posada en la Ciudad, tratando de distinguir algún objeto material en aquella concentración de fuerzas visibles... las fuentes y lomas de energía radiante, los centelleantes halos geométricos, las sábanas de luz perezosa que flotaban de una aguja tenue a la contigua. Pero no distinguió ninguno. Y sin embargo no parecía extraña la ausencia de materiales sólidos en la Ciudad, puesto que sus habitantes, las brillantes esferas, eran también criaturas de energía pura, según se decía.Mientras miraba la maravillosa construcción levantada por los extraterrestres, un filamento de pálida energía verde surgió velozmente de una de las estructuras inferiores, describiendo un elegante arco. Haciéndose mayor a medida que se aproximaba, el extremo de la enorme proyección tubular se posó en el suelo apenas a unos metros de donde se hallaba Bruno.Girando sobre sus talones, éste inició la huida. Pero el anciano observaba sin la menor inquietud la transparente cascada de incansable energía pura.Por último Everardo retrocedió.—Prepárate, hijo mío. Dentro de un minuto tendremos que saltar.—¿Por qué? — preguntó Bruno con aprensión —. ¿Qué ocurre?Se oyó un silbido agudísimo cuando una forma que avanzaba con celeridad descendió por el tubo de energía, se detuvo y se dirigió al extremo del mismo.La enorme esfera, de una altura mayor que cuatro hombres, se cernía a pocos centímetros del suelo. Su superficie lisa y desprovista de rasgos distintivos irradiaba luz como el disco del sol poniente. Bruno tuvo la amedrentadora sensación de que, si bien aquel ser extraterrestre no poseía ojos, en cierto modo le estaba mirando.—¡Salta! — gritó Everardo, cogiéndole del brazo.En el mismo instante en que Bruno saltaba a un lado, el juego de fuerzas de la superficie de la esfera se reunió para formar una ardiente lanza de luz dentellada que golpeó el suelo, abrasándolo, en el mismo lugar donde un instante antes estaban los dos hombres.—¡No te detengas! —le ordenó el viejo—. La energía que lanza es rápida como el pensamiento. Pero sus reacciones no lo son. Si te mueves con la suficiente rapidez, nunca conseguirá alcanzarte.Bruno dio dos pasos adelante y cinco a la izquierda. Otro rayo fulminó el suelo, en el lugar donde había estado hacía unos segundos.—Pero... creía que ni siquiera se daban cuenta de nuestra presencia — tartamudeó.Everardo., que estaba a unos pasos de él, se dirigió hasta ponerse a su izquierda, dio media vuelta y se alejó corriendo en otra dirección. Así evitó fácilmente el tercer ataque.—¡Que no advierten nuestra presencia! ¡Ja, ja! Esto es ridículo. ¿Cómo crees que destruyeron todas las ciudades? Nos ven perfectamente. Pero nos consideran seres irracionales... alimañas.Bruno se descuidó un poco y estuvo a punto de resultar abrasado.—¡Muévete al azar! —le gritó Everardo, jadeando—. No repitas ningún movimiento anterior, o te achicharrarán. ¿Sigues con ganas de ir a la ciudad?—Pues no faltaba más — dijo Bruno, con terquedad.Entonces advirtió que la superficie de la esfera había perdido su revestimiento de hirviente energía.—Sí, ahora podemos descansar —dijo Everardo—. Ya ha perdido interés por nosotros—. El anciano se metió corriendo bajo la sombra de la esfera, le dio la vuelta y, durante una fracción de segundo, le sacó la lengua mientras se ponía los pulgares detrás de las orejas y agitaba los dedos, mirando al enorme ser. Así consiguió que la esfera le asestase un último rayo de energía, antes de alejarse con indiferencia.—¿Y ahora, qué? — preguntó Bruno, recogiendo su zurrón y su cayado.—Fíjate en eso.Everardo le indicó un brillante punto de luz verde que resplandecía a cierta altura, a un centenar de metros hacia el sur.El punto fue aumentando de tamaño y Bruno vio como se convertía en una figura geométrica de múltiples facetas. A través de los planos transparentes de su superficie se distinguían diez o doce esferas brillantes de color amarillento. Aquella estructura de energía, que parecía una gema, se expandió hasta que su pared superior se cernió a docenas de metros sobre el suelo. La esfera solitaria se dirigió hacia ella para unirse con sus semejantes, los cuales salían flotando por el costado de la construcción.Bruno inició un movimiento de retroceso.—No hay nada que temer de momento, muchacho —le tranquilizó Everardo—. Van a estar demasiado ocupadas para apercibirse de nosotros.—¿De dónde proceden?—Con toda probabilidad, de otro mundo De un mundo que tal vez ni siquiera se halle en este universo.—¿Pero cómo llegaron aquí?—Pudiste verlo por ti mismo... de alguna nueva dimensión. Mi abuelo solía decir que probablemente venían de otro mundo situado en esta nueva dimensión y utilizaban la Tierra como una especie de estación de empalme.—¿Y él cómo lo supo?—Lo descubrió él mismo o se lo comunicó alguno de sus antepasados. — Everardo lo agarró por la muñeca y lo arrastró hacia el túnel de luz verde que se arqueaba como un puente hasta penetrar en la Ciudad. — Vamos a utilizar esto para el resto del viaje.—¿Tenemos que meternos ahí?Bruno se apartó del chorro de energía radiante de apariencia sólida, esforzándose al propio tiempo por no perder de vista a las esferas amarillentas.—Es mucho mejor que andar —le dijo el anciano—. ¿Quieres o no quieres que te lleve a Hulen?Bruno hizo un ademán nervioso para indicar a los extraterrestres.—¡Pero ésos también se van a meter en el tubo!—No se darán cuenta de nuestra presencia si nos mantenemos en el fondo. Además, les llevamos bastante ventaja. Yo siempre aprovecho las cascadas verdes cuando se me presenta la ocasión —. Everardo penetró por el extremo resplandeciente del túnel, arrastrando a Bruno consigo. — Ahora estáte tranquilo, hijo mío, y piensa en que quieres ir a la Ciudad y ver a tu primo.El tenue haz de fuerzas se cerró agradablemente en torno a Bruno como una manta de cálida y verde luz solar. De pronto todo el rayo de energía adquirió una vibración como si estuviese vivo, como si un millar de manos se materializasen surgiendo de la neblinosa substancia para empujarla en dirección a la Ciudad. Aquéllo era como deslizarse por un túnel interminable; el joven dejó de mantener su cuerpo en tensión y permitió que las fuerzas lo transportasen La superficie plana que tenía a sus pies parecía deslizarse en dirección contraria a una velocidad increíble.En un momento del viaje, empezó a dar tumbos mientras flotaba entre la aureola verde. Cuando se detenía un poco en su loco girar, observaba de reojo a Everardo. El anciano parecía disfrutar lo indecible con las volteretas que le obligaba a dar aquella dosis de energía.Pasaron junto a las estructuras exteriores de energía de la Ciudad... dejaron atrás espesos muros de luz radiante y de formas pseudo-arquitectónicas que brillaban cegadoramente y que, según le pareció a Bruno, debían de tener un vago parecido con ciertas construcciones de las antiguas ciudades humanas, sepultadas desde hacía milenios.Describieron una curva al caer junto a una gran catarata de pura energía roja que parecía brotar de la nada y luego el túnel se arqueó hasta alcanzar lo que parecía ser el nivel del suelo... una alfombra que brillaba suavemente y parecía estar formada por polvo estelar de un rosado pálido. De vez en cuando pasaba una esfera flotando majestuosamente, saliendo de una pared de brillante azul o desapareciendo por ella para perderse en la nada.CAPÍTULO II
El haz de energía en movimiento se curvaba entre dos macizos monolitos de blancura deslumbradora y serpenteaba entre una serie de enormes y cegadores cúmulos azules de energía radiante.
—Nos apearemos más adelante. — Everardo extendió ambos brazos para evitar seguir dando volteretas. — Piensa que quieres pararte.Como perdigones en una cerbatana, las esferas de la llanura les daban alcance rápidamente. La primera de ellas les asestó una lanzada de luz crepitante que produjo una temblorosa vibración en todo el tubo, pero que cayó corta.—¡Nos han visto! — gritó Bruno, consiguiendo detenerse junto al viejo.—Efectivamente.—¡Pero darán la alarma a toda la Ciudad!Everardo rió en son de mofa.—Por lo visto te imaginas ser alguien. Cuando estabas en tu aldea, ¿llamarías a todo el clan para que te ayudasen a perseguir a un par de cucarachas que habías encontrado en mitad del arroyo?—¿Es que para ellos somos cucarachas?—Algo muy parecido —dijo el viejo, casi con jactancia—. Incluso nos ponen trampas de vez en cuando. Y alguna que otra vez hacen una limpieza general. Pero nosotros no somos tan tontos, y sabemos lo que hay que hacer. En el peor de los casos, matan sólo a unos cuantos.En el túnel brilló otro rayo, que esta vez cayó más cerca antes de deshacerse en millares de chispas que fueron inmediatamente absorbidas por el halo verde del tubo.—Por aquí — dijo Everardo, zambulléndose a través de un lado del tubo.Su cuerpo completamente relajado cayó tal vez unos treinta metros antes de chocar con la pared inclinada de uno de los montículos de un azul cegador. Rebotó dos veces, desapareciendo casi por completo en la suave capa de energía, blanda como un colchón de plumas, hasta deslizarse quince metros más abajo por su superficie.Con cierta aprensión, Bruno introdujo el brazo por la pared del túnel. Otro rayo que le asestaron las esferas, cada vez más próximas, terminó con sus vacilaciones y se zambulló a su vez, cayendo hacia el mismo montículo sobre el que había rebotado Everardo.No pudo contener un grito involuntario de ronco temor durante aquella caída vertiginosa. Luego notó el suave impacto de su cuerpo contra el cojín de energía y continuó deslizándose por la pendiente. Era como si un millar de manos solícitas se materializasen para sujetarlo por brazos y piernas, pasándolo de un lado a otro, hasta que alcanzó el nivel del suelo.Everardo le ayudó a ponerse en pie. Permaneció mirando indeciso la capa ondulante de energía rosada superficial, que parecía rielar en torno a sus tobillos. Mirando a su alrededor, pasó revista a los montículos de energía, dispuestos caprichosamente y que se extendían en todas direcciones, como madrigueras de ratas en una ciénaga.—Buenos días, Everardo —dijo una voz ahogada—. ¿Ya has vuelto?El custodio voluntario de Bruno se volvió para responder en dirección a la tenue pared azul que tenían detrás.—Buenos días, Matt. ¿Cómo está la señora? Supongo que no la hemos asustado al caer.Bruno distinguió la silueta del hombre que les había saludado con voz risueña. Parecía como si estuviese embutido en la substancia translúcida de la pared. Pero ello no parecía importarle en absoluto.—No nos tocasteis —dijo el llamado Matt, con una carcajada—. Pero probablemente habéis provocado un ataque de nervios a nuestra vieja amiga Doña Burbuja... suponiendo que tenga nervios.Más confusamente, Bruno vio a la enorme esfera desplazándose más allá de donde estaba su interlocutor, en un lugar al parecer desprovisto de energía dentro del montículo inmaterial. El compartimiento parecía estar amueblado con una fantástica diversidad de objetos de energía de extrañas formas y tamaños.Everardo no pudo contener una sonrisa.—No me sorprendería que Doña Burbuja se dedicase a ponernos más trampas desde este momento. Te presento a Bruno, del clan Spruce. Le he traído desde el bosque.—¿Spruce? ¿Spruce? — dijo Matt, rumiando aquel nombre.—Sí, hombre. Es primo de Hulen. Tú ya conoces a Hulen.Sonriendo, el llamado Matt asomó la cabeza por el rutilante material azul de la pared.—Le conozco tan bien, que te digo que debieras haberle traído una mujer en lugar de un primo. Necesita una que lo meta en cintura. Hola, Bruno.—Hola, Matt —repuso Bruno con un hilo de voz.— ¿Tú... tú vives ahí dentro con esa esfera?—¿Pues dónde si no?—Bruno todavía está verde —dijo Everardo, con una sonrisa teatral.— A pesar de eso, se propone enseñarnos cómo debemos comunicarnos con las esferas.Matt soltó una risita.—¿De veras? Dale recuerdos a Hulen.Tomando a Bruno del brazo, Everardo dijo:—Vámonos. No es lejos de aquí.Bruno trató de andar, pero cayó de bruces al no poder levantar los pies de la radiante alfombra rosada de energía elástica.—No andes... piensa —le explicó Everardo pacientemente—. La energía se ocupará de lo demás.Con el corazón en un puño, Bruno observó cómo el viejo se deslizaba hacia adelante sin mover los pies, cuando la alfombra se levantó bajo sus talones y avanzó en una inclinación regular ante las puntas de sus sandalias. Entonces, antes de que pudiese darse cuenta, él también se estaba deslizando.—Es dos o tres casas más allá — le dijo Everardo para animarlo.—¿Eso son... casas?—¿No ves que viven en ellas las burbujas?Bruno se dio cuenta entonces de la presencia de varias formas esféricas a través de las paredes transparentes de los montículos, de forma vagamente cuadrada.—¿Y las personas viven ahí con ellas?Everardo sonrió con desdén ante su grosera ignorancia y su craso desconocimiento de las cosas más elementales.—Tienes mucho que aprender, hijo mío.—¿Cuántas personas viven en la Ciudad?—Varios millares. Este lugar está rebosante de seres humanos. No creo que tarden mucho en hacer una limpieza general y... ¡Cuidado!Everardo cruzó ambas manos en la espalda de Bruno y le dio un enérgico empellón. Bruno cayó hacia adelante, patinando por la superficie y adquiriendo impulso gracias a la servicial onda que levantó la alfombra.Sólo comprendió el motivo de la violenta acción del viejo cuando el rayo de energía ardiente hubo partido. Mientras daba la vuelta al montículo más próximo, con Everardo a su lado, miró hacia atrás y vio a la esfera que había intentado fulminarle saliendo pausadamente de una de aquellas estructuras. El rayo había fundido la energía que encontró a su paso, revelando la áspera tierra del llano.Cuando se hallaron en seguridad tras el montículo, Everardo le ayudó nuevamente a ponerse en pie. —Tienes que estar ojo avizor, hijo mío, si quieres salvar el pellejo.Temblando como un azogado, Bruno iba a apoyarse en la pared.—¡No, no! — gritó el anciano, apartándolo bruscamente del muro —. ¡Mira!Con el extremo de su cayado, tocó la pared de energía en la que Bruno casi había apoyado el hombro. Contrastando con el radiante color azul del resto del montículo, aquella sección, pequeña y de forma más o menos circular, era de un rojo centelleante. Al tocarla, la punta del cayado, en una longitud de más de un palmo, se desintegró en medio de una lluvia de crepitantes chispas. —Lección número uno de supervivencia — dijo Everardo, ceñudo. — No tocar paredes de energía roja. Peligro de muerte.El anciano avanzó unos tres metros siguiendo la pared y de pronto se metió por ella, desapareciendo en el suave resplandor azul como el alma del Comendador. Bruno le imitó.En el interior, notó sobre su cara y sus brazos el agradable calorcillo de la energía, que parecía cosquillearle y hacía correr un millar de agradables sensaciones por su epidermis. Esperando que de un momento a otro la energía aglutinada impidiese sus movimientos, siguió avanzando, para recorrer tal vez unos tres metros con los brazos tendidos para evitar chocar contra algo.Súbitamente se encontró al otro lado de la pared y en uno de los compartimientos interiores, casi cara a cara con una inmensa burbuja. La superficie de la esfera asumió inmediatamente la colérica apariencia de un hirviente sol amarillo.Sin embargo, antes de que lanzase la descarga, salió del muro el brazo de Everardo, el cual tiró de Bruno, metiéndolo de nuevo en la estructura energética.—¡Me estás resultando un problema, amiguito! —dijo el viejo, moviendo preocupado la cabeza—. ¡Mantente pegado a mis talones, cáspita!Mientras proseguían su camino por el interior del muro, Bruno vio como el amenazador fuego que se había extendido por toda la superficie de la esfera se aplacaba. Al parecer las paredes de energía del edificio eran sólidas para las esferas, pero completamente inmateriales para los seres humanos que compartían los montículos con ellas.Pero le pareció que aquella observación no era exactamente correcta.Así es que preguntó:—¿Por qué nosotros podemos movernos por esta substancia azul como si no existiese, pero en cambio fue lo bastante sólida para detener nuestra caída del tubo?—La energía se pliega a todos nuestros deseos... dentro de ciertos límites, por supuesto.Bruno asintió, pensativo.—Nosotros pensamos que sea lo bastante dura para detener nuestra caída, y así es. ¿No es esto lo que quieres decir? Decidimos que queremos atravesarla, y ella se hace tan fina como el aire. ¿No es eso?—Exactamente.—¿Y se pliega también a los deseos de las esferas?Everardo continuó avanzando por el interior del muro curvado.—Sí. Al menos parte de ella. Nunca he visto que hagan nada con la energía azul. Pero pueden hacer que la energía rosada y la verde las transporten adonde quieren, lo mismo que nosotros hacemos.—¿Ya te has dado cuenta de lo que esto significa?Bruno sujetó al viejo por el brazo y le obligó a volverse.—No.—¡Nuestra manera de pensar no puede ser muy distinta a la suya! Pensamos cosas diferentes, desde luego, pero...—Mira, hijo mío — dijo Everardo con irritación. — Durante cientos de años hemos estado tratando de averiguar cómo piensan, para poder establecer contacto con ellas. Todo el mundo menos tú sabe que esto es imposible...—Toda esta energía... ¿Qué la mantiene? ¿De dónde proviene?El anciano extendió ambas manos con aire desolado.Luego, mirando a Bruno, preguntó:—¿Cómo voy a saberlo? ¿Oíste hablar alguna vez de un airiplano?—¿Una máquina capaz de volar? — preguntó Bruno, que conocía aquella leyenda.—Eso mismo. Bien. ¿Te figuras que las cucarachas de tu pueblo podrían entender lo que mantenía en el aire a esas máquinas? ¿Y tú, crees poder entender lo que es todo esto?Encontraron a Hulen en lo que Bruno supuso que era la pared exterior del fondo del montículo. Habían llegado a una zona en que la energía poseía una negrura impenetrable, pero Everardo agitó la mano con gesto de disgusto y el resplandor azul se extendió instantáneamente a la región sombría.Exactamente frente a ellos se alzaba una loma de energía que parecía estar formada por una proyección de la superficie sonrosada. En la cresta de la elevación había un hueco en forma de cuna y en él se hallaba tendido un hombre dormido.Bruno reconoció a su primo y se deslizó rápidamente hacia él sobre la alfombra ondulante.—¡Hulen!El durmiente, un hombre recio y de semblante rubicundo y satisfecho, se agitó ligeramente, murmurando:—Dejadme en paz.La negrura se los tragó.Pero la luz volvió cuando Everardo se acercó a la base de la suave elevación.—¡Despierta, Hulen!El interpelado se volvió, abrió los ojos sin ver a nadie e inmediatamente se hundió de nuevo en las tinieblas.Esta vez fue Bruno quien alejó con el pensamiento la noche artificial con que se envolvía Hulen.—Le voy a cantar las cuarenta — rezongó Everardo, contemplando la cómoda eminencia que hacía las veces de lecho para Hulen. La elevación empezó a fundirse y disminuir de altura, bajando al propio tiempo sobre la alfombra rosada. El primo de Bruno quedó depositado sobre ella, tendido de costado.Por último Hulen se despertó, dio un bostezo, vio a Everardo y preguntó:—¿Traes mi ropaje nuevo?—Aun no estaba terminado. Lo traeré la próxima vez que salga.Hulen se sentó, rascándose la cabeza.—¿Qué tratas de conseguir, anciano? Te di dos bolas de energía para comer con el fin de que las ofrecieses a los habitantes del bosque a cambio de un ropaje nuevo, y vuelves con las manos vacías...—Te he traído una visita — le atajó Everardo, indicando a Bruno, que permanecía fuera del campo de visión de su primo.Hulen miró a su alrededor, frunciendo momentáneamente el ceño. Luego su semblante se iluminó con una sonrisa cuando reconoció a Bruno. Levantándose de un salto, puso ambas manos en los hombros del joven.—¡Nunca me hubiera imaginado que fueses capaz de venir! ¡Bienvenido a esta vida regalada!Bruno le devolvió el abrazo especial del clan Spruce.—No he venido aquí para entregarme a la buena vida — repuso escuetamente.—¡No! ¡No me digas que tú también eres de ésos!Hulen miró afligido a Everardo.—Lo es. Quiere hacerse amigo de las burbujas. Yo traté de quitárselo de la cabeza, pero...Everardo completó la frase con un gesto de resignación.Hulen dio un codazo a Bruno.—Pronto te quitaremos esas ideas. Espera a ver lo bien que se vive aquí. Conozco a un par de chicas de categoría... del clan Elm. Ya habrás conocido a otras de esa clase antes de ahora, ¿verdad?Bruno sonrió distraídamente mientras el codo de Hulen se le clavaba en las costillas.—Es muy buena idea — dijo Everardo —. Tú vigílale, Hulen. Es un patoso de nacimiento. Ha estado media docena de veces a punto de morir abrasado, desde que le encontré esta mañana.El anciano se deslizó a través de la pared para dirigirse hacia otra estructura de energía situada al otro lado. Y Bruno comprendió, al ver como se iba aquella figura cubierta de un amplio ropaje, que su mirada alcanzaba hasta el exterior del montículo por primera vez desde que entró en él. La superficie exterior del muro, como la interior, era evidentemente opaca mientras él no sintiese deseos de atravesarla con la mirada.CAPÍTULO III
Bruno y Hulen guardaron silencio, dominados por cierto embarazo, sin que ninguno de ambos supiese de momento qué decir.
—¿Cómo estáis todos? — se decidió finalmente a preguntar Hulen.—Muy bien —repuso Bruno, y pensó que podría añadir—: Estupendamente.—¿Todavía sigue siendo jefe el viejo Cedric?—Pues... yo diría que sí. Apenas se mueve desde que hace un par de años vino una esfera y casi lo dejó seco.—¿Qué pasó?—Encontró un viejo... creo que él lo llamaba un generador, con instrucciones para hacerlo funcionar. Con él encontró dos botellitas de cristal que al parecer tenían que encenderse.—¿Ah, sí?El tono de Hulen era zumbón, y contenía a duras penas la risa.—Pues consiguió ponerlo en marcha dándole a una manivela y durante una noche en su choza fue pleno día.—¿Y después?—La esfera llegó en uno de esos túneles verdes y, ¡Bum!, la choza saltó por los aires. Cuando aquello ocurrió. Cedric estaba fuera, pero a pesar de eso la explosión le chamuscó la barba y el cabello.Hulen rió hasta saltársele las lágrimas.—¡Es lo que hacen siempre! No pueden soportar nada que origine eso que llaman electricidad. Por eso hicieron pedazos todas las antiguas ciudades. Las ciudades de los hombres estaban llenas de cosas eléctricas.—Ahora. Cedric sufre ataques cuando alguien trata de desenterrar algo de las ruinas que existen por allí.—Lo comprendo perfectamente, y no hay por qué censurarle.Hulen miró hacia atrás y una sección de la alfombra rosada se levantó y empezó a crecer como una enorme seta Cuando alcanzó la altura necesaria y la rigidez suficiente, tomó asiento en ella, acomodándose a sus anchas. Luego señaló detrás de Bruno, y éste vio que surgía una seta parecida. Aquel asiento improvisado, según comprobó Bruno, era incluso más mullido de lo que parecía a primera vista.—Tienes que aprender a hacer esas cosas por ti mismo —le dijo Hulen, para añadir—: Ahora, en serio: en cuanto a eso de entrar en contacto con las burbujas... al principio yo también tuve la misma idea. Por eso dejé el clan y me vine aquí. Me proponía decirles: «Escuchad, esferas: somos seres dignos e inteligentes. No podéis apoderaros de la Tierra como si en toda ella no hubiese ni un gramo de materia gris.»—Y por lo visto, desististe de tu empeño cuando viste que no podías comunicarte con ella, ¿no es cierto?Hulen sonrió.—Tuve que sentar la cabeza, primo. ¿Es que puede haber algo mejor que esto?Con la mano extendida, abarcó todos los maravillosos efectos de la Ciudad de Energía. Por donde pasaba la mano, la superficie exterior de la pared que ésta señalaba se hacía transparente, mostrando en toda su magnificencia el incomparable panorama de la Ciudad y sus extraordinarios edificios.Bruno se puso en pie de un salto.—¿Qué es eso? — preguntó con ansiedad, señalando al exterior.Miles de revoloteantes cintas plateadas se extendían hacia lo alto, surgiendo de todas las estructuras inmateriales, como si pretendiesen alcanzar el sol de mediodía.Hulen se rió ante la alarma del muchacho pueblerino.—No te asustes. Observa.Las cintas parecían extraer algo de los rayos solares... gotitas de pura energía amarilla que se formaban a lo largo de las cintas y rodaban lentamente por ellas hasta hundirse en la substancia energética que formaban las construcciones. Las gotas se unían poco a poco, para formar bolas cada vez mayores que terminaban por hundirse en las paredes.Bruno limitó su visión, excluyendo de su campo visual la escena que se desarrollaba en el exterior, para dedicarse a seguir el camino que trazaban las bolas a través de los muros de su propio montículo. Sin dejar de aumentar de tamaño, éstas continuaron su progresión hasta quedar empotradas en la superficie interior de las paredes, asomando como protuberancias en las estancias de los seres terrestres.Una bola pasó flotando muy cerca de la cabeza de Bruno y éste se inclinó para esquivarla, Pero Hulen se limitó a reírse y la pescó en el aire. Tendiéndola a su primo, capturó otra para él.Bruno tomó cautelosamente en sus manos el brillante globo amarillo, notando vivamente una sensación intensa en las palmas de las manos y en los dedos. Era una sensación apaciguadora y agradable de plenitud y satisfacción, que ascendía por sus brazos y penetraba en sus hombros mientras la bola, del tamaño de una uva, empezaba a encogerse.Estupefacto, sostuvo la bolita con una mano y se llevó la otra a la cara, con gesto de incredulidad. Y donde sus dedos rozaron sus labios, percibió el sabor compuesto de todas las buenas cosas que había comido en su vida, de los mejores vinos del clan Grape que había bebido.—¿Qué son? — preguntó.—Bolas de energía para comer — explicó Hulen, amasando vigorosamente la bolita entre sus manos. Esta disminuía a ojos vistas. Por último, se llevó lo que quedaba a la boca —. No es necesario comerlas, pero así aún saben mejor.Bruno recordó que hasta aquel momento había tenido hambre y sed. En cambio, a la sazón experimentaba una gran sensación de bienestar.—Nuestra amiga doña Burbuja también va a por ellas — dijo Hulen, indicando con indiferencia a la esfera con un gesto del pulgar.Cuando Bruno levantó la mirada, la superficie interior de la pared se había hecho transparente y, en la estancia contigua, una esfera de seis metros de diámetro derivaba lentamente, absorbiendo todas las bolas de energía con las que entraba en contacto.La vista del enorme ser le recordó el propósito que le había llevado allí y se deslizó sobre la alfombra rosada en dirección a la estancia.Pero su primo Hulen corrió rápidamente a cerrarle el paso.—¿Adonde diablos vas?—Vine aquí para comunicarme con ellas. Lo mismo da ésta que otra para empezar.Hulen le rodeó los hombros con un brazo.—Has hecho un largo viaje y en poco tiempo has visto muchas cosas. ¿Por qué antes no descansas un poco?Una rosada eminencia se levantó del suelo, para formar una acogedora depresión en su cumbre. Bruno tuvo que reconocer que era una idea excelente. La verdad, se sentía cansado. Sin darle tiempo a pensarlo, una oleada de fuerza radiante se levantó a su espalda, le hizo ascender a la mullida rampa y lo depositó en aquel etéreo lecho.Le despertó el sonido de alegres voces. Apoyándose en un codo, Bruno se incorporó. Mirando hacia abajo, vio a Hulen sentado en una mesa que tenía forma de seta y que había surgido del suelo resplandeciente. Frente a él se sentaban dos muchachas, cuyas risas cristalinas resonaban en la cavidad del interior de los muros.Hulen miró hacia abajo y una sección de la alfombra de apariencia compacta se enrolló, descubriendo un pequeño compartimiento situado bajo la superficie del suelo y que contenía varias bolas de energía para comer. Tendiendo una a cada muchacha, levantó luego una tercera sobre su rostro, vuelto boca arriba, y la exprimió como una uva. Un líquido marrón se escurrió al interior de su boca abierta.Al ver a su primo, se levantó.—Baja —le dijo con gesto invitador—. Ven a hacemos compañía.Cuando vio que Bruno vacilaba, hizo que la eminencia que lo sostenía se hundiese rápidamente. El joven manoteaba con frenesí, viendo subir el suelo hacia él. La risa argentina de las muchachas se mezclaba con las carcajadas homéricas de Hulen.Tirando una de las bolas de comida a Bruno, dijo:—En tu vida has bebido una cosa tan buena. He pasado toda la tarde concentrándome para infundirle el gusto del clarete.Bruno levantó la bola, la exprimió y bebió el líquido que rezumaba. Era delicioso.Hulen se acercó a él y le dio unas palmadas en la espalda.—¿Ves lo que quería decir al hablar de la vida regalada?E hizo un guiño a las muchachas.Las dos eran rubias... característica general del clan Elm, según recordó Bruno. Ambas eran muy agraciadas, y su silueta se veía realzada por sus túnicas cortas y sin mangas y sus anchos y apretados cinturones. Tal vez algo metiditas en carnes, pero no lo bastante para que después de un par de meses en una aldea de la selva no adquiriesen una figura grácil y esbelta.—Bruno, te presento a Lea y Sal. Chicas, éste es mi primo Bruno. Será un ciudadano bastante aceptable tan pronto como se limpie la paja que aún lleva en el cabello.Ambas muchachas rieron complacidas. La risa de Sal, empero, era menos exuberante, no tan burlona y manifestaba algo más de simpatía que la de Lea. Además, Sal le miraba con una expresión de preocupado interés, que contrastaba con la expresión risueña y divertida de su compañera. Le fue inmediatamente más simpática y decidió sentarse a su lado. Este arreglo también pareció ser del agrado de Hulen. Saltaba a la vista que prefería a las chicas alegres, como Lea parecía ser.—Hulen dice que piensas entrar en contacto con las esferas — dijo Lea, con tono ligeramente irónico.Bruno se limitó a asentir.—No será nada fácil — observó Sal con seriedad.Hulen volvió a darle una palmada en el hombro.—Me ayudaréis a quitarle esas ideas de la cabeza, ¿verdad, chicas? Con unos cuantos días de buena vida, esto se le olvidará.Lea inclinó el busto sobre la mesa.—En tu vida lo habrás pasado mejor, gordi... — Al parecer iba a llamarle gordito, pero cambió de idea al observar sus brazos delgados y musculosos —. En tu vida lo habrás pasado mejor, chico.Bruno se dijo que «gordito» debía de ser sin duda una expresión muy adecuada para designar a un habitante de la Ciudad de Energía. La vida fácil, junto con la completa ausencia de esfuerzo, debía fomentar grandemente la producción de tejido adiposo.—No te precipites, Bruno — le dijo Sal, poniéndole la mano en el antebrazo —. Mantén los ojos abiertos y observa. Aprende todo lo que puedas antes de andar por tu cuenta. A las pocas semanas, ya sabrás lo bastante para saber qué es lo que te conviene.Además, aquella chica era muy joven, pensó Bruno..., mucho más joven que la otra muchacha del clan Elm. Tuvo la impresión de que no llevaba mucho tiempo en la Ciudad. Sus modales no eran tan desenvueltos como los de las personas que había conocido hasta entonces.—Ya cambiarás de opinión, primito —le prometió Hulen jovialmente—. Cuando terminemos de enseñarte lo hermosa que puede ser la vida, pedirás a Dios que nadie consiga entrar nunca en contacto con las esferas para obligarlas a volver de donde vinieron.Sal clavó su mirada en la superficie de la mesa rosada y una proyección de energía brotó de ella, para adquirir la forma de una copa. Ella exprimió la bola alimenticia sobre el recipiente, llenándola hasta el borde.Hulen echó de nuevo la cabeza hacia atrás y estrujó el resto de su bola, sacando de ella un último chorro de vino. Hizo que se enrollase la carpeta con una breve mirada, y sonrió al ver que el escondrijo estaba ya vacío totalmente, pues la última de las bolas fue para su primo.—Tendré que atrapar algunas más — dijo con disgusto.Precisamente Bruno estaba mirando entonces algunos de los áureos globos dorados. De una manera que le pareció muy curiosa, había conseguido que su vista penetrase en la estancia interior de la burbuja, en la que distinguió un racimo de bolas empotradas en la pared.—Voy a por ellas — dijo lleno de confianza, dejando que el suelo ondulante le hiciese atravesar la superficie interior de la pared y le transportase a la enorme estancia. Poniéndose de puntillas, trató de alcanzar las bolas alimenticias.Pero una silueta se zambulló por la pared y él se volvió a medias, a tiempo de ver el hombro de Sal que chocaba contra su estómago. El golpe le quitó la respiración, retrocedió tambaleándose por el compartimiento y se cayó mientras la alfombra se elevaba para amortiguar su caída.Sal, que también había perdido el equilibrio, cayó sobre él.—¡Es una trampa, Bruno! ¡No la toques!Hulen y Lea se hallaban también en la estancia.—Este chico está hecho un memo — dijo ella con desdén.—Ten cuidado, primo Bruno —le amonestó Hulen—, si quieres aprender la lección segunda para la supervivencia.Formando una bola rosada con el material del suelo, lo arrojó hacia el racimo de bolas alimenticias.Mientras la bolita se dirigía hacia el blanco, Bruno advirtió la diminuta mancha de radiación roja, casi oculta totalmente por los globos. La bola chocó contra la esferita inferior y el glóbulo carmesí oculto explotó con una llamarada cegadora que se extendió hasta la mitad de la estancia antes de extinguirse.—Bruno —le dijo Sal pacientemente, dejando que el suelo se hinchase bajo su espalda y la levantase hasta ponerla en pie—, tienes que tener más cuidado. Si andas por ahí tocándolo todo, no vivirás por mucho tiempo en la Ciudad.A Bruno le pareció que lo decía con algo más que un interés normal y corriente por su supervivencia. Sin embargo, le causaba embarazo verse objeto de censuras por parte de alguien del sexo opuesto.Se dispuso a levantarse e inmediatamente dos proyecciones de energía le ayudaron a incorporarse, introduciéndose como unas muletas bajo sus sobacos y elevándole ininterrumpidamente hasta que estuvo de pie. Con cierta cólera, apartó aquellas muletas y caminó por sus propios medios.CAPÍTULO IV
Aquel suceso, que podía haber terminado en desastre, no sólo les aguó la fiesta, sino que también hizo que se aplazase la visita nocturna a la Ciudad que, en palabras de Sal, hubiera «puesto de relieve» la maravillosa belleza de las luces de energía.
Aunque lo sucedido había hecho que se tambaleasen la determinación y la confianza de Bruno, a la mañana siguiente volvía a sentirse animado por el mismo propósito de entrar en comunicación con las esferas. Se disponía a pedir la opinión de su primo Hulen acerca del asunto, cuando Everardo entró deslizándose después de atravesar la pared como un alma en pena.—Buenos días, amigos —. El viejo se alisó los pliegues de la toga y miró a Bruno con aire irónico—. Acabo de enterarme de que ayer te salvaste por los pelos. ¿Es que todavía no has aprendido nada?Hulen soltó una carcajada.—Anoche aprendió una enormidad, ¿no es verdad, primito?Bruno apartó la mirada con desazón.—No te pongas así, hombre —le dijo Hulen, campechano—. A mí me ocurrió poco más o menos lo mismo cuando llegué aquí.—Eso es general — tuvo que admitir Everardo a regañadientes —. Pero esta vida vale esto y mucho más.Hulen hizo surgir tres escabeles del material energético que formaba el piso y tomó asiento frente a su pariente.—Atiende: voy a decirte algunas reglas primordiales: el material rosado, como el verde y el azul, es de toda confianza. Huye del rojo como de la peste; peligro de muerte. Lo de color violeta te dará una sacudida espantosa, pero por lo general no mata.—Ten cuidado también con lo de color naranja —añadió el anciano, metiendo una mano entre sus ropas—. Te propinará una sacudida terrible y...Con gesto muy gráfico, hizo ademán de rebanarse el pescuezo.Continuando la búsqueda que había iniciado entre sus ropas, sacó tres bolas alimenticias de un bolsillo interior y ofreció dos de ellas a sus amigos.—Como supuse que estaríais sin provisiones, me traje un poco de desayuno.Bruno masticó con avidez el brillante globo dorado, resuelto a que esta vez no se le fundiese entre las manos. Su sabor le recordó de manera extraña el de los huevos con tocino, las galletas calientes con mantequilla y una leche riquísima, todo mezclado. Luego notó cómo aquel sabor compuesto se esparcía por todo su cuerpo.A su pesar tuvo que admitir que, indudablemente, aquella era la vida ideal por muchos respectos. La temperatura era constante y siempre perfecta (se preguntó hasta qué punto el mando mental regulaba aquel bienestar) y la ropa nunca parecía ensuciarse. Media hora antes, Hulen le había demostrado como mediante una adecuada concentración la superficie exterior del montículo podía volverse fría como el hielo, y cómo podía conducirse al interior el agua que se condensaba sobre el mismo, haciéndola pasar por un canal adecuado.Ciertamente, era la mejor de las vidas, y el único ejercicio que requería eran las maniobras defensivas que había que hacer cuando se avecinaba una esfera. Y se dio cuenta de que las situaciones peligrosas que podían presentarse podían salvarse fácilmente, con un poco más de cautela de la que era moneda corriente en la selva.Bruno miró en torno, extendiendo su visión más allá de la superficie interior del muro. En la estancia contigua se hallaba una esfera. Se puso a observarla y vio como se deslizaba hacia un cubo de energía anaranjada. La esfera pareció sorber el color del objeto. Cuando sólo quedó de éste una forma gris, el enorme ser se apartó del cubo y flotó hacia el centro del compartimiento, deteniéndose junto a una fuente que lanzaba deslumbradoras chispas blancas. El color anaranjado que había pertenecido al cubo abandonó la superficie de la esfera para pasar a formar parte de la fuente.La finalidad de aquella operación —¿o sería un ritual?— resultaba incomprensible para Bruno. Vio que sería inútil que tratase de comprender lo que había presenciado.—Come — le ordenó Hulen, indicando lo que quedaba de la bola alimenticia en la palma de Bruno. — Te voy a decir el programa que tengo para hoy. Iremos a buscar a las chicas y te enseñaremos algunas de las mejores vistas de la Ciudad.Everardo suspiró.—No contéis conmigo.—¿Por qué no? — preguntó Bruno. Empezaba a sentir una simpatía irresistible por el ancianito, a pesar de su mordacidad.—Siempre evitamos que encuentren a más de cuatro de nosotros juntos, para que no se figuren que vamos a hacernos los amos de la Ciudad. Cuando creen que somos demasiados, hacen un exterminio.Bruno volvió a mirar a la esfera de la estancia contigua.—Ve tú con ellos, Everardo. Me quedaré yo.Hulen y el anciano cambiaron una mirada de desconcierto.—¿Por qué? — preguntaron al unísono.—Tengo trabajo. Tengo la sensación de estar perdiendo el tiempo.—¡Pero si aquí nadie hace nada! —se escandalizó Hulen—. Aquí todos vivimos a la bartola. No hay nada que hacer ni nada de qué preocuparse... si uno es prudente. Vamos, hombre: tranquilízate y disfruta de la vida.—Aquí no es necesario hacer ninguna clase de esfuerzo —añadió Everardo, ampliando la definición de aquella nueva y extraña filosofía existencial—. En toda la historia humana no ha existido una situación mejor. Acordémonos del estado de guerra permanente en que vivían las épocas de eclosión, por ejemplo...—Id vosotros, os digo —insistió Bruno— Yo tengo algo que hacer.—¡Pero Sal te está esperando! —dijo Hulen—. ¡Ha sido ella quien ha organizado la excursión!La maquinación se hizo aún más evidente, al menos en lo que concernía a Bruno. Por lo visto se trataba de una conspiración para distraerle y apartar su mente de aquella loca idea de comunicar con las esferas. Lo hacían todo por su bien, naturalmente. Pero él no necesitaba niñera.—Decid a Sal que la veré luego — dijo con terquedad.Everardo le miró de hito en hito con ojos cargados de sospechas.—¿Qué estás tramando?—Vine aquí para ver a las esferas. No veo razón para no llevar adelante esta idea. Y lo mismo da empezar aquí que en otro sitio.Y Bruno indicó a la esfera que se hallaba en la estancia contigua.Everardo enarcó una ceja.—¿Pero qué te propones con ello?—Descubrir algún medio de hablar con ellas... de decirles que nosotros también somos inteligentes.—¿No crees que si fuésemos inteligentes en su concepto, ellas ya lo habrían averiguado?—Tal vez ya saben que lo somos — apuntó Hulen.—No pueden saberlo —repuso Bruno— o de lo contrario nos respetarían.—¿Y cómo sabes que piensan? — preguntó Everardo.La conversación se había convertido en un animado debate, y Bruno se preguntó si sus amigos no le asaeteaban a preguntas con la sola intención de aturdirle Haciendo caso omiso de la última pregunta del anciano, dijo:—No creo que nos tratasen como alimañas si supiesen que somos una raza civilizada. No nos...—¿No son todos los seres civilizados, en su propio concepto? — le interrumpió Everardo.—Destruyeron todas nuestras ciudades prosiguió Bruno— porque eran nidos de fuerzas que se oponían a sus propios planes, o que resultaban perjudiciales para las propias esferas. Es lo mismo que cuando nosotros matamos a los mosquitos que nos molestan.Everardo frunció el ceño.—No lo veo así.—¿No ves que si alguna vez encontrásemos mosquitos inteligentes, mosquitos parlantes, no los destruiríamos? En lugar de ello, les diríamos que nos molesta que vengan zumbando a picarnos. Nosotros dictaríamos la ley... les impondríamos ciertas condiciones que tendrían que aceptar forzosamente, si no querían morir bajo nuestros golpes. Después, incluso podríamos prestarles nuestra ayuda.—¡Pero cómo quieres que entremos en contacto con las esferas! — estalló Hulen sin poderse contener. — ¿Acaso te darías cuenta tú de una hormiga que quisiese comunicar contigo desde el suelo?—Tal vez sí, si la hormiga hacía lo necesario para conseguirlo. Como ella sería quien querría establecer contacto, tendría que inventar los símbolos que permitiesen realizarlo.Everardo rió con sorna.—¿Y tú te propones buscar los símbolos que nos permitirán hablar con Doña Burbuja, no es eso?—He pensado que tal vez algunas de las formas geométricas con las que ellas están familiarizadas diesen el resultado apetecido.—Así, sí hay que creerte —dijo Hulen con una mueca de desdén— Doña Burbuja te verá haciendo extrañas combinaciones geométricas y entonces se sentará para escuchar respetuosamente lo que tengas que decirle. Permíteme que te pregunte una cosa: ¿Consideras a un loro inteligente por el hecho de saber imitar el lenguaje humano?Bruno se alzó con impaciencia.—De todos modos, pienso intentarlo.Dejó que el suelo ondulante le transportase rápidamente hacia la pared interior.Su primo se deslizó ante él para cerrarle el paso, impidiéndole alcanzar la estancia interior.Pero Everardo salió disparado y brotó una proyección de material energético para sujetar a Hulen por el brazo.—Déjale ir. Si está loco, tal vez un buen escarmiento le devolverá la cordura, si vive para contarlo. Bruno se detuvo para observar al enorme ser esférico, pero apenas tuvo tiempo. Cuando vio que su superficie se nublaba con una amenazadora condensación de centelleante energía amarillenta, saltó a un lado y dejó que la alfombra radiante le llevase varios metros más atrás. Efectuó el regate con el tiempo justo de evitar el primer rayo abrasador que le lanzó la esfera, y que desgarró la alfombra en el punto que la alcanzó.Sin dejar de torear a la esfera, utilizando sus propias fuerzas y con ayuda de la alfombra móvil de energía, concentró su mente en la erección de un montón de energía en el centro de la estancia y en las proximidades de la esfera. Otro rayo casi le alcanzó antes de que pudiese conseguir la concentración suficiente para modelar la materia energética, convirtiéndola en un tubo de poco más de un metro.Sin dejar de perseguirle, la esfera avanzó amenazadoramente, flotando como si fuese ingrávida. Pero Bruno, dando quites y regates, evitaba que la esfera pudiese colocarse en posición de lanzar un ataque eficaz. Entre tanto, no quitaba ojo de los demás objetos de la estancia, con el fin de no chocar con alguna parte de energía roja, violeta o anaranjada.Otro rayo de deslumbradora energía partió de la esfera, pero sin alcanzarle por un margen considerable. Después de aquella descarga, pensó Bruno, transcurrirían algunos segundos antes de que la esfera pudiese hacer acopio de energía para lanzar el siguiente rayo. Ello le permitió entregarse de nuevo a su tarea de construir símbolos de comunicación.Mirando de nuevo hacia el cubo que había formado, se concentró en una sección contigua del piso rosado. Como un geyser de movimiento lento, la alfombra de color pastel se elevó hacia arriba, asumiendo la forma de una voluminosa pelota. Bruno alisó su superficie e hizo desaparecer el delgado tallo. Ante su sorpresa, la masa ingrávida quedó flotando.Mientras la esfera se detenía ante aquellos dos objetos, Bruno se deslizó junto a los muros de la estancia, haciendo que la superficie ondulante le llevase hacia la izquierda, hacia adelante, atrás y a la derecha, en caprichosas evoluciones.La esfera lanzó otro ataque fallido, que arrancó la parte superior de la fuente de chispas plateadas y lanzó un chorro de aquel fulgurante material hacia la pared más lejana, contra la que se estrelló. Luego descendió por la superficie azul como un millar de estrellas que gravitasen sobre el fondo aterciopelado del espacio.Bruno maniobró hábilmente hacia el centro de la pieza, evitando con el mayor cuidado una cascada en miniatura de intensa radiación escarlata que brotaba de la nada. La catarata cambiaba de color al verterse sobre la alfombra rosada, con la que se confundía, para extenderse en ondas concéntricas. En el punto en que la energía carmesí se materializaba surgiendo de la nada, existía un enorme anillo de energía amarilla y un halo menor de resplandeciente substancia verde.Consagró de nuevo su atención a las dos formas geométricas que había construido y empezó a modelar una tercera... una pirámide. En esta obra, empero, introdujo una innovación. Mientras la formaba, pensó en un color distinto. Y cuando el matiz sonrosado desapareció de la forma, fue sustituido por un tinte dorado amarillento.Este objeto también lo dejó suspendido en el aire, mientras elevaba mentalmente el cubo del suelo, situándolo a la altura de la primera forma.De todo ello sacó la conclusión que no sólo la substancia energética podía hacerse cambiar de una clase de energía o color en otros, sino que también podía adquirir cualquier forma y desplazarse en todas las direcciones a la velocidad deseada.Bruno echó una rápida mirada a través de la pared y vio a Hulen moviendo la cabeza, mientras Everardo contemplaba la escena con un interés desdeñoso.La esfera que intentaba aniquilarle ya había vuelto a generar energía suficiente para otra descarga. Su superficie resplandecía con ondas de energía que chisporroteaba y despedía millares de chispas brillantes.Pero esta vez el ser extraterrestre no lanzó un rayo de fuerza destructora, sino dos. Bruno consiguió esquivar fácilmente el primero. Pero el segundo abatió toda su furia sobre las tres figuras geométricas que el joven había construido. Las tres se desintegraron, y por toda la estancia saltaron pedazos de la pirámide amarilla.La esfera reanudó su amenazadora progresión y Bruno se apartó con cuidado. Pero no vio el cilindro anaranjado hasta que casi estuvo encima de él. Mas ya era demasiado tarde, porque del cilindro brotaba un chorro de luz sólida. Cuando aquella pegajosa substancia se cerró en torno a su cuerpo, un dolor agudísimo se clavó como un puñal en su yo consciente, hasta que ante sus ojos cayó un telón de negrura.—¡Vamos, despierta, Bruno!La voz atronadora de Hulen, que resonaba en sus oídos, terminó por hacerle despertar. Estaba tendido en una elevación del suelo, en la morada de su primo.—¿Estás bien? — le preguntó Everardo. Bruno lanzó un gemido y dio media vuelta. Notaba un leve escozor en su brazo izquierdo, el que había estado más cerca del cilindro de energía anaranjada. Sus ropas estaban chamuscadas y notaba un olor de cabello quemado que parecía surgir de su cabeza.La substancia energética que tenía bajo la espalda le levantó con suavidad, hasta que se encontró sentado. Una mano solícita se materializó de la energía color pastel del montículo y palpó cuidadosamente su dolorido brazo.—Yo... yo... ¿Qué ha pasado? —Tropezaste con un sector de energía anaranjada —le explicó Everardo —. Ya te advertí que tuvieses cuidado con ella.—Doña Burbuja trató de clavarte otra vara cuando perdiste el sentido—añadió Hulen—. Pero te sacamos de allí a tiempo.Bruno miró hacia la estancia contigua. La esfera se había ido, y sólo se veía la catarata carmesí que surgía del aire entre los anillos amarillo y verde. En las paredes se veían aún pegados fragmentos de la pirámide, del cubo y la bola que había construido. Everardo rió con sorna.—Ahora que ya has establecido contacto con... las esferas, ¿querrás decirnos qué te dijeron?Hulen subrayó esta observación con grandes risotadas.Bruno consiguió sonreír débilmente. —Tal vez fue una idea un poco disparatada. ¿Pero visteis las tres formas que utilicé paro llamarle la atención?—¿Y que hay de particular en ellas? — preguntó Hulen.—Las hice flotar. Incluso cambié el color de la pirámide. —¿Ah, sí?Y Everardo enarcó una ceja, con expresión paciente e inquisitiva.—No he visto a nadie hacer esto con la substancia de energía.Hulen se encogió de hombros.—Bien, admitamos que tú hiciste algo distinto. ¿Y qué?—¿No ha pensado nunca nadie en estudiar ese material... y ver lo que se puede hacer con él?Sin poder contener su irritación, Everardo dijo:—Mira, hijo mío: nosotros sabemos muy bien lo que tenemos aquí, y nos conviene y nos va a las mil maravillas. Nadie siente el menor deseo de empezar a hacer experimentos para mejorar la situación existente. Sólo conseguiríamos, probablemente, enredar las cosas.Asintiendo gravemente, Hulen añadió con voz severa:—Everardo tiene razón. Deja de hacer experimentos estúpidos. Deja las cosas como están. Nosotros no tenemos ninguna queja de nada. ¿Entendido?Ambos interpretaron el pensativo silencio de Bruno como una señal tácita de aquiescencia, y adquirieron de nuevo su tono festivo y zumbón.Viendo las ropas chamuscadas de su primo, Hulen hizo que se descorriese una sección del piso y sacó otro traje.—Póntelo hasta que consigamos cambiar algunas bolas de comida con los habitantes del bosque.Bruno se puso de pie junto a la elevación en que había estado tendido. Más brazos rosados de los que hacían falta surgieron del montículo para ayudarle a ponerse las vestiduras nuevas.—¿Sigues deseando hablar con las esferas? — le preguntó Everardo.—Acabo de descubrir la razón de mi fracaso. —¿Ah, sí? — dijo Hulen, intrigado.—Fue una estupidez tratar de establecer contacto con una esfera cualquiera.—¿Qué te hace pensar eso? —inquirió Everardo—. ¿Qué te hace creer que no recibirías el mismo trato por parte de otras esferas?—Volvamos al ejemplo de la hormiga que se quiere comunicar. Tendría muy pocas probabilidades de éxito si intentase comunicarse con el primer ser humano que encontrase.—¿Por qué?Hulen se inclinó hacia adelante con interés.—Porque la casualidad podía hacer que se encontrase con una vieja parlanchina, por ejemplo, o con un niño de dos años, o quien sabe si con un borracho o un demente. ¿Cuáles serían sus probabilidades de éxito, queréis decirme? Pero si encontrase a alguien revestido de autoridad...—¡Bueno, ya está bien! —le atajó Everardo—. Que se vayan al cuerno las esferas.CAPÍTULO V
Bruno se daba perfecta cuenta de las posibilidades que encerraba aquel material energético que se dejaba modelar por el pensamiento humano y que se volvía opaco o transparente según sus deseos Sin embargo, se volvió de espaldas al enorme montículo y se puso a contemplar modestamente el claro cielo nocturno, que parecía esconderse ante el brillante despliegue de la refulgente energía que brotaba de todos los objetos inmateriales que formaban la Ciudad.
Hulen, menos paciente y por supuesto menos tímido, continuaba mirando hacia el montículo mientras llamaba con su vozarrón a Lea y a Sal, diciéndoles que se apresurasen, pues la visita nocturna a la Ciudad iba a comenzar.Una anciana asomó la cabeza por el muro de la «casa» contigua.—¡Callarse! ¡A ver si nos dejan dormir!Otra cabeza seguida de la parte superior del cuerpo asomó por el lado de un montículo próximo.—¡Silencio! ¿Qué es todo este alboroto?Hulen bajó la voz y formó bocina con las manos. Pero antes de que pudiese llamarlas de nuevo, las dos muchachas se deslizaron a través del muro radiante.—¿No hemos tardado nada, verdad? — dijo Sal con una tranquilidad pasmosa.Llevaba el cabello recogido en una doble trenza, enrollada en torno a la cabeza como una corona. Le prestaba un aspecto clásico que realzaba sus lindas facciones, y Bruno se apresuró a ofrecerle el brazo. Para su fuero interno, se dijo que se había equivocado al considerarla un poco rolliza. Ello le había ocurrido por compararla mentalmente con las escuálidas muchachas de su clan. Por un momento incluso se preguntó ansiosamente qué tal sería vivir de manera permanente en la Ciudad de Energía, para disfrutar de todos sus lujos y placeres en compañía de Sal.—¿Adonde iremos esta noche, chicos?La voz de contralto de Lea le arrancó a sus pensamientos.Sonriendo, Hulen se volvió hacia Bruno.—¿Oíste hablar alguna vez de un automóvil?Bruno trató de recordar lo aprendido en sus tiempos de escolar:—Un vehículo de cuatro ruedas que corre por sí mismo. Una vez vi los restos de uno.—Pues esta noche nos pasearemos en algo que le da ciento y raya — dijo Hulen frotándose las manos con aire de misterio —. Pero a pesar de todo, es un automóvil. Vas a ver.—¡Oh, qué divertido! — dijo Lea sin demasiado entusiasmo, dando la impresión de que no sería la primera vez que se daba un paseo de esta naturaleza.Hulen agitó los brazos y una sección de la superficie radiante empezó a responder a las emanaciones de su cerebro. Se formaron dos amplios asientos, uno detrás de otro, provistos de un anchuroso e inclinado respaldo.Hulen tendió una mano con ademán invitador e hizo que Bruno y Sal se acomodasen en el asiento trasero. El y Lea se sentaron en el delantero.—Yo conduciré — dijo, haciendo un guiño de complicidad a Bruno.Un parapeto que les llegaba a la altura del hombro les rodeó y Sal gritó con voz jubilosa:—¡Adelante!Lleno de curiosidad, Bruno vio cómo la materia energética de la parte delantera del vehículo ascendía por el parapeto delantero, descendía luego al piso del automóvil, para subir de nuevo y trasponer el asiento delantero. Luego hacía lo propio con el asiento trasero y terminaba desapareciendo por encima del parapeto posterior. Entre tanto, la forma de aquel vehículo sin ruedas —no el vehículo mismo— avanzaba velozmente, llevando consigo a sus ocupantes cada vez con mayor rapidez.El automóvil, se dijo Bruno, era como una ola que se extendía sobre la superficie de un estanque. Las moléculas del agua no avanzaban con ella; únicamente avanzaba la configuración de la ola. El, Hulen y las chicas formaban parte de la ola, y ésta los arrastraba, sin que les afectase lo más mínimo el flujo de energía que pasaba por debajo de sus cuerpos, sin que éstos lo notasen.El coche, bajo la dirección de Hulen, serpenteó entre interminables hileras de gigantescos montículos de energía, pasando junto a pilares, agujas y puentes centelleantes, hundiéndose como una flecha en túneles de resplandeciente luz verde, girando en torno a imponentes y magníficos edificios de extrañas formas geométricas y colores nunca vistos.De vez en cuando pasaban como una exhalación junto a una esfera o un grupo de ellas que se desplazaban por los anchurosos y lisos caminos que unían a los edificios de energía. En dos ocasiones, Hulen hizo describir círculos al automóvil en torno a uno de los seres extraterrestres y luego zigzagueó entre varios de ellos. Se atrajo un rayo de energía destructora de una esfera particularmente iracunda, pero el rayo cayó a más de treinta metros.—Aquí no hay el menor peligro —dijo, para tranquilizar a sus pasajeros—. A esta velocidad no podrían alcanzarnos nunca.Lea, que se hacía la asustada pero que en el fondo gozaba lo indecible, se acercó más a Hulen y le echó los brazos al cuello, mientras él reía como un niño que se burlase de las personas mayores.Sal se mantenía asida con fuerza al brazo de Bruno, y apoyaba la cabeza en su hombro para no caerse durante los vertiginosos virajes del vehículo.Para Bruno, aquella nueva experiencia era fascinante. El viento agitaba sus ropas y le despeinaba del modo más deportivo. La velocidad del coche era increíble... dos o tres veces superior a la mayor que él había alcanzado hasta entonces, a lomos del más rápido corcel del clan Spruce.—¿Qué te parece, primito? — le gritó Hulen satisfecho, tratando de dominar con su voz el aullido del viento —. No tenéis estas cosas en la selva ¿eh?Bruno trató de responder, pero bajo aquel vendaval sólo pudo dar una boqueada.—Esta sólo es una de las cosas que hacemos para divertimos —prosiguió Hulen, que se mostraba muy efusivo—. Desde luego, hace falta mucha práctica para llevar un automóvil, pero ya aprenderás.Sacó varias bolas alimenticias y las distribuyó entre sus acompañantes.—Para esta noche he preferido coñac. Probadlo y me diréis qué os parece.Como ya suponía Bruno, era exquisito. Pero prefirió encerrarse en sus pensamientos. Saltaba a la vista que era objeto de una intensa campaña para atraerle a su modo de vida, y por el momento no podía censurarles por ello. En muchos aspectos, la Ciudad de Energía era el Reino de Utopía para los que tenían la suerte de vivir en ella.Sal dejó su bola de licor en el asiento, a su lado, y se sujetó de nuevo a su brazo.—¿Qué hacías en el pueblo, Bruno?—Cultivábamos los campos. Vivía en las afueras, no muy lejos del mercado.—Es divertido cultivar la tierra, ¿verdad?—Era una vida que me gustaba, desde luego.Se preguntó por qué habría puesto el verbo en pasado.—Aquí no se puede ver la tierra, a menos que se quite antes toda la materia rosada. Y entonces sólo se ven rocas.—¿No te gusta vivir aquí?Bruno observó el rostro de la joven, brillantemente iluminado por la intensa luminosidad que brotaba de los edificios de energía.La mirada de Sal, empero, estaba perdida en la lejanía.—Claro que me gusta. Es una vida fácil. ¿Qué más se puede pedir?Pero su tono no era demasiado convincente.—He hecho muchos amigos —prosiguió la muchacha—. Me parece que no tardaré mucho en poner un montículo y formar una familia.—¿Con uno de estos amigos que has mencionado?—No es necesario que sea con uno de ellos.El coche se echó bruscamente hacia atrás y las largas piernas de Bruno perdieron el contacto con el piso, como si se hallase en estado de ingravidez. Extendió frenéticamente los brazos y se agarró al asiento delantero, para no salir despedido por detrás. Sal abrió la boca y se debatió durante unos segundos, sujetándose a él llena de pánico y tratando al propio tiempo de bajarse la falda.Entonces Bruno advirtió que el color de la energía que surgía de la superficie delantera y se elevaba para adquirir la forma del veloz automóvil ya no era de un color rosado como hasta entonces, sino azul pálido.Después de asegurarse con una mano y rodear los hombros de la joven en un abrazo protector con la otra, miró a su alrededor. Escalaban la empinada cara de un enorme pilón que se encumbraba por encima de los restantes edificios de la Ciudad. Se elevaba a tal altura sobre las otras estructuras, que su punta se hubiera perdido en las tinieblas nocturnas, de no haber poseído un suave resplandor propio.Pasaron a gran velocidad junto a una gran fuente de energía verde que brotaba de un costado de la estructura y enviaba raudales de energía verde pendiente abajo. Los chorros de energía despedían chispas cegadoras de color esmeralda.Hulen se volvió hacia su maravillado primo y le dijo sonriente:—Vamos hasta la cumbre... ¡Ya hemos llegado!El coche recuperó bruscamente la posición horizontal y se detuvo en una pequeña superficie plana que coronaba la cumbre del pilón. Bruno, que se había soltado con excesiva precipitación y sin prever el frenazo, saltó volando por encima del asiento delantero y giró por los aires, cayendo por el borde opuesto de la estructura.Pero instantáneamente surgió un brazo de energía azul por el lado de la construcción y le rodeó por la cintura mientras él iniciaba la terrible caída por la pendiente. Levantándolo con suavidad, lo devolvió a la cumbre y lo sentó junto a Hulen y las muchachas.Como un pedazo de hielo que se fundiese con rapidez, la forma del automóvil se hundió y desapareció en la cumbre del pilón. En su lugar, Hulen hizo surgir una mesa y sillas y extendió varias bolas de licor frente a ellos. Las esferitas lucían como manzanas de oro y su brillo se mezclaba bellamente con el color pastel de la mesa.Una fresca brisa cayó del cielo tachonado de estrellas y acarició el borde del pilón, para descender como una cascada sobre las estructuras menores de la ciudad de luz iridiscente.Bruno paseó su mirada por las crestas y colinas irregulares, los cubos y las fuentes, los túneles serpentinos, las pirámides y cilindros truncados de resplandeciente energía. Más allá —más lejos del magnífico despliegue de luces metropolitanas— se extendía la oscura y tétrica llanura. Allí comenzaba otro mundo.—¿Sigues pensando que la vida de la selva vale la pena? — le dijo Hulen, irónico.—No puede compararse con esta —reconoció Bruno—. Nunca creí que nada pudiese ser tan... lujoso.Según había oído decir, las ciudades humanas habían presentado arrogantes y resplandecientes escudos de luz al cielo nocturno. Pero bajo aquellas luces había estado la materia sólida que las producía. Debajo de éstas sólo había más luz... y una terrible materia energetizada, plástica y maleable bajo el influjo del pensamiento.—Esta es una ciudad de segundo orden —dijo Lea con indiferencia—. Conozco a uno que fue a través de un túnel verde a visitar una de las otras Ciudades de Energía. Es diez veces mayor que esta.—¿Dónde está? — preguntó Sal, interesada.—¿Conoces el Mississippí?—Lo di en la escuela.—Pues no está lejos de la desembocadura de ese río, y tiene...Bruno, cuyos ojos se iban acostumbrando a aquel espléndido espectáculo luminoso, dejó de interesarse por la conversación y contempló la Ciudad detenidamente. Por fin consiguió distinguir algunos seres humanos.Otro grupo de cuatro personas se hallaba en lo alto de una pirámide truncada, a alguna distancia de ellos en dirección al sur. Más cerca, a su izquierda, dos hombres y una joven habían construido una mesa sobre un voluminoso tubo plateado. Tres grupos de cuatro personas, separados por intervalos de unos cien metros, se deslizaban por un tobogán por el interior de un tubo vacío que descendía en espiral en torno a la base de un brillante obelisco gris. Más abajo, cerca del pie del propio pilón en que se hallaban, flotaba una gran nube de energía rosada. Cómodamente tendidos sobre ella como sobre una mullida alfombra, se hallaban una pareja y dos niños.Se veían muy pocas esferas. Y en su mayor parte, limitaban sus movimientos a la superficie del suelo o a las cascadas curvas de luz verde. No parecían hacer el menor caso de los seres humanos.—¿Qué es este edificio sobre el cual nos hallamos? — preguntó Bruno.Hulen sonrió.—Llamémosle su Ayuntamiento, si te parece. Apartó la mirada y luego clavó de nuevo su vista en Bruno con una expresión de sospecha en ella.—Supongo que no pensarás aún en esa estúpida idea de establecer contacto con la esfera principal, ¿eh?En realidad, Bruno no pensaba en ello. Hacía un momento sí lo había pensado, pero a la sazón su mirada era atraída por una gran cascada de energía radiante que dominaba a la Ciudad al sur del pilón central.Brotando de la negrura nocturna, la catarata carmesí parecía renovar la substancia inmaterial de las estructuras de energía, fluyendo por el interior de los tubos verdes y de la superficie rosada, cuyo color asumía, e infundiendo nuevo fluido en los montículos azules, los cubos plateados y los cilindros anaranjados.Era como si la mismísima esencia de la Ciudad extraterrestre brotase de la nada, vertiéndose desde una fuente inagotable situada en otro mundo, en otro universo. Y aquel punto de entrada estaba rodeado por un enorme anillo amarillento y un anillo verde más pequeño situado en el interior del primero, en el punto donde brotaba la catarata.Era la misma disposición que había visto en la estancia más recóndita del montículo cuando trató de establecer comunicación con la esfera. Y en aquel momento, mientras observaba la Ciudad, reparó en la presencia de las cascadas carmesíes más pequeñas, dominadas cada una de ellas por el juego de anillos verdes y amarillos que parecían suspendidos en el aire.—Te he preguntado —repitió Hulen— si has abandonado tu idea de entrar en contacto con las esferas.Sal también parecía estar pendiente de la respuesta de Bruno y no apartaba los ojos de su cara.Con expresión ausente, Bruno contestó:—Para eso he venido aquí.Pero entretanto su mirada vagaba más allá de la mesa, para concentrarse en la energía que formaba el material de la superficie del pilón. Mentalmente, ordenó que se formase una delgada proyección de aquella pálida substancia azul, la desprendió y le hizo asumir forma de anillo, cambiando su color en un amarillo claro.—Desde luego, este chico es terco — observó Lea, torciendo el gesto, y apoyando el mentón en una proyección de energía azul que adquirió la forma de una mano solícita, brotada como por ensalmo de la superficie de la «mesa».—Es un verdadero cruzado —asintió Hulen, con mucha sorna—. ¿Por qué no dejas de pensar en eso de una vez, primito?Bruno hizo que el anillo amarillo se colocase en posición horizontal, inmovilizándolo a varios metros sobre el pilón y a cierta distancia de la mesa. Luego hizo surgir otra proyección de la superficie plana y le dio la forma de un círculo verde de menor diámetro.—Sigo considerando una buena idea cualquier intento de comunicar con estos seres — dijo, tratando de que la conversación no languideciese para que nadie se diese cuenta de sus maniobras.—¡Te he dicho que no pienses más en ello! — rezongó Hulen, ya enojado.Bruno hizo flotar el pequeño anillo hacia el mayor.—Si la construcción sobre la que nos hallamos es la sede de su gobierno, podríamos hacer una demostración muy espectacular. Por ejemplo, podríamos formar una manifestación y organizar una marcha...—No pueden reunirse más de cuatro personas — le recordó Sal con voz tranquila, pero como si lamentase la existencia de dicha prohibición, que impedía poner en práctica el plan propuesto por Bruno.Cuando tuvo el anillo más pequeño cerca del mayor, se detuvo, temiendo de pronto que su experimento diese malos resultados. Miró de reojo a sus compañeros. Ninguno de ellos parecía darse cuenta de lo que se traía entre manos.—Podríamos transgredir esa regla de cuatro personas, en aras a algo tan importante como es entrar en contacto con las esferas — dijo, para distraer su atención.Hulen contrajo los labios, exasperado, mostrando sus dientes blanquísimos. Una tosca mano de energía brotó de la mesa, asió a Bruno por una manga y lo sacudió violentamente.—¿No te dije que miles de personas lo probaron todo durante cientos de años? — vociferó Hulen, que ya empezaba a perder los estribos.Y una docena de boquitas se formaron en la superficie de la mesa, y cada par de labios azules repetía en silencio esta frase.Lea cruzó los brazos con disgusto.—¡Valiente pelmazo nos ha resultado el niño!—No estoy de acuerdo — dijo Sal.—¡Bien, dale la razón! —gritó Lea—. ¡Me parece que tú también tienes el pelo lleno de paja!Hulen se levantó, conciliador, y la mano de energía que había sujetado a Bruno por la manga, se hundió en la mesa.—Vamos, vamos, chicos, que esta noche hemos salido para divertirnos.Al no tener que intervenir, de momento, en la conversación, Bruno se concentró de nuevo en los anillos de energía inmóvil. Hizo que el pequeño continuase desplazándose hacia el grande.Lea se había puesto de pie con arrogancia, y apostrofaba a Hulen con los brazos en jarras.—¡Vaya una noche tan divertida que vamos a pasar en la Ciudad con este latoso! ¿Quieres decirme qué se propone?—Sea lo que sea —intervino Sal— al menos su propósito es bueno y sincero.—Ya. Por lo visto, tú estás de acuerdo con él.—¿Y qué si lo estoy? — repuso Sal, retadora.—¡Pues por mí, puedes quedarte con ese chiflado! Todos nos quedaremos muy tranquilos. ¡Entonces, que haga lo que le venga en gana!Precisamente entonces Bruno consiguió centrar el anillo verde encima del amarillo. Haciéndolo descender lentamente, y con el mayor cuidado, terminó por encajarlo perfectamente en su interior.Hubo como un gran estallido carmesí, y oleada tras oleada de energía pura brotaron a raudales de la boca formada por el doble halo.Lea y Sal chillaron v dieron un salto hacia atrás, corriendo sobre una cresta de energía azul del pilón hasta EL borde opuesto de la plataforma. Hulen se abalanzó sobre Bruno, lo agarró del brazo y lo arrastró a lugar seguro.—No es nada —dijo Bruno, muy tranquilo—. Lo hice yo. Primero hice los anillos y...Hulen y Lea parecía que quisiesen pegarle.—¿Estás loco? —le preguntó Lea—. ¿Dices que tú lo hiciste?Su voz era vehemente y teñida de escepticismo.—¿Con que nuevos experimentos, eh? — dijo Hulen.Bruno separó los anillos y la catarata cesó.—¡Esto es justamente lo que nos faltaba! —dijo Lea—. Yo me voy a casa. Hulen, te hago responsable de la seguridad de mi regreso. De lo contrario, te quedarás aquí... ¡con ése!Docenas de dedos brotaron de la substancia azul del pilón, para señalar acusadoramente a Bruno. Después Lea se arrojó por el borde de la plataforma y descendió vertiginosamente por la empinada pendiente.Hulen se recogió las ropas y saltó tras ella, diciendo antes de desaparecer:—Nos veremos luego. Procura que no se meta en más líos, Sal.Bruno observó como la pareja descendía vertiginosamente por la ladera. Cuando faltaba poco para que llegasen abajo, se alzó ante ellos una ola de energía, que fue frenando su rapidísima caída.CAPÍTULO VI
Sal caminó hasta el borde y su mirada absorta se perdió sobre la Ciudad.
—¿Por qué tenías que echar la noche a perder, iniciando esos experimentos con la energía roja? — preguntó a Bruno en son de reproche.Recordando el par de anillos, él miró el lugar donde habían quedado y, con sólo desearlo, los arrojó lejos... por encima de la Ciudad, más allá de la muralla de energía exterior, hasta que se perdieron en la tétrica noche que cubría la llanura. Miró a los débiles puntitos luminosos hasta que se esfumaron en el horizonte.—Creía tenerte a mi lado, Sal. Tuve la impresión de que tú querías verme entrar en contacto con las esferas, y que tal vez te gustaría saber cómo funciona esa misteriosa energía.—¿Pero no comprendes que esto es imposible? —dijo ella, volviéndose de pronto hacia él—. La verdad es que nadie puede entrar en contacto con las esferas.El fingió admitirlo.—De acuerdo. Pero nada nos impide averiguar lo que podamos acerca de la energía.Sal, turbada, se llevó los nudillos a los labios.—No sé... Estoy confusa. Tal vez deberíamos darnos por satisfechos con lo que tenemos, sin pedir más a una vida que es casi perfecta.—Pero las cosas no son perfectas —replicó Bruno—. No podemos llamar perfecto a un estado de cosas que permite que tú, yo y otras personas gocemos de la consideración de sabandijas. Tampoco mientras existan personas como Hulen y Lea, que se sienten satisfechas con ese papel.Ella prefirió no manifestar con palabras su incertidumbre.—Esa energía roja es interesante —dijo él, expresando en voz alta sus pensamientos— Para obtenerla, basta con formar un par de anillos... utilizando como material cualquier substancia energética.—¿Pero qué utilidad tiene esa energía tan mortífera?—No hay duda de que es la energía fundamental de la Ciudad, de la que provienen todas las otras clases de energía.Sal mostraba un interés mayor.—¿Pero de dónde proviene?—Everardo dice que las esferas vienen probablemente de otro universo. Vete a saber si la energía roja no es lo que separa ambos universos... una especie de capa divisoria. Y al juntar los dos anillos, se abre una puerta para que salga esa energía a raudales.—¿Y por qué precisamente tienen que ser esos dos anillos, y no otros?Bruno rió de buena gana.—¡Cómo voy a saberlo! Pero lo importante es que ese conocimiento no nos es necesario. Vamos a suponer que existe una rata superinteligente, que aprender a encender fuego frotando dos palos. Nada le impediría encenderlo, aunque ignorase el por qué. ¿No te parece?Un timbre de alarma sonó en las profundidades de la conciencia de Bruno. Luego advirtió el cambio experimentado por el azul resplandor que teñía las facciones de la joven, y al que ahora se mezclaba un débil tinte amarillento. Instintivamente, la derribó al suelo, y él se echó a su lado. Del pilón surgieron un par de brazos solícitos que acogieron amorosamente su caída y los rodearon con ademán protector, como una madre que apretase bien fuerte a sus hijos contra el pecho.El rayo de energía destructora chisporroteó a pocos centímetros sobre sus cabezas, perdiéndose en el vacío aire nocturno.Ambos vieron a la esfera que había surgido por una abertura del pilón. Su superficie amarillenta se nublaba con un débil matiz blanco-violáceo, mientras generaba energía para lanzar un nuevo rayo contra ellos.Bruñó empujó a la joven, haciéndola caer por el borde del talud, y saltó tras ella. Ambos rodaron juntos por la pendiente. Cerca del suelo, Bruno hizo surgir poco a poco una ola de energía frente a ellos, con objeto de frenar su descenso. Hizo la ola más alta, y por último terminaron de detenerse en el nivel inferior de la ciudad.—¿Estás bien? — preguntó a Sal.Ella se levantó, tambaleándose. Tres manos surgieron del suelo de energía para sostenerla.—No tengo nada roto —dijo, tratando de sonreír—. ¡Vaya, estás aprendiendo muy deprisa! Y muchas gracias. Por poco nos...Perdiendo su compostura, dio rienda suelta a su emoción, después de aquellos instantes de peligro.Hundiendo su rostro en el pecho del joven, rompió en sollozos.Un brazo de energía excesivamente solícito surgió del suelo para ofrecerle un apoyo innecesario. Bruno lo apartó con enojo.—¡La vida aquí es horrible, Bruno! — dijo la joven, llorando amargamente —. Parece fácil y lujosa... ¡Pero la muerte nos acecha a cada instante!—Lo sé, lo sé. Vamos, regresemos a casa.Bruno descubrió muy a pesar suyo que era incapaz de imitar a Hulen y crear un automóvil de energía. Al no poder hacerlo, acompañó a Sal a su casa en un sencillo engendro parecido a un tobogán. Funcionó casi tan bien como el automóvil, con la sola diferencia de que cuando faltaba poco para llegar, fue incapaz de seguir gobernando el borde inclinado. Al inclinarse bruscamente hacia atrás, la curva delantera tiró a ambos jóvenes del rudimentario trineo de energía. La forma de apearse resultó muy poco ceremoniosa.Después de despedirse de Sal, la cual desapareció en su montículo, Bruno dio media vuelta muy a pesar suyo y enderezó sus pasos a casa de Hulen. Pero antes de que pudiese dar un par de pasos, se formó bajo su calcañar la inevitable ola de energía rosada, que empezó a transportarlo sin esfuerzo hacia su destino.Sin ofrecer resistencia, dejó que la alfombra ondulante le llevase mientras su espíritu se debatía entre dudas y vacilaciones.¡Por supuesto, su principal propósito era el de entrar en contacto con las esferas! Ese era el único motivo que le había llevado a la Ciudad. Pero tenía el presentimiento de que algo había surgido que le apartaría de este propósito. Aunque tal vez su incertidumbre fuese sencillamente una reacción ante la irrazonable e inesperada oposición que había encontrado.El, Bruno del clan Spruce, irrumpiría en la Ciudad y se limitaría a anunciar a los cuatro vientos su intención de establecer el primer contacto del hombre con las esferas. A consecuencia de tal declaración, los habitantes de la Ciudad sembrarían su camino con pétalos de rosa y le vitorearían como a un héroe y a un libertador. Luego, cuando su misión hubiese concluido, lo pasearían en hombros en una marcha triunfal hasta donde habitaba su clan, entre cánticos de libertad e himnos de alabanza al hombre que les había librado de su yugo.¡Qué iluso había sido! Su propia ingenuidad le hizo sonreír... lo mismo que su incapacidad de comprender que los habitantes de la Ciudad pudiesen sentirse molestos por su intromisión.Al levantar la mirada hacia los montículos resplandecientes y las altivas construcciones de energía que se destacaban brillantemente sobre el cielo de la noche, Bruno experimentó una súbita depresión. Como en respuesta a aquella vaga sensación de fatiga y desilusión, la ola que le empujaba se detuvo y la alfombra omnipresente se levantó frente a él, para formar rápidamente un cómodo butacón sobre uno de cuyos gruesos brazos surgían un jarro y una copa de bellas formas.En cuestión de segundos, la superficie del jarro pareció cubrirse de escarcha, revelando la existencia en su interior de un agua helada que condensaba la humedad exterior sobre las paredes del jarro. Del otro brazo del butacón surgió una mano esbelta que le tomó del codo, para atraerle hacia aquel tentador descanso.Bruno apartó aquella mano solícita y asestó un furioso puntapié al butacón. Aquella imagen de la comodidad se fundió, hundiéndose tristemente en la alfombra rosada y amorfa.Este era el problema, se dijo de pronto. Toda la Ciudad entera se le ofrecía tentadora, con sus lujos y placeres, tratando de cautivarle como había cautivado a Hulen, Everardo y Lea.Pero también comprendió, mientras su encono disminuía, que la Ciudad no era un ser viviente... y que todo cuanto hacía por complacerle no era más que una manifestación impersonal, una peculiar reacción de aquel material de energía ante la presión ejercida por sus deseos, conscientes o inconscientes.Y si Hulen y todos los que eran como él se habían dejado cautivar, la culpa no era de la Ciudad sino de su propio deseo insaciable de placeres. El se hallaba resuelto a no sucumbir tan fácilmente como ellos.Continuó avanzando y nuevamente la capa de energía formó una ola impulsora. Rechazando su ofrecimiento, pisó con energía sobre aquella muelle alfombra ondulante.Hasta allá donde alcanzaba su vista, del suelo surgieron millares de groseras piernas, terminadas en botas claveteadas, que pisoteaban iracundas, en simpatía con su acción vengadora y ascética.Bruno, que de pronto se dio cuenta de lo cómico de la situación, se inclinó hacia atrás, riendo a mandíbula batiente. Todas las piernas extendidas, se hundieron de nuevo en la masa de donde habían surgido, mientras docenas de caras sin facciones y provistas únicamente de unos gruesos labios y unos hinchados carrillos, se materializaban en su lugar, para reír, como él, desaforadamente.Avanzando con resolución y utilizando únicamente sus propias fuerzas, el joven dobló la esquina formada por la pared saliente de un montículo y casi chocó de bruces con una esfera que acababa de salir de la estructura azul.Antes de que pudiera reponerse de su sorpresa, el monstruoso ser le lanzó un rayo abrasador que cayó tan cerca, que le chamuscó la ropa.Saltó a un lado, recriminándose por haberse dejado pillar desprevenido. Mientras seguía maniobrando a la defensiva, dominado por su cólera, empezó a formar, sin darse cuenta, un anillo amarillo y otro verde con ayuda de la substancia energética.Mientras esquivaba otro ataque, encajó precipitadamente a un anillo dentro del otro. Cuando del centro de ambos brotó un chorro de energía roja, lo asestó mentalmente contra la esfera, dándole la forma de una lanza cegadora.La esfera estaba dedicada a la tarea de acumular nueva energía para lanzar otra descarga. Mas el impacto del chorro carmesí la hizo tambalear visiblemente y la energía amarillenta de su superficie se disipó en una lluvia de chispas inofensivas.La esfera retrocedió apresuradamente, chocó con el montículo del que había surgido, rebotó y huyó como alma que lleva el diablo.CAPÍTULO VII
Volviéndose a medias, Bruno se despertó con la sensación vaga de que alguien le observaba atentamente. Incorporándose sobre el codo, descubrió que el tosco lecho de energía que se había construido la noche antes, se había metamorfoseado en una réplica exacta de su cama del pueblo. La cabecera de madera de abeto tenía colores que parecían auténticos e incluso las fibras leñosas parecían verdaderas. El material de energía rosada sobre el que se hallaba tendido había adquirido el color blanco de una sábana.
Everardo y Hulen, de pie junto al lecho, le contemplaban con expresión grave.El anciano se pasó un dedo por la barbilla, en un gesto abstraído.—Hulen me ha dicho que sigues pensando en hacerte amigo de las burbujas.A decir verdad, Bruno seguía abrigando dudas acerca de la efectividad de poner en práctica su plan de establecer contacto con las esferas. ¿Serían capaces aquellos seres de reconocer la existencia de la inteligencia humana y retirarse, dejando que los hombres viviesen en su propio mundo como lo habían hecho antaño? ¿Recibirían ayuda y cooperación de las esferas? ¿O el resultado de aquel intento sería algo terrible... algo que ni siquiera podía imaginar? Mas al ver la actitud de aquellos dos hombres, se decidió.Pasando ambas piernas sobre el borde de la cama, se sentó.—Sí, creo que voy a probarlo otra vez. Tal vez ahora consiga hacerlo en el lugar y momento adecuados.Del suelo brotaron dos brazos serviciales, que buscaron sus sandalias y se las calzaron. Hulen y Everardo contemplaban la escena, ocultando a duras penas su impaciencia.Finalmente, Hulen habló con determinación:—Tú no entrarás en contacto con las esferas.—¡Vamos, hijo mío! —exclamó Everardo—. ¿Quieres desencadenar un nuevo exterminio?—¿Has presenciado alguno de ellos? —prosiguió Hulen—. Las mujeres cogen a sus hijos y huyen para salvar sus vidas. Personas ancianas como Everardo tratan de ponerse a salvo, sin conseguirlo. La gente huye en tropel de la Ciudad.Bruno se levantó y de la cabecera surgió una mano, que se puso a alisarle las ropas.—Tal vez encontremos ayuda entre las esferas, cuando sepan...—¡No digas necedades! —rezongó Hulen—. ¡Lo único que les interesa es exterminarnos, como si fuésemos alimañas!—Tal vez cambien de idea si saben que no lo somos. Además, ten en cuenta que por cada persona que se da buena vida en la Ciudad, hay millares que subsisten penosamente en la selva. ¿Por qué sólo nosotros tenemos derecho a la buena vida?Hulen se irguió, indignado.—¡Porque nosotros nos jugamos la vida todos los días con las esferas y la energía roja!—Es posible, pero aun así la cuestión principal es la de que los habitantes de la selva están condenados a una vida dura y penosa porque las esferas son dueñas del mundo. Y no creo que éstas sospechen siquiera el mal que nos han causado. Por ello creo que nada se perdería en tratar de hallar un medio de comunicación. En cambio, se puede ganar muchísimo.Everardo movió la cabeza con disgusto.—Te equivocas de medio a medio, hijo mío. Al hostigarlas, harás que se aperciban de nuestra presencia. El resultado inmediato de ello será una nueva exterminación. Morirán muchas personas... pues hace años que no se produce una represión en gran escala. Y transcurrirán meses antes de que los supervivientes puedan volver a la ciudad.Hulen colocó una mano con gesto protector sobre el hombro de su primo Bruno.—Nuestras leyes no están escritas, Bruno, pero no por ello hay que dejar de acatarlas. Estas leyes dicen: no hagas nada que pueda delatar tu presencia; mantente oculto; si tienes que salir de tu escondrijo, no formes grupos; no pasees en lugares abiertos, si puedes evitarlo.Dominado por sentimientos contradictorios, Bruno examinó la palma de sus manos. Otras dos manos brotaron del suelo, para ofrecerse inmediatamente a su inspección.—¿Has cambiado de idea? — le preguntó Everardo sin poder ocultar su ansiedad.Aunque hubiese cambiado de idea, ello no se hubiera debido a los argumentos que le habían presentado. Además, la idea de entrar en contacto con las esferas le había dominado desde los tiempos más antiguos que podía recordar.Esperando su respuesta, Hulen dijo:—Aquí no tenemos tribunales, pero los hombres solemos tomarnos la justicia por nuestra mano cuando es necesario. ¿Y si lo hiciésemos ahora?—No.Everardo y Hulen cambiaron torvas miradas.—Anoche te observamos —dijo Hulen—. ¿Quieres saber una cosa? Estás adquiriendo un extraño dominio sobre el material de energía. Esta cama, por ejemplo...—Es una forma de dominio subconsciente —añadió Everardo—. Peligrosísima.—¿Por qué?—Porque puedes dejarte dominar por tus emociones, en un momento de excitación. Podrías obligar a la energía a que fabricase objetos contundentes para agredir a los demás.—Hará cosa de quince o veinte años, tuvimos aquí a otro sujeto que poseía esa misma facultad —refirió Hulen—. Terminó matando a los que le eran antipáticos sin darse cuenta de lo que hacía. Se dejó dominar por el subconsciente. Encontraron a dos infelices estrangulados por manos de energía.Everardo pareció sumirse en sus recuerdos.—Efectivamente: pero antes de esto, convirtió la vida aquí en un verdadero infierno con sus pesadillas. Los monstruos que soñaba adquirían consistencia real... eran de energía, desde luego, pero hubieras tenido que verlos...—¿Adonde queréis ir a parar?—Anoche celebramos una reunión... después de verte hacer aquel numerito de los anillos frente al montículo de las muchachas —le dijo Hulen—. Por unanimidad, acordamos que sería demasiado peligroso para ti continuar viviendo en la Ciudad.Y Everardo concluyó:—A consecuencia de ello, se acordó también darte de plazo hasta hoy por la noche para abandonarla.Por lo que se refería a Bruno, el asunto quedaba definitivamente resuelto. Pero no como ellos suponían. El joven era lo suficientemente obstinado como para reaccionar de manera totalmente contraria. No se dejaba intimidar por amenazas. Y si el gran pilón que habían visitado la noche anterior albergaba el gobierno de la Ciudad, tendría tiempo más que suficiente para intentar otro contacto antes de que el plazo concedido tocase a su término.El aspecto decidido con que se deslizó a través del muro del montículo debiera haber advertido a Hulen y Everardo acerca de sus verdaderos propósitos.Realzada por el brillante sol estival, la deslumbradora extensión de edificios de energía despedía un intenso fulgor que obligó al joven a protegerse los ojos con la mano, mientras se dirigía a la morada de Sal. Mas al dar la vuelta al próximo montículo, vio a la joven deslizándose hacia él con la ansiedad pintada en el rostro.—¡Bruno! —dijo, tomándole el brazo—. Anoche celebraron una reunión y...—Lo sé todo. Decidieron expulsarme de la Ciudad.—No lo sabes todo. Asistió a ella una delegación del otro lado de la Ciudad. ¡Durante el camino de regreso, unas esferas descubrieron al grupo!El miró de soslayo al sol ardoroso y se secó el sudor que le bañaba la frente.—Supongo que eso quiere decir...Pero Sal contuvo una exclamación de espanto y se apartó, mirando hacia atrás con aprensión. Al mismo tiempo, él se apercibió de una negra sombra que parecía moverse sobre ellos. Dio media vuelta y...El objeto que les había asustado era un árbol. Se alzaba de la omnipresente alfombra rosada y continuaba creciendo con rapidez, mientras su tronco se hacía más grueso y brotaban ramas de él, para terminar cubriéndose de una frondosa copa de verde follaje. Entonces lo reconoció. Era una réplica exacta del umbroso árbol que crecía a espaldas de su casa.—No es nada — dijo, volviéndose hacia Sal.La sombra del árbol esparcía un deleitoso frescor. Sus ramas se mecían suavemente a impulsos de la brisa que las acariciaba.Encogiéndose de hombros, la joven dejó de interesarse por aquel fenómeno.—Como te iba diciendo... todos temen que, a consecuencia de haber visto aquel grupo de hombres, las esferas organicen una exterminación. Algunos de los habitantes del lado sur ya recogen sus bártulos y emigran hacia la llanura. —¿Creen que las cosas tomarán tan mal cariz?Ella asintió.—Tal vez nosotros debiéramos hacer lo propio, Bruno.El joven se mesó los cabellos con incertidumbre. Parecía que todo se confabulaba contra él, para evitar que pusiese en práctica su plan.Se dejó caer sobre la ondulante superficie rosada. Pero mientras se sentaba, apoyando meditabundo el mentón en la rodilla, la energía se alisó y de ella brotó una extensión de césped cuidadosamente recortada.—¿Todavía sigues con tu empeño de comunicarte con las esferas? — preguntó ella, arrodillándose a su lado.—Tengo que hacerlo. No veo otra alternativa posible Pero temo lo que pueda suceder. No sé qué ocurrirá... ni cuál será la reacción de las esferas.—Tal vez comprenderán que somos dignos de su respeto y estima, ¿no crees? — preguntó la joven, esperanzada.Bruno no respondió. En vez de hablar, observó distraídamente como todas las estructuras de energía que les rodeaban enviaban hilos brillantes hacia lo alto, para recoger gotitas alimenticias de los rayos solares. Entonces, al recordar que todavía no había desayunado, empezaron a brotar también finas tiras plateadas de la copa del árbol. La energía alimenticia que se condensaba en ellas, descendía rodando en racimos y atravesaba su follaje para pender finalmente de las ramas inferiores, como dorados frutos. Tomó un racimo de ellos y lo ofreció a la joven. ! '—¡Tienen que aceptarnos! —dijo—. No veo que puedan reaccionar de otra manera. Pero mis semejantes han llegado hasta hacerme dudar de mi propia cordura.—Hace mucho tiempo que planeabas entrar en contacto con ellas, ¿no es verdad?—Toda mi vida. Es mi objetivo supremo.Ella le sujetó del brazo.—¿Y si eso no fuese tan importante? ¿Y si exagerases sus proporciones?—¿Pero es que el mundo no pertenece al hombre? — protestó él con vehemencia.—No quiero decir eso. Me refiero a ese sentimiento que te impulsa a entrar en contacto con las esferas. ¿No comprendes que, hasta cierto punto, todos acariciamos este sueño? Es como el deseo de hallar un tesoro en una isla desierta... o convertirse en jefe de una gran nación... o, como decían antes de las esferas, hacer un millón de dólares. Tal vez no sea más que un capricho infantil al que tú has dado unas proporciones exageradas. Pero aunque no consigas entrar en contacto con las esferas, puedes considerarte más afortunado que la mayoría, por el hecho de haber venido a la Ciudad. Además, incluso has podido intentar la puesta en práctica de tu plan...—Sal...Bruno tomó una mano de la joven entre las suyas, sin saber a ciencia cierta qué se proponía decirle.—¿Querrías acompañarme al clan Spruce... ahora mismo?Ella fijó la vista en una aguja iridiscente y contestó:—Sí, si ese era tu deseo.El contempló su cabellera, áurea como una dorada bola de energía alimenticia, repleta de vida y de fuerza tomadas directamente del sol, y luego la miró a los ojos, de un azul más profundo que el más hermoso montículo de la Ciudad radiante.—Gracias —dijo, alzándose resueltamente— Ese es también mi deseo. Pero antes, tengo que terminar lo que me trajo aquí.CAPÍTULO VIII
Una rama del árbol absorbió su follaje para crear una mano en su lugar, la cual descendió para dar un tirón apremiante a la manga de Bruno. De otra rama surgió un puño con el índice tendido, que le golpeó insistentemente en el hombro para señalar luego a sus espaldas. Sólo entonces se dio cuenta de que lo que había tomado por el susurro de las hojas era en realidad el rumor de conversaciones en voz baja.
Dio media vuelta resueltamente, Al otro lado del árbol, Hulen, Everardo y un grupo de figuras cubiertas de largas vestiduras avanzaban con paso furtivo. Al darse cuenta de que habían sido descubiertos, aquellos hombres se irguieron con determinación.—Nada de bromas con el material de energía — le advirtió Everardo con hosquedad.Hulen le amenazó con el puño.—Somos bastantes para desbaratar tus tretas, por buenas que éstas puedan ser.En torno a Bruno surgieron varios brazos hostiles de energía tratando de asirle por puntos ventajosos. Bruno empujó a Sal y la joven se alejó en un trineo confeccionado apresuradamente. El árbol, que Bruno había mantenido en pie gracias a una concentración prácticamente subliminal, se hundió y fue rápidamente reabsorbido por la alfombra radiante.—Por lo visto, sigues en tus trece — le dijo Everardo, con ironía retadora.—Mira, primo —le dijo Hulen—. Ya nos has metido en bastantes líos, pero tal vez no sea demasiado tarde. ¿Qué tal si te fueses ahora mismo, sin hacer más tonterías?—Dijisteis que tenía todo el día de plazo.—Hemos cambiado de idea. ¡Te irás ahora!Uno de los brazos de energía se abalanzó sobre él, lo agarró por sus vestiduras y le obligó a dar media vuelta. Otro se convirtió instantáneamente en un pie calzado con una bota, que le asestó un puntapié que sólo le rozó el muslo.Bruno formó una gran ola con la substancia rosada. La ola se abatió sobre el grupo de hombres. Pero una segunda ola se alzó ante la primera y ambas chocaron violentamente, lanzando hacia el cielo millares de chispas.Otro de los brazos amenazadores adquirió una mano gigantesca que se apoderó de Bruno, manteniéndolo firmemente sujeto codo con codo. Pero antes de que la mano terminase de estrujarlo, el joven pasó a la defensiva... media docena de brazos más pequeños se materializaron a su lado para arrancar de él la mano agresora, obligándola a hundirse de nuevo en la alfombra de energía.Pero ésta se puso a temblar de pronto bajo sus pies, haciéndole perder el equilibrio y caer de bruces: con la velocidad de víboras, surgieron una serie de tentáculos del mar de energía rosada, sujetando sus brazos y asegurándolos sobre la alfombra de energía.Un puño gigantesco se abatió sobre su sien y retrocedió para tomar impulso y asestarle otro golpe. El apartó la cabeza para esquivarlo, y luego miró a sus atacantes. Todos estaban reunidos formando un grupo compacto; sus caras mostraban gran tensión a causa del esfuerzo mental que realizaban para atacarle.Entonces advirtió el halo de energía verde cerniéndose a unos metros sobre ellos. Sólo cuando vio alzarse de la superficie el círculo amarillo, semejante a un anillo de humo, comprendió que era su propio subconsciente quien realizaba los preparativos para enviar un chorro de mortífera materia roja sobre sus atacantes.Detuvo a ambos anillos en el aire. Hulen y Everardo, en realidad, no hacían más que mostrarse fieles a sus principios más arraigados. Y aunque se resistiesen con fanatismo a cambiar de modo de vida, en realidad no se proponían matarle.Ordenó a los dos anillos que se situasen entre él y el grupo de hombres. Luego, con decisión, los encajó. El abrasador chorro de energía carmesí brotó como una cascada que descendía hasta el suelo.El espanto más absoluto se mostró en las expresiones aterrorizadas de los hombres, mientras trataban de ponerse a salvo de la catarata. Everardo dio la señal para la huida general, corriendo en pos del montículo más próximo.Los tentáculos que mantenían a Bruno cautivo aflojaron su presa y se desprendieron. Y a su alrededor, las restantes proyecciones de energía que le amenazaban se fundieron mientras Hulen y los restantes miembros del grupo seguían a Everardo en su huida.Bruno volvió a ponerse rápidamente en pie y, con un gesto casual de la mano, separó los anillos.El flujo de energía cesó y el joven se volvió para buscar a Sal con la mirada.Pero de pronto ella pasó como una exhalación a su lado, haciendo gestos frenéticos sobre una ola de fuerza impulsora. Se dirigía en derechura al mismo montículo en cuyo interior habían desaparecido los demás.Aun antes de volverse para ver lo que así asustaba a la joven ya sabía lo que iba a ver.La enorme esfera se alzó ante él, con su superficie recorrida por lánguidas ondulaciones de energía. Hubiérase dicho que en el interior del enorme ser extraterrestre, unos ojos ocultos le contemplaban pensativos.Pero la esfera no demostraba intenciones agresivas; es decir, su energía superficial no se preparaba al ataque. Además, no avanzaba contra él. En cambio, derivaba lentamente —¿con curiosidad?— a los dos anillos que Bruno había formado.El impulso de seguir a sus semejantes le abandonó y fue substituido inmediatamente por la triunfal certidumbre de que por fin se le presentaba la ansiada oportunidad de conseguir su objetivo. Por último tenía ante sí una esfera cuya primera reacción ante la presencia de un ser humano no era la de asestarle un vengativo e instantáneo rayo de energía mortífera... una esfera cuyo aspecto inquisitivo constituía una invitación a Bruno para que pusiese en práctica su plan de comunicarse con los extraños seres.El joven experimentó un sentimiento de humildad y de orgullo a la vez al comprender que tenía a su alcance el objetivo de toda su vida... que por fin podría cumplir el propósito que le había hecho recorrer docenas de leguas a través del bosque y atravesar las llanuras para acudir a la Ciudad de Energía.Y cuando volviese con los suyos, les llevaría las noticias jubilosas de que el período de humillación del Hombre en su propio mundo había terminado.La esfera se detuvo ante los anillos de Bruno, inmóviles en el aire, y permaneció en la más absoluta quietud durante unos dos minutos. Luego, obedeciendo evidentemente órdenes de la esfera, los círculos se juntaron de pronto, para lanzar un chorro de abrasadora energía. Separándose nuevamente, flotaron por el aire hasta colocarse junto a Bruno, pero en una posición distinta.Aunque la superficie de la esfera no tenía facciones, Bruno se imaginó que aquel ser se había vuelto «de cara» a él para observarle con expectación y ver lo que haría a su vez con aquel par de objetos de energía.Bruno introdujo un halo dentro del otro, produciendo otro breve chorro de energía carmesí. La esfera conjuró dos nuevos anillos del resplandeciente material que cubría el suelo, y los utilizó para originar una cascada de energía radiante.Bruno repitió la maniobra sin tardanza.Y mientras la esfera flotaba animadamente por el lugar, expresando lo que hubiérase dicho que era excitación, Bruno no cabía en sí de gozo, convencido de que al fin sus esfuerzos se veían coronados por el éxito. Le parecía casi sentir el súbito respeto que el ser extraterrestre empezaba a experimentar ante él. Se irguió altivamente, lleno de confianza en sí mismo y poseído de su propia dignidad.Pero aquéllo... ¡no era más que el principio!Mientras la esfera se cernía sobre él, experimentó una curiosa sensación en el fondo de sus ojos. O tal vez en lo más profundo de su oído interno. Aquella vaga «sensación», sin embargo, no quedaba limitada a su vista y oído. También afectaba sus sentidos del gusto y del olfato.Asustado por aquel incomprensible ataque de que eran objeto sus sentidos simultáneamente, se batió en retirada. Pero inmediatamente le dominó una tranquila sensación de satisfacción y calma, y tuvo la seguridad completa de que no se hallaba en peligro inmediato.Cerró los ojos y la percepción de cosas que no tenían existencia aparente se hizo más vivida y fuerte. Le parecía como si pudiese seguir «viendo» a la esfera y como si ésta hubiese extendido un sutil velo de luz y sonido, de sensaciones, de sabor y de perfume hacia él.Durante aquella percepción hiperfísica, Bruno se observó ansiosamente, apercibiéndose de que él también tendía un puente telepático similar hacia la esfera... un velo urdido con imperceptibles hilillos de energía mental.Ambas proyecciones chocaron bruscamente e instantáneamente el espíritu de Bruno se sumió en un torbellino de ideas y símbolos... de palabras que no eran tales y que parecían resplandecientes unidades de significado fundamental y prístino, desprovistas de cualquier carácter lingüístico.Le pareció que descubría los símbolos por primera vez, y su significado se le quedaba grabado de manera indeleble en el cerebro.Si le hubiesen pedido que tradujese sus impresiones en palabras, lo más aproximado hubiera sido sin duda esta frase:—¡Vaya, ratita! ¿Cómo has aprendido a hacer eso?Pero aquella idea no encerraba ninguna amenaza, y sólo revelaba una divertida excitación y una intensa curiosidad.Bruno se apresuró a sacar partido de este éxito inicial e inmediatamente envió a la esfera imágenes de hombres —de hombres dignos y altivos— y del saber acumulado por ellos. En un gran estallido emocional, presentó el caso de la humanidad rodeada por sus vastas y populosas ciudades de antaño y sus grandes y complicadas maquinarias... Presentó al hombre pensador, creando abstractas construcciones lógicas, al hombre investigador, al viajero, al conquistador, explorando la tierra, el aire y el fondo de los mares con sus maravillosos aparatos.Evocó la imagen de los seres humanos viviendo en sus moradas, sólidas y llenas de comodidades, e incluso introdujo la idea de insectos dañinos y perjudiciales, así como de los roedores y pequeños seres alados que seguían al hombre por doquiera.Estas eran las alimañas, expresó con gran dignidad... las verdaderas alimañas. No el hombre.En su serie siguiente de imágenes, comparó la humanidad a las esferas e indicó la posibilidad de unas relaciones intelectuales entre ambas especies.Para demostrar su aserto, transmitió la fórmula de la circunferencia de un círculo, la receta para hacer pan de maíz, el número de pies que contiene una milla, el medio de averiguar la altura de un árbol por triangulación, el método de determinar el volumen de una esfera.Bruno estaba más que convencido de que este último dato, que casi podía considerarse una alusión personal, sería merecedor de la más alta consideración y aprecio por parte de su esférico amigo.¡Y no había la menor duda de que el éxito le sonreía! Se hallaba convencido de que la esfera estaba muy impresionada ante sus aptitudes mentales y por la inteligencia de la humanidad en su conjunto. Lo que es más, sospechaba que la esfera debía de lamentar ya la arrogancia y el desdén exhibidos por los miembros de su raza en el transcurso de los siglos, ante seres que sólo les merecían la consideración de bichos más o menos molestos.También envió este último pensamiento a través de aquella nueva red de comunicación... bajo la forma de una pregunta teñida de reprobación.El tenue velo telepático que unía a aquellos dos seres tan distintos tembló a efectos de la sorprendida incredulidad que demostró la esfera. Y una oleada de impulsos conceptuales inundó los sentidos de Bruno, disponiéndose en una frase concreta:—¿Es cierto lo que dices, feo bicharraco?Bruno se enzarzó en una perorata acerca de las conquistas culturales de la humanidad.Pero la esfera le atajó con un nuevo alud de imágenes, símbolos que hubieran podido traducirse por estas palabras:—Oye, formador del anillo... ¿Todas las sabandijas semejantes a ti pueden gobernar a su antojo estas poderosas energías?Bruno respondió con una oleada afirmativa. Era preferible que la esfera no supiese que sus semejantes se hallaban tan contentos con su papel de parásitos, que nunca se les había ocurrido hacer experimentos con la substancia energética.—Repite el experimento con el anillo colector — le pidió la esfera, dominada aún por un insistente escepticismo.Rompiendo su contacto con el enorme ser esférico, Bruno ordenó mentalmente la creación de un nuevo par de anillos utilizando el material que le suministraba en abundancia ilimitada la alfombra centelleante.Les infundió un matiz amarillo y verde respectivamente y, con un nuevo esfuerzo de voluntad consciente, hizo que se uniesen otra vez en el aire. Dejó salir por un momento la energía carmesí, y a continuación separó los dos pequeños círculos.—Es bastante — reconoció la esfera.Y empezó a moverse de nuevo de un lado a otro presa de gran excitación.CAPÍTULO IX
De la esfera surgió bruscamente una avasalladora ola mental. Pero esta vez no estaba dirigida a Bruno, sino que parecía extenderse por encima de toda la zona inmediata y en dirección al centro de la Ciudad. Bruno comprendió la finalidad de aquella onda de significado puro que no necesitaba acudir al lenguaje para propagarse. Era una ansiosa llamada dirigida a las otras esferas que pudiesen hallarse en las proximidades, o a las que gozasen de autoridad dentro de los límites de la Ciudad de Energía.
La respuesta a la llamada fue casi instantánea. Acudieron las esferas flotando por el aire, emitiendo descargas parafísicas que revelaban su curiosidad y sorpresa.Bruno dirigió su mirada hacia la estructura en que se habían ocultado Sal y el grupo de hombres. Docenas de caras sorprendidas asomaban para mirarle a él y a las esferas. Eran incapaces de conjeturar lo que ocurría, pero no tardarían mucho tiempo en saberlo.Pronto estuvieron reunidas más de una docena de esferas en torno a él y a su amigo extraterrestre. Todas dirigían ansiosas preguntas a este último. Y a medida que Bruno adquiría mayor práctica en la comunicación psíquica, le resultaba cada vez más fácil entender las conversaciones mentales que sostenían aquellos seres.Incluso llegó a saber que la esfera con la que había establecido contacto era designada por el «nombre» de 3.14 gM.Un enorme tubo de radiación verde descendió por encima de las estructuras de energía más próximas, formando un arco hasta tocar el suelo. Dos esferas se deslizaron por el tubo, dejándose caer por él. Inmediatamente se dirigieron hacia 3.14 gM.Bruno esperaba pacientemente. A partir de entonces, la decisión estaba en manos de los extraterrestres.—¿Esta es la super-cucaracha? — preguntó uno de los recién llegados con escepticismo.La corriente de significado directo llegaba ya con mayor claridad a Bruno.—Este es, Excelencia —contestó respetuosamente 3.14 gM. — Como observaréis, no intenta huir.—Probablemente tú trataste de liquidarla, y la dejaste medio aturdida.—¡Nada de eso, Excelencia! Conversa de una manera racional. Sabe manipular los anillos colectores.Evidentemente, las esferas no se daban cuenta de que, gracias al puente psíquico que había construido con ayuda de 3.14 gM, el joven terrestre captaba lo que decían. Si era así, ello parecía tenerles sin cuidado.—¿No será que has tomado una carga excesiva de energía? — le preguntó la otra esfera que había llegado por el tubo.—Os aseguro que no, Eminencia. Comprobadlo por vos mismo y lo veréis.Bruno ocultaba a duras penas su inquietud ante aquellos seres, pues se daba cuenta de cuan comprometida era la situación en que se encontraba. Si algo iba mal, se hallaba completamente rodeado por toda una asamblea de esferas, Pero no, todo tenía que ir bien.Sin embargo, Su Excelencia y Su Eminencia emitían desconcertante emanaciones, coreadas por las restantes esferas del círculo. Aquel zumbido parafísico no tenía nada de amistoso.—Nos ocuparemos de que le sometan a las pruebas necesarias —prometió Su Excelencia desdeñosamente—. Pero primero, para el caso de que resultase inteligente, ordenaremos un inmediato exterminio para evitar que esto tome mayores proporciones.Bruno se hizo atrás sin poder dominar su incredulidad. ¡Un exterminio! ¿Qué quería dar a entender la esfera con esta expresión?—Aunque resultase que no es verdad que estos bichos se vuelvan inteligentes —declaró Su Eminencia—, hace mucho tiempo que tenía que haberse realizado una limpieza. Me alegro de que esto nos lo recuerde.Su Eminencia volvió a introducirse por el tubo verde.Su Excelencia se dirigió flotando hacia Bruno, seguida muy de cerca por 3.14 gM.—Ojalá te equivoques — dijo Su Excelencia, sin poder ocultar su inquietud —. Ya nos han molestado bastante estos bichos, para que ahora resulte que son lo bastante listos para manipular nuestras fuerzas básicas. ¡Gran Energía!¡Era esto, naturalmente! Horrorizado, Bruno se apartó del par de esferas. Notó el vívido puente de comunicación directa que le tendía Su Excelencia, tratando de penetrar en su mente. Desesperadamente, se esforzó por rehuir el contacto, fijando su atención en otras cosas, tratando de no pensar en la Ciudad. En cambio, evocó en su interior la sencilla idea de un tranquilo paseo por los bosques... lo cual no revelaría en absoluto el complejo mecanismo intelectual del hombre. Tal vez haría quedar mal a la pobre 3 14 gM. A su favor tenía el cáustico escepticismo de Su Excelencia. Entre tanto, notaba posada en él la mente inquisitiva de la esfera.Cuando la búsqueda de su cerebro terminó, Bruno extendió cautelosamente sus tentáculos psíquicos hacia las dos esferas.—No veo que este bicho tenga nada de inteligente — estaba diciendo Su Excelencia a 3.14 gM.—¡Pero esto es imposible! ¡Sus pensamientos son coherentes! Es capaz de... ¡A ver, sabandija! —dijo 3.14 gM, concentrando de pronto su atención hacia Bruno—. ¡Forma los anillos! ¡Haz brotar la energía fundamental! ¡Demuéstralo a Su Excelencia!Pero Su Excelencia notaba que su paciencia se agotaba. A pesar de todo, aún formuló este irónico pensamiento:—¡Sí, bichito, forma los anillos y haz brotar la energía!Bruno se apartó poco a poco de las dos esferas, y miró con desesperación al círculo de seres extraterrestres, tratando de hallar una salida. Una proyección de energía se alzó solícita del suelo y empezó a formar una mano que le indicaba el camino. Pero él la borró inmediatamente, pues no quería que se apercibiesen de la facilidad con que moldeaba la materia energética.—¡Vaya, con que es inteligente! — dijo Su Excelencia con ironía, al ver la acción de Bruno.—Pero... — empezó a decir 3.14 gM. — Yo os aseguro, Excelencia...—¡Basta! Primero, X2.718 informa haber sido atacado por uno de estos bichos. Ahora, esto. ¡Adonde iremos a parar!—Pero esto lo demuestra, ¿no es verdad?—¡No demuestra nada! X2.718 ya se ha sometido a un reajuste emocional. Después de esta demostración de histerismo, te sugiero que hagas lo propio.El concepto traducido por «te sugiero» era en realidad mucho más fuerte. Bruno se dio cuenta de la intensa emanación de temor irracional que brotó del pobre 3.14 gM. La esfera retrocedió poco a poco, saltó por encima del círculo de extraterrestres y trató de escurrirse entre dos montículos.—¡Perseguidlo! — ordenó Su Excelencia.Las esferas casi derribaron a Bruno al abalanzarse en persecución del fugitivo. El joven conjuró una inmensa oleada de energía impulsora, y dejó que le llevase hacia el montículo en el que se ocultaba Sal.Con semblante torvo y amenazador, Hulen y Everardo salieron a su encuentro.—¡Exterminación!Este grito frenético procedía de la dirección del próximo montículo.La ola se disipó bajo los pies de Bruno, depositándole en el suelo mientras prestaba oído al terrible grito. Sal y los demás salieron del montículo, para mirar a lo lejos.—¡Exterminación, exterminación!Una figura cubierta de una luenga hopalanda se acercó deslizándose, perdiendo a veces el dominio de la ola impulsora, tropezando y cayéndose.—¡Vienen del sur! —les gritó el recién llegado—. ¡Dad la alarma general!Hulen y los restantes miembros del grupo cambiaron miradas de espanto, para partir inmediatamente en todas direcciones.Sal se deslizó hacia Bruno y le tomó la mano.—¡Tenemos que irnos de la Ciudad! ¡Nos atacarán con energía roja! ¡Se mete por todas partes... nada puede detenerla!La gente salía en tropel de los montículos, empujándose y atropellándose en su afán desesperado por llegar a las murallas exteriores de energía.Pero Bruno no hacía caso de las apremiantes advertencias de la joven, y su mirada se posaba con tristeza en el infinito.—Estaba equivocado, Sal —dijo—. Para Hulen y Everardo, yo no era más que una calamidad que se cruzó en su camino. Pero se figuraron que mostrándose duros, me impedirían llevar adelante mi plan. Mas cuando descubrieron que podía dominar a mi antojo la energía, dejé de parecerles un pelmazo para convertirme en algo que no podía tolerarse.—¡No hay tiempo de discutir ahora, Bruno! ¡Tenemos que irnos!Junto con sus palabras, varios brazos evidentemente femeninos surgieron de la alfombra radiante para tirar con insistencia de sus ropas.—Sería lo mismo si entrásemos en contacto con las esferas y les demostrásemos que somos seres inteligentes —continuó él como si tal cosa—. Mientras se limiten a considerarnos unas inofensivas cucarachas, tolerarán nuestra existencia, a condición de que no les molestemos demasiado. Pero si averiguan que además tenemos cerebro, procederán a exterminarnos... ¡en la Ciudad, en los bosques, en todas partes!Avanzó lentamente, frenando sin darse cuenta con sus preocupaciones la ola propulsora que manipulaba Sal.—Sería lo mismo —concluyó— que si de pronto descubriésemos que los ratones son mucho más inteligentes de lo que suponemos. ¿Les acogeríamos con los brazos abiertos? ¡Nada de eso! Por el contrario, nos afirmaríamos en nuestro propósito de exterminarlos, porque sabríamos que unos ratones inteligentes constituirían un peligro mucho más grave que unos ratones irracionales.Bruno miró furtivamente la línea de esferas, y luego se volvió para emprender la huida en compañía de la joven. Le hubiera gustado quedarse un rato y ver cómo reaccionaban ante unos cuantos rayos bien asestados de energía carmesí, procedente de los dobles anillos.Pero entonces comprendió que precisamente se trataba de no dejarles saber qué enemigos tan formidables podían llegar a ser los seres humanos... si tenían tiempo suficiente para construir sus propias ciudades de energía y aprender a manipular aquellas terribles fuerzas.Sal aumentó sensiblemente la presión de su mano sobre su brazo.—¡Esos anillos, Bruno...! ¡Nos persiguen!El joven miró hacia atrás. A unos cuatro metros a sus espaldas, se cernían los círculos amarillo y verde que habían flotado sobre las cabezas de Hulen y sus compañeros. Parecían seguirles como pájaros amaestrados.Bruno no pudo contener una sonrisa. Los dos anillos, que en realidad reaccionaban bajo sus impulsos inconscientes, le seguían como si presintiesen que pronto tendrían gran necesidad de ellos.A los pocos momentos traspusieron las blancas y resplandecientes murallas exteriores. Su suave progresión se interrumpió cuando la ola impulsora llegó al extremo de la alfombra de energía rosada.Bruno se detuvo por unos momentos al pie de la muralla para contemplar el éxodo de seres humanos, que avanzaban dando traspiés por la pedregosa llanura, hasta desaparecer en el bosque.Con una expresión de apacible simpatía, Sal les siguió con la mirada.—Pasarán meses antes de que puedan volver a la Ciudad.—Si podemos reunirnos con ellos y adoctrinarlos —dijo Bruno—, no creo que deseen volver jamás.Ella le miró sorprendida.El joven Bruno hizo avanzar sus dos anillos de energía e introdujo al más pequeño dentro del mayor. Cuando brotó la catarata de pura energía carmesí, la convirtió inmediatamente en radiación rosada. Luego envió a los anillos flotando por el aire hacia el bosque, tendiendo ante ellos una estrecha alfombra color pastel, que parecía constelada de pedrería.Luego, ante ellos se formó una esbelta barca, en el centro de la faja resplandeciente, y varias manos corteses se tendieron hacia ellos para ayudarles a subir a bordo.Suavemente, la embarcación zarpó, manteniéndose a varios metros por detrás de la radiante cascada que le proporcionaba la substancia de su forma.A medida que avanzaban de esta guisa, el río de luz desaparecía en la nada a sus espaldas, dejando de nuevo la llanura desnuda.Y en la estela de la fantástica barca, cientos de manos se elevaban sobre la superficie de la corriente de energía para desearles buen viaje.FIN