Publicado en
septiembre 12, 2010
“Venid aquí vosotros, los pocos
que gustais de la filosofía; la
Vida Pitagórica os pertenece.”
INTRODUCCION
El propósito del siguiente escrito es presentar al estudiante que aspira a educar su mente, una serie de hechos separados, aunque correlativos, que se refieren a este tema. La mente es la herramienta más afilada del hombre y teniendo el filo sutil de una navaja, puede herir a aquel que la maneja sin habilidad. La mente eleva al hombre de la oscuridad de la ignorancia a la luz de la verdad, rompe los grilletes que encadenan las manos mentales del esclavo y hace alcanzar a la aspirante humanidad una condición próxima a la Divinidad.
La misma mente ha creado, también, todos los esclavos del mundo; porque el astuto intelecto de los déspotas ha llenado la tierra de sufrimiento y desesperación. Aunque el hombre ha usado la mente para hacer su mundo más hermoso, la utiliza también, para abatir el espíritu y destrozar el alma de sus semejantes. La mente - el amigo mas grande y verdadero - puede ser, también su peor y mas destructivo enemigo. Su potencialidad, ya sea para el bien o para el mal, es difícil de ser concebida.
El mundo está lleno de mediocres déspotas tiranos - Judas en potencia - que podrían ser grandes poderes del mal si tuvieran suficiente cerebro. Su impotencia mental es la protección del mundo. Hay también miles de filósofos y sabios mediocres - pequeños soñadores, poetas, artistas, músicos, reformadores, y maestros que serían grandes poderes para el bien si tuvieran el desarrollo mental suficiente. La falta de intelecto es una pérdida incalculable para la humanidad. No obstante, si el conocimiento fuera diseminado sin reservas entre toda la humanidad, no sólo fortalecería el bien para el logro de grandes fines, sino también reforzaría multiplicaría las obras del mal.
En la antigüedad, por lo tanto, se hacía toda clase de esfuerzos para evitar que el conocimiento llegara a aquellos que eran viciosos, egoístas, innobles y faltos de sinceridad. En el siglo veinte, sin embargo, se han abierto las compuertas del pensamiento y un verdadero torrente de conocimiento se ha esparcido por el mundo. Por esto, el pequeño tirano obtiene el poder para ser un gran tirano, y, el mediocre pensador el poder para ser un gran pensador. El bien y el mal están aumentando igualmente, por la revelación del conocimiento.
Esto presenta un grave problema a las masas, las cuales, careciendo de la capacidad para hacer grandes decisiones, se ven obligadas a seguir las huellas de aquellos que aparentan ser sabios. Hace algunos siglos, era peligroso ser un pensador; ahora, es peligroso no poder pensar.
Para protegerse contra el intelecto del vecino y al mismo tiempo, adquirir el discernimiento que lo capacita a reconocer lo real y lo falso, cada individuo debe desarrollar su propio intelecto Para el bien del mundo y de aquellos que necesitan su ayuda y comprensión.
Nuestras escuelas, desgraciadamente, no enseñan a discernir; sus programas de estudio no incluyen la técnica para el desarrollo de las cualidades del alma. Ninguna educación o sistema de desarrollo intelectual es completo a menos que, edifique o desarrolle a la vez los valores o cualidades espirituales y éticas que ayuden a la mente a llegar a ser no sólo grande, sino verdadera, bella y pura.
REFINAMIENTO DEL ORGANISMO
PENSANTE
El cerebro es el hogar de la mente. Así como el espíritu es reflejado a través del cuerpo y anima la materia inerte, así también, los pensamientos son impresos en las áreas sensitivas del cerebro y de ahí conducidos, por medio de los nervios, a todas las partes del cuerpo. La mente es la estación transmisora de radio, y el cerebro el aparato receptor.
Considerado objetivamente, la claridad de pensamiento depende de la cualidad orgánica del receptor. La Mente Universal está siempre trasmitiendo pensamientos, pero el hombre solamente sintoniza aquellos que le interesan. Un conocido magnate del seguro, después de haber estado conectado por muchos años con una de las más grandes compañías de seguros del mundo, decidió tomar unas vacaciones. Con unos compañeros turistas, en las galerías del Louvre, se pararon frente a un magnífico óleo. Uno de la partida, con mucho entusiasmo, exclamó: ¡Oh Señor D!, ¿no sobran las palabras ante esto tan maravilloso?”. Después de un examen crítico, hecho con sus impertinentes, el Señor D respondió, con el tono del hombre que sólo se ajusta a los hechos: “¡Hum!, debería estar asegurado, pero la prima sería horriblemente alta. No hay una sola boca de incendio en tres manzanas.” Un definido estancamiento mental se produce cuando la mente ha estado concentrada, tan exclusivamente, en un solo tema, que llega a no responder a otro estímulo.
Así como el ejercicio apropiado fortalece al cuerpo físico, el ejercicio mental - cuando se dirige también de manera apropiada - desarrolla las células del cerebro y fortifica la mente. ¿Os habéis detenido alguna vez a pensar qué significa cualidad orgánica? ¿Sabéis en qué difiere el individuo culto del patán? Una analogía adecuada puede ser tomada del mundo animal. Notad las voluminosas líneas del caballo de tiro, atado al carro que reparte el hielo. Sus gruesas y peludas piernas, rústicos y pesados cascos gruesa crin y cabeza cuadrada, todo denota la fuerza física. Tal animal puede arrastrar pesos casi inconcebibles. Puede ser dejado, también, en el campo, durante la noche, sin protección especial de los elementos. Basta darle abundante ración y agua para que trabaje reciamente por largos años y, salvo accidentes, llega a una edad avanzada. Por otra parte, el sangre pura árabe tiene finas y delicadas piernas y una crin y cola sedosa. Su fino temperamento nervioso lo hace estar haciendo cabriolas y tascar el freno, y está sujeto a males totalmente extraños para el caballo de tiro.
La cualidad orgánica es la clave para el poder intelectual y ejecutivo. Mientras más inferior es la cualidad orgánica más depende el individuo de la fuerza bruta. Entre más finos son los átomos que componen al cuerpo, mayor es su eficiencia como vehículo de la conciencia. Los cuadros hechos de pequeños mosaicos, se construyen colocando sobre una base de yeso de París diminutas piezas de piedra de diversos colores, y habilísimos operarios a veces, tardan muchos años para terminar un cuadro de la Virgen, hecho con piezas de vidrio y piedra que no exceden de un treinta y dos avos de pulgada cuadrada.
Las células individuales pueden ser asemejadas a esas piedras de los mosaicos, y la mente al operario que hace con ellas cuadros de pensamientos. Mientras más pequeñas y finas sean las células, más perfecto será el cuadro de los pensamientos. Esto explica porque los pensamientos de ciertas personas son claros y potentes, mientras que los de otras son turbios y débiles. El hombre puede cambiar la cualidad orgánica de las células de su cuerpo perfeccionando su manera de vivir y pensar. Debe ganarse el derecho de pensar claramente mejorando la cualidad orgánica de su cerebro, así podrá responder con agudeza y esmero a las sutiles emanaciones de lo invisible.
LA INFLUENCIA DEI, MEDIO AMBIENTE
SOBRE LA MENTALIDAD
Se ha demostrado, repetidamente, que los objetos extraños para el individuo producen o despiertan cierta definida reacción dentro de aquel que es expuesto a ellos.
Los griegos creían que el hombre era el producto - en parte al menos – del medio ambiente. Consideraban esencial, por lo tanto, que toda persona estuviera rodeada por cosas diseñadas con el objeto de estimular solamente los más elevados, y nobles sentimientos de su naturaleza. Probaron concluyentemente que la belleza en la vida podía ser producida rodeando la vida con belleza. Descubrieron que los cuerpos simétricos eran construidos por almas qué estaban siempre en presencia de ideales simétricos; que los nobles pensamientos eran producidos por mentes rodeadas de ejemplos de nobleza mental. Creían que si un hombre se veía forzado a contemplar una edificación plebeya asimétrica, despertaría dentro de si sentimientos bajos y le provocaría el deseo de cometer actos innobles. Así pues, si se levantaban edificios mal proporcionados en el medio de la ciudad, nacerían niños deformes en esa comunidad; y los hombres y mujeres, viendo esa edificación asimétrica, vivirían, consecuentemente, una vida inarmónica.
Muy poco comprendemos nosotros del efecto profundo, o de largo alcance que nos producen las discordancias. En forma potencial, el hombre contiene dentro de si todo lo que existe con relación a él en la naturaleza. Todas las cosas con las que tiene contacto externamente, evocan una correspondencia interna. Por eso es posible cambiar el modo de vivir con algo trivial, como el color o diseño del papel de las paredes de la propia habitación o algún elemento discordante del ambiente que nos rodea a diario.
Un criminal que por mucho tiempo había eludido la ley, fue perseguido y, finalmente, capturado por la marca especial con qué el firmaba. Como bravata, este hombre dibujaba siempre tres pequeños cuadrados en el depósito o caja de caudales donde robaba. La policía, estando en el apartamento de un individuo sospechoso, se encontró que, mirando desde la sala había enfrente una alta pared de ladrillo, en la cual había tres ventanas distribuidas en la misma forma que la característica firma del criminal. Estas tres ventanas hicieron tal impresión en la mente del individuo que, involuntariamente, comenzó a firmar con un diseño semejante.
En el siglo veinte, particularmente, vivimos una vida discordante en lo arquitectónico, musical y artístico. Los edificios están amontonados en extraño diseño cubista; instrumentos musicales que no tienen nada en común, son ejecutados a la vez; y el artista moderno ha encontrado fórmulas de color que no tienen su contraparte ni en el cielo, la tierra o el infierno.
La barahúnda y confusión generada por esta civilización no podía dejar de producir efectos perjudiciales sobre la triple constitución del individuo - mental, moral y física. En consecuencia, su mente es tan desorganizada como su arquitectura; su moral tan discordante como su música, y su cuerpo físico tan desagradable como su arte.
Si queremos producir una raza de hombres y mujeres capaces de tener pensamientos racionales e inteligentes - una nueva orden de superhombres y supermujeres - debemos rodearlos de ejemplos de estabilidad y proporción, los cuales evoquen esos mismos principios latentes en el alma humana. Grecia comprendió profundamente que sus filósofos eran el producto directo de los nobles ideales de música, arte, estética y arquitectura los cuales habían establecido como modelo o “standard” de su sistema cultural.
CAPACIDAD MENTAL
Un gran número de gente sufre de indigestión mental porque están tratando de asimilar pensamientos demasiado grandes para su capacidad intelectiva. Deslumbrados por la magnitud de alguna realidad cósmica, esas mentes, parcialmente desarrolladas, no son capaces de funcionar.
Por eso, debemos dar énfasis, previamente, al problema de la capacidad mental. En lugar de gastar nuestro tiempo en tratar de llenar nuestra mente con un vasto surtido de pensamientos, es imperativo que la capacidad mental sea desarrollada, de manera que los nuevos pensamientos que sean admitidos no se desparramen y, pierdan.
La mente debe, ser preparada para el influjo de grandes pensamientos. Debe volverse amplia, así podrá recibir y considerar sin perjuicio cualquier declaración o relato por más asombroso o improbable que parezca, y luego aceptarlo o rechazarlo por la facultad de razonar y no por la emociones.
La mente puede ser comparada a una corriente, y para su protección o seguridad es esencial que los procesos mentales fluyan constantemente. El pensamiento puede ser relacionado al agua. El agua en movimiento es pura; el pensamiento, aunque posiblemente incompleto, es también, en parte, limpio. El agua estancada y el pensamiento estancado, ambos son una amenaza para el bienestar público. El agua estancada puede serlo por una obstrucción en la corriente; el pensamiento estancado se encuentra, habitualmente en una mente “cerrada”, en la cual, alguna noción preconcebida, ocasiona la obstrucción e impide el natural fluir.
Si la mente es amplia, como debe serlo, y abierta en sus dos extremos, está siempre pasando a través de ella una corriente de pensamientos vivientes, hermosos y plácidos. Si en cambio se cierran todas las puertas de entrada, la mente pronto queda vacía, porque el río de los pensamiento sigue corriendo y no vuelve a llenarse. Esto es lo que ocurre, precisamente, con la persona que teme una nueva idea y rechaza su admisión.
Por otra parte, si cerramos toda salida de la mente para que no se nos vaya algún precioso pensamiento, el río del pensamiento al entrar rápidamente desborda y por el deseo de conservar un solo pensamiento, cien mas no encuentran lugar. Si cerramos toda entrada y salida, tendremos pensamientos estancados y decadentes, los cuales, al final, incubarán sus propios característicos males. La mente que no recibe ni produce nuevas ideas, pronto queda vacía y su propietario se vuelve un insensato en el mundo de la Mente.
Por todo ello, es evidente lo esencial que es mantener la mente continuamente renovada; que nuevos pensamientos deben dejarse entrar y dar salida a los viejos; que ninguna mente puede desarrollarse, a menos que cambie diariamente los métodos de satisfacer las necesidades que le crea un mundo en crecimiento continuo.
Tampoco debemos almacenar pensamientos. Nuestro poder mental consiste en el desarrollo y ejercicio de la facultad de pensar y no en almacenarlos. Es igual que el carpintero haciendo una silla. Cuando termina la silla, comienza a hacer otra más; porque es más precioso que la silla en si, el conocimiento de hacer sillas. ¡Ah del carpintero intelectual que, habiendo hecho una silla, se sienta en ella por el resto de sus días!
ENTRENAMIENTO DE LA MENTE EN EL
CAMINO QUE DEBE SEGUIR
Cierta vez un antiguo filósofo judío, declaró que el Señor ha colocado en el rostro humano las instrucciones para alcanzar la inmortalidad. De acuerdo con normas artísticas, el rostro está dividido, horizontalmente, en cuatro partes. La sección inferior, desde la barba hasta la base de la nariz, representa la parte material de la naturaleza. De la base de la nariz hasta el puente de ella, están los elementos vitales, o acuosos, correspondientes al éter, o aliento. Del puente de la nariz al nacimiento del cabello están las facultades aéreas, o intelectuales; y desde la línea del cabello hasta la coronilla está lo ígneo, o poderes espirituales. El rabino daba énfasis, particularmente, al hecho de que hay siete aberturas en la cabeza humana; dos ojos; dos oídos, dos ventanas de la nariz, y una boca. De las siete, seis están dedicadas a la recepción del conocimiento, o sea, ver por los ojos, oír con los oídos e inhalar el principio de la vida por las ventanas de la nariz. La séptima, hace ambas cosas, recibe y da. Recibe alimento para el mantenimiento del cuerpo físico, y por medio de la lengua revela el conocimiento adquirido por los ojos y oídos, y los varios sentidos de percepción. De estas siete aberturas, seis están destinadas a la acumulación de conocimiento, en tanto que sólo la séptima es la que revela o disemina aquello que ha sido logrado. Conforme a esta proporción, el hombre debería recibir seis veces más que lo que da.
Pitágoras sostenía que el mejor modo de entrenar la mente era dedicarla, exclusivamente, por un definido período de tiempo, a la recepción del conocimiento. Aquellos que querían ser sus discípulos aceptaban el voto llamado “silencia pitagórico”, esto es, controlar el habla por un período de cinco años. No pudiendo tomar parte en ninguna discusión, los discípulos fueron, gradualmente, comprendiendo profundamente que era mucho más provechoso el ser oyente; porque como interviniente, uno se vuelve, invariablemente, tan personalmente interesado en sostener su posición que pierde de vista la proposición como un todo.
El segundo objetivo perseguido por Pitágoras era el logro del autocontrol; porque un individuo que puede controlar su palabra por cinco años, con seguridad, posee un cierto grado de autocontrol. El tercer propósito era eliminar los buscadores superficiales del conocimiento. La mera curiosidad, Pitágoras lo sabía, no podía resistir esa rigurosa prueba, en tanto que aquellos que eran capaces de esperar cinco años sin perder su interés, eran también suficientemente sinceros para responder a las instrucciones conferidas.
Además, otro gran maestro formuló un sistema de inestimable valor pera aquel que desea seguir la vida filosófica. Consiste en un curso de autoanálisis. Se hace un inventario de cada facultad y tendencia. Considerando al número 100 como dechado de perfección, el discípulo estima, lo más conscientemente que pueda, el grado de desarrollo de esas facultades en su propia naturaleza. Si es deshonesto en su estimación, él es el único que sufre. Los porcentajes logrados se suman entre si y se saca un promedio. Aceptando ese promedio como “standard”, el discípulo procura elevar aquellas facultades que caigan demasiado de ese promedio. Aquellas facultades que estuvieran a un nivel normal no hacía especial esfuerzo en mejorarlas, y así, con el esfuerzo que hace por elevar sus facultades defectuosas, logra un equilibrio en las diversas partes de su propia naturaleza. Más tarde, deberá hacerse una nueva estimación de valores, y seguir, así, el mismo procedimiento.
CÓMO PENSAR Y QUÉ PENSAR
La palabra educación viene del latín educo, significando “extraer”, “educir”, “dar de si”. Quiere decir, entonces, que la más elevada forma de educación es aquella que más evoca, y por la cual el individuo se expresa al máximo, desarrollando su propia naturaleza. El sistema educacional del mundo moderno, sin embargo, ha sido diseñado para suplir las necesidades de las masas y, en consecuencia, es injusto para el individuo, ya que no estimula el esfuerzo individual de cada intelecto. La teoría moderna de enseñanza está mayormente basada en el esfuerzo de instruir al estudiante en qué debe pensar más que en cómo aprender a pensar.
Lo populoso de las escuelas modernas y la gran cantidad de alumnos que se reúnen en cada clase también crea dificultades, siendo casi imposible dedicar pensamiento y cuidado a las necesidades individuales de cada discípulo. La educación moderna es grandemente una cuestión de memoria, requiriendo, comparativamente, poco ejercitamiento del elemento del pensamiento original. Al niño se le enseña que esto y aquello es así, pero no el por qué. Como resultado llega a poseer un conocimiento razonable de las cosas como ellas son, pero, prácticamente no tiene ningún conocimiento porqué son así y su posible mejoramiento. Esta condición es muy notable en las instituciones superiores de enseñanza, donde debiera darse mayor lugar a la originalidad. Cuando prepara una lección para su clase, el estudiante puede ser fácilmente reprobado si llega a expresar su propia opinión. No tiene derecho a tener su opinión. Su deber es escuchar reverente y respetuosamente las opiniones de sus profesores y de las eminentes autoridades que citan sus maestros. Esta actitud casi inquisitorial de la así llamada enseñanza, paraliza la iniciativa que es de vitalísima importancia para el progreso científico y filosófico de la raza.
En los tiempos venideros, se comprenderá, sin lugar a dudas, que el caudal más valioso para una nación lo constituye esas mentes más finamente organizadas, capaces de pensar por si mismas. “Todo el mundo”, señala Emerson, “está frente a un suceso imprevisto cuando Dios pone en libertad a un pensador”. En la mayoría de los casos, aquellos a quienes el mundo considera como sus mentes más grandes tienen pensamientos prestados o sustraídos de los demás. Unos pocos, inteligencias respetadas y veneradas, son los que piensan sesudamente para sus pueblos, razas e instituciones. Hay dos causas que producen el letargo mental. La primera es producida por una mente poderosa que, eclipsando los intelectos que le rodean hace que los demás acepten instintivamente sus conclusiones como superiores a las de ellos. Resulta, pues, que encontramos, comúnmente, grandes intelectos, como soles, rodeados por planetas negativos o satélites que intentan brillar con un poco de la luz reflejada en ellos por el intelecto alrededor del cual giran. La segunda, es que la actitud científica es de extremo escepticismo y crítica. Cualquiera que sea suficientemente imprudente para disentir con los descubrimientos de las mentes eminentes, será objeto de una persecución sin tregua. Se hace todo esfuerzo para obligarlo, como a Galileo, a que se arrodille y se retracte. Después que sus propios colegas lo han arrastrado a una muerte prematura, las generaciones venideras, percibiendo que los ataques que le hicieran fueron inmerecidos, hacen su apología y erigen un monumento a la memoria del intelecto martirizado. La humanidad teme cumplimentar a un hombre, más después de haber permitido que alguien se muera en la miseria, su memoria se perpetúa en la piedra con un alarde tal, que lo gastado podría haber prolongado la existencia de aquél que honran si se lo hubiesen dado en vida. Entre los griegos hay una copla que viene a propósito, y dice: “Siete ciudades pelearon por Homero muerto; y en ellas había mendigado su pan cuando vivo”.
LA FACULTAD DE COMPARAR
Francisco Bacon declaró que la facultad de comparación es una de las expresiones más elevadas de la actividad mental. Que Bacon fue correcto en ello, es evidente, porque en todas partes vemos métodos basados en la comparación. Una cosa es llamada buena porque es mejor que alguna otra; grande porque es mayor que otra, o pequeña porque es insignificante con relación a lo que le rodea.
Se dice que ciertas tribus que habitan las regiones de los Himalayas, viven en valles. Los valles tibetanos tienen una altura igual a las montañas más altas de las Rocosas y de las Sierras. Los valles tibetanos están, actualmente, a unos 15.000 pies sobre el nivel del mar, pero son llamados valles porque los rodean montañas que se alzan a miles de pies sobre ellos. Por eso, la falacia de la comparación resulta evidente.
Asimismo, en una pequeña aldea, un hombre que tenga cincuenta mil pesos es considerado opulento, pero si se lo compara con los reyes de la finanza de Wall Street, será considerado como abatido por la pobreza.
El progreso es medido por comparación. Nos comparamos con los bárbaros y muy complacientes decimos que nuestra raza es civilizada. Para el filósofo, sin embargo, las cosas no deben ser consideradas en relación con otras sino consigo mismas. Decir que un hombre es más grande que otro, fijando como norma la de comparar una sandía con una uva y declarando que la sandía es un producto más excelente porque tiene mayor tamaño, no es correcto. Ni Dios ni la naturaleza, es evidente, nos da uvas en tamaños tan generosos como los de la sandía, de modo que cada cosa debe ser medida de conformidad con su tipo.
Dos hombres, cada uno poseyendo un talento diferente en grado, pueden ser colocados a la par con el propósito de compararlos. Uno de ellos, diremos, tiene una mente excelente que ha cultivado con sumo cuidado; el otro, sólo posee un intelecto mediocre, habiendo sido forzado, por la presión de las circunstancias, a descuidar el entrenamiento de sus limitadas dotes mentales. Es obvio que los dos individuos no pueden ser medidos con la misma vara, sino que se les debe considerar de acuerdo con las cualidades de sus propios vehículos y el uso hecho de las oportunidades que se les ha presentado en la vida. Un hombre que ha tenido cien oportunidades y se ha aprovechado de noventa de ellas, es nueve décimos perfecto. Otro, que tuvo sólo diez oportunidades y aprovechó nueve de ellas, es también nueve décimos perfecto. En consecuencia, al juzgar a la gente, debemos estimarla por su propio “standard” y no por el nuestro. Tenemos propensión a ponernos nosotros mismos como “standard” o modelo, aceptando o rechazando a la gente conforme ella responde a nuestro tipo establecido. Este método de tasar cada cosa o individuo, es, ostensiblemente, injusto y antifilosófico. Cada individuo es sincero cuando lo es consigo mismo. Reconociendo el infinito número de individualidades - cada una en diferente etapa de desarrollo de sus propias potencialidades divinas -, el filósofo comprende que cada hombre o mujer, leño o piedra, es una ley en si y debe ser considerado como un proceso individual. Ninguna ley planeada hasta ahora es justa tanto para el individuo como para la masa. Si se es justo con el individuo se es injusto para con la masa, y viceversa. De acuerdo con esto, es el pensador quien debe decidir si debe enfocar su atención sobre el individuo o la masa. Cada caso es un problema en si, completo y separado.
LOS ORÍGENES DEL CONOCIMIENTO
Los elementos del conocimiento son aceptados por la naturaleza mental a través de tres canales directos del mundo externo y un canal directo del mundo interno o superfísico. El método último es denominado inspiración, y los otros tres métodos físicos son llamados: experiencia, observación y experimentación. La experiencia, la cual tiene su correlación con la institución religiosa, es el más antiguo y venerable maestro del hombre. La religión ha buscado siempre enseñar al hombre haciéndole sentir y experimentar, dentro de su propio corazón y alma, las acciones y reacciones de las doctrinas por ella promulgadas. La religión continuamente destaca el hecho de que el hombre es parte del proceso que ella enseña; pinta el cielo en brillantes colores y el infierno en tonos más vívidos aun, intentando inspirar al hombre en la búsqueda del primero por su proximidad con el último.
Sin embargo, la observación y experimentación tienen más éxito cuando el observador o experimentador puede mantenerse a si mismo separado del tema de su búsqueda. Próxima a la experiencia, en antigüedad y veneración, está la observación. Los más grandes pensadores de antaño, tenían el hábito de observar. Como ejemplo podemos citar los griegos, quienes fueron los primeros en establecer las clínicas médicas, en las cuales se reunían los médicos a vigilar durante horas los pacientes, buscando familiarizarse con los más pequeños detalles de cada enfermedad. Para los griegos, el cuerpo humano era demasiado sagrado para someterlo a la disección. En consecuencia, no eran anatomistas; su conocimiento derivaba de la inducción más que de la experimentación.
El más gran observador del mundo moderno fue Paracelso de Hohenheim, quien declaró que la naturaleza es un gran libro y que el que mejor lee en sus páginas es aquel que las recorre con sus propios pies. Siguiendo su propio consejo, Paracelso viajo a pie por casi toda Europa y Cercano Oriente, catalogando cuidadosamente el resultado de sus investigaciones. Así como la experiencia está directamente relacionada a la religión, la observación lo está a la filosofía.
La experimentación es el más reciente camino por el cual se deriva el conocimiento. Mientras el observador y vigila y estima los fenómenos naturales, el experimentador produce el fenómeno a voluntad. Alcanza el mismo fin que el observador, pero simplifica, considerablemente el proceso, y lo trae dentro de los confines de un laboratorio apropiadamente equipado. La escuela experimental ha descubierto mucho de valor para el mundo, y sus investigaciones han aportado una inestimable contribución a la salud y bienestar de la raza humana. La experimentación es un método peculiarmente relacionado a la ciencia y constituye el verdadero basamento de la investigación científica moderna. La naturaleza produce el acaecer de las cosas; el científico las fuerzas a que ocurran, preparándose, primero, para derivar en la mayor medida el beneficio de sus experimentos, conducidos en las más ideales condiciones.
Así pues, la religión, filosofía y ciencia son métodos para acumular el conocimiento, así como también, instituciones para la circulación de los dogmas y aserciones. Su valor, sin embargo, como canales del conocimiento es muchísimo mayor que el de promulgar nociones o ideas.
Galeno y Avicena, encadenando la mente humana al dogma, paralizaron el progreso científico durante la Edad Media. El progreso actual en los dominios de la ciencia material es debido, grandemente, a la observación y experimentación; y así como estos factores han contribuido tan eficazmente al logro del conocimiento físico, pueden ser adaptados, con igual beneficio a los fines de la filosofía.
CONCILIACION DE LOS OPUESTOS
A través de la naturaleza nos vemos enfrentados con el principio de la dualidad. Hablamos de bien y mal, arriba y abajo, adentro y afuera, luz y oscuridad, amor y odio, crecimiento y decadencia, y una enormidad de otras polaridades contrarias. Nosotros hemos creído siempre en la realidad de estas polaridades, siendo que, por el contrario, no tienen una existencia verdadera fuera de la ignorante mente individual. “Pero”, - el lector podrá protestar - “la vida seguramente existe, y la muerte también, porque yo he visto gente venir al mundo y he visto también a los que dejan el mundo”.
En la antigüedad había una escuela de filosofía célebre por su método de conciliación o transposición de los opuestos. La declaración: “Dios es el bien”, puede ser invertida y ser igualmente cierta, así’: “El bien es Dios”. Con igual propiedad, podemos decir: “La vida es muerte”, y también: “La muerte es vida”.
El nacimiento físico representa una transición de lo divino al estado humano. Eso que nosotros eufemísticamente denominamos el comienzo de la vida es, realmente, el descenso del principio divino en una forma corpórea, en donde, durante la llamada vida, debe estar sujeto a restringidos límites de la forma. Aquí las facultades divinas encontrarán medios inadecuados de expresión y pasarán por el invariable ciclo de enfermedad, sufrimiento y muerte. Por lo tanto, desde el punto de vista puramente espiritual, el nacimiento físico es muerte espiritual, y, a la inversa, cuando el espíritu se libera del cuerpo - lo cual el hombre llama muerte - es, realmente, el renacimiento del espíritu, el retorno a su estado eterno.
Pero, el lector notará que los opuestos: “nacimiento y muerte”, aun subsisten después de la transposición. Sin embargo, esto tampoco es verdadero, porque el que vosotros llaméis al proceso muerte o vida no depende del proceso en si, sino más bien de la posición que se adopte con respecto al proceso.
Tomad, por ejemplo, los aspectos “bien” y “mal”. Entre estos dos pares de opuestos, en la parte media, hay un punto neutral que puede ser llamado la condición tal como es realmente. Si nosotros estamos en armoniosa conexión con la cosa tal como es, llamamos a esto “bien”, porque disfrutamos las reacciones de la armonía. En cambio, si estamos en desarmonía con la cosa en si, lo llamamos “’mal”, porque estamos sufriendo la experiencia engendrada por la falta de armonía. Independientemente de la manera como pueda ser considerada por nosotros la cosa, su naturaleza esencial permanece siempre incambiable.
Algunas veces encontramos un individuo que está sufriendo por alguna imprudencia. Podrá decirnos, con ligereza, que ha roto una ley natural y está sufriendo el resultado de su transgresión. Pero, con sólo pensarlo un poco, la persona inteligente se convencerá que ningún individuo tiene jamás el poder o prerrogativa de romper una ley natural. En realidad, es la ley natural la que produce el impacto en el individuo cuando intenta cambiar la inevitable secuencia de sus reacciones.
Cada aspirante a la libertad mental debería realizar la ilusoria existencia del llamado bien y mal, ya que cada poder y fuerza de la naturaleza está cooperando, consecuentemente, para el ultérrimo logro de la perfección. El mal existe únicamente en el sentido de que no hubo un ajuste adecuado a esos poderes o fuerzas de la naturaleza, los cuales se convierten en agentes de destrucción (esto es: mal), cuando el individuo trata de emplearlos equivocadamente, y que asumen el aspecto benéfico (bien) sólo cuándo el individuo retoma la actitud correcta, o sea una manera normal o racional de vivir.
OPTIMISMO VERSUS PESIMISMO
Las conocidas leyes de expansión y contracción, tan fundamentales en el campo de la física, tiene su analogía filosófica en las cualidades de optimismo y pesimismo. En el plano ético, el optimismo es la expresión de la ley de expansión, y el pesimismo, de la ley de contracción.
Hay dos tipos distintos de optimista. Uno, es aquel que es feliz porque nunca asumió sus responsabilidades; el otro, aquel que es feliz enfrentándolas, y viendo el resultado de las responsabilidades dispone de ellas en forma satisfactoria. Ambos son optimistas - el primero, decididamente objetable; el segundo, glorioso y deseable. Uno, es el hombre que ríe cuando juega, y el otro, quien ríe cuando trabaja. La única diferencia entre el trabajo y el juego consiste en la actitud mental. El trabajo, es la cosa que tenemos que hacer; el juego es la cosa que hacemos por nuestro gusto. Por eso, cuando un individuo ama a su trabajo, éste se convierte, realmente, en juego. Pero esa actitud se encuentra raramente.
Hay, igualmente, dos tipos de pesimista. El primero, es el individuo cuyo ánimo está destrozado por los golpes del destino. El segundo tipo, es aquel que, a pesar de no haber experimentado reales infortunios, ¡esta lleno de temor de que los llegue a sufrir! Hubo un pesimista de este tipo, del cual se dijo que tenía un dicho así: “Si tu fuerza es capaz de mover montañas, ¡puede ser que muevas un grano de mostaza!”.
Como regla, el optimista se desliza sobre la superficie de la vida, en tanto que el pesimista tiene la particularidad de arrastrarse hasta el fondo de todo agujero o foso que encuentra en su camino. Ambos, el optimista y el pesimista, se asemejan a los caballeros antiguos, tocados con su coraza de hierro, estando el optimista fortalecido en su actitud contra las tinieblas y el pesimista contra cada simple rayo de sol. Sin embargo, ni el optimista ni el pesimista conocen realmente la vida tal como es.
Si vosotros tendríais que elegir entre uno y otro, sed optimistas; porque es casi seguro que el pesimismo tendrá como resultado: reumatismo, anquilosis prematura, disminución o endurecimiento de las arterias, y una legión de otros males físicos. El pesimismo es una actitud, que fundamentalmente, nos retrae, limita, estrecha y enceguece, mientras que el optimismo, a menudo, expande la naturaleza física, y siempre, la mental. Pero, entre ambos, está el punto de equilibrio - la posición más perfecta que puede la mente ocupar. El hombre deriva del optimismo no sólo la creencia en la universalidad de la bondad sino también el coraje de seguir adelante para lograr el triunfo. Del pesimismo proviene no sólo la franca revelación de su propia flaqueza sino también un excesivo grado de cautela que vampiriza toda iniciativa. El optimismo es impulsivo; el pesimismo rechaza, repele.
Las zonas frígidas pueden ser relacionadas con el espíritu del pesimismo. En él todo se contrae y la vida es una interminable lucha para subsistir. El optimismo tiene una analogía similar a la zona tórrida, en donde todas las responsabilidades quedan reducidas al mínimo y en cada árbol hay colgando un vale para comida. Los pensadores del mundo, sin embargo, no están constituidos ni por el esquimal ni por el hotentote, sino más bien por las razas que habitan las zonas templadas, en donde se mezcla el enervante calor del sur con los paralizantes fríos del norte. Así como el gran trabajo del mundo es hecho por aquellos que viven en climas templados, así también, por analogía, los pensamientos universales alcanzan verdadera y plena expresión en las mentes templadas.
RELACION DEL PENSAMIENTO CON LOS
CUATRO ELEMENTOS PRIMARIOS
Siguiendo el ejemplo de los caldeos, enseñaron los griegos, egipcios y hebreos que el universo inferior consistía de un compuesto de los cuatro elementos primarios: tierra, agua, fuego y aire. Los egipcios encarnaron estos elementos en el símbolo de la esfinge, como lo habían hecho antes, con similar intento, los asirios al fabricar su monstruo mitológico, el hombre toro.
Los hebreos, también, fabricaron una extraña bestia, llamada cherubin, que tenía cuatro cabezas, una de hombre, otra de león, otra de águila y la última de toro. A estas cuatro cabezas se asignaron los signos fijos del zodíaco: también, los cuatro evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Con relación a los cuatro elementos, el toro se asignó a la tierra, el águila, al agua, el fuego al león, y el aire a la cabeza humana. Sobre la cruz, compuesta de estos cuatro elementos, fue crucificado el Cristo-hombre, o Alma del Mundo. El prototipo tierra, agua, fuego y aire de los antiguos, devino el carbono, hidrógeno, nitrógeno y oxígeno de la ciencia moderna - las cuatro sustancias primarias que son la base de toda estructura corpórea.
No sólo el cuerpo físico del mundo tiene esta constitución cuaternaria primaria, pues también encontramos en el reino del pensamiento cuatro elementos tan indispensables como aquéllos para la naturaleza mental. Por ejemplo, en el plano del pensamiento, el elemento tierra se manifiesta como practicidad, el elemento agua como versatilidad, el elemento fuego como impetuosidad y el elemento aire como idealidad. En consecuencia se puede decir que es perfecta la mente en la cual se encuentran estos cuatro elementos en proporciones iguales.
Cuando los griegos construían una ciudad, elegían un sitio en el cual estuvieran reunidos armoniosamente estos cuatro elementos (tierra, agua, fuego y aire). Si había demasiada agua, la humedad hacía peligrar la salud; si demasiado calor, se quemaría la vitalidad. La tierra se consideraba la polaridad del frío; el agua, la polaridad de la humedad, y el aire, la polaridad de la sequedad. Así como la armonía de estos elementos producía el ambiente ideal para el desarrollo de la cultura, la armonía de las analogías mentales de estos elementos producía un ambiente ideal para el desarrollo y bienestar mental.
Si la mente es demasiado práctica, la naturaleza deviene fría como la tierra. Si es demasiado impetuosa, la razón se ofusca como si estuviera rodeada por un consumidor fuego. Cuando el elemento terreno del pensamiento (practicidad) predomina, se produce el materialista: cuando el elemento ácueo del pensamiento (versatilidad) predomina, tenemos al inconstante; cuando el elemento ígneo del pensamiento (impetuosidad) predomina, nace el fanático; cuando el elemento aéreo del pensamiento (idealidad) predomina, el idealista sin sentido práctico, o el soñador se produce. Sin embargo, cuando todo se mezcla de modo adecuado, la idealidad es controlada por la practicidad, la impetuosidad es dirigida por la idealidad, y la naturaleza rígida de la practicidad brilla por la influencia de la versatilidad.
Si después de analizar cuidadosamente su equipo mental, el individuo encuentra deficiencias en algunas de esas cualidades mentales, deberá comenzar de inmediato a cultivar ese elemento particular hasta el punto en que la deseada armonía de su expresión mental sea establecida. Así considerados, estos cuatro constituyentes pueden ser denominados los elementos primarios del pensamiento humano.
EL PENSAMIENTO EN SU CORRELACIÓN CON LAS ÓRDENES DE LA ARQUITECTURA GRIEGA
Vitrovius, describiendo los templos de los antiguos griegos, en su famosa obra sobre arquitectura, nota que en su construcción fueron empleados tres tipos distintos de arquitectura. A los dioses superiores y héroes erigieron edificios del orden dórico; porque siendo sólidos pero simples, eran considerados apropiados para las divinidades masculinas. A las diosas y deidades menores, erigieron estructuras del orden jónico; mientras que a las más etéreas y graciosas deidades - tales como Venus, Flora y las ninfas - se consideraba adecuado la erección de templos corintios.
Para los griegos, el templo representaba el símbolo del orden Universal. Los tres tipos de columnas diseñadas para soportar los techos de los templos, tipifican el triple poder de la mente que lo sostiene - el orden racional del mundo -. La tríada pitagórica de Padre, Madre e Hijo, como se presenta comúnmente en el problema N° 47 de Euclides, tiene correspondencia con estos tres órdenes de pilares. El Padre, es el poderoso e imponente orden dórico, la Madre es el orden jónico, cuyas estrías representan los pliegues de su falda; el Hijo es el orden corintio, cuya adolescencia es representada por la sutil simetría de la columna.
Por analogía, encontramos la razón humana sostenida por tres pilares. Correlacionado con el orden del saber, la columna dórica o masculina representa la ciencia; cuando la correlacionamos con los métodos de lograr seguridad en el conocimiento, es observación; y cuando lo hacemos con los procesos de la mente, es pensamiento. Similarmente, la columna jónica, o femenina, representa, en el campo del conocimiento, la filosofía; con relación a los métodos de obtener el conocimiento, es la razón; y con relación a los procesos de la mente, es intuición. En el orden del saber, la columna corintia, o adolescente, representa la religión; relacionada a los métodos de obtener el conocimiento, es la fe; y con relación a los procesos de la mente, es la imaginación.
En el simbolismo masónico, los tres órganos de las columnas griegas son referidas a la Sabiduría, Fuerza y Belleza - tres cualidades esenciales para la expresión armoniosa del alma humana -. La Casa Universal está sostenida por la Sabiduría, Fuerza y Belleza. La Sabiduría representa el desarrollo de la mente al estado de realización y entendimiento. La Fortaleza significa la perfección de la estructura física y el asentamiento de la voluntad sobre los seguros cimientos de la iluminación y el orden. La Belleza significa el ajuste armonioso de las partes, dando simetría a la estructura total y encontrando su más natural respuesta a través de las emociones y percepciones sensorias.
Además, las tres columnas masónicas declaran que la Casa Universal está sostenida por el trino y único basamento de una mente iluminada, una mano poderosa y un corazón puro. La mente tiene como antiguo símbolo, el aire; la mano, la tierra o el agua; el corazón, el fuego. El nombre Chiram o Hiram, familiar a los estudiantes de los símbolos masónicos, está compuesto por tres caracteres antiguos que significan: aire, fuego y agua.
Por eso, el corazón, la mente y la mano, unidos en una causa común y personificados por el arquitecto y el artesano, se convierten en los constructores del Templo de Salomón - esa Divina Morada que la razón del universo está gradualmente erigiendo como un permanente tributo a esa Causa Desconocida, que es su origen.
EL RITMO COMO FACTOR EN EL
PENSAMIENTO
Somos deudores a la ética de Lao-tsé de nuestro más notable concepto sobre la teoría y práctica del ritmo. Hasta cierto punto, el ritmo es el fluir natural de las cosas siguiendo el curso desde su origen; ritmo es, por lo tanto, la expresión natural e irresistible de una agencia causal. Opuesto al ritmo natural, cuyo ejemplo tendríamos en la rompiente de las olas sobre la playa, el murmullo del viento entre las copas de los árboles, o ese interminable canto que es la voz de la naturaleza, hay un falso “standard” de ritmo, el cual, creado por el hombre, muy a menudo está desprovisto de sentido estético.
Se ha dicho que la naturaleza piensa y se mueve en curvas, mientras que el hombre piensa y se mueve en ángulos. Los ángulos son abruptos, las curvas son graduales. A este respecto, es así como el hombre se diferencia de la naturaleza. Los griegos y orientales intentaron expresar el ritmo de la naturaleza por medio de la danza; porque, como tan bien comprendiera Havelock Ellis, los antiguos consideraban la vida como comparable a una danza. Comparando el ritmo e influencia de la estética griega con lo grotesco de los modernos devotos de Terpsícore, se verá en la danza una expresión profunda de las sensibilidades de nuestra raza, una verdadera clave del ritmo de nuestra alma. Mientras el ritmo de la antigüedad está mejor expresado por la curva, por su gracia y dignidad de expresión, cada reacción de la danza moderna es angular.
Consideremos de igual modo el ritmo del pensamiento. En la simple, agradable dignidad de la verdadera inteligencia, puede ser visto lo que podría llamarse la curva estética, en tanto que en la desorganización característica de la mente moderna encontramos la falsa y angular cultura con que hemos sustituido los antiguos ideales.
Varios pensadores griegos eminentes, consideraban la danza como indispensable a la filosofía. Hay muchos relatos de Pitágoras conduciendo a sus discípulos en rítmicas danzas. No les enseñaba ciertos pasos arbitrarios, sino más bien aquel ritmo que era como un impulso natural del cuerpo, despertado por la música, cuando alguna ennoblecedora armonía era arrancada de la lira. Eso era una forma de expresión corpórea, que significaba que el alma no era sólo capaz de recibir lo bello y verdadero, sino también de expresar, por medio del cuerpo, aquellos impulsos rítmicos y armoniosos que la acción de la música hacía despertar del estado latente a la expresión consciente.
El mero entrenamiento intelectual no producirá nunca un filósofo, como no hará al artista una caja de colores. Un filósofo es aquel cuya vida está tan enteramente en armonía con el ritmo natural - tan penetrado con la realización y entendimiento del orden natural del cual es parte -, que involuntariamente sus pensamientos son verdaderos y su lógica segura.
Es muy difícil imaginar un científico moderno danzando en la cima de alguna montaña, en las primeras horas de la mañana. Sin embargo, si él pudiera hacer el experimento, podría descubrir, posiblemente, que uno de los modos más rápidos y seguros de comprender la naturaleza es permitir a ella que fluya a través nuestro.
Un antiguo filósofo dijo, cierta vez, que hay algunas cosas que sólo pueden ser entendidas yendo hacía ellas y permaneciendo en su presencia silenciosamente. Después de un tiempo, la cosa que deseamos entender fluirá dentro de nuestra conciencia y se convertirá en parte de nosotros mismos. Cuando nosotros y la cosa que deseamos conocer se identifiquen en esa forma, entonces - y sólo entonces - nos revelara su naturaleza real.
EL AMOR COMO FACTOR EN
EL PENSAMIENTO CIENTÍFICO
Sólo cuando la mente confronta los problemas con humildad, reverencia y amor, puede lograr su solución perfecta. La ciencia moderna no comprende que la actitud del investigador influencia profundamente el resultado de la investigación. La simpatía no debe confundirse con entendimiento. La simpatía es una emoción superficial; el entendimiento es el sentimiento más hondo que el hombre es capaz de experimentar. Toda la naturaleza abre su corazón a un alma comprensiva. Los más profundos secretos del universo serán revelados al intelecto noble e inteligente; en cambio, para el cínico, el materialista o el que sólo cree en el hecho material, los arcanos de la vida permanecerán ocultos.
De algún modo misterioso, el leño, la piedra o la brizna de hierba sienten a aquel que los ama y sirve, y es a quien revelarán su naturaleza oculta. En estos últimos años, un gran hombre de ciencia hindú ha descubierto que las plantas realmente sienten, sufren y aman. Tenemos todavía que realizar que toda naturaleza vive y que sus secretos deben serle delicadamente evocados por el conjuro del amor, y no tratar de arrancarlos en la torpeza del entendimiento materialista.
La sabiduría es más grande que el intelectualismo, porque la sabiduría ha visto detrás del velo, en tanto que el intelecto es sólo capaz de analizar la urdimbre externa de la vestimenta. Lutero Burbank llevó a cabo aparentes milagros con sus plantas en razón de que no las consideraba cosas inanimadas, sino entidades vivientes, con las cuales podía conversar. Como un padre arguye con sus hijos, así el argüía con sus flores, y ellas conocían su voz y la obedecían.
Debe considerarse todo problema con reverencia, porque cuando el hombre resuelve los misterios, ha levantado el velo del Maestro de los Misterios. Cada vez que su mente atraviesa la caparazón de la ignorancia y encuentra una verdad de oro oculta dentro, ha abierto una nueva puerta en el camino que lo conduce al trono de la Divinidad. Para pensar con éxito, amad las cosas sobre las cuales pensamos - no con amor egoísta porque son vuestros pensamientos o vuestras cosas, sino con amor inegoísta, porque cada pensamiento es un pensamiento divino y cada cosa es una cosa divina.
La ciencia, armada con su telescopio y microscopio, busca arrebatar los secretos de la creación de los altos cielos y de las profundidades de la tierra. Pero edad tras edad van quedando los secretos del cielo y de la tierra inviolados. El alma de la naturaleza hace su llamado al científico, pero éste no lo escucha, porque sólo el alma puede oír la voz del alma. Por lo tanto, si el hombre desea descubrir el lado invisible de la naturaleza, debe invocar la ayuda de la parte invisible de él mismo. Lo visible discierne lo visible; lo invisible, lo invisible.
Si buscáis esa iluminación de las facultades de la mente que perciba con mayor claridad los supremos secretos del origen y destino humanos, estad seguros, primero, de que vuestros corazones albergan sólo los más elevados motivos, la más inegoísta de las aspiraciones.
No dejéis nunca de tomar cada labor con una mente amplia y los ojos abiertos. Si tenéis una noción mezquina de vosotros mismos, la voz débil de la hierba será inaudible. Sin embargo, si vosotros os mantenéis muy tranquilos íntimamente, escuchando muy cerca, hablando suavemente y preguntando con humildad, recibiréis la respuesta - respuesta que escapará por siempre al discernimiento del científico dogmático, quien no puede “volverse como un niño” y escuchar la voz de la naturaleza a través de su legión de partes, las cuales, en su conjunto, elaboran la vida del universo.
LOS TRES PLANOS DEL PENSAMIENTO
Los antiguos dividían el universo en tres partes: los mundos Supremo, Superior e Inferior. El Mundo Supremo era la morada de la Deidad y sus emanaciones inmediatas. El Mundo Superior era la morada de los espíritus supermundanos - no solamente aquellas deidades que, aunque de origen divino, tienen algo de sustancia natural sino también aquellos héroes que, aunque hijos de la tierra, han alcanzado el estado de deidades en razón de sus trascendentales obras. Estos dos últimos grupos eran considerados respectivamente como Mortales Inmortales e Inmortales Mortales. El tercero, o Inferior era el Mundo del universo físico, que es la morada de los espíritus terrestres, los cuatro reinos de la naturaleza (minerales, plantas, animales y el hombre), deidades subterráneas (elementales), y espíritus tutelares.
En virtud de su triple constitución, el hombre vive en todos estos tres mundos. Su principio espiritual reside en la esfera suprema, su intelecto mora en la segunda, o mundo medio, porque éste participa de la cualidades humanas y divinas, en tanto que el cuerpo funciona en el mundo físico y está compuesto de los reinos elementales, que constituyen las fuerzas de este mundo.
La mente, también, fue susceptible de una división en tres partes correspondientes. La mente divina del hombre es capaz de ascender a la realización de su principio espiritual; su mente animal es capaz de descender a los abismos de su naturaleza física inferior; y entre ellas, en el mundo medio, está su mente humana - la cualidad conciliadora que une los dos extremos. La mente animal está destinada sólo a la gratificación de las percepciones sensorias. Por eso, ella proyecta y lucha por conseguir comodidad corpórea; ignora las responsabilidades de la vida, y al ser gobernada por esta faz de la naturaleza mental, los iniciados griegos declararon que era espiritualmente muerta.
En el simbolismo antiguo, el Mundo Supremo era representado como la esfera blanca, el superior como la esfera gris, y el inferior como la esfera negra. Sirviéndose del simbolismo pagano, los cristianos metamorfosearon estas tres esferas en cielo, tierra e infierno. El cielo estaba representado por el blanco, porque la luz representa la condición de la iluminación espiritual que acompaña al perfecto desarrollo de las facultades. De la esfera gris central fue inferida la naturaleza mental, la cual es una mezcla de luz y oscuridad, ya que aún en los más evolucionados intelectos hay, todavía, en cierto grado, ignorancia mezclada con la sabiduría. La plena oscuridad de la tercera esfera significa tristeza, incertidumbre, aflicción y pena, las cuales prevalecen cuando falta la iluminación.
Muy pocos comprenden que el cielo, tierra e infierno son condiciones de la conciencia y no lugares o localidades. El cielo, tierra e infierno se interpenetran, ocupando todos el mismo lugar en el mismo tiempo, y el hombre funciona y existe en cualquiera de estos tres estados, con los cuales armoniza según su punto de vista espiritual, intelectual y ético.
Vive en el cielo aquel que realiza el eterno y todopenetrante poder del bien, y vive para servir a sus semejantes. Está en el infierno quien, ignorante del propósito de la vida, odia y teme, y lucha contra ese desconocido poder que modifica sus fines. Se denomina humano aquel en quien están combinados el gozo del cielo y el temor del infierno. La vida es una gradual ascensión en la cual el alma se eleva a si misma del pegajoso cieno terrenal hasta la clara luz blanca del entendimiento.
CÓMO DETERMINAR LA IMPORTANCIA
RELATIVA DE UN ARTE O CIENCIA
Para desarrollar la facultad de discernir, Pitágoras planteó un método por el cual las cosas superficiales se eliminaban por un procedimiento simple y directo. Pitágoras declaró que las artes y ciencias como los números, pueden ser consideradas como emanando de una mónada primaria y, por lo tanto, su grado de importancia relativa podía ser determinado por la distancia que las separa de su principio. Así, pues, si tomamos los números 1, 2, 3 y 4, y aceptamos el 1 como mónada o principio, el 2 será inferior al 1 pero superior al 3 y 4, porque su poder esta cerca del 1, mientras que el 3 está desplazado más allá del 1, y el 4 todavía un lugar más. Además, el 4 es cuatro veces 1. Quitando uno de estos 1, la constitución del 4, en consecuencia, es destruida, quedando el 3. Similarmente, quitando otro 1 del 3, la estructura del 3 es destruida y el 2 queda. Por una sustracción similar, la estructura del 2 es destruida y queda, solamente, el 1 o mónada de los números. El número 1 es, por lo tanto, el más grande, porque sobrevive a la destrucción de todos los otros números.
Por un proceso similar de eliminación, Pitágoras declaraba que la diferencia entre una ciencia fundamental y cualquiera de sus dependientes puede ser prontamente determinada, porque todas las dependientes pueden ser quitadas sin destruir la ciencia raíz o clave; pero si la ciencia raíz o clave es eliminada, las dependientes desaparecen con ella. Por ejemplo, si cortáis una rama, el árbol sigue viviendo; pero si arrancáis la raíz, todas sus ramas se mueren.
Pitágoras diferenciaba la ciencia raíz de sus ramas, con el siguiente simple método. Las matemáticas constituyen la raíz principal del árbol de la sabiduría, porque mientras todas las artes y ciencias dependen de ellas, las matemáticas no tienen ninguna dependencia. La matemática, por lo tanto, constituye el 1, o mónada del perfeccionamiento intelectual. Luego, en grado de importancia al 1 (matemática) está el 2, apropiadamente emblemático de las dos ciencias gemelas de la música y la geometría, seguido por el 3, denominado astronomía. La astronomía es una ciencia subordinada porque, dado que depende de la geometría y la música, las últimas no dependen de aquélla. Quitemos la geometría y eliminamos la armonía sideral. Pero quitemos la astronomía y ni la geometría ni la música son afectadas. Lo que puede ser quitado sin destruir la integridad del todo, es una cosa dependiente. De aquí, pues, la astronomía depende de ambas, geometría y música.
Por idéntico proceso de eliminación, vemos que la geometría y música, ambas, a su vez, dependen de la matemática; porque quitando el factor matemático no sólo destruimos la razón y estructura de la música sino, también, el fundamento de la geometría. Siendo subordinadas a la matemática, ambas, geometría y música, pueden ser eliminadas, quedando, así, establecida la matemática como la primera y fundamental ciencia del intelecto humano, siendo todo otro arte o ciencia una mera expansión y adaptación a los principios matemáticos.
Se concluye de lo antedicho que todo aquel que desee ser filósofo debe ser primero matemático; porque la matemática entrena la mente en el principio de exactitud. Siendo la filosofía abstracta en su mayor parte, está más allá del alcance de la mente que no está entrenada para actuar con cautela y seguridad. La mayoría de los clarividentes han adquirido percepciones suprafísicas más por el estudio de las matemáticas que por cualquier otro arte o ciencia. Pitágoras, en consecuencia, desarrollaba por las matemáticas la facultad de la exactitud; por la geometría, la facultad de la proporción; por medio de la música, la facultad del ritmo, y por la astronomía, la realización de las inmensidades cósmicas.
LA ACTITUD BUDDHISTA HACIA EL
PENSAMIENTO
Se ha declarado erróneamente que el buddhista tiene temor al mundo material. La actitud buddhista es más bien de indiferencia, despreocupación y no de temor. Comprende que el dar un énfasis exclusivo al lado físico de la vida es la causa generadora del sufrimiento y degradación del hombre.
Por lo tanto, se esfuerza por mantener la mente fija, en todo momento, en las expresiones más nobles y profundas de la vida. Buddha, sentado en meditación, significa, por su paz e inmutabilidad, aquella realización interior del propósito por el cual el alma humana vino a la vida.
Para el buddhista, la existencia física representa un período de instrucción y el mundo una gran escuela. Mientras realice el estudiante que no es necesario dejarse envolver personalmente por los problemas que estudia, estará libre. Pero, en el mismo momento en que renuncia a su actitud de desapego, es apresado nuevamente por las redes de la ilusión material. Es contrario a las doctrinas del buddhismo que el buddhista ignore las responsabilidades de la existencia material; debe cumplir con todos los deberes: debe enfrentarse a cada responsabilidad; debe cumplir cada obligación. Sin embargo, reconociendo la efímera naturaleza de todas las cosas físicas, el buddhista sabe que todo aquel que se apega a un objeto físico, animado o inanimado, debe sufrir cuando ese objeto le falte en la vida. Si debe estar apegado a alguna cosa, entonces que se apegue a Dios, porque sólo Dios y el Ser (significado abstracto y último de la palabra Ser) son permanentes.
Comprendiendo que a su muerte debe dejar todo lo que acumule en el universo material, el buddhista sabe que el sufrimiento es la inevitable secuela del apego material. Por lo tanto, considera las cosas que tiene como si fueran prestadas, y cree que no es ni sabio ni autocontrolado hasta que no puede ceder las cosas a los demás con el mismo júbilo con que las obtuvo. El buddhista considera el sentido de posesión como la más grande causa singular del sufrimiento humano. “Mata el sentido de posesión; mata el deseo de poseer” y la mente permanecerá tranquila, equilibrada y libre para contemplar la Realidad, y cuando el hombre es libre de los objetos que posee se liberta de las responsabilidades relacionadas con ellos.
El mundo Occidental desdeña al oriental porque no es capaz de establecer, por falta de sentido práctico, una colosal civilización material. El oriental, a su vez, considera los pueblos occidentales como decididamente imprácticos porque, al establecer la estructura de su civilización, han descuidado aquellas más profundas y finas expresiones y valores que son mucho más importantes y permanentes que los monumentos de la grandeza física. El gran mensaje del buddhismo para el estudiante del pensamiento moderno concierne al uso del peligroso y mortal posesivo “mío”. A nuestro alrededor oímos a la gente alegar la posesión de cosas que nunca podrán controlar. Y una vez afirmada tal posesión debe ser defendida, y así tenemos el insensato espectáculo de naciones arrojando millones de hombres al campo de batalla, sólo para probar que han hecho uso correcto del caso posesivo. Los buddhistas objetan fundamentalmente la teoría de los posesivos porque, filosóficamente, son de aplicación imposible. El hombre no posee nada; la vasta mayoría ni siquiera “se posee a si mismo”. Los padres dicen: “mi hijo” o “mi hija”, intentando delegarse el destino de la generación futura. El resultado es una serie interminable de sufrimientos, que provienen de un falso “standard” mental que no tiene ninguna existencia fuera de la mente de la ignorante persona que lo concibiera.
LA ACTITUD CRISTIANA HACIA
EL PENSAMIENTO
Es una desgracia que una religión con las posibilidades culturales del cristianismo, muestre una actitud tan poco amigable hacia el desarrollo mental. Por dos mil años el cristianismo ha fruncido el ceño ante el progreso intelectual, marcando con desdén a la mente como una creación falsa, con la cual “Su Majestad Satánica” espera entrampar a la raza humana. Aunque es cierto que la mente inferior (o animal) es una real amenaza, es mucho más evidente la verdad de que los resultados de una mente iluminada son factores indispensables para el desarrollo de la civilización.
Semejante a algunas otras religiones, el cristianismo, en su apelación, es distinta y primariamente emocional. Aunque la naturaleza espiritual se expresa a si misma en forma más adecuada por medio de la naturaleza emocional trasmutada, también sabemos que la emoción no regenerada y sin trasmutar, ha dado como resultado exceso de bestialidad y derramamientos de sangre como lo fueron la Inquisición española y la noche de San Bartolomé. La pasión, cuando es trasmutada en compasión, deviene una cualidad divina; pero, a menos que el estabilizador elemento de la mente se halla presente, generalmente es seguida del desequilibrio. La mente, el corazón y la mano son socios, y sólo cuando los tres cooperan es el soberano bien una realidad.
Por siglos, el cristianismo ha dado el anómalo espectáculo de perseguir a sus pensadores, y más tarde canonizar a aquellos mismos que quemara en la hoguera o destrozara en la rueda. El descendiente directo de tal persecución del intelecto por la religión es el moderno materialismo. Ya sin enemigos y segura de su poder, la ciencia ahora trata de destruir sus antiguos inquisidores; y sin verdadero entrenamiento filosófico o intelectual, el teólogo común es incapaz de competir con el entrenado pensador científico de hoy en día.
El cristianismo no es sólo una religión, sino también una filosofía. Bajo su complicado simbolismo está oculto un código de vida grande y universal, pero quienes han buscado ese código han sido perseguidos sin misericordia. Las doctrinas del cristianismo tienen sus raíces en los más antiguos sistemas filosóficos; y si quiere sobrevivir a los violentos ataques del materialismo, la iglesia debe comprender profundamente que su fuerza reside en su filosofía. El siglo veinte rechaza enfáticamente todo intento de que se le indique lo que debe creer. Demanda el privilegio de determinar por si mismo la forma que deberá tener su religión. Por siglos, el laico ha sido nutrido con especulaciones teológicas. Para librarse de ese parásito enorme de falsas emociones impuestas sobre él, ha comprendido ahora, profundamente, el pensador cristiano, que debe rechazar esa carga de inconsistencia teológica.
Es en vano el pretender construir una estructura duradera del pensamiento sobre la base de falsas nociones e inconsistentes dogmas. La mente debe, por lo tanto, reconstruir la estructura del pensamiento sobre un nuevo planteo básico. La mente es sólo un puente que une la ignorancia con el entendimiento, y a través del puente del intelecto, debe pasar el espíritu en su búsqueda de la verdad. La mente es un medio y nunca debe ser confundida con el fin. Sin embargo, debemos aceptar que es casi imposible para el hombre, en su estado actual, disociar su conciencia de su intelecto sin caer en el engaño o la inconsistencia. El cristianismo debería estimular el pensamiento. La religión no sólo debe convertir la personalidad (que es la fase más baja de la naturaleza humana), sino también, la individualidad, presentando a las facultades racionales un teorema racional sobre el origen y propósito de la vida.
LA ACTITUD MATERIALISTA HACIA
EL PENSAMIENTO
El mundo científico de hoy está interesado profundamente con el fenómeno y función de la mente. Demasiado abstracta para ser susceptible de examen por los instrumentos del físico, la mente sigue siendo un tema fascinante pero, en cierto modo, una especie de suplicio de Tántalo, por lo inalcanzable para la investigación científica.
Algunos científicos sostienen que la mente es un producto químico, resultante de ciertas reacciones químicas producidas en el cuerpo físico. Los pensadores más materialistas creen que la mente es definidamente una parte del organismo físico y que no sobrevive a la disolución del cuerpo, Unos pocos, más osados, afirman que el intelecto es algo suprafísico, anterior al cuerpo y que lo sobrevive después de su destrucción.
Al discutir su actividad funcional, la opinión más generalizada es la de que la mente es el más poderoso vehículo de expresión del hombre. Nuestra civilización toda es la evidente expresión - más bien: objetivación - de los poderes existente potencialmente en la mente. También es aceptado, casi universalmente, que el equipo intelectual del individuo es todavía comparativamente imperfecto y que la mente, bajo una dirección adecuada, es capaz de producir inmensamente más de lo que lo hecho hasta ahora.
El materialista está en un laberinto sin salida: no está convencido de si la mente sabe cómo pensar o si es que debe ser enseñada a pensar, antes de ser capaz de producir cualquier cosa. Los esfuerzos hechos hasta aquí para analizar los procesos mentales, sin embargo han resultado negativos.
La mente puede ser considerada un nivel o gradación de la Sustancia Universal. Penetra toda estructura y forma, pero, sólo puede llamarse seres pensantes a aquellas criaturas que tienen, en su propia naturaleza, un cerebro suficientemente sensitivo para responder a los sutiles impulsos de este plano mental.
De acuerdo a la filosofía, la naturaleza espiritual del hombre está entronizada en el plano mental. La sustancia de la mente es, también, el eslabón que une el espíritu con la materia; porque la mente participa tanto de la actividad y conciencia del espíritu como de la inercia e insensibilidad de la materia.
Toda sustancia física está bajo el control de la sustancia mental, porque el contorno de la forma física corresponde al molde formado por la facultad de imaginar que tiene la actividad del pensamiento
El mundo no es más que una objetivación del nivel de la mente humana, y cada mal que ocurre en el mundo es, en realidad la reflexión de alguna deformidad mental. El pensamiento es la acción causal que se halla detrás de una legión de diversificados efectos. En consecuencia, en la reforma de una institución, pueblo o raza, hay que sintonizar primero con la nota clave intelectual de esa institución, pueblo o raza. Frecuentemente, numerosos efectos son referidos a una sola causa, y quien remodela las agencias causales podrá obtener resultados más reparadores, en su campo de acción, que aquel que sólo se ocupa de los efectos.
La ciencia ha fracasado hasta el presente en dar a sus devotos un código moral o ético. Ha buscado el incremento de la capacidad mental y el mejoramiento de las cualidades mentales, pero ha sido incapaz de comprender que así como la mente se engrandece, se vuelve más peligrosa si no se cuida el correspondiente desarrollo moral y ético. Con su cultivo de la mente, no es del todo inverosímil que la ciencia pueda producir un monstruo como el del doctor Frankenstein que destruya su propio creador. Esa educación no es suficiente cuando sólo confiere al hombre un equipo mental superior; es, también, de importancia vital que sean desarrolladas las cualidades alma. El alma es algo que el intelecto no puede otorgar.
Nada más terrible puede ser concebido que un mundo de individuos sin alma, en el cual todas las cosas hayan sido reducidas a un frío calculo intelectual, y solamente cuando la evolución de la mente y el alma sea paralela - cada una equilibrando el exceso de la otra - tendremos, realmente, un mundo seguro para el desarrollo de la humanidad.
LA ACTITUD PLATÓNICA HACIA
EL PENSAMIENTO
Para los platónicos, la razón era la suprema expresión del espíritu interno, y aquel que alcanzaba la altura de la razón pura podía discriminar entre lo falso y lo verdadero. La emoción era el enemigo de la razón porque desvía a la mente de su verdadero estado impersonal e imparcial.
En cierto grado el platonismo - igual que el buddhismo - es una filosofía de desapego. Busca la elevación de todas las relaciones del plano material al filosófico. Ambos, Platón y Pitágoras, creían que el vínculo de ideales filosóficos comunes son más estrechos y unen más que los de la sangre.
En el lenguaje de estos filósofos griegos: “Es mi hermano aquel cuyo intelecto está en el mismo nivel que el mío; es mi padre aquel cuyo intelecto está en un nivel superior al mío; y es mi hijo aquel cuyo intelecto está en un nivel inferior al mío. Solamente es enemigo mío quien intenta destruir el poder de mi pensamiento, y es un extraño con quien no tengo nada en común intelectualmente.” Así, elevando todas las relaciones a una dignidad filosófica y ética, Platón buscaba unir al mundo en una camaradería mental.
Posiblemente, la única forma de platonismo que, aun como concepto intelectual, es familiar al término medio de los individuos, es la teoría del amor platónico. Pero, aunque oímos con frecuencia hablar de esta particular forma de afecto, la mayoría de los individuos actúan en un plano demasiado bajo para poder demostrar la practicidad de este concepto. El nivel del pensamiento es también al verdadero nivel de la vida. Cuando el individuo eleva sus pensamientos a planos superiores, alcanza, finalmente, esa esfera de realización que lo liberta de la esclavitud de la percepción sensoria. Para el filósofo, pensar es vivir. Las perspectivas que se abren con la educación de la mente, permiten al pensador morar en un universo de ilimitada vastedad. Aunque fundamentalmente animal, el hombre está separado del reino animal por sus facultades mentales conscientes. Si es incapaz de usar su mente, técnicamente sigue siendo parte del reino animal.
Platón, al reconocer en el universo los elementos de inteligencia y orden, infirió que su Creador debe ser, también, un poder inteligente y organizado. Él empleaba la palabra Razón no sólo en su sentido convencional, sino también, como término apropiado a la expresión racional de ese divino poder supraconsciente que gobierna las innumerables manifestaciones de la naturaleza. La mente humana está separada de la Mente Divina por el intervalo de la conciencia. El hombre puede, por lo tanto, elevando su conciencia más allá de los estrechos límites de lo humano, alcanzar la naturaleza perfecta y universal de la Mente Divina y adquirir la inmortalidad consciente.
De acuerdo con Platón, las llamadas esclavitud y libertad son estados de la mente más que del cuerpo. Si la mente es libre, la esclavitud es una imposibilidad filosófica; porque aunque el cuerpo esté encadenado, el alma no puede esclavizarse si es capaz de expresarse a si misma por medio de un intelecto altamente evolucionado. Por otra parte, aunque el cuerpo esté libre, si el individuo deja controlar su naturaleza espiritual por sus tendencias animales, es realmente un esclavo.
La verdadera libertad reside únicamente en la sabiduría y el entendimiento, porque toda criatura es esclava de su propia ignorancia. Los pueblos salvajes reverencian en ciega adoración al viento y al fuego. De aquí que, a mayor entendimiento menos temor; y mientras menos se teme más cerca se está de la libertad. En la ignorancia, el hombre tiene temor por todo; en la sabiduría, ama todas las cosas.
LA MENTE EN SU RELACIÓN
CON LA CONCIENCIA
La indivisible chispa de la Única Vida residente en cada criatura, se expresa siempre por medio de tres fases o aspectos, o sea, por la conciencia, inteligencia y fuerza. Estos “Tres Testigos” del Uno son conocidos por el cristianismo como Trinidad. Estos tres centros de poder son comunes a toda vida, y cada forma física (humana) ha construido tres tabernáculos para albergarlos. Gráficamente pueden demostrarse como sigue:
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Inteligencia Conciencia Fuerza
El N° 1 representa la conciencia, que está siempre en el centro, esto es, en el punto de equilibrio. La conciencia se alberga en el corazón, en donde puede ser vista, por el desarrollo oculto, como una pequeña llama azul. La conciencia tiene dos polos: Positivo y negativo. El N° 2 representa el cerebro, el cual es la morada de la inteligencia - la expresión positiva de la conciencia -. El N° 3 representa el polo negativo de la conciencia, que nosotros conocemos como fuerza de poder, el cual es responsable de la agitación de los átomos y gránulos de espacio, la integración de los cuerpos, y la construcción de los mundos. En consecuencia, está ubicado en el sistema generativo, en donde controla la reproducción, perpetuación y, al final, la destrucción de la forma.
Por lo tanto, la mente no es per se sinónimo de conciencia. La mente es, meramente, una expresión de la conciencia o el vehículo por el cual la conciencia controla los elementos físicos y vitales de su naturaleza. La mente puede desvanecerse, pero la conciencia perdura, porque el espíritu (conciencia), para manifestarse en este mundo, debe operar por medio de sus polaridades de inteligencia y fuerza. Por eso, la mente es el espejo que refleja la Divinidad en la naturaleza.
Por la conciencia ha sido formado el cielo; por la fuerza ha sido diferenciada la tierra; por la inteligencia están ambas unidas en una unidad armónica. En los antiguos Misterios se nos dice que el hombre es la encarnación del Principio Mental, constituyendo el eslabón que une Dios y la Naturaleza. Dado que es una mezcla de espíritu y materia, la mente recuerda, constantemente, al hombre, su divinidad y humanidad. Por eso, en lo íntimo, se libra incesantemente la batalla de Armageddon, en la cual la divinidad y la humanidad luchan por arrebatarse, alternadamente, el control del organismo. Cuando obtiene la victoria la divinidad, el discípulo comienza su ascensión a la dorada escalera de la Sabiduría; cuando la humanidad triunfa el individuo se arrastra por el fango y cieno del oscuro materialismo.
La conciencia, concordantemente, se simboliza por el alto Sacerdote, la inteligencia por el filósofo y la fuerza por el guerrero. El triple cetro de los reyes egipcios. Los tres clavos de la crucifixión, y la tiara papal, o triple Corona, son también símbolos de esta trinidad de conciencia, inteligencia y fuerza, que el individuo debe aprender a manejar sabiamente si quiere reconquistar su estado perdido.
Esta relación es, además, indicada inequívocamente por el simbolismo de la crucifixión, en la cual Cristo - la conciencia - se encuentra crucificado entre dos ladrones: mente y cuerpo. En el momento en que la existencia e interdependencia de esta Trinidad es reconocida definitivamente por el individuo, es posible, entonces, desarrollar simétricamente la naturaleza, y usar cada parte y funciones en conformidad con los propósitos de Dios y la Naturaleza.
LO UNO, LO BELLO Y EL BIEN
De acuerdo con Platón, la designación más apropiada de la naturaleza del único Dios puede ser encontrada en el triángulo, cada uno de cuyos lados representa una cualidad de la trinidad: lo Uno, lo Bello y el Bien. Esta tríada no sólo oculta la total naturaleza plena y el propósito de la Divinidad, sino también los proceso mentales, espirituales y morales, por los cuales el individuo puede, conscientemente unirse con la Causa Primera - la Eterna Mónada del Universo.
Lo Uno, siendo el símbolo de la Causa, representa la unidad del origen, la indivisibilidad de los primeros principios y la síntesis perfecta que se halla detrás de la manifestación diversificada. Hay tres formas del poder de lo Uno. Puede considerarse como el primero de los números, así como el común divisor de todos ellos y como submúltiplo de todos los números, considerado como la unidad única. En el simple símbolo geométrico de los griegos, lo Uno es un punto, lo Bello el radio o línea que parte del punto, y el Bien la circunferencia del círculo, con lo Uno como centro y lo Bello como radio.
Así como lo Uno es la Causa, el Bien es el resultado o efecto. Todas las cosas aspiran al Bien y son perfectas cuando lo alcanzan. El propósito de lo Uno es crear el Bien. En consecuencia, el universo es llamado el Bien, porque es la creación del Eterno Uno, el cual es incapaz de crear nada que esté en desarmonía con la perfección de Su propia naturaleza. En lo Uno y el Bien tenemos la Causa y el efecto, y en el mediador entre ellos - lo Bello - tenemos los medios por los cuales la Causa produce los efectos.
Belleza es una de las palabras más significativas que han sido formuladas, y sus ramificaciones incluyen todo proceso natural. La expresión de lo Uno es la belleza y lo que es producido por la belleza es el bien. La belleza es común a la naturalidad, simetría, ritmo, consistencia, gracia, proporción, conducta correcta, armonía y un gran número de condiciones o estados similares. La deformidad, el mínimo grado de belleza, es, simplemente, un ajuste defectuoso de los armónicos principios naturales. Una mente que no piensa bellamente no puede pensar lo verdadero, porque verdad y belleza son sinónimos en esencia. La verdad es la condición tal cual es en si, y todas las condiciones en si no pueden ser más que bellas.
Desconociendo las realidades de la vida, el hombre no puede apreciar la verdadera belleza. Sin embargo, no deja de tener cierto desarrollo innato el sentido estético de la raza, porque la mente del hombre, inconscientemente, responde al mágico encanto que reside en la simetría, gracia y proporción. De aquí que todo pensamiento debiera conformarse a los dictados de la gracia mental. La mente que lucha por apresar una idea - aunque la obtenga - no es una mente completa; porque el fluir del pensamiento debe ser tan hermoso como el correr del agua, y las perspectivas de la mente deben ser tan bellas, armoniosas y rítmicas como las brumosas pinturas de Carot o los aguafuertes de Whistler.
La belleza y gracia del pensamiento es el resultado de la familiaridad con los elementos pensantes. Sólo la mente entrenada en los procesos intelectuales y superintelectuales puede trabajar con ese ritmo y belleza que hará que sus pensamientos no sólo sean bien recibidos, sino también hará que la nobleza intelectual del filósofo sea apreciada y buscada por todos los que lleguen a conocerlo. La belleza de pensamiento, hasta cierto grado, es el resultado de un temperamento incapaz de animosidad o descontento aun en lo más sutil de su modalidad.
Mentes como las de Poe, Nietzsche, Schopenhauer y Voltaire, fueron grandes pero no hermosas. Otros intelectos como los de Longfellow, Goethe, Emerson e Hipatia, en los cuales el fluir de los pensamientos era profundo, se caracterizaron por esa indescriptible gracia y dignidad que demuestran los intelectos verdaderamente iluminados.
CRISTALIZACIÓN DEL PENSAMIENTO
La estabilidad, declaraba Emerson, es el duende imaginario que asusta a las mentes estrechas. Creía que todo individuo debería estar pronto a cambiar de idea si encontraba un nuevo pensamiento mejor que el que tenía. No obstante, la versatilidad y amplitud de mente, aunque en sí recomendable y de valer, si se llevan al extremo producen al individuo inconstante, la más peligrosa forma del intelecto, y con la sola excepción del genio, se origina desequilibrio.
En un sentido ideal, el hombre no debería necesitar el cambiar sus creencias; o, si tal necesidad surge, debería serlo en largos intervalos. El individuo encuentra necesario reabastecer a cada momento su campo mental, por no haber sido lo suficientemente sabio de equiparlo en forma adecuada desde el comienzo. Si hubiera conocido un poco más las creencias que abrazó, no hubiera considerado necesario modificar, periódicamente, su filosofía de la vida. Una evidente falta, común a todas las mentes positivas, es el tener convicciones adamantinas al respecto de temas que realmente ignoran. Por lo tanto, se ven siempre enfrentados con problemas que no entran en sus códigos, porque sus normas no han sido elegidas con un adecuado discernimiento.
Es muy notorio que casi todas las nuevas generaciones, particularmente los estudiantes secundarios graduados y universitarios, formulan sus códigos filosóficos por los cuales piensan regir sus vidas hasta el último de sus días. La desilusión hace presa de ellos cuando comprueban que nada en el mundo es como pensaban y que nadie participa de su manera de ver. Es, sin embargo, después de este triste despertar que comienza la práctica real de pensamientos inteligentes.
El individuo con un pensamiento es una persona sobre la que pesa una responsabilidad. ¿Debería guardarlo o desecharlo? Un joven pensador con un pensamiento original lo valora altamente, ya sea que éste tenga valor o no; y sólo después de largos años de sufrimientos y tribulaciones descubre que realmente no tenía valor. Nosotros abogamos por un análisis cuidadoso matemático, científico y, si es necesario, biológico de cada pensamiento importante. Si vuestro destino gravita sobre este pensamiento, exige que vuestra consideración e investigación no sea superficial. A despecho de Emerson, es conveniente preguntarse: ¿es consistente?, ¿es intrínsecamente sano y seguro?
El código que nosotros elaboramos para nuestra vida deberá ser analizado minuciosamente sin emoción y sentimientos personales, y retenido o rechazado de acuerdo con sus calificaciones innatas. Podemos preguntarnos: ¿Es mi código de vida un “standard” que todos los hombres pueden seguir, no obstante sus temperamentos, ideales, idiomas, nociones y actitudes? ¿Incluye una explicación natural y racional de todo fenómeno de la existencia? ¿Es justo e impersonal? ¿Rige para el futuro, o actúa en círculo? ¿Promete igual oportunidad a todos? ¿Estimula el desarrollo de cada parte del corazón, mente, cuerpo y alma? ¿Es suficientemente amplio y tolerante para admitir nuevas ideas, o es tan cristalizado que es incapaz de expansión?
Si vuestra filosofía de la vida es definitiva y terminada, ello demostrará que terminará con vosotros, porque ninguno puede estar en una posición intelectual o espiritual como para colocar la última piedra del edificio de la filosofía de su vida para que pueda perdurar por cientos de millones de años, pues seguramente, durante ese tiempo será remodelada en su estructura total, no sólo una, sino muchas veces.
EL INFIERNO DE DANTE
En su Infierno y Paraíso, de “La Divina Comedia”, Dante expuso las teorías Cabalistas y Platónicas de los mundos. Siendo un iniciado en los Misterios Rosacruces, pintó al universo como una gigantesca flor, a través de la cual vagaba guiado, primero, por Virgilio y, después, por su propia alma iluminada, simbolizada por la personalidad de su bienamada Beatriz.
El Infierno de Dante es su símbolo del universo bajo, o inferior, en donde las criaturas humanas agotan las etapas que tienen lugar entre la cuna y la tumba. Hay una creencia popular de que el humano se muere y se va al infierno, o en el mejor de los casos, al purgatorio. Sin embargo, conforme a la filosofía, entramos al infierno cuando nacemos y no cuando morimos. Parece difícil aceptar que este brillante mundo donde vivimos, con su sol y sus flores, y variadas atracciones sea un infierno en el cual las almas de los humanos vienen a expiar sus pecados. Sin embargo, si miramos a nuestro alrededor, veremos en todas partes hombres y mujeres con sus cabezas gachas y espíritus quebrantados sobre los cuales ha caído la venganza del Infierno. Podemos ver a hombres empujando bolsas de oro por empinadas montañas, queriendo llevarlas hasta la cumbre, y - como en los cuadros de lóbrego sueño de Dante - las bolsas de oro se desploman nuevamente hasta el fondo del abismo antes de alcanzar la cima. Así, vemos gente rodeada de todo y que, sin embargo, vive en medio de la miseria.
El mensaje del Infierno de Dante simplemente da nuevo énfasis a los antiguos Misterios de Eleusis. En estos ritos de iniciación, el candidato era conducido por tortuosos túneles y cavernas del mundo inferior, en donde, se le explicaba, mora la mayor parte de la humanidad en la ignorancia y el sufrimiento - esclavizados por la oscuridad que ha llenado sus almas. Cuando el individuo, por el automejoramiento y adecuado entendimiento de los misterios de la vida, se libera de la lujuria, codicia, egoísmo y todos los malos hábitos y características que lo limitan y atormentan, entonces, sólo entonces, puede quitar la piedra que cubre su sepulcro y ascender triunfante de la muerte espiritual a la vida espiritual. Aquellos que logran la realización del verdadero propósito de la existencia, se les llama “nuevamente nacidos”, del oscuro vientre del infierno, al esplendor del entendimiento espiritual.
Según Platón, el cuerpo es la sepultura del alma, y dentro del cuerpo está enterrado el hombre espiritual, con toda la infinitud de sus poderes potenciales. Mientras el individuo cree que el universo físico es su verdadera morada y está satisfecho de luchar día tras día contra lo inevitable y deja esta morada terrestre antes de realizar sus ideales, debe seguir su vagabundeo como un alma perdida en los corredores de Hades. Plutón, el rey del mundo inferior, es la personificación de la desesperación. Solamente después de estar convencidos de la desesperanza de la existencia material, buscamos el cultivar aquellas cualidades que transportan al alma a una esfera más noble.
Conforme a los griegos, aquellos que mueren físicamente sin haber nacido mental y espiritualmente, yacen en grandes hileras durmiendo a través de las edades. Al final, después de un tiempo, toman nuevamente otro cuerpo físico y sufren los tormentos del infierno hasta que la mente y el alma despiertan a las potencialidades de la Divinidad interna.
Cegado por los filisteos (deseos y pasiones de la naturaleza inferior), Sansón (la energía del alma humana) está encadenado a la amoladera hasta que, al final, rebelándose contra esa impuesta esclavitud, derriba el templo de sus enemigos. El nacimiento no es sólo un proceso físico, sino también espiritual, y solamente aquel hombre que “nace nuevamente” puede entrar en el reino de los cielos.
CONÓCETE A TI MISMO
Para resolver el enigma del destino, el hombre debe tener la conciencia tan clara y perfecta como la de los Señores del Destino, quienes son los hacedores de ese Plan. Todo el universo objetivo esta localizado aquí Para que la vida interna aprenda a conocerse a si misma. Los magos de Persia llevaban con ellos espejos como símbolo de la naturaleza, porque en la faz de la naturaleza está reflejado el rostro de Dios. Solamente cuando usamos lo visible como medio para estudiar lo invisible - sólo cuando usamos la ilusión como llave para abrir la puerta de la realidad, estamos acordes con las leyes, las cuales, a través del transcurso del tiempo infinito, moldearan nuestro destino conforme a la voluntad de los dioses.
La primera instrucción dada a los candidatos, en uno de los antiguos Misterios, era: “Coloca el centro en el centro” Esto puede parecer ambiguo. No toda la gente está orientada en forma apropiada. Pocos son, realmente, aquellos que están centrados; la gran mayoría esta ocupada con lo asuntos ajenos. Esta instrucción significa que cada individuo debe morar en su propia alma; debe buscarse a sí mismo en su propio ser.
El hombre puede simbolizarse como una rueda y su vida la revolución de la rueda. Dios es el eje de la rueda y los rayos son los senderos nobles que a Él conducen. Por eso, todos los senderos conducen, eventualmente, a Dios. La mente del hombre puede ser concentrada ya sea sobre la diversidad representada por los rayos o sobre la unidad representada por el eje, y la diferencia fundamental entre el Maestro de Sabiduría y el insensato estriba en esa diferencia de punto de mira. El hombre no puede conocerse nunca como la unidad sencilla que es realmente, hasta que no haya absorbido toda la diversidad con que el mundo objetivo lo rodea.
Por lo tanto, si la mente no siente correctamente la relación que sostiene para si misma, verá todas las cosas con una imagen deformada: Es una virtud de la mente inclusiva cuando encuentra un lugar para cada cosa en el Gran Plan, pero no es virtud colocarse a si mismo en el medio de todas las cosas. Probar y estudiar todo, unirse a todo movimiento, vagar de uno a otro lado intelectualmente - éstos constituyen los primeros pasos hacia el estado de vagabundeo mental.
Es bueno estar siempre investigando, pero, es también necesario saber qué es lo que se quiere. Pero, si tenemos balance o equilibrio mental, el cual sólo se encuentra en el eje de la rueda, podemos, entonces, edificar la verdad dentro de nosotros mismos. Construye todas las cosas dentro de ti mismo, pero no trates de ubicarte en todas las cosas. Buddha, después de muchos años de infructuoso vagar, encontró que era inútil buscar sabiduría en la puerta de los otros hombres. Desanimado pero sin desesperación se cobijó, finalmente, bajo el sagrado árbol Bo. Ahí logró la comunión consigo mismo, descubriendo en el silencio de su propia alma todas las verdades que vanamente había buscado a través del mundo.
La sabiduría no tiene una particular ubicación geográfica o mental. La verdad es tan universal como la atmósfera, y aquellos que no la pueden encontrar en su hogar no la encontrarán nunca en parte alguna. No puede jamás ser revelada a aquellos que no han merecido el derecho de comprenderla o que no han construido las facultades necesarias para expresarla, ya que sólo es revelada a aquellos que tienen el poder de invocarla dentro de si mismos. Cuando aspiramos a poseer un atributo espiritual, no vamos detrás de el, sino que nos identificamos con ese atributo, ya que en las cosas místicas somos una parte real de todo a lo que nos queremos parecer. Cuando somos divinos somos uno con la conciencia de Dios; cuando somos bestiales, somos uno con la conciencia bestial.
LA MUERTE FILOSÓFICA
El hombre es parte del Todo. Su espíritu es parte del Espíritu Universal, su alma parte del Alma Universal, su mente parte de la Mente Universal y su cuerpo parte del Cuerpo Universal. Siendo una unidad en si mismo y existiendo, también, como parte de la gran Unidad combinada, el hombre está así relacionado con cada esfera y plano de conciencia, inteligencia y forma. Dios en el hombre es una parte del Único Dios. Es la misma naturaleza de Dios; porque la Suprema Divinidad existe sin sentido de separación como Uno en Todo y todo en Uno.
Siendo una criatura individualizada, el hombre se ha separado del resto de la naturaleza; se ha circunscripto por una muralla, y todo lo que hay dentro de esos muros lo llama “Yo” y todo lo que hay afuera del muro lo llama: “Tu”, “Ellos”, “de Ellos” ‘o “Aquello”. Por consiguiente,. hay millones de pequeños castillos aislados y rodeados por esas murallas de la individualidad y en cada Castillo se alberga un despótico señor que se pasea de arriba a abajo en su fortaleza y se proclama como señor y dictador del mundo. Ocasionalmente, se divierte arrojando piedras contra los muros de la más cercana fortificación o, de un modo más amable, puede bajar el puente levadizo y salir a conversar con el despótico señor del castillo próximo. De vez en cuando, los señores de dos o tres castillos estiman que su poder podía acrecentarse si combinan sus fuerzas. De este modo, construyen sus castillos uno junto al otro, pero muy rara vez, o nunca, fraternizan sin un ulterior motivo de conveniencia.
El nombre del déspota que gobierna cada castillo es “Yo”. Se relata en las Escrituras que parte de los ángeles se rebelaron contra Dios y establecieron un imperio rival, proclamando ser iguales a Dios. Y el Señor mandó contra los ángeles rebeldes a Miguel, el luminoso Arcángel del sol, quien, con su flamígera espada derrotó a los rebeldes y los arrojó junto con Lucifer, su príncipe, a las profundidades del Caos. Pareciera que estos ángeles rebeldes encarnaron en la forma de “Yoes” y están todavía intentando levantar su propio reino y ser tan poderosos como Dios, quien es su Causa común.
El sentido de separación es una de las ilusiones mentales que la raza humana debe abandonar. Los grandes maestros que nos han sido enviados, a través de los siglos, han trabajado para juntar varios tipos de individuos en armoniosa vinculación. Jesús dijo a sus discípulos que debían amarse los unos a los otros, ya que todos los hombres son hermanos. Hay sólo un paso más arriba de esto, para cuya realización la humanidad deberá despertar ultérrimamente. No es suficiente que: “nos amemos los unos a los otros” sino que cada uno debe realizar que somos uno con, y parte de todas las cosas. Bien puede decirse: “Tú eres uno con tu semejante.
Hay una antigua alegoría en el chivo de Israel, sobre el que todas las tribus concentraban sus pecados y, y luego, lo largaban en el desierto. Este es el relato del Uno que debía morir para que el Todo viviera, y para nuestro progreso el general “YO” debe ser sacrificado. La parte despótica la naturaleza humana, la cual ha querido edificar su imperio separado para vivir aislada, debe ser destruida para que la parte noble, grande y verdadera pueda reunirse con su supremo origen espiritual.
Con un rápido golpe de la espada del desapego dividid lo falso de lo verdadero. Realizad que sobre ese ser personal que se llama a si mismo “YO” existe el Ser impersonal, noble, que no construye murallas sino que, abriendo los brazos, reúne a todos en el amor y la comprensión y los conduce, con él, al glorioso estado de unidad con el Todo.
EL LOGRO DE LA INMORTALIDAD
CONSCIENTE
Mientras más ignorante es el individuo más limitado es el campo de su expresión. Por lo tanto, se dice que la persona ignorante está confinada dentro del anillo formado por la circunferencia exterior de su conocimiento. En el individuo medio, esta inhibición es tan notoria que se le ha comparado a un sepulcro en el cual las divinas potencialidades yacen enterradas, esperando el llamado de la conciencia que libere al Ser aprisionado con el desarrollo del círculo del conocimiento.
Frecuentemente oímos que hay personas que tratan de vivir eternamente, y, en ciertas ocasiones, alguna publicación científica declara que no hay ninguna causa razonable de la muerte y que la gente debería vivir, por menos, quinientos años en buena salud. Uno de los casos más patéticos que conocimos, fue el de un individuo que quería seguir viviendo por siempre, y que, aun en el momento de su muerte, se revelaba contra la idea de la disolución física.
Esto nos lleva a un importante hallazgo, o sea, que: la mortalidad no es nada más que la aceptación de la realidad de la muerte. La muerte no es un proceso físico, sino un concepto intelectual. La muerte no es el arrojar la envoltura física, ni la vida la perpetuación del cuerpo físico.
En los Misterios de la Pirámide, los sacerdotes egipcios, conociendo las fuerzas ocultas de la naturaleza, concertaban el envío del alma del neófito, en la forma de un ave, fuera de su cuerpo físico, a vagar durante tres días y sus noches por los campos Elíseos. Al retornar a su forma física y despertar de su trance, el nuevo iniciado era declarado inmortal, no porque no se desprendería de su cuerpo físico cuando muriera, sino porque había comprendido que él no era su cuerpo y que su verdadero Ser es lo realmente inmortal. En la realización de esta inmortalidad él podía contemplar el futuro de un período ininterrumpido de conciencia, vida y actividad a través de innumerables milenios.
El ignorante ya está muerto. Aquel que ha alcanzado las cimas más altas de la filosofía, vive eternamente, aun cuando su cuerpo sea quemado en la pira y sus cenizas arrojadas al mar. Cuando Sócrates bebía la cicuta, Critón le dijo: “Maestro, ¿qué quieres que hagamos contigo después de muerto?” Y Sócrates contestó: Podéis hacer lo que os plazca si podéis agarrarme; ¡pero, tened cuidado que no me escurra de entre vuestros dedos!”
El individuo que sólo vive la vida física no ha desarrollado las cualidades de su naturaleza superior y es incapaz de funcionar conscientemente en los mundos sutiles que están más allá de la tumba. Cuando deja caer esta envoltura mortal, se sumerge, por lo tanto, en la inconsciencia, pues no construyó las facultades que le permitirían permanecer consciente en los planos superiores. Sin embargo, cuando el filósofo iluminado desarrolla las facultades del alma y despierta sus poderes trascendentales, la muerte deviene sólo una ilusión; porque, aunque su cuerpo físico muere, su conciencia no se altera por haberse separado conscientemente de su cuerpo. Continúa viviendo, pensando y sintiendo. Habiendo entrado en la luz, permanece por siempre en la luz.
La inmortalidad consciente es el eterno premio para aquellos que alcanzan las más altas formas de entendimiento mental y espiritual. Los griegos enseñaron que si el alma se centraba en la naturaleza sensual, era prisionera del cuerpo y, por ello, moría con el cuerpo. Pero, si el alma se elevaba durante la vida por sobre las cosas físicas e ilusorias, sobrevivía a la desintegración de su cuerpo y continuaba su búsqueda de la última Realidad.
FIN
ÍNDICE
Introducción
Refinamiento del organismo pensante
La influencia del medio ambiente sobre la mentalidad
Capacidad mental
Entrenamiento de la mente en el camino que debe seguir
Cómo pensar y qué pensar
La facultad de comparar
Los orígenes del conocimiento
Conciliación de los opuestos
Optimismo versus pesimismo
Relación del pensamiento con los cuatro elementos primarios
El pensamiento en su correlación con las órdenes de la arquitectura griega
El ritmo como factor en el pensamiento
El amor como factor en el pensamiento científico
Los tres planos del pensamiento
Cómo determinar la importancia relativa de un arte o ciencia
La actitud Buddhista hacia el pensamiento
La actitud Cristiana hacia el pensamiento
La actitud Materialista hacia el pensamiento
La actitud Platónica hacia el pensamiento
La mente en su relación con la conciencia
Lo uno, lo bello y el bien
Cristalización del pensamiento
El Infierno de Dante
Conócete a ti mismo
La muerte filosófica
El logro de la inmortalidad consciente