Publicado en
agosto 15, 2010
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Serie Oeste – 04
Argumento:
Territorio de Colorado, 1868
Tras la desaparición de su familia, la bella e inocente Shannon Conner trata desesperadamente de sobrevivir al gélido invierno en la pequeña cabaña que ha heredado.
Sola y desamparada, deberá enfrentarse al cruel asedio al que la someten un grupo de forajidos... Y a la devastadora atracción que siente por el duro pistolero que arriesgará su propia vida para protegerla.
Rafe Moran, un hombre peligroso e implacable, jamás ha pensado en asentarse en ningún lugar, hasta que conoce a Shannon y sucumbe a la dulce violencia del deseo y la pasión que ella le ofrece... Una pasión salvaje y sin límites por la que será capaz de perder hasta su misma alma.
Uno
Verano de 1868
Echo Basi Territorio de Colorado
Está asustada.
Tiene un modo de caminar dulce como la miel.
Las dos ideas asaltaron casi al mismo tiempo la mente de Rafael «Látigo» Moran, y no supo decidir qué le atrajo antes hacia la joven, el miedo o su manera de caminar.
Esperaba que fuera el miedo.
Sin embargo, el calor que atravesó sus venas le decía lo contrario. Bajo los raídos pantalones y la chaqueta de lana de hombre que llevaba aquella muchacha, había un cuerpo muy femenino. Y bajo la espalda erguida, la barbilla alta y la determinación, había un miedo muy real.
Rafe ignoraba lo que provocaba el miedo de la joven o por qué le importaba tanto. Lo que sí sabía era que iba a descubrirlo.
Permaneció un momento más de pie, en el frío fango, frente a la única tienda de Holler Creek, y el gélido viento de la montaña atravesó su gruesa chaqueta de lana. La joven pareció sentirlo también, porque se estremeció al cruzar apresuradamente la mugrienta puerta del negocio.
Con los rápidos movimientos de un hombre dotado de un ágil y poderoso cuerpo, Rafe siguió a la misteriosa muchacha y entró en la tienda. El viento cerró la puerta a su espalda con un fuerte estrépito, pero él apenas se dio cuenta debido a que centraba toda su atención en la joven, que se detuvo con ese andar tan suyo, dulce y levemente oscilante, bajo un rayo de luz que entraba por la única ventana que no se había roto y que no había sido cubierta con tablones. Durante unos pocos segundos, los ojos femeninos recorrieron ávidamente las pilas esparcidas de comestibles no perecederos, herramientas y ropas, mientras sus dedos se cerraban formando un puño alrededor de algo que llevaba en la mano.
Como si sintiera el intenso interés de Rafe sobre su persona, la joven se volvió de repente y lo miró con unos hermosos ojos del color de un salvaje azul cielo otoñal, tan claros y profundos que un hombre podría mirarlos eternamente y nunca encontrar fin a tal belleza. Algunos rebeldes y largos mechones se escapaban del sombrero y Rafe pudo ver asombrado que eran de un brillante tono castaño con reflejos rojos y dorados.
La he visto antes, pensó. Pero, ¿dónde?
Respiró profundamente y un lejano y perturbador recuerdo volvió a él.
Mi sueño. Es la mujer que aguarda de pie en la puerta de una cabaña. Esperándome.
Paralizado, Rafe contempló cómo un rizo se escapaba inesperadamente del estropeado Sombrero de la joven y resplandecía como la seda contra su pálida mejilla.
Sin pensarlo, se acercó aún más a ella y levantó la mano para colocar de nuevo en su sitio el mechón por encima de la oreja femenina, pero cuando se dio cuenta de lo que iba a hacer, se detuvo, retrocedió y se tocó el ala del sombrero en su lugar.
—Buenos días, señora. —Acompañó su saludo con una leve inclinación de cabeza.
La muchacha pestañeó y miró su gran mano. Rafe sabía por qué. Se había movido tan rápido que no podía estar segura de si había pretendido tocarla en lugar de alzar el sombrero educadamente.
La mirada de la joven se desplazó entonces al látigo enrollado sobre su hombro derecho y sus ojos se abrieron aún más.
Los látigos no eran algo especialmente inusual en el territorio de Colorado, desde luego no lo suficiente como para que la visión de uno de ellos sorprendiera a nadie, por lo que la reacción involuntaria de la muchacha le indicó a Rafe que probablemente sabía quién era él.
O, para ser más preciso, conocía su reputación.
Con un tenso movimiento de la cabeza, la joven respondió a su educado saludo y luego le dio la espalda con fría determinación.
¿Señor Murphy? - dijo con voz ronca.
Rafe sintió que su cuerpo se tensaba como si la muchacha hubiera acariciado de pies a cabeza. Su voz, al igual que su modo de andar, era increíblemente dulce.
He pasado demasiado tiempo sin una mujer.
No obstante, en cuanto la idea surgió en su mente, supo que no era cierto. Nunca había sido un hombre dominado por su sexualidad. Había pasado muchos años en tierras lejanas donde las mujeres estaban prohibidas a los extranjeros; incluso a uno con voz suave y educada, fuertes hombros, ojos grises y cabello rubio.
— ¿Señor Murphy?
A modo de respuesta, se oyó un ruido y una serie de improperios, seguidos por el sonido de unos reticentes pasos procedentes de la parte trasera del almacén. El comerciante había abandonado por fin su acogedor asiento junto a la estufa para acudir a la fría estancia con aspecto de granero donde los suministros se amontonaban en desordenadas pilas. El hecho de poseer la única tienda en la región minera de Echo Bassin había conseguido que Murphy se creyera un hombre importante, y ahora hacía que los clientes se sintieran como si les estuviera haciendo un favor al venderles sus productos a precios abusivos.
Rafe se hizo a un lado y se giró instintivamente cuando la puerta se abrió a su espalda. Su mano izquierda voló sobre el extremo del látigo que colgaba en su hombro derecho mientras se daba la vuelta, pero, aunque fue rápido, el movimiento no resultó amenazador. Era sencillamente el comportamiento de alguien que estaba acostumbrado a vivir solo en lugares peligrosos entre el más violento de los animales, el hombre.
Y, de hecho, los cuatro hombres que atravesaron la puerta resultaban ejemplos perfectos de por qué Rafe tenía cuidado en no dar la espalda a nadie en Echo Bassin. Los integrantes de la familia Culpepper eran incluso más peligrosos que los buscadores de oro. Escandalosos, groseros, sucios y perezosos. Nadie los apreciaba especialmente, incluyendo, según se rumoreaba, a su propia madre, que vivía en Arkansas.
Pocos podían distinguir a Beau Culpepper de su hermano Clim, o a Darcy de Floyd. Y a nadie le importaba. No había gran diferencia entre ellos. Pelo castaño, ojos azul claro, delgados,
Irritables. Todos los Culpepper eran iguales y jamás se separaban. Buscaban minerales, cazaban, peleaban y se acostaban con prostitutas juntos.
Se decía que también robaban juntos a los mineros que llevaban su oro desde Echo Bassin a Canyon City, aunque nadie había conseguido probarlo nunca. Ni tampoco nadie había insistido en el asunto, ni en público ni en privado, porque los pocos que contrariaban a los Culpepper solían despertarse llenos de moretones, ensangrentados y decididos a probar suerte en cualquier otra parte de las Montañas Rocosas.
Sin embargo, a pesar de que los Culpepper no parecían tener mucho interés en sacar a martillazos el oro de la dura roca, peleaban ferozmente con pies, puños, cuchillos y pistolas.
Sigilosamente, Rafe se acercó un poco más a la pared con el fin de tener espacio suficiente para maniobrar. No esperaba que ocurriera ningún incidente, pero un hombre cuidadoso siempre estaba preparado y Rafe era un hombre extremadamente cuidadoso. Desde aquella posición, podía ver a la muchacha a su derecha y a los Culpepper a su izquierda.
Si los hermanos se percataron de los movimientos de Rafe, no lo demostraron. Sus pálidos ojos azules estaban clavados en la hermosa joven como si sus miserables vidas dependieran de ello.
— ¿Qué quieres exactamente, Shannon? —Preguntó Murphy, el dueño de la tienda—. Habla rápido. Mis sabañones me están matando.
—Harina. Sal. —La joven respiró agitadamente—. Un puñado de manteca de cerdo y unos gramos de bicarbonato de sosa.
— ¿Cómo lo pagarás? —gruñó Murphy. Era una exigencia más que una pregunta.
—Con mi alianza —contestó Shannon al tiempo que abría el puño. Un círculo de oro brillaba sobre la palma de su mano.
Al descubrir que la joven estaba casada, Rafe sintió que una gélida sensación de decepción se apoderaba de él.
Por supuesto que lo está, se dijo a sí mismo agriamente. Una mujer como ella no viviría sola en un lugar como Echo Basin.
— ¿Es de oro? —preguntó Murphy, mirando el anillo.
— Sí.
Aquella escueta respuesta, al Igual que el leve temblor en la mano que tendió al comerciante, dejó entrever el nerviosismo de Shannon.
Rafe parpadeó en un gesto de compasión por la joven. El invierno pasado debía de haber sido muy duro para ella y su marido si se veía forzada a vender su alianza por aquellas escasas provisiones.
Los sucios dedos de Murphy se demoraron en la palma de Shannon al coger el anillo, pero cuando los apartó de la limpia piel de la joven, se movieron rápidos para comprobar la calidad de la joya.
Mientras el dueño de la tienda mordía la alianza, Shannon dejó caer el brazo derecho al costado. Sus ropas, al igual que sus manos, estaban casi exageradamente limpias. Sin apenas darse cuenta, se frotó la palma contra aquellos pantalones demasiado grandes como si tratara de borrar la sensación del contacto de Murphy.
Los Culpepper observaron los movimientos de la joven y se rieron.
—Eh, viejo. No le gusta que le pongas tus sucias pezuñas encima —siseó uno de ellos.
— ¿Y qué hay de las mías, preciosa? Me las lavé la semana pasada.
—Tus manos no están más limpias que las mías, Beau —apuntó otro Culpepper.
—Cállate, Clim —replicó Beau—. Búscate a otra mujer. Esta es mía. ¿Verdad, preciosa?
Shannon actuó como si los Culpepper no existieran. Pero Rafe sabía que había escuchado todas y cada una de sus palabras claramente. Sin embargo, se mantenía allí de pie, más erguida que nunca y con las generosas líneas de su boca tensas en un gesto que indicaba una mezcla de miedo y asco.
Será mejor que no se les ocurra intentar nada con ella, se dijo Rafe a sí mismo con gravedad, a pesar de la superioridad numérica de los Culpepper y de contar sólo con un látigo.
Murphy mordió de nuevo el anillo, gruñó y se lo metió en el bolsillo de la grasienta camisa de franela.
—Tu esposo no ha debido encontrar nada de valor en sus yacimientos, si todo el oro que os queda es éste —comentó un momento un momento después.
—Pregúnteselo a él... —respondió Shannon—... si puede encontrarle antes de que él le encuentre a usted.
Murphy emitió un sonido gutural y los Culpepper estallaron en carcajadas.
—Las pocas provisiones que puedes conseguir con tu anillo no te alcanzarán para dos semanas, y mucho menos para todo el verano —masculló el comerciante.
—Mi esposo sabe manejar muy bien sus armas, independientemente de lo que cace.
Shannon no dijo nada más.
Ni tampoco tuvo que hacerlo. Los Culpepper se miraron entre sí y luego Beau sonrió de forma inquietante.
—Sí, sabemos muy bien que su esposo, John el Silencioso es un buen tirador —asintió Beau—. Pero hace mucho tiempo que no se sabe nada de él. Y ahora que lo pienso ni siquiera lo he visto de cerca, aunque llevo por aquí más de dos años.
Al escuchar el nombre del esposo de Shannon, Rafe comprendió por qué la joven tenía el valor suficiente para bajar al pueblo sola. La reputación de John el Silencioso como caza recompensas hacía que un hombre susurrara su nombre en lugar de decirlo en voz alta y que su mujer pudiera caminar tranquila, por muy seductora que fuera.
—John no es muy sociable —replicó Shannon—. La mayoría de los hombres que lo ven no viven para contarlo.
Su voz era débil, casi quebradiza, y no se había dado la vuelta ni una sola vez para encarar a los Culpepper. Al parecer sabía quiénes eran.
Y qué eran.
—Harina y sal —le repitió a Murphy—. Ya le he pagado, así que le agradecería que me atendiera cuanto antes. Tengo un largo camino de vuelta a la cabaña.
—Ya lo creo. Sobre todo con esa vieja mula que tanto le gusta a tu esposo —dijo Murphy con indiferencia—. Me encargaré de tu pedido en cuanto atienda al forastero y a los Culpepper.
—No tengo prisa —intervino Rafe—. Atienda a la señora. Ella ha llegado primero.
El comerciante gruñó sin dejarse impresionar por la lógica del forastero y miró la mano derecha de Shannon, la que se había restregado contra el pantalón para borrar la sensación de sus dedos. Luego sonrió, mostrando unos dientes manchados por el tabaco de mascar.
—Si estás dispuesta a ofrecerme algo más... —murmuró Murphy dirigiéndose a la joven—, quizá tenga tus provisiones preparadas antes del anochecer.
—Mi esposo se sentirá muy decepcionado con usted.
—Y yo también —añadió Rafe.
El comerciante no pasó por alto aquella advertencia. Se inclinó por debajo del mostrador, sacó una escopeta y la dejó con un golpe seco sobre la estropeada madera. El cañón no apuntaba a nadie, pero la mano del anciano no estaba lejos del gatillo.
Rafe sonrió con cinismo. Murphy no era el primer hombre que lo confundía con un vaquero corriente y pensaba que una escopeta era más rápida que un látigo. Aquel tipo de malentendido siempre jugaba a su favor, sin embargo, esperaba que todo aquello no acabara en una pelea. La superioridad numérica de sus enemigos era más que evidente.
—Prepare el pedido de la señora —insistió Rafe con calma—. Si estos hombres tienen tanta prisa, atiéndame a mí el último.
Un rápido destello de azul zafiro lo deslumbró cuando Shannon se volvió para mirarlo.
—Gracias —susurró.
—Un placer, señora —respondió Rafe, rozando el ala de su sombrero con un elegante movimiento.
A pesar de la cortesía del forastero, la joven apartó la vista antes de que él pudiera prolongar la conversación.
Rafe se sorprendió al sentirse decepcionado. Escuchar la voz de Shannon había sido tan placentero como verla andar o intentar escrutar las profundidades de sus bellísimos ojos azules.
—Eh, preciosa —siseó Beau.
Shannon lo ignoró y siguió dándole la espalda a los Culpepper.
—Qué amable por su parte mostrarme su trasero —comentó Beau sin dirigirse a nadie en particular—. Un poco pequeño, pero suficiente para poder agarrarse a él cuando la cosa se ponga dura.
Los Culpepper se rieron como si su hermano hubiera dicho algo divertido.
Shannon no se movió.
—Dime, ¿qué postura le gusta más a tu esposo, preciosa? — Siguió Beau—. ¿Por delante? ¿O hace que te inclines sobre el respaldo de una silla y te ataca como un viejo animal en celo?
El rostro de la joven perdió cualquier rastro de color al oír aquello, pero no se movió ni habló.
Tampoco lo hizo Rafe. Se limitó a medir la distancia que había entre Shannon y los cuatro hermanos. Dos de los hombres parecían apoyarse el uno en el otro, balanceándose muy levemente. Un hedor a sudor y a whisky añejo emanaba de ellos.
Quizás esos dos no estén en condiciones de presentar pelea, pensó Rafe rápidamente. Empezaré con los otros primero y dejaré a esos para el final.
Murphy se movió con extrema lentitud por la estancia, reuniendo el pequeño pedido de Shannon.
—Si yo fuera su esposo —continuó Beau—. Le bajaría esos raídos pantalones y le...
—¡Murphy! —Rugió Rafe, interrumpiendo el grosero comentario—. No es necesario que mida la sal grano a grano. Quiero salir de aquí antes de la puesta de sol.
Beau le lanzó una dura mirada.
Rafe sonrió. La curva que formaba su boca era fría más que tranquilizadora, pero Murphy estaba demasiado lejos para notarlo y los Culpepper sólo tenían ojos para Shannon.
—Cálmese —dijo el comerciante desde el otro extremo de la tienda—. Lo estoy haciendo lo más rápido que puedo.
—Esfuércese más. La señora tiene prisa.
Algo en la voz de Rafe hizo que los Culpepper se volvieran y miraran al forastero de pelo claro.
Nada había cambiado. Seguía siendo un hombre tranquilo con un látigo enrollado en el hombro derecho. Sonreía y no tenía ningún rifle o revólver a la vista. Los Culpepper, sin embargo, llevaban pistolas y no les importaba usarlas.
—Deberías seguir el consejo de Murphy, amigo —le advirtió Beau arrastrando las palabras.
Mientras hablaba, se llevó la mano al cinturón y la apoyó justo por encima de la gastada empuñadura de madera de su revólver.
—Eres lo bástame fuerte para acabar con dos de nosotros en una pelea— intervino Clim —pero somos cuatro y tú estás solo. Además, sabemos defendernos y vamos armados.
—Ya lo veo —respondió Rafe con voz firme. Los Culpepper mascullaron algo entre ellos y debieron llegar a la conclusión de que ya habían intimidado suficiente al forastero, así que volvieron a acosar a Shannon.
— ¿Por qué no te das la vuelta, preciosa? —Insistió Beau—. Por muy bonito que sea tu trasero, preferiría verte de frente.
—Sí —le apoyó Clim—. Nos hemos estado preguntando todo el invierno qué aspecto tendrás sin esos trapos de hombre que llevas siempre. ¿Tienes los pezones oscuros como los de la vieja Betsy o son rosas como los de Clementine?
—Clementine usa colorete en los pezones —intervino otro de los Culpepper—. Y no es el único lugar donde lo usa.
—No lo creo, Darcy —replicó Clim—. Le he dejado suficientes marcas en la piel como para saber qué es real y qué es colorete.
Un pequeño escalofrío recorrió a Shannon al escuchar aquello.
Sólo Rafe lo notó, ya que era el único que buscaba una reacción en la silenciosa joven. Beau será el primero, sin duda. Necesita una lección las buenas maneras, pensó mientras daba un paso adelante.
—No —dijo Shannon en voz baja al tiempo que volvía la cabeza y miraba directamente a Rafe—. Ignórelos. Sus palabras no me afectan.
Los Culpepper no escucharon las palabras de la joven. Estaban demasiado ocupados discutiendo entre ellos qué más se espolvoreaba Clementine con colorete.
Rafe lanzó a los hermanos una fría mirada con los ojos entrecerrados y se preguntó con cuánta frecuencia se veía Shannon forzada a soportar sus groserías. Probablemente, cada vez que acudía al pueblo a por provisiones.
Maldito sea su marido por permitir que esto suceda, gruño en silencio. Si es tan bueno con su arma debería haber puesto fin a esta situación.
Pero no lo ha hecho, así que me encargaré yo.
Un movimiento en la parte de atrás de la tienda atrajo de pronto la atención de Rafe. Murphy estaba levantando lentamente la tapa del barril de harina, Manejaba la pieza de madera como si pesara varios kilos y tenia la cabeza vuelta hacia Shannon.
—¿Tú qué crees, Floyd? —Se mofo Beau por encima del sonido de las discusiones de los demás hermanos—. ¿Son los pechos de esta preciosidad lo bastante grandes como para apretarlos hasta que se vuelvan rojos, blancos y azules como una bandera yanqui?
Rafe intentó controlar inútilmente la ira que le atenazaba las entrañas. No podía dejar de pensar en cómo se sentiría si fuera su mujer la que estuviera comprando sola mientras varios hombres hablaban a gritos sobre qué aspecto tendría desnuda y de qué tamaño serían sus pechos.
Si Shannon fuera mi esposa, cuando volviera de mi viaje daría caza a los Culpeppery les haría pagar por sus palabras.
Aquella idea no satisfizo a Rafe. A veces, un hombre no regresaba de sus viajes. E incluso cuando lo hacía, nada podría borrar de la mente de una mujer el recuerdo de una humillación así.
¡Maldito John el Silencioso! Si no puede cuidar de una mujer como Shannon, nunca debería haberse casado con ella ni haberla traído a un lugar tan peligroso.
—Y bien, Floyd —insistió Beau—. ¿Qué opinas de su delantera? Floyd dejó escapar un sonido soez y se rascó la entrepierna pensativamente antes de decir:
—Creo que John el Silencioso es un pistolero condenadamente bueno.
— ¿Y qué? —Replicó Beau—. No la estamos tocando. De eso es de lo único que se nos advirtió, que no debíamos tocarla. —Y de lo otro —añadió Clim. —Tampoco hemos hecho eso —repuso Beau. —No después de la primera vez —señaló Floyd, quitándose el sombrero y metiendo dos dedos en sendos agujeros de bala que atravesaban el ala—. Ese hombre tiene buena puntería. Debía de estar a casi un kilómetro cuando me disparó, y ni siquiera le vi.
—Lo único que hicimos fue intentar ser amables con su esposa —aseveró Clim—. Seguirla y ver si llegaba a casa sana y salva.
—Sí. Estábamos siendo amables. —Beau sonrió, mostrando una línea de irregulares y afilados dientes—. Como ahora. Simplemente amables. Pensando en sus pequeños y calientes muslos. —Muy, muy calientes. Seguro —masculló Darcy. —Maldita zorra orgullosa —murmuró Clim entre dientes.
—Murphy — rugió Rafe bruscamente —, pesa esa harina de una vez. Estoy empezando a cansarme de oír ladrar.
— ¿Qué? —soltó Clim.
El ominoso silencio cayo de pronto sobre todos los presentes, mientras los Clulpepper intentaban determinar si habían sido insultados por el forastero.
Murphy cerró el barril de un golpe y se dirigió con pasos lentos hacia La parte delantera de la tienda. Llevaba un pequeño saco de harina sobre un hombro y una bolsa de sal mucho más pequeña en la mano izquierda.
¿Creéis que es de las que gritan? —preguntó Darcy sin dirigirse a nadie en particular y volviendo a centrar la atención en Shannon. ¿De quién hablas ahora? —preguntó Beau
—De ella, ¿de quién si no? —Aclaró Darcy con impaciencia—. Cuando ese viejo que tiene por marido la inclina sobre una silla y se divierte con ella, ¿se resiste, da aullidos y pide compasión, o simplemente le deja hacer lo que quiera y gimotea pidiendo más como la zorra que es?
Darcy será el segundo, decidió Rafe.
Un sutil movimiento de su hombro derecho hizo que el rollo del látigo se deslizara por el brazo, y su puño se cerró alrededor del extremo del arma al tiempo que las espirales se deshacían cayendo. hacia el suelo.
El látigo cobró vida.
Con cada pequeño movimiento de la mano izquierda de Rafe, oleadas de energía recorrían el cuero provocando que toda su larga y fina extensión vibrara y susurrara delicadamente como una serpiente deslizándose sobre hierba seca.
Rafe empezó a silbar suavemente a través de los dientes, sin mirar a nada en particular y, aun así, observando cada movimiento que hacían los Culpepper. Sin embargo, ninguno de los hermanos se dio cuenta de lo que sucedía. Ya habían decidido que el forastero no suponia ninguna amenaza para ellos.
Ultima oportunidad bastardo. Cuidad vuestro lenguaje o me encargaré de vosotros.
Murphy paso junto a Shannon, le lanzo una mirada lasciva y dejo caer harina en el mostrador.
—Vuelvo con la manteca de cerdo en un minuto —masculló—. Cuidad bien de ella, muchachos.
Los Culpepper rieron y se acercaron aún más a Shannon. Beau la examinó con ojos vidriosos y especulativos, desnudándola, explorando cada curva y sombra en busca del vulnerable cuerpo femenino que había bajo la raída ropa.
La joven se quedó totalmente inmóvil, tal y como lo haría una presa en el momento en que es descubierta por un cazador. Estaba a punto de dejarse llevar por el pánico y huir a toda velocidad. Palidecía y se ruborizaba alternativamente, luchando por mantener el control.
—No sé cómo le gusta a ella, Darcy, o si le gusta —gruñó Beau arrastrando las palabras.
Shannon se estremeció a pesar de su desesperado intento por no demostrar que estaba escuchando cada palabra.
—Aunque sí sé cómo me gusta a mí —continuó Beau—. Le cortaría los pantalones con un cuchillo, le abriría bien la piernas y... ¡Ah!
El alarido de Beau silenció el ruido del látigo, pero nada pudo ocultar la sangre que salió a borbotones de su boca.
Veloz como el rayo, Rafe volvió a dar una sacudida con la mano.
El largo látigo se retorció y emitió un chasquido, golpeando demasiado rápido para que el ojo humano pudiera seguirlo. Al instante, Darcy se inclinó para cubrirse la entrepierna e intentó gritar a través de una garganta que se le había cerrado por el dolor.
Rafe no vaciló ni un solo instante. El factor sorpresa jugaba a su favor, pero era consciente de que sólo duraría unos pocos segundos.
Se oyó un chasquido más.
Clim se agarró la camisa, que de repente estaba abierta desde el cuello hasta la cintura.
Otro chasquido.
El sombrero de Floyd quedó partido por la mitad mientras el látigo seguía emitiendo aterradores sonidos.
Beau se sujetó los pantalones. Los botones de acero que en su momento los habían mantenido en su sitio, empezaron a saltar y rodar por el irregular suelo de madera de la tienda.
Los Culpepper no se habían movido todavía de sus sitios, completamente asombrados por lo que estaba ocurriendo.
— ¿No os preguntais que aspecto tendréis vosotros sin ropa? — se burló Rafe.
Apuesto a que no sois más que sacos de huesos y que estáis llenos de mugre. Y me atrevería a decir que no tenéis nada que pueda agradar a una mujer.
El látigo silbó y emitió un chasquido como salvaje contrapunto a las palabras de su dueño, arrancando botones y rasgando pantalones v camisas.
Mientras los Culpepper saltaban entre gritos y sus ropas quedaban hechas jirones a una velocidad de vértigo, Rafe continuó devolviéndoles las palabras que habían usado para acosar a Shannon.
— ¿Vais a gritar y suplicar clemencia? —se rió—. ¿O quizá os gusta tanto que os fustiguen que gemiréis y pediréis más? ¿Qué haréis? Hablad de una vez. Normalmente soy un hombre paciente, pero habéis conseguido enfurecerme.
Para entonces, tres de los hermanos estaban inclinados sobre sí mismos, tratando de protegerse.
El cuarto, sin embargo, intentó alcanzar la pistola, pero el látigo se estiró a una velocidad increíble y el cuero se enrolló ávidamente alrededor de su muñeca. Tras un rápido y fuerte tirón, Rafe agitó la mano para liberar el látigo y volvió a atacar. Floyd lanzó un grito, se agitó frenéticamente y cayó de rodillas. La sangre le manaba de un largo corte justo por debajo de las cejas.
—Mataré al próximo que intente alcanzar su arma —rugió Rafe—.Y eso le incluye a usted, Murphy.
El comerciante había vuelto de la trastienda al oír el estrépito. —Yo no estoy intentando alcanzar nada —adujo con calma.
—Por su bien, espero que así sea —le advirtió Rafe.
Entonces, el látigo quedó inmóvil.
El silencio se fue arremolinando como una tormenta mientras Rafe observaba a los hermanos Culpepper. Aparte de Beau y de Floyd, ninguno más sangraba, sólo tenían dolorosas quemaduras producidas por el látigo. Aun así, todos los presentes sabían que Rafe podría haber acabado con los cuatro Culpepper con la misma facilidad con que había desarmado a Floyd. El ataque había sido lau rápido e inesperado que ninguno había podido reaccionar y contraatacar.
–He visto letrinas más limpias que vuestra lengua. –mascullo Rafe —.Si deseáis conservarlas, controladlas cuando estéis cerca de una mujer. ¿Entendido?
—Los Culpepper asintieron lentamente.
—Tirad vuestras armas —les ordenó.
Cuatro revólveres golpearon el suelo.
—No os volváis a acercar a la esposa de John el Silencioso. ¿Entendido? —bramó Rafe.
Los hermanos volvieron a asintieron hoscamente.
—Ya os he advertido —continuó Rafe—, y eso es más de lo que merecéis. Ahora desapareced de mi vista.
Aturdido, Beau permitió que Darcy lo ayudara a levantarse mientras Clim cargaba con Floyd.
Abrieron la puerta delantera y los cuatro salieron al frío exterior tambaleándose. Ninguno miró atrás. Ya habían visto todo lo que deseaban ver del enorme forastero.
Cuando la puerta se cerró de un golpe, en la tienda sólo quedaron Rafe y el dueño de la tienda. Rafe miró el mostrador. La harina y la sal habían desaparecido. Alzó la vista hacia Murphy y comprobó que sus sucias manos estaban vacías.
—Usted es el hombre al que llaman Látigo —aventuró el comerciante.
Rafe no contestó. Se giró y observó a través de la sucia ventana de la tienda cómo los Culpepper se alejaban montados en sus escuálidas muías.
Shannon había desaparecido.
—Al menos —siguió Murphy—, así es como le apodan desde que despellejó a aquellos mineros de Canyon City por insultar a la esposa blanca de ese mestizo llamado Wolfe Lonetree.
Rafe se giró y miró al comerciante con unos ojos del color del invierno.
— ¿Dónde está Shannon? —inquirió.
—Se largó cuando usted le cortó la lengua a Beau.
El látigo bullía inquieto. Murphy lo miró con cautela, como si fuera una serpiente de cascabel.
— ¿Adonde fue? —insistió Rafe.
—Supongo que a su casa —respondió el comerciante, señalando con un sucio dedo hacia el norte—.John el Silencioso es el titular de algunos yacimientos más allá de la bifurcación de Avalanche
¿Viene a menudo a Holler Creek?
Murphy negó con la cabeza.
El látigo se estremeció y siseó suavemente.
El comerciante tragó saliva. En ese momento, el forastero guardaba una incómoda semejanza con un ángel vengador.
O con el mismo Lucifer.
¿Con qué frecuencia? —preguntó Rafe.
El tono suave no engañó a Murphy. Había echado un buen vistazo a los ojos de aquel hombre y eran un anticipo del infierno.
—Una vez al año —respondió rápidamente.
— ¿En verano?
—No. Sólo en otoño. Y durante los últimos cuatro o cinco años, ha venido sola a por las provisiones de invierno.
Rafe entrecerró los ojos.
—Ahora está metida en un buen lío —añadió Murphy—. Su maldito marido es lo único que mantiene a los hermanos Culpepper alejados de ella y se rumorea que está muerto.
Una pequeña esperanza empezó a arder en las entrañas de Rafe
Quizá Shannon sea libre.
Una viuda joven. Alguien que no me echará de menos cuando tenga de nuevo la necesidad de viajar.
La primera vez que Rafe atravesó las Montañas Rocosas y contempló sus cimas de esmeralda y granito, sintió en lo más profundo de su interior que en algún rincón de aquel lugar habitaba una mujer
Que no conocía y que lo esperaba desde hacía tiempo. Estaba tan seguro de ello que incluso veía esa imagen en sus sueños; la puerta abierta dejando entrever la luz dorada del interior de la cabaña, nieve por todas partes y picos que se erigían sumergiéndose en el amanecer.
Pero en los últimos meses había recorrido las hermosas y letales montañas de Este a Oeste y de Norte a Sur, y sólo había encontrado a su propia sombra cabalgando por delante de él, empujada por el sol que iba ascendiendo más v más.
— ¿Crees que John el Silencioso esta muerto? –exigió saber Rafe.
Murphy se encogió de hombros, al parecer poco dispuesto a decir más. Pero cuando miró de reojo al peligroso forastero, decidió seguir hablando.
—No se le ha visto desde que se abrió el sendero que conduce a las montañas —comentó finalmente—. Unos cuantos días después nevó mucho y el sendero permaneció cerrado durante semanas.
— ¿Dónde se le vio por última vez?
—En Avalanche Creek, dirigiéndose a sus concesiones sobre esa vieja mina que tanto le gusta.
— ¿Quién lo vio?
—Uno de los hermanos Culpepper.
— ¿Cuánto hace de eso?
—Cinco, seis semanas. No somos muy conscientes del paso del tiempo por aquí. O está nevando o no. Ése es el único reloj que importa.
— ¿Y nadie lo ha visto en seis semanas?
—Así es, señor.
— ¿Es eso normal?
Murphy gruñó.
—No hay nada normal en ese mal nacido. Es un viejo imprevisible, mezquino e increíblemente peligroso. Llega cuando menos te lo esperas y se va del mismo modo. Un hombre duro, John el Silencioso. Realmente duro.
—La mayoría de los caza recompensas lo son —repuso Rafe con sequedad—. ¿Alguna vez ha estado fuera durante más de seis semanas?
Murphy entrecerró los ojos y se rascó la barba enmarañada que le cubría la mandíbula.
—No sabría decirle. Una vez, quizá, en el sesenta y seis —dijo al fin—. Y en el sesenta y uno, cuando fue a por la muchacha al Este.
—Hace siete años —murmuró Rafe—. Antes de la guerra...
—Exacto. Mucha gente vino al Oeste en esa época.
La idea de que Shannon hubiera permanecido casada tanto tiempo con un hombre como el que le había descrito Murphy, le molestó. El había estado en Australia durante la Guerra de Secesión, sin embargo, sabía lo brutal que había sido para la gente. que quedó atrapada entre el Norte y el Sur. De hecho, su hermana Willow consiguió sobrevivir a duras penas.
'También W'illy podría haberse visto forzada a venderse a un anciano para poder seguir viviendo, se dijo Rafe en silencio. Pero ella tuvo suerte. Logró mantenerse con vida y soltera hasta que conoció a un hombre al que pudo amar. Caleb Black es un hombre duro, pero sería capaz de dar su vida por ella.
—Sí —continuó Murphy—. Imagino que Shannon ahora es viuda. Hubo muchas avalanchas esta primavera. Probablemente su esposo se quedó atrapado en algún lugar más allá de la bifurcación de Avalanche Creek. Los Culpepper también deben de creer eso, o no se tornarían tantas libertades con ella.
Rafe no dijo nada. Simplemente se quedó allí de pie, escuchando, mientras el látigo se retorcía y silbaba a sus pies como una larga serpiente.
Probablemente también ella muera cuando llegue el otoño — añadió Murphy con cierta satisfacción—. Las provisiones que ha comprado apenas le durarán unos días. Si hubiera sido más amable conmigo y menos altanera...
La voz del comerciante se apagó al ver el modo en que lo miraba el forastero.
—He visto un caballo atado en la entrada del pueblo —dijo Rafe en tono letal—. ¿Estaría a la venta para usarlo como animal de carga?
Si tiené oro, no hay nada que no pueda comprar en Creek
Rafe sacó unas monedas del bolsillo de sus pantalones. Eran de oro y tintinearon al caer sobre el mostrador.
Empiece a reunir provisiones —ordenó.
Murphy alargó la mano y recogió las monedas con sorprendente rapidez.
Y cuando pese los comestibles —añadió Rafe con frialdad—, mantenga su sucio dedo gordo lejos de la balanza.
Sorprendentemente, Murphy sonrió.
Pocas; personas son lo bastantes rápidas para ver lo que hago con la balanza.
—Yo lo soy
El comerciante lanzó una carcajada y empezó a seguir las instrucciones del peligroso forastero.
Para cuando Rafe regresó a la tienda con el escuálido caballo de carga negro, sus provisiones ya estaban preparadas. En una hora, tenía todo cargado y estaba listo para marchar.
Saltó sobre la silla de su gran caballo gris, cogió las riendas del animal de carga y se marchó cabalgando a través de la tormenta, siguiendo el rastro de una joven con los ojos llenos de miedo y un andar increíblemente sensual.
Cuando el sol comenzaba ya a ponerse entre las montañas, Rafe atravesó un barranco poco profundo y boscoso que daba a un claro. En el otro extremo le aguardaban la mujer y la cabaña que había visto en sus sueños.
Pero Shannon tenía a un perro enorme a su lado, una escopeta en las manos y una expresión en el rostro que indicaba que no quería tener nada que ver con el hombre conocido como «Látigo Moran».
Dos
Shannon se quedó de pie en la entrada de la cabaña y estudió el inquietante resplandor que cubría las montañas en aquel atardecer tormentoso. Los truenos se sucedían uno tras otro como si fueran el eco de avalanchas lejanas. Podía oler la tormenta que descendía por la ladera de la montaña. Podía saborearla. Podía sentirla en el viento que arreciaba.
Pero aquello no la asustaba tanto como la solitaria figura que se marcaba desde el ocaso.
Dios, es enorme, y parece indiferente a la tormenta.
El jinete montaba un caballo gris plateado del mismo color que los del forastero con el que se había encontrado en Holler Creek .Cuando el hombre se volvió para comprobar el avance de su aninal de carga, el largo látigo de cuero enrollado en su hombro derecho resplandeció en el crepúsculo.
Sin duda debe de tratarse del hombre al que llaman «Látigo». Cherokee dijo que nadie con vida podía manejar un látigo como él. Pero, ¿qué le trae hasta aquí?
La respuesta llegó en el momento en que rememoró las miradas brillantes y claras que el forastero le había dirigido, rozándola como fantasmales caricias.
Otros hombres la habían mirado, seguido, deseado... pero ninguno de ellos lo había hecho como él. En sus ojos había visto una combinación de crudo deseo y un profundo anhelo, como si se hubiera pasado toda una vida en la oscuridad y ella fuera el amanecer que resplandeciera fuera de su alcance.
El corazón de Shannon martilleó salvajemente contra su pecho mientras el jinete se acercaba con calma. La escopeta de dos cañones descansaba fría y pesada en las manos femeninas. La joven se aseguró de que el arma estuviera cargada apoyó el dedo sobre el gatillo.
Junto a Shannon, el enorme perro moteado gruñó al percibir la inquietud de su dueña. Era más grande que un mastín, de patas tan largas como un lobo y de amplio pecho. Adoptó una actitud protectora y sus peligrosos colmillos brillaron blancos entre sus fauces.
—Tranquilo, Prettyface —susurró la joven.
Aquellas palabras calmaron al animal, pero el pelo seguía erizado en su poderoso cuello y sus orejas se mantuvieron pegadas a su cráneo en un gesto de clara advertencia sobre su temperamento.
Rafe siguió acercándose hasta que Shannon pudo ver el grisáceo color de sus ojos. Su deseo hacia ella también quedó a la vista, un anhelo directo y complejo al mismo tiempo. Ese mismo anhelo había obsesionado a Shannon durante todo el camino de vuelta a la cabaña.
Y aún la obsesionaba.
—No se acerque más, señor —le advirtió con firmeza—. ¿Qué quiere?
Para su alivio, el jinete refrenó al caballo e inclinó el sombrero educadamente hacia ella.
—Buenas tardes, señora —respondió—. Se marchó de la tienda de Murphy tan rápido que se dejó la mayor parte de sus provisiones.
Los ojos de Shannon recorrieron los destellos y las sombras de la poderosa figura masculina.
No se había equivocado. No estaba soñando. El hombre conocido como Látigo Moran estaba allí, en su valle.
Y la quería a ella.
—Látigo Moran —dijo con voz ronca—. Así es como le llaman, ¿verdad?
—Por aquí, sí.
Shannon no cometió el error de preguntarle si tenía otro nombre, un nombre de pila, una casa y una familia, porque al oeste del Mississippi se llamaba a un hombre con cualquier apodo que aceptara.
La mirada de la joven recorrió a aquel desconocido con curiosa melancolía. El ritmo de sus palabras y leve acento los de un hombre que no había sido criado en los barrios bajos del Este, ni en los rudos campamentos del Oeste. Era del Sur, pero no del Sur profundo.Quiza ni siquiera era confederado.
— ¿Usted...? ¿Usted...? —Shannon tomó una rápida inspiración. ¿Le hirieron los Culpepper?
Rafe sonrió perezosamente.
Al ver aquel gesto, la joven contuvo dolorosamente el aliento. El desconocido tenía la sonrisa de un ángel caído, dulce, llena de promesas, y tan oscuramente atractiva que hizo que sus rodillas temblaran.
—No, Shannon —contestó Rafe—. No me han herido.
¿Está seguro?
—Sí.
La joven dejó escapar el aliento que había estado conteniendo en un entrecortado suspiro.
De pronto, un relámpago iluminó las cimas de las montañas que se elevaban alrededor del claro. El viento arreció, doblando delicados álamos temblones cuyas ramas aún carecían de hojas y los truenos trajeron con ellos la promesa de la lluvia.
—No debería haberse involucrado —le reprendió Shannon gravemente —. El último hombre que me defendió de los Culpepper recibió una paliza que lo llevó a la muerte. Aquellos ojos grises se entrecerraron.
—No me gustaron sus modales —se limitó a decir Rafe. Intenté advertirle.
—Y yo intenté advertirles a ellos, pero no me escucharon. Así que, como diría Caleb, les di una buena lección. Quizá aprendan a escuchar mejor en el futuro.
Los oscuros ojos de Shannon se desviaron hacia el largo cuero enroscado alrededor del musculoso hombro del desconocido. No había llegado a ver cómo ese látigo golpeaba a Beau, pero sabía que lo había hecho, y en cuanto vio la sangre saliendo a borbotones de su boca, cogió las provisiones y salió corriendo en busca de Razorback, su vieja mula.
— ¿Caleb? - preguntó Shannon.
Era la unica cosa que se le ocurrió decir, porque la sonrisa había desaparecido del rostro del rostro del forastero. Ahora la miraba como si ella fuera la mujer más bella que hubiera visto y el fue ni un hombre que hubiera estado hambriento de belleza durante demasiado tiempo.
Sin embargo, lo que realmente asustaba a Shannon era lo mucho que una parte de ella deseaba aliviar el hambre de aquel desconocido.
Aún estoy asustada por lo que sucedió en el pueblo, se dijo a sí misma con decisión. Mañana iré a ver a Cherokee. Entonces no me sentiré tan sola como para que la sonrisa de un hombre vuelva loco a mi corazón y haga que me tiemblen las rodillas.
—Sí, Caleb Black —explicó Rafe con suavidad—. Es el marido de mi hermana Willow. Tienen un rancho al oeste de aquí, cerca del de mi hermano Reno y su esposa Eve.
—Oh.
Shannon se obligó a sí misma a respirar con normalidad. Le dolían las manos de aferrar con fuerza la pesada escopeta, pero no estaba dispuesta a dejar el arma. Sabía muy bien lo aterradoramente rápido que se movía ese látigo.
—Yo soy Shannon Conner, eh... Smith —se corrigió. Luego, añadió apresuradamente—: Smith es mi nombre de casada.
Rafe frunció el ceño como si no le gustara recordar que no era una mujer libre.
—¿Le parece bien que desmonte y le entregue las provisiones que se dejó?
—¿Que si me parece bien? —preguntó, perpleja.
—Lo digo por la escopeta —aclaró Rafe con calma.
—Oh. Esto.
Rafe no hizo ningún esfuerzo por ocultar la diversión que le producía ver lo afectada que estaba Shannon por su presencia.
—Sí —dijo con voz profunda—. Eso.
La joven se ruborizó. No obstante, mantuvo el cañón de la escopeta donde estaba, apuntando a la parte delantera del caballo color grisáceo.
—De acuerdo —decidió Shannon—. Saque lo que sea que Murphy creyó que podría estafarme.
Rafe desmontó con una agilidad impropia de su fuerza y tamaño, que no ayudó en absoluto a que la joven se Calmara.
Dios, es posiblemente el hombre más peligroso que he conocido.
Pero también es el más atractivo.
El segundo pensamiento le pareció tan chocante que estuvo a punto de lanzar una carcajada.
Debo de haberme vuelto loca para encontrar atractivo a un hombre tan peligroso
Un relámpago iluminó entonces las negras nubes que cubrían las cimas de la imponente cordillera, aún bañada por la luz carmesí del crepúsculo. La montaña aceptaba la tormenta con la misma facilidad que el látigo se enrollaba en el hombro del desconocido.
Las montañas también son bellas. Y aquellas nubes de tormenta. Y los relámpagos que atraviesan el cielo.
Este hombre es así. Posee la fuerza de una montaña, de una tormenta, de un relámpago...
El tenso gruñido de Prettyface hizo que la dispersa atención de Shannon volviera a centrarse en el valle.
En ese momento, el forastero caminaba hacia ella, pero en lugar de los pequeños paquetes de bicarbonato de sosa y manteca de cerdo que ella había esperado, sus grandes brazos estaban llenos hasta rebosar.
—Deténgase, Látigo.
La escopeta ya no apuntaba al caballo, sino a Rafe, que se detuvo en seco.
Mi nombre es Rafael Moran —dijo con voz calmada—, pero puede seguir llamándome Látigo si lo prefiere.
Ése es el nombre que acude a mi mente cuando pienso en usted—reconoció.
—¿Ha pensado en mí?
—¿Qué?
—¿Has pensado en mí? —repitió, tuteándola.
Shannon se ruborizó al darse cuenta de lo que acababa de admitir.
Rafe sonrió y volvió a avanzar hacia ella.
— ¡He dicho que se detenga! —le ordenó.
—De acuerdo, me detendré —convino Rafe razonablemente—,pero te advierto que estos paquetes pesan.
Shannon se mordió los labios para combatir el impulso de sonreír, de dejar un lado la escopeta y confiar en aquel enorme desconocido que le resultaba tan familiar como su propia respiración.
¿Por qué no me ha dicho nunca Cherokee el efecto que algunos hombres tienen sobre las mujeres? Dios santo, no es de extrañar que las mujeres hagan estupideces por los hombres.
Al menos por hombres como éste.
—No se acerque más —le advirtió con tono grave—. A Prettyface no le gustan los extraños.
Rafe parpadeó.
—¿Prettyface? ¿Cara bonita?
—Es el nombre de mi perro.
Rafe miró al gran perro moteado que no dejaba de gruñir y cuya cabeza llegaba a la altura de los pechos de Shannon.
—¿Ése es Prettyface? —preguntó.
—Por supuesto. ¿O quizá le gustaría ser el primero que le dijera que es feo?
Hubo un momento de silencio que duró hasta que Rafe echó la cabeza hacia atrás y se rió con sorprendida diversión.
Una oleada de placer atravesó a Shannon al escuchar el sonido de la risa del forastero. Era incluso más hermosa que su sonrisa.
—No, en absoluto —dijo Rafe—. Habría que ser muy estúpido para llamar a esa bestia de otro modo.
Ésa vez, Shannon no pudo evitar sonreír.
—¿Dónde quieres que deje tus provisiones? —preguntó Rafe.
La sonrisa se desvaneció.
—No son mías —afirmó Shannon.
—Eso no es lo que dijo Murphy.
—Murphy es un avaro, además de mentiroso.
Los labios de Rafe se distendieron en una sonrisa.
—Eso no puedo discutírtelo. Piensa en esto como en una disculpa de Murphy por todas las veces que te engañó con la balanza cuando pesaba tus provisiones.
Con una ansiedad que no podía ocultar, Shannon observó los sacos de judías y harina, beicon y manzanas secas, sal, especias y otras muchas cosas de las que había prescindido durante tanto tiempo que apenas podía recordar sus nombres.
Aun así, la joven apartó la mirada de la tentación que se le ofrecía y tragó saliva. Sólo pensar en comida era suficiente para hacerle la boca agua.
Gracias por la molestia .Me quedare sólo con el bicarbonato de sosa y la manteca de cerdo que pagué —anunció con voz tensa—. Puede devolver el resto.
En el preciso instante en que Rafe intentó protestar, otro relámpago atravesó la noche que empezaba a caer. El trueno retumbó aun más cerca y el aire empezó a oler a aguanieve. Todo indicaba que la tormenta se estaba acercando al valle de Shannon, trayendo con las gélidas lluvias del verano de las tierras altas.
—No voy a recorrer el camino de vuelta a Holler Creek con este tiempo —le advirtió Rafe.
—El lugar al que vaya es asunto suyo. Lo único que quiero es que se lleve lo que ha traído con usted.
Durante un largo momento, no se oyó ningún ruido excepto de la tormenta y los árboles inclinándose ante ella, el trueno rugiendo el apagado redoble de la lluvia golpeando la montaña como —diminutos martillos de plata.
—Necesitas la comida —afirmó Rafe sin rodeos—. Estás demasiado delgada.
Shannon no se molestó en negarlo. Había perdido tanto peso durante el último invierno que apenas lograba que la ropa abandonada de John el Silencioso se mantuviera sobre su cuerpo. De hecho, si no hubiera sido por la pronunciada curva de sus caderas, los pantalones se le habrían caído en cualquier momento.
Pero él no tiene derecho a fijarse en algo tan personal, y mucho menos a asumir la responsabilidad de alimentarme.
Tanto Cherokee como John el Silencioso le habían advertido sobre los problemas que tendría si quedaba en deuda con alguien; y sabia que no podía permitirse el lujo de deberle nada a ningún hombre. Ni siquiera a uno que tenía la sonrisa de un ángel caído.
Quizá especialmente a él.
Cuando Rafe vio la determinación en los rasgos de la joven, supo antes de que ella misma hablara, que iba a rechazar las provisiones y eso hizo que se enfureciera. Sin embargo, lo que realmente lleno de ira fue el hecho de no poder obligarla a aceptar ni un solo bocado de la comida que le había traído.
No tenía derecho a cuidar de Shannon. Sólo su marido podía ,era evidente era evidente que no se ocupaba de ella en absoluto.
—Piensa en ello como en un prestamos -insistió Rufe con los dientes apretados.
—No.
—Por todos los diablos —maldijo—. ¡Estás tan débil que apenas puedes sostener esa escopeta!
—No tanto como para no poder apretar el gatillo.
El sonido que Prettyface emitió se hizo eco de la ira de Rafe; un grave rugido similar al de la tormenta que se acercaba.
Rafe controló su furia. Si quería establecer buenas relaciones con Shannon, lo último que debía hacer era enfrentarse con su perro.
Por otro lado, la maldita bestia representaba una amenaza a tener en cuenta.
Aun sabiendo eso, Rafe tuvo que esforzarse por reprimir el deseo de arrebatarle a Shannon la escopeta de las manos, controlar al perro y luego hacer que la obstinada joven se sentara para tomar una comida de verdad.
Darse cuenta de que estaba a punto de perder los nervios conmocionó a Rafe. Normalmente él era el Moran tranquilo, y su hermano Reno, el testarudo. Pero había algo en la fuerte voluntad de Shannon que le impedía guardar su habitual calma.
—No hay nada deshonroso en aceptar ayuda cuando se necesita —insistió Rafe, obligándose a sí mismo a hablar con suavidad.
—Cherokee, el chamán de estas montañas, me dijo que los hombres doman a los mustang ofreciéndoles comida cuando tienen hambre y bebida cuando tienen sed. Por supuesto, primero, esos hombres llevan a los mustang hasta el borde de la muerte para que estén hambrientos y sedientos. Luego, les ofrecen una mano... con una cuerda en ella.
La diversión cruzó brevemente los rasgos de Rafe.
—Ése es un modo de hacerlo —asintió.
Pero Wolfe Lonetree me enseñó un método mejor, recordó. Hay que acercarse al mustang sin asustarlo, sin prisas, hasta que se acostumbra a tenerte cerca. Entonces te acercas más, y si el mustang se pone nervioso, hay que detenerse hasta que acepta tu presencia.
Después esperas, te acercas más y esperas de nuevo hasta que finalmente acude a comer a tu mano.
Aunque lo cierto es que muy pocos mustang merecen que uno se tomen tantas molestias por ellos
El viento soplo haciendo que las ropas de Shannon se hincharan y, al momento siguiente, las acoplo a su cuerpo.
Rafe se quedó sin aliento. Puede que la joven estuviera extremadamente delgada, pero bajo aquella ropa desgastada se perfilaba el tipo de curvas que mantendrían a un hombre despierto toda la noche pensando en las infinitas formas de acariciarlas.
Maldición. Si fuera mía, no estaría buscando oro o persiguiendo hombres para cobrar recompensas. Estaría a su lado, descubriendo los diferentes modos complacernos el uno al otro.
Seguiría aquí hasta que ambos estuviéramos demasiado agotados incluso para besarnos.
—Shannon...
No pudo seguir hablando. Un relámpago trazó un arco en el cielo con blanca violencia y los truenos golpearon las montañas hasta que el suelo tembló. En la calma que siguió, se oyó un lejano estruendo que anunciaba la llegada de la lluvia.
Rafe quedó fascinado por la belleza de la tormenta que se acercaba velozmente hacia él. Sin embargo, no se dejó engañar. Conocía muy bien la seductora y letal belleza de las Montañas Rocosas .Aunque estaban a principios de verano, a esa altitud, la puesta de sol traía consigo un intenso aire frío. Para cuando saliera la luna, estarían bajo cero. Y por la mañana, la nieve podría alcanzar el pecho de un
Caballo de Montana. Aunque también era posible que la nieve desapareciera al día siguiente, o mantenerse durante un mes, como había sucedido a de la pasada primavera.
Las escasas provisiones con las que contaba Shannon apenas la mantendría con vida durante dos semanas.
— ¿Dónde diablos está tu marido? —exigió saber Rafe, exasperado—. ¡Lo necesitas!
Shannon tuvo la esperanza de que estuviera demasiado oscuro para que aquel hombre pudiera ver la alarma en sus ojos. Cheroke tenía razón. Aunque John el Silencioso había desaparecido, era necesario
Que la gente en el pueblo creyera que seguía vivo, que podía aparecer sin previo aviso y que todavía era capaz de tumbar a un ciervo o a un hombre a casi tres kilómetros de distancia.
—No lo sé —contestó finalmente sin mostrar ninguna emoción.
—En Holler Creek se rumorea que está muerto —replicó Rafe—, y que tú estás aquí sola, pasando hambre en este miserable claro.
Prettyface gruñó, y a Rafe le entraron ganas de devolverle el gruñido.
La joven no dijo una sola palabra. Se limitó a quedarse allí, de pie, sujetando la escopeta con firmeza en sus doloridos brazos.
De pronto, una intensa lluvia empapó el valle y acabó con todos los colores del ocaso. En cuestión de minutos, el agua, implacable, cayó sobre el sombrero de Rafe y resbaló por su ropa.
Shannon contaba con el cobijo del alero de la cabaña, pero no era suficiente para desviar el cortante viento y no pudo evitar estremecerse cuando fue golpeada por la primera ráfaga de lluvia.
—Sé razonable —insistió él, obligándose a mantener la voz en un tono neutro.
—Lo soy. Es usted el que no atiende a razones.
—Murphy te ha estado estafando durante años —continuó, ignorando la respuesta de Shannon—. Cuando se lo hice ver, decidió devolverte lo que te debía. Eso es todo lo que pasó. No hay ninguna obligación por tu parte, ninguna.
La joven intentó hablar, pero Rafe no dejó que lo interrumpiera.
—Y tampoco quiero que pienses que estás en deuda conmigo por haber traído hasta aquí las provisiones. Me dirigía a comprobar los yacimientos de oro de Avalanche Creek y tu cabaña me pillaba de camino.
—Es una bonita historia —replicó Shannon, deseando poder creérsela—. Pero la he oído antes. No busco la ayuda de hombres ávidos de mujeres.
A pesar de su esfuerzo por mantener el control, Rafe empezó a perder los nervios al sentir que la gélida lluvia azotaba un lado de su rostro y que la verdad le azotaba el otro.
—Yo no soy como los demás —afirmó apretando la mandíbula.
—Entonces, dígame —le espetó Shannon con frialdad—. ¿Significa eso que no me desea?
Rafe abrió la boca, y luego la cerró mentir no era su estilo.
—Te deseo — admitió sin rodeos.
La joven no pudo controlar el estremecimiento que la atravesó, al escuchar las crudas palabras de aquel hombre.
Pero yo nunca te forzaría, Shannon —añadió él con suavidad —. Y eso es una promesa.
—Hare que le resulte fácil mantener su promesa. Monte en su caballo y márchese.
—Escucha —trató de razonar Rafe.
No, escuche usted —le interrumpió ella—. Es como el resto de los hombres que conozco. Desea mi cuerpo; eso es todo. Nada de proposiciones de matrimonio e hijos, ni de compartir los buenos y malos tiempos durante el resto de nuestras vidas. Lo único que quiere es unos pocos minutos en la oscuridad con alguien que puede que sea o no una viuda.
No es sólo eso —adujo él, furioso.
Oh. ¿Significa eso que me está proponiendo matrimonio además de compañía durante unas pocas noches?
La mirada en el rostro de Rafe le dijo a Shannon más de lo que deseaba saber.
—Eso es lo que pensaba. —Su breve risa fue tan implacable y fria como la lluvia—. Gracias, pero no. Tengo todo lo que necesito hasta que John regrese.
—¿Y si no regresa nunca? Maldita sea, ¿y si está muerto?
Los dedos de Shannon se tensaron sobre el gatillo de la escopeta. El hecho de escuchar sus propios miedos en aquella voz grave y furiosa los reforzó.
E hizo mella en ella.
No discutas con él, se advirtió a sí misma. Perderás. Entonces, serás como esas dos tristes rameras en Whiskey Fiat, y todos los hombres del territorio de Colorado pretenderán pasar por tu cama.
—Se ganó usted el sobrenombre de Látigo —dijo Shannon con frialdad—, pero al parecer no es lo bastante rápido para encontrar el camino de vuelta. Coja sus provisiones y lárguese.
A la joven le pareció que Rafe tardaba una eternidad en darse la vuelta y empezar a atar las provisiones en el caballo de carga.
Un rayo atravesó el lluvioso crepúsculo, transformando el mundo en ardiente plata. El trueno lo siguió al instante con la suficiente fuerza como para ahogar el resto de los sonidos. La lluvia arreció y cayó aún más intensamente, convirtiéndose en un torrente capaz de apagar las llamas del mismo infierno.
Aunque Rafe se encontraba a tan sólo tres metros de distancia, Shannon tenía que esforzarse para poder verlo. Parpadeó con fiereza, consciente de que debía ser capaz de ver a través de las lágrimas y de la lluvia.
Segundos después, otro rayo iluminó el cielo y pudo comprobar que el valle estaba vacío.
Rafe se había ido y Shannon tuvo que morderse el labio para contener el deseo de gritar su nombre a través de la tormenta, de pedirle que regresara y ofrecerle lo que quisiera a cambio de comida y seguridad.
Y ella sabía exactamente qué era lo que él quería. Los Culpepper, en más de una ocasión, le habían dejado salvajemente claro qué era lo que deseaban los hombres. Querían hallar placer en su cuerpo, inclinarla sobre una silla y cabalgarla hasta que suplicara y sangrara, y luego suplicara un poco más.
La sola idea hizo que se le encogiera el estómago, provocando que le subiera la bilis a la garganta.
Quizá él no me pediría eso. Quizá sólo quería ayudar y no habría pedido nada más que las gracias y una comida casera.
Shannon recordó entonces las palabras de Rafe y el ardor en su mirada plateada, y dejó de intentar engañarse a sí misma.
Él me desea, es sólo eso. Igual que los Culpepper.
Se estremeció y sintió que el frío penetraba hasta su misma alma. Nada de lo que había vivido le hacía pensar que las mujeres hicieran otra cosa que soportar que los hombres las tomasen a cambio de cobijo, comida y seguridad. Y niños. Pequeños y suaves bebes a los que cantar, acunar y amar.
Prettyface aulló y le mordió la mano delicadamente para recordarle su presencia. También le hizo darse cuenta de que se encontraba de pie bajo la gélida lluvia crepuscular, sintiéndose tan vacía como aquel valle por la marcha de Rafe.
Deja de soñar, se reprochó ferozmente. Mamá soñaba, y ¿que consiguió? Un hombre que la abandonó cuando las cosas dejaron, de ir bien,
Yo la quería, pero lo único que ella amaba era el láudano.
Cherokee tiene razón. El amor es un cuento de hadas que nos hacen creer para evitar que las mujeres se establezcan por su cuenta y dejen de necesitar a los hombres.
Con aquel triste pensamiento, la joven se dio la vuelta lentamente y entró en la maltrecha cabaña, que sólo le ofrecía un poco más de calor que la lluvia.
Tres
Shannon se despertó antes del amanecer. Había parado de llover y la noche iba desvaneciéndose lentamente en el cielo, dejándolo de un transparente color plateado que le recordaba demasiado los ojos de Rafe.
—Prettyface emitió un grave gruñido desde lo más profundo de su garganta y volvió a golpear suavemente a su dueña en la mejilla.
—Bfrrr —protestó la joven—. Tu nariz está tan fría como debe estarlo el
Pero Shannon le alborotó el pelaje igualmente. Era el único ser que había correspondido a su amor. Si no hubiera sido por perro, no sabía qué habría hecho cuando John el Silencioso desapareció en el invierno de 1865.
Tampoco es que su tío abuelo hubiera sido una gran compañía. De hecho, se había ganado con creces el sobrenombre de «silencio»Pero aun así, Shannon se sentía profundamente agra-decida por lo que había hecho por ella. Daba igual lo remota, lo solitaria, lo dura que fuera la vida en Echo Basin; era infinitamente mejor que la vida que había llevado en Virginia.
Allí, en Colorado, Shannon era libre.
En Virginia, había sido poco más que una esclava.
—Buenos días, Prettyface, mi hermoso monstruo —dijo mientras se desperezaba—. ¿Crees que llegará el verano realmente? A veces siento frío que ni siquiera el manantial puede calentarme.
—Al oír la palabra «manantial», Prettyface levantó las orejas y ladeó la cabeza, aulló y miró hacia la parte trasera de la cabaña. Sabía muy bien que detrás de aquel manantial era un verdadero lujo.
Durante los primeros inviernos en los que Shannon estuvo sola, cuando no tenia la fuerza ni la destreza para talar la suficiente madera para calentar la cabaña, el manantial le había salvado la vida. Ahora se le daba mejor manejar el hacha, el mazo y la sierra, aunque todavía no poseía suficiente habilidad para ser autosuficiente. De hecho, en aquel momento, fuera de la cabaña, había leña apila da para pasar apenas unos pocos días.la puerta del armario se abría un estrecho túnel que conducía a una cueva con aguas termales.
John se había beneficiado del manantial de aguas curativas cuando su artritis le molestaba demasiado, y Shannon disfrutaba cuanto podía de la humeante calidez de la cueva oculta, Además, le ahorraba el trabajo de tener que cortar leña con el fin de calentar agua para bañarse y lavar la ropa. Gracias al manantial, las ropas de segunda mano que llevaba estaban limpias, al igual que su piel bajo ellas. En un lugar tan remoto, donde carecía casi totalmente de las suaves comodidades de la civilización,
Si no estuviera tan cerca, acabaría tan sucia como Murphy y los Culpepper.
Al ver hacia dónde se dirigía la mirada de su dueña, Prettyface aulló esperanzado. A pesar de su fiero aspecto, al perro le encantaba cazar sombras en la cálida cueva del estanque. Gracias por el manantial, Dios mío.
—Esta mañana no —le informó Shannon a Prettyface—. Tenemos que devolverle a Cherokee la sal que nos prestó. Ella... demonios, él... la necesitará.
La joven frunció el ceño en dirección al perro, que movía la cola animadamente.
—Es una suerte que nunca haya nadie por aquí cerca —comentó con pesar—. Me he acostumbrado a que me traten como si fuera la esposa de mi tío, pero me cuesta referirme a Cherokee como hombre, ahora que sé que es una mujer.
Recordó por un momento los groseros comentarios de los Culpepper y sus labios se tensaron.
—Cuanto más tiempo pasa desde que mi tío despareció, más entiendo por qué Cherokee decidió vestirse como un hombre, dejar que la llamen chamán y vivir más allá de la bifurcación norte de Avalanche Creek.
Con un decidido movimiento del brazo, Shannon aparto la manta de piel de oso que la protegía del frio durante la noche. No tenia que vestirse, ya que había aprendido pronto el hábito de bañarse antes de acostarse y dormir con ropas limpias que le dieran calor.
No había muchas larcas que realizar en la cabaña por la mañana .Como pensaba marcharse, no tenía sentido hacer un fuego. Al igual que tampoco había razón para encender una lámpara y malgastar el valioso aceite estando tan cerca el amanecer.
Sin prisa, Shannon se sirvió una taza de agua de la pequeña jarra de plata que había pertenecido a su madre. El agua estaba tan fría que hizo que le dolieran los dientes, pero, incluso así, hacía que fuera más fácil masticar unos pequeños trozos de cecina de venado. Era todo lo que tenia para desayunar.
Aun masticaba cuando se puso la segunda mejor chaqueta de John y se dirigió a la puerta. Mientras caminaba, se metió en el bolsillo unas cuantas tiras más de venado seco.
Mis últimas provisiones, pensó con tristeza. Gracias a Dios que pronto podre cazar.
Antes de desatrancar la puerta de la cabaña, descolgó la escopeta de los ganchos que había sobre el umbral. Al igual que había hecho la noche anterior, abrió el arma, sacó los dos preciados cartuchos y cogió un trapo suave de piel de ante.
Shannon apenas tenía quince años cuando llegó a Colorado, sin embargo ya entonces su tío le había enseñado la importancia de aprender a usar y cuidar sus armas. No tenía la fuerza suficiente para manejar la pesada escopeta para bisontes del calibre 50 que era la favorita de John, pero podía disparar con armas más ligeras lo bastante bien para defenderse.
Conseguir comida era un tema totalmente diferente. No había dinero que malgastar en munición extra para mejorar su puntería, así que debía acercarse mucho a sus presas antes de arriesgarse a desperdiciar una bala. Como consecuencia de ello, casi siempre revelaba su presencia antes de sentirse lo bastante segura para disparar
-Pero estoy mejorando —se aseguró a sí misma—. Antes de que llegue el invierno, Cherokee ya no tendrá que cazar para dos.
Con movimientos rápidos y eficientes, la joven limpió la escopeta con trapo asegurándose de que, durante la noche, no se hubiera condensado humedad en las recámaras. Cuando consideró que todo estaba limpio y seco, metió un cartucho en cada cámara, cerró el arma con firmeza y se metió cuatro cartuchos más en el bolsillo, dejando sólo tres en la caja.
Al igual que la comida, sus reservas de munición estaban casi agotadas.
—Cuando vuelva a Holler Creek, tendré que comprar munición. Y la próxima vez que vaya, vendrás conmigo, Prettyface. Sé que no te gustan los extraños, pero te necesito para que me guardes la espalda.
El perro permanecía quieto, mostrando una avidez apenas reprimida. Dirigía la mirada a la puerta y a su dueña alternativamente.
—Antes de ir a Holler Creek, tendré que extraer algunos gramos de oro de las concesiones de mi tío —dijo Shannon pensando en voz alta; algo que se había convertido en costumbre—. El anillo de boda de mamá era lo último de valor que me quedaba, a excepción de la pequeña bolsa de oro que estoy guardando para comprar provisiones para el invierno, en caso de que la caza vaya realmente mal.
La joven albergaba la esperanza de no tener que usar esa minúscula reserva de oro de John, porque era lo único que la separaba del tipo de pobreza extrema que obligaba a las mujeres a vender sus cuerpos a extraños.
—Si al menos pudieras enseñarme a rastrear y acechar mejor — deseó en voz alta, mirando a Prettyface—, conseguiría acercarme lo suficiente a cualquier presa y tendríamos suficientes reservas para el invierno.
El perro observó a Shannon con ojos oscuros llenos de adoración, pero no fue de más ayuda. Cuando salía a rastrear con su dueña, atrapaba cualquier cosa que olfateara a un ritmo que dejaba muy atrás a Shannon. Y en algunas ocasiones, lograba incluso cazar presas grandes y las compartía con la joven,
John el Silencioso había enseñado a Shannon lo básico para disparar y preparar la pieza, pero no a cazar, pues era algo que le gustaba hacer solo.
Cuando su tío no cazaba, dedicaba su tiempo a extraer oro de la dura roca de las montañas. Y eso, también era una herramienta supervivencia que no le había enseñado a la joven sobrina que había traído desde Virginia para que viviera con él.
—Pero estoy aprendiendo —afirmó—. Si el clima se mantiene, cazaré hasta que tenga suficiente comida para subir a la bifurcación Este de Avalanche Creek y extraer oro, y luego cazaré para conseguir más comida y secaré la carne. Compraré provisiones para el invierno y...
La voz de Shannon se apagó. Vivía a casi dos mil quinientos metros de altura y allí el verano no era muy largo. Debía darse prisa en hacer todas aquellas tareas antes de que llegara de nuevo el invierno.
—¡La leña! Oh, Dios. ¿Cómo he podido olvidar la parte de talar, cortar, astillar, almacenar y secar la leña? Necesitaré mucha cantidad, aun contando con el manantial para lavar la ropa. Y tendré que tenerlo todo preparado antes de que las primeras nevadas cierren los pasos y hagan que la caza se traslade a lugares más cálidos.
Respiró hondo varias veces, intentando borrar el miedo que a menudo la cogía por sorpresa desde que su tío había desaparecido.
Tengo miedo, Prettyface. Tengo mucho miedo.
Sin embargo, nunca pronunciaría esas palabras en voz alta. Con (rece años había aprendido que dejarse llevar por el miedo sólo empeoraba las cosas. Le indicaba a los demás que eras vulnerable y que podían aprovecharse de ti.
—Ya basta. Cuando llegue el día ya me enfrentaré al problema. ¡Tengo tiempo suficiente para hacerlo todo si me pongo en marcha ahora mismo en lugar de quedarme quieta retorciéndome las manos!
Con rápidos y ligeros pasos, Shannon se acercó al arcón con bisagras de piel donde guardaba las provisiones no perecederas. A excepción de la sal y la harina que había comprado el día anterior, estaba vacío. La noche pasada había dividido la sal en dos porciones. La más pequeña era la suya. La más grande sería para devolver a Cherokee el préstamo que le hizo en Navidad.
—Debería haberle dicho a Rafe Moran que dejara las provisiones que yo había pagado masculló Shannon.
El recuerdo de los Culpepper hizo que sus rasgos se tensaran en un gesto de miedo y repugnancia
Pero el recuerdo del hombre que había cabalgado hacia su cabaña el día anterior hizo que su respiración se descontrolara con una excitación que no había conocido hasta aquel momento.
—Vamos, Prettyface. Es hora de ir a ver a Cherokee. Ella hará que entre en razón.
Obediente, el perro salió al exterior mientras su dueña lo observaba con atención, consciente de que los sentidos del animal estaban mucho más agudizados que los suyos. Si alguien estuviera merodeando por allí, Prettyface lo descubriría mucho antes que ella. El perro alzó el hocico hacia el frío viento y olisqueó el aire con todos los sentidos alerta. Luego saltó hacia delante, indicándole a Shannon que no había ningún peligro.
Aun así, ella se mostró cautelosa. Atravesó el umbral y miró a su alrededor con atención. No había huellas en los pastos helados que rodeaban la cabaña. Suspiró aliviada y echó otro vistazo para asegurarse.
Llevaba la escopeta apoyada en el brazo y su mano nunca se alejaba del gatillo. El viento casi le arrebató el sombrero a pesar de que se lo había sujetado con un descolorido pañuelo de seda, uno de los pocos lujos que habían sobrevivido a su infancia en Virginia. Finalmente, Shannon cerró la puerta con firmeza tras ella y se puso en marcha hacia la cabaña de Cherokee. Podría haber montado a Razorback, la vieja mula, pero aún estaba cansada por el viaje a Holler Creek. Así que dejó al exhausto animal atado a una estaca, comiendo tierna hierba.
Había menos de tres kilómetros y medio hasta la cabaña de Cherokee. Cuando la joven se puso en marcha, el amanecer se alzaba con gloriosos tonos violáceos, dorados y un rosado muy oscuro. La belleza del día le levantó el ánimo. Tarareando muy bajito, se dejó envolver por los colores del amanecer, como si se tratara de un glorioso manto, y aligeró el paso.
Al aproximarse a la cabaña de Cherokee, detuvo su marcha y la llamó. Desde la llegada de los Culpepper a Echo Basin, las gentes del lugar se habían vuelto menos hospitalarias con las visitas. Aquél que se acercara a cualquier hogar sin anunciarse, tenía muchas posibilidades de recibir un disparo. De hecho, ni siquiera Cherokee, con su reputación como chamán, podía mantener a raya a tipos de la calaña de los Culpepper.
Shannon no dio ni un solo paso hasta que no escuchó una cordial invitación procedente de la maltrecha estructura de madera en la que vivía la anciana.
Acércate —le gritó Cherokee—. Hace demasiado frío fuera como para estar vagando por ahí.
—Vamos, Prettyface —le instó Shannon.
El perro saltó hacia delante y, en el momento en que llegaron a la cabaña, la puerta se abrió por completo y una figura alta y esbelta apareció en el umbral.
Con una única mirada al modo en que la anciana se mantenía de pie, la joven supo que algo iba mal con su pie derecho.
—Hola, Shannon —la saludó Cherokee—. Bonito día, ¿no es cierto?
—Oh, sí —asintió la joven—. Prettyface, aparta. Si tienes hambre, ve a cazar tu desayuno.
La puerta de la cabaña se cerró dejando al animal fuera. En realidad, apenas había espacio para dos personas en la diminuta cabaña de la anciana, y mucho menos para un perro del tamaño de Prettyface.
—He oído que fuiste a Holler Creek a por provisiones comentó Cherokee.
—¿Cómo te has enterado?
—Por los indios, ¿por quién si no? El sobrino de Oso Herido estaba intercambiando oro por whisky en Holler Creek y oyó que los Culpepper habían recibido su merecido.
—¿Ah, sí? ¿Lo recibieron?
Puedes apostar por ello. ¿Dónde estabas tú cuando las cosas se calmaron? Después de todo, pelearon por ti.
—Cuando el látigo del forastero chasqueó por primera vez, cogí la harina y la sal, y me apresuré a regresar a la cabaña —respondió Shannon con voz tensa.
La áspera risa de Cherokee inundó la diminuta cabaña. Llevaba el pelo entrecano recogido en dos gruesas trenzas, al estilo indio. Su oscuro y arrugado rostro, junto con los pantalones sin forma, la camisa de lana y los mocasines desgastados, le daban la apariencia de un mestizo que hubiera escogido vivir solo, en lugar de soportar insultos por no ser blanco ni indio. Sólo el amuleto que colgaba de su cuello daba una pista de la sabiduría que se escondía tras aquellos oscuros y serenos ojos.
Si alguien, aparte de Shannon, sabía que Cherokee era en realidad una mujer, se había mantenido en silencio durante años. La habilidad de la anciana para curar y sus conocimientos sobre las propiedades de las hierbas, habían conseguido que los indios la llamaran chaman y que los blancos la respetasen.
—Siéntate junto al fuego —la invitó Cherokee.
Shannon se acomodó en el taburete que estaba cerca de la vieja estufa de leña, mientras observaba cómo la anciana se acercaba cojeando lentamente a su jergón para sentarse.
—¿Qué te ha pasado en el pie? —se interesó la joven.
Cherokee giró la cabeza, metió una pequeña mezcla de hierbas y tabaco en una pipa de piedra y dio unas caladas después de encenderla.
—Ha sido un invierno duro —comentó al cabo de unos instantes—, pero la tribu de Oso Herido sólo ha perdido a una anciana a un bebé que nació muerto. Los demás tienen tan buena salud como tu maldito perro.
Shannon deseaba insistir en el tema de la cojera, sin embargo, no lo hizo, consciente de que Cherokee siempre hablaba de lo que le interesaba e ignoraba el resto.
—Si no fuera así, uno de tus tónicos haría que se recuperaran —afirmó la joven al tiempo que hacía una mueca.
Los remedios de la anciana tenían un sabor horrible, pero ella juraba que era precisamente eso lo que hacía que fueran tan efectivos.
—Me gusta pensar que eso es cierto —convino Cherokee,
Discretamente, Shannon echó un vistazo a la cabaña, Normalmente había un cubo lleno de agua junto a la estufa, leña apilada cerca y algo cociéndose en el caldero. A veces, había incluso panecillos recién hechos.
Pero ese día el cubo estaba prácticamente vacío, la olla contenía los escasos restos de un estofado y no había nada comestible a la vista. Ni tampoco leña.
—Caminar hasta aquí me ha dado sed —dijo Shannon a la ligera, alargando el brazo hacia el cubo vacío—. ¿Te importa que vaya a buscar algo de agua?
Cherokee vaciló antes de encogerse de hombros.
—El agua del arroyo está lo bastante fría como para helar el Infierno masculló. Me duelen los dientes cuando la bebo
—Entonces, recogeré algo de leña y calentaré un poco el agua. La anciana vaciló de nuevo y luego suspiró.
—Te lo agradezco mucho, Shannon. Hoy me siento un poco débil
La joven se apresuró a traer agua y leña del montón que había fuera cuando acabó de colocar los troncos destinados al fuego entre el taburete y la estufa, le lanzó una mirada de soslayo a la otra mujer. Parecía pálida y cansada.
Si le parece bien —propuso Shannon tratando de infundar algo de ánimo en sus palabras—, fregaré esta vieja olla y prepararé un poco de sopa. No hay nada como la sopa para levantar el ánimo.
Esa vez Cherokee ni siquiera vaciló. Simplemente se tumbo sobre el camastro con una maldición apagada.
Me resbalé mientras traía agua hace seis días y me hice daño en el tobillo -le explicó—. La cataplasma de hierbas ayudó, pero aun me molesta.
—Entonces, descansa —le recomendó Shannon mientras fregaba la olla —. Dale tiempo al tobillo para que se recupere. Cherokee sonrió levemente.
—Ese es el mismo consejo que le di a John el Silencioso cuando la vieja Razorback le pisó el pie.
—Espero que lo sigas mejor de lo que lo hizo él. No has sabido nada de tu esposo últimamente. Era una afirmación, pero Shannon actuó como si se tratara de una pregunta.
No — respondió—. No hay ni rastro de él. —Tienes que afrontarlo de una vez. Eres viuda. Shannon no dijo nada.
—Incluso esos inútiles de los Culpepper se lo han imaginado — continuó Cherokee —, y eso que nadie puede acusarles de ser demasiado inteligentes.
—Entonces, solo tengo que volver a ponerme el abrigo de John y atravesar el paso con Razorback otra vez.
—No creo que eso vuelva a engañarle —gruño Cherokee.
La joven se encogió de hombros. —No hay otra solución.
—¿Y qué hay de ese hombre al que llaman Látigo? —preguntó la anciana—. Oso Pequeño me dijo que siguió tu rastro desde Holler Creek.
—A Oso Pequeño le gusta hablar más de la cuenta, al igual que a su tío, Oso Herido.
Cherokee esperó a que Shannon le hablara del desconocido. Pero, en lugar de eso, la joven preparó la sopa como si su vida dependiera de ello.
—¿Y bien? —la urgió la anciana finalmente.
—¿Y bien, qué?
—¿Ese tal Látigo te encontró?
—Si.
—Maldita sea, muchacha. ¡Has pasado demasiado tiempo con John el Silencioso! ¿Qué pasó entre tú y el forastero?
—Nada. Le dije que se fuera y lo hizo.
—¿Cómo lo conseguiste?
—Con Prettyface y una escopeta cargada.
—Si ese tipo se marchó, es porque así lo quiso, no porque tú lo intimidaras —masculló Cherokee sin dejarse impresionar—. ¿Qué pretendía?
—lo mismo que los Culpepper — replicó Shannon.
—Lo dudo. Látigo Moran no tiene fama de golpear a las mujeres hasta hacerlas sangrar para conseguir placer.
Shannon levantó la vista de lo que estaba haciendo, sorprendida de que Cherokee tuviera algo bueno que decir de algún hombre.
—¿Lo conoces? —inquirió.
—No directamente. Pero Oso Herido y Wolfe Lonetree son amigos; y Lonetree está muy unido a Reno, el hermano de ese hombre.
—¿Reno? ¿El pistolero? —Shannon había temido hacerle esa misma pregunta a Rafe cuando mencionó a su hermano.
—Sí, aunque sólo usa el revólver si se ve obligado a hacerlo. Reno, en realidad, es un buscador de oro. El hecho de verlo a él y a su mujer trabajando juntos, casi te hace creer que los espíritus realmente hablan a los hombres.Al menos es lo que Lonetree le dijo a Oso Herido, que, su vez, se lo contó a Oso Pequeño y... —Oso Pequeño te lo dijo a ti — concluyó Shannon—. Estoy convencida de que superáis al telégrafo de Denver transmitiendo noticias
Cherokee se rió entre dientes.
No hay mucho que hacer, aparte de hablar, cuando se llega a mi edad— se lamentó la anciana—. Por otro lado, a los hombres les gustan más lo rumores que a las mujeres, créeme. A excepción de John el Silencioso, por supuesto. Intentar comunicarse con él era como hablar a una tumba. No sé cómo pudiste soportarlo. Tu esposo casi me hizo caer en la bebida.
No sabía que hubieras pasado tanto tiempo con él como para que te molestara.
Cherokee se inclinó y se acarició el tobillo antes de volver a hablar
Ese tipo de silencio no tarda mucho en cansarme —mascullo
A mí no me importa el silencio. A John le encantaba la lectura y me enseñó a amarla a mí también. Aunque reconozco que prefiero la poesía a Platón. Cherokee resopló.
Si, vi ese baúl tuyo lleno de libros. Son una pérdida de tiempo nos que hablen sobre las propiedades de las hierbas. —En invierno hay mucho tiempo que perder. No es natural mantenerse siempre en silencio. Oh, yo hablo todo el tiempo conmigo misma y con Prettyface —le confesó Shannon.
Muy sensato. Al menos, uno de vosotros hace comentarios inteligentes. Aunque no diré quién.
Sonriendo, Shannon comprobó la temperatura del agua que había puesto sobre el fuego.
—¿Te apetece algo de té de corteza de sauce? —preguntó. Cherokee hizo una mueca antes de contestar.
—Ese maldito brebaje sabe a agua sucia.
—Hará que el tobillo te duela menos.
—Es agua sucia.
Ignorando los murmullos de protesta de Cherokee, la joven se aproximó a un arcón de madera y levantó la tapa. De inmediato, un exquisito aroma a hierbas se expandió por la, diminuta estancia. La corteza de sauce era fácil de identificar y también de admirar, pero el arcón también contenía algunas plantas secas verdaderamente letales. Por suerte, Shannon sabía cuáles eran y evito tocarla Aprovechando que joven estaba preparando el té medicinal, Cherokee sacó de debajo del camastro una bolsa de lona, metió la mano en su interior y sacó un paquete envuelto en papel de seda Sin decir nada, volvió a sentarse sobre el colchón mientras apoyaba levemente su mano nudosa y llena de cicatrices sobre el paquete como si se tratara de algo muy maravilloso
Cuando Shannon se dio la vuelta para ofrecerle la humeante bebida, la anciana ignoró la abollada taza de metal y miró a la joven directamente a los ojos.
—Tenemos que hablar—anunció sin rodeos—. Tienes que afrontar que John ha muerto.
—No puedes estar segura de eso.
—Por supuesto que sí. Rece sobre su tumba.
Shannon abrió los ojos de par en par.
—¿Qué?
—Fue hace tres años, en otoño .La noche ya había caído, pero la luna llena me permitió ver a su pobre y vieja mula bajar corriendo, por el arroyo, agotada y llena de sangre.
Al oír aquello, Shannon sintió que el aliento se le helaba en los pulmones. Cherokee nunca le había hablado sobre cómo encontró a Razorback.
Simplemente había llevado a la mula hasta la cabaña de John el Silencioso, y le dijo a la joven que lo más probable era que su esposo regresara tarde de sus concesiones ese año y que debería empezar a buscar comida por si misma.
Fue entonces cuando la anciana le desvelo que su verdadero nombre era Teresa y le dijo que no dudara en pedirle ayuda si la necesitaba.
—Nunca me lo habías contado —susurró Shannon.
—Curé como pude a la mula y me puse en marcha al amanecer para rastrear el lugar. Las huellas acababan en un desprendimiento de tierras y asumí que ésa era la tumba de John
—¿Por qué no me lo dijistes ?
—¿ Para qué?— replicó la anciana lacónicamente—. Si yo estaba equivocada, John aparecería en invierno. Si estaba en lo cierto y se extendia el rumor, todos los hombres de Echo Basin acabarían acechándote tarde o temprano. Decir la verdad no traería nada bueno.
Shannon trató de decir algo, pero no consiguió que las palabras atravesaran su agarrotada garganta.
—¿ De qué habría servido decírtelo? —siguió Cherokee—. Los pasos ya estaban cerrados y no podías marcharte. Tenías comida para mantenerte y no corrías ningún peligro en la cabaña, siempre que nadie se enterara de que John había muerto. No dije nada porque sería lo mejor para ti.
Cuando Shannon intentó hablar de nuevo, sólo fue capaz de emitir un extraño gemido.
Un repentino rubor apareció en los curtidos pómulos de Cherokee
—Debería habértelo dicho antes —, reconoció la anciana—, pero me siento... sola. Y tú tampoco tienes familia. Además, cualquier ciudad sería peligrosa para una mujer tan bella como tú. Creí sinceramente que estarías mucho mejor aquí. Si hubieras descubierto que John estaba muerto, quizás habrías decidido marcharte.
—Este es mi hogar. No lo dejaré.
— Me equivoqué al retenerte aquí —continuó Cherokee, ignorando las palabras de Shannon—. Fue por puro egoísmo y ahora mi conciencia no deja de recordármelo. Iba a decírtelo muy pronto y a darte dinero para...
— No —la interrumpió la joven.
Cherokee masculló una maldición entre dientes y se irguió antes de hablar.
—Las cosas han cambiado —afirmó con sequedad—. Tienes irte.
¿Por qué? ¿Simplemente porque ahora sé que es cierto lo que he sospechado durante dos años, que John está muerto? —Tienes que irte de Echo Basin y Látigo Moran es...
—¿Por que tengo que irme de aquí? —la corto Shannon—. Es el único hogar que tengo.
—Porque no podrás sobrevivir sola en esa cabaña,
—Lo he hecho hasta ahora.
Cherokee gruñó.
—Tu esposo acumuló mucha comida, pero el tiempo pasa y no tienes dinero para comprar más. Mírate. Estás demasiado delgada.
—Siempre adelgazo en invierno. Engordaré en verano, te lo aseguro.
—¿Y si no es así?
—Lo será.
—Maldita sea. Eres demasiado testaruda.
—Esa es la razón por la que sobreviviré —afirmó Shannon—. Por pura terquedad. Vamos, deja de hablar y bébete el té.
Cherokee rechazó la taza con un gesto.
—Te he ayudado los tres últimos inviernos, pero...
—Lo sé. —La joven no la dejó terminar—. Y te lo agradezco. Te he traído tu sal y en cuanto regresen los ciervos te devolveré la...
—¡Diablos, no es a eso a lo que me refiero! —exclamó Cherokee, furiosa—. ¡Tienes que escucharme, maldición!
La ira de la anciana la sorprendió tanto, que Shannon cerró la boca y la miró atenta.
—Algunos hombres son mejores que otros —reconoció Cherokee de mala gana—. Mucho mejores. Al menos, eso es lo que Betsy y Clementine dicen cuando vienen a por su poción para no quedarse embarazadas.
Shannon cerró los ojos durante un instante. Sabía que las prostitutas a veces visitaban al «chamán mestizo», pero había ignorado hasta ese momento qué tipo de pociones eran las que buscaban.
—Entiendo —dijo en voz baja.
—Lo dudo —replicó Cherokee—. Aunque ahora eso no importa. Lo que tenemos que hacer es encontrarte un hombre que valga la pena y, por lo que he oído, Látigo Moran reúne todos los requisitos.
Shannon hizo ademán de protestar.
—No digas nada todavía —la interrumpió Cherokee, señalando el paquete—. Un bastardo hijo de perra le dio esto a mi madre hace mucho tiempo. Ella me lo regaló, y ahora quiero que sea tuyo.
Antes de que Shannon pudiera decir algo, la anciana ya estaba desenvolviendo el paquete con manos reverentes. El papel estaba tan desgastado por los que casi era transparente.
Pero ni siquiera el papel de seda era tan frágil como la cremosa seda y encaje que había en su interior. Shannon tomó aire brusca mente al tiempo que emitía un gemido de sorpresa y placer al ver el sutil brillo de la delicada prenda que la anciana sostenía entre las manos.
-Bonita, ¿verdad? —comentó Cherokee con una sonrisa—. La primera vez que te vi, pensé en esta camisola. —No puedo aceptarla. —Por supuesto que sí. —Pero...
—Demonios, a mí no me sirve de nada —gruñó Cherokee con impaciencia—. Nunca me la he puesto. Soy demasiado grande, al igual que mi madre. Nadie la ha usado jamás.
Indecisa, Shannon tocó la camisola. La tela era tan ligera como una nube. Incluso el encaje que bordeaba la prenda era sedoso y suave.
—Vamos, cógelo —insistió Cherokee. —No puedo. —Por supuesto que sí. —Volvió a envolver la camisola y se la tendió a Shannon—. Guárdala en el bolsillo delantero de la vieja chaqueta de John. Allí estará a salvo hasta que llegues a casa. —Pero...
—No pienso beber ni una gota de ese té a menos que aceptes mi regalo.
Lentamente, Shannon tomó el paquete con su mano libre. —Vamos —la urgió Cherokee, cogiéndole el té—. Métela donde te he dicho.
Hasta que la joven no guardó el paquete en el bolsillo de su chaqueta, la anciana no se bebió la medicina.
— No sé cómo darte las gracias... —empezó a decir Shannon, vacilante
No tienes que hacerlo. Me sentiré mejor sabiendo que la tienes tú. Ya era hora que alguien pudiera darle su verdadero uso.
Shannon se ruborizo
—No es el uniforme de una prostituta -—la tranquilizó Cherokee riéndose—. Es una trampa; una trampa de seda para un hombre. Para Rafe Moran, por ejemplo. Sé que es un hombre íntegro y...
—No.
—Sí —insistió la anciana—. En cuanto te vea con esa camisola, olvidará por completo sus ganas de viajar. Estarás casada antes de que puedas decir sí, bueno, o quizá...
—No —exclamó Shannon, tajante.
—Acaso no entiendes que...
—No —repitió—. Ahora te toca a ti escuchar. Mi madre y yo vivimos de la generosidad de sus familiares hasta que ella murió de una neumonía. El hermano de mi madre murió poco después y luego su esposa me hizo trabajar como una esclava aunque yo sólo tenía trece años.
Cherokee asintió sin mostrar ninguna sorpresa.
—Me colocaron como aprendiz de un sastre —continuó la joven—, y no se me permitía salir nunca de la tienda. Trabajaba allí, comía allí y dormía allí. Y cuando el sastre se emborrachaba, que era dos veces al mes, tenía que defenderme de él con unas tijeras que guardaba debajo de la almohada.
La anciana asintió de nuevo, limitándose a escuchar.
—Un día el tío de mi madre vino a la ciudad —siguió relatando Shannon con voz monótona—. Finalmente, había llegado hasta él una carta que yo le había escrito cuando mi madre falleció. Consiguió que mi tía le devolviera el pañuelo de seda de mi madre y su alianza de oro. Me puso el anillo en el dedo y, a partir de ese momento, me convertí en la señora Smith.
—Más o menos como yo lo había imaginado —dijo Cherokee—. Nadie viviría con John a menos que estuviera desesperado.
La sonrisa que Shannon le dirigió fue agridulce.
—Comparado con el lugar del que provenía, mi tío y Echo Basin me parecieron el paraíso.
—Yo también me he sentido siempre así en este lugar. Con la diferencia de que llegué aquí con muchos más años que tú, sola, y disfrazada de hombre. Mi padre era mexicano y mi madre una prostituía de Tennessee, fuerte como una mula y terriblemente testaruda.
Me contrataron para hacer trabajos de hombre desde que tenía diez años, pero me pagaban un sueldo irrisorio y me trataban como si fuera basura. Después de que mi madre muriera, me marché y nunca miré atrás.
Tampoco buscaste a un hombre con el que casarte —señaló Shannon.
Cherokee se encogió de hombros.
—Como ya te he dicho, estaba harta de ser una esclava para los ¡hombres.
—Y aun así, quieres que yo vaya en busca de uno.
—Eso es diferente.
—Sí —dijo Shannon con voz grave—. Se trata de mi esclavitud, no de la tuya.
La anciana maldijo y sonrió al mismo tiempo.
—Siempre eres demasiado rápida para mí. Aunque, en realidad, cualquiera lo es hoy en día. Me estoy haciendo vieja y no hay forma algo este verano.
—Entonces, yo cazaré para las dos.
—Shannon, tienes un coraje admirable, pero tus habilidades para cazar...
—Mejoraré antes del final del verano.
Durante un largo momento, los oscuros ojos de Cherokee estudiaron el rostro de la joven. Luego suspiró y no dijo nada más sobre el tema de los hombres, el matrimonio y la supervivencia. Simplemente sacudió la cabeza porque sabía que no había suficiente tiempo para que Shannon aprendiera a cazar antes del invierno.
Pero eso tendría que descubrirlo por sí misma, ya que se negaba a aceptar consejos.
Así que a la anciana sólo le quedaba rezar para que Shannon no lo descubriera demasiado tarde, después de que el paso alto sobre Whiskey Creek estuviera cerrado por la nieve. A partir de ese momento, todos aquellos que vivieran en Echo Basin quedarían atrapados hasta que el paso se abriera, o murieran de hambre.
Dependiendo de lo que sucediera primero.
Cuatro
El sol casi había desaparecido cuando Shannon llegó a lo alto de una empinada y rocosa colina. Desde aquel punto, su cabaña apenas era visible. Estaba medio enterrada en la propia ladera de la montaña y permanecía oculta gracias a la espesura de los álamos.
Rara vez el lugar donde se encontraba su hogar le había parecido bello a la joven. Las horas transcurridas desde que dejó la cabaña de Cherokee las había pasado intentando cazar algo, cualquier cosa, pero el único resultado era un cuerpo cansado y un estomago que gruñía lo bastante alto como para atraer la atención de Prettyface.
—Tranquilo —sonrió Shannon—. No pienso comerte para la cena
El perro movió la cola y se lamió el hocico.
—Lo siento. Tendrás que cazar por tu cuenta —le advirtió cansada mientras le acariciaba la cabeza—.Y esta vez, intenta que tu presa sea lo bastante grande para que podamos comer los dos.
No trato de ocultar el hambre ni la fatiga, y su postura y su tono de voz reflejaban lo agotada que se sentía. Aparte de las pocas tiras de cecina que había desayunado, no había comido nada en todo el día. La cecina que se había metido en el bolsillo esa mañana había acabado en la sopa de Cherokee, junto a unas briznas de hierba tierna que Shannon había descubierto cerca de la cabaña de la anciana.
Había tentando cazar durante horas, pero, por mucho que se esforzara, por muy sigilosamente que siguiera a sus presas, éstas siempre salían huyendo antes de acercarse lo suficiente como para arriesgarse a disparar uno de sus preciados cartuchos.
Abatida, Shannon empezó a descender la ladera de la montaña en la que estaba enclavada la parte posterior de la cabaña. Aunque no había ninguna señal externa en la superficie, bajo sus pies se ocultaba la cueva del manantial termal. A la izquierda había una pila de rocas donde John el Silencioso había excavado una segunda salida secreta de la cabaña, pero tampoco era visible desde el exterior.
Prettyface trotaba alegremente, olfateando el viento que atravesaba el valle. De pronto, se detuvo en seco. Sus orejas se tensaron y emitió un gruñido.
Al instante, Shannon apoyó la espalda en un árbol, levantó la escopeta y empezó a estudiar la zona que había frente a ella, olvidando el agotamiento.
Prettyface sólo reaccionaba así ante la presencia de hombres.
Alguien estaba cerca de la cabaña. Quizá incluso en su interior, a la espera de que ella entrara desprevenida.
Intentando no hacer ningún ruido, Shannon descendió la cuesta en diagonal y, cuando el terreno se allanó, empezó a rodear la cabaña sin abandonar en ningún momento el bosque.
Prettyface no mostró ningún interés por lo que le rodeaba. Sólo la cabaña atraía su atención.
Una vez que la joven rodeó el valle hasta llegar al otro extremo, descubrió qué era lo que había provocado aquella reacción en el perro. Un animal de buen tamaño, totalmente despellejado y recién cazado, colgaba de unos troncos en una esquina de la cabaña.
El tío de Shannon había usado esos mismos troncos para colgar la carne recién cazada mientras la troceaba para secarla.
¿John? —susurró la joven.
De repente, Prettyface se giró rápidamente y miró hacia la empinada cuesta que acababan de descender. El pelo del cuello se le erizó.
Shannon se volvió y logró ver la silueta de un hombre montado a caballo, perfilada por el malva y el naranja de la puesta de sol. La amplitud de sus hombros le resultó inconfundible, al igual que el arma enrollada alrededor del hombro derecho. Un látigo.
El jinete la saludó con una leve inclinación del sombrero, luego hizo dar la vuelta a su gran caballo gris, y segundos después se desvanecía al descender por el otro lado de la pendiente.
Aunque Shannon esperó largo tiempo conteniendo el aliento, Rafe no volvió a aparecer.
Finalmente, Prettyface bostezó empujó a su dueña con el hocico y miró con nostalgia hacia la cabaña.
—Espero que no se atreva a volver ahora que lo hemos descubierto.
Al tiempo que pronunciaba aquellas palabras, Shannon se dijo a s misma que no estaba decepcionada por el hecho de que él se hubiera marchado.
Pero sabía que mentía.
También se dijo que dejaría que el regalo que le había hecho se pudriera donde estaba colgado.
Pero sabía que eso también era mentira. Estaba hambrienta y la poca harina que había traído de Holler Creek se acabaría demasiado pronto.
Con una mezcla de agradecimiento, furia e inquietud, Shannon entró en la cabaña y sacó el regalo de Cherokee del bolsillo de la chaqueta. La seda brilló a través de una abertura en el envoltorio.
En cuanto te vea con esa camisola, olvidará por completo sus ¿anas de viajar. Estarás casada antes de que puedas decir sí, bueno, o quizá...
Una curiosa sensación de cosquilleo recorrió a Shannon al pensar en llevar una prenda tan delicada, sentir su fría suavidad contra sus pechos.
Sacudió la cabeza y, sin querer darle más vueltas a aquel asunto, guardó la camisola y salió al exterior para ocuparse del regalo de Rafe Moran.
Pronto, la primera comida de verdad que había preparado en meses estaba humeando frente a ella. A pesar del hambre, comió con cuidado y saboreó cada bocado.
Y, en contra de lo que ella esperaba, la carne sólo fue el primer regalo de Rafe. A la mañana siguiente, la joven encontró dos bolsas de arpillera colgando de la rama de un árbol cerca del arroyo. La primera bolsa estaba llena de manzanas secas y azúcar, canela y manteca de cerdo. La segunda contenía las provisiones que había dejado atrás en Holler Creek, y otras más.
Shannon resistió la tentación durante varias horas. Luego, decidió que podría darle mejor uso de las provisiones que cualquier alimaña que lograra trepar hasta el árbol y quedarse con las bolsas.
Una vez tomada la decisión, no perdió el tiempo y preparó un pastel de manzana. Y galletas. Y pan.
Cuando se dirigió a la cabaña de Cherokee para compartir con ella la generosidad de Rafe, le dio la impresión de que la seguían. Se le erizó el vello de la nuca y sus instintos le indicaron que no estaba sola.
Aun así, cada vez que se daba la vuelta con la esperanza de llegar a vislumbrar a su benefactor, no consiguió ver más que árboles, rocas y un cielo increíblemente azul, propio de la alta montaña.
Tampoco Prettyface lo olió en todo el trayecto a la cabaña de Cherokee.
—Entra, muchacha —la invitó la anciana desde el umbral.
—Gracias.
Shannon descargó la incómoda mochila que había fabricado a partir de varias tiras de cuero y una vieja alforja.
—¿Cómo está tu tobillo?
—Curado.
La joven observó fijamente a Cherokee y supo que mentía.
—Bien —murmuró sin convicción—. Te he traído algo de comida para pagarte lo que me diste este invierno.
—Un momento. No fue un préstamo, así que no tienes que devolvérmelo.
—Colgaré la carne en la parte de atrás —continuó Shannon, como si no hubiera oído la protesta—. El resto lo pondré en tu arcón para las provisiones.
Atónita, la anciana observó cómo la joven llevaba a la práctica sus palabras.
—¡Maldición! ¡Ayer tuviste suerte cuando saliste a cazar!
Shannon no dijo nada.
—Espera, llévate las bolsas de harina y azúcar —gruñó Cherokee—. Tengo lo suficiente hasta que extraiga más oro o venda algunas hierbas en Holler Creek.
La joven la ignoró.
—¡Manzanas! —exclamó la anciana sorprendida—. ¿Estoy oliendo manzanas?
—Así es. He puesto la mitad de un pastel de manzana en la parte de atrás de tu estufa para que se caliente.
—Pan. Pastel. ¡Por todos los demonios! ¡Has regresado al pueblo y has exigido a Murphy que te diera todo lo que te ha estado robando a lo largo de los años
Shannon emitió un sonido que podría haber significado cualquier cosa.
—Eso ha sido algo condenadamente estúpido por tu parte —le reprendió Cherokee—. Dos de los Culpepper sólo resultaron heridos en su orgullo en la pelea con Rafe Moran. Podrían haberte hecho cualquier cosa.
—No lo hicieron.
—Aun así, ellos...
—No he vuelto a Holler Creek —la interrumpió Shannon.
Cherokee se quedó callada y, de repente, su arrugado rostro se iluminó con una amplia sonrisa mellada.
—Ha sido él —susurró—. ¡Te está cortejando!
La joven pensó en decirle la verdad, pero luego decidió no hacerlo. Cherokee no se negaría a compartir la inesperada generosidad de Rafe si creía que él la estaba cortejando; sin embargo, se negaría a aceptar nada si pensaba que era el comienzo de una planeada seducción.
—Tal vez —respondió la joven—. O tal vez no. —Por supuesto que sí. Piensa un poco, muchacha. Se ha fijado en ti. ¿Ya te has puesto la camisola para él?
—Estoy casada, ¿recuerdas? No quiero que nadie piense que no es así.
—El hecho de llevar un anillo no te convierte en una mujer casada.
—No te apoyes en el tobillo —le recordó Shannon en un intento de cambiar de tema—. Te traeré agua y leña para varios días, porque seguramente no podré regresar hasta entonces.
—¿Vas a alguna parte?
—A cazar —respondió sucintamente.
Cherokee pareció confundida. Luego se rió entre dientes.
—No se lo vas a poner fácil, ¿verdad, muchacha?
La sonrisa que le dirigió la joven era tan dura como la hoja del cuchillo de caza que se había enfundado en el cinturón.
Voy a dejarlo totalmente agotado —replicó arrastrando las palabras, en una imitación del acento de Cherokee.
—Tú sigue pensando así —comentó la anciana antes de soltar una carcajada que la dejó sin resuello—. Sigue así hasta que te atrape y te lleve a rastras frente a un predicador.
La sonrisa de Shannon se desvaneció. Rafe Moran no tenía el matrimonio en mente, y ella lo sabía muy bien.
Pero Cherokee no necesitaba saberlo. No ahora que parecía tan aliviada por el hecho de que el futuro de la muchacha que había protegido estuviera resuelto.
—Deja de apoyarte en ese tobillo —le advirtió Shannon—. Si te veo paseándote por ahí, haré que te encargues tú misma de tus tareas.
Riendo entre dientes, la anciana se acercó cojeando al maltrecho camastro y se tumbó.
En cuanto Shannon salió de la cabaña, supo que Rafael Moran estaba en alguna parte observándola. No obstante, Prettyface, que estaba tumbado al sol delante de la cabaña, dejando que el viento alborotara su pelaje entrecano, no dio ninguna muestra de percibirlo.
Mientras traía agua y cargaba con la leña, no dejó de mirar en dirección al viento, pues era el único lugar donde Rafe podría ocultarse del agudo olfato del perro.
No lo vio ni una sola vez. Pero oyó algo que podría haber sido el viento lamentándose a través de las lejanas rocas... o el sonido de un hombre arrancando suaves lamentos a una guaira, un curioso instrumento de viento indígena.
Después de dejar a Cherokee, dedicó largas e infructuosas horas a cazar y a intentar descubrir dónde estaba Rafe. Sus instintos le decían que se encontraba allí y, por si eso no fuera suficiente, la melodía de la primitiva flauta llegaba hasta ella de vez en cuando; un mero eco que hacía que Prettyface ladeara la cabeza y escuchara tranquilo, ya que la música no suponía ninguna amenaza para él.
A pesar de la intensa búsqueda de Shannon y al olfato de Prettyface, no vieron en ningún momento al hombre cuya presencia atormentaba a la joven.
Al siguiente día, Shannon siguió el rastro de una presa, camino entre dos grandes rocas y encontró tres urogallos perfectamente desplumados y atados por las patas, colgadas en la rama de mi árbol.
La joven se giró rápidamente para mirar a su alrededor, sólo para descubrir que no había nada que ver a excepción de árboles y roca, la Luz del implacable sol y nubes blancas como la nieve. Observó el suelo con minuciosidad, pero no descubrió huellas ni nada que sugiriera la presencia de un hombre.
Tampoco había escuchado ningún disparo. Aun así, era evidente que los pájaros estaban recién cazados.
Los cazó con ese látigo. ¡Dios, debe ser increíblemente veloz!
Prettyface rodeó el suelo que había bajo los urogallos emitiendo roncos gruñidos.
—Me alegro de que puedas olerlo —susurró Shannon—.
Estaba empezando a pensar que era un fantasma.
Vaciló durante un instante sin saber qué hacer. Luego descolgó los urogallos y los metió en su improvisada bolsa de lona.
No tiene sentido dejar que se los coman las alimañas —murmuró.
Prettyface olisqueó el viento varias veces antes de perder interés. Su pelaje erizado volvió a su estado normal y miró a su dueña a la espera de una señal.
Shannon se contempló las manos y se dio cuenta de que le temblaban. El hecho de saber que Rafe podía estar cerca, fuera del alcance del olfato de su perro, la ponía nerviosa.
Al menos mantiene las distancias. No se acercará más mientras tenga una escopeta cargada y Prettyface esté a mi lado.
Irguió los hombros y se puso en marcha una vez más. Mientras buscaba una presa, recogió plantas comestibles y las metió en la bolsa con los urogallos.
Cuando regresó a la cabaña, se encontró una gruesa veta de tocino colgando de los troncos que utilizaba para secar la carne.
Se giró sí misma a toda velocidad y miró a su alrededor.
Allí no había nadie. Y ya no sentía aquella extraña sensación en su interior que le advertía de la presencia de Rafe.
Sin embargo, horas después, coincidiendo con la salida de la luna llena, una ronca melodía llegó hasta ella atravesando el valle.
Al oír el sonido similar a un lamento, Shannon se incorporó con corazón latiéndole con fuerza y el gutural gruñido de Prettyface vibrando a los pies de la cama. Luego el gruñido remitió.
Poco a poco, la joven se dio cuenta de que lo que rompía el silencio de la noche era la flauta de Rafael Moran. Cautelosa, se acercó a la ventana, abrió apenas los postigos y observó el exterior. No vio nada excepto las sombras que proyectaba la luna, su luz plateada y el enorme manto de ébano con el que el bosque cubría la ladera de la montaña.
Prettyface se quejó con un suave murmullo y volvió a tumbarse en su rincón, confirmando a Shannon con esa acción lo que ella ya sabía, que estaba a salvo de las roncas notas de lamento.
Finalmente, volvió a la cama y escuchó el sonido de soledad destilado por el aliento de un hombre que manejaba con maestría una primitiva flauta.
El día siguiente fue muy similar para Shannon. Volvió a sentir la presencia masculina y fue perseguida por el dulce tormento de la flauta mientras buscaba las huellas de alguna presa. La única diferencia consistió en el regalo que Rafe Moran dejó para ella: tres truchas, aún frías por el agua del arroyo.
Esa noche la flauta despertó a Shannon de nuevo, pero no se sintió intranquila. Prettyface gruñó, dio varias vueltas por la cabaña, se acurrucó en su rincón y volvió a dormirse.
En cambio, la joven se quedó despierta escuchando lo roncos lamentos de la flauta y anhelando la indescriptible belleza de algo que no podía describir.
El tercer día, Rafael Moran dejó frente a su puerta cebollas y patatas, lujos que Shannon no había probado desde hacía seis meses.
Esa noche se quedó tumbada medio dormida, esperando el sonido de la flauta. Cuando lo oyó, se estremeció y lo escuchó con atención. Prettyface se despertó, merodeó por la cabaña un momento y volvió a dormirse.
El cuarto día, dejó a su alcance un tarro de mermelada. Mientras mantenía durante unos segundos el dulce manjar sobre la lengua y se lamía las puntas de los dedos, la joven se sintió casi como si estuviera saboreando una dulce mañana de verano.
El suave lamento de la flauta llegó pronto esa noche llamando con su melodía a las estrellas y ofreciéndoselas a Shannon como si se tratara de otro regalo. Prettyface ladeó la cabeza y escuchó, pero no se molestó en levantarse. El enorme perro ya no asociaba el sonido de la flauta con algo desconocido y, por tanto, peligroso.
El quinto día, cuando la joven regresó de cazar, se encontró con una pila de troncos preparados para ser cortados. El hacha que su tío había usado para partir leña y que Shannon había roto, estaba arreglada y afilada, al igual que la sierra.
Prettyface olfateó cada objeto con recelo. Se le erizó el pelo y el pecho le vibró con un grave gruñido. Pero no se sintió desafiado, ni tampoco captó ningún rastro de inquietud en su dueña.
El perro estaba empezando a aceptar el olor de Rafe como algo normal.
Esa noche Prettyface apenas levantó las orejas cuando los roncos gemidos de la flauta atravesaron serpenteantes el crepúsculo. Shannon se quedó paralizada y dejó de tender ropa en la cuerda sobre la estufa. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, permitiendo que la belleza de la música calmara su cansado espíritu.
El sexto día que la joven regresó con las manos vacías de cazar, el regalo de Rafael consistió en leña recién cortada con la medida exacta para poder quemarla en la estufa. Los troncos y astillas se encontraban pulcramente apilados junto a la puerta de la cabaña para que estuvieran cerca siempre que los necesitara.
Cuando miró la leña, la flauta de Rafael emitió un inquietante gemido de tres notas desde el bosque cercano. Sin embargo, cuando Shannon se volvió, no vio nada.
Ni tampoco volvió a sonar la flauta.
El séptimo día la esperaba un ramo de flores silvestres.
Shannon miró las flores y se mordió el labio al sentir un inesperado deseo de llorar. Dejó escapar un tembloroso gemido y examinó el bosque anhelando ver algo más que la sombra de Rafael alejándose. Ya no le preocupaba el hecho de que pudiera intentar forzarla. Si así lo hubiera querido, podría haberlo hecho en cualquier momento, pues ella era tan consciente de su vulnerabilidad cuando dejaba la cabaña como él.
Y también los Culpepper. La joven esperaba que Rafe encontrara el rastro de cuatro mulas ensilladas a unos tres kilómetros de la cabaña. Al ver las delatoras huellas, a Shannon le había tranquilizado saber que Látigo Moran estaba en algún lugar del bosque, cuidando de ella.
Protegiéndola.
Aquella idea hizo que sus labios esbozaran una sonrisa, aunque se desvaneció rápidamente. Sabía que aquella protección no duraría mucho tiempo. En cuanto él se diera cuenta de que no sería suya con sólo pedírselo, continuaría cabalgando hasta encontrar a una mujer más dispuesta.
Pero hasta entonces, Shannon agradecía el hecho de no estar totalmente sola.
Se inclinó lentamente y cogió las flores que Rafael Moran había dejado para ella. Fue como sujetar un puñado de mariposas. Miró los gloriosos colores, rozó los suaves pétalos con los labios e intentó recordar cuándo alguien le había regalado algo que no fuera necesario para sobrevivir.
No podía recordar ni una sola vez. Incluso la camisola que le había regalado Cherokee tenía como fin alargar la supervivencia de Shannon, como si se tratara de una caja de cartuchos para escopeta o de una pierna de venado.
Con un entrecortado gemido, la joven hundió el rostro en las suaves y fragantes flores, y lloró.
Cuando alzó la mirada, vio la silueta de Rafael Moran perfilándose contra el ardiente azul del cielo de fondo. Parpadeó para contener las lágrimas e intentar verlo mejor; pero, al volver a abrir los ojos, sólo vio el cielo vacío.
Rafe descendió por el otro lado de la pendiente hasta el pequeño claro donde había atado a su caballo. La imagen de Shannon llorando le había impactado de un modo que no podía describir.
¿Por qué lloraría por un puñado de flores?
No hubo respuesta.
Masculló una maldición y saltó sobre la silla. Luego, volvió a maldecir y apoyó el peso en los estribos. Ver a Shannon atravesar el valle hacia la cabaña había provocado una intensa reacción ni su cuerpo. Aquella mujer tenía un modo de moverse que podría hacer arder a las piedras.
Su excitación lo enfurecía y divertía la mismo tiempo. No se había sentido así desde que vivía en Virginia occidental, cuando Savannah Marie, una muchacha del lugar, se había propuesto seducirlo para que se casara con ella. Rafe sabía perfectamente qué pretendía, pero aun así, los anhelantes suspiros de la joven, las susurrantes enaguas de seda y las breves miradas a sus pechos habían hecho que su cuerpo se tensara.
Pero Shannon no llevaba enaguas de seda, y sus senos permanecían ocultos a menos que el viento soplara con la suficiente fuerza como para pegar la ropa a las curvas sorprendentemente exuberantes de su cuerpo. Además, sospechaba que le gustaba que su piel estuviera limpia y perfumada. Había descubierto las hierbas olorosas que alguien había plantado junto al arroyo y la había visto recogiendo brotes y llevándoselos a la cabaña.
De nuevo, volvió a preguntarse por qué había llorado por las flores.
Quizá se deba a que se siente sola.
Consideró esa posibilidad mientras empezaba a buscar alguna señal sobre el camino que llevaba desde la cabaña de Shannon a Holler Creek. Sabía que las viudas a menudo se encontraban solas, sobre todo si no tenían hijos, parientes cercanos o amigos.
Diablos, cualquier mujer se sentiría sola en esas circunstancias.
Por supuesto, está el viejo chamán que vive en esa cabaña en la bifurcación norte de Avalanche Creek. Shannon lo visita con frecuencia, así que han debido forjar algún tipo de amistad.
Rafe se había sorprendido la primera vez que siguió a la joven hasta la diminuta y remota cabaña en la que vivía el chamán. Luego, percibió la torpeza en los movimientos del anciano y se dio cuenta de que Shannon le estaba ayudando.
Posiblemente esté acostumbrada a cuidar de hombres mayores. Si es cierto lo que dicen los rumores, John el Silencioso debe de ser también un anciano.
Si es que sigue con vida.
¿Habrá muerto, como piensan los Culpepper, o estará rastreando a algún forajido, escondiéndose hasta que pueda atraparlo?
La única respuesta que se le ocurría era otra pregunta.
Quizá este herido como ese chamán mestizo y regrese dentro de un tiempo. Después de todo, se le vio cabalgando por el paso de Avalanche Creek en el primer deshielo.
Aquella idea hizo que sus labios se transformara en una delgada línea. Por mucho que deseara a Shannon, no quería seducir a una mujer casada ni tampoco a una virgen. Iba en contra de sus principios. De hecho, ésa era la razón por la que se había pasado la mayor parte de la última semana escalando las diversas bifurcaciones de Avalanche Creek, en busca de alguna señal que indicara que John el Silencioso estuviera trabajando en sus concesiones o hubiera descendido de ellas para esperar a que sanara una herida.
Rafe no había obtenido ningún resultado en su búsqueda. Sólo había visto unos cuantos agujeros irregulares en lo alto de la ladera de la montaña, que indicaban que alguien había utilizado un pico para trabajar la dura roca en busca de oro. Pero no había nada que le indicara cuánto tiempo hacía que se habían hecho los agujeros. De lo único que podía estar seguro era de que las cenizas de las diversas hogueras que había encontrado no se habían visto alteradas desde la última tormenta, tres días antes.
Tres días.
Tres semanas.
Tres años.
Era imposible saberlo.
Maldición, Caleb me comentó que era común encontrar carbón procedente de antiguos fuegos junto a las paredes de los precipicios en lo alto de estas montañas, y parece que nada ha cambiado desde que su padre inspeccionó esos mismos restos de carbón hace treinta años para el ejército.
Incluso es probable que esos fuegos fueran encendidos por los indios trescientos años atrás, antes de robar caballos a los españoles y de aprender a cabalgar.
Rafe no sabía cuándo se marcharía de las Montañas Rocosas. De hecho, ya había pasado allí más tiempo que en ningún otro lugar desde que se fue de Virginia Occidental, siendo casi un adolescente.
Parte de lo que lo retenía en las Rocosas era el hecho de que sus hermanos, Reno y Willow, vivieran allí junto a sus familias, y que también se hubiera establecido en aquel hermoso lugar su amigo Wolfe. Pero la tierra por sí sola también era un extraordinario atractivo. El olor del viento y los colores de la tierra no se parecían a nada que hubiera conocido en ningún otro lugar de la Tierra, Algo en las agrupaciones de las heladas cumbres y los verdes valles entre las cordilleras fascinaba a Rafe como nunca antes.
No obstante, por mucho que amara el paisaje, no pensaba que-darse para siempre en las salvajes Rocosas. Sabía que, más tarde o más temprano, las ansias de conocer mundo renacerían de nuevo en su interior y se volvería a marchar en busca de algo que sólo podía describir como el amanecer que aún le quedaba por ver.
Pero hasta que ese impulso aparezca, no hay nada que me impida disfrutar de este amanecer.
Acompañado tan sólo por sus pensamientos y un agitado viento, Rafe buscó rastros bajo la larga y sesgada luz de la última hora de la larde. Vio huellas de alces, ciervos y pumas. También escuchó el agudo reclamo de un águila que llamaba a su pareja, sin embargo, no oyó a ningún hombre ni vio signos que indicaran que no estaba solo.
No había nuevas huellas donde las rápidas aguas del arroyo Holler Creek se unían con la bifurcación oriental de Avalanche Creek. El rastro de cuatro mulas aún seguía allí, levemente borrado por una ligera lluvia, pero inconfundible.
Los Culpepper habían cabalgado hacia la bifurcación del camino que llevaba a la cabaña de Shannon. Tres de ellos se habían quedado allí durante un tiempo, sentados sobre sus mulas y bebiendo, mientras el cuarto exploraba el terreno.
Rafe se encontraba en la colina que había detrás de la cabaña de Shannon cuando vio a Darcy Culpepper atravesando sigilosamente el bosque. Sin perder un solo segundo, sacó su rifle de la funda de la silla, disparó e hizo que varias esquirlas de roca saltaran sobre el pecho de Darcy, que corrió hacia su mula y escapó rápidamente.
Rafe le siguió hasta el lugar donde le esperaban sus hermanos. Sin embargo, los Culpepper no se quedaron esperando a quienquiera que hubiera disparado a Darcy. En lugar de eso, lanzaron dos botellas de whisky vacías contra las rocas y se apresuraron a marcharse.
Cuando Rafe llegó hasta allí, sólo encontró las huellas de las mulas y fragmentos de cristal brillando bajo el sol.
Hace varios días de eso, pensó Rafe, examinando el valle donde los dos arroyos se unían. Los Culpepper no han vuelto desde entonces.
Pero volverán en cuanto logren armarse de valor.
Durante largos minutos, se quedó sentado sobre el caballo pensando en los Culpepper, la aterrorizada joven con un andar dulce como la miel y su esposo, Nada de lo que había encontrado mientras exploraba la cuenca de Avalanche Creek le hacia pensar que John el Silencioso estuviera vivo, y mucho menos trabajando en sus concesiones.
Supongo que podría estar persiguiendo a algún forajido al otro lado de la Gran División.
Esa idea le hizo fruncir el ceño.
Pero si tuviera que apostar, diría que John el Silencioso está muerto. Ningún hombre tan astuto como se supone que es él dejaría sola a Shannon durante seis semanas estando los Culpepper tan cerca.
Y si en realidad estaba muerto, Shannon tendría que arreglárselas sola sin la ayuda de un esposo. Era una mujer joven en una tierra llena de hombres peligrosos. Y no importaba lo grande y feroz que fuera Prettyface o las precauciones que ella tomara; más tarde o más temprano, los Culpepper la cogerían desprevenida.
Probablemente, más temprano que tarde.
A Rafe no le gustó pensar en lo que pasaría cuando los Culpepper le pusieran las manos encima a Shannon.
Con o sin John el Silencioso, es hora de que de estrechar el cerco alrededor de mi hermoso mustang casi domado.
Cinco
Al día siguiente, Shannon no se despertó con la llamada de la flauta de Rafe al sol, sino con los rítmicos sonidos de un hombre partiendo leña.
Hacia mucho tiempo que no oía algo así.
Al instante, miró a Prettyface. El perro estaba tumbado con la cabeza apoyada en sus enormes patas y tenía las orejas alzadas en dirección a la puerta. Gruñía débilmente, pero sin expresar una verdadera amenaza.
La joven salió de la cama apresuradamente y corrió hacia una de las dos ventanas de la cabaña. Ninguna de ellas tenía cristal. En lugar de eso, estaban cubiertas con postigos en los que aparecían unas pequeñas rendijas para introducir un arma. Habían tapado los huecos con trapos, pero, aun así, el aire lograba filtrarse por ellos.
Shannon abrió un par de centímetros los postigos para poder echar un vistazo.
Rafael estaba de pie a menos de cinco metros de distancia. A pesar del frío amanecer y el aguanieve, se había quitado la gruesa chaqueta. El rojo de su camisa de lana contrastaba notablemente con la grisácea luz, y su cuerpo parecía emanar calor.
Con las piernas ligeramente abiertas y el aguanieve azotando su cuerpo, Rafael levantó la pesada hacha y la hizo descender con rapidez sobre un tronco de abeto. Cuando la madera se dividió limpiamente, se inclinó, colocó uno de los trozos sobre un tocón y volvió a hacer descender el hacha, dividiendo una vez más el tronco.
La gracilidad y la fuerza de los movimientos de Rafe provocaron que una extraña e inquietante sensación atravesara el cuerpo de Shannon. Durante un largo momento, permaneció inmóvil observando la fuerza y el equilibrio con el que aquel hombre manejaba el hacha.
Finalmente, una gota perdida de aguanieve sobre su rostro la hizo salir del trance. Entumecida por la falta de movimiento, retrocedió temblorosa y cerró con cuidado el postigo, dejando fuera el gélido amanecer.
Pero era imposible dejar fuera de su mente la visión del poderoso cuerpo de Rafe moviéndose con agilidad y elegancia.
Sintiéndose casi mareada, Shannon trató de centrarse en sus tareas matutinas. Como no tendría que pasarse horas recogiendo leña caída en el bosque para reemplazar la que quemara, decidió preparar un desayuno caliente.
Tarareando en voz baja, sin darse cuenta de que entonaba una de las melodías que Rafe tocaba con su evocadora flauta, hizo que el carbón en la estufa de leña volviera a la vida y ardiera. Añadió madera y sacó un cubo de humeante agua del manantial, sonriendo al pensar en el desayuno.
Uno de los regalos que Rafael le había hecho eran granos de café. Hacía dos años que no molía café, pero no había olvidado cómo se hacía.
Poco después, el olor a panecillos, beicon y leña quemada llenaba la cabaña. Una vez que el café estuvo preparado, Shannon sirvió con cuidado un poco del reconfortante líquido que rebosaba en la abollada cafetera, en una taza de hojalata igualmente abollada. Luego, salió de la cabaña y se acercó al hombre cuya presencia ya no la alarmaba.
Cuando Rafe se inclinó para levantar otro tronco, vio a la joven de pie en silencio a escasamente un metro de él. El aguanieve brillaba en su hermoso pelo castaño rojizo y en sus manos había una humeante taza de café.
Se la estaba ofreciendo a él.
Rafe cogió la taza con cuidado de no tocar a la joven. Aunque llevaba puestos unos guantes de trabajo de cuero, no quería hacer nada que asustara a su tímido mustang. Todavía no. No cuando estaba tan cerca de comer de su mano.
—Gracias —dijo —dijo con voz grave.
No hay de qué, Rafael—contesto Shannon casi sin aliento.
Su voz era tan dulce y roca como Rafe la recordaba. Una extraordinaria mezcla de humo y miel. Oír su nombre de sus labios le produjo un inesperado placer que lo sorprendió por su intensidad.
Y mirarla era como respirar puro fuego.
Sus ojos eran tan azules que resplandecían en el anodino amanecer. Su sedoso pelo castaño se había negado a mantenerse confinado en las trenzas, y suaves mechones escapaban rebeldes para rozarle las mejillas y caer sobre su vulnerable cuello.
Cuando la bocanada de aire que Shannon exhaló llegó hasta Rafe, el inhaló profundamente, ávido de tocarla aunque sólo fuera de ese modo tan sutil.
Un vivo tono rojo que no tenía nada que ver con el frío surgió en las mejillas de la joven, y Rafe se dio cuenta demasiado tarde de que la estaba mirando fijamente. Maldiciéndose a sí mismo en silencio por actuar como un adolescente que no hubiera visto nunca antes a una mujer, elevó la taza hasta su boca.
—¡Cuidado!—le advirtió Shannon rápidamente, alargando el brazo para impedir que bebiera.
El se quedó paralizado. La mano de la joven se había deslizado por el guante de trabajo hasta apoyarse sobre su piel desnuda, justo por encima de la muñeca. Los dedos de Shannon eran cálidos, sorprendentemente delicados y olían a menta verde, al igual que su aliento.
Ser consciente de que ella había comido menta hizo que Rafe deseara estrecharla entre sus brazos y mostrarle cuánto le gustaría saborearla.
Pero no lo hizo. Lo último que quería era asustarla y que huyera.
—El café está muy caliente —le explicó Shannon.
Rafe sonrió, revelando unos dientes tan limpios y blancos como los de ella.
—Así es como más me gusta —contestó lentamente—. Caliente. Muy caliente. Y dulce.
La sonrisa que le dedicó Shannon era un poco temblorosa, al igual que los latidos de su corazón. Aquel hombre irradiaba un calor que parecía llegar a ella en oleadas.
—Lo siento —se disculpo—. No pensé en ponerte azúcar.
—No es necesario. Lo prefiero solo.
—Pero acabas de decir que le gusta muy caliente y dulce.
—¿He dicho yo eso?
Shannon asintió.
Rafe sonrió levemente.
—Debía de estar pensando en otra cosa.
Tomó un sorbo de la maltrecha taza, cerró los ojos, y disfrutó del reconfortante líquido.
—Así está bien. Muy bien —añadió—. Y nada podría ser más dulce que tú trayéndome el café.
El rubor se acentuó en las mejillas de Shannon y estuvo a punto de sonreír antes de apartar la mirada tímidamente.
—El desayuno estará listo enseguida —anunció al tiempo que se dirigía de vuelta a la cabaña—. Te dejaré agua caliente junto a la puerta para que puedas lavarte.
—Comeré aquí fuera.
La joven se dio la vuelta y un brillo de sorpresa resplandeció en sus extraordinarios ojos azules. Se sujetó un mechón suelto detrás de la oreja y lo miró con el ceño fruncido.
—No hay necesidad de que comas aquí con este frío. Puede que mi cabaña no sea muy lujosa, pero tengo dos sillas.
—No quiero incomodarte con mi presencia.
Malinterpretando las palabras de Rafe, Shannon dirigió la mirada al látigo que se encontraba perfectamente enrollado sobre un tronco, donde el largo brazo de su dueño pudiera alcanzarlo con facilidad.
—Mi cabaña no es tan grande como la tienda de Murphy. Una vez estés dentro, ese látigo tuyo no te servirá de nada —dijo con voz tensa—. Y de todos modos, Prettyface es más rápido que tú.
Rafe bajó la mirada hacia el café, pues no deseaba que Shannon viera la diversión que bailaba en sus ojos. No necesitaba su látigo para pelear, como bien le habían enseñado sus viajes al Lejano Oriente. Y en cuanto a Prettyface, era cierto que el perro era lo bastante rápido y grande para matar a un hombre descuidado. Pero él estaba lejos de serlo.
Sin embargo, sería estúpido por su parte decírselo a Shannon. No deseaba alterarla en absoluto. Era un verdadero placer ver una sonrisa en sus labios, en lugar de la tensión que generaba tener que realizar tareas que sobre pasaban sus fuerzas.
—Entonces, será un honor para mí compartir el desayuno contigo — aceptó Rafe finalmente—. Avísame cuando estés lista.
Tomó otro largo sorbo de café, dejó la taza a un lado y volvió a coger el hacha.
—Lo haré —respondió ella.
Shannon permaneció inmóvil unos segundos con la esperanza de ver de nuevo los inusuales e inquietantes ojos de aquel hombre; sin embargo, Rafe no volvió a mirar hacia ella. Apoyó bien las piernas, levantó la pesada hacha y la hizo descender con un ágil movimiento.
El trozo de abeto se partió limpiamente, pero la joven apenas lo notó. No podía apartar la mirada de la poderosa presencia masculina. Se preguntó cómo sería poseer aquella impresionante seguridad y destreza, sentir el poder fluyendo por su sangre con cada movimiento de su cuerpo.
De pronto, se percató de que tenía la mirada clavada en él como si nunca antes hubiera visto a un hombre. Con las mejillas encendidas, se dio la vuelta y corrió presurosa hacia la cabaña.
Rafe partió cuatro trozos circulares en ocho partes antes de atreverse a mirar por encima del hombro.
Al comprobar que Shannon se había ido, dejó escapar una larga exhalación similar a un silbido. Su cuerpo estaba tan tenso como la cuerda de un arco, y el hecho de saber que a ella le gustaba mirarlo no le había ayudado a calmarse en absoluto.
Pero tenía que calmarse.
Cuanto más se acercaba a Shannon, más cuenta se daba de que no era como las viudas que había conocido en el pasado y con las que había compartido unos cuantos días o semanas. Se ruborizaba cuando lo miraba. Apartaba la vista un instante después de encontrarse con sus ojos y, sin embargo, no estaba coqueteando. Ni siquiera sabía hacerlo.
Su esposo no debió tratarla bien, pensó Rafe al tiempo que hundía el hacha en un gran tronco. Shannon actúa más como una novia nerviosa recién salida de la iglesia que como una mujer casada. Maldición. No creo que tenga mucha experiencia.
La idea le resultó desconcertante.
Agarró bien el hacha y la hizo descender con tanta fuerza que silbó atravesando el aire. La madera se partió violentamente y saltó fuera de su alcance.
Mascullando sobre su propia torpeza, Rafe cogió uno de los trozos y lo colocó en el tocón para cortarlo una vez más.
—El desayuno está caliente y listo —anunció Shannon de pronto desde la ventana.
El hacha falló el blanco.
—Por todos los... —gruñó Rafe en voz baja.
Levantó el hacha por encima de su cabeza de nuevo y la dejó caer, usando menos fuerza esa vez. El tronco se partió limpiamente en dos y quedó al alcance de su mano.
Espero haber aprendido la lección, se dijo a sí mismo con sarcasmo. La delicadeza siempre vence a la fuerza bruta, ya se trate de troncos o mujeres.
Rafe partió de nuevo el trozo antes de dejar a un lado el hacha, quitarse los guantes de cuero y meterlos en el bolsillo trasero de sus pantalones. Por la fuerza de la costumbre, cogió el látigo y se lo acomodó en el hombro.
Cuando se dirigió a la cabaña, se quitó el sombrero para lavarse y el aguanieve cayó sobre su pelo. Se inclinó sobre el barreño que le había preparado Shannon junto a la puerta e inhaló el aroma a menta que emanaba del agua.
De inmediato, recordó la sala de baño de Willow, un lugar cálido y acogedor gracias al agua caliente del manantial que Wolfe y Reno habían canalizado hacia sus hogares.
Recogió la humeante agua con las manos, sumergió la cara en ellas y emitió un gemido de placer al sentir que el aguanieve desaparecía junto al sudor.
Ojalá hubiera tenido esto cuando me afeité esta mañana. El agua fría es un infierno, independientemente de lo afilada que esté la navaja.
Sospechando que el agua provenía de un manantial, Rafe se irguió y escrutó con la mirada el valle y el bosque que lo rodeaba. Pero no había nada que indicase la presencia de un manantial caliente cerca de allí.
—Ven y cómete el desayuno antes de que se lo dé a Prettyface —insistió Shannon desde la ventana.
—Dame un segundo.
Volvió a mojarse el rostro y las manos con el agua caliente y se lavó con el trozo de jabón que estaba colocado en el amplio borde del barreño. Finalmente se enjuagó de nuevo, asegurándose de estar limpio. Cuando levantó la cabeza vio que la puerta de la cabaña estaba cerrada y que Shannon se encontraba allí de pie, muy cerca.
Toma —le ofreció en voz baja.
Rafe miró el trozo de tela que la joven le tendía. Estaba descolorido y gastado, pero aún podía verse que la tela había lucido un bello dibujo de flores y pájaros. Era un diseño muy femenino, tan delicado y elegante como la mano que lo sostenía.
Sin duda debía provenir de uno de sus vestidos favoritos. O quizá del único vestido de Shannon, ya que él sólo la había visto con topas de hombre que habían sido cortadas para que se adaptaran a su delgado cuerpo.
—Gracias —dijo con voz ronca.
Cuando cogió el trapo, creyó sentir el sedoso roce de los dedos femeninos contra los suyos, pero no pudo estar seguro.
Sin embargo, la joven sí estaba segura de que lo había tocado y Rafe lo supo al ver la repentina dilatación de sus pupilas y al escuchar el tembloroso suspiro que escapó de sus labios.
—Yo... esperaré junto a la puerta —susurró sin aliento.
—No tienes por qué —dijo Rafe antes de hundir el rostro en la tela que en algún momento Shannon llevó sobre su piel—. No muerdo.
—Puede que Prettyface sí. Esa es la razón por la que lo mantengo dentro por el momento. No está acostumbrado a los hombres.
—¿Cuántos años tiene?
La pregunta quedó amortiguada por la tela, pero aun así, Shannon la oyó.
—Oh, poco más de dos años, creo —respondió.
Rafe levantó la cabeza rápidamente.
—¿Y qué hay de John el Silencioso? —preguntó—. Él es un hombre.
Shannon parpadeó, se mordió el labio y se ruborizó.
—John es la excepción, por supuesto —contestó con la mirada fija en sus manos.
Rafe tuvo la fuerte sospecha de que Shannon estaba mintiendo, e intuyó por qué.
Puede que su esposo hubiera estado ausente durante tanto tiempo que el perro nunca tuvo la oportunidad de acostumbrarse a los hombres.
¡Maldición!
Si su suposición era correcta, la joven había tenido mucha suerte al mantenerse fuera del alcance de buscadores de oro y forajidos, pero no podría eludir a los Culpepper por mucho más tiempo.
Antes de marcharme, tendré que ocuparme de ellos. No puedo dejar que la sigan acosando.
Se secó las manos con aire ausente y se dirigió hacia la puerta de la cabaña.
—Espera —le detuvo Shannon, acercándose más.
Rafe bajó la mirada hacia ella con los ojos entrecerrados.
—¿Has cambiado de opinión? —preguntó.
—¿Sobre qué? —La joven le cogió el trapo húmedo de las manos y le secó con cuidado los labios—. Ya está —decidió, examinando las duras líneas que formaban el rostro masculino—. Ahora los panecillos no tendrán sabor a jabón.
Alzó la mirada hacia él y, de pronto, se quedó sin palabras. Los ojos de Rafe eran de un casi imposible color grisáceo con motas azules y verdes que parecieron brillar mientras ella las observaba fascinada.
—Te habías dejado un poco de espuma —le explicó con voz temblorosa. Rafe le estaba mirando la boca con una ardiente intensidad que la hacía sentir débil.
—¿Sólo un poco?
La joven asintió.
—¿Seguro que no hay más? —insistió él.
Su oscura y ronca voz hizo que un extraño escalofrío recorriera a Shannon por entero, como si, de nuevo, lo estuviera observando en secreto desde la ventana de la cabaña.
—¿Más? —musitó.
—Más espuma que quitar.
Con una velada avidez, la mirada de la joven recorrió los pronunciados rasgos del rostro de Rafe.
—No — respondió, incapaz de ocultar su decepción—.Nada.
—Quizá la próxima vez
La sonrisa que Rafe dedicó a Shannon fue como su voz, oscura y muy masculina, y provocó que otra cascada de sensaciones la atravesara, quitándole el aliento.
-Será mejor que yo entre primero —murmuró la joven—. De Otro modo, puede que Prettyface te ataque.
Su voz era más ronca de lo habitual y reflejaba claramente su turbación.
Bien, pensó Rafe aliviado, sea lo que sea lo que John el Silencioso le hizo, no consiguió arrebatarle la pasión.
Ni el deseo.
La observó apenas ocultando su propio deseo mientras ella abría la puerta de la cabaña.
Al instante, unos brillantes colmillos aparecieron en la estrecha abertura y Shannon tuvo que interponerse entre el hocico del animal y Rafe. Aun así, el enorme perro siguió gruñendo al Intruso.
—No —ordenó Shannon con firmeza—. Prettyface, ¡basta! Es un amigo. Un amigo, Prettyface. Amigo.
Lentamente, el perro cerró las fauces, pero los sordos sonidos amenazadores no cesaron.
—No pasa nada, Prettyface —lo tranquilizó la joven—. Es un amigo.
Rafe miró a los fieros ojos del perro, vio la sangre de lobo que le devolvía la mirada y supo que Prettyface no estaba convencido de ser el amigo de ningún hombre.
—Ahora entiendo que no lo llevaras al pueblo —comentó en tono tranquilizador—. No cede con facilidad. ¿De qué raza es?
—Mastín, principalmente. Aunque creo que también tiene algo de lobo. Siento que esté tan nervioso.
—No te disculpes. La testarudez es parte de su carácter —replicó Rafe con voz dura—. Tengo un hermano igual que él. Y un cuñado.
La joven lo miró sorprendida.
—Y lo cierto es —añadió él con una leve sonrisa—, que a mí también se me ha acusado alguna vez de que me cuesta ceder.
Shannon intentó que pareciera que nunca se le había ocurrido pensar que Rafe fuera testarudo, pero el esfuerzo se disolvió en algo que sonó sospechosamente como una risa sofocada.
Prettyface miró entonces a su dueña como si ésta hubiera perdido la razón.
Rafe sonrió. Estaba descubriendo el placer de ver cómo los hermosos ojos de Shannon se iluminaban de diversión.
—Ve a tumbarte, Prettyface —ordenó ella, señalando el rincón favorito de su mascota—. Ve.
Despacio, sin dejar de observar al intruso, Prettyface obedeció mientras un grave y casi inaudible gruñido hacía vibrar su cuerpo.
A pesar de la sonrisa del rostro de Rafe, éste no apartó la mirada del perro. En un principio lo había considerado peligroso, pero en la última semana lo había visto tumbado dócilmente sobre un costado permitiendo que Shannon le quitara abrojos de entre las tiernas almohadillas de sus patas, y del interior de sus grandes y sensibles orejas.
El perro era posesivo, no fiero.
—¿Actúa Prettyface de este modo cuando estás con el chamán? —preguntó Rafe.
—¿Con Cherokee?
—Sí.
—Por supuesto que no —contestó Shannon con aire ausente mientras cogía los panecillos de la bandeja y los colocaba en un plato—. Sólo odia a los hombres.
—¿Qué quieres decir entonces? ¿Que el chamán es una mujer?
Shannon se dio cuenta de su error y maldijo en voz baja.
—No. Claro que no. Supongo que Cherokee debe de oler diferente. Puede que se deba a su avanzada edad o a las hierbas que utiliza para curar. Sea lo que sea, no altera a Prettyface.
—Quizá debería pedirle prestadas algunas de sus hierbas para cambiar mi olor.
—Oh. Sí, es una buena idea.
Rápidamente, la joven se volvió hacia la estufa para ocultar la diversión que le causaba la idea de que un puñado de hierbas pudiera disminuir la masculinidad de aquel hombre lo suficiente para que Prettyface se sintiera cómodo con él.
Dejó el plato de panecillos y beicon sobre la maltrecha mesa hecha a mano y le señalo una silla.
—Siéntate —le indicó.
Rafe, en lugar de sentarse, apartó la silla de Shannon y esperó a que ella lo hiciera. La joven, confusa, se quedó mirándolo un momento, hasta que finalmente recordó las cortesías de un tiempo tan lejano que a veces creía que había sido un sueño.
—Gracias —musitó.
Pero cuando se sentó en la silla que Rafe le ofrecía, Prettyface se levantó y empezó a gruñir furiosamente.
—¡No! —exclamó Shannon, tajante—. ¡Túmbate!
Prettyface ignoró la orden y avanzó imprimiendo un aire amenazador a cada zancada, provocando que Rafe alargara instintivamente la mano hacia el látigo.
—Apártate de mi silla —le pidió Shannon con urgencia—. ¡Rápido! A Prettyface no le gusta que te interpongas entre él y yo.
Por un momento, Rafe consideró la opción de resolver sus problemas con el perro en ese mismo instante, pero finalmente decidió que no era el momento. Quizá si le daba un poco de tiempo, el animal se calmaría y él no se vería obligado a asustar a la joven tumbando a su enorme mascota y enseñándole quién daba las órdenes y quién las obedecía.
Ojalá se acostumbre a mi presencia, pensó. En caso contrario, tendré que aguantar unos cuantos mordiscos de ese perro antes de poder ponerlo en su sitio
sin matarlo.
Pero Rafe no habría apostado ni siquiera un dólar a que Prettyface lo respetara sin una pelea. El lobo que llevaba dentro lo exigiría.
Con calma, sin ninguna prisa, se apartó de la silla de Shannon sin dejar ni un momento de mirar fijamente los ojos del perro.
—¡Ahora túmbate! —dijo la joven con dureza.
—¿Yo o el perro?
Shannon se estremeció ante el tono de Rafe y recordó lo que le había dicho un momento antes.
Me han acusado de que me cuesta ceder.
Aun así, se había apartado del camino del perro cuando ella le había dicho que lo hiciera.
—Lo siento—se disculpó la joven pesarosa—,es...
—¿Está celoso?
—Es demasiado protector.
—No lo creo.
Rafe sostuvo la mirada de Shannon con la misma expresión inquebrantable que había usado con Prettyface.
—Un perro protector acepta las órdenes de su dueño —le explicó—. Un perro celoso actúa como Prettyface, se enfurece cuando alguien se acerca a ti, sin importarle cómo puedas sentirte tú al respecto.
—No ha tenido mucho tiempo para acostumbrarse a los desconocidos.
—Deberías pensar en algún modo de que acepte a tus amigos —añadió Rafe con suavidad—. O, de otro modo, tus amigos tendrán que hacerlo por ti. ¿Tomarás café?
El cambio de tema distrajo a Shannon y, para cuando quiso contestar, ya era demasiado tarde. Rafe le había servido café y le estaba ofreciendo el plato de panecillos y beicon.
En el momento en que la mano de su ama tocó el plato, Prettyface gruñó roncamente.
—No —ordenó Shannon con voz firme, dirigiéndole al perro una grave mirada—. No pasa nada. ¡Quieto!
Prettyface aulló inquieto y volvió a acomodarse para observar al intruso con los ojos feroces e imperturbables de un lobo.
Comieron en silencio, pero no resultó incómodo debido al hambre que ambos tenían. Una vez quedó satisfecha, Shannon se levantó para servir más café y volvió a sentarse para saborear aquel inesperado lujo.
Rafe, por su parte, se sirvió otra ración de beicon y panecillos. Mientras lo hacía, se descubrió preguntándose si las gallinas sobrevivirían en aquel lugar. Unos cuantos huevos habrían sido el complemento perfecto a aquella exquisita comida.
Estás soñando, se dijo a sí mismo. Los huevos son para la gente que está establecida y cría gallinas, como Willow, o los que son lo bastante ricos como para permitirse comprarlos.
Le dio un bocado a un tierno panecillo y soltó un suspiro de placer. El panecillo estaba caliente, desprendía un olor exquisito y era esponjoso.
Siempre había pensado que nadie podría igualar los panecillos de mi hermana Willow —comentó al tiempo que se servía más—. Parece ser que estaba equivocado. Los tuyos son deliciosos.
La joven observó con una dulce sonrisa cómo su invitado daba buena cuenta de los panecillos y el beicon. A pesar del hambre que tenia, Rafe utilizaba los cubiertos con una precisión y habilidad que le indicó los buenos modales que había recibido.
Verlo disfrutar del desayuno fue para Shannon un placer inesperado .Era como si una pequeña parte de ella estuviera en cada bocado... Una parte de ella que se convertía poco a poco en parte de él.
—Sigue mirándome así —le advirtió Rafe al cabo de unos segundos— y haré algo que ponga realmente nervioso a Prettyface.
La joven se dio cuenta demasiado tarde de que le estaba observando con evidente anhelo.
—Lo siento —susurró—. No estoy acostumbrada a tener compañía.
Rafe le sonrió con suavidad.
—Sólo estoy bromeando. Puedes mirarme todo lo que quieras. Aunque corra el riesgo de volverme engreído, valdría la pena por ver tus hermosos ojos observándome y disfrutando de lo que ven.
El color de las mejillas de Shannon se intensificó, sin embargo, no pudo apartar la vista de su invitado. El abundante pelo de Rafe, rubio y brillante, hacía que la joven deseara hundir los dedos en él para descubrir si era tan cálido y sedoso como parecía.
Rafe alzó la mirada y al ver que la joven seguía allí, sentada e inmóvil, entornó los ojos y su pulso latió con fuerza. Había aprobación en los ojos femeninos, junto con una sensual curiosidad que lo excitó al punto del dolor.
Maldición. Quizá no debería haberle dicho que podía mirarme todo lo que quisiera.
Tratando de controlarse, Rafe se obligó a mirar a cualquier otra parte que no fueran los ojos color zafiro que lo observaban con evidente placer.
—¿Cómo llegaste a Echo Basin? —inquirió.
Por un momento, Shannon pareció no haber escuchado la pregunta. Luego, parpadeó y dirigió la mirada a su taza de café.
—John el Silencioso me trajo aquí hace siete años.
—Debías de ser una niña.
—Era lo bastante mayor para casarme y no tenía parientes que me quisieran. Incluso antes de la guerra... —Shannon se encogió de hombros—... había muchos niños huérfanos.
—A Eve, la mujer de mi hermano, le sucedió lo mismo. Llegó al Oeste en un tren de huérfanos y fue vendida a una pareja de jugadores para hacerles la vida más fácil. —Le dirigió una mirada compasiva—. Echo Basin ha debido de ser un lugar duro para ti.
Shannon mostró sorpresa antes de negar con la cabeza, haciendo que los reflejos caoba de su cabello refulgiesen.
—Es mejor que el lugar del que vine —afirmó—. Aquí no estoy en deuda con nadie por mi sustento.
Rafe aguardó a que la joven continuase hablando de su pasado, pero ella se apresuró a cambiar de tema.
—¿Y tú? ¿Cómo acabaste aquí?
Rafe no pudo evitar sonreír. Esa era una pregunta que poca gente del Oeste se atrevía a plantear a un hombre.
Aunque, por otro lado, él acababa de preguntarle lo mismo.
—Debería responder para corresponder a tu sinceridad, ¿verdad?
—¿Te incomodan las preguntas? —se preocupó la joven.
—No, si provienen de ti. Vine a Echo Basin porque nunca había estado aquí.
Shannon frunció el ceño levemente.
—Suena como si no hubiera muchos lugares en los que no hayas estado.
—No los hay. Empecé a viajar cuando apenas era un adolescente y he tenido tiempo de recorrer mundo.
—¿De verdad?
Rafe sonrió.
—De verdad.
—¿Has visto las pirámides de Egipto?
—Las he visto.
—¿Cómo son?
—Enormes. Se alzan en el desierto orgullosas y maltratadas por el tiempo. Hay una ciudad cerca, un lugar en el que las mujeres van tapadas de la cabeza a los pies, de forma que sólo muestran sus ojos.
Shannon emitió un gemido de sorpresa.
—¿Sólo sus ojos?
Rafe asintió.
— Tú serías la más valiosa posesión de un sultán, con esos ojos tan increíblemente azules.
Y un andar que es más ardiente que el infierno, añadió para sí mismo.
Pero no diría esas palabras en voz alta. Si Shannon supiera cuánto la deseaba, dudaba mucho que siguiera sentada cómodamente en aquella pequeña mesa junto a él.
—París —dijo de pronto la joven—. ¿Has estado allí?
—París, Londres, Madrid, Roma, Shangai... he estado allí y en muchos otros lugares. ¿Te gustan las ciudades?
—No lo sé. No he estado en ninguna desde hace años.
Shannon dirigió la mirada más allá de Rafe, hacia las líneas de luz que atravesaban los postigos que no acababan de encajar bien.
—Pero creo —susurró lentamente— que no me gustaría vivir rodeada de gente.
—¿Estás ansiosa por descubrirlo?
—No. Sólo he preguntado porque los libros de historia siempre hablan sobre París, Londres y Roma. Son los únicos lugares que se me ocurren. Y China, por supuesto.
Los ojos de Rafe adoptaron una expresión ausente.
—China es un lugar especial —dijo en voz baja—. Construyeron imperios y se dedicaron al arte y la filosofía mucho antes de que la cristiandad se extendiera por Occidente. Los chinos tienen una forma realmente diferente de ver la vida; desde la música, hasta la comida o la lucha.
—¿Te gusta?
—Gustar, amar, odiar... —Se encogió de hombros—. Esas palabras no tienen un verdadero significado cuando se trata de China.
—¿A qué te refieres?
Rafe levantó su taza de café, bebió e intentó encontrar las palabras adecuadas para explicar a Shannon lo que nunca se había explicado a sí mismo.
—Una vez —empezó lentamente—, llegué a la orilla de un río a medianoche y vi cómo unos hombres pescaban con faroles y pájaros negros en lugar de con anzuelos y redes.
Shannon dejó escapar un pequeño grito de asombro.
—¿Funcionaba? —preguntó.
—Oh, sí. Funciona desde hace miles de años. Fue increíble ver la luz dorada de los faroles girando cada vez que los pájaros se sumergían; los silbidos aflautados de los pescadores que llamaban a sus pájaros; la noche y el río negro fluyendo... Estar allí resultó una experiencia única. China es compleja y fascinante, mucho más de lo que imaginé en principio.
Un estremecimiento recorrió a Shannon al contemplar los ojos de Rafe. Estaban nublados por el recuerdo, la distancia y un río negro que no dejaba de fluir.
¿Hay otros lugares como éste? —preguntó cuando ya no pudo soportar más el silencio y la distancia de su invitado.
—¿Como Echo Basin?
—Como el territorio de Colorado.
Rafe se pasó la mano por el pelo y frunció el ceño.
—No he visto ninguno que lo superara —reconoció finalmente.
—¿En todo el mundo?
—Irlanda es muy hermosa, aunque no puede compararse a esto. Y Birmania y Suiza tienen montañas grandiosas, pero son de piedra y hielo, y no es fácil sobrevivir en ellas.
Fascinada, Shannon se inclinó hacia delante con los ojos brillantes.
—En Sudamérica hay una larga y enorme cadena montañosa con valles verdes —continuó Rafe—, pero poseen tal altitud que hacen que un hombre se agote con sólo caminar un kilómetro y medio. Australia tiene montañas verdes con algunos picos nevados. Pero el aroma de los bosques australianos nunca me ha atraído tanto como el olor de las Rocosas.
—Entonces, parece que el mejor lugar de la Tierra para ti es éste —concluyó la joven.
Rafe se rió y contempló con diversión los bellos ojos de la joven. Entonces, comprendió de pronto que Shannon en realidad estaba tratando de averiguar si él pretendía establecerse en aquellas montañas, y su expresión se tornó muy seria.
—Las Rocosas me han retenido durante más tiempo que ningún otro sitio —le explicó con suavidad—. Pero algún día volveré a sentir el impulso de viajar. Un lejano amanecer me llamará prometiéndome todo lo que siempre he deseado y nunca he he sido capaz de describir, y cuando llegue ese día, tendré que irme de nuevo. No hay nada tan grandioso como el amanecer que me queda por descubrir.
Nada.
Al escuchar aquello, Shannon sintió un inexplicable y profundo dolor en el corazón. Aquel hombre era poco más que un extraño para ella y no debería importarle si se iba a quedar para siempre o si se marchaba en una hora.
Pero le importaba, y mucho. Aturdida, cerró los ojos y luchó contra el inesperado dolor.
—Como ya te he dicho —añadió Rafe con ternura—, me gusta viajar.
Shannon parpadeó y clavó su mirada en los ojos salvajemente claros del hombre al que todos conocían como Látigo Moran, unos ojos que habían visto demasiado y que, aun así, buscaban un lugar diferente, un amanecer más lejano, porque siempre habría más que ver.
Siempre.
Entiendo tu mensaje, Rafe. No debo intentar retenerte ni soñar contigo.
Ni amarte.
Sin embargo, Shannon tuvo la incómoda sensación de que la advertencia había llegado demasiado tarde. En algún lugar en lo más profundo de su ser, algo que nunca había sentido se había desperado.
Rogó para que sólo fuera deseo.
Seis
Una semana más tarde, poco después del amanecer, la joven se sintió terriblemente aliviada al despertar con el sonido de un hacha cortando un tronco.
Nada ha cambiado mientras dormía. El sigue aquí.
Si los Culpepper se atrevían a merodear por allí, encontrarían a Shannon con un rifle entre las manos, un perro que les gruñiría... y un hombre conocido como Látigo Moran a su lado.
—¿Lo ves? —susurró en dirección a Prettyface—. Te dije que seguiría aquí por la mañana.
Al menos por esta vez.
Al no oír el sonido de la flauta la noche anterior, temió que Rafe pudiera haberse ido para no volver jamás. Pero aún estaba allí, llevando a cabo todas las tareas que tan difíciles le resultaban a ella.
Había reparado el cobertizo en el que la mula pasaba lo peor del invierno, se había encargado de herrar las pezuñas del viejo animal con herraduras que John el Silencioso nunca llegó a usar y arreglado la puerta de la cabaña para que encajara en el marco a la perfección. Y después se había ocupado de cubrir los huecos entre los troncos que formaban la cabaña para que fuera un lugar más cálido en invierno, y de talar ocho árboles. De hecho, en ese instante se encontraba trabajando en el noveno.
Ahora Shannon no sólo tendría leña para el invierno, sino que podría permitirse el lujo de tener un pequeño huerto en el lugar que habían dejado los árboles. Había intentado hacer lo mismo cuatro años atrás, pero después de seis días de arduo trabajo, el árbol que estaba talando cayó en parte sobre ella y la hirió de gravedad.
John el Silencioso se rió al explicarle Shannon el accidente que había sufrido; sin embargo, cuando le contó lo ocurrido a Rafe, no se rió en absoluto. En lugar de eso, masculló algo entre dientes y le advirtió que nunca volviera a intentar algo así si no quería sufrir las consecuencias de su furia.
Tarareando en voz baja, la joven salió de la cama y encendió el fuego para preparar el desayuno. La sola idea de volver a ver a Rafe hizo que la sangre corriera con fuerza por sus venas. En pocos minutos, le llevaría una olla de agua caliente al banco que había en el lateral de la cabaña y lo observaría mientras se lavaba y afeitaba.
Si tenía suerte, se dejaría un poco de espuma en el labio superior o en el hoyuelo de la barbilla. Entonces, ella se acercaría para limpiarle con suavidad... y después alzaría la mirada y vería el destello de aquellos ojos grisáceos ardiendo de deseo, y la dilatación de sus fosas nasales al captar el aroma a menta de sus manos y de su aliento.
—Eres una estúpida, Shannon Conner Smith —se regañó a sí misma con firmeza—. Estás dejando que ese hombre se acerque demasiado.
Aun así, lo único que realmente le importaba era conseguir que Rafe se acercara aún más. Sentía por él una mezcla de oscuras y confusas emociones que la mantenían en un continuo estado de excitación.
Encendió una cerilla y se inclinó sobre la puerta abierta de la estufa de leña. Las llamas surgieron y se entrelazaron hasta conseguir que la cabaña se caldease.
¿Me sentiría así si Rafe me hiciera suya? ¿Arderíamos junios hasta que todo desapareciera excepto el recuerdo del calor?
Se estremeció y un fuego que no había conocido hasta entonces nació en lo más profundo de sus entrañas.
Dios, ¿qué es lo que me está consumiendo, lo que me hace temblar ni ,a la vez , tener ganas de llorar?
—Lujuria, eso es todo —susurró—. Pura lujuria.
Prettyface rascó de pronto la puerta de la cabaña, consiguiendo que su dueña dejase de mirar el fuego.
—Está bien, sal fuera. Pero si intentas morder a Rafe o le gruñes cuando venga a lavarse, te juro que te golpearé.
El perro abrió las fauces a modo de burla y movió la larga y motea-da cola. Dos filas de blancos y afilados dientes brillaron hacia ella.
—Sí, yo tampoco me creo a mí misma —reconoció —. Pero tengo que hacer algo, Prettyface. Observas a Rafe como si no pudieras esperar a tener una excusa para saltar sobre él. Se irá pronto. Demasiado pronto. Hasta entonces, tendrás que tener paciencia.
Shannon abrió la puerta de la cabaña y el perro salió dando saltos con la cabeza en alto para olisquear el aire. Aunque Rafe había cazado en abundancia, Prettyface aún buscaba sus propias presas. Por su parte, ellos curaban la carne que no se comían y lo mismo hacían con las truchas. Rafe estaba decidido a que la joven tuviera comida más que suficiente para el próximo invierno.
Cuando la joven cerró la puerta y se dirigió al arcón de las provisiones, se percató del ramo de flores silvestres recién cortadas colocado en la pequeña y maltrecha mesa del rincón. Lo cogió con reverencia y pasó los dedos por los tiernos y perfumados pétalos. Sonriendo, puso las flores en un jarrón con agua y empezó a medir la harina en un abollado recipiente de hojalata.
Rafe siempre le estaba trayendo algo, detalles para alegrar el oscuro interior de la cabaña. Flores o guijarros pulidos y redondeados por el arroyo. Una vez le llevó una mariposa recién salida del capullo. Ver cómo las alas se desplegaban lentamente había sido como tener un arco iris cobrando fuerza y bailando en la palma de la mano.
Shannon nunca olvidaría la expresión del rostro de Rafe al ver a la mariposa elevarse desde su palma y ascender en espiral hacia el intenso azul del cielo. La sonrisa masculina había reflejado placer y envidia, comprensión, satisfacción, anhelo...
Sé que algún día se marchará. Vero, por favor, Dios, hoy no.
Hoy no.
Sin apenas darse cuenta, realizó un movimiento brusco y la harina se derramó. Con cuidado, la amontonó con el borde de la mano y volvió a meterla en la taza.
No debo pensar en la marcha de Rafe, se dijo con dureza. Quizá se vaya hoy o quizá no, y todo lo que puedo hacer es observarle comer, limpiar la espuma de su barbilla y disfrutar del modo en que su sonrisa ilumina mi vida.
En lugar de preocuparme por el mañana, debería estar agradecida por el hecho de que un hombre íntegro y honorable haya decidido ayudarme. Hay carne fresca en la despensa y cecina, pescado ahumándose fuera y un gran montón de leña apilada en las paredes de la cabaña. Eso es mucho más de lo que tenía cuando vendí la alianza de mi madre para evitar morir de hambre mientras aprendía a cazar.
Tratando de conservar la serenidad, la joven observó que la temperatura del horno todavía no había alcanzado el nivel adecuado y añadió más leña. Después cortó varias rodajas de carne del jamón que colgaba en un rincón y las colocó en una sartén para freirías.
La siguiente vez que comprobó el horno, ya estaba listo. Corrió presurosa a la ventana y abrió los postigos para que la luz del sol penetrara en el interior de la cabaña.
—Voy a poner los panecillos en el horno —le dijo a Rafe—. Te llevaré el agua en un momento.
Los rítmicos sonidos del hacha se interrumpieron y Rafe retrocedió unos pasos. Con una sola mirada, supo que le costaría más tiempo derribar el árbol que el que Shannon emplearía en preparar los pajecillos, así que hundió la hoja del hacha en un tocón para que el filo estuviera a salvo y seco hasta que lo necesitara de nuevo.
Miró por encima del hombro y vio a la joven en la ventana con una sonrisa en el rostro y un peine en la mano. Pasaba el peine por los largos mechones de su cabello con rápidos movimientos, como si estuviera impaciente por acabar con esa pequeña tarea.
aquella mañana estaba especialmente bella y la luz del sol convertía su pelo en un oscuro fuego plagado de reflejos dorados y rojos.
Algún día, muy pronto, dejarás que sea yo quien peine ese hermoso cabello por ti, se prometió Rafe en silencio. Pronto. Muy pronto encenderé tu deseo poco a poco y conseguiré que ardas por mí. Estoy pero antes, tengo que conseguir que ese maldito perro me acepte.
—Voy en un segundo —gritó.
Su voz sonó brusca. Era muy consciente de que Prettyface era un auténtico obstáculo para su relación con Shannon. A pesar de que él se esforzaba al máximo, el animal lo trataba como peligroso intruso y, en varias ocasiones, Rafe había tenido que contenerse para no enseñarle una lección que no olvidaría.
Respeto. Puro y simple respeto.
Rafe sabía que la sangre de lobo de Prettyface sólo cedería a una fuerza superior. En cuanto quedara claro quién era el más fuerte de los dos, llegaría el respeto y podría empezar a enseñar al perro que no todos los hombres encontraban placer abusando de los animales.
Con el tiempo, no sólo aceptaría a Rafe, sino que le ofrecería la misma confianza y lealtad que a la joven que lo había encontrado medio muerto en el camino que llevaba a Holler Creek.
Lo único que se necesitaba era tiempo.
¿De cuánto tiempo dispongo antes de que sienta de nuevo el ansia de viajar?
No hubo respuesta para la silenciosa pregunta de Rafe. Nunca la había habido. Cuando el anhelo de viajar se adueñaba de él, hacía el equipaje y se ponía en marcha. Y jamás regresaba al mismo lugar, excepto para ver a su familia.
El amanecer lo llamaba una sola vez desde cada tierra nueva.
Antes de marcharse de Echo Basin, Rafe planeaba dejar la cabaña de Shannon en buen estado, la despensa a rebosar y suficiente leña para todo el invierno. Era lo que siempre había hecho por las viudas que se habían cruzado en su camino, aunque las mujeres no hicieran nada más que cocinar para él, remendar sus camisas y compartir la calidez de sus cocinas.
El mundo era un lugar difícil para una mujer sola, un hecho que Rafe comprendía mejor que la mayoría de los hombres. Por eso le atormentaba la visión de Shannon tumbada bajo un árbol caído, herida y sola, sin nadie que la ayudara e ignorada por todos.
Es viuda, quiera admitirlo o no. Tiene que serlo. Diablos, ni siquiera actúa como una mujer casada. No deja de observarme como si nunca antes hubiera visto a un hombre.
Y yo la observo como si fuera la primera mujer que he visto nunca.
Frunciendo el ceño, se quitó los guantes de trabajo, los metió en el bolsillo trasero y cogió el látigo que siempre mantenía a su alcance. Mientras se acercaba a la casa, Prettyface apareció entre los árboles y le gruñó ferozmente.
—Buenos días para ti también, bastardo testarudo —saludó Rafe amablemente.
—Prettyface, ¡basta! —gritó Shannon desde el interior.
Los gruñidos del perro se intensificaron.
La joven corrió a la puerta de la cabaña y los mechones a medio trenzar se derramaron sobre la descolorida franela azul de su camisa. El contraste entre la desgastada tela y la brillante seda de su pelo tentó a Rafe de un modo que ni siquiera él podía explicar.
—¡Basta! —ordenó Shannon, mirando directamente a los ojos del perro.
Prettyface lanzó a Rafe una mirada depredadora. Luego, reticente, obedeció a su ama.
Rafe lo miró fijamente antes de volverse hacia el barreño de humeante agua que Shannon había traído para él. Su navaja de afeitar estaba sobre el banco, al igual que el jabón y el descolorido trapo de flores. Cuando se inclinó sobre el agua, el familiar aroma a menta llenó sus sentidos.
Sin previo aviso, el deseo se adueñó de él y tensó sus músculos. Sabiendo que debía calmarse, respiró hondo hasta que su cuerpo empezó a relajarse lentamente.
La profundidad de su deseo por Shannon fue una advertencia para él y un increíble descubrimiento. Nunca había deseado a una mujer del modo en que deseaba a Shannon Conner Smith.
La parte sensata de su mente le dijo que su creciente obsesión por ella era la mejor razón del mundo para hacer el equipaje y continuar cabalgando. Una relación entre alguien como él y una joven viuda que lo observaba con ojos soñadores, sólo podía tener como resultado un corazón roto.
Pero Rafe ya no escuchaba a la prudencia ni a la conciencia. Percibía demasiado claramente el indescriptible éxtasis que lo aguardaba en los brazos de Shannon. Hasta que no se saciara de ella, no se marcharía.
No podía.
La necesito.
Tengo que hacerla mía.
La intensidad de sus propios pensamientos conmocionó a Rafe. En algún momento de los últimos diez días había pasado de un simple deseo a una pasión más compleja, más oscura e inquietante, una fiera avidez que sólo encontraría alivio en lo más profundo del cuerpo de Shannon.
Los pensamientos de Rafe dieron lugar a una inevitable reacción en su cuerpo que le hizo maldecir. Tratando de mantener el control, frotó el jubón entre sus grandes palmas hasta convertirlo en espuma, se la aplicó en el rostro y empezó a afeitarse utilizando la navaja y el pequeño espejo con hipnótica habilidad.
Shannon lo observaba fascinada.
—Actúas como si nunca hubieras visto afeitarse a un hombre — comentó Rafe, halagado e irritado al mismo tiempo. La aprobación en los oscuros ojos azules de la joven aumentaba dolorosamente su excitación.
—John el Silencioso llevaba barba —respondió Shannon.
Rafe gruñó y pasó la hoja de la navaja por su mandíbula.
—Siempre hablas de él en pasado —comentó al cabo de unos segundos.
—¿De quién?
—De tu esposo.
Shannon abrió la boca, la cerró y se abrazó a sí misma como si de repente tuviera frío.
—Tendré más cuidado —murmuró—. No quiero que los Culpepper sepan que estoy sola.
—Piensas que John el Silencioso está muerto.
Aunque no era en realidad una pregunta, Shannon percibió el evidente interés de Rafe.
—No creo que vuelva a verlo —reconoció en voz baja. Luego, añadió con preocupación—: Por favor, no digas nada al respecto en Holler Creek. Murphy no es mucho más educado conmigo que los Culpepper. Si creyeran que estoy sola...
La voz de Shannon se apagó.
Sin embargo, no había necesidad de acabar la frase. Rafe sabía exactamente a qué se refería.
—Quizá deberías considerar la idea de marcharte de Echo Basin —sugirió con sequedad.
Por un instante, la esperanza de que Rafe estuviera pidiéndole que se fuera con él cuando se marchara hizo que el corazón de Shannon golpeara con fuerza sus costillas.
—¿Adonde iría? —preguntó con suavidad.
—No lo sé, pero lo que sí sé es que uno de los Culpepper está siempre acampado a unos tres kilómetros del camino.
—¿Por qué?
—Espera a que yo me marche. —Hizo una pausa y la miro a los ojos—. Y cuando me vaya, empezarán a molestarte de nuevo.
Shannon apartó rápidamente la vista, pues no deseaba que viera el dolor en sus ojos.
Cuando me vaya.
No «si me voy».
Cuando me vaya.
Hasta ese momento, Shannon no había sabido hasta qué punto anhelaba que Rafe se quedara. Cada día que pasaba, él la observaba con más intensidad y era más evidente que la deseaba. Aun así, ella le importaba lo suficiente como para no hablarle crudamente de su necesidad y limitarse a tomarla sin más.
—Me las arreglaré —dijo la joven en voz baja—. Siempre lo he hecho.
—No. No estando sola.
—Prettyface me protege.
—Eso no es suficiente y tú lo sabes.
—No es problema tuyo, es mío —replicó ella con voz tensa—. El desayuno está listo.
Rafe masculló una maldición y se inclinó para enjuagarse. Luego, alargó la mano a la espera de que la joven le diera el trapo.
Pero su mano permaneció vacía.
Alzó la vista y vio que Shannon había regresado a la cabaña.
Hoy no recibiría de sus manos aquel trapo perfumado. No le secarían con ternura unos dedos con olor a menta. Y lo peor de todo era que no disfrutaría de aquellos ojos como zafiros recorriendo su rostro como cariñosas manos, dejando en evidencia su admiración por él y ruborizándose cuando la pillara observándolo.
Rafe soltó algo desagradable entre dientes, buscó a tientas el trapo y se secó con más irritación que cuidado. No se había dado cuenta de cuánto disfrutaba del ritual del afeitado hasta el momento en que se descubrió a sí mismo con las manos vacías y el agua deslizándosele por el cuello.
No soy más que un condenado estúpido por discutir con Shannon en lugar de ser agradable con ella,-se dijo a sí mismo con sarcasmo-. Si, un condenado estúpido, pero no un completo estúpido. Aquí no está segura. No cuando yo me vaya. Estará completamente expuesta a lo que cualquiera desee hacer con ella.
Odiaba pensar en la vulnerabilidad de la joven y sabía que debía hacer algo al respecto.
Antes de irme me ocuparé de los Culpepper.
Esa idea sí atrajo a Rafe. Mucho.
Sonriendo como un lobo, se acomodó el látigo en el hombro y entró en la cabaña. Estaba ansioso por disfrutar de un desayuno caliente y de Shannon sentada frente a él en la pequeña mesa, lo bastante cerca como para rozarle la pierna con cada pequeño movimiento de su cuerpo.
Prettyface le gruñó desde su lugar favorito en el rincón más frío de la cabaña, pues su espeso pelaje lo mantenía más caliente que cualquier estufa. Los peligrosos dientes brillaron como el hielo entre sus fauces.
—¿Por qué te hiciste cargo de ese maldito perro? preguntó Rafe, irritado de nuevo.
—¿Podrías haberlo dejado tú tirado en el camino sin hacer nada por aliviar su dolor? —preguntó Shannon a su vez.
Rafe miró a Prettyface con los ojos entrecerrados y observó las muchas cicatrices que recorrían su enorme cuerpo.
—No —reconoció al fin—. Como mínimo, le habría librado de su sufrimiento.
—Tú te dedicas a recorrer mundo —señaló Shannon—. Pero yo estoy establecida y había espacio en mi vida para él.
—La mayoría de las mujeres habrían deseado un bebé en lugar de un perro salvaje con ojos de lobo.
La puerta del horno se cerró de golpe con un sonido metálico.
—Ten cuidado, la bandeja está caliente —le previno Shannon al ponerla frente a él.
—¿Tú no?
—¿Yo no qué?
—¿No quieres un bebé?
—Yo era una carga para John —afirmó Shannon evasivamente mientras tomaba asiento—. Un bebé hubiera sido demasiado para él.
—Los bebés vienen quieras o no repuso Rafe mientras cogia varios panecillos de la bandeja.
—Dime. ¿Cuántos tienes tú?
Rafe se atragantó con el panecillo que intentaba tragar. Tomó un sorbo de café ardiendo, tragó con fuerza y miró a Shannon fijamente.
—Esa es una pregunta muy delicada ¿no crees?
—Has sido tú quien ha sacado el tema. ¿Cuántos, Rafael?
—Ninguno.
—Al menos, que tú sepas —añadió la joven con suavidad, aunque sus ojos estaban llenos de oscuras sombras.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Cuesta un segundo hacer un bebé y unos cuatro meses que se aprecie. ¿Alguna vez te has quedado tanto tiempo al lado de una mujer?
—No.
—Entonces, no puedes saberlo.
—Lo sé —afirmó secamente.
—¿Cómo?
—Del mismo modo que John el Silencioso sabía cómo no dejarte embarazada. ¿Vas a compartir esa mermelada?
El giro de la conversación cogió a Shannon con la boca aún abierta y mirando a Rafe con incredulidad. Le asombraba que un hombre como él nunca hubiera estado con una mujer, pero eso era lo que acababa de decir.
Del mismo modo que John el Silencioso sabía cómo no dejarte embarazada.
Su tío jamás la había tocado y su fingido matrimonio había sido un modo de mantener alejados a hombres como los Culpepper, ya que se respetaba más a una esposa que a una sobrina nieta.
No era de extrañar que Rafe no quisiese hablar de ello. No podía ser una conversación cómoda para él, ya que la joven sabía que, desde luego, era más que capaz de tomar a mujer. De hecho, la mayor parte de las veces, cuando estaba cerca de ella, Shannon había visto la inconfundible señal de su excitación presionando con fuerza contra sus pantalones.
—Ah... la mermelada —balbuceó Shannon, intentando aclarar su aturdida mente—. Sí, claro. Toma. —Gracias.
Rafe cogió el tarro y comenzó a untar la mermelada en los panecillos. Aunque nunca parecía moverse rápido, la comida desapareció dentro de su boca con asombrosa velocidad.
Shannon había aprendido después del primer desayuno que Rafe podía comer mucho y, sin embargo, quedarse con hambre, así que ahora solía preparar una ración doble de panecillos.
—Será mejor que eche un vistazo al horno —murmuró Shannon—. La segunda hornada de panecillos ya debe estar lista.
—Yo los traeré —se ofreció Rafe.
—No, no es ninguna molestia.
—Entonces ten cuidado con la puerta del horno. La bisagra está a punto de romperse. Probaré a hacer una nueva en cuanto acabe con la leña.
Shannon sintió cómo sus anhelos renacían, dejándola vulnerable. Ya no dudaba que Rafe fuera a marcharse, pero mientras se quedara, cuidaría de ella como nadie lo había hecho hasta ahora.
Si ansiaba más, era culpa suya, no de él. Rafe le había dicho claramente que no tenía ninguna intención de establecerse.
—Gracias —susurró finalmente—. Intenté hacer una nueva bisagra con una vieja herradura, pero por muy fuerte que la golpeara con el martillo...
Se encogió de hombros y no acabó la frase.
—¿Alguna vez has visto los brazos de un herrero? —le preguntó Rafe con sequedad.
—No.
—Son más grandes que los míos.
La joven lo miró asombrada y él no pudo evitar sonreír. Se sentía cómodo con su inusual fuerza y altura, pero Shannon no.
Al principio, el contraste entre el musculoso cuerpo de Rafe y la fragilidad del suyo había hecho que la joven le temiera; sin embargo, últimamente lo observaba trabajar más agradecida por su fuerza que asustada por ella.
Se apartó de la mesa para coger los panecillos y los ojos de Prettyface la siguieron hasta el horno. Sacó la bandeja con cuidado y, al volver a la mesa, tropezó en una tabla del suelo desnivelada.
Soltó un grito de sorpresa e intentó recuperar el equilibrio, pero hubiera caído si las grandes manos de Rafe no lo hubieran impedido.
—¿Estás..,? —empezó Rafe.
El resto de sus palabras se perdía en un salvaje gruñido cuando Prettyface dio un salto desde el rincón, dispuesto a desgarrarle la garganta.
Siete
Rafe puso a salvo a Shannon de un empujón al tiempo que se giraba para encarar al perro y agarraba el látigo. Horrorizada, Shannon observó cómo su enorme mascota se abalanzaba sobre el intruso al que consideraba un enemigo.
Hombre y perro cayeron en una maraña de maldiciones y ladridos. Prettyface acabó arriba. Sus dientes estaban hundidos en la mano izquierda de Rafe y en los rollos de cuero que sostenía.
—¡No, Prettyface! ¡No! —gritó la joven, intentando sujetar al perro.
El animal la ignoró; Rafe, sin embargo, no lo hizo.
—¡Apártate de ahí, maldita sea! —le ordenó.
—Pero...
Shannon no pudo acabar su objeción. Con un ágil y poderoso movimiento, Rafe se dio la vuelta hasta colocar a Prettyface bajo él, y empujó a la joven para evitar que saliera herida.
Ella se tambaleó y tuvo que apoyarse en el viejo baúl lleno de libros para no caerse. De inmediato, buscó a su alrededor algo que pudiera usar para impedir que el perro siguiera atacando.
—¡Prettyface! ¡No!
Sus gritos no tenían ningún efecto.
Entrelazados, el hombre y la bestia chocaron con las patas de la vieja mesa, que golpeó la cama antes de salir volando contra la puerta principal, impulsada por la ferocidad de la pelea.
Ahora lo único que Shannon podía ver eran los tensos músculos de la espalda masculina y las patas traseras de Prettyface arañando las piernas de Rafe.
—¡Basta!
Incluso mientras gritaba, la joven supo que no serviría de nada. Prettyface no tenía intención de rendirse.
Siguió buscado algo, cualquier cosa que pudiera detenerla lucha, y su desesperada mirada se topó con el humeante cubo de agua que había sobre la estufa. Alargó los brazos hacia él, pero sólo con tocarlo supo que el agua estaba demasiado caliente. Si la usaba, quemaría a Rafe y apenas penetraría en el grueso pelaje de Prettyface.
De pronto, los sonidos de la pelea disminuyeron.
—Oh, Dios —gritó Shannon—. ¡Rafael!
No hubo respuesta.
La joven atravesó la estancia a toda velocidad, apartó de un tirón la mesa que bloqueaba la puerta y cogió la escopeta que estaba colgada sobre el umbral. A pesar de que las lágrimas surcaban su rostro, amartilló el arma y se volvió para disparar al perro que creía estar defendiéndola.
Pero no lo estaba haciendo. Estaba matando a Rafael.
—Baja esa condenada arma —Le ordenó Rafe de pronto con severidad—. No quiero matar al maldito perro; sólo voy a enseñarle algunos modales.
Escuchar la potente voz masculina impactó a Shannon de tal manera que fue incapaz de decir que su objetivo había sido Prettyface. Con impaciencia, se enjugó los ojos con la manga y volvió a mirar, creyendo que las lágrimas le habían impedido ver lo que realmente estaba sucediendo.
El enorme cuerpo del perro seguía en su mayor parte sobre Rafe, pero los clientes del animal estaban clavados en el látigo en lugar de hundirse en la garganta masculina.
Una sensación de alivio la invadió, sólo para ceder paso a la consternación y el miedo cuando fue consciente de que la mano izquierda de Rafe estaba metida dentro de la boca del animal junto al látigo y que la otra mano rodeaba con fuerza la tráquea de Prettyface.
Estaba arrebatándole lentamente el aire y la vida a su perro.
—¡Estás matándolo! —gritó.
—Te equivocas.
—¡Suéltalo! ¡Apenas se mueve!
—Apenas es demasiado para una bestia de este tamaño
Con los labios convertidos en una dura línea, Rafe apretó aún más fuerte con su mano derecha.
—¡Basta!
Rafe ignoró a Shannon, incluso cuando ésta le cogió la mano e intentó apartársela de la garganta del perro. Sin embargo, cuando afirmó los pies en el suelo y empezó a tirar de su pulgar con ambas manos, le lanzó una dura mirada con los ojos entrecerrados.
—Apártate antes de que salgas herida —ordenó Rafe entre dientes.
La joven pareció no oírlo y continuó tirando de su mano.
Prettyface pateó débilmente y se quedó quieto.
Al instante, Rafe dejó de hacer presión en la tráquea del animal y el perro se deslizó lentamente hasta el suelo.
—¡Lo has matado! —le acusó Shannon—. ¡Lo has matado!
—Maldita sea —protestó él, furioso—. Si hubiera querido matarlo, le habría roto el cuello cuando saltó sobre mí.
Sin pronunciar palabra, Shannon sollozó e intentó acercarse a Prettyface, pero un duro y musculoso brazo se lo impidió.
—No está muerto —afirmó Rafe con aspereza—. Mira su costado. Está respirando bien ahora que mis dedos no le bloquean la tráquea.
Al escuchar aquello, la joven parpadeó para aclarar sus ojos llenos de lágrimas y observó que el costado del perro subía y bajaba sin dificultad.
—Gracias a Dios —susurró.
Intentó acercarse de nuevo, y de nuevo Rafe volvió a impedírselo.
—Ve junto a la estufa —le indicó.
—Pero quiero...
—Ahora mismo no importa lo que quieras —la interrumpió él con voz severa— Has tenido dos años para domesticar a Prettyface; ahora me toca a mí.
—Pero...
Rafe alzó la mirada hacia Shannon.
—Muévete —le dijo con suavidad.
Con demasiada suavidad.
Al igual que su voz, sus ojos eran serenos, claros y fríos como el hielo.
No le hagas más daño—suplicó Shannon mientras retrocedía hacia la estufa.
Prettyface gimoteó e intentó levantarla cabeza Al instante, Rafe le sujetó contra el suelo y le obligó a permanecer en aquella posición.
—Tranquilo —dijo en voz baja—. Antes de que te levantes y vuelvas a atacarme, centra esos condenados ojos en mí y entérate de quién manda.
Prettyface aulló levemente. Parpadeó varias veces y se encontró con los ojos de Rafe, le devolvió la mirada durante una milésima de segundo y... bajó la cabeza, reconociendo en silencio su derrota.
No intentó ponerse en pie de nuevo.
—Eso es, Prettyface —le felicitó Rafe al tiempo que le acariciaba con delicadeza para reconfortarlo—. Sabía que acabaríamos entendiéndonos. Lo único que necesitabas era saber quién está al mando.
Prettyface aulló de nuevo y recorrió con su larga y áspera lengua la ensangrentada mano masculina.
—Eres un buen adversario —rió Rafe—. Ahora necesitas aprender también a ser un buen compañero.
A pesar de que recorrió con dedos firmes cada milímetro del cuerpo de Prettyface, éste no mostró ningún otro tipo de objeción. Ni siquiera gruñó cuando le acarició las sensibles almohadillas de las patas.
Shannon los miraba completamente asombrada.
—Muy bien, Prettyface —le alabó Rafe, frotándole las orejas afectuosamente—. Creo que has captado el mensaje. Tú obedeces órdenes aquí. No las das.
Sin más, se levantó del suelo con una gracilidad felina que resultaba asombrosa en un hombre de su tamaño. El látigo seguía en su mano izquierda, aún enrollado.
—De pie —ordenó.
Prettyface se levantó al instante, se sacudió y miró al hombre que había considerado un intruso.
—Sal y busca tu desayuno en lugar de intentar atacarme —dijo Rafe con sequedad.
Prettyface echó un breve vistazo a su ama y salió trotando.
—Le has quebrado el espíritu— susurró la joven con voz rota, una vez que Rafe cerró la puerta. — No, yo sólo... —Eres como los Culpepper —le interrumpió violentamente.
Su voz era fría. El cuerpo le temblaba de rabia y miedo, y a causa de las secuelas de la avalancha de adrenalina.
—Pero, ¿qué...? —empezó Rafe.
—Eres cruel y brutal. ¡Te gusta usar tu fuerza para someter a los más débiles!
Rafe se acercó lentamente a Shannon hasta que apenas los separo un metro de distancia. Sus ojos eran de un gris tormentoso y la sangre goteaba de las heridas de su mano izquierda.
Parecía tan peligroso como lo era realmente.
Los latidos del corazón de la joven se aceleraron, pero no retrocedió ni un solo paso. No podía. No confiaba en que sus piernas pudieran sostenerla.
—Prettyface es un perro salvaje y malcriado que pesa más que La mayoría de los hombres —afirmó Rafe suave y fríamente—. Tiene demasiado de lobo para ceder a algo que no sea la fuerza y he tenido que vencerlo en su propio terreno. La fuerza. Ahora me aceptará.
Shannon alzó la barbilla desafiante, pero era lo bastante inteligente como para no decir ni una sola palabra. Rafe tenía razón y ambos lo sabían. El problema era que no le gustaba oírlo de una forma tan brutal.
—En cuanto a lo de que me gusta someter a los débiles —continuó él, implacable—, cuando te entregues a mí, y lo harás, no será porque te fuerce. Si ésa hubiera sido mi intención, habría matado a Prettyface la primera vez que entré en la cabaña y luego te habría tomado en el suelo.
Un leve gemido surgió de lo más profundo de la garganta de la joven al comprender la cruda verdad en la afirmación de Rafe, ya que, en lo más profundo de su ser, siempre había asumido que era la amenazadora presencia de Prettyface lo que había evitado que Rafe la tocara de cualquier modo.
Ahora Shannon sabía lo mal que había interpretado la situación. Rafe era tan inteligente y rápido como fuerte.
Y era aterradoramente fuerte.
—Pero eso no es lo que quiero de ti—añadió Rafe en un tono letalmente sereno.
—¿Que... ? —su voz se quebró. Se humedeció los labios secos, tomó una rápida inspiración y lo intentó de nuevo—. ¿Qué... qué quieres de mí?
Por un instante, Shannon pensó que Rafe no le respondería. Entonces, él dio una última zancada y cuando se detuvo, estaba tan cerca de ella que no podía tomar aire sin que sus pechos rozaran su duro torso.
Lentamente, dándole la oportunidad de alejarse, Rafe alzó las manos hacia su rostro. Sin embargo, la joven no se movió, se limitó a observarle con una mezcla de cautela y desafío en sus bellos ojos.
El látigo que Rafe aún sostenía en la mano izquierda rozó la mejilla femenina tan levemente que a Shannon le pareció más un suspiro que una caricia. Los flexibles rollos de cuero trazaron sus cejas, la línea recta de su nariz, sus altos pómulos...
Era lo último que ella había esperado. Las caricias la provocaban al tiempo que la calmaban, expresando claramente la contención de
Rafe.
La joven cerró los ojos, deseando concentrarse en las fugaces y trémulas sensaciones que la hacían vibrar. Respiró hondo y sus pulmones se llenaron del aroma a leña y bosque siempre presente en Rafe, pero también llegó hasta ella el primitivo y perturbador olor de la sangre.
—¿Rafael? —susurró a través de unos temblorosos labios.
El movió la muñeca y los rollos de cuero desaparecieron. Un golpe sordo le indicó a Shannon que el látigo había caído al suelo. Después le cogió el rifle de las manos, le puso el seguro con rápidos y hábiles movimientos, y volvió a colocar el arma en los ganchos sobre la puerta. Fue entonces cuando Shannon se percató de que las grandes manos masculinas estaban ensangrentadas.
—No pasa nada, mi dulce ángel —le dijo Rafe al darse la vuelta y ver la preocupación en el rostro de la joven—. No necesitas el rifle. No voy a hacerte daño. Sólo intento responder a tu pregunta sobre lo que quiero de ti. Pero no tengo palabras para decírtelo.
Las puntas de unos dedos callosos recorrieron levemente el nacimiento del pelo de la joven, los sensibles lóbulos de sus orejas, las espesas pestañas que temblaban contra sus mejillas, el delicado trazo de su mandíbula, el pulso que palpitaba frenéticamente en su cuello.
—¿Realmente me tienes miedo? —le preguntó con voz ronca.
Shannon negó con la cabeza.
—N... no.
—Deberías tenerlo.
—¿Por qué?
—Porque quiero de ti lo que percibí la primera vez que te vi andar —le explicó.
—No... no lo comprendo.
—Yo tampoco. Nunca he deseado a una mujer del modo en que te deseo a ti. De repente, sin pensar, sin previo aviso, sin importar si está bien o mal, has invadido mis pensamientos y no existe nada para mí aparte de una dura necesidad que me domina todo el tiempo, todos los días. Y las noches... las noches son un infierno.
Shannon intentó hablar, pero fue incapaz de emitir ningún sonido.
Los pulgares de Rafe recorrieron lentamente su carnosa boca mientras la observaba, hasta que la joven musitó su nombre en un entrecortado suspiro.
—Dios, tu forma de andar... —añadió roncamente, inclinándose sobre ella—. Bésame, Shannon. Déjame descubrir si el sabor de tu boca es tan dulce como tu manera de estremecimientos la recorrieron sin piedad, obligándola a aferrarse a sus fuertes brazos para encontrar un punto de referencia en un mundo que se iba disolviendo bajo sus pies con cada frenético latido de su corazón.
—¿Rafael? —preguntó con voz queda.
—Eso es —susurró él contra su boca—. Abre esos suaves labios un poco más. Tengo que saborearte.
—¿Saborearme?
A la joven se le escapó un suave gemido de asombro al sentir que los dientes de Rafe mordisqueaban suavemente sus labios antes de perfilarlos con su lengua.
—Sí. Ahora.
Abrumada por las tumultuosas emociones que se concentraban en su vientre, la joven lo miró sintiéndose completamente vulnerable. Rafe tenía el ceño fruncido y los ojos cerrados. Sus brazos parecían barras de acero y respiraba con dificultad. Sin embargo, a pesar de la potente avidez que tensaba los músculos de su cuerpo, sus manos sangrantes y llenas de cortes le sostenían el rostro como si fuera más frágil que las alas de una mariposa.
Shannon sabía que Rafe podría haber tomado lo que quisiera de ella mucho más fácilmente de lo que le había costado dominar a Prettyface.
Y también él lo sabía.
Aun así, no le exigía nada. Seducía, persuadía, rogaba en silencio que le diera acceso a su boca.
La joven emitió un suspiro de rendición y abrió los labios. De inmediato, la lengua de Rafe se deslizó sobre la de ella, instándola a que le respondiera con una caricia suave y delicada.
Un pequeño gemido surgió de lo más profundo de la garganta de Shannon al comprender el tácito mensaje de Rafe. Le estaba diciendo sin palabras cuánto la deseaba y lo cuidadoso que sería si ella se entregaba a él.
La sola idea de pertenecerle, de que la hiciera suya con aquella exquisita ternura que le estaba mostrando, hizo que el mundo desapareciera bajo sus pies y, sin ser consciente de ello, clavó los dedos en los brazos masculinos para no caerse. —¿Rafael?
El apagado susurro de Shannon apenas fue inteligible y él se sintió tentado de ignorarlo. Pero no lo hizo. A pesar de la cálida respuesta de la joven, Rafe temía que el miedo, en lugar de la pasión, fuera el causante de que se aferrara a sus brazos. Reticente, levantó la cabeza, bajó la mirada hacia los aturdidos ojos azules y acarició sus labios con los suyos.
La joven sonrió levemente y lo besó con suavidad, pidiéndole en silencio que continuara besándola. Rafe deslizó entonces la lengua en la calidez de su boca, despacio, entrando y saliendo con exquisito cuidado, provocándola y calmándola a un tiempo.
Shannon soltó otro gemido estrangulado y se estremeció.
¿Qué ocurre? —susurró Rafe—.¿Me tienes miedo después de todo?
Ella negó con la cabeza, asombrada de que alguien que parecía tan duro y controlado pudiera tratarla con aquella excitante mezcla de fuerza y suavidad.
—Yo... —Pestañeó y logró musitar—: Me siento mareada. La sonrisa de Rafe fue oscura, rápida y muy varonil. La mirada de la joven proclamaba claramente la pasión que la embargaba.
—Mareada —repitió él con voz ronca, al tiempo que sus ojos se transformaban en ardiente plata al observar cómo ella se lamía los labios.
Shannon asintió y, vacilante, rozó su boca con la suya. —Rodéame el cuello con los brazos y sujétate —le indico Rafe—. Me aseguraré de no dejarte caer.
Mientras hablaba, guió los brazos de Shannon y la atrajo contra su cuerpo, haciendo que ella se pusiera de puntillas. Sorprendida, la joven tomó aliento con un suave y entrecortado jadeo que actuó en Rafe como lo haría un trago de whisky.
—Ahora podemos hacerlo como es debido —murmuró el. —¿Qué?
—Humedécete los labios otra vez y te lo mostraré. Shannon obedeció y, al instante, Rafe se inclinó y tomó plena posesión de su boca. Apenas tuvo que esperar para obtener una reacción. A los pocos segundos, sintió la vacilación del frágil cuerpo de la joven, la rápida inspiración y la temblorosa presión de su lengua contra la de él en una secreta caricia.
Satisfecho, Rafe emitió un grave gemido y la abrazó con más firmeza mientras su lengua iniciaba un sensual ritmo de penetraciones y retiradas que dejaron a la joven sin aliento y la obligaron a tensar los brazos alrededor del cuello masculino.
Sin apenas ser consciente de ello, Shannon abrió aún más la boca. Quería conocer hasta el último rincón de la de Rafe y, ávidamente, inició una intima y erótica exploración de la ardiente oscuridad que la devoraba.
El mundo giró rápidamente alrededor de Rafe al sentir que la joven aceptaba anhelante sus avances. Sus manos se movieron desde sus hombros hasta sus muslos en largas y lentas caricias.
Extendió los dedos y evaluó la elegante línea de se espalda, la exuberante curva de sus caderas... y cuando fue incapaz de reprimirse, permitió que sus manos abarcaran los tensos y firmes senos, mucho más generosos de lo que él había supuesto en un principio.
Con cuidado, sin querer asustarla, dibujó círculos en los pezones con los pulgares, provocando que se endurecieran.
Shannon soltó un agudo grito de sorpresa y se arqueó contra él. Sus pezones eran duras cimas que tensaban orgullosamente su vieja camisa de franela, suplicando la atención de las manos de Rafe, su boca, su pasión.
—Mi ángel... Mi dulce ángel —susurró él—. Ni siquiera imaginas cómo me haces arder.
Antes de que la joven pudiera responder, Rafe saboreó de nuevo su boca con avidez mientras deslizaba las manos por sus caderas y la alzaba para acoplar su dura erección entre los suaves muslos femeninos.
Un salvaje placer atravesó a Shannon, dejándola temblorosa y jadeante. Apenas podía respirar y, sin embargo, quería que él la estrechara con más fuerza, necesitada de su contacto de un modo que no comprendía.
Implacable, Rafe la meció sensualmente contra su grueso miembro al tiempo que su lengua se entrelazaba con la de ella en un ritmo fiero y elemental.
Un ahogado suspiro salió entonces de la garganta de Shannon, que podía ser interpretado como señal de dolor, miedo o pasión, o incluso una compleja mezcla de todo ello.
De pronto, Rafe se dio cuenta de que estaba aplastando a la joven contra su cuerpo con ambos brazos y pegando sus caderas contra las de ella como si fuera a tomarla allí mismo, en ese mismo instante, de pie, como a una prostituta en un callejón.
Temblando, dejó de besarla y aflojó la presión de sus brazos para permitir que el cuerpo de Shannon se deslizara por el suyo hasta que sus pies tocaron suelo.
Ella emitió un sonido interrogante y se tocó los labios con unos dedos que temblaban ligeramente con cada rápida inspiración que tomaba.
Rafe la miró con hambrienta impaciencia. En contraste con las marcas ensangrentadas que sus manos heridas le habían dejado en el delicado rostro, la piel de la joven parecía casi traslúcida. Sus pupilas estaban dilatadas y su boca suave y trémula, trataba de hacer llegar aire a sus pulmones. Turbada, se balanceó hasta que alargó los brazos a ciegas y logró recuperar el equilibrio al apoyarse en la pared.
—¿Estas bien? —se preocupó Rafe.
No quería ser brusco, pero la pregunta sonó áspera. Su voz esta-ba impregnada de la fuerza de la sangre que aún bombeaba feroz-mente a través de su cuerpo.
—Me siento... —Se llevó una mano a la garganta y tuvo que hacer un esfuerzo para continuar hablando—. Mareada. Aturdida. No puedo respirar y tiemblo como si tuviera frío y... sin embargo, hay partes de mí que están en llamas y quiero... quiero... oh, Dios, no sé lo que quiero! ¿Qué me has hecho?
Durante un largo momento, Rafe la miró asombrado, casi incapaz de creer lo que estaba escuchando.
—¿Durante cuánto tiempo has estado casada? — inquirió finalmente.
—¿Qué... qué tiene eso que ver con lo que siento?
La entrecortada respiración de Shannon actuó en Rafe como si se tratara de lenguas de fuego que lamieran su excitada y dolorida carne, al punto que tuvo que apretar los dientes para reprimir un gruñido.
—Tiene mucho que ver. Todo —masculló con voz espesa—. Lo que sientes es pasión. Pura, salvaje y más ardiente que el mismo infierno.
—No... no lo entiendo.
Rafe emitió un gruñido que pudo haber sido una maldición, una plegaria o ambas cosas.
—Tu marido no debía ser un hombre con el que acurrucarse en una noche fría —dijo entre dientes.
—-John no era, quiero decir, no es un hombre cariñoso.
—¿Me estás diciendo que nunca antes habías sentido un deseo sexual como éste?
—¿Quieres decir que... ? —Shannon inspiró entrecortadamente y clavó en él una mirada atormentada—. ¿Lo que siento es... es deseo? —Maldición —murmuró Rafe—. Hablas en serio, ¿no es cierto?
La joven asintió.
—Tan ingenua como un bebé —gruñó él—. Dios, tu marido te trajo hasta este maldito lugar y luego se olvidó de ti. No me extraña que no te importe ser su viuda, ¡ha estado más muerto que vivo para ti durante años!
Shannon no supo cómo responder a la furia impresa en la voz de Rafe y se abrazó a sí misma en un gesto protector. Tan ingenua como un bebé.
De repente, el deseo de la joven se transformó en ira. El hecho de no saber tanto de hombres como Cleentine o Betsy no me convierte en alguien inferior.
Pero Shannon no sacaría de nuevo el tema haciéndole ese comentario.
—No me llames viuda —protestó con los dientes apretados.
—¿Por qué? Es muy probable que lo seas.
—Pero si la verdad sale de esta cabaña, ¿quién me protegerá de los Culpepper cuando tú te hayas ido? Porque te irás, ¿verdad?
—Sí —contestó Rafe con aspereza, consciente de la ira y la distancia que desprendía la voz de Shannon—. Me iré algún día.
Pero no hasta que encuentre un lugar seguro en el que puedas vivir.
—Mientras siga siendo la mujer de John el Silencioso, estoy segura aquí.
—Basta de estupideces, Shannon. Eres su viuda, no su esposa, y este lugar no es seguro para una mujer sola. ¡Sobre todo una tan ingenua como tú!
—Lo ha sido durante siete años.
—Sólo porque tu esposo te protegía —replicó Rafe—. Sin él no habrías durado ni dos meses.
Shannon se tragó a duras penas la respuesta que bullía en su interior. Si le decía la verdad, podría perjudicarle mucho. —Viviré donde se me antoje —afirmó con voz tensa.
—¿Sola?
—Sí.
—No puedes.
—¡Por supuesto que sí! —exclamó, tensa—. De cualquier forma, ¿qué puede importarte a ti dónde viva? No tienes derecho a darme órdenes como si estuviera ligada a ti por ley.
A Rafe le aterró la idea de que Shannon pasara sola el invierno en el territorio salvaje y gélido de Echo Basin sin nadie de quien de pender aparte de sí misma. Sacudió la cabeza, soltó una dura Imprecación y se pasó la mano por el pelo en un gesto de frustración.
Sus dedos estaban brillantes por su propia sangre; sangre derramada por Prettyface en defensa de su ingenua y testaruda dueña.
Al ver de nuevo las manos de Rafe, la joven sintió que su furia hacia él desaparecía, dejando sólo una intensa preocupación por sus heridas.
—Vamos —le indicó Shannon, al tiempo que se daba la vuelta—. No pasará nada si comparto un secreto contigo.
—¿Qué...?
Sin mediar palabra, la joven se acercó al armario de las provisiones. Abrió la puerta, empujó en el centro de un estante y se adentró en la oscuridad.
Al instante, el cálido y húmedo olor de un manantial termal llegó flotando hasta Rafe, junto a la voz de Shannon.
—John me dijo que no le hablara nunca a nadie de este manantial, pero no quiso dar más explicaciones y fingió abstraerse en la tarea de encender la mecha de una lámpara de aceite con una cerilla.
—Entra —insistió Shannon con impaciencia. El cálido resplandor amarillo de la lámpara resaltaba sus bellos rasgos—. John el Silencioso tenía fe ciega, bueno, tiene fe ciega en el poder curativo del manantial, y tus manos están en muy mal estado.
—Así que ésta es la razón por la que tu marido construyó la cabaña justo en la ladera de la montaña —comentó Rafe, agachándose para atravesar el armario.
Cuando se adentró en la cueva, vio que el techo era lo bastante alto como para poder erguirse. La luz de la lámpara se reflejaba en las paredes rocosas y en el suelo irregular, y conseguía que las profundas grietas que había en la roca parecieran desiguales porciones de medianoche. A excepción del mínimo siseo de la lámpara y los susurrantes remolinos de agua, en aquel lugar reinaba un absoluto silencio.
—Supongo que creyó que sería práctico —susurró la joven, como si no quisiera romper la paz que imperaba en la cueva—. En esta parte del manantial de agua está casi hirviendo, unos cuatro metros más allá la temperatura baja unos grados y se puede lavar la ropa y los platos, y en el otro extremo puedo incluso bañarme. Además, el calor que genera el agua impide que muera congelada cuando no consigo reunir leña en verano.
Dejó la lámpara sobre un cajón de madera que en su momento contuvo munición y cogió un cazo de metal para poder ofrecerle agua caliente a Rafe. Depositó el humeante cazo junto con un trozo de jabón sobre el cajón y se echó a un lado para dejar más espacio al enorme cuerpo masculino.
Rafe echó un vistazo a su alrededor y observó cómo la luz transformaba las espirales de vapor en inquietantes espectros dorados. Luego miró a la joven y soltó un exasperado bufido.
—¿Te dan miedo las cuevas? —preguntó ella, incrédula.
—No. Pero a ti sí deberían dártelo.
—¿Por qué? He estado aquí miles de veces.
—No conmigo. No cuando la luz de una lámpara perfila tus pechos y me muestra que tus pezones aún están duros, ávidos. ¿Te duelen, mi dulce ángel?
Shannon se ruborizó hasta la raíz del pelo. Sí, sentía dolor, y no sólo en los pechos. Pero no estaba dispuesta a decírselo; ya se había divertido bastante a su costa.
—Vete al infierno, Rafe. Lo que yo sienta no te incumbe. —La frustración vibró a través de la voz y el cuerpo de la joven.
Rafe sabía cuál era el motivo, conocía la cura y lo peor de todo era que sabía que, a pesar de ser ingenua, Shannon se convertiría en sus brazos en la mujer más ardiente que jamás hubiera tenido.
Incapaz de seguir mirándola sin tocarla, cerró los ojos y trató de controlarse.
Si la tocaba, la tomaría. Y no quería que eso pasara. Todavía no. No justo después de haber descubierto lo ingenua que era. Deseaba que Shannon se entregara a él totalmente consciente de lo que estaba haciendo, y no porque su juicio se viera nublado por el hecho de haber probado el placer por primera vez.
—Contaré hasta tres —anunció Rafe con voz áspera—. Cuando abra los ojos, será mejor que estés...
—Pero...
— ... en la cabaña o te arrancaré esas harapientas ropas y te enseñaré todo lo que tu maldito esposo debería haberte enseñado sobre las relaciones entre hombres y mujeres.
Shannon soltó un rápido y audible gemido ante la brusquedad de Rafe. Si no hubiera sido por sus heridas, habría cogido la lámpara y lo habría dejado allí solo en la oscuridad.
—Tus manos necesitan cuidados —protestó arrastrando las palabras.
—No me duelen tanto como otra parte de mi cuerpo. ¿Quieres encargarte también de eso?
—Eres un grosero, despreciable...
—Saca tu dulce trasero de aquí —la interrumpió Rafe salvaje mente— o haré algo de lo que ambos nos arrepentiremos. Uno...
La tentación de lanzarle el cazo de agua fue tan grande que Shannon agarró el recipiente antes de ser consciente de lo que estaba haciendo. Y por un instante, sus dedos se tensaron preparándose para levantar el cazo.
Entonces, el sentido común regresó a su cabeza en una fría ráfaga. Por muy enfadada y nerviosa que estuviera, sería una total locura provocar a un hombre tan peligroso como Rafe, sobre todo teniendo en cuenta lo excitado que estaba. Así que, con una maldición apagada, soltó el cazo y retrocedió.
—Dos —continuó Rafe.
Vaciló un momento antes de decir el siguiente número. Inmóvil, escuchó con atención, pero no oyó nada en absoluto, aparte de los apagados ruidos de la lámpara y del manantial.
—Tres.
Abrió los ojos sólo para descubrir que Shannon se había ido de forma tan silenciosa como el vapor que ascendía de la superficie del manantial.
Maldición.
Tenia la esperanza de que perdiera los estribos y me lanzara ese cazo. Habría sido divertido desvestirla y hacer que me deseara de nuevo.
Respiró hondo y dejó escapar el aire lentamente, intentando liberar la agresiva y apenas contenida avidez de su cuerpo.
Es mejor así. Es demasiado ingenua.
Rafe siguió repitiéndose aquel pensamiento mientras se acercaba al cazo de agua, aunque no le convencía en absoluto. Deseaba a Shannon con una intensidad que no había sentido jamás.
Hundió las manos en el agua caliente con la esperanza de que el dolor le hiciera olvidar el deseo que le retorcía las entrañas.
No lo consiguió.
Maldiciendo entre clientes, Rafe empezó a enjabonar los irregulares cortes de las manos. Jessi, la esposa de Wolfe, solía decir que había que mantener las heridas limpias para que curaran rápidamente.
En silencio, se preguntó si el jabón se llevaría con él el deseo, al igual que se llevaba la sangre y la suciedad.
Lo dudo, pensó amargamente.
Estaba en lo cierto.
Ocho
Durante el resto del día, Rafe y Shannon fueron tan amables el uno con el otro como lo habrían sido unos educados desconocidos. Ella cocinó para él, le lavó la ropa y la remendó; él cortó leña y sustituyó un tronco podrido de la pared de la cabaña, se encargó de encontrar una nueva ubicación a la mula y, además de atrapar media docena de truchas para cenar, empezó a curtir piel de ante para hacerle unos mocasines.
El tema de la pasión y de la ingenuidad de Shannon no volvió a mencionarse. Tampoco hubo ninguna discusión sobre la muerte de John el Silencioso, o las viudas y su seguridad.
Mantenían conversaciones cortas, pero siempre sobre el clima.
Prettyface era el único que se sentía a gusto en la cabaña. Pedía las sobras tanto a Rafe como a Shannon, les ofrecía a ambos la cabeza para que se la acariciaran y consideraba tanto al hombre como a la mujer como un medio para abrir puertas y juguetear en el bosque.
La joven debería haberse sentido complacida por el hecho de que Prettyface aceptara por fin a su invitado. Y lo estaba, aunque una parte de ella se preguntaba mordazmente si el perro la abandonaría cuando Rafe lo hiciera.
A la mañana siguiente, Shannon durmió hasta más tarde de lo habitual. Había pasado una noche agitada llena de sueños y deseos que no podía expresar con palabras. La despertó el familiar sonido de un hacha cortando madera.
—Bien —se dijo en voz baja—. Así podrá descargar su furia con la leña en lugar de conmigo. Además, qué le he hecho yo excepto...
Los sensuales recuerdos del día anterior asaltaron sus sentidos de pronto, provocando que sus pezones se tensaran dolorosamente.
Oh no, ¿Por qué no desaparece?
Enojada consigo misma, apartó las mantas de un tirón y salió de la cama como si estuviera en llamas.
Pero no era la cama. Era su cuerpo.
Ahora entiendo la furia con la que Rafe está cortando madera. Debe de sentirse tan irritado y dolorido como yo.
Shannon se apresuró a iniciar las familiares tareas domésticas, como preparar el desayuno y ordenar la cabaña. Cuando acabó, se acercó a la ventana, abrió los postigos y dejó que el frío y vigorizante aire de la montaña la tranquilizara.
Le bastó una mirada para comprobar que Rafe había cortado una impresionante cantidad de leña para la estufa desde que la despertara con el ruido del hacha, poco después de que amaneciera. Había tenido la intención de levantarse entonces, pero en lugar de eso, se había dado la vuelta y se había deslizado de nuevo en los febriles sueños que la habían reclamado durante la mayor parte de la noche.
Con un ávido anhelo que Shannon no comprendía, observó la tensa musculatura del cuerpo de Rafe mientras transformaba trozos de tronco de abeto en limpios pedazos de leña. Ni una sola vez alzó él la mirada para comprobar si ella se encontraba en la ventana. Simplemente siguió trabajando como si su fuerza no tuviera límite.
—A ese ritmo, voy a quedar enterrada bajo tanta leña —murmuró Shannon para sí.
Al ser consciente de que mirar a Rafe aumentaba el inquieto ardor de su cuerpo, le dio la espalda a la ventana abierta.
—No se le curarán nunca las manos si sigue así —musitó frunciendo el ceño.
Ese era otro tema que Rafe se había negado a discutir. De hecho, la única vez que Shannon le había preguntado cómo tenía las manos, le lanzó una mirada torva y, por supuesto, se puso a hablar del clima.
Ambos estuvieron de acuerdo en que les gustaba tanto el sol como el aguanieve.
Shannon suspiró. No se había sentido tan sola desde que su madre murió y la dejo a merced de una tía política sin ningún rastro de compasión. Lo extraño era que nunca se había sentido especialmente sola en Echo Basin hasta ese momento, pero el hecho de que hubiera sido tan agradable compartir los días con Rafa hacía que le doliera aún más la distancia entre ellos.
Sin previo aviso, le sobrevino un vivido y casi tangible recuerdo de lo que que había sentido al ser besada y acariciada por Rafe, el fuego que había consumido su vientre. No podía evitar albergar la esperanza de que cuando se le pasara el enfado, la volviera a besar, y tocar, y...
—¿Tú qué crees Prettyface? ¿Desaparecerá el mal humor de Rafe antes de que lo hagan los troncos?
El perro bostezó.
—Tienes razón. Su mal humor durará más que todo el maldito bosque.
—Cuenta con ello.
Shannon dio un respingo al escuchar la profunda voz masculina justo detrás de ella, proveniente de la ventana abierta. Se dio la vuelta con rapidez y se ruborizó al haber sido sorprendida pensando en voz alta.
Rafe estaba de pie con los antebrazos cruzados sobre el alféizar de la ventana, riéndose.
La sonrisa de Shannon en respuesta fue tan hermosa como un inesperado amanecer.
Dios, no me sonrías así, mi dulce ángel, o todas mis buenas intenciones se esfumarán en un segundo.
—¿Significa eso que me has perdonado? —preguntó Rafe con suavidad, consciente de que no debía hablar de lo sucedido el día anterior, pero incapaz de detenerse.
—¿Perdonarte? ¿Por qué?
—Por enseñarle a tu perro algunos modales, y luego olvidar los míos.
—No estaba enfadada por lo de Prettyface.
—Te vi apuntarme con un rifle cargado y listo para disparar.
Por un instante, la joven pensó que él sólo estaba bromeando; sin embargo, no había ni rastro de diversión en sus ojos grises.
—Iba a disparar a Prettyface —afirmó sin rodeos. Su buen humor se había transformado en ira.
—¿Qué? — exclamó Rafe.
Pensé que ce estaba matando, No te movías, había sangre y parecía que sus mandíbulas se cerraban sobre tu garganta. —El horror que sintió al verlo en peligro volvió a ella con tanta intensidad que tuvo que darle la espalda—. Así que cogí el rifle.
—¿Para salvarme la vida?
—No tienes que parecer tan asombrado —replicó Shannon apretando los dientes.
En realidad Rafe estaba absolutamente perplejo. Sabía cuánto amaba la joven a su perro y lo mucho que dependía de él para poder disfrutar de un poco de compañía y seguridad.
Y, a pesar de todo, había estado dispuesta a matar a Prettyface para salvar a un hombre que no le había hecho ninguna promesa de futuro.
Ninguna en absoluto.
—Entiendo —respondió Rafe.
—¿De veras? Lo dudo. —La irritabilidad en su propia voz sorprendió a la joven—. Lo siento, no quería decir eso. No sé por qué estoy tan susceptible últimamente.
—Yo sí. Es por desear a alguien e irte a la cama anhelante y sola.
—Entonces, no entiendo cómo pueden sobrevivir las parejas a su noviazgo —replicó Shannon.
Rafe trató de no reírse, aunque no consiguió.
También intentó no entrelazar sus dedos en los largos e indomables mechones castaños del pelo de Shannon, pero tampoco logró evitarlo. Lentamente, alargó el brazo hacia la ventana abierta, le colocó el cabello sobre uno de sus frágiles hombros y le acarició la suave piel de la nuca.
Shannon se estremeció visiblemente.
—Sobreviviremos, mi dulce ángel.
—Lo haremos si dejas de cortejar viudas tan ingenuas como bebés —adujo la joven al tiempo que se alejaba de la provocación de sus ágiles dedos—. Entra cuando estés listo. Los panecillos están casi a punto.
Mientras Rafe se lavaba las manos, Shannon dirigió una rápida mirada a la despensa. Las provisiones que deberían haberle durado meses estaban desapareciendo a una velocidad asombrosa.
Dios mío, ¿Que hare cuando se acaben?
Inquieta, se mordió el labio y frunció el ceño. El se encargaba del suministro de carne y pescado, y ella recogía plantas comestibles. Pero la harina sólo podía conseguirse en el pueblo, al igual que las judías, manzanas, el arroz y la sal, y otras provisiones indispensables. Eso sin mencionar lujos como el café y la canela.
—Tendré que ir a Holler Creek y comprar más —musitó mientras cerraba el armario.
Pero, ¿cómo lo pagaré?
Tan sólo contaba con unos gramos de oro escondidos en una vieja bolsa en la cueva. Era lo último que quedaba de lo que le había dado su tío. Cuando lo gastara, estaría exactamente como había estado a los trece años, sin un penique, sola y sin nadie a quien le importara si vivía o moría.
No, no tocaré ese oro.
No estoy tan desesperada.
Sin embargo, Shannon temía estarlo. Pronto.
En cuanto gastara el último legado de John el Silencioso, tendría que depender única y exclusivamente de su propia capacidad para arrancar el oro de la roca, algo que era incluso más difícil que cazar.
Preocupada, Shannon cerró con fuerza la puerta del armario y le dio la espalda a los estantes vacíos.
Rafe estaba de pie a pocos centímetros, observándola con sus centelleantes ojos plateados.
—Iré a Holler Creek a por más provisiones mañana —anunció.
—Gracias, pero no. Ya me has dado demasiado.
—Me lo he comido yo prácticamente todo.
—¿Para quién es la leña que estás cortando? —preguntó Shannon con suavidad—. ¿De quién es la cabaña que estás arreglando para que soporte las nevadas invernales? ¿De quién es la mula que has herrado? Debería estar pagándote un sueldo.
—Apenas me gano mi sustento.
—Te ganas la comida, un sueldo y mucho más que eso. Trabajas sin parar.
—Me gusta trabajar —repuso Rafe.
—Encontraré un modo de pagarte.
—No aceptaré dinero de ti.
—Te lo has ganado—Insistió ella. —No,
Esa única palabra hizo que Shannon se sintiera como si se hubiera topado con un muro de granito
—Eres tan testarudo como esa mula que has herrado —afirmó.
—Gracias. A menudo he pensado lo mismo de ti. Pero yo te superaré en testarudez, Shannon. Puedes contar con ello.
Una oleada de irritación inundó a la joven.
—No lo creo. Con lo único que puedo contar es con que un día me despertaré y te habrás ido. Quizá me superes en terquedad antes de ese momento, aunque lo dudo.
Sin pronunciar ni una sola palabra más, rodeó a Rafe y empezó a servir el desayuno mientras él seguía sus movimientos con un fiero brillo grisáceo en la mirada.
Hasta que ambos no comieron algo y se bebieron una taza de café, Shannon no se sintió lo bastante cortés como para romper el silencio.
—¿Qué clase de trabajos has hecho desde que decidiste recorrer mundo? —inquirió.
La boca de Rafe se convirtió en una delgada línea al escuchar aquella pregunta. No sabía por qué el hecho de que Shannon tuviera siempre presente su marcha le dolía tanto.
Pero así era.
—He trabajado de conductor de diligencias, marinero, topógrafo, jackaroo, profesor, militar —respondió Rafe con voz tensa—. Un poco de todo, dependiendo del lugar y el momento.
—¿Qué es un jackaroo?
—Un vaquero australiano.
—Oh. —Shannon frunció el ceño y preguntó—: ¿Alguna vez has buscado oro?
—Aquí y allá.
—¿Y has encontrado algo?
Rafe se encogió de hombros.
—Aquí y allá —repitió.
—¿Pero no lo suficiente para reclamar una concesión?
—Las concesiones son como las esposas. Te atan.
—¿Quieres decir que no quieres encontrar oro porque te ataría?
—Si —afirmó categórico. Shannon tragó saliva. —Entiendo.
—¿De veras? Lo dudo —replicó Rafe, haciéndose eco de las interiores palabras de ella.
—Sí, lo entiendo. Siempre te alejarás de un hogar, una familia, amigos, del oro ... ¿Y para qué? ¿Qué es más valioso que todo eso junto?
—Un amanecer que nunca haya visto —respondió Rafe rotundamente—. Para mi, no hay nada más atrayente o irresistible que eso.
Shannon deseaba zarandearlo, pero sabía que no le serviría de nada porque él estaba absolutamente seguro de lo que decía.
Y ella acababa de darse cuenta de una verdad que le rompería el corazón.
—El amor es más poderoso que ese amanecer tuyo —susurró—. Siempre ardiente... siempre hermoso.
Rafe empezó a discutírselo, sin embargo, la sonrisa de Shannon lo detuvo. Aquella sonrisa era una de las cosas más tristes que hubiera visto nunca, tan evocadora e inquietante como el dolor en sus ojos, su voz, su misma respiración.
—El amor se entrega sin que se pida —continuó la joven en voz baja—. No puedes atraparlo ni retenerlo, sólo custodiarlo, porque es lo más valioso que tendrás jamás.
Incómodo, Rafe cambió de posición y se sirvió más panecillos.
—Para ti, quizá —masculló con voz tensa, dolido de nuevo. Y una vez más sin saber por qué—. Para mí, el amor es una jaula.
—El amor, si es verdadero, nunca podría convertirse en una jaula.
Rafe reprimió una palabra soez y bebió un sorbo de café casi hirviendo.
—¿Es eso lo que quieres? —le preguntó después de un momento—. ¿Amor?
—No lo sé.
—¿Quieres decir que no tienes ningún sueño? —inquirió cortante.
—¿Sueños?
La suave risa de Shannon le mostró a Rafe lo que realmente era la desesperación y luchó contra la sensación de ponerse en la piel de aquella mujer, respirar su alíenlo, sentir su dolor como si fuera el suyo propio.
—Hubo un tiempo en el que soñé con un hogar —confesó Shannon—, un jardín, niños y, sobre todo, un hombre que me amara...
Su voz acabó en un gemido ahogado.
Rafe iba a coger un panecillo, pero su mano se detuvo a medio camino. No quería continuar con el tema y, aun así, le resultaba imposible no hacerlo.
—¿Hubo un tiempo? ¿Quieres decir que ya no sueñas con esas cosas?
—No, ya no.
—¿Por qué no? Todavía puedes conseguir todo eso, Shannon. Muchos hombres honestos estarían encantados de casarse con una viuda tan bella como tú.
—¿Casarse conmigo?
Shannon se rió, pero no había diversión en aquel sonido. Ni tampoco tristeza. Simplemente reflejaba una total resignación ante la realidad de la vida.
—Todos esos hombres honestos —refutó Shannon de forma sarcástica— quieren de mi lo mismo que tú.
—Sólo porque no me ataré a...
—... un hogar, un jardín, y el amor no tienen nada que ver con lo que esos hombres desean —le interrumpió—. Respecto a los niños, los hombres tampoco los quieren, pero estoy segura de que no les importaría engendrarlos con una bonita viuda antes de largarse y dejar que ella se encargue de criarlos.
Los pómulos de Rafe se sonrojaron intensamente en contraste con el tono bronceado de su rostro.
—Ya te lo he dicho, nunca he dejado ningún niño atrás —afirmó con rotundidad.
—¿Qué tiene eso que ver? —preguntó Shannon, enarcando sus oscuras cejas—. Estamos hablando de hombres buenos y honestos que estarían encantados de casarse con una bonita viuda como yo. Ya sabemos que tú no eres uno de ellos, Rafe.
¡Yo no sería un buen esposo!
¿Acaso te lo discuto? se mofó ella con suavidad.
Rafe abrió la boca y luego la cerró con fuerza.
—No —respondió.
—Entonces, ¿por qué me gritas?
—No grito.
—Es un gran alivio para mí. No soporto que me griten.
Rafe lanzó a Shannon una mordaz mirada gris, pero ella parecía estar demasiado ocupada comiendo beicon como para notarlo.
—Y bien —añadió la joven después de masticar con cuidado—, ¿por dónde íbamos? Ah, sí. No discutiremos a gritos sobre el hecho de que ninguno de los dos tiene prisa por casarse.
—No hay problema con que yo esté solo —argumentó Rafe con severidad—. Pero es diferente en tu caso.
—¿Por qué?
—¡Porque no puedes cuidar de ti misma y lo sabes condenadamente bien!
—Oh, vaya. Otro tema sobre el que no gritar. Pásame la mermelada, por favor. ¿No hace un tiempo maravilloso?
Rafe soltó una maldición entre dientes.
Shannon actuó como si no lo hubiera oído. Alargó el brazo, cogió el tarro de conservas y empezó a untar mermelada en un panecillo.
—¿Prefieres el aguanieve o la nieve? —le preguntó.
—Shannon...
—Lo sé —le cortó—. Es una elección tan difícil... ¿Y qué hay del granizo? ¿Crees que seremos capaces de no discutir a gritos sobre ello?
—lo dudo —repuso él—. Aunque yo no discutiría a gritos por otra taza de café.
Ocultando una sonrisa, Shannon se giró sobre la silla y cogió la cafetera que estaba sobre la estufa, detrás de ella, sin levantarse. Se volvió de nuevo con gracilidad y sorprendió a Rafe mirándole los pechos con ávido deseo, aunque un instante después, la expresión había desaparecido.
En silencio, Rafe le tendió la taza de café. Y también en silencio, Shannon le sirvió y volvió a dejar la cafetera sobre la estufa.
— ¿Qué te parece la mitad del oro que encuentres en las concesiones de John el Silencioso?—le pregunto directamente—.
¿Discutirías a gritos sobre eso?
La humeante taza café detuvo a un milímetro de los labios de Rafe.
—¿Qué?
—John el Silencioso tenía, tiene, varias concesiones en Avalanche Creek.
Rafe frunció el ceño, dándole a entender que no entendía lo que le quería decir.
—Trabajaba en esas concesiones para pagar la comida que no podía cazar —le explicó Shannon.
—Continúa —la instó secamente.
—Lo intento, trotamundos, lo intento.
—Mi nombre es Rafael —replicó al instante, dolido por aquel apodo.
—¿Por qué te disgusta que te llame trotamundos? Es lo que eres, ¿no es cierto? —adujo Shannon razonablemente—. Tú no sabes si en realidad soy viuda y siempre me llamas así.
Rafe tuvo intención de discutírselo, pero supo que era inútil antes de llegar a pronunciar una sola palabra. Tratando de calmarse, dejó escapar una larga exhalación y se concentró en el café y el beicon.
Shannon estuvo tentada de forzar a Rafe a aceptar que no había razón para que se enfureciera. Luego, reticente, decidió que era mejor callarse mientras llevara ventaja.
Le resultó difícil, sin embargo, ya que la tentación de provocar a Rafe era casi irresistible. Finalmente, frunció el ceño y se concentró en su café.
—Mi hermana pequeña, Willow, solía hacer lo mismo —dijo Rafe al cabo de unos segundos—. Mis hermanos y yo llegamos a la conclusión de que las madres debían de enseñarles ese arte a sus hijas, además de mostrarles cómo hacer buenos panecillos.
—¿A qué te refieres?
—A dejar indefensos a los hombres con vuestros argumentos.
Rafe descubrió la sonrisa de Shannon antes de que ella pudiera ocultarla.
Pero nosotros nos vengamos— continuó él, arrastrando las
—¿Como?
Rafe se limitó a sonreír a modo de respuesta.
—Háblame de esas concesiones de oro.
—No hay mucho que decir.
—Empieza explicándome dónde están —le sugirió con sequedad.
—Más allá de Avalanche Creek.
—¿En qué bifurcación?
—La oriental. Arriba, muy arriba. En un saliente rocoso y resquebrajado.
Rafe gruñó.
—Es una de las zonas más escarpadas que conozco.
—Lo sé —asintió ella—. Cada vez que subo hasta allí me mareo y tengo la impresión de que caeré al precipicio.
—¡Tú no tienes nada que hacer en un lugar tan peligroso!
—Un oso atrapó a una de las mulas allí en el segundo verano que pasé en Echo Basin —comentó Shannon ignorando la imprecación de Rafe—. Después de eso, John trajo de vuelta a casa a Razorback y volvió andando a las concesiones.
—¿Fuiste con él?
—Algunas veces. Otras me quedaba en la cabaña. Nunca sabía qué me mandaría que hiciera hasta el último momento. Así era como él lo quería. Decía que un cazador no podía atrapar a una presa que no tuviera una pauta de movimientos.
—Un hombre precavido.
Shannon se encogió de hombros.
—Era su forma de ser.
—¿Tenía algún otro trabajo, aparte de buscar oro? —inquirió Rafe, intrigado por saber si Shannon conocía la otra vida de su marido como caza recompensas.
—No.
—Teniendo en cuenta todo el tiempo que pasaba fuera, su búsqueda de oro no era muy fructífera, ¿no crees?
—Nunca pasamos hambre.
—¿No trabajaba para otras personas si no conseguía encontrar oro? —insistió Rafe.
¿John? Imposible. Odiaba a la gente .De todos modos ¿quién lo contrataría? Era hábil con las armas, pero estaba lejos de ser un hombre fuerte. Y tenía muchos años. Era más probable que fuera él quien contratara a alguien para que se encargara de alguna tarea.
—Hay algunos trabajos que no requieren mucha fuerza —adujo
Rafe con sequedad.
Shannon frunció el ceño.
—John no habría soportado trabajar en una taberna o en una tienda de comestibles. No se le daba bien tratar a la gente.
Rafe observó los claros e inocentes ojos de la joven y se convenció de que no tenía la más mínima idea de que era la viuda de uno de los caza recompensas más temidos de todo Colorado.
—Has mencionado que tu esposo tenía varias concesiones — comentó cambiando de tema—. ¿Cuál era la mejor?
—Rifle Sight. La más alta —respondió Shannon—. Está más arriba del saliente del que te he hablado, en un pequeño barranco. —¿Minería en roca dura? Shannon asintió. —Maldición —exclamó Rafe—. ¿Túneles?
—Sólo uno.
—Uno es demasiado para mí. —Hizo una mueca—. Después de sacar a Reno de una mina el año pasado, no tengo mucho aprecio por los túneles y las cuevas.
—Podemos probar con Chute primero. —¿Otra concesión?
—Sí, pero está en plena zona de avalanchas. Rafe miró por la ventana. Las abundantes nieves del último invierno aún resplandecían en las cumbres.
—Entonces tampoco es una opción. Todavía hay demasiadas posibilidades de que se produzca un desprendimiento.
—John solía trabajar allí en verano —asintió Shannon—, cuando la mayor parte de la nieve ya se había derretido. —¿Qué hay de las otras concesiones? —Sólo hay una más que yo conozca. —Descríbemela. —Es una fría y húmeda grieta en una roca escarpada donde se acumula la lluvia
—John el Silencioso no era un hombre al que le gustasen las comodidades, ¿verdad?
—Nunca dijo nada.
Rafe gruñó y miró más allá de su taza de café, considerando las posibilidades que se presentaban frente a él.
—No me gusta la idea de buscar oro en ninguna de esas malditas concesiones —concluyó finalmente—. Claro que, si me gustara excavar en busca de oro, habría venido al Oeste hace años con Reno en lugar de continuar mi viaje hacia China. ¿Hay algo para alimentar a los caballos en Rifle Sight?
—Un prado a medio kilómetro de la mina.
Rafe gruñó.
—¿Osos pardos?
—Allí es donde murió la otra mula.
—No creo que Sugarfoot tenga ningún problema al respecto.
—¿Sugarfoot?
—Mi caballo —contestó Rafe con aire ausente—. Lo castraron demasiado tarde, así que aún piensa que puede enfrentarse a cualquier cosa.
Shannon aguardó mientras Rafe sostenía la taza y miraba en la distancia hacia un punto que sólo él podía ver. Su mirada recorrió el arco de sus claras cejas, la forma rasgada de sus ojos grises, y los limpios y ásperos trazos de sus pómulos y su mandíbula. Había un leve brillo de café en su boca.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó él suavemente.
—En que me gustaría lamer el café de tus labios.
El hecho de escuchar sus propias palabras, hizo ruborizarse a Shannon.
Rafe dejó escapar el aire con un lento sonido que podría haber sido una maldición.
—No sabes hasta qué punto te ponen en peligro esas palabras.
—Lo... siento. No me había dado cuenta de cómo podía sonar hasta que lo he dicho.
—Dame la mano —le pidió Rafe con suavidad.
Vacilante, Shannon obedeció y él le puso la palma hacia arriba.
—Menta —dijo con voz ronca después de inhalar profundamente—. Dios, moriré recordando tu dulce aroma.
—Rafe — susurró entrecortadamente.
—Me gustaría besarte. — Acercó la mano hacia sí, acariciando suavemente su sensible piel—.Pero si siento tu boca abierta bajo la mía ahora mismo...
Lenta, meticulosamente, Rafe deslizó el dedo índice por las líneas de la palma de Shannon.
—Si siento tu boca —continuó con voz cada vez más profunda y grave—, empezaría a quitarte esas ropas de hombre que llevas.
Se llevó la mano a los labios y la mordió con ternura, haciéndola gemir con pasión y sorpresa.
—Y si me permitieras dejarte desnuda —añadió—, te tomaría aquí mismo, sentada a horcajadas sobre mis muslos, y te observaría cabalgar sobre mí hasta llegar al éxtasis.
Rafe alzó la vista, clavando sus resplandecientes ojos grises en Shannon.
—¿Te gustaría eso, mi dulce ángel?
—Yo... yo...
—¿No lo sabes?
—No puedo pensar cuando me tocas —admitió, temblorosa—. Y cuando no me tocas, en lo único que puedo pensar es en la próxima vez que lo harás.
Rafe se estremeció, agarró la mano de Shannon con fuerza y deslizó la lengua entre dos de sus dedos en un ardiente y tierno ritmo.
—Tu sinceridad me hace arder —reconoció Rafe contra su piel—. Cuando ardas del mismo modo, acude a mí. Esperaré todo lo que pueda.
—¿Luego te irás? —susurró ella con tristeza.
—No, mi dulce ángel. Entonces, te haré mía.
Nueve
—Sigo pensando que deberíamos dividir todo el oro que encontremos en partes iguales —insistió Shannon por encima del hombro.
Razorback, con la joven como jinete, avanzaba lenta y pesadamente por el abrupto camino que llevaba al comienzo de la bifurcación oriental de Avalanche Creek. Detrás de Shannon Rafe iba cómodamente sentado a horcajadas en su gran caballo gris, siguiéndola hacia las apartadas concesiones de John el Silencioso.
—¿Rafael?
Ignorándola, él miró por encima del hombro. El caballo de carga los seguía cada vez más lentamente a medida que la altitud aumentaba. Y había aumentado mucho. La bifurcación oriental de Avalanche Creek ascendía por el lateral de la montaña zigzagueando de un barranco a una cascada y de nuevo a un barranco.
—¿Has decidido no hablarme durante el resto del camino? preguntó Shannon mordazmente.
—Cobraré un sueldo, como cualquier otro trabajador no cualificado —masculló Rafe.
—Alguien debería embridarte, herrarte y usarte como mula murmuró la joven, creyendo que no la oiría.
—Si deseas cabalgar sobre mí, sólo tienes que pedírmelo —le respondió él con voz profunda.
—¡Oh! Es frustrante no poder decir nada sin que me oigas replicó ella, avergonzada.
Rafe vio el rubor en las pálidas mejillas de Shannon y se rió en voz alta.
— Es tan fácil provocarte—comentó— .Te juro que podría emborracharme de ti —Es la altitud. —No. Eres tú.
Shannon negó con la cabeza vigorosamente, pero sus ojos centelleaban. Las tiernas y sensuales provocaciones de Rafe eran una constante sorpresa para ella.
—Nunca sé cuándo tomarte en serio —se quejó suspirando—. Eres el primer hombre que he conocido que no está empeñado en conseguir oro ni en luchar. Y tampoco estás obsesionado con...— La joven se dio cuenta demasiado tarde de lo que estaba diciendo.
—¿Meterte en mi cama? —preguntó Rafe con sequedad. Ella asintió.
—Oh, sí estoy obsesionado con eso —le aseguró.
—Tienes una extraña forma de demostrarlo —replicó Shannon.
La sonrisa de Rafe iluminó su bronceado rostro.
—¿Llevas la cuenta?
—¿De los días que no te he tocado? — él asintió
—De los días que hace que no te he tocado.
—¿Y por qué debería hacer algo así? —repuso con frialdad.
La risa de Rafe fue tan oscuramente masculina como su sonrisa.
—¿Ya ardes, mi dulce ángel?
—No sé de qué me estás hablando.
—Soy consciente de ello. Por eso no te he tocado.
Shannon se mordió el labio.
—¿Cómo voy a volverme menos ingenua si no me tocas?
—Buena pregunta. Cuando pienses en la respuesta, házmelo saber. Yo haré lo mismo por ti.
La joven emitió un gemido exasperado y se volvió de nuevo hacia el camino, ignorando la tierna sonrisa de Rafe.
Prettyface los esperaba más arriba, donde el camino se bifurca ba. Una estrecha senda llevaba hasta Chute, la concesión que toda vía estaba enterrada bajo las avalanchas invernales. El otro sendero conducía hacia Rifle Sight, pasando por un lugar al que John el Silencioso llamaba «el prado de los osos pardos».
—A la derecha, Prettyface —ordenó Shannon agitando el brazo.
El perro obedeció Sin demora y la joven rio pudo evitar mirar hacia atrás para comprobar si Rafael estaba impresionado por el comportamiento de la mascota. Pero él estaba ocupado observando atentamente un hueco entre varios árboles alejados del camino. La intensidad de su entornada mirada era casi tangible.
—¿Rafael?
El levantó bruscamente la mano exigiendo silencio.
Shannon esperó inquieta, escudriñando el camino que habían dejado atrás en busca de algo fuera de lo normal. Sólo vio árboles fue se inclinaban levemente bajo la brisa y nubes que proyectaban sombras sobre la ladera verde y gris de la montaña.
Al cabo de unos minutos, Rafe se volvió en la silla y miró a Shannon para tranquilizarla.
—No era nada importante. Sólo un pájaro sobresaltado por un ciervo, supongo. Los indios y los forajidos no tienen motivos para subir tan alto.
—¿Podría tratarse también de un oso pardo?
—Es posible. Estamos siguiendo un camino que ellos también utilizan y no abren ninguna senda nueva a menos que sea temporada de bayas. En ese caso, serían capaces de atravesar el mismo infierno para llegar a ellas.
Shannon estudió con la mirada la ladera de la montaña en la que se encontraban. Píceas, abetos y álamos crecían densamente, bloqueando gran parte de la visión. Más adelante, el bosque se hacía menos espeso indicando que se aproximaban al prado de los osos pardos que, rodeado de arbustos y sauces, era el último lugar antes de la cima en el que los ciervos podían pastar. Después de la pradera, las plantas escaseaban cada vez más dejando paso a cumbres rocosas que se erigían altivas hacia el cielo.
—¿Has visto algún rastro de osos? —preguntó Shannon, inquieta.
—Mira ese árbol a tu derecha.
La joven siguió sus instrucciones, pero lo único que vio fue que la gruesa corteza había sido raspada a gran altura, revelando la madera más clara que había debajo.
—¿Te refieres a esa señal?
Rafe asintió.
—Está como mínimo a dos metros y medio del suelo —objetó.
—Más bien a tres.
—¿Qué tiene eso que ver con los osos?
—John el Silencioso no te enseñó mucho, ¿verdad?
—No. He ido aprendiendo de libros que él me traí... me trae de vez en cuando, para no molestarle con mis preguntas.
—Cuando un oso macho marca su territorio —le explicó Rafe—, se apoya sobre las patas traseras y araña lo más alto que puede un árbol.
—¿Por qué?
—Un viejo trampero me dijo que era para advertir a otros osos. Si un macho errante no puede superar las marcas de las garras que encuentra, se marcha a un nuevo territorio.
Shannon miró los profundos arañazos en el árbol e intentó no pensar en la amenaza que podía representar un oso capaz de dejar su señal a una altura tan considerable.
—Por el aspecto de esas marcas —añadió Rafe—, diría que hay un oso de gran tamaño que ronda por aquí en verano reclamando sus derechos.
Instintivamente, los dedos de Shannon volaron a la funda que colgaba de su silla. La fría culata de la escopeta la tranquilizó. El arma estaba cargada y sólo había que amartillarla para que estuviera lista para disparar.
—No te preocupes —la tranquilizó Rafe sin mirarla—. Es pronto para encontrar osos a esta altitud.
—Después de que mataran a la mula, John me dijo que los osos eran extremadamente peligrosos; y que si veía a una hembra con cachorros, tenía que alejarme en dirección contraria a toda velocidad.
La joven apartó la vista del bosque y miró a Rafe de un modo extraño.
—Creo que ésa fue la única vez que John me dirigió varias frases seguidas —continuó—. Fue su modo de decirme lo importante que era lo que me estaba explicando.
La idea de que Shannon hubiera estado tan sola durante los últimos siete años enfureció a Rafe. Le hizo sentir como si estuviera planeando robar caramelos a un bebé en lugar de planear compartir un placer mutuo con una mujer que ya había estado casada.
No te preocupes — repitió con voz tensa—. Esas marcas no son recientes. De todos modos, la mayor parte del tiempo los osos no quieren tener nada que ver con los hombres, excepto para robar les la comida que dejen a su alcance.
Tal y como John el Silencioso había dicho, los osos eran criaturas peligrosas y, a pesar de la calma impresa en sus palabras, Rafe siguió comprobando constantemente el camino que iban dejando tras igual que los árboles que flanqueaban el sendero que llevaba a la concesión.
Aun así, no vio nada que no fuera la indomable belleza de la propia naturaleza. Aquél era un lugar de altas y recortadas cimas de piedra, grandes valles verdes y álamos temblones que susurraban entre ellos mientras tormentas eléctricas acechaban el horizonte con luminosos rayos.
—¿Puedes hacer que la mula vaya más rápido? —inquirió Rafe después de un largo silencio.
—Lo intentaré.
—Caerá aguanieve en breve.
—Granizo, probablemente —asintió Shannon—. Esas nubes que el viento arrastra hacia nosotros no tienen buen aspecto.
Cuando la joven instó a Razorback a que aumentara la velocidad, la mula no protestó demasiado. También ella había percibido el cortante frío del hielo en el viento.
Una vez llegaron a la pradera, Rafe y Shannon se apresuraron a montar el campamento. Mientras ella se ocupaba de su vieja mula y de la montura de Rafe, él llevó a Crowbait, el caballo de carga, al límite sur del prado. Allí, entre los árboles, todavía quedaban restos de un viejo fuego que John el Silencioso había utilizado para calentarse.
Pero no recientemente.
—¿Cómo has sabido que éste era el mejor lugar para acampar? —inquirió Shannon, acercándose a Rafe por detrás.
—He estado aquí antes.
—¿Hace mucho?
—Cuando buscaba señales que indicaran que John el Silencioso estaba aún por la zona.
—¿Y? —preguntó temiendo que Rafe hubiera descubierto alguna prueba de la muerte de su tío.
—No encontré ningún rastro nuevo, por lo que he visto , nadie excepto yo ha estado aquí desde hace mucho tiempo
—¿También fuiste a la concesión de Chute?
—Sí, aunque no sabía que la llamaras así.
Shannon abrió los ojos de par en par.
—¿Había algún rastro de John el Silencioso?
—Nada reciente; un pico roto, una lata llena de parafina y varios trapos que alguien utilizaba a modo de mecha. El viento había esparcido el carbón. Había rastros de un desprendimiento de rocas tan antiguo que habían crecido flores silvestres entre las grietas.
Shannon tragó saliva y se esforzó al máximo por no pensar en su tío enterrado bajo las enormes piedras.
—¿Y qué hay de la última concesión?
—¿Te refieres a la que está un poco hacia el norte?
Ella asintió.
—Cualquiera que trabajara allí debió quedar enterrado en invierno por las nieves. Hay unos cuantos lugares más en los que alguien ha estado cavando, pero están por encima de la bifurcación norte y no hay señales recientes de...
—¿Por qué no me lo dijiste? —le interrumpió Shannon.
—¿Que estaba buscando a John el Silencioso?
Shannon volvió a asentir.
—En aquel entonces, no me hablabas —respondió Rafe con tono seco.
—Pero, ¿por qué lo buscabas?
—Porque no apruebo el adulterio.
Aquellas rotundas palabras no eran lo que Shannon había espera do oír, ya que John y ella nunca habían estado casados. Sólo habían fingido ser un matrimonio para que la joven estuviera más segura.
Rafe se dio la vuelta y a ella le pareció una figura imponente con sus anchos hombros y el pesado abrigo de lana con el cuello levantado para protegerse del viento. Sin embargo, fue el indómito fuego que ardía en sus ojos lo que atrapó su mirada.
—En más de una ocasión durante esos días —prosiguió él—, intenté alejarme cabalgando y seguir mi camino. Pero te deseaba demasiado como para quedarme cruzado de brazos y con las manos quietas.
—Oh eso lo has hecho muy bien, te lo aseguro —replicó la joven con ironía—. Estoy orgullosa de ti.
—Eres orgullosa y punto. —Rafe le dedicó una lenta y torcida sonrisa—. Eso me gusta, Shannon. Es el contrapunto perfecto a tu suavidad.
—Incapaz de seguir enfrentándose al evidente deseo que refulgía en la mirada masculina, la joven le dio la espalda y buscó algo que hacer, temerosa de no poder reprimirse y rogarle que la besara.
Hasta que el campamento no estuvo montado y tomaron una cena fría, Shannon no volvió a dirigirle la palabra. De hecho, no había tenido intención de hablarle, pero los rayos empezaron a caer a su alrededor, los truenos retumbaban con gran estruendo y una tormenta de granizo empezó a caer con fuerza sobre ellos.
Rápidamente, Rafe atrajo a Shannon bajo la lona con la que se había cubierto al intuir lo fuerte que sería la tormenta. Con unos cuantos movimientos hábiles y poderosos, sentó a la joven entre sus piernas e hizo que apoyara la espalda en su pecho.
—Si no quieres que el granizo te machaque los pies, será mejor que dobles las rodillas —le advirtió cortante.
La joven ya estaba doblando las rodillas incluso antes de que él hablara. Bajo la lona, parecían estar en un protegido anochecer dorado, excepto en los momentos en que el viento tiraba de la tela haciendo que se escapara de los dedos de Rafe o cuando los rayos brillaban tanto que volvían el mundo blanco durante unos breves instantes.
—Sujeta la lona por aquí —le indicó él de pronto.
Shannon estiró la mano derecha y cogió la esquina de la fría y rígida lona que él le ofrecía.
—Y por aquí —añadió Rafe.
Ella se apresuró a cerrar los dedos de su mano izquierda alrededor del segundo trozo de lona.
—¿La tienes? —le preguntó.
—Sí.
—Bien. Hagas lo que hagas, no la sueltes, o tendremos que permanecer mojados hasta que cese la tormenta.
Shannon asintió.
El movimiento le torció el sombrero y, cuando, instintivamente, alzó la mano para agarrarlo, una ráfaga de aire gelidó se coló por debajo de la lona hasta que la sujetó de nuevo —Lo siento —murmuró—. Mi sombrero...
—Échate más hacia atrás.
Shannon siguió sus indicaciones y de pronto sintió que los poderosos muslos de Rafe se cerraban alrededor de ella.
—Más —insistió él.
—¿Así? —preguntó mientras retrocedía un par de centímetros.
—No, un poco más. Aún no puedo alcanzar tu sombrero sin dejar que el agua se filtre.
Shannon clavó los talones en la fría tierra y se deslizó contra Rafe hasta que sintió que el calor de sus musculosos muslos la envolvía.
—¿Suficiente? —inquirió.
Rafe tomó una lenta y secreta inspiración. El contacto de las caderas de la joven le había provocado una dolorosa erección que le resultaba difícil controlar.
—Más cerca —dijo en voz baja. —No puedo. No hay espacio.
—Hay mucho más espacio. Te sorprendería lo cerca que pueden llegar a estar dos personas si ponen empeño en ello.
Shannon murmuró algo entre dientes y clavó los talones una vez más, meciéndose hacia atrás centímetro a centímetro hasta que sintió la vibrante tensión del cuerpo de Rafe y escuchó que dejaba escapar un grave jadeo que podía haber sido un gruñido. —¿Rafael?
Él logró emitir un sonido interrogante. —¿Estás bien? —se preocupó Shannon.
—Me entra frío por debajo —contestó, mintiendo entre dientes—. ¿Y tú?
—Estoy mucho más cómoda que antes. Y más caliente. Eres mejor que una estufa.
Al escuchar aquello, él no pudo evitar soltar una carcajada.
—Pero aún tengo el sombrero torcido —añadió Shannon, sin saber cuál era la fuente de la diversión de Rafe—. Me está haciendo cosquillas en la nariz.
Quédate quieta, Me moveré hasta que pueda tener libre una mano sin que nos congelemos.
Antes de poder responder, Shannon sintió cómo el gran cuerpo de Rafe se movía contra ella. La sensual prisión de su pecho y de sus muslos se estrechó en torno a su cuerpo, enviando ráfagas de calor a través de su piel y quemando el mismo centro de su ser.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con voz tensa. —Intento sentarme sobre la maldita lona para poder liberar una mano y ponerte bien el sombrero. ¿Por qué?
—Por nada.
La nariz de Shannon se movió nerviosamente cuando varios mechones de pelo se soltaron y cayeron sobre su rostro. El granizo golpeaba sobre la lona acumulándose fríamente en los pliegues y el trueno perseguía al rayo a través de la tormenta, mientras los movimientos de Rafe provocaban en la joven inquietantes sensaciones que se arremolinaban en su vientre.
—Bien. Así debería bastar —anunció Rafe.
Shannon dejó escapar un suspiro de alivio e intentó relajarse. No reconocía a su propio cuerpo cuando Rafe estaba tan cerca de ella, compartiendo incluso el aire que respiraba.
—Recuéstate sobre mí —le indicó él.
—¿Por qué?
—¿Quieres que te ponga bien el sombrero o no?
Reticente, la joven se echó hacia atrás hasta que se topó con las duras espirales del látigo que Rafe llevaba al hombro. Entonces, sintió que él le aflojaba el sombrero y volvía a colocárselo con firmeza sobre la cabeza.
—¿Qué tal? —Preguntó.
—Mejor. Pero ahora se me ha soltado el pelo y apenas puedo ver.
Rafe rió al tiempo que pasaba el brazo alrededor de Shannon y colocaba los largos mechones a un lado.
—¿Ya está?
—Sí, gracias.
—¿Hay algo más que te moleste?
—No.
—Bien. Quiero que seas capaz de concentrarte en lo que estás sintiendo.
—Ahora mismo estoy sintiendo..., ¿Rafael!
—Agarra bien esa lona, mi dulce ángel. Hace mucho frío fuera,
Shannon apenas escuchó las palabras de Rafe. La fuerte mano masculina se había deslizado por dentro de su chaqueta y abarcaba con firmeza su pecho derecho. Lenta, tiernamente, la acarició hasta que el pezón se endureció. Y sin darle tregua, cogió la rígida punta entre los dedos y la presionó con suavidad.
A Shannon se le escapó un jadeo al sentir que un descontrola do fuego se apoderaba de ella. Las llamas se avivaron aún más cuando Rafe amasó su suave carne y tiró del pezón hasta que se irguió orgullosamente contra su desgastada camisa.
—Hay veces que los guantes de cuero son una verdadera molestia —susurró Rafe en su oído—. Ayúdame. Muerde la piel y tira de ella.
—Pero...
—Sólo estoy respondiendo a tu pregunta sobre cómo puedes adquirir experiencia sin ser tocada. No puedes. Así que si no te gusta el modo en que te toco, dime qué es lo que no te agrada y lo cambiaré.
La joven se mordió el labio para no gritar mientras los dedos de Rafe la provocaban y la deleitaban al mismo tiempo.
—¿Quieres que pare? —La áspera pregunta fue casi una caricia pronunciada contra su cuello. —Sí. No. ¡No lo sé!
Tomó una rápida y violenta bocanada de aire, y el movimiento hizo que su pezón recibiera aun más caricias. Una punzada de placer la atravesó por completo.
—Sí —consiguió susurrar—. Tócame. Enséñame. Rafe trató de acallar la respuesta elemental de su cuerpo a las roncas palabras de Shannon. Era imposible.
Dios, si no fuera por la tormenta de granito, no podría dejarlo en unas cuantas caricias.
—Ayúdame con este guante —le dijo con voz grave—. Así será mejor para los dos.
La mano de Rafe se alejó del pecho de Shannon, se deslizó por su cuello y se acercó a sus labios. A ciegas, la joven encontró la punta de uno de sus dedos, mordió el cuero y tiró. Hizo lo mismo con cada uno de los dedos hasta que fue capaz de librarle del guante.
Al instante, la poderosa mano regresó a su pecho. Bajo la cha queta abierta, las puntas de los dedos rodearon el duro pezón sin tocarlo.
—¿Te gusta más ahora? —le preguntó él roncamente—. A mí sí. Me haces pensar en cálido satén, en tu cuerpo unido al mío.
Shannon reprimió un grito y arqueó la espalda para intentar acercar aún más la mano de Rafe a su ávido pezón.
Con una sonrisa que la joven no pudo ver, él inclinó la cabeza y empujó su sombrero hacia arriba hasta que pudo posar los dientes en su frágil nuca.
La primitiva caricia arrancó un grave gemido de la garganta de Shannon, que bajó la cabeza para darle mayor libertad y fue recompensada con un ardiente y tierno mordisco mientras su pezón era sometido a una deliciosa tortura.
Una ardiente lanza de placer atravesó las entrañas de Shannon. No era consciente de que su camisa iba cediendo paso botón a botón, dejando así espacio a la gran mano de Rafe. Sólo sabía que su piel estaba en llamas y que los dedos eran duros, fríos e inclementes en sus ávidas caricias.
Rafe sintió el estremecimiento que recorrió a Shannon por entero y deseó ardientemente que estuvieran desnudos en una cálida cama en lugar de totalmente vestidos bajo una tormenta de granizo que golpeaba la lona sin cesar.
Con un estrangulado gruñido, deslizó la mano hacia el seno izquierdo de la joven y descubrió que ya estaba firme y clamando por su contacto.
—Dios, tus pechos son extremadamente sensibles —murmuró—. Una caricia, y se endurecen.
—Yo no... normalmente no... quiero decir... a menos que haga frío... humedad... oh, no... no puedo pensar.
Rafe sonrió al ser consciente de que el agudo ingenio de Shannon había desaparecido y que su cuerpo estaba totalmente centrado en el placer. Merecía la pena sufrir la dolorosa erección que amenazaba con acabar con su control a cambio de oír la entrecortada respiración de la joven, de sentirla moverse sensualmente contra su mano.
—Pasión —musitó Rafe con voz ronca.
—¿Qué? —Fue un suspiro más que una pregunta.
—Pasión —repitió. Su mano se deslizaba una y otra vez por el valle de satén que formaban sus senos hasta llegar a las cimas de terciopelo—. Es la pasión lo que tensa tus pezones.
—Son... tus dedos. —Gimió con suavidad y se retorció en sus brazos, pidiéndole en silencio que continuara con aquellas exquisitas caricias.
Un torrente de calor atravesó a Rafe, tensando aún más su grueso miembro. Sin poder contenerse, le rozó la nuca con los dientes con menos suavidad de la que había pretendido. Ella no se quejó. En lugar de eso, volvió a moverse frenéticamente contra él.
—¿Te gusta así? —murmuró Rafe.
La respuesta de Shannon fue un ronco sonido inarticulado, pero el lento balanceo de sus caderas le indicó a Rafe todo lo que necesitaba saber. La volvió a morder con salvaje contención mientras su mano descendía por su cuerpo y se hundía entre sus muslos.
La joven se quedó sin respiración, se puso rígida y emitió un rápido y entrecortado jadeo.
—Relájate —musitó Rafe.
El consejo era tanto para sí mismo como para Shannon. Podía sentir el húmedo calor que emanaba del cuerpo femenino a través de los viejos pantalones que ella llevaba, y su excitación aumentó amenazando con quebrar su control.
Una ráfaga de granizo golpeó con fuerza sobre la lona. Sin embargo, ninguno de los dos se percató de ello. En lo único que podían pensar era en el fuego que los consumía.
—No te haré daño —la tranquilizó con voz grave—. Sólo quiero sentirte más cerca. Abre las piernas para mí, Shannon. No temas nada.
Con un estremecimiento, la joven se dejó caer totalmente sobre Rafe y le dio total acceso a su cuerpo. Unos largos dedos se deslizaron sobre ella, apretaron provocadoramente y abarcaron la tierna carne de su feminidad. Despacio, su mano se meció hacia delante y hacia atrás abriéndole aún más las piernas, y de pronto presionó con urgencia hasta que ella tembló violentamente
Al instante, Rafe se quedo quieto, limitándose a sostenerla.
No era suficiente, Shannon gimió y movió instintivamente las caderas, deseando más del placer que había saboreado.
con una oscura sonrisa, él le desabrochó los pantalones pensando en la suavidad que encontraría debajo.
—Rafe... tu mano...
—Si. Mi mano. Tu suavidad. Dios, eres tan suave, tan ardiente. Haces que desee... —Dejó de hablar bruscamente y reprimió una maldición. Si no mantenía a raya su autocontrol, acabaría por deslizar su suave y pequeño trasero sobre su regazo para tomarla allí mismo.
Aún no. Todavía es demasiado ingenua. Tiene que saber qué me está pidiendo cuando me observa, cuando sonríe y cruza la habitación para estar junto a mi.
Sólo entonces la haré mía.
Shannon soltó un entrecortado jadeo al sentir que la palma de Rafe se acomodaba profundamente entre sus piernas, acariciándola mientras el placer se arremolinaba más y más hasta que estalló y derramó su cálida humedad sobre los firmes dedos masculinos.
—No pretendía... Lo siento... Yo no... he podido... evitarlo —se disculpó la joven nerviosamente al cabo de unos segundos.
—¿Evitar qué? —Movió la mano y un fuego líquido volvió a extenderse por sus dedos.
—Eso —consiguió responder ella entrecortadamente.
Rafe sonrió a pesar del deseo que lo atravesaba, y sus dedos se abrieron paso entre los sedosos pliegues que daban acceso al cuerpo de Shannon para explorar la suave y rosada carne que le esperaba anhelante.
—Eso —le explicó con voz ronca— es sólo la prueba de tu placer.
Temblorosa, Shannon miró hacia abajo y vio la mano de Rafe moviéndose en el interior de sus pantalones abiertos, entre sus mus los, tocándola como nunca la había tocado nadie.
—No debería... dejarte.
—No tengas miedo, mi dulce ángel. Sólo pretendo descubrir si quieres seguir adelante.
Rozó con suavidad el punto secreto que conformaba el centro
de su placer, haciendo que Shannon se pusiera rígida y gritara sorprendida.
—¿Te hago daño? —preguntó Rafe,
—No —negó con voz quebrada—. Es... extraño.
—¿Extraño... y agradable?
Al tiempo que preguntaba, Rafe acarició la tierna carne que suplicaba su contacto y una ardiente humedad cubrió de nuevo sus dedos.
—Tu cuerpo dice que te gusta —añadió, mordiéndole el cuello—. Que te gusta mucho.
La única respuesta de Shannon fue un gemido y una sacudida de las caderas con cada hábil movimiento de su mano. La presión de los dedos masculinos se intensifica con cada segundo que pasaba, empujándola hacia algo que nunca había conocido.
—¡Rafael! No puedo... ¡Para! ¡Para! ¡Tengo miedo!
—Shh... Tranquila. Todo está bien. Recuéstate sobre mí y deja que te dé placer.
Shannon no pudo articular una respuesta coherente. Perdida en un mundo en el que sólo existían los dedos de Rafe y la presión de sus dientes en la nuca, era incapaz de controlar el balanceo de sus caderas, la ávida búsqueda de algo que no podía describir, sólo sentir.
Sin piedad, Rafe torturó el nudo de satén en el que confluían todas las sensaciones de la joven. Escuchó cómo sus gemidos se volvían más rápidos, sintió la tensión que atenazaba más y más su cuerpo hasta que la joven se convulsionó con un placer que estaba más allá de cualquier cosa que hubiera imaginado jamás. Presa del éxtasis, Shannon pronunció su nombre una y otra vez entre jadeos.
Rafe tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para dejar de acariciarla. Deseaba hundirse profundamente en ella, sentir su húmeda suavidad acogiéndolo y perderse en su cuerpo hasta que se calmara aquella avidez, aquel anhelo que lo estaba destrozando.
Shannon soltó un suspiro roto y se movió titubeante contra su mano. El aire bajo la lona era húmedo, misterioso, más excitante que cualquier otra cosa que Rafe hubiera conocido.
—Eres todo lo que soñé cuando te conocí —dijo él bruscamente—. Miel y fuego.
La estrechó con fuerza contra sí y, lentamente, como si se estuviera desgarrando por dentro, se obligó a apartar los dedos de la dulce tentación que suponía Shannon.
No fue en absoluto tan lento a la hora de salir de la intimidad de la lona. Con unos cuantos movimientos rápidos y feroces, sujetó la tela impermeable alrededor de la joven, protegiéndola de la lluvia y el granizo.
—Quédate aquí hasta que termine la tormenta —le indicó.
—¿Y tú? —preguntó Shannon con voz apagada.
—Estoy lo bastante caliente como para hacer arder el hielo.
El granizo golpeó el cuerpo de Rafe mientras se dirigía a comprobar cómo estaban los caballos. Deseó con todas sus fuerzas que el frío apagara el fuego que quemaba su vientre.
Pero no lo hizo.
Diez
—¿Has tenido más suerte? —inquirió Shannon, alzando la vista de la hoguera.
—La misma que ayer —respondió Rafe mientras se inclinaba par rascarle las orejas a Prettyface.
Temerosa de que su miedo fuera visible, la joven giró la cabeza y contempló el prado donde pastaban los dos caballos y la mula, al tiempo que espantaban moscas perezosamente con la cola. Una luz dorada y sesgada se derramaba sobre la tierra, infundiéndole la primera oleada de verdadero calor estival.
Seis días.
Durante seis días, Rafe había subido hasta la concesión de Rifle Sight mientras ella se quedaba en el campamento. Durante seis días, él había excavado duramente la ladera de piedra de la montaña.
Durante seis días, lo único que Rafe había conseguido era que dar extenuado.
—Mañana —dijo Shannon con determinación—. Irá mejor mañana. O pasado mañana.
Rafe guardó silencio y acarició la cabeza de Prettyface hasta que los ojos del perro destellaron de placer.
Al no obtener respuesta, la joven se volvió hacia él y observó preocupada las profundas ojeras bajo sus ojos y los rastros de transpiración que se habían formado sobre el polvo de roca que cubría todo su cuerpo. Cada tarde, ella se lavaba en un barreño, se enjuagaba en el arroyo antes de que regresara, y luego calentaba más agua para el baño de Rafe. Cada noche lavaba sus ropas, y al día siguiente regresaban a ella rígidas por el sudor y el polvo.
Rafe había protestado diciendo que podía trabajar con la ropa sucia, pero Shannon se limitó a frotar con más fuerza porque era lo único que podía hacer para facilitarle el trabajo
—Deberías tomarte un día libre—le sugirió con suavidad—, Pareces cansado. Trabajas demasiado duro y apenas le tomas tiempo suficiente para comer.
—Hace que duerma bien por la noche.
Eso era cierto sólo hasta cierto punto. Se despertaba a menudo sudando, dolorido, con el cuerpo rígido por un tipo de hambre que nunca antes había conocido.
Rafe se preguntó si Shannon se sentiría igual.
Se lo preguntaba, pero no le planteó su duda. Seis días atrás le había mostrado lo que era la pasión y si ella no deseaba más, no la presionaría.
Ahora le tocaba a Shannon dar el siguiente paso. Era viuda; no una virgen tímida. Le había dado a conocer el placer y debía ser capaz de reconocer el deseo masculino.
—Siéntate sobre ese tronco —le indicó de pronto la joven, interrumpiendo sus pensamientos—. He calentado suficiente agua para que puedas bañarte.
—¿Insinúas que huelo como la vieja Razorback?
Shannon bajó la cabeza y miró a Rafe a través de sus pestañas, intentando decidir si estaba bromeando con ella. Desde la tormenta de granizo, su relación había cambiado y no entendía por qué. Ya no la provocaba casi nunca.
Y no volvió a besarla, ni a abrazarla para acariciarla hasta conseguir que el mundo desapareciera a su alrededor y gritara de placer.
—A mí siempre me parece que hueles bien —respondió con timidez—. Pero sé que el polvo de roca es incómodo.
—¿Otra cosa que John el Silencioso te dijo?
La joven negó con la cabeza.
—Lo descubrí del mismo modo que tú, excavando para tratar de encontrar oro.
La boca de Rafe se abrió, pero no salieron palabras de ella. Simplemente se quedó mirando a Shannon incapaz de creer que sus frágiles brazos hubieran empuñado alguna vez un pico.
—No te sorprendas tanto —protestó Shannon—. No soy tan inútil como crees.
—No se trataba de ser útil o no. Se trata de... —gruñó él.
No tengo tu fuerza—Le interrumpió tajante—. Pero puedo hacer cualquier tarea si me empeño, y eso es lo que importa al fin y al cabo.
Irritada aunque sabía que él no había pretendido molestarla, le dio la espalda y se quedó mirando el fuego. Últimamente siempre estaba siempre con los nervios a flor de piel... y no sabía por qué.
—¿Encontraste algo de oro mientras manejabas ese pico? —le preguntó Rafe.
—No, pero trabajaba en un desprendimiento de tierra que cubría la mayor parte del yacimiento de Chute. Rifle Sight es más rico.
—Según John el Silencioso.
—Yo misma he visto rocas procedentes de este yacimiento en las que había tanto oro que se deshacía entre los dedos —replicó Shannon—. John decía que cualquier joyero pagaría lo que fuera por un oro de esa calidad.
—Esa veta debe de haberse agotado. Por lo que he visto, podrías trabajar todo el verano aquí y no encontrar el suficiente oro para pagar tus provisiones.
Al oír aquello, un escalofrío de miedo recorrió la espalda de la joven. Las concesiones representaban su libertad. Sin ellas, no sabría cómo salir adelante.
—Te aseguro que aquí hay oro —afirmó con voz tensa al tiempo que se volvía hacia él.
Rafe gruñó a modo de respuesta y, bajo la atenta mirada de Shannon, estiró los brazos y los hombros para aflojar los músculos tensos por el duro trabajo. La camisa que llevaba estaba oscurecida por el sudor, y se pegaba a todas y cada una de las poderosas líneas de su cuerpo.
Dios, realmente parece un ángel caído. Nunca hubiera podido imaginar que existiera un hombre así, pensó ella. El simple hecho de mirarlo me pone nerviosa y hace que respire con dificultad. Cuando pienso en él tocándome de nuevo...
Una deliciosa sensación inundó de pronto el cuerpo de Shannon al recordar lo que había sucedido bajo la lona. Ni siquiera sabía que un placer como aquél existiera fuera del paraíso.
Al principio, la experiencia le había hecho sentirse tímida ante Rafe. Y el hecho de que él no hubiera hecho ninguna referencia a ello desde entonces o que ni siquiera la hubiera tocado al pasar a su lado, había hecho que su timidez se intensificara.
Y también su irritación.
No comprendía qué extraño fuego se había apoderado de ella cuando Rafe la tocó tan íntimamente. Sólo sabía que deseaba que ocurriera de nuevo. Pronto.
Pero obviamente, Rafe no sentía lo mismo, ya que no la había tocado desde entonces.
Quizá debería intentar tocarlo yo a él.
—¿Quieres que te lave el pelo? —preguntó Shannon, vacilante—. Sé lo incómodo que resulta hacerlo en un barreño.
Pensar en lo mucho que le gustaría sentir los dedos de la joven frotando su cuero cabelludo, hizo que el cuerpo de Rafe se tensara a pesar de las extenuantes horas de trabajo a las que acababa de someterlo. Sin embargo, sus labios se cerraron formando una dura línea. Odiaba la idea de desear a una mujer hasta el punto de que su propio cuerpo ya no le perteneciera.
—No —gruñó con brusquedad, rechazando el ofrecimiento—. Nunca he necesitado ayuda y no voy a empezar ahora.
—Sólo trataba de ser amable —dijo Shannon, dolida—. Nada más.
En silencio, él cogió el barreño de agua caliente y se dirigió a una arboleda cercana de álamos temblones en la que fluía un gélido arroyo que podía usar para enjuagarse el jabón. Al ver que Rafe se alejaba, el perro se apresuró a seguirlo para jugar con él y con el agua.
—Eso es, Prettyface —gritó Shannon—. ¡Abandóname! ¡Vete con él! ¡Qué importa que tenga un temperamento infernal!
Los dos la ignoraron.
Con un gemido de frustración, Shannon miró a su alrededor en busca de algo con lo que descargar su irritabilidad. Lo único que tenía a mano era el pico que estaba apoyado en el tronco junto a su escopeta.
—No estoy lo bastante furiosa como para golpear la piedra... todavía —murmuró.
Echó un vistazo al interior del caldero que colgaba de un trípode sobre el fuego y comprobó que el agua aún estaba tibia.
—Maldita sea —masculló—. Tendré que quedarme y esperar a que se caliente.
Se sentó cerca de la hoguera y la alimentó con pequeñas ramitas.
El manantial de la cabaña es una bendición —reflexionó en voz alta —. No cuesta nada conseguir un cubo de agua caliente para lavar la ropa.
Suspirando, Shannon comprobó la temperatura del agua una vez más. Estaba casi caliente.
—Por fin podré hacer la colada. Ahora entiendo por qué la gente no lava con frecuencia sus ropas. Calentar agua en un clima como éste es un infierno.
En el preciso instante en que Shannon se inclinaba para coger el caldero, se oyó un disparo y Prettyface empezó a ladrar furiosa mente.
Al instante, la joven soltó el caldero, cogió la escopeta y se dirigió a toda prisa a la arboleda. El sonido de otro disparo apago los fuertes gruñidos del perro.
Mientras corría, Shannon comprendió que los «disparos» que había escuchado eran, en realidad, los sonidos de un látigo en acción.
Una y otra vez, el látigo restalló atravesando el aire como un rayo, y luego se oyó un terrible y fuerte rugido. Ella nunca había oído nada parecido, pero su tío se lo había descrito a menudo. Se trataba de un oso pardo.
—¡Rafael! —gritó Shannon corriendo más deprisa que en toda su vida—. ¡Oh, Dios, ni siquiera tienes un arma!
Saltó por encima de un tronco caído, se tambalea y, después de recuperar el equilibrio, continuó corriendo. Amartilló la escopeta sin siquiera detenerse.
Vio al oso antes que a Rafe. La bestia estaba erguida sobre las patas traseras y su enorme corpulencia resultaba aterradora. Abría y cerraba con fuerza los dientes de forma que la saliva resbalaba por su oscuro hocico, y sus grandes patas daban manotazos al latigo que restallaba una y otra vez alrededor de su cabeza.
Desnudo hasta la cintura, Rafe daba la espalda a un grupo de álamos demasiado espeso como para poder internarse en el. De cualquier forma, buscar refugio en la arboleda hubiera sido inútil, ya que el oso se habría abierto paso a zarpazos.
Y también hubiera sido un error eludir al animal tanto en un terreno llano como en uno accidentado, el oso siempre era más veloz.
Prettyface saltaba y gruñía a la enfurecida bestia por detrás, soltando dentelladas en busca de los tendones de las patas por debajo de la gruesa capa de pelo. Cansado de los intentos del perro, el oso se volvió y le lanzó un zarpazo.
De pronto, el látigo le alcanzó de lleno e hizo que el animal se girara bruscamente para enfrentarse a Rafe. Soltó un rugido desde lo más profundo de su pecho y movió las mandíbulas amenazadora mente. La sangre brillaba por encima de su ojo derecho, prueba de que el látigo había alcanzado la carne a pesar del pelaje protector.
Pero en lugar de hacer que el oso se alejara, el látigo pareció enfurecerlo aún más.
Era evidente que más tarde o más temprano una de las enormes patas del oso se enredaría con el largo látigo, desarmando a Rafe. O simplemente cargaría contra él dando fin a la desigual pelea.
Shannon corrió aún más deprisa, consciente de que tenía que acercarse lo suficiente como para asegurarse de que mataba a aquella bestia. Recordaba perfectamente que su tío le había advertido que un oso herido era terriblemente peligroso.
Mientras Rafe trataba de alcanzar al animal con el látigo, vio a Shannon corriendo hacia él desde un lateral.
—¡Huye! —bramó.
Si la joven lo oyó, ignoró su orden.
Intentando atraer la atención del oso hacia sí para mantener a Shannon a salvo, Rafe produjo un agudo y ensordecedor crujido haciendo restallar el látigo con asombrosa velocidad mientras Prettyface mordía los talones de la bestia.
La joven continuó corriendo hasta que la escopeta prácticamente tocó el costado del furioso animal. No tuvo tiempo para prepararse antes de disparar y el violento retroceso del arma la lanzó al suelo con violencia. El oso, por su parte, soltó un colérico rugido y su zarpa dibujó un arco en el lugar donde había estado la cabeza de Shannon un segundo antes.
El letal cuero del látigo silbó y se enroscó con fuerza alrededor del cuello del animal. Rafe fijó bien los pies al suelo y, haciendo acopio de todas sus fuerzas, arrastró a la bestia mortalmente herida y medio asfixiada hasta hacerla perder el equilibrio, obligándola a caer lejos del cuerpo inmóvil de Shannon. El oso se derrumbó en el suelo, rugió salvajemente y lanzó sus garras hacia un enemigo al que ya no podía ver.
Igualmente, se sacudió y se quedó inmóvil.
La arboleda quedó en silencio a excepción de la respiración Inerte y jadeante de Rafe y los gruñidos de Prettyface, que se acercaba con las patas rígidas a la bestia inmóvil,
—¡Atrás! —le ordenó Rafe.
El perro se detuvo en seco.
Un movimiento engañosamente perezoso de la muñeca de Rafe hizo que la punta del látigo pasara por encima de los ojos abiertos del oso.
El animal no se movió ni parpadeó. Estaba realmente muerto.
Rafe se apresuró entonces a correr junto a Shannon, se arrodilló precipitadamente, y dejó escapar un áspero suspiro de alivio al ver que tenía los ojos abiertos y que respiraba.
—¿Dónde estás herida? —inquirió, sumamente preocupado.
Aturdida, la joven negó con la cabeza.
—Dímelo, maldita sea —masculló él—. He visto cómo ese oso te lanzaba un zarpazo.
A Rafe no le habían temblado las manos durante la pelea, pero ahora lo hacían mientras tocaba con delicadeza la parte posterior de la cabeza de Shannon, en busca de la herida que estaba convencido que debía tener.
—Estoy bien —insistió ella nerviosamente, tratando de recuperar el aliento y hablar al mismo tiempo.
—Tranquila, pequeña —susurró Rafe con increíble ternura—. No te muevas y deja que compruebe la gravedad de la herida.
—Sólo... la respiración. La escopeta... me echó hacia atrás...
Las manos de Rafe vacilaron de pronto y su mirada se clavó en las hermosas profundidades de los ojos color zafiro de Shannon.
—¿El retroceso te tiró al suelo?
La joven asintió y se concentró en respirar.
En silencio, Rafe sondeó el pelo de Shannon con unos largos dedos sorprendentemente delicados. Satisfecho al comprobar que no había heridas en su cabeza, bajó su cuerpo.Sus manos recorrieron cada milímetro y no encontraron más que calor y sedosa suavidad femenina que le hizo sentirse como si estuviera acariciando fuego.
De repente, Rafe se puso en pie y miró a Shannon, que estaba sin respiración, pero ilesa, durante un largo y tenso momento.
Luego le tendió la mano.
—¿Puedes levantarte? —le preguntó en voz baja.
Demasiado baja.
La joven observó los ojos de Rafe con recelo. Donde antes había habido una tierna preocupación, ahora sólo había un gris invernal. Sus ojos habían perdido cualquier rastro de luz y estaban llenos de sombras.
Sólo los había visto así una vez, cuando los Culpepper la acosaron en la tienda de Murphy.
Entonces estaba furioso.
Al igual que en aquel momento.
Shannon se puso de pie con dificultad sin tocar su mano extendida.
—Estoy bien —repitió—. ¿Lo ves?
—Veo que eres una estúpida, Shannon Conner Smith.
Ella se estremeció.
—¿Por qué me gritas... ?
—¡Podría haberte matado!
—Pero tú estabas...
—Te dije que huyeras —estalló Rafe, hablando por encima de Shannon con dureza—. ¿Me escuchaste? ¡Diablos, no! ¡Viniste corriendo y apuntaste a la espalda del oso con esa antigua escopeta!
—Pero...
—¡Si el retroceso no te hubiera tumbado, estarías muerta ahora mismo! ¿Me escuchas, pequeña idiota? ¡Habrías muerto y yo no podría haber hecho absolutamente nada!
La adrenalina y la ira se combinaron para superar la sensatez de Shannon, que apoyó los puños apretados sobre las caderas y le devolvió la mirada sin vacilar.
—Entonces, ¿qué se suponía que debía hacer? —replicó llena de furia—. ¿Quedarme a un lado y observar cómo ese oso te hacía pedazos?
—¡Si!
—¿Y tú me llamas idiota? Bien, deja que te diga una cosa. Si crees que iba a permanecer sin hacer nada mientras tú estabas en peligro, es que eres mucho más estúp...
La diatriba de Shannon acabó en un sorprendido grito cuando Rafe la levantó en el aire para estrecharla contra sí y apoderarse de su boca. La joven se resistió por un instante, y luego respondió a su beso con tanta ferocidad como él.
Prettyface gruñó, rodeó el cuerpo del oso y, una vez que le tomó la medida a su presa, clavó los dientes en la peluda piel y sacudió la cabeza con fuerza.
Ni Rafe ni Shannon se dieron cuenta de ello.
Pasó mucho tiempo antes de que él permitiera que la joven se deslizara por toda la longitud de su cuerpo hasta que sus pies tocaron suelo una vez más. La rígida tensión de sus poderosos músculos le indicó a Shannon lo mismo que el beso le había transmitido.
Rafe la deseaba intensamente.
Y todo su ser reflejaba ese deseo.
—Dios... —exclamó ella entrecortadamente, viéndose obligada a apoyarse en Rafe al sentir que se le doblaban las rodillas—. He estado esperando que me besaras así desde el día de la tormenta de granizo.
Rafe dejó escapar una larga, muy larga expiración. Después, hizo que Shannon echara la cabeza hacia atrás y la miró con unos ojos que ya no eran del color del invierno.
—¿Por qué no has dicho nada? —le preguntó—. Pensaba que ya no querías que volviera a tocarte.
—¿Qué se suponía que tenía que hacer? Acercarme a ti y... y...
—Sí —respondió Rafe, tajante.
Ruborizada, Shannon se mordió el labio y alzó la mirada hacia él con unos ojos tan intensamente azules como el cielo.
—¿No vas a decir nada? —la retó.
La joven, avergonzada, le golpeó débilmente su musculoso hombro con el puño.
Riéndose en voz baja, Rafe la abrazó con fuerza y la meció a un lado y otro con ternura, apoyando la barbilla sobre la parte superior de su cabeza.
—Me resulta casi imposible creer que exista alguien tan fiero y tímido al mismo tiempo— reflexiono al cabo de unos momentos
—Yo no soy fiera. Ni tampoco tímida.
—Por supuesto que no —asintió él con un brillo de burla en la mirada—. Te asustas ante el primer signo de peligro y eres una pequeña descarada que se lanza a los brazos de los hombres.
—Me estás provocando.
—Aún no. Pero estoy pensando en ello. —Sonrió con anticipación—. Estoy sopesando la posibilidad muy seriamente, en realidad
Shannon no podía ver la sonrisa de Rafe, pero sí percibirla en su voz. Sonrió a su vez y acarició su pecho con los labios.
Cuando su vello le hizo cosquillas en la nariz, soltó un jadeo sobresaltado al ser consciente de nuevo de que él no llevaba camisa.
—¿Qué ocurre? —inquirió él, echándola hacia atrás para poder ver su rostro—. ¿Es que estás herida después de todo?
Ella negó con la cabeza.
—Entonces, ¿qué ocurre? —repitió.
—Tú.
—¿Yo? ¿Qué?
—No llevas camisa.
—Me estaba vistiendo cuando el oso apareció. Pero si eso hace que te sientas mejor, puedes quitarte también la tuya.
—Ahora sí que me estás provocando. —Lo miró por un instan te antes de lanzar una alegre carcajada, pero no volvió a apoyar la cabeza en el pecho desnudo de Rafe.
—¿Te molesta realmente verme así? —inquirió.
—No —reconoció Shannon en un apagado susurro—. Es sólo que me hace desear acariciarte por todo el...
—¿Por todo el cuerpo? —acabó Rafe por ella con voz profunda.
Durante un instante Shannon lo miró de pies a cabeza. La idea de tocar aquel impresionante cuerpo sin las restricciones de la ropa hizo que se mareara.
—La expresión de tu rostro... —empezó Rafe, riéndose—. Ven conmigo. Dejemos solo a Prettyface con su presa.
La cogió en brazos como si no pesara más que una niña y empezó a andar hacia la hoguera. No se detuvo hasta que llegó al extremo opuesto del bosque, donde había montado su propio campamento, separado del de ella.
Quería preguntarte por qué —comentó Shannon, mirando el camastro —, pero estabas tan condenadamente susceptible que me lo pensé mejor.
Rafe emitió un sonido interrogante y ella siguió hablando.
—¿Por qué has acampado tan alejado del fuego... y de mí?
—Aquí estoy lo bastante cerca para oírte si me necesitas, y lo bastante lejos para no quedarme despierto escuchando tu respiración, cómo te mueves, el sonido de las mantas al deslizarse sobre ti del mismo modo que me gustaría hacerlo a mí.
Al oír aquello, Shannon guardó silencio durante un instante. La expresión en los ojos de Rafe la dejó sin aliento y provocó que una poderosa llama de pasión la atravesara hasta el mismo centro de su ser.
—¿Tú tampoco podías dormir? —consiguió musitar.
—El deseo es una calle de doble sentido. ¿No lo sabías?
ella negó con la cabeza.
Rafe abrió la boca para decir algo sobre las limitaciones de John el Silencioso como amante, pero se lo pensó mejor. En ese momento no quería pensar en el que había sido el esposo de Shannon.
Y desde luego tampoco quería que Shannon pensara en él.
—Dímelo otra vez —le pidió Rafe casi con aspereza—. Dime que me deseas.
—Sí —susurró Shannon—. Oh, sí. No sabía que existiera esta clase de deseo. Tan intenso... Tan ardiente...
Sus palabras excitaron terriblemente a Rafe, pero, al mismo tiempo, le dieron más autocontrol del que había tenido desde la primera vez que vio cómo se balanceaban las caderas de la joven mientras pasaba caminando junto a él en Holler Creek.
Había acabado la espera. Shannon al fin iba a ser suya. Nada podría impedirlo.
—Te va a gustar, mi dulce ángel —le aseguró Rafe, depositándola con cuidado sobre el jergón—. Haré que te guste.
—¿Tanto como la otra vez?
—Más.
—Entonces, no creo que pueda sobrevivir.
La sonrisa de Rafe fue tan sensual como sus labios al rozar los suyos.
—Quédate tumbada un momento para mi musitó contra su boca—. He estado soñando en cómo seria desvestirte, mirarte, tocarte... Ahora ya no tendré que seguir alimentándome de sueños.
Un estremecimiento, mezcla de nervios y de dulce anticipación, recorrió a Shannon sin misericordia. Con los ojos entrecerrados, observó cómo Rafe se arrodillaba y le quitaba las botas y los raídos calcetines.
—Siempre parece que acabas de bañarte —susurró él, envolviendo sus pequeños pies con las manos.
—Es el manantial —jadeó, incapaz de decir más.
—Los Culpepper pasan cabalgando junto a manantiales cada día y son incapaces de librarse de la suciedad que los cubre. —Sus ojos grises contemplaron admirados las largas y brillantes trenzas de Shannon—. Al principio, pensé que te bañabas tan a menudo por mí, pero luego me di cuenta de que simplemente eras así. Menta y agua fresca, crema y miel.
Sus manos acariciaron con delicadeza las sensibles plantas de los pies de Shannon, que soltó un sonido ahogado al tiempo que los arqueaba en un sensual reflejo.
—¿Tienes cosquillas?
—No... muchas.
—¿Y qué hay de esto?
Rafe inclinó la cabeza y hundió los dientes delicadamente en su empeine.
La joven jadeó al descubrir lo deliciosamente sensible que era su piel en aquel punto.
—¿Te hago cosquillas? —inquirió Rafe.
—No —susurró ella, mirándolo fijamente con unos ojos muy abiertos y luminosos—. Es sólo que no sabía que los hombres besaran ahí a las mujeres.
—¿Te ha gustado?
—Sí...
Shannon se estremeció y soltó un grave gemido de placer cuando Rafe le acarició el otro pie. Su respuesta provocó un temblor que recorrió por entero el poderoso cuerpo masculino.
Hay tanto sobre hacer el amor que no sabes —murmuró Rafe mientras la miraba con avidez—. Voy a explorar tu pasión, dulce ángel, cada matiz, cada oculta textura. Y cuando estemos tan agotados que no podamos ni respirar, me dormiré totalmente sumergido en ti y me despertaré con tu sabor en mi lengua. Entonces, volveremos a empezar de nuevo, acariciándonos, provocándonos y conociéndonos, viviendo el uno en el otro.
Shannon no comprendía la mayor parte de las cosas que Rafe decía, pero no le importó. El sensual brillo de sus ojos y la ternura de sus grandes manos le decían todo lo que realmente importaba.
Daba igual lo fuerte que fuera Rafe, lo violento que fuera su deseo, estaba a salvo con él.
Observándolo con unos ojos curiosos y ávidos, la joven permitió que Rafe le desabrochara la camisa y la deslizara por sus brazos. Sus pechos se endurecieron antes de que los tocara al ver la aprobación en su mirada. Luego, bajó la cabeza y la dejó totalmente conmocionada cuando acarició uno de sus senos con los labios.
—Rafael.
Él emitió un ávido gruñido interrogante, hizo girar su lengua alrededor del endurecido pezón y lo sumergió profundamente en su boca.
Ráfagas de placer atravesaban a Shannon como cuchillas, haciéndola arquearse hacia atrás al mismo tiempo que le pasaba a ciegas los dedos por el pelo para sujetarlo contra sí. No podía respirar, no podía pensar, no existía nada para ella a excepción de las cambiantes presiones y texturas de la boca de Rafe mientras la succionaba, dando forma y endureciendo cada vez más el pezón con cada caricia de su lengua.
Para cuando Rafe levantó la cabeza, Shannon se retorcía ya lentamente bajo él, gimiendo suave y febrilmente. Él contempló su seno, tenso y resplandeciente en respuesta a sus demandas, y dejó escapar una entrecortada bocanada de aire.
—He dado la vuelta al mundo tres veces —susurró enronquecido—, y nunca había conocido a ninguna mujer tan bella como tú, ni tan receptiva a mis caricias.
—Yo... no sabía... que esto fuera posible —respondió ella jadeante.
—¿Nunca te han besado así?
Shannon negó con la cabeza mientras observaba la boca de Rafe con ojos aturdidos y cautelosos.
—¿Importa que no tenga experiencia? —musitó.
—No —respondió Rafe—. Enseñarte, observar cómo respondes... me proporciona un tipo de placer que no había conocido nunca.
Se inclinó de nuevo sobre los turgentes senos de Shannon y le enseñó que el placer podía crecer hasta el punto de hacerla arder y obligarla a suplicarle piedad.
Cuando ella trató de acercarlo más a su cuerpo, Rafe se rió en voz baja y sacudió la cabeza.
—Aún no, mi pequeña inocente. Hay muchas formas de acariciar y besar que nos quedan por explorar.
Los ojos de Shannon se abrieron con incredulidad.
Sonriendo, Rafe deslizó los dientes por la suave y tersa piel de uno de sus pechos y, al llegar a la tensa cima, la mordió con tierna contención.
El placer azotó a Shannon, haciéndola jadear.
—¿Rafael?
La ronca voz lo acarició como una lengua de fuego.
—¿Sí? —preguntó.
—No puedo... soportarlo.
—Si yo puedo, tú también.
—Pero yo no te estoy besando.
—No esta vez. Tengo demasiada hambre de ti. Más tarde te enseñaré cómo hacerme sudar y temblar de deseo.
Las manos de Rafe se movieron con aquella rapidez que formaba parte de él y la ropa de Shannon desapareció en pocos segundos. Al saberse desnuda, la joven se sintió invadida por una sensación de inquietud, pero fue mucho más fuerte el recuerdo del placer que había conocido días atrás.
—Créeme, eso es lo que vas a hacer antes de que acabe —continuó Rafe en voz baja—. Sudar y temblar de deseo por mí.
Deslizó lentamente las manos por su tersa piel, desde los tobillos hasta los suaves rizos caoba de la unión entre sus muslos, urgiéndola a que separara más y más las piernas con sus caricias.
Entone es. Rafe se quedó muy quieto y sólo se pudo escuchar su jadeante respiración.
Pensé que nada podría ser más hermoso que tus pechos — susurró finalmente—. Estaba equivocado.
Shannon siguió su mirada por su cuerpo y soltó un gemido de sorpresa. Estaba completamente desnuda ante él. Abrumada por la timidez, se movió de forma instintiva para cubrirse, pero Rafe estaba arrodillado entre sus muslos y los mantenía abiertos con sus rodillas mientras le sujetaba ambas manos con una de las suyas.
—Demasiado tarde —murmuró con voz ronca—. Has liberado algo en mi interior que había permanecido oculto hasta ahora. No sé lo que es, aunque estoy condenadamente seguro de que voy a descubrirlo.
Una de las puntas de los dedos de Rafe rodeó el centro del placer de Shannon que se había abierto para él. Atravesada por perturbadoras sensaciones que la recorrían una y otra vez, la joven tembló y emitió un entrecortado jadeo.
—Dime otra vez que me deseas —le pidió Rafe con VOZ espesa.
Mientras hablaba, deslizó las puntas de los dedos por sus aterciopelados pliegues, buscando la humedad que evidenciaba su pasión.
—Te deseo —gritó Shannon con voz ronca al tiempo que alzaba las caderas hacia él—. Dios, te deseo...
—Tan dulce... Tan tierna... —musitó él—. Es tan fácil complacerte.
La joven intentó decir algo, pero el aliento quedó atrapado en su garganta cuando la caricia de Rafe se volvió más profunda. La sensación de tenerlo en su interior por mínima que fuera su penetración fue inesperada y extraordinaria. El placer se arremolinó implacablemente en su vientre, serpenteó, se redobló dejando su piel sonrojada, caliente y húmeda, exquisitamente sensible.
Perdida en una espiral de sensualidad, gimió y arqueó las caderas en un reflejo tan antiguo como el tiempo, buscando un contacto aún más íntimo.
En lugar de eso, Rafe se obligó a sí mismo a retroceder hasta dejar sólo las puntas de sus dedos en su interior.
—Todavía no estas lista —consiguió decir, con la voz áspera por la fiera contención. —Eres demasiado estrecha. Tendremos que ir despacio y con suavidad hasta que te acostumbre a tenerme dentro.
Shannon gimió cuando la presión y el placer intensificaron, empujándola hacia la estremecedora culminación que ya había conocido una vez en sus manos. Sin embargo, antes de que pudiera rozar ese dulce éxtasis, él retiró los dedos de nuevo, haciendo que se arqueara inquieta. Luego regresó en una ardiente provocación que prometía el cielo, pero que le ofrecía sólo un agridulce tipo de infierno.
Temblando, sin ningún control sobre su cuerpo, Shannon le rogó que la liberara de aquel implacable martirio. Rafe cerró los ojos al sentir que el sudor le cubría por completo. No podía mirarla, tocarla, oír sus súplicas, y no tomarla.
—Aguanta, Shannon —le pidió con voz gutural, penetrándola aún más profundo con dos de sus dedos—. Sólo un poco más. Estás tan condenadamente prieta. Y tan caliente. Sólo un poco y...
Sus palabras se cortaron bruscamente, retiró sus dedos con rapidez, y clavó la mirada en ella con furia e incredulidad.
—Eres virgen —rugió poniéndose en pie de un salto.
La joven lo miró aturdida, sin comprender qué lo había enfurecido tanto.
—Ingenua, ¿eh? —exclamó con violencia—. Estás muy lejos de serlo. Pensaste que te ofrecería un anillo de boda si me seducías para que tomara tu inocencia.
Confusa, sin aliento, Shannon no pudo responder. Le habían arrebatado la culminación que necesitaba desesperadamente y deseaba llorar, gritar, pedir una explicación.
—¿Qué clase de retorcido matrimonio mantenías con ese viejo caza recompensas? —preguntó Rafe. Jamás se había sentido más furioso, o más frustrado, en toda su errante vida.
—No te entiendo —consiguió decir Shannon con voz trémula.
—Yo diría que sí. Puede que John el Silencioso fuera un pésimo buscador de oro, pero era uno de los mejores caza recompensas del Oeste.
La conmoción hizo que Shannon abriera los ojos de par en par.
—El nunca me dijo... —empezó.
—Maldita sea— la iinterrumpió Rafe con violencia—. Él nunca decía nada, ¿no es cierto? Era tan silencioso como una tumba. Y así es como algunos lo llamaban. John, la tumba.
La fiera mirada masculina hizo que la vergüenza inundara a la joven al ser consciente de que estaba completamente desnuda. Sus dedos encontraron a tientas la camisa. Se la puso y se la abrochó pon manos temblorosas.
—Ese hombre debía de tener hielo en las venas —estalló Rafe, observando cómo los hermosos pechos de Shannon desaparecían bajo la descolorida y desgastada tela—. Te tuvo durante siete años y apenas te tocó.
—Nunca me tocó.
—¿Nunca? —Se rió con dureza, incrédulo—. Incluso a un viejo asesino como él le habría gustado desnudarte y...
—John el Silencioso era mi tío abuelo! —gritó Shannon, interrumpiéndolo— ¡Nunca me tocó! ¡Nunca! Ni siquiera me dio un apretón de manos la primera vez que conseguí cazar una presa. Ni un rápido tirón en las trenzas al pasar a mi lado o una palmadita en la cabeza cuando aprendí a hacer los panecillos como a él le gustaban. ¡Nadie me ha tocado desde que mi madre murió!
A ciegas, Shannon extendió una de las mantas sobre sus caderas y siguió hablando.
—Y entonces, llegaste tú con tu mirada penetrante, tu sonrisa de ángel caído y tus suaves caricias. —Cerró los ojos, bloqueando la imagen del duro rostro masculino lleno de ira y desprecio.
—¿Por qué no me dijiste que eras virgen? —preguntó Rafe con voz firme.
—Lo hice.
—Y un cuerno.
—Vete al infierno —susurró—. Y hazlo pronto.
Rafe contempló cómo Shannon se abrazaba a sí misma tratando de protegerse con la camisa mal abrochada y su manta sobre las caderas. En ese momento, no quedaba nada de la mujer ardiente y tentadora que había suplicado por el contacto de sus manos, atrapada en un primitivo éxtasis.
Más calmado, tomó una rápida y entrecortada inspiración, y se esforzó por recuperar el autocontrol. Shannon no sabía lo que se perdía.
Pero por Dios que el si
—¿Cuándo me dijiste que eras virgen?— inquiríó con menos dureza.
—Cuando hablamos sobre que yo no había tenido un bebé.
Rafe reflexionó durante unos segundos, frunció el ceño, y negó con la cabeza.
—El tema de la virginidad no surgió —afirmó rotundo.
Shannon le lanzó una mirada gélida.
—Te pregunté cómo podías estar seguro de que no habías tenido hijos —le recordó—. Y dijiste que del mismo modo que John el Silencioso sabía cómo no dejarme embarazada. Bien, el método que mi tío usaba...
—Nunca te tocó —la interrumpió Rafe, comprendiendo y creyéndola al fin—. Nunca te ha tocado nadie. Dios mío.
—Así es —asintió Shannon sarcásticamente—. Al parecer, sólo tengo que repetir algo unas cuantas veces para que lo comprendas.
Él abrió la boca, la cerró, y se quedó mirando con ojos sombríos a la inocente virgen a la que casi había seducido.
—Yo... —Sacudió la cabeza como si no encontrara las palabras adecuadas—. Nunca se me ocurrió pensar que John el Silencioso y tú no fuerais verdaderamente marido y mujer.
—Igual que tampoco se me ocurrió a mí pensar que tú no comprendías por qué no me había quedado embarazada —le espetó.
—La castidad. El método más antiguo de todos. Maldición. La furia de Shannon se desvaneció al comprender que todo aquello era producto de una confusión. Tras la ira, la invadió una enorme fatiga que la hizo desear apoyar la cabeza sobre las rodillas y llorar. Tenia que asimilar demasiadas cosas; el oso y el miedo por Rafe, la furia de él al verla correr hacia el peligro, luego la embriagadora sensualidad de sus caricias y después, de nuevo, su furia.
—¿Shannon?
—¿Qué?
—¿Qué pensabas que habría pasado después de que te hubiera tomado?
—¿Qué pensaba? Cuando me tocas, no puedo pensar prácticamente en nada.
—¿No intentabas atraparme en el matrimonio?
Shannon alzó La cabeza y lo miro con ojos oscuros e indescifrables. Largos y gruesos mechones se habían escapado de sus trenzas v se deslizaban por sus mejillas y sus pechos.
—¿Por qué querría hacer eso? —Por segunda vez, consiguió dejar a Rafe sin palabras— ¿De qué puede servir un hombre que te deja embarazada y luego se va a recorrer mundo hasta que es hora de hacer otro bebé?
—Si te dejara embarazada, nunca te abandonaría —afirmó él con frialdad—. Me conoces lo bastante bien para saberlo.
—Sí —admitió, reticente—. Sé que no eres de los que huyen de sus responsabilidades.
—¿Contabas con eso? ¿Querías quedarte embarazada para que yo no me marchara?
Una llamarada de cólera se avivó en el interior de Shannon, sin embargo, estaba demasiado cansada para seguir enfrentándose a él.
—Soy ingenua respecto a las relaciones entre hombres y mujeres, pero no estúpida respecto a la vida —le dijo cansada.
—¿Qué significa eso?
—Embarazada o no, nunca me casaría con un hombre que me desea menos que a un amanecer que nunca ha visto.
Rafe se estremeció ante las emociones enfrentadas que reflejaban la voz de Shannon, sus ojos, sus manos aferrando la manta que cubría su desnudez.
—Pero te habrías entregado a mí —gruñó, furioso sin motivo.
Un temblor provocado por el recuerdo y el deseo recorrió a la joven.
—Sí —reconoció.
—¿Por qué?
—¿Por qué te importa?
—Porque me temo que eres lo bastante ingenua como para creer que me amas —respondió Rafe sin rodeos.
Shannon le dirigió una mirada entornada.
—De todos modos, no es problema tuyo —replicó—. Es mío.
—No quiero que me ames —rugió Rafe, recalcando cada palabra.
—Lo sé.
—El amor es una jaula.
Algún día te agradeceré el que me hayas hecho sentir eso que tú llamas jaula. Pero no hoy. Por favor, déjame noo puedo seguir discutiendo contigo.
Apoyó la frente sobre las rodillas, excluyendo a Rafe de su mundo.
—¿Shannon?
—Vete, te lo ruego. No quieres mi cuerpo... ni mi amor... No quieres nada aparte de ese amanecer que nunca has visto. Ve a buscarlo y déjame sola.
Once
Rafe golpeó la roca con el pico y sintió la sacudida desde los brazos hasta los tobillos. La roca se rompió y saltó cubriéndolo con cortantes trozos de polvo.
No había nada útil en aquel corto túnel. Ya no quedaba nada de los leves trazos de oro que había estado siguiendo furiosamente durante los últimos dos días, ni podía averiguar adonde se había ido ese leve rastro. Al no existir fallas visibles, era imposible decidir cuál era la mejor dirección hacia la que excavar; hacia arriba, hacia abajo, hacia el lateral, recto o hacia ningún lado.
Puede que Reno sea capaz de sacar provecho a este maldito yacimiento, pero yo no.
No me extraña que John el Silencioso se hiciera caza recompensas.
A pesar de sus agrios pensamientos, Rafe continuó manejando el pico con toda la fuerza que guardaba en su interior. Tenía la esperanza de que si trabajaba el tiempo suficiente y lo bastante duramente, su cuerpo no reaccionara con una dolorosa erección cada vez que pensara en Shannon gritando de deseo, abriéndose a él, estremeciéndose de placer con sus caricias.
Su suave cuerpo esperando recibirlo.
El pico de acero chocó contra la montaña de piedra.
Virgen.
La roca estalló en pedazos.
Más ardiente, más dulce, más salvaje que cualquier otra mujer que haya conocido.
El acero chocó de nuevo con la piedra y sonó como una campana.
¡Una maldita virgen!
Rafe intento acallar sus pensamientos con el sonido del acero
picando la roca, pero no lo consiguió. Era imposible; no había tenido el control de su propia mente desde hacia dos días, cuando se había arrodillado entre las piernas de una mujer virgen y había aprendido más sobre la pasión que en toda su vida.
El pico golpeó, la roca se hizo añicos, y más capas de roca aparecieron ante su vista; sin embargo, tenían un aspecto incluso menos prometedor que la piedra que había estado picando hasta el momento.
Con una cansada maldición, se detuvo, se limpió el sudor y el polvo de la cara, y volvió a levantar el pico. No quería regresar con más malas noticias para Shannon sobre la inutilidad de las concesiones de oro de John el Silencioso. No quería ver cómo intentaba ocultar el miedo a estar sola y arruinada. No quería tener que esforzarse por no cogerla entre sus brazos, consolarla, besarla hasta que el frío miedo se transformara en un salvaje y abrasador olvido...
Saltaron trozos de roca que le produjeron arañazos en los brazos, pero apenas se dio cuenta de ello. Estaba demasiado ocupado batallando con su conciencia y el implacable deseo de su cuerpo por una inocente virgen que le daría todo lo que pidiera como hombre y tomaría de él todo lo que tuviera que ofrecer a una mujer.
Shannon no pedía nada más.
Y eso era lo que más pesaba sobre su conciencia. La joven no había tratado de atraparlo, pero él se lo había recriminado duramente en el peor momento, haciendo que ella se replegara sobre sí misma y le pidiera entre lágrimas que la dejara sola.
El pico descendió silbando, atravesó el aire y se hundió en la implacable piedra. La sacudida del impacto resonó en el silencio de la montaña y subió por el mango de nogal con abrumadora fuerza.
No le importó. No había mayor castigo que el que le infligían su deseo y su conciencia con cada respiración, con cada latido.
Shannon no esperaba, ni siquiera deseaba ya, casarse con él.
¿De qué puede servir un hombre que te deja embarazada y luego se va a recorrer mundo hasta que es hora de hacer otro bebé?
Nunca me casaría con un hombre que me desea menos que a un amanecer que nunca ha visto.
Rafe creía en las palabras de Shannon Había visto el dolor y la Confusión en sus hermosos ojos mientras hablaba, una oscuridad que le desgarraba las entrañas.
Algún día te agradeceré el que me hayas hecho sentir eso que tú llamas jaula. Pero no hoy.
Puede que la joven no comprendiera por qué necesitaba irse, pero estaba convencida de que lo haría. Pudo verlo en la atormentada expresión de su rostro, en sus palabras, en el leve temblor de sus manos cuando habló de ello.
Él no quería que Shannon lo amara, pero lo hacía.
Y ahora ella ni siquiera quería amarlo.
Vete, te lo ruego. No quieres mi cuerpo... ni mi amor... No quieres nada aparte de ese amanecer que nunca has visto. Ve a buscarlo y déjame sola.
Rafe planeaba hacer precisamente eso, aunque antes tenía que asegurarse de que Shannon estuviera segura una vez que él se marchara.
El pico atacó la fría piedra, resonó con fuerza y retrocedió para volver de nuevo incluso con más violencia. Sin embargo, daba igual lo duro que trabajara, daba igual la cantidad de sólida roca que redujera a escombros. No había oro en Rifle Sight.
Exhausto, Rafe dejó de picar y se apoyó en el mango del pico mientras lanzaba una serie interminable de secas maldiciones contra la montaña y contra sí mismo.
Cuando se quedó sin aliento, se limpió el sudor de la frente, dejó a un lado el pico y cogió su rifle para regresar al campamento. Todavía no había atardecido, pero estaba más que harto de agotarse trabajando en un yacimiento inútil.
Con el rifle en un hombro y el látigo enrollado en el otro, salió del frío y sombrío agujero donde había estado picando y empezó el descenso. No podía ver el prado desde donde se encontraba, pero sabía que estaba ahí.
Al igual que sabía que también Shannon estaría allí, esperándole, que calentaría agua para él y que tendría preparada una camisa limpia. La prenda estaría tibia por el sol y Rafe volvería a disfrutar una vez más de la femenina avidez y aprobación en los ojos de Shannon al observar cómo se la ponía.
Mientras descendía a toda velocidad la pendiente llena de escombros en la boca del barranco, las rocas aún frías por el invierno cedieron paso a una inesperada belleza. Sauces, álamos temblones y píceas azotadas por el viento crecían desordenadamente en varios tonos de verde. Al gélido riachuelo que bajaba del barranco se le unían otros formados por el agua del deshielo hasta convertirse en un pequeño arroyo que se adentraba en el lugar donde estaban acampados. Flores silvestres de color escarlata, violeta, amarillo y blanco aparecían a medida que la dura roca se suavizaba transformándose en un valle de alta montaña.
Sonriendo, Rafe pasó de las sombras a la luz del sol que se derramaba sobre el prado, esperando escuchar la voz de Shannon dándole la bienvenida cuando lo viera. Pero no hubo ningún saludo ni gesto de alegría. Frunciendo el ceño, caminó incluso más rápido.
Llego pronto, pero ella debería estar aquí Demonios, ¿en qué otro lugar
podría estar?
A menos que haya sucedido algo. Otro oso o...
Una sensación de frío que nada tenía que ver con la ropa humeda de sudor recorrió a Rafe, que sondeó cada sombra del prado con unos ojos tan claros y gélidos como el agua del deshielo.
Ni siquiera fue consciente de que se había movido hasta que sintió el gastado y duro extremo del látigo en su mano izquierda y oyó el inquieto bullir del cuero a sus pies. Con la mano derecha sujetaba firmemente el rifle, tenía el dedo en el gatillo y sus ojos buscaban un posible objetivo.
De pronto, percibió un movimiento en el otro extremo del prado y se giró preparado para la lucha.
Justo entonces, una risa femenina atravesó el silencioso prado estival y Shannon salió de entre los álamos seguida de Prettyface. El enorme perro la alcanzó con tres saltos y se plantó delante de ella, obligándola a detenerse, pero la joven lo esquivó con rapidez, se dio la vuelta y corrió de nuevo hacia los álamos. Prettyface la siguió, le bloqueó el paso antes de que alcanzara los árboles y salió tras ella cuando Shannon volvió a girar una vez más.
El juego continuó hasta que la joven fue incapaz de seguir corriendo a causa de la risa y el cansancio. Sonriendo, se inclinó sobre Prettyface, lo acarició, lo alabó y lo abrazó hasta que recuperó el aliento. Acto seguido, le ordenó que se quedara allí quieto y volvió adentrarse de puntillas entre los álamos. Jadeando y con la lengua colgando en una silenciosa risa canina Prettyface permaneció inmóvil y observo con sus vigilantes ojos de lobo cómo Shannon desaparecía entre los árboles.
Rafe también se quedó allí observando, sin mover un músculo, abrumado por unas emociones que no podía identificar.
Sin previo aviso, una piedra voló desde los álamos trazando un arco para aterrizar con un suave golpe junto a Prettyface. Debía de ser la señal que indicaba que el juego empezaba de nuevo, porque el perro saltó hacia delante con la nariz pegada al suelo para seguir el rastro de su ama y desapareció entre los álamos.
Rafe aguardó con una sonrisa en los labios, imaginando lo que vendría a continuación; el acecho y la risa sofocada hasta acallarla, y luego el instante del descubrimiento.
Unos minutos más tarde, oyó risas y vio destellos de movimiento en la arboleda. Shannon apareció en el prado moviéndose con tanta rapidez que sus piernas apenas podían distinguirse.
Ahora entiendo que llegara tan rápido al arroyo cuando me atacó el oso.
A pesar de su velocidad, Shannon no era contrincante para Prettyface y el perro la alcanzó enseguida, le bloqueó el paso en el prado y la persiguió de nuevo cuando trató de escapar.
Rafe rió en voz baja al tiempo que ponía el seguro al rifle y enrollaba el látigo para poder colocárselo sobre el hombro de nuevo.
Apuesto a que Shannon y Willow se llevarían bien. Las dos tienen coraje y el don de reír por muy mal que estén las cosas. Shannon podría ayudar con los niños y la comida, y Cal mantendría a todos a salvo. Ni siquiera los Culpepper se atreverían a desafiar a un hombre como Caleb Black.
Y siempre estarían Reno o Wolf para ayudar. Shannon estaría a salvo con ellos. Contaría con la compañía de Willy, Jessiy Uve, y no estaría a merced de cualquiera que se acerque a su cabaña. Sería como estar... en familia.
Podría irme al otro extremo del mundo de nuevo sin tener que mirar siempre atrás, preguntándome si Shannon estará hambrienta, asustada o herida, si necesitará la ayuda de alguien cuando no haya nadie cerca.
Una gran sensación de alivio le invadió al encontrar la solución a su problema, relajando la tensión que lo había atenazado sin piedad desde que había descubierto hasta dónde llegaba la inocencia de Shannon Conner Smith. Sonriendo, caminó incluso más rápido a través del prado.
Shannon, a su vez, miró al hombre que andaba decidido hacia ella y sintió que su corazón se desbocaba de alegría, Una alegría que acabaría rompiéndole ese mismo corazón. Aun así, no le importó. Quería aprovechar cada minuto de la compañía de Rafe antes de que se marchase a un nuevo viaje.
Apenas lo había visto desde que él había descubierto que era virgen. Cuando ella se despertaba al amanecer, Rafe ya se había ido a Rifle Sight y no regresaba hasta que estaba demasiado oscuro para trabajar. Para entonces, estaba demasiado agotado para hacer poco más que bañarse, comer y quedarse dormido.
—Me alegro de que hayas regresado pronto —confesó Shannon.
Rafe sonrió.
—¿Estás segura?
Ella asintió casi con timidez.
—¿Aunque haya sido menos compañía para ti que Prettyface? —preguntó él con pesar.
Ella volvió a asentir y susurró:
—Sí.
Rafe observó fascinado el intenso rubor de las mejillas de la joven, así como la dulce curva de su boca y el infinito azul de sus ojos. Sí, estaba más que satisfecho de haber encontrado una solución al problema del futuro de Shannon. Una solución que no incluía el matrimonio con él.
Ni con ningún otro hombre.
—¿Rafael?
—¿Mmm?
—¿Qué ocurre? Pareces casi... feliz.
Rafe rió y deseó poder abrazar a Shannon. Sin embargo, sabía que no debía hacerlo. Si la tocaba, sólo podían acabar de una forma, con su virginidad desaparecida y él tan dura y profundamente sumergido en ella que, cuando finalmente se separaran, sería como desgarrar la piel de ambos.
Pero se separarían, porque el ansia de viajar lo reclamaría de nuevo.
—No quiero hacerte daño —afirmó Rafe, ya sin sonreír.
La sonrisa de Shannon también se desvaneció. ¿Te marchas? ¿Es por eso por lo que has regresado temprano?¿Ha pronunciado tu nombre ese maldito y lejano amanecer?
Pero Shannon no expresó en voz alta aquellas preguntas que eran tan dolorosas para ella. No había necesidad de hablar porque era consciente de que Rafe se iría, y el hecho de saber el momento exacto de su partida sería peor para ella. Le rompería el corazón y no dejaría nada más que oscuridad en su lugar, un vacío que no podría llenar por mucho que se esforzara.
—Sé que no quieres hacerme daño —asintió Shannon, tratando de que su voz no temblara
—No tienes que preocuparte por mí, de veras.
—Y un...
—No soy ninguna niña —le interrumpió—, y me has advertido en más de una ocasión que no deseas ataduras. Si resulto herida, será responsabilidad mía, no tuya.
—Pero...
—Ve al campamento y lávate —le interrumpió Shannon de nuevo, decidida a no hablar sobre su marcha—. Esa camisa no puede ser muy cómoda. ¿Quieres que cenemos pronto?
—Mi camisa no es importante —replicó Rafe—. Tú sí. Mi conciencia no me permitiría dejarte a merced de tipos como los Culpepper.
¡Entonces, no te vayas!
Pero Shannon sabía que no serviría de nada expresar en voz alta el grito que provenía de sus entrañas, ya que Rafe se marcharía a pesar de lo mucho que lamentara dejarla atrás. Y además, ella no deseaba que se quedara a su lado a costa de su felicidad y su propia alma.
El amaba ese amanecer por descubrir más de lo que nunca amaría a una mujer.
—Dile a tu conciencia que me las arreglé bien antes de conocerte —respondió Shannon.
—¡Eso no es cierto!
—¿Cómo lo sabes? —le preguntó ella razonablemente—. No estabas aquí.
—Maldita sea, Shannon.
—Sí. Maldita sea.
Sin querer prolongar aquella agonía , la joven empezó a caminar hacia el campamento, flanqueada por Prettyface.
—¿Cómo ha ido hoy la excavación? —inquirió a la ligera.
Rafe gruñó.
—Peor que ayer, mejor que mañana.
Shannon intentó pensar en algo alentador que decir, pero no pudo. El futuro que se presentaba ante ella era aterrador. No obstante,
si hablaba sobre ello, Rafe pensaría que estaba creando una jaula para él, atrapándolo en sus sueños, mientras los suyos propios lo llamaban desde el otro lado de los barrotes.
—No voy a encontrar oro en Rifle Sight —le informó Rafe sin rodeos—. Ni mañana, ni pasado, ni nunca.
Shannon se tambaleó y amenazó con caer al suelo. Sin embargo, se rehizo y recuperó el equilibrio antes de que él pudiera ayudarla.
—Hay otras concesiones —logró decir a través de sus temblorosos labios.
—Dijiste que Rifle Sight era la mejor.
—Quizá me equivocaba.
—Quizá. Aunque tengo una idea mejor.
—¿Explotar el yacimiento de otro? —dijo Shannon amargamente.
—Dejaré eso para los Culpepper, y lo de asaltar trenes y robar bancos para los hermanos James.
—¿Cuál es tu idea?
—El único lugar seguro para una mujer como tú es una bonita ciudad con vallas alrededor de las casas, campanas de iglesias sonando y
un buen marido a tu lado. Pero...
—No quiero casarme —replicó cortante.
—... no hay ningún lugar así en el territorio de Colorado —continuó Rafe.
—Gracias a Dios —masculló Shannon.
El la ignoró. Mientras hablaba, volvió a sentir con toda su fuerza el entusiasmo inicial que le había generado la idea de llevar a Shannon a vivir con Willow y Caleb.
—El siguiente lugar más seguro sería el rancho Black —anunció con firmeza.
Shannon lo miró de soslayo y guardó silencio.
—Cal y Willy... mi hermana ¿recuerdas?
—¿Cal es tu hermana?—La joven frunció el ceño .Pensaba que era un hombre.
Rafe le dirigió una mirada exasperada exasperada y ella se la devolvió sin titubear.
Willow es mi hermana, Caleb es su marido. —Habló despacio,
como si intentase calmarse—. Tienen un hijo y esperan otro bebé dentro de poco. Willy sólo cuenta con la ayuda de la mujer de uno de sus empleados, Hombre de acero. Pero sólo habla Ute.
—Deberían preguntar en Canyon City. O en Denver. O quizá alguna de tus otras viudas desee el trabajo. Yo no.
Rafe emitió un gruñido de frustración y se pasó los dedos por el pelo, tirando el sombrero al suelo. Lo cogió con descuidada facilidad, y volvió a colocarlo en su sitio con firmeza, deseando que su temperamento fuera tan fácil de controlar.
—No te tratarían como una empleada —le aseguró—. Serías como... parte de la familia.
—Después de vivir con la cuñada de mi madre, preferiría que me trataran como a una empleada —repuso Shannon.
—¡Maldición! Lo único que pretendo es que tengas un lugar seguro donde vivir. Podrás disfrutar de buena compañía, niños...
—Su casa, sus niños —señaló ella con voz tensa—. Gracias, pero no. Prefiero tener mi propia casa y mis propios niños a los que amar.
La idea de que Shannon tuviera hijos de otro hombre hizo que una oleada de furia atravesara a Rafe. La intensa violencia de su reacción lo sorprendió y tuvo que cerrar con fuerza la mandíbula para impedir que salieran las temerarias palabras que se agolpaban en su garganta.
¿Qué me importa a mí de quién sean sus hijos? se dijo a sí mismo con fiereza. Siempre que no sean míos.
La racional, razonable y lógica pregunta no consiguió disminuir la ardiente cólera que recorría sus venas. Con los dientes apretados, se dio la vuelta y se alejó de aquella mujer que conseguía enfurecerlo
y excitarlo como nunca nadie lo había hecho.
Se acabó. Es hora de irme y de encontrar otro lugar antes de que me tenga atado de pies y manos, y no pueda siquiera moverme.
Pero primero tengo que encargarme de que esté a salvo, lo quiera o no.
Sin mediar palabra, se alejo de Shannon y se dirigió decidido hacia su propio campamento.
La joven dejó escapar una larga exhalación, tomó aire de nuevo y se quedó mirando sus manos. Temblaban visiblemente. Sabía que había estado muy cerca de hacer que Rafe perdiera los estribos por completo.
Sin embargo, ignoraba qué había hecho para que eso sucediera.
—Ojalá pudieras hablar, Prettyface. Quizá tú pudieras decirme por qué se ha puesto así.
El gran perro moteado le acarició la mano con el hocico, percibiendo claramente la inquietud de la joven.
—Le di las gracias con educación por su oferta de buscarme un sido en casa de su hermana —siguió Shannon.
La lengua de Prettyface colgaba mientras jadeaba suavemente.
—Bueno, quizá no fui muy educada —reconoció—. Pero no he sido grosera. No tanto como él.
El perro ladeó la cabeza con las orejas levantadas, como si estuviera a punto de decir algo.
—Si al menos pudieras hablar. —Soltó un profundo suspiro—. Supongo que tendré que preguntarle a él por qué se ha enfadado tanto cuando le he dicho que deseaba un hogar e hijos propios.
Dividida entre la ira y el dolor, Shannon siguió a Rafe.
Pero cuando llegó a su campamento, todas las preguntas desaparecieron de su mente al ver que él estaba empacando rápida y eficientemente todas sus pertenencias.
¡No! Oh, Rafe, no me dejes todavía.
La joven se clavó las uñas en las palmas de las manos mientras intentaba reprimir las lágrimas que inundaban sus ojos.
No lloraré. Sabía que pasaría, pero no pensé que sería así, que se marcharía furioso.
Abrió la boca con la intención de decir algo, cualquier cosa, y luego se lo pensó mejor. No podía confiar en que su voz no revelara sus lágrimas ocultas. Así que, en silencio, se dio la vuelta y regresó a su propio campamento.
Para cuando Shannon escuchó que el gran caballo gris de Rafe se acercaba a ella, ya había recuperado parte de su entereza.
El detuvo su caballo y desmontó sin mediar palabra.
—¿Te marchas? —le preguntó la joven en tono neutro.
—Te dije que lo haría.
Shannon mantuvo la mirada fija en sus propias manos, tomó una profunda y secreta inspiración para calmarse y alzó la cabeza con una sonrisa trémula.
—Gracias por todo lo que has hecho, Rafe. Si alguna vez pasas por aquí... No, eso no ocurrirá ¿verdad? Nunca vas en busca del mismo amanecer dos veces. —Hizo un vago y nervioso gesto con la mano derecha—. Yo... estoy muy agradecida por todo lo que has hecho por mí. ¿Estás seguro de que no quieres aceptar un sueldo? Aún me queda algo de oro.
Al mirar el pálido rostro de Shannon y sus temblorosas manos, Rafe deseó consolarla y zarandearla al mismo tiempo.
Pero no lo hizo.
Sin decir ni una sola palabra, pasó junto a ella y empezó a recoger su campamento.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó la joven al cabo de unos segundos.
—¿A ti qué te parece?
El tono de voz de Rafe la hizo estremecerse.
—¿Estás empaquetando mis cosas? —consiguió decir.
—Eres buena observadora —replicó mordaz. Metió algunas provisiones en una bolsa de arpillera y buscó más a su alrededor.
No había nada.
Eso también le irritó. Le recordó que Shannon había pasado hambre antes de que él llegara, y que volvería a estar al límite de la supervivencia en cuanto se marchara.
A menos que viviera con Willow.
—Pero, ¿qué pretendes? —inquirió ella, alarmada.
—Vas a venir conmigo.
Shannon cerró los ojos y respiró profundamente. Se negaba a perder el control.
Cuando abrió los ojos, brillaban con tanta furia como los de Rafe. Sin embargo, habló con mucha tranquilidad.
—No voy a ir a ningún sitio aparte de a Rifle Sight para extraer oro.
—¿Vas a comer hierba mientras cavas?
Shannon lo miro asombrada.
—No.
—Entonces, será mejor que cabalgues hasta tu cabaña conmigo. Aquí no hay suficientes provisiones para mantener con vida a nadie; ni siquiera a alguien que come tan poco como tú.
—No te preocupes. No tendré problemas con las provisiones Pero sí los tengo con un hombre enorme que no sabe escuchar y que...
De pronto, Shannon recordó que se había prometido a sí misma no perder los nervios.
—Hay suficientes provisiones para un día de trabajo —añadió con falsa calma.
Rafe miró al cielo rebosante de nubes antes de clavar sus ojos en ella.
—Mañana a estas horas caerá una tormenta mucho peor que la del otro día —afirmó—. Una mujer inteligente movería el trasero y descendería la colina para refugiarse.
—Una mujer inteligente no estaría aquí...
—Al fin lo reconoces.
—¡... con un hombre tan testarudo como una mula!
—Recoge tus cosas —le ordenó él en tono letal.
Shannon no se movió.
Con una feroz maldición, Rafe se acercó a ella en dos rápidas zancadas.
—¿Y tú me llamas a mí testarudo? —le espetó fríamente—. Escucha, es absurdo que continuemos aquí. No hay oro en Rifle Sight. Se avecina una tormenta y no cuentas con las provisiones necesarias para sobrevivir.
Shannon guardó silencio durante unos instantes, consciente de que Rafe tenía razón. Había estado tan entretenida jugando con Prettyface y calentando agua que no se había molestado en observar
las amenazadoras nubes que se acercaban.
—Bien —accedió finalmente, poniéndose en pie con un grácil movimiento—. Cabalgaré contigo hasta mi cabaña.
—Oh, no me hagas favores —replicó Rafe con sarcasmo.
—Lo hago porque es lo más razonable.
A pesar del mal humor de ambos, trabajaron juntos y en armonía para levantar el campamento.
Para cuando Crowbait estuvo cargado y Razorback ensillado, gran parte de la ira de Shannon se había convertido en una abrumadora tristeza. Sin embargo, dudaba que Rafe sintiera lo mismo, pues su rostro aún estaba tenso y seguía con los ojos entrecerrados cuando montó sobre Sugarfoot.
Los caballos y la mula tomaron el sinuoso sendero que descendía por la montaña, seguidos de Prettyface. Completaron el trayecto hasta la cabaña con rapidez y en un silencio que hizo que a Shannon se le encogiera el corazón. Hasta que no llegaron a la puerta de la cabaña, Rafe no habló.
—Reúne algunas provisiones mientras compruebo cómo está Crowbait. Cojea un poco de la pata delantera izquierda.
Shannon desmontó y entró en la cabaña. No le quedaba mucha comida, pero no escatimó ni un bocado para Rafe. Él había comprado
la mayor parte de las provisiones, después de todo, y se había Encargado de cazar y pescar, mientras que ella no había hecho nada aparte de cocinar y comer.
Se guardó para sí provisiones suficientes para un día y empaquetó el resto. Salió al exterior, le entregó el paquete a Rafe, y él lo ató sobre Crowbait con varias correas de cuero.
—¿Todo listo? —le preguntó.
Shannon asintió aturdida.
Rafe saltó sobre su silla y bajó la vista hacia la joven. El dolor en ella era casi tangible.
—Sonríe para mí, dulce ángel —dijo él con suavidad, alzándole la barbilla con la mano izquierda—. La gente tan testaruda y apasionada como nosotros discute de vez en cuando. No hay nada de malo en ello.
Shannon le dedicó una trémula sonrisa y rozó con los labios la suave superficie de su guante.
—Gracias —musitó.
—¿Por qué?
—Por no marcharte enfadado. No... no creo que hubiera podido soportar... ignorar dónde estabas y saber que estabas furioso conmigo.
Por un instante, Rafe sólo pudo pensar en lo maravilloso que habría sido si los labios de Shannon hubieran rozado su piel en lugar de su guante. Pero entonces, fui consciente de lo que implicaban las palabras de la joven.
—Sabrás dónde estoy—afirmo rotundo. —Vendrás conmigo
Una pequeña llama de esperanza surgió de pronto en el pecho de la joven al escuchar aquellas palabras.
—¿Sí? —preguntó.
—Puedes apostar por ello.
—¿Adonde iremos?
—Al rancho de Cal, como ya te he dicho.
Shannon cerró los ojos y luchó contra el deseo de aceptar cual quier cosa que Rafe le ofreciera con tal de poder estar a su lado unos pocos días más.
—No, pero gracias de todos modos —dijo con calma—. Tengo concesiones en las que trabajar, cuidar de Cherokee, cazar...
—Maldición, realmente sabes cómo llevar a un hombre al límite.
—... Prettyface no se llevaría bien con desconocidos —siguió Shannon sin ninguna entonación—. Me quedaré aquí, en mi hogar.
Rafe clavó en ella una penetrante mirada. A pesar de lo mucho que lo enfureciera, no podía evitar admirar su coraje.
—¿Qué me impide cogerte, atarte a esa vieja mula y llevarte adonde quiera? —rugió con aspereza.
—El sentido común —se limitó a responder ella.
Rafe pareció vacilar y luego dejó escapar el aire que había estado conteniendo.
—Vas a resistirte a cada paso del camino, ¿no es cierto?
—No, eso no sucederá porque no voy a ir contigo a ninguna parte.
Sin previo aviso, Rafe le rodeó la cintura con el brazo y la levantó en el aire para estrecharla con fuerza contra sí, haciendo que la sangre de la joven corriera con fuerza por sus venas.
También hizo arder la sangre de él. Shannon pudo verlo en la repentina dilatación de sus pupilas, lo sintió en la dura tensión de su cuerpo, lo saboreó en el ardiente beso que la dejó temblando y susurrando su insensato amor.
No funcionará -mascullo Rafe con aspereza, odiándose a sí mismo y a la mujer que lo miraba con ojos llenos de pasión—. No me quedaré aquí. No te amaré. Yo nunca te he pedido... —Y tanto que sí —la interrumpió ferozmente. La dejó en el suelo con tal velocidad que la joven se tambaleó y, sin perder un solo segundo, desenganchó la rienda del caballo de carga del pomo de la silla de Sugarfoot.
—El deseo que siento por ti me desgarra por dentro, pero no entregaré mi alma para tenerte. Eso es el amor, Shannon. Entregar tu alma.
Hizo retroceder a su montura, se giró y atravesó el valle al galope.
—¡Rafael! —gritó Shannon—. ¡No pretendía exigir tu amor!
A modo de respuesta, escuchó únicamente el sonido de los cascos de Sugarfoot perdiéndose en la distancia.
Sólo cuando Rafe desapareció de su vista, se dio cuenta Shannon de que le había dejado su animal de carga y todas las provisiones. Se quedó mirando los pacientes ojos marrones de Crowbait y luchó por combatir la tristeza que amenazaba con ahogarla.
Aunque Rafe estaba furioso, había pensado en el bienestar de ella antes que en el suyo propio.
—¡Te quiero! —gritó de nuevo Shannon—. ¡No puedo evitar amarte del mismo modo que tú no puedes evitar marcharte!
Sólo el silencio respondió aquella vez a la joven; un silencio que pareció resonar con las últimas frases que Rafe le había dirigido.
El deseo que siento por ti me desgarra por dentro, pero no entregaré mi alma para tenerte. Eso es el amor, Shannon. Entregar tu alma.
Doce
Prettyface empujó suavemente a Shannon y emitió un aullido que surgió de lo más profundo de su garganta. El movimiento y el sonido le recordaron a la joven que estaba de pie delante de su cabaña con el rostro lleno de lágrimas. Respiró profundamente y trató de concentrarse en la larga lista de cosas que debían hacerse si pretendía sobrevivir al verano y superar el próximo invierno.
Llorar, desde luego, no estaba en la lista.
Colocó una mano bajo las grandes mandíbulas de Prettyface y le acarició entre las orejas con la otra. Los astutos ojos del perro brillaron de placer. Shannon sonrió débilmente y apoyó la mejilla en su amplia cabeza durante unos segundos.
—Estaré bien, Prettyface —le aseguró antes de erguirse—. Ve a rastrear tu cena mientras yo me encargo de Crowbait y de Razorback.
El perro se puso en pie con la cabeza ladeada, observándola atento.
—No te demores. Apenas comiste en el prado y sé que tienes hambre. Ve.
Agitando el brazo en dirección al bosque, Shannon repitió su suave orden.
Después de un momento de vacilación, Prettyface obedeció. Pegó el hocico al suelo y empezó a rastrear la zona en busca del olor de alguna presa.
La joven se volvió entonces hacia Crowbait y Razorback. Desensilló a la mula y después se ocupó del caballo de carga. Mientras trabajaba en las correas de cuero que aseguraban las provisiones, sintió que las lágrimas se agolpaban de nuevo en sus ojos al pensar que habían sido las manos de Rafe las que habían hecho los nudos, las que habían colocado la manta en su sitio y ajustado las bridas.
—Llorar por el no servirá de nada— susurró para sí misma—Hay demasiadas cosas que hacer.
A pesar de aquellas palabras, sus manos siguieron demorandose en la silla de carga y en las provisiones, casi acariciando todo lo que Rafe había tocado, hasta que finalmente cada cosa estuvo guardada en su lugar. Sintiéndose como si estuviera en medio de una pesadilla, guió a los animales hacia el valle para que pudieran comer a su antojo.
Justo en el instante en que estaba atando las mulas a una estaca clavada en el suelo, escuchó a Prettyface ladrar ferozmente.
Su perro sólo ladraba de esa manera cuando algún desconocido se acercaba demasiado. Su corazón se paró por un segundo, y luego latió a toda velocidad.
Inmóvil, maldiciéndose a sí misma por el hecho de que la marcha de Rafe le hubiera afectado al punto de olvidar coger la escopeta, escrutó el valle en busca de algún rastro que indicara la presencia de extraños.
De pronto, dos mulas de patas largas aparecieron en el límite del bosque y se dirigieron veloces hacia ella.
Shannon se giró entonces hacia la cabaña sin perder un instan te, sólo para descubrir a dos Culpepper más entre ella y la escopeta que tan estúpidamente había dejado atrás.
No malgastó aliento en pedir ayuda. No había nadie por allí a excepción de Prettyface, así que corrió hacia el bosque, rezando por ser lo bastante rápida como para encontrar refugio entre los árboles antes de que la alcanzaran.
Cuando ya había recorrido la mitad de la distancia que la separaba del bosque, escuchó el golpeteo de unos cascos que sonaban cada vez más y más alto en sus oídos, y supo que estaba perdida.
De repente, un largo y nervudo brazo la cogió por la cintura, y a pesar de que Darcy no era lo bastante fuerte como para alzarla hasta la silla, no la soltó por más que ella se debatió y gritó.
—Clim tenía razón —alardeó Darcy, reduciendo la velocidad de su montura—. ¡No será fácil domarla!
Beau gruñó. Eso era lo máximo a lo que llegaban sus conversaciones desde que había descubierto lo rápido y preciso que podía ser un látigo.
—Estate quieta de una vez —ordenó Darcy, agarrando a Shannon con más fuerza—. Beau será el primero en disfrutar tu cuerpo porque es el mayor. Yo seré el tercero, así que reserva tus fuerzas hasta entonces... ¡Aaah!
Las palabras acabaron en un grito de sorpresa y miedo cuando Pretyface apareció desde un ángulo que Darcy no alcanzaba a ver y se lanzó directo a su garganta.
El forajido soltó a Shannon para poder protegerse y, un instante después, el ataque del perro le hizo caer de la silla.
Prettyface siguió a Darcy en su caída, gruñendo e intentando morderle en la yugular.
Shannon cayó sobre las manos y las rodillas al otro lado de la mula, se puso en pie sin perder tiempo y empezó a correr. Mientras lo hacía, gritó a Prettyface que dejara la pelea, consciente de que los Culpepper acabarían con él si no huía.
Una vez logró alcanzar la protección de los árboles, miró atrás angustiada. En el suelo, hombre y perro parecían formar una unidad en la encarnizada lucha. Beau, por su parte, seguía sobre la silla. Había sacado el revólver y esperaba una oportunidad de disparar sin herir a su hermano.
Con lágrimas surcando su rostro y el aliento desgarrándole los pulmones, la joven se adentró a toda velocidad en el bosque, aprovechando la oportunidad que Prettyface le había ofrecido para escapar. Corriendo a la mayor velocidad que podía, rezó por ser capaz de llegar a tiempo al túnel secreto que conducía al manantial, entrar en la cabaña a través de la cueva y coger la escopeta antes de que fuera demasiado tarde para ayudar a su perro.
Sin embargo, Shannon había recorrido sólo una parte del camino cuando el revólver de Beau abrió fuego.
Rafe hizo detenerse bruscamente a Sugarfoot en el borde de uno de los muchos cruces de caminos de Avalanche Creek. El caballo agitó la cabeza levemente y se mantuvo en calma.
Escuchando con mucha atención, totalmente inmóvil a excepción de sus ojos, Rafe escudriñó las sombras y el bosque en todas las direcciones. Pero no vio ni oyó nada que explicara la inquietud que le corroía las entrañas.
—Me estoy imaginando cosas —mascullo.
Aun así, seguía escuchando la voz de Shannon gritando su nombre en cada soplo del viento, cada agitación de los árboles, cada susurro de agua sobre el lecho del arroyo.
Rafael, no pretendía exigir tu amor.
Apretó sus grandes manos formando puños.
—Maldita seas, Shannon. Haces que me sienta confuso.
Te quiero, Rafe.
Tenía los dedos tan apretados que las riendas se le clavaron en la piel a pesar de los guantes.
—No quiero tu amor —murmuró, apretando la mandíbula—. No quiero sentirme en deuda. No puedo quedarme en un solo lugar, mi dulce ángel.
De pronto, Rafe se tensó con violencia. Las orejas de Sugarfool se levantaron y su elegante cabeza gris se giró para observar el camino que habían dejado atrás.
Alguien había disparado un revólver y el sonido parecía provenir del valle en el que vivía Shannon.
Ella no tenía un arma como ésa; los Culpepper, sí.
Sin siquiera pensarlo, Rafe hizo dar la vuelta a Sugarfoot y lo espoleó. Mientras su montura se ponía en marcha de un salto, comprobó que su rifle de repetición estuviera seguro en su funda, ya que había momentos en los que un látigo no era suficiente.
Inclinándose al máximo sobre el cuello del caballo, Rafe le urgió a seguir un ritmo frenético. Las rocas y los árboles pasaban junto a ellos a toda velocidad, pero a él no le parecía suficiente.
Habría sido capaz de vender su propia alma por llegar hasta Shannon antes de permitir que alguien le hiciera daño. Sin duda los Culpepper habían regresado en su busca y la habían atacado al hallarla sola.
Sugarfoot volvió a recorrer al galope el camino de Avalanche Creek. Cuando el bosque se espesó, el caballo redujo el paso sólo lo suficiente para esquivar árboles caídos y atravesar pequeños cauces de agua.
Rafe parecía haberse fundido con Sugarfoot y ejercía una presión constante en las riendas para ayudarlo a recuperar el equilibrio tras un salto difícil.
De pronto, se escucharon más tiros en la distancia procedentes de diferentes revólveres.
No les respondió ninguna escopeta.
—Corre, Sugarfoot —le instó Rafe con los dientes apretados. — ¡Corre!
Las espuelas reforzaron las palabras y el animal respondió alargando aún más sus zancadas. Con el cuello estirado al máximo y la cola ondeando al viento, Sugarfoot atravesó el bosque a una velocidad realmente peligrosa. Un tropiezo, un error, y caballo y jinete sufrirían las consecuencias de una caída mortal.
A pesar de ser consciente del peligro que corría, Rafe no redujo la marcha en ningún momento. Tenía demasiado presente la manera en la que los Culpepper habían observado a Shanron en Holler Creek.
Y ahora ella estaba a su merced.
Cuando se halló cerca de su objetivo, Rafe tiró con fuerza de las riendas y Sugarfoot frenó levantando una capa de polvo. El valle estaba tan sólo a diez metros de distancia. Con el rifle en una mano y el látigo sobre el hombro, Rafe desmontó de un sato y empezó a correr.
Sin embargo, antes de que pudiera alcanzar el límite del bosque una cuerda surgió de las sombras y se enredó alrededor de sus pies Aun así, logró rodar al tiempo que caía, liberándose de la cuerda y recuperando el equilibrio con un solo movimiento.
Pero ya era demasiado tarde.
Al ponerse en pie, se encontró con el cañón del revólver de Floyd Culpepper apuntándole a la frente. Supo que era Floyd porque sostenía el arma con la mano izquierda y tenía la muñeca derecha envuelta con trapos manchados de sangre.
Unos pálidos ojos azules contemplaron a Rafe con una expresión de regocijo.
—Mira quién ha venido, Clim. Darcy tenía razón cuando dijo que este tipo volvería en cuanto oyera los disparos.
—Y eso que tú creías que Darcy sólo trataba de alejarnos para arrebatarme el turno de disfrutar de la viuda —masculló Clim después de escupir el tabaco que había estado mascando.
Al oír aquello, Rafe sintió que el filo de un cuchillo le atravesaba las entrañas hasta llegar a su misma alma
—Cualquiera que toque a Shannon es hombro muerto— afirmó en tono frío y letal.
—Bonitas palabras —se burló Floyd al tiempo que le dirigía una sonrisa que dejaba al descubierto sus dientes negros—. Aunque me temo que no estás en posición de exigir nada. Tira el rifle y el látigo.
Rafe siguió sus instrucciones, pero sus ojos grises no dejaron de valorar la distancia que lo separaba del arma que Floyd empuñaba y de la que Clim mantenía enfundada.
—¿Ves algún cuchillo, Clim?
—No. De todos modos, dicen que él nació en Virginia Occidental, y nadie que provenga de allí podría ganarme en una pelea a cuchillo.
—Da la señal —le indicó entonces Floyd.
Clim emitió tres cortos y agudos silbidos, que obtuvieron como respuesta otro silbido.
—Camina —le ordenó entonces Floyd a Rafe, señalándole el valle con su muñeca vendada—. Si intentas escapar, no dudes que apretaré el gatillo.
Rafe no lo dudaba. Empezó a andar, preparado para saltar o atacar hacia cualquier dirección al primer signo de descuido por parte de los Culpepper. Mantenía las manos en una posición extraña, separadas de los costados con los dedos levemente curvados.
—Te lo dije —le comentó Floyd a Clim después de dar unos cuantos pasos.
—¿A qué te refieres?
—Este tipo no es nadie sin su látigo y su rifle. Es tan servicial como un perro bien entrenado.
Clim gruñó.
—Sí, un perro incluso más grande que ése al que Beau ha disparado.
Ya tendríamos a la viuda si ese maldito animal no hubiera saltado sobre Darcy cuando la atrapó.
Rafe sintió que le inundaba una oleada de alivio al saber que Shannon había logrado escapar.
—No te preocupes —le dijo Floyd a su hermano—. Puede que Beau no hable mucho últimamente, pero sigue siendo condenadamente bueno rastreando. Cogerá la viuda antes de que vaya muy lejos. Diablos, tampoco es que haya muchos lugares en los que pueda esconderse.
—¿Por qué no disparas a este bastardo de una vez y acabamos con esto? —preguntó Clim sin apartar la mirada del hombre que caminaba delante de él. A pesar de haberle desarmado, la contenida tranquilidad que transmitía le ponía nervioso.
—Sabes tan bien como yo que Beau tiene que ajustar cuentas con este tipo —respondió Floyd secamente—. ¿Quieres ser tú quien le diga que no podrá divertirse con él porque lo has matado?
Clim masculló algo ininteligible y después se limitó a caminar en silencio.
Entretanto, Shannon había conseguido llegar a la cabaña a través del túnel de emergencia que conducía a la cueva, y ahora escrutaba el valle con ojos cautelosos a través de los postigos.
De repente, un movimiento en los árboles captó su atención y sintió que su corazón dejaba de latir al ver a los tres hombres que surgían del bosque.
¡No puede ser Rafe! Se había marchado.
El hecho de ver al hombre que amaba en manos de los Culpepper alejó de la mente de Shannon el miedo por Prettyface y la obligó a concentrarse en salvarse a sí misma, porque sólo entonces podría salvarlo a él.
Casi incapaz de creer que Rafe hubiera regresado, se inclinó hacia delante y observó con detenimiento al hombre que precedía la marcha a través de los postigos mal encajados.
No había duda de que era Rafe. Pero la luz del sol que resplandecía sobre su pelo y perfilaba su poderosa silueta, también le mostró a Shannon que estaba desarmado y que el látigo que siempre llevaba al hombro había desaparecido.
La joven tuvo que morderse el labio para reprimir el fuerte deseo de gritarle, de decirle que no estaba solo, que ella le ayudaría. Pero gritar no serviría de nada, excepto para delatar su situación. Dispuesta a todo para salvar a Rafe, se dio la vuelta, se dirigió a la puerta y cogió la escopeta que colgaba de los ganchos.
Justo en el momento en el que se disponía a salir, se quedó paralizada al oír voces en el exterior.
—¡Os dije que lo cogeríamos!
—Sí. Ha sido más fácil de lo que esperábamos respondió alguien que parecía estar cerca de la cabaña.
Con el corazón latiéndole frenéticamente, Shannon se cambió de mano la escopeta y volvió a acercarse a la ventana para tener una visión general de lo que estaba ocurriendo.
Rafe cruzaba el valle con paso firme, seguido de dos hombres montados sobre mulas. Otro Culpepper se encontraba a tres metros de la puerta de la cabaña, observando cómo se acercaban los otros tres. El lamentable estado de sus ropas y las marcas de sangre en su rostro y sus brazos le indicaron a Shannon que se trataba de Darcy, el hombre al que había atacado Prettyface.
Las manos de la joven se tensaron alrededor de la escopeta al pensar por un instante en el fiel perro, pero al instante se obligó a sí misma a centrarse en el peligro que corría Rafe.
No había tiempo para abrirse camino de nuevo por el túnel para sorprender a los Culpepper. Tendría que actuar desde allí.
Y pronto.
Podría abrir la puerta de la cabaña y disparar al hombre que está más cerca.
Frunciendo el ceño, se dijo que no era una buena idea. De ese modo dejaría fuera de juego a uno de ellos, pero entonces, los otros dos Culpepper dispararían sobre Rafe antes de que ella pudiera volver a cargar la escopeta.
Y no podía olvidar que el mayor de los hermanos debía estar cerca. Probablemente todavía se encontrara en el bosque tratando de encontrarla, y, si oía tiros, volvería a toda prisa.
Quizá sólo necesite amenazarlos para conseguir que tiren sus armas.
Después de un momento, Shannon decidió que ésa era su mejor opción. Esperaría hasta que los otros dos Culpepper estuvieran más cerca y luego les ordenaría que tiraran las armas. Si se veía obligada a disparar, Rafe tendría el suficiente sentido común como para echarse al suelo. Y conociendo su rapidez y tamaño, probablemente derribaría a uno de los hermanos con él.
Con los nudillos blancos por la presión, Shannon se quedó de pie, inmóvil, junto a la ventana, observando cada paso que el grupo formado por tres hombres daba hacia la cabaña. Si tenía suerte, Rafael se las arreglaría para separarse de sus captores de algún modo. De esa forma, ella no tenia que preocuparse por si lo hería en el caso de que tuviera que disparar
Despacio, con cuidado, moviéndose milímetro a milímetro, abrió los postigos lo suficiente para poder apoyar la escopeta en la repisa de la ventana. Amartilló el arma, apoyó el dedo ligeramente sobre el gatillo y aguardó pacientemente, sin perder de vista al hombre que apuntaba a Rafael con su revólver.
—¿Algún rastro de la viuda? —preguntó Clim, al tiempo que desmontaba.
Darcy negó con la cabeza.
—Debe estar en algún lugar del bosque.
Por debajo de la depredadora apariencia de Rafe, la esperanza de que Shannon estuviera a salvo templó el profundo frío que había invadido su alma al pensar que podía estar en manos de los Culpepper.
—Tranquilos, la cogeremos. Beau le está siguiendo el rastro — añadió Darcy—. Y después de divertirnos con ella, la mataremos igual que a su perro.
—Veo que Prettyface se cebó contigo —le provocó Rafe—. Seguramente no le gustó tu sabor.
Darcy cambió la bola de tabaco de un lado de su boca al otro y le lanzó a Rafe una mirada gélida.
—Atacar a mi hermano fue lo último que hizo ese maldito perro —intervino Floyd—. Beau le disparó.
—Debería haber matado a Beau en Holler Creek —se burló Rafe—. No volveré a cometer el mismo error.
Darcy escupió el tabaco que había estado mascando sobre las botas de Rafe, que se limitó a mirarle y a pensar en nuevos insultos que distrajeran a Floyd el tiempo suficiente para poder arrebatarle el revólver. Luego, se encargaría de Darcy.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Floyd.
—Esperar a Beau.
—Necesito algo de whisky —masculló Floyd, mirando su brazo derecho con aprensión—. Cada vez que mi mula da un paso es como si alguien me diera martillazos en la muñeca.
Rafe sonrió.
—No tienes buen, aspecto, Floyd. Y ese olor que desprende la herida... Me sorprende que puedas soportado
—Tendrás que esperar —le dijo Darcy a Floyd, sin mirar a Rafe—. Beau lleva el whisky encima.
Detrás de Rafe, la mula de Floyd se movió y sacudió la pata delantera derecha para espantar una mosca.
—Maldita sea —gruñó Floyd—. Me duele.
—Entonces desmonta y deja de quejarte —replicó Darcy—. Yo aún estoy sangrando por culpa de ese maldito perro y no me oyes gimotear, ¿no es cierto?
La silla crujió cuando Floyd se preparó para desmontar.
La adrenalina recorrió con fuerza las venas de Rafe. Era el momento que había estado esperando. Por el rabillo del ojo, pudo ver la sombra de Floyd deslizándose por el suelo mientras se movía.
Seguía sosteniendo el revólver con la mano izquierda, pero, mientras desmontaba, el cañón de su arma se desvió de su blanco un segundo. Era justo lo que Rafe estaba esperando.
En un rápido movimiento, giró y al mismo tiempo lanzó una patada. Su bota impactó en la muñeca herida de Floyd, que soltó un extraño sonido y cayó inconsciente al suelo por el dolor.
Rafe cogió la pistola de Floyd y volvió a girar mientras el dorso de su mano izquierda impactaba contra el cuello de Darcy.
El sonido del golpe quedó amortiguado por el grito de ira de Clim, que sacó un largo cuchillo y se abalanzó sobre Rafe por la espalda.
Pero él se apartó tan rápidamente que Clim pasó a su lado tambaleándose y perdió el equilibrio. Un veloz movimiento de las manos de Rafe hizo que Clim cayera rodando y aterrizara sobre la espalda. Cuando volvió a ponerse en pie y atacó de nuevo, Rafe esquivó de nuevo su embestida, agarró a su contrincante y lo lanzó de cabeza contra el lateral de la cabaña. Clim chocó con tal fuerza que hizo vibrar los troncos y luego cayó inerme sobre la hierba.
En el preciso instante en el que Rafe se disponía a inclinarse para comprobar el estado de Clim, se escuchó el estruendo del disparo de una escopeta y Shannon gritó desde el interior de la cabaña.
La ventana estaba más cerca de Rafe que la puerta, así que dio una patada a los postigos entreabiertos al tiempo que saltaba sobre la repisa de la ventana, contando con que el factor sorpresa le daría ventaja respecto a lo que fuera a encontrarse en el interior
La joven se giró al instante hacia él con el rostro pálido mientras su mano amartillaba frenéticamente la escopeta.
—Tranquila, pequeña. Soy yo.
Al oír aquello, Shannon emitió un débil gemido y se quedó allí de pie, tambaleándose, lívida y con los ojos abiertos de par en par.
—Yo... —Su voz se apagó—. Un Culpepper... la cueva.. él...
Rafe echó un vistazo a la puerta abierta del armario que había detrás de la joven y vio las botas ensangrentadas de un hombre caído.
Shannon empezó a volverse hacia el armario, pero antes de que pudiera acabar de girarse, Rafe le cogió la escopeta de las manos y se colocó frente a ella para bloquearle la visión.
—Hiciste lo que debías —le aseguró con suavidad--—. Yo me encargaré de esto. Sal fuera y asegúrate de que Floyd sigue inconsciente.
—¿F... Floyd?
—El que lleva la muñeca vendada.
—¿Y los otros dos?
—No creo que creen muchos problemas —dijo él con tono neutro—. Ve, pequeña. Saldré en un momento para recoger sus armas.
Le entregó de nuevo la escopeta, desatrancó la puerta y observó con mucha atención a Shannon cuando pasó por su lado. Tenía los ojos demasiado oscuros y su piel había perdido cualquier rastro de color, pero sujetaba con firmeza la escopeta. Siguió caminando hasta que alcanzó una posición que le permitía vigilar a los tres Culpepper al mismo tiempo.
—Eres única, Shannon Conner Smith —murmuró Rafe para sí—. Nunca había conocido a nadie como tú.
Se dio la vuelta y se acercó al armario. Encendió la lámpara y la sostuvo por encima de Beau Culpepper durante unos segundos antes de apagarla. Después, salió al exterior para reunirse con Shannon.
—¿Está muerto? —le preguntó ella sin rodeos.
—Sí.
La joven cerró los ojos por un instante y su cuerpo tembló visiblemente, pero no aflojó la presión de sus manos alrededor de la escopeta.
—Tenía un cuchillo en una mano —continuó Rafe— y un revólver en la otra. No te sientas culpable por lo ocurrido. Ese maldito bastardo se lo estaba buscando desde hacía mucho tiempo Lo que siento es que tuvieras que ser tú quien le diera su merecido
Shannon respiró profundamente para intentar calmarse.
—Prettyface...
No pudo decir más.
—Lo encontraré —le aseguró Rafe—. Pero antes, será mejor que me encargue de estos tipos.
Para su sorpresa, Clim aún seguía con vida. Darcy no había tenido tanta suerte. Floyd estaba recuperando ya la conciencia y no dejaba de gemir y quejarse.
Hablando con suavidad, Rafe se acercó a una de las mulas y desató la manta enrollada que había detrás de la silla. El animal lo miró con recelo, sin embargo, no hizo ningún intento de escapar; era evidente que los Culpepper habían entrenado a sus animales para que no se pusieran nerviosos por unos cuantos tiros y un poco de sangre.
—Nunca había visto a un hombre pelear como tú lo has hecho —dijo Shannon mientras observaba a Rafe y recordaba sus rápidos e inesperados movimientos—. ¿Aprendiste a luchar así en Virginia Occidental?
—En China.
Con una mano, Rafe le quitó las armas a Darcy, y con la otra, extendió la manta y lo tapó. Luego, se volvió hacia los otros Culpepper.
—Los chinos conocen técnicas de lucha milenarias. Lo que hice sólo fue un juego de niños —añadió.
Shannon emitió un sonido de incredulidad.
—Es cierto —insistió Rafe—. El hombre que me enseñó no me llegaba al esternón y pesaba menos que tú, pero podía tumbarme y mantenerme inmovilizado en apenas unos segundos. Usaba sus manos y sus pies de una forma que nunca he vuelto a ver.
Mientras hablaba, cogió las pistolas y cuchillos de los hombres heridos, recuperó su propio látigo y se lo colgó al hombro. Ató a Clim por las muñecas y las rodillas con correas de cuero e hizo lo mismo con Floyd, ignorando sus gruñidos
¿Dónde te sorprendieron? le preguntó a Shannon al tiempo que se erguía. A medio camino entre la cabaña y el bosque, junto al gran tocón.
Rafe se acercó a la joven, le alzó la barbilla con la mano, y la besó en los labios con suavidad antes de soltarla.
—Quédate aquí y mantén los ojos abiertos —le advirtió—. Te traeré a Prettyface.
Por un momento, los ojos de Shannon reflejaron la terrible angustia que sentía por su perro. Luego, asintió y volvió a vigilar a los Culpepper.
Rafe montó sobre una mula y se dirigió hacia el valle. Cuando se aproximó al lugar que le había descrito Shannon, empezó a sondear la alta hierba y las flores silvestres. No le llevó mucho tiempo encontrar al enorme perro.
Maldiciendo entre dientes, miró preocupado a Prettyface. Aún sujetaba entre los dientes un trozo de tela ensangrentada. Un surco escarlata poco profundo cruzaba su cráneo justo por encima de los ojos, que mantenía medio abiertos y vidriosos. Otra herida dejaba una brillante franja de sangre que atravesaba su moteado pecho y una tercera bala había perforado la parte superior de una de sus patas traseras.
Al ver que la sangre fluía lentamente de las heridas, Rafe se apresuró a desmontar. Un instante después, estaba de rodillas junto a Prettyface comprobando que el costado del animal subía y bajaba levemente, pero con regularidad.
—Eres un tipo duro, ¿verdad? —le dijo en voz baja.
Tratando de hacerle el menor daño posible, buscó con dedos cuidadosos más posibles heridas. Prettyface se estremeció y soltó un agudo quejido.
—Tranquilo —susurró—. Parece que te han pateado y sangras por tres o cuatro sitios, pero eres fuerte y vivirás para poder jugar de nuevo entre las flores con tu dueña.
Antes de que Prettyface recuperara la consciencia, Rafe tomó al animal entre sus brazos, se puso en pie y cogió las riendas de la mula. El perro sólo emitió un gemido de protesta mientras atravesaban el valle con la mula siguiéndolos durante todo el camino.
Lo primero que vio Rafe cuando se aproximó a la cabaña fue a un desconocido alto y moreno que lo observaba desde el patio con unos ojos del color del acero de un revólver.
Maldición. Espero que no sea otro de los Culpepper.
—¿Shannon? —llamó Rafe.
—Si se refiere a la mujer que parece dispuesta a dispárarme si cometo alguna estupidez, está dentro de la cabaña con una escopeta.
Rafe miró hacia la ventana y comprobó que el cañón de la escopeta asomaba a través de los postigos siguiendo hasta el más mínimo movimiento del desconocido; así que, prudentemente, se hizo a un lado para alejarse de la trayectoria del arma en caso de que Shannon disparara.
El forastero de pelo oscuro asintió, comprendiendo por qué Rafe se había movido.
—Ocúpese de su perro —dijo mirando a Prettyface con compasión—. Esperaré.
Luego, los ojos del desconocido cambiaron, tornándose tan duros como el silex al clavarlos en los tres Culpepper que había en el suelo.
Rafe se arrodilló y dejó a Prettyface sobre la hierba con delicadeza. Cuando volvió a levantarse, el largo látigo se deslizó por su hombro y el extremo de éste cayó sobre su mano izquierda. Remolinos de cuero se ondularon como una serpiente a sus pies.
—Sal, Shannon —ordenó Rafe con claridad—. Prettyface está malherido, pero vivirá.
Al instante, el cañón de la escopeta desapareció de la ventana y la joven salió corriendo con el miedo y la esperanza claramente reflejados en su rostro.
—¿Prettyface? —preguntó con voz ronca.
—Ponte detrás de mí. Y ten cuidado con esa escopeta.
La joven no se molestó en responder a Rafe, pues ya había puesto el seguro del arma. Hizo lo que le decía y se arrodilló junto al perro mientras le dirigía suaves palabras de consuelo.
Durante todo ese tiempo, Rafe no apartó la vista ni un segundo del alto forastero cuyo abrigo, pantalones y botas habían formado parte, en su momento, de un uniforme del ejército del Sur.
—¿Conoce a estos tipos? Inquirió,
Por el aspecto de sus mulas diría que son los Culpepper — respondió el desconocido.
—¿Son amigos suyos?
—Llevo siguiéndoles el rastro desde Appomattox. A los once.
—¿Por alguna razón en particular? —preguntó Rafe sin ninguna entonación en la voz.
—Se les busca, vivos o muertos, en Texas. Durante la Guerra de Secesión mataron a tres mujeres y vendieron a sus hijos a los comanches. Para cuando los padres de los niños regresaron a casa de la guerra, descubrieron lo que había sucedido, y se pusieron en marcha para rescatar a sus hijos, ya era demasiado tarde. Todos habían muerto.
Rafe no hizo más preguntas. No era necesario. Era evidente que aquel hombre era, sin duda, un antiguo oficial confederado. Y sólo tenía que mirar sus ojos sombríos para deducir que, probablemente, su mujer había sido una de las tres víctimas asesinadas por los Culpepper y que sus hijos habían estado entre los desaparecidos.
—Hoy es su día de suerte —comentó Rafe con suavidad—. Estos tres son Clim, Darcy y Floyd Culpepper.
—¿Están muertos?
—Darcy, sí. Clim y Floyd siguen vivos, aunque no apostaría ni un solo dólar confederado por sus posibilidades. Clim tiene la espalda rota y la muñeca de Floyd desprende un olor nauseabundo.
—¿Gangrena?
Rafe asintió.
—¿Por la pelea en Holler Creek? —preguntó el desconocido.
—No fue una pelea exactamente. Sólo me limité a enseñarles las normas básicas de la buena educación.
Si a una comisura de la boca levantándose levemente podía llamársele sonrisa, entonces, el antiguo oficial del Sur sonrió.
—Pensé que debía de ser usted —repuso, mirando el largo e inquieto látigo—. Látigo Moran, ¿verdad?
—Así me llaman.
—A mí me llaman Hunter desde la guerra.
—El Cazador—dijo Rafe con tono neutro, asintiendo a modo de reconocimiento.
—Oí que Beau estaba con ellos —añadió Hunter, al tiempo que señalaba a los Culpepper.
—Estaba.
—Entonces, ¿volvió a escaparse? ¡Maldito bastardo! —De pronto recordó sus modales y se dirigió a Shannon—. Discúlpeme, señora.
—No se preocupe. —La joven no alzó la mirada de Prettyface No soy una dulce dama sureña. De hecho, acabo de matar a un hombre.
Las negras cejas del forastero se arquearon.
—¿A un Culpepper?
Shannon asintió.
—Créame, señora, muchos le dirían que a un Culpepper no puede considerársele un hombre —le aseguró Hunter—. Especialmente, los que se encargaron de enterrar lo que quedó de aquellas tres mujeres. —Se giró hacia Rafe y preguntó—: ¿Hacia dónde se fue Beau?
—Directo al infierno. Imagino.
—¿Está muerto? —inquirió mirando de nuevo a su alrededor.
Rafe asintió.
—En la cabaña.
El desconocido señaló con la cabeza a Shannon, planteando una silenciosa pregunta.
De nuevo, Rafe asintió.
Parte de la fiera tensión del cuerpo de aquel hombre desapareció. Y hasta que no se relajó, Rafe no fue consciente de la adrenalina que corría por sus venas.
—Ofrecen quinientos dólares por la cabeza de Beau, doscientos por la de Floyd y Darcy, y cien por la de Clim —les informó—. Me encargaré de que los reciban.
—No —exclamó Shannon con violencia—. No quiero dinero manchado de sangre. No los habríamos matado si hubiéramos tenido otra opción.
Hunter lanzó una rápida mirada a Rafe y, de nuevo, la comisura izquierda de su boca elevó muy levemente al comprender que, en lo concerniente a aquel enorme hombre rubio, los Culpepper habían firmado su propia sentencia de muerte en el momento en que atacaron a Shannon.
—Si me ayuda a cargarlos en dos mulas, se los entregaré al primer caza recompensas que encuentre —dijo con voz fría.
—¿No va a entregarlos usted mismo?
—Abner, Horace, Gaylord, Erasmus y Jeremiah Culpepper aún siguen con vida. Se rumorea que Erasmus y Jeremiah se dirigen a Virginia City. Ahora que estos ya han recibido su merecido, buscaré a los otros tres.
—¿Y qué hay del resto?
—Mi hermano Case está siguiendo a Erasmus y Jeremiah. Cuando los once Culpepper se dividieron, nosotros también lo hicimos. Case extrajo la paja más corta, así que sólo le tocó poder dar caza a dos de esos bastardos. Aunque no me sorprendería que llegara antes que yo a Virginia City.
—Once —masculló Rafe—. ¿Qué hay de los dos que faltan? ¿ Es probable que me los encuentre en breve?
—No lo creo. Están enterrados en algún lugar del camino que lleva a Texas.
Rafe no tuvo que preguntar quién los había enterrado. Había algo en aquel desconocido que le recordaba a Caleb Black; un hombre íntegro, pero implacable.
El tipo de hombre que nadie querría tener como enemigo.
—Espero que usted y su hermano atrapen a los cinco que siguen vivos.
—Lo haremos. Puede contar con ello.
Rafe le dirigió una sonrisa torcida y se volvió hacia Shannon.
—Sube a una de esas mulas y ve a buscar al chamán —le indicó—. Él podrá cuidar de Prettyface mientras estamos fuera.
Shannon alzó la cabeza bruscamente.
—¿Adonde vas?
—Vamos —la corrigió—. Si nos damos prisa, llegaremos al rancho de mi hermana antes de que te des cuenta.
Shannon abrió la boca.
No —rugió Rafe interrumpiendo cualquier cosa que ellafuera a decir—. Al diablo con el sentido común. Esta vez vas a venir conmigo aunque tenga que atarte a la silla.
Trece
Shannon se despertó sobresaltada y miró a su alrededor con el corazón latiéndole a toda velocidad. Estaba amaneciendo y las estrellas casi habían desaparecido. Se encontraba en una pequeña habitación. Rafael hablaba en voz baja en el porche y Caleb Black le respondía.
Eso era lo que la había despertado. El sonido de voces masculinas. Incluso tres días después de la brutal pelea con los Culpepper, seguía nerviosa, saltaba al mínimo sonido y miraba constantemente por encima del hombro para asegurarse de que nadie la seguía.
Tomó una entrecortada inspiración y hasta ella llegó un delicioso aroma a café, panecillos y beicon, haciendo que su estomago protestara en una instantánea respuesta. Rafael y ella habían llegado tan tarde la noche anterior, que Willow había hecho poco más que saludarles antes de acostarse. El trayecto se había alargado excesivamente debido a que la joven se había negado a montar sobre las dos mulas que Hunter había dejado para ella.
Salió de la cama y se vistió con rapidez, pues no deseaba quedarse acostada mientras los demás trabajaban. Por lo que le había contado, Willow estaba muy ocupada con su hijo, el embarazo y cocinando para todos los habitantes del rancho. Eso sin mencionar las tareas de coser, remendar, tejer, limpiar, lavar la ropa, plancharla, cuidar del huerto, alimentar a los pollos, recoger los huevos...
Caleb, por su parte, se encargaba del ganado y los caballos, cortar leña, construir y arreglar vallas, levantar edificaciones anexas, limpiar abrevaderos, establos y corrales, domar caballos, marcar terneros, hacer muebles... La lista era interminable.
Con pasos rápidos, Shannon bajó las escaleras de madera del desván donde había dormido y atravesó corriendo la casa hasta la cocina.
Willow estaba friendo beicon, haciendo panecillos y removiendo una olla de fruta cocida sobre la estufa de leña. Su brillante pelo rubio dorado, un poco más oscuro que el de Rafe, estaba recogido en una coleta y sus hermosos ojos color avellana poseían la misma forma felina que los de su hermano.
—Buenos días, señora Black —saludó Shannon.
La aludida se dio la vuelta y sonrió.
—Llámame Willow, por favor.
—Willow —repitió Shannon, sonriéndole a su vez—. Entonces, tú debes llamarme Shannon.
—Bonito nombre. ¿Te ha dado ya el Oeste algún apodo?
Shannon no creyó que «dulce ángel» pudiera considerarse un apodo. Y aunque lo fuera, no estaba dispuesta a decírselo a la hermana pequeña de Rafael.
—Todavía no —respondió sin poder reprimir una sonrisa al ver cómo la pronunciada curva del embarazo de Willow tiraba de la tela de su vestido—. Me sorprende que Rafael te llame Willy.
—¿Rafael? —La joven frunció el ceño por un instante antes de sonreír—. Oh, te refieres a Rafe.
—¿Alto, ancho de hombros, con el pelo muy rubio, atractivo como un ángel caído y testarudo como una mula de Missouri?
Willow soltó una risita.
—Ése es Rafe. Me llama Willy porque solía seguir a mis hermanos a todas partes como si fuera un niño en lugar de una niña.
—¿Cuántos hermanos tienes?
—Cinco. Matt vive a menos de un día a caballo con su mujer, Eve.
—¿Matt? —preguntó Shannon.
—Probablemente has oído hablar de él con el nombre de Reno. Incluso yo misma le llamo así la mayoría de las veces. Y lo cierto es que también me estoy acostumbrando a pensar en Rafe como Látigo Moran.
—-John el Silencioso mencionó a Reno una vez —comentó Shannon. Luego, deseando evitar el complejo tema sobre su tío y su falso matrimonio, preguntó—: ¿Dónde están tus otros hermanos?
—En Escocia, Birmania y la jungla amazónica según lo último que se .Pero eso fue hace años. Ahora pueden estar en cualquier sitio.
—Sois una familia viajera.
El atormentado tono de voz de Shannon hizo que Willow se girara de nuevo y la observara atentamente. Una única mirada a su delgada y nerviosa invitada, le indicó que su primera impresión había sido correcta: Shannon sentía algo más que cariño por Rafe.
—Sí, supongo que sí. —Se volvió de nuevo hacia la estufa—. De todos modos, aunque hubiéramos sido gente hogareña, no podríamos regresar a Virginia Occidental. La guerra nos arrebató todo lo que teníamos.
Shannon guardó silencio al oír aquello, sabiendo que nada de lo que dijera resultaría adecuado.
—Hay momentos en que escucho ciertas reminiscencias del Sur en tu voz —comentó Willow mientras tamizaba la harina.
—Virginia —confirmó Shannon—. Hace mucho, mucho tiempo.
—¿Es por eso por lo que viniste al Oeste? ¿También te arrebató la guerra tu hogar?
En cualquier otra persona, la pregunta resultaría ofensiva. Pero la voz y la dulce mirada de Willow reflejaban compasión más que curiosidad.
Shannon cerró los ojos por un instante, preguntándose cómo explicarle a aquella dama sureña el infierno en vida que había sufrido antes de que su tío se la llevara a Colorado.
—No importa —dijo Willow rápidamente—. No pretendía entrometerme. ¿Te apetece una taza de café, o prefieres té?
—¿De verdad tienes té?
La esperanzada pregunta de Shannon fue muy reveladora para Willow.
—Siempre tenemos té. Jessi, la mujer de Wolfe Lonetree, se crió en Escocia e Inglaterra. Y también Wolfe, en parte.
—Wolfe. —Shannon frunció el ceño—. Rafael lo ha mencionado alguna vez.
—No me sorprende. Rafe se ganó el apodo de «Látigo» el día que un grupo de borrachos de Canyon City insultaron a la esposa de Wolfe por el hecho de haberse casado con un hombre con sangre india.
—Así es como conocí a tu hermano —comentó Shannon, recordando la increíble y velocidad de la muñeca de Rafael, el duro chasquido del látigo y la brillante sangre en la sucia boca de Beau Culpepper.
Willow emitió un sonido que la alentaba a seguir hablando mientras se inclinaba para sacar una bandeja de panecillos del horno. Estaba decidida a descubrir cómo su hermano había conocido a la mujer, o, según Rafe, la viuda, de uno de los caza recompensas más famosos del Oeste.
—Estaba comprando sal y harina en la tienda de provisiones de Holler Creek cuando entraron los Culpepper —explicó Shannon—. Empezaron a decir cosas horribles de mí y yo... —Se encogió de hombros.
—¿Estabas sola? —preguntó Willow al tiempo que colocaba con destreza los panecillos en un cesto cubierto por una servilleta.
—Sí —respondió Shannon—. Intenté evitar que Rafael se involucrara. Tenía miedo de que saliera herido porque eran cuatro hombres armados contra uno, y él ni siquiera llevaba revólver. Además, los Culpepper eran muy temidos en Echo Basin.
Willow sintió que su corazón se paralizaba al pensar en su hermano enfrentándose a cuatro hombres.
—Los Culpepper no paraban de decir obscenidades —continuó Shannon—. Luego, de repente, se oyó un sonido similar a un disparo y vi sangre en la boca de Beau. Se oyó otro sonido y otro, y los Culpepper no hacían más que saltar y gritar. Para cuando fui consciente de que esos ruidos los hacía el látigo, la pelea prácticamente había acabado.
Willow se secó las manos en el delantal y dejó escapar un largo suspiro.
—Sé que mi hermano es muy hábil con el látigo, pero cuatro hombres armados al mismo tiempo... —Sacudió la cabeza, preocupada.
—Ellos no se lo esperaban —intervino Rafe desde la entrada—. Eso hizo que fuera mucho más fácil.
Shannon se dio la vuelta y vio que detrás del hombre que amaba se encontraba la imponente figura del marido de Willow.
—No vuelvas a hacer una cosa tan condenadamente estúpida —le aconsejó Caleb a su cuñado con sequedad.
—No es que planeara exactamente hacerlo la primera vez— explicó Rafe.
Caleb soltó una carcajada, entró en la cocina y acarició el pelo de Willow con una ternura que dejó estupefacta a Shannon.
—¿Cómo está mi chica favorita? —preguntó suavemente.
—Poniéndome lo bastante grande como para que pronto tengas dos chicas favoritas.
Sonriendo, Caleb se inclinó sobre su esposa y le dijo algo al oído que sólo ella pudo oír. El repentino rubor en las mejillas de Willow y la sonrisa en su carnosa boca hablaron elocuentemente sobre la felicidad de la pareja.
—¿Eso que huelo son panecillos? —preguntó Rafe.
—No —contestó Caleb rápidamente. Cogió la cesta de panecillos y fingió esconderla bajo su chaqueta—. Es tu imaginación.
—Supuse que reaccionarías de esa forma. —Sonrió y extendió la mano izquierda. En su palma había dos humeantes panecillos—. Así que me serví yo mismo mientras susurrabas cosas dulces al oído de mi hermana.
Shannon emitió un gemido de sorpresa. Rafe había actuado con tal rapidez que ni siquiera había visto cómo alargaba el brazo para coger los panecillos.
Willow puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.
—Sabéis que he hecho comida para todos —dijo fingiendo disgusto.
—Quería hablar contigo sobre eso —susurró Caleb, inclinándose—. Entre otras cosas...
Shannon parpadeó e intentó no mirar a la pareja. Estaba casi segura de que había visto los labios de Caleb acariciando la oreja de su esposa.
—Fuera. —Willow rió y empujó la amplia espalda de su marido—. Si sigues distrayéndome, quemaré el beicon y pondré demasiada sal a la mezcla de los panecillos.
—Ya la has oído —intervino Rafe, agarrando el antebrazo de su cuñado—. Muévete. No querrás estropear los panecillos de Willy.
—Pareces asombrada—comentó Willow, intentando no sonreír.
—Rafael es tan... diferente aquí—dijo Shannnon en vozbaja—. Lo he visto sonreír y bromear antes, pero nunca de ese modo.
—Mi hermano sabe que mientras esté aquí, no tendrá que guardarse las espaldas o cuidar sus palabras. Somos su familia.
—Un hogar para un trotamundos —susurró Shannon con pesar.
—Ese es mi hermano —asintió y midió la sal con cuidado—. Ha sentido la necesidad de viajar desde que tengo memoria.
El llanto inquieto de un niño llegó de pronto hasta la cocina. Willow miró la harina y el horno, suspiró y se lavó las manos.
—Discúlpame —dijo presurosa—. Ethan no tiene la paciencia de su padre. Si no lo saco de esa cuna y le doy de comer, gritará hasta echar la casa abajo.
—Ve tranquila. Yo acabaré de hacer los panecillos. ¿Han comido los jornaleros?
—La esposa de Hombre de Acero cocina para ellos últimamente.
—Entonces, sólo necesitaremos cuatro bandejas más de panecillos, ¿verdad?
Willow arqueó sus cejas color miel.
—¿Cómo lo has sabido?
—Rafael se come dos bandejas él solo.
—También Caleb.
Shannon sonrió levemente.
—Sí, me lo he imaginado por su tamaño. Lo que deja una bandeja de panecillos para nosotras.
—Si somos lo bastante rápidas —comentó Willow con ironía.
—Los vigilaré con una escopeta cargada en la mano.
—¿A los hombres?
—A los panecillos. Los hombres son lo bastante grandes para cuidar de sí mismos.
Willow se fue riendo en busca de su hijo, cuyo llanto se hacía más fuerte por momentos.
Para cuando todos se sentaron a desayunar, Ethan ya había comido, lo habían bañado y estaba vestido con ropas que Willow había hecho especialmente para él. Lo acomodaron en una trona que Caleb había tallado de un viejo abeto, al lado de su madre.
Shannon, que recordaba los hábitos que había aprendido mientras. cuidaba de sus primos, se sentó junto al niño. Y cuantío se movía inquieto y exigía la atención de Willow, le daba un pequeño trozo de panecillo para que se entretuviese o sumergía una cuchara en la fruta cocida y le dejaba que la lamiera.
La cocina estaba caliente y olía a comida recién horneada. Rafe había recogido flores silvestres amarillas y ahora adornaban el centro de la mesa. Había pequeños platos de mermelada repartidos por toda la superficie del mantel, y servilletas de cuadros azules y blancos envolvían los panecillos y cubrían el regazo de todos excepto el de Ethan. Las tazas de café y té eran de cerámica de color crema, y los cuchillos, cucharas y tenedores estaban hechos de un metal que brillaba por el uso y lavado diario.
—¿Shannon? ¿No tienes hambre? —preguntó Rafe, tendiendo le pacientemente una cesta de panecillos.
La joven dio un respingo y miró su plato vacío.
—Estaba intentando recordar la última vez que vi un juego completo de platos, cubiertos y servilletas —dijo en voz baja—. Está todo tan bonito que casi me da pena comer.
—Come de todos modos. Lo necesitas.
—No he hecho otra cosa que comer desde que te conocí — replicó Shannon.
—Eso es bueno. La primera vez que te vi estabas demasiado delgada.
—¿Cómo podías saberlo? —se extrañó—. Llevaba una chaqueta y unos pantalones de hombre.
La mirada de soslayo que Rafe le lanzó a Shannon la dejó sin habla, poniendo fin a la conversación. El fuego en sus ojos le indicó a la joven sin lugar a dudas que su interés en ella no había disminuí do en absoluto.
Caleb bajó la vista hacia su plato con el fin de ocultar su diversión. Era más que evidente que su cuñado deseaba ardientemente a la joven que había traído con él, y que todavía no la había hecho suya. Entre ellos no existía la complicidad de la que disfrutan los amantes, pero, desde luego, no era por falta de pasión. Rafe observaba a Shannon con hambrienta avidez y sucedía lo mismo cuando ella lo miraba a él. El deseo entre ambos era casi tangible.
Rafe le había dicho que creía que John el Silencioso estaba muerto. Y Shannon, por su parte, no había mencionado ningún momento a su esposo desaparecido.
Así que Caleb esperaba que no fuera la falta de pruebas de la muerte del famoso caza recompensas lo que impedía la unión de Rafe y Shannon. Muchos hombres habían muerto en el Oeste sin que nadie lo supiera, y no le sorprendería que ése fuese el caso de alguien tan solitario como John el Silencioso.
—Rafe me ha contado que tienes una cabaña en Echo Basin — dijo Caleb mirando a Shannon.
—Sí, en la bifurcación norte de Avalanche Creek —explicó la joven.
—Recuerdo haber perseguido a Reno por allí hace unos cuantos años —comentó Caleb—. Un lugar muy bello, cuando logras acostumbrarte a la altitud.
Shannon sonrió.
—Lo único que recuerdo de mis dos primeros meses allí es estar continuamente sin aliento y sentirme como si llevara una pesada carga en la espalda.
—No debe ser fácil conseguir comida en esas montañas —añadió Caleb.
—Así es —reconoció ella—. A veces, sólo hay seis semanas entre la última helada de la primavera y la primera del invierno.
—Debe de ser un lugar muy solitario para ti, siendo la única mujer en muchos kilómetros a la redonda —intervino Willow.
Shannon guardó silencio durante unos instantes y luego empezó a untar una capa de brillante mermelada roja sobre un panecillo.
—Para sentirte solo —dijo lentamente—, tienes que tener a alguien a quien echar de menos. Yo no dejé atrás a nadie que me importara cuando vine al Oeste.
—Pero pasas gran parte de tu vida sola —insistió Willow.
—Tengo a Prettyface.
—¿Prettyface? —preguntó Willow.
—El perro más grande y huraño que hayas visto nunca —intervino Rafe con sequedad—. Aún se estaba recuperando de una indigestión, así que lo dejamos con un chamán.
—¿Indigestión? —Caleb soltó una carcajada, ya que su cuñado le había contado el incidente con losCulpepper. — ¿Es así como lo llamas?
—Sí —respondió Rafe—. El Culpepper al que intentó devorar habría hecho vomitar a cualquiera.
—¿Cómo puedes hacer un chiste de ello? —le reprendió Willow—. Por lo que me ha dicho Shannon, esos hombres eran muy peligrosos.
—No eran gran cosa sin un revólver en las manos —le aseguró Rafe.
—Si hubierais visto moverse a Rafael, no os habríais preocupado por él —intervino Shannon—. Acabó con ellos antes de que yo pudiera siquiera pestañear.
—De todos modos, hermanito —masculló Willow—, deberías tener más cuidado. Puede que algún día te encuentres con un rival más poderoso que tú.
—Ya lo ha hecho —dijo Shannon.
Caleb se volvió rápidamente hacia la joven. Su increíble velocidad había sido una de las primeras cosas que le habían llamado la atención de él. Había llegado a pensar que quizás fuese incluso más rápido que Rafael.
—¿Qué ocurrió? —le preguntó Caleb.
—Rafael se enfrentó a un oso con su látigo.
Caleb clavó su penetrante mirada en su cuñado.
—¿Un oso? ¡Maldita sea! ¡Pensaba que tenías más sentido común!
—No fue exactamente idea mía —replicó Rafe con ironía-—-Estaba tomando un baño y, al oír los ladridos de Prettyface, me di la vuelta y vi a aquel condenado oso levantado sobre sus patas traseras. Lo único que tenía a mano era el látigo, así que lo usé.
—¿Ahuyentaste a un oso con el látigo? —Caleb lo miró asombrado.
—No. Shannon acudió corriendo y clavó su vieja escopeta oxidada...
—Mi escopeta está más limpia que tu látigo —le interrumpió Shannon.
—... en la espalda del oso y le disparó —continuó Rafe— Debió alcanzarle en el corazón, porque murió al instante.
Caleb giró la cabeza y observo a Shannon con un brillo de respeto en sus extraños ojos color whisky
—Hay que tener mucho valor para hacer eso—afirmo.
—¿Valor?—repitió Shannon con una sonrisa trémula . No he pasado nunca tanto miedo. Pero tengo muy mala puntería y sabía que tendría que acercarme mucho para no errar el tiro.
—Entonces, te acercaste a ese oso y disparaste —concluyó Caleb, traspasándola con la mirada.
—¿Tú también vas a gritarme? —le preguntó Shannon observándolo con cierto recelo.
Caleb sonrió, provocando que sus duros rasgos fueran aún más atractivos.
—¿Es eso lo que hizo mi cuñado? —inquirió—. ¿Te gritó?
—Sí.
—No —negó Rafe rotundo—. Simplemente le dije que cometió una estupidez al acudir corriendo donde no la llamaban y casi conseguir que la mataran. Prettyface y yo teníamos todo bajo control.
Caleb resopló.
—¿Sabía eso el oso?
Rafe le lanzó a su cuñado una dura mirada y luego se concentró en los panecillos que había en su plato. Aún le molestaba que Shannon hubiera arriesgado su vida por salvar la suya.
Sin embargo, en lugar de agradecérselo, él le había gritado. Y eso también le enfurecía.
Menuda sorpresa, pensó Rafe con ironía. Todo lo referente a. Shannon me pone furioso.
—Si mi hermano no tiene los modales para agradecértelo — intervino Willow—, yo sí. Serás bienvenida en nuestro rancho siempre que quieras, durante todo el tiempo que desees.
—Yo también te lo agradezco —asintió Caleb—. Por mucho que odie reconocerlo, echaría de menos el sonido de la flauta de Rafe al amanecer cuando nos visita.
—¿Y quién me acusó de hacer que el ganado corriera en estampida con mi música? —replicó Rafe, sintiéndose agradecido por el cambio de tema.
—Debió de ser Wolfe —repuso Caleb en tono neutro.
—No lo recuerdo así —se burló Rafe.
Shannon oculto una sonrisa y también intento ocultar su anhelo cuando miro de soslayo a Rafe, aunque supo que no lo había conseguido
Había aprendido que pocas cosas pasaban desapercibidas a los ojos de su anfitrión.
Después de comer, Caleb y Rafe salieron para comprobar el estado de los caballos mientras Willow y Shannon se repartían las tareas de la casa.
El primer día se estableció el patrón para los siguientes. Shannon trabajó igual que su anfitriona, ya fuera cocinando, cosiendo o limpiando. Y cuando Willow protestó diciendo que Shannon hacía demasiado, ella simplemente se rió y dijo que el trabajo en el rancho era mucho más fácil que el que estaría haciendo si se encontrara en Echo Basin.
Después de la cena del cuarto día, Willow convenció a Caleb para que sacara su armónica y tocara algunas de sus canciones favoritas.
Pronto los evocadores sonidos de un vals llenaron la casa. Las lámparas ardían en tonos dorados en el salón, suavizando todo aquello que su luz tocaba, y las sobrias líneas del mobiliario y las alfombras hechas a mano se transformaron en sólidas y lujosas formas.
Con paso decidido, Rafe se acercó a Willow, se inclinó con elegancia y le tendió la mano.
—Señora —le dijo con gravedad—, como anfitriona, el primer baile de la noche es suyo.
—Ahora soy mucho más torpe que la última vez que bailamos—le advirtió.
Los labios de Rafe se distendieron en una tierna sonrisa.
—Eres una mujer muy bella, hermanita, y tu embarazo sólo hace que lo seas aún más.
Sonriendo, Willow se ruborizó y permitió que su hermano mayor la ayudara a levantarse. Le hizo una reverencia con la gracilidad de una dama que hubiera sido educada en los mejores colegios del Este y comenzaron a bailar.
Rafe estrechaba a su hermana como si se tratara de una delicada figura de porcelana, sus ojos resplandecían de placer y sus pasos se fundieron sin problemas. Juntos se deslizaron y giraron con habilidad por toda la estancia mientras la armónica de Caleb transformaba la noche con su música.
Shannon observó cómo los hermanos bailaban con una sensación cercana a la envidia. Ella también había sabido una vez, lo que era asistir a bailes, aunque sólo fuera asomándose a través de las balaustradas del segundo piso de su casa y observando los remolinos de seda, satén y música en el salón. En aquella época era demasiado joven para bailar y soñaba con tener edad suficiente para unirse a los elegantes bailarines que no dejaban de reír.
Pero antes de que ese momento llegara, el mundo cambió, y las sedas, los vestidos y los bailes desaparecieron de la vida de Shannon.
Cuando las últimas notas del vals vibraron a través del aire, la joven suspiró y se volvió hacia Caleb.
—No sabía que una armónica pudiera emitir unos sonidos tan bellos —comentó con voz ronca.
Caleb sonrió levemente.
—Has vivido en Echo Basin demasiado tiempo. Lo único que puedes escuchar allí es el aullido de los lobos.
—¿Te sorprendería si te dijera que me gusta oír a los lobos siempre que me encuentre a salvo en el interior de mi cabaña?
—Después de escuchar cómo atacaste a ese oso, no hay nada que pueda sorprenderme de ti.
La aprobación en los ojos de Caleb hizo que Shannon se ruborizara y le sonriera con timidez.
—Si te sobra tiempo después de coquetear con mi cuñado — intervino Rafe con frialdad, dirigiéndose a la joven—, podemos dejar que Willow descanse y bailar juntos.
—Yo no sé bailar y no estaba coquet... —empezó Shannon.
Sus palabras se detuvieron bruscamente. La ira que vio en los ojos de Rafael le impidió seguir hablando.
—¡Rafe Moran! —exclamó Willow, avergonzada—. ¿Y tus modales?
—Los ha perdido —masculló su esposo con sequedad—, junto a su sentido común.
Rafe le lanzó una fiera mirada.
—Resérvate eso para Reno —le sugirió Caleb con una sonrisa irónica—. Ha estado esperando una oportunidad para desquitarse contigo desde que lo tumbaste en la última pelea y le hiciste ver su crueldad al tratar a Eve.
—Se lo tenía bien merecido —afirmó Rafe—. Estaba comportándose como un condenado estúpido al rechazar sus sentimientos hacia ella. Cualquiera podía verlo.
—Excepto él —señaló Caleb—. Deberías pensar en ello detenidamente. Y también deberías disculparte con Shannon mientras le enseñas a bailar el vals.
Dicho aquello, guiñó un ojo a su esposa, cogió la armónica, y pronto, una alegre música se extendió por la estancia.
Furiosa, Shannon miraba a todas partes excepto a Rafe. No había hecho nada que justificara sus injustas palabras y las mejillas aún le ardían por la vergüenza que le había provocado su acusación.
Sin previo aviso, la gran mano de Rafe apareció delante de los ojos de la joven. Sus dedos eran largos, bronceados, extrañamente elegantes a pesar de su fuerza. Las uñas estaban limpias y pulcramente recortadas.
Olía a menta.
Rafe vio la acusación en los ojos azules de Shannon cuando ésta alzó la mirada hacia él, y también la sorpresa al captar el aroma que tanto le gustaba.
—Menta —musitó.
—Willow la cultiva ahí detrás —le explicó Rafe—. Cogí un poco para tu habitación cuando mi hermana y tú estabais quitando la mesa.
—Yo... gracias —balbuceó Shannon—. Ha sido muy amable por tu parte.
Él alargó la otra mano y dijo con suavidad:
—Baila conmigo.
Mi dulce ángel.
Aunque Rafe no dijo las palabras en voz alta, se veían reflejadas en el resplandor plateado de sus ojos al mirarla.
—No sé bailar —confesó Shannon.
—Te enseñaré, si me lo permites. ¿Me lo permitirás, Shannon?
—Sí —susurró.
—Entonces, acércate a mí —susurró a su vez.
Cuando Shannon se puso en pie, Rafe le cogió la mano izquierda y la guió al centro del salón. Allí la hizo girar hasta que estuvo frente a él y le alzó la mano. Si hubieran estado solos, le habría besado en el centro de la palma, pero, en lugar de eso, presionó sus dedos con suavidad, Shannon emitió un gemido apenas audible. Su respiración se aceleró y sus ojos se abrieron aún más como si fueran luminosos estanques azules.
—Pon tu mano izquierda en mi hombro —le indicó Rafe con voz profunda.
—¿Así?
—Sí. Ahora apoya la mano derecha sobre la mía.
Un revelador estremecimiento recorrió a la joven cuando su palma rozó la de Rafe, que movió la mano hasta que pudo agarrar levemente la suya entre los dedos.
—¿Puedes seguir el ritmo de la música? —le preguntó.
Shannon ladeó la cabeza y trató de escuchar la armónica a pesar de la abrumadora conciencia del cuerpo de Rafe cerca del suyo, sus respiraciones entremezclándose, el fuerte latido del pulso en el cuello masculino.
Después de unos cuantos segundos, consiguió distinguir el ritmo que marcaba Caleb y empezó a contar con Rafe en voz baja.
—Eso es —la alentó—. Recuerda que siempre debes empezar con el pie derecho y sígueme.
Rafe comenzó con pasos sencillos, pero pronto trazó otros más complicados al ver que ella seguía sus indicaciones sin ninguna dificultad. Su forma de sujetarla cambió. Se volvió más firme, la guiaba en todo momento y la sostenía si vacilaba.
—¿Estás segura de que no sabes bailar el vals? —inquirió Rafe, girando con rapidez.
Shannon se rió y se agarró a él confiando en que la guiaría. Su fuerza y seguridad hacían que el baile fuera mucho más sencillo de lo que había pensado en principio.
—He soñado con bailar así —admitió en voz baja—, aunque nunca lo había hecho. De niña solía observar desde lo alto de la escalera cómo los invitados de mis padres bailaban en el salón.
—¿Cuántos años tenías?
—Cinco... seis. Quizá siete. Fue hace mucho, mucho tiempo — respondió Shannon con aire ausente—. Antes de que mi padre nos dejara y mi madre empezara a tomar láudano.
Conmocionado por las, palabras de la joven,Rafe no hizo más preguntas. Lo único que deseaba era borrar las sombras de los hermosos ojos femeninos y no crear más oscuridad en ellos haciéndole recordar el pasado.
—Creo que está preparada para una polca —dijo en voz alta, mirando a Caleb.
Al instante, la música de la armónica pasó de ser elegante a estridente, con juguetonas pausas que hacían que Willow riera a carcajadas y siguiera la música con el pie.
—¿Oyes el ritmo? —le preguntó Rafe a Shannon.
—¡Tendría que estar muerta para no oírlo!
—O haber bebido mucho —rió él—. Sospecho que los alemanes inventaron este baile para estar sedientos y poder pasarse toda la noche bebiendo cerveza.
Cogió las manos de Shannon y las colocó sobre sus hombros.
—¿Preparada?
—¿Para qué? —Los pies de la joven ya seguían el mismo ritmo que los de Willow.
—Para correr conmigo como si yo fuera Prettyface y estuviéramos solos en un prado de la alta montaña con nada a nuestro alrededor, aparte de las flores y el sol.
La idea de hacer algo así con Rafael hizo que el calor invadiera a Shannon mientras la risa resplandecía en sus ojos y curvaba sus labios en una deslumbrante sonrisa.
Él apoyó las manos en sus caderas, saboreando la carne femenina que había justo debajo de aquellos pantalones desgastados, y le dirigió una sonrisa tan inquietante y sensual como la luz que brillaba en sus ojos.
Sin más aviso que ése, Rafe empezó a bailar la polca y a contar los pasos como había hecho antes. Pero esa vez su voz era casi un grito más que un murmullo. Shannon le siguió sin dificultad, ya que esa danza era mucho más fácil que el vals. Su inexperiencia se vio compensada por la fuerza y habilidad de Rafe. Si Shannon titubeaba, él simplemente la levantaba en el aire.
Pronto ambos estaban corriendo alegremente y dando fuertes patadas en el suelo desde el salón a la cocina, por el pasillo y de nuevo en el salón. Cada pocos pasos, Rafe levantaba en el aire a Shannon, la hacia girar,, y luego la dejaba en el suelo para moverse hacia otra dirección.
Con las mejillas sonrojadas, los ojos brillantes, y riéndose, Shannon se dejó llevar por la música y por el hombre que reía y bailaba con ella. Finalmente, en el décimo viaje desde el salón hasta la cocina, la joven se quedó sin aliento a causa de la risa y de la propia polca. Se colgó de Rafe y rogó piedad. Éste la hizo girar una vez más en el aire y la estrechó contra sí, aprovechando que se encontraban en la cocina y nadie podía verles.
—Sé que no estabas coqueteando con Caleb —admitió él en voz baja—. Pero si me hubieras sonreído a mí así, habría deseado hacer... esto.
Mientras hablaba, la diversión en los ojos de Rafe cedió paso a la desbordante pasión que lo inundaba y que ya no podía ocultar. Bajó la cabeza y tomó la boca de Shannon en un rápido y ávido beso.
—Y luego habría querido más, mucho más —continuó con suavidad—. Te deseo, mi dulce ángel. Casada, viuda o virgen, cielo o infierno. Seas lo que seas, te deseo con todas mis fuerzas.
Con un grave gemido, Rafe permitió que Shannon se deslizara por su cuerpo hasta el suelo, dejando que fuera consciente de su fuerte erección.
Abrumada por sus sentimientos, la joven fue incapaz de articular nada coherente y tan sólo pudo balbucear su nombre trémulamente cuando él la soltó.
—Diles a Cal y a Willy que he ido a comprobar cómo está Sugarfoot —le pidió Rafe con voz ronca al tiempo que se alejaba.
La puerta trasera se cerró de un golpe, dejando a la joven sola en la cocina con el corazón palpitando frenéticamente y el sabor del hombre que amaba en su boca.
Catorce
A la mañana siguiente, un viento que descendía de las montañas arrastró con él breves y violentas tormentas eléctricas hacia el largo valle verde donde Caleb y Willow habían construido su hogar. Cuando Rafe entró en la casa, tuvo que sujetar el pomo de la puerta con cuidado para evitar que la gruesa madera se cerrara de un golpe.
Shannon se encontraba en el salón, sentada junto a una ventana en una de las sillas que Caleb había hecho con sus propias manos. Estaba cosiendo una de las blusas de tela de algodón a cuadros de Willow, y daba diminutas y pulcras puntadas en una manga desgarrada.
—¿Dónde está Willy? —preguntó Rafe.
—Descansando un poco junto a Ethan.
Rafe sonrió casi tímidamente.
—Cal me ha dicho que anoche despertamos al niño con nuestro baile.
El rubor brilló en las mejillas de Shannon al recordar el duro beso de Rafe y su cuerpo rígido contra el suyo.
—Ethan no estuvo despierto mucho tiempo —dijo en voz baja—. Se durmió enseguida cuando Willow le cantó. Tiene una voz muy hermosa.
—Deberías oírla cantar con Reno y Eve —comentó Rafe, sonriendo—. Sus voces se acoplan a la perfección. Las Navidades fueron muy especiales el año pasado, con todos nosotros juntos y los villancicos alegrando las noches.
—Estoy segura de que fue algo maravilloso —asintió Shannon con voz melancólica.
Rafe miró atentamente a la joven .Su rostro ya no presentaba la palidez de las semanas anteriores y había ganado un par de kilos Con la costura en las manos, una ventana de cristal cerca y el sol brillando en su pelo, parecía relajada y casi feliz.
—Te gusta estar aquí, ¿verdad? —le preguntó.
—Sería difícil que no me gustara. Caleb y Willow son muy amables conmigo y han convertido este lugar en un verdadero hogar. Verlos hace que me dé cuenta de la equivocación que cometieron mis padres al casarse.
—Reno y Eve harán que te sientas tan cómoda con ellos como Cal y Willy. Y lo mismo pensarás de Wolfe y Jessi cuando los conozcas. Debe de haber algo en el aire del Oeste.
Shannon intentó bajar la vista, pues no deseaba que él viera la emoción en sus ojos cuando lo miraba y pensaba en un hogar, el matrimonio, una vida que compartir, el amor, los niños que podría tener con él.
Pero eso no sucedería. Era muy consciente de ello, al igual que sabía que Rafael se iría pronto de su lado. Y aun así, no podía evitar amarlo.
Finalmente, logró apartar la mirada de lo que sabía que no podría tener.
Pero no fue lo bastante rápida. Rafe ya había visto la esperanza que ella no podía negar, el amor, la tristeza de saber que él la dejaría algún día. Sin embargo, el hecho de que Shannon guardara silencio sobre sus sueños y no le exigiera nada, hizo que se sintiera más atrapado e inquieto que nunca; y al mismo tiempo, consiguió que la deseara hasta el punto que todos los músculos de su cuerpo se tensaron en una brutal lucha entre la contención y la liberación.
Rafe echó un vistazo al pasillo que daba a los dormitorios y comprobó que las puertas de la habitación del niño y la de Willow y Caleb estuvieran cerradas.
Sabiendo que no debería, pero incapaz de detenerse, cruzó el salón con rápidas zancadas y levantó a Shannon entre sus brazos sin previo aviso. Fue más brusco de lo que había pretendido debido a que estaba más hambriento de ella de lo que había creído.
—¿Rafael? —musitó Shannon, sobresaltada.
—Shh... calla y bésame. Déjame tenerte aunque sólo sea de este modo.
Los labios de Shannon ya estaban abiertos por la sorpresa cuando Rafe invadió su boca. Saboreó el sabor a menta y las sensuales texturas de su lengua, provocando que la joven soltara un leve jadeo en respuesta y se ofreciera a él con una honestidad que le hizo sufrir.
Rafe nunca hubiera podido imaginar que el deseo pudiera llegar a ser tan demoledor, tan apasionado y salvaje que sintiera arder hasta el mismo centro de su alma.
Los gemidos que Shannon emitía desde lo más profundo de su garganta, la forma en que movía las caderas contra su rígida erección, le indicaban a Rafe que la joven lo deseaba del mismo modo que él la deseaba a ella. En ese mismo instante, sin promesas ni lamentaciones, nada excepto la fiera necesidad que surgía de sus cuerpos... miel y acero unidos en una misma llama.
Con un grave jadeo, Rafe liberó la boca de Shannon, consciente de que continuar besándola sería una locura. Pero era demasiado tarde para detener el fuego que se había iniciado. Ya estaba a merced de la inclemente tortura de la pasión. Temblaba, ardía, y su control se esfumaba más y más con cada latido de su corazón.
—Dios, mujer —susurró con aspereza, amortiguando su voz contra el cuello de Shannon—. Me estás volviendo loco.
—Yo no pretendía...
—Lo sé —la interrumpió cortante—. Es culpa mía. Ya debería saber que besarte sólo hace que duela más. Pero cuando no te beso, el dolor es incluso peor.
Shannon sintió el fuerte estremecimiento que recorrió a Rafe. Tomó su atormentado rostro entre las manos y lo besó con suavidad, con increíble ternura, deseando borrar el dolor y la oscuridad de sus ojos, de su cuerpo.
Rafe volvió a estremecerse, luchando por no perder el poco control que le quedaba.
—Cada vez que miro hacia el otro lado de la estancia y veo tus ojos observándome —confesó en voz baja e irregular—, sé lo que estás pensando, lo que estás recordando, lo que estás sintiendo. Tus ojos me dicen que te entregarías a mí sin dudar y que me darías todo lo que necesito. Y te necesito, Shannon. Te necesito hasta el punto de despertarme sudando, tenso y dolorido de pies a cabeza. Sé que no puedo tenerte, pero no puedo dejar de desearte , y estoy ardiendo por dentro.
—Shh... Está bien —murmuro Shannon entre dulces besos
No pasa nada. Puedes tomarme y acabar con tu sufrimiento sin tener que entregar a cambio ese amanecer por descubrir.
Los suaves besos de Shannon, al igual que sus palabras, eran delicados y profundamente valiosos para Rafe, una descarnada tentación y un reconocimiento igualmente descarnado de su amor por él.
Sabía que debía interrumpir las palabras de la joven, sus besos, antes de prometer algo que no podría mantener. Pero no podía alejarse de la intangible red de amor y caricias forjados con amor que ella estaba tejiendo a su alrededor.
—Mi ángel... Mi dulce ángel —susurró Rafe—. Basta. Me estás destrozando.
—Entonces, dime qué debo hacer. Quiero aliviarte, liberarte de tu sufrimiento. Por favor, Rafael. Dímelo. Enséñame.
El simple hecho de pensar en ello hizo que la sangre corriera como lava por las venas de Rafe. Un violento latigazo de deseo paralizó su cuerpo y arrancó un áspero sonido de su pecho. Cerró los ojos y trató de luchar contra aquel torbellino de emociones que se concentraba en lo más hondo de su ser y que nunca había sentido por una mujer. Al igual que las palabras y los besos de Shannon, la intensidad de sus sentimientos hacia él eran una tentación casi imposible de resistir y una grave advertencia de lo frágil que era su autocontrol.
—¿Rafael? —gimió Shannon—. Por favor. Enséñame.
Apelando a los últimos jirones de su fuerza de voluntad, Rafe se recordó a sí mismo que se encontraba en el salón de la casa de su hermana en pleno día. Willow podría despertarse en cualquier momento y sorprenderlos.
—No. —Sacudió la cabeza y apartó bruscamente a la joven—. No me lo pidas. No me tientes. No...
—Pero has sido tú quien...
—... No me digas que me dejarías desnudarte, acariciarte como lo hice la noche de la tormenta y sentir tu deseo derramándose en mi mano como sedoso fuego. No me digas que no pasaría nada si desabrochara mis pantalones y hundiera toda mi necesidad, mi dolor y mi deseo en lo más profundo de tu cuerpo. No me digas que me permitirías tomar tu inocencia.
Shannon intentó hablar, pero no pudo. La idea de que Rafael la hiciera suya le provocó un visible temblor que la recorrió por entero y sus ojos fueron incapaces de reprimir el salvaje anhelo que se había apoderado de ella.
—Maldición, me lo suplicarías ¿verdad? —murmuró él, consciente de todas y cada una de las reacciones de la joven—. Tu necesidad es tan fuerte como la mía. Arderías conmigo y...
El ruido de una puerta abriéndose en el pasillo interrumpió las violentas palabras de Rafe, que se estremeció como si hubiera recibido un latigazo.
—¿Caleb? —dijo Willow desde el pasillo.
—Soy yo, Willy —respondió Rafe con aspereza, al tiempo que se movía con rapidez para cubrir a Shannon con su cuerpo—. Estaba hablando con vuestra invitada sobre ese puesto que ofrecíais.
Instantes después, Willow apareció en la entrada del salón. Tenía el pelo revuelto e intentaba no bostezar mientras se frotaba los ojos.
—Oh, bien. ¿Necesitas algo? —preguntó fijando sus adormilados ojos en su hermano.
—No —contestó Rafe mientras sonreía con los dientes apretados.
—Perfecto —murmuró tratando de ocultar un bostezo—. Creo que me daré un baño antes de empezar con la comida. ¿Os importa vigilar a Ethan mientras tanto?
—Claro que no —dijo Shannon rápidamente.
—Gracias. Me daré prisa.
—No hace falta —le aseguró Shannon—. Empecé a preparar el estofado mientras dormías. Y si Ethan se despierta, lo entretendré con algo de leche. Tómate tu tiempo.
Rafe observó cómo Willow se marchaba, agradecido de que su hermana estuviera demasiado adormilada para notar las evidentes señales de lo que había sucedido momentos antes entre Shannon y él.
Al menos he resuelto el problema de la seguridad de Shannon, se dijo a sí mismo tratando de calmarse. No creo que pueda mantener las manos alejadas de ella por mucho más tiempo.
Ya es hora de ir a buscar un amanecer que me haga olvidar sus hermosos ojos.
—No te preocupes por tus cosas —le dijo con brusquedad a la joven—. Cal o uno de sus hombres te ayudaran a traerlas Cuando regreses a por Prettyface. Si esperas una o dos semanas, incluso podrá caminar solo en lugar de ir sobre tu silla.
Shannon parpadeó y sacudió la cabeza, sintiéndose como si se hubiera despertado en el sueño de otra persona. Nunca había pensado que llegaría a amar de aquella forma tan intensa y absoluta a ningún hombre.
—¿De qué estás hablando? —inquirió—. Aunque esperemos dos semanas para regresar a mi cabaña, no necesito más ropa.
Lo que la joven no dijo fue que no había más ropa en la caba ña, la necesitara o no.
—Y, de todos modos, ¿por qué habría de traer a Prettyface aquí? —añadió, perpleja.
—Pensé que querrías seguir teniéndolo a tu lado —replicó Rafe—. Cal y Willy dicen que no les importa. De hecho, han estado intentando conseguir un perro lo bastante grande y duro para sobrevivir a los lobos, los carneros de Texas y los vientos inverna les, pero no han tenido mucha suerte.
—¡Por supuesto que voy a quedarme con Prettyface! ¿De qué estás hablando?
—Estoy hablando de que te instales aquí para ayudar a Willow. Ella lo necesita y vosotras dos os lleváis mejor que si fuerais hermanas.
—No.
—¡Maldición! No puedes seguir viviendo en esa maldita y desvencijada choza en medio de la nada, y ambos lo sabemos.
—Por supuesto que puedo.
—¡No es seguro! —exclamó Rafe con violencia—. ¡Tienes que...
—No.
—... irte de allí!
—No.
Rafe la agarró por los brazos con asombrosa velocidad y, antes de que ella supiera lo que había sucedido, la levantó del suelo y la colocó a la altura de sus ojos.
No era un lugar muy reconfortante. Los ojos masculinos estaban dilatados por la rabia, y parecían los de un animal atrapado.
—Sí — rugió Rafe
Shannon se estremeció levemente, pero no cedió.
—No. —La palabra sonó suave, definitiva—. Tengo derecho a vivir donde quiera.
—O a morir —bramó Rafe.
—O a morir —asintió ella.
Las firmes manos de Rafe se tensaron con fuerza alrededor de los brazos de Shannon; sin embargo, ella no protestó. Fuera cual fuera el dolor que sintiera no era nada comparado con la furiosa angustia que impulsaba a Rafe.
—Estás intentando atraparme —la acusó apretando la mandíbula—. Crees que no me marcharé hasta que no sepa que estás segura.
—No —negó Shannon con calma—. Eres tú quien intenta atraparme y hacerme vivir del modo que consideras más conveniente.
—¡Maldita sea, estás tergiversando mis palabras!
—¿Lo hago? Sé que te marcharás, Rafael. Lo he sabido desde la primera vez que te oí hablar sobre ese amanecer por descubrir.
—Shannon, yo...
—No —susurró mientras se inclinaba para rozar sus labios con los suyos una sola vez.— Te creí entonces; y te creo ahora. Te irás. Y yo me quedaré en mi cabaña.
—No te lo permitiré.
—No puedes detenerme.
Rafe cerró los ojos y sus labios se convirtieron en una dura línea.
—Me estás destrozando —consiguió decir en un angustiado susurro.
—Yo sólo...
Rafe la interrumpió, intentando hacerla comprender.
—Te deseo. Nunca he deseado nada de esta forma, excepto ese amanecer por descubrir. Puedo tener una cosa o la otra, pero no las dos. ¿Sabes lo que es sentirse así? —le preguntó desesperado y enfurecido—. ¡Me arrancaría el alma si eso significara acabar con este dolor!
—Yo haría lo mismo.— Su voz estaba enronquecida por las lágrimas que se agolpaban en sus ojos—Pero puedes tener lo que más deseas, Rafael. La libertad. No estoy tratando de retenerte.
—Claro que lo haces —le espeto con aspereza al tiempo que la soltaba—. Sabes que no me iré hasta que no sepa que estás segura.
—¡Y yo tengo que saber que soy libre! Como tú, Rafael.
—No puedes serlo. No es lo mismo para una mujer.
—Quizá para una mujer casada. Pero yo no lo estoy.
Incapaz de seguir aguantando aquella tensión, la joven parpadeó y las lágrimas que había estado conteniendo se derramaron incontenibles por sus mejillas.
—Shannon, no llores. —Le enmarcó el rostro con las manos y le enjugó las lágrimas con una ternura abrumadora—. Nunca pretendí hacerte daño.
—Y yo nunca pretendí hacértelo a ti —susurró ella—. Lo único que te pedí es que me ayudaras a buscar oro. No conseguimos nada en aquella maldita concesión, así que continúa tu viaje y encuentra ese amanecer que tanto anhelas. Vete y déjame sola.
—No puedo —masculló—. No hasta saber que estarás a salvo.
—Tienes que hacerlo.
—Shannon...
—Si te quedas, me odiarás —le interrumpió bruscamente—. Y antes preferiría morir, Rafael.
—¡Y eso es precisamente lo que te pasará si vuelves a esa condenada cabaña!
—Es mi elección. No la tuya.
Rafe retrocedió lentamente, se dio la vuelta como si no pudiera soportar mirarla y salió por la puerta principal sin mediar palabra.
Shannon comprobó de nuevo que todo estuviera donde debía estar en la mesa. Normalmente no se habría preocupado, pero nunca se había sentido tan abatida y eso le hacía cometer errores como dejar caer una cuchara, derramar café o quemarse los dedos al añadir leña al fuego.
—Por todos los diablos —murmuró, usando una de las expresiones favoritas de Cherokee—. He olvidado los platos.
Si Willow notó la repentina torpeza de Shannon, no hizo nin-gún comentario al respecto. Ethan requería toda su atención desde la cuna, gritando indignado porque su madre no le dejaba corretear del fregadero a la mesa y de ahí a la estufa de leña.
—Demonios, qué rápido es este niño —exclamó Willow al regresar a la cocina.
—Es igual que su padre —asintió Shannon—. Y también tiene el color de sus ojos. Pero el hoyuelo en la mejilla es como el de Rafael.
Willow sonrió.
—Si dentro de unos años Ethan sigue pareciéndose a su padre y a su tío, las chicas de Colorado se volverán locas por él. ¿Que tal va el estofado?
—Está listo.
—Bien. He visto llegar a Caleb del establo cuando dejaba a
Ethan en su cuna.
—¿Estaba Rafael con él? —preguntó Shannon.
—No, pero no tardará en llegar. Ya sabes lo mucho que le gusta la comida casera.
Shannon inclinó la cabeza para que Willow no pudiera ver el brillo de las lágrimas.
¿Qué me pasa?, se preguntó a sí misma con tristeza. Sé de sobra que llorar no sirve de nada. Es una pérdida de tiempo.
—Sí, ya me he fijado —respondió con una voz apagada— Siempre que no sea la de su propia casa, claro. ¿Ya está el pan bastante frío para cortarlo?
—Debería estarlo. Seguramente Rafe se quejará de que no haya panecillos.
—No, no lo hará —intervino Caleb, cerrando la puerta de lacocina tras él—. Se ha marchado hace unas horas.
Al oír aquello, Shannon se quedó totalmente inmóvil.
—¿Se ha ido? —inquirió Willow, volviéndose desde la estufa—. ¿Adonde?
—A ver a Reno.
—Oh. —Willow frunció el ceño y siguió sirviendo el estofado en un recipiente de madera—. Qué extraño que no me dijera nada. No es propio de él.
Los inquisitivos ojos de Caleb se clavaron en Shannon.
—¿Te dijo algo a ti? — le preguntó sin rodeos
—No. Pero ya sabéis que no le gusto permanecer mucho tiempo en un mismo lugar.
—Eso no excusa sus malos modales -—replicó Willow—. Después de haber conocido tanta variedad de culturas en sus viajes, ya debería saberlo.
Caleb no había dejado de mirar a Shannon. Los rasgos femeninos estaban tensos y en sus ojos se reflejaba la misma oscuridad que en los de Rafe. De hecho, Caleb se había pasado varias horas pensando en el problema que tenía su cuñado y si debía hacer algo al respecto.
—He oído que Rafe trabajó en algunas de tus concesiones — comentó, decidiendo finalmente intervenir.
Shannon asintió.
—¿Tuvo suerte? —le preguntó Caleb.
Willow lo miró con sorpresa.
—Caleb, eso no es asunto nuestro.
Él se volvió hacia su esposa con asombrosa rapidez y respondió:
—No, normalmente, no. Pero ésta no es una situación normal.
Willow le dirigió una larga mirada, dijo algo en voz baja y continuó sirviendo el estofado.
—¿Tuvo suerte buscando oro? —repitió Caleb, volviéndose hacia Shannon una vez más.
—No. Rafe dijo que perdió el rastro, aunque no sé qué significa eso exactamente.
Caleb gruñó.
—Ese rastro indica la dirección que la veta de oro toma en el lecho de la roca. Cuando lo pierdes, lo único que puedes hacer es seguir picando hasta encontrarlo.
—Rafe trabajó muy duro. Regresaba cada día cubierto de polvo y sudor.
—¿Por qué lo haría? Odia buscar oro casi tanto como yo, y odia aún más trabajar por un salario.
—Rafael teme que no pueda mantenerme por mí misma —contestó Shannon—. Los inviernos son largos en Echo Basin, y en Coller Creek las provisiones llegan a alcanzar precios prohibitivos. Le preocupaba que no tuviera suficiente comida a menos que extrajera el oro de las concesiones para pagarla.
—Siempre queda la caza —indicó Caleb. Luego, sonrió levemente, recordando la historia del oso—. Pero no eres una gran tiradora, ¿verdad?
—La munición es demasiado cara para malgastarla practicando, —Shannon hizo una mueca—. Así que me acerco sigilosamente, a la presa y lo hago lo mejor que puedo.
—Me sorprende que John el Silencioso no hiciera sus propias balas. A muchos hombres les gusta hacerlas ellos mismos.
—Las hacía. Pero no confiaba lo suficiente en mí como para enseñarme. Era muy exigente y contaba cada gramo de pólvora
—Apuesto a que sí—asintió Caleb, pensando en la reputación del famoso caza recompensas con una escopeta de búfalos del calibre 50—. ¿Crees que aún está vivo?
—No. Pero, por favor, no se lo digáis a nadie.
—¿Por qué?
—No quiero tener que estar siempre alerta, con miedo a que aparezca algún hombre en mi puerta —respondió Shannon sin rodeos—. La reputación de John el Silencioso atemorizaba a los| habitantes de Echo Basin y quiero que continúe haciéndolo.
Caleb asintió sin sorprenderse.
—¿Y qué hay de Rafe?
—¿Rafael? —Los labios de Shannon esbozaron una triste son risa—. Él puede venir a mi cabaña siempre que lo desee.
—¿Cree Rafe que John el Silencioso está muerto? —intuyó Caleb, percibiendo el dolor que trasmitía la sonrisa de la joven.
—Sí.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—¿Perdón? —dijo Shannon.
—¿Por qué se ha ido sin siquiera despedirse?
—Quiere que me quede con vosotros.
—Nosotros también —intervino Willow desde la estufa.
—Yo... os lo agradezco —susurró Shannon—. Pero no puedo.
—¿No puedes o no quieres? —la presionó Caleb.
—Caleb —le advirtió Willow—. No tenemos ningún derecho.
—¿Viste a tu hermano cuando se alejo cabalgando?— le preguntó él con voz tensa,
—No.
—Yo sí. Parecía estar sufriendo más de lo que podía soportar y quiero saber por qué.
Shannon alzó la vista hacia los duros rasgos de Caleb y recordó que Rafe le había dicho de él que había seguido a un hombre durante años para vengar la seducción y muerte de su hermana. Después se había casado con Willow y ahora otro ángel vengador llamado Hunter recorría aquella tierra sin ley para hacer justicia.
Sintiéndose abatida, cerró los ojos y entrelazó los dedos hasta que le dolieron. Cuando los volvió a abrir, vio que Caleb la observaba con una mezcla de compasión y determinación.
—Si pensara que mi cuñado no te importa —dijo él con calma—, no te habría dicho ni una palabra de esto. Pero he visto que lo miras de la misma forma en que Eve mira a Reno, o Jessi a Wolfe, el...
—... mismo modo en que tu esposa te mira a ti —acabó Shannon por él—. Lo siento. No tengo mucha práctica en ocultar mis sentimientos.
—No tienes que ocultar nada —intervino Willow, al tiempo que colocaba el estofado sobre la mesa—. Aquí estás entre amigos. Lo sabes, ¿verdad?
Shannon asintió e intentó hablar. Las lágrimas amenazaban con derramarse por sus suaves mejillas.
Al instante, Willow se apresuró a ir a su lado y la abrazó como a un niño.
—Entonces, ¿por qué no puedes quedarte con nosotros? —le dijo con suavidad.
Shannon se apoyó ligeramente en Willow, tomó una profunda y entrecortada inspiración, e intentó explicarle sus razones para irse.
—¿Cómo te sentirías —preguntó— si amaras a Caleb y él deseara algo mucho más que a ti y te dejara?
Willow se quedó sin respiración. Retrocedió para ver los ojos de la joven y cuando lo hizo, deseó no haberlos visto.
—¿Cómo te sentirías si, después de que Caleb te dejara —continuó Shannon con voz rota—, vivieras en casa de su hermana y todo te recordara a él...y supieras cada día con cada respiración que tomaras, con cada latido de tu corazón, que no habrá bebés para ti, un hogar, un compañero con el que compartir tu vida?
—No podría soportarlo— admtió Willow—. Amar a Caleb. saber que él no me ama a mi y que todo a mi alrededor me lo recordará... me mataría.
—Ésa es la razón por la que no puedo quedarme —susurró Shannon volviéndose hacia Caleb.
—¿Se lo has dicho a Rafe? —inquirió él mirándola con ojos compasivos, mientras acariciaba el pelo de Willow en un gesto de silencioso amor—. ¿Es por eso por lo que tenía aspecto de llevar clavado un cuchillo en las entrañas?
Shannon negó con la cabeza lentamente, haciendo que un grueso mechón de su pelo se deslizara por sus hombros.
—No —negó con voz ronca—. Nunca se lo diré.
—¿Por qué no? —se extrañó Caleb.
—Habría sido como pedirle que se quedara... como suplicárselo
—Y tú eres demasiado orgullosa para hacerlo.
La voz de Caleb era amable, pero sus ojos la miraban inquisitivamente. Aún no tenía todas las respuestas que buscaba.
—Demasiado realista —le corrigió Shannon con una sonrisa agridulce—. El matrimonio de mis padres me enseñó lo mal que pueden ir las cosas cuando un hombre desea una cosa y una mujer otra. Mi padre se marchó y mi madre tomaba láudano para aliviar el dolor. Ahora, por primera vez, comprendo por qué lo hizo y espero que ese maldito brebaje funcionara.
—¿Significa eso que tengo que guardar el láudano bajo llave? —preguntó Caleb con sequedad.
—No.
—Me lo imaginaba. Tú eres más fuerte de lo que lo fue tu madre, ¿no es cierto?
—Tuve que cuidar de ella hasta su muerte, así que me vi obligada a serlo.
—¿Qué le dijiste a Rafe? —exigió saber Caleb.
—La otra mitad de la verdad. Que no quiero deberle a nadie mi sustento y que deseo ser libre.
— Pero eres una…
—Mujer—le interrumpió Shannon con tono cortante—. Sí. Ya me he dado cuenta de ese detalle.
—También han debido notarlo los hombres de Echo Basin— replicó él.
—¡Caleb! —exclamó Willow avergonzada—. No deberías decirle esas cosas.
—Bueno, cariño, es la verdad, y el hecho de que pretenda vivir sola no cambiará su modo de caminar.
—No lo hago a propósito —se defendió Shannon con voz tensa.
—Maldición, ya lo sé —replicó Caleb—. No eres más coqueta o provocadora que Willow, y te aseguro que ella no lo es en absoluto. Ésa no es la cuestión. La cuestión es que estarás sola cerca de una población en la que hay muchos más hombres que mujeres. Los que tengan algo de integridad, trataran de cortejarte, y si tú no estás interesada en ellos, se alejarán y no regresarán. Pero no todos los hombres se limitarán a dejarte marchar.
—Eso lo sé mejor que la mayor parte de las mujeres —afirmó Shannon.
—¿Y aún así insistes en regresar? —inquirió Caleb.
—Sí. Me iré mañana.
—¿No esperarás a que Rafe te acompañe? —preguntó Willow sorprendida.
—¿Por qué crees que regresará? —repuso Shannon.
—Porque no se despidió de ti —contestó Willow sin dudar.
Shannon negó con la cabeza lentamente. Recordaba demasiado bien la furia y la angustia de Rafe cuando se marchó la primera vez y la dejó sola en su cabaña.
—Mi hermano nunca se mostraría tan grosero como para no despedirse de ti; no importa lo fuerte que sea su deseo por viajar — le aseguró Willow—. Volverá.
—¿Lo hará? —dudó Shannon—. Algunos hombres aman el oro; otros, el mar. Rafael ama todos esos amaneceres que aún no ha visto.
—Lo único que me dijo —intervino Caleb— es que tenía que extraer oro de una antigua mina. Estaba totalmente obsesionado con eso. Fue a hablar con Reno para que le aconsejara.
—Seguramente Rafael necesitará dinero para viajar— señaló Shannon—.Se negó a recibir salario de mi
—Mi hermano tiene tanto oro que no sabría qué hacer con él— dijo Willow—. Oro español de la mejor calidad.
—No lo sabía —susurró Shannon, asombrada—. Entonces, ¿por qué ha ido a hablar con Reno para que le diga cómo conseguir más?
—Si Rafe te ofreciera su oro para comprar provisiones o una casa en un lugar más seguro que Echo Basin, ¿lo aceptarías? — inquirió Caleb.
—Nunca —respondió Shannon con suavidad—. No soy una prostituta a la que se pueda comprar con dinero.
Caleb sonrió levemente y asintió sin sorprenderse.
—No deberías cabalgar sola hasta Echo Basin. ¿Por qué no te quedas hasta que él regrese?
—No, gracias. Debería haber regresado hace días. Quiero saber cómo está Prettyface.
—Quédate —le pidió Willow rápidamente—. Rafe siente afecto por ti. Él podría...
—¿Establecerse? —musitó Shannon, sacudiendo la cabeza y sonriendo con tristeza—. Únicamente el amor podría retenerlo, y él sólo ama a ese amanecer que le queda por descubrir.
Quince
Rafe cabalgó hacia una pequeña cabaña cuyos últimos detalles aún se estaban rematando. Cuando refrenó a su cansado caballo, una joven de pelo oscuro y ojos color ámbar salió corriendo de la cocina. Bajó de un salto del porche que se extendía por toda la parte delantera de la casa y sonrió a Rafe.
—¡Eres tú! ¡Qué maravillosa sorpresa! Reno pensaba que ya te habrías ido a algún lejano rincón del mundo.
—Aún no, Eve. Primero tengo que extraer algo de oro.
—¿Tú? ¿Oro?
La asombrada expresión que mostró el rostro de la joven hizo sonreír a Rafe a pesar de la dolorosa presión que le atenazaba las entrañas. El viaje desde el rancho de su hermana no había ayudado a mejorar su humor ni a aliviar su pesar.
—Creía que odiabas buscar oro incluso más que Caleb — comentó Eve.
—Y así es —le confirmó Rafe mientras desmontaba.
—Entonces, ¿por qué... ?
Sus palabras se perdieron cuando Rafe se volvió hacia ella y pudo ver de cerca su rostro.
—¿Qué sucede? —le preguntó Eve con preocupación—. No es Willow, ¿verdad? o el bebé. ¿Es... ?
—Todo está bien en el rancho de los Black —la interrumpió Rafe.
—Entonces, ¿a qué viene ese semblante tan adusto?
—A nada que algo de oro no pueda arreglar. ¿Dónde está tu esposo?
—Justo detrás de ti —anunció Reno.
—Sí, eso pensaba—asintió Rafe al tiempo que se girabaó.
Sentí tus ojos sobre mi desde que vadee el rio el río
Reno sonrió.
—Tenemos una excelente vista desde nuestra casa. Te vi 1legar desde muy lejos.
—Agradezco que no decidieras dispararme.
—Reconozco que me sentí tentado al ver tu látigo —replico Reno con voz deliberadamente inexpresiva—. Pero, entonces, se me ocurrió pensar que quizás trajeras algunos panecillos de Willy para compartir con nosotros.
—Lo único que traigo conmigo es un estómago vacío y la intención de pedirte un favor —le respondió Rafe sin rodeos.
—Eso explica la expresión de tu rostro. Siempre pareces tan amistoso como un oso herido cuando tienes hambre.
Mientras hablaba, Reno observó a Sugarfoot con los ojos entrecerrados. El pelaje del animal mostraba signos de haber sudado y haberse secado varias veces aquel mismo día. Además, el modo en que el caballo castrado tiraba de las riendas, intentando acercarse a la hierba, le indicaba que estaba tan hambriento y cansado como su jinete.
—Tú y tu caballo tenéis aspecto de haber cabalgado duro y de estar totalmente agotados —comentó extrañado.
—Salí del rancho de Cal ayer, justo antes del almuerzo.
Reno arqueó las cejas de forma inquisitiva.
—Debes de haber cabalgado la mayor parte de la noche.
Rafe se encogió de hombros.
—Te ayudaré a atender a Sugarfoot —dijo Reno agarrando las riendas del caballo-—. Y estoy seguro de que Eve te preparará algo para comer.
En cuanto los dos hermanos llegaron al establo, Reno se volvió hacia Rafe.
—Habla sin rodeos —le exigió—. ¿Qué ocurre?
—Como ya le he dicho a Eve, nada que no pueda arreglar algo de oro.
—Tus lingotes están enterrados justo bajo nuestros pies. Si los desentierro, ¿se acabarán tus problemas?
Rafe masculló una imprecación. Se quitó el sombrero y se pasó los dedos por el pelo.
Dándole el tiempo que necesitaba para calmarse. Reno se volvió en silencio hacia el exhausto caballo, le quitó la silla y la colocó sobre la baranda más allá del establo. Luego cogió la manta, le dio la vuelta y la dejó sobre la silla para que se secara.
Inclinándose con rapidez para no recibir una coz, Rafe trabó las patas traseras de Sugarfoot y lo sacó de allí para que pastara. Una vez en el exterior, el animal se acercó con entusiasmo a la ribera del río que pasaba a unos treinta metros de la casa.
Reno observó entonces a Rafe detenidamente con sus ojos verde jade y respiró tranquilo al ver que no presentaba ninguna herida y que parecía estar tan en forma como siempre.
—Cal, Willy y Ethan están bien —dijo en voz alta.
No era exactamente una pregunta, pero Rafe asintió.
—Y tú no estás herido ni enfermo —continuó.
Rafe se encogió de hombros.
—¿Has recibido malas noticias de alguno de nuestros hermanos? —le presionó Reno.
—No.
Reno aguardó pacientemente a que su hermano se explicara, pero Rafe no dijo nada más.
—Bien, eso significa que tu problema está relacionado con una mujer —concluyó Reno sonriendo levemente.
—¿De qué diablos estás hablando? —le espetó Rafe, molesto.
—De las arrugas alrededor de tu boca y de que la expresión de tus ojos me dice que te gustaría matar a alguien. Y que Dios ayude a aquél que te dé una excusa para hacerlo.
Rafe flexionó las manos que no deseaban otra cosa que convertirse en puños. Había ido hasta allí para hablar de oro, no de una mujer a la que no haría suya y a la que no podía dejar sola.
—¿Vas a hablar —preguntó Reno con suavidad— o prefieres pelear primero?
—Maldición —exclamó Rafe disgustado—. Vine aquí para pedirte un favor, no para pelear.
—A veces una pelea puede convertirse en un favor.
Rafe soltó un grave gruñido que pudo haber sido una maldición, una risa o ambas cosas. Luego, alzó la mirada y se irguió. El cielo estaba tan oscuro y azul como los ojos de Shannon.
¿Alguna vez has deseado dos cosas—empezó lentamente—, aunque tener una de las dos signifique perder la otra y has sentido que no puedas privarte de ninguna de ellas porque realmente las deseas a las dos con todas tus fuerzas?
—Por supuesto que sí —respondió Reno. Sus labios se curvaron en una sonrisa casi tierna, que parecía impropia de un hombre tan duro como él—. Soy humano, al fin y al cabo.
—¿Qué hiciste? —le preguntó Rafe con curiosidad.
—Cuando acabaste de hacerme pedazos, descubrí que lo único que me importaba en esta vida no era el oro, sino Eve. Así que me casé con ella.
La boca de Rafe formó una mueca.
—Yo no sería un buen esposo. Me pasaría todo el tiempo mirando por encima de la cerca y deseando largarme de allí.
—¿Todavía sigues buscando nuevos amaneceres?
—No puedo evitarlo, al igual que tú no puedes evitar ser zurdo y condenadamente bueno con ese revólver tuyo —adujo Rafe, rotundo.
—Probablemente, pero nunca se sabe.
—¿Qué significa eso?
—Cuando empezaste a viajar —explicó Reno lentamente, pensando mientras hablaba—, eras poco más que un niño. Como yo, seguiste el ejemplo de nuestros hermanos y dejaste nuestro hogar más por evitar una confrontación directa con nuestro padre, que por tu propio deseo de vagar por el mundo.
—¿Fue eso? —Rafe se encogió de hombros—. Ha pasado mucho tiempo desde entonces. He visto tantos lugares y he hecho tantas cosas que es difícil recordar qué hizo que empezara a viajar.
—Pero no quieres renunciar a ello.
—¿Cómo renuncia uno a su alma? —inquirió Rafe mirándolo con ojos atormentados.
Incapaz de darle una respuesta, Reno abrazó con fuerza a su hermano.
—Vamos —dijo después de un momento—. Eve estará preocupada preguntándose qué te sucede. Me molesta reconocer que tiene muy mal gusto, pero tú le importas tanto como yo.
Rafe sonrió levemente.
—Lo dudo. Has tenido mucha suerte al encontrarla. Eve es una mujer muy especial y sabe afrontar las dificultad con una sonrisa. Aunque he de reconocer que nunca entenderé que fue lo que hizo que se enamorara de ti.
Reno lanzó una carcajada y le dio un golpe en el hombro mientras caminaban hacia la casa dando largas zancadas. Pero cuando llegaron a la puerta trasera, Rafe miró vacilante sus botas, y luego las de su hermano.
—¿Pasa algo? —preguntó Reno.
—Hay lugares en el mundo en los que insultarías a tus anfitriones si atravesaras el umbral de su casa con botas —le explicó Rafe . Sobre todo con unas como éstas y una casa nueva como la vuestra
—Eve debe de haber estado en esos mismos lugares —maculló Reno, incapaz de ocultar una sonrisa. Ser testigo todos los días de la felicidad de Eve por tener una casa propia, le producía una satisfacción casi imposible de describir—. Siempre me deja un par de mocasines junto a la puerta para que me descalce y me los ponga
—¿Y qué hay de mis botas? —preguntó Rafe—. ¿Se conformará con que vaya sólo con calcetines?
—Pensará en algo. Protege esta casa como una tigresa a su única cría.
—¿Acaso puedes culparla? Después de haberse criado en un orfanato, es normal que quiera un hogar propio.
Ambos se lavaron en un pequeño habitáculo que Reno había construido en la parte trasera de la casa. El agua que los aguardaba estaba caliente y olía a lilas.
Sin embargo, por muy agradable que fuera el aroma, Rafe no pudo evitar recordar la frescura de la menta que él asociaba con Shannon, y el pequeño ritual de ofrecerle el trapo e inspeccionar su rostro con extremo cuidado en busca de cualquier rastro de espuma.
Tengo que dejar de pensar en esos hermosos ojos azules y en esa dulce boca sonriéndome, se aconsejó a sí mismo con severidad. No es justo para ninguno de los dos.
Hablaré con Reno y conseguiré el oro que necesita.
Debo irme.
La idea no le resultó tan atractiva como debería haberlo sido.
—Vamos, no os toméis todo el día—les urgió Eve sonriendo a los dos hombres desde la entra trasera —SI espero por más tiempo a daros un abrazo, los panecillos se quemarán.
Sonriendo, Reno se secó las manos con un trapo limpio y extendió los brazos. Eve se lanzó a ellos sin pensar y lo abrazó con fuerza.
—¿Está todo bien? —susurró muy quedo en el oído de su esposo.
—No hay nada de lo que tengamos que preocuparnos —le respondió él en el mismo tono.
Al instante, sintió más que escuchó el suspiro de alivio de su esposa.
—Huelo a panecillos quemados —comentó Rafe sin gran entusiasmo.
Reno soltó a Eve, que inmediatamente se volvió hacia su cuñado y extendió los brazos.
—Los panecillos no me preocupan, pero estoy ansiosa por recibir un abrazo de mi segundo hombre favorito de todo el mundo.
Rafe se inclinó levemente y estrechó a Eve en un gran abrazo.
Reno los observó con una sonrisa indulgente y sin rastro de celos. Sabía que su esposa y su hermano habían establecido un vínculo especial cuando tuvieron que arriesgar sus vidas para sacarlo del interior de una antigua y peligrosa mina.
Tras un apretón final, Rafe volvió a dejar a su cuñada en el suelo.
—Entra en casa —le invitó Eve con una amplia sonrisa—. Puedo oír cómo gruñe tu estómago desde aquí. Terminaré de preparar la comida mientras os quitáis las botas. Si quieres, Rafe, puedes colgar el látigo en uno de los ganchos de la entrada o llevarlo contigo a la mesa. Como prefieras, siempre que dejes el sombrero con las botas.
Reno y Rafe intercambiaron una silenciosa mirada divertida al ver el par de grandes y limpios calcetines que había junto a los mocasines de Reno, pero ninguno de los dos tuvo valor de burlarse de Eve por su intento de civilizar una pequeña parte del Oeste. En realidad, agradecían aquellos pequeños rituales que convertían una sencilla casa en un hogar.
Mientras Rafe comía, les explicó a Reno y a Eve lo que había estado haciendo desde que se vieron por última vez. Cuando les hablo de Echo Basin y de Holler Creek, mencionó por encima lo sucedido con los Culpepper.
Incluso sin más indicaciones, Eve comprendió lo que había sucedido en la tienda de Murphy. Había vivido en lugares parecidos a Echo Basin antes de conocer a Reno y sabía perfectamente que tipo de animales eran los Culpepper.
Lo que no sabía era por qué la viuda de John el Silencioso estaba en el rancho Black en lugar de con Rafe.
—¿Por qué no has traído a la señora Smith contigo? —le preguntó sin rodeos.
—¿La señora Smith?
Al ver la confusión que reflejaban los ojos de Rafe, Eve soltó un gemido de exasperación.
—La mujer que te acompañó al rancho Black desde Echo Basin —le aclaró con ironía—. La mujer a la defendiste de los Culpepper con ese látigo tuyo.
—Oh. Te refieres a Shannon.
—Dios, ¿a quién si no? —exclamó Eve, riendo—. Tus pensamientos están en otra parte, ¿verdad, Rafe?
Sorprendentemente, un leve tono rojo invadió los pómulo de su cuñado al oír aquello.
—Yo no pienso en Shannon como en la señora Smith —se limitó a decir.
Eve parpadeó y sus largas pestañas ocultaron la sospecha que brilló de pronto en sus ojos. Apenas podía esperar para quedarse a solas con Reno y compartir con él lo que pensaba sobre Rafe y la mujer que parecía ser la fuente de todas sus preocupaciones.
—Entiendo —murmuró—. ¿Estaba Shannon demasiado cansada por el viaje desde Echo Basin para venir hasta aquí?
—La dejé con Willy y Cal. Tenía la esperanza de que quisiera quedarse a vivir con ellos y ayudar a mi hermana.
—Eso estaría bien —comentó Eve—. Willow ha estado pensando en contratar a una muchacha para...
—No como empleada —la interrumpió Rafe ásperamente—. Más bien como una hermana o una tía soltera.
Eve tuvo que esforzarse en no señalarle que una viuda no era la tía soltera de nadie. Pero conocía demasiado bien a los hermanos Moran como para no reconocer una advertencia en los claros y sombríos ojos de Rafe, un hombre atrapado entre su deseo por una mujer y su anhelo por volver a viajar.
Eve se sintió conmovida por él y su dolor, y también por la joven a la que todavía no conocía. Estaba segura de que Shannon se había enamorado de un hombre que todavía no estaba prepara do para amarla. Eve también había sufrido por amor, pero, en su caso, Reno reconoció sus sentimientos hacia ella antes de que fuera tarde.
Miró con cariño a su cuñado y se preguntó si Shannon sería igual de afortunada que ella. Rafe podía ser amable y afectuoso, pero que Dios ayudara a aquél que intentara retenerlo cuando él sentía el impulso de irse al otro extremo del mundo.
—La tratarían como una más de la familia. Contaría con una habitación, comida y una pequeña paga —terminó de explicar Rafe—. Y seguridad. Eso sobre todo.
Con una sola mirada de soslayo hacia Reno, Eve supo que su esposo también compadecía a su hermano por la situación a la que tenía que enfrentarse.
—¿Es eso lo que Shannon quiere? —preguntó la joven con curiosidad—. ¿Seguridad y una pequeña paga?
Los labios de Rafe trazaron una dura línea al escuchar aquello. Visto así, no parecía la vida con la que cualquier mujer soñaría, y menos una como Shannon.
El silencio se prolongó incómodamente durante unos segundos.
—Si Shannon es la mitad de mujer de lo que tú nos has hecho ver —dijo Eve finalmente con voz suave—, no tendrás que preocuparte por ella mucho tiempo. Un día se cruzará en su camino un hombre inteligente y le ofrecerá mucho más que una habitación, comida y algo de dinero.
Rafe alzó la cabeza fieramente. Sus ojos parecían esquirlas de hielo.
—Le dará su nombre, hijos y construirá un hogar para ella — continuó Eve con calma—. Y no se verá obligada a vivir de la generosidad de otros. Tendrá su propia casa que disfrutar, su propio hombre al que amar y sus propios hijos a los que criar.
—No.
Rafe no supo que había hablado en voz alta hasta que escuchó el eco de su violenta negativa a la sola idea de que Shannon pudiera concebir el hijo de otro hombre. Sus manos se convirtieron en puños y su sangre hirvió de furia, aun sabiendo que su postura no era razonable.
—No tiene que casarse para estar segura —protestó obstinadamente—. Todo lo que necesita es...
Su voz se apagó.
Las oscuras cejas de Eve se arquearon en una silenciosa pregunta ante la vehemencia de su cuñado.
—Entiendo, por tanto, que tú no deseas casarte con ella —concluyó en tono neutro.
—Es una mujer maravillosa. —La voz de Rafe era áspera—. El problema soy yo.
—Eve —intervino Reno con suavidad—, mi hermano no le estaría haciendo ningún favor a Shannon casándose con ella. Más le valdría casarse con el viento.
—¿Lo sabe ella? —inquirió la joven.
—Sí, lo sabe —asintió Rafe—. Me dijo que nunca se casaría con un hombre que amara más un amanecer por descubrir que a ella.
—Una mujer inteligente —concedió Eve.
—Una mujer testaruda —masculló Rafe—. No quiere marcharse de Echo Basin aunque sabe que es un lugar peligroso para una mujer sola.
—¿Por qué no quiere irse?
—No quiere estar en deuda con nadie por su sustento.
—Una mujer muy inteligente —insistió Eve.
—Una mujer condenadamente testaruda —gruñó Rafe—. No puedo dejarla a merced de los mineros de Echo Basin y tampoco puedo quedarme allí con ella hasta que entre en razón.
Eve emitió un sonido que le invitó a continuar.
—El único modo de resolver todo este lío —prosiguió Rafe— es encontrar oro en sus malditas concesiones para comprarle una casa en Denver o en cualquier lugar en el que esté a salvo.
—¿Y soltera? —sugirió Eve con ironía.
La sombría ira que apareció en los ojos de su cuñado fue todo lo que la joven necesitó como respuesta.
—¡POr Dios, Rafe!— exclamó exasperada—Si no quieres casarte con Shannon, ¿por qué te molesta tanto la idea de que otro hombre... ?
Una leve patada de su esposo por debajo de la mesa interrumpió las palabras de Eve.
—Rafe sabe que no está siendo razonable —dijo Reno—. Ésa es la razón por la que está a punto de estallar. Pero si necesita pelear, seré yo quien le dé la oportunidad de hacerlo.
—Hombres —murmuró Eve entre dientes.
Lanzó un suspiro e intentó enfocarlo de otro modo.
—¿Por qué no le das algo de tu oro de esa mina española? —se extrañó Eve—. Dios sabe que apenas lo has tocado.
—En su lugar, ¿tú lo aceptarías? —le preguntó Reno antes de que Rafe pudiera hablar.
—No. Pero yo estaba enamorada de un hombre que estaba loco por encontrar oro.
—Y Shannon —replicó Reno— está enamorada de un hombre que está loco por viaj...
—¡Ella no me ama realmente! —le interrumpió Rafe con brusquedad.
—¿Te lo ha dicho ella? —inquirió Eve—. ¿O es lo que tú esperas?
—En los últimos años sólo se ha relacionado con un viejo y mezquino caza recompensas, un chamán llamado Cherokee y un puñado de mineros ávidos de mujeres —masculló Rafe—. No es extraño que se sienta atraída por el primer hombre que la trata con respeto.
—En otras palabras, te ama —resumió Eve.
Rafe hizo una mueca y guardó silencio.
—Así que —continuó Eve sin entusiasmo—, tú no quieres a Shannon, pero te preocupa su seguridad y el hecho de que ella no desee ser la empleada de nadie. No quieres que viva sola en Echo Basin y tampoco que se case con nadie, incluyéndote a ti. Eso te deja una única solución, y es encontrar el suficiente oro en sus concesiones para acallar tu conciencia antes de volver a irte. ¿Es eso, no?
Los párpados de Rafe se entrecerraron peligrosamente.
—Eve...—.intervino Reno dejando escapar una bocanada de aire,
La joven lo ignoró.
—Si fueras un hombre... —empezó Rafe sin ninguna inflexión en la voz.
—Si yo fuera un hombre, ya me habrías sacado ahí fuera para pelear. —Sonrió con ironía—. Pero no lo soy, y por eso me atrevo a decirte lo que pienso.
La expresión de Rafe se tornó aún más sombría.
Eve se levantó, rodeó la mesa para acercarse a él y le acarició con suavidad el pelo brillante como el sol, tan diferente al de su esposo.
—Rafe —susurró con suavidad—, tú, Caleb, Willow, Wolfe y Jessi sois la familia que siempre deseé y que pensé que nunca tendría. Enfurécete conmigo si eso te ayuda, pero sabes que lo único que quiero es ayudarte. Me duele verte sufrir.
Rafe cerró los ojos y sintió que un fuerte escalofrío le recorría la espalda. Luego, lentamente, abrió las manos, alzó la mirada hacia Eve y le dedicó una sonrisa tan triste que hizo que a la joven se le llenaran los ojos de lágrimas.
—Eres como Willy —dijo Rafe con suavidad—. Es imposible estar furioso con vosotras más de dos minutos seguidos.
Eve le acarició la mejilla y le devolvió la sonrisa.
—¿Qué es lo que encuentras en todos esos lugares lejanos? — le preguntó en voz baja.
—No creo que pueda expresarlo con palabras.
—¿Lo intentarías?
Rafe se pasó las manos por el pelo y luego buscó con las puntas de los dedos las tranquilizadoras vueltas del látigo sobre su hombro. El gesto indicó hasta qué punto estaba inquieto, al igual que sus ojos entrecerrados y la rígida línea que formaba su boca.
—Hacen que me sienta vivo —dijo finalmente.
—¿El qué? —insistió Eve—. ¿Los nuevos paisajes? ¿Las nuevas lenguas? ¿Las nuevas ciudades? ¿Las nuevas mujeres?
Frunciendo el ceño, Rafe tiró del largo látigo y empezó a pasar las flexibles espirales a través de los dedos, buscando con aire ausente tramos desgastados.
No son las mujeres— respondió —.He conocido a algunas realmente muy hermosas, pero Shannon es mucho más atractiva que cualquier otra mujer que haya visto jamás. Cuanto más la miro más bella me parece.
Reno arqueó las cejas y reprimió sus ganas de hablar. Sabía que el hecho de señalar que se sentía igual respecto a Eve sólo haría que el genio de Rafe volviera a estallar.
—Me gusta practicar idiomas —añadió Rafe después de un momento—. El chino es un maldito galimatías imposible de entender, pero con el portugués y el inglés puedo arreglármelas en la mayor parte de lugares de Asia, siempre que no me aleje demasiado de la costa.
Hizo una pausa y siguió hablando.
—Y el portugués y el español no son tan diferentes, así que puedo ir a cualquier parte de Sudamérica y México...
Reno aguardó en silencio, observando cómo su hermano batallaba por descubrir los orígenes de su necesidad de viajar.
Eve se quedó junto a él tocándole el hombro de vez en cuando, instándole en silencio a que hablara, a que liberara la dura tensión que había más allá de la superficie.
—Las ciudades... —Se detuvo y se movió inquieto, sin dejar de pasar el látigo por sus dedos.
—¿Las ciudades... ? —lo animó Eve suavemente.
La muñeca de Rafe giró perezosamente, haciendo que el látigo se desenrollara en el suelo y serpenteara con suavidad.
—Me atraían mucho al principio —continuó—. Nunca tenía bastante. Diferentes modos de construir, rostros exóticos, nuevos olores, ruidos, comidas... Algunas de las cosas que vi me gustaron y otras me parecieron horribles, aunque siempre eran diferentes a lo que había conocido con anterioridad.
Reno asintió y emitió un sonido alentador.
Eve aguardó.
—Es extraño —comentó Rafe en voz baja—, pero después de un tiempo todas esas diferencias acaban por ser prácticamente lo mismo para mí. Nunca había pensado en ello hasta ahora.
El látigo se quedó quieto por un instante antes de iniciar de nuevo sus susurrantes movimientos, haciéndose eco de los pensamientos de su dueño.
—El desierto, la selva, la montaña...Me gusta contemplar los contrastes de este viejo mundo.
—Sí —intervino Reno—. Esa es la razón por la que yo regresé aquí. Esta parte de Colorado me atrae de una forma que no soy capaz, de explicar. Eso sin mencionar la gran cantidad de oro que esconden estas montañas.
—¿Tienes un lugar favorito? —preguntó Eve, dirigiéndose a su cuñado—. ¿Uno al que estés deseando regresar?
Rafe negó con la cabeza.
—Nunca he ido dos veces al mismo lugar, excepto para visitar a la familia.
—Entonces, aún no has encontrado lo que estás buscando — concluyó la joven.
Rafe intentó responder, pero no encontró una respuesta adecuada.
Frunciendo el ceño, se levantó y atravesó con rapidez la puerta en busca del cálido día que le esperaba en el exterior. Mientras se movía, el látigo bullía y chasqueaba a su alrededor acariciando delicadamente la hierba.
—¿Qué crees que va a hacer? —le preguntó Eve a Reno en voz baja cuando se quedaron solos.
—Lo que siempre ha hecho.
—¿Irse a algún lugar lejos de aquí?
—Sí —asintió Reno.
—Pobre Shannon.
—Pobre Rafe. Yo no diría que es exactamente feliz.
—Al menos él puede elegir su destino —replicó Eve—. Shannon, en cambio, tiene pocas opciones.
—Por el modo en que hablas, parece que no te importaría darle a mi hermano unos buenos martillazos en su dura cabeza.
—Me temo que sólo soy capaz de manejar a un hombre —contestó ella.
—¿Y soy yo ese hombre?
Eve se acercó a Reno con una sonrisa y le alborotó el negro pelo.
—¿Quién si no? Sabes que te amo más que a mi vida.
Sonriendo, Reno sentó a su esposa sobre su regazo y, durante un largo tiempo, no se escuchó ningún sonido en la cocina, a excepción del de las suaves palabras y los besos que empezaron siendo un dulce consuelo y rápidamente se transformaron en ardientes promesas que se cumplirían mas tarde, una vez que estuvieran solos en su amplia cama.
Cuando Rafe regresó finalmente a la casa, el largo látigo volvía a colgar en silencio sobre su hombro y nadie dijo una sola palabra sobre Shannon o sus viajes.
Sólo se habló de oro. Dónde se encontraba, cómo encontrarlo y extraerlo. Reno se limitó a escuchar con mucha atención a Rafe, que le describió la concesión en la que había trabajado.
Se quedaron en el salón hasta bien entrada la noche.
Al alba del siguiente día, el silencio se vio interrumpido por el estruendo producido por caballos cabalgando a toda velocidad.
Segundos después, Rafe salía sigilosamente por la puerta trasera con un rifle en una mano, el látigo en el hombro, y los pantalones a medio abrochar. Reno se apostó en la ventana delantera, observando el exterior con ojos entrecerrados. Eve estaba junto a él con una escopeta en los brazos.
Dos caballos se acercaban presurosos a la casa, aunque sólo uno de ellos Llevaba jinete. Reno identificó uno de los animales al instante. El pelaje dorado rojizo, las patas blancas en sus extremos y la cola color caoba únicamente podían pertenecer al magnífico semental árabe de Willow.
—Ése es Ishmael —anunció Reno mientras se dirigía a la puerta con grandes zancadas—. ¡Y es Wolfe quien lo monta!
Emitió un agudo silbido, una señal que usaban sus hermanos y él en su niñez y, unos segundos después, Rafe apareció por detrás de la casa, vio quién era el visitante y encaminó sus pasos hacia el sendero de entrada para saludar a Wolfe. De un solo vistazo dedujo que los dos caballos habían cabalgado muy rápido y durante mucho tiempo. Al parecer, Wolfe había cambiado de montura para dejar descansar primero a un caballo y después al otro. El segundo animal era esbelto, de patas largas, con la constitución propia de un caballo de carreras y la resistencia de un mustang.
—¿Qué he pasado? preguntaron Rafe y Reno al unísono cuando Wolfe hizo detenerse a los caballos frente a ellos.
—Caleb llegó a todo galope hasta nuestra casa con Ishmael, me tendió la rienda y me pidió que viniera en busca de Rafe lo más deprisa que pudiera. Después, volvió de nuevo con Willow.
Rafe clavó la vista en el oscuro rostro de Wolfe. Unos ojos del mismo negro azulado que el crepúsculo le devolvieron la mirada.
—Ya me has encontrado —dijo con voz tensa—. ¿Qué ocurre?
—¿Tienes algo que ver con una mujer llamada Shannon? — Inquirió Wolfe.
Rafe se quedó demasiado sorprendido para responder.
—Te lo diré de otra manera —añadió Wolfe con sarcasmo—. Si le importa esa mujer, debes saber que ya no está en casa de Willow y Cal.
—¿Qué? ¿Dónde está?
Wolfe se quitó el sombrero, pasó los dedos por su liso y negro pelo, y volvió a colocarse el sombrero con firmeza. Rafe tenía el aspecto de un hombre que estaba a punto de estallar y Wolfe sospechaba que sus próximas palabras no serían en absoluto de su agrado.
—Lo único que me dijo Caleb fue que no podía dejar sola a Willow para seguirla —le explicó—. Al parecer, esa mujer tenía muy claro que quería irse y no pudieron detenerla.
Rafe empezó a soltar maldiciones en una lengua que ninguno de los presentes había oído jamás y se dirigió a toda prisa hacia el establo. El tono de su voz dejaba claro la gélida furia que le invadía.
—Pásate por nuestra casa —le gritó Wolfe—. Jessi te proporcionará un caballo fresco para que lo uses junto al tuyo.
Rafe enfundó el rifle, cogió las riendas y la silla de la baranda, y caminó rápidamente hacia los caballos que estaban pastando en la orilla del río.
—¿Vendrás con nosotros? —dijo Reno mirando a Wolfe.
—¿Necesitáis otro revólver? —inquirió su amigo sin rodeos.
—Lo dudo.
—Entonces, me quedaré con Jessi. —Wolfe esbozó una sonrisa que suavizó sus duros rasgos—. Hace una semana que ha empezado a tener náuseas por las mañanas.
Los labios de Reno esbozaron una amplia sonrisa.
—¡Felicidades! Y aparte de las náuseas ¿como esta?
—Bien. El hecho de ver nacer a Ethan hizo que su miedo al parto desapareciera. Mi mayor problema ahora es evitar que baile de alegría por todas partes hasta quedar agotada.
Wolfe dejó de hablar al ver que Rafe se aproximaba a ellos montado sobre Sugarfoot.
—¿ Dónde debo reunir me contigo? —le preguntó Reno.
—En Avalanche Creek —respondió Rafe sucintamente.
—¿En qué bifurcación?
—¡La oriental!
Sin decir una sola palabra más, Rafe clavó los talones en el gran caballo gris y se alejó a todo galope.
Dieciséis
Cuando Shannon llegó a la diminuta cabaña de Cherokee, comprobó que Prettyface presentaba un aspecto casi tan saludable como el que había tenido antes de la pelea. Por encima de la joven, el tormentoso cielo de Colorado rebosaba de nubes de todos los colores, desde el de las perlas hasta el de una medianoche extrañamente radiante. Un refrescante viento soplaba sobre las cimas y el bosque, haciendo que estrechos barrancos de piedra entonaran un inquietante canto y los árboles se arquearan en un hermoso baile.
—Bonita mula —comentó Cherokee desde la puerta.
Shannon observó a la anciana con detenimiento. Se apoyaba en un bastón que ella misma había tallado para aliviar el peso que recaía en su tobillo. La joven sospechaba que aquel bastón se convertiría en una parte permanente de la vida de Cherokee y aquella idea hizo que frunciera el ceño. La habilidad de la anciana para cazar las había mantenido a ambas con vida durante varios inviernos a pesar de la nieve.
—La última vez que vi una mula así fue hace casi dos años — continuó Cherokee—, cuando agujereé el sombrero de un Culpepper con dos balas desde más de un kilómetro de distancia.
—Eso hizo que pensaran que John el Silencioso seguía vivo.
—Casi acertaron. Usé su rifle de largo alcance y mis tiros fueron mucho más certeros. No había necesidad de matar a una buena mula.
Shannon miró a la mula de largas patas que estaba atada a un árbol, esperando pacientemente mientras ella hablaba con Cherokee.
—Después del viaje desde el rancho Black, Razorback estaba demasiado agotada para dar un paso más —le explicó—. Y el caballo de carga no está acostumbrado a llevar jinetes así que, aunque no me guste la idea, no he tenido más alternativa que montar la mula de un hombre muerto.
—Diablos, muchacha, llevas montando la mula de un hombre muerto desde hace años. Ya es hora de que lo aceptes y continúes con tu vida.
Shannon se estremeció.
—Ahora que los Culpepper ya no son una amenaza, podré tener más libertad. Murphy es una rata, pero puedo manejarlo.
—Preséntate en su tienda con Prettyface. Apuesto a que los modales de Murphy cambiarán radicalmente.
Sonriendo mientras acariciaba las grandes orejas del perro, Shannon volvió a estudiar el tormentoso cielo. El viento sopló con fuerza sobre su rostro, frío como el agua helada.
—Será mejor que me marche pronto —comentó—. Se avecina una tormenta de nieve.
—No sería la primera vez que nevara en julio —asintió Cherokee.
—La nieve hará que seguir rastros sea mucho más fácil.
Cherokee se irguió y cambió con cautela el peso de su cuerpo de un pie al otro. Aunque se había vendado el tobillo herido y se había aplicado todas las cataplasmas que conocía, seguía sintiendo dolor y la inflamación no cedía.
—¿Vas a ir a cazar? —preguntó.
—Por supuesto —respondió Shannon con una alegría que no fue más allá de su sonrisa.
La anciana gruñó, se dio la vuelta y entró cojeando en la cabaña. Cuando regresó, sostenía una caja de cartuchos para escopeta entre los nudosos dedos.
—Toma, cógelos —dijo alargando la mano hacia Shannon con impaciencia—. Yo no puedo cazar y sería una estupidez malgastar esta munición. Así no tendrás que acercarte tanto a tu presa.
—No puedo aceptarlos. Ya estoy en deuda contigo por haber cuidado de Prettyface.
—Tonterías. Tú y yo lo hemos compartido todo desde hace casi tres años, igual que hice con John desde que lo conocí. Coge los cartuchos y usa todos los que te hagan falta para poder cazar algo que podamos comernos.
—Pero...
No hagas enfadar, muchacha Tu perro no ha sido ningún problema, Tiene la cabeza dura como el granito y lo mismo pasa con su cuerpo. Se cura solo, sin mi ayuda. ¿No es cierto, chucho terco?
Prettyface miró a Cherokee, movió la cola y se volvió hacia Shannon. Las heridas de bala en su cuerpo se habían reducido a poco más que costras. Fue la sangre lo que hizo que las heridas tuvieran tan mal aspecto en su momento.
Ahora, a excepción de un surco en el espeso pelaje de la cabeza, apenas había rastros de las balas que habrían matado a un animal menos fuerte, o que no hubiera tenido la suerte de ser tratado por una mujer que conocía tan bien el arte de la sanación.
—Aun así, gracias por haber cuidado tan bien de Prettyface susurró Shannon mientras acariciaba con delicadeza el morro del perro—. Sólo os tengo a ti y a él.
Sus ojos mostraban una inmensa tristeza por sus sueños rotos
—Bueno —comentó Cherokee clavando su aguda mirada en la joven y viendo más de lo que hubiera deseado—, supongo que ya no necesitarás lo que te había preparado.
Mientras hablaba, sacó del bolsillo de su chaqueta una botellita cerrada a la que había atado una pequeña bolsa con una correa de cuero.
—¿Qué es eso? —preguntó Shannon intrigada.
—Aceite de enebro y menta principalmente. La bolsa contiene trozos de esponja seca.
—Seguro que me gustará el olor. ¿Por qué no voy a necesitarlo?
—Porque Látigo Moran es un maldito estúpido, por eso. ¿O se convirtió en tu hombre y luego te dejó?
El rostro de Shannon se ruborizó antes de palidecer.
—Rafael no es el hombre de nadie; sólo se entrega a sí mismo —respondió la joven con pesar—. Pero sí, se ha ido.
—¿Hay alguna posibilidad de que estés embarazada? —inquirió
Cherokee sin rodeos.
Shannon tomó aire bruscamente.
—No.
—¿Estás totalmente segura?
—Sí.
La anciana suspiró y liberó al tobillo herido del peso de su cuerpo,
—Bien, entonces no tendré que preocuparme de un posible embarazo —masculló—, ni tú necesitaras esta botella de aceite para evitar tener un bebé de un hombre que acabará por marcharse. —¿Es lo que le das a Clementine y... ?
—No —respondió Cherokee con sequedad—. Sería una pérdida de tiempo. Para que el aceite funcione, tienes que aplicarlo con cuidado y en el momento adecuado. Y esas pobres muchachas suelen beber hasta caer agotadas para poder soportar su trabajo.
Shannon se estremeció al pensar en los Culpepper y en otros hombres como ellos.
—No sé cómo pueden soportarlo —dijo en voz baja. —La mayor parte no lo soportan —comentó la anciana—. No durante mucho tiempo.
El viento aulló alrededor de la diminuta cabaña como un presagio de la tormenta que se avecinaba.
—Será mejor que me vaya —anunció Shannon. Se dio la vuelta con la intención marcharse, pero se quedó paralizada al ver al jinete que cabalgaba hacia ella. —Rafael.
Al oír la suave exclamación de Shannon, Cherokee echó un vistazo al hombre que se acercaba al galope y soltó una carcajada triunfal. Apresuradamente, metió los cartuchos para la escopeta en un bolsillo de la chaqueta de la joven, y la botella del aceite y las esponjas en otro.
Shannon ni siquiera se dio cuenta. La abrumadora oleada de felicidad que la había inundado al ver a Rafe se había transformado en consternación al observar que los duros rasgos masculinos parecían tallados en fría piedra.
—¿Qué estás haciendo aquí? —consiguió decir. —¿Qué diablos crees que estoy haciendo? —replicó Rafe con brusquedad, deteniendo al caballo casi a los pies de la joven—. Intento salvar de sí misma a una mujer que tiene tan poco sentido común que se va de un buen hogar y regresa a una miserable cabaña donde probablemente morirá de hambre este invierno, ¡si es que no se congela primero!
—Te has dejado la parte en la que es atacada por un oso— intervino Cherokee con sequedad—. Pero como ya habrá muerto congelada, no importara demasiado, ¿no crees?
—Eso no es cierto —protestó Shannon—. He vivido sola aquí durante...
—Bonito caballo, Látigo —dijo la anciana, interrumpiendo las palabras de la joven—. Parece muy rápido.
Rafe no apartó la mirada de Shannon cuando habló. Aunque sí acarició las orejas a Prettyface, que había apoyado las patas delante ras sobre su muslo y jadeaba feliz.
—Dejé a Sugarfoot pastando cerca de la cabaña que Shannon llama hogar —explicó—. Éste es uno de los caballos de Wolfe Lonetree.
—Lo imaginaba —gruñó la anciana—. Desmonta y descansa un rato.
—No, gracias —rechazó Rafe, sin dejar de mirar a la joven Probablemente empezará a nevar antes de que lleguemos a esa vieja cabaña llena de goteras.
—No tiene goteras —repuso Shannon.
—Sólo porque me ocupé de reforzar la estructura —le espetó Rafe.
Cherokee se rió por lo bajo.
—Os dejo, niños. Mis huesos ya no soportan el frío.
Sin más, retrocedió y cerró la puerta para protegerse del implacable viento.
—¿Podrá llegar Prettyface a tu cabaña? —preguntó Rafe.
—Tú eres el hombre con todas las respuestas, ¿qué opinas? — replicó Shannon.
—Creo que eres una maldita estúpida.
—Qué curioso. Cherokee piensa lo mismo de ti. Y yo también. Has hecho un largo viaje para nada, Látigo Moran. —Alzó la mirada, ofreciéndole una clara visión de sus ojos—. No voy a volver al rancho Black.
Rafe siseó una palabra extranjera entre dientes. Hasta que no vio la desolación en los ojos de Shannon no reconoció cuánto había deseado ver alegría por su regreso en ellos.
Cherokee tiene razón. Soy un maldito estúpido.
—Sube a la mula —le ordenó escuetamente.
Shannon giró sobre sus talones y se acerco decidida a la mula a la que había bautizado como Cully. Subió con rapidez, inconsciente de la gracilidad de sus movimientos.
Pero Rafe sí fue consciente de ellos y sólo el hecho de verla caminar desató un infierno en su cuerpo, obligándole a apartar la vista.
—Si Prettyface empieza a cojear, grita —le indicó—. Podré llevarlo sobre mi silla. Wolfe doma a sus caballos para que acepten cargar con cualquier cosa.
Shannon hizo acercarse a Cully a la montura de Rafe, un precio so caballo castaño de músculos largos con aspecto de haber dejado atrás un largo viaje.
El hombre que lo montaba tenía el mismo aspecto.
Para cuando llegaron a la cabaña, Shannon estaba tan agarrotada por el gélido viento y las emociones que se agitaban tras su inexpresivo rostro, que desmontó con rigidez y se tambaleó.
Rafe la sujetó de inmediato. Aunque llevaba guantes, podría jurar que sentía la calidez y la suavidad de la joven emanando hasta él, y haciéndolo arder. Las pestañas de Shannon temblaron antes de elevarse, revelándole unos ojos cuya avidez y confusión se igualaban a las suyas.
Pero no había ninguna duda sobre una cosa. Shannon era suya. Lo único que Rafe tenía que hacer era tomarla.
Con una feroz maldición, la dejó en el suelo y retrocedió en el preciso instante en que ella alargaba los brazos hacia él.
—No —dijo con frialdad—. No me toques.
Conmocionada, Shannon se quedó totalmente inmóvil con los brazos extendidos y el amor brillando en sus ojos de forma tan evidente que Rafe no pudo soportar mirarla.
—¿Rafael?
—Ya me has oído —insistió con fiereza—. No me toques. He venido aquí únicamente para buscar oro. Cuando Reno y yo encontremos el suficiente para que puedas pasar el invierno, me iré. ¿Me escuchas, Shannon? ¡Me iré! No puedes retenerme con tu cuerpo. Ni siquiera lo intentes.
Brutales oleadas de dolor y humillación recorrieron a la joven, haciendo que sus mejillas adquirieran un vivo tono rojo y luego palidecieran.
—Si—susurro a través de sus temblorosos labios—.Te he oído Rafael, No tendrás que repetírmelo otra vez. Nunca. Te oiré rechazándome hasta el mismo día en que muera.
Rafe cerró los ojos para no ver el dolor que había en los de Shannon, en su rostro, en todo su cuerpo. No había pretendido herirla así. Se sentía como un animal atrapado y había arremetido contra ella sin pensar en el coste.
—Shannon —musitó en agonía—. Shannon.
Al cabo de unos segundos, Rafe abrió los ojos y vio que se encontraba solo en medio del frío viento.
Se dijo a sí mismo que era mejor así, tanto para Shannon como para él. Era preferible hacer daño ahora que no pasarse toda una vida arrepintiéndose de una decisión tomada porque su sangre hervía de excitación y ella no tenía el suficiente sentido común para rechazarle.
Es mejor así.
Tiene que serlo.
Sólo eso justificaría el dolor que he visto en sus ojos.
Shannon se despertó con las primeras notas misteriosas de la guaira. Nunca había oído esa melodía antes, pero sabía que era un lamento. El pesar resonaba en las trémulas armonías similares a un llanto, como si las entrañas de Rafe se estuvieran desgarrando de dolor.
La evocadora e inquietante música cerró la garganta de la joven y llenó sus ojos de lágrimas. La música, tan remota y desoladora como la salida y puesta de la luna en el infierno, lloraba por todo aquello que no podía alcanzarse, expresarse, ni cambiarse.
—Maldito seas, Rafe Moran —susurró a la oscuridad—. ¿Que derecho tienes a lamentarte? Ha sido tu decisión, no la mía.
No hubo otra respuesta que un conmovedor eco de pérdida y condenación musitado a la noche.
Pasó largo tiempo antes de que Shannon volviera a dormirse, y lloró incluso dormida.
Cuando se despertó de nuevo todavía estaba oscuro y no se oía nada a excepción de la peculiar quietud de una nevada cubriendo la tierra en silencio.Temblando, Shannon se aproximo a los postigos mal encajados y echó un vistazo al exterior;
Bajo un cielo claro en el que reinaba una luna menguante, la suave, fría y húmeda capa de nieve que lo cubría todo aguardaba su inevitable fin bajo el creciente calor del sol.
Pero hasta que eso sucediera, cada rama caída, cada hoja, todo lo que tocara la nieve dejaría una clara señal y se podrían seguir cualquier tipo de huellas.
Shannon se vistió apresuradamente tratando por todos los medios de centrarse en la caza que la esperaba. Pensar en lo ocurrí do el día anterior hacía que le temblaran las manos y que se le encogiera el estómago; y para cazar necesitaba tener el pulso firme y los nervios templados.
No pienses en él. Ya se ha ido, aunque todavía esté aquí.
No me quiere. No podría habérmelo dejado más claro si me lo hubiera grabado a juego en la piel.
El inesperado peso de su chaqueta hizo que Shannon comprobara los bolsillos. Al ver de nuevo la pequeña botella de aceite y la bolsa que la acompañaba, recordó de nuevo el rechazo de Rafe e hizo una mueca mientras las dejaba en un estante. Los cartuchos de la escopeta, sin embargo, se los quedó, segura de que los necesitaría.
Sintiendo que un frío que nada tenía que ver con la temperatura exterior le llegaba hasta el alma, Shannon se ajustó la gruesa chaqueta y descolgó la escopeta de los ganchos. La revisó y la encontró limpia, seca y lista para ser usada. Cogió un puñado de tiras de venado curado, bebió una taza de agua fría del cubo y salió de la cabaña para adentrarse en la densa oscuridad que precedía al amanecer.
Respirando suavemente, se quedó de pie junto a la puerta y esperó temblorosa la reacción de Prettyface al quedarse solo. Por mucho que necesitara su compañía, el perro aún no estaba recuperado del todo. Se cansaba demasiado rápido y tenía las patas traseras un poco entumecidas a causa del disparo que había recibido en el lomo. Una semana más y estaría completamente curado, pero ella no podía dejar pasar la oportunidad que le daba la nieve recién caída.
Tal y como esperaba, Prettyface gimió y empezó a arañar la puerta.
—No —susurro Shannon.
Actuando con rapidez, se movió hacia el lateral de la cabaña para que el viento no arrastrara con él su olor hasta el interior de la casa.
Los gemidos de Prettyface aumentaron en volumen e intensidad, al igual que los arañazos.
Shannon conocía lo bastante bien a su perro como para saber que pronto empezaría a aullar. Eso despertaría a Rafael, estuviera donde estuviera su campamento, y lo animaría a acercarse a investigar.
La idea de ver de nuevo al hombre que amaba hizo que la piel se le humedeciera y que se le encogiera el estómago.
Incluso si fuera capaz de enfrentarse a él, sabía que Rafael se enfurecería al descubrir que pretendía salir a cazar sola. No obstante, eso era exactamente lo que tenía que hacer. Debía cazar sin ayuda de nadie, porque, en caso contrario, tendría que enfrentarse a la muerte el próximo invierno o a toda una vida encargándose de la casa de otras personas, los hijos de otras personas, las vidas de otras personas...
Y nunca tendría una vida propia.
Shannon no estaba segura de qué era peor, morir o no haber vivido nunca.
—Silencio.
La orden hizo callar a Prettyface durante unos breves segundos, pero luego empezó a emitir un agudo gimoteo que amenazaba con convertirse en un verdadero aullido.
—Maldición —siseó Shannon entre dientes.
Abrió la puerta, agarró el morro de Prettyface con ambas manos y le cerró la boca.
—Puedes acompañarme, pero deja de gruñir de una vez.
Prettyface se agitó impaciente y en silencio, pues conocía el ritual de la caza demasiado bien como para hacer algún ruido ahora que sabía que iba a participar en él.
Shannon y su perro avanzaron en la oscuridad con extrema cautela. La joven era consciente de que Rafael podría seguir su rastro con la misma facilidad con la que ella esperaba encontrar alguna presa, pero todavía faltaban varias horas para que se hiciera de día.
En cualquier caso, esperaba que Rafe fuera al encuentro de su hermano y no se acercara a la cabaña, ya que le había dejado muy claro que no deseaba su compañía.
Con suerte, ni siquiera se daría cuenta de que se había ido.
El sonido del disparo de una escopeta despertó a Rafe. Se quedó tumbado bajo la lona impermeable y una capa de nieve recién caída, y escuchó en silencio. Se oyó otro disparo, igual que el primero.
Un hombre. Una escopeta.
Ningún fuego de respuesta.
Un cazador, probablemente, aprovechando el rastro que las posibles presas hayan dejado sobre la nieve.
Se sentía agotado, como si hubiera pasado la noche en el infierno en lugar de en un cómodo camastro mientras la nieve caía con suavidad sobre la lona que le cubría. Entrecerró los ojos y estudió la luz que empezaba a emerger desde el Este. Todavía faltaban dos horas para que se hiciera verdaderamente de día, ya que el sol tendría que elevarse sobre las montañas antes de que sus brillantes rayos pudieran caer directamente sobre Echo Basin.
Un tercer disparo resonó a través del frío viento, seguido rápidamente de otro.
Rafe sonrió levemente.
Debe tratarse de un minero. Ningún cazador con experiencia necesitaría cuatro tiros para abatir una presa.
En cuanto le vino aquella idea a la cabeza, se incorporó con tal brusquedad que hizo que la nieve que cubría su improvisado refugio se esparciera por todas partes.
¡No puede ser Shannon!
Sin embargo, algo le dijo que no podía tratarse de nadie más. No había conocido nunca a nadie tan testarudo.
Metió los pies en las frías botas, se ajustó el látigo al hombro, cogió el rifle y corrió hacia el rocoso saliente que daba al valle.
No salía humo de la cabaña.
Quizás esté durmiendo.
Entonces, vio las huellas que se alejaban de la casa y empezó a maldecir entre dientes.
Al cabo de unos segundos, Sugarfoot estaba ensillado, embridado y avanzaba dando saltos hacia el valle. Era el modo que tenía el caballo de informar a su jinete de lo poco que le gustaba que le colocaran una manta fría y una silla gélida.
Rafe estaba tan preocupado por el hecho de saber que Shannon estaba tratando de cazar por sí misma a aquellas horas grises y gélidas previas al amanecer, que soportó la protesta del caballo sin ser consciente realmente de ello.
¿Acaso cree que no cazaré para ella antes de irme? ¿Es por eso por lo que va por ahí con unas botas desgastadas y ropas raídas?
La respuesta la encontró en las huellas que se veían claramente en la brillante nieve plateada. Sin preocuparse por su seguridad, Shannon había salido a cazar para conseguir provisiones.
El inclemente viento que descendió de los picos hizo que Rafe soltara una maldición y se levantaba aún más el cuello de la gruesa chaqueta para protegerse del frío.
Debe de estar helada.
Aquel pensamiento hizo que la ira de Rafe se intensificara.
¿Por qué no ha esperado a que yo me ocupara de sus víveres para el invierno? Yo no sería tan bastardo como para no ayudarla. Debería saberlo ya.
Dios, otros hombres habrían tomado lo que ella les ofrecía y nunca habrían mirado atrás al marcharse.
Pero Shannon no se había ofrecido a otros hombres. Sólo a Rafe.
Y él la había rechazado brutalmente.
Al recordar el dolor y la humillación de Shannon, supo qué la había impulsado a salir a cazar sola en aquella gélida madrugada. No aceptaría nada que él le ofreciese aunque estuviera muñéndose de hambre.
Siguió las huellas con un intenso pesar el corazón, yendo lo más rápido que el terreno se lo permitía. Ella iba a pie, así que pronto la alcanzaría.
Al menos, podía haberse llevado a una de las malditas mulas de los Culpepper. Son suyas, después de todo. Sus antiguos dueños ya no las necesitan y Razorback tendrá suerte si supera el invierno.
Sabía que la vieja mula de John el Silencioso no era la única criatura que tendría suerte si sobrevivía al próximo invierno. La sola idea de ver a Shannon luchando contra el hambre y el frío 1e desgarraba las entrañas, le destrozaba el corazón sin importar lo que hiciera por aliviar el dolor.
No tiene ningún recurso para sobrevivir y es demasiado orgullosa para admitirlo. Debería aceptar el puesto que le ofrecen Cal y Willy. Es un buen trabajo y ellos la tratarían como si fuera de la familia.
Pero Rafe no se engañó sobre sus posibilidades de hacer que Shannon fuera realista y aceptara el trabajo en el rancho Black. Después de lo que le había dicho el día anterior, no se acercaría a ninguno de sus familiares.
Es por su propio bien. Seguro que puede entender eso.
Debería habérselo planteado con más tacto...
¿Pero cuantos modos hay de decirle delicadamente a una mujer que no se acerque a ti, sobre todo si serías capaz de enfrentarte a un infierno sólo para que ella lo hiciera?
La idea de ser acariciado por las cálidas y cariñosas manos de Shannon provocó que se moviera incómodo sobre la silla. La rápida y vibrante respuesta de su cuerpo al pensar en la joven le hizo enfurecerse consigo mismo, con ella, con todo. Nunca se había sentido tan vulnerable ante una mujer.
Y no le gustaba en absoluto.
Date prisa, Reno. Encuentra el oro que librará a Shannon de este lugar.
Y a mí.
Los rastros que Rafe seguía cambiaron de dirección con brusquedad. Alzó la vista para encontrar el motivo y observó que a la derecha había un pequeño claro. Entrecerró los ojos y a través de los árboles pudo ver que había diversas huellas de animales sobre la nieve huyendo apresuradamente.
Dirigió a Sugarfoot hasta el borde del valle y confirmó lo que ya había supuesto. Varios animales habían estado curioseando y comiendo arbustos en el margen del bosque. El viento debió estar a favor de Shannon, porque pudo acercarse a ellos a menos de treinta metros antes de que la descubrieran.
Había una zona de nieve pisoteada donde la joven se había detenido para apuntar y también cartuchos para escopeta usados.
Rafe examinó minuciosamente la nieve y comprobó que no había ni rastro de sangre en las huellas.
Ha debido fallar todos los tiros,
El resto de las huellas dejaban claro que Shannon y Prettyface seguían a una presa en particular. Las profundas marcas de patinazo en la nieve indicaban que la joven había atravesado el valle corriendo temerariamente y que se había adentrado en el bosque sin permitir que ningún obstáculo le impidiera seguir rastreando. En cambio, la irregularidad del paso del perro señalaba que Prettyface no forzaba su pata trasera herida y que seguía con tranquilidad a su dueña.
De pronto, Rafe alzó la cabeza hacia la imponente cima que se erigía ante él y escuchó con extrema atención.
No oyó nada, sólo silencio.
Sin embargo, una profunda inquietud empezó a invadir todo su ser. Estaba seguro de que Shannon había gritado su nombre.
Se quedó inmóvil y cerró los ojos para tratar de captar cualquier sonido que le indicara dónde se encontraba la joven, pero no consiguió escuchar nada a excepción del sonido del viento.
Reticente, se obligó a dirigir de nuevo la atención a los rastros en la nieve.
Maldición, nunca debería haber salido de la cabaña ni llevar a Prettyface con ella. ¿En qué estaba pensando?, se preguntó furioso.
Debería haber estado más alerta, impedir que saliera a la glacial mañana en busca de una presa que él podría, y habría, cazado para ella.
Una nieve como ésta esconde muchos peligros.
Las huellas le llevaron a un arroyo lleno de rocas donde la nieve ocultaba ramas rotas y troncos resbaladizos. Sugarfoot cabalgaba con seguridad a pesar de los obstáculos, aunque tenía que escoger su camino con cuidado.
De repente, aparecieron gotas de sangre entre las huellas de la joven. Unas huellas que seguían a su presa sin importar lo angosto del terreno.
Después de todo, Shannon no ha fallado. No del todo.
Cuando Rafe vio señales de que la joven se había resbalado y caído, su ira aumentó. Seguía oyendo a Shannon gritando su nombre con una urgencia que lo estaba volviendo loco, a pesar de que el único sonido que se escuchaba en aquel paraje desolado era el del penetrante y glacial viento.
Una sombría e indescriptible ansiedad le atenazaba las entrañas,
instándole a que siguiera adelante con rapidez.
Maldita sea. Podría romperse un tobillo corriendo asi. Un animal herido es capaz de seguir huyendo durante kilómetros o días, dependiendo de la herida. Si Shannon sigue corriendo de ese modo, sudará, y cuando deje, de correr, el sudor se congelará.
Y Rafe no quería pensar en lo que sucedería después de eso. Había encontrado a más de un hombre muerto por el frío o vagan do aterido por la nieve, demasiado entumecido para poder pensar con claridad.
Los rastros de sangre se volvieron más pronunciados y frecuentes a medida que el arroyo avanzaba. El animal herido estaba agotándose, esforzándose por seguir el ritmo de sus compañeros.
El barranco que atravesaba el riachuelo se hizo más abrupto y el sendero se volvió más agreste. Incluso a los animales que no estaban heridos les costaba seguir adelante y había señales de que resbalaban en la nieve casi tan a menudo como Shannon y Prettyface.
De pronto, los rastros de Shannon pasaron de una rápida carrera a detenerse por completo.
Rafe se puso en pie sobre los estribos, miró a su alrededor y localizó cartuchos usados en la nieve junto con los restos de un animal. La joven se había deshecho de la piel de su presa con eficacia y atado la carne que no había podido cargar en una rama alta, manteniéndola a salvo del alcance de los depredadores.
AI menos John el Silencioso le enseñó algo útil. La piel en sí no valdrá de mucho con todos esos agujeros de bala, pero podrá sazonar la carne y guardarla para el invierno.
Los pasos de Shannon se dirigían hacia un barranco lateral que descendía serpenteando por la ladera de la montaña. En sus anteriores exploraciones, Rafe había descubierto que el desfiladero se abría a una abrupta pendiente boscosa que estaba a pocos kilómetros del hogar de la joven. Si no fuera por el hecho de que había que cruzar varias veces una peligrosa bifurcación de Avalanche Creek, aquel sendero sería un atajo útil de regreso a la cabaña para alguien que iba a pie.
Pero Rafe no iba a pie.
Sería una estupidez obligar a Sugarfoot a que se adentre en el agua helada y se arriesgue a romperse una pata en esas rocas tan condenadamente resbaladiza solo Para ver los rastros de Shannon descendiendo y saliendo del desfila se Dijo a si mismo con dureza
Sin embargo, lo hizo. La inquietud que había empezado a sentir-poco después de que empezara a seguir el rastro de Shannon se había intensificado impidiéndole casi respirar.
El sentido común le decía que ella estaba bien, pero su instinto le indicaba que estaba en peligro, que algo terrible le había sucedido.
Sin perder un segundo, empezó a bajar por el barranco. El caballo descendió con cuidado por el irregular terreno mientras su jinete se repetía una y otra vez que cuando llegara a la cabaña, Shannon estaría a salvo en su interior. Habría preparado un alegre fuego, agua con aroma de menta para lavarse y panecillos recién hechos.
Pero no para Rafe.
Ese pensamiento no ayudó en nada a hacer más llevaderos los; más de tres kilómetros de camino que había hasta la cabaña.
Una vez que llegó al valle y comprobó que no salía humo de la chimenea, no olía a panecillos recién hechos y no había ningún rastro que se dirigiera a la cabaña desde el desfiladero, la inquietud de Rafe estalló transformándose en puro terror. Hizo girar a Sugarfoot y examinó el sendero que Shannon tendría que haber atravesado para llegar a la cabaña.
No la vio por ninguna parte.
Abrió la hebilla de su alforja de un tirón y sacó un catalejo. Lo extendió por completo y miró a través de él. En los espacios entren los árboles, la nieve brillaba reflejando la creciente luz.
Ni un solo rastro estropeaba la perfecta capa blanca
Diecisiete
Rafe recorrió de nuevo el desfiladero y todas sus bifurcaciones antes de encontrar a Shannon con el agua helada por encima de las rodillas, empujando con fuerza una rama clavada entre dos piedras de un arroyo.
De repente, se oyó un crujido seco. La rama se astilló y la joven cayó de cabeza al agua.
Sólo entonces vio Rafe cuál era el problema. Prettyface debía de haberse adentrado en una bifurcación del camino para rastrear alguna posible presa y se había resbalado al intentar cruzar un arroyo. De algún modo, el perro se las había arreglado para que una de sus patas traseras se quedara atascada entre dos rocas que eran demasiado pesadas para que Shannon pudiera separarlas.
Por el aspecto de las ramas rotas tiradas en la orilla, la joven no había tenido mucha suerte a la hora de encontrar una robusta palanca que pudiera ayudarla a liberar a Prettyface.
Cuando Sugarfoot frenó bruscamente esparciendo nieve por todas partes, Shannon ya se había puesto en pie. Sus movimientos eran torpes, como si tuviera poca sensibilidad en las manos y los pies.
Rafe se apresuró a desmontar.
—Sal de ahí antes de que te congeles —le ordenó con brusquedad.
Puede que Shannon oyera a Rafe por encima del ruido que producía la corriente, pero no respondió una sola palabra. Se limitó a coger una larga rama que había descartado anteriormente, metió un extremo bajo la roca más pequeña y tiró hacía arriba con todas sus fuerzas.
La rama se rompió y solo la rapidez de Rafe impidió 'pie la joven volviera a caer en el agua helada. La cogió con rudeza, la levantó en el aire y la colocó sobre la silla de Sugarfoot
—Quédate aquí—rugió al tiempo que se quitaba la gruesa chaqueta con rápidos movimientos para cubrirla con ella—. ¿Me oyes, maldita sea? No te muevas.
—Pre... Pretty...
—Lo sacaré, pero si te mueves de esa silla, te juro que te llevaré a la cabaña y te ataré a la cama antes de ayudar a tu perro. ¿Me oyes?
Aturdida por el frío y el miedo por Prettyface, Shannon asintió nerviosamente y no opuso ninguna resistencia cuando Rafe hizo que apoyara las manos en el pomo de la silla.
Después de dirigir a la joven una penetrante mirada, Rafe se volvió bruscamente hacia el perro, que se mantenía de pie sobre tres patas en el agitado arroyo.
—Bien, Prettyface —dijo mientras se adentraba en la gélida agua procedente del deshielo—. Te sacaré de ahí.
El gran perro movió la cola a modo de saludo y lo observó con sus claros ojos de lobo. Su cuerpo estaba seco a excepción de sus patas y no parecía sentir frío. Ni siquiera temblaba.
Rafe se inclinó y recorrió con dedos cuidadosos la pata atrapada. No había inflamación, sólo unos cuantos arañazos.
—Estás en mejores condiciones que Shannon —masculló—. Pero hay que liberar esa pata sin dañarla más de lo que está.
Le acarició con suavidad la cabeza mientras evaluaba la situación con ojos duros. Empujó las rocas para tratar de decir cuál sería más fácil de levantar y Prettyface gimió en protesta. —Tranquilo, ya falta poco.
Recogió varias ramas rotas y las clavó entre las rocas a ambos lados de la pata atrapada, con la ayuda de una piedra pulida por el agua.
—Eso debería mantener las rocas separadas de tu pata —dijo con voz tranquilizadora—. Ahora aguanta, Prettyface. Voy a sacarte de ahí.
Se inclinó, hundió las manos en el arroyo y quitó la gravilla de la parte inferior de una de las rocas para poder agarrarla mejor. Se movió rápido, consciente de que sus dedos pronto se entumecerían, a causa de- la baja temperatura del agua.
—Hemos tenido suerte. —Rodeó la roca con los brazos y empezó a tirar de ella—. Hay un surco cerca del extremo inferior... al que puedo... aferrarme.
Se incorporó lentamente con la ayuda de sus poderosas piernas mientras sujetaba la roca por la base. Se oyó el rechinar de piedra contra piedra y Rafe estuvo a punto de resbalar, pero no soltó la roca.
A pesar del agua helada, el sudor apareció en su rostro y el pulso en su cuello palpitó con violencia. Mantenía los ojos entrecerrados y los dientes apretados para concentrar toda su fuerza en mover la pesada roca.
Al cabo de un segundo, el perro saltó hacia un lado y salió del arroyo con un gemido de alivio.
Sonriendo, Rafe soltó la roca y se irguió respirando agitada-mente. Prettyface intentaba no apoyar demasiado la pata que había quedado atrapada, pero, aparte de eso, parecía estar bien.
—Ve a casa —le ordenó Rafe, señalándole la pendiente.
El enorme perro dirigió una vacilante mirada a Shannon, que estaba desplomada sobre la silla de Sugarfoot.
—A casa —repitió Rafe, al tiempo que salía del glacial arroyo.
Prettyface se dio la vuelta para obedecer la seca orden y descendió la pendiente que llevaba hasta la cabaña con un trote irregular.
Rafe se acercó entonces a Shannon. Echó un vistazo a sus ojos aturdidos y los labios azules, e intuyó que sólo la fuerza de voluntad evitaba que perdiera el conocimiento.
Aun así, estaba intentando desmontar.
—¡Qué diablos crees que estás haciendo! —estalló Rafe—. Te he dicho que no te muevas.
La joven intentó hablar, pero sus rígidos labios apenas se movieron. Temblando, señaló con la mano la harapienta bolsa de tela y la carne que había abandonado en la orilla del arroyo en su urgencia por rescatar a Prettyface.
Rafe se sintió tentado de subir detrás de Shannon, cabalgar hasta la cabaña y olvidarse de la carne. Sin embargo, conmovido por la increíble determinación que la joven había mostrado en su afán de cazar, se acercó a la orilla y cogió la Bolsa. Aquella carne representaba para ella su supervivencia y no podía dejarle allí.
—Toma —gruñó con aspereza.
Le colocó la bolsa en el regazo y montó detrás de ella.
En cuanto la rodeó con el brazo para coger las riendas, se dio cuenta de que temblaba convulsivamente bajo la pesada chaqueta.
—Maldita sea —bramó.
La rodeó también con el otro brazo y espoleó al gran caballo gris. Sugarfoot descendió la pendiente a un ritmo casi temerario que no era suficientemente rápido para Rafe, aunque el sentido común le dijera lo contrario.
Pasaron sólo unos pocos minutos hasta que llegaron a la cabaña, pero los temblores de Shannon ya habían empeorado para entonces. Si no hubiera sido por los poderosos brazos que la sujetaban, no habría sido capaz de mantenerse sobre el caballo.
Prettyface aguardaba pacientemente junto a la puerta de la cabaña.
Rafe desmontó, cogió a la joven en brazos y la llevó a toda prisa hasta la cabaña. A pesar de estar temblando, la joven sujetaba la bolsa que contenía la carne como si su vida dependiera de ello.
—Ojalá tuvieras tanto sentido común como agallas —gruñó Rafe mientras abría la puerta de una patada.
El interior de la cabaña no era mucho más agradable que el exterior. Pero al menos había leña preparada para hacer un fuego en la estufa, aguardando a que una cerilla proporcionara vida a la estancia.
A Prettyface no le importó la falta de calor. Se dirigió a su rincón y se tumbó sobre una harapienta manta con un murmullo de placer.
Rafe dejó a Shannon sobre la cama, la tapó con la manta de piel de oso y trató de encender la estufa. Tenía las manos tan frías que tuvo que hacer varios intentos antes de poder sujetar y encender una cerilla sin romperla. Una vez el fósforo rozó la leña, las llamas prendieron y crecieron con rapidez.
Pero a Rafe no le pareció lo bastante rápido. Él era más mucho fuerte que Shannon y no había estado tanto tiempo en el agua como ella, sin embargo, sentía que el frío le llegaba a los huesos.
Le costó cinco intentos encender la lámpara y después sus ojos se clavaron en el armario que llevaba al manantial termal.
Sin vacilar, se acercó a la cama y cogió a Shannon, agarró la lámpara y atravesó la oscura puerta que ocultaba el armario. La calidez de la cueva fue como una bendición.
Dejó la lámpara sobre la caja de madera que hacía las veces de mesa y una luz dorada iluminó las paredes rocosas. Con ágiles movimientos, le quitó a la joven las botas empapadas, la manta de piel de oso y la chaqueta en la que la había envuelto, y luego la desnudó sin contemplaciones, desgarrando la vieja tela en su urgencia por liberarla de su gélida envoltura.
Ella no habló ni miró a Rafe mientras la desvestía. Tenía la mirada perdida y temblaba convulsivamente.
—Shannon, ¿puedes oírme? ¡Shannon!
Lentamente, los hermosos ojos femeninos lo enfocaron y Rafe dejó escapar un suspiro de alivio.
—Vas a darte un delicioso baño caliente —dijo con la esperanza de que lo entendiese—. Entonces, todos los temblores desaparecerán y estarás bien, te lo prometo.
La cabeza de Shannon se movió en un gesto que pudo haber sido de asentimiento. Los dientes le castañetearon hasta que apretó la mandíbula.
—Eso es, mi dulce ángel. Continúa luchando contra el frío. No dejes que te venza.
Se quitó sus propias botas y la ropa empapada, y se sumergió con Shannon en el estanque. El amplio banco que John el Silencioso había modelado y picado en la piedra no era muy profundo para Rafe, a quien el agua caliente sólo le llegaba hasta la mitad del pecho, pero era perfecto para Shannon.
Sentada en su regazo, la joven quedó sumergida hasta la garganta y el agua del manantial la envolvió en su calor.
Rafe dejó escapar el aire entre los dientes al entrar en contacto con el agua. La sentía como fuego en contraste con su piel helada.
—¿Estás bien? —inquirió preocupado—. ¿Te duele?
Shannon negó con la cabeza lentamente.
Durante un tiempo, sólo se oyó el suave siseo de la lámpara y las sutiles corrientes del manantial alrededor de ellos. Rafe mantenía a Shannon sujeta contra su pecho y percibió exactamente el momento en que la joven empezó a ser consciente de lo ocurrido. Todavía temblaba, pero su cuerpo se tensó e intentó inútilmente apartarse de él.
—P... Prettyface—balbuceó.
—Tu perro está bien. Maldita sea, está mejor que tú. No hay necesidad de que vayas a ver cómo se encuentra. Aún estás congelada. Quédate quieta hasta que entres en calor.
Shannon no discutió. Apenas podía hablar, así que asintió y se mantuvo en silencio.
Sin embargo, no se recostó de nuevo en el pecho de Rafe. Recordaba con demasiada claridad el terrible dolor que había sentido cuando le gritó que no lo tocara más.
Aún le dolía.
La boca de Rafe trazó una tensa línea que nada tenía que ver con el frío. Le había gustado sentir el delicado peso del cuerpo de Shannon sobre el pecho y la fragante seda de su pelo rozándole el hombro con cada movimiento de su cabeza.
Pero cuando intentó que volviera a apoyarse contra él, la joven se puso rígida y se apartó.
Al cabo de unos minutos, el agua del manantial consiguió que los temblores de Shannon remitieran y que su cuerpo se fuera relajando lentamente.
Rafe la mantenía tan cerca de sí, que supo cuál fue el instante preciso en el que la joven tomó conciencia de que ambos estaban desnudos.
—Suéltame —le pidió Shannon con frialdad.
—Aún estás tiritando.
—Estoy b... bien —consiguió decir.
—De acuerdo —replicó Rafe con frialdad—. Entonces, quizá puedas explicarme qué diablos hacías recorriendo la montaña cuando deberías haber estado durmiendo y a salvo en tu cama.
—Cazar.
—Eso ya lo sé. Lo que no sé es por qué.
Shannon alzó la cabeza. Vio los ojos de Rafe por primera vez desde que la había rescatado y comprendió que, a pesar de la calma exterior, estaba furioso.
Qué novedad, pensó con sarcasmo, Ha estasdo furioso conmigo desde que reconocí que lo amo.
—¿Por qué caza la gente normalmente? —le preguntó en tono neutro.
—¿Crees que sería capaz de dejarte aquí sola sin provisiones para el invierno?
La sorpresa de Shannon quedó claramente reflejada en sus grandes ojos color zafiro.
—Por supuesto que no —respondió aturdida.
—Si cazara para ti, ¿aceptarías lo que te ofreciera?
Ella asintió en respuesta.
—Si es así, ¿por qué, en nombre de Dios, saliste a cazar? — rugió Rafe.
—Tengo que aprender a arreglármelas sola. No siempre estarás aquí para cazar por mí.
—Te las arreglarías mucho mejor si vivieras con Cal y Willy.
—En tu opinión, sí.
—Pero no en la tuya —replicó él.
—No —dijo en voz baja—. Por otra parte, no puedo dejar solos a Cherokee y a Prettyface.
—A Prettyface le gustaría el rancho.
—A Cherokee no.
—¿Cómo lo sabes?
—Fue lo primero que le pregunté cuando regresé.
—¿Lo hiciste? —inquirió sorprendido.
Shannon asintió.
—Tuve mucho tiempo para pensar sobre lo furioso y angustiado que parecías cuando te marchaste en busca de tu hermano —susurró—. Decidí que podía volver y... tratar de... vivir la vida de otro.
El dolor que transmitían las palabras de la joven hizo que el corazón de Rafe se detuviera por un instante.
—Si... si no funcionaba, la cabaña seguiría estando aquí —continuó Shannon—, pero a Cherokee no le gustó la idea de irse al rancho de tu hermana.
Una sensación de alivio invadió a Rafe, haciendo que sus brazos se relajaran alrededor del cuerpo femenino.
—Ese viejo chamán ha estado cuidando de sí mismo desde antes que nacieras y podrá arreglárselas solo— afirmó rotundo
Luego le rozó pelo con los labios levemente que ella no pudo sentir la caricia—. Tú no.
Te equivocas —repuso Shannon rotunda—. A ella le gusta la soledad y su forma de vida, pero ahora está herida y no la puedo dejar sola.
—¿Ella?
—Ella —repitió Shannon—. Cherokee es una mujer.
—¿Qué? —Rafe sacudió la cabeza con incredulidad—. ¿Estás segura?
Shannon asintió.
—Ella es la prueba de que una mujer puede sobrevivir en cualquier sitio si se lo propone, incluso en Avalanche Creek. Así que puedes dejar de preocuparte por mí —dijo en voz baja.
—No. Tú no sobrevivirías sola al invierno.
No había ninguna inflexión en la voz de Rafe, simplemente una absoluta y contundente seguridad en lo que estaba diciendo.
—Sobreviví el año pasado —insistió Shannon—, y el anterior, y el anterior.
Rafe la miró con atención.
—¿Qué quieres decir? —preguntó con aspereza al cabo de unos segundos.
—Mi tío desapareció hace tres inviernos.
Por un momento, Rafe se quedó inmóvil. Luego, se echó hacia atrás como si le hubieran disparado.
De hecho, se sintió como si lo hubieran hecho.
—¿Has pasado tres inviernos sola? —le espetó con severidad.
—Sí.
Aunque resultaba difícil creer aquello, Rafe sabía que Shannon no estaba mintiendo.
—Entonces, John el Silencioso debe de estar muerto.
Shannon asintió de nuevo y cerró los ojos.
—Está enterrado cerca de la concesión de Chute, en Avalanche Creek.
—¿Desde cuándo lo sabes? —exigió saber Rafe.
—Supuse que estaba muerto hace dos años, aunque no estuve realmente segura hasta que Cherokee me dijo que había seguido su rastro hasta un desprendimiento de tierra cuando sospechó que le había ocurrido algo. Sus huellas desaparecían en el terreno pero no se alejaban de él.
—Siendo así, nada te retiene en este lugar aparte de tu testarudez, —adujo Rafe.
—Nada hace que la gente se aferré a la vida aparte de la pura testarudez —replicó Shannon cansada.
—¡Maldita seas! —gruñó él—. ¡Estás intentando retenerme!
—¡No! Sólo digo...
—¿Cómo voy a dejarte aquí sabiendo que estás sola e indefensa? —La miró con unos ojos tan duros como su voz—. ¡No puedo y tú lo sabes! Cuentas con que yo...
—¡No estoy indefensa! —le interrumpió Shannon—. ¡Y no cuento contigo para nada! ¡No te necesito!
Un torbellino de emociones se arremolinó en el interior de Rafe, tensando su garganta, irritándola. El frío que había sentido en el arroyo no era nada comparado con el gélido vacío que se adueñaba de él cuando pensaba en Shannon muerta en la montaña en una tumba sin identificar como la de John el Silencioso.
—Y un cuerno que no me necesitas —estalló con una voz grave y fiera—. Hoy has estado a punto de morir ahí fuera.
Durante dos largos segundos, Shannon miró al hombre que estaba tan cerca de ella y, sin embargo, tan lejos. La luz de la lámpara se reflejaba en su pelo y convertía la gris claridad de sus ojos en un misterio plateado. Jamás hubiera podido imaginar que amar a alguien pudiera llegar a ser tan doloroso. Habría dado gustosamente la vida por verse reflejada en los ojos de Rafe, en su corazón.
Habría vendido su propia alma por ser un lejano amanecer que pronunciara su nombre... y por oír cómo él le respondía.
—Sí —dijo con calma mientras sus labios esbozaban una extraña sonrisa—. Podría haber muerto. ¿Y qué? Las estrellas habrían brillado igualmente esta noche y el sol habría salido mañana. La única diferencia sería que yo no lo vería.
Al oír aquello, Rafe sintió como si un romo cuchillo atravesara dolorosamente su alma y la partiera en dos.
—Por favor, deja que me vaya —suplicó ella con voz rota.
—Todavía estás temblando.
—Estaré bien en cuanto me ponga algo de ropa.
—Esos trapos con los que te cubres no te proporcionarán calor, El gesto protector de los brazos de Rafe alrededor de Shannon dijo mucho más que sus palabras. Puede que no la quisiera, pero se preocupaba por su seguridad. Y resultaba maravilloso sentirse cuidada, mimada, aunque sólo fuera por una vez.
Por un instante, la tentación de ceder y apoyar la cabeza en el pecho de Rafe puso a prueba la determinación de Shannon de mantenerse alejarse de él. Anhelaba perderse en sus brazos, dejar de sentirse sola. Sin embargo, el recuerdo de la vergüenza y la humillación sufridas el día anterior acudió en su ayuda.
No me toques.
Sin previo aviso, la joven trató de liberarse del férreo abrazo para salir del estanque.
—¿Qué te ocurre? —exclamó Rafe sujetándola con fuerza—. ¡Actúas como si fuera a violarte!
Shannon emitió un sonido que fue casi una risa y no llegó a ser un sollozo.
—No tendrías que violarme y lo sabes —replicó con amargura.
Un estremecimiento recorrió por entero el poderoso cuerpo de Rafe.
—No deberías haber dicho eso. Podría resultar peligroso.
—¿Por qué? Tú no me deseas. Ni siquiera puedes soportar que te toque.
El dolor en la voz de Shannon hizo añicos el control de Rafe. Se tensó bruscamente y agarró una de las frágiles manos de la joven para sumergirla por debajo de la cálida superficie del agua y colocarla sobre su gruesa erección. Tomó aire agitadamente y luego lo dejó escapar con un grave gruñido.
—Ahora —siseó entre dientes—, vuelve a decirme que no quiero que me toques. Mataría por hacerte mía y lo sabes condenadamente bien.
Unos conmocionados ojos color zafiro miraron a Rafe con incredulidad.
—Entonces, ¿por qué no dejas de rechazarme continuamente? —consiguió decir con voz quebrada—. No te estoy pidiendo que me quieras. No te estoy rogando que te quedes conmigo. Yo sólo quiero...yo sólo quiero sentirme viva, realmente viva, antes de morir. Si tu no me tomas, me iré a la tumba sin saber cómo sería entregarse al hombre que amo.
Rafe apartó la mano de Shannon de su dolorida carne como si fuera un hierro al rojo.
—No puedo —jadeó.
Shannon dejó escapar una risa rota y recorrió el cuerpo de Rafe con la mano.
—Por supuesto que puedes —insistió.
Él soltó el aire en un siseo mientras la joven exploraba cuidadosamente la rígida evidencia de su excitación.
—Eres virgen —masculló apretando la mandíbula.
—No importa.
—Podría dejarte embarazada.
—Me encantaría tener un hijo tuyo.
—No podría marcharme si estuvieras embarazada —rugió Rafe—. ¿Es eso lo que quieres? ¿Obligarme a quedarme?
—No. Me odiarías si lo hiciera.
—Me odiaría a mí mismo. Oh, Dios... para.
Apresó con firmeza la mano que lo estaba torturando y se la llevó a los labios para morderla delicadamente, haciendo que la joven se estremeciera contra él.
—¿Qué hiciste para evitar que las mujeres con las que tuviste relación en el pasado se quedaran embarazadas? —inquirió Shannon con voz ronca.
Un vivo color rojo apareció en los pómulos de Rafe.
—Haces unas preguntas de lo más sorprendentes.
—¿Eran todas demasiado mayores para tener un hijo? —insistió ella.
Rafe dejó escapar un suspiro, abrumado por la combinación de inocencia y honestidad de Shannon.
—No, no eran demasiado mayores —le explicó—. Pero conocían medios para reducir las posibilidades de un embarazo.
—El celibato.
La decepción en la voz de la joven hizo que Rafe sufriera luchando contra la risa y un implacable deseo que no había conocido hasta encontrar a Shannon.
—Hay otros modos — dijo al cabo de unos segundos.
—¿De verdad? ¿Cuáles son?
—No consumando el acto.
—Eso me suena a celibato.
La sonrisa de Rafe fue lenta y muy varonil.
—No lo es, mi dulce ángel. ¿No recuerdas el placer que sentís te el día que nos refugiamos de la tormenta bajo una lona?
Un escalofrío provocado por el recuerdo y la anticipación hizo que Shannon temblara.
—¿Es eso lo que quieres? —le preguntó ella.
—Es mejor que nada.
—Pero...
—¿Pero? —la instó Rafe estrechándola contra sí.
—Yo también quiero tocarte. Quiero que sientas que la sangre fluye como lava por tus venas —susurró Shannon, recordando cómo había sido para ella—. Quiero verte arder. Quiero complacerte hasta que grites y pienses que no podrás sobrevivir a tanto placer.
El corazón de Rafe se aceleró y su grueso miembro palpitó exigiendo atención.
—¿Así te sentiste tú, mi dulce ángel? —Apenas pudo lograr que las palabras atravesaran la embriagadora ráfaga de pasión que constreñía su garganta.
—Sí —reconoció ella en voz baja—. Ni siquiera tengo palabras para explicártelo. Sólo sé que...
Rafe deslizó los labios por el pelo de la joven y emitió un sonido interrogante.
—Quería más —confesó Shannon—. Quería sentir tu cuerpo cálido y fuerte rodeándome. Quería... —Su voz tembló—. No sé lo que quería. Sólo sentía que faltaba algo.
Todos y cada uno de los músculos de Rafe se tensaron al oír aquello. Tomó aire bruscamente y luego lo dejó escapar con dificultad.
Él sabía exactamente qué había faltado.
—¿Es normal que me sienta así? —preguntó Shannon en un susurro.
—Absolutamente —respondió Rafe con voz ronca—. Algunas personas se conforman con menos, pero otras quieren más.
Mordió delicadamente la parte superior de la oreja de Shannon y saboreó el pequeño temblor que la recorrió.
No lo entiendo —reflexionó ella en voz baja—. Si puedes tenerlo todo, ¿por qué quedarte satisfecho con menos?
Rafe rió en silencio y se preguntó si un hombre podría morir de deseo mientras se encontraba sentado desnudo en un manantial con una inocente virgen que era tan curiosa como un gatito.
Y tan inconsciente.
—Adoro cada milímetro de ti —le susurró al oído—. Quiero besarte de la cabeza a los pies y luego volver a empezar, pero no sé si seré capaz contenerme y no hacerte mía.
Shannon se estremeció y miró con atención los plateados ojos de Rafe. La calidez y el deseo que vio en ellos hicieron que se le parara el corazón.
—A mí me gustaría besarte del mismo modo —susurró trémula—, por todas partes. Apenas puedo apartar la mirada de ti aunque lo intente. Sueño con acariciar tu pecho, los músculos de tus brazos...
Unos dedos cálidos y húmedos sellaron los labios de Shannon, interrumpiendo el atropellado flujo de palabras.
—Basta, mi dulce ángel. Me vas a matar de deseo. —Apartó los dedos, acariciando cada curva de los labios de la joven mientras lo hacía.
—No pretendo matarte —musitó ella—. Ni siquiera sabría cómo hacerlo. ¿Me enseñarás, Rafe? ¿Me dirás cómo puedo darte placer?
—No —respondió con brusquedad—. ¿Es que no lo entiendes? No puedo.
Dieciocho
Rafe cerró los ojos en un intento de luchar contra el salvaje deseo que atravesaba su cuerpo y que lo atormentaba con aquello que deseaba más que respirar, y no debía tomar.
Cuando abrió los ojos, percibió claramente la sombra de angustia y confusión que cruzaba los de Shannon.
—Te deseo demasiado como para poder confiar en mí mismo —reconoció con voz áspera—. Esto es nuevo para mí. Nunca había tenido ningún problema protegiendo a una mujer.
Shannon tomó una profunda y temblorosa inspiración.
—No lo entiendo.
—Puedo tomar a una mujer sin dejarla embarazada —le aclaró Rafe de forma abrupta—. Lo único que tengo que hacer es contener mi propio placer hasta que ya no estoy en su interior.
—Oh. —Shannon frunció el ceño pensativa—. Lo entiendo. Creo.
Rafe no sabía si reír o maldecir ante la sincera e inocente expresión de la joven.
—No es infalible —añadió—. Si una mujer está en su época fértil, no me arriesgo.
—¿Y cuál es su época fértil?
Él bajó la mirada y sus ojos adoptaran un tono gris plateado que contrastaba vivamente con su bronceado rostro. Sus espesas pestañas eran del mismo dorado resplandeciente que la luz de la lámpara.
—¿Es que tu madre no te explicó nada? —inquirió cuando pudo hablar de nuevo.
—¿Explicarme? ¿El qué?
—Por ejemplo, el hecho de que es más probable que las mujeres se queden embarazadas en la mitad de su ciclo mensual.
Un rubor que no tenía nada que ver con la calidez del manantial cubrió las mejillas de Shannon.
—Oh, eh..., no —balbuceó—. No me explicó nada sobre eso.
—¿Cuándo sangraste por última vez? —le preguntó Rafe directamente al cabo de unos segundos, cuando quedó patente que ella no iba a decir más.
—El silencio de mi tío me resultaba más cómodo que tus preguntas —murmuró la joven en voz baja después de tragar saliva.
—¿Cuándo sangraste por última vez? —repitió Rafe con firmeza, sin permitirle apartar la mirada.
—A... acabé anoche —musitó Shannon precipitadamente.
Al oír aquello, Rafe sintió una brutal explosión de deseo en sus entrañas. Sólo pensar en sumergirse en el ceñido y suave cuerpo femenino fue suficiente para llevarlo hasta el límite de su autocontrol.
—Anoche, ¿eh? —dijo con voz ronca.
La joven asintió y se preguntó si tendría la cara tan colorada como creía.
Rafe sonrió y le acarició la oreja con la lengua.
—No había conocido a nadie que pudiera sonrojarse por completo.
—Es el calor del agua —replicó Shannon.
Él se rió en voz muy baja a modo de respuesta.
Shannon se movió avergonzada en su regazo, pero se quedó inmóvil en el instante en que se topó con la gruesa erección de Rafe y éste emitió un ronco gruñido.
—Lo siento —se disculpó ella precipitadamente—. No pretendía hacerte daño.
—No me lo has hecho.
—Pero... he escuchado cómo...
—Tú hacías el mismo tipo de sonidos bajo la lona. ¿Te hacía yo daño entonces?
Al recordar la noche de la tormenta, Shannon experimentó un delicioso y exquisito temblor.
—No—contestó en un susurro— No me hiciste daño. Ni siquiera sabía que se pudiera sentir tanto placer. ¿Puedo hacer que sientas lo mismo que yo?
—Sí.
—¿Cómo?
Rafe cerró los ojos, tomó una profunda inspiración... y apeló a su fuerza de voluntad para no dar rienda suelta a su ávido deseo.
—Empezaremos con un beso —propuso—. ¿Te gustaría eso?
—Oh, sí. ¿Y a ti?
—Es un inicio —dijo Rafe con voz tensa, al tiempo que inclinaba la cabeza para capturar su boca con fiereza.
Con un suave gemido, Shannon alzó el rostro y abrió los labios aceptando gustosa su invasión. Deslizó los brazos alrededor de su cuello y enterró los dedos en su pelo mientras saboreaba la calidez y las diferentes texturas de la lengua de Rafe.
Con un áspero y estrangulado jadeo, él exploró profundamente su boca, la saqueó, la devoró tan minuciosamente como le era posible con sólo un beso hasta que, reacio, se apartó y levantó la cabeza.
—¿Rafael? —inquirió Shannon con voz ronca—. ¿Ocurre algo? ¿Por qué has parado?
—Nunca había estado tan excitado. —Hizo una pausa y respiró hondo—. Y eso podría ser peligroso.
Shannon recorrió con la mirada la superficie del humeante manantial.
—Quizá deberíamos salir del agua.
Rafe lanzó una carcajada a pesar de su dolorosa erección.
—No es el agua —le explicó—. Eres tú. Me siento como si te hubiera deseado desde el inicio de los tiempos. Me haces arder incluso en sueños.
La violenta pasión que reflejaban los ojos de Rafe hizo que Shannon se olvidara de respirar.
—¿Significa eso que me dejarás acariciarte? —susurró ella.
—Cuando quieras. Donde quieras. Del modo que quieras.
Dios, soy un estúpido por incitarla así, se reprendió Rafe en silencio.
Pero no lo dijo en voz alta. Deseaba demasiado perderse en el cuerpo de Shannon para ser sensato.
Sonriendo, la joven deslizó las manos por sus poderosos hombros y su expresión dejo patente lo mucho que disfrutaba con la fuerza que palpitaba bajo la flexible piel. Se mordió el labio inferior y sus finos dedos acariciaron el amplio pecho de Rafe, deleitándose con el contraste entre el áspero vello y los planos y sorprendentemente suaves pezones masculinos.
Rafe cerró los ojos, conmocionado al sentir que todos sus sentidos cobraban vida.
Con un anhelo evidente, Shannon se inclinó sobre él y le rozó la base del cuello con la lengua en una caricia que encerraba una delicadeza y curiosidad felinas
El cuerpo de Rafe se tensó violentamente en respuesta, dominado por la pasión, mientras Shannon, dejándose llevar por su instinto, gemía y pasaba la punta de la lengua por los férreos tendones de su cuello.
—Me gusta tu sabor —musitó contra su piel—. Tan diferente al mío, tan masculino...
Rafe dejó escapar el aire en una brusca ráfaga y colocó una de sus manos en la nuca de Shannon, animándola en sus avances.
—¿Rafael?
—Déjame sentir tus dientes —murmuró con voz ronca—. Muérdeme, Shannon.
Unos pocos minutos antes, la joven habría vacilado, pero ahora deseaba ofrecer a Rafe aquella primitiva caricia tanto como él deseaba recibirla. Así que bajó la cabeza hasta que su barbilla casi rozó la humeante agua.
Lentamente, abrió los labios y sus dientes se hundieron con exquisito cuidado en el fuerte pecho de Rafe.
Un agudo y ávido sonido surgió de lo más profundo de la garganta masculina.
—¿Rafael?
—Hazlo otra vez, mi dulce ángel. Más fuerte.
—¿Estás seguro?
Él se rió con suavidad, inclinó la cabeza y se la alzó a Shannon al mismo tiempo para morder casi dolorosamente el lateral de su esbelto cuello.
Un fuego abrasador consumió el vientre de la joven, que cerró los ojos y se arqueó contra Rafe intentando aumentar la presión de la fiera caricia .El soltó una grave risa gutural le dio lo que le pedía, marcándola con su boca hasta que La oyó gritar.
Al instante, la soltó.
—Lo siento —se disculpó—. No pretendía hacerte daño.
Shannon abrió los ojos, encendidos por la pasión que recorría sus venas.
—¿Hacerme daño? —Negó con la cabeza y se rió en voz baja—. Oh, no.
Bajó la cabeza y le correspondió en aquel audaz juego amoroso mordiendo su pecho, saboreándolo y aliviando la marca de sus dientes con la lengua.
Al cabo unos segundos, se apartó unos centímetros para mirarlo a los ojos y preguntó:
—¿Te estoy haciendo daño?
Pero sus ojos decían que ya conocía la respuesta.
—Me estás matando —consiguió decir Rafe con voz ronca—. No me haces ningún daño, aunque hay una parte de mi cuerpo que está empezando a dolerme como nunca antes.
—¿Cuál?
—Imagínatelo —la retó.
—Oh. ¿Quieres decir...?
—Sí. Exactamente.
La mano de Shannon se deslizó bajo el agua y recorrió los músculos del torso de Rafe, su cadera... hasta que encontró la rígida evidencia de su deseo.
—¿Aquí? —preguntó ella.
El aire se escapó trabajosamente entre los dientes apretados de Rafe.
—¿Lo empeora el hecho de que te toque? —inquirió Shannon con inquietud.
—Depende.
—¿De qué?
—De dónde me toques. Y cómo.
Shannon se mordió el labio, apartó la vista y se quedó muy quieta.
—No sé cómo —confesó con voz queda.
—Investiga, Shannon. Sobreviviré.
—Pero...
—A menos que tocarme le te incomode o...
La joven alzó la cabeza sorprendida.
—¿Cómo podría incomodarme? Es maravilloso.
Rafe se encogió de hombros.
—A algunas mujeres no les gusta tocar a un hombre, y mucho menos en esa parte.
—¿De veras? Yo he pasado la mayor parte del tiempo deseando poder acariciarte, incluso... ahí.
—Deseo cumplido, entonces.
Shannon sonrió a pesar del rubor que ardía en sus mejillas y tomó con cuidado su grueso miembro en la mano.
—Dime si te hago daño —le pidió con voz ronca—. Esta parte de ti es tan suave y... tan dura al mismo tiempo.
Rafe emitió un sonido entre risa y gruñido. El tacto de los dedos de Shannon explorándolo bajo la superficie del manantial era una deliciosa tortura y le resultaba difícil permanecer inmóvil. Cuando los delicados dedos femeninos lo acariciaron varias veces desde el romo extremo hasta la rígida base, la sangre martilleó tan violentamente a través de él que temió estallar.
—Shannon.
La joven se quedó inmóvil.
—¿Estoy apretando demasiado?
—No lo bastante.
—Ya te he dicho que no sabía cómo hacerlo —susurró pesarosa mientras apartaba la mano.
De inmediato, los dedos de Rafe se cerraron alrededor de los de ella.
—Es fácil —dijo con voz ronca.
Su mano le enseñó el ritmo adecuado para acariciar su dura y sedosa erección, y la joven emitió un tembloroso suspiro de placer al sentir el ávido palpitar de la rígida carne bajo la palma.
El hecho de saber que Shannon estaba disfrutando verdaderamente al darle placer, casi consiguió que Rafe cediera a las exigentes demandas de su cuerpo. Su sangre fluyó violentamente por sus venas al sentir que ella apretaba los dedos para rodearlo con firmeza, evaluándolo y deleitándose al mismo tiempo. Intentó respirar y mantener el control, pero no consiguió contenerse y, para su sorpresa, eyaculó con fuerza en la cálida mano que lo sostenía. Aquello le sorprendió, pues nunca había alcanzado el clímax con tanta rapidez..
Pero también era cierto que nunca había tenido en sus brazos a una inocente virgen mirándolo con anhelo y sometiéndolo a todo tipo de exquisitas caricias.
—Tiemblas —murmuró Shannon después de un momento—. ¿Estás bien?
—Mucho mejor que antes.
La joven sonrió y deslizó lenta y tranquilizadoramente los dedos por su pecho. Sentía claramente que parte de la tensión que lo había dominado había desaparecido.
—Ojalá pudiera verte por entero —se lamentó Shannon al tiempo que observaba los reflejos de la luz dorada de la lámpara en la oscura superficie del manantial—. Me gustaría ver cómo cambias cuando me deseas.
El corazón de Rafe latió con fuerza al sentir que el deseo lo invadía de nuevo.
—Vas a acabar matándome.
Shannon lo miró sorprendida.
—¿A qué te refieres?
—No creo que pueda explicártelo, pero estoy condenadamente seguro de poder demostrártelo.
Apresó la mano que acariciaba su pecho y se la llevó al cuello antes de bajar la cabeza y capturar la boca de Shannon en un beso que la hizo ceñirse a él, suplicante.
Su fuerte mano tomó posesión de uno de sus firmes senos y presionó el pezón entre el índice y el pulgar, haciendo que Shannon emitiera un ronco jadeo.
El sonido se perdió en la boca de Rafe mientras la joven se retorcía en sus brazos, indefensa.
Anhelando darle placer, acarició las piernas de Shannon hasta llegar a la unión entre sus muslos. Unos largos dedos la instaron a abrirse para él e investigaron el húmedo calor que lo recibió.
De pronto, la joven se estremeció y se puso rígida como si la hubiera azotado con un látigo.
—¿Qué ocurre?—le susurró Rafe al oído—.Ya hemos hecho esto antes.
—Sí, pero luego te enfureciste conmigo, y no volviste a tocarme.
—Esta vez no será así. Ahora sé que eres virgen.
—Yo... —dijo entrecortadamente—. Yo...
Rafe profundizó su caricia y sintió cómo los brazos de Shannon se tensaban alrededor de su cuello cuando otro fiero estremecí miento la dominó. La joven intentó hablar, pero sólo pudo emitir un gemido estrangulado.
Preocupado, Rafe salió del cuerpo de Shannon a regañadientes y las puntas de sus dedos acariciaron los inflamados y suaves pliegues de su feminidad con extremada delicadeza.
—¿Qué ocurre? —murmuró—. Dímelo.
—Me siento extraña —confesó ella entrecortadamente.
—Pero, ¿te gusta?
Un largo dedo se hundió en Shannon mientras Rafe hablaba.
—Sí —susurró—. Sí.
Más que las palabras de Shannon fue su cuerpo el que le indicó a Rafe que la joven estaba disfrutando de sus caricias. Su respuesta, como fuego líquido, acogió sus dedos y le hizo estar seguro de que ella sólo sentiría un breve dolor cuando la hiciera suya por primera vez.
Parecía haber nacido para él.
No, se dijo Rafe con violencia. No puedo correr riesgos.
¿Qué riesgos?, se respondió a sí mismo. No habrá un momento más seguro que ahora. Shannon acaba de darme placer y podré controlarme.
En la mente de Rafe había más argumentos en contra de tomar a la joven, pero su cuerpo clamaba por ella y había soñado demasiadas veces con aquel momento.
—¿Hablabas en serio? —le preguntó sin querer profundizar la penetración de sus dedos.
—¿Qué? —consiguió decir ella, aturdida.
—¿Deseas verme?
—Sí.
—Bien. Porque yo también deseo verte a ti. He estado soñando con ello y... con otras cosas.
—¿Con qué?
—Con algo que hará que te sonrojes por completo.—Se rió en voz baja.— Pero te prometo que te gustará.
Sin previo aviso, se levantó y salió del estanque con Shannon en sus brazos. Se detuvo junto a la manta de piel de oso y se sintió conmovido al ser consciente de la total confianza que la joven depositaba en él.
Gotas de agua plateadas brillaban en sus hombros y se deslizaban formando pequeños riachuelos entre sus pechos. Los tensos pezones permanecían tensos, expectantes, y el deseo de tomarlos entre sus labios casi le hizo caer de rodillas.
—Hará frío en la cabaña —dijo con voz ronca—. Y está demasiado lejos.
—Está sólo a unos cuantos pasos —musitó ella.
—Justo lo que he dicho, demasiado lejos.
Shannon le dedicó una pequeña sonrisa y observó cómo el vapor surgía de su cuerpo, revelando primero y ocultando después el poder de sus hombros. El vello que cubría su pecho estaba húmedo y brillaba a la luz de la lámpara.
—¿Shannon?
—Lo que tú quieras —susurró con voz rota—. Como tú lo desees.
Rafe deslizó la mirada por sus generosos senos, su estrecha cintura, sus caderas, hasta llegar al suave y oscuro vello que cubría la unión entre sus muslos.
—No me tientes, pequeña. Te deseo de formas que ni siquiera imaginas.
La mirada de Shannon ascendió perezosamente por su amplio pecho y lo miró fijamente a los ojos.
—¿Cuáles son esas formas? —inquirió.
Incapaz de emitir una respuesta coherente, Rafe dejó a la joven sobre la gruesa manta y se arrodilló a su lado.
Shannon observó entonces la gruesa erección masculina y tembló de miedo y anticipación.
Al ser consciente del temor de la joven, Rafe le colocó los dedos bajo la barbilla y le alzó el rostro para obligarla a apartar la mirada de su palpitante miembro.
—No tengas miedo. No ocurrirá nada que no desees.
—Yo...—Shannon tragó saliva e intentó hablar de nuevo— .No pasa nada. Es sólo que..,
Rafe aguardó paciente a que ella se explicara.
—Es sólo que esa parte de ti no parecía tan grande cuando la toqué bajo el agua —confesó atropelladamente en un susurro.
—Entonces, cierra los ojos. —Aguardó a que ella lo hiciera y luego le pidió—: Dame la mano.
Shannon alargó el brazo hacia él y Rafe tomó sus temblorosos dedos entre los suyos, los besó con suavidad y los guió hacia su dolorosa erección. Estaba tenso e increíblemente duro, como si no hubiera disfrutado de ningún alivio en meses.
Shannon soltó una larga y entrecortada expiración, y empezó a acariciarlo con lentos e indecisos movimientos.
—¿Ves? —susurró Rafe con voz profunda—. No hay nada que temer.
La joven no pudo evitar reírse al oír aquello. Abrió los ojos y observó que la mirada de Rafe reflejaba una extraña mezcla de ternura y descarnado deseo.
—¿Me dolerá cuando... ? —Su voz se perdió.
—Un poco. Pero sólo la primera vez —le aseguró él—. Estás hecha para mí, mi dulce ángel. Me adaptaré a ti a la perfección y tú a mí.
—¿Estás seguro?
Rafe entrecerró los ojos y, sin dejar de mirarla ni un solo segundo, la instó a separar los muslos deseando poder acariciarla sin ninguna restricción.
—Estoy seguro —respondió con voz áspera, colocándose entre sus piernas con un rápido y controlado movimiento—. Y también lo está tu cuerpo.
—¿R... Rafael?
—Shhh. Todo está bien. Sólo quiero darte placer.
Se inclinó para acariciar la tierna piel del interior de sus muslos con los labios y entreabrió con dedos cuidadosos los húmedos pliegues que protegían su feminidad.
Ella jadeó pronunciando el nombre de Rafe al comprender sus intenciones.
—N... no.
—¿Te gusta?
Shannon tomo aire con un desgarrado gemido al sentir que Rafe exploraba con la lengua la húmeda entrada a su cuerpo. Él sonrió, repitió la íntima caricia y disfrutó del dulce aroma que la joven desprendía y que le decía lo que ya sabía. Shannon era suya... Podía hacer con ella lo que quisiera y como quisiera.
Y él lo deseaba todo.
—En mis viajes aprendí que hay tantas formas de amar como de luchar. —Mordió con extrema delicadeza la tierna carne que estaba saboreando e hizo que abriera aún más los muslos.
Un ronco gemido surgió de la garganta de Shannon y su espalda se arqueó en una inconsciente invitación a que siguiera con aquellas agonizantes y apasionadas caricias. Desde la distancia, se percató de que estaba en una posición de total vulnerabilidad, de completo abandono. No le importó. Un placer tan oscuro y profundo como un negro abismo la instaba a olvidar todo excepto que estaba entre los brazos del hombre que amaba.
—Nunca he tenido problemas para encontrar oponentes con los que perfeccionar mis habilidades en la lucha —murmuró Rafe entre tiernos y exploradores besos—. Pero jamás conseguí encontrar una compañera adecuada para este tipo de juego. Tendrás que tener paciencia conmigo mientras aprendo los secretos de tu cuerpo.
La lengua de Rafe trazó juguetones círculos alrededor de su excitado clítoris, obligándola a jadear y rogar que no se detuviese.
—¿Te gusta? —musitó—. A mí sí. Sé que éste es el punto más sensible de tu cuerpo, así que sólo te daré un pequeño mordisco.
Un agudo y trémulo grito emergió de Shannon al tiempo que se hundía en un mundo de intensas y turbulentas sensaciones en el que sólo existía un demoledor placer.
Rafe sonrió con satisfacción al sentir cómo el éxtasis dominaba a la joven, haciéndola temblar como una hoja en medio de una tormenta. Sabía que debía soltar aquella tierna y rosada carne que nadie más había probado, pero no logró obligarse a sí mismo a hacerlo. Continuó saboreándola levemente, mordiéndola con ternura, torturándola con exquisitas caricias en un silencio sólo interrumpido por los salvajes gritos de la joven.
Finalmente, Rafe libero Shannon con reticencia de la esclavitud de su sensualidad. Se tendió junto a ella, le acarició el pelo y besó las plateadas lágrimas que resbalaban por sus mejillas.
A ciegas, la joven se apoyó sobre el costado y extendió los brazos hacia él, necesitándolo de modos que no podía comprender. Cuando Rafe la estrechó contra su cuerpo, su grueso miembro acarició la unión entre sus muslos y la intimidad de la posición en la que se encontraban hizo que se le detuviera el corazón y que luego volviera a latir con redoblada fuerza.
A pesar de que sabía que debía detenerse, las caderas de Rafe se mecieron lentamente contra ella en busca de la cálida y receptiva entrada a su tembloroso cuerpo, y Shannon, en respuesta, se arqueó de forma instintiva consiguiendo que la penetrara levemente.
—Shannon —masculló él casi con aspereza—. ¿Sabes lo que me estás pidiendo?
Ella abrió los ojos despacio. La pasión los había cambiado y reflejaban la pasión que la embargaba.
—Mira hacia abajo —le pidió Rafe.
La joven bajó la vista y sus ojos se abrieron de par en par. Se movió experimentalmente para acogerlo en su húmeda suavidad y luego esbozó una sonrisa tan antigua como el tiempo.
—Creía que habías dicho que dolería —susurró.
—Si sigues moviéndote así, dolerá.
—¿Quieres decir que... ?
—Quiero decir que aún eres virgen —le explicó Rafe sin rodeos—, pero si sigues moviendo las caderas te tomaré tan profundamente que no sabrás dónde acabo yo y dónde empiezas tú.
Confusa, la joven frunció el ceño y se arqueó de nuevo contra él.
—No... no creo que sea posible —musitó al cabo de unos segundos.
El cuerpo de Rafe se tensó con violencia al serle negado aquello que deseaba más que respirar.
—Ya estamos lo más cerca que podemos estar —continuó Shannon—. No podemos acercamos... más.
Al oír aquello, Rafe dejó escapar un largo suspiro de alivio. Ella no estaba rechazándolo, pero su inocencia le impedía entender lo que estaba ocurriendo.
—Te aseguro que sí podemos — afirmó él con suavidad—. ¿Quieres unirte a mí por completo, Shannon?
La joven lo miró fijamente a los ojos y su corazón se paró por un instante a causa del amor que sentía por él.
—Sí —asintió con voz ronca—. Lo deseo. Te deseo.
Sonriendo, Rafe hizo que ella apoyara la espalda contra la manta y se colocó con cuidado entre sus muslos.
Shannon se quedó sin aliento. Podía sentir la inconfundible evidencia de la poderosa necesidad de Rafe y su cuerpo respondió humedeciendo generosamente la estrecha entrada a su interior para acogerlo.
Sorprendido, él trató de luchar contra la dura urgencia que lo dominaba. No había esperado que la joven lo deseara después de haberla satisfecho. Pero lo deseaba y la prueba de ello humedecía su rígido miembro, incitándolo a que la poseyera por completo.
—Rodéame las caderas con las piernas —murmuró con voz ronca.
Casi sin ser consciente de ello, Shannon siguió sus indicaciones mientras un estremecimiento de placer y anticipación la atravesaba con fuerza. Sentirlo contra su sensible carne resultaba perturbador... y profundamente excitante.
—¿Estás bien? —le preguntó él.
—Sí —consiguió musitar Shannon.
Rafe se deslizó en su interior hasta que supo que la vida de Shannon cambiaría para siempre si seguía adelante. Retrocedió, volvió a avanzar y se retiró de nuevo.
—¿Todo bien? —inquirió con voz tensa.
La joven no percibió la aspereza en la voz de Rafe ni el sudor que cubría su poderoso cuerpo a causa del fiero autocontrol que estaba ejerciendo. Se hallaba perdida en una espiral de sensaciones que nublaban sus sentidos y que la hicieron gemir ásperamente.
Al oír aquel sonido roto, Rafe se quedó totalmente inmóvil.
—¿Es demasiado? —Preocupado, retrocedió un par de centímetros.
—No, nunca será demasiado —susurró Shannon—. Por favor, no... no te alejes. Quiero sentirte dentro de mí.
Rafe entornó la mirada por un instante y sintió que un violento temblor le recorría por entero hasta llegar a su alma. Luego, miró a Shannon directamente a los ojos y empezó a marcar un lento y cuidadoso ritmo con leves penetraciones. Jadeante, buscando la liberación, la joven elevó las caderas para salir a su encuentro y tratar de que aumentara la sensual presión en su interior.
—Aún no —musitó Rafe, riendo y alejándose al mismo tiempo.
—¿Cuándo...? —gimió ella.
—Cuando tu cuerpo se aferré al mío, cuando estés tan cerca del éxtasis que apenas puedas sentir dolor.
Una de sus fuertes manos recorrió enloquecedoramente los senos de la joven, su vientre... y se deslizó entre sus cuerpos para acariciar de nuevo el sedoso y resbaladizo centro de su placer. Sin piedad, la sometió a una exquisita tortura hasta que Shannon, desesperada, gritó su nombre y lo buscó incluso con más avidez.
Con una oscura sonrisa, Rafe colocó ambas manos por debajo de sus caderas. Cogió firmemente su trasero y la empujó hacia arriba para que se abriera completamente a él mientras se preguntaba si no sería demasiado para ella.
No lo fue. Rafe lo supo cuando los músculos internos de la joven empezaron a contraerse suavemente alrededor de su palpitante erección, haciendo que su autocontrol pendiera de un hilo.
—Shannon —exclamó con urgencia—. ¡Mírame!
Aturdida, estremeciéndose, la joven obedeció y vio a Rafe cerniéndose sobre ella con el rostro oscurecido por la pasión y los ojos ardiendo como dos llamas de plata idénticas.
—Ahora, mi dulce ángel. Ahora.
Apenas acabó de hablar, la penetró profundamente con una suave y poderosa embestida, y no se detuvo hasta que sus cuerpos estuvieron tan íntimamente unidos como era posible que un hombre y una mujer lo estuvieran.
Shannon se tensó y soltó un agudo grito. Al instante, Rafe se quedó totalmente inmóvil, a la espera de que el cuerpo de la joven se adaptara a la dura invasión.
Un segundo después, sintió de nuevo las secretas y cada vez más rápidas contracciones en el interior de Shannon y supo que estaba paralizada por el placer, no por el dolor. Con un áspero gruñido, sintiendo que la sangre rugía con fuerza por sus venas, Rafe empezó a embestirla sin resistirse ya a la oscura y elemental pasión que lo invadía. Se sumergió con fuerza estirando al máximo los delicados tejidos que se ceñían a el y sonrió satisfecho al oír los gemidos de la joven que anunciaban que se acercaba al clímax.
—Por favor—jadeó ella.
Rafe la sujetó con más firmeza y aumentó el ritmo de sus envites hasta que escuchó que Shannon emitía un jadeo roncó y su cuerpo desmadejado quedó laxo entre sus poderosos brazos.
Sólo entonces se abandonó Rafe a sus propio deseo, salvaje y febril. Era demasiado tarde para poder contenerse. Sentía que cada oleada de placer que recorría su cuerpo era más intensa que la anterior y no pudo evitar eyacular salvajemente en el interior de la joven, mientras una ardiente y atrayente oscuridad sin principio ni fin estallaba a su alrededor.
Diecinueve
Reno cabalgó hasta la cabaña de Shannon en medio de un aplastante calor que hacía que la tormenta de nieve caída tres días antes pareciera imposible. Pequeños grupos de nubes nacaradas cubrían las cimas más altas, pero el resto del cielo estaba tan claro y azul como los ojos de Shannon, y el olor del bosque y la hierba del prado lo impregnaba todo.
Sin embargo, a pesar la tranquilidad reinante, los cantos de los pájaros y el susurro de las hojas de los árboles apenas se escuchaban a causa de los fieros ladridos de Prettyface.
—¡Basta, Prettyface! —ordenó Rafe mientras salía de la cabaña—. Reno es un amigo. ¡Un amigo!
Aunque el enorme perro no opinaba lo mismo, redujo los ladridos a gruñidos y luego emitió un murmullo a modo de protesta.
Los verdes ojos de Reno observaron a Prettyface sin gran interés, pero su mano izquierda no se alejó de la culata del revólver.
—Parece que le gusto —comentó con ironía.
—Acabará aceptándote —le aseguró Rafe.
—Eso espero.
—Aun así, no intentes acercarte por aquí cuando yo me haya ido.
—¿Cuándo será eso? —preguntó Reno con frialdad.
Ante el persistente silencio de Rafe, su hermano lo observó con detenimiento preguntándose si estaría más cerca de resolver los problemas que lo atormentaban.
Entonces, la puerta de la cabaña se abrió de nuevo y una joven con un caminar tan sensual como aquel día estival se acercó a ellos.
—Maldición —exclamó Reno entre dientes al tiempo desmontaba con un rápido movimiento—. Ahora entiendo tu dilema.
Rafe no respondió. Miro a Shannon con una sombra de angustia en sus ojos plateados y extendió la mano hacia ella con una suave sonrisa en los labios. Cuando la joven entrelazó sus dedos con los de él, Rafe la atrajo hacia su cuerpo para estrecharla contra sí.
Reno no perdió detalle de la tierna sonrisa de su hermano y su brazo protector, los afectuosos ojos azules de Shannon y su cálida sonrisa, y dedujo que aquella complicidad entre ellos era debida a que se habían convertido en amantes. No tenía la menor duda de ello; y si la hubiera tenido, el resplandor de los ojos de la joven y las sombras en los de Rafe se lo hubieran confirmado.
Recordando sus buenos modales, Reno rozó el borde de su sombrero hacia Shannon en un mudo saludo.
—Shannon —dijo Rafe—, éste es mi hermano Matt, aunque todos le llamamos Reno. Reno, ésta es Shannon Conner Smith.
Mi mujer.
Aunque las palabras no fueron pronunciadas en voz alta, Reno las percibió claramente.
También las sintió Shannon, provocando que el rubor tiñera sus pómulos durante unos pocos segundos mientras extendía la mano y buscaba los vividos ojos verdes del hermano de Rafe con inquietud, preguntándose si la condenaría.
Sus temores resultaron infundados. Los duros dedos de Reno alzaron la mano de la joven hasta sus labios e inclinó la cabeza ante ella como si se encontrara en un salón de baile de París en lugar de en un salvaje prado de montaña.
Siguiendo el juego, Shannon sorprendió a los dos hombres haciendo una profunda y grácil reverencia, como si luciera metros y metros de seda y miriñaques en lugar de andrajosas ropas de hombre. Luego, miró de soslayo al oscuro y sorprendentemente apuesto hermano de Rafael con la risa y el alivio reflejados en sus hermosos ojos.
—Un placer, señor Moran —susurró, irguiéndose. —Reno, señora Smith —la corrigió sin soltar su delicada mano—. Dejé atrás al señor Moran hace mucho, mucho tiempo.
—Entonces, tú debes llamarme Shannon. De hecho, yo nunca fui verdaderamente la señora Smith. En realidad, John el Silencioso era mi tío abuelo.
Por un instante, las espesas pestañas negras de Reno ocultaron su reacción.
Ahora entiendo que Rafe se esté peleando con su conciencia, se dijo en silencio. Shannon es virgen. O lo era.
—En cualquier caso, John el Silencioso está muerto —concluyó la joven.
—Muchos hombres se sentirán aliviados al oír eso —masculló Reno entre dientes al tiempo que le soltaba la mano.
—¿Cómo?
—John el Silencioso era, eh, muy conocido en el territorio de Colorado —le aclaró Reno.
—Su reputación y Prettyface me fueron de gran ayuda para mantenerme a salvo mientras él estuvo fuera —asintió Shannon.
—Prettyface —repitió Reno, mirando al enorme perro moteado—. Un nombre curioso para... —No acabó la frase por temor a herir los sentimientos de la joven.
—Quizá quieras ser tú el que le llame feo por primera vez —le incitó Rafe, sonriendo al recordar que Shannon le había dicho a él algo similar.
La joven rió en voz baja.
—No, gracias —respondió Reno con rapidez—. Mi madre hizo un buen trabajo conmigo y no crió a ningún estúpido.
Rafe lanzó una carcajada.
—Vayamos dentro —propuso—. Íbamos a sentarnos a comer en este momento.
—Sólo si dejáis que ponga algo de mi parte en la mesa. Eve me preparó suficiente comida para dos.
—¿Por qué?
—Quería acompañarme, pero cuando llegamos a casa de Cal, decidió quedarse para cuidar a Ethan y a Willow.
—¿Qué les ocurre? —preguntaron Rafe y Shannon al mismo tiempo.
—Están bien. Es sólo un resfriado de verano. Le dije a Eve que yo podía encargarme de las concesiones solo. En caso de no tener suerte, iré a por ella y la traeré. Si hay oro por aquí, los dos juntos lo encontraremos.
Lo que Reno no dijo fue que dudaba que hubiera algo de oro que mereciera la pena en Avalanche Creek. Había explorado aquel lugar hacía años y sólo había conseguido perder el tiempo y algunos moratones.
—¿Has traído las varillas españolas? —inquirió Rafe. —Están en mis alforjas —contestó Reno—. Pero no sirven de nada sin Eve.
—¿Qué son esas varillas españolas? —quiso saber Shannon. —Unas varillas de zahorí hechas de metal —le explicó Reno—. Reaccionan al oro o la plata, en lugar de al agua. Los jesuitas las trajeron al Nuevo Mundo hace siglos.
—¿Funcionan realmente? —se interesó Shannon. —Puedes contar con ello.
—Pero sólo si las utilizan Reno y Eve —puntualizó Rafe—. No son más que palos inservibles en manos de otras personas. —¿De veras? —Shannon frunció el ceño, extrañada. —Créeme, verlos trabajar con ellas es algo increíble. —¿Ya habéis encontrado oro con esas varillas? —le preguntó la joven a Reno.
—Sí. En los Abajos, en una vieja mina abandonada que fue excavada por los indios que trabajaban para los jesuitas. Había lingotes de oro macizo tan pesados que Eve apenas podía levantar uno con ambas manos.
—Tenéis suerte de contar con esas varillas —comentó Shannon. —Fueron una entrada al infierno —replicó Rafe cortante. Al oír aquello, ella lo miró desconcertada.
—La mina se vino abajo conmigo dentro —le explicó entonces Reno—. Y Eve y Rafe estuvieron a punto de morir intentando sacarme de allí.
Shannon palideció y se aferró a la mano de Rafe con unos dedos que temblaban.
—Yo no quiero encontrar oro a ese precio —afirmó. —No pasa nada, mi dulce ángel —la tranquilizó Rafe, rozando su mano con los labios.
—En tu concesión de Avalanche Creek no habrá ningún problema con los derrumbes —intervino Reno—. Allí todo es roca, al contrario que la vieja mina española.
—¿Como sabes tanto de Avalanche Creek?—inquirió Shannon.
—John el Silencioso no fue el primer hombre que encontró algunas pepitas en el arroyo y que siguió el rastro hasta la cima de la montaña.
—¿Estuviste allí antes que mi tío? ¿Encontraste oro? —preguntó ella ansiosa.
Reno emitió un gruñido neutral.
—Algo.
—¿Cuánto es «algo»? —insistió Shannon.
—No mucho —respondió Rafe sucintamente—. De lo contrario, no habría arriesgado su vida en la mina española.
—Oh —exclamó Shannon, decepcionada.
—Lo cierto es que no busqué con mucho empeño —añadió Reno con amabilidad.
—Esta vez será diferente —afirmó Rafe.
Reno arqueó las cejas ante la seguridad en la voz de su hermano, pero una mirada a sus ojos plateados le indicó que debía guardar silencio.
El oro fue el tema principal durante la rápida comida que los tres compartieron, y también se habló de él en cada oportunidad que surgió de camino a la concesión de Rifle Sight. El sudor brillaba sobre los caballos y las mulas, debido al duro ritmo que les exigía Rafe.
El sol del mediodía los acompañó durante su viaje con una luz tan dorada como el metal que buscaban. Hacía calor cuando llegaron al prado donde habían sido atacados por el oso. En aquella ocasión lo encontraron rebosante de flores silvestres y de melodiosos sonidos provenientes de pájaros ocultos. Los dos hombres examinaron el área con cuidado, pero no encontraron ninguna evidencia reciente de que rondara por allí ningún oso. Aliviados, montaron el campamento rápidamente.
—Esto está lleno de huellas de animales —comentó Reno—. Si queda algo de luz después de que bajemos de la concesión, deberíamos cazar. Los inviernos son largos aquí arriba.
Rafe frunció el ceño con preocupación al escuchar las palabras de su hermano. Shannon necesitaría hasta el último trozo de carne que pudiera conseguir para sobrevivir a la estación de las tormentas y el hielo.
Mientras la joven empezaba a preparar la cena, los hombres emprendieron la marcha al yacimiento. El cielo ya empezaba a cambiar de color, insinuando el glorioso atardecer que se acercaba.
Reno no tardó mucho en inspeccionar la mina. De hecho, no había mucho que ver.
—¿Algún otro túnel? —preguntó al salir del pequeño agujero excavado en la montaña con una lámpara en la mano.
—Yo no he encontrado ningún otro —respondió Rafe—. Y te aseguro que lo busqué durante días.
—Te creo. Un hombre que va en busca de su libertad es capaz de cualquier cosa.
La boca de Rafe se tensó, pero no negó las palabras de su hermano.
—El oro es para Shannon —masculló.
—¿De veras?
—Por todos los...
—Tranquilo —le interrumpió Reno con calma—. Ambos sabemos que el oro es tanto para tu libertad como para la seguridad de Shannon. Si no puedes soportar oír la verdad, quizás deberías reflexionar con cuidado sobre lo que estás haciendo.
Rafe le dirigió a su hermano una fría y penetrante mirada. —Sé lo que estoy haciendo. Reno se encogió de hombros.
—Yo también pensaba que lo sabía el pasado otoño. Pero entonces, Eve me abandonó y tú me tiraste una alforja llena de lingotes de oro macizo a los pies y me hiciste ver lo estúpido que era.
—Y ahora piensas que soy yo el estúpido, ¿no es eso?
—Pienso en una bonita mujer a la que vas a romper el corazón. Una lástima que fuera virgen. Eso lo hará incluso más difícil cuando...
—No es asunto tuyo —lo interrumpió Rafe con un tono firme y peligroso.
—Desde luego que es asunto mío. Soy yo quien va a encontrar oro para que tú puedas acallar tu conciencia y no tengas que mirar atrás cuando te vayas.
Rafe dio un paso hacia su hermano de forma amenazadora.
La sonrisa de Reno en respuesta fue tan tensa como la mirada de los ojos entrecerrados de Rafe.
—Eso es —le provocó Reno—. Atácame. Quizá pueda meter a golpes algo de sentido común en tu cerebro. Desde luego, alguien debería hacerlo.
—Inténtalo con la roca. Será más fácil.
—Y más inteligente, también. —Se dio la vuelta sin querer escuchar lo que estuviera a punto de decir Rafe y comentó por encima del hombro—: Hace tres días te habría dado la pelea que quieres; pero ya se me ha acabado la paciencia. Voy a regresar al campamento antes de que ceda a la tentación de pegarte un tiro. Lo último que necesita Shannon es inquietarse por un estúpido malherido que además piensa abandonarla. Ya tiene bastantes preocupaciones.
Cuando Shannon se despertó, las estrellas empezaban a desaparecer del cielo. En la distancia, escuchó el murmullo de voces masculinas. No se oía el crepitar del fuego ni el frío aire olía a café.
—¿Rafael? ¿Reno? —les llamó—. ¿Queréis desayunar?
—Vuelve a dormirte —le dijo Rafe—. Reno y yo estamos hablando de las concesiones. Te despertaré cuando sea hora de regresar a la cabaña.
Shannon suspiró, se dio la vuelta y se tapó con las mantas hasta las cejas. Las noches eran muy frías en las tierras altas y más de una vez en la oscuridad había deseado sentir la calidez y la firme seguridad de los brazos de Rafe estrechándola mientras dormía. Había sido demasiado fácil acostumbrarse al lujo de su presencia.
Rafe había colocado su jergón al otro lado de la hoguera, donde dormía su hermano. Prettyface había hecho compañía a Shannon, aunque no por mucho tiempo. El perro prefería dormir alejado del fuego, ya que las brillantes llamas y el penetrante humo anulaban su sentido del olfato. Pero se mantenía en el perímetro del campamento, cerca de las personas a las que protegía con tanto cuidado.
Cuando Rafe pasó junto a Prettyface de vuelta al campamento, el perro levantó la enorme cabeza y golpeó el suelo con el rabo varias veces en un mudo saludo.
—Shannon se ha quedado dormida otra vez ¿verdad?— preguntó Rafe en voz baja—. Bien. Aprovechare para descansar un poco. No he dormido nada bien esta noche, Quédate aquí y mantente alerta.
Sin hacer el menor ruido, Rafe se acercó al lugar donde descansaba la joven. Se quitó la pesada chaqueta y se deslizó bajo las mantas, tendiéndose junto a ella. Shannon murmuró algo y se volvió hacia él con un suspiro para acurrucarse en su calidez.
Al principio, Rafe pensó que se había despertado. Luego, sintió la total relajación de su cuerpo y supo que estaba profundamente dormida. El darse cuenta de que Shannon confiaba en él de una forma tan absoluta incluso en aquel estado, provocó que una extraña punzada atravesara sus entrañas haciéndole sentir dolor y placer al mismo tiempo.
Shannon, no me ames. No quiero hacerte daño, mi dulce ángel.
Ella se movió de forma casi imperceptible a modo de respuesta y su olor a menta y a mujer llenó los sentidos de Rafe.
Le dio un vuelco el corazón y su cuerpo se endureció en una fiera reacción, consciente de que no podría quedarse con ella mucho más tiempo. Pero sí podría hacer que ambos disfrutaran cada instante que pasaran juntos.
Despacio, Rafe se acomodó bajo las mantas, inspirando profundamente el inconfundible aroma femenino.
Ojalá pudiera besar sus pechos sin despertarla.
Incluso mientras se decía a sí mismo que Shannon necesitaba más el descanso que sus caricias, sus manos ya se movían sobre la vieja y pulcra camisa, encontrando seda y encaje debajo.
¡Qué diablos...! ¿De dónde ha sacado esto?
Unos largos dedos desataron los lazos de seda de la delicada camisola y dejaron al descubierto la suave piel de la joven, que se arqueó en busca de su contacto con un murmullo.
Rafe vaciló y preguntó en voz muy baja.
—¿Shannon?
Su única respuesta fue un suspiro. A excepción de la sutil tensión de los pezones bajo los dedos masculinos, su cuerpo aún seguía totalmente relajado, confiando en Rafe como nunca nadie lo había hecho antes.
Ni siquiera el mismo
Mí dulce ángel, ¿comó voy a vivir sin ti?
Inclinó la cabeza y rozó con su lengua la cima de cada pecho. Los pezones se irguieron de inmediato pidiéndole en silencio que siguiera con sus caricias y la joven empezó a moverse lánguidamente.
No te despiertes aún. Déjame saborear tus sueños.
Le desabrochó los pantalones y se los quitó con cuidado. Inquieta, Shannon empezó a moverse hasta que Rafe la abrazó.
—Soy yo, mi dulce ángel —le murmuró al oído.
La joven emitió un gemido y se acurrucó incluso más cerca de Rafe.
Él se quedó tumbado muy quieto intentando ralentizar el fiero martilleo de su corazón, que se había iniciado cuando sus dedos encontraron la sedosa ropa interior. Deseaba ver a Shannon vestida únicamente con aquella prenda de seda. Lo deseaba hasta el punto que su cuerpo se cubrió por completo con una fina pátina de sudor.
Pero deseaba incluso más seguir acariciándola y sabía que si retiraba las mantas para dejar que la creciente luz del amanecer bañara a Shannon, podría despertarla. Así que la abrazó hasta que se relajó en sus fuertes brazos de nuevo. Entonces, empezó a descender lentamente por su cuerpo bajo las mantas y siguió con sus labios la apertura de la camisola, recorriendo la frontera entre la suave prenda y la piel de satén.
Shannon suspiró bajo las lentas y exquisitas caricias de Rafe y sus caderas se movieron al lánguido ritmo que él le marcaba.
Su sensual respuesta excitó a Rafe al punto del dolor mientras exploraba con la lengua los sedosos pliegues que custodiaban su feminidad y buscaba el centro de su placer.
Dios, podría morir intentando saciarme de ti, gruñó en silencio.
Un entrecortado gemido escapó de los labios de Shannon y él respondió incrementando la presión de su lengua, al tiempo que susurraba su nombre en la ardiente oscuridad bajo las mantas.
Durante un instante eterno, Shannon no pudo distinguir la diferencia entre el sueño y el ardiente despertar que sonrojaba su piel. Luego, el éxtasis la reclamó consumiendo su vientre con sutiles llamas.
El fue plenamente consciente de la tensión que se apoderó del cuerpo de Shannon y supo que había despertado al alcanzar el clímax. Podía sentir cómo sus músculos internos se contraían y el fuego líquido que evidenciaba que había llegado a la cúspide del placer.
El sudor bañaba a Rafe de pies a cabeza. Anhelaba hundirse en su interior, poseerla sin pensar en el mañana. Pronunció su nombre con urgencia, y ni siquiera se dio cuenta de ello hasta que Shannon enterró las manos en su pelo y tiró de él, haciéndolo ascender por su cuerpo.
Cuando Rafe se posicionó entre sus muslos, las manos de la joven se dirigieron a sus pantalones buscándolo desesperadamente. Sin embargo, él, en contra de sus deseos, le sujetó las manos con una de las suyas, manteniéndolas sobre su duro miembro desnudo.
—¿Rafael...? —murmuró Shannon mientras movía las caderas intentando capturarlo.
—No. No podemos seguir con esto.
—¿Por qué? —protestó ella con los ojos cerrados.
—No confío en mí y podría dejarte embarazada.
Shannon se estremeció con violencia al oír aquello y se zafó de la última brizna de sus sensuales sueños.
—Ayer y anteayer... —empezó ella.
—Y el día anterior —le interrumpió Rafe con voz tensa—. Cada día está más cerca del momento en que serás fértil.
—Pero, por lo que tú dijiste, debería ser seguro durante al menos cinco días, quizá más.
A Rafe se le escapó el aire entre los dientes en un siseo.
—¿Y si no fuera así? —masculló—. Eres demasiado adictiva. Cada vez que te hago mía te deseo más profundamente. Más ardientemente. Más duramente. No puedo confiar en que seré capaz de retroceder con la suficiente antelación para protegerte. Maldita sea, estoy casi fuera de control ahora mismo con sólo pensar en cómo me siento cuando estamos unidos.
Shannon observó los brillantes ojos plateados de Rafe, sonrió, y elevó la cabeza para besarlo, para saborearlo a él, a sí misma y a la pasión compartida.
—Adoro sentir cómo pierdes el control en mi interior —musitó al tiempo que se arqueaba sensualmente bajo él y dejaba escapar un largo y entrecortado suspiro—. Adoro sentir tu peso y tu fuer a. Adoro el tacto de tus manos en mi piel.
—Shannon —susurró Rafe—. Yo...
No pudo decir más. Ella se movió sin previo aviso haciendo que el duro miembro masculino se posicionara en la estrecha entrada que daba acceso a su cuerpo.
—Te quiero, Rafe. Sin concisiones, sin exigencias. Lo único que te pido es que me hagas el amor como sólo tú puedes hacerlo durante el tiempo que nos quede juntos.
Con el gemido de un hombre atormentado, Rafe la penetró profundamente, sin concesiones. Su poderoso cuerpo estaba rígido, tenso, intentando mantener el control.
Entonces, sintió que los músculos internos de Shannon se aferraban a su gruesa erección rítmicamente y lo lanzaban a un placer tan intenso que sólo pudo abandonarse a él, y a la mujer cuyos gritos resonaban con los suyos.
La segunda vez que Shannon despertó, Rafe la estaba observando con una sombra de angustia en sus ojos grises. Ya se había vestido y sostenía un rifle en las manos. Prettyface brincaba impaciente alrededor de él, ansioso por salir de caza.
—Voy a subir a la cima para ver qué tal le va a Reno —le informó—. Luego, volveré contigo a la cabaña.
—¿Y después? —preguntó Shannon, preocupada por el inquietante brillo de los ojos masculinos.
—Regresaré aquí y ayudaré a Reno.
—No parece que necesite ayuda.
—Cuanto antes encuentre oro, más segura estarás —afirmó Rafe.
—¿Más segura?
—Cuanto antes me vaya, menos posibilidades habrá de que te deje embarazada —gruñó Rafe con fiereza.
—Entiendo.
—¡Lo de anoche no debería haber ocurrido!
—Tú no tuviste la culpa —replicó ella—. Fui yo.
Los labios de Rafe se tensaron.
—Shannon, esto solo puede acabar de una manera.
—Adelante, dilo.
—Lo intento, pero no me estás escuchando. No puedo mantener mis pantalones abrochados si estoy cerca de ti y tampoco asentarme en ningún lugar, así que...
—Te marcharás en cuanto puedas —le interrumpió Shannon con una voz tan dura como la línea que trazaba la boca de Rafe. Aunque había lágrimas en sus ojos, habló con firmeza—. Lo sé muy bien.
—Prepárate para salir al mediodía —le indicó él.
Sin más, se dio la vuelta y se alejó. Prettyface lo siguió, sólo para volver a ser enviado junto a Shannon con una cortante orden.
Rafe tomó el camino que llevaba a la concesión de Rifle Sight con pasos rápidos y agotadores. Sentía el alma desgarrada por las dos cosas más importantes de su vida: su deseo de viajar y Shannon, la hermosa mujer que le había hecho experimentar sentimientos que ignoraba que existieran y que se había metido bajo su piel de una manera que nunca imaginó.
Nada podía competir con Shannon excepto ese amanecer por descubrir... la vasta distancia llamándolo, prometiéndole la libertad y la inmensa belleza de lugares desconocidos.
Quería hablar con su hermano cuanto antes. Acababa de ocurrírsele un modo para asegurarse de que ella estaría a salvo cuando se marchara y necesitaba saber si era posible.
Para cuando llegó al yacimiento, estaba algo más calmado. Aun así, Reno le dirigió una mirada de cautela al salir de la mina. La expresión en los ojos de Rafe se asemejaba a la de un lobo atrapado.
—¿Te ocurre algo? —preguntó Reno con suavidad.
—Sí. Por fin he hallado la solución a todo esto.
Los inquisitivos ojos de Reno le plantearon una muda pregunta.
—¿Qué posibilidades hay, según tú, de encontrar oro en las concesiones de John el Silencioso? —inquirió Rafe.
—¿Una cantidad suficiente para asegurar la supervivencia de Shannon y comprar tu libertad?
—Sí —asintió Rafe con fiereza.
—Ninguna.
Rafe soltó una carcajada que fue casi dolorosa.
Eso suponía. Sin embargo, Shannon me ha contado que su tío bajaba de esta montaña con grandes cantidades de oro.
—Entonces, ese hombre debía sacarlo de otro yacimiento. Y desde luego, no está en Avalanche Creek —afirmó Reno con seguridad.
—No repitas eso delante de Shannon.
En silencio, Reno esperó con paciencia a que su hermano se explicara.
—¿Aún tienes pepitas y polvo de oro escondidos de tus viejos yacimientos? —inquirió Rafe al cabo de unos tensos segundos.
Reno asintió.
—Desentierra uno de esos lingotes de oro español que Eve me dio —continuó su hermano—, y cámbialo por pepitas y polvo.
—No es tan fácil. No tengo tanto oro de ese tipo.
—Compensa la diferencia con uno de mis lingotes. Córtalo, fúndelo y mézclalo con el polvo. O coloca una carga de dinamita debajo y hazlo estallar por los aires. Necesito que traigas aquí ese maldito oro a trozos.
Reno arqueó una de sus cejas de forma interrogante.
—Ve a por Eve y fingid que estáis buscando oro con las varillas españolas —siguió Rafe sin dejarle hablar—. Haz lo que tengas que hacer, pero asegúrate de que Shannon crea que todavía hay algo de valor en el yacimiento de su tío.
—Si hago lo que dices, tendremos tres tipos de oro, pepitas, polvo y trozos incrustados en la roca —adujo Reno—. Además, no serán del mismo color del oro que se encuentra aquí. Tengo oro con trazas de cobre y plata, y pepitas de río pulidas por el agua.
—Nadie creería que ese oro proviene de Echo Basin —explicó Reno con impaciencia.
—Eso no será ningún problema. Shannon no verá la diferencia.
Pensativo, Reno se quitó el sombrero y se golpeó el muslo con él.
Rafe esperó sin decir nada, consciente de que su hermano estaba reflexionando sobre su propuesta.
Reno sacudió el sombrero unas cuantas veces más y, al cabo de unos segundos, volvió a ponérselo con un rápido y diestro movimiento.
De acuerdo—dijo finalmente—. Estaré de vuelta en seis días con Eve y suficiente oro para que Shannon pueda librarse de Echo Basin, y tú puedas librarte de ella.
Los ojos de Rafe se cerraron por un instante para ocultar el dolor que sentía, pero no intentó rebatir a su hermano. Alzó la vista y contempló el cielo con ojos ávidos.
—Que sean cuatro días —masculló observando la posición del sol.
—Maldición. Si estás tan impaciente, vete de una vez. Yo me encargaré de todo.
Rafe negó con la cabeza lentamente.
—No es lo que imaginas. Es sólo que cuanto más tiempo pase con ella...
Incapaz de seguir hablando, se dio la vuelta y empezó a bajar la pendiente. No sabía cómo explicar que cada día que pasaba con Shannon hacía que le resultara más difícil dejarla.
Y cada día a su lado también aumentaría el dolor de la joven al verlo partir.
Nunca pretendí hacerte daño, mi dulce ángel.
Aun así, se lo haría, y lo sabía.
Veinte
Desgarrada entre la esperanza de que la búsqueda de oro tuviera éxito y la seguridad de que eso significaría el final de su tiempo con Rafe, Shannon observó cómo Reno recorría el valle junto a su hermosa esposa de cabello oscuro y ojos color ámbar. Sus movimientos eran suaves, elegantes, y estaban llenos de armonía.
Cuando la pareja se dio la vuelta, Shannon pudo ver que ambos sostenían en las manos unas piezas de metal. Los extremos ahorquillados de las varillas españolas descansaban el uno sobre el otro, entrelazándose con delicadeza.
Ni Reno ni Eve ejercían presión alguna que forzara a las varillas a tocarse. Ni tampoco hacían ningún esfuerzo por mantener los extremos juntos. En realidad, no había ninguna razón visible para que las varillas permanecieran entrelazadas mientras Reno y Eve caminaban por el irregular terreno.
Aun así, las varillas no se separaban.
—Es... increíble —comentó Shannon.
Su voz apenas fue un susurro, aunque sabía que no había posibilidad de que la pareja la escuchara.
—¿Las varillas? —preguntó Rafe.
—El modo en que Reno y Eve se mueven juntos. Como si esas piezas de metal los conectaran de alguna extraña manera.
—Mi hermano afirma que así es. Y lo cierto es que no creo que esas varillas funcionen igual con otras personas.
—Me recuerda a cuando nosotros... —La voz de Shannon se apagó al tiempo que el rubor ascendía por sus mejillas.
El brillo plateado de los ojos de Rafe le indicó que sabía en qué estaba pensando.
—Precisamente así, mi dulce ángel. Entrelazándose, moviéndose, meciéndose.
Shannon sonrió y tomó una trémula inspiración.
—Sí.
Rafe rozó levemente la cálida mejilla de la joven con el dorso de los dedos, sus labios, el acelerado pulso en su cuello... como si no soportara la idea de alejarse de ella.
—Hora de marchar —anunció con una voz inusualmente áspera—. Crowbait está cargado y listo para partir.
Shannon lo miró con unos ojos llenos de angustia.
—Pensaba que no te irías hasta que Reno y Eve encontraran oro —murmuró, trémula.
Rafe estrechó a la joven con fuerza entre sus brazos, sintiendo su dolor como si fuera el suyo propio.
—Shannon —susurró contra su pelo—. No hablaba de marcharme solo. Hablaba de llevarte de nuevo a la cabaña y salir a cazar.
Por un instante, los brazos de la joven se tensaron alrededor de Rafe. Luego, se echó hacia atrás y se forzó a esbozar una sonrisa.
—Por supuesto —consiguió decir, consciente de que su reacción no había pasado desapercibida ante Rafe—. No sé en qué estaba pensando.
Él cerró los ojos por un instante, tratando de aliviar la dolorosa presión que sentía en el pecho. Sabía perfectamente en qué había estado pensando Shannon. El hecho de que pronto la dejaría había estado atormentándole a él también.
No quiero hacerle daño.
Y tampoco puedo quedarme.
Dios, ¿por qué vine a Echo Basin? Nunca imaginé que marcharme de aquí resultaría tan doloroso.
Ni cuánto podía llorar una mujer sin emitir ni un solo sonido. Contemplar la tristeza de sus ojos me desgarra el corazón.
Sin embargo, a pesar de aquellos pensamientos, se limitó a decir:
—Has aprendido mucho sobre cómo seguir rastros y huellas en los últimos días. Pronto serás una buena cazadora.
En realidad, no necesitaría ejercitar sus recién adquiridas habilidades en mucho tiempo, ya que Rafe había cazado más que suficiente para que Shannon, Cherokee y un oso hambriento pasaran el invierno sin dificultades. La mayor parte de sus capturas se encontraban en la cabaña de Cherokee en ese momento, curándose a fuego lento,
—Bien, será mejor que nos pongamos en marcha, ¿no crees? dijo Shannon. Su voz no reflejaba nada, al igual que su vacía sonrisa—. ¿Debo despedirme de Reno y Eve ahora, o pasarán por la cabaña antes de que los tres os marchéis para siempre?
—Shannon... —La voz de Rafe se apagó. Tragó saliva intentan do hacer desaparecer la emoción que no dejaba de sorprenderlo sin previo aviso y continuó hablando—: Reno y Eve te aprecian y estoy seguro de que les gustaría que los visitaras.
—Claro —susurró Shannon en tono neutro. —¿Lo harás? —la presionó Rafe. —¿Hacer qué? —Visitar a Reno y a Eve.
—No te preocupes —respondió Shannon con una voz totalmente inexpresiva—. No te encontrarás conmigo si vuelves de uno de tus viajes y deseas ver a tu familia.
—¡No era eso lo que yo quería decir!
—¿No? Bueno, en cualquier caso, sí es lo que yo quería decir.
—¿Y qué hay de Caleb y Willow? —preguntó Rafe—. ¿Tampoco los visitarás?
Shannon le dirigió una mirada entornada.
—Son tu familia, no la mía —replicó rotunda—. Y tengo un hogar que cuidar.
—Maldita sea, esa pequeña cabaña no es un hogar —rugió Rafe. —Para mí sí lo es, y nada que puedas decir o hacer cambiará eso. Acéptalo igual que yo he aceptado que tú me dejarás en cuanto tu conciencia te lo permita.
Se alejó de él unos pasos y observó en silencio a la pareja que se movía como una sola persona por la abrupta pendiente. Reno y Eve recorrían el área con cuidado, alejándose cada vez más de la negra entrada a la mina.
Rafe también los observó. Un músculo en el lateral de su mandíbula se movió visiblemente mientras luchaba por controlar su temperamento ante la enloquecedora y testaruda insistencia de Shannon en seguir viviendo en un lugar que él no consideraba seguro para ella.
Pero no había nada que pudiera hacer al respecto, como tampoco podía hacer desaparecer la oscuridad de los hermosos ojos de la joven
—Se hace tarde—anunció Rafe finalmente.
Ella asintió sin dejar de mirar la intrincada danza de las varillas españolas, sostenidas con extremo cuidado por un hombre y una mujer.
Por el amor.
Al ser consciente de lo que Eve y Reno sentían el uno por el otro, algo se rompió en lo más profundo de su alma. Ella nunca tendría nada así. Cuando Rafe se marchara, se llevaría su corazón con él.
Y no volvería jamás.
Nunca voy al mismo lugar dos veces, excepto cuando visito a mi familia.
Y ella nunca formaría parte de su familia.
—Se necesita tiempo para encontrar oro —le explicó Rafe, manteniendo la voz firme—. Tenemos cosas mejores que hacer que observar cómo trabajan Eve y Reno.
—¿Cuánto tiempo crees que tardarán?
Durante unos segundos, él fue incapaz de contestar. Estaba demasiado conmocionado por la falta de emoción en la voz de Shannon. Donde una vez había habido risa, esperanza y amor, ahora sólo había palabras sin vida, duramente controladas.
—Podrían ser días —dijo finalmente—. Usar las varillas es difícil y agotador.
—Días.
La palabra apenas fue un entrecortado suspiro, pero le indicó a Rafe que Shannon había abrigado la esperanza de que la respuesta hubiera sido semanas, quizá meses.
Quizá incluso hasta que llegara la nieve, cerrando el acceso a las tierras más altas de Avalanche Creek.
—Entonces, tienes razón —concluyó ella—. No podemos perder más tiempo dando largos paseos por el bosque, o jugando con Prettyface, o cogiéndonos la mano y contemplando el amanecer y la salida de la luna, o tumbándonos juntos por la noche fingiendo que el mañana no llegará nunca.
—Shannon...
—No —exclamó ella, interrumpiéndolo—. Es hora de seguir adelante.
—¡Maldita sea! Haces que parezca que te estoy diciendo adiós ahora mismo. ¡Y no lo estoy haciendo!
—Deberías. Sería más fácil de ese modo.
—¿Es eso lo que quieres? ¿Que me vaya ahora mismo?
—¿Lo que yo quiero? —Shannon se rió de un modo extraño— ¿Cuándo ha importado lo que yo quiera o desee?
Las lágrimas brillaron tristemente en sus ojos.
—Shannon —susurró Rafe al tiempo que alargaba los brazos hacia ella—. Por favor, no. No llores. No lo merezco.
La joven se alejó de él tan rápido que casi cayó al suelo.
—No me toques.
Su voz sonó áspera debido al fiero control que estaba ejerciendo do sobre sus emociones.
—Pero...
—Si me tocas —continuó Shannon—, lloraré de verdad y eso no servirá de nada.
Rafe se movió con alarmante rapidez y fuerza, pero aun así, sus manos fueron delicadas cuando atrajeron a Shannon hacia sus brazos y la estrecharon contra su cuerpo.
—Ha... hablaba en serio —insistió ella entrecortadamente, negándose a mirarlo a los ojos.
—Lo sé.
Se inclinó y besó con devastadora ternura sus pestañas, donde ya brillaban lágrimas plateadas.
—Adelante, llora si eso te consuela. Llora por los dos.
Un estremecimiento recorrió a Shannon mientras luchaba contra sí misma y contra el hombre que la abrazaba, la mimaba. La protegía, la deseaba... pero que anhelaba ir en busca de aquel amanecer que le quedaba por descubrir.
Desolada, alzó la vista hacia los ojos de Rafe y vio su propio y desgarrador dolor reflejado en ellos, una angustia que era aún más intensa porque él nunca había esperado sentirla.
Llora por los dos.
La fiera tensión en el cuerpo de Shannon cedió finalmente. Hundió el rostro en el cuello de Rafe y lloró como si le hubieran arrebatado todo, excepto el mismo dolor.
Con los ojos cerrados y la mandíbula apretada, Rafe meció lentamente a la joven con expresión atormentada, intentando aliviar la angustia que procedía de un dolor que el nunca había pretendido causar, una agonía que surgía de lo mas profundo de su ser y que él no sabía cómo calmar.
Al cabo de unos minutos, la montó sobre su propio caballo, incapaz de obligarse a sí mismo a soltarla. Descendieron la montaña como si fueran uno solo, seguidos por una mula de largas patas, un caballo de carga y un enorme perro.
En algún lugar entre los sueños de oro de Rifle Sight y la sólita ria realidad de la cabaña, las lágrimas de Shannon cesaron. Pero Rafe ni siquiera pudo soltarla entonces. La estrechó incluso con más fuer za, como si temiera que se la arrebataran en cualquier momento.
Cuando llegaron a la cabaña, llevó en brazos a Shannon hasta el interior y la dejó sobre el camastro. A pesar de la llegada del vera no, el pequeño habitáculo estaba helado debido a que no habían encendido ningún fuego durante muchas noches. La tapó con La manta de piel de oso y la ajustó con delicadeza por debajo de su barbilla.
—Volveré en cuanto haya acabado con los animales —dijo Rafe.
La joven empezó a protestar, pero se contuvo y asintió lentamente. Jamás se había sentido tan cansada ni había sentido tanto frío. Ni siquiera cuando había intentado sacar a Prettyface de aquella helada trampa en el arroyo.
Cuando Rafe regresó se encontró a Shannon en la misma posición que la había dejado, acurrucada bajo la pesada y afelpada manta, y mirando sin ver los rayos del sol del atardecer que se filtraban a través de los postigos mal encajados. La luz dorada hacía que sus ojos adquiriesen un extraño tono violeta, un precioso color que él jamás había visto a lo largo de sus viajes.
Entonces Shannon giró levemente la cabeza hacia él y Rafe sintió que su corazón se resquebrajaba en mil pedazos al ver el profundo pesar que reflejaban sus atormentados rasgos.
—Dios —musitó con aspereza, cerrando los ojos y arrodillándose junto a la cama—. ¡Ojalá fuera un hombre diferente!
—No. —Shannon acarició el pelo de Rafe con dedos temblorosos—. Yo no habría amado a un hombre diferente.
—Me quedaré.
Por un instante, la alegría hizo que la amargura de la joven desapareciera y que las sombras de tristeza abandonaran su alma, pero cuando Rafe abrió los ojos, Shannon pudo ver un brillo metálico en ellos. Tenía la fiera y atormentada mirada de un lobo acorralado.
—No funcionaría. —Sus labios dibujaron una trémula sonrisa—. Aun así, gracias por ofrecerte a hacerlo.
—Haré que funcione.
—¿Cómo? —preguntó ella con una voz llena de cruda emoción—. ¿Dejarás de tocar tu flauta al alba, llamando a ese amanecer que nunca has visto? ¿Dejarás de contemplar las nubes al atardecer pensando en una tierra diferente, un idioma diferente, una vida diferente? ¿Dejarás de anhelar algo que no tiene nombre ni puede describirse, pero que tú, desde el fondo de tu alma, crees que existe en algún lugar de la faz de la tierra, y que está aguardando a que tú lo descubras?
Rafe se quedó paralizado por un instante. No había imaginado que Shannon lo comprendiera tan bien.
Mejor de lo que él se comprendía a sí mismo.
—Te deseo —murmuró con voz rota, descarnada.
—Lo sé —musitó ella—. Pero te marcharás de todos modos. El deseo no es suficiente; sólo el amor podría mantenerte junto a mí.
Rafe cerró los ojos y su boca se torció en un gesto amargo.
—Volveré a ti, mi dulce ángel.
—No lo hagas —le pidió en un susurro mientras acariciaba las duras líneas que formaban su rostro—. Ni tú ni yo podríamos soportar de nuevo el dolor de tu partida.
—Shannon... Dios, lo siento tanto.
La voz de Rafe se rompió y sus ojos se llenaron de lágrimas no derramadas.
—No pasa nada, amor mío —musitó la joven—. No pasa nada.
Le besó los párpados, las mejillas, las comisuras de la boca...
—No debí hacerte mía —se lamentó Rafe, temblando bajo las delicadas caricias.
—Nunca me mentiste —le recordó Shannon, sin dejar de besarlo con una ternura conmovedora—. Siempre me dejaste claro que te irías. No lo comprendí al principio. Luego, no lo creí. Pero ahora sí lo creo, y también lo comprendo.
—Deberían azotarme—mascullo el con aspereza — Ningún hombre honorable lo habría hecho.
—Yo te deseaba de una manera que no imaginaba que fuera posible. Fuiste amable y delicado cuando otros hombres habrían sido salvajes y rudos, y me enseñaste lo que era la pasión.
—No quería que me amaras. —Rafe apenas podía hablar. Su garganta se cerraba alrededor de las emociones que se negaba a liberar—. No quería hacerte daño.
Shannon sonrió con tristeza.
—No creo que yo sea la primera mujer que ve cómo te marchas con amor en sus ojos.
—Eres la primera cuyo dolor me desgarra hasta hacerme sangrar; y la herida no cierra.
Había amargura en el tono de Rafe, y acusación, y contrariedad.
—Tú no puedes cambiar el hecho de que yo te ame, al igual que yo no puedo cambiar el hecho de que tú no me ames —susurró ella—. Así son las cosas, y no podemos hacer nada al respecto.
El nombre de Shannon salió de los labios masculinos en una entrecortada ráfaga que fue casi un grito.
—No malgastemos más aliento en algo que no puede cambiarse —le pidió la joven—. Ámame del único modo que puedes hacerlo mientras estés aquí. Une tu cuerpo al mío y hazme volar hasta el sol. Nos queda tan poco tiempo...
Rafe tomó aire con un rápido y desgarrador gruñido cuando las manos de Shannon se deslizaron por su cuerpo y acunaron su gruesa y palpitante erección.
—No —se negó con voz amarga—. Es demasiado peligroso. Han pasado demasiados días.
—Entonces, al menos, déjame aliviarte.
Con un gemido angustiado, Rafe tomó las manos de Shannon y se las llevó a los labios.
—No —repitió cortante—. ¿No lo entiendes? No confío en mí mismo. Empiezo diciéndome que sólo nos acariciaremos el uno al otro un poco, nada más. Sólo un alivio mutuo. Luego, tu respiración empieza a acelerarse y me excito hasta un punto en el que lo único que deseo hacer es sumergirme en ti.
Shannon emitió un gemido entrecortado.
—Y eso es lo que hago cada vez— continuó Rafe, pesaroso—. Te hago mía con todas las fuerzas de mí ser hasta que nada tiene sentido excepto tú, tan suave, tan perfecta para mí. No hay mañana, no hay dolor, ni razón, nada aparte de ti y de mí y ese devastador placer que moriré recordando.
—Lo mismo me ocurre a mí —confesó Shannon contra sus labios—. Hazme el amor de nuevo, Rafael. Adoro sentir tu cuerpo contra el mío, perderme en tus brazos, acariciar tu piel temblorosa cuando estás en mi interior y pierdes el control.
—¿Es que no me has escuchado? ¡No es seguro! ¡No confío en mí mismo! ¡Podría dejarte embarazada!
Un fuerte estremecimiento atravesó a Shannon; deseo y dolor al mismo tiempo.
Un bebé.
Dios, deseo tanto tener un hijo de Rafael. Pero eso lo ataría a mí irremediablemente, y no quiero que él se sienta obligado a quedarse.
De pronto, Shannon recordó el extraño regalo de Cherokee.
—Cherokee me dio algo para que no concibiera —dijo con voz ronca.
—¿Qué? —preguntó Rafe, asombrado.
—Allí. —Shannon señaló la pared del fondo—. En el estante. La botellita y la bolsa.
Rafe le dirigió una extraña mirada antes de levantarse con agilidad y acercarse al estante. Abrió la bolsa con cuidado y observó su contenido. La volcó y unos diminutos trozos de esponja cayeron sobre su palma. Después, abrió la botella y olió el aromático aceite de enebro y menta, mezclado con algo que no pudo identificar.
—¡Por todos los diablos! —masculló.
—No sé qué tengo que hacer con todo eso —se lamentó Shannon con pesar—. ¿Tú lo sabes?
Él asintió.
—Oh, bien —exclamó la joven, aliviada—. ¿Qué tengo que hacer?
Rafe seleccionó una esponja, la empapó con cuidado en el acre aceite y se volvió hacia ella con una sonrisa perezosa y muy varonil.
—Te lo mostraré —respondió
Shannon parpadeo sorprendida por la transformación de Rafe,
Ya no parecía un animal atrapado. Su primitivo deseo y la fiereza de su pasión eran casi tangibles.
—No te pongas nerviosa, mi dulce ángel. Te encantará aprender a usarlo. Y a mí me encantará enseñarte a hacerlo.
—¿Rafael? —gritó Shannon desde la puerta de la cabaña—. La comida está lista. ¿Has acabado con lo que estabas haciendo?
Prettyface asomó la cabeza desde el rincón del prado donde había estado comiéndose las sobras de la última presa de Rafe. Shannon lo había oído ladrar unos momentos antes, y también había escuchado la severa orden de Rafe exigiéndole silencio.
—Continúa —dijo Shannon, agitando la mano hacia el perro—. Es a Rafael a quien busco, no a ti.
Prettyface volvió a desaparecer bajo la alta hierba del prado.
—¿Rafael? ¿Dónde estás?
No llegó ninguna respuesta del prado, donde pastaban tres mulas plácidamente. Tampoco escuchó nada en el lateral de la cabaña, donde ahora se amontonaba una enorme pila de leña; ni del cobertizo, donde tiras de carne y pescado se curaban a fuego lento; ni del bosque, donde los árboles se erigían altos y azotados por el viento, alzando sus verdes ramas hacia el cielo.
Con el corazón latiéndole con fuerza contra el pecho, Shannon se volvió de nuevo hacia el prado y descubrió finalmente qué era lo que no encajaba.
Los caballos de Rafe habían desaparecido.
—No, no puede haberse ido —susurró—. Sólo han pasado cuatro días desde que dejamos a Eve y a Reno en la mina y no han regresado con noticias de que hayan encontrado oro.
Oh, Dios, todavía no. ¡Todavía no!
Se apoyó en el marco de la puerta al sentir que sus rodillas cedían y su piel se cubrió de un frío sudor. Aferró con fuerza la estropeada orilla de la camisa que llevaba y la desgastada tela cedió bajo la presión de sus dedos, desgarrándose con un sonido ahogado.
—Rafael, ¿dónde estás?
De pronto llegó hasta ella el fantasmal lamento de la guaira evocando lejanos amaneceres, tierras ignotas y horizontes desconocidos.
La dulce e inquietante música sonaba a su espalda. Desde el interior de la cabaña.
Tomó una rápida inspiración y se giró.
No había nadie detrás de ella.
—¿Rafael? ¿Dónde estás?
La suave melodía de la guaira se arremolinó alrededor de Shannon como una correa invisible que la arrastraba hacia el armario que daba a la cueva.
Rafael ha debido encontrar el túnel en la montaña que lleva hasta el manantial, pensó aliviada. Probablemente se esté lavando ahora mismo.
Sin perder un segundo, cerró la puerta de la cabaña y la atrancó. Se introdujo en el túnel al que daba acceso el armario y la luz de una única vela bailó en una silenciosa bienvenida. Cuando cerró el armario tras ella, el ronco lamento de la guaira se interrumpió con brusquedad y todo quedó en silencio.
Shannon observó atenta el denso vapor procedente de las aguas termales. No podía ver a Rafael. Impaciente, se quitó las botas, los calcetines y el cinturón de piel que sujetaba sus pantalones.
—Rafael, ¿estás en el estanque?
Sin previo aviso, se oyó un siseante susurro y un largo látigo surgió de la oscuridad. Shannon sintió un tirón en su camisa y escuchó un suave sonido de desgarro. Antes de que pudiera emitir poco más que un gemido de sorpresa, sintió otro rápido movimiento, otro tirón, y luego otro y otro. En un abrir y cerrar de ojos, su vieja camisa de franela desapareció y cayó flotando sobre el suelo de roca hecha jirones.
Al instante, el látigo regresó para hacer trizas sus pantalones. Se oyó un leve chasquido y un ruido metálico al caer al suelo el único botón que los sostenía.
A pesar de mirar frenéticamente a su alrededor, Shannon no vio nada excepto remolinos de vapor y el largo látigo acercándose a ella. Aunque sabía lo que iba a ocurrir, no pudo evitar soltar un grito ahogado cuando el látigo de cuero, delicadamente, con extrema precisión, le fue arrancando la tela de su cuerpo sin tocar su piel.
Sintiendo que una extraña excitación invadía su vientre, tembló de forma visible cuando lo que quedaba de sus pantalones cayo al suelo de piedra, dejándola únicamente vestida con unos limpios pololos.
—¿R... Rafael?
—Deseaba hacer esto desde la primera vez que te vi vestida con esos harapos que eran un insulto a tu belleza. Pero sabía que el látigo te asustaría entonces. ¿Te asusta ahora?
Un exquisito escalofrío de anticipación recorrió a la joven al oír aquello.
—No —musitó—. Nada de lo que hagas podría asustarme, Rafael.
El látigo se movió de nuevo para desgarrar el lazo que sostenía la única prenda que la joven todavía llevaba puesta. Los pololos, sin nada más con qué sujetarse, se deslizaron hasta el suelo y Shannon se quedó allí de pie, inmóvil, con su cuerpo únicamente cubierto por la luz de la vela y la bruma que surgía del manantial.
—Tu belleza me deja sin aliento.
La voz de Rafe era tan oscura y seductora como la oscuridad que reinaba en la cueva.
—No mientas —protestó Shannon juguetonamente—. Me he visto en el espejo que utilizas para afeitarte.
—Ni siquiera imaginas lo bella que eres.
La sinceridad en la voz de Rafe fue como una dulce caricia que recorrió a Shannon con la misma suavidad que la bruma, tan delicada como el suave cuero que rozaba su mejilla, su hombro, la turgencia de uno de sus senos, la exuberante curva de la cadera, la sensible piel detrás de la rodilla. Las frías y delicadas caricias eran rápidas, siempre inesperadas, sorprendentemente excitantes en su contención y su sensual promesa.
Shannon gimió el nombre de Rafe al tiempo que su cuerpo se estremecía anhelando su contacto. Finalmente, atrapó el provocador látigo y tiró con fuerza sólo para verse arrastrada hacia la humeante oscuridad donde él la aguardaba. Bajo sus pies, la fría piedra cedió paso a suaves y gruesas mantas que Rafe había extendido cerca del borde del manantial.
Se produjo un remolino de agua y Rafe salió del estanque con un ágil movimiento. Cubierto sólo por espirales de vapor y brillantes gotas de agua, se acerco a Shannon emanando masculinidad y conmocionándola con su poderosa presencia.
Parecía un dios pagano exigiendo una ofrenda, pero las sombras que acechaban sus ojos eran las de un hombre atormentado.
Ojala fuera un hombre diferente.
No me ames, Shannon. Por favor. No lo hagas. Es demasiado doloroso.
Una capa de hielo envolvió de pronto el corazón de la joven, haciendo que se detuviera. Su intuición le decía que aquélla sería la última vez que vería a Rafe.
El corazón le dio un vuelco al cabo de unos instantes y enseguida empezó a latir frenéticamente. Abatida, contuvo un grito de protesta por sus sueños rotos; risas compartidas y vidas entrelazadas, un hogar y bebés, niños con los ojos de él y la sonrisa de ella, y su amor envolviéndolos a ambos con su calidez.
Pero eso no sucedería jamás.
Todo lo que Shannon tenía era ese momento en el que compartiría su cuerpo y su alma con Rafe por última vez.
Con la misma gracilidad que la luz de la vela y la bruma, dio un paso hacia él y se sentó sobre sus talones. Y como la luz de la vela y la bruma, recorrió con extrema suavidad la dura longitud de su miembro utilizando la lengua, sus dientes, sus labios, en medio de un abrumador silencio cargado de significado.
—Shannon —murmuró él entre dientes—. Dios.
La respuesta de la joven fue un delicado movimiento circular de la lengua sobre la gruesa punta de su erección.
—Basta —masculló Rafe con voz ronca.
—Aún no —susurró ella—. Quiero recorrer cada milímetro de tu piel. Déjame... memorizarte.
Rafe no pudo contestar. Shannon había tejido un sensual hechizo a su alrededor y lo guiaba con determinación a un camino sin retorno. Había tomado el duro miembro en su boca y lo atormentaba sin piedad con movimientos lentos, provocativos, profundamente seductores, conociéndolo de formas que él nunca habría esperado.
Atrapado en una salvaje espiral de pasión, se estremeció y luchó por mantener el control al darse cuenta de que la joven le estaba haciendo el amor como si fuera la última vez.
Lo sabe, pensó atormentado. De alguna manera, lo sabe.
Shannon le arrancó su nombre de los labios, pero la palabra no fue reconocible. La magnitud de la excitación de Rafe amenazó con hacerle estallar y, consciente de que no podría soportal aquel martirio ni un segundo más, tendió a la joven sobre las arrugadas mantas y la penetró con una fuerte embestida intentando aliviar la agridulce agonía de su amor por él.
Aun así, incluso mientras se consumía en lo más profundo del cuerpo femenino, Rafe no fue capaz de hacer a un lado el dolor que laceraba sus entrañas. Al mirar a Shannon a los ojos podía percibir claramente su desolación; y cuando la besó, saboreó su propia esencia. Ninguna otra mujer había llegado a conocerlo tan íntimamente.
Rafe intentó hablar, sin embargo, no logró hacer pasar las palabras a través de la angustia y la pasión que le constreñían la garganta. Inclinó la cabeza e inició un ardiente sendero de besos por su pelo, la frente, las cejas, las curvas de sus orejas, los pómulos, los temblorosos labios. Sus caderas se mecían contra ella con dulce cadencia, cautivándola, conduciéndola a un total abandono, suplicándole en silencio que lo perdonara.
Perdida en un mundo en el que únicamente imperaba la sensualidad, Shannon lanzó un grito entrecortado y su cuerpo se convulsionó salvajemente al llegar a la cúspide del placer. Rafe sonrió con satisfacción al sentir las contracciones que se aferraban a su gruesa erección y siguió penetrándola de forma tierna e implacable. Sin darle tregua, sin dejarla descansar un solo momento, haciéndola vibrar con cada poderoso y contenido movimiento de su cuerpo.
Los ojos de la joven se abrieron de par en par al sentir que un nuevo y renovado placer se extendía por todo su ser. Sin permitir que recuperara el aliento, Rafe imprimió un exquisito y primario ritmo de posesión que la llevó a cotas de insoportable excitación y que hizo que le clavara las uñas en los rígidos músculos de la espalda mientras lanzaba un ronco gemido de liberación.
Rafe se rió en voz baja y siguió martilleando sin piedad, en su interior. Sus movimientos eran medidos y fieros al mismo tiempo, exigiendo todo lo que tuviera que ofrecerle como mujer. Presa del placer, el cuerpo de Shannon volvió a arquearse una vez más mientras era recorrido por turbulentas sensaciones.
Abrazándola, dándole cobijo, Rafe tomó la boca de Shannon tan completamente como había tomado su cuerpo, temblando cuando ella lo hacía, compartiendo la dulce furia de su clímax. Pero en el instante en que la joven dejó de estremecerse con cada aliento que tomaba, él continuó con su dulce e inclemente tortura.
Y de nuevo, la hizo vibrar con violencia.
—¿Rafael? —preguntó aturdida, casi asustada.
—No pasa nada, mi dulce ángel. Es sólo que necesito saberlo.
—¿Saber qué?
—Lo alto que puedes hacerme volar.
—¿Yo? —balbuceó Shannon con una sonrisa—. Eres tú quien...
Sus palabras se convirtieron en un ronco jadeo cuando Rafe hizo que apoyara las piernas sobre sus hombros y la dejó sin ninguna defensa, expuesta y completamente abierta ante el poder de su musculoso cuerpo. La inmovilizó con la intensidad de su mirada y, antes de que la joven pudiera emitir ningún sonido, la penetró hasta el fondo.
El nombre de Rafe surgió de los labios de Shannon con cada poderosa embestida, cada aplastante oleada de placer que la atravesaba dejándola sin fuerzas.
Profundamente anclado en el interior de la joven, Rafe tembló salvajemente y lanzó un grito agonizante al tiempo que eyaculaba con fiereza y se desplomaba exhausto sobre el cuerpo femenino en una elemental unión que no se parecía a nada que hubiera conocido nunca.
Largos y lentos minutos pasaron sin que ninguno de los dos dijera nada hasta que, finalmente, Rafe se apartó con extremo cuidado y encendió la lámpara que había sobre una caja de madera con una cerilla.
La repentina luz reveló dos pesadas alforjas repletas de oro.
Al verlas, ella supo, sin lugar a dudas, que había perdido a Rafe a favor de aquel amanecer por descubrir.
—Shannon, yo...
La joven negó con la cabeza, acarició los labios de Rafe con dedos temblorosos y lo observó con unos ojos sin lágrimas. Las lágrimas surgían de la esperanza y a ella no le quedaba nada.
—Mi corazón siempre te pertenecerá—susurró Shannon— Ahora, sigue tu camino, amor mío, Simplemente ...sigue tu camino..
Veintiuno
Shannon entró en la tienda de Murphy con el revólver de Cherokee sujeto en un cinturón y un irritado Prettyface a su lado. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que Rafe se había marchado. Sólo sabía que los álamos del bosque habían sido de un intenso y vivo verde mientras estuvo allí y que se habían vuelto de un triste y mortecino dorado desde que se fue.
Ella se sentía igual que las hojas. Había vivido un tiempo lleno de luz, de vida y belleza; y luego el mundo había girado y todo había cambiado.
Ojalá fuera como una de esas brillantes hojas sin vida y el viento me llevara lejos, muy lejos.
Pero Cherokee me necesita. Ese tobillo suyo nunca volverá a ser el mismo.
Quizá algún día me acostumbre a la pérdida de Rafael del mismo modo que Cherokee se está acostumbrando al nuevo estado de su tobillo. Quizá un día el dolor ya no me sorprenda y me haga sentir como si todo hubiera sucedido ayer.
Mientras Shannon recorría con la mirada la tienda en silencio, un minero al que no conocía empezó a discutir con Murphy sobre el peso del trozo de beicon que había en la balanza.
—¿Dos kilos trescientos? —se mofó el minero—. Debes estar bromeando.
—Si crees eso, quizá sea mejor que te largues de mi tienda y...
Las palabras de Murphy se detuvieron en seco cuando Prettyface surgió de detrás de un montón de provisiones que había junto a la puerta principal. El comerciante se apartó del mostrador tan rápido que la balanza saltó, vibró y marcó un nuevo peso.
—Un kilo y poco más—anunció el minero con satisfacción.—Eso ya es más probable. La gente de Canyon City me dijo que era un miserable avaro, pero supongo que hablaba de otro Murphy,
El comerciante gruñó a modo de respuesta, cogió el dinero del minero y metió en un saco el resto de provisiones sin decir nada más. Satisfecho, el minero se giró para marcharse, pero se quedo paralizado al ver a la joven.
—Dios, eres toda una belleza —exclamó, dirigiéndose hacia Shannon—. ¿Te llamas Clementine o Betsy?
—De ninguna de las dos formas —respondió la joven con voz tensa—. Soy la viuda de... John el Silencioso.
Murphy arqueó las cejas de forma interrogante.
El minero se detuvo. Pareció disgustado por su error, aunque seguía ansioso por hablar con Shannon.
—Perdón, señora —se disculpó—. No pretendía insultarla. Alguien me dijo que sólo había dos mujeres en Echo Basin. ¿Puedo compensarla invitándola a cenar?
—No, gracias.
—¿Puedo visitarla? —Empezó a avanzar hacia ella de nuevo con determinación, pero cuando Prettyface elevó la cabeza y le gruñó fieramente, se paró en seco.
—No tiene ningún sentido que me visite —dijo Shannon en tono neutro—. Nunca le ofreceré el tipo de compañía que está buscando.
—Será mejor que la escuches —intervino Murphy desde detrás del mostrador—. Es la mujer de Látigo Moran. El mismo me lo dijo con toda claridad justo antes de marcharse a buscar oro. Estará fuera uno o dos meses, así que te aconsejo que te alejes de ella o lo pagarás caro a su regreso.
Shannon quiso protestar diciendo que ya no era la mujer de Rafael, que no se había ido a buscar oro y que nunca volvería. Pero se mantuvo en silencio consciente de que, al menos por un tiempo, la reputación de Rafe la ayudaría a protegerse del mismo modo que lo había hecho la de John el Silencioso.
—¿Látigo Moran? —preguntó el minero con el ceño fruncido—. ¿El hombre que acabó con los cuatro Culpepper?
—Sí —confirmó Murphy con malicioso placer—. Y si eso no es suficiente para desanimarte, te diré que el hermano de Látigo es un pistolero llamado Reno.
El minero palideció al oír aquello.
—Oh, creo que se me olvidaba decirte que Látigo Moran también me dijo que Caleb Black y Wolfe Lonetree consideran a esta muchachita como parte de la familia —continuó Murphy—. Cualquier hombre que la moleste tendrá que responder ante ellos, y te advierto que su perro también puede llegar a ser muy peligroso.
Shannon dirigió a Murphy una mirada entornada y se preguntó qué le habría dicho Rafe al comerciante para que actuara de esa forma. El resultado no podría ser mejor, ya que ahora Murphy la respetaba incluso más que cuando su tío aún vivía.
Sin embargo, la idea de Rafael intentando velar por su bienestar desde la distancia fue otro cuchillo más que se clavó retorciéndose profundamente en su alma. Le había dejado la despensa llena de provisiones compradas en la tienda, el ahumadero de Cherokee repleto de venado, pescado y urogallos, y leña apilada hasta los aleros en los tres lados de la cabaña. Mientras que Reno, por su parte, había encontrado el suficiente oro para que Shannon pudiera abandonar Echo Basin y vivir confortablemente donde lo deseara.
No había duda de que Shannon había significado mucho para Rafael.
Pero no lo suficiente para quedarse.
Que Dios te proteja, amor mío, rezó la joven en silencio como lo había hecho muchas, muchas veces en las largas y dolorosas semanas que habían transcurrido desde la marcha de Rafael. Que algún día encuentres lo que deseas.
Y que lo que encuentres te corresponda en tu deseo.
—Discúlpeme, señora —dijo el minero educadamente—. Me gustaría marcharme.
Shannon apartó sus pensamientos de Rafe para dirigirlos al minero, que estaba junto a la puerta con los brazos llenos de provisiones.
—El perro me bloquea la salida —le aclaró él, observando a Prettyface con ojos recelosos.
—Prettyface —ordenó Shannon avanzando hacia el mostrador—. Ven aquí.
Tras un profundo gruñido, el perro cedió y siguió a la joven en silencio. Pero no apartó en ningún momento sus ojos de lobo del hombre al que consideraba su enemigo.
Cuando la puerta principal se cerró detrás del minero, empujada por una ráfaga de fresco viento de septiembre, la joven sintió frío y se abrochó los botones de la desgastada chaqueta que la cubría. Septiembre había traído consigo tormentas y gélidos vientos, y los alces y los ciervos ya se habían marchado de las tierras altas al percibir que las primeras nevadas de la temporada podrían llegar en cualquier momento.
El cambio brusco de estación había obligado a la joven a ir al pueblo. Necesitaba comprar provisiones para Cherokee y ropa adecuada para ella. La anciana no estaba en condiciones de hacer el viaje, aunque Shannon sospechaba que estaría al acecho en algún punto del camino hasta Holler Creek, como había hecho John el Silencioso a menudo para asegurarse de que nadie la seguía.
—Buenas tardes, señor Murphy —saludó Shannon tendiéndole una hoja de papel—. ¿Podría preparar este pedido para mí mientras escojo algunas ropas más cálidas?
La única respuesta del comerciante fue un sordo gruñido.
—¿Señor Murphy?
Él volvió a gruñir.
—Mantenga el pulgar alejado de la balanza —le advirtió la joven secamente.
El comerciante sonrió.
—Así que Látigo Moran se lo dijo.
—No tuvo que hacerlo. He sabido durante años que me estafaba. John el Silencioso lo aceptaba con el fin de ahorrarse un viaje a cualquier otro asentamiento. Pero yo no. Si eso significa tener que ir a por provisiones a Canyon City, lo haré.
—Está bien, está bien. No quiero tener problemas con Látigo Moran.
—¿O conmigo?
—O con usted —asintió Murphy—. La gente con un mínimo de sentido común no tiene ningún problema conmigo.
—Bien. Mi mula de carga está fuera. Por favor, cargue las provisiones cuando haya acabado.
—Eso le costará tres dólares más.
—Uno.
—Dos.
—Un dólar y dos centavos.
—Es usted una buena negociadora, señora.
—No lo creo. Usted carga las provisiones de Betsy y Clementine gratis.
—Me ofrecen un pequeño... eh, extra por las molestias —le aclaró Murphy lanzándole una mirada lasciva.
—Un dólar y veinticinco centavos —dijo ella con frialdad—. ¿Trato hecho?
Con un suspiro de resignación, Murphy movió la cabeza en señal de asentimiento.
Shannon se acercó a la pila de ropa que estaba esparcida por el suelo de la tienda y seleccionó dos chaquetas, cuatro camisas, dos pares de pantalones de lana y todo lo necesario para protegerse de los fuertes vientos invernales. Cuando por fin acabó, Murphy ya había preparado y cargado las provisiones sobre la mula.
—Añada esto al total, por favor —pidió Shannon, dejando la ropa sobre el mostrador.
—Supongo que a partir de ahora tendré que pedir algunas prendas femeninas. Debe resultar tedioso para un hombre ver a su mujer luciendo las mismas ropas que él lleva.
Los labios de Shannon dibujaron una fina línea, pero no dijo nada mientras Murphy sumaba la cuenta. La cantidad total, sin embargo, hizo que abriera los ojos de par en par.
—¿Puedo ver la cuenta? —preguntó, alargando la mano.
—¿Para qué?
—Para comprobar sus sumas.
Murphy le dio la cuenta y observó nervioso cómo Shannon repasaba las operaciones.
—Ha sumado treinta y un dólares y dos centavos de más — anunció al cabo de unos segundos.
Gruñendo, Murphy restó esa cantidad del total y Shannon le tendió una gruesa bolsa de oro.
—Tengo las balanzas de John el Silencioso en la cabaña —le advirtió la joven—. Y sé exactamente cuánto oro hay en esa bolsa. Cuando regrese a casa, pesaré lo que quede.
Murphy le lanzó una mirada mezcla de furia y respeto.
—Ha cambiado mucho en los últimos tiempos— masculló Shannon esbozó una débil sonrisa a modo de respuesta.
El comerciante cogió la bolsa, la abrió y la volcó. Una mezcla de polvo, pepitas y pequeños trozos de oro se esparció sobre uno de los platillos de la balanza.
—Por todos los diablos —exclamó, admirado—. Látigo Moran encontró algunos yacimientos nuevos, ¿eh?
—¿A qué se refiere?
—Este oro no procede de las viejas concesiones de John el Silencioso.
Shannon frunció el ceño, sorprendida.
—¿Qué?
—El color y la forma no coinciden —le explicó Murphy con impaciencia—. En las concesiones de su esposo no había rastros de cobre. Pero este oro...
Con destreza, el comerciante escogió una pesada e irregular pepita, e hizo una marca con la uña del pulgar sobre la superficie.
—Estas pepitas son demasiado ásperas para proceder de un río —comentó con reverencia—. No había visto nada parecido desde que un embaucador de la ciudad intentó venderme una concesión en Colorado en la que había colocado oro de Dakota. Aunque en realidad esta pepita me hace pensar en unas que vi sobre una mesa de póquer en Las Cruces. El oro procedía de los Abajos. Oro español, sin duda. No hay nada mejor.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Shannon al recordar a Reno y a Rafael hablando sobre lingotes de oro español.
No, se dijo rápidamente. ¡Rafael no habría hecho una cosa así! Murphy debe de estar equivocado.
El comerciante apartó la mirada del oro y observó la expresión de desconcierto en el rostro de la joven.
—Supongo que no querrá decirme dónde encontró Látigo Moran este oro.
Shannon tragó saliva y dijo con firmeza:
—En las concesiones de John el Silencioso.
Murphy se rió.
—No le culpo por no decir nada. Si yo supiera dónde encontrar un oro de esta calidad, me llevaría el secreto a la tumba.
El me dijo que el oro procedía de las concesiones de mi difunto esposo —repitió Shannon con una voz carente de matices.
—Un hombre astuto, sin duda. Lo que no sepa, no podrá decírselo a desconocidos. Pero conozco bien el tipo de mineral que se extrae en Echo Basin, señora, y puede asegurarle que ni un solo gramo de este oro procede de los yacimientos de John el Silencioso.
Algo que había dicho Reno volvió a la mente de la joven para atormentarla.
En los Abajos, en una vieja mina abandonada... Lingotes de oro macizo tan pesados que Eve apenas podía levantarlos.
Shannon deseó preguntarle a Rafe a gritos cómo había sido capaz de hacerle aquello, pero no se permitió emitir ni un solo sonido. Tenía demasiadas cosas que hacer como para perder el tiempo gritándole a alguien que ya estaría al otro lado del continente.
En un gélido silencio, la joven fue enumerando mentalmente lo que tenía que hacer. Primero, debía llevarle sus provisiones a Cherokee. Luego, tenía que buscar a Clementine y Betsy. Y después de eso, cabalgaría al rancho Black y regresaría a casa antes de que las primeras grandes nevadas se produjeran y cerraran los pasos durante el invierno.
Por primera vez, Shannon se sintió agradecida de poder disponer de las dos muías que habían pertenecido a los Culpepper. Tanto Cully como Pepper iban a trabajar muy duro en los próximos días.
Un día después, montando una mula y guiando la otra, Shannon llegó al rancho Black. Caleb bajaba cabalgando desde los pastos del norte en el preciso instante en que Willow salía al porche.
—¿Shannon?—preguntó Willow, protegiéndose los ojos del sol que brillaba desde detrás de una gran nube de tormenta—. ¿Eres tú realmente?
—Sí, soy yo —confirmó la joven mientras desmontaba.
—¡Qué maravillosa sorpresa! Entra, tendré el té preparado en un minuto.
—No, gracias. Prettyface, si vuelves a gruñir, te convertiré en alimento para cuervos.
El perro dejó de emitir fieros sonidos y quedó en silencio junto a Shannon mientras Caleb se acercaba a caballo.
—¿Problemas? —inquirió preocupado.
—Nada que no pueda solucionarse —contestó Shannon con voz tensa—. ¿Podrías descargar las alforjas por mí?
Caleb le dirigió una larga mirada. Luego desmontó, se aproximó a las mulas y soltó un silbido de admiración.
—Bonito par de mulas. Por el aspecto que tienen, diría que son de Virginia.
—A los Culpepper les gustaban las mulas de Virginia —dijo Shannon en tono distante.
—Tienen mucho aguante —comentó Caleb.
—Lo necesitarán —repuso Shannon sin dar más explicaciones.
Caleb empezó a hacer una pregunta, pero se interrumpió al levantar las pesadas alforjas.
—Por todos los... —masculló—. ¿Qué hay aquí dentro? ¿Plomo?
—El oro de Rafael —respondió Shannon con fiereza al tiempo que soltaba la cincha de la silla de Cully.
Willow y su esposo intercambiaron una rápida mirada.
—Que yo sepa —empezó Caleb con cautela—, Rafe trabajaba a cambio de un sueldo y no por una parte de tu oro.
—También yo lo pensaba —replicó Shannon.
Tiró de la silla con una mano y de la manta con la otra y, con unos pocos movimientos rápidos, ensilló la segunda mula.
—Pero estaba equivocada —continuó Shannon, montando sobre la mula recién ensillada—. Y Murphy me dijo que también me equivocaba sobre el oro.
—¿Querrías aclararme eso? —preguntó Caleb, perplejo.
Shannon se volvió y lo miró sin hacer ningún esfuerzo por ocultar la fría ira que había sentido al darse cuenta de la pobre opinión que Rafael tenía de ella.
—Este oro no fue extraído de Echo Basin —le explicó con voz fría, lejana—. Rafael me pagó con su propio oro antes de marcharse para no volver. Sin embargo, cometió un pequeño error de cálculo.
—¿Un pequeño error? —repitió Caleb con cautela.
—En cuanto descubrí lo que había sucedido, sospeche que me había pagado demasiado y busqué a Betsy y a Clementine para preguntarles cuáles eran sus tarifas.
Caleb evaluó la furia que reflejaban los ojos de la joven y decidió no preguntar quiénes eran Clementine y Betsy, y qué tenían que ver con todo aquello.
—Yo estaba en lo cierto —concluyó Shannon—. Rafael pagó demasiado por lo que había obtenido de mí y le he traído su cambio. Hasta la última onza de oro de lo que le corresponde.
—¡Espera! —exclamó Willow al ver que la joven alzaba las riendas—. Has recorrido un largo camino. Al menos, entra y descansa un poco antes de volver a marcharte.
—No, gracias —se negó Shannon—. Los pasos podrían cerrarse en cualquier momento.
—Pero... —protestó Willow.
—En cualquier caso —la interrumpió Shannon, aferrándose a su orgullo—, te respeto demasiado como para permitir que la ramera de tu hermano entre en tu casa.
Sin más, hizo girar a la mula y la espoleó para que iniciara un rápido galope. La otra mula y Prettyface los siguieron a un ritmo veloz.
Asombrados, Willow y Caleb observaron su marcha en silencio.
—Ojalá supiera dónde está mi hermano —dijo Willow finalmente tras dejar escapar un largo y áspero suspiro—. Me encantaría verlo de nuevo.
—También a Shannon —asintió Caleb con gravedad—. Preferiblemente despellejado y clavado en la pared de su cabaña.
El sol había caído y la tarde amenazaba con un frío glacial cuando Rafe se acercó cabalgando al rancho Black. Se había levantado el cuello de la chaqueta para protegerse del viento y los copos de nieve resplandecían y giraban en espiral a su alrededor.
—¡Rafe! —saludó Caleb, bajando del porche—. Pensábamos que te habías dirigido a San Francisco con intenciones de embarcar. No esperaba verte hasta dentro de uno o dos años.
Había una pregunta subyacente en las palabras de su cuñado, pero Rafe no supo cómo responderla .Estaba tan desconcertado como él por haber vuelto a Colorado.
—Yo también pensaba lo mismo respondió, reflexivo Pero aquí estoy.
—Y aquí te quedarás. Todos los pasos están cerrados, excepto el del Sur.
—Lo sé. De allí vengo. El desierto se ha convertido en un infierno de hielo.
Desmontó y le dio la mano a su cuñado.
—¿Dónde has estado durante los últimos tres meses? —inquirió Caleb.
—Me dirigí al oeste —contestó, encogiéndose de hombros—, a ese gran cañón donde el río Colorado serpentea en el fondo de un profundo desfiladero.
—Un lugar increíble, por lo que cuenta Wolfe.
—Sí, tendrías que verlo —asintió Rafe—. Recorrí por entero el cañón hasta que me encontré en el lugar donde había empezado. Una tierra salvaje y solitaria, cada milímetro de ella.
—Vamos —le instó Caleb—. Willow ya debe de haber acostado a Ethan.
Rafe vaciló.
—Si estás pensando en cabalgar a las tierras altas —le advirtió Caleb—, piénsatelo bien. Los pasos llevan meses cerrados y no se abrirán de nuevo hasta dentro de unos cuantos más.
—Lo sé. Ésa es la razón por... —La voz de Rafe se apagó.
—¿Esa es la razón por la que has vuelto? ¿Porque sabías que no podrías llegar a la cabaña de Shannon?
Rafe hizo una mueca.
—Sí.
—No importa —repuso Caleb—. La última vez que la vimos, ella...
—¿La habéis visto? —le interrumpió Rafe al instante—. ¿Cuándo?
—Justo antes de que se cerraran los pasos.
—¿Vino a visitaros?
—No. Ni siquiera quiso entrar a tomar una taza de té.
Rafe frunció el ceño.
—¿Me estaba buscando, entonces?
—En cierto modo —contestó su cuñado con ironía.
—¿Qué diablos significa eso?
—Yo se lo diré, Caleb —intervino Willow desde la puerta—. Entra, Rafe. Shannon dejó un mensaje para ti.
—¿Está... ? —Rafe no pudo continuar hablando y se obligó a tragar saliva—. ¿Está... está bien?
—¿Con «bien» te refieres a «si no está embarazada»? —preguntó Willow con falsa suavidad.
Un vivo tono rojo que no nada tenía que ver con el frío viento cubrió los pómulos de Rafe.
Caleb le cogió las riendas de la mano y se dirigió al establo.
—No seas demasiado dura con él —le dijo a su esposa por encima del hombro.
—¿Por qué no? —replicó Willow.
—Shannon querrá que le dejes algo para clavarlo en la pared de su cabaña.
—No te preocupes. —La sonrisa de la joven, no resultaba en absoluto reconfortante—. Rafe sabe cuidarse. Entra, querido hermano.
Rafe observó a Caleb alejarse y luego se volvió hacia Willow. Finalmente, con rápidas y duras zancadas, siguió a su hermana y, en cuanto estuvieron dentro, cerró la puerta y la cogido del brazo.
—Dímelo sin rodeos, Willy —le pidió en torno firme—. ¿Está Shannon embarazada?
—Si lo está, no nos dijo nada.
Rafe soltó una brutal imprecación.
—No pensé que Shannon viniera hasta aquí a menos que estuviera embarazada —reconoció.
—¿Es por eso por lo que no estás de camino a China? ¿Estabas preocupado por el hecho de que Shannon pudiera haber concebido un hijo tuyo?
—No sé por qué no estoy de camino a China —respondió Rafe con ojos sombríos, atormentados—. Sólo sé que tenía que volver aquí.
La compasión suavizó la severa expresión del rostro de Willow. Podía percibir la tristeza del hermano al que tanto quería como si fuera la suya propia
Ven a la cocina — le indico con suavidad— Te serviré algo de café y panecillos. Tienes aspecto de necesitar una buena comida.
—Me conformo con cualquier cosa .He perdido el gusto a los panecillos. Me recuerdan demasiado a...
La voz de Rafe se apagó. Con una agotada maldición, se levantó el sombrero, lo tiró sobre la mesa de la cocina y se pasó los dedos por el pelo. Con movimientos rápidos, se quitó el látigo, colgó la chaqueta junto a la puerta trasera y volvió a colocarse el látigo en el hombro mientras se sentaba.
Con unos ojos que reflejaban demasiados recuerdos, Rafe observó cómo su hermana realizaba los rituales hogareños de reavivar el fuego, servir café y cortar pan. Si cerraba los ojos, podía ver a Shannon preparando la cena, ofreciéndole calidez y comida con sus propias manos. Pero era demasiado doloroso y se obligó a seguir mirando a su hermana.
Entonces, se oyó un crujido y un golpe seco en la parte trasera de la cabaña. Como si alguien hubiera traído leña y la hubiera dejado apilada fuera. Luego la puerta se abrió y Caleb entró con un par de alforjas sobre el hombro.
Rafe ni siquiera alzó la mirada de su café.
Caleb cerró la puerta y miró a su esposa, que meneó la cabeza levemente, haciéndole casi sonreír. Willow era demasiado bondadosa como para mostrarse dura con su hermano. Caleb, sin embargo, no lo era.
—Habéis dicho que Shannon dejó un mensaje para mí —dijo Rafe alzando la vista hacia él—. ¿Cuál era ese mensaje? Willow miró a su esposo con ojos cautelosos.
—Te olvidaste tu cambio —le explicó Caleb a su cuñado con ironía.
Dos alforjas cayeron pesadamente sobre la mesa de la cocina.
Rafe les echó un vistazo sin interés, pero, de pronto, sus ojos se entrecerraron y alargó una mano hacia ellas. Los músculos de su brazo se tensaron cuando levantó las dos alforjas atadas para comprobar su peso.
Las soltó sobre la mesa y siseó una palabra que hizo estremecerse a Willow.
—Esa pequeña testaruda... —gruñó.
—¿Este oro procedía de las concesiones de Shannon?—lo interrumpió Caleb.
—¿Qué diablos importa eso?
—A mí, nada —replicó Caleb—. Pero a Shannon sí le pareció importante. Cree que el oro que le diste la convierte en una ramera.
Rafe se levantó de la silla con rapidez y se abalanzó sobre él, lanzándole contra la pared de la cocina en un único movimiento fiero.
—Vete al infierno, ella no es ninguna ramera.
—¡Rafe! ¡Basta! —gritó Willow, cogiendo a su hermano del brazo.
Caleb observó la violencia reflejada en los ojos de su cuñado y sonrió casi con suavidad.
—Maldita sea, Rafe, ya lo sé —afirmó—. Pero si vas a sentirte mejor arrancándome esas mismas palabras a golpes, será mejor que vayamos al patio de atrás.
Rafe clavó la mirada en los compasivos y firmes ojos de Caleb y retrocedió después de respirar profundamente.
—Lo siento. —Miró sus propias manos como si nunca antes las hubiera visto—. Últimamente pierdo los nervios con facilidad.
—En ese caso, será mejor que te sientes y te metas las manos en los bolsillos durante unos minutos —sugirió Caleb con sequedad—. No quiero acabar marcado por ese látigo tuyo.
Despacio, Rafe se sentó.
—Seré breve —continuó Caleb—. Shannon vino hasta aquí sobre una mula y guiando a otra. La acompañaba un perro tan grande como un pony.
—Prettyface —comentó Rafe.
—No creo que ése sea un nombre adecuado para ese perro, pero si tú prefieres llamarlo así... —masculló Caleb—. De cualquier manera, Shannon bajó de la mula y me pidió que cogiera las alforjas. En cuanto lo hice, desensilló a la primera mula y colocó la silla en la otra.
Rafe frunció el ceño.
—Debía de estar muy furiosa.
—Lo mismo pensé yo —asintió Caleb. Hizo una pausa y después le preguntó—¿Conoces a unas mujeres llamadas Betsy y Clementine?
Rafe lanzó una rápida mirada a Willow, que estaba calentando un estofado en el luego.
—No las conozco exactamente— dijo Rafe en un tono de VOZ que no llegó más lejos de los oídos de Caleb—. De hecho, nunca las he visto en persona. Viven en Holler Creek. Son... eh, chicas de salón.
—Sí, eso es lo que pensé.
—¿Dónde has oído sus nombres? —inquirió Rafe.
—Shannon los mencionó.
—¡Qué!
Caleb respiró profundamente y confió en que Rafe pudiera mantener el control. Si se enzarzaban en una pelea en la cocina, destrozarían todos los muebles.
—Al parecer, alguien se encargó de que Shannon supiera que ese oro no podía proceder de las concesiones de John el Silencioso —le aclaró Caleb.
—¡Murphy! ¡Maldito hijo de perra! Pensé que aceptaría el oro y cerraría la boca.
—Según lo que nos explicó Shannon, también te equivocaste en otra cosa —añadió Caleb, colocándose previsoramente detrás de la silla de su cuñado.
—¿En qué? —preguntó Rafe.
—Tú... eh, le pagaste de más —contestó Caleb.
—¿De qué diablos estás hablando?
Caleb respiró hondo y se preparó para la pelea que sabía que se produciría.
—Cuando Shannon descubrió que el oro no era suyo —prosiguió—, buscó a Betsy y a Clementine y les preguntó cuál era el precio de los servicios que prestaban a los hombres de Echo Basin.
—¿Qué?
Rafe se hubiera vuelto a levantar violentamente si no fuera porque las grandes manos de Caleb lo sujetaban por los hombros, manteniéndolo sentado.
—Cálmate y escucha —le espetó su cuñado con severidad—. Shannon cogió la cantidad que las chicas le indicaron, calculó cuánto le habías pagado de más y bajó de esa montaña hecha una furia para devolverte tu cambio.
Una vez que Rafe asimiló el significado de las palabras de Caleb, sus ganas de pelea desaparecieron.
Yo nunca pensé en ti de ese modo, mi dulce ángel, Eras tan inocente cuando te toqué por primera vez.
—¿Realmente dijo eso? —consiguió decir finalmente.
Caleb asintió.
—¿Ella pensó que le había pagado como si fuera una prostituta? —susurró Rafe.
De nuevo, Caleb asintió.
—No te creo —afirmó Rafe.
—Pues créelo —estalló Willow al tiempo que golpeaba la cafetera con la cuchara del estofado, salpicándolo todo a su alrededor—. Shannon ni siquiera entró en la casa para tomarse una taza de café.
—¿Por qué?
—Dijo que me respetaba demasiado como para permitir que la ramera de mi hermano entrara en mi hogar.
Rafe soltó un angustiado gemido y golpeó la mesa con el puño, haciendo que su taza de café casi hirviendo se volcara sobre sus piernas. Apenas lo notó. El dolor que le desgarraba el alma en dos no dejaba espacio para nada más.
Sin previo aviso, se revolvió y se puso en pie, apartando las manos de Caleb.
—He cambiado de opinión sobre esos panecillos, Willy —logró decir con voz contenida—. Haz los suficientes como para que me duren hasta que atraviese la montaña.
—Pero... el paso está cerrado —protestó Willow.
Rafe se giró hacia Caleb.
—¿Aún tienes esas botas para la nieve que solías utilizar?
—Sí. Están fuera, junto a la puerta trasera. Te acompañaré hasta donde puedan llevarnos mis caballos de Montana. Después de eso, estarás solo.
—Gracias.
—Cuando llegues allí —le advirtió Caleb—, ve con mucho cuidado.
—¿Por qué?
—Shannon estaba lo bastante furiosa como para lanzar a ese perro infernal sobre ti.
Rafe miro las cicatrices de sus manos y sonrió levemente.
—No sería la primera vez que nos peleáramos el y yo.
Cogió la chaqueta y el sombrero, y se dirigió a la salida.
—¿Qué hay de las provisiones? —se preocupó Caleb al ver que Rafe abría ya la puerta trasera—. ¿Tendréis suficientes para pasar los dos el invierno?
—Me aseguré de que Shannon tuviera suficiente comida para alimentar a dos personas hasta que llegara el deshielo.
—Has tardado demasiado en descubrir quién era esa segunda persona, ¿no crees? —le preguntó Willow con sarcasmo.
Sin decir una sola palabra, Rafe se fue y cerró la puerta con un fuerte golpe que bloqueó el sonido de la risa de Caleb.
—¿Y si no logra llegar a la cabaña? —inquirió Willow, intranquila.
—Llegará —le aseguró Caleb—. Conseguir reconciliarse con Shannon será el verdadero problema. La mujer que se alejó de aquí cabalgando estaba llena de ira.
—Tendrá todo el invierno para conseguir que lo perdone.
—Necesitará todo ese tiempo.
—No lo creo. Él tiene una ventaja, aunque sea injusto.
—¿Cuál?
—Shannon lo ama —afirmó Willow sin dudar.
Cuando el amanecer empezó a ganarle la batalla a la oscuridad y a las estrellas, Rafe volvió a colocarse la alforja sobre el hombro y se dispuso a cruzar el valle en dirección a la cabaña de Shannon. Los picos se elevaban orgullosos hacia el cielo, permitiendo que las irregulares laderas brillaran con las primeras luces del alba.
El aire que respiraba era tan frío y afilado como el hielo recién cortado, y su aliento era una trémula nube alrededor de su rostro. Cada paso que daba hacía crujir la gruesa capa de nieve bajo sus pies.
Sin embargo, Rafe apenas percibía ningún sonido. Se sentía como si estuviera atravesando la nebulosa bruma del sueño que le había acompañado en todos sus viajes a lo largo de los años.
He estado aquí antes, en invierno, bañado por la luz del amanecer.
—Yo no buscaba amaneceres —le explicó Rafe con suavidad—. Buscaba algo que no podía describir, algo extraordinariamente hermoso, algo indescriptiblemente perfecto que aguardaba a que yo lo descubriera.
Se inclinó y besó a Shannon con una ternura que llenó de lágrimas los ojos de la joven.
—Lo he encontrado en ti —afirmó rotundo—. Eres toda mi vida, amor mío, el amanecer que siempre he necesitado.
Epílogo
Shannon y Rafe pasaron el invierno en la pequeña cabaña, riendo y amándose mientras salvajes tormentas asolaban la tierra. Cuando los pasos de las montañas se abrieron de nuevo, viajaron a Canyon City y buscaron a un predicador.
Se casaron en casa de Willow y Caleb, con Reno como padrino, la voz de contralto de Eve cantando una canción sobre el amor eterno, Ethan correteando entre las piernas de todos y, Rebecca, el bebé de los Black, observándolos desde los brazos de su madre con unos imperturbables ojos verdes. Jessi y Wolfe regalaron a la novia un chal de fino encaje irlandés y un mustang cuyo pelaje era del mismo tono otoñal que el pelo de Shannon.
Rafe y su esposa se instalaron en un valle oculto que estaba a medio día de camino del rancho Black, y no mucho más lejos del hogar de Reno y Eve. Los hombres trabajaron juntos para construir una casa, y las mujeres colaboraron para darle los toques que convertirían esa casa en un hogar.
A finales del verano, Rafe y Shannon fueron a Avalanche Creek y convencieron a Cherokee para que volviera con ellos, trayendo consigo un rico conocimiento de la vida y de hierbas curativas.
Cada año, las familias se reunían en días festivos para organizar rodeos y compartían el trabajo y los juegos en igual medida. Cada reunión era mayor y más animada, con bebés que iban naciendo, niños que crecían a un ritmo implacable, y adultos que reían recordando cómo había empezado todo y lo inesperada que podía ser la vida a la hora de obsequiarlos con sus maravillosos dones.
Rebecca pronto tuvo una compañera de juegos llamada Catherine Wolfe. Y en cuestión de un año, nació John Rafael Moran.
El hijo de Rafe heredó la fuerza y las ganas de viajar de su padre, pero eran los ojos de zafiro de su madre los que contemplaban el mundo con cautelosa curiosidad. Las hermanas y hermanos que le siguieron tenían ojos diferentes, rostros diferentes, sueños diferentes...
Sin embargo, en medio de todos los cambios producidos a lo largo de los años que pasaron sobre la tierra como las sombras de las nubes, sólo una cosa siguió intacta e imperturbable. Ya se fuera Rafe por una hora o una semana, Shannon siempre lo aguardaba, lanzándose sobre él y estrechándolo entre sus brazos en el mismo instante en que lo veía llegar, y había una luz en los ojos de ambos que sólo podía ser fruto del amor.
Fin.