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septiembre 19, 2010
"Gracias. ¿Puedo sentarme? Bien. No, no puedo quejarme, realmente...
"Querría decir que todos los aquí presentes han sido lo corteses que puede esperarse –no es del todo cierto, en realidad, pero ustedes me entienden. Nadie me ha pegado.
"No, no fumo. Aunque tomaría un café. Esa era una de las cosas que extrañábamos, el café. Por lo menos al principio. Había cantidades de té en las provisiones, pero nada de café. Empezaba a gustarme cuando estaba allá –quiero decir el té–, pero ahora no puedo tolerar el sabor.
"Yo no sé si hubo intencionalidad. Pensé que ustedes lo sabrían.
"Es extraño que ustedes lo hayan tomado de esta forma. Porque yo mismo lo he pensado a menudo, desde el final, exactamente de esa manera. Recuerdo cómo eran las cosas... cómo era yo mismo, afuera. Y lo que pienso a continuación son los psicoayudantes irrumpiendo a través de la pared con las culatas de sus armas, y la forma en que mis guardias los combatieron. Nosotros teníamos lanzas, saben. Lanzas y espadas –las espadas estaban reservadas a los oficiales. Alguien me dijo días atrás que tres de los psicoayudantes resultaron heridos; pero estoy seguro que deben haber sido más. Estábamos sorprendidos, por supuesto –cualquiera lo hubiera estado en esas circunstancias. Sin embargo, peleamos bien. Mis guardias estaban bien entrenados, y cada uno de ellos, hombre o mujer, era un guerrero de probada valentía.
"Escuchen, no tienen que detenerlo así. Eso fue una pregunta legítima, '¿No le da vergüenza?' Y yo le daré una respuesta legítima: –No, no estoy avergonzado. Estoy orgulloso del Imperio, orgulloso de lo que hicimos, orgulloso de la forma en que luchamos al final. Era una lucha que no podíamos ganar, pero luchamos bien. Eso es lo que importa –luchar bien. Quién gana, es una cuestión de posibilidades y ventaja.
"No necesitan decirme que me relaje; estoy perfectamente relajado. Levanté la voz sólo para darles a entender claramente mi punto de vista –un pequeño truco que tengo, tal como golpear el brazo del sillón al pronunciar cada palabra.
"Estábamos hablando de moralidad, y yo siento que es un tema de lo más fructífero e interesante; pero les puedo decir muy brevemente cómo construimos nuestras armas, si quieren –siempre que entiendan que después vamos a volver a la cuestión moral.
"No, no siento ningún tipo de necesidad de justificarme –ni ante ustedes ni ante nadie. Pero quiero hacerles entender los imperativos de la situación. Después de todo, esa era toda la razón del experimento: clarificar los imperativos de ese tipo de situación. Para qué si no todo el tiempo...
"Oh Dios, el edificio y la lucha...
"Lo siento. Estoy bien. Gracias por el café. Las lanzas fueron fáciles, en realidad. Había varias cuchillas en la cocina, y un montón de cuchillos. Quitamos los mangos de escobas y estropajos, y los juntamos de dos en dos. Hicimos juntas biseladas en los extremos ¿saben lo que es biselado? Como un escalón en la madera, para darle más área al encolado. Había una cola en la carpintería que era más fuerte que la propia madera, si se la dejaba secar toda la noche. Hicimos pruebas, como ven. Encolábamos pedazos y después los quebrábamos. Serramos una ranura en los extremos de los palos, pusimos dentro las hojas de los cuchillos, y las encolamos. Después pusimos clavos en los agujeros correspondientes al mango –eso era sólo una precaución extra. Aquí afuera habrá más campo para la inventiva; podríamos hasta conseguir algunos fisionables. Sólo bromeaba, por supuesto.
"Allá, las cuchillas eran lo mejor del material de cocina. Las introducíamos unos veinte centímetros en el mango, y en la punta poníamos una hoja de cuchillo de deshuesar. Con un arma así, el guerrero podía rajar o apuñalar; era casi tan buena como una espada.
"Las espadas resultaban más difíciles de hacer –por eso yo las restringí, las hice sólo para los oficiales. De esa forma, también servían como insignias de rango. Levantamos los pisos del Centro de Artes Gráficas para conseguir las barras de refuerzo de acero, y las calentamos en el quemador del horno, machacándolas después. Muchas se rompían, y tenían que ser forjadas de nuevo, a veces una y otra vez. Yo tenía la mejor, naturalmente. Ahora está en vuestro poder, ¿supongo?
"Sí, creo que me gustaría verla –la llevé en muchas batallas brillantes. Ustedes no lo entenderían. El mango era de hueso, casi como marfil, y yo hice que Althea grabara el Lung–Rin en el hueso. Althea era nuestro mejor artista.
"¿El Lung–Rin? Es el símbolo del Imperio: dos dragones luchando.
"No, no adorábamos al Lung–Rin. Era un símbolo, eso es todo. A la larga, si me entienden, nosotros éramos el Lung–Rin. Teníamos ceremonias, sí. Colocábamos una figura para representar a los Amarillos. Don la hizo de madera y cuero, y eso era el centro de las ceremonias. Althea lo ayudó con la cara, y yo hice que se pareciera un poco a mí; entienden, un poco de psicología. Es extraño, pero uno puede hacer una cosa como esa, y tener a todo el mundo inclinándose frente a ella, y ofreciéndole los botines de la guerra, y al cabo de un tiempo se vuelve... no sé, algo más. Más que simplemente la figura que uno levantó al principio. ¿Han hablado con Don?
"Él tenía una teoría –no sé si él mismo la creía. Yo no, pero sin embargo... Había algo. ¿Entienden lo que quiero decir? No era verdad; pero sin embargo...
"Muy bien, esto era lo que él pensaba. O por lo menos, lo que decía que pensaba. Que hay cosas de las que nada sabemos que viven con nosotros en el mundo –cosas en otro plano de la realidad. Y cuando uno hace algo como aquello, se presenta –se presenta uno de ellos. Toma la forma de la figura, y se vuelve el verdadero Espíritu de los Amarillos. De cualquier manera, cuando hacíamos las procesiones con antorchas, a veces uno pensaba que la veía moverse. Era sólo el reverbero de la luz, por supuesto, y el hecho de que por ser tan alta la cara estaba iluminada desde abajo. Cualquier cara parecería extraña iluminada así, supongo. Cazamos ratas y palomas y las pusimos dentro cuando la construimos, para que hicieran sonidos extraños; algunas deben haber vivido bastante.
"No, no sé qué pasó después con ella, ni me interesa. No se puede matar la cosa, el Espíritu de los Amarillos. No a menos que nos maten a todos, y ustedes no lo van a hacer. Algún día seremos libres. ¿Cómo podríamos olvidar? El experimento fue lo más grande de nuestras vidas. Por la noche, antes de que triunfáramos, acostumbrábamos a sentarnos alrededor del fuego –afuera, los edificios eran demasiado peligrosos entonces– y conversar. Ustedes nunca lo hicieron. No estaban allí.
"No, no acerca de lo que íbamos a hacer cuando ganáramos –al menos, no generalmente. Ni siquiera acerca de nuestros planes para el día siguiente. Generalmente hablábamos sobre nuestras vidas antes del experimento. Cada uno contaba las cosas desagradables que le habían sucedido, y luego hablaba otro. Nunca lo dijimos, pero todos estábamos pensando que allí no era así. Estábamos todos juntos –todos los Amarillos juntos. Esa fue una de las primeras cosas que hicimos, creo que alrededor del cuarto día después que los portones se cerraron. Juramos que íbamos a permanecer juntos o caer juntos; no iba a haber ningún tipo de disgregación. Habíamos visto lo que pasaba con los Verdes; estaban siempre yendo en todas direcciones; no se apoyaban entre ellos. Para cuando se pudieron organizar era ya demasiado tarde. Los otros tenían las armas y la organización y el espíritu de lucha. Habían sido demasiado golpeados y demasiado reducidos, ¿entienden lo que quiero decir? Si uno toma gente como esa, y los golpea una y otra vez, la mayoría quedan abatidos. Uno o dos reaccionarán de forma opuesta –volviéndose tan duros y fuertes que serán como lo mejor que se pueda conseguir. Pero no la mayoría. Entonces cuando esos uno o dos intentan encabezarlos, no hay apoyo. Además, está también el efecto sexual. Tal vez no debiera hablar de esto. ¿Quieren apagar el magnetófono?
"Bien, de acuerdo. Todos vieron, casi desde el principio, que las mujeres tendrían que luchar al igual que los hombres. Jan era la mejor guerrera que teníamos, y se reveló así desde el comienzo. Los Azules ya lo estaban haciendo, y si no lo hubiésemos hecho, hubiésemos perdido. Además, si las mujeres no luchaban, no podía haber igualdad real, porque si una mujer decía que debíamos resistir a los otros colores, todos los hombres dirían que no era su sangre la que iba a ser derramada.
"Algunas de ellas no querían, por supuesto. Y algunos de los hombres tampoco querían que lo hicieran. Yo diría que había tal vez ocho mujeres en contra, y cinco hombres. Allí fue cuando apareció el adiestramiento. Sobre todo, allí. Es difícil –muy difícil hacer que la gente se adiestre. Hay que introducirlos poco a poco. Pero una vez que lo hacen, aprenden a obedecer órdenes, y cuando uno dice '¡Vamos!', responden. Yo los inicié con prácticas en el uso de armas (entonces eran sólo los cuchillos y los garrotes) y más tarde lo formalicé. Les dije que aunque no fueran a la lucha, lo menos que podían hacer era practicar con el resto de nosotros; y entonces, si en algún momento tenían que hacerlo, sabrían cómo. Por supuesto una vez que estuvimos mejor organizados yo hubiera podido ordenarlo, sencillamente; pero yo no tenía ese tipo de autoridad por entonces –no era Emperador.
"No, yo era un especialista en ciencia política.
Muchos eran estudiantes de psicología, muchos más eran de la escuela de sociología. Nunca noté que se comportaran de manera diferente al resto de nosotros.
"A lo que quería llegar, es que cuando un hombre –digamos, un varón– ha estado luchando con una mujer, y él gana y la derriba, y ella deja caer lo que tenía, una maza o lo que fuere, y tal vez ella está sangrando por donde él la cortó o le partió el labio, y muchas veces su camisa y pantalones están desgarrados, hay un impulso que se impone. Puede ser que las mujeres no lo sientan así, pero sí los hombres. Cuando a una mujer le ha sucedido eso una o dos veces, termina con ella. No quieren luchar más; sólo quieren correr, o a veces esconderse. Algunos de los hombres decían que en realidad les gustaba, en el fondo, pero yo no lo creo. Sin embargo, esas eran, mayormente, las que querían unírsenos.
"No, por supuesto que no las dejamos. No podíamos dejarlas. Eso era precisamente la razón de todo. Teníamos las bandas –yo tengo aún la mía, ven, alrededor de la muñeca– y no podíamos quitárnoslas. No podemos. Una vez que a uno se le colocaba el brazalete, uno era un Amarillo, o un Azul o un Verde; y eso era todo. Algunos de los Verdes, sobre todo, trataron de cortarlas antes de que tuviéramos el control de todas las herramientas. No pudo hacerse; una lima ni siquiera las rayaba.
"¿Les preocupaba eso? ¿La ropa? Sí, teníamos ropa de colores para empezar –pantalones cortos y camisas amarillos. Pero no importaban realmente; eran los brazaletes. Al final yo hice que mis guardias fueran desnudos hasta la cintura, con sólo una banda de tela amarilla alrededor de la cabeza para identificarlos. Vean, yo había notado que cuanto más bravo era alguien, más desgarrada llevaba la camisa, hasta que a los mejores no les quedaba nada.
"Sí, también las mujeres. Les diré un secreto. Cuando uno sale a luchar, cualquier cosa que haga para parecer diferente –extraño– ayuda. Apabulla a los otros. Creo que los Azules tenían esa ventaja al principio –esas camisas y pantalones azul oscuro. Parecían la Policía Federal. Pero los pechos desnudos y los jirones amarillos en la cabeza dieron cuenta de eso. Nos manteníamos juntos y avanzábamos hacia ellos en una masa sólida –las espadas al frente, y las lanzas asomando entre ellas, y todo el mundo dando alaridos. Eso es muy importante. Y la bandera. Yo di mi propia camisa para hacer la bandera. La parte delantera estaba hecha jirones para entonces, pero no había ni un desgarrón en la espalda, ni uno. Esa fue la parte que separamos para hacer la bandera. Althea le cosió el Lung–Rin con hilo rojo. Algunos decían que no iba a destacarse porque no había suficiente corriente en el edificio, que era donde más se luchaba. Yo les dije que si se adelantaban a suficiente velocidad se destacaría, y tuve razón. También tenía otra utilidad: una o dos veces nos dispersamos –recuerdo una vez que los Azules nos tendieron una trampa –y ella nos indicaba dónde estaba nuestro núcleo. Nils la llevaba. No sé qué ha pasado con ella ahora. Sería bueno tenerla cuando volvamos a estar juntos.
"Ya les he hablado de eso. No se podía hacer: si uno era un Amarillo, era un Amarillo; un Azul era un Azul, y un Verde era un Verde; y nada que alguien pudiera decir hacía diferencia alguna. Jan tuvo un tiempo un esclavo–amante Verde –hasta que peleó un par de veces contra los Azules. Los Verdes estaban terminados por entonces, y él no era demasiado bueno.
"No, como ya dije, los Verdes tenían pocos luchadores natos. No tengo idea de sus nombres. Esa fue una de las primeras reglas que hice –los Verdes y los Azules no tenían nombres. Si uno conocía a alguno de ellos por su nombre antes del experimento, lo olvidaba lo más pronto posible. Si teníamos que hablar de alguno en particular, decíamos: 'la Azul rubia', o 'el chico Verde de Jan'. Así.
"Otra cosa que nos ayudaba en la lucha era la idea del Imperio. Si uno habla de una cosa como ésa, se vuelve real. Como la figura. Teníamos los Guardias Imperiales, y eran valientes porque si no lo eran perdían su lugar, dejaban de ser guardias; y los otros luchaban con más ahínco en la esperanza de entrar –si alguien se distinguía, yo lo nombraba guardia. Y si lo hacía un guardia, lo hacía oficial. Una vez tuve los guardias, los utilicé para mantener en orden al resto.
"¿De qué se trataba? ¿Todo el experimento? Bueno, el mundo. Sólo que tantos recursos, se dan cuenta, y tantos grupos de gente. Entiendo que algunos de los otros aspectos del experimento resultaron algo diferentes; pero ellos querían ver cómo probábamos nosotros –cuál era nuestra solución. Por eso no me arrepiento de lo que hice. Era nuestro problema, presentado a nosotros (si quieren considerarlo así), y lo resolvimos. Cuando rompieron la pared estábamos organizados –todo el mundo sabía cuál era su lugar, de quién recibía órdenes, y qué le correspondía: cuántos alimentos, agua potable, agua para bañarse. Eso era el Imperio.
"Generalmente lo llamábamos así: 'El Imperio'. Oficialmente, empezamos llamándole Mongolia. Porque éramos los Amarillos. Más tarde lo acortamos.
"No, no me arrepiento de ella, quienquiera que haya sido. Originariamente éramos todos voluntarios, recuérdenlo. Y ella seguía saliéndose de la disciplina, una y otra vez, cuando no era más que una repugnante Verde o Azul o lo que fuere. Entonces decidí que debía ser castigada. Hicimos una ceremonia de eso, con fuego en los braseros, y el gran gong.
"Hice que Jan lo hiciera. Jan era coronel. Neal y Ted la sostuvieron y Jan le atravesó el vientre con la espada –para que viviera el tiempo suficiente de saber qué estaba pasando. Cuando la sacó, Jan lamió la sangre de la hoja. El resto de Verdes y Azules hubieran obedecido después de eso, créanme.
"Sí, cuando finalmente murió, derribaron la pared. Estaban adiestrando a unos pocos individuos seleccionados, supongo, aunque nosotros no lo sabíamos. Ella debe haber sido uno de ellos.
"Naturalmente. Entiendo cómo se sienten ahora con respecto a ello –cómo se siente la escuela y cómo se sienten el público y el Presidente. ¿Pero ustedes entienden cómo nos sentíamos nosotros? Ustedes no han pasado por lo que nosotros pasamos juntos. Nosotros hemos aprendido una gran cantidad de cosas que recordaremos, pero ninguno de ustedes podrá saber posiblemente cómo era entonces, cuando yo era Ming el Inclemente."
FIN