Publicado en
septiembre 19, 2010
Pieza en un acto (1867)
Presentación
Tras la lectura de Tres en una, casi se podría concluir que para llegar a ser un clásico contemporáneo como lo es Leopoldo Alas basta con leer... a los clásicos (Moratín o Les travailleurs de la mer de Víctor Hugo), o sea, a todos aquellos autores que luego se estudian en clase...
No cabe duda de que el muy joven Leopoldo -Polín le llamaban en casa-, como cualquier aprendiz de escritor y dramaturgo, se formó y empezó lo que vendría a ser una carrera literaria, leyendo y estudiando a los autores consagrados, imitándoles, traduciéndoles y practicando la escritura -con ortografía muy correcta para sus años-, percibiéndose ya una propensión a incorporar expresiones familiares en el registro más subido del arte, y un buen dominio de las técnicas dramáticas con sus apartes, el cómico de repetición, etc. Como observa en su pulcra transcripción del manuscrito Ana Cristina Tolivar Alas, bisnieta de Clarín y muy conocedora de esos pinitos del joven poeta, traductor o dramaturgo, Tres en una podría titularse El sí de los niños...
Imitación, pues, y también reproducción, entre reverente e irreverente: con el teatro casero, la pandilla de amigos estudiantes y actores aficionados que acompañan a Leopoldo Alas, reproducen en su propia esfera juvenil las prácticas de sociabilidad de sus padres, miembros de la buena sociedad, espectadores de las representaciones dadas en el pequeño teatro de Oviedo (capital de provincia con unos 30.000 habitantes y sólo 9.000 alfabetizados), pero espectadores también de la puesta en escena de Tres en una en una cocina o en un comedor, con presencia de criadas y criados como el Ramón en la comedia, casi tan aficionado a los refranes como Sancho Panza.
Con Tres en una y muchos más ensayos, algunos sólo esbozados y en su gran mayoría no conservados, que se reseñan en las Notas Preliminares de Ana Cristina Tolivar Alas, podemos, como ocurre con los héroes, ir escribiendo de forma recurrente los primeros años de una vida que para la historia de la literatura parece que sólo empieza con la pública notoriedad, pero que también se ensaya en la precoz y juvenil escritura literaria. Superada la emoción el descubrimiento del manuscrito de la obrita entre los papeles guardados por unos padres o por el propio Clarín, y felizmente salvados de la destrucción gracias a una familia legítimamente orgullosa de ese legado, procuramos, pues, incluir esta pieza e interpretarla en un proceso de formación, buscando en la expresión del adolescente lo que ya puede anunciar y prefigurar al hombre y escritor hecho y derecho, maduro.
Con sus 14 o 15 años, empieza el futuro Clarín a afirmar su personalidad de futuro adulto, manifestándola en las tablas al representar, con su pequeña estatura, el papel de un personaje de 20 años (Tomás). Pone ya en solfa el mundo de la convención escolar (de los libros de texto que sirven para aprender francés, su futuro pasaporte intelectual para Europa), de la convención social (los matrimonios impuestos) o de la convención estética (la regla de las tres unidades), acatándolo. Se opone -cosa muy propia de sus años y, en alguna medida, necesaria- a la autoridad paterna, cuestionándola («¿Quién le manda a Vd. disponer de mí sin más ni más? ¿Yo soy acaso una mercancía?», le espeta Tomás a su padre), y llega incluso a afirmar que «no tiene padre», sugiriendo así -tal vez- cuánto le pesa la ausencia de un padre gobernador civil en varias capitales fuera de Oviedo y cómo está deseando... su autoridad. Se proyecta, desde sus primeras experiencias poéticas de escritor más bien «privado», en un futuro próximo de «escritor público», como se decía entonces, como «gacetillero y folletinista», como periodista con seudónimo: de lector de la prensa recibida en su casa, pasará a publicar el único ejemplar semanal de un Juan Ruiz íntegramente manuscrito, exclamando, como Larra, «¡ya soy redactor!», y, tras los preludios de 1875-1880, pronto se oirán y leerán los solos de Clarín. Se prepara con lecciones de esgrima recibidas del capitán Eleuterio para batirse en futuros duelos que no serán sólo de comedia. Se ensaya para la declamación y los discursos, pero ya no con un sermón aprendido, como hiciera a los seis años desde un púlpito en la iglesia de San Marcos de León alternando con un jesuita, un tal padre... Goberna, que se encontrará más tarde en La Regenta. Se burla, protestando desde la convención teatral moratiniana, de aquellos que «tratan a los jóvenes como si fuesen objetos de comercio» al querer casarlos contra su voluntad; pero también deja que se trasluzcan sus primeras emociones o anhelos de adolescente en unas conversaciones, desde la ventana, con Lola, su «vecinita de enfrente». Utiliza incluso la tradicional despedida final -de la que se mofa de antemano- para hacer que el pícaro, tuno e insolente Tomás acabe por saludar muy formal y convencionalmente (en versos) al público, como actor y como autor; y ser autor es ya, en alguna medida, ser un demiurgo, por muy pequeño y humilde que sea el engendro...
De toda esa ya compleja personalidad de un adolescente que se manifiesta como tal al incluirse -por medio del arte- en la norma adulta, de esa mezcla de conformidad y rebeldía, ingenuidad y frescura, con una gran maestría y, en todo caso, una impresionante precocidad, de todo esto da cuenta esta obrita, Tres en una, que se ofrece hoy gracias a la Consejería de Educación y Cultura del Principado de Asturias, como una invitación a leer también La Regenta o los inmejorables cuentos, invitación hecha posiblemente a algún futuro clásico o alguna futura clásica: pues, ¿quién le iba a decir, en 1867, al joven Leopoldo A. y U. (Alas y Ureña), estudiante del Instituto de Segunda Enseñanza de Oviedo, que llegaría a ser algún día el famoso y clásico Clarín a quien celebramos en este centenario de 2001?
Jean-François Botrel
Catedrático de la Universidad de Rennes (Francia)
Notas preliminares
El hallazgo de Tres en una, «pieza en un acto» fechada en 1867, no sólo significa la aparición de la más temprana obra dramática de Clarín que ha llegado a nosotros, sino el encuentro con la creación más precoz del autor conservada en su integridad. A todo ello se añade el mentís que supone a reiteradas afirmaciones del propio Clarín quien, como se verá más adelante, aseguraba, casi con jactancioso espíritu autocrítico, haber destruido la totalidad de sus ensayos teatrales de infancia y juventud.
Seguidamente haremos referencia a algunos aspectos de interés para una adecuada contextualización de esta comedia.
1. El manuscrito y su aportación a la biografía de Clarín
La comedia Tres en una está escrita en un cuaderno escolar en el que aparecen también fragmentos de otra obra dramática titulada El juglar, así como diversos textos dialogados sin duda pertenecientes a otras creaciones escénicas de adolescencia.
Al concluir esta «pieza dramática» y tras una relación de personajes y actores -ligeramente rectificada con relación a la expuesta al comienzo de la obra, al cual se trasladan posteriormente las correcciones- se lee «Oviedo 26 de 1867 - L. A. U.». Conocemos, pues, el año en que se escribió Tres en una, incluso el día, un 26, en que se da por concluida, o tal vez por representada, la obra. Sin embargo, ignoramos el mes, por lo que Leopoldo Alas, nacido el 25 de abril de 1852, tendría catorce años si ese día 26 corresponde a los meses de enero, febrero o marzo, o quince años, de referirse a meses posteriores.
Transcurre la comedia a lo largo de catorce páginas manuscritas a dos columnas, con una letra relativamente clara y sin apenas tachaduras, lo que nos lleva a aventurar que tal vez se trate de la copia de una versión anterior -quizá concebida durante su estancia en Guadalajara entre 1865 y 1866, puesto que las referencias a esta provincia son explícitas- y, por lo tanto, aún más temprana en lo que a la cronología literaria de Clarín se refiere.
D. Genaro Alas, padre de Leopoldo, se había instalado con su mujer y sus hijos en Oviedo en 1859, si bien se sabe que posteriormente ocupó el cargo de gobernador civil en León, donde consta que se trasladó con su familia; luego en Pontevedra (1863), donde residió el pequeño Leopoldo tres meses y fue al colegio de primera enseñanza, según el propio escritor declaraba en Madrid Cómico de 21-XI-1896, en Guadalajara (1865), y en Toledo (1866). No hay constancia, en cambio, de que el futuro autor de La Regenta haya vivido, al menos temporalmente, en alguna de estas dos últimas ciudades, si bien su permanencia de unos seis meses en Guadalajara (desde septiembre de 1865 hasta febrero de 1866) queda atestiguada por boca del protagonista del cuento Superchería, además de por sus conversaciones con Adolfo Posada. Tampoco hay testimonio del regreso definitivo de Leopoldo Alas a Oviedo hasta que el 8 de marzo de 1868 comienza la redacción de su periódico manuscrito Juan Ruiz. No obstante, se suponía que la familia había fijado su residencia en Asturias desde el verano de 1867. La aparición de Tres en una podría adelantar ligeramente esa fecha, al tiempo que la alusión a un padre habitualmente ausente, puede hacer pensar en un D. Genaro destinado en Toledo y que deja a su familia en Oviedo. En cualquier caso, es Guadalajara -un pueblo de la Alcarria en concreto- la provincia evocada en Tres en una, pues D. Hermógenes, padre del protagonista, es un hacendado alcarreño que ha enviado a su hijo a estudiar Leyes a Madrid para que luego regrese como abogado al pueblo. Éste y otros detalles de carácter autobiográfico que aparecen en la obra, vienen a arrojar luz sobre una de las etapas menos conocidas de la trayectoria vital de Clarín.
2. Clarín y el teatro
Todos los biógrafos de Clarín han puesto de relieve la atracción irresistible del autor, desde su niñez, por el arte escénico. Una atracción «fatal» si consideramos que hubo de depararle uno de los grandes sinsabores de su vida, el fracaso de Teresa (1895), una obra en la que había puesto la mayor ilusión tras un paréntesis de más de veinte años de inactividad dramática, y que significaba su primera -y, a la postre, única- incursión en el teatro profesional.
Sabido es que desde su llegada a Oviedo, el pequeño Leopoldo había empezado a trabar amistad con un escogido grupo de compañeros estudiantes, que con el tiempo se convertirían en relevantes personalidades de la literatura, la música, la política, etc., todos ellos muy aficionados a representar dramas y comedias. Así, parece ser que en casa de los hermanos Anselmo y Emilio Martín González del Valle, en la calle Cimadevilla, estrenó Alas una comedia en verso titulada El cerco de Zamora -representándose también en una fiesta juvenil en el Ateneo, en sustitución de un drama de Zorrilla- y, posteriormente, una pieza burlesca al estilo clásico que llevaba por título Una comedia por un real y que escenificaba las peripecias de la propia pandilla de adolescentes cuando se ve obligada a pagar una deuda de honor.
En Apolo en Pafos (1887) afirma Clarín «... a los ocho años hacía ya comedias; las hice hasta los veintidós». En 1888 escribía el autor al crítico catalán José Yxart: «... en mi vida he representado en teatros caseros ni públicos después de los doce o catorce años, pero a los diez decían cuantos me veían representar que era yo una maravilla y por lo que recuerdo, y lo que más tarde he hecho a mis solas (sobre todo cuando escribía dramas -más de 40, todos perdidos- y me los declamaba a mí mismo) tenía sin duda gran disposición y un poder de apasionarme y exponer la pasión figurada con gran energía y verdad [...] Actor y autor de dramas esto creí yo que iba a ser de fijo hasta los diez y ocho o veinte años. Y ahora [...] confieso que me divierte poco el teatro, como no haya música». Ese mismo año, escribe a Benito Pérez Galdós: «A veces, leyendo lo que hacen en París con las novelas de Zola y Daudet, se me ocurre sacar dramas y comedias de las novelas de Vd. Le chocará a Vd. esto, pero debo advertirle que yo hasta los 22 o 23 años escribí docenas de obras dramáticas todas herméticamente quemadas, como dijo el otro. Desde los 10 a 15 representé yo en la cocina o en el comedor de mi casa casi todos los días un drama en tres actos en verso en gran parte. A los 10 años, en León, se puso en escena un drama mío titulado Juan de Hierro con una segunda parte, Juan resucitado, por una compañía de aficionados, en el Gobierno de la provincia. En fin, yo no sé cómo a estas horas no soy un Herranz o un Cavestany. Gracias a mi proverbial buen sentido». Queda patente aquí la actitud autocrítica de Clarín ante sus propias producciones dramáticas, actitud que al tiempo le sirve para propinar un varapalo a otros autores.
Aunque la actividad de la compañía de teatro casero que dirigía el joven Leopoldo se detenía con la llegada del verano y la dispersión de los actores (Tomás Tuero se quedaba en Oviedo, Armando Palacio Valdés se iba a Entralgo, Pío Rubín a Cangas de Onís...), no por ello cesaban las inquietudes dramáticas del futuro Clarín quien, durante el verano de 1870, siendo ya universitario, emprendió en su veraneo de Guimarán (Carreño) nada menos que la traducción del teatro completo del gran trágico francés Jean Racine, empresa que quedó truncada en el Acto II de La Tebaida. Pero el retiro de Guimarán y el recuerdo de una fuerte vivencia allí experimentada, habrían de ser el desencadenante, muchos años después, del retorno de Leopoldo Alas a la actividad de dramaturgo.
La pasión de Clarín por el teatro suele ir acompañada de una alta dosis de sarcasmo. Esta paradójica relación de amor-odio con el arte escénico se evidencia en el personaje de D. Víctor (La Regenta), tan alienado por el drama calderoniano como Don Quijote con las novelas de caballerías; o en el no menos patético Bonis (Su único hijo), fascinado hasta la perdición por el ambiente operístico. Si las representaciones teatrales desempeñan un papel clave en el desarrollo argumental de las dos grandes novelas clarinianas, no hay que olvidar que también son muchos los relatos de temática teatral que escribe el autor: Avecilla, El hombre de los estrenos, Un documento, Las dos cajas, Amor è furbo, Superchería, Un viejo verde, La Ronca, El dúo de la tos, La Reina Margarita, La imperfecta casada, Cristales, Ordalías, La tara, González Bribón, Un voto... Por otra parte, son numerosísimos los trabajos críticos que Clarín dedica a las obras y autores dramáticos, así como a los actores de su tiempo.
El deseo de Clarín de retornar, ya en la madurez, a los orígenes teatrales de su vocación literaria, queda plasmado en estas palabras de su amigo y compañero de claustro universitario Rafael Altamira con motivo de la visita de ambos a Galdós la víspera del estreno de Realidad (14 de marzo de 1892): «Mientras el tranvía de Hortaleza subía perezosamente la cuesta de Santa Bárbara, tuvo Alas una de aquellas confesiones y me habló de su teatro, del pasado, cuya luz brillaba perpetuamente en su espíritu. Y habló también de volver a él, de terminar su evolución literaria en el mismo punto de partida». Dos años después, comunica Clarín a su amigo Adolfo Posada que el reecuentro fortuito con la musa inspiradora del proyecto teatral que culminaría en Teresa, le había conmovido. Autores como Echegaray, Galdós, Picón, y actores como Vico, Mario, Mendoza, Tuiller y, muy especialmente, María Guerrero, animarán a Alas a reanudar aquella actividad iniciada a los ocho años y detenida a los veintidós, a aquellas comedias que, como escribiría tras el estreno de Teresa a un empresario «vuelven ellas solas con gran fuerza, juicio, plan, propósito firme, hondo y precisado».
Por fin, el 20 de marzo de 1895 se estrena el «ensayo dramático» Teresa en el Teatro Español de Madrid, siendo fría e incluso hostilmente acogida por un sector del público y buena parte de la crítica. Clarín regresa precipitadamente a Oviedo alarmado por la noticia de la enfermedad de su hijo primogénito, Leopoldo, quien, felizmente, se repone tras el fracaso de esta otra hija de la imaginación. La obra, de fuerte contenido social, es retirada del cartel tras la segunda representación. El 15 de junio del mismo año se escenifica en Barcelona con algo más de éxito, si bien es tildada de «especie de lectura de artículos de periódico socialista...».
Los elogios que Teresa recibió de prestigiosas personalidades, entre ellas el [11] obispo de Oviedo, Fray Ramón Martínez Vigil, con quien años antes había polemizado a propósito de La Regenta, contribuyeron a que no decayera el ánimo del autor quien, días antes del estreno, había escrito a María Guerrero, protagonista de la obra, que si esta triunfaba «me animaría a escribir este verano mi Esperaindeo». Tras el fracaso de Teresa, cambia de idea y escribe el 22 de abril: «Clara fe será mi palenque de este verano». Finalmente, el 16 de junio se refiere Clarín a dos nuevos proyectos teatrales, Julieta y La millonaria, considerando en una carta fechada ocho días después que La millonaria sería «la de más probabilidad de éxito». De estos entusiastas propósitos, alentados principalmente por Galdós -a quien Alas rindió cuentas sobre los mismos hasta pocos meses antes de morir-, sólo parecen haberse conservado algunos fragmentos de La millonaria.
3. Los actores
En 1863, Leopoldo Alas inicia el Bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Oviedo (actual IES «Alfonso II»). Allí hace amistad, como ya hemos visto, con Pío Rubín, Tomás Tuero, los hermanos Anselmo y Emilio Martín González del Valle -recién llegados de Cuba-, y Armando Palacio Valdés, entre otros. El 10 de agosto de 1869 se le concede el título de Bachiller no sin que antes hubiera de firmar, junto con 45 compañeros, una solicitud al ministro para no verse afectados por el decreto de 25 de octubre de 1868 que daba una nueva organización a la segunda enseñanza. De no haber sido estimada la solicitud, esa nueva organización habría impedido a Leopoldo Alas iniciar los estudios de Derecho durante el curso 1869-70.
Tal como ya se ha indicado anteriormente, el grupo o pandilla de amigos de este Leopoldo Alas entre niño y adolescente, se caracterizaba por su afición a representar obras dramáticas en sus domicilios, muchas de ellas escritas por el joven Leopoldo. El teatro en casa seguía siendo una práctica relativamente habitual entre las familias de cierto acomodo y con inquietudes culturales en la sociedad de la época. No es difícil imaginar, en el caso que nos ocupa, la amenización de los intermedios con virtuosísticas interpretaciones al piano de Anselmo González del Valle que, sin duda, a los catorce años (tenía la misma edad que Alas) era ya un consumado artista que anunciaba al futuro gran compositor y académico de la Real de San Fernando. En su edad adulta, D. Anselmo ejercerá con gran acierto el mecenazgo cultural, y su hermano, Emilio Martín, una año más joven, se convertirá en primer marqués de la Vega de Anzo y en un destacado político, poeta y escritor.
En el caso concreto de Tres en una, se inicia la obra con un reparto en el que el autor (Alas y Ureña) se asigna el papel de Don Hermógenes, un ricachón de la Alcarria, padre del protagonista. Don Eleuterio, el capitán, será encarnado por un [12] tal Real, sin duda compañero de estudios y amigo de Alas, pero que no figura en la relación de firmantes mencionada al comienzo de este epígrafe. El papel de Don Claudio, director del periódico «El Neutral», corre a cargo de Anselmo González del Valle. El de Tomás, el joven protagonista de la pieza, se atribuye inicialmente a Valdés. Es de suponer que se trate de Armando Palacio Valdés, ya que, aunque en la lista de firmantes antes aludida aparece un Joaquín Valdés, se sabe que el actor de la compañía juvenil e íntimo amigo de Alas desde los doce años, era el futuro novelista. Finalmente, el papel de Ramón, el criado, es encomendado a un actor cuyo nombre, ilegible, aparece tachado.
Al final de la obra, sin embargo, se lee un nuevo reparto: Alas y Ureña le ha quitado el papel protagonista a Valdés, lo que sin duda también ha obligado a un retoque, sin enmienda aparente, en la conclusión de la comedia, donde se pide el aplauso para el «autor» y «actor». Anselmo González del Valle pasa a ser Don Hermógenes, Valdés queda relegado al papel del criado Ramón, Real encarna a Don Claudio y, en el «rol» del capitán Don Eleuterio aparece un nuevo actor, Buylla. Todo hace pensar que se trate de Adolfo Álvarez-Buylla y González-Alegre (1850-1927) que, aunque unos años mayor que sus compañeros, bien podía formar parte de aquella divertida «troupe». Con el tiempo, Buylla llegará a ser catedrático de Economía Política y Hacienda Pública, promotor de las reformas sociales en España, además de académico de Ciencias Morales y Políticas, después de haber sido una de las más destacadas personalidades de la Universidad de Oviedo cuando Leopoldo Alas y Rafael Altamira formaban parte de su claustro.
La rectificación final del reparto se traslada al comienzo de la pieza, tachándose los nombres que no proceden y superponiéndoles el de los actores que definitivamente asumieron los distintos papeles.
4. Significado de Tres en una
Desde el punto de vista literario, nos encontramos ante una comedia de corte neoclásico. La estructura dramática se ajusta perfectamente al principio de la verosimilitud impuesto por la disciplina clásica francesa y codificado en la regla de las tres unidades: lugar, tiempo y acción. El respeto a estas tres unidades es absoluto en Tres en una, y su joven autor se complace en subrayarlas cuando, por ejemplo, en la escena quinta, pone en boca del protagonista: «Cuántas variaciones en un mismo día», una forma de hacer patente la unidad de tiempo muy común en el teatro dieciochesco español de inspiración transpirenaica.
Esas fuentes neoclásicas se concretan, en lo que concierne a la trama, en un referente muy preciso: Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) y sus dos obras [13] maestras, La comedia nueva (1792) y El sí de las niñas (1806). De la primera de ellas toma el nombre de dos personajes, D. Eleuterio y D. Hermógenes. De la segunda adapta el hilo argumental de tal manera que Tres en una viene a ser un remedo de la comedia moratiniana, hasta el punto de que bien hubiera podido titularse El sí de los niños. Si la adolescente Doña Francisca es obligada por su madre, en la obra de Moratín, a casarse con un hombre que casi le cuadruplica la edad, en la comedia de Alas el joven gacetillero Tomás se ve triplemente coaccionado al matrimonio de conveniencia por su padre, por el director del periódico en que trabaja y por un militar. El muchacho se rebela en un principio («¿Yo soy, acaso, alguna mercancía?»), pero acaba claudicando ante un porvenir incierto y la presión del «espíritu del siglo: oro, más oro, más oro, igual oro», concluyendo cínicamente: «Si me habré vuelto filósofo». Por fortuna para él, la aclaración del enredo que da título a la pieza, pone un final dichoso a Tres en una, al igual que la magnanimidad del «viejo» D. Diego propicia el feliz desenlace de El sí de las niñas.
El entusiasmo de Clarín por el gran comediógrafo neoclásico seguirá presente, a modo de homenaje, en uno de sus últimos cuentos, El viejo y la niña (1899), título tomado de una obra de Moratín estrenada en 1790. Los dos protagonistas del cuento clariniano se llamarán igual que los de El sí de las niñas: Paquita y D. Diego. Clarín lamentará en uno de sus artículos la repatriación simultánea de los restos mortales de Moratín y de Goya, al considerar que la fama del pintor iría en detrimento del recuerdo de su admirado D. Leandro.
Tampoco hay que olvidar que, al igual que Moratín, Tomás, el protagonista de Tres en una, es un declarado afrancesado. La pasión de Leopoldo Alas por la cultura francesa se pone ya de manifiesto en esta obra tan temprana, cuajada de galicismos, llegando a lo caricaturesco en la escena duodécima de la pieza, en la que el protagonista, Tomás, hilvana una retahíla nada menos que de treinta y cuatro autores transpirenaicos, contraponiéndolos a los españoles «que huelen a rancio». De nuevo aparece aquí un detalle autobiográfico: Tomás se dedica a traducir obras francesas igual que su creador emprenderá tres años más tarde la traducción de las obras completas de Racine, empeño que se detiene en los inicios. Sin duda Alas venía practicando desde niño la traducción del francés, una actividad que reanuda al final de su vida con la versión de Trabajo de Zola. De nuevo el Leopoldo adolescente, dramaturgo y traductor, prefigura en Tres en una al último Clarín.
Los personajes de esta «pieza en un acto» son hasta cierto punto arquetipos literarios que no pueden, sin embargo, desligarse del contexto sociopolítico. Tomás es un joven que se debate entre la rebeldía y el acomodamiento; D. Hermógenes, un hombre ignorante enriquecido que busca el apoyo de la ley para perpetuar sus privilegios; D. Eleuterio, un militar frustrado en su carrera que, con la alegría del desenlace, no vacila en proclamarse implícitamente carlista brindando por el [14] «Rey»; D. Claudio, el oportunista director de «El Neutral», encarna un tipo de periodismo objeto de feroz sátira por parte del autor, un periodismo lleno de «barbaridades» y «sandeces», que quedan ocultas bajo seudónimo, y en el que la palabra «neutral» equivale a «ministerial». No cabe duda de que «El Neutral» es un trasunto de «El Imparcial», periódico fundado en 1867 -el mismo año en que se escribe Tres en una- que, aunque liberal y progresista, daba pie con su nombre a la ironía. Por último, Ramón, el criado sentencioso y cantarín, manifiesta una actitud totalmente servil hacia su joven amo. ¿No es todo ello reflejo de la España del momento? El país vive en problemática transacción, en falso equilibrio entre una monarquía desacreditada y unas perspectivas políticas revolucionarias. Desde 1866 los diversos grupos de oposición se habían fundido bajo el mismo programa: sistema democrático, sufragio universal y, en nombre de estos principios y ante los graves problemas sociales que provocarán el descontento incluso entre los propios moderados, estallará la revolución de 1868, la «Gloriosa», destronando a la reina Isabel II que hasta entonces contaba con el apoyo del general Narváez. El joven Leopoldo Alas se identificará entusiásticamente con el movimiento revolucionario, despertando en ese momento su vocación periodística y militancia republicana.
Por último, no hay que desdeñar las referencias religiosas de la pieza, desde la velada alusión a la Santísima Trinidad en el polisémico título hasta la cita, en clave humorística, de personajes bíblicos (escena cuarta) pasando por la parodia de los sermones sobre el infierno, mezclada con la sátira del tópico romántico del suicidio. Contrasta aparentemente esta actitud crítica con las inquietudes místicas del autor en esta temprana etapa de su vida, inquietudes que se ponen de manifiesto en composiciones poéticas de adolescencia así como en declaraciones del propio Alas maduro, sin olvidar su expresión a través de personajes literarios coma la Regenta niña. Pero la dicotomía entre profunda espiritualidad y crítica mordaz al clericalismo, con diversos matices según las diferentes etapas, será algo que perdure a lo largo de la vida y obra de Clarín.
5. La transcripción
El criterio que se ha seguido a la hora de presentar esta primera edición de Tres en una ha sido el de modernizar la ortografía, obviando fluctuaciones e incluso errores ortográficos que aparecen en el manuscrito, aunque conservando algunas formas de expresión escrita que pueden tal vez chocar al lector. Las palabras dudosas o ilegibles van seguidas de un signo de interrogación entre paréntesis. En los casos en que parece oportuno, se comenta en nota a pie de página la particularidad gráfica.
Ana Cristina Tolivar Alas
Breve referencia bibliográfica
ALTAMIRA, R. «Leopoldo Alas», en Anales de la Universidad de Oviedo, 1901, pp. 377-380.
BESER, S. «Siete cartas de Leopoldo Alas a José Yxart», Archivum, X, 1960 (pp. 385-97).
CABEZAS, J. A. Clarín, el provinciano universal, Madrid, 1936.
CLAVERÍA, C, «Una nueva carta de Clarín sobre Teresa». Hispanic Reviw, XIII, pp. 163-168.
COLETES BLANCO, A. Un rincón de hojas y hierbas. Candás y el Concejo de Carreño en la vida y la obra de Leopoldo Alas «Clarín». Candás, 1995.
DIEGO LLACA, F., FERNÁNDEZ PÉREZ, A., RECIO GARCÍA, T., VAQUERO IGLESIAS, J. A., Instituto Alfonso II: Siglo y medio de historia. Oviedo, 1999.
FERNÁNDEZ JORDÁN, Pedro F., «Aportación a la biografía de 'Clarín': Leopoldo Alas en Guadalajara» Actas del Simposio Internacional «Clarín y La Regenta en su tiempo». Oviedo, 1984, pp. 125-140.
MARTÍNEZ CACHERO, J. M., Las palabras y los días de Leopoldo Alas (Miscelánea de estudios sobre Clarín). Oviedo, IDEA, 1984.
MARTÍNEZ CACHERO, J. M. «Los versos de Leopoldo Alas». Archivum 2/1, 1952.
ORTEGA, S., Cartas a Galdós. Madrid, Revista de Occidente, 1964.
POSADA, A. Leopoldo Alas, Clarín. Universidad de Oviedo, 1946.
ROMERO TOBAR, L. Introducción biográfica y crítica a la edición de Teresa, Avecilla, El hombre de los estrenos. Madrid, Castalia, 1975.
TOLIVAR ALAS, A. C., «El joven Leopoldo Alas traduce a Racine. Aspectos trágicos en La Regenta». Actas del Simposio Internacional «Clarín y La Regenta en su tiempo». Oviedo, 1984, pp. 1099-1124.
Tres en una
Pieza en un acto por Leopoldo A. U.
PERSONAS
ACTORES
D. HERMÓGENES.
GLEZ. VALLE (ANSELMO)
D. ELEUTERIO (capitán).
REAL BUYLLA
D. CLAUDIO (director de un periódico).
TOMÁS (hijo de Hermógenes).
VALDÉS . ALAS.
RAMÓN (criado).
VALDÉS.
Acto único
Sala medianamente amueblada. Puerta al foro, otra a la izquierda. A la derecha una ventana. Una mesa de escritorio con libros u papeles.
Escena I
TOMÁS a la ventana haciendo señas y en mangas de camisa, detrás de él con una levita en la mano, RAMÓN.
RAMÓN.- Pero por Dios D. Tomás, póngase V. la levita que le va a dar una pulmonía. Nada, no me oye, todo se vuelve ojos. Señorito, señorito, (Se acerca a TOMÁS que le da una patada.) ¡Ay! ¡Ay!, he aquí el pago que recibimos los que nos interesamos por el bien del prójimo. Está visto que lo mejor es darle contra una esquina. Qué bien dijo el que dijo «quien da pan a perro ajeno las costuras le hacen llagas».
TOMÁS.- (Desde la ventana.) ¿Te volverás a asomar? (Pausa.), pues hasta luego. (Se quita de la ventana.) Eres un bruto, un zangolotino.
RAMÓN.- Bien, sí señor, pero póngase V. la levita. (Se la pone.)
TOMÁS.- Lo que yo te debía de poner a ti, la albarda.
RAMÓN.- Pero ¿por qué?
TOMÁS.- ¿No te he dicho varias veces que cuando esté conversando con mi vecinita de enfrente no me interrumpas?
RAMÓN.- Pero si iba V. a coger un resfriado.
TOMÁS.- Aunque cogiese frío (?); el mal era para mí.
RAMÓN.- Yo creí...
TOMÁS.- Basta ya. Cuando papá salió ¿no te ha dicho dónde iba?
RAMÓN.- No señor, pero me dijo que volvería pronto. Y a propósito, me han dado un papel para él que se me ha olvidado dárselo.
TOMÁS.- A ver...
RAMÓN.- Perdón.
TOMÁS.- (Levantando la voz.) Ramón.
RAMÓN.- Mande.
TOMÁS.- Venga ese pliego.
RAMÓN.- Si es para D. Hermógenes.
TOMÁS.- (Coge una silla.) ¿Quieres que te rompa la cabeza de un silletazo?
RAMÓN.- No, gracias.
TOMÁS.- Pues entonces dame eso.
RAMÓN.- Pero señorito...
TOMÁS.- Qué descaro. (Amenazándole.)
RAMÓN.- No, no, tome V. (Se lo da.), sé que el amo me va a reñir, pero...
TOMÁS.- Desgraciado de ti si dices una palabra. (Lee.)
RAMÓN.- (Puf) (?) y qué genio tiene mi señorito. Bien que el padre también lo tiene... Bien dijo el que dijo «Tales padres, tales hijos».
TOMÁS.- (Doblando el papel y hablando consigo mismo.) Ya calculaba yo lo que era. En este papel dan parte a mi padre de que he cometido el número de faltas que marca el reglamento para la pérdida de curso. Mejor, así estoy, libre de la disciplina escolástica. Pero bien mirado es una injusticia porque aunque de los 5 meses de curso que llevamos yo no fui a clase más que 2 ó 3 veces, sin embargo han hecho conmigo lo que no hacen con nadie. Qué remedio. Se lo ocultaré a mi padre y el año que viene me matricularé en 3.° año otra vez, y con esta van 3 (?).
RAMÓN.- Conque ese papel...
TOMÁS.- Si este papel hubiera llegado a las manos de mi padre buena se arma, Ramón.
RAMÓN.- (Qué será).
TOMÁS.- Ya es muy tarde; voy a continuar mi artículo filosófico sobre el suicidio. (Se sienta junto a la mesa.) Cuánto más vale ser periodista que no tenerse que llenar la cabeza... Al menos en (?) esto aunque uno diga mil barbaridades, todo queda oculto bajo un seudónimo. Por ejemplo, cuando dicen qué sandeces escribe el Espárrago, que es uno de los míos (?), a mí qué me cuenta usté, ¡qué sé yo quién es ese señor!
RAMÓN.- (Que habrá cogido un cepillo y estará cepillando.) (Canta.)
Niña, con tus rigores
me estás matando.
Es lo peor de todo
vivir amando.
Niña querida,
por que tú me miraras
diera la vida.
TOMÁS.- ¿Te quieres callar, avestruz? Cuando yo estoy escribiendo una cosa tan fúnebre, que huele a azufre de veinte leguas, ¿te pones a cantar seguidillas?
RAMÓN.- ¿Pues qué está V. escribiendo?
TOMÁS.- Escúchame y después veremos si te quedan ganas de entonar coplas. (Leyendo.)
El suicidio
«Satanás, prepara las garras para desgarrar desgarradamente el desgarrado hecho de un míseramente miserable suicida. Prepara tus calderas de aceite hirviendo porque en ellas va a caer de cabeza un hombre que se ha pegado un tiro con un cañón de Astron. El suicidio, el suicidio, he ahí el monstruo más horrendo. El suicidio, oh maldito más maldito, maldito, maldito...».
¡Eh!, ¿qué te parece, no va a estar espeluznante?
RAMÓN.- Sí señor, pero lo que va a estar sobre todo, desgarrador.
TOMÁS.- Pues anda, canta ahora.
RAMÓN.- Voy a ricontare:
(Canta.)
Dicen que el diablo tiene
en el infierno
unas cuantas calderas
de aceite hirviendo.
Sé yo de gente
que hasta el infierno iría
por el aceite.
TOMÁS.- (Deja la pluma y se levanta.) Ramón.
RAMÓN.- Mande V.
TOMÁS.- Ya he cambiado de idea, ya no, no escribo en contra del suicidio. Me voy a suicidar. ¿Tienes dinero?
RAMÓN.- No.
TOMÁS.- Pues yo tampoco. Mira, vete a la mesilla de noche de mi padre, que allí lo hay.
RAMÓN.- Pero D. Tomás...
TOMÁS.- Anda, vete.
RAMÓN.- ¿Pero para qué es?
TOMÁS.- Para que me vayas a comprar una pistola, un revólver, un cañón, cualquier cosa.
RAMÓN.- ¿Va V. a tirar al blanco?
TOMÁS.- ¿No te he dicho que me iba a matar?
RAMÓN.- A matarse ¡Virgen santísima! No será el hijo segundo de mi madre el que haga lo que V. me ha mandado. ¿Ser yo cómplice de semejante crimen?... ¡Nunca! Me llevarían preso por presunción y por presunción me harían estar años y años en la cárcel, y allí me moriría de rabia por presunción.
TOMÁS.- Pues bien, me mataré cuando tenga dinero.
RAMÓN.- (Entonces no hay miedo que se mate.) (Suena una campanilla.)
TOMÁS.- ¿Han llamado?
RAMÓN.- Sí; voy a abrir. (Hace que se va.)
TOMÁS.- Oye, espera. Si es mi padre, habla alto para que yo...
RAMÓN.- Entiendo. (Vase foro.)
Escena II
TOMÁS. Luego DON HERMÓGENES.
TOMÁS. - Voy a coger un libro cualquiera de francés, por ejemplo este, y como mi padre no sabe leer más que en castellano creerá que estoy estudiando.
RAMÓN.- (Desde dentro y muy alto.) Señor, está estudiando. Qué luego dio V. hoy la vuelta.
HERMÓGENES.- No des tantas voces, muchacho, que no estoy sordo. (Entra y ve a TOMÁS que estará leyendo.) Qué aplicadito, ¡oh!, cuando yo digo que mi hijo es el joven más aprovechado que come garbanzos. De los tres días que hace que llegué a Madrid aún no le he visto salir de casa más que para ir al aula, ¡oh!, estoy orgulloso de tener semejante hijo.
TOMÁS.- ¡Ah!, papá, estaba V., ahí, no había reparado...
HERMÓGENES.- ¿Estabas estudiando?
TOMÁS.- Sí.
HERMÓGENES.- A ver. (TOMÁS le da el libro.) (Leyendo.) Les travailleurs de la mer (Como se escribe.) ¿En qué lengua está esto?
TOMÁS.- En francés en griego.
HERMÓGENES.- ¿Y de qué...?
TOMÁS.- Es un tratado de testamentos.
HERMÓGENES.- (Puf, esto va conmigo.) (Le deja.)
TOMÁS.- (Se ha picado.)
HERMÓGENES.- Y dime, ¿qué nota piensas obtener este año?
TOMÁS.- ¡Vaya una pregunta!, como todos, sobresaliente.
HERMÓGENES.- ¿Y a qué año andas?
TOMÁS.- Ya os lo he dicho muchas veces, a 6.°.
HERMÓGENES.- ¿Y cuántos te faltan?
TOMÁS.- (Impaciente.) Hasta once.
HERMÓGENES.- Muchos son.
TOMÁS.- ¿Por qué me hace usted hoy tantas preguntas?
HERMÓGENES.- Porque tengo un proyecto respecto a ti.
TOMÁS.- ¿Un proyecto? Sepámoslo, ¿quiere V. darme dinero?
HERMÓGENES.- No, hombre, no. ¿Qué tiene eso que ver con mis preguntas?
TOMÁS.- Es verdad. Quiere V. hacerme el abogado de nuestra aldea.
HERMÓGENES.- Allá veremos, pero no es de eso de lo que ahora se trata.
TOMÁS.- ¿Qué es, pues? (Con curiosidad.)
HERMÓGENES.- Quiero... casarte (Con misterio.)
TOMÁS.- Sopla.
HERMÓGENES.- Con una niña bonita y, sobre todo, muy rica; es decir, el rico es su padre, pero como no tiene más hijas que ella...
TOMÁS.- Entiendo. ¿Y su padre quiere?
HERMÓGENES.- ¡Con mil amores!
TOMÁS.- ¿Y ella?
HERMÓGENES.- Creo que también.
TOMÁS.- ¿Y V.?
HERMÓGENES.- Claro que sí.
TOMÁS.- Luego nadie falta más que yo.
HERMÓGENES.- Nadie más. Pero tú...
TOMÁS.- Pero yo no quiero.
HERMÓGENES.- ¡Cómo no! (Asustado.)
TOMÁS.- Como que no. ¿Quién le manda a V. disponer de mí sin más ni más? ¿Yo soy, acaso, alguna mercancía?
HERMÓGENES.- Lo que tú eres, un hijo desobediente, un malvado, un... ¿te atreverás a oponerte a lo que yo te diga? Supongo que no, porque de lo contrario...
TOMÁS.- ¿Qué? Vamos, de lo contrario ¿qué?
HERMÓGENES.- ¡D. Tomás! (Muy cómico.)
TOMÁS.- D. Hermógenes (Cómico.)
HERMÓGENES.- (Cogiéndolo por un brazo y llevándolo al extremo de la escena.) Nos volveremos a ver. (Vase izquierda.)
TOMÁS.- Cuando usté guste.
Escena III
TOMÁS solo.
Ahora sí que estoy completamente decidido, en cuanto tenga veinte reales me mato. Mi padre quiere obligarme a dar mi mano a una mujer que no conozco [25] y que regularmente será fea cuando él la eligió. Por otra parte, Don Claudio, el director del periódico de que soy gacetillero, empeñado en que me case con una sobrina suya a quien tengo el gusto de no conocer. Y, por último, mi vecinita, que cada vez que la llamo hermosa o la echo cualquier otra flor, me pregunta cuándo nos casamos. Y, sobre todo, su padre, ese capitán que me parece que ya lo era en tiempo de Viriato, ese energúmeno que todo lo compone a linternazos y pegando patadas en el suelo. ¡Oh!, cuando digo que mi situación es apurada, apuradísima, piramidalmente apurada. Sí, sí, me mato, y antes de hacerlo voy a matar a mi padre, a D. Claudio, al Capitán, a mis prometidas, a mi vecinita, a Ramón, que no me compra pistolas; al género humano. (Va a salir y le detiene D. ELEUTERIO.)
Escena IV
DON ELEUTERIO y TOMÁS.
ELEUTERIO.- ¿A dónde va V., caballerito?
TOMÁS.- Iba (lo dejaré para más tarde), iba a comprar un florete.
ELEUTERIO.- Pues ¿y el que V. tenía?
TOMÁS.- Se me ha perdido, o roto, o...
ELEUTERIO.- Y con este van tres.
TOMÁS.- No conozco a ningún Esteban.
ELEUTERIO.- (Dando una patada.) ¿Tiene V. gana de divertirse?
TOMÁS.- Para diversiones está el tiempo. Hoy no daremos lección de esgrima.
ELEUTERIO.- Sí señor, pero será corta porque tenemos que tratar de otro asunto muy importante.
TOMÁS.- (Ya apareció aquello.) ¡Pero si no hay armas!
ELEUTERIO.- No valen disculpas, V. se batirá con el sable y yo con la boina.
TOMÁS.- Pero...
ELEUTERIO.- (Mostrando el sable.) Tire V.
TOMÁS.- (Tirando.) No sale.
ELEUTERIO.- Vuelva V. a tirar.
TOMÁS.- (Tirando.) Nada.
ELEUTERIO.- Otra vez.
TOMÁS.- Tampoco.
ELEUTERIO.- Quítese a un lado, alfeñique. (Empujándole.) Ve V. cómo he dado. (Saca el sable que estará muy sucio.)
TOMÁS.- (Este hombre desciende por vía recta de Sansón.)
ELEUTERIO.- Tome V.
TOMÁS.- (Le toma.) Oh, sable, yo te venero y saludo, tú fuiste aquel con que David degolló al gran Goliat. Mas no, tu origen es más antiguo. Tú fuiste el acero con que Abram iba a atizar a Isaac y que luego derramó la sangre del inofensivo y enredado cordero. Que (?) eres si yo te reconozco bendito seas, bendito, bendito.
ELEUTERIO.- (Dando una patada.) Basta de burlas ya, D. Tomás. Yo no entiendo esa jerga, pero creo que V. se burla de mi chafarote y el que se burla de él se burla de mí, y el que se burla de mí... (Otra patada.)
TOMÁS.- (Este hombre me hace bajar la elocución a los talones.)
ELEUTERIO.- Conque, póngase V. en guardia.
TOMÁS.- Ya estoy (Lo hace.)
ELEUTERIO.- Tire V. a la cabeza.
TOMÁS.- ¿Que se lo tire a V. a la cabeza? Con mucho gusto, hombre, ya verá V. qué chirlo. A una, a dos, a... (Hace ademán de tirárselo.)
ELEUTERIO.- No sea V. tan bruto, hombre. ¿Qué iba V. a hacer?
TOMÁS.- A tirárselo a la cabeza, según me había mandado.
ELEUTERIO.- Vamos, está V. hoy muy torpe. Dejémoslo y vayamos a nuestro asunto.
TOMÁS.- Sí, sí, dejémoslo. (Cogen una silla cada uno.)
TOMÁS.- Siéntese V.
ELEUTERIO.- V. primero.
TOMÁS.- Nunca consentiré...
ELEUTERIO.- Que se siente he dicho. (Una patada.)
TOMÁS.- (Se sienta de golpe.) (Este hombre me domina.)
ELEUTERIO.- Vamos a hablar como buenos amigos, ínterin no interrumpa V. la conversación con esas sandeces que V. usa tan a menudo y que para mí están en griego.
TOMÁS.- No tema V., D. Eleuterio, griego interrumpa...
ELEUTERIO.- (Una patada.) Yo no temo nada. Me he visto en muchas campañas y nunca, ¿lo entiende V.?, nunca he tenido asomo de miedo.
TOMÁS.- Lo creo, lo creo.
ELEUTERIO.- Pues claro que lo creerá V., como que es verdad. Como iba diciendo, yo quiero que V. se case con mi hija, luego, porque de lo contrario la casaré con un estudiante muy aplicado de leyes a cuyo padre he dado esperanzas de concedérsela. Conque así, o casarse o no volver a asomar las narices por esa ventana, a hacer cucamonas a mi Lola, porque el primer día que le vea a V... (Una patada.)
TOMÁS.- Pero Sr. D. Eleuterio, ¿cómo quiere V. que yo me case sin tener lo suficiente para poder...?
ELEUTERIO.- ¿No me ha dicho V. que era escritor público muy conocido?
TOMÁS.- (Por mi criado.) Sí señor, pero...
ELEUTERIO.- Además, con mis lecciones de esgrima podía V. llegar a ser maestro y, sobre todo, yo no soy tan pobre como V. cree.
TOMÁS.- (Esas tenemos.)
ELEUTERIO.- Conque decídase V. pronto porque, si no, vendré dentro de 1/4 de hora por la respuesta y, si V. no se ha decidido, mi hija se casará con el estudiante o con otro periodista que mi cuñado dice que es una buena proporción. Conque hasta luego.
TOMÁS.- Hasta luego, D. Eleuterio.
Escena V
TOMÁS solo.
Cuántas variaciones en un mismo día. Heme a mí aquí que ha un instante estaba decidido a hacer un viaje al otro mundo, y ahora, lo que es ahora, sería capaz de dar un escudo por no morirme. ¡Conque mi Lolita es rica, conque tiene dos pretendientes! ¡Oh!, yo sabré vencer de todos ellos, sí. Voy a poner en juego todos mis ardides de seducción. Cuando venga D. Eleuterio le diré que acepto la mano de su hija y ahora voy, a ver a esta. El caso es que mi padre se negará a darme el consentimiento y, si se empeña, me deshereda. En cuanto a D. Claudio... Mi padre viene, escurramos el bulto. (Vase foro.)
Escena VI
D. HERMÓGENES.
¡Qué época atravesamos, Dios mío, qué época! ¡Cuándo había yo de creer que mi hijo se atreviese a decirme rotundamente no, al proponerle un casamiento tan ventajoso! Corro a casa de mi consuegro, que será, a darle la noticia de lo que pasa, y si yo no he logrado obligar a mi hijo a dar su mano a quien le conviene, no hay duda que D. Eleuterio, con sus patadas y su mal genio, le ha de hacer andar derecho. (Se dirige al foro.)
Escena VII
Dicho. DON CLAUDIO (por el foro).
CLAUDIO.- (Entrando.) ¡Ay Dios!, cuántas escaleras. No vale mi sobrina los sudores que por ella... Caballero.
HERMÓGENES.- Servidor. ¿Qué se le ofrece a V.?
CLAUDIO.- (Se habrá mudado de domicilio sin avisarme.)
HERMÓGENES.- Le preguntaba a V. (si era un ladrón.)
CLAUDIO.- A eso voy. A quien yo busco no es a V. precisamente.
HERMÓGENES.- (Claro, será a mi dinero.)
CLAUDIO.- Yo buscaba un caballero que hace unos días vivía aquí, pero ahora, al encontrarle a V., supongo que...
HERMÓGENES.- Hace V. mal en suponer nada porque aquí hace mucho tiempo que vivo yo, es decir, mi hijo.
CLAUDIO.- V. me dispense, la persona a quien busco no tiene padre y hace pocos días, repito, vivía aquí.
HERMÓGENES.- Está V. equivocado.
CLAUDIO.- Le digo a V. que no.
HERMÓGENES.- En resumidas cuentas ¿cómo se llama esa persona, si se puede saber?
CLAUDIO.- Sí señor, se llama D. Tomás Sangrefría.
HERMÓGENES.- ¡Cielos!, ¿y quién le ha dicho V. que Tomás no tenía padre? (Asustado.)
CLAUDIO.- Él mismo, muchas veces.
HERMÓGENES.- Si me habré yo muerto sin saberlo.
CLAUDIO.- ¿Conque es V. su padre?
HERMÓGENES.- Yo, al menos, así lo he creído siempre. A no ser que ahora se haya dispuesto que a los 20 años los hijos dejasen de tener padres. ¡Dios mío, esto me faltaba! Es un tuno mi hijo, estoy convencido.
CLAUDIO.- Sí señor, un tuno, porque él me debió decir al entrar en la redacción de mi periódico «no soy libre, aún tengo padre, soy menor de edad y no puedo ser responsable de...».
HERMÓGENES.- ¿Qué está V. diciendo? ¿Qué es eso de la redacción?
CLAUDIO.- Pues que ignora V. que su hijo es gacetillero de mi periódico «El Neutral».
HERMÓGENES.- Gace... Gace... Gacetillero. ¡Oh!, esto es demasiado para un solo hombre. Yo creo que me voy a morir. (Cae sobre una silla.)
CLAUDIO.- Pobre señor, me da lástima de él. (Se dirige hacia la mesa y coge distraídamente el papel que dio RAMÓN a TOMÁS.) Qué veo, estoy soñando, me engañaba el infame con que era estudiante. ¡Oh!, ¡y él que sabía que no se podía ser redactor de mi periódico teniendo otro destino o carrera! Esto es inaudito. Estudiante, estudiante.
HERMÓGENES.- ¿Qué le extraña a V.? Estudiante es, sí señor ¿y qué? [31]
CLAUDIO.- ¿Y qué? Pero no lo es, lo era.
HERMÓGENES.- ¿Cómo que no lo es?
CLAUDIO.- Mire V. (Le da el pliego.)
HERMÓGENES.- ¡Dios mío!, qué veo, esto es imposible. ¡Él que me decía que iba a obtener sobresaliente y ha perdido el curso! Caballero, ¿sabe V. si es martes hoy?
CLAUDIO.- Déjeme V. en paz.
HERMÓGENES.- ¡Dios mío! ¡Virgen santísima!, cuántos desengaños en media hora.
CLAUDIO.- (Sólo de un modo se lo perdonará todo, y es casándose con mi sobrina Dolores.)
HERMÓGENES.- (Únicamente le absolveré de todo con tal que dé su mano él a Lolita, la hija de D. Eleuterio.)
Escena VIII
Dichos. TOMÁS.
TOMÁS.- (Sin reparar en ellos.) Pues, señor, esto va viento en popa. Lola está muerta por mí y yo también la quiero de veras. No tardarán en venir el capitán y... (Repara en ellos.) Don Claudio y mi padre.
HERMÓGENES.- ¡Caballerito!
CLAUDIO.- ¡Caballerito!
TOMÁS.- (Entre Herodes y Pilatos.)
HERMÓGENES.- (Le lleva a un extremo.) Todo lo sé.
CLAUDIO.- (Ídem.) Nada ignoro.
HERMÓGENES.- (Íd.) Aquí va a pasar algo.
CLAUDIO.- (Íd.) Va a haber un cataclismo.
HERMÓGENES.- (Íd.) Y tú serás quien pague.
CLAUDIO.- (Íd.) Y V. será la víctima.
HERMÓGENES.- (Íd.) Sólo hay un medio para librarte.
CLAUDIO.- (Íd.) Sólo existe una tabla de salvación.
HERMÓGENES.- (Íd.) Casándote con la que te he prometido.
CLAUDIO.- (Íd.) Dando vuestra mano a mi sobrina.
HERMÓGENES.- De lo contrario te desheredo.
CLAUDIO.- Si así no lo hacéis, os despido de mi redacción.
HERMÓGENES.- ¡Conque eras gacetillero!
CLAUDIO.- ¡Conque era V. estudiante!
HERMÓGENES.- Lo dicho, dentro de 5 minutos salgo por la respuesta. (Vase izquierda.)
CLAUDIO.- Cinco minutos le doy a V. durante los cuales habrá resuelto lo que mejor le parezca. (Vase foro.)
TOMÁS.- ¡Ay, Dios!, me han dejado rendido. (Cae rendido sobre una silla.)
Escena IX
TOMÁS, después RAMÓN.
¡Quiere decir que todo se ha descubierto! Mi padre sabe que soy periodista, y que perdí el curso también lo sabrá, pues que veo este papel tirado, el cual también habrá servido regularmente para dar a conocer a D. Claudio que soy o, mejor dicho, fui estudiante. Ahora mi padre me deshereda, y el otro me echa de la [33] redacción. Qué me importa, me casaré con Lola y me dedicaré por completo a la esgrima. Por de pronto voy a empezar por tirar todo esto a la barredura o al fuego. Ramón, Ramón.
RAMÓN.- Señorito, allá voy. (Entra.) ¿Qué quería V.?
TOMÁS.- Mira, coge todo esto y échalo donde yo no lo vuelva a ver.
RAMÓN.- Pero señorito, el trabajo de tanto tiempo va V. a...
TOMÁS.- Haz lo que te mando.
RAMÓN.- Y lo de las garras y calderas ¿también me lo llevo?
TOMÁS.- Todo, absolutamente todo.
RAMÓN.- (Cogiendo todo lo que hay sobre la mesa.) Bien dijo el que dijo...
TOMÁS.- Lo que yo te digo a ti es que en cuanto te vuelva a oír otro refrán te corto la lengua.
RAMÓN.- No tenga V. miedo. (Bien dijo el que dijo «en boca cerrada no entran moscas».) (Se va cantando.)
Papeles son papeles
cartas son cartas.
Los papeles que llevo
no valen nada.
TOMÁS.- Si corro tras de ti, gandul... Ya no tardará en venir mi futuro suegro. ¿Pondrá alguna objeción cuando yo le diga que mi padre me deshereda? Creo que no. Además, nada diré hasta que me pregunte. Aquí le tengo.
Escena X
Dicho. El CAPITÁN.
TOMÁS.- A la orden, mi capitán. (Se tercia.)
ELEUTERIO.- ¡Hola! ¿Está V. decidido?
TOMÁS.- Fuera el V., desde hoy mismo V. de tú.
ELEUTERIO.- Como quieras, pero en resumidas cuentas...
TOMÁS.- Sí señor, estoy decidido, me caso mañana mismo; qué digo mañana, hoy, ahora; por la ventana iré a avisárselo a Lola si V. quiere.
ELEUTERIO.- No tanta prisa, antes tenemos que...
TOMÁS.- ¿Darme la lección de sable? Cuando V. guste estoy dispuesto a...
ELEUTERIO.- (Una patada.) No es eso. V. no se va a casar con mi hija sin decir más que allá voy. Antes quiero saber quién es V., de dónde viene, adónde va, qué lleva, qué trae, en fin...
TOMÁS.- (Ahora entran los apuros) Yo me llamo Tomás Sangrefría como he dicho a V. muchas veces. Vengo de la calle, voy a su casa de V., llevo corbata y traigo sombrero. Se lo sabe V. todo. Vamos a ver a Lola.
ELEUTERIO.- Caballerito, V. se escapa por la tangente.
TOMÁS.- No señor, por la escalera es por donde yo tengo ganas de escapar.
ELEUTERIO.- (Una patada.) ¿Tiene V. ganas de bromas? Pues yo no, y hablo muy formalmente. O me da V. noticias de su fortuna, de su familia, o nada de lo dicho.
TOMÁS.- (Es preciso soltarla.) Pues bien, D. Eleuterio, yo soy natural de una aldea de la Alcarria. Mi familia se reduce a mi padre, que es una de las personas más ricas de mi pueblo. Actualmente está en Madrid y vive aquí conmigo. Yo soy estudiante o, mejor dicho, lo era porque hoy dejé de serlo, y además soy gacetillero y folletinista de un periódico. Mi padre se empeña en casarme con una joven que no conozco y dice que si no lo hago me deshereda. El director del periódico...
ELEUTERIO.- (Una patada.) Basta ya.
TOMÁS.- He dicho la verdad monda y peronda, acaso por la primera vez de mi vida.
ELEUTERIO.- Pues mientras V. no vuelva a las paces con su padre, no se acuerde de mí ni de mi hija. (Hace que se va.)
TOMÁS.- Pero si hago las paces con mi padre, tiene que ser para casarme con la que él...
ELEUTERIO.- V. arréglese como pueda; yo no daré nunca la mano de mi Lola a un joven cuyo padre le deshereda. (Vaso foro.)
TOMÁS.- Pero D. Eleuterio...
ELEUTERIO.- (Desde dentro.) No doy nada.
Escena XI
TOMÁS, luego DON HERMÓGENES.
¡Dios mío! ¿Hay suerte más desgraciada que la mía? No, no la hay. Yo sí que puedo exclamar parodiando a Calderón:
(Muy cómico.)
Apurar, cielos, pretendo
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
a mi vecina queriendo.
Porque, Señor, yo no entiendo
qué delito he cometido...
Mas, para versos está el tiempo. ¡Oh!, y el caso es que me ha entrado una comezón de casarme ¡y sobre todo de ser rico!
HERMÓGENES.- Y bien, ¿qué has resuelto?
TOMÁS.- (Humilde.) Es V. padre.
HERMÓGENES.- Deja ese aire, hipócrita; me has engañado una vez, pero...
TOMÁS.- Sí, sí, padre, he sido un malvado, lo confieso. Mas yo me arrepiento de todo corazón y de aquí en adelante seré el modelo de los hijos.
HERMÓGENES.- ¿Quieres decir que accedes?
TOMÁS.- Si en un momento de vehemencia pude negaros rotundamente lo que pedíais, fue porque mis palabras me las dictaba el furor; yo quería a una joven y ella me correspondía. No me atreví a comunicároslo porque creí que era de una fortuna muy humilde y que V. se negaría. Mas hoy que sé que es rica, me atrevo a pediros vuestro permiso para casarme con ella.
HERMÓGENES.- ¿Es ese tu arrepentimiento? Ya te he dicho que o te casas con la que te he propuesto o...
TOMÁS.- Pero padre, ¿qué más le da a V. que me case con Fulana o con Zutana si las dos son ricas, buenas, bellas? ¡Oh! Dejadme a mí escoger.
HERMÓGENES.- No repitas que no. Con la que yo digo o te desheredo.
TOMÁS.- Pero padre...
HERMÓGENES.- Nada, nada, no transijo. Y ahora mismo, lo entiendes, ahora mismo me marcho de esta casa, y haz cuenta que nunca nos vimos. En cuanto a dinero, no recibirás ni un cuarto. Tus gacetillas te darán bastante para vivir cómodamente (Ironía.) Ramón, Ramón.
RAMÓN.- (Entrando.) Mande V., señor.
HERMÓGENES.- Éntrate en mi habitación por la maleta y sombrero.
RAMÓN.- ¿Quiere decir que...?
HERMÓGENES.- Que me marcho a una fonda.
RAMÓN.- (Vase por la derecha.) (Bien dijo el que dijo.)
TOMÁS.- (¡Oh! No es cosa de quedarse sin mujer y sin patrimonio.)
HERMÓGENES.- (Como él no acepte, yo no...)
TOMÁS.- Padre, una palabra.
HERMÓGENES.- ¿Qué quieres?
TOMÁS.- No os marchéis, yo os lo ruego. No me dejéis abandonado.
HERMÓGENES.- Me parece que el niño ya no necesita andadores.
TOMÁS.- Pero necesito un padre que me quiera, que me aconseje; y, sobre todo, necesito comer.
HERMÓGENES.- Pues ya sabes, si quieres tener padre que te quiera, que te aconseje y que te dé todo cuanto quieras, cásate con la que te he propuesto.
TOMÁS.- Pues bien, sí, me casaré con quien V. quiera. Pero decidme, ¿la que me proponéis es bonita?, ¿es buena?, ¿servirá para esposa?
HERMÓGENES.- Tiene todas las condiciones que se pueden pedir a una mujer casadera.
TOMÁS.- Pues bien, acepto.
HERMÓGENES.- (Al fin vencí) Gracias, hijo mío, gracias. Ven a mis brazos. (Se abrazan.)
RAMÓN.- (Sale con una maleta.) Se están dando el abrazo de despedida. Yo no entiendo por qué es esta marcha tan repentina. Bien dijo el que dijo.
HERMÓGENES.- Ramón, vuelve a poner eso donde estaba. Ya no hay viaje.
RAMÓN.- (Se da media vuelta y entra por la derecha cantando.)
Tengo yo la cabeza
tan descompuesta
que unas veces...
HERMÓGENES.- ¡Canalla, si voy tras de ti!
HERMÓGENES.- ¡Ay querido hijo!, no puedes comprender el placer que me ocasiona tu decisión.
TOMÁS.- Padre, yo he sido muy malo, os engañaba...
HERMÓGENES.- No hay que hablar más de eso. Si quieres continuar tus estudios...
TOMÁS.- No padre, no me gusta esa carrera.
HERMÓGENES.- Bien, de eso hablaremos luego.
TOMÁS.- Es que yo no quiero ser abogado.
HERMÓGENES.- Bien, hombre, bien. Qué odio les has tomado a... Voy a casa de mi consuegro futuro y le voy hacer venir aquí para que os conozcáis.
TOMÁS.- Está bien, padre. (Se sienta.)
HERMÓGENES.- (Antes que varíe de opinión hago venir al capitán y entonces ya no se podrá volver atrás.) (Vase foro.)
Escena XII
TOMÁS, luego DON CLAUDIO.
Por fin el vil interés ha vencido. No me casaré por amor, pero seré rico y no estudiaré, ni traduciré libros franceses. ¿Gano en mi nueva posición? Creo que sí. Con la dote y herencias de esa muchacha y con lo que mi padre me dé ahora y me deje en muriéndose, puedo llegar a ser, como maneje bien el negocio, millonario. Este es el espíritu del siglo: oro más oro más oro, igual oro. (Pausa.) Si me habré vuelto filósofo.
CLAUDIO.- (Entra.) ¿No hay nadie?
TOMÁS.- (Se levanta.) ¿Quién va? (¡Ah! Don Claudio, me las voy a echar de independiente.)
CLAUDIO.- Creo que ya han pasado 5 minutos.
TOMÁS.- Sí señor, ¿y qué?
CLAUDIO.- Me asusta V., hombre, ¿no sabéis a lo que vengo?
TOMÁS.- No recuerdo.
CLAUDIO.- Pues me gusta. Yo vengo...
TOMÁS.- Sentado lo dirá V. mejor. (Le coloca una silla.)
CLAUDIO.- Gracias; vengo a proponeros una boda que hará vuestra fortuna. Ya os he dicho muchas veces que yo tenía una sobrina con la cual hacíais buena pareja. Vos nada contestasteis y, como el que calla otorga, me creí autorizado para decir a mi cuñado, padre de vuestra...
TOMÁS.- Entiendo. Para decirle si quería un joven para casarle con su hija... Le diría V. que fuera rico, probo...
CLAUDIO.- Eso es, eso es.
TOMÁS.- Lo que es (Se levanta.), señor D. Claudio, que V.V. tratan a los jóvenes como si fueran objetos de comercio. V.V. miran el matrimonio como un negocio más o menos.
CLAUDIO.- ¡D. Tomás!
TOMÁS.- Lo dicho, aunque la chica esa sea más rica que Creso y más hermosa que Cleopatra, sólo por ser V.V. los que arreglan el matrimonio, y además por otras causas, (que me callo).
CLAUDIO.- Pues bien, desde este momento, señor traductor infame, deja V. de pertenecer a mi redacción. V. me ha engañado como a un chino diciéndome que era libre, que no tenía padre; en fin, ha obrado V. de un modo poco...
TOMÁS.- Basta ya de improperios indecorosos; ¿quién me viene a mí a consultar?, un hombre que sólo sabe adular en su periódico al ministerio por alcanzar un destinillo para su hijo, y cruces para él. Miren V.V. con qué me amenaza, con echarme de su redacción. A deshonor tendría yo permanecer más tiempo en ella; ¡yo, gacetillero de un periódico al que se pone por nombre «Neutral» por no decir Ministerial perpetuo! Y me llama traductor creyendo que lo tomo por insulto. Necio, ¿qué cosa más honrosa puede haber que traducir, francés sobre todo? ¿En qué lengua escribieron Bossuet, Lamartine, Fenelon, Rousseau, Mirabeau, Voltaire, La Fontaine, Chateaubriand, Rollin, Massillon, Buffon, Jauffret, Desprès, Fleury, Chevalier, Littré (?), Lacordaire, Lebrun, Lacrosse, Thiers, Courier, Arnault, Dujardin, Scarron, Girard, Boileau, Lemierre, Florian, Racine, Le Bailly, Delille, Nogaret, Malherbe, Marmier, y otros muchos grandes escritores? ¿Cuál fue sino Francia la patria de millares de hombres célebres, la tierra del verdadero comercio, industria, ciencias, bellas artes? Oh, Don Claudio, creedme, todos los autores que he citado y otros que callo, aseguran que hago muy bien en traducir obras francesas, dejando las obras españolas que huelen a rancio de 10 leguas, y que hago muy bien asimismo en mandarle a V. a paseo y decirle que no se vuelva a acordar de mí para nada. No sé si V me habrá entendido, pero yo me he explicado. (Todo lo anterior, muy deprisa.) (Se sienta.)
CLAUDIO.- Me voy, me voy, no quiero permanecer más tiempo con un loco. (Se dirige al fondo.)
Escena XIII
Dichos, DON HERMÓGENES y el CAPITÁN.
ELEUTERIO.- (Desde dentro.) Cuando le digo a V. que vinimos equivocados.
HERMÓGENES.- Hombre, si sabré yo dónde vivo. Mi hijo le espera a V. con ansia...
TOMÁS.- (Levantándose.) ¿Quién va?, (¡el capitán!)
CLAUDIO.- (¡Mi cuñado!)
HERMÓGENES.- (A CLAUDIO.) ¿Todavía anda V. por aquí, caballero? Haga V. el favor de tomar el portante, o de lo contrario...
CLAUDIO.- ¡Caballero!
ELEUTERIO.- (Una patada.) D. Hermógenes, V. se librará de hacer ningún mal a mi cuñado.
HERMÓGENES.- ¿A su cuñado?
CLAUDIO.- Sí señor, pero lo que yo quiero que V. me explique es qué hace aquí ese caballerito.
HERMÓGENES.- (Es maniático su cuñado de V.) (A CLAUDIO.)
ELEUTERIO.- Respóndame V. (Una patada.)
HERMÓGENES.- Qué quiere V. que le responda si ese que está ahí es mi hijo.
ELEUTERIO.- (Asustado.) Ya, su, su, su...
HERMÓGENES.- Sí señor, mi, mi, mi, mi, ¿qué le extraña a V.?
TOMÁS.- Yo os lo explicaré todo, padre.
ELEUTERIO.- (Una patada.) No quiero. Este joven es un infame a quien yo había prometido la mano de mi hija, y luego me convencí de que era un pícaro, un tuno.
HERMÓGENES.- Luego Lolita era la que tú me decías que...
TOMÁS.- Sí señor, yo creo que todo está arreglado. V., D. Eleuterio, me dijo que hasta que hiciese las paces con mi padre y volviese a ser su heredero, no me acordara de V. Pues bien, padre mío, deme V. un abrazo. (Se abrazan.) ¿No es cierto que os heredaré?
HERMÓGENES.- Claro.
TOMÁS.- Ya lo ve V., señor capitán. Lolita será mi esposa, V.V. consuegros y yo el hombre más feliz del mundo. Vamos a ver a mi futura.
ELEUTERIO.- Alto allá. Lo bueno que V. tiene, que todo todo lo arregla a su gusto. ¿Quién le ha dicho a V. que yo consentía?
TOMÁS.- Pero si antes dijo V. que...
ELEUTERIO.- Antes habré dicho cualquier cosa, pero ha de saber V. que yo nunca me acuerdo de las cosas que he dicho hace media hora; por lo tanto, si antes le he dicho que haciendo las paces con su padre le daba la mano de mi hija, ahora le digo a V. que no, y hemos concluido.
HERMÓGENES.- (Lo dicho, este hombre es maniático.) (Hablan aparte padre e hijo.)
CLAUDIO.- (Estoy absorto.)
ELEUTERIO.- (Quiere decir que de las tres proporciones sólo me resta una, la que mi cuñado me propone.) Claudio, me alegro que estés aquí para decirte que puedes decir a ese joven periodista que yo le concedo la mano de mi hija.
TOMÁS.- (¡Oh rabia!)
CLAUDIO.- (A D. HERMÓGENES.) ¿Sabe V. si se ha vuelto loco mi cuñado?
ELEUTERIO.- ¿No me contestas?
CLAUDIO.- Qué te he de contestar si el joven de quien hablas es ese a quien acabas de negar la mano de tu hija.
ELEUTERIO.- ¿Qué oigo?
TOMÁS.- ¡Oh felicidad!
ELEUTERIO.- Quiere decir que mi hija tenía tres prometidos distintos...
TOMÁS.- Y un solo amante verdadero. Y mis tres novias era una sola, Lola mi vecinita.
CLAUDIO.- ¿Te decides? (A ELEUTERIO.)
HERMÓGENES.- Decídase V.
ELEUTERIO.- (No es cosa de dejar escapar por una tontería mía un novio para mi hija.) Pues bien, si todos los novios son uno, que se casen.
TOMÁS.- Gracias, gracias. (Le abraza.)
ELEUTERIO.- No me gustan las caricias.
TOMÁS.- Desde hoy llámeme V. de tú.
ELEUTERIO.- Bien, hombre, bien, siempre andas con eso.
HERMÓGENES.- He observado que siempre está V. de mal humor, D. Eleuterio.
ELEUTERIO.- Repare V. mis canas y repare V. mis galones y verá V. si tengo motivos para estar de mal humor.
CLAUDIO.- (Le ha dado V. en la llaga.)
HERMÓGENES.- (Lo siento.) Pero ese retraso en la carrera habrá sido por injusticias.
ELEUTERIO.- Claro, pues no hay militar más valiente que yo en toda España.
TOMÁS.- (Cuánta modestia tiene mi bello papá.)
ELEUTERIO.- ¿Quieren V.V. que les cuente mis campañas?
TOMÁS.- Ahora no, luego.
ELEUTERIO.- Pues si has de ser mi nuero tienes que acostumbrarte. A mi hija se las cuento todos los días, así es que ya las sabe ella mejor que yo.
TOMÁS.- Don Claudio, tengo que pediros perdón por las injurias que os he hecho a vos y a vuestro periódico.
CLAUDIO.- Con que te retractes, querido sobrino, de lo que has dicho hace poco, quedas perdonado.
TOMÁS.- ¡Oh!, le doy a V. las gracias por dos cosas: por el perdón y porque me llama sobrino. Vamos a ver a Lola. (Hace que se va.)
HERMÓGENES.- Antes hay que echar un piscolabis y brindar todos.
TODOS.- Aceptado.
TOMÁS.- (Se va hacia el foro.) Ramón, trae unas cuantas botellas y copas. El primero que brinde será D. Eleuterio, después mi padre, en seguida D. Claudio...
RAMÓN.- (Entrando con copas en una bandeja y botellas debajo de los brazos.) Y luego yo.
Escena XIV
Todos.
TOMÁS.- Admitido, y yo el último. Conque va (?), querido suegro. (Llena una copa y saluda.)
ELEUTERIO.- ¿Qué es esto?
TOMÁS.- ¡Champagne!
ELEUTERIO.- No, no, yo quiero vino español.
RAMÓN.- Aquí hay Valdepeñas. (Le da otra.)
ELEUTERIO.- Esto es lo bueno. (Coge la copa.)
TOMÁS.- Que brinde en verso.
TODOS.- En verso.
ELEUTERIO.- Yo no soy poeta.
RAMÓN.- Eso qué importa; tampoco yo lo soy y era capaz de estarme echando por esta boca que Dios me dio (y que se ha de tragar la tierra) un año entero seguidillas.
TODOS.- Tiene razón.
ELEUTERIO.- Pues bien, allá va.
Brindo por todos ustedes
por la milicia también
brindo por mi chafarote
por mi Lola y por el Rey. (Bebe.)
TODOS.- Bien, muy bien.
CLAUDIO.- (Todos los militares han de tirar (?))
RAMÓN.- Silencio, D. Claudio, aquí nadie habla entre dientes.
CLAUDIO.- (¡¡Maldito!!)
CLAUDIO.- A V. le toca, don Hermógenes.
HERMÓGENES.- Allá voy. (Coge una copa.) ¿En verso?
RAMÓN.- Claro.
HERMÓGENES.-
Yo brindo por la boda
y por los novios
sin andar en rodeos
brindo por todos.
Y tan sin tino
que brindo por las cepas
que dan el vino.
TODOS.- Bien, éste sí que estuvo bien.
CLAUDIO.- (Estos aldeanos tiene un afán por las seguidillas.)
RAMÓN.- (A CLAUDIO.) A V. le toca (Don Criticón).
CLAUDIO.- (Ahuecando la voz.)
Puesto que ya la antorcha de Himeneo
va a alumbrar rutilante vuestras bodas
yo que soy vuestro tío, os deseo
todas las dichas, las venturas todas.
De mi voz escuchad el pobre acento
qué felices seréis, repite el viento.
TOMÁS.- Ahora tú, Ramón.
CLAUDIO.- (Qué ignorantes, no me han aplaudido.)
RAMÓN.- (Con una copa en cada mano.) Allá va lo que es. (Canta.)
Puesto que los cantores
están de moda
echar mi cuarto a espadas
quiero yo ahora.
Cuelgo la lira
y canto con guitarra
mi seguidilla.
(Bebe una copa.)
TODOS.- Otra, otra.
RAMÓN.- (Canta.)
Es el Champagne, señores,
vino muy bueno;
si me dan Valdepeñas
también lo bebo.
Me gusta todo
porque yo soy del vino
un buen devoto.
TODOS.- ¡Viva, bueno, bueno!
TOMÁS.- Ramón se ha llevado la palma, conque ahora vamos a ver a Lola.
HERMÓGENES.- Faltas tú.
TOMÁS.- Yo no brindo.
RAMÓN.- Porque, bien dijo el que dijo, el mejor danzante sin castañuelas. [47]
TOMÁS.- Yo no brindo, porque como alguno ha de dar la despedida al público, no quiero gastar mi musa en eso.
TODOS.- Tiene razón.
CLAUDIO.- Sin embargo, no vas a saber hacerlo.
RAMÓN.- ¿Por qué no?
CLAUDIO.- Porque como nunca hizo nada más que traducir.
TOMÁS.- Hoy voy a componer los primeros versos originales para despedirnos del público.
HERMÓGENES.- ¿Qué va a ser?
TOMÁS.- Un soneto.
CLAUDIO.- ¡Qué barbaridad! Vaya un estreno. ¡Una cuarteta!
TOMÁS.- Eso es poco.
CLAUDIO.- Para empezar bastante es.
ELEUTERIO.- Tiene razón.
TOMÁS.- Pues allá va.
ELEUTERIO.- (Será buena, no hay duda.)
TOMÁS.-
Señores, el pobre autor os ruega le dispenséis y que una palmada deis eso lo dice el actor.
(Cae el telón.)
FIN DE TRES EN UNA
PERSONAS ACTORES
TOMÁS.
ALAS Y UREÑA.
D. HERMÓGENES, su padre.
GLEZ. VALLE (ANSELMO).
D. ELEUTERIO (capitán).
BUYLLA.
RAMÓN (criado).
VALDÉS.
D. CLAUDIO. REAL.
Oviedo, 26 de 1867 - L. A. U.