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agosto 22, 2010
Era entrada la tarde, casi la hora de cenar, cuando Miss Oscuridad llegó a la pensión de mistress Prandell. Los diarios de la noche acababan de llegar, y mientras mistress Prandell subía las escaleras acompañada de Miss Oscuridad para enseñarle la habitación libre, mister Anstruther, abajo en el salón, decía:
- Esta tarde ha habido un robo en la ciudad, ¿verdad, miss Wheeler? ¿Se ha enterado usted?
- ¿Se refiere al robo del banco, mister Anstruther? No, he pasado toda la tarde en la Biblioteca Principal, buscando datos.
Los datos que miss Wheeler buscaba, naturalmente, eran para su Magna Opus, un estudio sobre los poetas italianos; un proyecto en el que ella había envuelto toda su vida desde que, dos años atrás, había conseguido su retiro de profesora de inglés superior. Era extraña la afinidad de miss Wheeler con los isabelinos; aquellos tumultuosos amigos debían haberla impresionado fuertemente.
- ¿Ha visto usted algo?
- He oído sirenas - contestó mister Anstruther, preguntándose por qué miss Wheeler, que había tenido una fugaz visión de mister Anstruther como Ulises atado al mástil del barco, dejaba escapar una sonrisa a hurtadillas.
Arriba, mistress Prandell estaba abriendo la puerta de la habitación que estaba por alquilar.
- Quince dólares - decía -, con desayuno y cena incluidos. No servimos almuerzos. O diez dólares, con sólo el desayuno.
Su tono de voz dejaba entrever que si Miss Oscuridad no se quedaba con la habitación muchos otros lo harían.
- Me... me quedo con ella - dijo Miss Oscuridad - con sólo el desayuno.
- Sábanas una vez por semana, no se permite cocinar en las habitaciones; nada de invitados, por supuesto, si no es abajo en el salón; nada de animales; no se permiten radios después de las diez; el jabón, toallas y bombillas a su cargo; y el desayuno se sirve a las siete y media y a las ocho y media. Puede usted elegir. Unos van al trabajo antes que otros por lo que tenemos establecidos dos turnos. ¿Cuál de los dos prefiere?
- A las ocho y media, por favor.
- Y... - mistress Prandell echó una rápida ojeada a la pequeña y barata maleta de cartón que Miss Oscuridad había traído consigo - pagadero por adelantado, por favor.
Cuando Miss Oscuridad revolvió en su bolso y le alargó un billete de diez dólares pudo notarse más afabilidad en la voz de mistress Prandell.
- Después de la cena le tendré preparado su recibo; ahora tengo que ayudar en la cocina. ¿Cuál dijo que era su nombre, miss...?
- Westerman - dijo Miss Oscuridad... Mary Westerman
Con eso mistress Prandell se dio por satisfecha y bajó a la cocina para supervisar la cena, y Miss Oscuridad (quien, por supuesto, aún no tenía ese mote) entró en la habitación y cerró la puerta.
Algo más tarde, cuando mistress Prandell se preparaba para tocar la campana anunciando la cena, Miss Oscuridad salió de su habitación. Cuando se volvía para dirigirse hacia la escalera estuvo a punto de caer en brazos de mister Barry, quien subía en aquel momento por la escalera para asearse antes de la cena.
Mister Barry, agente de seguros era, por declaración conjunta de todos los huéspedes de mistress Prandell, un muchacho simpático. Desde luego, debe reconocerse que resultaba el chico más aceptable en un radio de varias manzanas. No era alto, pero tampoco lo era Miss Oscuridad. Y lucía un hermoso pelo ondulado y unos ojos chispeantes así como una boca bien modelada que inició voluntariamente un silbido al ver a Miss Oscuridad.
Fue gracioso, Miss Wheeler y miss Gaines quienes estaban sentadas en el salón en espera de la cena, pudieron ver toda la escena del choque y a Miss Oscuridad avergonzada en lo alto de las escaleras. Aunque en realidad, sólo vieron a una chica con carita de ratón asustado vistiendo un traje barato de confección, mientras que mister Barry pudo ver mucho más que esto. Podría decirse que vio a la chica a través de su modesto traje (naturalmente, entiéndase en forma casta, ya que él era un buen chico) y que le gustó lo que pudo ver. Miss Oscuridad era delicada y de pequeños miembros, labrada con gusto. Su cara era pálida para las señoritas Wheeler-Gaines; blanca como la leche para mister Barry. Sus ojos eran grandes y negros (como reflejos de luna sobre el agua) y algo asustados.
Mister Barry sonrió.
- Nadie me cuenta nada (afirmación francamente incorrecta, ya que todos contaban todo lo que sucedía a mistress Prandell; el único motivo por el que mister Barry no sabia la llegada de Miss Oscuridad era qué el joven acababa de llegar a casa) - dijo -., ¿Vive usted aquí? ¿Un nuevo huésped?
- Si - contestó Miss Oscuridad mientras sus ojos se volvían cautos, aunque ya no asustados.
- Entonces permita que me presente. Walter Barry.
- Mary Westerman - dijo Miss Oscuridad -, Y ¿me permitiría ahora que pasase? Estoy llegando tarde a una cita para cenar.
Naturalmente, las escaleras no eran lo suficientemente anchas para que mister Barry se apartase e hiciera una reverencia, pero supo aproximarse a ello graciosamente. Permaneció allí mientras ella bajaba la escalera y salía a la calle. En el salón, miss Gaines miró significativamente a miss Wheeler, y miss Wheeler miró significativamente a miss Gaines. Entonces se oyó la campana avisando para la cena. Una hora más tarde, volvía Miss Oscuridad, dirigiéndose directamente hacia su habitación. Como miss Wheeler subiese poco después, pudo ver que la luz de la habitación de Miss Oscuridad estaba apagada y se extrañó de ello. Eran escasamente las ocho.
Eso ocurría el martes.
El jueves por la noche, el fantasma de la duda volvió a aparecerse. Oh, pueden estar seguros de que el miércoles y el martes se habló mucho sobre este tema, aunque en voz baja y con reservas ya que el joven mister Barry estaba presente en ambas comidas y había comenzado ya a mostrar cierta propensión a introducirse en la brecha, en defensa del nuevo huésped, a la menor indicación en contra de éste.
Fue el jueves por la noche cuando dijo miss Gaines:
- Hay algo raro en ella, mistress Prandell. Está asustada de algo. Incluso de la luz.
- ¿De la luz? - se extrañó mister Anstruther -. ¿Qué quiere usted decir?
- Permanece con la luz apagada, sentada arriba en su habitación. Y procura alejarse de nuestro salón. ¿Por qué la primera noche en que llegó, cuando yo pasé frente a su habitación sobre las ocho, estaba sentada en la oscuridad, y lo mismo ayer noche? Puede verse un rayo de luz por debajo de la puerta cuando está encendida, ya lo sabe usted.
- Quizá - replicó mistress Prandell -... se acuesta pronto.
- Pero no tan pronto, como esto por supuesto. Por lo menos encendería la luz para arreglarse la cama, y tampoco lo hace. Lo sé porque la noche pasada subí a buscar un pañuelo sólo un minuto después de que ella entrara en la habitación, y ya no podía verse ninguna luz.
- ¡Qué extraño! - dijo miss Wheeler -. Mistress Prandell, ¿le ha dado a usted alguna explicación...?
Mistress Plandell denegó con la cabeza.
- ¿Qué razones puede tener para ello? - preguntó miss Gaines.
Mister Anstruther se aclaró la garganta con solemnidad.
- Existen un sinfín de posibles explicaciones. Se me ocurren media docena sin apenas pensar en ello. Podría tener la vista delicada y el oculista haberle prohibido la luz eléctrica.
- Llevaría gafas oscuras, por lo menos una vez en su habitación - objetó miss Gaines -. No, no puede ser eso, mister Anstruther. Ayer noche, cuando bajaba la escalera, se detuvo a medio camino como si pensara si debía volver o no, y se quedó mirando la luz que hay al pie de las escaleras. No lo habría hecho de estar delicada de la vista.
- Quizás está asustada y se esconde de alguien - dijo mister Anstruther -. Y como la suya es una habitación con ventana a la calle... Sí, ya sé que hay persiana. ¿Funciona correctamente la persiana, mistress Prandell?
- Supongo que sí. Mañana lo miraré.
- Cabe la posibilidad de que sea una fanática religiosa - dijo mister Anstruther -, dada a la meditación más absoluta... No, realmente no creo que sea esto, me limito a apuntar posibilidades.
- Y aún le quedan tres más por decir - añadió miss Gaines. Usted dijo que se le ocurrían media docena de ellas.
- Quizá trabaja o está asociada con ciegos, o piensa estarlo. Ahora aprende a comportarse como ellos para comprender sus posibilidades, practicando en su habitación cuando está sola.
- No trabaja con ni para ciegos - replicó mistress Prandell -. Simplemente no trabaja. No me ofreció información del sitio donde trabaja, como es la costumbre.
- Podría evitar la ventana - añadió miss Wheeler - sin necesidad de quedarse a oscuras. Incluso si la persiana estuviera estropeada.
- La quinta - continuó mister Anstruther. Cree en los espíritus. Intenta establecer contacto con un muerto del que estuvo enamorada. Quizás cree tener poderes de medium. Y la oscuridad es conductora...
Se abrió la puerta de la calle y miss Wheeler, sentada en el extremo opuesto de la mesa frente a mistress Prandell, alargó el cuello para ver quién había entrado. Se volvió y susurró:
- Ahí está Miss Oscuridad.
Y ya nada más se dijo hasta que se oyeron pasos subiendo las escaleras.
Miss Gaines apartó un poco su silla de la mesa y dijo:
- Creo que...
- Que se le ha vuelto a olvidar el pañuelo - continuó por ella mister Anstruther -. ¿Me equivoco, miss Gaines?
Una risa general se extendió por toda la mesa, mientras miss Gaines enrojecía ligeramente, a pesar de lo cual subió las escaleras. Cuando volvió todas las miradas se dirigieron hacia ella, viendo cómo asentía con la cabeza.
Luego hubo unos minutos de silencio y antes de que volviera a reanudarse la conversación, entró mister Barry, lo que fue una verdadera lástima. Hacía años que los huéspedes de mistress Prandell no tenía un tema tan interesante que discutir.
Eso era en jueves. El viernes, en el primer turno del desayuno, miss Wheeler miró por encima de la mesa a mister Anstruther y le dijo:
- ¿Le han contado los últimos detalles del robo que hubo en el banco, el pasado martes?
- No, miss Wheeler. ¿Cuáles son éstos?
- Uno de los atracadores fue capturado en el mismo momento, ya lo sabe usted, y el otro pudo escapar con el dinero. Se cree ahora que una mujer les facilitó la huida con un coche.
- ¿Realmente? - preguntó mister Anstruther, y sus pobladas cejas de color gris se elevaron más de un centímetro -. ¿Y se ha conseguido la descripción de esa mujer?
Mister Barry colocó el tenedor sobre el plato.
- No - dijo miss Wheeler, pudiéndose notar cierto desagrado en el tono de su voz -. El testigo que cree haber visto el coche arrancando cerca de la esquina del banco, se encontraba a bastante distancia del mismo; sin embargo, cree que se trataba de una mujer joven.
- ¿Realmente? - preguntó esperanzado mister Anstruther -.¿Y eso era el martes por la tarde, verdad?
- ¿Qué quiere usted dar a entender, mister Anstruther? - inquirió Barry.
Las cejas de mister Anstruther volvieron a su posición habitual. Pero antes de que pudiera contestar a esa pregunta, miss Gaines salvó la situación al preguntar por los detalles del robo; no había leído las informaciones de los diarios.
- Entraron dos hombres en el banco. Armados de pistolas - explicó miss Wheeler -. Llevaban puestas unas máscaras que debieron colocarse al entrar, entre las puertas interior y exterior. Uno de ellos llevaba un pequeño maletín. Amenazaron a los cajeros y se llevaron todos los billetes que había en los cajones largándose luego... bueno, escapando luego. Naturalmente, mientras salían comenzó a sonar la alarma.
- ¿Y cogieron a uno justo cuando salía?
- No precisamente al salir. Pero los coches de la policía que ya cercaban el lugar recogieron a un individuo acusado en anteriores robos de bancos, dos manzanas más abajo, iba a pie. Uno de los policías lo reconoció. Llevaba una pistola, pero ya se habla deshecho de la máscara, y no era el que llevaba la maleta del dinero. Lo arrestaron, desde luego, y aún lo tienen preso, pero sólo bajo el cargo de tenencia ilícita de armas; mientras no encuentren al otro hombre..., o a la mujer, no pueden acusarlo de nada.
- ¿Y ese testigo? - preguntó mister Anstruther, satisfecho de que se hubiera desviado la atención de sus afirmaciones acerca del martes.
- La policía lo encontró al día siguiente. Un hombre que recordaba haber visto desde cierta distancia a un individuo con un pequeño maletín, cuando subía a un coche aparcado al otro lado de la esquina del banco momentos después del atraco. Asegura que detrás del volante había una mujer, pero le fue imposible identificar ni a la mujer ni a los hombres. La policía cree que cuando los atracadores salieron del banco uno de ellos huyó en una dirección, y el otro, el que llevaba el dinero, hacia donde le estaba esperando un coche con el que poder largarse. Tengo entendido que así es como lo dicen ellos, un coche para largarse.
Mister Barry no pudo reprimir una sonrisa.
- Sí, miss Wheeler. Así es como ellos lo dicen. Temo que usted haya equivocado la carrera, miss Wheeler - dijo.
- No es cierto, mister Barry. Hubiera sido un detective muy torpe, si es a eso a lo que usted se refiere.
Mister Barry sonrió y se levantó de la silla.
- ¿Querrá perdonarme, mistress Prandell? Miss Wheeler, no era eso lo que yo quería decir.
Aquella noche, después de la cena, mister Barry se acomodó en los escalones del vestíbulo cuando los demás ya se hablan retirado a su habitaciones, excepción hecha de mister Anstruther, que había ido a la ciudad para ver una película.
Miss Oscuridad, pensó, así era como la llamaban los demás.
También a él le parecía que el nombre encajaba misteriosamente con la nueva huésped, aunque por su parte, sin ninguna clase de matiz siniestro. Miss Oscuridad, de negros ojos y cabello oscuro.
Aunque, desde luego, algo había de misterioso en ella. ¿Por qué se sentaba en la oscuridad, noche tras noche? No era porque se acostase inmediatamente ya que se la había oído andando por la habitación. ¿Se escondería?
Mister Barry se levantó de los escalones donde había estado sentado y caminó hacia la esquina, situándose frente a la ventana de ella de forma que pasara inadvertido. Estaba a oscuras y con la persiana echada. Pero la persiana sola ya habría sido suficiente, y más tratándose de un segundo piso.
Vio a un gato caminando en silencio a través del jardín en tinieblas. Los gatos, pensó, ven en la oscuridad. Y se imaginó a Mary Westerman como una gatita retozona, a pesar de que eso tampoco explicaba nada. Naturalmente, ella no podía ver en la oscuridad...
El sábado por la mañana, desde el salón, miss Gaines pudo ver cómo salía Miss Oscuridad para tomar su almuerzo, fuese donde fuese que lo tomara. Luego miss Gaines entró resueltamente en la cocina de mistress Prandell.
- Acaba de salir - dijo miss Gaines.
Ya no hacía falta, claro, decir quién se trataba.
Mistress Prandell echó una ojeada al reloj.
- Son casi las doce. Acostumbra a salir siempre a esta hora, ¿no es cierto?
- Sí, pero... Nunca me atrevería, mistress Prandell, a sugerir un registro, pero, ¿no se le ha ocurrido pensar que podría ser una persona peligrosa? ¿Y si tuviera el dinero del atraco del banco, por ejemplo?
- No lo tiene, miss Gaines. ¿Cree usted que yo, para seguridad de todos nosotros, no he mirado ya su habitación y sus cosas, en la primera ocasión que se me presentó después de lo que miss Wheeler nos contó?
Miss Gaines se inclinó hacia delante ansiosamente.
- ¿Y qué encontró?
- Sólo cuatro baratijas dentro de un pequeño maletín de cartón, eso es todo. Pero de todas formas ella se irá el martes, cuando cumpla la semana. No me gustan los misterios, miss Gaines. No voy a alquilarle la habitación una semana más.
- Me alegro, mistress Prandell. - Miss Gaines se inclinó confidencialmente -. ¿Le ha contado mister Anstruther lo de ayer...?
- No. ¿El qué?
- Bien, ocurrió que él salió de aquí al mediodía, aproximadamente a la misma hora que ella. Precisamente después de ella. Anduvo varias manzanas siguiéndola. Entonces ella se volvió y, al verlo, actuó como si pensara que la habían seguido. Lo miró fijamente y luego, al volver una esquina, apresuró el paso y cuando él llegó a la misma ya se había perdido de vista.
Mistress Prandell resopló.
- Justo lo que yo pensaba - dijo -. Bueno, pasado el martes...
Aquella noche, la noche del sábado, mister Barry pasó por alto su cena para así poder estar sentado en los escalones del vestíbulo cuando Miss Oscuridad saliera.
- Buenas noches - dijo -. Hace una hermosa noche.
En realidad no era así; en aquel momento no llovía, pero el cielo se presentaba nuboso y el aire era pegajoso y caliente.
Ella le sonrió, pero le contestó con brevedad continuando su camino sin darle tiempo a pensar lo que podía decir o preguntar. Vio cómo ella bajaba por la calle, observando que se volvía para mirar a sus espaldas. Lo hizo por dos veces. Aquí hay algo raro, pensó; está asustada por algún motivo. Esta chica está en peligro.
Fue el lunes por la noche cuando la Muerte llegó a la pensión de mistress Prandell. Llamó a la puerta a las ocho cuarenta y cinco.
Mistress Prandell acababa de entrar en el salón y venía de la cocina cuando sonó el timbre. Mister Anstruther y mister Barry se habían levantado a la vez para ir a abrir, pero ella se les adelantó.
Miss Gaines bajó la revista que estaba leyendo para poder escuchar.
Oyeron abrir la. puerta y a mistress Prandell preguntando quién era, y una voz más baja y ronca que afirmaba:
- Mi nombre es William Thorber. Policía. ¿Tienen ustedes aquí a una tal Melissa Carey?
En el salón nadie emitió ni un sonido. Oyeron cómo mistress Prandell decía:
- Bajo este nombre, no, mister Thorber. Pero... ¿no quiere pasar?
- Gracias - dijo el detective mientras entraba.
Mister Barry volvió a adelantarse y se dirigió hacia el vestíbulo, pero viendo que mistress Prandell y mister Thorber se encaminaban al salón, volvió a sentarse.
- Tenemos con nosotros a una joven misteriosa de la que... en fin, de la que sospechamos no emplea su verdadero nombre. ¿Querría decirnos algo sobre esa... Melissa Carey? Debe ser la que usted busca. ¿No quiere sentarse, mister Thorber? - dijo mistress Prandell.
- Gracias, mistress...
- Prandell.
- Gracias, mistress Prandell. Melissa Carey mide metro sesenta y cinco, es delgada, de cabello oscuro, y tiene unos veintitrés años.
- Miss Oscuridad - dijo miss Gaines casi sin aliento -. Estaba segura, mistress Prandell, de que...
- ¿Oscuridad? - interrumpió el detective -. ¿Es éste el nombre que ella dio?
- No, mister Thorber - dijo mistress Prandell -. Ella usa el nombre de Mary Westerman. La llamamos Miss Oscuridad porque siempre está ahí arriba con la luz apagada.
- ¿Con la luz apagada? - Mister Thorber frunció el ceño -. No comprendo... ¿Cuándo llegó aquí?
- El martes pasado por la tarde, unas horas después del atraco al banco en la ciudad. ¿Se la busca por ese motivo, mister Thorber? ¿Es ella la mujer que conducía el coche? Leí lo que los diarios contaron de ello, por supuesto.
Mister Thorber sonrió.
- No en el sentido que usted sugiere, señora. Ella trabajaba en el banco que fue asaltado. La necesitamos como testigo presencial.
- ¿Trabajaba? - Miss Gaines pareció disgustada -. ¿Quiere usted decir que sólo trabajaba allí? ¿Por qué, entonces, huyó escondiéndose aquí? - Un brillo de esperanza se reflejó en su rostro -. ¿Quizá ella era un cómplice?
- Tememos que su huida indique eso, señora. ¿Está ahora aquí?
- Cuéntenos usted algo más - solicitó miss Gaines -. ¿Quiere decir que ella... dio informes a los atracadores, o algo por el estilo?
El detective arrugó el entrecejo.
- Nosotros mismos aún estamos un poco a oscuras, señora, sobre el motivo por el que ella huyó de la policía en esa forma. Pero he aquí lo que sí sabemos. Los dos ladrones se detuvieron entre las puertas interior y exterior para colocarse las máscaras que llevaron durante el atraco. Miss Carey trabajaba en un lugar donde, separada del resto de las personas que había en el banco, podía ver esa entrada, por lo que observó cómo los dos hombres se colocaban los antifaces, y por esto sólo ella puede identificarlos. Así lo aseguró justo después del atraco, cuando el jefe la interrogó, antes de que yo llegara allí. Más tarde supimos que Garvey y Roberts habían detenido a un sospechoso llamado John Brady, a un par de manzanas del banco, y que lo habían llevado a la comisaría. El jefe le pidió a miss Carey que los acompañara a la comisaría para ver si podía identificarlo. ¿Comprenden? Ella accedió y como se trataba de unas pocas manzanas, debido a la excitación y el susto pidió si podía ir a pie para tomar un poco el aire fresco. El jefe accedió, ya que aún nos quedaban algunas cosas por hacer en el banco y no podíamos salir. Ella no llegó a la comisaría.
Miss Gaines se inclinó ávidamente.
- ¿Desapareció entre el banco y la comisaría?
- Así es. Y ya no volvió a su casa. Tiene un pequeño apartamento en Dovershire Street, pero nunca llegó allí. Estuvimos buscándola desde entonces, y hasta hoy no hemos conseguido una información que nos ha conducido hasta aquí.
Mister Anstruther, que había permanecido callado hasta el momento, se aclaró la garganta.
- ¿Se ofrece alguna recompensa, mister Thorber?
El detective le miró.
- ¿Es usted Anstruther? Bueno, puede haberla si se descubre que ella estaba implicada en el caso, y eso conduce a la recuperación del dinero. Depende de la compañía de seguros.
- Oiga - dijo mister Barry.
Todo el mundo dirigió las miradas hacia él, pero el joven se sonrojó y no supo qué añadir.
- ¿Están seguros? Quiero decir... - dijo por fin.
- No podemos asegurar nada - dijo Thorber -. Pero tendré que llevármela a la comisaría. Y si puede darnos una explicación de su comportamiento, naturalmente, la dejaremos en libertad. Necesitamos que eche un vistazo a John Brady para que lo identifique o no. Fue una suerte que llevase una pistola consigo, pues de lo contrario, no habríamos podido tenerlo arrestado por tanto tiempo.
Se levantó.
- ¿Se encuentra ahora aquí, mistress Prandell?
- Sí, su habitación está precisamente ante el rellano de las escaleras. Ahora se encuentra en ella, sentada en la oscuridad.
- Gracias - contestó el detective. Acabó de incorporarse y lo mismo hicieron mister Barry, mister Anstruther, mistress Prandell y miss Garnes.
- ¿Serían tan amables de esperar aquí?
Todos, excepto mister Barry, volvieron a sentarse. Se adelantó hacia la puerta y sus manos se crisparon mientras el detective subía por las escaleras.
- No sea usted loco, mister Barry - dijo ásperamente mistress Prandell.
Pero una fuerza superior que la de mistress Prandell había enloquecido a mister Barry. Permaneció allí, mirando por la escalera, hasta oír cómo llamaba el detective a la puerta, y entonces, como si algo le empujara, comenzó a subir los peldaños.
De no ser por la alfombra colocada sobre la escalera que amortiguó el ruido de sus pasos, a pesar de que él no pretendía caminar en silencio, todo hubiera sucedido en forma muy distinta. Estaba ya volviendo el recodo de la escalera cuando se abrió la puerta de la habitación de Miss Oscuridad... enmarcando la silueta delgada de un chica aterrada que se llevaba la mano a la boca intentando reprimir un grito.
Pero lo que impulsó a mister Barry en los últimos escalones fue el ver cómo las manos del detective salían de sus bolsillos mientras se abría la puerta, empuñando una pistola cada una de ellas. En su mano derecha una automática calibre treinta y dos y, casi escondido, en su izquierda, un pequeño revólver de fantasía, una pistola de mujer.
Existen ocasiones en que uno pregunta después de actuar, y para mister Barry ésta fue una de ellas. Thorber estaba empujando a Melissa Carey hacia la oscuridad y, casi a la vez, tres cosas tuvieron lugar... la carga de mister Barry contra la mano izquierda de Thorber, y el grito de Melissa Carey.
La detonación del otro revólver se escuchó unos minutos más tarde, mientras, temerosos, subían las escaleras los que se habían quedado abajo, guiados con cierto cuidado por mister Anstruther, quien no habría jamás alcanzado la cima de las escaleras de no ser por miss Gaines que le empujaba por detrás. La automática volvió a disparar, y ésa fue la última explosión en aquella algarabía, volviendo a reinar el silencio en el interior de la oscura habitación.
- Aún no lo comprendo todo. - decía mistress Prandell la noche siguiente, durante la cena -. Y no querría que tuviera que dejarnos usted, mister Harry. Reconozco que todos nosotros juzgamos equivocadamente a la chica pero, después de todo, ella dio un nombre falso y todo lo demás y... ¿Cómo podíamos saberlo?
Mister Harry, con un vendaje sobre la frente donde el fogonazo de una de las pistolas le había arrancado una porción de la epidermis, parecía a la vez nervioso y romántico, quizá a causa del magnífico ojo amoratado que lucía.
- Mi querida mistress Prandell - dijo -, no acuso a ninguno de ustedes en absoluto. Únicamente ocurre que deseo encontrar una habitación en el otro extremo de la ciudad, porque... bueno, miss Carey vive allí, o mejor dicho, vivirá allí tan pronto como abandone el hospital, donde está siendo tratada por la fuerte impresión sufrida, y de la que se repondrá en pocos días. Esta tarde iré a verla de nuevo y, si ella acepta una sugerencia que tengo intención de hacerle, ni siquiera tendré necesidad de alquilar una habitación, ya que ella tiene un apartamento por allí.
- Usted... usted quiere decir entonces que no...
- No, no quiero decir nada - dijo mister Harry, lleno de paciencia -. Únicamente que Melissa Harry es un nombre muy bonito y que hay una verdadera escasez de apartamentos, como usted sabe muy bien.
- Todos nosotros le deseamos mucha felicidad - dijo mister Anstruther -. Pero yo continúo sin comprender porqué ese Thorber, ladrón de bancos o no, llevaba consigo dos pistolas.
- Tenía que parecer como si ella se resistiera al arresto - explicó mister Harry -. Tenía que matarla para que ella no les identificase ni a él ni a ese John Brady porque... bueno, aunque ella no pudiera identificarlo como uno de los atracadores, habría podido identificar a Brady y Brady hubiera confesado.
- Comprendo - dijo miss Gaines -. Entonces quiere usted decir que Thorber, aun siendo un verdadero policía, había planeado el atraco junto con Brady, que era un profesional. Empleando, supongo, información que pudo obtener gracias a su cargo de detective.
Mister Harry asintió.
- Y, para su desgracia, miss Carey se encontraba en una posición que le permitía dominar la entrada del banco y ver cómo se colocaban las máscaras. Y después del robo, cuando los policías llegaron, vio a Thorber, y pensó que él era uno de los dos hombres que habían asaltado el banco, pero sin estar completamente segura de ello.
- ¿Y por qué no se limitó a decirlo así?
- No podía asegurarlo - explicó mister Harry -. Y ello puso en un terrible dilema. O tenía que acusar a un inocente, o ponía su vida en grave peligro, ya que Thorber por aquel entonces sabía que ella les había visto, y que si ella identificaba a Brady él estaría también perdido. Lo único que se le ocurrió hacer fue esconderse hasta... bueno, su mayor deseo era que la policía resolviese el asunto sin su ayuda.
- Pero, ¿y las dos pistolas? - preguntó miss Wheeler.
- Ya comprendo este detalle, miss Wheeler - dijo mister Anstruther -. Él vino con intención de matarla y, para dar la impresión de resistencia al arresto por parte de ella, fingiendo que le había disparado primero con la más pequeña de las pistolas, que ella, poseía. Así él estaría a salvo, pues habría sido en defensa propia.
- ¡Oh! - exclamó miss Wheeler un poco desanimada -. Bueno, me alegro, mister Harry, de que usted lo matara.
Mister Harry se ruborizó ligeramente.
- No estoy seguro de haberlo hecho, miss Wheeler; comprenderá que luchábamos para conseguir la pistola, que él tenía en la mano y con el dedo en el gatillo, por lo que tuve que aplicarle una llave procurando que la pistola apuntara diagonalmente hacia su propia espalda, y creo que... bueno, probablemente él no tuvo intención de apretar el gatillo, sino que la propia reacción espasmódica debida al dolor producido por su brazo a punto de romperse, le obligó a ello. Supongo que fue una suerte que aprendiera judo en la Universidad.
Por uno o dos segundos reinó el silencio únicamente roto por el apio que mascaba mister Anstruther, y entonces miss Wheeler recordó algo.
- Mister Harry - dijo -. Aún no sabemos por qué Miss Oscu... miss Carey permanecía siempre en su habitación con la luz apagada. Usted ha estado hablando con ella esta tarde, dice. ¿Le ha explicado eso?
- Naturalmente. Cuando aquella tarde huyó del peligro, no se atrevió a volver a su apartamento, como ya saben ustedes. Thorber podía estar esperándola allí. Y sólo llevaba consigo veinte dólares, arreglándoselas para comprar una maleta barata y cuatro cosas que le permitirían pasar una semana; y cuando vino aquí, mistress Prandell, sólo le quedaban exactamente diez dólares. Ésa es la razón por la que sólo desayunaba.
- ¿Quiere usted decir que sólo era eso lo que ha estado tomando?
- Naturalmente. Salía a pasear por las proximidades para que usted no supiera que no había comido. Es demasiado orgullosa para dar a conocer una cosa así. Y para pedir prestados o robar quince centavos.
- ¿Quince centavos? - preguntó mistress Prandell, confusa -. ¿Para qué?
- Para comprar una bombilla - dijo mister Harry.
FIN