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Antiguamente, temperatura era sinónimo de temperamento. Desde el siglo XVI, un instrumento de medida puso ciencia en los conceptos caliente y frío, donde durante siglos apenas hubo poco más que elucubraciones.
Ande yo caliente y ríase la gente, recoge nuestro catálogo de dichos. Pocas expresiones reflejan mejor la importancia de la temperatura en nuestro bienestar. El grado de calor o frío del ambiente y del cuerpo humano fueron motivo de atención desde la antigüedad y motivaron más tarde la construcción de los termómetros. Hoy estamos habituados a manejar temperaturas y, por ejemplo, sabemos que el cordero hay que asarlo con el horno a unos 180 °C, que al bañar al niño el agua debe estar a 36 °C, que al ordenador le gusta estar entre 10 y 35 °C, que tal o cual vino debe servirse a 14 °C, o que para ahorrar energía no debemos poner la calefacción en invierno a más de 21 °C ni en el verano el aire acondicionado a menos de 19 °C. En casa hay unos cuantos termómetros además del clínico.
Ese primitivo termoscopio -no llevaba escala alguna, por lo que no era un termómetro propiamente dicho- presentaba el problema de que la altura del líquido dependía también de la presión atmosférica. En 1611, el médico veneciano Santorre Santorio puso una escala a aquel instrumento, que marcaba la altura del líquido al colocar el bulbo en agua con hielo y después en la llama de una vela, y dividió el intervalo en partes iguales. Ese sería el primer termómetro, aunque la palabra no sería utilizada hasta 1624, cuando lo hizo el jesuíta Jean Leurechon en su tratado Du thermométre, ou instrument pour mesurer les degrez, de chaleur ou de froidure, qui sont en l'air.
En 1714, el físico Gabriel Fahrenheit reemplazó las mezclas alcohólicas del termómetro florentino por mercurio, lo que le permitía medir temperaturas superiores, y propuso reflejar con el cero la más baja que pudo conseguir en una mezcla de hielo, agua y sal. Así mismo, puso el grado 96 como referencia del calor del cuerpo humano, ya que era la temperatura que reflejaba cuando se colocaba en la boca o bajo el brazo. En esta escala, la temperatura de congelación del agua es 32 y la de ebullición 212. Por su parle, en 1742, Anders Celsius propuso el cero para la ebullición del agua y 100 para la congelación. El año siguiente Jean-Pierre Christin señaló la conveniencia de invertir esos puntos. La escala resultante, que se llamó centígrada tras la Revolución Francesa, es conocida como Celsius desde 1948 y es la más habitualmente usada por nosotros.
En 1868 el profesor de medicina Carl A. Wunderlich publicó el trabajo La temperatura en las enfermedades, basado en 25.000 mediciones en pacientes. Así determinó que nuestra temperatura normal era de 37 °C, y que asciende en caso de enfermedades infecciosas. Desde entonces, el termómetro se usa para establecer si un enfermo tiene o no fiebre. Hoy se acepta que la temperatura de una persona sana varía a lo largo del día desde 35,6 °C por la mañana a 37,7 °C por la tarde. El termómetro clínico, que tiene un estrangulamiento que impide que la columna descienda al retirar el instrumento, fue inventado a finales del siglo XIX por el británico Thomas Clifford Allbutt.
Nuestra valía es tan sensible a nuestras propias emociones, sentimientos y actitudes mentales como el mercurio del termómetro a los cambios de temperatura.
Orison Swett Marden, escrito estadounidense.
La invención de los termómetros de deformación permitió medir temperaturas elevadas sin necesidad de estar en contacto con la sustancia que se medía. En general, se basan en el uso de metales que tienen diferentes coeficientes de dilatación.
Miden la radiación electromagnética, que está en función de la temperatura superficial de un objeto. La operación es instantánea, y no se necesita estar en contacto con este. Basta con orientar el termómetro hacia él y activarlo. La temperatura se visualiza en una pantalla de cristal líquido. Se usan para hacer mediciones en zonas poco accesibles o en movimiento, o para realizarlas de forma rápida y sucesiva.
La temperatura más alta de la superficie terrestre fue registrada por satélite y alcanzó 71 °C en el desierto iraní de Lut. En 1922, una estación meteorológica en El Azizia (Libia) obtuvo 57,8 °C.