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marzo 19, 2011
"Sueño del pájaro multicolor", Serie: Pájaros del Amazonas, óleo sobre lino, 91x 130 cms.., 1985-Por Hernan Rodriguez CasteloRealmente era extraño lo que ese hombre gordísimo, con inconfundible aire de sudamericano, hacía. Parecía tenerles manía a los afiches del metro. Allí, en plenas estaciones parisinas, se ponía a quemarles los bordes y a mancharlos con unos trazos rarísimos. Otras veces, sin más, los desgarraba y enrollaba y, como si nada, se los llevaba bajo el brazo... Menos mal que la policía reprimió al al parecer maniático.
LLENAR CON TUCANES Y PAPAGAYOS SUPERMERCADOS
Pero no era ni maniático, ni buscador fácil de escándalos, ni inconforme destructor. Era pintor. De nombre José Carreño. Había llegado a París en 1975, desde una ciudad tropical ardiente y pródiga de todo clase de frutos de la naturaleza -Guayaquil, en Ecuador-, y había llegado con el prestigio de haber ganado el "Premio de París". Llegó, becado, para ocho meses -en eso consistía aquel premio- y andaba ya para los siete años. Y, curiosamente, era cada vez más parisino y cada vez más americano.
¿Por eso se robaba los afiches del metro? Pues por eso mismo. Buscaba pintar obra que fundiese los dos mundos: la sociedad europea de consumo con todos sus signos supercapitalistas -era lo que hallaba en aquellos afiches- y lo americano -que él sentía como fuerza elemental, desate cromático, magia, vida primitiva-. Pintaba entonces sobre los afiches desgarrados enormes pájaros fastuosos y extraños. Era el mestizo amerindio insuflando su aliento mágico-mítico a los utilitarios y calculadores mensajes icónicos del mercadeo. Que era como si llenase de tucanes y papagayos un aséptico y ordenado supermercado.
DESOLADO PURGATORIO
Este de los afiches del metro es un período de la importante obra del gran pintor. Es período de búsquedas intensas y desolado purgatorio.
No le satisfizo la solución plástica aquella de pintar sus criaturas mágicas sobre desgarrones de afiches publicitarios: era como encarcelar sus pájaros o ensuciar formas de primitivo esplendor. Se dio a trabajar con solo los afiches. Los desgarró y armó con los fragmentos pegados (collages).Descompuso esos mensajes consumistas para reorganizar irónica, lúdica, estéticamente -en la línea de una estética contemporánea, agresiva y critica-.Y ni ello le llenó. Hizo entonces a un lado todo lo que le llegaba ya hecho -del modo que fuese- y se enfrentó con la cartulina en blanco o el lienzo vacío. Como en el comienzo del mundo, cuando el espíritu flotaba sobre las aguas. Entonces cada raya del carboncillo o cada trazo o mancha de pincel o brocha tenían algo de genesíaco.PAJAROS TROPICALES EN LA GRIS PRIMAVERA PARISINA
En mayo de 1983 asisto en la UNESCO a la inauguración de una gran muestra del ecuatoriano. Una serie de grandes óleos coherente en sus formas, vigorosa de trazo y bullente de color, titulada Pájaros del Amazonas. Y aquello fue como instalar un pedazo de trópico, con vocerío de colores brillantes y estridencias de formas exóticas, en pleno centro de la gris y lluviosa primavera parisina.
Era aquello lo mas fácil y llamativo de lo que Carreño estaba haciendo -y, acaso, por ello mismo lo expuso-. Detrás estaban obras más libres y más hondas: trípticos mágicos y líricos, dibujos de vigoroso grotesco y feísmo esperpéntico, imágenes de sensual y desolado erotismo.Pero los pájaros eran también suyos. Inconfundiblemente. "La Madona y sus pájaros", acrílico sobre tela, 110x110 cms., 1992.TRAYECTORIA DE SOSTENIDO ALIENTO
La obra parisina de Carreño -que solo muy fragmentariamente se ha visto en Ecuador- era el remate de una trayectoria de sostenido aliento, coherente y lúcida.
Nacido en Guayaquil, en 1947, José Carreño pertenece a la generación del 65, la que volvió a la figura, a una figura desgarrada y violentamente deformada -como expresión cauterizante de una sociedad deforme-, y fue hundiendo ese feísmo en lo mágico -categoría visceral de lo latinomericano-. En las avanzadas de la generación hubo dos focos vivos, de gran poder creador, uno en Quito -el más nutrido- y otro en Guayaquil. El del Puerto estuvo formado por Villafuerte, Carreño y Zúñiga. Villafuerte más vigoroso en el dibujo neoexpresionista; Carreño más mágico.Muy tempranamente se impone el joven pintor guayaquileño; en 1968 gana el segundo premio en el Salón de Julio, en Guayaquil; al año siguiente, el segundo premio en el "Luis A. Martínez" de Ambato; en 1971 llega al primer premio en el Salón de Julio y se lo incluye en el pequeño grupo de pintores que representarían al país en el gran salón de los países andinos, en Lima.ALGO DE INFANTIL Y MAGICO
La expresión de Carreño era ya inconfundible. Con color pastel de tonalidades suaves y combinaciones alegres, con un dibujo de líneas redondeadas, su visión del mundo, sin perder poderes de ironía, era mágica.
En ese ir a lo mágico por el color, emparentaba con el mayor pintor guayaquileño de esa hora -que tanto pesó en todos estos jóvenes-: Tábara; Pero, frente a la sabiduría y arte refinado del maestro, Carreño se ofrecía más ingenuo y más libre. Los dos, sin embargo, instalaban lo mejor de su producción en territorios de magia, donde cobraban extrañas criaturas, en clima transfigurados. Carreño, inquieto y buscador, como todo gran artista en sus comienzos, sondea maneras analíticas y sintéticas postcubistas -sus arlequines-, con el ojo puesto en logros americanos de esa tendencia. Tienta también formas obscuramente relacionadas con lo biológico. Todas esas búsquedas contribuirían a enriquecer su instrumental expresivo en una síntesis que llegó pronto.A la hora del Premio de París y su partida a Europa las criaturas de Carreño se han hecho más torturadas y complejas; Rostros femeninos con un halo de misterio y extraños aderezos; seres zoomorfos, a medias humanos, a medias marinos, de contornos en permanente vibración; personajes por los que ha pasado el hálito tremendo de Bacon. Y el color y la magia infundían sus poderes a lo mejor de series de aliento, dejando a un lado trabajos faltos de alguna mayor definición. El color sumiéndolo todo en atmósferas de inquietante extrañeza; un color usado con enorme libertad y riqueza, a menudo por encima de los cánones, confiado en un seguro instinto. Y la magia presidiendo toda la ceremonia visual: deshaciendo dudosos restos de realismo en algunos motivos, guiando la deformación hacia lo fantástico y fantasmagórico, sugiriendo extrañas metamorfosis. "Como en tantos otros artistas de auténtica entraña americana, lo mágico es en Carreño leitmotiv, criterio omnipresente, clima de toda su obra" -escribí con motivo de su exposición quiteña de 1975, última antes de su partida.LA MUESTRA DA RETORNO
A casi dos décadas de su partida a París, Carreño muestra en la patria algo de su producción europea -nada, lamentablemente, de la hora de los afiches del metro, tan significativa y decisiva-.
Dos cosas se impone ver en muestra a la vez tan fragmentada y tan representativa: las grandes constantes de una obra que se ofrecía coherente y de firme unidad, y una evoluión con pasos marcados por sugestivas novedades en ideas y formas.Las grandes constantes de esa expresión artística eran neoexpresionismo y magia. Así la rica deformación neoexpresionista de dibujo, trazo y mancha de Cabeza de torero y otras cabezas y la magia de casi todas las obras. La magia de las selvas y los pájaros. Magia de ancho registro.Los girones de evolución arrancaban -en la muestra- del 81: cuerpos alargados, desgarrados y cabezas extáticas, trágicas. Fue -se podía apreciar- un momento de obsesión por lo humano, en que se multiplicaron cabezas y otros elementos antropomórficos, sincopados, desgarrados.De ese desgarramiento saca el artista un hallazgo de formas: figurinas Valdivia y otras culturas prehistóricas costeñas se constituyen en verdadero semillero de formas, que trasmiten a las telas sus sensuales volúmenes y ricas sinuosidades. Fúe entonces la larga serie de las Venus.Después surgen -también por inspiración de las formas precolombianas- los pájaros-hacha.Y entonces se produce el salto entre ese mundo de honda raíz americana y el europeo en que el artista se sentía inmerso. Es la hora de los afiches del metro.Después -desde 1983-, ya sin el soporte de pegados, se crea, en goce de libertad y soledad, esos pájaros que fascinan a los europeos, con formas enraizadas en la mitología americana, violento color tropical y, a medias europeo a medias mestizo, cierto dejo irónico. Es la hora de los Pájaros del Amazonas.Más tarde -otra etapa- se sumerge a esas criaturas en una vorágine de selva. Y se tiende a desgarrar, por trazo y color, esas selvas. Pájaro de 500 años en azul -de 1989-90- testimoniaba el vigor de este momento, visualmente dramático: desgarramiento de formas, que apenas respetan al pájaro; vehemencia cromática -rojos, amarillos-; elementos extraños -el halo blanco-; libertad -los fondos a medio hacer-. "Cabeza de Torero",acrílico sobre papel Arches, serie: "Pajaros Amazonas", 57x76 cms.Y EL GRABADO
Tan corto espacio apenas daba para más que para la panorámica a vuelo de pájaro -de estos extraños y perturbadores pájaros americanos echados a volar desde París-, Esto quedaría aun más incompleto si no se dijese al menos una palabra del grabado de Carreño. Porque el grabado ha sido una de sus más firmes líneas de trabajo en Europa y los ha logrado estupendos: de altísimas calidades visuales y refinada técnica; hieráticos y severos, unos; de perturbadores morbideces y desolada voluptuosidad, otros. En su grabado se han refugiado el penetrante dibujo y el rico erotismo de Carreño.