Publicado en
febrero 13, 2011
Después de una búsqueda de nueve años, Bill Norton finalmente encuentra al hijo que le arrebataron.
Por Michael Ryan
Fotografía de Shonna ValeskaLA PRIMERA VEZ que William Norton llevó de compras a Cari, su hijo de 14 años, las cosas casi terminan en un desastre. "Perdí el auto", dice Norton, "fue algo taaaaan tonto!. Uno siempre se fija frente a qué tienda se estacionó. No sabía que ese centro comercial tuviera dos tiendas con el mismo nombre. No pude más que reír. Y luego Cari comenzó a reír. No estaba acostumbrado a que los adultos se riesen de sus propios errores".
A Norton, de 50 años, se le hace un nudo en la garganta cuando describe ese día de diciembre de 2000, la primera vez en casi una década que había estado a solas con su hijo. En 1991, el niño de cinco años y cabello rubio, al que habían llamado Kit toda la vida, desapareció junto con la ex esposa de Norton, Cynthia. Cari, ahora un adolescente robusto y confundido, con un nombre nuevo y más de 1.80 metros de estatura, había regresado a él. Ambos tenían que aprender a ser padre e hijo de nuevo.Durante casi una semana ese diciembre, Norton y Cari se habían mostrado cautos el uno con el otro. Se quedaron en habitaciones separadas en la suite de dos recámaras del hotel, buscando formas de entenderse a pesar de haberse convertido en dos perfectos desconocidos. Pamela Hoch, directora de la Fundación Rachel, una asociación no lucrativa que ayuda a padres y a hijos secuestrados a reencontrarse, durmió en el sofá de la sala y actuó como acompañante y facilitadora para padre e hijo.Todas las noches Cari se encerraba en su cuarto, aún confundido e inseguro. Pero poco a poco se rompió el hielo, a partir del día en que Cari sugirió que dieran un paseo por el centro comercial."Cuando dijo: Quiero ir de compras con mi papá, sentí un escalofrío de emoción", dice Norton. En ese momento supo que sí iba a recuperar a su hijo.Ésta es la historia de cómo un padre y un hijo pueden llegar a entenderse, e incluso a amarse, tras una larga y dolorosa separación. Cynthia y Bill Norton se conocieron en la Universidad de Texas y luego partieron, cada uno por su lado, a Nueva York, donde se hicieron artistas. Cuando volvieron a encontrarse se enamoraron, y en 1984 se casaron. El barrio de SoHo donde vivían se puso de moda y se volvió muy caro, por lo que se mudaron a Lehigh Valley, en Pensilvania, donde Cynthia hacía muebles que eran obras de arte y Norton, como llaman a Bill sus amigos, pintaba. También se desplazaba a Nueva York a dar clases de pintura en la Universidad Columbia. Tuvieron un hijo y en 1989 se divorciaron.Norton tenía mucha libertad para visitar a su hijo, hasta que Cynthia comenzó a acusarlo de abusar sexualmente de Kit. (Norton rechaza los cargos enfáticamente.) La policía investigó. Norton se ofreció a someterse a una prueba de polígrafo y la pasó. Al final, la policía, los trabajadores sociales y un juez de lo familiar determinaron que las acusaciones eran infundadas.Norton creyó que había dejado atrás la pesadilla hasta un día de octubre de 1991, cuando Cynthia no llevó a Kit a una visita acordada con su padre. Este fue a buscarlos, pero habían desaparecido. Como Norton se enteraría mucho después, un grupo religioso de Evanston, Illinois, había creído la historia de Cynthia y acogió al chico y a la madre. Cynthia y Kit, ahora conocidos como Chris y Cari, se mudaron después a Indiana. En parte para ocultar sus identidades, Cari fue educado en casa y tuvo poco contacto con amigos. Hoy, el muchacho afirma que, un buen día, él y su madre simplemente dejaron de hablar del padre.Los siguientes nueve años fueron un periodo de gran enojo y frustración para Norton. No produjo gran cosa como artista y finalmente perdió su empleo de maestro en Columbia. Aunque siempre siguió de cerca los esfuerzos de la policía por encontrar a su hijo, su larga espera terminó casi por accidente. Una amiga suya, quien sabía de su triste situación, estaba de visita con unos parientes en el medio oeste del país. Al platicar con una tía, tuvo el presentimiento de que una mujer que ésta había descrito era Cynthia. La amiga se lo contó a Norton, quien llamó a la FBI. A los pocos meses la madre y el hijo fueron localizados y llevados ante las autoridades de Pensilvania.
El día en que Cari fue finalmente devuelto, Norton se encontró sentado en la sala de espera del consultorio de un psicólogo en Lehigh Valley. Arriba, su hijo estaba siendo entrevistado. "Yo me quedé abajo", recuerda Norton. "Cuando Cari salió del edificio, ni siquiera aparté la cortina para verlo. Fue algo muy difícil para mí. No lo había visto en nueve años, pero no quería asustarlo". Su reencuentro tendría que esperar hasta el día siguiente.Durante los nueve años en que vivió escondido, Cari se crió en comunidades menonitas; hasta la fecha es un cristiano devoto. Su padre, que no es religioso, se había marchado de Allentown tras el secuestro y había vuelto a Nueva York, donde rentó el piso superior de un almacén, en Brooklyn. Cari, tímido y larguirucho, vestido con la ropa holgada que les gusta a los adolescentes, no se parecía en nada al típico chico neoyorquino. Norton, quien viste todo de negro y se rasura la cabeza, tiene todo el aspecto del artista sofisticado de la gran ciudad.Al principio, Cari no quería saber nada de Norton. Tuvo que reunirse con todo tipo de extraños (abogados, policías, un psiquiatra y trabajadores sociales). El chico le dijo a Pamela Hoch: "Me están mintiendo acerca de por qué estoy aquí. Quiero saber qué está pasando".Y aunque Cari ya no pensaba que su padre había abusado de él, toda su niñez creyó lo contrario. Pero, dice Hoch, "era muy difícil para Cari mantener una postura de odio. El odio es la única emoción que tiene que ser enseñada. No es natural que un niño odie".Cari sueña con ser algún día diseñador de productos, y se emociona cuando habla de su trabajo artístico. Muestra con entusiasmo sus excelentes bosquejos de cyborgs y criaturas de ciencia ficción que llenan varios cuadernos de dibujo. "Tiene un gran talento", comenta su padre. "Dibuja la figura humana mejor que yo".Su primera reunión comenzó mal. "Tenía las piernas y los brazos cruzados", dice Norton. "Estaba completamente cerrado". Cuando el psicólogo le sugirió que le enseñara a su hijo su trabajo artístico, Cari comenzó a relajarse."Saqué una carpeta de mis trabajos. Cuando vio que yo era un buen artista, se abrió rápidamente". Al poco rato Cari le enseñó a su padre sus dibujos. "El hecho de que cada uno viera el trabajo del otro permitió que se comenzara a formar un vínculo", agrega Norton. "Vio que teníamos mucho en común".Los detalles de ese día se perdieron y fueron reemplazados por impresiones emocionales. "No recuerdo lo que le dije a Cari ese día", reflexiona Norton. "Las palabras fueron lo de menos. Vi el mismo rostro, casi el mismo corte de cabello que ha tenido toda su vida. El cuerpo se le había estirado. Quizá le dije:—¡Hola! Soy tu padre."Estaban pasando muchas cosas.Esa reunión de diez minutos (corta para aliviar la tensión de Cari) fue sólo el comienzo. El joven aún no confiaba en su padre. "Desearía sentirme cómodo cuando estoy con él", le confesó a Hoch.Norton se preguntaba si algún día podría llenar ese vacío de nueve años en su relación.El siguiente paso fue un viaje hasta un hotel de Maryland, cerca de la sede de la Fundación Rachel. "Cari iba en un auto con Pamela y yo conducía otro detrás de ellos", recuerda Norton. "No quería que mi hijo se sintiera incómodo por sentarse a mi lado".Día tras día en la suite del hotel, padre e hijo trabajaron para construir una vida que no habían tenido juntos. "Pamela me dijo que trajera conmigo los regalos de Navidad que tenía para Cari desde años atrás: dos cajitas de mi sobrina y mi hermana que nunca abrí", dice Norton. "En una había una baraja Motorcycle y en la otra un muñeco. Le traje su vieja manta de Batman y su osito de felpa, un video de su nacimiento y el gorrito azul que le pusieron ese día".Cari comenzó a recordar muchas cosas. "Tiene una gran memoria", dice Norton. "Recordaba la alfombra de mi apartamento viejo". Conforme hablaban, empezó a emerger un retrato de la vida interrumpida del niño. "Le contó a Pamela que en la escuela en la que se inscribió antes de ser hallado, le pidieron que dibujara un árbol genealógico. El suyo lo dibujó con una rama rota"."Sufrió mucho", continúa Norton. "Algunos de nuestros ejercicios consistían en que me dijera cinco cosas que él creyera que eran buenas de mí, o viceversa. Para mí, él era valiente, listo y talentoso". Cari dijo que su padre tenía una buena disposición, era un artista interesante y buen cocinero. Padre e hijo también hablaron de todo aquello que no les agradaba del otro. Dice Norton: "No me gustaba el hecho de que fuera creacionista y descartara las teorías científicas". Convinieron en disentir sobre el tema de la religión y concentrarse más en el restablecimiento de una relación.Padre e hijo- Norton atesoraba esta foto tomada en Pensilvania poco antes de que Cari desapareciera.
TRAS DOS SEMANAS EN EL HOTEL, Cari y Norton volaron a Texas para reunirse durante una semana con abuelos, primos, tías y tíos a los que Cari no había visto en una década. "Tengo unas instantáneas muy buenas de Cari llevando a su prima de nueve años en la espalda", cuenta Norton. "Se le dio la bienvenida a casa y disfrutó el hecho de ser miembro de una familia". Ambos regresaron a Maryland para pasar ahí otras dos semanas.Finalmente llegó el momento en que Cari se mudaría del hotel al piso que Norton tiene en Brooklyn, un espacioso aunque rústico sitio en un barrio que estaba a punto de ponerse de moda. "Puesto que creció como hijo de madre artista, sabía lo que es vivir arriba de un almacén, y dijo que siempre había soñado con vivir en un lugar así", dice Norton. "Ahora su sueño ya es una realidad". Pamela Hoch se quedó con ellos las primeras noches. Luego se quedaron solos padre e hijo."CARL ES AUN el típico muchacho de ciudad pequeña", observa Norton al reflexionar sobre los casi dos años que han pasado desde que se reencontraron. "Entró a mi mundo proveniente del mundo de su madre. No está en su elemento". Aun así, es evidente para cualquiera que Carl ha creado un vínculo con su padre. Piden comida para llevar, ocasionalmente ven alguna película y se ríen con facilidad de los chistes del otro. Con todo, sigue habiendo una distancia entre ellos que quizá sea insalvable. "Nunca le he dado un abrazo", admite Norton con pesar. "Me perdí nueve años de abrazos. Con la historia que tenemos, es muy complicado darle un abrazo, y quizá siempre lo sea. Eso duele mucho".Norton rompió con su novia después del regreso de Carl. La relación no pudo soportar el peso de su complicada vida. Norton acepta que la adaptación no ha sido fácil. "Ansiaba que esto sucediera", dice, "pero es difícil. Por fin había retomado mi carrera y de nuevo tenía un ingreso. Trabajaba hasta muy tarde en el estudio y ahora me tengo que levantar a las 6 por Carl."Pero me siento tan bendecido y feliz de tenerlo en casa que ha valido la pena cambiar mi estilo de vida", concluye Norton.LE HA VALIDO en muchos sentidos. En una exhibición internacional de arte en el Hotel Plaza de Nueva York en enero pasado, Norton saca una revista alemana donde aparecen sus pinturas de unos años atrás. La obra, aunque buena desde el punto de vista técnico, tiene la pesarosa cualidad de los artistas alemanes modernos Josef Beuys o Anselm Kiefer. Es un arte que habla de la desesperación que puede ser parte de la condición humana. La nueva obra de Norton, que se exhibe en la sala, es ligera, luminosa y vibrante; las pinturas exudan optimismo y esperanza.
"Son una expresión directa de lo bien que me siento ahora", comenta Norton. "Ahora soy una persona completa. No lo había sido durante nueve años. Echaba de menos a mi hijo. Realmente lo echaba mucho de menos. Es tan bueno ser su padre, acompañarlo en su camino".LA HABITACION DE CARL en el piso de Brooklyn se conoce como Club Carl. Es amplia y sofisticada, de techo alto y luminosa; es un lugar que a sus amigos les encanta visitar. A Cari le gusta. Asiste feliz a una escuela de enseñanza media en Manhattan, donde es un destacado estudiante. Por el momento no tiene novia, pero su vida está bien. "Es bueno tener un padre, hacer cosas con él, hablar con él", le ha dicho a Hoch. "Me es difícil estar separado de mi mamá, pero estoy bien".Dos veces al mes Carl toma el autobús a Allentown para pasar fines de semana con Cynthia, quien enfrenta un cargo por intromisión en la custodia. En una audiencia reciente, un juez llamó a Cynthia "una buena mujer que hizo algo malo". Poca gente cercana al caso cree que vaya a prisión por las acusaciones.Durante las visitas, Carl asiste a la iglesia de Allentown con Cynthia. La iglesia a la que ha asistido en Nueva York es demasiado liberal para su gusto. Se niega a hablar de su madre en términos que no sean positivos, ya sea con su padre o con otros. Y, en lo que a veces es una proeza de autocontrol, Norton no censura en lo más mínimo a su ex-esposa. Adopta esta actitud, dice, por el bien de su hijo.Dentro de dos años Carl se irá a alguna universidad. Su nivel académico es alto, y sus oportunidades, ilimitadas. En los meses que quedan, Norton y él tratarán de aprovechar al máximo el tiempo para compensar el que no pudieron disfrutar juntos: esos largos años de la niñez y la adolescencia. "Si lo hubiese encontrado dos años antes, habríamos tenido más tiempo para formar un lazo y conocernos", dice Norton. "A los 18 habría sido demasiado tarde. Durante dos años más lo tendré conmigo, lo que me parece estupendo".