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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 164. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 168. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

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  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

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  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
    X
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
    ---------------------------------------------------
    Slide 1     Slide 2     Slide 3




















    Header

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    Guardar todas las imágenes
    Fijar "Guardar Imágenes"
    Desactivar "Guardar Imágenes"
    Dar Zoom a la Imagen
    Fijar Imagen de Fondo
    No fijar Imagen de Fondo
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    Colocar imagen en Header
    No colocar imagen en Header
    Mover imagen del Header
    Ocultar Mover imagen del Header
    Ver Imágenes del Header


    Imágenes Guardadas y Personales
    Desactivar Slide Ocultar Todo
    P
    S1
    S2
    S3
    B1
    B2
    B3
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    B19
    B20
    H

    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
    ● Activar Slide 3
    ● Desactivar Slide
    ● Desplazamiento Automático
    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


    ------------- POR CATEGORÍA ---------------




















    --------REVISTAS DINERS--------






















    --------REVISTAS SELECCIONES--------














































    IMAGEN PERSONAL



    En el recuadro ingresa la url de la imagen:









    Elige la sección de la página a cambiar imagen del fondo:

    BODY MAIN POST INFO

    SIDEBAR
    Widget 1 Widget 2 Widget 3
    Widget 4 Widget 5 Widget 6
    Widget 7














































































































    LA PIEDRA SAGRADA - OREGON 2 (Clive Cussler y Craig dirgo)

    Publicado en julio 04, 2010
    El capitán Juan Cabrillo y su equipo de élite han recibido un encargo de la CIA: encontrar un meteorito con un alto poder de destrucción hallado hace 1.000 años por un vikingo y convertido en objeto de culto. Dos peligrosos enemigos codician la piedra radiactiva, una organización terrorista árabe que pretende utilizarla para desencadenar una masacre en un concierto multitudinario en Londres, y un multimillonario que quiere vengar la muerte de su hijo, caído en Afganistán.

    Personajes

    Los miembros de la Corporación

    JUAN CABRILLO: director ejecutivo.
    MAX HANLEY: presidente.
    RICHARD TRUITT: vicepresidente de operaciones.

    La tripulación (por orden alfabético)

    GEORGE ADAMS: piloto de helicóptero.
    RICH BARRETT: cocinero.
    MONICA CRABTREE: coordinadora de abastecimiento y logística.
    CARL GANNON: operaciones especiales.
    CHUCK GUNDERSON, CANIJO: timonel.
    MICHAEL HALPERT: tesorero.
    CLIFF HORNSBY: operaciones generales.
    JULIA HUXLEY: oficial médico.
    PETER JONES: operaciones generales.
    HALI KASIM: experto en comunicaciones.
    LARRY KING: tirador.
    FRANKLIN LINCOLN: operaciones generales.
    BOB MEADOWS: operaciones generales.
    JUDY MICHAELS: piloto.
    MARK MURPHY: especialista en armamento.
    KEVIN NIXON: especialista en efectos especiales.
    TRACY PILSTON: piloto.
    SAM PRYOR: ingeniero mecánico.
    GUNTHER REINHOLT: ingeniero mecánico.
    TOM REYES: operaciones generales.
    LINDA ROSS: seguridad y vigilancia.
    EDDIE SENG: director de operaciones terrestres.
    ERIC STONE: jefe de la sala de control.


    Los demás

    JOHN ACKERMAN: arqueólogo que encuentra el meteorito en Groenlandia.
    ALEIMEIN ALJALIFA: terrorista que planea un ataque en Londres.
    SAUD ALSHEIK: funcionario de la Oficina de Compras saudí.
    AMAD: joven yemení que entregará la bomba.
    JAMES BENNETT: piloto que transporta el meteorito desde las islas Feroe a Inglaterra.
    DR. JACK BERG: médico de la CIA que obliga a hablar a Thompson.
    WOODY CAMPBELL: borracho en Groenlandia que le alquila a Cabrillo un tractor oruga.
    PATRICK COLGAN: oficial del ejército al mando del equipo encargado de recuperar en Riad las alfombras que los musulmanes utilizan en sus oraciones.
    MILOS COUSTAS: capitán del Larissa, el barco que transporta la bomba a Londres.
    THOMAS «TD» DWYER: científico de la CIA que descubre el peligro del meteorito.
    ERIK EL ROJO: legendario explorador.
    JOHN FLEMING: jefe del MI5.
    DEREK GOODLIN: dueño de un prostíbulo en Londres.
    HALIFAX HICKMAN: empresario multimillonario.
    CLAY HUGUES: asesino contratado para recuperar el meteorito en Groenlandia.
    CHRIS HUNT: teniente estadounidense muerto en Afganistán.
    MICHELLE HUNT: madre de Chris.
    ELTON JOHN: músico famoso.
    NABIL LABABITI: miembro de la célula terrorista que planea el atentado en Londres.
    ROGER LASSITER: agente de la CIA que lleva el meteorito a Maidenhead.
    MIKO «MIKE» NASUKI: astrónomo de la NOAA ayudante de Dwyer.
    MIKE NEILSEN: piloto.
    LANGSTON OVERHOLT IV: agente de la CIA que contrata a la Corporación.
    EL EMIR DE QATAR: líder de Qatar.
    BILLY JOE SHEA: dueño de un MG TC de 1947 que Cabrillo toma prestado para perseguir la bomba.
    WILLIAM SKUTTER: capitán de la fuerza aérea que dirige el equipo en Medina.
    SCOTT THOMPSON: operaciones generales.
    PIETER VANDERWALD: mercader de la muerte sudafricano.


    Prólogo

    Cincuenta mil años atrás, y a millones de kilómetros de la Tierra, un planeta se sacudía convulsivamente anunciando su destrucción. El planeta era antiguo pero desde sus orígenes llevaba la marca de la catástrofe: era un globo inestable, cuyos polos cambiaban constantemente de polaridad. No giraba alrededor de un eje como la Tierra, sino en una barrena cada vez más acusada debido al cambio de los polos, y por ello la roca fundida comenzó a extenderse como la lava de un volcán.
    El planeta consistía en una masa de roca y magma con un núcleo metálico. Se había ido formando a lo largo de millones de años y, a medida que se enfriaba, iba surgiendo una atmósfera. Las capas gaseosas estaban formadas por argón, helio y un pequeño porcentaje de hidrógeno. La vida nació en la superficie del planeta: un microbio muy primitivo.
    El planeta nunca había tenido la oportunidad de desarrollar formas de vida más estructuradas. Los microbios consumían moléculas de oxígeno para multiplicarse, y como consecuencia no había células capaces de evolucionar en la superficie y en la atmósfera. La superficie de roca comenzó a fundirse a medida que cada revolución alrededor de su sol la acercaba al terrible calor.
    Cada hora, cada minuto, cada segundo lo acercaban más a su sol, de modo que gradualmente perdió la corteza, como si la mano de Dios estuviese raspando su superficie con un cepillo de alambre.
    La caspa estelar lanzada a la atmósfera llegó al límite de la envoltura gaseosa, se calentó al rojo vivo con el calor del sol, y estalló con la fuerza de un millar de bombas nucleares. Arrastrados de nuevo hacia la superficie por la fuerza de la gravedad, los proyectiles destruyeron todavía más la frágil corteza.
    La extensión de corteza fundida aumentaba por momentos.
    Aparecían grandes grietas en la superficie y por las fracturas escapaban al espacio cantidades de roca fundida cada vez más grandes. Mientras tanto, el núcleo metálico del planeta aumentaba sin cesar. Entonces, súbitamente, ocurrió. Cedió una inmensa placa de roca en el lado más cercano al sol. Los polos cambiaron por última vez y el planeta comenzó a girar descontroladamente.
    Luego explotó.
    Millones de esferas de metal volaron al espacio y sus moléculas formaron nuevas estructuras mientras se fundían como el estaño con la llama de un soplete. Unas pocas consiguieron escapar del campo gravitatorio del sol, y a continuación iniciaron un largo viaje a través de las profundidades del espacio.

    Han pasado decenas de miles de años desde que explotó el planeta desconocido y sus fragmentos se dispersaron por el universo. Desde una gran distancia, los fragmentos que se acercaban parecían azules. Un trozo se convirtió en una esfera perfecta. Muchos fragmentos fueron arrastrados hacia las superficies de otros planetas, pero este viajó más lejos que el resto y cayó por casualidad en un planeta llamado Tierra.
    La solitaria esfera de metal entró en la atmósfera terrestre en una trayectoria baja de oeste a este. Se partió en la ionosfera y de él surgió una segunda esfera de metal puro más pequeña. El meteorito principal entró a la altura del paralelo treinta y cinco. A esta latitud, el planeta era seco y árido. La segunda, más pequeña y más liviana, fue atraída hacia el noroeste, en dirección al paralelo sesenta y dos, donde la superficie estaba cubierta de una capa de hielo y nieve.
    Dos entornos diferentes del mismo planeta produjeron diferentes resultados.
    El aerolito principal se transformó en una brillante esfera después de escupir a su vástago. Voló sobre la costa y continuó por encima del desierto en una trayectoria descendente.
    Con una velocidad de vértigo el proyectil de noventa metros de diámetro y sesenta y tres mil toneladas de níquel y hierro se estrelló contra la superficie poblada de cactos y abrió un agujero de mil quinientos metros de diámetro en la tierra seca. Se alzaron unas impresionantes nubes de polvo que comenzaron a envolver la Tierra. Pasarían meses antes de que el polvo descendiera de nuevo.
    El segundo era de un color gris plata. Los efectos de la explosión inicial y las transformaciones moleculares producidas mientras viajaba a través del espacio lo habían convertido en una esfera perfecta que parecía dos cúpulas geodésicas unidas.
    Al continuar su viaje hacia el planeta, se deslizó por el espacio silenciosamente. Su pulida superficie encontraba poca resistencia en la atmósfera terrestre, al contrario del aerolito principal. Bajó cada vez más, como una pelota de golf con mucho efecto.
    Al pasar sobre la costa de una isla cubierta de hielo, fue como si un imán atrajera la esfera hacia el suelo. Su diámetro era de cincuenta centímetros y pesaba unos cincuenta kilos.
    Al bajar hasta unos tres metros por encima de la nieve y el hielo, perdió la velocidad de avance mientras la frenaba la gravedad. El metal ardiente abrió un surco en la nieve y el hielo parecido al que deja una bola hecha por un niño para hacer un muñeco de nieve.
    Consumida su energía, disipado el calor, acabó posada en la base de una montaña cubierta de nieve.

     ¿Qué nos ha traído el infierno? preguntó el hombre en islandés al tiempo que tocaba el objeto con una vara.
    El hombre era bajo pero puro músculo, testimonio de años de rudo trabajo. La larga cabellera y la espesa barba de las mejillas eran de un color rojo como el de los fuegos del infierno.
    Unas gruesas pieles blancas cubrían el torso, y las calzas estaban hechas de piel de foca forrada con lana de oveja. Tenía un carácter irascible y, la verdad sea dicha, era poco más que un bárbaro. Expulsado de Islandia por asesinato en el año 982, había dirigido un grupo a través del mar helado hasta la isla cubierta de hielo donde vivían ahora. Durante los últimos dieciocho años había construido una colonia en la escarpada costa y sus pobladores habían vivido de la caza y la pesca. Pero había comenzado a aburrirse. El hombre, Erik el Rojo, añoraba explorar, dirigir, conquistar nuevas tierras.
    En el año 1000 partió con rumbo oeste para ver qué había en el interior.
    Le acompañaron once hombres, pero al cabo de cinco meses, cuando llegó la primavera, solo quedaban cinco. Dos habían caído en las grietas del hielo, y sus alaridos aún sonaban en los sueños de Erik. Uno había resbalado y se había partido el cráneo contra un saliente rocoso. Se había retorcido de dolor durante días, ciego y mudo hasta que una noche la muerte puso fin a su agonía. Otro había sido devorado por un enorme oso blanco cuando se aventuró lejos de la hoguera para buscar una corriente de agua dulce cuyo rumor juraba haber escuchado muy cerca.
    Dos habían muerto a consecuencia de unas fiebres y la tosferina, y los sobrevivientes se convencieron de que los acechaban unas fuerzas malignas. A medida que se reducían en número, el humor cambió drásticamente. El entusiasmo y la pasión que habían dominado a los hombres al principio, fueron reemplazados por el desánimo y el fatalismo.
    Era como si la expedición estuviese maldita y los hombres pagaran las consecuencias.
     Levanta la bola le ordenó Erik al miembro más joven de la expedición, el único que había nacido en la isla.
    El adolescente, Olaf el Finés, hijo de Olaf el Pescador, tenía miedo. La extraña bola gris descansaba sobre unas rocas como si la hubiese colocado allí la mano de un dios. No podía saber que el objeto había caído del cielo unos cuarenta y ocho mil años antes. Olaf se acercó a la bola cautelosamente. Todos los miembros del grupo conocían los arrebatos de cólera de Erik; en realidad, no había nadie en la isla que no conociera su leyenda. Erik no le estaba pidiendo, sino que le ordenaba, así que Olaf obedeció sin rechistar. Tragó saliva y se agachó.
    Las manos de Olaf tocaron el objeto; la superficie era suave y fría. Sintió que su corazón se detenía por una fracción de segundo, pero continuó. No obstante, no tenía la fuerza necesaria para levantarlosolo.
     Necesito ayuda.
     Tú dijo Erik, y señaló a otro hombre con su bastón.
    Gro el Matador, un hombre alto de cabellos rubios y ojos azul claro, dio tres pasos adelante y sujetó la bola por un lado.
    Esta vez, las fuerzas unidas les permitieron levantar la bola hasta la cintura. Luego miraron a Erik.
     Haced una eslinga con la piel del almizclado ordenó Erik. Lo llevaremos de nuevo a la cueva y construiremos un santuario.
    Sin decir nada más, Erik se alejó mientras los demás se ocupaban del hallazgo. Dos horas más tarde, la bola se encontraba a buen recaudo en el interior de la cueva. Erik comenzó a pensar en cómo sería el santuario para el objeto que ahora estaba seguro que había venido directamente de los dioses.

    Erik dejó a Olaf y Gro para vigilar al objeto celestial y él regresó a la colonia de la costa para traer más hombres y materiales. Una vez allí, se enteró de que su esposa había dado a luz un niño durante su ausencia. Le dio el nombre de Leif en honor de la primavera y después dejó a la madre que se encargara de criarlo. Con ochenta hombres más y las herramientas necesarias, marchó rumbo al norte. Se acercaba el verano y el sol alumbraba todo el día.

    Gro el Matador se volvió en su jergón de pieles y escupió unos pelos que se le habían metido en la boca.
    Pasó la mano por la piel de oso y vio con sorpresa cómo los pelos formaban una bola en su palma. Después miró la bola alumbrada por la luz de una antorcha sujeta en la pared, y decidió despertar al adolescente que dormía a un par de pasos más allá.
     Olaf, despierta. Es hora de levantarse.
    Olaf abrió los ojos y miró a su compañero. Tenía los ojos inyectados en sangre y la piel inflamada y escamosa. Tosió un par de veces, se sentó en el jergón y miró a Gro. A Gro se le había caído la mayor parte del pelo y su piel mostraba un color ceniciento.
     Gro dijo Olaf. Tu nariz.
    Gro se pasó el dorso de la mano por la nariz y vio el rojo de la sangre. La nariz le sangraba cada vez con mayor frecuencia. Se metió el pulgar y el índice en la boca para sujetar un diente que le dolía y se le quedó entre los dedos. Lo arrojó al suelo y se levantó.
     Coceré las bayas.
    Echó un par de trozos de leña en los rescoldos, avivó las llamas y después abrió la bolsa de piel de foca donde guardaban las bayas que hervían para obtener un líquido amargo que les servía de desayuno. Salió de la cueva y llenó una pequeña olla de hierro con el agua que chorreaba de un glaciar.
    Antes de introducirse de nuevo en la cueva se detuvo para mirar las marcas que trazaban junto a la entrada. Dos o tres marcas y llegaría Erik el Rojo. Dentro se encontró con que Olaf solo se había puesto los pantalones de cuero. El muchacho se rascaba la espalda con una rama, y las escamas de piel caían al suelo con la suavidad de la primera nevada del invierno. En cuanto se alivió del picor, recogió la camisa que había dejado sobre una piedra y se la puso.
     Algo nos está pasando afirmó Olaf. Cada día estamos más enfermos.
     Quizá sea el aire viciado de la cueva opinó Gro en voz baja mientras ponía la olla en el fuego.
     Yo creo que es eso. Olaf señaló la bola. Creo que está poseída.
     Podríamos dejar la cueva y montar una tienda en el exterior sugirió Gro.
     Erik nos ordenó que nos quedáramos dentro. Si regresa y ve que le hemos desobedecido, es capaz de matarnos.
     Miré las marcas dijo Gro. Estará de regreso dentro de tres días, no más.
     Podríamos montar guardia y en cuanto veamos que llega, desmontar la tienda y volver adentro antes de que nos sorprenda.
    Gro removió las bayas que cocían en la olla.
     Una muerte súbita o la enfermedad. Creo que es mejor evitar lo que sabemos en lugar de protegernos de lo que pudiera pasar.
     Unos pocos días más dijo Olaf.
     Unos pocos días más repitió Gro. Metió un cucharón en la olla, llenó dos cuencos con la infusión de bayas y le dio uno a Olaf.

    Había cuatro marcas más junto a la entrada de la cueva cuando regresó Erik el Rojo.
     Tenéis tosferina dijo en cuanto vio el estado de los dos hombres. No quiero que contagiéis a los demás. Regresad a la colonia pero alojaos en la cabaña que está al norte.
    Olaf. y Gro emprendieron el camino de regreso a la mañana siguiente, pero nunca llegaron a la colonia.
    Olaf fue el primero en morir. Su corazón debilitado dejó de latir sin más al tercer día. Gro no duró mucho más. Cuando ya no pudo caminar, acampó. Las bestias no tardaron en aparecer. Lo que no se comieron inmediatamente se lo llevaron los carnívoros y no quedó ni rastro de Gro.

    Erik esperó a que se marcharan los enfermos antes de reunir a los hombres que había traído de la colonia. En el suelo de la cueva dibujó con una vara el plano de lo que quería construir.
    El plan era ambicioso, pero un regalo de los dioses era algo que no se podía tratar a la ligera.
    El primer paso fue saber las dimensiones de la cueva. Se extendía por el interior de la montaña poco más de un kilómetro y medio y la temperatura aumentaba a medida que la cueva descendía. Encontraron un lago de agua dulce en las profundidades, con estalactitas y estalagmitas.
    Erik envió varios grupos a la costa para buscar troncos y ramas en la playa; con ellos construirían las escaleras que les permitieran bajar y subir por los diferentes niveles mientras otros se encargaban de cortar escalones en la roca. Hicieron puertas con piedras talladas para ocultar el objeto de aquellos que quisieran aprovecharse de su poder. Tallaron estatuas y runas en las paredes y abrieron unos respiraderos para renovar el aire en el interior y tener luz. Erik supervisaba los trabajos desde la colonia. Solo de vez en cuando visitaba la cueva. Le bastaba con la visión que tenía en su mente.
    Los hombres enfermaban, morían, y los reemplazaban otros.
    Cuando acabaron los trabajos, Erik el Rojo había diezmado la población y la colonia nunca más se recuperó. Su hijo, Leif, visitó la cueva solo una vez.
    Erik ordenó que sellaran la entrada, y el objeto quedó allí para que lo encontraran las generaciones futuras.




    PRIMERA PARTE


    1

    El teniente Chris Hunt pocas veces hablaba de su pasado, pero los hombres con los que servía habían reunido unas cuantas pistas a partir de su comportamiento. La primera, que Hunt no se había criado en algún lugar perdido del campo y que se había alistado en el ejército para conocer mundo. Era del sur de California, y, si le insistían, Hunt decía que se había criado en la zona de Los Ángeles, aunque estaba poco dispuesto a revelar que había crecido en Beverly Hills. La segunda cosa que los hombres advirtieron fue que Hunt era un líder natural; no era condescendiente ni se daba aires de superioridad, pero tampoco ocultaba el hecho de que era capaz e inteligente.
    La tercera la acababan de descubrir los hombres.
    Soplaba un viento helado de las montañas que barría el valle afgano donde el pelotón al mando de Hunt estaba levantando el campamento. Hunt y otros tres soldados renegaban con la tienda que estaban plegando. Mientras los hombres unían los extremos a lo largo, el sargento Tom Agnes decidió preguntarle si era verdad un rumor que había escuchado. Hunt le dio un lado de la tienda para que Agnes pudiera doblarla por la mitad.
     Señor, corre el rumor de que se licenció en la Universidad de Yale preguntó Agnes. ¿Es verdad?
    Todos los hombres llevaban gafas para la nieve pero Agnes estaba lo bastante cerca como para ver los ojos del teniente. Vio la sorpresa seguida por la resignación. Después Hunt sonrió.
     Ah, han descubierto mi terrible secreto respondió en voz baja.
    Agnes asintió mientras plegaba la tienda por la mitad.
     No es precisamente un semillero para el reclutamiento militar.
     George Bush estudió allídijo Hunt. Fue piloto de la marina.
     Creía que había estado en la Guardia Nacional señaló el especialista Jesús Herrera, que cogió la tienda de manos de Agnes.
     George Bush padre explicó Hunt. Nuestro presidente también se licenció en Yale, y sí, fue piloto en la Guardia Nacional.
     Yale repitió Agnes. Si no le importa que se lo pregunte, ¿cómo acabó aquí?
    Hunt se quitó la nieve de los guantes.
     Me ofrecí voluntario. Lo mismo que usted.
    Agnes asintió.
     Acabemos de levantar el campamento añadió Hunt.
    Señaló la montaña más cercana, y subamos allá arriba para encontrar al cabrón que atacó a Estados Unidos.
     Sí, señor respondieron los hombres al unísono.
    Diez minutos más tarde, con las mochilas de veinticinco kilos a la espalda, comenzaron la ascensión a la montaña.

    En una ciudad donde abundaban las mujeres hermosas, Michelle Hunt a sus cuarenta y nueve años aún hacía que los hombres se volvieran para mirarla. Alta, con los cabellos color avellana y los ojos azul verdoso, tenía una figura que no necesitaba de una dieta permanente y de horas de gimnasia para mantenerse. Tenía los labios carnosos y unos dientes perfectos, pero eran sus ojos de gacela y la piel inmaculada los que causaban la mayor impresión visual. Si bien era una belleza, eso era algo tan común en el sur de California como el sol y los terremotos.
    La atracción que Michelle ejercía en los demás era algo que no se podía crear con el bisturí del cirujano, los vestidos o la manicura, ni lograr con la ambición o los cambios. Michelle tenía aquello que hacía que gustara tanto a hombres como a mujeres y que todos desearan estar con ella: era una mujer feliz, alegre y positiva. Michelle Hunt era ella misma, y por ello acudían a ella como al panal de rica miel.
     Sam le dijo al pintor que acababa de pintar las paredes de su galería de arte, un trabajo perfecto.
    Sam tenía treinta y ocho años y se ruborizó.
     Sabe que siempre hago lo mejor para usted, señorita Hunt.
    Sam le había pintado la galería cuando la había inaugurado cinco años antes, la casa de Beverly Hills, el apartamento en el lago Tahoe y ahora esta remodelación. En todas las ocasiones, ella había hecho que se sintiera valorado por la calidad de su trabajo.
     ¿Quiere una botella de agua o una gaseosa? le preguntó ella.
     No, muchas gracias.
    En aquel momento uno de los empleados le avisó desde la recepción que tenía una llamada. Michelle sonrió, se despidió con un gesto, y se alejó para atender la llamada.
     Es toda una señora murmuró Sam. Una auténtica dama.
    Mientras caminaba hacia el vestíbulo de la galería, donde estaba su mesa, que daba a Rodeo Drive, Michelle vio que entraba uno de los artistas de la galería. Aquí también su encanto la había recompensado generosamente. Los artistas son personas quisquillosas y temperamentales, pero adoraban a Michelle y en contadas ocasiones alguno había decidido cambiar de galería. Esto sumado al hecho de que había puesto su negocio en marcha con todo el capital necesario había contribuido en gran medida a sus años de éxito.
     Sabía que hoy sería un gran día le comentó al hombre barbudo. Lo que no sabía era que mi artista preferido me haría una visita.
    El hombre sonrió.
     Permíteme que atienda una llamada y hablaremos.
    Su ayudante acompañó al artista hasta el pequeño bar en un lado del vestíbulo y mientras el hombre se sentaba en uno de los cómodos sofás, se ocupó de prepararle un capuchino.
    Michelle, por su parte, se sentó en su silla y cogió el teléfono.
     Michelle Hunt.
     Soy yo dijo una voz ronca.
    Era una voz que no necesitaba presentarse. Michelle se había enamorado locamente cuando era una muchacha de veintiún años, recién llegada de Minnesota, en busca de una nueva vida de diversión y sol en la California de los ochenta. Había sido una relación esporádica, debido tanto a la incapacidad de él para aceptar una relación estable como por sus frecuentes y largas ausencias por cuestiones de negocios. Ella había tenido a su hijo a los veinticuatro, y a pesar de que el apellido del padre no figuraba en la partida de nacimiento ni Michelle y él habían llegado a vivir juntos antes o después habían seguido ligados, al menos todo lo que el hombre permitía.
     ¿Cómo estás? preguntó Michelle.
     Bien.
     ¿Dónde estás?
    Era la pregunta habitual que ella le hacía para romper el hielo. A lo largo de los años las respuestas habían abarcado desde Osaka a París pasando por Tahití y Perú.
     Espera un momento dijo él con toda naturalidad.
    Consultó el mapa colocado en el tabique de la cabina de su jet. A setecientos treinta kilómetros de Honolulú, camino de Vancouver, en la Columbia Británica.
     ¿Vas a esquiar? preguntó ella. Era un deporte que habían practicado juntos.
     Estoy construyendo un rascacielos respondió.
     Siempre en las alturas.
     Es verdad. Michelle, te llamo porque me he enterado que a nuestro chico lo han enviado a Afganistán explicó en voz baja.
    Michelle lo ignoraba. El despliegue era todavía un secreto y Chris no había podido decirle el destino cuando había embarcado.
     Dios exclamó, eso no es bueno.
     Estaba seguro de que lo dirías.
     ¿Cómo lo has averiguado? Siempre me asombra tu capacidad para conseguir información.
     No es ninguna magia afirmó el hombre. Tengo a tantos senadores y demás políticos en el bolsillo que tendré que comprarme pantalones más grandes.
     ¿Sabes algo de cómo le va?
     Por lo que me han dicho, la misión está resultando más difícil de lo que creía el presidente. Al parecer Chris está al mando de un pelotón encargado de localizar y eliminar a los malos. Hasta ahora solo han tenido unos contactos limitados, pero mis fuentes afirman que es una tarea dura y muy peligrosa. No te sorprendas si no te llama durante un tiempo.
     Temo por él afirmó Michelle.
     ¿Quieres que intervenga? preguntó el hombre. ¿Que lo saquen y lo traigan a casa?
     Creía que te había hecho prometer que no lo harías.
     Así es admitió el hombre.
     Entonces no lo hagas.
     Te llamaré cuando sepa algo más.
     ¿Aparecerás por aquí en algún momento?
     Te llamaré si puedo escaparme contestó él. Tengo que cortar. Hay descargas estáticas en la transmisión. Quizá sean las manchas solares.
     Ruega para que nuestro chico esté sano y salvo le pidió Michelle.
     Quizá haga algo más que rezar manifestó el hombre y cortó.
    Michelle colgó el teléfono y se reclinó en la silla. Su antiguo novio no era de los que solían mostrarse preocupados o temerosos. Así y todo, la preocupación por su hijo había sido evidente. Solo podía rogar que la preocupación resultara injustificada y que Chris regresara cuanto antes.
    Se levantó de la silla y fue a reunirse con el artista.
     Dime que tienes algo muy bueno dijo con un tono alegre.
     Afuera en la furgoneta respondió el artista. Creo que te encantará.

    Cuatro horas después del amanecer, a una altura de trescientos metros por encima del campamento donde había pasado la noche, el pelotón de Hunt se encontró con un enemigo implacable. El ataque llegó desde un grupo de cuevas un poco más arriba y el este, y fue como un tromba de plomo. Fusiles, lanzagranadas, morteros, armas de mano. Todos disparando a la vez. El enemigo había dinamitado la ladera para provocar aludes y cuando los hombres de Hunt buscaron refugio se encontraron con un campo de minas.
    La meta del enemigo era acabar con el pelotón de Hunt en cuestión de minutos y poco les iba a faltar.
    Hunt había buscado refugio detrás de unos peñascos. Las balas rebotaban en las piedras por todas partes, y la lluvia de esquirlas hería a sus hombres. No había ningún lugar donde ocultarse, era imposible avanzar y una avalancha les había cortado la retirada.
     ¡Radio! gritó Hunt.
    La mitad de su pelotón estaba veinte metros más adelante, y otro cuarto delante y a la izquierda. Afortunadamente, el operador de radio estaba cerca del teniente. El hombre se arrastró hacia Hunt de espaldas para proteger la radio. Recibió una herida en la rodilla cuando se esforzaba en levantar la pierna para empujarse. Hunt lo ayudó a ponerse a cubierto.
     ¡Antencio! le gritó a un soldado que estaba a unos pasos. Atiende la herida de Lassiter.
    Antencio se acercó rápidamente y comenzó a cortar la pernera del pantalón del radio operador. Vio que la herida no era profunda y le vendó la rodilla mientras Hunt encendía la radio y giraba el dial.
     Te pondrás bien, Lassiter le dijo al radio operador. Voy a pedir que nos envíen apoyo aéreo inmediatamente. Te evacuaremos en cuestión de minutos.
    El miedo en los rostros de los soldados era evidente. La mayoría de ellos, y también Hunt, era la primera vez que entraba en combate. Pero él era el jefe, debía tomar el control y hacer un plan.
     Control, Control, aquí Avance Tres gritó Hunt en el micrófono. Necesito apoyo positivo, posición tres cero uno ocho. Estamos recibiendo fuego graneado.
     Avance Tres respondió una voz inmediatamente. Informe de la situación.
     Nos tienen clavados informó Hunt. Dominan las alturas. Situación crítica.
    Hunt miró ladera arriba mientras hablaba. Una docena de hombres barbudos vestidos con túnicas bajaban por la ladera.
     Abrid fuego le gritó a los soldados que estaban en la posición avanzada. Los soldados abrieron fuego a discreción.
     Avance Tres, tenemos un Spectre a dos minutos y acercándose. Cuatro helicópteros, dos de transporte y dos artilleros, despegarán en tres. Tardarán diez minutos en llegar a su posición.
    Hunt escuchó el tronar de los motores del avión que se acercaba por el cañón a varios kilómetros por debajo de ellos.
    Espió por un lado del peñasco y vio a ocho atacantes que continuaban avanzando por la ladera. Se irguió para disparar el lanzagranadas. Se escuchó un aullido cuando el proyectil voló por el aire y luego la explosión. Disparó varias ráfagas con su fusil automático.
     Avance Tres, confirme.
     Avance Tres, afirmativo respondió el teniente.
    Donde antes había habido ocho ahora solo quedaban cuatro. Estaban a solo veinte metros de la posición avanzada.
    Hunt caló la bayoneta. El grupo avanzado parecía estar paralizado. Eran jóvenes, novatos, y estaban a punto de ser arrollados. Un mortero estalló muy cerca de los peñascos. Una lluvia de metralla barrió la zona. Desde otra posición elevada, un segundo grupo se lanzó al ataque. Hunt se levantó y comenzó a disparar. Cruzó a la carrera los veinte metros que lo separaban de sus hombres para ir a enfrentarse al enemigo.
    Mató a tres, al último con la bayoneta porque había vaciado el cargador. Desenfundó la pistola y remató al caído. Luego se tumbó en el suelo, puso un cargador nuevo y abrió fuego.
     Atrás le ordenó a sus hombres. A los peñascos.
    Los soldados se retiraron de dos en dos a la relativa seguridad ofrecida por los peñascos en la retaguardia, mientras sus compañeros continuaban disparando para cubrirlos. El enemigo estaba drogado con opio, fervor religioso y el jugo de las hojas de khat que masticaban. La ladera estaba teñida con la sangre de sus camaradas caídos, pero continuaban avanzando.
     Avance Tres sonó una voz en la radio.
    Antencio atendió la llamada.
     Aquí Avance Tres. Nuestro jefe no está disponible. Soy el especialista 367.
     Hemos localizado un B52 en otro objetivo comunicó la voz. Acude a su posición.
     Copiado. Informaré al teniente.
    Pero Antencio nunca tuvo la oportunidad de transmitir el mensaje.
    Solo Hunt y un sargento veterano quedaban en la posición avanzada cuando apareció el AC130. Un segundo más tarde, abrió fuego con los cañones de 25, 40, y 105 milímetros.
    El sargento conocía la potencia de fuego de los Spectre, y no perdió el tiempo.
     Retrocedamos, señor le gritó a Hunt. Nos cubrirán durante unos segundos.
     Corra, corra, corra replicó Hunt, al tiempo que empujaba al sargento para que se retirara. Yo lo sigo.
    El Spectre se desplazó lateralmente como consecuencia del retroceso de las armas. Unos segundos más tarde el piloto tomó altura y dio la vuelta para realizar otra pasada por el angosto cañón. Mientras el aparato acababa la vuelta y se alineaba para la segunda pasada, siete atacantes continuaban con el avance. Hunt cubrió la retirada del sargento.
    Mató a cinco enemigos con una granada y fuego graneado.
    Pero dos consiguieron acercarse a la posición del teniente.
    Uno lo alcanzó con un disparo en un hombro cuando se volvía para retirarse.
    El segundo lo degolló con un puñal corvo.
    El piloto del AC130 vio cómo mataban a Hunt cuando iniciaba la pasada y lo comunicó a los otros pilotos. También lo vieron los soldados; la visión les hizo olvidar el miedo y se sintieron dominados por la rabia. Mientras el AC130 iniciaba el ataque, los soldados salieron de detrás de los peñascos y cargaron contra un nuevo grupo de atacantes que acababan de salir de una de las cuevas y avanzaban ladera abajo. Avanzaron en formación, llegaron hasta donde estaba el teniente y formaron un anillo defensivo alrededor de su cuerpo. Esperaron el avance enemigo, pero como por arte de magia, o quizá al darse cuenta de la furia de las tropas norteamericanas, los atacantes dieron media vuelta y se retiraron.

    A seis mil metros de altura y a menos de diez minutos del objetivo, el piloto del B52 cerró el micro y lo dejó en la horquilla.
     ¿Los habéis escuchado? preguntó en voz baja a la tripulación por el intercomunicador.
    El silencio interrumpido solo por el ruido de los ocho motores siguió a la pregunta. El piloto no necesitaba escuchar la respuesta; sabía que todos lo habían escuchado.
     Vamos a convertir la montaña en polvo añadió. Cuando el enemigo venga a recoger sus cadáveres, quiero que tengan que recogerlos con una escoba.

    Cuatro minutos más tarde llegaron los helicópteros para rescatar a Avance Tres. Cargaron a los heridos y el cadáver de Hunt en el primer Blackhawk. El resto del pelotón subió al segundo. Luego, los helicópteros artilleros y el AC130 comenzaron a disparar y bombardear la ladera. Poco después se sumó el B52. La sangre corrió por la ladera y el enemigo fue aniquilado. Pero la demostración de fuerza llegó demasiado tarde para el teniente Hunt.
    Pasado el tiempo, solo el deseo de venganza recordaría su muerte.
    Tendrían que pasar años antes de que se aplacara.




    2

    El Oregon estaba atracado en un muelle de Reikiavik, Islandia, las amarras bien sujetas en los noráis. En el puerto había toda clase de embarcaciones: pesqueros de altura, buques factoría, pequeños cruceros, lanchas de recreo y, algo poco habitual en Islandia, unos cuantos yates transoceánicos. Los pesqueros formaban parte de la principal industria islandesa: la pesca; los yates estaban porque se estaba celebrando la cumbre árabe de paz.
    El Oregon parecía más un cascajo que un mercante en servicio. El barco, de unos ciento setenta metros de eslora, parecía aguantarse entero gracias al óxido. Las cubiertas estaban llenas de desechos, el casco y la superestructura estaban pintadas con pinturas de todos los colores, y la grúa central parecía estar a punto de caer al agua en cualquier momento.
    Pero la apariencia del Oregon no era más que un engaño.
    El óxido era una pintura especial que absorbía las ondas de radar y le permitía desaparecer de las pantallas como un espectro, los desechos en las cubiertas no eran más que puro decorado. Las grúas funcionaban perfectamente; dos se utilizaban como tal, otras eran antenas de radio, y el resto ocultaban las plataformas de lanzamiento de misiles. Bajo cubierta, el alojamiento rivalizaba con los mejores yates. Grandes y lujosos camarotes, un centro de mando y comunicaciones con los más modernos adelantos tecnológicos, un helicóptero, lanchas y un taller completo. El comedor y la cocina no tenían nada que envidiarle a los mejores restaurantes. La enfermería estaba mejor equipada que muchos hospitales. Dotado con dos motores de propulsión magnetohidrodinámica, el barco podía correr como guepardo y virar como un coche de carreras. La nave no podía estar más lejos de lo que indicaba la apariencia exterior.
    El Oregon era una máquina de guerra de alta tecnología y estaba tripulada por personas sumamente capacitadas.
    La Corporación, que era propietaria del Oregon, estaba formada por antiguos militares y agentes de inteligencia que se alquilaban a los gobiernos e individuos que necesitaban de unos servicios especializados. Formaban un ejército privado de mercenarios con conciencia. El gobierno estadounidense los contrataba a menudo para realizar misiones secretas porque estaban fuera del control del congreso, y los socios se movían en un mundo oscuro, sin protección diplomática ni reconocimiento gubernamental.
    La Corporación era una fuerza que se alquilaba, pero seleccionaba a sus clientes con mucho cuidado.
    Durante la semana pasada había estado en Islandia para ocuparse de la seguridad del emir de Qatar, que asistía a la cumbre. Islandia había sido seleccionada para albergar las reuniones por varias razones. El país era pequeño, la población de Reikiavik rondaba los cien mil habitantes, y eso simplificaba los problemas de seguridad. La población era homogénea, y eso hacía que los extranjeros destacaran como zorros en un gallinero, algo que facilitaba la detección de cualquier intento terrorista de perturbar las reuniones. Por último, Islandia se vanagloriaba de tener el parlamento electo más antiguo en el mundo. El país vivía en democracia desde hacía siglos.
    La agenda de las reuniones, que durarían toda la semana, incluía la ocupación de Irak, la situación en Israel y Palestina y la expansión de terrorismo fundamentalista. Si bien la cumbre no contaba con los auspicios de Naciones Unidas o de ningún otro organismo internacional, los líderes presentes tenían claro que se adoptaría una política común y se decidirían las acciones a tomar.
    Había delegados de Rusia, Francia, Alemania, Egipto, Jordania y otros países de Oriente Próximo; Israel, Siria e Irán habían declinado la invitación. Estados Unidos, Gran Bretaña y Polonia, como aliados en Irak estaban presentes, y también un grupo de naciones más pequeñas. Casi dos docenas de embajadores, acompañados por sus respectivas delegaciones, además de agentes de inteligencia y seguridad habían llegado a la capital de Islandia como una nube de mosquitos en plena noche. Como la población era pequeña, los numerosos espías y agentes de seguridad eran tan obvios para los ciudadanos de Reikiavik como si fuesen por la calle vestidos con biquinis en pleno invierno. Los islandeses tenían la piel blanca, los cabellos rubios y los ojos azules, características difíciles de imitar si se pretendía confundirse con los lugareños.
    Reikiavik es una ciudad de edificios bajos y casas pintadas con brillantes colores que destaca en la nieve como los ornamentos de un árbol de Navidad. El edificio más alto, la iglesia de Hallgrimskirkja, solo tenía unos pocos pisos de altura, y las columnas de vapor de las fuentes geotermales que calentaban las casas y los edificios públicos daban al panorama un aspecto surrealista. El ácido sulfhídrico de las fuentes hacía que el aire estuviese impregnado de un leve olor a huevos podridos.
    Reikiavik se agrupa alrededor del puerto libre de hielo durante todo el año, que alberga la flota pesquera, soporte básico de la economía nacional. En contraste con el nombre del país, la temperatura en invierno es más templada que la de Nueva York. Los ciudadanos de Islandia son muy sanos y aparentemente felices. La felicidad se debe a un estado mental positivo y la salud a la abundancia de fuentes termales.
    Las reuniones de la cumbre árabe tenían lugar en el Hofoi, la mansión que ahora era de uso público y que había sido escenario del encuentro entre Mijail Gorbachev y Ronald Reagan en 1986. Hofoi estaba a poco más de un kilómetro del amarre del Oregon, una ubicación que facilitaba las tareas de seguridad.
    Qatar había contratado a la Corporación en el pasado, y mantenía con ella una relación muy cordial.

    Como una deferencia a los participantes cristianos de la cumbre, no habría reuniones el día de Navidad, así que en la cocina del Oregon un trío de cocineros estaban dando los toques finales a los manjares. El plato principal estaba en el horno: doce grandes pavos a las tres carnes. El plato, el preferido de la tripulación, consistía en pequeños pollos deshuesados rellenos con harina de maíz y salvia, metidos en patos deshuesados con un relleno de pan y especias, que a su vez eran el relleno de los pavos deshuesados junto con otro relleno de ostras y castañas. Cuando se trinchaban los pavos, los trozos mostrarían el trío de carnes.
    Las bandejas con los acompañamientos ya estaban en las mesas: zanahorias confitadas, apio, escalonias, rábanos y calabacines en juliana. Había boles de frutos secos, frutas, quesos y galletas. Bandejas de patas de cangrejo, ostras y trozos de langosta. Tres clases de sopa; ensalada verde, de gelatina y Waldorf; un plato de pescado; bandeja de quesos; pasteles de carne, calabaza, manzana y arándanos; vino; oporto; licores y café Jamaica Blue Mountain.
    Nadie de la tripulación se quedaría con hambre.
    En su suntuoso camarote Juan Cabrillo se secó el pelo, se afeitó y se hizo un masaje en las mejillas con una loción para después del afeitado de ron de laurel. El pelo rubio, cortado muy corto, requería pocos cuidados, pero en las últimas semanas se había dejado crecer una perilla, que ahora recortó con mucho cuidado. Satisfecho con su trabajo, se miró en el espejo y sonrió. Tenía buen aspecto: descansado, saludable, contento.
    Salió del baño para escoger el vestuario. Se decidió por una camisa blanca almidonada, un traje gris hecho a medida en Londres, una corbata de seda a rayas rojas y azules, calcetines de lana grises y unos mocasines con borlas negras Cole Haan.
    Después comenzó a vestirse.
    Mientras se hacía el nudo de la corbata, comprobó si faltaba algún detalle y, satisfecho, salió del camarote y caminó por el pasillo hacia el ascensor. Hacía unas pocas horas que el equipo se había enterado de una amenaza contra la vida del emir.
    Ahora se había puesto en marcha un plan que, si tenía éxito, mataría a dos pájaros de un tiro.
    Solo les quedaba por localizar una bomba nuclear que se había extraviado al otro lado del mundo para que el año acabara con una nota positiva. Cabrillo no podía saber que al cabo de veinticuatro horas estaría viajando a través de un desierto helado en dirección este, o que el destino de una ciudad junto a un río estaría en juego.




    3

    En contraste con el calor y la jovialidad a bordo del Oregon, la escena en el remoto campamento cerca del monte Forel, un poco más allá del círculo polar ártico, en Groenlandia, era más apagada. Fuera de la cueva aullaba el viento y la temperatura era de diez grados bajo cero sin tener en cuenta la sensación térmica. Era el nonagésimo primer día de la expedición, y el entusiasmo y la emoción se habían agotado hacía tiempo. John Ackerman estaba cansado, desalentado y absolutamente solo con su amarga sensación de derrota.
    Ackerman estaba haciendo el doctorado en antropología en la Universidad de Nevada, en Las Vegas, y el entorno estaba tan alejado del desierto como lo estaba una montaña submarina de un loro. Los tres ayudantes de la universidad se habían marchado a casa en cuanto había acabado el semestre y los reemplazos no llegarían hasta al cabo de dos semanas. A decir verdad, Ackerman también tendría que haberse tomado un descanso, pero era un hombre poseído por un sueño.
    Desde el momento en que había encontrado la oscura referencia a la Cueva de los Dioses mientras escribía su tesis doctoral sobre Erik el Rojo, se había sentido impulsado a ser el primero en encontrarla. Quizá la historia no fuera más que un mito, pensó Ackerman, pero si existía quería que su nombre, y no el de algún usurpador, apareciera asociado con el descubrimiento.
    Removió las judías que calentaba en la cocina instalada en la tienda que había cerca de la entrada de la cueva. Estaba seguro por la descripción que había traducido de que esta era la cueva que Erik había mencionado en su lecho de muerte pero, a pesar de meses de esfuerzos, aún tenían que traspasar la impenetrable pared que estaba a seis metros de la entrada. El y los demás habían revisado cada centímetro de las paredes y el suelo sin encontrar absolutamente nada. La cueva parecía haber sido construida por la mano del hombre, pero Ackerman no tenía una certeza total.
    Al ver que las judías calentaban sin problemas, asomó la cabeza para comprobar que el viento no se había llevado la antena de su teléfono vía satélite. Seguía allí, así que se dedicó a leer los correos electrónicos. Ackerman se había olvidado de que era Navidad, pero los saludos de sus amigos y familiares se lo recordaron. Mientras respondía a los mensajes, le dominó la tristeza. Era un día de fiesta, en el que la mayoría de los estadounidenses estarían con la familia y los amigos, mientras él estaba en medio de la nada, solo y dedicado a perseguir un sueño que ya no creía realmente que existiese.
    Poco a poco, la tristeza se convirtió en rabia. Se olvidó de las judías, cogió una lámpara Coleman de la mesa y caminó hasta el fondo de la cueva. Allí se detuvo, maldiciendo por lo bajo el curso de las acciones que lo habían llevado hasta este desierto de hielo en la más sagrada de las noches. Todos los exámenes microscópicos y el paciente limpiar con los pinceles no habían servido en absoluto.
    Aquí no había nada; todo era un fracaso. Al día siguiente comenzaría a levantar el campamento, cargaría la tienda y los suministros en el trineo enganchado a la moto de nieve y después, en cuando el tiempo aclarara un poco, se iría a la ciudad más cercana, Angmagssalik, a unos ciento sesenta kilómetros de distancia.
    La Cueva de los Dioses seguiría siendo un mito.
    Dominado por un súbito ataque de furia, gritó una maldición, movió la lámpara en un arco y la soltó cuando apuntaba al techo. La lámpara voló por el aire y se estrelló contra el techo de piedra. La pantalla de cristal se hizo añicos y el combustible ardiendo empapó el techo y se derramó por el suelo.
    Entonces repentinamente, como por arte de magia, las llamas ascendieron como si hubiesen sido succionadas por unas grietas. Vio cómo el combustible desaparecía por cuatro grietas que formaban un cuadrado.
    «El techo de la cueva pensó Ackerman. Nunca hemos revisado el techo de la cueva».
    Corrió a la entrada, abrió un cajón de madera y sacó los delgados tubos de aluminio que habían utilizado para montar una parrilla en el suelo cuando hacían las exploraciones arqueológicas. Desarmados, cada uno medía un metro veinte de largo. Ackerman buscó en una bolsa de suministros, encontró un rollo de celo y lo utilizó para unir los tubos hasta conseguir una pértiga. Sujetó la pértiga como si fuese una jabalina y volvió al interior de la cueva.
    La lámpara rota yacía en el suelo, encendida, con el depósito abollado y sin la pantalla, pero aún daba luz. Miró el techo y vio que el hollín del combustible había dejado la marca apenas visible de un cuadrado.
    Apoyó el extremo de la pértiga en uno de los lados y empujó.
    La delgada piedra que tapaba el hueco había sido construida con los bordes en ángulo. En cuanto Ackerman hizo presión, se deslizó sobre unas antiguas espigas de madera con la misma facilidad que una persiana en un carril engrasado.
    Entonces, en cuanto acabó de abrirse, cayó una escala hecha con tiras de piel de morsa trenzadas.
    Ackerman la miró, atónito. Después apagó la lámpara, fue hasta la tienda y vio que las judías hervían. Las apartó del fuego y luego buscó una linterna, una cuerda, la cámara digital y recogió unas cuantas provisiones por si se quedaba encerrado.
    Preparado, volvió al fondo de la cueva, apoyó un pie en el primer peldaño y subió hacia su destino.
    En cuanto atravesó la abertura, fue como si hubiese entrado en un ático. Aquí estaba la verdadera cueva. La de abajo, que él y los estudiantes habían explorado con tanta atención, no era más que un decorado muy bien construido. Encendió la linterna y caminó como si fuese hacia la salida de la cueva inferior. Más o menos a la misma distancia, Ackerman encontró un montón de piedras que simulaban un corrimiento natural. Más tarde se ocuparía de quitar las piedras y contemplar la extensión helada, pero por ahora, y durante unos cuantos siglos, la avalancha simulada había guardado los secretos de la cueva.
    Solo el azar le había permitido descubrir el ardid que hasta entonces lo había tenido engañado.
    Se apartó del montón de piedras, caminó hasta el agujero y dejó caer al suelo un extremo de la cuerda. Luego, al tiempo que iba soltando la cuerda con mucho cuidado, continuó la marcha con la linterna por encima de la cabeza.
    Las paredes estaban adornadas con pinturas rupestres de cazadores, animales muertos y naves en viaje a tierras lejanas.
    Ackerman comprendió que habían sido muchos los hombres que a lo largo de años habían vivido en el recinto. La cueva se ensanchó y la luz alumbró unos nichos que parecían literas donde, bien conservados por el frío, había pieles y cueros. Los habían abierto en la roca como si fueran camastros para mineros. Caminó por un pasaje paralelo a la zona de descanso donde había varios ramales cortos que conducían a otra cueva ennegrecida por el humo de las hogueras utilizadas para cocinar.
    Las mesas rústicas, traídas pieza a pieza para después montarlas en el lugar, estaban dispuestas en un comedor con el techo muy alto. Ackerman alumbró las paredes y vio los cuencos llenos de aceite de ballena, todavía con las mechas; que habían iluminado el lugar.
    Calculó que había sitio para unos cien hombres.
    El arqueólogo olió el aire y lo encontró fresco. Notó una muy leve corriente de aire. Pensó que seguramente los hombres de Erik el Rojo había descubierto la manera de horadar la piedra para hacer conductos de ventilación y crear un sistema de corrientes que barrieran el aire viciado y los olores. Más allá del comedor había una habitación pequeña con recipientes de piedra que parecían abrevaderos adosados a las paredes.
    Estaban llenos de agua. Sabía que eran unas letrinas rudimentarias pero como habían pasado más de mil años, Ackerman no dudó en meter una mano en el agua. Estaba caliente. Habían encontrado una fuente termal y habían desviado el agua, pensó Ackerman. Unos pasos más lejos, había una cisterna elevada que descargaba en las letrinas. El baño.
    Ackerman pasó junto a la cisterna y continuó por un angosto pasadizo de paredes lisas adornadas con dibujos geométricos tallados en la piedra y pintados de rojo, amarillo y verde.
    Delante había una abertura enmarcada con piedras decorativas.
    El arqueólogo entró en una cámara circular con las paredes pulidas. El suelo estaba cubierto con lajas perfectamente asentadas para formar una superficie nivelada. Geodos y cristales colgaban del techo como candelabros. Ackerman se agachó para ajustar mejor la linterna. Cuando se levantó, la luz alumbró algo que le dejó asombrado.
    En el centro de la cámara se alzaba una plataforma donde había un orbe gris.
    Los geodos y los cristales descomponían la luz de la linterna en miles de arco iris, que iluminaban la cámara como los rayos láser en una discoteca. Ackerman soltó la respiración y el sonido resonó en el recinto. Se acercó a la plataforma y miró atentamente el orbe.
     Un meteorito exclamó.
    Sin perder ni un segundo, cogió la cámara digital y comenzó a filmar la escena.
    Después fue a buscar el contador Geiger y un manual de análisis de metales para averiguar la composición del meteorito. No tardó mucho en descubrirlo.

    Una hora más tarde, Ackerman ya había preparado un archivo con las imágenes digitales y las lecturas del contador Geiger. Luego dedicó otra hora a redactar un comunicado de prensa donde hablaba de sí mismo y del descubrimiento. Lo adjuntó al archivo y lo envió por correo electrónico a su patrocinador para que le diera su aprobación.
    Ahora no tenía nada más que hacer que esperar la respuesta y disfrutar de la gloria.

    En la estación de escucha Echelon, en las afueras de Londres cerca de Chatham, se grababan la mayoría de las comunicaciones mundiales. Era una operación conjunta británico estadounidense, y había sido motivo de numerosos artículos periodísticos a ambos lados del Atlántico. En términos sencillos, Echelon no era más que un sistema dedicado a espiar las comunicaciones mundiales, que luego se pasaban por un ordenador que buscaba unas determinadas palabras clave. Si aparecía alguna de ellas, el programa enviaba el mensaje para que lo leyera un agente. A continuación el mensaje era retransmitido a través de la cadena de mando para decidir si había que ponerlo en conocimiento de alguno de los servicios de inteligencia o se lo descartaba por carecer de importancia.
    El email enviado por Ackerman desde Groenlandia pasó por uno de los satélites antes de llegar a Estados Unidos. En el trayecto de bajada, Echelon captó el mensaje y lo pasó por el ordenador. En el mensaje había una de las palabras clave, así que lo separó para una revisión.
    Luego el mensaje pasaría por la cadena de mando desde Inglaterra a Estados Unidos a través de una línea segura hasta la sede de la Agencia de Seguridad Nacional en Maryland, y a continuación a la Agencia Central de Inteligencia en Langley, Virginia.
    Pero había un traidor dentro de Echelon. La revisión fue enviada a más de un lugar.
    Mientras en el interior de la cueva en el monte Forel, John Ackerman soñaba despierto. Ya se había imaginado en las portadas de todas las revistas de arqueología; ahora estaba preparando su discurso para la ceremonia donde le concederían un premio que, por lo menos para él, era algo así como el Osear de la arqueología.
    El descubrimiento era importantísimo, como abrir una pirámide desconocida, o encontrar un pecio en perfecto estado.
    Escribiría artículos para revistas y libros, aparecería en la televisión. Si jugaba bien sus cartas, podía convertir este hallazgo en una carrera para el resto de sus días. Se convertiría en el gran maestre de la arqueología, la persona a la que llamarían los medios para un comentario erudito. Se convertiría en una celebridad, y eso era en estos días una carrera en sí mismo.
    Con una ligera manipulación, el nombre de John Ackerman sería el sinónimo de un gran descubrimiento.
    Entonces se escuchó el pitido del ordenador que anunciaba la llegada de un mensaje. El texto era escueto.

    No se lo comunique a nadie. Necesitamos más pruebas antes de hacer el anuncio. Envío a un hombre para comprobarlo. Llegará dentro de un par de días. Continúe documentando el hallazgo. Un gran trabajo, John. Pero por ahora, silencio.

    En la primera lectura, Ackerman se sintió molesto por el mensaje. Después reflexionó y se convenció a sí mismo de que el patrocinador necesitaba tiempo para organizar la más amplia cobertura periodística. Quizá tema la intención de concederle la exclusiva a alguna de las cadenas nacionales. Quizá quería hacer una presentación simultánea en las revistas, los periódicos y la televisión.
    Una vez más, Ackerman se dejó llevar por la imaginación.
    Cuanto más se divulgara, mayor sería su fama.
    Para Ackerman, el orgullo mezclado con la exaltación resultaría ser una combinación letal.




    4

    Algunas veces es mejor tener suerte que ser inteligente. En el último piso de un hotel de una ciudad conocida por los tipos arriesgados, un hombre de mediana edad llamado Halifax Hickman miró las fotos digitales en la pantalla del ordenador y sonrió. Luego releyó un informe que había impreso unas horas antes, hizo un par de cálculos en una hoja de papel y después miró de nuevo las imágenes. Increíble. Había llegado la solución a su problema, y además podría deducir la donación a la hora de pagar los impuestos.
    Había sido como meter una moneda de veinticinco centavos en una máquina tragaperras y llevarse el bote del millón de dólares.
    Hickman se echó a reír, pero no era una risa alegre. Era una risa malvada y surgía de un lugar sin alegría. Cargada de odio y ansias de venganza, provenía de un rincón oscuro de su alma.
    Cuando dejó de reír, cogió el teléfono y marcó un número.

    Clay Hughes vivía en las montañas al norte de Missoula, Montana, en una cabaña que se había construido él mismo dentro de una finca de ciento sesenta hectáreas. Una fuente termal en la propiedad le suministraba la calefacción de la casa y de los invernaderos donde cultivaba la mayor parte de sus alimentos. Un generador eólico y paneles solares le proveían toda la electricidad que necesitaba. El teléfono móvil y otro vía satélite lo mantenían en contacto con el resto del mundo.
    Hughes tenía una cuenta en el banco de Missoula con un saldo de seis cifras, un apartado en una oficina de mensajería para enviar y recibir la correspondencia, además de tres pasaportes, cuatro números de la seguridad social y varios carnets de conducir con diferentes nombres y direcciones.
    A Hughes le gustaba la intimidad, cosa bastante común entre los asesinos que prefieren no llamar la atención.
     Tengo un trabajo para usted dijo Hickman.
     ¿Cuánto? preguntó Hughes, sin andarse por las ramas.
     Cincuenta mil dólares. Serán unos cinco días; yo proveo el transporte.
     Creo que alguien va a tener un mal día comentó Hughes. ¿Qué más?
     Necesito que lleve un objeto a un lugar cuando acabe respondió Hickman.
     ¿Ayudará a la causa? quiso saber Hughes.
     Sí.
     En ese caso, la entrega es gratis manifestó Hughes generosamente.
     Mi avión estará allí dentro de una hora. Lleve ropa de abrigo.
     Quiero oro dijo Hughes.
     Oro es afirmó Hickman, y colgó.

    Una hora más tarde un Raytheon Hawker 800XP tomó tierra en el aeropuerto de Missoula. Hughes apagó el motor de su International Scout de 1972 restaurado. Salió del coche, abrió el maletero, sacó la bolsa donde llevaba las armas y comprobó que no faltaba nada. Luego dejó la bolsa en el suelo, cerró la tapa y se agachó para conectar la carga explosiva que era su alarma antirrobos.
    Si alguien intentaba abrir el vehículo durante su ausencia, el Scout volaría en pedazos y desaparecerían cualquier prueba de su dueño y los documentos. Hughes era un fanático de la seguridad. Se cargó la bolsa al hombro y entró en el aeropuerto para ir a su avión.
    Cuarenta y siete minutos más tarde el reactor entró en el espacio aéreo canadiense con rumbo nornordeste.




    5

    Al día siguiente de la interceptación del email de Groenlandia, Langston Overholt IV estaba en su despacho en el cuartel general de la CIA en Virginia con la mirada fija en la foto del meteorito. Echó un vistazo al informe sobre el contenido de iridio, y después miró la lista de agentes. Como de costumbre, estaba escaso de personal. Cogió un pelota de tenis que tenía en un bol sobre la mesa y comenzó a arrojarla metódicamente contra la pared y a atraparla cuando rebotaba. Este ejercicio lo relajaba.
    ¿Valdría la pena retirar a agentes de otras misiones? Siempre había un riesgo o una recompensa. Overholt esperaba un informe de los científicos de la agencia que pudiese darle un poco más de información sobre una posible amenaza, pero ahora mismo las cosas estaban claras. Necesitaba que alguien fuese a Groenlandia para hacerse con el meteorito. Hecho esto, el riesgo era mínimo. Dado que todos sus agentes estaban comprometidos, decidió llamar a un viejo amigo.
     Dos cinco dos cuatro.
     Soy Overholt. ¿Qué tal Islandia?
     Si como un arenque más respondió Cabrillo, te juro que podré ir nadando hasta Irlanda.
     Los rumores dicen que estás trabajando para los comunistas.
     Estoy seguro de que lo sabes todo dijo Cabrillo. Un fallo de seguridad en Ucrania.
     Sí, nosotros también nos estamos ocupando del tema.
    Cabrillo y Overholt habían sido compañeros en el pasado.
    Una misión que había salido mal en Nicaragua le había costado a Cabrillo su empleo en la CIA, pero había mantenido a Overholt al margen. Overholt nunca había olvidado el favor y a lo largo de los años le había ido pasando a Cabrillo y la Corporación todos los trabajos posibles.
     Tanto terrorismo ha hecho que el negocio vaya viento en popa comentó Cabrillo.
     ¿Tienes tiempo para un trabajito?
     ¿Cuántas personas harán falta? preguntó Cabrillo, que tenía muchos trabajos contratados.
     Solo una respondió Overholt.
     ¿Tarifa completa?
     Como siempre. Mi patrón no es mezquino.
     Mezquino no, pero te cesa a la primera de cambio.
    Cabrillo nunca había olvidado que lo habían dejado en la estacada, y con toda razón. El Congreso le había apretado las tuercas, y su jefe en aquel momento no había hecho nada para salvarlo de la tortura. Sentía tanto aprecio por los políticos y los burócratas como el que sentía por el torno del dentista.
     Solo necesito a alguien que vaya a Groenlandia y recoja una cosa explicó Overholt. Es cuestión de un día, dos como mucho.
     Has escogido el mejor momento. Hace un frío que pela y es de noche las veinticuatro horas del día en esta época del año.
     Me han comentado que las auroras boreales son muy bonitas dijo Overholt.
     ¿Por qué no mandas a uno de tus monos de la CIA para que se encargue de recogerlo?
     Como siempre, no hay nadie disponible. Prefiero pagarte a ti y acabar con esto con el mínimo de problemas.
     Aquí aún tenemos para unos cuantos días de trabajo señaló Cabrillo.
     Juan, estoy seguro de que este es un trabajo para un solo hombre replicó Overholt. No tienes más que mandar a uno de los tuyos para que recoja lo que necesitamos. Estará de regreso antes de que acabe la cumbre.
    Cabrillo lo pensó un momento. El resto de su equipo se encargaba de la seguridad del emir. Durante los últimos días, él no había hecho más que permanecer a bordo del Oregon y ocuparse del papeleo. Estaba aburrido y se sentía como un caballo de carreras encerrado en la cuadra.
     Lo haré yo dijo. Mi gente tiene esto controlado.
     Lo que tú digas.
     Solo tengo que ir hasta allí y recoger algo, ¿no?
     Ese es el plan.
     ¿Qué es?
     Un meteorito contestó Overholt lentamente.
     ¿Para qué demonios quiere la CIA un meteorito? protestó Cabrillo.
     Porque creemos que está compuesto de iridio, y el iridio se puede utilizar para construir una bomba sucia.
     ¿Qué más? preguntó Cabrillo, con una súbita desconfianza.
     Tendrás que robárselo al arqueólogo que lo encontró. Si es posible sin que se entere.
    Cabrillo permaneció en silencio durante unos segundos.
     ¿Has mirado últimamente en tu nido?
     ¿Qué nido? Overholt mordió el cebo.
     El nido de víboras donde vives.
     ¿Aceptas el trabajo?
     Envíame los detalles. Saldré en cuestión de horas.
     No te preocupes. En todo el año la Corporación no ha tenido un trabajo más sencillo. Será como un regalo de Navidad de un viejo amigo.
     Cuídate mucho de los amigos que traen regalos replicó Cabrillo antes de colgar.

    Una hora más tarde, Juan Cabrillo estaba rematando los arreglos de última hora.
    Kevin Nixon se limpió las manos con un trapo y lo arrojó sobre un banco de la «tienda de magia», era la sección del Oregon que se encargaba de preparar todo lo necesario para las misiones, desde equipos electrónicos a disfraces y vestuario. Nixon era el jefe de la sección de efectos especiales además de un inventor muy creativo.
     Sin una medida exacta comentó Nixon, esto es lo mejor que puedo hacer.
     Tiene buena pinta, Kevin dijo Cabrillo. Recogió el objeto y lo guardó en una caja que cerró con celo.
     Llévate esto y esto. Nixon le dio varios paquetes.
    Cabrillo guardó los paquetes en la mochila.
     Muy bien. Tienes ropa de abrigo, equipo de comunicaciones, raciones de emergencia y todo lo que se me ha ocurrido que pudieses necesitar. Buena suerte.
     Gracias. Ahora tengo que hablar con Hanley.
    En menos de una hora, después de asegurarse de que Max Hanley, su segundo, tenía controlada la operación en Reikiavik, Cabrillo se fue al aeropuerto para tomar el avión que lo llevaría a Groenlandia. Lo que parecía algo muy sencillo no tardaría en volverse muy complejo.
    Toda una nación se vería amenazada y morirían unas cuantas personas.




    6

    Pieter Vanderwald era un mercader de la muerte. Como antiguo director del programa de armas experimentales (PAE) del gobierno sudafricano durante el régimen del apartheid, Vanderwald había supervisado experimentos a cuál más horrible, como esterilización humana con aditivos alimentarios, propagación aérea de plagas y armas biológicas en zonas públicas, e incorporación de armas químicas en forma líquida en las bebidas.
    Vanderwald y su equipo fabricaban, compraban o diseñaban cualquier cosa ya fuese nuclear, química, biológica o eléctrica, siempre que sirviese para matar. Los ensayos secretos demostraban que una combinación de agentes, aplicados adecuadamente, se podían utilizar para que miles de sudafricanos negros enfermaran o murieran en un plazo de treinta y seis horas. Otros estudios confirmaban que, en una semana, el noventa y nueve por ciento de la población desprotegida al sur del trópico de Capricornio, o la mitad de toda la punta de África, habría muerto.
    Por su trabajo, Vanderwald recibió una distinción y una recompensa en metálico equivalente a dos meses de sueldo.
    Al no disponer de sistemas de largo alcance como los misiles IGBM o SCUD para la dispersión, y con solo una fuerza aérea limitada, Vanderwald y su gente habían perfeccionado métodos para introducir los agentes letales en la población y que las propias víctimas fuesen las propagadoras. Habían contaminado el suministro de agua potable; también fumigaron zonas con la plaga para que la dispersara el viento y utilizaron obuses de artillería.
    Habían sido los maestros del juego, pero en cuanto acabó el apartheid, se dio por concluido el programa y se despidió al personal. Vanderwald y los demás científicos quedaron librados a su suerte.
    Muchos cobraron las indemnizaciones y se retiraron, pero unos pocos como Vanderwald ofrecieron sus conocimientos y experiencia en el mercado libre, donde había una gran demanda de gente de su clase. Países de Oriente Próximo, Asia y Sudamérica habían buscado su asesoramiento y experiencia.
    Vanderwald tenía una única regla: no trabajaba gratis.

     Buen golpe comentó Vanderwald.
    Una suave brisa soplaba del tee hacia el hoyo. La temperatura era de veintiséis grados centígrados. El aire, seco como la arena del desierto y claro como el cristal.
     La brisa ayudó dijo Halifax Hickman mientras guardaba el palo en la bolsa. Después se sentó al volante del coche.
    No había caddies en el campo, ni tampoco más jugadores.
    Solo un grupo de escoltas que entraban y salían entre los árboles y los matorrales, un par de patos en el lago y un zorro esquelético que había cruzado la calle un poco antes. Reinaba un silencio casi absoluto y en el aire flotaban los recuerdos del año que estaba a punto de acabar.
     Por lo que parece, odia de verdad a esa gente manifestó Vanderwald.
    Hickman piso el acelerador y el coche arrancó bruscamente para dirigirse por la calle hacia donde estaban las pelotas.
     Le pago por sus conocimientos, no para que me psicoanalice.
    Vanderwald asintió y miró de nuevo la fotografía.
     Si es lo que usted cree dijo en voz baja, ha encontrado una joya. La radiactividad es muy alta y extremadamente peligrosa, ya sea en forma sólida o en polvo. Tiene donde elegir.
    Hickman disminuyó la velocidad cuando el coche llegó cerca de la pelota de Vanderwald. El sudafricano esperó a que frenara para bajarse, escogió el palo, se acercó a la pelota y se acomodó en la posición. Hizo un par de swings de práctica, comprobó una vez más la alineación y después ejecutó el golpe. El contacto fue perfecto, la pelota subió muy alto, pasó el bunker sin problemas y cayó en el borde del green que estaba a noventa metros.
     ¿Cree que funcionará si se lanza en polvo desde el aire?
     preguntó Hickman cuando Vanderwald se sentó a su lado.
     Siempre que se pueda llevar a un avión hasta un lugar cercano.
     ¿Se le ocurre alguna otra idea? Hickman puso el coche en marcha para ir donde estaba su pelota.
     Sí, golpear directamente al corazón del enemigo. Pero eso tiene un precio.
     ¿Cree que el dinero es un problema? replicó Hickman.




    7

    Algunas veces la temperatura es más un estado mental que una realidad física. Si se ven las ondas de calor que se levantan del asfalto es muy fácil creer que hace mucho más calor que si ve la misma carretera cubierta de nieve. Juan Cabrillo no se hizo ninguna ilusión respecto a lo que veía. El panorama a través de la ventanilla del avión mientras cruzaba el estrecho de Dinamarca desde Islandia a Groenlandia helaba el corazón de un hombre y le hacía frotarse las manos para calentárselas solo con verlo. La costa oriental de Groenlandia era un sinfín de montañas hostiles y absolutamente desiertas. En los miles de kilómetros cuadrados de aquella parte del país, la población no llegaba a los cinco mil habitantes.
    El cielo tenía un color azulnegro y los nubarrones anunciaban más nieve. No hacía falta tocar la superficie del mar para saber que la temperatura del agua era de bajo cero y que no se congelaba solo por su contenido de sal. La fina capa de hielo en las alas y en los bordes del parabrisas aumentaba la idea de frío, pero era la gruesa capa de hielo que cubría toda Groenlandia, apenas visible a través del parabrisas, la que más impresionaba y hacía estremecer al observador.
    Cabrillo se estremeció involuntariamente mientras miraba a través de la ventanilla lateral.
     Estamos a diez minutos del campo le informó el piloto. El parte meteorológico informa de vientos de diez a quince nudos. Será un aterrizaje sencillo.
     Bien gritó Cabrillo por encima del estruendo de los motores.
    Los hombres guardaron silencio mientras se hacía más grande el perfil de la costa.
    Al cabo de unos pocos minutos Cabrillo notó que el avión reducía la velocidad al entrar en el área de control del aeródromo. El piloto guió al avión para situarlo con el viento de cola que lo llevaría paralelo a la pista. Cabrillo miró cómo el piloto ajustaba los controles de vuelo e iniciaba la aproximación.
     Estaremos en tierra en un par de minutos anunció el piloto.
    Cabrillo contempló el suelo helado. Las balizas a los lados de la pista eran como pequeños puntos amarillos en la penumbra. Las señales pintadas en la pista aparecían intermitentemente entre la nieve arrastrada por el viento. Por un momento vio la manga que señalaba la dirección del viento.
    El aeródromo de Kulusuk, donde estaban aterrizando, atendía a una población de apenas cuatrocientos habitantes y era poco más que una cinta de asfalto metida detrás de una montaña, y un par de edificios pequeños. La ciudad más próxima era Angmagssalik, Tasiilaq en inuit, a diez minutos de vuelo en helicóptero. Su población triplicaba a la de Kulusuk.
    Cuando el avión llegó a la cabecera de la pista, el piloto lo alineó contra el viento. Un segundo más tarde, se posó con la suavidad de una pluma. Carreteó por la pista helada hasta detenerse delante de la pequeña terminal. Realizó rápidamente el control de final de vuelo y apagó los motores.
     Tengo que repostar le dijo a su pasajero. Le señaló el edificio. Le recomiendo que vaya a la terminal.




    8

    En el mismo instante en que Cabrillo llegaba a Kulusuk, el piloto del Hawker 800XP apagaba los motores en el aeropuerto internacional de Kanherlussuaq en la costa oeste de Groenlandia. El aeropuerto tenía una pista de dos kilómetros que permitía las operaciones de los grandes reactores y a menudo era utilizado como escala técnica para los aviones de carga con destino a Europa. El aeropuerto estaba a casi seiscientos kilómetros del monte Forel; no era el único cercano con una pista utilizable para el Hawker.
    Clay Hughes esperó a que el copiloto abriera la escotilla para levantarse de su asiento.
     ¿Cuáles son sus órdenes? preguntó Hughes.
     Tenemos que esperar aquí hasta que regrese respondió el piloto, a menos que el jefe nos llame para decirnos que volvamos.
     ¿Cómo me pongo en contacto con ustedes?
    El copiloto le dio a Hughes una tarjeta.
     Aquí tiene el número del móvil del piloto. No tiene más que llamarnos y calcular que tardaremos una media hora en estar preparados para el despegue.
     ¿Le dijeron cómo haré para ir desde aquí hasta mi lugar de destino?
    El piloto asomó la cabeza por la puerta de la cabina.
     Hay un hombre que viene hacia aquí dijo al tiempo que señalaba a través del parabrisas. Creo que él es la respuesta.
    Hughes se guardó la tarjeta en el bolsillo de la parka.
     De acuerdo. Adiós.
    Un viento helado cruzaba la pista y levantaba una nube de nieve en polvo como confeti en el recorrido de un desfile. En cuanto Hughes descendió por la escalerilla comenzaron a llorarle los ojos.
     Usted debe ser el pasajero que debo llevar a monte Forel dijo el hombre y le tendió la mano. Me llamo Mike Neilsen.
    Hughes le estrechó la mano, le dio un nombre falso y miró en derredor.
     ¿Está todo preparado para partir?
     No podemos salir hasta la mañana respondió Neilsen. Hay dos habitaciones reservadas en el hotel para usted y los pilotos. Despegaremos a primera hora, siempre que aclare.
    Los hombres caminaron hacia la terminal.
     ¿Su aparato tiene la autonomía necesaria para volar directamente desde aquí al monte Forel? preguntó Hughes.
     La autonomía es de novecientos sesenta kilómetros sin viento le explicó el piloto. No obstante, por razones de seguridad creo que deberíamos repostar en Tasiilaq antes de ir a la montaña.
    Llegaron al edificio de la terminal. Neilsen abrió la puerta y dejó que Hughes entrase primero. El piloto guió a su cliente hacia lo que aparentemente era el funcionario encargado del control de pasaportes, un inuit que dormía pacíficamente con los pies encima de una mesa metálica.
     Isnik, despierta le gritó Neilsen. Tienes trabajo.
    El inuit abrió los ojos y miró a los dos hombres.
     Hola, Mike saludó al piloto. Su pasaporte, por favor le dijo a Hughes.
    Hughes le entregó un pasaporte estadounidense con su foto y un nombre falso. Isnik apenas si le echó una ojeada y estampó el sello de entrada.
     ¿Propósito de la visita? preguntó.
     Investigación científica contestó Hughes.
     Creo que nadie viene aquí para disfrutar del clima comentó el funcionario. Anotó el nombre de Hughes y el motivo de la visita en una lista.
     ¿Puedes decirle a los pilotos que vayan al hotel cuando acaben? le pidió Neilsen.
     Hecho dijo Isnik, y volvió a poner las botas encima de la mesa.
     Esta era una vieja base de la fuerza aérea estadounidense le explicó Neilsen mientras llevaba a Hughes hacia la salida de la terminal. El hotel era el alojamiento de los oficiales. No está nada mal. Tiene la única piscina cubierta de toda Groenlandia y una bolera de seis calles. Para este país, es lo más parecido a un hotel de cuatro estrellas.
    Los hombres cruzaron el aparcamiento hasta el hotel y el conserje le dio a Hughes la llave de su habitación. Dos horas más tarde, después de cenar filete de toro almizclado y patatas fritas, Hughes se dispuso a pasar la noche. Era temprano, pero al día siguiente le esperaba un trabajo arduo y quería estar bien descansado.




    9

    Juan Cabrillo solo tardó un par de minutos en cumplir con el trámite aduanero en la pequeña terminal de Kulusuk y después se detuvo a estudiar el mapa colocado en la pared junto a la puerta. Durante los meses de verano, Kulusuk era una isla, pero en cuanto llegaba el otoño y bajaban las temperaturas, el mar se cubría con una gruesa capa de hielo. El grosor era el suficiente como para permitir que los vehículos de todo tipo pudieran cruzar hasta tierra firme.
    En invierno, Kulusuk dejaba de ser una isla y quedaba unida a Groenlandia por el hielo.
    Había poco menos de cien kilómetros desde la terminal hasta el paralelo que marcaba el círculo polar ártico, y desde allí más o menos unos veinte hasta el monte Forel. El solsticio de invierno era el único día de total oscuridad en el círculo ártico.
    Al norte del círculo, según la distancia que se recorriera, la oscuridad era constante. Cuanto más al norte, más se mantenía dicha condición. En el paralelo del círculo ártico y al sur del mismo, el 22 de diciembre, día del solsticio, marcaba un cambio. A partir de ese momento, el día se alargaba un poco más. Cuando llegara el verano, aparecería el sol de medianoche y en el área al norte del círculo el sol no se pondría.
    Era un ciclo que se repetía desde hacía millones de años.
    En el exterior de la terminal, el viento lanzaba bolas de hielo contra las ventanas. El tiempo tenía el mismo encanto que el interior de un congelador. Cabrillo se estremeció. Aunque aún no había salido, subió del todo la cremallera de la parka.
    Como Kulusuk estaba al sur del círculo ártico, habría unos minutos de luz. En cambio, en el monte Forel la oscuridad sería total. Al cabo de unos pocos días las cumbres de las montañas comenzarían a recibir los primeros rayos de luz. Luego, con el paso de los meses, la luz del sol comenzaría a bajar por las laderas como la pintura amarilla derramada sobre una pirámide.
    Hasta entonces, al mirar al exterior se tenía la sensación de que el sol nunca hubiese aparecido por allí.
    Sin embargo, en aquel momento, a Cabrillo le preocupaba mucho menos la oscuridad que el transporte. Sacó el móvil del bolsillo y apretó la tecla de marcado rápido.

     ¿Qué has encontrado? le preguntó a Hanley cuando atendió la llamada.
    Debido a las prisas de Overholt, Cabrillo había dejado el Oregon sin saber cómo ir hasta el monte Forel. Hanley le había asegurado que lo tendría todo resuelto para cuando llegara a Groenlandia.
     Hay varios trineos disponibles en alquiler le informó Hanley, pero necesitarías un guía, y como sé que no quieres testigos, los descarté. Los helicópteros que hacen el servicio entre Kulusuk y Tasiilaq tienen unos horarios que cumplir, y no se alquilan. Además, ahora mismo no están autorizados a volar debido a las condiciones meteorológicas.
     Pues la cosa no está como para ir a pie comentó Cabrillo que miraba a través de una de las ventanas.
     Ni en esquís, aunque sé que te las das de ser un gran esquiador.
     ¿Qué me queda?
     Hice una búsqueda de los vehículos registrados en la zona; no tardé mucho, porque en Kulusuk solo viven unas cuatrocientas personas. Descarté las motos de nieve porque estarías muy expuesto y además tienen muchas averías. Eso nos deja los tractores orugas. Son más lentos y consumen mucho, pero tienen calefacción y mucho lugar para cargar provisiones. Creo que es lo más aconsejable.
     Parece razonable. ¿Dónde está la empresa de alquiler?
     No hay, pero tengo los nombres y las direcciones de los propietarios. Ninguno de ellos tiene teléfono, así que hablé con el párroco. Me dijo que hay un hombre que quizá estuviese dispuesto a alquilarlo. Los demás están en uso.
     ¿Cuál es la dirección? Cabrillo sacó una libreta y un lápiz del bolsillo.
     La dirección es la sexta casa pasada la iglesia, con las paredes rojas y un filete amarillo.
     ¿Qué pasa? ¿Aquí en el norte nadie necesita tener un número en la puerta?
     Supongo que todos se conocen opinó Hanley.
     Por lo que parece los nativos no son hostiles.
     Yo no diría tanto replicó Hanley. El párroco mencionó que el dueño bebe mucho durante el invierno. También dijo que casi todos en la ciudad van armados para protegerse de los osos.
     En resumen, que solo necesito convencer a un nativo borracho y armado para que me alquile su tractor oruga, y asunto resuelto. Cabrillo palmeó los fajos de billetes de cien dólares que llevaba en el bolsillo. Parece sencillo.
     Bueno, hay algo más. El tipo no es un nativo. Se crió en Arvada, Colorado, y cuando lo reclutaron, acabó en Vietnam. Por lo que he podido averiguar en las bases de datos, cuando lo repatriaron se pasó unos años entrando y saliendo de los hospitales para veteranos. Después se marchó del país con la intención de alejarse el máximo posible de Estados Unidos.
    Cabrillo miró de nuevo a través de la ventana.
     Yo diría que lo ha conseguido.
     Lo siento, Juan se disculpó Hanley. Dentro de dos días, cuando acabe la cumbre, podríamos ir hasta allí con el Oregon y Adams te llevaría en el helicóptero. Sin embargo, ahora mismo, es todo lo que tenemos.
     No sufras. Cabrillo miró sus notas. La sexta casa después de la iglesia.
     Con las paredes rojas y un filete amarillo.
     Muy bien, voy al encuentro del chalado.
    Cortó la comunicación y salió de la terminal.

    Cabrillo dejó las cajas de suministros en el aeródromo y se acercó a una moto de nieve taxi. El adolescente inuit que la conducía enarcó las cejas cuando Cabrillo le dio las señas de la casa pero no hizo ningún comentario. Parecía más preocupado por la tarifa, que dijo en coronas danesas.
     ¿Cuánto es en dólares? preguntó Cabrillo.
     Veinte respondió el muchacho sin vacilar.
     Hecho dijo Cabrillo, y le pagó.
    El muchacho se montó en la moto y pulsó el botón de arranque.
     ¿Conoce a Garth Brooks? preguntó quizá con la idea de que en Estados Unidos todo el mundo se conocía, lo mismo que en su aldea.
     No, pero una vez jugué al golf con Willie Nelson.
     Genial. ¿Es bueno?
     No pone una pelota en la calle contestó Cabrillo, en el mismo momento en que el motor se ponía en marcha con un tremendo rugido.
     Suba le gritó el muchacho.
    En cuanto Cabrillo se sentó, el muchacho salió del aeródromo a toda velocidad. La luz del faro de la moto de nieve apenas si conseguía iluminar entre la nieve arrastrada por el viento que cruzaba la carretera. Kulusuk era un pequeño grupo de casas a unos dos kilómetros del aeródromo. Los laterales de las casas estaban cubiertos parcialmente con montañas de nieve. Columnas de vapor y humo salían del interior. Vio las perreras, muchas motos de nieve, esquís apoyados en las fachadas y raquetas de nieve colgadas cerca de las puertas.
    La vida en Kulusuk parecía bastante dura e inhóspita.
    Al norte del pueblo, la extensión de hielo que llegaba hasta tierra firme apenas si era visible. La superficie de hielo era negra y resbaladiza y el viento formaba remolinos de nieve.
    Las montañas eran una masa de un color un poco más gris que el entorno. El paisaje parecía tan poco alentador como un paseo por un crematorio. La moto de nieve fue reduciendo la velocidad hasta detenerse. Cabrillo se apeó.
     Hasta luego se despidió el muchacho.
    Giró el manillar al máximo, dio la vuelta y se alejó a toda velocidad. Cabrillo se quedó solo en medio de la nieve y la oscuridad. Miró la casa semienterrada en la nieve. Después caminó con cautela hacia la puerta principal. Hizo una pausa en el umbral antes de llamar.




    10

    Hickman leyó las licitaciones de la Oficina de Compras de Arabia Saudí que sus piratas informáticos habían obtenido de una base de datos. La lista había sido traducida del árabe al inglés, pero la traducción distaba mucho de ser perfecta. Mientras repasaba las listas, escribía notas junto a las columnas.
    Había una entrada importante. Correspondía a un pedido de alfombras de oración de lana tejida cuyo proveedor era una empresa en Maidenhead, Inglaterra. Llamó a su secretaria.
     Hay un señor Walid que trabaja para mí en el hotel Nevada. Creo que es el encargado de la compra de bebidas y comidas.
     Sí, señor respondió la secretaria.
     Que llame inmediatamente ordenó Hickman. Quiero hacerle una pregunta.
    Al cabo de unos pocos minutos sonó el teléfono.
     Soy Abdul Walid dijo una voz. Me dijeron que lo llamara.
     Sí. Quiero que telefonee a una empresa en Inglaterra le dio el número. Hágase pasar por un funcionario de Arabia Saudí. Tiene un pedido multimillonario para suministrar alfombras de oración de lana tejida, y quiero saber exactamente qué significa alfombras de oración de lana tejida.
     ¿Puedo preguntar por qué, señor?
     Soy propietario de fábricas textiles mintió Hickman. Quiero saber qué son estos artículos, porque si podemos fabricarlos, me gustaría saber por qué mi gente no se presentó a la licitación.
    Walid consideró que era una buena razón.
     Muy bien, señor. Los llamaré ahora mismo y le informaré.
     De acuerdo. Hickman miró de nuevo la foto del meteorito.
    Al cabo de diez minutos, Walid estaba otra vez en el teléfono.
     Señor, son las alfombras que los musulmanes utilizan en sus plegarias. El pedido es de tanta magnitud porque tienen que reemplazar todas las alfombras de La Meca. Al parecer, lo hacen más o menos cada diez años.
     Vaya, así que nos hemos perdido una oportunidad que no volverá a presentarse durante un plazo muy largo. Eso no está nada bien.
     Lo siento, señor manifestó Walid. No sé si sabía usted que yo tenía una empresa textil en mi país antes de la revolución. Tendré mucho interés en…
    Hickman lo interrumpió sin más. Su mente volaba…
     Envíeme un informe, Walid, y yo me encargaré que llegue a la persona indicada.
     Muy bien, señor respondió Walid dócilmente.
    Hickman colgó el teléfono sin siquiera despedirse.

    Pieter Vanderwald atendió la llamada en el móvil mientras conducía a lo largo de la carretera de Palms Springs, California.
     Soy yo dijo la voz.
     Esta no es una línea segura le advirtió Vanderwald, así que no entre en detalles y corte antes de que pasen tres minutos.
     La sustancia de la que hablamos preguntó su interlocutor, ¿se puede utilizar en aerosol?
     Esa es una de las maneras posibles. Entonces la transportaría el aire o se contagiaría en la cadena humana por el contacto o la tos.
     ¿La sustancia pasaría de persona a persona si estuviese en las prendas?
    Vanderwald miró el reloj digital en el tablero del coche de alquiler. Había transcurrido la mitad del tiempo.
     Sí, pasaría de la ropa y la piel, incluso por el aire.
     ¿Cuánto tardaría en morir una persona expuesta a la sustancia?
    Miró de nuevo el reloj. Quedaba medio minuto.
     Una semana, quizá menos. Esta noche puede llamarme al fijo si quiere saber algo más.
    Se cortó la comunicación y el hombre se reclinó en la silla, con una amplia sonrisa.

     Más de dos millones parece un precio elevado, si tenemos en cuenta las ganancias del año pasado comentó el abogado al teléfono. Una vez que acaben con los pedidos que tienen pendientes, a duras penas conseguirán salir adelante.
     Usted cierre el trato dijo Hickman sosegadamente. Cubriré cualquier pérdida con las ganancias de mi propiedad en los Docklands.
     Usted es el jefe.
     En eso no se equivoca.
     ¿De dónde quiere que saque el dinero?
    Hickman buscó entre las cuentas que aparecían en la pantalla del ordenador.
     Utilice la cuenta de París respondió. Quiero que cierre la operación mañana y tomar posesión de la compañía en un plazo máximo de setenta y dos horas.
     ¿Cree que habrá una escasez de fábricas textiles inglesas a la venta dentro de los próximos dos días? preguntó el abogado. ¿Sabe algo que yo no sepa?
     Sé muchas cosas que usted no sabe replicó Hickman, pero si continúa hablando solo le quedarán setenta y una horas para hacer todo esto. Usted haga lo que le pido. Para eso le pago. Yo me ocuparé de lo demás.
     Ahora mismo, señordijo el abogado, y colgó.
    Hickman se reclinó en la silla y se relajó un instante. Luego cogió una lupa de la mesa y observó la fotografía aérea que tenía delante. Dejó la lupa y consultó un mapa. Por último, abrió una carpeta y guardó la foto en su interior.
    Las fotos eran de las víctimas de las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki al final de la Segunda Guerra Mundial, y aunque las fotos mostraban escenas a cual más horrible, el hombre sonrió. «La venganza es mía», pensó.

    Aquella noche llamó a Vanderwald al teléfono fijo.
     He encontrado algo mejor le informó Vanderwald. Una plaga que se transmite por el aire y afecta los pulmones.
    Es muy tóxica. Mataría al ochenta por ciento de la población del país.
     ¿Cuánto? preguntó Hickman.
     La cantidad que necesita le costará unos seiscientos mil dólares.
     Adelante, y compre todo el C6 que pueda conseguir.
     ¿Qué tamaño tiene la estructura que pretende demoler?
     preguntó Vanderwald.
     El tamaño del Pentágono.
     Entonces le costará un millón doscientos.
     ¿Quiere un cheque de caja?
     Oro contestó Vanderwald.




    11

    Cabrillo miró las astas de toro almizclado en el dintel de la puerta, levantó la pesada aldaba que reproducía la forma de un pez y la golpeó con fuerza contra la recia puerta de madera.
    Escuchó el sonido de unas pisadas en el interior, y después reinó el silencio. Repentinamente se abrió una mirilla del tamaño de una hogaza de pan y apareció un rostro. El hombre tenía las mejillas cetrinas, la barba y el bigote canosos y con manchas de tabaco, los ojos inyectados en sangre, y los dientes manchados.
     Pásela por el agujero.
     ¿Que pase qué por el agujero? preguntó Cabrillo.
     La botella de Jack respondió el hombre.
     He venido porque quiero alquilarle su tractor.
     ¿No es el repartidor de la tienda? preguntó el hombre con un tono que reflejaba claramente su desilusión.
     No, pero si me permite entrar para que hablemos, después iré a buscarle una botella.
     ¿Me promete que será Jack Daniel's y no un licor barato?
    Cabrillo notaba que el frío comenzaba a calarle en los huesos.
     Sí, hecho en Lynchburg, Tennessee, etiqueta negra. Sé de qué habla. Ahora abra la puerta.
    El hombre cerró la mirilla y abrió la puerta. Cabrillo entró en una sala de estar mísera y sucia. Los muebles y los marcos de los cuadros colgados en las paredes estaban cubiertos de polvo. El aire olía a pescado y pies sucios. Un par de lámparas de mesa, apenas si conseguían disipar la oscuridad.
     Perdone el desorden dijo el hombre, pero la mujer de la limpieza se marchó hace algunos años.
    Cabrillo permaneció cerca de la puerta; no quería ir más allá.
     Como le dije, estoy interesado en alquilar su tractor oruga.
    El hombre se sentó en un sillón desvencijado. Había una botella de whisky de litro en la mesa a su lado. Estaba casi vacía, apenas si quedaba poco más de un dedo. Como si la presencia de Cabrillo se lo hubiese recordado, se sirvió el resto en un tazón desportillado y bebió un sorbo.
     ¿Adonde quiere ir?
    Antes de que Cabrillo pudiese responder, el hombre tuvo un acceso de tos. Cabrillo esperó a que se le pasara.
     Al monte Forel.
     ¿Está con los arqueólogos?
     Sí mintió Cabrillo.
     ¿Es norteamericano?
     Así es.
     Perdone mis modales. Soy Woody Campbell. En la ciudad todos me llaman Woodman.
    Cabrillo se acercó y le tendió la mano enguantada.
     Juan Cabrillo.
    Se dieron la mano y Campbell le señaló una silla. Cabrillo se sentó. Campbell lo miró sin decir palabra durante un rato hasta que finalmente comentó:
     No tiene pinta de ser un científico.
     ¿Cuál es el aspecto que debe tener un arqueólogo?
     Por lo menos no debe tener la pinta de un combatiente manifestó Campbell. De alguien que ha tenido que matar a otro hombre.
     Está borracho afirmó Cabrillo.
     ¡Qué va! Todavía no me ha visto beber, pero no he escuchado que lo negase.
    Cabrillo permaneció en silencio.
     ¿El ejército? añadió Campbell, dispuesto a no cambiar de tema.
     La CIA, pero de eso hace tiempo.
     Sabía que no era un arqueólogo.
     La CIA tiene arqueólogos le recordó Cabrillo.
    En aquel momento llamaron a la puerta. Cabrillo le hizo un gesto a Campbell para que permaneciera sentado y caminó hacia la puerta. Era un inuit vestido con un traje de esquí con una bolsa en la mano.
     ¿Es el whisky? preguntó Cabrillo.
    El muchacho asintió. Cabrillo metió la mano en el bolsillo y sacó el dinero. Le dio cien dólares y el repartidor le dio la botella.
     No tengo cambio.
     ¿Alcanza para pagar esta, traer otra, y que le quede algo a usted por las molestias?
     Sí, pero el patrón solo me permite que le traiga a Woodman una botella al día.
     Pues traiga la otra mañana y quédese con el cambio.
    El inuit asintió. Cabrillo cerró la puerta, fue hasta donde estaba Campbell y le dio la botella. El dueño de casa sacó la botella de la bolsa, hizo una pelota con el papel, la lanzó a la papelera con la intención de encestar y falló. Después destapó la botella y se llenó el tazón.
     Muchas gracias.
     No se merecen respondió Cabrillo. Tendría que dejarlo.
     No puedo. Campbell miró la botella. Lo he intentado.
     Tonterías. He trabajado con tipos que estaban mucho peor, y ahora no prueban ni una gota.
    Campbell se tomó su tiempo para responder.
     De acuerdo, listillo. Piense una manera de que deje de beber y el tractor oruga es suyo. Hace meses que no lo uso; no puedo salir de casa.
     Usted sirvió en el ejército dijo Cabrillo.
     ¿Quién demonios es usted? No lo sabe nadie en toda Groenlandia.
     Dirijo una compañía especializada que se ocupa de trabajos de inteligencia y seguridad. Podemos averiguar lo que sea.
     ¿No es coña?
     No es coña. ¿Dónde prestó servicio? Es algo que no le pregunté a mi gente.
     Con los boinas verdes, y después en el Proyecto Fénix.
     ¿Así que usted también trabajó para la Compañía?
     Indirectamente admitió Campbell, pero me volvieron la espalda. Me entrenaron, me lavaron el cerebro y después me abandonaron a mi suerte. Regresé a casa sin otra cosa que un problema con la heroína que conseguí solucionar por mi cuenta y un montón de malos recuerdos.
     No fue usted el único comentó Cabrillo. ¿Dónde tiene el tractor oruga?
     En el garaje. Campbell señaló una puerta al fondo de la sala.
     Voy a echarle una ojeada dijo Cabrillo, y fue hacia la puerta. Usted quédese aquí y piense si de verdad quiere dejarlo. Si está dispuesto, y el tractor oruga está en buen estado, tengo una idea que podríamos discutir. Si no es así, entonces hablaremos de cuánto quiere por alquilármelo. Le aseguro que cobrará dinero suficiente como para seguir bebiendo Jack Daniel's hasta que le reviente el hígado. ¿Le parece justo?
    Campbell asintió mientras Cabrillo abandonaba la sala.
    Se llevó una sorpresa al ver que el tractor oruga estaba en perfecto estado. Era un Thiokol 1202B4 modelo 1970, ancho, con un motor Ford de seis cilindros y cuatro marchas, y la carrocería de una camioneta. Sobre el techo llevaba una barra con faros, en la caja un depósito de combustible suplementario, y las orugas parecían casi nuevas. Cabrillo abrió la puerta.
    En el interior había una caja metálica entre los asientos donde estaba la palanca de cambios colocada en un ángulo poco habitual, además de dos palancas delante del asiento del conductor que, como en los carros de combate, controlaban la dirección del vehículo. Cabrillo sabía que con estas palancas se podía hacer que el Thiokol girara alrededor de su eje. El tablero era metálico, con los indicadores bien a la vista, y debajo asomaban las salidas de la calefacción. Detrás del asiento, montado sobre soportes a ambos lados de la ventanilla trasera, había un fusil de gran calibre. También una caja de bengalas, otra de herramientas y recambios, y mapas de la región plastificados. Por último, comprobó los niveles. Todo en orden.
    Cabrillo volvió a la casa. Se entretuvo unos momentos para quitarse la nieve de las botas y entró en la sala.
     ¿Cuánta autonomía tiene? le preguntó a Campbell.
     Con el depósito suplementario y media docena de bidones, podrá ir y volver del monte Forel, y aún dispondrá de combustible para otros ciento sesenta kilómetros por si surge algún problema. Yo no dudaría en hacer un viaje a cualquier parte con él. Nunca me ha dejado tirado.
    Cabrillo se acercó a la estufa de petróleo.
     La pelota está en su tejado.
    Campbell guardó silencio. Su mirada se paseó por la botella, el techo, el suelo mientras pensaba. A este paso, le quedaría como mucho un verano. Después su cuerpo comenzaría a fallarle o, borracho, cometería algún error en una tierra que no perdonaba los errores. Tenía cincuenta y siete años y se sentía como si tuviese cien. Había llegado al final.
     Estoy dispuesto respondió.
     No crea que será fácil le advirtió Cabrillo. Le espera una dura batalla.
     Lo intentaré.
     Lo sacaremos de aquí y lo llevaremos a una clínica a cambio del tractor oruga. ¿Tiene familia?
     Dos hermanos y una hermana en Colorado dijo Campbell, pero hace años que no hablo con ellos.
     Puede escoger. Regresa a casa para el tratamiento o muere aquí.
    Campbell sonrió por primera vez en años.
     Creo que iré a casa.
     Tendrá que esperar unos días. Primero necesito que me señale en el mapa cuál es la ruta a través de las montañas y me ayude a prepararme. Después le dejaré mi otro móvil para que pueda llamarlo si me encuentro en dificultades. ¿Cree que podrá hacerlo?
     No puedo dejar de beber sin más contestó Campbell con toda sinceridad. El síndrome de abstinencia sería terrible.
     Ni quiero ni espero que lo haga. Necesita atención médica. Solo quiero que esté lo bastante sobrio como para atender el teléfono y me aconseje si surge algún problema que no pueda resolver.
     Eso lo puedo hacer.
     Pues en ese caso allá vamos. Cabrillo marcó el número del Oregon. Voy a prepararlo.
    Campbell olisqueó el viento como un sabueso y miró hacia el norte. El motor del Thiokol funcionaba al ralentí. Habían cargado los bidones de combustible y las cajas de suministros que Cabrillo había traído del aeródromo. Cabrillo se ocupaba de colocar las cajas de alimentos y otros artículos que no quería que se congelaran sobre y debajo del asiento del acompañante. Por la puerta abierta de la cabina se escapaba el aire caliente del calefactor y formaba nubes de vapor.
     Se prepara una tormenta comentó Campbell, pero no creo que llegue aquí hasta mañana por la tarde o la noche, como muy pronto.
     Bien. Cabrillo acabó de acomodar la última caja. ¿Recuerda cómo usar el móvil?
     Soy un borracho, no un idiota.
    Cabrillo miró hacia el horizonte.
     ¿Cuánto tiempo calcula que durará el viaje?
     Llegará allí por la mañana, si sigue la ruta marcada.
     Llevo un GPS, una brújula y el mapa. Creo que estoy preparado.
     Haga lo que haga insistió Campbell, no se aparte de la ruta. Evitará la capa de hielo durante gran parte del camino, pero en algún momento tendrá que ir por ella. No es fácil y cambia constantemente. Si tiene algún problema o vuelca, la ayuda tardará en llegar, puede que demasiado.
    Cabrillo asintió y le dio la mano a Campbell.
     Cuídese le dijo casi a voz en cuello porque el viento soplaba con fuerza, y vaya con ojo con la bebida hasta que podamos llevarlo a una clínica.
     No le fallaré, señor Cabrillo afirmó Campbell, y gracias por lo que está haciendo por mí. Por primera vez en mucho tiempo tengo la sensación de que hay una luz al final del túnel.
    Cabrillo subió a la cabina del Thiokol. Cerró la puerta y se quitó la parka. Aceleró en vacío un par de veces y dejó que el motor funcionara al ralentí un par de minutos. Luego pisó el embrague, puso la primera y pisó el acelerador. El vehículo se alejó lentamente de la casa envuelto en la cortina de nieve que levantaban las cadenas.
    Campbell esperó debajo del alero de la puerta trasera hasta que las luces del tractor oruga se perdieron en la oscuridad. Después entró en la casa y se sirvió solo una medida de whisky. Necesitaba calmar a los demonios que comenzaban a asomar la cabeza.
    Cabrillo sintió cómo el cinturón de seguridad le apretaba la cintura cuando el vehículo comenzó a bajar la ladera hacia la placa de hielo que unía la isla con tierra firme. Al llegar al final de la pendiente, a unos pocos metros del fiordo helado, notó una súbita tensión en la entrepierna. Debajo de la capa de hielo había trescientos metros de agua a cero grados y un fondo rocoso.
    Si el Thiokol pasaba por algún punto donde la capa fuese más delgada y se hundía, solo viviría unos segundos más.
    Cabrillo borró el pensamiento y pisó el acelerador.
    El tractor oruga llegó a la placa. Los faros instalados en el techo alumbraban la nieve arrastrada por el viento mientras el vehículo avanzaba a través del hielo, pero el reflejo de la luz en los copos hacía imposible tener una noción clara de la distancia.
    Cabrillo se encontró en un mundo sin tiempo ni dimensiones.
    Cualquier hombre con menos temple se hubiese asustado.




    12

    En Reikiavik, Max Hanley estaba muy atareado a bordo del Oregon. La conferencia de paz árabe estaba llegando a su final y en cuanto concluyeran las sesiones de mañana, el emir subiría a su 737 y sus hombres volverían a encargarse de su seguridad.
    Hasta entonces la operación se había desarrollado sin problemas. El emir había podido moverse libremente por Islandia escoltado por un servicio de seguridad casi invisible. Los equipos de la Corporación eran consumados expertos en el arte de confundirse en el fondo. Ese día, después de acabar las sesiones, el emir había querido visitar Blue Hole, una piscina de aguas termales que se había formado cuando se había construido una nueva planta geotermal. Allí, el agua cargada de minerales fluía por hectáreas de rocas volcánicas y constituía un oasis en medio del paisaje helado. El vapor de las aguas termales formaba nubes como en un baño turco. Los bañistas aparecían y desaparecían como fantasmas en un cementerio envuelto por la bruma.
    Seis miembros de uno de los equipos de la Corporación habían estado sumergidos en el agua mientras el emir se remojaba.
    Hacía escasos minutos que Hanley había recibido el aviso de que el emir estaba en el vestuario. Ahora coordinaba las dos caravanas de coches que trasladarían al emir y sus acompañantes de regreso al hotel.
     ¿Ha hecho el cambio? le preguntó Hanley a Seng por el móvil.
     Uno dentro, otro afuera. Nadie vio nada.
     Eso desconcertará a la oposición opinó Hanley.
     Suave como la seda afirmó Seng.
     Asegúrate de que las caravanas lleguen con una diferencia de minutos, y que entren por detrás.
     Hecho dijo Seng, y colgó.

     ¿Lo tienes todo preparado? preguntó Hanley cuando Julia Huxley, la oficial médico, entró en la sala de control.
     La clínica está en Estes Park, Colorado le informó Huxley. Contraté a una enfermera islandesa que habla un inglés perfecto para que lo acompañe en el vuelo a Nueva York y después a Denver. El único trayecto que hará solo es el de Kulusuk hasta aquí. Avisé al piloto y dejé unas cuantas pastillas de Librium en el aeropuerto para que el piloto se las dé en mano. Lo calmarán y le ayudarán a controlar las convulsiones hasta que la enfermera se haga cargo.
     Buen trabajo. Ahora solo falta el visto bueno del director ejecutivo.
     En cuanto al segundo tema prosiguió Huxley, el jefe tendrá que tener cuidado con la radiación cuando recoja el meteorito. Tengo a bordo un poco de yoduro potásico que le podemos dar cuando nos volvamos a encontrar, pero cuanto más lejos se mantenga del objeto, mucho mejor.
     Su plan es envolverlo en plástico y una manta y transportarlo en la caja del tractor oruga metido en un recipiente metálico.
     Eso tendría que bastar admitió Huxley Lo que debe evitar al máximo posible es inhalar el polvo.
     Creemos que no hay polvo; en la foto tiene el aspecto de un cojinete gigante. El polvo tuvo que quemarse cuando entro en la atmósfera. Por lo tanto, a menos que Cabrillo mantenga un contacto prolongado y cercano con el meteorito, la radiación no tendría por qué afectarlo.
     Esperemos que así sea dijo Huxley. Ya estaba casi en la puerta cuando se detuvo. ¿Max?
     ¿Sí, Julia?
     No sé si has visto alguna vez personas expuestas a la radiación. Te aseguro que no es nada agradable señaló en voz baja Dile al jefe que se mantenga apartado del meteorito lo máximo posible.
     Le transmitiré el mensaje prometió Hanley.




    13

    Aleimein alJalifa leyó de nuevo el fax y después guardó las hojas en una funda de plástico para proteger la imagen. El grupo Hammadi había pagado por esta información un precio equivalente a un millón de libras esterlinas en oro. La codicia del Hombre no dejaba de asombrar a alJalifa; por el precio adecuado, la mayoría de los hombres venderían a su país, a las generaciones futuras, incluso a su Dios. El topo en Echelon era uno de esos. Las deudas de juego lo habían llevado a una situación que podía ser explotada. Los pagos cada vez más grandes por su traición habían hecho que acabara sometido al control del grupo.
    Ahora, al cabo de dos años, el Hombre les había dado el premio gordo.
    El problema era que ahora mismo alJalifa tenía las manos llenas. Le comentó al hombre que lo acompañaba en el camarote del yate:
     Alá bendiga a los creyentes.
    Salmain Esky asintió con una sonrisa.
     Es la respuesta a nuestras plegarias, aunque llega en un momento de abundancia.
    AlJalifa lo miró fijamente. Esky era pequeño: medía un metro cincuenta de estatura y era delgado como un junco.
    Había nacido en Yemen, tenía la piel oscura, una barbilla huidiza, y los dientes puntiagudos y amarillentos. Esky no era muy inteligente, pero sí un muy leal partidario de la causa.
    Todos los movimientos necesitaban a hombres como él en sus filas. Eran los peones. La carne de cañón.
    En cambio, AlJalifa era alto, apuesto, y se movía con la gracia transmitida por generaciones de líderes. Durante siglos sus antepasados habían sido jefes de una tribu en la península arábiga. Solo había sido en los últimos veinte años, desde que el padre de AlJalifa había perdido el favor de la familia real de Qatar, que se habían convertido en plebeyos. AlJalifa estaba dispuesto a rectificar dicha situación cuanto antes.
    Después continuaría con sus acciones en nombre del Islam.
     Alá nos ha bendecido con los fondos necesarios para hacer las dos cosas afirmó, y las haremos.
     ¿Quieres que el capitán ponga rumbo al nordeste para ir al lugar? preguntó Esky.
     Sí respondió AlJalifa sosegadamente. Yo me encargaré de traer al pasajero a bordo.

    El Akbar, que enarbolaba el pabellón de Bahrein y estaba registrado como propiedad del Consorcio Árabe de Inversiones y Comercio, tenía una eslora de ciento un metros y era uno de los yates particulares más grandes del mundo. Aquellos que habían tenido la oportunidad de visitarlo habían hablado maravillas de las innumerables comodidades que ofrecía, y habían mencionado que además de disponer de varias embarcaciones pequeñas también llevaba un helicóptero.
    Desde el exterior, el Akbar tenía todo el aspecto de un palacio flotante propiedad de algún archimillonario. Nadie hubiese sospechado que era la guarida de una organización terrorista. Además de su jefe, AlJalifa, y de Esky, que ahora estaban en tierra, había otros seis hombres. Dos eran kuwaities, dos saudíes, un libio y un egipcio. Todos eran fundamentalistas y estaban dispuestos a morir por la causa.
     Tenemos autorización para salir del puerto comunicó el capitán a través del móvil.
     En cuanto llegue a aguas abiertas, avante a toda máquina le ordenó AlJalifa desde la costa. Estaré en el punto de encuentro dentro de noventa minutos.
     Muy bien, señor respondió el capitán.
    AlJalifa se guardó el móvil en el bolsillo y después miró el cuadro eléctrico en el sótano del hotel..
     Coloca las cargas aquí. Le señaló a Esky, la línea principal. En cuanto se apaguen las luces y suene la alarma, reúnete conmigo en el último rellano.
    Esky asintió con un gesto y comenzó a moldear el explosivo plástico C6 alrededor del tubo de aluminio. Luego sacó del bolsillo los cables y el detonador. Mientras tanto, AlJalifa cruzó el aparcamiento subterráneo, se acercó a una furgoneta, abrió la puerta trasera, echó una ojeada al compartimiento de carga, cerró la puerta, fue hasta la salida de emergencia y subió las escaleras.
    Llegó al piso, debajo de la planta donde estaban las habitaciones del emir, y entró en la habitación que había alquilado la compañía que utilizaba como tapadera. AlJalifa miró la cama que había corrido hasta una de las paredes. Luego se acercó a una máquina pintada de rojo colocada en el lugar que había ocupado la cama. Casi tocando el techo había una sierra circular con puntas de diamante de un metro y veinte de diámetro que parecía una versión gigante de la sierra que utilizaría un carpintero para hacer un agujero en una pajarera. La sierra estaba conectada a un eje de acero inoxidable propulsado por émbolos hidráulicos. Debajo había una caja de metal rectangular que contenía el motor diesel que accionaba la sierra. La caja tenía una barra y ruedas que permitían arrastrar la unidad.
    Un mando dotado con un cable de seis metros permitía dirigir a distancia el funcionamiento de la sierra.
    Bajó la sierra hasta situarla a un metro ochenta del techo.
    Junto a la máquina había una escalera y un trozo de madera contrachapada. Habían traído las piezas por separado a lo largo de semanas y después las habían montado en la habitación, En la recepción habían dado órdenes estrictas de que nadie debía entrar por ningún motivo.
    El equipo se utilizaba en las obras en construcción para perforar en el cemento los agujeros por donde pasaban las cañerías y los cables de electricidad.
    AlJalifa se dijo que abriría un agujero en el techo con toda facilidad.

    El emir de Qatar dormía pacíficamente en el piso superior.
    Los equipos de vigilancia de la Corporación montaban guardia en las habitaciones al otro lado del pasillo y en las vecinas al dormitorio del emir. Estaban convencidos de que el secuestro se efectuaría esa noche. En la habitación al otro lado del pasillo, Jones y Meadows observaban atentamente los monitores conectados a las cámaras. En la habitación a la izquierda del dormitorio del emir, Monica Cabtree escribía unas notas mientras Cliff Hornsby limpiaba una pistola. En habitación de la derecha, Hali Kasim y Franklin Lincoln comían unos bocadillos mientras esperaban.
    No había el menor indicio de lo que estaba a punto de ocurrir.

    En el piso de abajo, AlJalifa se puso unas gafas de visión nocturna; luego cogió el mando de la máquina y miró el reloj.
    Permaneció atento al segundero. A las tres en punto, se escucho una explosión y las luces se apagaron.
    AlJalifa apretó el botón de arranque y el motor diesel se nuso en marcha. A continuación pulsó el botón para elevar la sierra hasta el cielo raso. La sierra tocó el techo y comenzaron a volar trozos de yeso y madera por toda la habitación. En menos de diez segundos la sierra abrió un hueco, y el aire fresco ¿el dormitorio superior entró en el cuarto. AlJalifa bajó la sierra, colocó la plancha de madera sobre los afilados dientes, se montó sobre la plancha, y apretó el botón para hacerla subir de nuevo. Un par de segundos más tarde entraba en el dormitorio del emir.
    Gracias a las gafas de visión nocturna, vio a un hombre sentado en la cama que se frotaba los ojos. Sin perder ni un instante, atravesó la habitación y encajó una silla debajo del pomo de la puerta, y luego corrió a la cama del emir.
    Lo amordazó con cinta adhesiva y le vendó los ojos. Después lo sacó de la cama y lo llevó hasta el agujero. Se montaron sobre la plancha de madera y alJalifa hizo bajar la sierra hasta su habitación. En cuanto tocaron el suelo, arrastró al prisionero hasta la puerta. La abrió y se llevó al emir por el pasillo hasta las escaleras de incendio y bajaron.
    Habían transcurrido menos de dos minutos desde que AlJalifa había comenzado la operación.
    Unos pocos minutos más y estarían en la carretera.

     ¡Lo tiene! anunció Jones.
    Los equipos de la Corporación disponían de unas pequeñas linternas de gran potencia que llevaban sujetas a los cinturones. Ocho rayos alumbraron el pasillo delante de la puerta del emir.
     La luz está verde gritó Meadows después de pasar la tarjeta magnética por el lector instalado junto al marco pero la puerta no se abre.
     Hali ordenó Jones, tú y Lincoln bajad al garaje y controlad la salida.
    Los hombres partieron a la carrera.
     Crabtree, Hornsby, vosotros al vestíbulo añadió Jones. Bob, apártate. Voy a volar la puerta.
    Jones sacó del bolsillo un disco metálico, le quitó el protector del adhesivo, lo pegó en la puerta y apretó el interruptor que tenía en el canto.
     Señor gritó, apártese de la puerta, vamos a entrar.
    Jones y Meadows se apartaron un par de metros y esperaron a que la carga hiciera explosión. En cuanto estalló, Jones derribó los restos de la puerta y corrió al dormitorio. Alumbró la cama con la linterna. Estaba vacía. Iluminó el resto de la habitación y vio el agujero en el suelo. Cogió la radio y llamó al Oregon.
     Código rojo comunicó. Se han llevado al principal.
    Mientras esperaba la respuesta, Jones echó otra ojeada a la habitación.
     Bob, ve a ver qué hay abajo.
    Meadows se descolgó por el agujero.
     ¿Qué está pasando allí? preguntó la voz de Hanley en la radio.
     Se han llevado a nuestro jugador contestó Jones en el acto.
     Vaya, eso no era parte del plan manifestó Hanley lentamente.

     Cuidado, se acaba la escalera le dijo AlJalifa a su prisionero.
    El terrorista aún llevaba las gafas de visión nocturna, pero por lo que podía ver, Su Excelencia no parecía asustado.
    Sencillamente seguía las indicaciones de AlJalifa, como si los encargados de su seguridad le hubiesen enseñado a no resistirse.
     Venga por aquí añadió. Abrió la puerta del garaje y guió al emir a su interior.
    Esky apareció en su campo de visión en el mismo momento en que escuchaba las pisadas que bajaban por las escaleras.
     Abre la puerta de la furgoneta y baja la moto le gritó.
    Esky corrió hasta donde estaba la furgoneta, abrió la puerta trasera, y deslizó una rampa hasta el suelo. Luego entró en la furgoneta y bajó la moto por la rampa. Los clavos de los neumáticos para nieve repicaron en la rampa metálica. Mientras tanto, AlJalifa había llevado al emir hasta el vehículo.
    Metió una mano en el interior y sacó un fusil de asalto AK47.
    Con un mano sujetó al emir al tiempo que se volvía y apuntaba el fusil hacia la puerta. Comenzó a disparar en cuanto Kasim y Lincoln aparecieron. En el mismo momento, Esky puso en marcha el motor de la BMW 650 con sidecar.

    Una bala alcanzó a Kasim en un brazo, pero consiguió arrojarse cuerpo a tierra y rodar bajo un coche. Lincoln se agachó junto a su compañero; desenfundó la pistola, pero no disparó porque el emir estaba en la línea de tiro.
     Cúbreme le ordenó AlJalifa a Esky y le pasó el fusil.
    Esky empuñó el AK47 y comenzó a disparar en ráfagas cortas toda la zona cercana a la puerta. AlJalifa empujó al emir al sidecar y se montó de un salto. Puso la marcha y aceleró a fondo. Esky continuó disparando.
    AlJalifa llegó a la rampa de salida y comenzó a subir.
    Lincoln se puso en contacto por radio con el Oregon.
     El principal va en una moto BMW gritó.
    Kasim apoyó la pistola en el brazo herido, apuntó cuidadosamente y efectuó tres disparos que alcanzaron a Esky en el vientre, el corazón y el cuello. Se desplomó como un saco de patatas y el AK47 cayó al suelo. Lincoln corrió hasta la furgoneta, apartó el fusil de un puntapié, y vigiló al moribundo, mientras el ruido de la motocicleta se perdía en la distancia.

    La rueda delantera de la moto se elevó en el aire cuando salió de la rampa. AlJalifa se echó con todo el peso sobre el manillar para bajarla. Viró a la derecha y siguió por Steintun Road hasta llegar a la intersección con Saebrut. Dobló en dirección este y continuó a toda velocidad por la carretera paralela a los muelles, que era la salida de la ciudad. No se veía ni un solo coche.
    AlJalifa miró al emir sentado en el sidecar; le pareció extraño que el hombre no mostrara ningún temor.

    Crabtree y Hornsby cruzaron el vestíbulo a la carrera y salieron del hotel a tiempo para ver la motocicleta que se alejaba a toda velocidad. Corrieron hacia el todoterreno negro que habían aparcado delante del hotel.
     Escuchadme, todos dijo Hanley por la radio desde la sala de control del Oregon. Nuestro principal viaja en una moto BMW.
    Hornsby apretó la tecla del mando a distancia, abrió la puerta y se sentó al volante. Crabtree buscó su radio en cuanto se sentó.
     Ha doblado en dirección este y ahora va por la carretera de los muelles comunicó. Iniciamos la persecución.
    AlJalifa aceleró un poco más y la moto rodó a casi ciento veinte kilómetros por hora por la carretera cubierta de nieve.
    Después de pasar por tres cruces, coronaron una colina y quedaron fuera de la vista de Reikiavik. El kuwaití redujo la velocidad y miró con atención a un costado en la carretera hasta dar con el sendero que había marcado el día anterior con una moto de nieve. Condujo la moto por el angosto camino de nieve apisonada y pasó por otra colina. Un fiordo cubierto con una capa de hielo llegaba casi hasta el inicio de la ladera.
    De pronto, la civilización se convirtió en algo muy remoto.
    Allí, en un círculo de nieve apisonada, había un helicóptero Kawasaki.

    Hornsby levantó un poco el pie del acelerador cuando pasaron por el primer cruce, atento a las huellas de neumáticos en la nieve. No encontró ninguna, así que volvió a acelerar y miró en el siguiente. Bajar la velocidad para comprobar los caminos laterales les hacía perder tiempo, pero Hornsby y Crabtree no tenían otra alternativa.
    La motocicleta BMW no aparecía por ninguna parte.

    AlJalifa sentó el emir, amordazado y vendado, en el asiento del pasajero del Kawasaki y luego cerró la puerta con llave desde el exterior. Había quitado el pestillo interior para que no se pudiera abrir desde dentro. Pasó por delante de la cabina para sentarse en el asiento del piloto y metió la llave en el contacto. Mientras esperaba a que se calentaran los dispositivos de encendido, miró al prisionero.
     ¿Sabe quién soy? le preguntó.
    El emir amordazado asintió con un movimiento de cabeza.
     Bien dijo AlJalifa, entonces ha llegado el momento de hacer un pequeño viaje.
    Giró la llave y esperó de nuevo a que las turbinas alcanzaran el impulso necesario. Después tiró de la palanca del colectivo y el Kawasaki despegó; cuando alcanzó los tres metros de altura, movió el cíclico hacia delante. El aparato avanzó, superó el efecto tierra mientras se alzaba y a continuación se dirigió hacia el mar. AlJalifa mantuvo al helicóptero a baja altura para que se confundiera con el fondo de las montañas.
    Dirigió una última mirada a Reikiavik y luego se concentró en el pilotaje.

     Aquí terminan las huellas anunció Hornsby, que había abierto la puerta del coche para asomarse.
    Crabtree miraba por la ventanilla de su lado.
     Allí dijo; señalando, continuó: Allí hay una pista.
    Su compañero observó el angosto sendero.
     La nieve está blanda. Nos quedaremos atascados.
    Después de llamar al Oregon, que de inmediato envió a George Adams con el helicóptero Robinson de la Corporación, Hornsby y Crabtree siguieron a pie por el sendero. Encontraron la moto al cabo de diez minutos. Cuando Adams apareció con el helicóptero, ya habían aclarado el misterio. Lo llamaron por la radio.
     Hemos encontrado en la nieve las huellas de los rotores informó Hornsby.
     Daré una vuelta para ver si veo a otro helicóptero dijo Adams.
    Se alejó de Reikiavik hasta donde le permitió el combustible, pero no vio ningún otro aparato. El emir se había desvanecido de la faz de la tierra como si se lo hubiese llevada una mano gigante.




    14

    Los faros colocados en el techo del Thiokol abrían una débil brecha en la oscuridad mientras Cabrillo conducía por la interminable extensión blanca. Después de cinco horas, a ochenta kilómetros al norte de Kulusuk, había logrado hacerse con el vehículo. Los sonidos del tractor oruga, que al principio le habían parecido desconcertantes e imposibles de distinguir, ahora comenzaban a tener sentido. Notaba las vibraciones del motor, el rugido de las cadenas y los crujidos del chasis; los sonidos le permitían determinar su avance: había ruidos y vibraciones que le indicaban que estaba ascendiendo; los chirridos de las cadenas le informaban de qué tipo era la superficie que cruzaba.
    Veinte minutos antes, Cabrillo había avanzado por la enorme capa de hielo que cubría la mayor parte de Groenlandia.
    Ahora, con el mapa y las detalladas notas de Campbell, guiaba al Thiokol a través de una serie de valles totalmente cubiertos de hielo. Si todo continuaba de acuerdo con el plan, llegaría al monte Forel alrededor de la hora del desayuno en Islandia.
    Entonces se apoderaría del meteorito, lo cargaría en el tractor oruga, emprendería el camino de regreso a Kulusuk y, una vez allí, llamaría al helicóptero del Oregon para que lo recogieran a él y la carga. En cuestión de días recibirían el pago y todo estaría listo y acabado.
    Al menos ese era el plan: entrar, salir y a casa.

    Cabrillo notó que la parte delantera se hundía y movió las palancas para poner la marcha atrás justo a tiempo. El Thiokol frenó en seco y después retrocedió a toda potencia. Desde que había salido de Kulusuk, el viaje se había desarrollado sin problemas. Así y todo, el lugar en raras ocasiones permitía una marcha sin sobresaltos y si Cabrillo no hubiese tenido rapidez de reflejos para frenar y retroceder, en cuestión de segundos él y el vehículo hubiesen acabado cayendo por una ancha grieta del hielo.
    Retrocedió hasta una distancia prudencial, se puso la parka y bajó de la cabina. Acomodó los faros para iluminar la grieta y después caminó hasta el abismo. La gruesa pared del glaciar alumbrada por los faros tenía un color azul verdoso.
    Miró al otro lado y calculó que la grieta tenía unos cuatro metros de ancho. Era imposible saber hasta dónde se extendía antes de cerrarse. Se ajustó la capucha de la parka para protegerse del terrible viento. Unos pocos pasos más y el tractor oruga se hubiese precipitado en vertical hasta quedar clavado en el fondo de la grieta. Incluso si Cabrillo hubiese sobrevivido a la caída, lo más probable es que hubiese quedado atrapado en la cabina sin tener manera de salir. Habría muerto congelado mucho antes de que cualquiera le hubiese encontrado, incluso antes de que se hubiera organizado una operación de rescate. Se estremeció al pensarlo.
    Cabrillo caminó de regreso hasta el Thiokol, entró en la cabina y miró el reloj. Eran las cinco de la mañana, pero no había rastro de luz. Consultó el mapa, cogió el compás y midió la distancia hasta el monte Forel. Cincuenta kilómetros, unas tres horas de marcha. Cogió el móvil y llamó a Campbell.
    Sorprendentemente, la llamada fue atendida de inmediato.
     ¿Sí? dijo Campbell con voz clara.
     Acabo de encontrarme con una grieta.
     Dígame la lectura del GPS.
    Cabrillo le leyó las coordenadas y esperó mientras Campbell consultaba el mapa en Kulusuk.
     Giró en la dirección equivocada un par de kilómetros atrás le informó Campbell, y fue a la izquierda y no a la derecha. Está en el glaciar Nunuk. Retroceda y bordee el glaciar. Llegará a un repecho. Cuando lo pase, verá el Forel si está despejado y no es noche cerrada.
     ¿Está seguro? preguntó Cabrillo.
     Sí. He estado antes en ese cañón, no tiene salida.
     Retrocedo un par de kilómetros y doblo a la izquierda repitió Cabrillo.
     Para usted será doblar a la derecha se apresuró a decir Campbell. Recuerde que viene en la dirección contraria.
     ¿Después sigo el borde del glaciar?
     Sí, pero ahora, mientras está parado, quiero que acomode el faro del techo en el lado del conductor para que alumbre al costado. Así, cuando llegue al borde del glaciar, la luz lo iluminará. El reflejo tendrá el color del jade o el zafiro.
    Solo eche una ojeada de vez en cuando para controlar la marcha. Una vez pasado el borde del glaciar, subirá una cuesta y bajará de nuevo. Eso le indicará que ha dejado atrás el glaciar.
    Después, todo recto hasta la ladera del Forel. Es una pendiente bastante fuerte pero el Thiokol la subirá. Yo lo he hecho antes.
     Gracias. ¿Podrá aguantar unas horas si lo necesito? ¿Hasta ahora cómo lo lleva?
     Solo bebo un sorbo de vez en cuando para ir pasando contestó Campbell. Aquí estaré si me necesita.
     Bien dijo Cabrillo, y cortó la comunicación.
    Se subió al estribo para acomodar el faro, luego se sentó en la cabina, puso la primera, y dio la vuelta. Avanzó a marcha lenta hasta encontrar el borde del glaciar, que estaba a unos pocos metros, y lo siguió.
    El monte Forel no estaba lejos, pero seguía oculto entre la oscuridad y la nieve que arrastraba el viento.
    Cabrillo necesitaba llegar a la montaña y recuperar su secreto. Pero había alguien más con el mismo plan, y esa persona no seguía las mismas reglas de juego limpio que la Corporación. Ambos estaban destinados a encontrarse.

    El emir notó cómo el helicóptero se detenía cuando alJalif a lo situó en la vertical de la popa del Akbar, y después bajaba hasta posarse en la cubierta. AlJalifa esperó a que los tripulantes sujetaran los patines y el rotor antes de salir de la cabina. Pasó al otro lado, abrió la puerta del lado del pasajero, ayudó a bajar al prisionero y lo llevó al salón principal. El emir escuchó una media docena de voces árabes. El aire olía a pólvora, aceite y almendras.
    Luego lo llevaron a un camarote en la cubierta inferior, donde lo arrojaron sin miramientos sobre una cama y lo ataron de pies y manos. El emir escuchó a AlJalifa ordenar a uno de sus hombres que montara guardia en el exterior. Después se quedó solo, boca arriba y atado como una momia, sin nada más que hacer que pensar en cuál sería su destino.
    Más allá de la molestia del sudor que le corría por el rostro debido al calor excesivo en el camarote, el hombre no se preocupaba demasiado. Si AlJalifa hubiese tenido la intención de matarlo ya lo hubiese hecho. Por otra parte, sabía que sus amigos de la Corporación ya lo estarían buscando. La única pega era que no pudiese rascarse la nariz.

     Instalad las armas ordenó AlJalifa en cuanto entró de nevo en el salón principal. Quiero volar a la montaña cuanto antes.
    Cuatro de los hombres salieron para ocuparse de la instalación. El viento, la lluvia y la nieve que azotaban la cubierta del Akbar hacían que la tarea fuese lenta y dificultosa, pero los hombres conocían su trabajo y no hacían caso del embate de los elementos. Veintisiete minutos más tarde, el jefe del grupo volvió al salón.
     Las armas están instaladas le dijo a AlJalifa mientras se quitaba la nieve de los guantes.
     Llama a los hombres. Quiero hablar con todos.
    Los terroristas se sentaron alrededor de la mesa. Era una asamblea de asesinos, un convención de matones. Esperaron en silencio las palabras de su jefe.
     Alá nos ha bendecido una vez más comenzó alJalifa. Como habéis visto, he capturado al emir lacayo de Occidente que regía mi país. Muy pronto ocuparé el trono. Por otra parte, un traidor occidental me ha comunicado dónde hay un meteorito de iridio que podremos utilizar junto con la bomba que haremos estallar en Londres. Si consigo el iridio, la magnitud de la destrucción se centuplicará.
     Alabado sea Alá coreó el grupo espontáneamente.
     En estos momentos, el Akbar navega rumbo a la costa este de Groenlandia añadió AlJalifa con un tono grandilocuente. Llegaremos dentro de unas pocas horas, y entonces iré en helicóptero a buscar el iridio. En cuanto regrese, pondremos rumbo a Inglaterra y llevaremos a cabo nuestra misión.
     No hay otro dios que Alá gritaron los terroristas.
     Quiero que aquellos que han acabado con sus tareas descansenmanifestó AlJalifa. Necesitamos que todos estén en las mejores condiciones para cuando lleguemos a Inglaterra. Muy pronto aquellos que se oponen a Alá conocerán nuestra ira.
     Alá es grande exclamaron los demás.
    AlJalifa dio por acabada la reunión y se retiró a su camarote. Aprovecharía para dormir unas horas. No sabía que este sería su último sueño antes del eterno.




    15

    En el hotel Kangerlussuaq, a dos mil kilómetros de distancia, Clay Hughes acababa de desayunar beicon, huevos fritos, patatas y tostadas y una jarra de café, cuando Michael Neilsen se acercó a la mesa.
     ¿Está preparado para partir? preguntó Hughes mientras se levantaba.
     El tiempo no ha mejorado mucho respondió el piloto, pero estoy dispuesto a intentarlo si usted quiere. ¿Qué dice?
     Nos vamos.
     En ese caso añadió Neilsen, pediré que nos preparen comida para el viaje. Si tenemos una avería, pasará algún tiempo antes de que llegue la ayuda.
     Pediré que nos preparen bocadillos y un par de termos de café. ¿Se le ocurre alguna cosa más que podamos necesitar?
     Solo suerte dijo Neilsen.
     Me ocuparé de la comida y me reuniré con usted en el helicóptero.
     Le estaré esperando contestó Neilsen, y se fue.
    Quince minutos más tarde el EC130B4 remontó vuelo y puso rumbo al este. Un leve resplandor amarillo teñía las nubes como un testimonio de los intentos del sol por mostrarse.
    Por lo demás, el paisaje era oscuro y siniestro, como una maldición arrastrada por un viento malsano.
    Pasaron las horas mientras el Eurocopter volaba muy alto por encima del terreno helado.

    Cabrillo detuvo el tractor oruga para consultar el mapa. Calculó que estaría como mucho a una hora de viaje de la cueva en el monte Forel. El móvil volvía a tener señal después de haber dejado atrás el glaciar. Pulsó la tecla de llamada rápida y llamó al Oregon.
     Te hemos llamado varias veces dijo Hanley en cuanto atendió la llamada. Anoche secuestraron al emir.
     Secuestrado repitió Cabrillo. Creía que lo teníamos controlado.
     Se llevaron a nuestro hombre explicó Hanley, y hasta el momento no hemos tenido comunicación alguna con los secuestradores.
     ¿Tienes alguna idea de adonde se lo han llevado?
     Es lo que estamos averiguando.
     Rescatadle.
     Lo haremos.
     Yo ya casi estoy en el lugar le informó Cabrillo. Recogeré el paquete y saldré pitando. Mientras tanto, búscame algo rápido que me lleve de regreso a casa.
     De acuerdo contestó Hanley.
    Cabrillo apagó el móvil y lo dejó en el asiento del pasajero.
    Al mismo tiempo que Cabrillo comenzaba a subir la ladera del monte Forel, un operario de tierra en el aeropuerto internacional de Reikiavik barría la nieve de la escalerilla de un 737 privado. Había dos grupos electrógenos a ambos lados del aparato que le suministraban energía. En el interior del avión estaban encendidas todas las luces.
    El piloto miró a través del parabrisas la limusina que se acercaba por la pista y se detenía al pie de la escalerilla. Bajaron cuatro personas por la puerta trasera. Dos ascendieron rápidamente por los escalones, mientras los otros dos observaban la zona para ver si alguien los espiaba. Después subieron la escalerilla y cerraron la puerta.
    El operario apartó la escalerilla y esperó mientras el piloto ponía en marcha los motores. En cuanto recibió el aviso de la torre de control, carreteó hasta la cabecera de la pista y se puso en posición para el despegue. Tardarían catorce horas en llegar a su destino, incluido el tiempo para repostar en España.
    En el momento en que el 737 despegó, el operario habló por el micrófono que llevaba sujeto en la capucha de la parka.
     Están en el aire dijo.
     Recibido respondió Hanley.

    Cabrillo había conducido el tractor oruga cuesta arriba durante casi una hora desde su conversación con Hanley. Se detuvo, se cerró la parka y salió de la cabina. Acomodó los faros para iluminar la montaña y después se ocupó de quitar el hielo de la parrilla del radiador. Se disponía a entrar en la cabina cuando oyó a lo lejos algo que sonaba como el batir de un tambor. Se apresuró a apagar el motor y escuchó con atención.
    El sonido fluctuaba en el viento como el ir y venir de las olas. Finalmente, Cabrillo identificó el sonido. Entró en la cabina y cogió el teléfono.
     Max, escucho los rotores de un helicóptero que se acerca. ¿Has enviado a alguien?
     No, jefe respondió Hanley. Todavía estamos buscando a quién enviar.
     ¿Puedes averiguar qué está pasando?
     Intentaré comunicarme con alguno de los satélites del departamento de Defensa pero tardaré entre quince y veinte minutos.
     Me gustaría saber quién se está colando en mi fiesta.
     Sabemos que hay cerca una estación de radar automática de la fuerza aérea dijo Hanley. A lo mejor las antenas todavía están en uso y han enviado a alguien para que las repare o lo que sea.
     Averigúalo. Cabrillo giró la llave de contacto y puso en marcha el motor. Creo que casi ya he llegado a la cueva.
     De acuerdo.

    Con un trineo para apisonar la nieve y una docena de cajas de colores, Ackerman había improvisado una pista de aterrizaje señalada con una gran equis en un pequeño llano a unos setenta metros de la entrada inferior de la cueva. Se sentía orgulloso de su trabajo. El helicóptero aterrizaría sin riesgo de que el rotor golpeara contra la montaña. Era algo precario, pero era lo mejor que había podido hacer en la ladera.
    Se refugió en la entrada y vio cómo el helicóptero llegaba a la vertical de la pista y se posaba. El rotor se detuvo y un hombre salió por la puerta del pasajero.

    Cabrillo escuchó el aterrizaje del helicóptero a través de la ventanilla abierta, pero la cortina de nieve y la oscuridad le impidieron ver dónde se había posado. Estaba cerca, de eso no había duda. Se puso unas polainas de nailon sobre los pantalones y cogió las raquetas de nieve. Metió las botas en los enganches y los sujetó bien fuerte. Después buscó la caja de cartón con el falso meteorito que había preparado Nixon.
    no tenía más que entrar en la cueva sin que lo vieran y efectuar el cambio.

     Me envía el jefe para que verifique el hallazgo le dijo Hughes a Ackerman cuando llegó a la entrada de la cueva.
    Ackerman sonrió, orgulloso a más no poder.
     Es una maravilla, posiblemente el hallazgo arqueológico más importante del siglo.
     Eso me ha dicho. Hughes entró en la cueva. Me ha enviado para asegurarse de que reciba lo que se merece.
    Ackerman recogió una lámpara y guió a Hughes por el pasillo.
     Pertenece al departamento de Relaciones Públicas?
     Me ocupo de eso y otras tareas.  Hughes se detuvo junto a la escalera que Ackerman había bajado de la cueva superior para facilitar la comunicación entre las dos cuevas.
     Suba. Verá usted una auténtica maravilla manifestó Ackerman.
    Los dos hombres subieron a la cueva superior.
    Hughes se limitó a asentir mientras Ackerman no dejaba de describirle lo que había encontrado, porque había venido a buscar una sola cosa, y en cuanto la tuviese, se marcharía.

    Cabrillo rondó por la ladera hasta que encontró un lugar donde la nieve se derretía. Al mirarlo de cerca, vio que era una pequeña abertura y con piedras a su alrededor, como si las hubiesen arrojado desde el interior. El aire caliente que escapaba del interior fundía la nieve en torno al agujero. Comenzó a retirar las piedras y comprobó que había espacio suficiente para pasar, así que se deslizó por la abertura que comunicaba con la cueva superior y después pasó la caja.
    En el interior había el espacio suficiente como para estar erguido.
    Echó a andar por el pasillo para ver qué encontraba.

    Incluso un asesino despiadado como Hughes no pudo menos que sentirse impresionado con la grandiosidad de la cueva y el santuario. Ackerman estaba de pie junto al altar del meteorito, con un brazo alzado como una azafata que enseña el premió en un concurso.
     Es hermoso, ¿verdad? comentó Ackerman.
    Hughes asintió mientras sacaba del bolsillo un contador Geiger. Lo acercó al meteorito; las lecturas superaron la escala. Un par de horas de exposición y comenzaría a sufrir las consecuencias del envenenamiento radiactivo. Comprendió que debía aislarlo con mucho cuidado para el viaje de regreso a Kangerlussuaq.
     ¿Ha pasado mucho tiempo junto al meteorito? le preguntó a Ackerman.
     Lo he observado desde todos los ángulos contestó el arqueólogo.
     ¿Se ha sentido mal? ¿Ha advertido algún cambio físico?
     Me sangra la nariz con frecuencia. Creí que era la sequedad del aire.
     Creo que la radiación lo ha afectado. Tendré que ir hasta el helicóptero y buscar algo para aislarlo.

    Cabrillo caminó a paso rápido por el pasillo hacia el sonido de las voces. Oculto detrás de una roca, prestó atención a lo que decían.
    «Tendré que ir hasta el helicóptero y buscar algo para aislarlo», dijo uno. Después escuchó cómo se alejaban y la oscuridad reinó en la cueva. Tendría que esperar para saber qué pasaría a continuación.

     Espere aquídijo Hughes cuando llegaron a la entrada de la cueva inferior.
    Ackerman observó a Hughes mientras este bajaba la ladera, se acercaba al helicóptero, y abría la puerta trasera.
     Volveré en unos minutos le explicó el asesino a Neilsen. Recogió una caja que estaba en el suelo del aparato, y añadió: Después ya podremos marcharnos.
     Cuanto antes, mejor respondió el piloto, preocupado por el tiempo.
    Hughes subió la ladera cargado con la caja. Miró al arqueólogo cuando entró en la cueva.
     Traigo algo que le aliviará el sufrimiento. Se lo daré enseguida.

    Cabrillo esperó un par de minutos hasta asegurarse de que se encontraba solo. Luego metió la mano en el bolsillo, sacó una bolsa de plástico y la abrió. Del interior de la bolsa extrajo un cilindro de luz química, lo dobló como si fuera una barra de pan y el cilindro se encendió con una luz verde. Con el cilindro en alto para aprovechar al máximo la luz, comenzó a caminar hacia el meteorito. Se aproximaba al altar cuando escuchó un disparo.
    De nuevo metió la mano en el bolsillo; esta vez sacó un paquete de papel de aluminio, rasgó el envoltorio con los dientes y espolvoreó el contenido sobre el meteorito. Luego, mientras el sonido de unas pisadas sonaba cada vez más cerca, se ocultó detrás de unas rocas y guardó el cilindro luminoso en el bolsillo.
    Un hombre alto que llevaba una linterna se acercó al altar recogió el meteorito y lo metió en una caja. Cabrillo se había dejado el fusil en el tractor oruga, así que poco podía hacer en ese momento. Tendría que interceptarlo y apoderarse del meteorito en algún otro lugar de la cueva.
    El hombre sujetó con los dientes el anillo de la linterna y se marchó con la caja.
    Cabrillo esperó hasta que desapareció la luz de la linterna y luego avanzó lentamente con el cilindro de luz verde por delante. Dedujo que los hombres examinarían el meteorito en algún otro lugar, y cuando los encontrara entraría en acción.
    Entonces chocó con la escalera y casi se cayó por el agujero.
    Prestó atención para saber si habían escuchado el ruido.
    Después, al ver que no había ninguna respuesta, bajó la escalera. Cuando retiró el pie del último peldaño pisó el cuerpo de Ackerman.




    16

    En el momento que Hanley recibió la confirmación de que ningún helicóptero islandés militar o civil había estado en el aire a la hora del secuestro del emir, fue un juego de niños coordinar esta información con los registros portuarios para saber cuáles habían sido las naves que habían llegado o zarpado alrededor de dicha hora.
    No tardó mucho en decidir que el Akbar era el objetivo prioritario.
    Accedió a la información de los satélites y así se enteró de que el Akbar navegaba por el estrecho de Dinamarca entre Islandia y Groenlandia. En cuanto dejaron atrás la escollera, ordenó que pusieran en marcha los motores magnetohidrodinámicos. El Oregon alcanzó la velocidad de treinta nudos y se movía entre los icebergs como un esquiador de eslalon por una pista helada. Hanley intentó comunicarse con Cabrillo pero no obtuvo respuesta. En aquel momento, Michael Halpert entró en la sala de control.
     Habían disimulado la propiedad tras una serie de compañías fantasmas dijo. Por eso pasamos por alto la amenaza.
     ¿Quién es el verdadero propietario? preguntó Hanley.
     El grupo Hammadi.
     AlJalifa exclamó Hanley. Sabíamos que estaba planeando una intentona contra el emir, pero de haber sabido que disponía de un yate, quizá las cosas hubiesen sido de otra manera.
    Eric Stone se giró en la silla.
     Jefe, tengo establecido el vínculo que me pidió. La identificación del helicóptero está en pantalla. Es un Eurocopter modelo EC130B4. Ahora mismo estoy buscando quién es el propietario.
    Hanley echó una ojeada a la pantalla.
     ¿Por qué hay dos ecos?
    Stone miró la pantalla y amplió la imagen.
     El segundo eco acaba de aparecer en este instante. Yo diría que hay otro helicóptero en la zona.

    Cabrillo sostuvo en alto la luz verde, se agachó, y apoyó los dedos en el cuello de Ackerman. Notó un latido muy débil.
    Entonces el arqueólogo se movió y abrió los ojos. Tenía la piel grisácea, la visión desenfocada, y sus labios apenas si se movían.
     Usted no es… susurró.
     No dijo Cabrillo. Yo no soy el hombre que le disparó.
    Cabrillo sacó una navaja del bolsillo, abrió la chaqueta de Ackerman y le cortó la camisa. La herida era grave, y la sangre arterial manaba con demasiada fuerza.
     ¿Tiene un botiquín de primeros auxilios? le preguntó.
    Ackerman le señaló una bolsa junto a una mesa plegable que estaba a unos pasos más allá. Cabrillo se apresuró a cogerla, la abrió y sacó el botiquín. Echó mano a un puñado de apósitos y cinta adhesiva. Abrió los paquetes mientras volvía junto al herido. Tapó la herida con los apósitos y los sujetó con la cinta adhesiva. Después tomó la mano de Ackerman y la puso sobre la herida.
     No aparte la mano dijo Cabrillo. Enseguida vuelvo.
     El Fantasma susurró Ackerman. Ha sido El Fantasma.
    Cabrillo giró sobre los talones y corrió hacia la entrada de la cueva. En cuanto se asomó al exterior, escuchó que se ponía marcha la turbina del Eurocopter y vio los destellos de las luces de navegación en el fuselaje.
    Entonces un segundo grupo de luces apareció en la distancia.

    AlJalifa era un excelente piloto de helicópteros. Había entrado en Estados Unidos con una visa falsa de estudiante y durante un año había hecho un curso en una escuela de vuelo del sur de Florida que le había costado cien mil dólares. Observó la ladera del monte Forel a través del parabrisas. Acababa de ver un tractor oruga naranja en un lado de la montaña cuando apareció ante su vista el otro helicóptero.
    El destino tenía estas cosas; cinco minutos más y hubiese perdido su oportunidad.
    En cuestión de segundos, AlJalifa había evaluado la situación y ya tenía un plan.

    Cabrillo salió cautelosamente de la cueva y luego se ocultó detrás de un saliente rocoso. Necesitaba llegar hasta el Thiokol para recoger el fusil, pero tenía delante al segundo helicóptero. Sacó el móvil del bolsillo y miró la pantalla. Fuera de la cueva volvía a tener señal. Apretó la tecla de marcado rápido y esperó hasta que Hanley respondió a la llamada.
     Esto parece la caída de Saigón dijo Cabrillo. Había un helicóptero cuando llegué, y ahora acaba de aparecer otro. ¿Quiénes son estos tipos?
     Stony acaba de identificar a uno respondió Hanley. Es un aparato de alquiler con base en el oeste de Groenlandia, cuyo propietario se llama Michael Neilsen. Hemos mirado si tiene antecedentes o está ligado a alguna organización pero está limpio, así que debe tratarse de un piloto de alquiler.
     ¿Qué hay del segundo?
    Stone no había dejado de teclear en su ordenador.
     Es un Bell Jet Ranger de una compañía minera canadiense.
     El segundo es un Bell Jet Ran… comenzó a repetir Hanley.
     Lo estoy mirando ahora mismo le interrumpió Caballo. No es un Jet Ranger, se parece más a un McDonnell Douglas de la serie 500.
    Stone escribió más órdenes y un segundo más tarde apareció en el monitor la imagen de un helicóptero estrellado.
     Alguien robó el registro y la identidad para que no lo descubriesen. ¿El señor Cabrillo alcanza a ver los números de la cola?
     Stone dice que es un registro robado transmitió Hanley. ¿Puedes ver los números en la cola?
    Cabrillo sacó unos prismáticos pequeños y enfocó el aparato.
     Dos cosas dijo lentamente. La primera, que va armado. La segunda que no se ven los números de la cola, pero sí veo las letras pintadas en el costado. Hay una A, una K, y una B. Las demás las tapa el hielo. Puede ser que la cuarta sea una A. No estoy seguro.
    Hanley informó a Cabrillo de lo que habían descubierto sobre el yate llamado Akbar.
     ¿Es el hijo de puta de AlJalifa? exclamó Cabrillo. Entonces ¿quién está en el otro helicóptero? ¿Al Capone?

    Neilsen aceleró el rotor, tiró del colectivo y el Eurocopter comenzó a despegar en el mismo momento en que aparecía ante él el segundo helicóptero.
     Tenemos compañía le dijo a Hughes por el intercomunicador.
     Despegue gritó Hughes.
     Creo que sería mejor posarnos y averiguar qué pasa replicó Neilsen.
    Con la velocidad del rayo, Hughes sacó una pistola del bolsillo y apuntó a la cabeza del piloto.
     Le dije que despegue.
    Neilsen tuvo suficiente con ver la pistola. Movió el cíclico y el Eurocopter avanzó. En aquel mismo instante se vio una llama en la parte inferior del otro helicóptero y un misil voló hacia el lugar donde habían estado detenidos. El proyectil falló el blanco y se perdió en la nieve.

    Stone puso en pantalla otra imagen.
     Esta es una toma del satélite del departamento de Defensa correspondiente a una hora atrás explicó rápidamente. El segundo helicóptero vino de una posición frente a la costa oriental de Groenlandia y fue directamente hacia el monte Forel.
    Adams entró en aquel momento en la sala de control.
     El helicóptero está armado y listo para despegar.
     ¿Tienes autonomía suficiente para ir y volver preguntó Hanley.
     No admitió Adams. Nos faltarán entre ciento veinte y ciento sesenta litros para el regreso.
     ¿Qué combustible utilizas?
     Cien octanos sin plomo.
     Juan, tenemos a Adams preparado para partir, pero noS quedaremos cortos de combustible para el viaje de regreso dijo Hanley por el teléfono. ¿Tienes reserva de combustible en el tractor oruga?
     Tengo alrededor de unos cuatrocientos litros.
    Hanley miró a Adams que había escuchado la transmisión atentamente.
     Si llevo un aditivo para el octanaje, podríamos llenar los depósitos con su reserva. En cualquier caso, quiero ir allí y ayudar al jefe.
     Llamaré al taller para que suban el aditivo a la cubierta de vuelo dijo Hanley rápidamente. Despega en cuanto lo tengas.
    Adams corrió hacia la puerta.
     Te envío a la caballería, Juan le avisó Hanley. Llegará allí en un par de horas.
    Cabrillo observó cómo el segundo helicóptero maniobraba para disparar de nuevo contra el Eurocopter.
     Me parece magnífico, porque el helicóptero con la identificación falsa acaba de disparar un misil contra el otro.
     Estás de broma respondió Hanley, asombrado.
     Eso no es todo, amigo mío. Aún no he tenido ocasión de comunicarte la mala noticia.
     ¿Qué podría ser peor?
     El meteorito está dentro del helicóptero de alquiler contestó Cabrillo. Llegaron antes.

    En el Eurocopter, Hughes mantenía la pistola apuntada a la cabeza de Neilsen y en la otra mano tenía el teléfono.
     Ponga rumbo al oeste, hacia la costa le ordenó. Hay un cambio de planes.
    Neilsen fijó el nuevo rumbo, sin decir palabra.
    Hughes apretó la tecla de marcado rápido en el móvil y esperó.
     Señor dijo mientras el piloto intentaba alejarse a toda elocidad del otro aparato, he recuperado el objeto y despachado al cuidador, pero ha surgido una pega.
     ¿Cuál es el problema? preguntó su interlocutor.
     Nos ataca un helicóptero no identificado.
     Ahora se dirige hacia la costa, ¿no?
     Sí, señor, tal como estaba dispuesto.
     Allí hay un equipo que lo espera. Si el helicóptero lo persigue hasta el mar, ellos se encargarán de solucionar el problema.
    Antes de que Hughes pudiese responder, un segundo misil alcanzó la cola del Eurocopter y destrozó el rotor trasero.
    Neilsen luchó con los controles pero el helicóptero inició una caída mortal hacia el suelo.
     Nos han derribado alcanzó a gritar Hughes antes de que la fuerza centrífuga lo lanzara contra la ventanilla lateral.
    La fuerza del impacto astilló el cristal y destrozó el teléfono.

    Cabrillo vio cómo los helicópteros se perdían en la distancia mientras subía por la ladera hasta el lugar donde había dejado las raquetas de nieve. Se las estaba calzando cuando escuchó la explosión del misil contra el Eurocopter. Miró en la dirección del sonido pero no vio gran cosa en la oscuridad. Después, una brillante bola naranja apareció a ras de suelo. Fue como una maligna aurora boreal que solo tardó unos segundos en disiparse.
    Acabó de atarse las raquetas de nieve, bajó hasta donde estaba el tractor oruga y puso rumbo en dirección a la luz. Diez minutos más tarde, cuando llegó al lugar, aún había llamas. El helicóptero estaba de lado. Cabrillo trepó hasta lo que ahora era la parte superior y abrió la puerta. El piloto y el pasajero estaban muertos. Recogió toda la documentación que pudo de los cadáveres y el helicóptero, y después buscó la caja que contenía el meteorito.
    No la encontró. Solo encontró las huellas de un desconocido.

    El empleador de Hughes al ver que no conseguía restablecer la conexión, llamó a otro número.
     Tenemos un problema anunció.
    Cuando acabó de explicar la situación, el otro hombre le respondió con mucha seguridad:
     No se preocupe, señor. Estamos preparados para las contingencias.




    17

    AlJalifa esperó a que la nieve comenzara a extinguir el fuego en el depósito de combustible y después abrió la puerta de la cabina del Eurocopter. Vio los cadáveres y se dio cuenta de que la muerte había sido instantánea. No se molestó en identificar a los hombres; no le importaba en absoluto saber quiénes eran. Le bastaba con saber que eran occidentales y que estaban muertos.
    Solo quería recuperar el meteorito, y para eso tuvo que meterse por la puerta trasera porque la caja había quedado encajada contra el asiento. Sacó la caja, salió del helicóptero, quitó los cierres y levantó la tapa.
    El meteorito estaba sobre una capa de gomaespuma; las paredes de la caja habían sido recubiertas con planchas de plomo.
    Cerró la tapa, volvió al Kawasaki HK500D, colocó la caja en el asiento del pasajero y la sujetó con el cinturón de seguridad. Después ocupó el asiento del piloto, puso en marcha el motor y despegó. Mientras volaba sobre el terreno cubierto de nieve, la caja iba en el asiento como un huésped de honor, y no como una esfera cargada con un veneno que mataría a una población inocente.
    AlJalifa llamó al Akbar para comunicar que volaba de regreso a bordo. En cuanto llegara a la nave, pondrían rumbo a Londres y completarían la misión. Muy pronto los infieles conocerían la ira de Dios.
    Después se ocuparía del emir y del derrocamiento del gobierno de Qatar.

     Dadme alguna buena noticia rogó Cabrillo mientras se ponía de espalda al viento que soplaba cada vez más fuerte.
     Tenemos al Akbar en la pantalla dijo Hanley. Estamos a un par de horas de ellos. Estoy preparando un abordaje para recuperar a nuestro hombre.
    Cabrillo miraba el indicador de la señal en el teléfono. Se movió hasta ver que aumentaba.
     Me encuentro en el lugar donde ha caído el Eurocopter.
    El helicóptero desconocido lo abatió con un misil. El piloto y el pasajero están muertos y el meteorito ha desaparecido.
     ¿Estás seguro?
     Afirmativo. Encontré las huellas de alguien que se acercó hasta aquí. Las seguí hasta el lugar donde aterrizó el otro helicóptero. La persona que derribó al Eurocopter tiene ahora el meteorito.
     Le diré a Stone que intente rastrear el rumbo del helicóptero dijo Hanley. No puede haber ido muy lejos. Si es un aparato civil, hablamos de una autonomía de quinientos sesenta kilómetros. Dado que no ha podido repostar, tiene que estar en un radio de doscientos ochenta kilómetros de donde estás tú.
     Dile a Stone que pruebe algo más. Conseguí enarenar el meteorito antes de que lo robasen.
    En la jerga de la Corporación, enarenar significaba espolvorear un objeto con unos rastreadores microscópicos. Cabrillo había espolvoreado el meteorito en la oscuridad. Para el lego parecía polvo, pero emitían una señal que captaban los aparatos de seguimiento del Oregon.
     Juan, eres fantástico afirmó Hanley.
     No te lo creas. Alguien se llevó nuestro premio.
     Lo rastrearemos aseguró Hanley.
     Llámame cuando sepas algo.
    Cabrillo apagó el teléfono y emprendió el camino de regreso a la cueva.

    A una distancia de ochenta millas, invisible en el radar del Akbar, el ambiente a bordo del yate Free Enterprise era mucho más calmado. Su tripulación la formaban hombres imbuidos con un fervor que rivalizaba con el de los musulmanes en el Akbar, pero que estaban mejor preparados y no acostumbraban a hacer alardes de sus emociones. Eran blancos, medían más de un metro ochenta de estatura, gozaban de un excelente estado físico y todos habían servido en las fuerzas armadas estadounidenses. Cada uno de ellos tenía sus razones personales para participar en esta misión y estaba dispuesto a morir por la causa.
    Scott Thompson, el jefe del equipo a bordo del Free Enterprise, se encontraba en el puente y esperaba una llamada.
    Era la orden para lanzar el asalto. Occidente y Oriente estaban a punto de enfrentarse en un combate secreto.
    El yate navegaba a toda máquina en dirección sur en medio de una espesa tormenta de nieve. Durante la última hora habían pasado junto a un trío de témpanos que tenían un tamaño aproximado de dos hectáreas. Había tantos de tamaño menor, flotando en el mar como cubitos en una copa, que era imposible contarlos. La temperatura era bajísima y la fuerza del viento aumentaba por momentos.
     Activar el deflector de señales ordenó el capitán.
    En una de las antenas del yate, un dispositivo electrónico comenzó a captar las señales de radar de otros barcos, que reemitía a diferentes velocidades. Al no haber una señal de retorno firme, los otros radares no podían localizar al Free Enterprise.
    La nave se había convertido en un fantasma en un mar de hielo.
    Un hombre alto con el pelo rapado entró en la cabina.
     Acabo de recibir toda la información dijo. Todo indica que Hughes ha muerto.
     Entonces es muy probable que la persona que se cargó a Hughes tenga ahora el meteorito señaló el capitán.
     El gran jefe está rastreando el helicóptero en una de sus compañías espaciales de Las Vegas.
     ¿Adonde se dirige el helicóptero? preguntó el capitán.
     Eso es lo mejor de todo. Directamente hacia nuestro objetivo.
     Parece que podremos matar a dos pájaros de un tiro opinó el capitán.
     Exactamente.

    Adams era un piloto de primera, pero la tensión de volar en unas pésimas condiciones meteorológicas hacía que le sudaran las manos. Llevaba volando solo con los instrumentos desde que había despegado del Oregon. Se secó las palmas en el pantalón, bajó un poco la calefacción y después miró la pantalla del navegador. A esta velocidad llegaría a la costa al cabo de dos minutos. Ganó altura para sobrevolar la cadena de montañas y miró de nuevo el instrumental.
    La falta dé visibilidad le provocaba la sensación de estar caminando con una venda en los ojos.

    Cabrillo no estaba muy seguro de que Ackerman aún estuviese vivo.
    De vez en cuando le buscaba el pulso y le parecía notar unos latidos muy débiles, pero la herida ya no sangraba, y eso era una mala señal. El arqueólogo no había movido ni un músculo desde que Cabrillo había vuelto a la cueva. Tenía los ojos cerrados y los párpados estaban inmóviles. Cabrillo lo incorporó un poco para que la herida quedara por debajo del corazón, y después lo abrigó con un saco de dormir. No podía hacer más por el herido.
    Entonces sonó el teléfono.
     La señal del meteorito indica que va directamente al Akbar le informó Hanley.
     AlJalifa exclamó Cabrillo. Me pregunto cómo se enteró de la existencia del meteorito.
     Le dije a Overholt que en Echelon hay un topo manifestó Hanley. Es la única explicación posible.
     Así que el grupo Hammadi pretende fabricar una bomba sucia afirmó Cabrillo. Sin embargo, eso no nos dice quiénes eran las personas que lo cogieron primero.
     No hemos encontrado ninguna información sobre el pasajero comentó Hanley, pero yo diría que era alguien que trabajaba con AlJalifa y que tuvo un desacuerdo con él.
    Cabrillo guardó silencio durante unos momentos mientras pensaba. Era una explicación lógica, quizá la única que tenía sentido; así y todo, tenía la sensación de que había algo más.
     Supongo que lo sabremos cuando recuperemos el meteorito y rescatemos al emir.
     Ese es el plan asintió Hanley.
     Entonces habremos acabado con esto.
     Limpio como una patena.
    Ninguno de los dos podía saber que el final aún estaba muy lejos, ni que sería cualquier cosa menos limpio.
     Dile a Huxley que me llame le pidió Cabrillo. Necesito asesoramiento médico.
     De acuerdo dijo Hanley y cerró la comunicación.

    A bordo del Akbar, se encendieron las luces de la cubierta de aterrizaje.
    Dos tripulantes esperaron junto a la borda mientras alJalifa se situaba en la vertical de la popa y aterrizaba. En el momento en que los patines del helicóptero tocaron la cubierta, los dos hombres corrieron agachados por debajo de las aspas del rotor y sujetaron los patines.
    AlJalifa tiró de la palanca de freno del rotor y esperó a que las aspas se detuvieran del todo. Después salió del aparato, fue hasta la puerta del pasajero y la abrió para recoger la caja. Con la caja sujeta con las dos manos, caminó hasta la puerta del salón principal y esperó a que abrieran.
    Entró en el salón, se acercó a la mesa y dejó la caja encima.
    Mientras quitaba los cierres y levantaba la tapa, los terroristas se acercaron para contemplar el meteorito en silencio.
    Después, AlJalifa sacó la pesada esfera de la caja y la sostuvo por encima de la cabeza.
     Un millón más de infieles muertos declaró con un tono grandilocuente y Londres en ruinas.
     Bendito sea Alá corearon los terroristas.

     Distancia, una milla, directamente a proa anunció el capitán del Free Enterprise. Velocidad, quince nudos.
    Nueve hombres vestidos con trajes de buceo esperaban en el puente de mando. Iban armados con fusiles automáticos, pistolas y granadas de mano.
    El yate había parado las máquinas. En la cubierta de popa, arte de la tripulación se ocupaba de arriar una lancha neumática semirígida a prueba de balas y con un motor de gran potencia A proa y popa llevaba dos ametralladoras de calibre 50.
    Se escuchó un chapoteo cuando la neumática tocó el agua.
     Entramos por la popa dijo el líder, neutralizamos los objetivos, recuperamos el meteorito y nos vamos. Quiero que estemos de regreso a bordo en cinco minutos como máximo.
     ¿Algún amigo a bordo? preguntó uno de los hombres.
     Uno respondió el jefe. Les enseñó una foto.
     ¿Qué hacemos con él?
     Protegerlo si podemos, pero no a riesgo de nuestras vidas.
     ¿Lo dejamos a bordo?
     No lo necesitamos dijo el jefe. En marcha.
    Los hombres abandonaron el puente y fueron a la cubierta de popa. Uno tras otro bajaron por la escalerilla sujeta a la borda hasta una pequeña plataforma donde estaba amarrada la lancha con el motor funcionado al ralentí. Embarcaron, uno de ellos se puso al timón, y soltaron la amarra.
    A una velocidad de cincuenta y cinco nudos, la lancha neumática no tardó en dar alcance al Akbar.
    El timonel guió la embarcación hasta la plataforma de la popa del yate y mantuvo la velocidad constante para permitir que los hombres saltaran a la plataforma. Luego se apartó mientras los ocho hombres subían a bordo.

    El prisionero encerrado en uno de los camarotes del Akbar había conseguido quitarse las ligaduras de las manos pero no de las piernas. Fue saltando hasta el lavabo, orinó, y después volvió para sentarse en la cama para atarse de nuevo las manos.
    Si tardaban mucho más en venir a rescatarlo, tendría que ocuparse personalmente de resolver la situación. Tenía hambre, y el hambre lo ponía de muy mal humor.

    Una cubierta más arriba, el único sonido era el suave golpeteo de las botas forradas con fieltro mientras los hombres del Free Enterprise se desplegaban por el Akbar. Unos segundos más tarde, unos estallidos muy suaves, como el de las palomitas de maíz en la sartén, se escucharon por las diferentes secciones del yate, seguidos por el choque de los cuerpos contra la cubierta.
    Se abrió la puerta del camarote del prisionero y un hombre con una capucha negra le iluminó el rostro con la linterna. El encapuchado miró al hombre tendido en la cama, observó la foto que llevaba en la mano, y cerró la puerta. El prisionero comenzó a quitarse la venda que le tapaba los ojos.
    Los motores del Akbar se apagaron y la nave quedó al pairo.
    Cuatro de los asaltantes se ocuparon de lastrar los cadáveres de los terroristas y los arrojaron por la borda, mientras los otros cuatro limpiaban la sangre. Cuatro minutos y cuarenta segundos después del abordaje, ya estaban de nuevo en la plataforma.
    El jefe del equipo del Free Enterprise colocó la caja en la popa de la neumática y luego embarcaron los demás. El timonel aceleró el motor y la lancha planeó sobre las olas rumbo a la nave nodriza.
    El asalto al Akbar había tardado menos que el tiempo necesario para cocinar una pizza congelada.
    El capitán del Free Enterprise esperó a que el equipo subiera a bordo e izaran la lancha neumática antes de acercarse al Akbar. Se había disipado un poco la niebla y las luces de navegación del yate se reflejaban en las oscuras aguas del mar. La nave cabeceaba como un bote anclado en un arrecife. La diferencia era que la temperatura del agua impedía que a nadie se le ocurriera bucear. Además, a bordo no quedaba nadie más que una persona, que pensaba en cualquier cosa menos en sumergirse.
    El Free Enterprise pasó lentamente junto al otro yate y después el capitán ordenó que aumentaran la velocidad.




    18

    Adams detuvo el helicóptero en la vertical de la ladera del monte Forel, conectó el altavoz e hizo sonar la sirena. Al cabo de unos pocos minutos vio una luz verde. Se acercó a la señal repitió el toque de sirena para advertirle a Cabrillo que se apartara de la zona de aterrizaje y a continuación posó el aparato sobre la nieve. Esperó a que se detuviera el rotor para salir de la cabina.
     Jefe dijo cuando Cabrillo vino a su encuentro. Me alegra verte. Esto está tan negro como una bolsa de regaliz.
     ¿Han salido todos sanos y salvos de Islandia?
     Todo ha ido según el plan contestó el piloto.
     Al menos una buena noticia opinó Cabrillo. ¿Cómo estamos de peso?
     Con nosotros dos y los tanques llenos, aún podemos cargar unos doscientos kilos. ¿Por qué?
     Tenemos a otro pasajero.
     ¿Quién es?
     Un civil herido de bala respondió Cabrillo. Creo que lo suyo ha sido un caso de estar en el lugar erróneo a la hora equivocada.
     ¿Está vivo?
     No lo sé, pero no tiene buen aspecto. Cabrillo le señaló la entrada de la cueva. Entra y tráelo al helicóptero. Voy buscar el tractor oruga y me ocuparé de cargar la gasolina.
    Adams comenzó a subir la ladera. Se detuvo al llegar a la entrada de la cueva y miró hacia el norte. Por toda la línea del horizonte se movían unas luces verdes y azules como vaporosos tules iluminados por unos faros gigantescos. El plasma que creaba las auroras boreales estaba haciendo una exhibición y Adams se estremeció ante el espectáculo sobrenatural.
    Dio media vuelta y entró en la cueva.

    Cabrillo subió al tractor oruga y lo condujo hasta el helicóptero. Con una bomba de mano comenzó a trasvasar la gasolina de los bidones a los depósitos del aparato. Acababa de llenar el segundo tanque del Robinson cuando Adams salió de entre las tinieblas cargado con Ackerman, metido en el saco de dormir. Colocó al arqueólogo con mucho cuidado en el asiento trasero y lo sujetó con el cinturón de seguridad antes de acercarse a Cabrillo.
     He traído unas botellas de aditivo para aumentar el octanaje de la gasolina. Hay que vaciarlas en el tanque dijo.
     Dámelas y las añadiré. Quiero que llames a Huxley y le preguntes si podemos hacer algo por nuestro pasajero. Explícale que tiene una herida de bala grave y que ha perdido mucha sangre.
    Adams se ocupó primero de sacar del cofre de herramientas dos botellas de aditivo que le dio a Cabrillo y después entró en la cabina para llamar al Oregon. Escuchó atentamente las indicaciones que le dio la oficial médico y a continuación volvió a abrir el cofre para sacar esta vez una pala plegable.
    Mientras Cabrillo terminaba de bombear el gasolina, Adams comenzó a echar paladas de nieve al interior del saco de dormir del arqueólogo.
     Me ha dicho que debemos bajarle la temperatura corpo.
    ral le explicó el piloto a su jefe, para que disminuyan los latidos del corazón. La hipotermia lo dejará en un estado de animación suspendida.
     ¿Cuánto tardaremos en regresar al Oregon?
     Navegaban a toda máquina cuando despegué dijo Adams, así que ahorraremos tiempo en el vuelo de regreso, Calculo que tardaremos alrededor de una hora.
    Cabrillo se limpió la nieve que se le acumulaba en las cejas, Apartaré el tractor mientras pones en marcha el motor, De acuerdo.
    Cuatro minutos más tarde, Cabrillo se sentó junto al piloto. Adams esperó un poco más, puso en marcha los rotores y despegó en cuanto alcanzaron la velocidad adecuada.

    En la sala de control, Hanley preparaba el abordaje al yate de los terroristas. A su lado, Eddie Seng tomaba notas. Eric Stone se acercó a Hanley y le señaló un monitor sujeto a un mamparo. La imagen mostraba la costa de Groenlandia, la posición del Akbar y el curso del Oregon.
     Señor, el Akbar no se ha movido en los últimos quince minutos. En cambio, no se puede decir lo mismo del meteorito. Si la señal de la arena es correcta, se está alejando.
     Eso no tiene ningún sentido exclamó Hanley. ¿Es posible que estemos recibiendo una señal falsa?
     Podría ser. Ahora mismo hay una aurora boreal y con la curvatura de la Tierra tan al norte, quizá se estén produciendo fallos cuando las ondas llegan a la ionosfera.
     ¿Cuánto tardaremos en alcanzar al yate?
     Nos encontrábamos aproximadamente a una hora respondió Stone. Ahora que se ha parado, podríamos rebajar la estimación en unos diez minutos.
     ¿Eddie, podrías tener preparados a tus hombres un poco antes?
     Por supuesto, el primer hombre a bordo es quien hace la mayor parte del trabajo. Rocía el gas paralizante en los conductos de ventilación y los malos se duermen. El resto no es más que atarlos y asegurar el barco.
    Stone, que había vuelto a su mesa, observaba un gráfico de frecuencias de radio donde aparecían señales en varias bandas.
     Estamos captando algo en la banda baja avisó.
     A ver si lo puedes sintonizar ordenó Hanley.
    Stone movió el dial y pulsó una tecla en la consola para aumentar la potencia de la recepción. Luego conectó el altavoz.
     Portland, Salem, Bend dijo una voz. Listo para transmitir.
    En el Akbar, el prisionero había conseguido quitarse las ligaduras de las manos y los pies. Esperó junto a la puerta con el oído atento a cualquier sonido. No escuchó nada así que entreabrió la puerta y asomó la cabeza. No había nadie en el pasillo. Recorrió el barco de proa a popa, descubrió que estaba desierto, y solo entonces se quitó la máscara de látex.
    Fue hasta el puente de mando y se acercó a la radio.
     Portland, Salem, Bend dijo. Listo para transmitir.
    En la sala de control, Hanley cogió el micrófono.
     Aquí el Oregon, identifíquese.
     Seis, once, cincuenta y nueve.
     ¿Murph, qué haces en la radio? preguntó Hanley.
     Sin duda, utilizar un doble del emir de Qatar fue un plan muy atrevido comentó Adams.
     Sabíamos desde hacía algún tiempo que AlJalifa planeaba el secuestro le explicó Cabrillo, y el emir aceptó el plan para capturarlo. Tiene tanto interés como nosotros en ver encerrado a AlJalifa de una vez para siempre.
     ¿Has comido? preguntó Adams. Tengo bocadillos, galletas, y leche. Está todo en una bolsa en el asiento trasero.
    Cabrillo cogió la bolsa que estaba junto a Ackerman. De la bolsa aislante sacó un bocadillo.
     ¿Hay café?
     ¿Un piloto sin café? replicó Adams, con un tono risueño. Eso sería como un pescador sin lombrices. Hay un termo en el suelo detrás del asiento. Es mi mezcla especial de café tostado italiano.
    Cabrillo cogió el termo y se sirvió una taza. Bebió un par de sorbos, dejó la taza en el suelo junto a los pies y le dio un mordisco al bocadillo.
     ¿Así que desde el principio el plan era que secuestraran al falso emir?
     No contestó Cabrillo. La intención era capturar a AlJalifa antes de que pudiera intentarlo. Afortunadamente, estamos seguros de que no matará al emir. Solo quiere que abdique al trono en favor del clan de AlJalifa. Nuestro hombre estará tan seguro como una ternera en una asamblea de vegetarianos, siempre que no descubran que es un farsante.
    Cabrillo continuó comiéndose el bocadillo.
     ¿Patrón, puedo preguntarte algo?
     Por supuesto. Cabrillo se acabó el bocadillo y recogió la taza de café.
     ¿Qué demonios estabas haciendo en Groenlandia, y quién es el tipo que está a punto de palmarla en el asiento trasero de mi helicóptero?

     AlJalifa y sus hombres se han largado explicó Murphy. Que yo sepa, soy el único que queda a bordo.
     No tiene el menor sentido se quejó Hanley. ¿Todavía está el helicóptero?
     Bien amarrado en la cubierta de popa.
     ¿Has recorrido todo el yate?
     Sí. Es como si nunca hubiesen existido.
     Espera un segundo. Hanley miró a Stone.
     Treinta y ocho minutos, señor le informó Stone en respuesta a la muda pregunta.
     Murph, estaremos allí en una media hora. A ver si averiguas algo antes de que lleguemos.
     Hecho.
     No tardaremos en llegar. Entonces descubriremos de qué va todo esto dijo Hanley, y cortó la comunicación.

     Recibí una llamada de nuestro contacto en la CIA respondió Cabrillo. Mientras estábamos en Reikiavik, Echelon interceptó un email donde se mencionaba un meteorito de iridio. A la CIA le preocupó la posibilidad de que cayera en manos de gente peligrosa, así que me pidieron que volara hasta aquí y lo recogiera. Este caballero señaló el asiento de atrás, es el hombre que lo encontró.
     ¿Excavó en la cueva y lo encontró?
     No, no. Lamento que no hayas tenido ocasión de verlo todo. Hay un gran santuario en la galería de arriba. Alguien, siglos atrás, debió encontrar el meteorito y creyó que debía ser un objeto enviado por los dioses. Este hombre es un arqueólogo que encontró una pista y la siguió hasta aquí.
    Adams corrigió el rumbo y después llamó por la radio.
     Oregon, aquí Pájaro Uno. Estamos a veinte minutos.
     Esperó la respuesta de Stone, y después se dirigió de nuevo a su jefe. Todo esto resulta muy extraño. Incluso si el meteorito tiene un valor histórico, no me imagino a los arqueólogos matándose entre ellos para ver quién se lleva los méritos.
    Quizá lo sueñen, pero nunca he escuchado que ocurriera.
     Ahora mismo, todo indica que AlJalifa y el grupo Hammadi interceptaron el mensaje y robaron el meteorito para hacerse con el iridio. Seguramente pretenden construir una bomba sucia.
     En ese caso señaló Adams, ya deben tener una bomba para utilizarla como catalizador. De lo contrario, tendrían el combustible pero no el fuego.
     Eso mismo creo yo.
     Entonces después de que nuestro equipo recupere el meteorito, aún tendremos que encontrar la bomba.
     En cuanto capturemos a AlJalifa afirmó Cabrillo, haremos que nos diga dónde está. Luego no tenemos más que enviar a un grupo para que la desactive y habremos acabado.
    Cabrillo aún no lo sabía, pero el cadáver de AlJalifa descansaba en el fondo del mar.
    Al lado mismo de unas chimeneas geotermales.




    19

    Thomas Dwyer era un nombre que proyectaba la imagen de una persona sobria y juiciosa. Incluso por su profesión: físico teórico, que hacía pensar en un académico fumador de pipa, un genio, o un hombre que llevaba una vida absolutamente controlada. Nada podía estar más alejado de la realidad.
    Dwyer era el capitán del equipo de dardos en un pub vecino a su casa, pilotaba coches de carrera los fines de semana, y era un ligón empedernido a pesar de que ya había llegado a los cuarenta. Se daba un cierto aire al actor Jeff Goldblum, vestía más como un productor de cine que como un científico, y leía casi veinte periódicos y revistas al día. Era inteligente, imaginativo y osado, y se mantenía al corriente de la actualidad y las tendencias de la moda como un cronista de sociedad.
    No obstante, el nombre de su cargo evocaba de nuevo un aspecto más serio. En su tarjeta de visita decía: «Agencia Central de Inteligencia, Thomas W. Dwyer (TD)  Asesor Científico de Aplicaciones Teóricas». Dwyer era el científico loco de las películas de terror.
    Ahora mismo, Dwyer colgaba boca abajo con unos botines especiales sujetos a una barra asegurada en el marco de la puerta de su despacho. Estiraba la espalda mientras pensaba.
     Señor Dwyer dijo uno de sus ayudantes tímidamente.
    Dwyer miró hacia donde había sonado la voz. Vio unos zapatos marrones, calcetines de deporte blancos y unos pantalones con el dobladillo ligeramente alto. El científico arqueó la espalda lo suficiente para levantar la cabeza y ver quién era su interlocutor.
     ¿Sí, Tim?
     Me han encargado algo que está por encima de mi nivel explicó el joven con el mismo tono.
    Dwyer levantó los brazos para sujetar la barra. Después se contorsionó como un gimnasta, desenganchó los botines y se descolgó con un movimiento fluido.
     Lo vi hacer en los últimos juegos olímpicos comentó Dwyer con una sonrisa. ¿Qué te parece?
     Extraordinario, señor.
    Dwyer entró en el despacho, se sentó detrás de su mesa y se agachó para quitarse los botines. El joven lo siguió obediente. En su mano sostenía una carpeta con un rótulo que decía: ECHELON Al. Dwyer acabó de quitarse los botines, los arrojó a un rincón y luego estiró una mano para coger la carpeta. Escribió sus iniciales en la hoja de entrega, la separó de la carpeta y se la dio a su ayudante.
     Ahora es asunto mío dijo sonriente. Veré de qué se trata y escribiré un informe.
     Gracias, señor Dwyer respondió Tim.
     Llámeme TD como hace todo el mundo.

    Thomas «TD» Dwyer estaba sentado en su despacho con los pies sobre la mesa.
    En sus manos tenía una tesis sobre la formación natural de balones de Bucky en los meteoritos. Los balones de Bucky, que llevaban el nombre del famoso arquitecto norteamericano R. Buckminster Fuller, diseñador de la cúpula geodésica, eran las moléculas esféricas más grandes y simétricas conocidas por el hombre. Las habían descubierto en 1985 durante la realización de un experimento espacial con moléculas de carbono y desde entonces no habían dejado de sorprender a los científicos.
    Cuando el interior de la esfera se llenaba con cesio, se conseguía el mejor semiconductor orgánico conocido hasta la fecha. Los experimentos realizados con balones de Bucky de carbono puro habían creado un lubricante prácticamente sin residuos. Entre las posibles aplicaciones aparecían el desarrollo de motores no contaminantes, nuevos medicamentos, y aparatos de nanotecnología mucho más avanzados. Era un campo extraordinariamente prometedor.
    Los usos futuros podían ser muy interesantes pero ahora mismo a Dwyer le interesaba mucho más el presente. Habían encontrado formaciones naturales de balones de Bucky en los cráteres producidos por meteoritos. En los análisis de las muestras recogidas, habían encontrado argón y helio en el interior de las moléculas.
    Dwyer reflexionó sobre lo que acababa de leer.
    Primero se imaginó dos cúpulas geodésicas unidas para formar una esfera del tamaño de un balón de fútbol, que era más o menos el tamaño del meteorito en la foto. Luego imaginó el espacio interior lleno de gases. A continuación, que atravesaba el balón con un pincho o le rebanaba la parte superior con una espada. El gas o las gases escaparían a la atmósfera.
    ¿Qué pasaría después? El helio y el argón eran inofensivos y abundaban en la naturaleza. Pero ¿qué sucedería si había algo más? ¿Algo que no existiese en este mundo?
    Buscó la agenda de teléfonos en el ordenador, encontró el número, y lo señaló para que el ordenador lo marcara. Esperó a que apareciera en pantalla el aviso de que se había establecido la comunicación y cogió el teléfono.
    Al otro extremo del país, a una distancia de tres franjas horarias, un hombre se acercó a su teléfono.
     Nasuki dijo.
     Mike, muchacho, soy TD.
     TD, tu Mensa te ha rechazado. ¿Qué tal te va con los espías? preguntó Nasuki.
     Te lo diría, pero es algo tan secreto que tendría que suicidarme.
     Eso sí que es secreto.
     Quiero pedirte un favor.
    Miko «Mike» Nasuki era un astrónomo que trabajaba en la National Oceanographic and Atmospheric Administration, un organismo del departamento de Comercio conocido por investigaciones científicas en multitud de campos, aunque sobre todo se dedicaba a la hidrografía.
     ¿Se trata de uno de esos favores que nunca me has pedido?
     Así es admitió Dwyer. Algo puramente hipotético y del todo extraoficial.
     Muy bien. Dime de qué va.
     Pues va de meteoritos y en particular de la formación de balones de Bucky.
     Eso es lo mío dijo Nasuki. Está de moda.
     ¿Alguna vez has escuchado alguna teoría sobre la composición de los gases en el interior de los balones? preguntó Dwyer. ¿Por qué predominan el helio y el argón?
     Sobre todo porque son los gases más comunes en los otros planetas.
     Así que hay una posibilidad de que en su interior haya otras sustancias que normalmente no se encuentran en la Tierra.
     Claro que sí, TD respondió Nasuki, tras una breve pausa. Hace solo unos meses asistí a un simposio donde alguien leyó un trabajo donde planteaba que los dinosaurios se habían extinguido a causa de un virus llegado del espacio.
     ¿Traído por un meteorito? preguntó Dwyer.
     Así es. Sin embargo, hay un problema.
     ¿Cuál?
     Aún está por encontrar un meteorito de hace sesenta y cinco millones de años.
     ¿Recuerdas algún detalle de la teoría?
     El más importante era que los microbios extraterrestres contenidos en el helio se habían liberado en el momento del impacto, y aquellos que no se habían quemado al atravesar la atmósfera habían matado toda la vida existente en aquel tiempo. Había otros dos puntos dignos de mención. El primero, que el virus era de propagación rápida como la gripe o el sida.
     ¿Cuál era el segundo? preguntó Dwyer.
     Lo que fuese que estaba atrapado en el helio provocó un cambio en la atmósfera respondió Nasuki. Quizá alteró la estructura molecular del aire.
     ¿De qué manera?
     Puede que acabara con el oxígeno, o algo así.
     ¿Así que los dinosaurios murieron asfixiados? preguntó Dwyer, atónito.
    Nasuki se rió por lo bajo.
     TD, no es más que una teoría.
     ¿Qué pasaría si existiese un meteorito con un gran porcentaje de iridio que no se destruyó en el impacto?
     Como sabes, el iridio es muy duro y relativamente radiactivo. Sería el recipiente casi perfecto para transportar un agente patógeno en el gas. La radiación podría incluso mutar el virus. Hacerlo más fuerte, diferente, lo que sea.
     Por lo tanto ¿es posible que un virus mutante de millones de años y de años luz de distancia pudiese estar contenido dentro de las moléculas?
     Absoluta y horriblemente posible admitió Nasuki.
     Tengo que colgar dijo Dwyer, en el acto.
     No sé cómo, pero estaba seguro de que lo dirías comentó Nasuki.




    20

    Alrededor de la misma hora que Cabrillo había aterrizado en Groenlandia, dos hombres se encontraron en un edificio abandonado en la zona portuaria de Odessa, en Ucrania, a medio mundo de distancia. A diferencia de lo que ocurría en las películas de Hollywood donde, en un decorado, dos grupos de hombres armados convergían en un punto para cambiar dinero por municiones, esta cita era mucho menos excitante. Solo un par de hombres, un cajón de madera y una bolsa de deportes negra con el dinero.
     El dinero está en billetes de diferentes países tal como estipuló dijo uno de los hombres en inglés. Dólares, libras esterlinas, francos suizos y euros.
     Gracias respondió el otro en un inglés con un fuerte acento ruso.
     ¿Cambió los documentos para certificar que el arma se vendió en secreto a Irán en 1980?
     Sí. Del antiguo gobierno comunista a las fuerzas radicales de Jomeini que derrocaron al sha; también consta que el dinero de la venta se utilizó para costear la invasión soviética de Afganistán.
     ¿El detonador?
     Hemos incluido uno nuevo en el cajón.
     Muy amable por su parte afirmó el primero con una sonrisa. Estrechó la mano del otro. Tiene el número para llamarnos si surge cualquier problema.
     Esperemos que no sea necesario.
     Se marcha usted de Ucrania, ¿no es así? preguntó el primero mientras deslizaba el cajón por una rampa con rodillos al interior de una furgoneta.
     Esta noche.
     Yo me iría muy lejos comentó el primero. Cerró la puerta trasera con llave.
     ¿Australia está lo bastante lejos?
     Creo que Australia es perfecto manifestó el primero.
    Sin decir nada más, se sentó al volante de la furgoneta y arrancó el motor. Menos de una hora más tarde, en otro muelle, cargaron el cajón en un viejo mercante que en la primera etapa de su largo viaje cruzaría el mar Negro.

    Después de zarpar de Odessa, el barco mercante griego Larissa cruzó todo el Mediterráneo. A estribor aparecía ahora el peñón de Gibraltar.
     Es el combustible comentó el mecánico que era todo él una mancha de grasa. Limpié los filtros y ahora tendría que funcionar sin problemas. En cuanto al traqueteo, creo es el ruido típico de los pistones que tienen demasiada holgura.
    Los motores necesitan con urgencia un buen repaso.
    El capitán asintió, dio una chupada a su cigarrillo sin filtro, y se rascó el brazo. Le había salido un sarpullido cuando habían dejado atrás Cerdeña y ahora se le había extendido desde la muñeca hasta el codo. Había muy poco que el capitán pudiese hacer; al Larissa aún le quedaban cuatro días de navegación para recorrer las mil cuatrocientas millas hasta su puerto de arribada. Miró cómo pasaba un superpetrolero y después cogió el pote de vaselina y se untó la piel afectada.
    El plazo límite para entregar la misteriosa carga era la Nochevieja.
    Ahora que estaba resuelto el problema del combustible, no había motivos para creer que no llegaría a Londres a tiempo.
    Una vez allí, su plan era hacer la entrega, pasar la Nochevieja en algún bar del puerto, y al día siguiente visitar a algún médico para que le echase una ojeada al sarpullido.
    El capitán no podía saber que el próximo médico que lo visitaría sería el forense.




    21

    A través del parabrisas del helicóptero parecía como si en medio del mar hubiese aparecido un árbol de Navidad. Hanley había ordenado que se encendieran todas las luces disponibles del Oregon para facilitar la tarea del piloto. Volar únicamente con los instrumentos era delicado, y Adams agradeció que solo faltaran unos minutos para acabar el viaje. Se alineó con la popa y avanzó hasta situarse en la vertical de la cubierta. Después descendió lentamente y el Robinson se posó suavemente. De inmediato Adams comenzó el procedimiento de cierre.
     Un vuelo duro comentó Cabrillo mientras esperaba a que se detuviera el rotor.
     La verdad es que he venido con las nalgas apretadas la mayor parte del trayecto admitió Adams.
     Un trabajo bien hecho, George declaró Cabrillo.
    Antes de que Adams pudiese responder, Julia Huxley, oficial médico del Oregon, se acercó a la carrera y abrió la puerta de la cabina en el mismo momento en que se detenía el rotor y el piloto ponía el freno. Detrás de la doctora se encontraba Franklin Lincoln.
     Está en el asiento de atrás dijo Cabrillo.
    Huxley abrió la puerta y comprobó rápidamente las constantes vitales de Ackerman. Después se apartó para dar paso a Lincoln, que levantó en brazos al arqueólogo y salió a paso ligero hacia la enfermería con Huxley pegada a sus talones.
    Hanley se acercó cuando Cabrillo se apeaba del helicóptero.
    Fue directamente al grano.
     Murph llamó desde el Akbar.
     ¿Está en una situación comprometida? preguntó Cabrillo, alarmado.
     No. Hanley llevó a Cabrillo hacia la puerta que comunicaba con el interior de la nave. Escuchó ruidos y se quitó las ligaduras. Esperó un tiempo prudencial antes de salir del camarote donde lo habían encerrado y recorrió la nave. Estaba desierta y no encontró ni rastro de AlJalifa y la tripulación, así que se arriesgó a llamar.
    Habían dejado atrás la cubierta de popa y caminaban hacia la sala de control.
     ¿Recuperó el meteorito?
     Había desaparecido respondió Hanley. Abrió la puerta de la sala de control. Estamos recibiendo las señales de los emisores, pero son intermitentes.
    Entraron en la sala.
     ¿De dónde estamos recibiendo las señales? preguntó Cabrillo.
    Hanley le señaló un monitor.
     Ahí lo tienes. Las señales indicaban un rumbo norte pero ahora ha virado y va hacia el este por encima de Islandia.
     Cambió de embarcación. ¿Por qué?
     Eso es lo que quisiéramos saber contestó Hanley.
     ¿A qué distancia nos encontramos del Akbar?
    Stone tecleó unas órdenes y una imagen apareció en otro monitor. La transmitía una cámara de vídeo instalada en la proa del Oregon.
    El Akbar, iluminado por los reflectores del Oregon, estaba directamente delante.
    El Free Enterprise navegaba a toda máquina en la mar gruesa Recalará en las islas Feroe dijo el hombre por una línea segura. Habrá una persona en el aeropuerto para que recoja el paquete.
     ¿Qué quiere que hagamos después? preguntó el capitán.
     Ponga rumbo a Calais respondió el hombre. Allí está el resto del equipo.
     Muy bien, señor.
     Una cosa más.
     Sí, señor.
     Comuníquele al equipo que cada uno recibirá una gratificación de cincuenta mil dólares dijo, y que la familia de Hughes será compensada con creces por la pérdida.
     Así lo haré, señor afirmó el capitán.
    El hombre colgó el teléfono y cogió una carpeta que tenía sobre la mesa. Sacó el documento de la compra de la empresa textil británica y la autorización de pago. Firmó las dos hojas las envió por fax y esperó la confirmación.
    Cuando la recibió, permaneció pensativo durante unos momentos.
    Se había completado la primera parte del plan. Muy pronto llegaría la hora de la venganza.

    En el mismo momento en que el fax viajaba por la línea telefónica a Inglaterra, el Larissa cruzaba el cabo de Finisterre. El capitán puso rumbo a Brest, que marcaba en la costa francesa la entrada al canal de la Mancha. El aire era fresco y en el cielo sin una nube las estrellas brillaban con fuerza. Contempló el paso de un meteorito hasta que se deshizo en la atmósfera.
    Encendió un cigarrillo, bebió un sorbo de ouzo de la petaca de plata y se rascó el sarpullido. Un hilillo de sangre corrió por la piel lacerada y lo secó con un paño sucio.
    En cuarenta y ocho horas llegarían a Londres; entonces iría al médico para que le curara el brazo.

    Hanley dirigió la maniobra de abarloar el Oregon al Akbar, con la ayuda del ordenador que controlaba el funcionamiento de los motores. Cabrillo fue el primero en abordar el yate, seguido por Seng, Jones, Meadows y Linda Ross. Murphy los esperaba en cubierta. Aún tenía trozos de la máscara de látex en la línea del pelo. En cuanto Cabrillo puso los pies en cubierta, Murphy le señaló la puerta abierta.
     Dime todo lo que escuchaste y lo que pasó después dijo Cabrillo mientras seguía a Murphy al interior del salón principal.
    Murphy le habló de los sonidos como cuando se descorcha una botella y la aparición de un hombre encapuchado en el camarote.
     Se acabó todo en menos de cinco minutos comentó mientras los demás entraban en el salón. Esperé otros diez minutos antes de aventurarme a salir.
     Buscad en todos los compartimientos ordenó Cabrillo. Quiero respuestas.
    El equipo se desplegó por toda la embarcación. En los camarotes encontraron una gran cantidad de armas, además de prendas de vestir, efectos personales y maletas. Las camas estaban sin hacer. Había ejemplares del Corán en todas las cabinas y pares de zapatos junto a las camas.
    Era como si los terroristas hubiesen sido abducidos por un OVNI.
    A bordo del Oregon, Hanley hizo los últimos ajustes a los impulsores y después se volvió hacia Stone.
     Te paso el timón. Voy a cruzar.
    Stone se sentó en el asiento de Hanley y orientó las cámaras de vídeo en cubierta para ver lo que pasaba en la otra nave, Hanley saltó a la cubierta del yate y fue al salón principal.
    Vio a Meadow que pasaba un contador Geiger por la superficie de la mesa.
     Estuvo aquíle dijo Meadow cuando Hanley atravesaba el salón.
    En el pasillo, Ross acabó de rociar las paredes con un líquido azul y se puso unas gafas especiales. Hanley pasó por detrás de ella y bajó por unas escaleras.
     Si lo trasladaron a otro barco le decía Cabrillo a Murphy cuando Hanley abrió la puerta del camarote, ¿por qué no se llevaron sus efectos personales?
     Quizá no querían llevar nada que pudiese relacionarlos con el yate sugirió Hanley.
     No tiene sentido replicó Cabrillo. ¿Se tomaron el trabajo de secuestrar a la persona que creían que era el emir de Qatar, y después lo abandonan en un yate que vale millones así, por las buenas?
     Quizá tuviesen intención de regresar allí manifestó Murphy.
    En aquel momento Seng asomó la cabeza por la puerta del camarote.
     Ross ha encontrado algo que quiere que veas le dijo a Cabrillo.
    Los cuatro salieron del camarote y fueron hasta donde los esperaba Ross. En una de las paredes había unas manchas azules delimitadas con espuma blanca. Ross se quitó las gafas y se las dio a Cabrillo sin decir palabra.
    Cabrillo se las puso y miró las manchas. El resplandor fosforescente de las manchas de sangre creaba una imagen parecida a una pintura de Jackson Pollock. Le pasó las gafas a HanleyIntentaron limpiarlas explicó Ross, pero hicieron una chapuza.
    En la radio que Cabrillo llevaba al cinturón sonó la voz de Stone.
     Señor Cabrillo, señor Hanley, hay algo que deben ver.
    Los dos hombres fueron por el pasillo hasta el salón principal, después cruzaron la cubierta de popa y saltaron por la borda al Oregon. En un par de minutos llegaron a la sala de control. Cabrillo abrió la puerta. Stone le señaló uno de los monitores.
     Creí que era un ballenato muerto dijo, hasta que se dio la vuelta y vi el rostro.
    En aquel momento apareció un segundo cadáver en la superficie.
     Manda a Reyes y Kasim a pescarlos le encargó Cabrillo a Hanley. Vuelvo al Akbar.
    Cabrillo salió de la sala de control y fue de nuevo al yate.
    Se encontró con Seng en el salón principal.
     Meadows cree que el objeto solo estuvo aquí dijo Seng. Ahora está recorriendo el resto de la nave, pero no hay más rastros de radiación.
    Cabrillo asintió.
     Ross encontró sangre en el puente, los camarotes, los pasillos y en este salón. Creo que el capitán estaba en el puente y los demás dormían cuando ocurrió.
    Cabrillo asintió de nuevo.
     No sé quién los atacó, pero fue como un rayo opinó Seng.
     Voy al puente dijo Cabrillo, y se marchó.
    En el puente, leyó el diario de a bordo. La última entrada correspondía a dos horas atrás y no consignaba nada fuera de lo habitual. Los visitantes se habían presentado sin avisar.
    Cabrillo abandonó el puente y caminaba por uno de los pasillos cuando sonó la radio.
     Jefe, necesito que venga a la enfermería de inmediato dijo Huxley.
    Cabrillo fue a paso rápido hasta la cubierta de popa y pasó de nuevo al Oregon.
    Reyes y Kasim se inclinaban sobre la borda con bicheros en las manos. Empujaban un cadáver hacia la red que habían bajado para subirlo a bordo con un cabestrante. Cabrillo pasó junto a ellos y bajó la escalerilla hasta la cubierta inferior donde se encontraba la enfermería.
    Ackerman estaba tendido en una camilla abrigado con mantas eléctricas.
     Intenta hablar le explicó Huxley. Lo escribí todo, pero la mayor parte eran cosas sin sentido hasta hace unos minutos, ¿Qué dijo? preguntó Cabrillo que miraba atentamente al arqueólogo. Vio que movía los párpados y, después, que abría apenas uno de los ojos.
     Habló de un fantasma respondió Huxley, no un fantasma a secas, sino El Fantasma, como si fuese un apoyo.
    En aquel momento Ackerman habló de nuevo.
     Nunca tendría que haber confiado en El Fantasma afirmó con una voz cada vez más débil. Él pagó la u…ni…versidad. Tuvo una convulsión. Su cuerpo comenzó a sacudirse como un perro que sale del agua. Mamá… fue la palabra que salió de sus labios con el último aliento.
    Huxley intentó reanimarlo pero fue inútil, el corazón no respondió a las descargas del desfribilador. Lo declaró muerto unos minutos después de medianoche. Cabrillo se encargó de cerrarle los ojos y cubrirlo con una manta.
     Haz todo lo que sea posible y más le dijo a Huxley.
    Abandonó la enfermería y se dirigió hacia popa. Las palabras de Ackerman aún resonaban en sus oídos.
    En la cubierta de popa encontró a Hanley, que miraba un trío de cadáveres. Hanley tenía en la mano la foto ampliada de un rostro.
     Amplié la foto en el ordenador y le hice unos cuantos retoques para que se correspondiera al de un ahogado explicó.
    Cabrillo cogió la foto, se agachó junto a uno de los cuerpos y acercó la foto al rostro del muerto. Luego los miró hasta estar completamente seguro de la identificación.
     Es AlJalifa afirmó.
     Seguramente le pusieron un lastre y lo arrojaron por la borda comentó Hanley. Por lo que parece, los asesinos no sabían que en esta zona el fondo está sembrado de chimeneas geotermales. El agua caliente hace que los cuerpos se hinchen rápidamente y suban a la superficie a pesar del lastre.
    De no haber sido por eso, nunca los hubiésemos encontrado.
     ¿Has identificado a los otros dos? preguntó Cabrillo.
     Hasta ahora no aparecen en los archivos, y prefiero esperar porque han aparecido más. Probablemente son sicarios de AlJalifa.
     No son sicarios, son locos señaló Cabrillo.
     Ahora la pregunta es… comenzó Hanley.
     Quién está tan loco como para robarle a otros locos concluyó Cabrillo.




    22

    Langston Overholt IV, sentado en su despacho, hacía botar una pequeña pelota roja en una paleta de madera, mientras hablaba por teléfono. Eran las ocho de la mañana, pero llevaba en el trabajo más de dos horas.
     Dejé a un par de mecánicos a bordo dijo Cabrillo, Pediremos los derechos de salvamento.
     Una bonita cantidad opinó Overholt.
     Pues nos vendrá muy bien afirmó Cabrillo.
     ¿Dónde estáis ahora?
     Estamos en el norte de Islandia con rumbo este. Intentamos dar con la señal de la arena. Los que mataron a AlJalifa se llevaron el meteorito tienen que estar en otro barco.
     ¿Estás seguro de que el cadáver que se ha encontrado es el de AlJalifa?
     Acabamos de enviarte las huellas dactilares y las fotos del cadáver, para que tu gente pueda hacer una identificación positiva. Pero no tengo ninguna duda de que es él.
     Después de tu llamada, pedí que intentaran averiguar la identidad del pasajero a bordo del Eurocopter. No encontramos nada. Enviaré a un equipo a Groenlandia para que recupere el cadáver. Con un poco de suerte averiguaremos algo más.
     Lamento haberte sacado de la cama en plena madrugada, pero consideré que debías recibir las noticias cuanto antes.
     No te preocupes. Probablemente he dormido bastante más que tú.
     Conseguí dormir algo cuando dejamos el Akbar admitió Cabrillo.
     ¿Qué dice tu instinto, muchacho? preguntó Overholt. Si AlJalifa está muerto, entonces podríamos descartar la amenaza de una bomba sucia. El meteorito es radiactivo, pero sin un catalizador el peligro es mucho menor.
     Es verdad, pero aún queda por encontrar la bomba nuclear ucraniana dijo Cabrillo con voz pausada. Tampoco sabemos si no fueron algunos de los hombres de AlJalifa quienes lo mataron y que ahora quieren ser ellos quienes realicen el atentado.
     Eso explicaría muchas cosas, sobre todo cómo los asesinos accedieron al Akbar sin encontrar resistencia.
     El problema es que si no fueron los hombres de AlJalifa, nos enfrentamos a otro grupo. Si es así, habrá que estar muy atento. Las personas que asaltaron el Akbar estaban muy bien entrenadas y eran letales como las cobras.
     ¿Otro grupo terrorista?
     Lo dudo dijo Cabrillo. No me pareció una operación realizada por fanáticos religiosos. Tenía mucho de militar.
    Una acción precisa e impecable para eliminar a la oposición.
     Escarbaré un poco prometió Overholt, y veré qué encuentro.
     Te lo agradecería.
     Es una suerte que pudieras poner rastreadores en el meteorito añadió Overholt.
     Es el único as que tenemos en la manga.
     ¿Algo más?
     Unos minutos antes de morir, el arqueólogo habló de un fantasma respondió Cabrillo, como si fuese un hombre y no una aparición.
     Me pondré a ello.
     Esto se esta convirtiendo en un episodio de ScoobyDoo comentó Cabrillo. Si descubres quién es El Fantasma habremos resuelto el misterio.
     No recuerdo ningún episodio de ScoobyDoo con armas nucleares.
     Actualízalo al siglo XXI dijo Cabrillo. Ahora vivimos en un mundo mucho más peligroso.

    El Free Enterprise navegaba a toda máquina por las heladas aguas rumbo a las islas Feroe. El equipo comenzaba a relajarse; después de entregar el meteorito disfrutarían de un descanso. Irían a Calais y allí esperarían la llamada por si los necesitaban. Todos estaban de buen humor.
    No tenían idea de que un sabueso disfrazado como un viejo mercante les seguía el rastro.
    Tampoco sabían que la Corporación y el poderío del gobierno de Estados Unidos se unirían contra ellos. Vivían en una feliz ignorancia.

     Esto es importante le insistió TD Dwyer a la secretaria.
     ¿Tanto? preguntó ella. Tiene que asistir a una reunión en la Casa Blanca.
     Es muy importante y urgente afirmó Dwyer.
     De acuerdo. La secretaria llamó a Overholt por el intercomunicador. Está aquí el señor Thomas Dwyer de Aplicaciones Teóricas. Afirma que necesita verlo inmediatamente Hágalo pasar respondió Overholt.
    La secretaria se levantó y abrió la puerta del despacho Overholt estaba sentado detrás de la mesa. Cerró una carpeta y la guardó en una caja de seguridad.
     Ya puede pasar dijo.
    Dwyer entró en el despacho y la secretaria cerró la puerta.
     Soy TD Dwyer, el científico encargado del análisis del meteorito.
    Overholt se acercó para estrechar la mano de Dwyer y señaló un par de butacas a un lado de la habitación.
     ¿Qué ha averiguado? preguntó.
    Dwyer no había hablado más de cinco minutos cuando Overholt lo interrumpió. Fue hasta su mesa y apretó el botón del intercomunicador.
     Julie, el señor Dwyer me acompañará a la reunión en la Casa Blanca.
     ¿Puede preguntarle cuál es su nivel? le pidió la secretaria.
     UnoA contestó Dwyer.
     Entonces no habrá ningún inconveniente, Julie afirmó Overholt. Ocúpese de avisarles.
     Ahora mismo llamo, señor.
    Overholt volvió a su silla.
     Cuando llegue nuestro turno quiero que explique sus hallazgos con palabras sencillas. Exponga los hechos con la mayor claridad posible. Si le piden una opinión, y lo harán, responda, pero aclare que solo es eso.
     Sí, señor.
     Muy bien. Ahora, entre usted y yo, explíqueme todo lo demás, y no se salte nada por descabellado que parezca.
     En esencia, diría que existe la posibilidad de que, si se rompe la estructura molecular del meteorito, se libere un virus que podría tener consecuencias muy graves.
     ¿Cuáles serían en el peor de los casos?
     La desaparición de toda vida orgánica en el planeta.
     Bueno, ha conseguido estropearme la mañana declaró Overholt.

    En la sala de control del Oregon, Eric Stone seguía los movimientos un tanto erráticos de un punto en un monitor. Intentaba localizar la posición del meteorito, pero cada vez que creía tenerla se producía un cambio. Escribió una serie de órdenes y miró a otra de las pantallas. La imagen que recibía de las cámaras del satélite comercial que alquilaba la Corporación solo mostraba la capa de nubes que tapaba el mar.
     Jefe le dijo a Cabrillo, necesitamos una vista desde el KH30. La capa de nubes es muy gruesa.
    El KH30 era el más moderno y supersecreto satélite del departamento de Defensa norteamericano. Sus ojos electrónicos veían a través de las nubes e incluso bajo el agua. Stone había sido incapaz de colarse en el sistema a pesar de sus esfuerzos.
     Se lo diré a Overholt la próxima vez que hablemos prometió Cabrillo. Quizá él pueda convencer a la National Reconnaissance Office para que nos lo dejen usar. De todas maneras, ha sido un buen intento, Stone.
    Hanley seguía el avance del Free Enterprise en otro monitor. El Oregon navegaba a la máxima velocidad pero la otra nave le llevaba mucha ventaja.
     En cualquier caso, podremos alcanzarlos antes de que lleguen a Escocia opinó, siempre que mantengan la misma velocidad.
    Cabrillo echó una ojeada al monitor.
     A mí me parece que han puesto rumbo a las Feroe.
     Si es así, llegarán a puerto antes de que podamos alcanzarlos respondió Hanley.
     ¿Dónde se encuentran nuestros aviones? preguntó Cabrillo, después de pensar unos momentos.
    Hanley tecleó una orden y en la pantalla apareció un mapa donde había unos puntos iluminados.
     Dallas, Dubai, Ciudad del Cabo y París.
     ¿Cuál es el avión en París?
     El Challenger 604 respondió Hanley.
     Envíalo a Aberdeen, Escocia. No puede aterrizar en el aeropuerto de las Feroe, y Aberdeen es la ciudad más próxima. Que permanezca a la espera por si lo necesitamos.
    Hanley fue hasta uno de los ordenadores y tecleó las órdenes correspondientes. Se abrió la puerta de la sala de control. Era Michael Halpert que traía un sobre. Se acercó a la cafetera, se sirvió una taza y después fue a reunirse con Cabrillo.
     Jefe dijo con un tono de cansancio, he buscado hasta lo más recóndito de la base de datos. No hay ningún terrorista ni otros criminales con el apodo de El Fantasma.
     ¿Qué has encontrado en los otros campos?
     Un actor de Hollywood que se presenta a sí mismo como alguien del lado oscuro, un autor de libros de vampirismo, un empresario y 4.382 direcciones de correos electrónicos.
     Ya puedes eliminar al actor y al autor manifestó Cabrillo. Todos los que he conocido son tan estúpidos que ni siquiera saben dónde tienen la mano derecha, y mucho menos organizar un asalto a un barco de terroristas. ¿Quién es el empresario?
     Un tal Halifax Hickman respondió Halpert, después de consultar una hoja que sacó del sobre. Un multimillonario al estilo de Howard Hughes que tiene intereses por todo el mundo.
     Averigua todo lo que puedas del tipo le ordenó Cabrillo. Quiero saber hasta el color de sus calzoncillos.
     Hecho dijo Halpert y se marchó inmediatamente.
    Pasaron doce horas antes de que Halpert volviera a salir de su despacho, pero para entonces la Corporación sabía muchísimo más sobre Hickman.

    Si hubiera dicho que no estaba nervioso, TD Dwyer habría mentido.
    Las personas sentadas alrededor de la mesa de la sala de conferencias eran los máximos representantes del poder de su país. Muchos aparecían todas las noches en los informativos y la mayoría eran conocidos para cualquiera que no viviese en una caverna.
    Estaban el presidente y sus más inmediatos consejeros, el secretario de Estado, militares de la máxima graduación y directores de todos los organismos de inteligencia. Cuando le llegó a Overholt el turno de dirigirse a los presentes, ofreció un rápido repaso de la situación y después presentó a Dwyer para que respondiera a las preguntas.
    La primera la hizo el peso pesado del grupo.
     ¿La posibilidad ha sido verificada en el laboratorio?
     preguntó el presente.
     Se cree que había isótopos de helio en los balones de Bucky presentes en los fragmentos encontrados en un cráter del norte de Arizona y en otro submarino cerca de Cancún, en México. Como los estudios fueron realizados en laboratorios universitarios, los resultados no son concluyentes.
     Así que todo no es más que una teoría opinó el secretario de Estado. No hay un respaldo científico.
     Señor secretario dijo Dwyer, este es un campo nuevo. Se inició en 1996, cuando concedieron el premio Nobel de química a los tres químicos que descubrieron los balones de Bucky. Desde entonces, con los recortes de presupuesto, la mayor parte de las investigaciones las realizan las empresas interesadas en las aplicaciones comerciales.
     Hay alguna manera de probar la teoría? preguntó el secretario de Estado.
     Podríamos recuperar restos del meteorito y romper las moléculas en un entorno controlado, pero no hay ninguna garantía de que encontremos una muestra con el virus intacto. Podrían contenerlo unas partes y otras no.
     Señor Overholt, por qué envió contratados a Groenlandia y no a algunos de nuestros agentes? preguntó el primer mandatario.
     En primer lugar, porque en aquel momento creía que se trataba de un objeto relativamente inofensivo y no sabía que Echelon había un topo. La información sobre los presuntos peligros del meteorito me la ha facilitado el señor Dwyer hace solo unas horas. En segundo lugar, teníamos la intención de apropiarnos del objeto y no quería comprometer a su gobierno si había alguna repercusión.
     De acuerdo dijo el presidente. ¿A quién contratamos para el trabajo?
     A la Corporación contestó Overholt.
     Fueron ellos los que se encargaron del retorno del Dalai Lama al Tíbet, ¿no?
     Sí, señor.
     Creía que se habían retirado comentó el presidente. Se hicieron de oro con aquella operación. Son los mejores. Yo también los hubiese contratado.
     Gracias, señordijo Overholt.
    El jefe del estado mayor de la fuerza aérea fue quien habló a continuación.
     Por lo que se ve, la situación es que tenemos en alguna parte un meteorito de iridio y al mismo tiempo un arma nuclear ucraniana que nadie sabe dónde para. Si se encuentran, tendremos un grave problema.
    El presidente asintió. Un resumen perfecto.
     Esto es lo que haré dijo. El señor Dwyer buscará unos cuantos de esos balones de Bucky extraterrestres y comenzará los experimentos. Si hay alguna posibilidad de que se pueda propagar un virus alienígeno, necesitamos saber. En segundo lugar, quiero que los militares y los servicios de inteligencia trabajen unidos para localizar el meteorito. En tercer lugar, quiero que el señor Overholt continúe trabajando con la Corporación; están metidos en esto desde el principio, así que no quiero verlos apartados. Autorizaré todos los fondos necesarios para pagarles. En cuarto lugar, quiero que todo esto se mantenga en secreto. Si mañana por la mañana lo leo en el New York Times, despediré al responsable de la filtración. Por último, lo más obvio: tenemos que recuperar la bomba ucraniana y el meteorito lo antes posible para no comenzar el año nuevo con una crisis. Miró a todos los presentes. Muy bien, ya saben lo que tienen que hacer. A trabajar.
    La sala comenzó a vaciarse pero el presidente les hizo un gesto a Overholt y Dwyer para que se quedaran. El infante de marina esperó a que los demás salieran, cerró la puerta y ocupó de nuevo su puesto de guardia.
     TD, ¿no?
     Sí, señor.
     Cuénteme la parte mala.
    Dwyer miró a Overholt, que asintió.
     Si hay un virus en las moléculas del meteorito manifestó Dwyer con voz pausada, una detonación nuclear sería el menor de nuestros problemas.
     Póngame con Cabrillo le ordenó el presidente a Overholt.




    23

    La sala de conferencias del Oregon estaba a rebosar.
     Cuando nos encontremos a cuatrocientos kilómetros dijo Cabrillo, enviaremos el Robinson. Si volamos a una velocidad de ciento sesenta kilómetros, aun con el viento en contra, podríamos llegar a las islas Feroe aproximadamente a la misma hora que nuestro barco misterioso.
     El problema es señaló Hanley, que solamente estaréis tú y Adams, y no podréis abordar el barco. Sería un suicidio.
     Esos tipos son cosa mala añadió Seng.
    En aquel momento se abrió la puerta y Gunther Reinholt, el jefe de la sala de máquinas, asomó la cabeza.
     Patrón, tiene que atender una llamada.
    Cabrillo se levantó de su silla en la cabecera, y siguió a Reinholt por el pasillo.
     ¿Quién me llama?
     El presidente, señor respondió Reinholt.
    Cabrillo no dijo nada porque no había nada que decir.
    Entraron en la sala de control y Cabrillo cogió el teléfono.
     Soy Juan Cabrillo.
     Por favor, espere. El presidente de Estados Unidos desea hablar con usted dijo la operadora.
    Un par de segundos más tarde, se escuchó una voz con un acento muy característico.
     Buenas tardes, señor Cabrillo.
     Buenas tardes, señor.
     Tengo aquí al señor Overholt, que me ha puesto en antecedentes. ¿Puede informarme de cuál es la situación actual?
    Cabrillo le hizo una rápida recapitulación.
     Podría enviar un par de aviones desde Inglaterra para que hundieran el barco con un misil dijo el presidente, después de escuchar a Cabrillo, pero seguiríamos con el problema de dar con la bomba, ¿no es así?
     Sí, señor.
     Tampoco podemos enviar tropas por vía aérea al aeropuerto de las Feroe añadió el presidente. Lo pregunté y me contestaron que las pistas son pequeñas. Eso significa que solo podemos enviar a los equipos en helicóptero, y según los cálculos se tardarían unas seis horas en preparar y desplegar las fuerzas en el lugar.
     Nosotros hemos calculado que disponemos de tres horas y media, cuatro como máximo, señor.
     He llamado a la marina. No tienen nada en la zona.
     Señor presidente, tenemos un localizador instalado en el meteorito. Hasta que se una con el artefacto nuclear, representa un riesgo limitado. Si nos da su autorización, consideramos que podemos seguir el meteorito hasta el lugar donde lo montarán con el artefacto y hacernos con los dos al mismo tiempo.
     Parece una estrategia arriesgada opinó el presidente.
     ¿Juan, cuáles son las probabilidades de que tu equipo tenga éxito? preguntó Overholt.
     Buenas respondió Cabrillo en el acto, pero hay una pega.
     ¿Cuál es? intervino el presidente.
     No sabemos a ciencia cierta con quién nos enfrentamos.
    Si las personas que tienen el meteorito son una facción del grupo Hammadi, creo que podremos con ellas.
    El presidente tardó unos segundos en responder.
     De acuerdo. Seguiremos adelante según el plan.
     Muy bien, señor.
     Ha surgido otro problema completamente distinto que tiene que ver con el meteorito continuó el presidente. Aquí tengo a un científico que se lo explicará.
    Cabrillo siguió atentamente las explicaciones de Dwyer. Se estremeció al sentir un frío súbito. El Armagedón había asomado la cabeza.
     Eso sube las apuestas, señor presidente puntualizó Cabrillo, pero el otro bando seguramente no sabe nada de la posibilidad de propagar un virus. Nosotros mismos acabamos de saberlo. El hecho es que estarán asegurando su propia destrucción. Lo único que tiene sentido es utilizar el meteorito para construir una bomba sucia.
     Todo eso es muy cierto admitió el presidente, y nos estamos esforzando en imaginarnos en qué condiciones se podrían penetrar las moléculas. Tendrían que encontrar la manera de romper el meteorito para que eso ocurriese. No obstante, la amenaza existe y las consecuencias podrían ser gravísimas y duraderas.
     Si hubiesen contratado a la Corporación para hacer algo de este estilo, ¿cómo lo haríais? preguntó Overholt.
     ¿Quieres decir si existiese un mellizo malvado de la Corporación y quisiéramos matar el mayor número posible de personas? replicó Cabrillo. Lo que haríamos sería conseguir que la radiactividad del iridio afectara a una parte de la población lo más grande posible.
     Por lo tanto, necesitaría un medio de propagación afirmó el presidente.
     Así es, señor.
     En ese caso, si le pedimos a los británicos que cierren espacio aéreo, habremos eliminado la amenaza de la dispersión por el aire señaló el presidente. Solo nos quedaría ocuparnos de la bomba.
     También habría que aumentar la vigilancia en las estaciones del metro y todas las zonas públicas añadió Cabrillo, porque está la posibilidad de que contaminen las zonas con polvo radiactivo. Quizá han podido desmantelar la bomba y su plan es mezclar la materia nuclear con el iridio en polvo para envenenar a la población.
     Si es así, los británicos también tendrán que vigilar los envíos postales dijo el presidente. ¿Alguna cosa más?
    Los cuatro hombres guardaron silencio mientras pensaba, Roguemos para que pueda recuperar la bomba y el meteorito manifestó el presidente, y protejamos a Inglaterra de la destrucción. Cualquier otro resultado sería terrible.
    Se despidieron y Cabrillo se dirigió de nuevo a la sala de conferencias.
    No tenía manera de saber que mientras Gran Bretaña era objetivo de una operación, otro se encontraba a tres franjas horarias hacia el este.
    Cabrillo abrió la puerta y entró en la sala.
     Acabo de hablar por teléfono con el presidente dijo mientras volvía a ocupar su silla en la cabecera. Tenemos el respaldo de los recursos del gobierno de Estados Unidos.
    Los presentes permanecieron en silencio, atentos a las siguientes palabras de Cabrillo.
     Hay una cosa más. Un científico de la CIA tiene la teoría de que podría haber gases en el interior de las moléculas del meteorito. Estos gases podrían contener en suspensión un virus o un agente patógeno que podría ser letal. Por consiguiente, una vez que hayamos recuperado el meteorito no habrá que tocarlo para nada.
     ¿Qué pasa con la exposición al exterior del meteorito? preguntó Julia Huxley que, como oficial médico, era la responsable de la salud de la tripulación. Tú estuviste en contacto con el objeto.
     El científico opina que si el virus estaba en la superficie, se quemó al entrar en la atmósfera. El problema se presentaría si por ejemplo, lo perforaran. Si las moléculas se colocaron de una determinada manera, quizá crearon unas bolsas donde podría encontrase el gas.
     ¿Cuál sería el tamaño de las bolsas? preguntó Huxley.
     No es más que una teoría respondió Cabrillo, pero podría darse el caso de que el meteorito fuese una esfera hueca como un huevo de Pascua. También podría haber cápsulas de gas como tienen los geodos naturales, donde hay bolsas de cristal de diferentes tamaños. Es imposible saberlo a ciencia cierta hasta después de recuperarlo y hacer las pruebas.
     ¿Alguna idea del tipo de virus? Quizá podría preparar una vacuna.
     Ninguna, pero si es del espacio y se libera en la Tierra, las consecuencias podrían ser muy graves manifestó Cabrillo.
    En el silencio que siguió a sus palabras se hubiese podido escuchar el vuelo de una mosca.
     Adams casi ha terminado con los preparativos dijo Hanley en respuesta a la mirada de Cabrillo, y el Challenger 605 tardará un par de horas en aterrizar en Aberdeen.
     ¿Dónde está Truitt?
    Richard «Dick» Truitt era el vicepresidente de operaciones de la corporación.
     Viajó a bordo del avión del emir hasta Qatar respondió Hanley. Dispuse que nuestro Gulfstream en Dubai fuera a recogerlo en Qatar. Ya han tenido que despegar y lo más probable es que ahora mismo estén volando sobre África.
     Envíalo a Londres decidió Cabrillo. Que permanezca a la espera. Quiero que todos continúen planeando el abordaje a nuestro barco misterioso añadió. Si todo funciona como es debido, podremos acabar con todo esto en las próximas doce horas. Como siempre, Hanley estará al mando durante mi ausencia.
    La tripulación asintió y volvió a la tarea. Cabrillo salió del salón y fue por el pasillo hasta el despacho de Halpert. Llamó a la puerta.
     Pasa dijo Halpert.
    Cabrillo abrió la puerta y entró.
     ¿Qué has encontrado?
     Todavía estoy buscando respondió Halpert. Investigo las corporaciones que controla.
     Asegúrate de investigar su vida personal y de hacer un perfil psicológico.
     Por supuesto, pero hasta ahora este tipo parece ser el perfecto norteamericano. Tiene una autorización del departamento de Defensa, es amigo de unos cuantos senadores e incluso en una ocasión fue invitado al rancho del presidente.
     También el presidente de Corea del Norte señaló Cabrillo.
     De acuerdo, pero te aseguro que si este tipo tiene una mancha por pequeña que sea la encontraré.
     Dejo el barco. Comunica a Hanley lo que encuentres.
     Lo haré.

    Cabrillo fue por el pasillo hasta la escalerilla que llevaba a la cubierta de vuelo.
    George Adams estaba sentado en el asiento del piloto del Robinson. Vestía un mono caqui. Aún no había puesto en marcha el motor y hacía frío en la cabina. Se frotó las manos y acabó de escribir una nota en la planilla de vuelo.
    Apretó el interruptor de la batería principal para comprobar el nivel de carga, y giró la cabeza cuando Cabrillo abrió k puerta del pasajero. Cabrillo colocó detrás del asiento una bolsa con las armas, las prendas de abrigo y aparatos electrónicos, y otra con comida y bebida. Las aseguró y después miró a Adams.
     ¿Necesitas que haga algo, George? preguntó.
     No, jefe, ya está todo preparado. Tengo el parte meteorológico, el plan de vuelo, y la ruta en el GPS. En cuanto se siente y se abroche el cinturón de seguridad, pondré la carreta en marcha.
    En los años que Adams llevaba trabajando para la Corporación, Cabrillo nunca había dejado de admirar sus cualidades humanas y profesionales. Adams nunca se quejaba ni daba muestras de emocionarse. Habían pasado juntos por momentos muy difíciles, y su reacción no había ido más allá de un simple comentario.
     Hay veces en las que desearía poder clonarte, George dijo Cabrillo, mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.
     Si lo hace, jefe replicó Adams, con la mirada atenta a los instrumentos, solo me divertiría la mitad.
    Giró la llave de contacto y el motor arrancó en el acto.
    Adams esperó a que alcanzara la temperatura correcta para llamar al puente.
     ¿Estamos contra el viento?
     Afirmativo.
    Con un suave movimiento levantó el colectivo y el helicóptero despegó de la cubierta. El Oregon mantuvo la velocidad mientras el aparato se apartaba. Adams realizó una pasada y después puso rumbo a las Feroe. En un par de minutos el barco desapareció en la distancia. Ahora solo las nubes y el mar llenaban todo el parabrisas.

     Esto es todo lo que tenemos hasta el presente, señor primer ministro afirmó el presidente.
     Ordenaré que eleven el nivel de alerta dijo el primer ministro, y daré un comunicado de prensa para explicar que las medidas de seguridad se deben al aviso de que se ha perdido un cargamento de sustancias tóxicas. De esa manera, los terroristas continuarán con sus planes.
     Confiemos en poder solucionar este asunto cuanto antes añadió el presidente.
     Pediré al MI5 y MI6 que se pongan en contacto con su gente. No obstante, en cuanto el meteorito llegue a territorio británico, nos haremos cargo de la operación.
     Lo comprendo.
     Entonces, buena suerte se despidió el primer ministro.
     Lo mismo digo.

    Truitt miró a través de la ventanilla del Gulfstream que cruzaba el cielo a una velocidad de ochocientos kilómetros por hora. Debajo se veía la costa española iluminada por el sol. Se levantó de su asiento y fue a llamar a la puerta de la cabina de mando.
     Adelante dijo Chuck Gunderson, también conocido como Canijo.
    Truitt abrió la puerta. Gunderson llevaba los mandos y Tracy Pilston ocupaba el asiento del copiloto.
     ¿Qué tal van las cosas por aquí? preguntó.
     Pues verás respondió Pilston: Canijo se ha comido un bocadillo de pavo, una bolsa de patatas y media bolsa de almendras saladas. Yo en tu lugar mantendría las manos apartadas de su boca.
     Hay dos cosas que me abren el apetito explicó Gunderson Una es volar y la otra, ya la sabéis.
     ¿La pesca del salmón? dijo Truitt.
     Eso también admitió Gunderson.
     ¿El alpinismo? arriesgó Pilston.
     Eso también.
     Probablemente es más fácil descubrir qué no te abre el apetito opinó Truitt.
     Dormirdijo Gunderson. Se reclinó en el asiento y fingió dormir.
     ¿Qué necesitas, Truitt? preguntó Pilston mientras Gunderson continuaba haciéndose el dormido. El Gulfstream volaba sin nadie en los controles.
     Solo quería saber si aterrizaremos en Gatwick o en Heathrow.
     La última orden es que aterricemos en Heathrow.
     Gracias. Truitt se volvió hacia la puerta.
     ¿Podrías hacerme un favor? preguntó el copiloto.
     Por supuesto.
     Dile a Canijo que me deje pilotar. Siempre quiere los controles para él solo.
     Está conectado el piloto automático murmuró Gunderson.
     Que os divirtáis, chicos dijo Truitt y salió.
     Te daré una chocolatina si me dejas pilotar ofreció Pilston.
     Haberlo dicho antes, tío exclamó Gunderson. Es todo tuyo.




    24

    El viento que soplaba del este cubría con una fina capa de polvo todo lo que encontraba a su paso. El polvo era en Arabia Saudí una constante como las mareas en los océanos. En cambio, una temperatura fresca como la de hoy era algo tan poco frecuente como los filetes en una boda hindú.
    Saud alSheik contempló la extensión vacía del gigantesco estadio en La Meca.
    Arabia Saudí cuenta con unas inmensas reservas de petróleo, magníficos hospitales y escuelas, y el lugar más sagrado del Islam: La Meca. Una vez al año, en enero, miles de musulmanes acuden en peregrinación a La Meca, por lo menos una vez en la vida, como uno de los pilares de su fe, y la mayoría también hacen el viaje hasta Medina, donde está enterrado el profeta Mahoma.
    La presencia de tantos miles de peregrinos en un plazo muy breve es una pesadilla logística. Albergar, alimentar, atender a los enfermos y heridos, y ocuparse de la seguridad requiere muchísimos esfuerzos y dinero.
    Arabia Saudí corre con los gastos de los peregrinos y de la seguridad pública si algo va mal.
    La presencia de tropas norteamericanas y británicas en Irak y Afganistán alimentaba el odio hacia Occidente y había convertido la región en un polvorín que podía estallar en cualquier momento. Las medidas de seguridad en La Meca serían este año muy rigurosas. Los fundamentalistas musulmanes deseaban ver a Occidente aplastado y barrido del planeta.
    El odio era recíproco en el mundo occidental, que después de los atentados del 11 de septiembre y los numerosos ataques y amenazas terroristas ya no toleraba el mensaje fundamentalista. Si se producía otro atentado con participación de ciudadanos saudíes, la mayoría de los norteamericanos reclamaría la ocupación inmediata del país árabe. En Occidente las cosas estaban muy claras. Había dos clases de personas en el mundo: amigas y enemigas. La amistad era recompensada; a los enemigos había que eliminarlos.
    En medio de esta tensión, odio, violencia y rabia, todo tenía que estar bien preparado para que la peregrinación, que comenzaría el 10 de enero, se desarrollara sin problemas.
    Quedaban menos de dos semanas para acabar con los preparativos.

    Saud alSheik echó una ojeada a la lista. Tenía que atender a mil y un detalles, y la fecha de la peregrinación estaba cada vez más cerca. Acababa de aparecer otro problema: las alfombras de oración que había encargado en Inglaterra. Aún no las habían acabado y la fábrica textil había cambiado de propietario.
    Eso, combinado con el hecho de que la Gran Bretaña no gozaba de mucho aprecio entre su gente debido al apoyo británico a la ocupación norteamericana de Irak, creaba una situación embarazosa. AlSheik se preguntó si no sería hora de pagar un soborno a la fábrica. Les daría un incentivo por acabar el pedido y después enviaría las alfombras a un distribuidor de París para ocultar el país de origen.
    De esta manera solucionaría dos problemas a la vez.
    Complacido con la idea, bebió un sorbo de té y cogió el móvil para hacer una llamada.

    En aquel mismo momento, el carguero griego Larissa entró en el canal de la Mancha. El capitán consultó la carta náutica. Le habían ordenado que atracara en el puerto de la isla de Sheppey, un puerto que no conocía. Sus puertos habituales eran Dover, Portsmouth y Felixstowe. Lo que no sabía era que las autoridades británicas habían instalado detectores de radiactividad en sus puertos habituales. En cambio, no había ninguna vigilancia de esa clase en la isla de Sheppey; las personas que lo habían contratado lo sabían.
    El capitán ordenó la corrección del rumbo. Después se rascó el sarpullido. El Larissa continuó su lenta travesía. Una densa nube de humo negro de los viejos motores diesel salía por su única chimenea. Era un barco agonizante que transportaba una carga letal.




    25

    Dwyer contemplaba el árido paisaje desértico a través del parabrisas del helicóptero Sikorsky S76 que volaba por el norte de Arizona. A su izquierda había una cordillera con las cumbres nevadas. La presencia de la nieve lo sorprendió. Como la mayoría de las personas que nunca habían estado en Arizona, Dwyer siempre había creído que solo era una interminable extensión de arena y cactos. Por lo visto, Arizona tenía un poco de todo.
     ¿Nieva a menudo por aquí? le preguntó al piloto.
     Aquellos picos están cerca de Flagstaffrespondió el piloto. Hay una estación de esquí. El pico más alto es el Humphries, con una altura de más de cuatro mil metros.
     No es lo que había imaginado comentó Dwyer.
     La mayoría dice lo mismo.
    El piloto se había mostrado un tanto reticente desde que se había encontrado con el científico en el aeropuerto de Phoenix dos horas atrás. Dwyer no lo culpaba; estaba seguro de que los responsables de la seguridad del Estado no le habían dicho quién era ni el objetivo del viaje. La gente prefería tener una vaga idea de su misión, aunque solo fuera eso.
     Vamos al cráter a recoger unas muestras y llevarlas al laboratorio para unos ensayos le explicó Dwyer.
     ¿Eso es todo? dijo el piloto, con un alivio evidente Sí.
     Perfecto, porque no tiene idea de algunas de las misiones que me han encargado últimamente. Hay ocasiones en las que detesto ir al trabajo.
     No lo dudo.
     Ya he perdido la cuenta de las veces que he acabado el turno en una ducha de descontaminación química añadió el piloto. No es precisamente lo que yo llamaría un día tranquilo en la oficina.
     Esto será un juego de niños le aseguró Dwyer.
    Calmados sus temores, el piloto le ofreció una explicación de todos los lugares de interés turístico por los que pasaron durante el resto del viaje. Veinte minutos más tarde, señaló a través del parabrisas.
     Allí está.
    El cráter del meteorito era un agujero enorme en pleno desierto. Visto desde el aire, no era difícil imaginar la fuerza que había sido necesaria para crear semejante socavón en la corteza terrestre. Era como si un coloso hubiese descargado un martillo gigantesco contra el suelo. Las nubes de polvo después del impacto seguramente se habían mantenido durante meses. Los bordes alzados del cráter creaban la imagen de una tarta.
     ¿En qué lado quiere que aterrice, señor?
    El científico observó el terreno.
     Allí respondió, cerca de la camioneta blanca.
    El piloto aminoró la velocidad, llegó casi a la vertical del vehículo y aterrizó suavemente.
     Me han ordenado permanecer a bordo, y controlar las comunicaciones de radio.
    Dwyer esperó a que se detuviese el rotor, salió de la cabina y se acercó al hombre con sombrero y botas vaqueras que esperaba junto a la camioneta. El hombre le tendió la mano y el científico se la estrechó con firmeza.
     Gracias por aceptar ayudarme dijo Dwyer.
     No tengo por costumbre rechazar una petición del presidente de Estados Unidos declaró el hombre. Será un placer ayudarlo.
    Se acercó a la camioneta y sacó de la caja unas cuantas herramientas y un cubo. A Dwyer le dio una pala. Luego señaló un lugar en el borde.
     Creo que lo que busca está allí.
    Treparon por las piedras sueltas que bordeaban el cráter y después bajaron unos veinte metros por la ladera. La temperatura iba en aumento a medida que bajaban. El acompañante de Dwyer se detuvo.
     Este es el borde más lejano del cráter comentó. Se enjugó el sudor de la frente con un pañuelo. Es donde siempre he encontrado los trozos más grandes.
    Dwyer miró en derredor, se decidió por un lugar que le pareció el más prometedor y comenzó a cavar.

    A la misma hora que Dwyer comenzaba a cavar en Arizona, a bordo del Oregon, en pleno mar de Islandia, hacía muchísimo más frío. En su despacho bajo cubierta, Michael Halpert leía una página que acababa de imprimir. Llevaba horas delante de la pantalla y le ardían los ojos. Escribió una orden en el teclado para recuperar el archivo de la misión y miró de nuevo las notas de Cabrillo. Después de un último repaso a la página, recogió las notas y se fue a la sala de control.
     Richard decía Hanley cuando Halpert entró en la sala, ten el Gulfstream preparado. Te llamaré en cuanto te necesitemos. Colgó el teléfono y miró a Halpert. ¿Has encontrado algo?
    Halpert le entregó la hoja a Hanley, que la leyó de inmediato.
     Podría ser importante opinó Hanley con voz pausada, aunque quizá no signifique nada. No hay duda de que la donación de Hickman a la universidad es considerable, pero quizá es lo que hace habitualmente.
     Lo comprobé. Así es, y todas las donaciones son para el departamento de arqueología.
     Interesante.
     Además está lo que dijo el arqueólogo cuando agonizaba añadió Halpert: «Él pagó la universidad».
     Ya veo dónde quieres ir a parar. Por otro lado, me pareció extraño que Ackerman se comunicara primero con él. No se molestó en informar del hallazgo al director de su departamento.
     Quizá Hickman y Ackerman llegaron a un acuerdo para que la gloria fuese para Ackerman y no para su jefe en la universidad si encontraba algo.
     Eso no explica por qué Hickman tenía la seguridad de que Ackerman encontraría algo señaló Hanley, o que resultase ser un meteorito de iridio.
     Bien podría ser que, en un primer momento, las intenciones de Hickman fuesen altruistas. Ackerman le vendió la historia y Hickman, interesado por el personaje de Erik el Rojo, decidió entonces patrocinar la expedición. Después, cuando Ackerman encontró el meteorito, vio una oportunidad.
     Ni siquiera sabemos si Hickman tiene algo que ver con todo este asunto manifestó Hanley. Si está involucrado, ¿qué podría llevar a un multimillonario al asesinato y arriesgar todo lo que tiene?
     Siempre es una de dos cosas afirmó Halpert: El amor o el dinero.
    La silueta de las Feroe aparecía entre la bruma cuando Hanley llamó a Cabrillo a bordo del helicóptero y le informó de lo que había encontrado Halpert.
     Maldita sea, más complicaciones dijo Cabrillo. ¿Tú qué opinas?
     Yo digo que adelante.
    Las islas se veían cada vez más grandes a través del parabrisas.
     ¿Dick ya está en Londres? preguntó Cabrillo.
     Acabo de hablar con él. En cuanto acaben de repostar, se alojará en un hotel y esperará nuestra llamada.
     ¿El Challenger está en Aberdeen?
     Preparado para despegar al primer aviso.
     Llama a Truitt y dile que parta inmediatamente para Las Vegas, a ver qué averiguan de Hickman.
     Las grandes mentes piensan de la misma manera dijo Hanley como despedida.
    El puerto se veía con toda claridad cuando Cabrillo dejó el teléfono y se volvió hacia Adams.
     Hora de aterrizar, compañero.
    El piloto asintió y comenzó la maniobra de descenso.

    El Free Enterprise se detuvo en la bocana del puerto. Una pequeña barca de pesca con dos motores fuera borda de doscientos cincuenta caballos cada uno se acercó a la banda de estribor hasta situarse al pie de la escalerilla. El patrón de la barca esperó a que uno de sus hombres cogiera la caja de manos de uno de los marineros del barco, y de inmediato se apartó de este y aceleró a fondo mientras el tripulante guardaba la caja en uno de los cofres de cubierta.
    Sin preocuparse por el fuerte oleaje, el patrón guió la embarcación hasta una pequeña cala resguardada. El marinero saltó a tierra con la caja y caminó hasta la carretera, donde esperaba una furgoneta roja de una empresa de mensajería local. Diez minutos más tarde, el conductor entregó la caja en el aeropuerto.
    Allí se quedó a la espera de que la cargaran en un avión que, en aquel momento, se encontraba a unos pocos kilómetros de distancia.

    Adams repostó gasolina, y repasó la lista de comprobaciones.
    Cuando acabó, se ocupó del diario de a bordo. El viaje desde el Oregon había, transcurrido con normalidad, así no había mucho que anotar; solo las horas de vuelo, las condiciones meteorológicas y una nota referente a una muy pequeña vibración. El piloto ya casi había acabado cuando Cabrillo apareció al volante de un coche diminuto, aparcó junto al helicóptero y bajó la ventanilla.
     Eh, jefe le gritó Adams. ¿Qué ha pasado? ¿Solo le han dado medio coche?
     Es un Smart respondió Cabrillo, sin hacer caso de la broma. Es lo único que tenían. Era esto o caminar. Recoge los prismáticos y el localizador y sube.
    Adams sacó de debajo del asiento los prismáticos y el aparato que captaba las señales de los localizadores rociados en el meteorito. Después se sentó eh el asiento del pasajero. Dejó los prismáticos en el suelo y acomodó el aparato sobre los muslos.
    Cabrillo arrancó y el piloto comenzó a sintonizar las señales.
     La caja dice que el objeto está muy cercaavisó Adams.
    Llegó a lo alto de una colina; tenían el puerto debajo.
    Por la otra mano se acercaba una furgoneta roja, cuyo conductor les hacía luces. Cabrillo se dio cuenta de que circulaba por la derecha y se apresuró a cambiar de carril.
     Jefe, lo tenemos delante.
    Cabrillo miró a la derecha cuando pasó la furgoneta. El conductor le dedicó una sonrisa y un gesto de reproche por el error, y continuó viaje en dirección al aeropuerto. Luego miró colina abajo y vio que un barco se disponía atracar.
     Allí dijo y señaló. Aquel debe ser el barco.
    La embarcación tenía el diseño de un yate, pero lo habían pintado de color negro, como un bombardero invisible al radar. Cabrillo vio a los tripulantes con los cabos preparados mientras el capitán acercaba el barco al muelle.
     La señal se aleja informó Adams.
    Cabrillo aparcó en el arcén y miró el barco con los prismáticos mientras el personal de tierra ataba las maromas en los norays. Vio una escalerilla en la cubierta de popa que llegaba casi hasta el agua. Entonces las piezas encajaron. Cogió el teléfono y llamó al Oregon.
     Espera un segundo le dijo a Hanley cuando atendió y se dirigió a Adams. Han hecho el cambio en otra embarcación. Te llevaré al helicóptero y yo seguiré la señal. Luego habló con Hanley. Llama a Washington. Diles que pidan a los daneses que incauten el barco que acaba de atracar.
    Cabrillo giró el volante a tope y pisó el acelerador a fondo.
    Los neumáticos del Smart chirriaron cuando giró en redondo. Llegaron al aeropuerto en cuestión de minutos y se dirigieron a la pista donde estaba el Robinson. Adams dejó el localizador en el asiento y se apeó de un salto.
     Despega, George le gritó Cabrillo. Yo te llamaré.
    Pisó de nuevo el acelerador y comenzó a seguir la señal.

    James Bennett había aprendido a volar en el ejército, pero nunca había pilotado un helicóptero. Era lo que el ejército llamaba piloto de ala fija. Debido a que la fuerza aérea norteamericana vigilaba celosamente sus dominios, él era uno del puñado de pilotos en el ejército que entraba en esa clasificación Los aviones de ala fija de que disponían se utilizaban para los vuelos de observación y exploración avanzada, y para llevar a los oficiales de alta graduación.
    Él había pilotado avionetas Cessna en sus años de servicio activo, así que volar en la Cessna 206 que pilotaba ahora era como encontrarse con una vieja amiga. Había mantenido una velocidad de crucero de ciento sesenta kilómetros por hora en su vuelo al norte. Disminuyó la velocidad para iniciar la maniobra de aproximación. Se fijó en la pista, que era corta y acababa en un acantilado, pero no habría ningún problema. Bennett había aterrizado en pistas abiertas a golpes de machete en la selva, en pistas que eran poco más que una terraza en las laderas de las montañas del sudeste asiático, y una vez en un campo de maíz en Arkansas cuando su motor se averió.
    En comparación, el aeropuerto de las islas Feroe era enorme.
    Bennett acabó la vuelta y se alineó para el aterrizaje. Casi no había viento y bastó una pequeña corrección para que la vieja avioneta de hélice se posara en la pista con un mínimo chirrido de las ruedas. Mientras carreteaba aprovechó para leer las instrucciones que le habían dado. Después redujo la velocidad y tomó por una pista auxiliar para ir a la terminal de carga.

    Cabrillo pisaba el acelerador a fondo. Conducir el diminuto vehículo era como pilotar un kart después de haberse bebido una jarra de café y comer medio paquete de NoDoz. El Smart rebotaba en el pavimento y se bamboleaba como si se fuese a dar la vuelta en cualquier momento. Pasó por delante de una hilera de hangares, atento a la lectura del localizador. Una Cessna acababa de salir de la pista y carreteaba hacia la terminal de carga. Cabrillo miró la cola de la avioneta, detuvo el coche y continuó mirando el localizador.

    Adams despegó a los tres minutos de haber bajado del Smart.
    El motor no había tenido tiempo de enfriarse. Comunicó a la torre que estaba haciendo una prueba del instrumental y comenzó a volar en círculo.
    La única aeronave a la vista era una Cessna que acababa de aterrizar. Vio cómo carreteaba hasta detenerse delante de uno de los hangares. Después vio que Cabrillo se acercaba en el coche.

    Un empleado se acercó a la Cessna y gritó para hacerse escuchar por encima del ruido del motor:
     ¿Ha venido a recoger las piezas de recambio?
     Sí gritó Bennett.
    El hombre volvió al hangar a paso ligero y reapareció al cabo de un par de minutos con la caja. La dejó en el suelo junto a la avioneta y después preguntó:
     ¿Adelante o atrás?
     En el asiento del pasajero.
    El empleado levantó la caja y abrió la puerta del pasajero.

    Cabrillo miró de nuevo la pantalla del localizador. La aguja había llegado a la línea señalada con el número diez. Miró a través del parabrisas en el momento en que el empleado caminaba hacia la parte de atrás de la avioneta. Era la misma caja que había visto fugazmente en Groenlandia.
    Arrancó en el instante en que el empleado cargó la caja en el avión y cerró la puerta.
    La Cessna se puso en marcha; tenía una amplia ventaja y estaba a punto de entrar en la pista cuando el coche alcanzó la velocidad máxima. Cabrillo sujetó el volante con las rodillas mientras desenfundaba con la mano derecha un revólver Smith & Wesson calibre 50. Con la izquierda bajó la ventanilla del conductor.
    Bennett salió del camino lateral y giró para alinearse en la pista. Al mirar atrás, vio el Smart que lo seguía. Por un segundo creyó que podía ser el empleado, para avisarle que debía detenerse por algún motivo. Luego vio salir por la ventanilla una mano que empuñaba un revólver niquelado.
    Aceleró de inmediato y entró en la pista. La torre ya le había autorizado el despegue, así que inició el carreteo. Ahora era cuestión de segundos.
    Cabrillo siguió a la Cessna por la pista. La avioneta alcanzaba cada vez más velocidad y era obvio que el piloto no tenía la intención de frenar. En el momento en que el Smart alcanzó los ochenta kilómetros por hora, Cabrillo activó el control automático y sacó medio cuerpo fuera del coche hasta quedar sentado en la puerta.
    Apuntó con mucho cuidado y comenzó a disparar.

    Bennett escuchó y notó el impacto de una bala en el tirante del ala izquierda. Siguieron más detonaciones. La avioneta llegó a la velocidad de despegue y Bennett tiró de la palanca. Cuando llegó a los cien metros de altitud miró atrás.
    El Smart se había detenido al final de la pista, y el conductor corría hacia un helicóptero que acababa de aterrizar. Bennett aceleró al máximo mientras Cabrillo subía al Robinson.
     ¿Crees que podrás alcanzarlo? le preguntó a Adams.
     Si lo conseguimos será por los pelos respondió el piloto.




    26

    Al sur de las islas Feroe un frente de nubes avanzaba casi a ras del mar. Era la misma tormenta que había descargado agua y nieve con furia sobre las islas británicas durante los últimos dos días. En el momento en el que el Robinson R44 entró en la tormenta, fue como si a Adams y Cabrillo los hubiesen arrojado al interior de una batidora.
    Durante un minuto se encontraban con el cielo despejado y al siguiente volaban a ciegas sin saber dónde estaban la Cessna y el mar. El viento que cambiaba de dirección y fuerza constantemente hacía que el aparato siguiera una trayectoria errática. La costa escocesa se encontraba a una distancia de cuatrocientos cincuenta kilómetros. Inverness, la primera ciudad donde podrían repostar, a otros noventa y cinco kilómetros.
    Con los dos tanques de gasolina llenos, Adams y Cabrillo alcanzarían la costa, siempre que los vientos de cola ayudasen.
    El Robinson tenía una autonomía máxima sin reservas de seiscientos cuarenta kilómetros. La Cessna 206 podía recorrer un poco más de mil doscientos. Bennett no había repostado en las islas Feroe en cuanto había visto que Cabrillo lo perseguía había despegado sin pensárselo dos veces, así que en ese aspecto estaban igualados.
    También tenían prácticamente la misma velocidad de crucero: 210 kilómetros por hora.
     Allí. Cabrillo señaló un claro en el banco de nubes. Está a unos tres kilómetros.
    Adams asintió; llevaba diez minutos viendo cómo la Cessna aparecía y desaparecía.
     Dudo que nos vea comentó. Estamos por debajo, y tan atrás que nos encontramos fuera de su alcance visual trasero.
     Nos podría detectar en el radar anticolisión dijo Cabrillo.
     No creo que lo tenga. Es una Cessna bastante antigua, ¿Puedes acelerar?
     Volamos al máximo, jefe. Adams le señaló el indicador de velocidad del aire. Creo que él también. No puedo elevarme para bajar en picado y ganar velocidad. Perdería demasiada velocidad de avance y nos sacaría tanta ventaja que no lo veríamos.
    Cabrillo pensó en una solución.
     Entonces no podemos hacer otra cosa que seguirlo y pedir ayuda.
     Eso es lo mejor asintió Adams.

    James Bennett volaba convencido de que estaba solo en el cielo. No sabía cuál era la velocidad de crucero del Robinson R44 pero en la mayoría de los helicópteros pequeños rondaba los ciento sesenta kilómetros por hora. Según sus cálculos, cuando llegara a Escocia, el helicóptero si es que aún lo seguía se encontraría por lo menos media hora atrás. Cogió el móvil.
     Recogí el paquete dijo cuando atendieron la llamada, pero creo que me siguen.
     ¿Está seguro? preguntó la voz.
     No. De todas maneras, creo que no me alcanzará. El problema es que, cuando aterrice, solo dispondré de una media hora para hacer la transferencia. ¿Eso representa alguna dificultad?
    Su interlocutor tardó unos segundos en contestar.
     Buscaré una solución y lo llamaré.
     Aquí estaré se despidió el piloto.
    Ajustó el equilibrio para que la Cessna volara recta y echó una ojeada al indicador de la gasolina. Iba a ser muy justo.
    Mantuvo la palanca en posición cuando una corriente térmica elevó a la avioneta y esperó a que el aparato volviera a situarse en la altitud de crucero. Después cogió el termo Stanley que tenía casi veinte años de uso y se sirvió una taza de café.

     Llamaré a Overholt dijo Hanley. Le pediré que hable con los británicos para que envíen a un par de cazas y obliguen a aterrizar a la avioneta; con eso habremos solucionado el problema.
     Déjale bien claro que los británicos deben esperar a que la Cessna vuele sobre tierra. No quiero que el meteorito se pierda en el mar.
     Me encargaré de que lo entienda respondió Hanley.
     ¿Cuánto te falta para llegar a puerto?
     Unos veinte minutos.
     ¿Los daneses ya se han incautado del barco? preguntó Cabrillo.
     Según el último mensaje de Washington, no tienen el personal necesario. Pero han enviado a un policía a la colina cercana al aeropuerto para que vigile el barco. Es lo más que pueden hacer por el momento.
     ¿Alguien ha recuperado el artefacto nuclear?
     No, que yo sepa.
     Podría estar en el yate señaló Cabrillo.
     La fuente de Overholt afirma que lo cargaron en un v¡e jo mercante.
     No sé quiénes son estos tipos dijo Cabrillo, per parecen aficionados a hacer los traslados en el mar. Es muv posible que se encuentren con el carguero en alguna parte y re cojan el arma.
     ¿Qué crees que debemos hacer?
     Le recomendaremos a Overholt que les permita zarpar Tú manten al Oregon apartado. Deja que la marina inglesa o norteamericana se ocupe del problema. Pueden abordar el yate en alta mar. Será mucho menos arriesgado.
     Llamaré a Overholt ahora mismo y le transmitiré nuestras recomendaciones prometió Hanley y colgó.
    Cabrillo se reclinó en el asiento. No podía saber que el meteorito y el artefacto nuclear estaban cada uno en manos de facciones opuestas.
    Una organizaba un ataque en nombre del Islam.
    La otra organizaba un ataque contra el Islam.
    El odio animaba a las dos.




    27

    Truitt dejó a Gunderson y Pilston a cargo del avión en cuanto aterrizaron en Las Vegas y tomó un taxi. El día era claro y soleado con una suave brisa que soplaba de las montañas. El aire seco hacía que todo pareciera más grande, y provocaba la sensación de que se podían tocar las montañas aunque se alzaban a muchos kilómetros de distancia. Truitt dejó la maleta en el asiento trasero y se sentó junto al conductor.
     ¿Adonde vamos? preguntó el taxista con una voz que sonó como la de Sean Connery con la tos seca del fumador.
     Dreamworld respondió Truitt.
    El conductor puso el coche en marcha y salió del aeropuerto.
     ¿Ha estado antes en Dreamworld? quiso saber el chófer cuando se acercaban al famoso Strip, la calle principal de la ciudad.
     No.
     Es un paraíso de última tecnología, un mundo creado por el hombre.
    El taxista redujo la velocidad y se colocó al final de la fila de taxis y coches particulares que esperaban para girar en la entrada.
     No se pierda la tormenta eléctrica. Miró a su pasajero y añadió: El espectáculo se ofrece a las horas en punto La cola avanzó y el conductor entró en el camino que llevaba al hotel. Unos pocos metros más adelante, pasó por un portal con cintas de plástico hasta el suelo que a Truitt le recordaron las entradas de los lavaderos de coches.
    Al otro lado se encontraron con una selva. La vegetación formaba una marquesina y en el interior del vehículo los cristales comenzaron a empañarse debido al elevado índice de humedad. El taxista aparcó delante de la entrada principal.
     Cuando baje tenga cuidado con los pájaros le advirtió. La semana pasada un cliente me comentó que los pájaros se lanzaron contra él y lo picotearon.
    Truitt asintió. Le pagó la carrera y se apeó del coche. Luego abrió la puerta trasera para recoger la maleta, cerró la puerta y le hizo una seña al taxista para que se fuera. Al volverse vio al portero que espantaba a una serpiente negra con una escoba. Después miró la marquesina vegetal. Era tan tupida que no dejaba pasar los rayos de sol; el sonido de las aves era ensordecedor. Cogió la maleta y se acercó a la mesa del portero, Bienvenido a Dreamworld dijo el portero. ¿Se alojará en el hotel?
     Sí. Truitt le entregó un carnet de conducir de Delaware falso y una tarjeta de crédito que iba ligada a la falsa identidad.
    El portero pasó las tarjetas por un lector magnético, esperó a que imprimiera una etiqueta con un código de barras y la pegó en la maleta de Truitt.
     El sistema automático de transporte le llevará la maleta a su habitación le explicó a Truitt. Su habitación estará lista y la maleta llegará hizo una pausa para mirar la pantalla del terminal en diez minutos. En el interior encontrará la recepción si desea abrir una línea de crédito en el casino o si necesita cualquier otra cosa. Qué disfrute de su estancia en Dreamworld.
    Truitt le dio diez dólares de propina, cogió la tarjeta llave A la habitación y caminó hacia la entrada. Las puertas de istal se abrieron automáticamente, y lo que se encontró en el interior lo dejó boquiabierto. Todo un mundo natural bajo techo.
    Apenas pasada la puerta había un río donde los huéspedes navegaban en pequeñas embarcaciones. A lo lejos en el lado izquierdo, alcanzó a divisar las figuras de las personas que escalaban un montaña artificial. Vio cómo la nieve caía por las laderas y desaparecía por una abertura en la base. Truitt sacudió la cabeza, asombrado. Localizó una mesa de información y se acercó.
     ¿Por dónde se va al bar más cercano?
    El empleado señaló a lo lejos.
     A la derecha, un poco más allá de Stonehenge, señor.
    Truitt entró en un espacio cubierto con una cúpula y pasó junto a una réplica exacta de Stonehenge. Un sol artificial simulaba el solsticio de verano y las sombras formaban un brazo que apuntaba al centro. Encontró la puerta del bar, de recios tablones a la sombra de un alero de paja, la abrió y entró en un salón en penumbras.
    El bar era una réplica de una vieja posada inglesa. Truitt se sentó en un taburete hecho de madera, cuerda y colmillos de jabalí y echó una ojeada a la barra. Era una gruesa plancha de madera que seguramente debía pesar como un volquete.
    Truitt era el único cliente. Se acercó la camarera.
     ¿Hidromiel o ponche, caballero?
    Truitt se lo pensó un momento.
     Tomaré hidromiel respondió finalmente.
     Una buena elección. Es un poco temprano para un ponche.
     Eso me pareció dijo Truitt. La camarera cogió una copa y la llenó de un barril detrás de la barra.
    La joven llevaba el vestido de una campesina y sus pechos rebosaban por el amplio escote de la blusa. Le sirvió la copa a Truitt, hizo una media genuflexión y volvió a su lugar. Truitt bebió un sorbo mientras pensaba en el hombre que había creado esta maravilla y en cómo haría para colarse en su despacho.
     ¿Cuánto es? le preguntó a la camarera.
     Puede cargarlo en la cuenta de su habitación.
     Prefiero pagar ahora.
     Es un dólar, la oferta especial de la mañana.
    Truitt dejó unos dólares en la barra y abandonó el local.

    Dobló a la izquierda después de dejar atrás Stonehenge, y entró en un enorme atrio. A lo lejos, un telesilla subía hasta la cumbre de la montaña cubierta de nubes. Pasó junto a la base de la montaña, donde los esquiadores esperaban para subir en el telesilla y lanzarse ladera abajo por la pista de nieve artificial. Un poco más allá, encontró una mesa de información.
     ¿Tiene un plano del hotel? le preguntó al empleado.
    El hombre sacó un plano de debajo del mostrador y marcó con un rotulador el lugar donde se encontraban. Truitt le dio la tarjeta llave.
     ¿Cómo llego a mi habitación?
    El empleado pasó la tarjeta por el escáner y leyó la información en la pantalla, al tiempo que tomaba notas en el borde del plano.
     Vaya por el río de los Sueños hasta el cañón del Búho y desembarque en la entrada de la mina diecisiete. El ascensor cuarenta y uno lo subirá hasta su piso.
     Parece sencillo comentó Truitt. Recogió el plano y se guardó la tarjeta.
     Es por allí, señor le indicó el empleado cortésmente.
    A unos treinta metros de la mesa de información, Truitt llegó a una pasarela en la orilla del río que llevaba hasta un embarcadero. Allí había amarradas varias canoas indias a disposición de los clientes. Sujetas a un pescante como en un tiovivo las embarcaciones daban vueltas al hotel en un río que no tenía principio ni fin. Truitt se sentó en la primera de la fila.
    Echó una ojeada al pequeño tablero de mando para seguir las instrucciones. Escribió «mina diecisiete» en el teclado, se acomodó en el asiento y esperó a que la canoa se pusiera en marcha. La pequeña embarcación se soltó del amarre e inició el viaje que, en su primer tramo, discurría por una garganta de paredes cortadas a pico.
    La canoa se detuvo automáticamente al llegar a su destino.
    Truitt desembarcó y se acercó a los ascensores. Encontró el cuarenta y uno, subió hasta su piso, salió del ascensor y recorrió un largo pasillo hasta su habitación. Abrió la puerta con la tarjeta llave. El decorado de la habitación seguía el estilo de una ciudad minera. El revestimiento de las paredes era de tablas envejecidas con las juntas estañadas. Una estantería que parecía hundirse con el peso de los libros ocupaba una esquina y en una de las paredes había un armero con varios Winchester de imitación sujetos con cadena y candado. La cama era de hierro forjado y las mantas reproducían motivos indios. Era como si a Truitt lo hubiesen llevado en un viaje a través del tiempo.
    Se acercó a la ventana, apartó las cortinas y miró la ciudad como si quisiera asegurarse de que el mundo exterior continuaba siendo el mismo. Después cerró las cortinas y fue al baño. La decoración era la misma, pero tenía una ducha de vapor y lámparas de rayos UVA. Se lavó la cara, se secó con una toalla y luego volvió a la habitación para llamar a Hanley.
     Está muy claro que Hickman es perfectamente capaz de organizar una operación a gran escala digo Truitt cuando Hanley atendió la llamada. Tendrías que ver este lugar, es algo increíble.
     Halpert todavía lo está investigando, pero se oculta muy bien. ¿Ya tienes un plan para entrar en su despacho?
     Todavía no, pero estoy en ello.
     Ten cuidado le advirtió Hanley. Hickman es muy poderoso, y no queremos vernos metidos en apuros si resulta que no está involucrado.
     Entraré y saldré con la mayor discreción posible.
     Buena suerte, señor Phelps.
    Truitt comenzó a tararear el tema musical de Misión imposible.

    Truitt se sentó delante del escritorio de persiana, desplegó el plano del hotel y del edificio que Hanley le había enviado por fax al Gulfstream antes de que aterrizara, y los estudió a fondo. Después se dio una ducha, se cambió y salió de la habitación. Bajó en el ascensor, se montó en una canoa y fue hasta la entrada principal. Allí cogió un taxi.
    Le explicó al taxista adonde quería ir y se arrellanó en el asiento.
    Unos minutos más tarde, el taxista aparcó delante del hotel más alto de Las Vegas. Pagó la carrera y se apeó. Entró en el vestíbulo, compró una entrada y subió en el ascensor de alta velocidad hasta el mirador del hotel. Toda la ciudad de Las Vegas se extendía a sus pies.
    Contempló el panorama durante unos minutos; luego fue hasta uno de los binoculares y echó unas cuantas monedas en la ranura. Mientras los otros turistas movían los binoculares de un lado a otro, Truitt mantuvo los suyos enfocados en un único lugar.

    En cuanto acabó el reconocimiento, Truitt bajó en el ascensor, paró a otro taxi, y regresó a Dreamworld. Aún era un poco temprano, así que fue a su habitación y aprovechó para dormir unas horas. Se despertó poco después de la medianoche. Se preparó un café para despejarse del todo. Luego se afeitó y se dio otra ducha.
    Esta vez se vistió con una camiseta y vaqueros negros y se calzó unos zapatos negros con suela de goma. A continuación hizo la maleta y llamó a recepción para que la llevaran a la puerta principal. Gunderson vendría a recogerla al cabo de diez minutos. Antes de abandonar la habitación, se echó sobre los hombros una chaqueta con un grueso acolchado. Fue hasta el vestíbulo en una de las embarcaciones y entró en el casino.
    Los turistas, con los ojos inyectados en sangre por la falta de sueño, ocupaban casi todas las mesas de juego y las tragaperras. Incluso a esta hora de la noche el casino era una máquina de hacer dinero. Atravesó el casino para ir a las tiendas del hotel.
    La galería era un cuerno de la abundancia al servicio del despilfarro. Había casi setenta y cinco tiendas y boutiques de marcas famosas a ambos lados de la calle de adoquines. Junto a las veintitantas tiendas de ropa de diseño había zapaterías, joyerías, marroquinería, restaurantes y una librería. Como aún le quedaba tiempo, entró en la librería. Vio en una de las mesas la última novela de Stephen Goodwin, el joven autor de Atizona, que en los últimos meses había aparecido en lo más alto de las listas de libros más vendidos. Lo hojeó. No podía llevárselo ahora, pero lo compraría antes de abandonar Las Vegas. Salió de la librería, cruzó la calle y entró en uno de los restaurantes. Pidió costillas asadas y té helado. Cuando acabó de cenar, decidió que ya era la hora.

    El ático de Hickman en la cumbre de Dreamworld tenía terrazas en los cuatro costados. Las puertas correderas permitían acceder a ellas; un gran número de plantas y árboles creaban un bosque en las alturas. El techo tenía forma de pirámide y estaba cubierto con resplandecientes planchas de cobre pulido. Cordones de minúsculas bombillas alumbraban los árboles y la pirámide.
    Truitt repasó mentalmente los planos del edificio mientras subía en el ascensor hasta el penúltimo piso. Salió del ascensor, miró a un lado y otro del pasillo sin ver a nadie, y entonces caminó hasta el final, donde había una escalerilla de metal blanca atornillada a la pared. Subió por la escalerilla, que acababa en una trampilla cerrada con un candado. De la bolsa que llevaba en el bolsillo sacó un manguito de plástico, lo deslizó en la cerradura y luego giró la ruedecilla que tenía en el otro extremo.
    El giro descargó un catalizador que, en cuestión de segundos, endureció el manguito dentro de la cerradura. Truitt no tuvo más que hacerlo girar para que se abriera el candado; retiró este y levantó la trampilla para acceder a lo que parecía un túnel.
    En los planos figuraba como una galería de servicios. Por allí pasaban los cables de electricidad y comunicaciones así como las cañerías. Truitt cerró la trampilla y encendió la linterna. Avanzó agachado hasta el lugar donde los planos señalaban una segunda trampilla que permitía acceder a la terraza.
    Cuando había observado la terraza desde el otro hotel, había visto que una de las ventanas correderas estaba entreabierta. Era por allí por donde podría entrar sin ser descubierto.
    Llegó a la trampilla, utilizó otro manguito para abrir el candado luego la levantó con mucha cautela y asomó la cabeza.
    No sonó ninguna alarma, no vio ningún indicio de que hubiesen descubierto su presencia.
    Salió a la terraza, cerró la trampilla y fue hasta la ventana, que continuaba entreabierta. La abrió un poco más para mirar el interior. No había nadie a la vista, así que entró.
    La sala de estar era enorme. Había una zona bajo nivel con sillones delante de una chimenea de piedra. A un lado había una cocina y al otro un bar con grifos de cerveza en la barra.
    La iluminación era indirecta y en los invisibles altavoces sonaba música bluegrass.
    Truitt cruzó la sala y siguió por un pasillo hacia donde los planos marcaban el despacho de Hickman.




    28

    El Larissa entró en el puerto de la isla de Sheppey y amarró en uno de los muelles. El capitán cogió la cartera con los documentos falsos y subió la pendiente hasta la oficina de la aduana. Llegó cuando el empleado cerraba la puerta.
     Solo necesito que me selle la hoja de llegada explicó el capitán y le mostró el documento.
    El hombre abrió la puerta y entró. Sin molestarse en encender la luz, se acercó a una estantería junto a una mesa y cogió un sello. Después abrió un tampón, humedeció el sello y señaló la hoja en la mano del capitán. En cuanto la tuvo, la colocó sobre la mesa y estampó el sello.
     Bienvenido a Inglaterra dijo el aduanero, y le señaló la salida.
     ¿Sabe usted dónde puedo encontrar a un médico? le preguntó el capitán, mientras el funcionario se ocupaba de cerrar la puerta.
     Dos manzanas más arriba y una al oeste contestó el aduanero. Pero ahora ya ha cerrado la consulta. Tendrá que ir a verlo mañana, después de haber venido aquí para acabar con los trámites.
    El aduanero se marchó. El capitán regresó al Larissa a esperar la hora de su cita.
    Para los habituales en el bar del muelle, Nabil Lababiti tenía todo el aspecto de un gay en busca de amante, y no le agradaban las implicaciones. Lababiti vestía una chaqueta italiana, pantalón y camisa de seda con el cuello abierto que dejaba a la vista las cadenas de oro que le colgaban sobre el pecho. Olía a gomina, tabaco y demasiada colonia.
     Una pinta le pidió al camarero, un hombre bajo, musculoso, con tatuajes en los hombros y la cabeza afeitada, que vestía una camiseta astrosa.
     ¿Seguro de que no quiere algo con frutas, amigo? le preguntó el camarero sin alzar la voz. Hay un lugar un poco más arriba que sirven un daiquiri de plátano que no está mal.
    Lababiti sacó un paquete de cigarrillos, encendió uno y le echó el humo a la cara. El hombre lo miró con el aspecto de un trabajador al que han echado de un parque de atracciones por asustar a los clientes.
     No. Ya me va bien una Guinness.
    Al parecer, el camarero decidió que era un tema para discutir, porque no hizo el menor movimiento para coger una jarra y llenarla.
    Lababiti sacó del bolsillo un billete de cincuenta libras y lo dejó sobre la barra.
     Sírvale también una ronda a todos estos distinguidos caballeros. Acompañó sus palabras con un amplio ademán que abarcó a los otros diez parroquianos. Tienen todo el aspecto de habérsela ganado.
    El camarero miró al otro extremo de la barra, donde el dueño, un pescador retirado a quien le faltaban dos dedos de la mano derecha, bebía una cerveza. El hombre asintió y el camarero cogió una jarra.
    Incluso si el árabe era un sarasa que buscaba compañía, este no era un antro que pudiese permitirse rechazar a un cliente con dinero. Lababiti bebió un sorbo, se limpió el labio supe.
    rior con el dorso de la mano, y miró en derredor. El local era una pocilga. No había una silla igual y las mesas apenas se sostenían sobre las patas. En la chimenea ardía un fuego de carbón. La barra mostraba una infinidad de cortes de navaja El aire olía a sudor, tripas de pescado, aceite rancio y orina, Lababiti bebió otro sorbo y consultó la hora en su Piaget de oro.

    No muy lejos del bar, en una elevación que daba a los muelles dos de los hombres de Lababiti vigilaban el Larissa con sus prismáticos de visión nocturna. La mayoría de los tripulantes habían abandonado el barco para pasar la noche en la ciudad; solo se veía una luz en el castillo de popa.
    En el muelle, otros dos árabes empujaban un carretón que parecía estar cargado con residuos. Cuando pasaron junto al barco, acortaron el paso y, con un contador Geiger, vigilaron las lecturas. Habían apagado el sonido, pero la aguja les dijo lo que necesitaban saber. Siguieron su marcha hacia el final del muelle sin apresurarse.

    Bajo cubierta, Milos Coustas, capitán del Larissa, acabó de peinarse. Después se puso más ungüento en el brazo. Se dijo que no tenía mucho sentido porque hasta ahora no había experimentado ninguna mejoría. Quizá el médico podría recetarle algún otro medicamento que eliminara el sarpullido al día siguiente.
    Salió del camarote y subió a cubierta.
    Iba a reunirse con su cliente en el bar que estaba en lo alto de la colina.
    Lababiti acababa de empezar su segunda pinta de Guinness ruando Coustas entró en el bar. Se volvió para ver quién había llegado y en el acto comprendió que era su hombre. Coustas no hubiese sido más fácil de reconocer si hubiese llevado una camiseta con la inscripción: «Capitán de barco griego». Vestía unos amplios pantalones de pana, una camisa de algodón blanca con cordones en los ojales y la gorra negra que parecía ser la preferida de todos los griegos que vivían cerca del agua.
    Lababiti pidió una copa de ouzo para Coustas y después le hizo una seña al capitán.

    Eran terroristas, pero no unos incompetentes. En el momento en que los hombres con los prismáticos de visión nocturna confirmaron que Coustas había entrado en el bar, la pareja con el carretón dio media vuelta y se acercó al Larissa. Subieron a bordo rápidamente y comenzaron la búsqueda. Solo tardaron unos minutos en encontrar el cajón con el artefacto nuclear y llamaron a la pareja de observadores, sentados en la cabina de una furgoneta de alquiler. El vehículo llegó al final del muelle en el mismo momento en que los dos terroristas deslizaban el cajón por la pasarela del Larissa. Levantaron la cubierta de plástico con los desperdicios pegados, y cargaron el artefacto en el carretón reforzado.
    Cada uno empuñó una vara y comenzaron a caminar hacia donde esperaba la furgoneta.

    Lababiti y Coustas ocupaban una de las mesas en el fondo del bar. El hedor del lavabo los envolvía como una apestosa nube.
    Coustas bebía su segunda copa y se mostraba cada vez más animado.
     ¿Qué es esta carga especial por la que ha pagado tanto dinero para que se la trajeran? le preguntó a Lababiti, con una amplia sonrisa. Dado que es usted árabe y el cajón pesa tanto, sospecho que se dedica al contrabando de oro.
    Lababiti hizo un gesto que no confirmaba ni negaba la sospecha.

     Si es asíañadió Coustas, creo que podríamos hablar de una gratificación.
    En cuanto cargaron en la furgoneta el cajón con la bomba, los observadores se marcharon a toda velocidad. La otra pareja llevó el carretón hasta el borde del muelle y lo arrojó al mar.
    Luego corrieron hasta una moto, se montaron, y partieron colina arriba hacia el bar.

    Lababiti no odiaba a los griegos tanto como a los occidentales, pero tampoco le agradaban.
    Casi todos le parecían unos patanes vocingleros y carentes de modales. Coustas ya se había tomado dos copas pero aún tenía que ofrecerle una a él. Lababiti le hizo una seña al camarero para que sirviera otra ronda y se levantó.
     Ya hablaremos de la gratificación cuando vuelva. Ahora mismo tengo que ir al lavabo. El camarero está sirviendo las copas, ¿por qué no se acerca a la barra y las trae?
     Todavía no me he acabado esta respondió el capitán, sin dejar de sonreír.
     Ya se la terminará después dijo Lababiti.
    Entrar en el lavabo fue como esconderse debajo de una letrina. El olor era asfixiante y apenas si había luz. Afortunadamente, sabía muy bien dónde había guardado la pastilla. La sacó del bolsillo y le quitó el envoltorio de papel de aluminio, Luego, con la pastilla en la mano se apresuró a volver a la mesa.
    Coustas todavía estaba en la barra. Intentaba convencer al marero para que le pusiera un poco más de ouzo en la copa.
    Vio cómo el camarero acababa por acceder y le llevaba la copa. En aquel mismo momento, un hombre delgado y muy moreno asomó la cabeza por la puerta del bar, estornudó y se fue. Lababiti que iba a sentarse vio la señal de que la descarga se había realizado sin problemas.
    Desmenuzó la pastilla y la echó en el resto de bebida de la copa del capitán.
    Después se sentó mientras el griego se acercaba con las bebidas. El ruido de una moto que aceleraba llegó desde la calle.
     El tipo de la barra quiere más dinero le dijo Coustas. Ya se ha acabado el que le dio.
     Iré un momento hasta el coche para buscarlo. Acábese su copa. Ahora mismo vuelvo.
     ¿Entonces hablaremos de la gratificación? preguntó Coustas. Cogió la copa y bebió un sorbo.
     De la gratificación y la descarga. Lababiti se levantó. Supongo que querrá cobrar en oro, ¿no?
    Coustas asintió mientras Lababiti caminaba hacia la puerta. Bebió un poco más para celebrar su buena suerte. Le pareció que todo había salido a pedir de boca… hasta que sintió el dolor en el pecho.
    Lababiti miró al camarero y levantó un dedo para indicarle que salía un momento. En cuanto salió del bar, apuró el paso para ir hasta el Jaguar que había aparcado un poco más allá. La calle estaba desierta y a la luz de las pocas farolas encendidas no se veían más que montones de basura.
    Era una calle de sueños rotos y esperanzas perdidas.
    Lababiti no vaciló. Abrió la puerta del coche con el mando a distancia, se sentó al volante y arrancó el motor. Ajustó el volumen del reproductor de CD, puso primera y apretó el acelerador.
    Cuando el propietario del bar salió corriendo a la calle para avisarle al extranjero bien vestido que su amigo parecía estar sufriendo un ataque, solo vio los faros traseros del Jaguar que llegaban a lo alto de la colina y desaparecían.

    Los inspectores de la policía británica no suelen presentarse cuando alguien muere en un bar. Es algo frecuente y las causas suelen ser obvias. Para que el inspector Charles Harrelson abandonara la cama había sido necesario que lo llamaran de la oficina del forense. Cuando entró en el local, lo hizo con cara de pocos amigos. Cargó la pipa y la encendió mientras miraba el cadáver. Después sacudió la cabeza.
     Macky le dijo al forense, ¿me has despertado por esto?
    El forense, David Mackelson, conocía a Harrelson desde hacía casi veinte años, y sabía que al inspector le irritaba profundamente que lo despertaran.
     ¿Quieres un taza de té, Charles? Creo que podré conseguir que el propietario nos la prepare.
     No, gracias. Tengo la intención de seguir durmiendo, y a juzgar por el aspecto de este pobre hombre creo que no tardaré mucho en irme a casa.
     Pues yo creo que te hará falta replicó Mackelson.
    Apartó la sábana que tapaba el cuerpo de Coustas y señaló el sarpullido en el brazo.
     ¿Sabes qué es esto? preguntó.
     Ni idea.
     Estas son quemaduras provocadas por radiación. El forense sacó una cajita de rapé y aspiró una pizca. Dime, Charles, ¿no te alegras de que te despertara?




    29

    Adams vio por un momento al Cessna, se volvió hacia Caballo, y le señaló el mapa en movimiento que aparecía en la pantalla del sistema de navegación.
     Alcanzará la costa en los próximos minutos le comunicó el piloto.
     Con un poco de suerte dijo Cabrillo, la RAF estará allí para darle la bienvenida. Entonces habremos acabado con todo esto. ¿Cómo estamos de gasolina?
    Adams le señaló el indicador. Los vientos de frente les habían hecho consumir más de la cuenta, y ahora la aguja marcaba casi vacío.
     Hace rato que volamos con la reserva, jefe, pero creo que nos queda lo suficiente para llegar a tierra. No sé qué pasará después.
     Aterrizaremos para repostar afirmó Cabrillo muy seguro, en cuanto Hanley nos informe de que los cazas han interceptado la avioneta.
    Cabrillo no sabía aún que en aquel mismo momento Hanley se estaba enfrentando a la burocracia en dos continentes.
     ¿Qué demonios quieres decir con que no hay aviones? le dijo Hanley a Overholt.
     Lo más rápido que los británicos pueden enviar un caza desde Mindenhall, que está en el sur, es dentro de diez minutos contestó Overholt. Ahora mismo no tienen ninguno en las bases de Escocia. Para colmo, las bases del sur están al mínimo. La mayoría de sus escuadrones de combate están desplegados en Irak y África, donde colaboran con nuestras fuerzas.
     ¿No tenemos ningún portaaviones en la zona?
     No. La nave más cercana es una fragata lanzamisiles que ha recibido la orden de interceptar al barco que zarpó de las Feroe.
     Señor Overholt señaló Hanley, tenemos un problema. Es probable que su amigo Juan esté volando con las últimas gotas de gasolina. Si tardamos más en enviarle ayuda perderemos de nuevo el meteorito. Hacemos nuestro trabajo, pero necesitamos apoyo.
     Me hago cargo. Veré qué puedo hacer y lo volveré a llamar prometió Overholt.
    Hanley colgó el teléfono y miró el mapa que aparecía en el monitor. El punto luminoso que señalaba a la Cessna en la pantalla del radar acababa de cruzar la costa. Levantó de nuevo el teléfono y marcó un número.

     Sí, señor respondió el piloto desde la cabina de mando del Challenger 604 aparcado en la pista del aeropuerto de Aberdeen. Los motores están calientes, Podemos despegar en cuanto la torre de control nos dé la autorización.
     El objetivo acaba de cruzar la costa en cabo Wrath le informó Hanley, así que deberá volar primero hacia el este y luego virar hacia el norte. Si continúa volando con el mismo rumbo yo diría que se dirige a Glasgow.
     ¿Qué debemos hacer cuando lo alcancemos?
     Solo tenéis que seguirlo antes de que aparezcan los cazas británicos.
    Mientras Hanley y el piloto conversaban, el copiloto acababa de recibir la autorización para despegar. Le hizo una seña a su compañero.
     Tenemos la autorización le comunicó el piloto a Hanley. ¿Alguna cosa más?
     Estad ojo avizor por si aparece el jefe. Vuela en un Robinson y se está quedando sin gasolina.
     Muy bien, señor dijo el piloto. Aceleró los motores y comenzó el carreteo hacia la pista.
    Una leve bruma empañaba el parabrisas del Challenger mientras el piloto guiaba al aparato por la vía de acceso a la pista principal. Los negros nubarrones en el norte anunciaban que el tiempo empeoraría. Cuando llegó a la cabecera, realizó la comprobación final, aceleró al máximo e inició el despegue.

    James Bennett echó una ojeada al indicador del combustible.
    No conseguiría llegar a Glasgow con lo quedaba en la reserva, así que tomó un nuevo rumbo un poco más a babor. Su plan era continuar volando sobre tierra por si tenía que realizar un aterrizaje de emergencia. Iría al sur, en dirección a Inverness, y luego al este hacia Aberdeen. Tendría suerte si llegaba al aeropuerto. Pero este no era su día de suerte.
    En aquel momento sonó el móvil. Atendió la llamada.
     Tenemos un problema dijo una voz. Acabamos de captar una comunicación británica. Han ordenado que un par de cazas lo intercepten. Disponemos de unos quince minutos antes de que lo alcancen.
     Eso es un problema admitió Bennett. Consultó su reloj. He tenido que cambiar de rumbo porque me estoy quedando sin gasolina. No puedo llegar a Glasgow como habíalos planeado. Quizá pueda aterrizar en Aberdeen, y es imposible que llegue antes de que aparezcan los cazas.
     Incluso si hubiese tenido la oportunidad de repostar en las Feroe añadió su interlocutor, hubiésemos tenido que descartar Glasgow debido a los cazas. ¿Qué pasa con el helicóptero? ¿Cree que todavía lo sigue?
     No lo he vuelto a ver. Creo que dieron media vuelta.
     Bien. En ese caso, mi plan tendría que salir bien. Saque el mapa.
    Bennett desplegó el mapa de Escocia.
     Ya está.
     ¿Ve Inverness?
     Sí.
     Directamente al sur, hay un lago.
     ¿Bromea?
     No. Es el lago Ness. Vuele a lo largo de la costa este. Tenemos en tierra a un equipo con una furgoneta. Encenderán bengalas para que los vea.
     ¿Qué hago después? preguntó Bennett.
     Haga una pasada rasante y lance la carga. Ellos se encargarán de recogerla y llevarla a su destino.
     ¿Qué pasará conmigo?
     Deje que los cazas lo obliguen a aterrizar. No encontrarán nada a bordo y lo dejarán marchar, convencidos de que ha sido una equivocación.
     Brillante opinó Bennett.
     Eso creo declaró la voz antes de colgar.

    El Robinson voló sobre la costa rocosa. Adams levantó el pulgar y le dijo a Cabrillo por el intercomunicador:
     Por lo que parece, esta vez no nos mataremos. Si ahora nos quedamos sin gasolina, podré aterrizar con la autorrotación.
     Espero que si tienes que hacerlo, lo tengas bien ensayado.
     Es algo que practico cada dos semanas, por si alguna vez es necesario.
    La capa de nubes era más espesa a medida que avanzaban tierra adentro. De vez en cuando veían las colinas cubiertas de nieve. Treinta segundos antes, Cabrillo había visto por un momento las luces de navegación de la Cessna.
     Los cazas ya tendrían que estar aquí dijo Cabrillo, y cogió el móvil para llamar a Hanley.

    El Oregon había salido de las Feroe y navegaba a toda máquina con rumbo sur. Muy pronto tendrían que tomar la decisión de virar para ir al oeste a lo largo de Escocia e Irlanda o bien hacia el estrecho entre las islas Shetland y las Oreadas, en el mar del Norte. Hanley observaba las proyecciones en las pantallas cuando sonó el teléfono.
     ¿Cuál es la situación? preguntó Cabrillo sin preámbulos.
     Overholt ha tenido problemas para conseguir los cazas británicos respondió Hanley. La última noticia es que han despegado de Mindenhall. Si vuelan a Mach 1, te alcanzarán aproximadamente en media hora.
     No nos queda gasolina para media hora de vuelo.
     Lo siento, Juan. Ordené al Challenger que despegara de Aberdeen para continuar con la persecución hasta que lleguen los cazas. Rastrearán a la Cessna y me llamarán para darme la información. No te preocupes, pillaremos a ese tipo.
     ¿Qué hay del barco?
     Zarpó de las Feroe hace diez minutos dijo Hanley. Una fragata lanzamisiles estadounidense lo interceptará en mar abierto.
     Al fin una buena noticia exclamó Cabrillo.
    Hanley miró el monitor donde aparecían las posiciones de la Cessna y el Robinson. Al mismo tiempo, escuchaba al copiloto del Challenger que informaba de que tenían a los dos aparatos en la pantalla de radar y que se acercaban.
     La Cessna acaba de entrar en el espacio aéreo de Inverness le retransmitió Hanley a Cabrillo. El Challenger lo tiene en la pantalla del radar. ¿Cuánto combustible te queda?
     ¿Podremos llegar a Inverness antes de quedarnos sin carburante? le preguntó Cabrillo al piloto.
     Eso creo respondió Adams, si tenemos viento de cola cuando volemos sobre tierra.
     Suficiente para llegar a Inverness le dijo Cabrillo a Hanley.
    Hanley iba a recomendarles que aterrizaran para repostar pero no tuvo la oportunidad. En aquel instante el copiloto del Challenger comunicó un cambio inesperado. La Cessna descendía.
     Juan, el Challenger acaba de informar que la Cessna está descendiendo se apresuró a retransmitir Hanley.
    En la pantalla del navegador del Robinson, Inverness aparecía a unos pocos kilómetros más adelante.
     ¿Dónde intenta aterrizar? preguntó Cabrillo.
     Al parecer en la costa oriental del lago Ness.
     Te volveré a llamar dijo Cabrillo y colgó.
    El tiempo empeoraba por momentos y la lluvia chorreaba por el parabrisas. Adams puso en marcha el desempañador y miró el indicador de gasolina con expresión ceñuda.
     ¿Crees en los monstruos? le preguntó su jefe.
     En los monstruos y en lo que haga falta. ¿Por qué lo preguntas?
    Cabrillo le señaló la pantalla del navegador, donde acababa de aparecer la silueta con forma de puro del lago Ness.
     Según Hanley, la Cessna está descendiendo para aterrizar en la costa este del lago Ness.
    En los últimos minutos, Adams había conseguido ver el suelo antes de que se cerraran las nubes.
     No lo creo.
     ¿Por qué no?
     No hay lugar para una pista. Es muy escarpada.
     Entonces eso significa… comenzó a decir Cabrillo.
     … que lanzará la cargaacabó Adams.

    En cuanto recibió la llamada de Bennett informando de que la Cessna había despegado del aeropuerto de las Feroe y que lo seguían, el jefe de la operación ordenó a dos de los cuatro hombres que esperaban en Glasgow que se dirigieran al norte a toda velocidad. Los hombres hicieron el viaje de casi doscientos kilómetros hasta el lago Ness en menos de dos horas, y esperaron nuevas órdenes. Hacía diez minutos les habían dicho que fueran a la costa este del lago, buscaran una zona desolada y se mantuvieran a la espera; ocho minutos más tarde, les dijeron que encendieran unas bengalas y estuviesen preparados para recoger la carga que lanzarían desde un avión.
    Los hombres esperaban sentados en la cabina de carga de la furgoneta y miraban cómo el viento arrastraba el humo de las bengalas. La Cessna aparecería de un momento a otro.
     ¿Lo has escuchado? preguntó uno de los hombres.
     Suena cada vez más fuerte dijo el otro.
     Creía que el tipo volaba en…
    Bennet luchó con los controles cuando el rebufo del Challenger sacudió a la Cessna como si fuese una hoja. El piloto del reactor era un loco o un incompetente, pensó. Era imposible que no hubiese visto a la avioneta en la pantalla del radar.
     Setenta metros dijo el copiloto del Challenger. Si hora falla un motor, nos convertiremos en puré de avión.
     Tú atento a lo que veas replicó el piloto. Haremos otra pasada y subimos.
    El Challenger volaba tan bajo sobre las cumbres que los escapes de los reactores levantaban la nieve que las cubría. Una más alta ocupó todo el parabrisas. El piloto se elevó solo lo imprescindible para sortearla y bajó de nuevo. Ahora volaban sobre el lago.
     Allí. El copiloto señaló una camioneta aparcada en la costa oriental. Veo humo.
    El piloto elevó el avión hasta alcanzar la altitud de crucero.
    Después llamó al barco.
     Oregon, tenemos una camioneta en la costa oriental.
    Han encendido bengalas. ¿Cuándo llegarán los cazas?
     Los cazas tardarán otros quince minutos.
     Van a intentar un lanzamiento comentó el piloto.
     Gracias por el informe.

     Van a intentar un lanzamiento dijo Cabrillo en cuanto Hanley atendió la llamada.
     Lo sé. Me disponía a llamarte. El Challenger acaba de hacer una pasada rasante y vio una camioneta y bengalas en la costa oriental.
     Nosotros hemos visto a la Cessna. La tenemos delante. Llegaremos al lago en cuestión de minutos.
     ¿Cómo estás de gasolina?
     ¿Gasolina? le preguntó Cabrillo a Adams.
     La aguja marca cero.
    Cabrillo repitió las palabras del piloto.
     Dejadlo, y aterrizad ya dijo Hanley.
    Pasaron por un claro en las nubes y Cabrillo miró abajo.
    Vio las aguas encrespadas por el viento.
     Demasiado tarde, Max. Volamos sobre el agua.

    Los dos hombres que esperaban en la orilla del lago habían recibido la orden de no comunicarse por radio hasta recoger el meteorito y alejarse una distancia prudencial de la zona del lanzamiento. Por eso no informaron del vuelo rasante del reactor; Lo más probable era que solo se tratase de un aparato de alguna compañía petrolera con problemas mecánicos; si no era así, tampoco podían hacer nada al respecto. Continuaron atentos a la aparición de la Cessna.

    Los caza Tornado ADV sobrevolaron Perth, en Escocia, y el oficial de vuelo transmitió su posición. Estaba a seis minutos del lago Ness.
     Atento a la presencia de un Challenger y un helicóptero en la zona le comunicó el oficial de vuelo al otro piloto. Son amigos.
     Recibido. El objetivo es una Cessna 206 de hélice.
     Cinco minutos para el contacto informó el oficial de vuelo a su base.

    Bennett intentaba ver el humo de las bengalas que le había comunicado que vería en el extremo noreste del lago. La bruma que se extendía sobre el agua se mezclaba con el humo. Bajó los alerones para reducir la velocidad del aparato al mínimo y miró de nuevo. Vio unas luces que parpadeaban en la orilla este, y viró en esa dirección.

     Ahí está el lago dijo Cabrillo.
    El helicóptero recortaba rápidamente la ventaja que le llevaba la Cessna y Adams redujo un poco la velocidad.
     Ha reducido la velocidad informó.
    Cabrillo miró el mapa en la pantalla del navegador.
     No se ve ningún campo, así que intentará un lanzamiento, como creíamos.
    El Robinson había alcanzado la mitad del lago. Adams acababa de mover el cíclico para poner rumbo a tierra, atento a la maniobra de la Cessna, que viraba para seguir por la costa oriental, cuando el motor comenzó a ratear.

    En la carlinga de la Cessna 206, Bennett tenía toda su atención puesta en las bengalas y los intermitentes de la furgoneta. Bajó un poco más y luego movió un brazo hacia atrás para quitar el seguro de la puerta del pasajero y deslizar la caja con el meteorito hasta el extremo del asiento. En un minuto, abriría la puerta e inclinaría un poco el avión para que la caja cayera por su propio peso.

    Billy Joe Shea circulaba por la carretera que seguía la orilla oriental del lago al volante de un MG TC negro de 1947. Shea era un vendedor de maquinaria de Midland, Texas, que había comprado el coche clásico unos pocos días antes en un taller de Leeds. Su padre había tenido uno, también comprado en Inglaterra mientras estaba destinado allí en una base de la fuerza aérea, y era el coche en el que Billy Joe había aprendido a conducir. Habían pasado casi treinta años desde que su padre había vendido el suyo, y Shea siempre había tenido el deseo de comprarse otro.
    Una búsqueda en Internet, una segunda hipoteca sobre su casa y las tres semanas de vacaciones que había acumulado le habían permitido finalmente hacer realidad su sueño. Ahora había iniciado un viaje de dos semanas por Escocia e Inglaterra y luego dejaría el coche en el puerto de Liverpool para que se lo enviaran a casa. Incluso con la capota, la lluvia se colaba por los huecos de las puertas. Recogió su sombrero tejano que estaba en el asiento del pasajero y lo sacudió para quitarle las gotas de lluvia. Luego echó un vistazo al tablero y continuó viaje. Aminoró la velocidad cuando pasó junto a una furgoneta, el primer vehículo que veía en la carretera prácticamente desierta.
    No podía ser más encantador y tranquilo; El aire olía a turba y a pavimento mojado.

     Tengo a los cazas en el radar le comunicó el piloto del Challenger a Hanley.
     ¿A qué distancia estás de la Cessna?
     No muy lejos. Nos preparamos para hacer una pasada por la costa oriental de sur a norte. Nos acercaremos a él todo lo que podamos.

    Bennett se encontraba muy cerca del punto de lanzamiento.
    Abrió la puerta, y comenzó a inclinar la Cessna sobre su eje.
    Con el rabillo del ojo vio un coche antiguo en la carretera.
    Luego se concentró en efectuar el lanzamiento lo más cercano posible a la furgoneta.
    En aquel mismo momento el reactor apareció en su parabrisas.
     Hay una furgoneta aparcada en la carretera de la orilla este.informó el piloto del Challenger mientras pasaba en vuelo rasante sobre la Cessna.
     ¿Qué…? comenzó a decir Hanley, pero lo interrumpió un grito del piloto.
     Ahí está el Robinson.
     ¿Puede ver la furgoneta?
     Probablemente contestó el piloto mientras ganaba altura. Pero todavía está un poco lejos.
     Largaos ahora mismo ordenó Hanley. Acabamos de recibir aviso de las autoridades británicas de que sus cazas están a unos pocos minutos de vuelo. Ahora se encargarán ellos.
     Recibido dijo el piloto.

    En tierra, cerca de la furgoneta, los dos hombres miraban la maniobra de la Cessna.
     Creo que he visto un helicóptero algo detrás comentó uno.
     Lo dudo replicó el otro. A esta distancia tendríamos que escuchar el ruido de los rotores y el motor.
    Vieron cómo se abría la puerta de la Cessna.

    Los hombres hubiesen podido escuchar el ruido del motor si hubiese estado funcionando. En cambio, en la cabina del Robinson reinaba un silencio siniestro, y solo se escuchaba el roce del aire contra el fuselaje mientras Adams iniciaba la maniobra de autorrotación. Puso rumbo a la orilla y rezó para que no cayeran antes.
    Cabrillo solo alcanzó a ver por un segundo la furgoneta y las bengalas mientras descendían.
    No se molestó en decírselo a Adams; tenía cosas más importantes que hacer.

    Bennett empujó la caja y la vio caer por la puerta abierta. Niveló la Cessna y viró para dirigirse directamente al aeropuerto de Inverness. Se elevaba para sobrevolar las colinas en el extremo del lago cuando vio al helicóptero que estaba a unos ciento cincuenta metros de altura. En cuanto estabilizara la avioneta llamaría para dar su informe.

    Una caja con una piedra cae en línea recta a la Tierra. El meteorito se hundió en una zona de turba empapada. Los dos hombres corrieron hasta el lugar y estaban sacando la caja de la turba cuando escucharon el aullido de los reactores de dos cazas. Se interrumpieron por un momento para mirarlos cuando volaron por encima de sus cabezas.
     Larguémonos de aquí dijo uno en cuanto consiguió levantar la caja.
    Su compañero corrió a la furgoneta para ponerla en marcha mientras el primero lo seguía con la caja.

     Creo que podré llegar a la carretera comentó Adams, impasible.
    El aparato volaba cada vez más bajo, impulsado solo por el aire que hacía girar las palas. El piloto tenía el control de los mandos, pero perdía velocidad rápidamente.
    La costa y la carretera estaban cada vez más cerca. Adams cruzó los dedos.
    LOS cazas aparecieron detrás de la Cessna como por arte de magia; y Bennett dio un respingo cuando pasaron casi rozando la avioneta; luego remontaron para virar. Escuchó la llamaba en la radio.
     Aquí la RAF. Diríjase al aeropuerto más próximo y aterrice inmediatamente. Si no lo hace o emprende cualquier acción evasiva, será derribado. Confirme la recepción del mensaje.
    Los dos aparatos habían completado las vueltas y ahora se acercaban de frente.
    Bennett movió las alas y luego cogió el teléfono.

    Tan cerca y sin embargo tan lejos.
    Cabrillo miró a través de la ventanilla antes de que el helicóptero bajara detrás de una colina. La furgoneta y la zona de lanzamiento se encontraban aproximadamente a un kilómetro y medio. Aun si Adams conseguía aterrizar, en el tiempo que tardarían en llegar hasta allí a pie, la furgoneta y el meteorito habrían desaparecido.
    Apretó el móvil contra el pecho y se preparó para el choque contra el suelo.

    El conductor de la furgoneta puso la marcha y pisó el acelerador. Las ruedas traseras al girar lanzaron una lluvia de trozos de turba. El vehículo coleó violentamente al entrar en la carretera. El hombre se dirigió al sur.
    Echó una ojeada al retrovisor y vio que la carretera estaba desierta.
    Adams pilotaba el Robinson con la finura de un concertista de violín. Calculó la trayectoria con absoluta precisión y movió el cíclico en el último segundo, cuando el helicóptero se encontraba a unos diez metros del suelo para que levantara el morro. El cambio de dirección hizo que las palas perdieran el resto del impulso, y el aparato cayó sobre la carretera. El choque fue mucho menos violento de lo esperado. Adams ex haló un sonoro suspiro.
     Chico, eres extraordinario afirmó Cabrillo.
     La verdad es que no ha sido nada fácil admitió Adams.
    Se quitó el casco y abrió la puerta.
    El helicóptero obstruía casi toda la carretera.
     De haber tenido gasolina para un par de kilómetros más se lamentó Cabrillo mientras saltaba a tierra, los hubiésemos pillado.
    Los dos hombres se desperezaron para relajar la tensión de los músculos.
     Será mejor que llames a Hanley y le comuniques que los hemos perdido dijo Adams en el momento en que Shea aparecía con el MG en lo alto de la colina y disminuía la velocidad al ver al helicóptero en la carretera.
     Dentro de un minuto contestó Cabrillo con la mirada puesta en el coche que frenaba.
    Shea asomó la cabeza por la ventanilla.
     ¿Necesitan ayuda? preguntó con un fuerte acento tejano.
    Cabrillo se acercó al MG.
     ¿Es usted estadounidense?
     De pura cepa respondió Shea, orgulloso.
     Estamos en una misión de seguridad nacional directamente bajo las órdenes del presidente explicó Cabrillo. Necesitaré su coche.
     Oiga, lo acabo de comprar.
    Cabrillo abrió la puerta.
     Lo siento, es una cuestión de vida o muerte.
    Shea puso el freno de mano y salió del vehículo.
    Cabrillo le hizo un gesto a Adams con el móvil mientras se sentaba al volante del MG.
     Llamaré al Oregon para que se ocupen de enviarte gasolina De acuerdo.
    Cabrillo arrancó el motor, quitó el freno de mano, y giró el volante para dar la vuelta en U.
     ¿Qué pasa conmigo? preguntó Shea.
     Quédese con el piloto le gritó Cabrillo. Nosotros nos encargaremos de todo.
    Pisó el acelerador y el MG salió disparado. En unos segundos desapareció al otro lado de la colina. Shea se acercó a Adams que estaba comprobando el estado de los patines.
     Soy Billy Joe Shea dijo, y le tendió la mano. ¿Le importaría decirme quién es la persona que se ha llevado mi coche?
     ¿Ese hombre? replicó Adams. No lo había visto en toda mi vida.




    30

    Richard Truitt pasaba en la pantalla los archivos del ordenador de Hickman. Había tanta información que al final decidió conectarse al ordenador del Oregon y descargar todo el contenido del disco duro. Estableció la conexión vía Internet y comenzó la descarga. Después se dedicó a buscar en el despacho.
    Sacó varias hojas y unas cuantas fotos de un cajón del escritorio, y se las guardó en un bolsillo. Buscaba entre los libros de la biblioteca cuando escuchó que se abría la puerta principal y una voz en el vestíbulo.
     ¿Ahora mismo?
    Truitt no escuchó la respuesta; el hombre hablaba por el móvil.
     ¿Hace cinco minutos? La voz sonó furiosa. ¿Por qué diablos no envió a alguien inmediatamente?
    Las pisadas se acercaron. Truitt entró en el cuarto de baño y salió por otra puerta que comunicaba a un dormitorio. De allí pasó al pasillo que llevaba a la sala de estar. Avanzó con mucha cautela.
     Sabemos que está aquí dijo la voz. Los guardias están de camino. Vigilan el ascensor, así que no podrá salir. Más vale que se entregue.
    La clave de un buen plan es prever las contingencias. La clave de un gran plan es preverlas todas. La información contenida en el disco duro circulaba por el hiperespacio hacia el ordenador a bordo del Oregon. Ya se habían descargado las tres cuartas partes de los archivos cuando Hickman entró en el despacho. Truitt había cometido un pequeño fallo; se había olvidado de apagar la pantalla. Hickman vio el salvapantallas y comprendió en el acto que alguien hacía accedido a su ordenador.
    Se acercó a la carrera y lo apagó. Después abrió un cajón para comprobar que el vial de Vanderwald seguía allí. Respiró un poco más tranquilo al ver que el asaltante no se lo había llevado.

    Truitt entró en la sala de estar. La ventana seguía entreabierta.
    Cruzó la habitación a paso rápido. Ya casi había llegado a la ventana cuando chocó contra una escultura que cayó al suelo y se hizo añicos.
    Hickman escuchó el ruido y echó a correr por el pasillo.
    Truitt ya estaba en la terraza cuando Hickman entró en la sala y lo vio. El intruso vestía de negro y se movía como si tuviese un propósito claro. Así y todo, no podía escapar de la terraza y los guardias ya subían hacia el apartamento.
    El multimillonario se detuvo para disfrutar del momento de la captura.
     Quédese donde está dijo. Es inútil. No puede escapar.
    El hombre se volvió para mirar a Hickman. Le dedicó una sonrisa, se elevó hasta el murete que rodeaba la terraza, y levantó una mano en señal de despedida. Luego se giró de nuevo y saltó al vacío. Hickman, pasmado, aún miraba a través de la ventana cuando los guardias entraron en la sala.

    La fe ciega es una emoción muy poderosa, y eso era todo que Truitt tenía cuando tiró de la anilla oculta debajo de chaqueta. Una fe ciega en el taller de magia del Oregon, en que el invento de Kevin Nixon funcionaría. En cuanto tiró de la anilla, se desplegó un pequeño paracaídas de frenado que separó el Velero que sujetaba las dos mitades de la espalda de la prenda. Un segundo más tarde, se abrieron un par de alas corno las de un cometa de combate chino. Dos alerones de un metro sesenta de lado colgaban debajo de las alas como los frenos aerodinámicos en un avión.
    Era lo mismo que bajar en un parapente y Truitt se hizo de inmediato con el control del artilugio.

     Prepárate avisó Gunderson, ya llega.
    Pilston miró hacia las alturas y vio fugazmente a Truitt cuando pasó por el haz de luz de un reflector. Truitt dio una vuelta completa en el aire cuando se encontraba a unos tres metros por encima de la acera y unos veinte por delante del Jeep. Afortunadamente no había casi nadie. A esas horas de la noche la mayoría de los turistas ya se habían ido a la cama o estaban en las mesas de juego. Truitt continuó alejándose en línea recta.
    Gunderson puso el Jeep en marcha y salió en persecución de su compañero. Tres, dos metros y medio, pero Truitt tenía dificultades para posarse en tierra.
    Una pareja de prostitutas esperaban en la esquina a tener el semáforo en verde para cruzar la calle. Iban casi desnudas, calzadas con zapatos de plataforma muy alta, y peinados afro.
    Una fumaba y la otra hablaba por el móvil. Truitt tiró de las cuerdas para recoger los frenos aerodinámicos, y el resultado fue que cayó al suelo como una piedra. Apenas si tuvo tiempo para pedalear en el aire antes de tocar la acera y así continuar corriendo hasta que consiguió recuperar el equilibrio y disminuir la velocidad de avance. Consiguió frenar del todo y caminar con normalidad cuando estaba a un metro y medio de las mujeres.
     Buenas noches, señoritas. Una noche muy agradable para disfrutar de un paseo.
    Más atrás, un todoterreno rojo con la insignia de Dreamworld salía por el camino del hotel. El guardia que lo conducía pisó el acelerador a fondo y los neumáticos chimaron estrepitosamente.
    En aquel momento, Gunderson y Pilston llegaron con el Jeep.
     Sube gritó Gunderson.
    Truitt se montó en el estribo y después se pasó al asiento trasero. En cuanto vio que Truitt estaba a bordo, Gunderson aceleró. La maleta de Truitt estaba en el asiento. La abrió para sacar del interior una caja de metal.
     Nos siguen dijo Gunderson.
     Lo sé respondió Truitt. Cuando te lo diga, pon punto muerto y apaga el motor.
     Vale.
    Circulaban a ciento cincuenta kilómetros por hora pero el todoterreno rojo recortaba la ventaja. Truitt se giró en el asiento y apuntó la caja hacia la parrilla del vehículo de Dreamworld.
     Ahora gritó.
    Gunderson quitó la marcha y apagó el motor. Se apagaron las luces, y dejó de funcionar la dirección asistida. Gunderson comenzó a luchar con el volante para evitar que el Jeep se desviara. Truitt apretó un interruptor. El aparato transmitió una señal que produjo un cortociixuito en el sistema eléctrico de cualquier vehículo cercano que estuviese en marcha. Se apaga.
    ron los faros del todoterreno rojo y se detuvo casi de inmediato. Lo mismo ocurrió con un par de taxis.
     Vale dijo Truitt. Ya puedes ponerlo en marcha.
    Gunderson giró la llave de contacto y el motor arrancó con un rugido. El volante respondió con suavidad.
     ¿Adonde vamos? le preguntó a Truitt.
     ¿Tenéis vuestras maletas?
     Solo fuimos al hotel para darnos una ducha contestó Pilston. Dejamos las maletas en el avión.
     Entonces al aeropuerto. Será mejor largarse cuanto antes de Las Vegas.

    Max Hanley se encontraba en el despacho de Michael Halpert a bordo del Oregon. Los dos hombres miraban la pantalla del ordenador.
     Esto es lo último que recibí. Después se interrumpió dijo Halpert.
     ¿Cuánto hemos recibido? preguntó Hanley.
     Tendré que mirar cuántos archivos hay, pero creo que mucho.
     Comienza a analizarlo le ordenó Hanley, y llámame en cuanto encuentres algo interesante.
    Sonó el intercomunicador y se escuchó la voz de Stone.
     Señor, el Gulfstream comunica que están saliendo de Las Vegas.
     Ahora voy.
    Hanley fue a paso rápido hasta la sala de control. Stone estaba sentado delante de los monitores; se volvió al entrar Hanley y le señaló una de las pantallas. En el mapa de la zona este de Estados Unidos un punto rojo marcaba la posición del Gulfstream. Volaba con rumbo este cerca del lago Mead.
    Sonó el teléfono en la mesa de Hanley, y él se acercó para atender la llamada.
     Hanley.
     ¿Has recibido los archivos? preguntó Truitt.
     Una parte. Halpert lo está analizando. Al parecer cortaron la transmisión en mitad de la descarga. ¿Has tenido problemas?
     El sujeto regresó cuando yo estaba en el apartamento.
     El ruido de las turbinas hacía que la voz de Truitt sonara poco clara. Es probable que cortara la transmisión.
     Eso significa que ahora sabe que alguien se interesa por él.
     Así es.
     ¿Qué más tienes?
    Truitt metió la mano en el bolsillo de la chaqueta que había dejado en el otro asiento y sacó las fotos que había robado del despacho de Hickman. Las cargó en el fax.
     Te envío unas fotos.
     ¿Quiénes son?
     Eso es lo que quiero que averigües.




    31

     ¡Claro que es un problema! le dijo el presidente a Langston Overholt.
    Una hora antes el primer ministro británico le había informado al presidente que habían encontrado muerto a un capitán de barco griego con quemaduras de radiación, en un lugar a menos de ochenta kilómetros del centro de Londres. Mientras el presidente y Overholt hablaban, las comunicaciones entre los dos países a través de las líneas telefónicas seguras eran incesantes.
     También hemos estado trabajando con los rusos, además de con la Corporación, para recuperar el artefacto explicó Overholt, pero así y todo han conseguido introducirla en Inglaterra.
     ¿Es eso lo que quiere que le diga a nuestro más estrecho aliado? preguntó el presidente. ¿Que lo hemos intentado, pero que hemos fracasado?
     No, señor.
     Si los que están detrás de esto consiguen reunir la bomba con el meteorito, Londres y toda su área quedarán convertidos en un páramo. Puede decir lo que quiera de por qué no hemos encontrado la bomba, pero lo del meteorito es culpa nuestra.
     Lo comprendo, señor.
    El presidente se levantó de su silla en el Despacho Oval.
     Escúcheme con atención dijo con una furia mal contenida Quiero resultados, y los quiero ahora.
    También Overholt se levantó en su despacho.
     Sí, señor respondió. Colgó el teléfono y fue hacia la puerta.

     Cabrillo todavía está en la pista del meteorito le comunicó Hanley a Overholt por la línea segura. Al menos, es lo que nos acaba de decir el piloto del helicóptero.
     El presidente está cabreado dijo Overholt.
     Pues no nos echéis la culpa a nosotros. Los cazas ingleses llegaron tarde a la fiesta. De haber sido puntuales, el meteorito ya estaría a buen recaudo.
     El último informe de los británicos dice que obligaron a la Cessna a aterrizar en Inverness y que se disponían a revisarla.
     No encontrarán nada señaló Hanley. Nuestro piloto dijo que Cabrillo y él vieron cómo la Cessna lanzaba la caja.
     ¿Cómo es que Cabrillo no ha llamado para coordinar las acciones?
     Esa, señor Overholt, es una pregunta a la que no puedo responder.
     ¿Me avisará en cuanto consiga hablar con él?
     Sí, señor prometió Hanley, y colgó.

    Conducir el MG TC era como llevar las riendas de una carreta cargada hasta los topes. Los neumáticos un poco más anchos que los de una bicicleta, los viejos amortiguadores y la suspensión que en su momento habían sido el último grito, ahora no podían compararse con un coche deportivo moderno. Cabrillo circulaba en cuarta con el motor al máximo de revoluciones y el viejo coche apenas si superaba los ciento diez kilómetros por hora. Sujetó el volante de madera con una mano mientras con la otra golpeaba el móvil.
    Era inútil. Quizá había sido durante el aterrizaje forzoso.
    A pesar de todos sus esfuerzos para protegerlo, el teléfono había golpeado contra el tablero al tocar tierra. También podía ser que se hubiese quedado sin batería; esta clase de móvil consumía más energía que el aparato de aire acondicionado de un gordo durante un verano en el Sahara. La cuestión era que Cabrillo no conseguía que se encendiera la luz verde.
    En aquel momento alcanzó a ver a la furgoneta, unos pocos kilómetros más adelante, cuando pasaba por lo alto de una colina.

    Eddie Seng miró a Bob Meadows cuando el vehículo en que viajaban cruzó el puente de la isla de Sheppey. El hidroavión que había ido a buscarlos al Oregon los había llevado a un aeródromo en las cercanías de Londres. Allí los esperaba un Range Rover del servicio de inteligencia británico.
     Por lo que parece, nos han provisto de las armas que pedimos comentó Seng. Recogió la bolsa que estaba en el asiento trasero.
     Ahora, si pudiésemos encontrar dónde se oculta de la célula de Hammadi en Londres manifestó Meadows, muy seguro de sí mismo, encontrar la bomba y desactivarla mientras nuestro director ejecutivo se hace con el meteorito, habríamos hecho la jornada.
     No es algo especialmente difícil.
     Yo le daría un siete afirmó Meadows. Aminoró la velocidad para entrar en el camino que llevaba al puerto.

    Seng se apeó del Range Rover cuando Meadows aún no había apagado el motor. Se acercó a un hombre larguirucho de cabellos rubios y le tendió la mano.
     Eddie Seng.
     Malcolm Rodgers, MI5.
    Meadows cerró el coche y se acercó.
     Este es mi compañero, Bob Meadows dijo Seng. Bob, te presento a Malcolm Rodgers del MI5.
     Encantado. Meadows le estrechó la mano.
    Rodgers los llevó hacia el muelle.
     Al capitán lo encontraron en el bar que está en lo alto de la colina. El documento que firmó en la aduana dice que había atracado esa misma noche.
     ¿Murió a consecuencia de la radiación? preguntó Meadows.
     No respondió el agente británico. En la autopsia encontraron restos de veneno.
     ¿De qué clase? quiso saber Seng.
     Aún no lo sabemos. Todo apunta a una sustancia paralizante.
     ¿Lleva un móvil? preguntó Meadows.
    Rodgers se detuvo. Sacó el móvil del bolsillo y miró a Meadows.
     Llame al forense y dígale que se ponga en contacto con el Centro de Control de Enfermedades en Atlanta. Que les pida los perfiles toxicológicos del escorpión de la península arábiga y de ofidios venenosos, a ver si tienen alguno que se corresponda.
    El británico hizo la llamada. Mientras estaba al teléfono, Seng observó la zona portuaria. Había varios viejos barcos mercantes, alrededor de media docena de embarcaciones de recreo y un catamarán con las cubiertas superiores erizadas de antenas y dos pescantes. En la cubierta de popa había más aparatos electrónicos. Vio a un hombre inclinado sobre una mesa con las brazos metidos en el interior de algo que parecía un torpedo.
     Muy bien dijo Rodgers. Lo comprobarán.
    Continuaron la marcha ladera abajo y llegaron al muelle.
    Lo recorrieron hasta llegar a otro que se unía al primero en ángulo recto. Había tres hombres en la cubierta del Larissa.
    Seguramente el resto de la tripulación estaría en el interior, Lo hemos revisado a fondo explicó Rodgers.No encontramos nada. La documentación de embarque es falsa, pero por los interrogatorios a la tripulación nos enteramos de que recogieron la carga cerca de Odessa, y que navegaron hasta aquí sin escalas.
     ¿Los tripulantes sabían lo que llevaban a bordo? preguntó Seng.
     No. El rumor era que se trataba de piezas de arte robadas.
     No eran más que los recaderos opinó Seng.
    Meadows llevaba rato mirando el catamarán.
     ¿Quieren subir a bordo? propuso Rodgers.
     ¿Alguien vio salir al hombre del bar después de reunirse con el capitán? preguntó Meadows.
     No, y ese es el problema. No sabemos quién era o adonde fue.
     El capitán no pudo haberse llevado la bomba al bar dijo Meadows, así que si alguien de la tripulación no se encargó de entregarla, es que la robaron del barco.
     Nadie vio la bomba en el bar señaló Rodgers, y el capitán murió allí.
     ¿Le han apretado las clavijas a la tripulación? quiso saber Seng.
     Lo que les voy a decir es algo reservado les advirtió Rodgers Los dos hombres de la Corporación asintieron. Es algo ilegal según las leyes internacionales, pero cuando acabamos con ellos nos habían dicho todo lo que sabían.
    Los británicos no se andaban con tonterías: a los marineros los habían torturado, drogado o las dos cosas.
     Así que nadie de la tripulación hizo la entrega dijo Meadows.
     Nadie confirmó el agente. Tuvieron que llevársela los cómplices del hombre que estaba en el bar.
     Eddie, ¿por qué no subes a bordo del Larissa y echas una ojeada? sugirió Meadows. Iré a ver qué me cuenta el tipo ¿el catamarán.
     Ya lo interrogamos le informó Rodgers. Es un tanto extraño, pero inofensivo.
     Ahora mismo vuelvo dijo Meadows, y se alejó.
    Seng le hizo un gesto a Rodgers y ambos se acercaron a la pasarela del Larissa.

     Señor, tenemos que tomar una decisión dijo Stone. ¿Atlántico o mar del Norte?
    Hanley miró el mapa en el monitor. No tenía idea de dónde se dirigía Cabrillo, pero había que decidir.
     ¿Dónde está el hidroavión?
     Allí. Stone señaló un punto luminoso en el mapa. El aparato volaba sobre Manchester con rumbo norte.
     Al mar del Norte ordenó Hanley. Londres es el objetivo. Envía al hidroavión a Glasgow para que dé apoyo a Cabrillo.
     Hecho dijo Stone, y cogió el micrófono.
     Hali le preguntó Hanley a Kasim, ¿ya tenemos resuelto el abastecimiento de gasolina para Adams?
     No conseguí que enviaran un camión cisterna desde Inverness contestó Kasim, así que llamé a una gasolinera de la zona del lago para que le llevara la gasolina en bidones de veinte litros. No creo que tarden mucho. Estoy seguro de que Adams llamará para confirmarlo.
     Maldita sea exclamó Hanley. Necesitamos que George despegue cuanto antes para ir en ayuda de nuestro director.
    Linda Ross, la encargada de la seguridad y vigilancia, se sumó a la conversación.
     Me he comunicado con las autoridades británicas para informarles de todo lo que sabemos hasta ahora; que seguramente el meteorito viaja en una furgoneta blanca en dirección sur por la carretera del lago Ness, y que el señor Cabrillo le sigue la pista en un viejo MG negro. Han enviado helicópteros, pero tardarán una hora o poco más en llegar a la zona.
     ¿No podríamos enviar al Challenger para que siga al vehículo sospechoso? preguntó Hanley en general.
    Nadie respondió. Stone tecleó una orden y después señaló el monitor.
     Ese es el tiempo que hace ahora mismo en toda la región dijo.
    La imagen solo mostraba un espeso manto de niebla. En tierra la visibilidad debía ser cero. De nada serviría la ayuda aérea.

    Halifax Hickman echaba humo. En cuanto acabó de descargar su furia con los guardias, miró al jefe de seguridad.
     Está despedido.
    El hombre se marchó sin decir palabra.
     Usted, ¿dónde está el ladrón? le preguntó al segundo del hombre que acababa de despedir.
     Nuestros hombres lo vieron aterrizar a un par de calles de Dreamworld. Lo recogieron dos personas en un Jeep.
    Dos de los míos los persiguieron hasta que el vehículo sufrió un fallo eléctrico general. En ese momento los perdieron de vista.
     Quiero que todo el personal disponible recorra la ciudad hasta que encuentren el Jeep ordenó Hickman. Quiero saber quién tuvo las pelotas de colarse en mi apartamento en el último piso de mi hotel.
     Ahora mismo iniciaremos la búsqueda, señor se apresuró a decir el nuevo jefe de seguridad.
     Más le vale afirmó Hickman y se fue a su despacho.
    Los guardias abandonaron el apartamento y esta vez no se olvidaron de cerrar la ventana.
    Hickman cogió el teléfono, marcó un número y esperó a que atendieran.

    En su despacho a bordo del Oregon, Michael Halpert hacía una primera revisión de los archivos que les había enviado Truitt. Había toda clase de documentos vinculados a las empresas de Hickman, pero no encontró ni uno solo de carácter personal. Quizá no habían sido enviados cuando se interrumpió la transmisión.
    Halpert escribió una orden para que el programa buscara ciertas palabras clave y luego echó una ojeada a las fotos enviadas por fax desde el Gulfstream. Rodó en la silla hasta otro ordenador, colocó las fotos en el escáner, entró en el ordenador del departamento de Estado y puso en marcha la búsqueda de fotos de pasaportes. La base de datos era inmensa y la búsqueda podría llevar días. Dejó que los ordenadores siguieran su trabajo y salió para ir al comedor. El especial del día era filete Stroganoff, su plato favorito.

     Señor dijo la voz, una fragata lanzamisiles de la ar mada estadounidense nos está llamando.
     ¿A qué se refiere? preguntó Hickman.
     Nos han ordenado que paremos máquinas y nos preparemos para el abordaje si no queremos que nos hundan contestó el capitán del Free Enterprise.
    El plan de Hickman se desmontaba por momentos.
     ¿No puede escapar?
     Imposible.
     Entonces enfréntese a ellos ordenó Hickman.
     Señor, hacerlo sería un suicidio replicó el capitán.
    Hickman demoró la respuesta mientras pensaba.
     Muy bien. Intente ganar todo el tiempo posible antes de aceptar la orden dijo finalmente.
     Muy bien, señor.
    Hickman dejó el teléfono y se reclinó en la silla. Había mentido desde el primer momento al equipo del Free Enterprise.
    Para que se dejaran la piel si fuera necesario, les había dicho que el plan era utilizar el meteorito junto con el artefacto nuclear, para atacar Siria. El paso siguiente sería señalar a Israel como culpable y provocar una guerra en Oriente Próximo. Para cuando acabara el conflicto, prometió, Estados Unidos controlaría todo la región y habrían acabado con el terrorismo.
    Sus verdaderas intenciones eran mucho más personales.
    Iba a vengar la muerte de la única persona a la que había querido, y que Dios se apiadase de aquellos que se interpusieran en su camino.
    Cogió de nuevo el teléfono y llamó a su hangar.
     Que preparen mi avión para un viaje a Londres.

     ¡Ah del barco! llamó Meadows.
    El hombre en la cubierta del catamarán respondió a la llamada. Era alto, un metro noventa, delgado, y de unos sesenta tantos años. En su rostro destacaban la perilla bien recortada las muy abundantes cejas canosas y unos chispeantes ojos azules que parecían conocer un secreto que los demás desconocían.
     Permiso para subir a bordo.
     ¿Es usted el tipo del sonar? preguntó el hombre, con una sonrisa.
     No.
     Suba, de todas maneras dijo el hombre, un tanto desilusionado.
    Meadows subió a bordo y se acercó al hombre. Le resultaba conocido.
    Entonces lo recordó.
     Eh, usted es aquel autor, el…
     Autor retirado, y sí, soy yo admitió el hombre sin dejar de sonreír. Pero vamos a dejarlo por el momento. ¿Qué tal se le da la electrónica?
     Más allá de cambiar una bombilla, lo demás es un misterio respondió Meadows.
     Maldita sea. Me cargué el panel de control del sonar y necesito tenerlo reparado antes de que mejore el tiempo para que podamos zarpar. El técnico tendría que haber aparecido hace una hora. Debe de haberse perdido o algo así.
     ¿Cuántos días llevan en puerto?
     Cuatro con hoy respondió el autor. Otro par más y tendré que buscar hígados nuevos para todo el equipo; están entusiasmados con la bebida local. Mejor dicho, excepto para uno. Dejó la bebida hace años y ahora es adicto al café y las pastas. La cuestión es: ¿dónde encuentro yo a estos tipos? Estas expediciones son algo así como un manicomio flotante.
     ¿Qué hacen? ¿Arqueología submarina?
     En este barco la palabra «arqueología» es tabú dijo el autor, con un tono burlón. Aquí los arqueólogos están en el mismo nivel que los necrófilos. Somos aventureros.
     Usted perdone. Meadows sonrió. Estamos investigando un robo que se produjo en estos muelles hace un par de noches. ¿A ustedes les robaron algo?
     Usted es estadounidense. ¿Por qué investiga un robo en Inglaterra?
     ¿Me creería si le dijera que es un asunto de seguridad nacional?
     Por supuesto. ¿Dónde estaba usted cuando todavía escribía? Tenía que inventármelo todo.
     Va en serio.
    El autor se tomó unos momentos para responder.
     No, nadie se ha llevado nada. En este barco hay más cámaras que en un plato para filmar a Cindy Crawford en bañador. Debajo del agua, en la superficie, en los camarotes, en los instrumentos. Es probable que haya una incluso en el baño.
    Se lo alquilé a un equipo de rodaje.
     ¿Se lo dijo a los británicos? preguntó Meadows, sorprendido.
     No me lo preguntaron. Parecían mucho más interesados en explicarme que no había visto nada, cosa que efectivamente es verdad.
     Así que no vio nada.
     No si fue en plena noche afirmó el autor. Tengo más de setenta años, y si son más de las diez, hace falta un incendio o una chica desnuda para despertarme.
     ¿Qué pasa con las cámaras?
     Funcionan las veinticuatro horas del día. Filmamos la expedición para una serie. Las cintas de vídeo son baratas y una buena toma se paga muy bien.
     ¿Le importaría dejar que las vea?
     Solo si me lo pide por favor. El autor caminó hacia la cabina.
    Veinte minutos más tarde, Meadows tenía lo que había ido a buscar.




    32

    Nabil Lababiti contempló la bomba depositada en el suelo de parquet del apartamento cercano del Strand con un entusiasmo un tanto atemperado por la aprensión. Era un objeto inerte metal torneado y un puñado de cables de cobre pero transmitía sensación de poderío y peligro. La bomba era algo más que un objeto: tenía vida. Como una pintura o una escultura dotada con la fuerza vital de su creador; no era sencillamente un trozo de metal. Era la respuesta a las plegarias de su pueblo.
    Asestarían un golpe directo al corazón de los británicos.
    Los odiados ingleses, que habían robado los tesoros de las pirámides, oprimido a los ciudadanos de Oriente Próximo, y combatido junto a los estadounidenses en guerras que nunca deberían haberse iniciado. Lababiti se encontraba en el centro mismo de la guarida del león, en plena City, donde vivían los banqueros responsables de la opresión, a un paso de las galerías de arte, los museos y los teatros. Del 10 de Downing Street, del Parlamento, y el palacio de Buckingham.
    El palacio. El hogar de la reina, el antiguo símbolo de todo lo que él despreciaba. La pompa, el ceremonial, la mojigatería.
    Muy pronto, todo esto ardería con los fuegos de la espada del Islam, y cuando acabara, el mundo ya no volvería a ser nunca más el mismo. Le habrían arrancado el corazón a la bestia.
    Este lugar que rezumaba historia se convertiría en una tierra arrasada, donde el alma humana no encontraría cobijo.
    Lababiti encendió un cigarrillo.
    Ya no faltaba mucho. En algún momento del día llegaría el joven combatiente yemení que había aceptado llevar la bomba hasta el objetivo. Lababiti agasajaría al muchacho. Le proveería de prostitutas, hachís, lo que hiciese falta. No podía hacer menos por alguien dispuesto a sacrificar la vida por la causa.
    En cuanto el joven se aprendiese la ruta, Lababiti se marcharía sin demora.
    La clave del liderazgo, se dijo, no era morir por tu país, era conseguir que otro lo hiciese por ti. Nabil Lababiti no tenía el menor interés en convertirse en un mártir. Cuando estallase la bomba, él ya estaría en París.
    Su única preocupación era saber por qué no tenía ninguna noticia de AlJalifa.

     No sé cómo se nos pudo pasar por alto manifestó Rodgers.
     Qué más da dijo Meadows. Ahora tiene la matrícula de la furgoneta. Encuéntrela. La bomba no estará muy lejos.
     ¿Puedo quedarme con la cinta? preguntó el inglés.
    Meadows no mencionó que el autor había hecho dos copias y que una la tenía guardada en el Range Rover.
     Por supuesto respondió.
     Creo que ahora ya podemos hacernos cargo señaló Rodgers, para reafirmar su autoridad. Me encargaré de que mi jefe le transmita al director del servicio de inteligencia estadounidense nuestro agradecimiento por su colaboración.
    Había resurgido la constante competencia entre agentes y servicios. Seguramente Rodgers había recibido instrucciones por parte de sus superiores de que el MI5 debía adjudicarse el mérito de haber recuperado la bomba. Ahora que creía disponer de la pista que le permitiría hacerlo, procuraba dejar a la Corporación en un segundo plano.
     Lo comprendo manifestó Seng. ¿Le importa si nos quedamos el Rover por unos días?
     En absoluto.
     Si no le parece mal, podríamos interrogar al propietario del bar sugirió Evans. Solo es una cuestión de rutina, para completar el informe.
     Ya lo hemos interrogado a fondo comentó Evans, que se tomó su tiempo para dar una respuesta. Pero si quieren hacerlo, adelante.
    Rodgers sacó el móvil para comunicar el número de la matrícula de la furgoneta. Después miró a los norteamericanos como si quisiera saber si necesitaban alguna cosa más.
     Muchas gracias dijo Seng. Le hizo un ademán a Meadows y juntos se alejaron hacia el Range Rover.
    El agente les saludó y marcó un número en el móvil.
    Meadows se sentó al volante y Seng en el asiento del acompañante.
     ¿Por qué le has dado la cinta? preguntó Seng en cuanto cerró la puerta.
    Meadows le señaló la copia en el suelo, puso el Range Rover en marcha y giró en redondo.
     Vayamos al bar a ver qué más podemos descubrir.
     ¿Estás pensando lo mismo que yo? quiso saber Seng cuando al cabo de un par de minutos, Meadows aparcó delante del local.
     No lo sé. ¿Tiene algo que ver con la motocicleta que aparece en la cinta?
     ¿Qué te parece si llamo y pido que la investiguen mientras tú hablas con el dueño?
    Meadows se apeó del coche.
     Tienes una memoria fabulosa dijo.
    Seng levantó la mano. Tenía el número de la matrícula de la moto escrito en la palma.
    Meadows cerró la puerta del Range Rover y caminó hacia la entrada del bar.

    No había ni una hoja en los árboles de los parques de St. James y Green, cercanos al palacio de Buckingham, y la hierba aparecía cubierta de una gruesa capa de escarcha. Nubéculas de vapor escapaban de las bocas de los turistas que presenciaban el cambio de la guardia. Un hombre montado en una scooter apareció por Piccadilly, giró en Grosvenor Place y pasó lentamente por delante del estanque de los jardines del palacio. Continuó la marcha para doblar por Buckingham Palace Road donde se cruzaba con Birdcage Walk. Se detuvo junto al bordillo delante del lago de St. James's Park, sacó una libreta del bolsillo, anotó el tiempo empleado en el trayecto y las condiciones del tráfico.
    Luego guardó la libreta, puso la moto en marcha y se alejó.

    Cabrillo sacó la cabeza por la ventanilla del MG. Una hora antes, cuando había pasado por Ben Nevis, la montaña más alta de Escocia, había recortado la ventaja que le llevaba la furgoneta. Ahora, mientras el MG sufría para subir los montes Grampianos, la furgoneta había vuelto a distanciarse. Necesitaba que ocurriese algo pronto. Rogaba por que cuanto antes apareciera Adams con el helicóptero, el ejército o la fuerza aérea británica, o incluso un coche de policía. No tenía ninguna duda de que el Oregon le había enviado ayuda; se encontraba desarmado y en un coche sin potencia.
    A estas alturas, alguien debía haber deducido dónde estaba.

    A bordo del Oregon, intentaban resolver el problema sin mucho éxito.
    El barco aún estaba a cien millas de Kinnaird Head. Navegaba a toda máquina con rumbo sur y al cabo de unas horas llegaría a la altura de Aberdeen pocas horas después pasaría a la altura de Edimburgo.
     Bueno, ya está le gritó Kasim a Hanley desde el otro extremo de la sala de control. Adams acaba de comunicar que ha cargado combustible suficiente para llegar al aeropuerto de Inverness. Allí llenará los tanques e irá hacia el sur a lo largo de la carretera.
     ¿Qué distancia podrá recorrer? preguntó Hanley.
     Un momento. Kasim le retransmitió la pregunta al piloto. Casi toda Inglaterra, pero tendrá que repostar para llegar a Londres.
     Para entonces todo esto se habrá acabado afirmó Hanley.
     Muy bien. Adams dice que está preparado para despegar.
     Dile que siga la carretera hasta que encuentre a Cabrillo.
    Kasim repitió la orden.
     Dice que la niebla es muy espesa, pero que volará lo más bajo posible.
     De acuerdo.
    Linda Ross se acercó a la mesa de Hanley.
     Jefe, Stone y yo hemos reprogramado las frecuencias de rastreo de los transmisores colocados en el meteorito. Ahora recibimos una señal mucho más clara.
     ¿En qué monitor?
    Ross le señaló uno en el mamparo más lejano.
    El meteorito se encontraba cerca de Stirling. Muy pronto el conductor tendría que descubrir sus intenciones con un giro. Al este hacia Glasgow, o al oeste hacia Edimburgo.
     Llama a Overholt le dijo a Stone.
    Overholt atendió la llamada en el acto.

     Pediré a los británicos que coloquen controles en las entradas de Glasgow y Edimburgo manifestó Overholt, y que revisen todas las furgonetas.
     Tenemos la suerte de que solo haya dos opciones comentó Hanley. Tendrían que pescarlos.
     Roguemos para que así sea. Por cierto, acabo de recibir una llamada del jefe del MI5 para agradecer la ayuda prestada por Meadows y Seng en la solución del problema de la bomba. Por lo visto, Meadows encontró una filmación que les facilitó el número de la matrícula que podría conducirlos hasta el artefacto.
     Me alegro.
    Overholt tardó unos segundos antes de añadir:
     También han pedido oficialmente que los retiremos. Quieren seguir solos a partir de ahora.
     Se lo haré saber a Meadows y Seng cuando llamen dijo Hanley.
     Bueno, Max, si estuviese en su lugar, no me apresuraría mucho en atender la llamada.
     Puede estar tranquilo al respecto, señor Overholt respondió Hanley, y colgó. Se volvió hacia Stone. Overholt dice que los británicos quieren que Meadows y Seng se aparten y los dejen a ellos ocuparse de la bomba.
     Tendría que habérmelo dicho antes. Ahora mismo acaban de llamar para darme el número de la matrícula de una moto inglesa.
     ¿Has localizado al propietario?
     El nombre y la dirección.
     ¿Qué más necesitaban?
     Envié varios archivos al ordenador portátil de Meadows, La línea que utilizó corresponde al teléfono del Pub In Grub en la isla de Sheppey.

    Meadows había aprendido hacía mucho que las amenazas solo servían cuando alguien tenía algo que perder. Los agentes del MI5 y la policía local le habían explicado con toda claridad al propietario del bar lo que podría ocurrirle si no cooperaba.
    Olvidaron mencionarle lo que podría ocurrir si lo hacía. Nada mejor que la miel para pillar a un goloso. A la hora de conseguir información el dinero obraba maravillas.
     Así que un reloj de oro decía Meadows cuando Seng entró en el local.
     Un Piaget afirmó el dueño.
    Meadows dejó cinco billetes de cien dólares sobre la barra.
    Seng se sentó en un taburete a su lado.
     ¿Qué quieres beber? le preguntó Meadows.
     Cerveza.
    El dueño fue a ocuparse de la bebida. Meadows aprovechó para preguntarle a Seng por lo bajo:
     ¿Cuánto dinero llevas?
     Diez mil.
    Meadows asintió. Después movió el ordenador portátil para que el dueño y él pudieran ver la pantalla.
     Ahora, por cinco mil dólares y nuestro más sincero agradecimiento, le mostraré unas fotos. Si reconoce al hombre que estuvo con el capitán, dígamelo.
    El dueño asintió. Meadows comenzó a pasar las fotos de los cómplices de AlJalifa. Pasaron más de una docena antes de que el hombre le pidió que parara. Miró con mucha atención la foto.
     Creo que es ese afirmó.
    Meadows le dio la vuelta al ordenador para evitar que el dueño pudiera verla. Luego abrió el archivo con toda la información disponible sobre el cómplice.
     ¿Fumaba?
    El dueño hizo memoria.
     Sí.
     ¿Recuerda la marca? preguntó Meadows, al tiempo que le mostraba la información a su compañero, como si estuviesen resolviendo un problema de ajedrez y no metidos en una situación de vida o muerte.
     Maldita sea exclamó el hombre.
    Meadows señaló la línea donde se mencionaba que Lababiti tenía un reloj Piaget de oro.
     Lo tengo gritó el dueño. Moreland, y los encendía con un bonito mechero de plata.
    Meadows apagó el ordenador y se levantó.
     Págale le dijo a Seng.
    Seng sacó del bolsillo un grueso fajo, rompió el precinto, contó cincuenta y se los dio al dueño.
     Bob le gritó Seng a Meadows, que ya salía del local. Apunta.
     Le has dado cinco. Apuntado.




    33

    El Oregon navegaba por el mar del Norte a la velocidad de una ballena con estimulantes. En la sala de control, Hanley, Stone, y Ross mantenían las miradas fijas en el monitor que mostraba la posición del meteorito. Las señales eran mucho más precisas después del ajuste de frecuencias. Más allá de alguna distorsión cuando pasaba cerca de las líneas eléctricas de alta tensión, por fin disponían de una imagen clara.
     El hidroavión acaba de acuatizar en el estuario del Forth avisó Stone, al ver el punto luminoso en otra pantalla. Hay demasiada niebla para que pueda encontrar al señor Cabrillo.
     Dile que permanezca a la espera ordenó Hanley.
    Stone transmitió la orden.
    Hanley, a su vez, llamó a Overholt por una línea segura para comunicarle las últimas novedades.
     La furgoneta se dirige a Edimburgo.
     Los británicos han establecido controles en todo el perímetro y en las carreteras que van al sur dijo Overholt. Si pretenden ir a Londres los atraparemos.
     Ya va siendo hora señaló Hanley.
    El conductor de la furgoneta cortó la comunicación y se volv¡ó hacia su acompañante.
     Hay un cambio en los planes.
     La flexibilidad es la clave en el sexo y el sigilo opinó el pasajero. ¿Adonde vamos?
    El conductor se lo dijo.
     Entonces tendrás que doblar a la izquierda aquíle indicó el acompañante, después de consultar el mapa.

    Cabrillo seguía a la furgoneta con la única ayuda del receptor de las señales. Hacía casi veinte minutos que no veía al vehículo, pero en cuanto comenzó a pasar por los pueblos cercanos a Edimburgo, redujo la ventaja. Apartó la mirada del receptor y contempló el paisaje.
    La niebla era espesa, pero veía las cercas de piedra a ambos lados del camino. Las peladas ramas de los árboles parecían esqueletos contra el fondo gris. Un par de minutos antes, Cabrillo había visto fugazmente el estuario del Forth, donde el mar del Norte entraba en Escocia. Había una fuerte marejada y el puente colgante apenas si se veía.
    Echó una ojeada a la caja y pisó el acelerador. La señal ganaba en intensidad.

     Me ordenaron que te dejara en la puerta y me fuera dijo el conductor. Alguien se reunirá contigo en algún punto del recorrido.
    El hombre aminoró la velocidad y se detuvo delante de la estación de ferrocarril, cerca de donde se encontraba un mozo de cordel con un carro de equipajes.
     ¿Algo más? preguntó el pasajero y abrió la puerta.
     Buena suerte respondió el otro.
    El pasajero se apeó de la furgoneta. Llamó al mozo de cuerda.
     Venga, tengo que cargar una caja en el tren.
    El hombre se acercó con el carro.
     ¿Ya tiene el billete? preguntó.
     No.
     ¿Dónde tiene el equipaje?
    El pasajero abrió la puerta trasera de la furgoneta y le señaló la caja.
    El mozo levantó la caja.
     Pesa mucho comentó. ¿Qué lleva?
     Un equipo electrónico que vale mucho dinero, así que tenga cuidado.
    El hombre cargó la caja en el carro.
     Vaya a comprar el billete. El tren sale en menos de cinco minutos. ¿Adonde va?
     A Londres. El pasajero caminó hacia la entrada de la estación.
     Lo espero en el andén dijo el mozo.

    Mientras el mozo de cuerda llevaba el meteorito al andén, el conductor de la furgoneta giró al izquierda al salir de la estación. Solo había recorrido unos pocos kilómetros en dirección a Edimburgo cuando se encontró con un atasco. Asomó la cabeza por la ventanilla para ver cuál era el motivo. Un control policial.
    Siguió lentamente al coche que tenía adelante cuando arrancó.

     Venga, despega le ordenó Hanley al piloto del hidroavión.
    El piloto acabó de pegar con celo una nota en su termo, y aceleró los motores. Las olas golpeaban contra el fuselaje mientras el aparato ganaba velocidad hasta que se elevó con una sacudida.
    El piloto volaba lo más bajo posible, atento a cualquier señal del coche que Hanley le había descrito. Acababa de pasar casi rozando una torre de alta tensión cuando encontró la carretera.

    La señal se había detenido. El problema era que Cabrillo no tenía un mapa, así que su única posibilidad era conducir en círculos hasta que se produjera un cambio en las lecturas.
     El tren veintisiete con destino a Londres está a punto de hacer su salida se escuchó por los altavoces.
     Solo tengo dólares dijo el pasajero. ¿Alcanza con veinte?
     Sí, señor. Dejaré la caja en su compartimiento.
    El hombre subió al tren, buscó el compartimiento y abrió la puerta. Dejó la caja con el meteorito en el suelo. El pasajero, con el billete en la mano, esperó a que se apartara para entrar.

     Dime los horarios le gritó Hanley a Stone.
     Hay un tren que sale para Londres ahora mismo dijo Stone, que tenía los horarios en la pantalla del ordenador.
     Mira dónde tiene paradas le ordenó Hanley.
    En aquel momento se escuchó la llamada de Adams.
     Me acerco a Edimburgo. Sigo sin ver el coche.
     Permanece atento al hidroavión le advirtió Hanley.
     Recibido.
     Será mejor que no le pase nada a mi coche le dijo Shea a Adams.
     No se preocupe. Si le sucediera algo, nosotros nos encargaremos de dejárselo como nuevo.
     Más le vale.
     Usted esté atento y avíseme si lo ve.

    Hanley llamó al piloto del hidroavión.
     Creo que lo he visto comunicó el piloto.
     Añade «tren a Londres» y «ya llega Adams» en la nota.
    Haz una pasada sobre el coche para que te vea y lanza el termo.
     Recibido, jefe.
    El piloto escribió la nueva frase, esquivó otra torre de alta tensión y después pasó en vuelo rasante sobre el MG.

     ¿Qué demonios…? exclamó Cabrillo cuando un avión pasó por encima del coche a una altura de tres metros, y luego lo vio a través del parabrisas.
    El piloto movió las alas mientras se elevaba para ejecutar una segunda pasada. En cuanto Cabrillo se dio cuenta de que era de la Corporación, se apresuró a aparcar en el arcén.
    Bajó la capota del MG para mirar al cielo sin impedimentos. El hidroavión apareció en el horizonte. Volaba muy bajo sobre la carretera y a una velocidad mínima. Poco antes de llegar a la altura del coche, el piloto sacó un brazo por la ventanilla y arrojó el termo.
    Cabrillo vio un objeto brillante que caía del avión y chocaba contra la carretera. El impulso hizo que el termo rodara casi hasta el coche. Cabrillo se apeó de un salto y corrió a recogerlo.
     Hidroavión 8746 llamó la torre de control del aeropuerto de Edimburgo, alerta a la presencia de un helicóptero en su sector.
    El piloto, ocupado en ejecutar el giro, tardó un segundo en responder.
     Torre, aquí hidroavión 8746, helicóptero en el sector. Por favor, comunique modelo.
     Hidroavión 8746, es un Robinson R44.
     Hidroavión 8746, lo tengo a la vista.

     Los británicos tienen la furgoneta le informó Overholt a Hanley.
     Creo que trasladaron el meteorito a un tren con destino a Londres replicó Hanley.
     ¿Está de broma? protestó Overholt. Ahora tendré que llamar de nuevo al jefe del MI5. ¿Cuál es el tren?
     Aún no lo sabemos, pero el próximo tren que sale va a Londres.
     Lo volveré a llamar dijo Overholt y colgó el teléfono, furioso.
    Al cabo de unos segundos, recibió otra llamada, pero esta vez era del presidente.
    El piloto del hidroavión llamó a Adams.
     Sígueme y te llevaré hasta él.
    Viró para alinearse con la carretera y comenzó la pasada.
    El Robinson lo siguió.
     Allí gritó Shea en cuanto vio su coche.
    Adams miró a tierra. Cabrillo caminaba hacia el viejo MG.
    Aterrizó en un campo al otro lado del camino, y dejó el motor funcionando al ralentí. Cabrillo se acercó a la carrera con el termo y el teléfono. Abrió la puerta del pasajero y los dejó detrás del asiento. Shea lidiaba con el cinturón de seguridad. Cabrillo se lo desabrochó y lo ayudó a bajar.
     Las llaves están en el coche gritó por encima del estrépito del motor y los rotores. Lo llamaremos para pagarle el alquiler del coche.
    Subió al Robinson y cerró la puerta. Shea se apartó rápidamente del helicóptero para ir a su amado MG. Comenzó a inspeccionar el vehículo mientras Adams despegaba. Aparte del tanque casi vacío, no vio el más mínimo desperfecto.
    Cabrillo esperó a que Adams despegara antes de decirle:
     Mi teléfono no funciona.
     Es lo que supusimos. Creemos que han cargado el meteorito en el tren.
     Así que este mensaje ya no sirve. Cabrillo arrancó la nota pegada al termo.
     ¿Queda café? preguntó Adams. No me vendría mal una taza.
     Lo mismo digo. Cabrillo quitó la tapa y el aroma del café llenó el interior de la cabina.




    34

     Por supuesto, señor primer ministro dijo el presidente Haré que se lo comuniquen inmediatamente. Colgó el teléfono y llamó a su secretaria. Póngame con Langston Overholt en la CIA. Se reclinó en la silla y esperó a que le pasaran la llamada.
     Sí, señor presidente dijo Overholt.
     Acabo de hablar con el primer ministro. No están nada contentos. Por lo que parece, usted y la Corporación los han tenido corriendo por toda la isla en algo que el primer ministro describió como «perseguir fuegos fatuos». Ordenó que instalaran controles en las entradas de dos ciudades de Escocia, y ahora han intervenido la furgoneta donde según usted les dijo estaba el meteorito y la han encontrado vacía. Quieren que la Corporación se aparte y deje que ellos se hagan cargo del asunto.
     Señor, creo que en este momento sería un grave error.
    Cabrillo y sus hombres se han enfrentado a una situación muy difícil. No le han perdido el rastro al meteorito en ningún momento. Aún no lo han recuperado, pero tampoco lo han perdido. Por otra parte, lo tienen localizado en un tren con destino a Londres. Cabrillo se prepara para interceptarlo en cualquier momento.
     Transmítale la información al MI5 ordenó el presidente, y que ellos se ocupen.
     Todavía está pendiente el tema de la bomba nuclear perdida. La Corporación tiene ahora mismo un equipo cerca de Londres que la busca dijo Overholt. ¿Puede continuar con la búsqueda?
     Los ucranianos contrataron a la Corporación para ese trabajo replicó el presidente, no las agencias del gobierno estadounidense. No veo cómo podemos ordenarles que se desentiendan.
     Le pedí al MI6 que cooperara con ellos señaló Overholt. Hasta cierto punto, da a la Corporación un respaldo oficial.
     El primer ministro no hizo una mención específica al artefacto nuclear contestó el presidente, después de una pausa. Estaba más preocupado por lo sucedido en Escocia.
     Sí, señor.
     Dígales que continúen con la búsqueda decidió el presidente. Si consiguen recuperar el artefacto, la amenaza de utilizar el meteorito para fabricar una bomba sucia quedará anulada.
     Creo haberle entendido correctamente, señor.
     Recomiéndeles que actúen con mucha discreción.
     Tiene usted mi palabra, señor presidente alcanzó a decir Overholt antes de que se cortara la comunicación.

    Adams seguía al tren número veintisiete y se disponía a acercarse para que Cabrillo saltara al techo de uno de los vagones cuando escucharon la voz de Hanley en los auriculares.
     Nos han ordenado que nos retiremos dijo Hanley. Los británicos interceptarán el tren en una zona desierta a lo largo de la costa, cerca de Middlesbrough.
     Ya estamos aquí, Max protestó Cabrillo. Dentro de cinco minutos estaré dentro del tren y recuperaré el meteorito.
    .Es una orden directa del presidente, Juan explicó HanKy.. Si no obedecemos una orden presidencial, tengo el presentimiento de que no nos encomendarán más trabajos desde el Despacho Oval. Lo siento, pero desde el punto de vista de la compañía no vale la pena.
    Adams seguía la conversación y redujo la velocidad del Robinson. De todas maneras no se alejó mucho por si acaso Cabrillo decidía seguir adelante. Miró a su jefe y se encogió de hombros.
     Nos vamos, Georgedijo Cabrillo.
    Adams movió el cíclico hacia la derecha y el helicóptero se apartó de las vías y voló sobre unos campos de cultivo. Luego comenzó a ganar altura.
     De acuerdo manifestó Cabrillo, con un tono de cansancio, tienes razón. Dime tu posición para que Adams nos lleve de regreso al barco.
     Estamos a la altura de Edimburgo y navegamos con rumbo sur a toda máquina respondió Hanley, pero yo en tu lugar le diría a Adams que fuera a Londres. Tengo a Meadows y Seng que van de camino y tienen unas cuantas pistas que podrían llevarnos hasta la bomba.
     ¿Todavía trabajamos en eso? preguntó Cabrillo.
     Sí, hasta que nos digan lo contrario.
     Así que la Corporación recupera la bomba dijo Cabrillo lentamente, y dejamos que los británicos se ocupen de nuestro meteorito. Se han cambiado los papeles.
     Eso es lo que hay afirmó Hanley.

    En la cubierta azotada por la lluvia del transbordador que navegaba de Goteborg, en Suecia, a Newcastle upon Tyne, Lassiter hablaba por su teléfono móvil. Lassiter había trabajado para la CIA hasta que unos años atrás lo habían cesado después de haberse descubierto que faltaban grandes sumas de los fondos de la agencia en Filipinas. El dinero se utilizaba para pagar a los soplones locales que suministraban información sobre los grupos terroristas musulmanes que actuaban en las provincias del sur. Lassiter había perdido el dinero en un casino de Hong Kong.
    Tras su despido, la CIA había descubierto varias cosas más.
    Lassiter no había vacilado en recurrir a la tortura, y en utilizar en su propio beneficio los medios que el gobierno ponía a su disposición. Lassiter había actuado en lugares donde el control de Langley era mínimo y había abusado de sus privilegios más allá de cualquier límite. También se había comentado que era un agente doble de los chinos, pero después del cese no se habló más del asunto.
    Lassiter vivía ahora en Suiza y estaba al servicio del mejor postor.
    En Suecia había robado los planos de un fabricante de motores marinos que había diseñado un revolucionario sistema de propulsión. La gente que lo había contratado era Malasia.
    La entrega tendría lugar en Londres.
     Sí dijo Lassiter. Recuerdo haber hablado con usted.
    Afirmó que no necesitaría de mis servicios.
    El Hawker 800XP estaba a punto de aterrizar en Nueva Jersey donde repostaría para el viaje a través del Atlántico.
    Hickman trazaba sus planes sobre la marcha.
     Pues ahora sí manifestó Hickman.
     ¿Cuál es el trabajo? Lassiter miró furioso a un turista que acababa de salir a cubierta. El hombre se apresuró a volver al salón.
     Recoger un paquete y llevarlo a Londres.
     Eso me cae muy lejos de mi camino mintió Lassiter.
     No según el hombre que lo siguió en Suecia replicó Hickman. Dijo que había embarcado en el transbordador con destino a la costa este de Gran Bretaña. ¿Se confundió de persona?
    Lassiter no se molestó en responder. Cuando dos mentirosos hablan, la brevedad es esencial.
     ¿Dónde está el paquete?
     Tendrá que recogerlo en una estación de ferrocarril. Está guardado en una taquilla.
     ¿Quiere que lo lleve en avión o en coche?
     En coche.
     Entonces es algo que no puede pasar por el detector señaló Lassiter. Eso aumenta el riesgo.
     Le daré cincuenta mil dólares cuando me lo entregue.
     La mitad ahora y la otra mitad a la entrega.
     Una tercera parte ahora, y dos después. Quiero asegurarme de que lo recibiré.
    Lassiter consideró la oferta.
     ¿Cuándo recibiré el primer tercio?
     Se lo puedo transferir ahora mismo. Dígame la cuenta.
    Lassiter le dio el número de una cuenta en las islas del Canal.
     No podré consultar el saldo hasta mañana. ¿Cómo sé que puedo confiar en usted?
     Cuando llegue a Londres mañana por la mañana, podrá llamar a su banco. Sabrá que dispone del dinero antes de efectuar la entrega.
     ¿Cómo recibiré el resto?
     Se lo daré en mano.
     ¿Deja el sol y la arena por la niebla inglesa? Debe de ser algo muy importante opinó Lassiter.
     Usted ocúpese de lo suyo dijo Hickman. Yo me ocuparé de lo mío.
     Hemos interceptado una comunicación británica le informó Hickman al hombre que viajaba en el tren. Detendrán el tren en Middlebrough.
     ¿Se han enterado del cambio?
     Han debido pillar a su compañero en la entrada de Edimburgo y ha confesado.
     Lo dudo respondió el hombre al cabo de un momento. Al menos tan pronto. Alguien más ha estado siguiéndonos.
    Hickman no mencionó el asalto a su despacho. Cuanto menos supiera, mejor. Hasta ahora había perdido al equipo a bordo del Free Enterprise y a uno de sus hombres en Reino Unido. Se estaba quedando sin gente y necesitaba al hombre en Maidenhead.
     En cualquier caso, ya me he ocupado del problema. Se bajará del tren en Newcastle upon Tyne y guardará el paquete en una de las taquillas. Luego irá hasta los lavabos y dejará la llave en la cisterna más alejada de la puerta. Alguien irá a recoger el paquete para llevarlo el resto del camino.
     ¿Qué hago después? preguntó el hombre. Miró a través de la ventanilla. Pasaban por Bedlington. Se encontraba a cincuenta kilómetros de su nuevo destino.
     Alquile un coche y vaya a esta dirección en Maidenhead.
     Hickman le dio las señas. Se reunirá con el resto del equipo, que viene de Calais.
     Será algo grande comentó el hombre.
     Lo será prometió Hickman.

    Mientras Adams y Cabrillo volaban hacia Londres, el Oregon cruzaba el paralelo 52, a la altura de Newcastle upon Tyne. En su despacho, Michael Halpert leía una de las muchas hojas correspondientes a los archivos enviados por Truitt. Marcaba las frases importantes con un rotulador amarillo cuando se escuchó el pitido de uno de los ordenadores y la impresora se puso en marcha.
    Halpert esperó a que se imprimiera el documento y lo cogió de la bandeja.
    Una de las fotos que Truitt había robado aparecía en la base de datos del ejército. El hombre se llamaba Christopher Hunt, con domicilio en Beverly Hills, California. Tenía el grado de capitán y había muerto en combate en Afganistán. ¿Por qué Halifax Hickman tenía la foto de un militar muerto en su despacho? ¿Qué relación podía tener con el robo del meteorito?
    Decidió investigar un poco más antes de llamar a Hanley.

    Nabil Lababiti contemplaba la bomba, dominado por una profunda emoción. El artefacto estaba en el suelo de un local del Strand, debajo del apartamento de Lababiti. El local llevaba vacío varios meses, y Lababiti había quitado la cerradura y colocado otra. Mientras no apareciera alguien de la agencia inmobiliaria con algún interesado en alquilarlo, no corría ningún riesgo.
    El local contaba con entrada de vehículos, cosa que facilitaba la carga de la bomba en una furgoneta para llevarla hasta el parque. Todo estaba saliendo a pedir de boca, pensó.
    Dejó el local, y cruzó la calle para ir a un bar cercano al hotel Savoy. Pidió una pinta y mientras bebía soñó con la muerte y la destrucción.




    35

    Era el 30 de diciembre de 2005. Bob Meadows y Eddie Sene viajaban por la autopista hacia Londres. El tráfico era intenso y la lluvia complicaba las cosas. Seng sintonizó una emisora que informaba del estado del tiempo. El resplandor de las luces del tablero del Range Rover iluminaba el interior del vehículo. Habían puesto la calefacción al máximo. Seng apagó la radio cuando el locutor acabó de ofrecer el último parte meteorológico.
     La lluvia se convertirá en aguanieve dentro de la próxima hora comentó. ¿Cómo hace la gente para vivir aquí?
     Desde luego, es bastante lúgubre respondió Meadows, atento a la carretera. Sin embargo, la gente es alegre.
    Seng no hizo caso de la opinión de su compañero.
     Hemos topado con el tráfico del viernes por la noche.
    Es la gente que va a los espectáculos y a las discotecas en Londres.
     Me sorprende que Hanley no haya llamado dijo Meadows, que se había comunicado con Hanley después de salir del bar para informarle de sus averiguaciones.
     Es probable que el Oregon esté navegando con muy mala mar. Seng redujo la velocidad mientras miraba la cola que se extendía a lo largo de kilómetros.
    Hacía frío en el mar del Norte, pero el estado de la mar era mejor de lo previsto. La borrasca avanzaba desde el norte y, aparte de un descenso de diez grados en la temperatura en menos de una hora, los tripulantes del Oregon no habían notado cambios importantes. Bajo cubierta, en el taller de magia, Kevin Nixon estaba muy cómodo. Durante los últimos días había estado trabajando con el móvil de AlJalifa. El aparato había acabado en el agua junto con su propietario cuando lo habían arrojado por la borda. Como el calor de las chimeneas geoterniales había hinchado el cadáver rápidamente y lo había devuelto a la superficie, el agua de mar no había tenido tiempo de corroer los circuitos.
    Nixon lo había desmontado para secarlo a fondo, pero cuando lo montó de nuevo el teléfono no funcionó. Entonces había decidido secar los circuitos en un horno y asegurarse de eliminar cualquier rastro de humedad. Ahora acababa de sacar los circuitos con una erina. Esperó a que se enfriaran, montó el teléfono y colocó la batería con la carga completa.
    El móvil se encendió en el acto.
    Con una sonrisa de oreja a oreja, Nixon apretó el botón del intercomunicador.

    Hanley y Stone se ocupaban de analizar la información transmitida por Seng y Meadows. Habían conseguido entrar en los ordenadores del British Motor Vehicles Registry y encontraron el nombre y la dirección del propietario de la moto. Luego habían buscado información referente a Nabil Lababiti en otra base de datos donde estaban sus cuentas y los datos de su visado. Stone estaba ahora cruzando toda la información.
     Alquila una vivienda cuya dirección no coincide con la que dio en el control de pasaportes comentó Stone. Busqué el nombre del edificio que aparece en los talones del alquiler en un plano de la ciudad. En el control de pasaportes dijo que vivía en Belgravia, y en cambio paga el alquiler en un edificio cerca del Strand.
     Conozco el Strand dijo Hanley. La última vez que estuve en Londres comí en un restaurante en el Strand. El Simpson's.
     ¿Es bueno?
     Lleva abierto desde 1828. No se puede tener abierto un restaurante casi dos siglos si la comida es mala. Rosbif, cordero, buenos postres.
     ¿Cómo es la calle?
     Muy animada. Hay hoteles, restaurantes, teatros. No es el mejor escenario para una operación encubierta.
     Pues parece un lugar excelente para un ataque terrorista, Dime cuál es el helipuerto más cercano.
     Ahora mismo.
    Entonces sonó el intercomunicador y Nixon le pidió a Hanley que bajara al taller de magia.

    Lababiti se bebió dos pintas y una copita de aguardiente de menta. Consultó su reloj de oro y se fumó un cigarrillo. Cuando acabó de fumar, aplastó la colilla en un cenicero, dejó unas cuantas libras sobre la barra y salió del local.
    El yemení que se encargaría de llevar la bomba hasta el lugar del atentado llegaría al cabo de unos minutos. Lababiti encontró la parada del autobús, se apoyó en la pared de un edificio y se fumó otro cigarrillo mientras esperaba.
    En las calles reinaba un ambiente festivo. Los escaparates estaban engalanados y las calles abarrotadas. En la mayoría de los hoteles ya no quedaban plazas porque eran muchos los que venían a Londres para celebrar la noche de fin de año.
    Elton John daría un concierto en Hyde Park. En los parques de Green y St. James cerca del palacio de Buckingham, habían adornado los árboles con guirnaldas de luces multicolores. Un par de horas antes del concierto cerrarían las calles alrededor de Hyde Park y ya habían instalado los puestos de comida, bebidas, y lavabos para atender a los miles de espectadores.
    Desde unas barcazas fondeadas en el Támesis lanzarían los fuegos de artificio del espectáculo pirotécnico. El cielo se alumbraría como si fuese pleno día.
    Lababiti sonrió complacido de ser el único que conocía el secreto. El se encargaría de disparar la bengala más potente y luminosa, y cuando lo hiciera, todos los espectadores del concierto y muchos miles más habrían dejado de existir. Llegó el autobús del aeropuerto y Lababiti esperó a que bajaran los pasajeros.
    El yemení era un adolescente que parecía temeroso y desconcertado por el entorno. Fue de los últimos en bajar y sujetaba con fuerza una maleta barata. Vestía un andrajoso abrigo negro que seguramente había comprado en un mercadillo de ropa usada. La sombra de un bigote que nunca llegaría a crecer adornaba el labio superior como la marca de un vaso de chocolate. Lababiti se adelantó.
     Soy Nabil.
     Amad respondió el muchacho.
    Lababiti lo llevó hacia su apartamento.
    Habían enviado a un niño para que hiciera el trabajo de un hombre. Pero a Lababiti no le importaba; que lo hiciera cualquiera menos él.
     ¿Has comido? le preguntó cuando ya se habían apartado de la multitud.
     Tengo higos contestó Amad.
     Dejaremos tu maleta en el apartamento y saldremos a dar una vuelta.
    Amad solo sonrió. Temblaba. El miedo impedía que se formaran las palabras.

    Hanley escuchó los mensajes de AlJalifa y los archivó.
     Los cortes de voz son muy breves comentó.
     Podrían bastar opinó Nixon.
     En ese caso, adelante.
     Ahora mismo, jefe.
    Hanley salió del taller de magia, fue hasta el ascensor para subir hasta la cubierta donde estaba la sala de control. En cuanto entró, Stone se apresuró a señalarle una de las pantallas donde aparecía un plano del centro de Londres.
     Podemos dejarlos en el punto exacto dijo. Battersea Park.
     ¿A qué distancia está de Belgravia y el Strand? preguntó Hanley.
     El helipuerto está construido sobre pilares en el Támesis, entre el Chelsea Bridge al este y el Albert Bridge al oeste, Si cruzan por el Albert Bridge a Queenstown Road, estarán en Belgravia. Desde ahí solo hay un trayecto corto hasta el Strand.
     Perfecto exclamó Hanley.

    Meadows atendió el teléfono a la primera llamada.
     Ve a Battersea Park le ordenó Hanley sin preámbulos. Hay un helipuerto en el Támesis. Cabrillo no tardará en llegar con el Robinson.
     ¿Nos ha buscado un hotel?
     Todavía no, pero ahora mismo reservaré varias habitaciones en el Savoy.
     ¿Has localizado a nuestro hombre? pregunto Meadows.
     Eso creemos. Tendría que estar delante mismo del hotel.
     Fantástico dijo Meadows, y colgó.

    A continuación, Hanley llamó a Cabrillo. Primero le dio las coordenadas del helipuerto y luego le dijo que Meadows y Seng lo esperaban.
     George necesitará un hangar para el helicóptero en Heathrow le recordó Cabrillo. Estoy seguro de que no nos permitirán dejarlo en el helipuerto.
     Me ocuparé ahora mismo.
     También búscale un hotel. Está agotado.
     Lo pondré en un hotel cerca del aeropuerto.
     ¿Alguna cosa más? preguntó Cabrillo.
     Nixon ha conseguido que funcione el móvil de AlJalifa.
     ¿Crees que podrá imitar la voz para que llamemos a sus contactos? preguntó Cabrillo, entusiasmado.
     Pronto lo sabremos.




    36

    Roger Lassiter esperaba sentado en un banco cercano a la puerta de los lavabos de la estación de ferrocarril de Newcastle upon Tyne. Llevaba vigilando la puerta y el vestíbulo desde hacía casi veinte minutos. Todo parecía normal. Aguardó hasta ver salir al último hombre que había entrado. Ahora no encontraría a nadie en los lavabos. Echó una última ojeada en derredor, abandonó el banco y entró.
    Fue hasta el último reservado y levantó la tapa de la cisterna.
    Cogió rápidamente la llave de la taquilla y se la guardó en el bolsillo. Luego abandonó los lavabos para ir a las taquillas.
    Esperó otra media hora, siempre atento a cualquier movimiento sospechoso, antes de llamar a un mozo de cuerda.
     Tengo el coche en el aparcamiento le dijo Lassiter con una sonrisa y un billete de veinte libras en la mano. Mientras voy a buscarlo, ¿podría encargarse de llevar una caja hasta la salida?
     ¿Dónde está la caja, señor?
     Allí, en las taquillas respondió Lassiter y le tendió la llave.
     ¿Cuál es su coche, señor? El hombre cogió la llave.
     Es un Daimler negro.
     Muy bien, señor. El mozo de cuerda se alejó con su carro hacia las taquillas.
    Lassiter salió de la estación y cruzó la calle para ir al garaje Si subía al coche, lo ponía en marcha, y le permitían salir del aparcamiento, entonces podría estar tranquilo. Si alguien estaba dispuesto a jugarle una mala pasada, sería allí donde lo intentaría.
    Llegó al coche. Nadie lo detuvo. Nadie sabía nada.
    Pagó el importe en la caja, salió del aparcamiento y dio la vuelta en la rotonda para ir a detenerse delante de la estación.
    El mozo de cuerda lo esperaba en el bordillo con la caja. Lassiter abrió el maletero, y bajó la ventanilla del pasajero.
     Cárguela en el maletero dijo.
    El hombre cargó la caja y cerró el maletero. Lassiter arrancó en el acto.

    El agente de enlace de la CIA en el MI5 escuchaba atentamente a su colega en un despacho del cuartel general de la inteligencia británica.
     Sus contratistas nos facilitaron un vídeo donde aparece la furgoneta que creemos se llevó la bomba del puerto. La matrícula corresponde a un vehículo de alquiler. En este mismo momento, un grupo de agentes se dirige a la agencia para averiguar quién lo alquiló. En cuanto dispongamos de la información, no tendremos problemas para recuperar la bomba.
     Magnífico opinó el agente de la CIA. ¿Qué me puede decir del paradero de nuestro meteorito?
     También lo recuperaremos dentro de muy poco.
     ¿Necesitan nuestra ayuda?
     No lo creo respondió el británico. Le hemos encomendado el trabajo al ejército y a la infantería de marina.
    El agente de la CIA se levantó.
     En ese caso, solo me queda esperar su llamada después de que haya recuperado el meteorito.
     Lo llamaré inmediatamente.
    El británico echó mano al teléfono en cuanto su colega salió del despacho.
     ¿Cuánto falta para que lo interceptemos? preguntó.
     El tren llegará en cinco minutos.

    En una zona boscosa a un par de kilómetros al norte de Stockton, la estación de ferrocarril más cercana a Middlesbrough todo parecía indicar que en cualquier momento comenzaría una guerra. Dos carros blindados Challenger ocupaban posiciones a ambos lados de las vías. Un poco más al norte, más o menos donde se encontraría el último vagón del convoy cuando se detuviera, dos pelotones de infantería de marina permanecían ocultos entre los árboles. Entrarían en el tren por atrás.
    Más lejos, a izquierda y derecha, en los campos detrás de los árboles, había un caza Harrier y un helicóptero de combate Agusta Westland A129 Mangusta.
    El silbato de la locomotora del tren número veintisiete se escuchaba cada vez más cerca.
    El coronel al mando de la operación esperó hasta ver la locomotora para llamar por radio al maquinista y ordenarle que detuviera el convoy. En cuanto el maquinista vio los Challenger clavó los frenos y una lluvia de chispas se desprendió de las ruedas. El Harrier y el Agusta Westland aparecieron por encima de los árboles y ocuparon sus posiciones de apoyo al mismo tiempo que los infantes de marina salían del bosque y subían al tren.
    Realizaron una búsqueda exhaustiva y del todo inútil.
    Roger Lassiter viajaba en dirección sur por la autopista a Londres; al pasar por Stockton, vio a lo lejos el convoy detenido y tomó la salida de la derecha hacia Windermere. Cuando llegara a la autopista nortesur que atraviesa Lancaster, cruzaría Birrningham para entrar en el sur de Inglaterra. Lassiter encendió un puro y siguió su marcha bajo la lluvia.

    A bordo del helicóptero, Adams seguía las indicaciones del navegador para dirigirse al helipuerto del Támesis. Cabrillo miraba hacia un parque al otro lado del río, donde varios grupos de obreros se afanaban en la construcción de un escenario gigante.
     A la izquierda, jefe comunicó Adams. Bajó el colectivo y el Robinson inició su descenso hacia la pista cuadrada del helipuerto, que resplandecía con las luces de los focos. El conductor de un coche aparcado cerca hizo una señal con los faros.
     Seng y Meadows me esperan dijo Cabrillo. Iré con ellos al hotel para reagruparnos. Hanley enviará a alguien a Heathrow con la llave del hotel. ¿Necesitas alguna cosa más, George?
     No, gracias. Repostaré y luego me iré al hotel. Si me necesitas, no tienes más que llamarme.
     Vete a dormir cuanto antes. Te lo has ganado.
    Adams, que realizaba la aproximación final, no se molestó en responder. Pasó por encima de Battersea Park, se situó en la vertical de la pista y se posó suavemente. Cabrillo abrió la puerta, cogió el teléfono y descendió. Agachado, se alejó del Robinson. En cuanto estuvo fuera del radio de las palas se irguió. Se acercaba al Range Rover cuando el helicóptero despegó para ir a Heathrow.
    Meadows se apeó del coche para abrirle la puerta a Cabrillo.
     ¿Cuál es la situación? preguntó Cabrillo mientras se sentaba en el asiento trasero y cerraba la puerta.
     Le hemos pasado todo lo que teníamos a Hanley respondió Seng. Dijo que tú nos lo dirías.
    Seng puso en marcha el coche y se alejó del helipuerto. Esperó a que el semáforo se abriera para girar por Queenstown Road y cruzar el puente de Chelsea.
    Cabrillo los puso al corriente mientras Seng los llevaba al Savoy.

    El Oregon continuaba navegando a toda máquina rumbo al sur. Era casi la medianoche del 30 de diciembre y debía atracar en los muelles cercanos a Londres alrededor de las nueve de la mañana. La sala de reuniones estaba abarrotada. Hanley escribía en una pizarra.
     Esto es lo que sabemos explicó. Ahora creemos que el robo del meteorito y de la bomba nuclear ucraniana no están relacionados. AlJalifa y su grupo se enteraron de la existencia del meteorito a través de un infiltrado en el puesto de escucha de Echelon y decidió aprovecharlo para el plan que ya tenían, que es un ataque terrorista en el centro de Londres.
     ¿Quién es el primero que intentó apoderarse del meteorito? preguntó Murphy.
     De acuerdo con las últimas informaciones conseguidas por Truitt en Las Vegas, todo apunta a Halifax Hickman.
     ¿El multimillonario? preguntó Ross.
     Así es confirmó Hanley, aunque todavía no sabemos el motivo. Hickman tiene intereses en ferrocarriles, empresas petroleras, hoteles, casinos, fábricas de armas y electrodomésticos, e incluso una empresa de pompas fúnebres.
    También es propietario de una cadena de televisión por cable.
     Un millonario al viejo estilo comentó Peter Jones. No como ahora que los más ricos ganan su dinero con una sola cosa, como los programas informáticos y las cadenas de pizzería.
     ¿No tiene fama de ser un ermitaño? señaló Julia Huxley.
     Es del estilo de Howard Hughes dijo Hanley.
     Si quieres prepararé un perfil psicológico ofreció Huxley, y así sabremos a qué nos enfrentamos.
     Halpert está buscando en los archivos a ver si encuentra algo que nos permita saber el motivo.
     ¿Dónde está el meteorito? quiso saber Franklin Lincoln.
     Como ya saben, Juan y Adams vieron cómo lo cargaban en una Cessna en las islas Feroe. Siguieron a la avioneta hasta Escocia. El piloto lanzó el meteorito en las orillas del lago Ness donde lo recogió una furgoneta. El helicóptero se quedó sin combustible y Juan persiguió a la furgoneta en un coche hasta una estación de ferrocarril cerca de Edimburgo. Se preparaba para interceptarlo cuando el presidente, a través de Overholt, le ordenó que dejara el problema en manos de las autoridades británicas. Tenían dispuesto detener el tren hará poco más de una hora, pero hasta el momento no tenemos ninguna noticia.
     Por lo tanto, si lo han recuperado manifestó Hali Kasim, nuestro único cometido será llevarlo a Estados Unidos.
     Efectivamente dijo Hanley. Por eso quiero que nos concentremos en el artefacto nuclear. Creemos que lo transportaron en un mercante griego hasta la isla de Sheppey. Allí, miembros de la organización terrorista de AlJalifa se apoderaron de la bomba sin pagarla y se marcharon. Seng y Meadows se encontraban en el terreno y encontraron un vídeo que nos dio unas pistas que podrían conducirnos hasta el lugar donde la ocultan.
     Es extraño comentó Jones que muerto AlJalifa, los demás no decidieran anular la misión. ¿Su jefe está muerto y ellos están dispuestos a seguir adelante?
     Eso es lo mejor de todo afirmó Hanley. No creemos que sepan que AlJalifa está muerto.
     Entonces es obvio que no se mantenía en contacto con ellos señaló Ross.
     Así es. Aparentemente era su costumbre, al menos según se desprende de los informes reunidos a lo largo de los años.
     ¿Quién de nosotros se convertirá en AlJalifa? preguntó Kasim.
    Hanley señaló a Nixon. El experto del taller de magia acercó un magnetófono.
     Recuperamos el móvil de AlJalifa. Había un mensaje en su buzón de voz. La comparé con la que teníamos de una grabación de vigilancia y la archivé en el ordenador.
    Nixon puso el magnetófono en marcha y la voz de alJalifa resonó en la sala.
     La utilizaremos para llamar a su contacto con su móvil para concertar un encuentro dijo Hanley, y recuperarla bomba.
     ¿De cuánto tiempo disponemos? preguntó Kasim.
     Creemos que el atentado tendrá lugar a la medianoche de mañana.
     El Año Nuevo. Serán cabrones exclamó Murphy. ¿Alguna idea del lugar?
     Habrá una gran espectáculo popular en un parque cerca del palacio de Buckingham contestó Hanley. Elton John ofrecerá un concierto.
     Ahora sí que estoy cabreado afirmó Murphy. Me encanta Elton.
     Muy bien prosiguió Hanley. Ahora quiero que os vayáis a dormir. La mayoría de vosotros irá mañana a Londres para participar en la operación. Nos reuniremos de nuevo a las siete para asignar las tareas. ¿Alguna pregunta?
     Solo una dijo Huxley. ¿Alguien sabe cómo desactivar una bomba atómica?




    37

     Déjelo delante le dijo Seng al aparcacoches cuando se apearon del Range Rover en la puerta del Savoy, y acompañó la orden con una propina de cien dólares. No deje trabado el volante.
    Cabrillo entró en el hotel y fue a la recepción.
     ¿En qué puedo ayudarlo, señor? preguntó el recepcionista.
     Me llamo Cabrillo. Tengo una reserva.
    El empleado buscó la reserva en el ordenador y apenas si disimuló la sorpresa al leer la nota escrita por el director del hotel. El texto era breve: «Cliente muy importante. Crédito ilimitado. Banco de Vanuatu. Cuatro suites con vista al río, Hay más habitaciones disponibles si las necesita». Buscó las llaves y llamó a un botones. Meadows y Seng entraron en el vestíbulo.
     Veo que no trae equipaje, señor Cabrillo dijo el recepcionista. ¿Quiere que nos ocupemos de sus compras?
     Sí. Cabrillo cogió una hoja de papel y un bolígrafo.
    Escribió todo lo que necesitaba. Mañana por la mañana llame a Harrods. Pregunte por el señor Mark Andersen en la sección de caballeros. Dígale que necesito estos artículos. Él tiene mi talla.
    Meadows y Seng se acercaron al mostrador cargados con dos bolsas cada uno. Cabrillo les dio las llaves de sus habitaciones.
     ¿Necesitáis algo de Harrods?
     No respondieron ambos.
    El botones fue a recoger las bolsas para colocarlas en el carro pero Seng lo detuvo.
     Nosotros nos ocuparemos de las bolsas. Le dio una propina de veinte libras. Usted acompáñenos para llevarse el carro.
    En las bolsas había armas, equipos de comunicación y explosivos suficientes para volar todo el edificio. El botones les acercó el carro y después esperó para acompañarlos hasta sus habitaciones.
     ¿Queréis comer algo? les preguntó Cabrillo mientras Seng y Meadows colocaban las bolsas en el carro.
     No me vendría mal desayunar contestó Meadows.
     Que sirvan tres desayunos en mi habitación dentro de cuarenta y cinco minutos. Cabrillo levantó la llave para que el recepcionista viera el número. Miró a sus hombres y añadió: Vamos a darnos una ducha. Nos reuniremos en mi habitación a la una y media.
    Después, escoltados por el botones, empujaron el carro con las bolsas hasta el ascensor y subieron hasta sus habitaciones. Cabrillo abrió la puerta de la suya y le dijo al botones:
     Espere aquí, por favor. Quiero enviar todas estas prendas a la lavandería.
    Entró en la habitación, se desnudó, se puso uno de los albornoces que había en el armario y fue hasta la puerta con las prendas guardadas en una bolsa de la lavandería. Se la dio al botones junto con un billete de cien dólares.
     Encárguese de que las laven y planchen cuanto antes.
     ¿Necesita que le lustren los zapatos, señor? preguntó el botones.
     No, muchas gracias. Ya están bien así.
    Cabrillo entró en el baño y se dio una buena ducha. Des pues se puso de nuevo el albornoz, fue hasta la puerta de la habitación y la abrió. Recogió un cestillo con productos de tocador que habían dejado allí, se lo llevó al baño, se afeitó, se hizo un masaje con una loción para después del afeitado mi cara, se cepilló los dientes y se peinó. Volvió a la sala para lla mar al Oregon.

    En Washington eran las ocho de la noche, cuando CabrillO acababa de acicalarse en su suite. Thomas «TD» Dwyer había dedicado los últimos días a trabajar turnos dobles en el laboratorio de agentes infecciosos de Fort Derrick, en Maryland, ubicado en las montañas al norte de la capital, cerca de Frederick. Dwyer estaba agotado y había decidido que era horade irse a descansar. Había sometido las muestras recogidas en Arizona a todo tipo de ensayos con luz ultravioleta, ácidos, combinaciones de gases, y radiación sin conseguir ningún resultado.
     ¿Dispuesto a dar por concluida la jornada? le preguntó el técnico del ejército.
     Solo me falta cortar una muestra respondió Dwyer, y seguiremos mañana a las ocho.
     ¿Quiere que caliente el láser?
    El científico miró a través del grueso cristal de la mirilla la piedra sujeta en el tornillo de la mesa colocada en el interior de la cámara estanca. Había instalado una sierra de puntas de diamante accionada por aire comprimido y unida a unos brazos mecánicos que Dwyer controlaba con un mando a distancia.
     Utilizaré la sierra dijo Dwyer. Controle el proceso.
    El técnico se sentó en la silla delante de un gran panel de control. Echó una ojeada a los indicadores.
     Todo en orden anunció.
    Dwyer puso en marcha la sierra y luego movió delicadamente el mando a distancia para acercarla a la muestra. La siea apenas si había entrado en contacto con la roca cuando comenzó a humear y se detuvo.
    Hasta el mediodía del día siguiente no la tendrían reparada.

    Gunderson redujo la velocidad al entrar en el espacio aéreo de Heathrow. Se había turnado con Pilston desde que habían despegado de Las Vegas. Truitt se acercó a la puerta de la carlinga con una cafetera.
     ¿Queréis más?
     Yo estoy servido respondió Gunderson. ¿Quieres tú, Tracy?
    Pilston, que hablaba con la torre de control, rechazó la invitación con un gesto.
     Hanley os ha reservado habitaciones en un hotel cerca del aeropuerto dijo Truitt. Yo iré a la ciudad.
    Gunderson inició la maniobra de aproximación.
     Nos ocuparemos de repostar y luego nos iremos al hotel.
     Lo que queráis.
    Durante todo el viaje Truitt había estado inquieto por algo que no acababa de saber qué era. Tenía relación con el despacho de Hickman y había hecho lo imposible por recordar el interior, sin conseguir una imagen clara. Volvió a su asiento y se abrochó el cinturón mientras el Gulfstream se acercaba a la pista.
    Diez minutos más tarde viajaba en un taxi por las calles desiertas para ir al Savoy. Pasaba por delante de la estación de Paddington cuando lo recordó.
    Overholt pensaba quedarse a dormir en su despacho. Todo este asunto, para bien o para mal, se resolvería en las próximas cuarenta y ocho horas. Ya eran casi las diez cuando recibió una nueva llamada del presidente.
     Sus muchachos han vuelto a fallar dijo el presidente. No había nada en el tren.
     Es imposible afirmó Overholt. Llevo años trabajando con la Corporación; no cometen errores. El meteorito estaba en el tren. Han tenido que hacer otro cambio.
     El caso es que ahora se ha perdido en algún lugar de Inglaterra.
     Cabrillo se encuentra ahora mismo en Londres. Intenta recuperar la bomba.
     Langston, será mejor que controle esta situación cuanto antes o más le vale que comience a calcular si podrá vivir con la pensión.
     Sí, señor.

     Tenemos localizado el meteorito en la autopista al sur de Birmingham le explicó Hanley a Overholt con una voz que reflejaba su cansancio. Mañana llegaremos a puerto y nuestra gente irá a Londres para ocuparse del problema.
     Espero que así sea replicó Overholt. Me estoy jugando el puesto con esta historia. ¿Hay alguna novedad respecto a la bomba?
     Cabrillo y su equipo creen que mañana sabrán dónde está y le pasarán la información al MI5.
     Esta noche me quedaré a dormir en mi despacho. Llámeme en cuanto sepa algo.
     Tiene mi palabra dijo Hanley.
    Dick Truitt cogió la llave de su habitación y le dio una propina al botones para que le llevara la maleta. Fue hasta la suite de Cabrillo y llamó discretamente a la puerta. Le abrió Meadows.
     Es Truitt anunció.
    Truitt entró en la habitación. En una mesa estaban los restos de los desayunos junto con carpetas abiertas y diversos documentos.
     Buenos días, jefe saludó a Cabrillo.
    Cogió el teléfono y llamó al servicio de habitaciones para pedir un bocadillo y una CocaCola. Después se sentó con los demás.
     Halpert ha averiguado la identidad del soldado que aparece en las fotos que te llevaste le comentó Cabrillo, pero aún nos queda por descubrir qué relación tiene con Hickman.
     Era su hijo dijo Truitt.
     Demonios exclamó Seng, eso explica muchas cosas.




    38

     Tiene que serlo afirmó Truitt. Cuando estuve en el despacho de Hickman vi algo que se quedó grabado en mí mente porque era extraño, pero no tuve tiempo para investigarlo porque él volvió. En una estantería vi un par de zapatitos de niño.
     Sí que es extraño admitió Cabrillo. A Hickman no se le conocen hijos.
     Así es, pero envueltas en ellos había unas placas de identificación.
     ¿Tuviste ocasión de leerlas? preguntó Seng, que había sido infante de marina.
     No, pero estoy seguro de que alguien del departamento de policía de Las Vegas podría. La cuestión es, ¿por qué tiene las placas de identificación de otro hombre?
     A menos de que fueran de alguien que hubiese fallecido opinó Meadows.
     Llamaré a Overholt y le pediré que envíe a la policía de Las Vegas para que lo averigüe dijo Cabrillo. Ahora ido a dormir. Tengo el presentimiento de que mañana va a ser un día muy largo.
    Meadows y Seng se marcharon. Truitt se quedó.
     Dormí en el avión, jefe. ¿Por qué no me das las direcciones que tienes? Aprovecharé para hacer un reconocimiento nocturno.
    Cabrillo le entregó la información.
     Nos encontraremos aquí mañana a las ocho, Dick. Ya estarán aquí los demás.
    Truitt se despidió de Cabrillo y fue a su habitación a cambiarse de ropa. Cinco minutos más tarde bajaba en el ascensor.

    Halpert había decidido trabajar toda la noche. El Oregon navegaba hacia Londres con un mínimo de tripulantes. Los demás dormían y en el barco reinaba el silencio. A Halpert le agradaba la soledad. Puso en marcha una búsqueda en los archivos del departamento de Defensa y se fue a la cocina.
    Tostó un panecillo mientras preparaba una cafetera. Untó el panecillo con crema de queso, lo envolvió y se lo puso debajo del brazo. Luego cogió la cafetera y volvió a su despacho.
    Había una hoja de papel en la bandeja de la impresora.
    Leyó el texto con mucha atención. El familiar más cercano de Christopher Hunt era su madre, Michelle Hunt, que vivía en Beverly Hills, California.
    Halpert tecleó el nombre de la mujer en el ordenador para ver qué encontraba.

    Eran las cuatro de la madrugada, hora local, cuando el Hawker 800XP con Hickman a bordo aterrizó en Heathrow. Una limusina RollsRoyce negra lo esperaba en la pista. El coche se puso en marcha por las calles desiertas en dirección a Maidenhead.
    Hickman quería estar en la empresa textil cuando abrieran.
    El resto del equipo no tardaría en llegar desde Calais y tenía mucho que hacer. Miró el frasco con el agente bacteriológico que le había comprado a Vanderwald. Un poco de esto y otro poco de polvo de meteorito le bastaría para obtener su venganza.

    El interior de la casa era lujoso si se tenía en cuenta que estaba en el East End. Siempre había sido el barrio más pobre de la ciudad, pero en los últimos años había subido de categoría a medida que el aumento del precio de las viviendas en el centro había hecho que los compradores buscaran casas más al alcance de sus bolsillos.
    La casa de tres pisos, en Kingsland Road, se encontraba cerca del museo Geffrye y había sobrevivido a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial con muy pocos daños. Convertida en una pensión para los inmigrantes que se habían instalado en el barrio a finales del siglo XX, había pasado a ser en los últimos años un prostíbulo de lujo regentado por una banda del crimen organizado que llevaba el nombre de su jefe, Derek Goodlin.
    En la planta baja había salones y un bar. En la primera funcionaban el casino y otro bar, y en la última se encontraban los dormitorios, cada uno provisto con todo lo necesario para satisfacer los caprichos sexuales de los clientes.
    Derek Goodlin, que se encontraba en la casa, recibió el aviso de que Lababiti y Amad acababan de bajar del Jaguar, y Chinche, como lo llamaban a su espalda debido a sus ojos como cuentas y la piel picada de viruela, corrió a la puerta con una sonrisa que dejó a la vista sus dientes afilados mientras comenzaba a contar el dinero que ganaría, porque el árabe era de los clientes que gastaban miles de libras.
     Un Chivas con CocaCola le ordenó al encargado cuando pasó junto al bar. Abrió la puerta y dijo con la calidez de una serpiente sumergida en hielo: Señor Lababiti, es un placer tenerlo en nuestra casa.
    Lababiti detestaba a Goodlin. Era la encarnación de lo peor de Occidente. Goodlin comerciaba con el pecado y la depravación: que él fuese un comprador asiduo no era una excusa.
     Buenas noches, Derek respondió Lababiti. Aceptó la copa que le ofrecía un camarero. Veo que todavía se ocupa de regentar este antro.
    Goodlin aceptó el comentario con una sonrisa perversa.
     Solo sirvo aquello que la gente desea.
    Lababiti le hizo un gesto a Amad y entraron. Se acercó a la barra de caoba y ocupó una de las mesas con velas. Goodlin lo siguió como un perro faldero.
     ¿Jugará esta noche? preguntó Goodlin.
     Quizá más tarde respondió Lababiti. Sírvale a mi amigo un arak y que venga Sally.
    Goodlin le transmitió el pedido al barman que de inmediato buscó la botella de la fuerte bebida anisada, y después miró de nuevo a su cliente.
     ¿Sally Forth o Sally Spanks?
     Forth para él. Señaló a Amada. Spanks para mí.
    Goodlin corrió a llamar a las mujeres. El camarero se acercó con la botella de arak y una copa. Amad, que iba a morir al día siguiente, parecía asustado.

    Derek Goodlin acompañó a Lababiti y su amigo hasta la puerta, y luego fue a su despacho. Cómodamente instalado en su silla comenzó a contar el dinero que había sobre la mesa mientras bebía una copa de brandy. Había sido una buena jornada. El árabe y su silencioso amigo habían añadido cinco mil libras a los ingresos de la noche. Sumado a lo que había perdido un cliente japonés en la ruleta, representaba un aumento del treinta por ciento en relación con las ganancias del día anterior.
    Llamaron a la puerta cuando preparaba los fajos de billetes para guardarlos en la caja de seguridad.
     Un momento dijo. Guardó el dinero en la caja, la cerró sin olvidarse de hacer girar el dial. Adelante.
    Se abrió la puerta y Sally Forth entró en el despacho.
     Vengo a por mi paga anunció la muchacha. Me marcho.
    Tenía el ojo izquierdo amoratado.
     ¿Lababiti? Creía que estabas con el muchacho.
     Así es. La emprendió conmigo cuando…
     ¿Cuando qué?
     Cuando no consiguió una erección acabó Sally.
    Goodlin sacó de un cajón de la mesa uno de los sobres con el dinero para las mujeres que habían trabajado aquella noche y se lo dio.
     Tómate unos días de descanso y vuelve a trabajar el miércoles.
    La muchacha cogió el sobre, asintió con un gesto de cansancio y se marchó sin decir palabra.

    Lababiti conducía el Jaguar por Leadenhall Street en dirección oeste. Amad ocupaba el asiento del pasajero.
     ¿Te lo has pasado bien? preguntó Lababiti.
    Amad no respondió.
     ¿Estás preparado para mañana?
     Alá es grande afirmó Amad.
    Lababiti lo miró de reojo. El yemení miraba a través de la ventanilla. Comenzó a tener dudas sobre si Amad sería capaz de realizar la misión, pero prefirió guardárselas. Al día siguiente por la mañana le daría las últimas instrucciones.
    Después cruzaría el canal de la Mancha y escaparía a Francia.

    Truitt caminó por el Strand hasta la calle transversal donde Lababiti alquilaba un apartamento. En la planta baja había un local en alquiler, junto a la entrada. En los tres pisos superiores, donde estaban los apartamentos, no se veía ninguna luz en las ventanas. Los inquilinos dormían. Abrió la puerta con una ganzúa, entró en el vestíbulo y se acercó a los buzones. Leía los nombres de los vecinos cuando un Jaguar aparcó delante de la puerta y se apearon dos hombres. Truitt fue rápidamente hasta las escaleras junto al ascensor. Fuera de la vista, escuchó cómo los dos hombres entraban en el vestíbulo y se acercaban al ascensor.
    Esperó mientras el ascensor bajaba, se abría y cerraba la puerta, y subía de nuevo. Entonces bajó para mirar las luces que indicaban los pisos. El ascensor se detuvo en el tercero.
    Truitt subió los tres pisos por las escaleras. Sacó del bolsillo un micrófono conectado a un auricular, se puso el auricular en el oído, y caminó lentamente por el pasillo. En uno de los apartamentos escuchó unos sonoros ronquidos, en otro el suave maullido de un gato. Ya había llegado a la mitad cuando escuchó voces.
     El sofá se hace cama dijo una voz.
    Truitt no escuchó la respuesta. Miró el número del apartamento y después calculó cuáles serían las ventanas vistas de la calle. A continuación hizo un barrido de la puerta con un contador Geiger. El aparato no detectó radiación.
    Bajó las escaleras, salió a la calle, y miró las ventanas del apartamento de Lababiti. Habían bajado las persianas. Truitt B deslizó debajo del maletero del Jaguar y colocó un pequeño disco magnético en el depósito. Luego empleó de nuevo el contador Geiger; tampoco allí fue positiva la lectura.
    Salió de debajo del coche, echó un vistazo a los edificios vecinos y volvió al Strand.
    La calle estaba prácticamente desierta; de vez en cuando pasaba un taxi y había una furgoneta de reparto delante de la puerta de servicio de un McDonald's que atendía las veinticuatro horas del día. Truitt caminó por la acera norte del Strand y se entretuvo en leer los carteles de los teatros. Llegó casi hasta Leicester Square antes de dar la vuelta y volver esta vez por la acera sur.
    Pasó por delante de una tienda que vendía motocicletas clásicas inglesas. Se detuvo para contemplar las motos en exposición: Ariel, BSA, Triumph, incluso una legendaria Vincent. Era el paraíso del aficionado a las motos.
    Fue hasta el McDonald's y pidió un hamburguesa y un café.

    A las 5.30 de la mañana hora local las 9.30 de la noche en Las Vegas el capitán Jeff Porte de la policía de Las Vegas discutía con el jefe de seguridad de Dreamworld para que le permitiera entrar en el ático de Hickman.
     Tienes que traer una orden afirmó el jefe de seguridad. Es la única manera de que te deje entrar.
     Escucha replicó Porte. Sabemos que se produjo un robo, así que estamos investigando un delito.
     Lo que quieras, pero no puedes entrar, Jeff.
     Entonces me obligarás a que despierte a un juez para que me firme una orden de registro dijo Porte. Pero cuando vuelva me acompañarán las cámaras de la televisión. Ya veremos lo que dirá tu jefe cuando la policía y los reporteros entren en su casa y su casino.
    El jefe de seguridad se tomó un momento para pensarlo.
     Deja que haga una llamada respondió finalmente.
    Hickman ya casi se encontraba en Maidenhead cuando sonó un móvil Escuchó atentamente la explicación del jefe de seguridad.
     Insista en que deben traer una orden de registro le ordenó. Llame a nuestros abogados para que hagan lo posible para oponerse a la autorización del juez. Procure retrasarlos al máximo.
     ¿Hay algún problema, señor? preguntó su subordinado.
     Nada que no pueda resolver afirmó Hickman, y colgó.
    La red comenzaba a cerrarse y por un momento le pareció sentir su contacto.

    Michael Halpert había ampliado la búsqueda. Se conectó al ordenador de la Agencia Federal de Aviación, y buscó los planes de vuelo del avión de Hickman. En cuanto los leyó, tuvo claro que lo habían pillado. El Hawker 800XP había hecho un viaje a Groenlandia coincidiendo con la fecha del robo del meteorito. El último plan de vuelo correspondía a un viaje desde Las Vegas a Londres realizado el día corriente.
    Imprimió el documento y después comenzó a buscar en el registro británico de la propiedad.
    No había nada a nombre de Hickman, así que pasó a buscar en la larga lista de las compañías del millonario. Pasarían horas hasta que el ordenador le diera la información. Halpert intentó buscar una razón para que uno de los hombres más ricos del mundo quisiera conspirar con unos terroristas árabes que tenían planeado el estallido de una bomba atómica en Londres.
    Siempre es por amor o por dinero, pensó Halpert.
    Le resultaba imposible imaginar cómo podía ganar dinero.
    Hickman con una catástrofe de tal magnitud. Se devanó los sesos durante casi una hora para dar con un motivo sin conseguirlo.
    Entonces se dijo que debía ser por amor.
    ¿A quién se podía amar tanto como para estar dispuesto matar si no era por la familia?




    39

    El Oregon atracó en uno de los muelles de SouthendonSea, en el estuario del Támesis, a las seis de la mañana.
    El equipo ya estaba en pie. Uno tras otro entraron en el comedor a tomar el desayuno. Tendrían una reunión a las siete.
    Hanley se había levantado a las cinco para acabar con los detalles logísticos de la operación.
    Poco después de las seis llamó a Overholt.
     Nuestro equipo está preparado para ir a Londres. Creemos tener localizado al principal, pero hasta el momento no hemos detectado ningún rastro de radiación.
     ¿Os habéis puesto en contacto con el MI5?
     Cabrillo no tardará en llamarlos para que se hagan cargo de la operación. Solo quiere asegurarse de que nuestro equipo esté en el lugar como grupo de apoyo.
     Me parece bien dijo Overholt, con voz somnolienta. ¿Qué se sabe del meteorito?
     Estamos haciendo las cosas una a una. En cuanto hayan recuperado la bomba, nuestro equipo pasará a ocuparse del meteorito.
     ¿Dónde está ahora?
     Ha pasado por Oxford y continúa hacia el sur respondió Hanley. Si llega a las cercanías de Londres, actuaremos de inmediato. Si no es así, esperaremos a que recuperen la bomba.
     La policía de Las Vegas no pudo conseguir una orden de registro, así que envié una directiva de seguridad nacional que les da autoridad para hacer lo que sea necesario. No tardarán en entrar en el ático. Ya sabe que, si están en un error y Hickman no está detrás de todo esto, cuando se calmen las cosas a mí ya me habrán cesado.
     No se preocupe, señor Overholt, siempre tenemos abierta la puerta a personas bien preparadas para unirse a nuestro equipo.
     No sabe cuánto me alegra saberlo, señor Hanley.
    Hanley colgó el teléfono y se volvió hacia Stone.
     ¿Cómo van los preparativos?
     Como siempre, Truitt ha sido el factótum. Lleva trabajando desde primera hora de la mañana. Ha comprado prendas y abrigos ingleses para todo el equipo que irá a Londres, También ha alquilado un autocar para que venga a recogerlos.
    La última vez que hablé con él venía para aquí.
     Bien hecho. ¿Qué hay de Nixon?
     Tiene el equipo preparado y ahora mismo está haciendo las últimas comprobaciones.
     ¿Halpert?
     Me dijo que está investigando por otro lado y que nos dará los detalles dentro de unas horas.
     Repasemos la plantilla.
    Stone cogió una hoja y comenzó a leer.
     Tenemos a cuatro que ya están en Londres: Cabrillo, Seng, Meadows y Truitt. Los seis que viajarán son Huxley, Jones, Lincoln, Kasim, Murphy y Ross.
     En total tendremos a diez en Londres señaló Hanley.
     Efectivamente. Adams con el Robinson y Gunderson y Pilston con el Gulfstream que se encuentran en Heathrow se encargan del apoyo aéreo. Judy Michael acaba de llegar de sus vacaciones y pilotará el hidroavión.
     ¿Las operaciones en el Oregon?
     Gannon, Barrett, Hornsby, Reinholdt y Reyes serán los tripulantes.
     ¿Quiénes quedan?
     Usted, yo, Nixon en el taller de magia, Crabtree para la logística y King enumeró Stone.
     Me olvidé de King. Necesitamos que vaya como apoyo.
     ¿Quiere que lo incluya en el grupo de Truitt?
     No decidió Hanley tras una breve pausa. Que Adams venga a recogerlo y que permanezcan a la espera. Los quiero cerca del lugar y preparados para despegar al primer aviso. Proporcionarán apoyo aéreo si es necesario.
     Me ocuparé de transmitir las órdenes.
     Perfecto.

     Truitt estuvo en el edificio del sospechoso esta madrugada dijo Cabrillo.
    Cabrillo, Seng y Meadows desayunaban en la habitación del primero.
     ¿Adonde está ahora?
     Va camino del puerto para recoger al resto del equipo.
     Deduzco que no encontró ningún rastro de radiación porque si no ya hubiésemos intervenido señaló Seng.
     Efectivamente admitió Cabrillo.
     Entonces ¿esperaremos a que se muevan? preguntó Meadows.
     Si la bomba está en Londres manifestó Cabrillo y los terroristas sospechan que los están vigilando, serían muy capaces de hacerla detonar sin más. Incluso si no se encuentran en el objetivo primario, una cabeza nuclear, incluso una pequeña como esta, provocaría una catástrofe de gran magnitud.
     Por lo tanto, intentaremos sacarlos de la madriguera; después nos hacemos con la bomba y la desactivamos dijo Seng.
     No estoy muy seguro de si es eso lo que quiere el MI5 replicó Cabrillo. En cualquier caso, es lo que recomendaría.
     ¿Cuándo te reunirás con ellos? preguntó Meadows.
    Cabrillo se limpió los labios con la servilleta de hilo y consultó su reloj.
     Dentro de cinco minutos en el vestíbulo.
     ¿Qué quieres que hagamos? pregunto Seng.
     Id hasta donde está el apartamento y explorad el terreno.

    Edward Gibb estaba molesto. Que lo despertaran la víspera de Año Nuevo y le ordenaran que fuera a trabajar no era lo que se podía considerar un agradable día festivo. Un abogado lo había llamado a primera hora para pedirle que fuera a encontrarse con el nuevo propietario de la fábrica y abrirle la puerta. Gibb había estado a punto de negarse; había decidido jubilarse y pensaba comunicarlo al departamento de Recursos Humanos en cuanto abrieran la fábrica pasadas las fiestas, pero la idea de encontrarse con el misterioso propietario de Maidenhead Mills había despertado su interés.
    Desayunó té y tostadas y fue a la fábrica. Había una limusina aparcada delante de las puertas; y el humo del escape se condensaba en el aire helado. Gibb se acercó al coche y golpeó con los nudillos en la ventanilla trasera. El pasajero bajó el cristal y le sonrió.
     ¿El señor Gibb?
    Gibb asintió.
     Halifax Hickman. El millonario se apeó del coche. Le pido perdón por apartarlo de su familia en un día de fiesta.
    Se dieron la mano.
     No tiene importancia, señor. Gibb caminó hacia la puerta. Es muy lógico que desee ver en qué ha gastado su dinero lo antes posible.
     Iba de camino a Europa mintió Hickman, y dispongo de poco tiempo.
     Lo comprendo, señor. Gibb sacó las llaves del bolsillo, buscó la correcta y abrió la puerta.
     Gracias dijo Hickman mientras Gibb se apartaba para dejarle pasar.
     Quédese con las llaves. Gibb se las dio. Tengo otro juego.
    Hickman se las guardó en el bolsillo. Gibb cruzó el vestíbulo y abrió las puertas de la nave donde estaban los telares y las piezas de tela. Bajó la palanca en el cuadro eléctrico y se encendieron las luces. Gibb miró a Hickman. Su nuevo patrón observaba la maquinaria.
     Esta es la unidad que realiza él último rebaje y limpia las telas por un sistema de vacío dijo y señaló una máquina que parecía una versión a gran escala de la parrilla del Burger King. La pieza llega por la cinta transportadora, se la trata y luego sale por aquí arrastrada por los rodillos.
    La estructura metálica que soportaba los rodillos tenía una altura de un metro cincuenta, se prolongaba hasta la sección de embalaje y luego continuaba trazando una curva para terminar en el muelle de carga. Las piezas de tela metidas en cajas o envueltas en fundas de plástico se cargaban en los camiones para su embarque.
     ¿Allí tienen las alfombras para Arabia Saudí? preguntó Hickman que miraba los tres contenedores metálicos colocados cerca del muelle. ¿Puedo verlas?
     Sí, señor. Gibb se apresuró a abrir las puertas de los contenedores. Ya tendrían que haber sido enviados. Vamos con retraso.
    Hickman echó una ojeada. Cada contenedor tenía el tamaño de un semirremolque. Era la medida estipulada para cargarlos en las bodegas de un 747. Las alfombras colgaban sujetas con pinzas y se extendían hasta donde alcanzaba la vista, Había miles en cada uno.
     ¿Por qué no están apiladas? preguntó Hickman.
     Tenemos que rociarlas con insecticidas y desinfectantes antes de que se autorice la entrada en Arabia Saudí. No quieren correr riesgos con ningún agente patógeno como el de las vacas locas. Es una norma que aplican todos los países explicó Gibb.
     Déjelos abiertos y déme las llaves de los contenedores.
    Gibb se las dio.
     ¿Cuándo regresan los trabajadores de las vacaciones?
     El lunes dos de enero respondió Gibb. Siguió a Hickman que ya caminaba entre las máquinas para volver al vestíbulo.
     Vendrán unos trabajadores estadounidenses para echar una mano. Hay que enviarlas cuanto antes. ¿Dónde hay teléfono?
    Gibb le señaló las escaleras que subían a un despacho acristalado desde donde se veía toda la nave.
     Puede usar el mío, señor. El despacho está abierto.
    Hickman sonrió y le tendió la mano.
     Señor Gibb, muchas gracias por todo. No lo entretengo más. Nos veremos el lunes.
    Gibb asintió. Estaba muy cerca de la puerta cuando se detuvo.
     Señor Hickman, ¿aceptaría venir a mi casa y celebrar el Año Nuevo con nosotros?
    Hickman se volvió desde la escalera y miró a su empleado.
     Es muy amable por su parte, pero para mí el Año Nuevo siempre es un momento que prefiero pasar solo.
     ¿No tiene usted familia, señor?
     Tenía un hijo respondió Hickman en voz baja, pero lo asesinaron.
    Acabó de subir las escaleras y entró en el despacho.
    Gibb salió de la fábrica. Hickman no se parecía en nada a como lo describían en los periódicos. No era más que un viejo solitario, tan común como el arroz blanco. Quizá tendría que pensar mejor el plan de jubilarse. Con Hickman como propietario, podía haber un nuevo y prometedor futuro para la empresa.
    En el despacho de Gibb, Hickman estaba al teléfono.

    Cabrillo entró en el vestíbulo escoltado por Meadows y Seng.
    Un hombre rubio vestido con un traje negro y los zapatos lustrados se le acercó en el acto.
     El señor Fleming lo espera en un reservado del comedor para que puedan reunirse en privado dijo el hombre. Fleming era el director del MI5. Es por aquí.
    Seng y Meadows caminaron hacia la salida. De inmediato, varios hombres que leían sus periódicos sentados en los sillones del vestíbulo se levantaron y los siguieron. Era obvio que no estarían solos en el reconocimiento del terreno.
    Cabrillo siguió al hombre rubio al comedor. Fueron a la izquierda y entraron en un reservado donde un hombre estaba sentado a la mesa con una tetera y una bandeja de pastas.
     Juan dijo el hombre y se levantó.
     John respondió Cabrillo y le tendió la mano.
     Esto es todo le indicó Fleming al agente, que salió del reservado y cerró la puerta.
    Fleming señaló una silla y Cabrillo se sentó. El director del MI5 le sirvió una taza de té y acercó una mano a la bandeja.
     Gracias, ya he comido. Cabrillo bebió un sorbo de té.
    Fleming miró fijamente a Cabrillo antes de hablar.
     Bueno, Juan, ¿quieres explicarme qué demonios están pensando?

    En la sala de conferencias no cabía un alfiler. Hanley fue el último en entrar. Se acercó al podio y abrió una carpeta.
     Esta es la situación hasta el momento. Hemos localizado la bomba en un sector del West End de Londres. Truitt estuvo en el edificio donde el principal sospechoso, Nabil Lababiti tiene alquilado un apartamento. Anoche vio a Lababiti en compañía de otro hombre cuando regresaron a altas horas de la noche. Truitt hizo un barrido con el contador Geiger pero no encontró ningún indicio de radiación. Ustedes actuarán como apoyo de Cabrillo que ya está en el lugar con Meadows y Seng. Truitt colocó un localizador en el Jaguar de Lababiti, y el coche no se ha movido.
     ¿Cuál se cree que es el horario? preguntó Ross.
     Seguimos trabajando con la hipótesis de que el ataque tendrá lugar a la medianoche, como un gesto simbólico.
     ¿Nos dirán cuáles serán nuestras tareas cuando lleguemos a Londres? quiso saber Murphy.
     Efectivamente. Cabrillo actuará en coordinación con el MI5. Ellos y Cabrillo os asignarán vuestros cometidos según el desarrollo de los acontecimientos.
    Sonó el busca de Hanley. Lo sacó del bolsillo y leyó el mensaje.
     Muy bien, chicos. Truitt ya ha llegado para llevaros a Londres. Está al pie de la pasarela. No olvidéis las cajas de puros que os ha preparado Nixon. Están apiladas a la entrada de la pasarela. ¿Alguna pregunta?
    Nadie habló.
     Entonces, buena suerte.
    Los seis salieron de la sala.

    Cabrillo acabó de informar a Fleming y bebió otro sorbo de té.
     Al primer ministro le costará mantener esto oculto del público comentó Fleming.
     Ya sabes que si el grupo Hammadi se da cuenta de que ha sido descubierto, detonarán la bomba en cualquier momento. Nuestra mejor oportunidad es intentar establecer contacto con la grabación de la voz de AlJalifa, o sencillamente esperar a que se muevan, seguirlos hasta la bomba, y entonces desactivarla.
     Tendríamos que cancelar el concierto dijo Fleming. Eso al menos reduciría el número de personas en la zona.
     Pero alertaría a los terroristas.
     Por lo menos tendremos que llevarnos a la familia real y al primer ministro a un lugar seguro.
     Si lo puedes hacer sin despertar sospechas, adelante.
     El príncipe Carlos será el encargado de presentar a Elton John pero podría pretextar una súbita indisposición.
     Utiliza un doble sugirió Cabrillo.
     Si el plan es detonar la bomba en el concierto y la bomba no está en el lugar, tendrán que llevarla hasta allí.
     Si mandas equipos con contadores Geiger a todas las zonas próximas al lugar del concierto y no encuentran ningún indicio de radiación, podremos asumir que el plan es llevar la bomba en un vehículo.
     Por lo tanto, si eliminamos las zonas próximas al concierto y no encontramos nada dijo Fleming lentamente, solo tendremos que controlar las calles que llevan a Mayfair y St. James.
     Así es. El tráfico ya está horroroso en la zona. No tienes más que aparcar camiones en las calles laterales preparados para cortarlas. No creo que lleguemos a tanto. Si estamos en lo cierto y Lababiti es quien tiene la bomba, sabemos que no se encuentra en el Jaguar pero no puede estar muy lejos. Creo que nuestra única esperanza es pegarnos a él como las moscas a la miel, y después detenerlo en el momento oportuno.
     Si nos equivocamos y no nos lleva hasta la bomba manifestó Fleming, la única manera de interceptarlo será en el anillo alrededor de Mayfair y St. James.
     Si sitúas tus camiones correctamente, no hay coche en el mundo que pueda pasar por esas calles.
     De acuerdo, pero ¿tendremos tiempo para desactivarla bomba?
     Cuanto más lejos del concierto la encontremos, más tiempo tendremos para desactivarla. Asegúrate de que tus hombres tengan diagramas para que sepan qué cables cortar para detener el temporizador.
     Dios, si supiéramos exactamente dónde está la bomba.
     Si lo supiéramos afirmó Cabrillo, todo esto sería infinitamente más fácil.




    40

    Era la mañana de fin de año, y Overholt informaba de las últimas novedades a su comandante en jefe.
     Esto es todo lo que tenemos, señor presidente.
     ¿Le ha ofrecido a los británicos toda nuestra ayuda?
     Por supuesto, señor. Fleming, el director del MI5, dijo que en estos momentos no podemos hacer nada más que tener a dos de nuestros expertos nucleares de la base aérea de Mindenhall a la espera.
     ¿Se ha ocupado de hacerlo?
     Los llevaron en helicóptero hace una hora. Están en Londres y supongo que ahora ya estarán en contacto con el MI5 y la Corporación.
     ¿Qué más podemos hacer?
     Llamé al Pentágono. Se encargarán de enviar personal médico y suministros si las cosas se ponen feas.
     Ordené que evacuaran a todo el personal no imprescindible déla embajada en Londres. Solo había unos pocos debido a las fiestas.
     No sé qué más podemos hacer dijo Overholt, más allá de rezar para que todo esto acabe bien.
    En Londres, Fleming estaba reunido con el primer ministro.
     Creo que no me he dejado nada dijo el director del MI5. Ahora solo nos queda evacuarlo a usted y a su familia.
     No soy de los que rehúyen una pelea replicó el primer ministro. Evacúe a mi familia, pero yo me quedo. Si esto acaba mal, no puedo dejar que mis compatriotas mueran cuando yo conocía la amenaza.
    La discusión duró unos minutos mientras Fleming intentaba convencerlo de que debía ir a un lugar seguro. El primer ministro se mantuvo firme en su decisión.
     Señor, convertirse en un mártir no ayudará en nada.
     Es verdad, pero me quedo.
     Entonces al menos permítanos que lo llevemos al refugio debajo del ministerio de Defensa. Está blindado y dispone de purificadores de aire.
    El primer ministro se levantó. La reunión había concluido, Asistiré al concierto anunció. Encárguese de la seguridad.
     Sí, señordijo Fleming, y salió del despacho.

    En una de las casas en la acera opuesta al edificio en la calle lateral que desembocaba en el Strand, habían instalado cuatro micrófonos parabólicos apuntados a las ventanas del apartamento de Lababiti. Captaban las vibraciones en los cristales y amplificaban los sonidos del interior hasta que el menor de ellos se escuchaba con absoluta claridad.
    Una docena de agentes del MI5 camuflados como taxistas recorrían con sus vehículos las calles aledañas, mientras otros se paraban a mirar los escaparates o comían en los restaurantes vecinos. En el vestíbulo del hotel al otro lado de la calle, delante mismo del apartamento, los agentes leían los periódicos, a la espera de que ocurriera algo.

    Truitt se levantó de su asiento detrás del conductor cuando el autocar se detuvo delante del Savoy. Había llamado a Cabrillo con el móvil y Meadows y Seng lo esperaban en la entrada.
    Truitt bajó del autocar, seguido por el resto del equipo, y caminó hacia la puerta del vestíbulo.
     Hemos quedado en reunimos en la habitación de Cabrillo dijo Meadows, que les abrió la puerta.
    A medida que entraban, Seng entregaba a cada uno la llave de su habitación. Unos minutos más tarde estaban apiñados en la suite del director de la Corporación. Cabrillo esperó a que todos estuviesen sentados, antes de dirigirles la palabra.
     El MI5 ha decidido que no se hará ningún intento por recuperar la bomba hasta que no se produzca un movimiento.
    Trabajaremos como grupo de apoyo por si se da el caso de que los terroristas consiguieran llevarla hasta algún punto próximo a la zona del concierto.
     ¿Qué sabemos del principal sospechoso en este momento? preguntó Murphy.
     Tenemos cuatro micrófonos parabólicos que apuntan a las ventanas del apartamento. Ahora mismo duermen.
     ¿Qué haremos nosotros? le preguntó Linda Ross.
     Cada uno de vosotros sabe cómo desactivar la bomba, así que estaréis distribuidos por las calles de acceso a la zona del concierto. Esperaremos allí a que nos avisen si nos necesitan.
    Cabrillo se acercó a un caballete que sostenía un tablero de corcho con una mapa de Londres de grandes dimensiones.
    Había un grupo de calles marcadas con rotulador amarillo.
     A partir del apartamento, estas son las rutas más probables. Creemos que, con independencia de donde esté la bomba ahora, quien la tenga pasará a recoger a Lababiti y al otro hombre para poder entre todos colocar la bomba en el con cierto.
     ¿Crees que colocarán la bomba en algún lugar poco visible, pondrán el temporizador en marcha y después se darán a la fuga? preguntó Kasim.
     Eso es lo que deseamos que ocurra admitió Cabrillo. Este tipo de bomba tiene un interruptor que tarda die?
    minutos en activarse desde que se monta hasta que se produce la detonación para impedir un estallido prematuro.
     Así que no basta con apretar el interruptor para que se inicie el proceso de fisión dijo Huxley.
     Efectivamente. Las bombas rusas son similares a las nuestras en este procedimiento; necesitan una serie de pasos antes de que el artefacto sea operativo. Creemos que la bomba que compraron es una «bomba de bolsillo» diseñada para una destrucción localizada. La bomba cabe en un cajón de un metro cincuenta por noventa centímetros de ancho y novena de alto.
     ¿Cuánta pesa? preguntó Franklin Lincoln.
     Un poco menos de doscientos kilos.
     Por lo tanto sabemos que no la podrán cargar a mano o transportarla en una bicicleta manifestó Peter Jones.
     Necesitarán de algún tipo de vehículo dijo Cabrillo.
    Eso significa que tendrán que circular por las calles. Señalo el edificio en el mapa. Desde el apartamento pueden optar por dos caminos. El primero está directamente detrás de nosotros. Por Savoy Street hacia el Támesis, después por Victorá Embankment hacia el sur. Una vez allí, tienen varias opciones Doblar en Northumberland Avenue y seguir hasta el Mall, o continuar por Bridge Street y Great George Street, para tomar por Birdcage Walk. La segunda posibilidad es que el conductor siga recto por el Strand hasta el Malí, pero eso lo llevaría a pasar por Charing Cross y Trafalgar Square, donde por lo general se producen atascos. También hay una tercera, que sería utilizar las calles laterales para seguir una ruta que, si bien no es directa, sería más difícil de descubrir. Pero esto ya es entrar en el terreno de las adivinanzas.
     ¿Qué te dice el instinto, jefe? preguntó Truitt.
     No creo que transporten la bomba desde algún otro lugar de Londres. Creo que está cerca del apartamento. El punto de partida tiene que ser ese o algún lugar muy próximo; si yo fuese el conductor, querría llegar lo antes posible y después alejarme todo lo que pudiese de la zona de la explosión. Iría por Victoria Embankment, llegaría hasta el parque donde se celebra el concierto, pondría en marcha la secuencia de detonación y me largaría siempre atento al reloj. A los nueve minutos me refugiaría en el edificio que me pareciera más resistente.
     ¿Hasta dónde se extiende la zona del estallido primario?
     quiso saber Truitt.
    Cabrillo cogió el rotulador y trazó un círculo. Por el norte pasaba por la A40 y Paddington, al sur por Chelsea casi hasta el Támesis. En el lado este estaba Piccadilly Circus, y al oeste incluía Kensington y Notting Hill.
     Dentro de este círculo no quedará nada. En un diámetro de un killómetro y medio fuera del círculo, todo incluyendo la mayoría de los edificios del gobierno británico, sufrirá graves daños; en otro círculo de ocho kilómetros desde el centro de la explosión, los daños serán graves y la lluvia radiactiva muy fuerte.
    Todos miraron el mapa.
     Eso abarca casi todo Londres comentó Murphy.
    Cabrillo asintió con un gesto.
     Y todos nosotros acabaremos convertidos en tostadas señaló Huxley.
     ¿Tostadas es un término médico? preguntó Jones.

    Larry King fue hasta el campo cercano al Oregon donde Adams había aterrizado con el Robinson. Se agachó para pro tegerse de las aspas, abrió la puerta trasera y cargó el estuche con el fusil y varias cajas; después cerró la puerta, abrió la del pasajero y subió al aparato. Se colocó los auriculares, cerró la puerta y puso el seguro antes de hablar.
     Buenos días, George dijo lacónicamente.
     ¿Qué tal, Larry? respondió Adams. Tiró del colectivo para despegar, y luego empujó el cíclico para iniciar el vuelo hacia delante.
     Hace un bonito día para salir a cazar comentó Kine mientras observaba el paisaje.
    Hanley había conseguido la autorización para que aterrizaran en la azotea de un banco que estaba cerrado por las fiestas. El helipuerto lo utilizaban los helicópteros que hacían las recogidas nocturnas y los repartos durante la semana.
    Pero antes tenían que llevar algo a Battersea Park.

    Meadows, Seng y Truitt esperaban en el Range Rover, con las miradas puestas en el cielo. Meadows fue el primero en ver al Robinson y se volvió en el asiento para dirigirse a Truitt.
     Majestad, ya llega su cara.
    Reemplazar al príncipe Carlos por Truitt había sido idea de Cabrillo y Fleming la había aceptado. En primer lugar, el taller de magia del Oregon tenía todo lo necesario para fabricar una máscara de látex que reprodujera las facciones del príncipe y, además, que fuese a la medida de cualquier miembro del equipo de la Corporación, gracias a los escaneados de sus rostros que Nixon tenía archivados en el ordenador. En segundo lugar, Cabrillo quería que alguien muy templado hiciera la sustitución y sabía que Truitt era el más indicado. En tercer lugar, Truitt era quien más se parecía al heredero del trono en talla y estatura.
     Excelente. ¿Por qué alguno de vosotros, plebeyos, no va a buscarla? Afuera hace frío y hay mucha humedad, y aquí estoy muy cómodo y caliente.
    Meadows se echó a reír. Bajó del coche, corrió hasta el helicóptero y recogió la caja con la máscara que le dio King.
    Volvió al Range Rover y se volvió para mirar el despegue del Robinson.
    Adams cruzó de nuevo el Támesis y voló hacia el norte hasta Westminster. Allí, un poco más de allá de Palace Street, vio la terraza del banco y aterrizó en el helipuerto. King esperó a que se detuvieran los rotores para bajar del helicóptero. Caminó hasta el parapeto que rodeaba la terraza. A lo lejos, por el noroeste, vio el Buckingham Palace Garden y Hyde Park al norte.
    Los vendedores ambulantes ya se preparaban para atender al público asistente al concierto.
    El camión de la heladería Ben & Jerry no tenía ningún atractivo, pero sí el puesto de Starbuck. King volvió al helicóptero y sonrió a Adams.
     Hay comida, botellas de agua y gaseosa; también hay termos con café preparados por la cocina en una de esas bolsas dijo al tiempo que señalaba el asiento trasero. En la otra hay libros y revistas.
     ¿Cuánto tiempo crees que tendremos que esperar?
     preguntó el piloto.
    King consultó su reloj. Eran las diez de la mañana.
     Como máximo catorce horas. Confiemos en que la encontrarán antes.
    En el Savoy, el equipo se vestía con las prendas que había comprado Truitt. Uno tras otro volvieron a la suite de Cabrillo para recibir las últimas órdenes. Todos iban equipados con microrradios de alta potencia con auriculares y micrófonos Los transmisores los llevaban colgados del cuello. Para transmitir solo tenían que acercar los dedos a la garganta y apretar el interruptor para que todos los demás los escucharan.
    Los tres equipos de dos personas cada uno formarían un semicírculo alrededor de Green Park con el lado cerrado cerca del Strand y el abierto de cara a Green Park y St. James's Park. Más al noroeste, Kasim y Ross ocuparían su posición en Picadilly entre Dober y Berkley Street. Salieron del Savoy y un coche conducido por un agente del MI5 los llevó hasta el lugar. En el centro del semicírculo se encontraban Jones y Huxley. Les habían asignado una posición al otro lado de la calle, delante mismo de Trafalgar Square, cerca de la boca del metro de Charing Cross. Si transportaban la bomba por el Strand, pasaría por delante de ellos. El último equipo, integrado por Murphy y Lincoln, se apostó delante de la sala del gabinete de guerra en Great George Street y House Guards Road.
    Si la bomba venía por Victoria Embankment, ellos serían los encargados de interceptarla. Según el lugar donde estuviesen, podrían tener un tiro despejado a través de St. James's Park, Dado que solo dispondrían de una oportunidad, Murphy llevaba una bolsa llena de misiles de mano, fusiles y granadas de humo. Los otros equipos llevaban pistolas, cuchillos y erizos que destruirían los neumáticos de cualquier vehículo.
    Cabrillo permanecería cerca del apartamento. Había agentes del MI5 por todas partes. La mañana dio paso a la tarde sin que se produjese ninguna novedad.




    41

    Lababiti era un mujeriego y un sinvergüenza pero también era un terrorista muy bien entrenado. Este era el día crítico y no dejaba nada al azar. Despertó a Amad pasado el mediodía, le tapó la boca con la mano y sostuvo una hoja de papel delante de los ojos del yemení. La nota decía: «A partir de este momento, silencio absoluto. Nos comunicaremos por escrito».
    Amad asintió y se sentó en la cama.
    Cogió el cuaderno y el boli que le ofreció Lababiti, y garrapateó una pregunta:
    «¿Nos escuchan los infieles?».
    «Nunca se sabe», fue la respuesta.
    Durante los horas siguientes los dos hombres intercambiaron mensajes. Lababiti le explicó el plan y contestó a todas las dudas de Amad hasta que quedó bien clara la misión. Había oscurecido para el momento en que Lababiti escribió el último mensaje:
    «Me marcharé dentro de muy poco. Ya sabes dónde está la espada de Alá y lo que debes hacer con ella. Buena suerte en tu viaje».
    Amad tragó saliva y asintió. Le temblaban las manos cuando Lababiti le sirvió una copa de arak para que se tranquilizara. Solo unos pocos minutos más tarde Cabrillo decidió finalmente utilizar el teléfono de AlJalifa para llamar al aparta mentó. Pero los ocupantes no rompieron el silencio. El teléfono sonó cuatro veces antes de que se conectara el contestador automático. Cabrillo prefirió no dejar ningún mensaje.
    El tan cacareado as en la manga de la Corporación resultó un fracaso.

     Capto movimientos anunció a través de la radio uno de los agentes del MI5 encargado de los micrófonos parabólicos Faltaba muy poco para las nueve de la noche y habían comenzado a caer los primeros copos de nieve. La temperatura no era de cero grados, y la nieve no llegaba a cuajar; solo mojaba las calles. Si la temperatura bajaba más, entonces sí que la nieve complicaría las cosas. Los edificios más altos comenzaban a blanquearse y nubes de vapor escapaban de los numerosos respiraderos. Las decoraciones navideñas de los escaparates daban un toque festivo a la escena, y en las calles aumentaba la cantidad de gente.
    Excepto por el hecho de que había una bomba nuclear cerca, todo estaba tranquilo.

    Lababiti bajó en el ascensor. Le había dicho a Amad cómo se entraba en el local de alquiler; el vehículo que utilizaría para transportar la bomba tenía el depósito de gasolina lleno y le habían hecho una puesta a punto la semana pasada. El yemení sabía cómo activar el temporizados Ya no tenía nada más que hacer.
    Nada más excepto huir.
    El plan de Lababiti era sencillo. Cruzaría la ciudad en el Jaguar hasta la M20. Tardaría aproximadamente cuarenta y cinco minutos. Una vez en la autopista iría hacia el sur hasta la eestación de ferrocarril de Folkestone, que estaba a unos noventa kilómetros. Llegaría media hora antes de la hora de partida, allí cargaría el coche en el tren que salía a las once y media de la noche.
    El convoy saldría del túnel que cruzaba el canal de la Mancha a la medianoche y cinco minutos más tarde llegaría a Coquelles, cerca de Calais. Lababiti evitaría el riesgo de quedarse atrapado si el túnel se hundía con la explosión, pero aún tendría tiempo de ver a través de la ventanilla la enorme bola de fuego.
    Era una fuga muy bien planeada.
    Lababiti no sabía que varias docenas de agentes del MI5 y la Corporación vigilaban cada uno de sus movimientos. Él era la liebre y los sabuesos estaban cada vez más cerca.
    Lababiti salió del ascensor, cruzó el vestíbulo y abandonó el edificio. Miró a un lado y otro pero no vio nada extraño.
    Aparte de la persistente sensación de que unos ojos invisibles lo vigilaban, se sentía muy seguro y tranquilo. La sensación no era más que una paranoia, pensó; el peso de saber la magnitud de la catástrofe que se produciría. Se olvidó de todo cuando abrió la puerta del Jaguar y se sentó al volante.
    Arrancó el motor, esperó un par de minutos a que se calentara y después se puso en marcha. Llegó al cruce con el Strand y giró a la derecha.
     Tengo la señal de rastreo comunicó uno de los agentes británicos.

    El emisor que Truitt había adherido al depósito de combustible funcionaba a la perfección.
    Fleming y Cabrillo, que se encontraban cerca de la entrada del Savoy, vieron el Jaguar que esperaba para girar por el Strand. Fleming se volvió para transmitir una orden.
     Equipos cuatro y cinco. Seguidlo.
    El Jaguar giró. Un taxi aparcado cerca de la esquina arrancó inmediatamente. Lababiti pasó una calle más allá junto a una pequeña furgoneta con el logotipo de una compañía de transporte. La furgoneta se unió al tráfico y se colocó un para de coches por detrás del Jaguar.
     El Jaguar está limpio. No lleva la bomba le comentó Fleming a Cabrillo. ¿Adonde crees que va ese tipo?
     Se larga respondió Cabrillo. Ha dejado al chico para que haga el trabajo de un hombre.
     ¿Cuándo debemos ordenar que lo intercepten? preguntó Fleming.
     Deja que llegue a su destino. El aeropuerto, la estación de ferrocarril, el que sea. Después ordena a tus hombres que lo detengan. Que se aseguren de que no tenga ninguna oportunidad de hacer una llamada antes de pillarlo.
     ¿Qué hacemos después?
     Manda que lo traigan aquí respondió Cabrillo con una voz que heló aún más el aire gélido. No podemos permitir que se pierda la fiesta.
     Brillante afirmó Fleming.
     Veamos hasta qué punto está dispuesto a morir por Alá.

    La tensión crecía por momentos a medida que se acercaba la medianoche.
    Los micrófonos que apuntaban a las ventanas del apartamento de Lababiti recogían las palabras de Amad, que rezaba. Fleming se encontraba en el hotel al otro lado de la calle con una docena de hombres del MI5. Los tres equipos de la Corporación llevaban en sus puestos poco más de trece horas. Comenzaban a cansarse de la espera. Cabrillo se paseaba muy cerca de Bedford Street; había pasado por delante de la tienda de las motocicletas clásicas, un restaurante de comida india y un mercadillo un centenar de veces.
     Tenemos que entrar le dijo uno de los agentes a Fleming¿Qué pasará si la bomba se encuentra a unas pocas calles de aquí y algún otro ha puesto en marcha el temporizador?
    No lo encontramos y Londres se convierte en cenizas. Esperaremos. No podemos hacer nada más.
    Otro agente del MI5 entró en el vestíbulo.
     Señor, ahora tenemos veinte coches en las calles cercanas. En cuanto el sospechoso se monte en un vehículo, el que sea, podremos detener el tráfico en un instante.
     ¿Los expertos encargados de desactivar la bomba están aquí?
     Hay cuatro de los nuestros y dos de la fuerza aérea norteamericana.
    En aquel instante Amad acabó de rezar y el micrófono captó el ruido de sus pasos en el apartamento.
     Se mueve comunicó Fleming por la radio a las docenas de hombres que esperaban. No hagáis nada hasta que llegue a su destino.
    Fleming rezó para que todo esto se acabara cuanto antes.
    Faltaban once minutos para la medianoche.

    Los agentes del MI5 rodeaban toda la manzana donde estaba el edificio de apartamentos. Habían colocado localizadores y equipos que interrumpían los circuitos eléctricos en todos y cada uno de los coches aparcados. A todos los habían examinado con un contador Geiger sin encontrar rastros de radiación.
    La opinión unánime era que Amad iría hasta algún otro lugar para recoger la bomba.
    Pero el artefacto nuclear estaba ahora mismo en la planta baja, colocado en el sidecar de una moto Ural de fabricación rusa; idéntica a la que Amad había aprendido a conducir enun campo de entrenamiento en Yemen.

    En el mismo momento en que se abrió la puerta del apartamento y Amad salió al pasillo, un agente del MI5 entró en el vestíbulo y se acercó al ascensor para mirar las luces indicadoras de los pisos. El ascensor subió hasta el piso de Lababiti luego bajó y se detuvo en el segundo piso.
    El agente transmitió la información y luego se apresuró a salir del edificio. Todos los que le habían escuchado se prepararon para entrar en acción. Había llegado la hora y este era el lugar.

    El consumo de comida y bebida y el ambiente de fiesta no había disminuido ni un ápice a pesar del frío y la nieve. Toda la zona alrededor de Hyde Park y Green Park estaba abarrotada de un público dispuesto a pasárselo a lo grande. Detrás del escenario, un enviado del MI5 le explicaba a una estrella del rock la cruda realidad.
     Tendrían que habernos avisado antes protestó furioso su representante, para que pudiéramos cancelar el concierto, Ya te lo ha explicado dijo Elton John. Hubiese alertado a los terroristas.
    Vestido con un mono de lentejuelas amarillas, gafas de sol con pedrería en la montura y botas negras de plataforma con luces en las suelas, hubiese sido muy fácil confundir a John con cualquiera de esos músicos a los que todo se les consentía y vivían con toda clase de refinamientos. La realidad era otra muy distinta. Reginald Dwight se había ganado la fama con talento, perseverancia y décadas de trabajo duro. Nadie podía estar en lo más alto de las listas de éxito década tras década sin ser un tipo duro y con los pies bien plantados en el suelo.
    Elton John era un superviviente.
     Han evacuado a la familia real, ¿no? preguntó el astro.
     Señor Truitt, entre por favor gritó el hombre del MI5.
    Truitt abrió la puerta de la caravana y entró.
     El es quien suplantará al príncipe Carlos explicó el enviado.
    John miró a Truitt y sonrió.
     Un parecido sorprendente comentó.
     Señor, quiero que sepa que recuperaremos la bomba y la desactivaremos antes de que ocurra nada manifestó Truitt. Le agradecemos que esté dispuesto a seguir adelante con el concierto.
     Tengo fe en el MI5 afirmó John.
     Él pertenece al MI5 le aclaró Truitt. Yo pertenezco a un grupo que se llama la Corporación.
     ¿La Corporación? ¿Qué es eso?
     Somos espías privados.
     Espías privados, vaya, vaya. John sacudió la cabeza. ¿Son buenos?
     Tenemos un récord del cien por cien de éxitos.
    John se levantó de su silla. Era la hora de subir al escenario.
     Hágame un favor dijo, esta noche intente batirlo.
    Truitt asintió.
    John ya salía cuando se detuvo.
     Avisen a los cámaras que no hagan primeros planos del príncipe. Los malos podrían estar mirando la tele.
     ¿Vas a salir? preguntó su representante, incrédulo.
     ¿Tú qué crees? Hay miles de compatriotas que han venido a ver el espectáculo. Si estos hombres hizo un gesto que abarcó a Truitt y al enviado del MI5 no solucionan el problema, me iré cantando.
    Truitt sonrió y siguió a John.

    Hay seis maneras de entrar en una habitación. Cuatro paredes, el suelo, o el techo. Amad utilizaba este último. Al final del pasillo del segundo piso del edificio había un pequeño cuarto de la limpieza. Dos meses antes, Lababiti había serrado el suelo de madera por los bordes. Después de quitarlo para dejar al descubierto el cielo raso de la planta inferior, había abierto un agujero de sesenta centímetros de diámetro que daba al local vacío. Entre el cielo raso y el suelo del cuarto había ocultado una escala de cuerda. Luego había bajado al local para colocar el trozo cortado en el agujero y lo había sujetado con unas grapas. Por último, había regresado a la planta superior para colocar el suelo y rellenar las juntas con pasta de madera, con lo que había acabado el trabajo.
    Amad abrió la puerta del cuarto con la copia de la llave que le había dado Lababiti.

    Con la puerta abierta y el pasillo desierto, Amad metió la punta de un destornillador en la junta y levantó el suelo cortado, Dejó el trozo contra la pared, entró en el cuarto y cerró la puerta. Sacó del bolsillo una par de ganchos y los atornilló a la pared; a continuación sujetó la escala de cuerda a los ganchos. El paso siguiente fue levantar el trozo circular del cielo raso y dejarlo a un lado.
    Ahora no tuvo más que lanzar la escala por el agujero y bajar.
    Todos los agentes del MI5 apostados en las azoteas mantenían las miras enfocadas al segundo piso.
     Nada fueron comunicando uno tras otro.
    El agente que antes había estado en el vestíbulo, entró de nuevo. Fue hasta el ascensor; vio que la luz del indicador continuaba encendida en el segundo piso.
     Sigue en el dos le informó a Fleming.
    En el hotel al otro lado de la calle, Fleming consultó su reloj. Habían pasado cuatro minutos desde que el sospechoso había detenido el ascensor en el segundo piso.
     Suba por las escaleras le ordenó al agente.

    Amad leyó las instrucciones escritas en árabe y levantó la tapa del mecanismo de detonación. Los símbolos eran cirílicos pero el diagrama que le habían dado era muy claro. Amad movió el interruptor y comenzó a parpadear un piloto. Giró la perilla hasta el número cinco.
    Después se montó en el sillín de la Ural y puso en marcha el motor. Luego acercó la mano al mando a distancia de la puerta del garaje y apretó el botón. Puso primera y salió del garaje a una velocidad de veinte kilómetros por hora mientras la puerta subía hasta un metro ochenta de altura y continuaba subiendo.
    Todo comenzó a suceder a la vez.

    El agente llegó al segundo piso y comunicó que estaba vacío en el mismo instante en que comenzaba a abrirse la puerta del garaje.
     Se abre la puerta del garaje informó Fleming a sus hombres mientras corría a través del vestíbulo.
    Estaba muy cerca de la puerta cuando la moto pasó como una tromba. En un par de segundos Amad llegó a la esquina con el Strand.
     El sospechoso va en una moto gritó Fleming en la radio.
    Los tiradores siguieron a Amad a través de las miras telescópicas, pero giró antes de que recibieran la orden de disparar.
    En el Strand, tres taxis conducidos por agentes del Ml5 escucharon el aviso. Arrancaron para cruzar los vehículos en la calzada y cerrarle el paso a la Ural. Amad se subió a la acera para esquivarlos, volvió a la calzada y aceleró a fondo. A toda velocidad avanzó entre los coches como una anguila.
    Más adelante, un camión con un agente del MI5 al volante avanzó para cortarle el paso, pero Amad consiguió pasar cuando aun quedaba un poco de espacio.
    Me han descubierto, pensó. Ahora no tenía más que llevar la bomba hasta el punto señalado o morir en el intento. De las dos maneras él se convertiría en un mártir y Londres en una hoguera.

    A Cabrillo le bastó con una ojeada para ver cómo los vehículos del MI5 fracasaban en el intento de cortarle el paso al terrorista. No habían pensado en que el sospechoso fuera a utilizar una moto, y eso había dado al traste con todo el dispositivo. Solo se podía hacer una cosa y Cabrillo no vaciló.
    Levantó un pesado exhibidor de periódicos que había en la acera y lo arrojó contra la vidriera del local de las motos. Comenzó a sonar la alarma antirrobos. Cabrillo se abrió paso entre los cristales rotos. La Vincent Black Shadow modelo 1952 en exhibición tenía la llave puesta en el contacto. Apartó con la bota los trozos de cristal del marco, luego pisó con fuerza el pedal de arranque y el motor arrancó en el acto con un poderoso rugido. Levantó la rueda delantera para pasar por encima del marco y apoyarla, en la acera.
    Amad pasó por delante del local y se alejó por el Strand.
    Cabrillo se lanzó en su persecución. La Ural era veloz, pero no había ninguna moto comparable a la Black Shadow.
    Si la moto rusa no le hubiese llevado una manzana de ventaja, la Shadow la hubiese alcanzado en cuestión de segundos.

     El sospechoso va por el Strand en una motocicleta verde oscuro con sidecar avisó Fleming a todos los agentes Lleva la bomba a bordo. Repito, lleva la bomba en el sidecar.
    El Robinson despegó en el acto. Cerca de la estación de Trafalgar, Jones y Huxley desenfundaron las armas y se colocaron en posición de tiro, pero los centenares de personas que se movían a su alrededor reducían las posibilidades de un disparo limpio. Delante del edificio de la sala del gabinete de guerra, Murphy y Lincoln se despreocuparon de Victoria Embankment y apuntaron hacia Hyde y Green Park. En Piccadilly Street, Kasim y Ross se separaran para cubrir los dos extremos de la calle.

    Truitt permaneció entre bambalinas, apartado de los demás, hasta que fue la hora de acercarse al micrófono.
     Ahora le dijo el representante de John.
    Truitt miró al agente del MI5, pero hablaba por la radio, así que salió al. escenario y fue hasta el micrófono.
     Damas y caballeros, demos la bienvenida al Año Nuevo con el músico favorito de Inglaterra, sir Elton John.
    El reflector que iluminaba a Truitt era la única luz en el escenario. Luego se apagó y se encendió otro que alumbraba a Elton John sentado al piano. Vestía el mono de lentejuelas amarillas y llevaba un casco del ejército británico.
    Sonaron los primeros acordes de «Saturday Night's Alright for Fighting» y John comenzó a cantar.
    Truitt abandonó el escenario y se acercó al hombre del Ml5.
     Viene para aquí en una moto le informó el agente.
     Voy a mezclarle con la muchedumbre dijo Truitt.

    La Ural pasó por delante de la columna de Nelson con la Vincent Black Shadow pegada a la rueda trasera. Cabrillo quería desabrocharse el abrigo para desenfundar la pistola, pero no podía apartar las manos del manillar. Aceleró un poco más y la Vincent se puso a la par de la moto rusa cuando pasaron por Charing Cross. Huxley y Jones corrieron al centro de la calzada con la intención de disparar. Sin embargo tuvieron que desistir ante el riesgo de alcanzar a Cabrillo o a cualquiera del público.
    En el cruce del Strand con Cockspur Street, Cabrillo acercó la moto y le propinó un violento puntapié a Amad. El yemení se tambaleó pero no perdió el control de la Ural.
     Van directamente hacia el Malí comunicó Jones por la radio.
    Kasim y Ross echaron a correr por Queen's Walk en dirección al concierto.
    Murphy podía ponerse nervioso en algunas circunstancias, pero con un fusil en las manos mostraba una serenidad absoluta. Lincoln le hacía de observador y estaba atento a la aparición de la moto.
     El único tiro limpio es entre los árboles cuando llegue al monumento de la reina Victoria dijo Lincoln.
     ¿El giro de la rotonda va en el sentido de las agujas del reloj? preguntó Murphy.
     Así es.
     Acabaré con ese cabrón cuando aminore para dar la vuelta; al estilo JFK prometió Murphy.
     Ahí vienen anunció Lincoln, que acababa de ver las ruedas delanteras de las motos.

    Adams viró a la izquierda por encima de los edificios del Almirantazgo y sobrevoló el Malí detrás de las motos.
     Cabeza y hombros dijo King.
     ¿Champú? preguntó Adams.
     No, es donde le dispararé a ese hijoputa.
    Enfocó a Amad con la mira telescópica y soltó la respiración. El viento helado que entraba en la cabina del helicóptero le hacía llorar los ojos, pero King ni se dio cuenta.

    Cabrillo miró adelante. Había una hilera de tenderetes alrededor del monumento de la reina Victoria. Se aproximaban a la zona del concierto. Se acercó un poco más a la Ural para saltar sobre Amad.

     Cuatro, tres, dos, uno contó Lincoln.
    Murphy apretó el gatillo al mismo tiempo que King disparaba desde el helicóptero. Amad ya casi había llegado a la rotonda cuando un surtidor de sangre le brotó de la cabeza y otro entre los omóplatos. Ya estaba muerto cuando Cabrillo saltó de la Vincent. Sus brazos se cerraron sobre un cadáver.
    La Vincent sin su conductor se tumbó sobre el pavimento y resbaló en medio de una nube de chispas hasta que se detuvo contra el bordillo. Cabrillo lanzó el cadáver de Amad al suelo y después apretó el embrague para quitar la marcha y luego los frenos. La moto se detuvo violentamente a unos pocos metros del primer tenderete.
    Cabrillo miró el temporizador. Habían pasado dos minutos de la cuenta atrás.
    Truitt no había dado más que unos pocos pasos entre la multitud cuando comprendió que debía quitarse la máscara.
    La gente quería tocarlo al creer que se trataba del verdadero príncipe Carlos. En cuanto se la quitó, se apartaron.
     Cabrillo tiene el control de la bomba en el monumento a la reina Victoria informó Lincoln a través de la radio.
    Los gritos de alegría se escucharon por todas partes mientras los equipos del MI5 en los coches camuflados colocaban las sirenas y se dirigían al lugar. Los camiones se situaron en posición para cortar el tráfico y sonó el aullido de una sirena de ataques aéreos. Truitt corrió a reunirse con Cabrillo que cortaba uno de los cables del temporizador con unos alicates, Todavía está activa gritó Cabrillo al verlo aparecer.
    Truitt miró en derredor. Había un camión de la heladería Ben & Jerry aparcado. Se acercó sin perder ni un segundo y abrió la puerta trasera. El conductor intentó protestar pero Truitt ya estaba en el interior. Cogió un trozo de hielo seco con las manos enguantadas, y volvió al otro lado de la calle donde Cabrillo desmontaba el cono de la bomba.
    Cabrillo retiraba el cono cuando llegó Truitt.
     Intentemos congelar el disparador dijo Truitt.
    Faltaban ochenta segundos para el estallido.
     Adelante gritó Cabrillo.
    Los guantes de Truitt se habían pegado al trozo de hielo y había perdido toda sensación en las manos. Arrojó el trozo con los guantes sobre el disparador y luego metió las manos debajo de las axilas para calentárselas. El temporizador se detuvo casi en el acto.
    Cabrillo miró a Truitt con una gran sonrisa.
     Me sorprende que haya salido bien.
     La necesidad aguza el ingenio respondió Truitt, que temblaba como un azogado.
    Cabrillo asintió con un gesto.
     Necesito que vengan los expertos pidió a través de la radio.
    Los fuegos de artificio comenzaron a estallar en el cielo de Londres para recibir al Año Nuevo.
    Al cabo de dos minutos llegó un coche con un experto británico y casi al mismo tiempo otro con el técnico de la fuerza aérea norteamericana. En cinco minutos los dos hombres habían retirado el mecanismo del disparador. Ahora la bomba no era más que una carcasa con una carga de uranio enriquecido.
    Le habían arrancado el corazón, y con él su capacidad de sembrar la muerte y la destrucción.

    Mientras los expertos se ocupaban de la bomba, Cabrillo y Truitt se acercaron al cadáver de Amad, que yacía en el suelo en medio de un gran charco de sangre. Escucharon el aviso de que habían detenido a Lababiti y que estaba siendo trasladado a Londres en helicóptero. Elton John continuaba con el recital. Los agentes del MI5 y soldados acordonaban el lugar; la mayoría de los espectadores ni se enteraron de lo sucedido.
     No era más que un crío comentó Cabrillo.
    Truitt asintió.
     Será mejor que vayas a que te curen las manos añadió Cabrillo.
    Kasim y Ross, que había llegado poco después de que quitaran el disparador, levantaron la Black Shadow y la empujaron hacia donde estaba Cabrillo. La moto había sufrido grandes desperfectos. El depósito de combustible y los paneles laterales aplastados, el manillar torcido, un neumático destrozado.
    Una muy bella joya de la historia de las motos convertida en chatarra. Cabrillo le echó un vistazo y meneó la cabeza.
     Quiero que vayáis a la tienda le dijo a Ross y Ka sim, y paguéis lo que os pidan. Luego preguntad adonde la podemos enviar para que la reparen.
     ¿Te la quedarás, jefe? preguntó Ross.
     Por supuesto.
    En aquel momento apareció Fleming y Cabrillo fue a su encuentro para informarle de lo ocurrido. Lababiti no tardaría en llegar al centro de Londres, pero pasarían semanas antes de que rellenara los huecos.




    SEGUNDA PARTE


    42

    A bordo de la fragata lanzamisiles de la armada estadounidense, Scott Thompson y su equipo del Free Enterprise seguían sin decir palabra. Aunque después de entregarse habían sido interrogados a fondo por el comandante de la nave, ninguno había cedido.
    En el puente de mando, el comandante Timothy Gant esperaba la llegada de un helicóptero. El cielo estaba encapotado y el viento arrastraba la espuma blanca de las olas. En la pantalla del radar un punto luminoso indicaba la presencia del helicóptero.
     Está en la maniobra de aproximación, señor avisó el timonel. Viento de veinte a treinta nudos rolando del norte al noroeste.
     Que lo amarren en cuanto aterrice le ordenó Gant al contramaestre encargado de las operaciones en cubierta.
     Recibido, señor.
    El helicóptero apareció entre la bruma con todas las luces de navegación encendidas. Venía en línea recta hacia el navío y no parecía que fuese a disminuir la velocidad.
     Entro a tope comunicó el piloto.
    Se encontraba a unos treinta metros cuando redujo bruscamente la velocidad. Se situó en la vertical y cuando bajó un tercio de la altura advirtió a los hombres con las linternas.
    Luego vio el espacio despejado en la cubierta y prácticamente se dejó caer. En cuanto los patines tocaron el suelo, cuatro marineros corrieron agachados para evitar las palas y los amarraron con cadenas. Aún no se habían detenido los rotores cuando un hombre con un maletín descendió del helicóptero y caminó hacia el puente. Gant bajó a recibirlo.
     Pase, hace un tiempo de perros le dijo y se presentó: Soy el comandante Timothy Gant.
    El hombre era alto, delgado, con el rostro picado de viruela y la nariz ganchuda.
     Doctor Jack Berg, de la Agencia Central de Inteligencia.
     Los prisioneros no han dicho nada en los interrogatorios explicó Gant, y llevó a Berg hacia el calabozo.
     No se preocupe manifestó Berg en voz baja. Por eso estoy aquí.

    Encontrar a un técnico para que reparara la sierra durante las vacaciones había sido una misión imposible. Finalmente, Dwyer había entrado en la cámara de aislamiento vestido con un traje aislante y la había reparado él mismo. La avería había resultado ser de muy poca importancia: la correa que hacía girar la sierra se había salido de lugar y bastó con ponerla en el volante y tensarla. Después de comprobar que funcionaba correctamente, Dwyer salió por la esclusa estanca, lavó el traje en la ducha química, se lo quitó, lo colgó de un gancho, y regresó a la sala de control.
    El técnico que atendía los indicadores se volvió.
     No hay fugas informó. Veo que ha conseguido arreglar la sierra.
    Dwyer asintió. Luego apretó el interruptor para poner en marcha la sierra. En cuanto el disco comenzó a girar, cogió el mando a distancia y acercó la sierra a la muestra recogida en el cráter de Arizona. Los dientes mordieron el trozo, del tamaño de un limón, y las chispas comenzaron a volar como las estelas luminosas de los cohetes del Cuatro de Julio.
    Ya había cortado casi hasta la mitad cuando sonó la alarma.
     Presión negativa gritó el técnico.
     Añada aire ordenó Dwyer.
    El técnico giró el mando de una válvula y miró el indicador de presión en el panel.
     Continúa bajando.
    En el interior de la cámara comenzaron a formarse vórtices como pequeños tornados. Varias de las muestras se levantaron en el aire y se movieron como si carecieran de peso, mientras que la llave inglesa que Dwyer había dejado en el interior se separó del banco de trabajo y flotó junto a la sierra. Era como si hubiesen puesto en marcha un gigantesco extractor para producir el vacío.
     Entrada de aire al máximo dijo Dwyer.
    El técnico obedeció en el acto. Así y todo, la presión negativa continuó aumentado.
    La capa interior del cristal blindado que separaba la cámara de la sala de control comenzó a resquebrajarse. Si se rompía la exterior, Dwyer y el técnico morirían. El científico se apresuró a colocar las tapas que cerraban los orificios por donde se metían los brazos en los guantes de Kevlar y aseguró los cerrojos. El banco de trabajo estaba sujeto al suelo con pernos de dos centímetros de diámetro. Uno de ellos se soltó y el banco comenzó a sacudirse a medida que se aflojaban los demás.

     Señor, vamos a perderlo anunció el técnico. Estamos al máximo de presión positiva y el vacío aumenta.
    Dwyer observó la muestra. Solo quedaban unos segundos antes de que se produjera una catástrofe. Cuando comprendió lo que estaba ocurriendo, se estremeció como si le hubiesen dado un puñetazo. Se acercó al panel de control y apretó el interruptor del láser. El rayo comenzó a moverse en todas las direcciones y la cámara se llenó de humo. En uno de los movimientos tocó la muestra, que se encendió.
     La presión está subiendo comunicó el técnico.
     Cierre la entrada de aire.
    Los objetos cayeron al suelo a medida que se restablecía la presión. Unos pocos minutos después, todo había vuelto a la normalidad. Dwyer apagó el láser y echó un vistazo a la cámara.
     ¿Señor, le importaría explicarme qué ha pasado?
     Creo que hay algo en las muestras que gusta del sabor de nuestra atmósfera.
     Dios bendito murmuró el técnico.
     Afortunadamente para nosotros añadió Dwyer, acabamos de encontrar la enfermedad y la cura.
     ¿Hay más de eso ahí afuera?
     Cincuenta kilos.

    Muy pronto los peregrinos comenzarían a llegar a Arabia Saudí en vuelos chárter, autocares de Jordania y barcos que cruzaban el mar Rojo desde África. Saud alSheik aún tenía que ocuparse de un millar de detalles, y sobre todo de la entrega de las alfombras. Le habían dicho que el nuevo propietario de la fábrica textil lo llamaría al día siguiente. Así que llamó a la compañía aérea nacional para contratar un 747 de carga para dos días después.
    Si las alfombras no llegaban a tiempo, ni siquiera las influencias de su familia conseguirían librarlo de un buen escarmiento. Miró en derredor. En la enorme nave en La Meca, las cajas de alimentos y agua se amontonaban hasta el techo. Un toro levantó la primera caja de tiendas y la depositó en el camión que las llevaría hasta el estadio.
    Al día siguiente comenzarían a instalarlas.
    A partir de ese momento, las cosas irían deprisa.
    Verificó que también cargaban los postes, las estacas y las cuerdas, y luego fue hasta la puerta para controlar que la estiba se hacía correctamente.

    Jeff Porte reunió las cosas que había recogido del despacho de Hickman y miró al jefe de seguridad.
     La orden de registro nos autoriza a llevarnos cualquier cosa que consideremos de interés.
    El sobre que Porte tenía en la mano contenía documentos, las placas de identificación y unos pocos cabellos sueltos que había encontrado en la mesa.
     De acuerdo, Jeff dijo el jefe de seguridad.
    Porte salió del despacho y fue a la sala, donde lo esperaban dos inspectores.
     Que nadie entre ni salga, sin mi autorización les ordenó.
    Abandonó el apartamento, bajó en el ascensor, cruzó el vestíbulo y salió a la calle, donde estaba su coche. En cuanto regresó a la jefatura de policía de Las Vegas, fotocopió los documentos y las placas de identificación y los envió por fax a la CIA.
    Overholt los reenvió al Oregon.

    Hanley leía los documentos cuando Halpert entró en la sala de control.
     Señor Hanley, tengo mi informe.
    Hanley asintió y le pasó las hojas que le había enviado Overholt. Halpert las leyó y luego se las devolvió.
     Esto confirma mis hallazgos dijo Halpert. Encontré la partida de nacimiento de Hunt. Su madre, Michelle, no incluyó el nombre del padre, pero conseguí acceder a los archivos del hospital. Una de las compañías de Hickman pagó la factura. Ahora no hay ninguna duda de que Hunt era el hijo de Hickman.
     ¿Qué tiene todo esto que ver con el meteorito? preguntó Hanley.
     Mire esto. Halpert le entregó una hoja.
     A Hunt lo mataron los talibanes en Afganistán dijo Hanley cuando acabó la lectura.
     Inmediatamente después, Hickman comenzó a comportarse de una manera extraña comentó Halpert, después de consultar sus notas.
     Por lo visto culpa al Islam por la muerte de su único hijo.
     ¿Ve alguna relación con el hecho de que financiara la expedición a Groenlandia? preguntó Stone.
     Por lo que parece, tras la muerte de su hijo, Hickman ha financiado a varios departamentos de arqueología de todo el país. La expedición de la Universidad de Las Vegas fue una de las muchas en el programa de este año. La más importante es sin duda la expedición a Arabia Saudí dirigida por un erudito que pretende desacreditar la figura de Mahoma. La especialidad de Ackerman era otra, pero también recibió fondos. Creo que el hallazgo del meteorito fue sencillamente un golpe de suerte.
     Así que Hickman decidió al principio valerse de la historia para atacar al islam señaló Hanley con voz pausada, y después, como si fuese un regalo de los dioses, encuentra el meteorito.
     Pero eso no tiene ninguna relación con el islam o Mahoma señaló Stone.
     Creo que en aquel momento manifestó Halpert, decidió que era necesaria una retribución más directa. Encontré unos archivos fechados inmediatamente después del hallazgo de Ackerman. En ellos se explica la naturaleza radiactiva del iridio y los peligros que entraña.
     Veamos. Se hace con el meteorito. Y después qué, ¿quería utilizarlo con el artefacto nuclear para obtener una bomba sucia y bombardear algún país árabe? preguntó Hanley.
     Ahí está el motivo por el que tardé tanto dijo Halpert. Yo también seguí esa línea de pensamiento: que el meteorito sería utilizado en combinación con la bomba. Resultó ser un callejón sin salida. No hay absolutamente nada que lo relacione con la bomba atómica ucraniana o cualquier otro dispositivo nuclear. Así que decidí buscar otro derrotero.
     ¿El polvo radiactivo?
     Es el único otro uso lógico afirmó Halpert.
     ¿Qué más has encontrado?
     Hickman acaba de comprar una fábrica textil cerca de Maidenhead.
     Es la misma zona donde se encuentra ahora el meteorito intervino Stone.
     ¿Su plan es rociarlo sobre las prendas que se envían a Oriente Próximo?
     No lo creo, señor replicó Halpert, pensativo. La fábrica recibió del gobierno de Arabia Saudí un gran pedido de alfombras que está pendiente de entrega.
     Entonces su intención es rociar las alfombras para que los musulmanes sean víctimas de la radiación mientras rezan dijo Hanley. De una maldad diabólica.
     Hickman llegó a Londres a primera hora de esta mañanale informó Halpert. Creo…
    Lo interrumpió la campanilla del teléfono de Hanley y le hizo una seña para que esperara mientras atendía. Era Ov holt, que fue directamente al grano.
     Tenemos un problema comenzó el agente de la CIA.

    Los tripulantes del Free Enterprise que se habían quedado en Calais cuando la nave zarpó rumbo al norte, habían llegado a Londres por la mañana. No eran más que cuatro, una tripulación mínima, pero era todo lo que le quedaba a Hickman. Los llamó para darles sus órdenes.
     Tendrán que robar tres camiones. No los puedo alquilar debido a las fiestas.
     ¿De qué clase? preguntó el jefe.
     La carga va en containers estándar de cuatro metros dijo Hickman. He hablado con mi hombre de Global Air Cargo y me ha recomendado distintos tipos de tractores.
    Hickman le leyó la lista.
     En cuanto los tengamos, ¿adonde debemos ir?
     Mire su mapa. Hay una ciudad llamada Maidenhead al norte de Windsor.
     Ya la veo.
     Cuando lleguen a Maidenhead, vayan a esta dirección.
     Hickman le dio la dirección de la fábrica y las indicaciones.
     ¿Cuándo nos necesita?
     Cuanto antes. Tengo en Heathrow un 747 de Global Air Cargo que espera la carga.
     ¿Cómo se las arregló para conseguirlo el día de Año Nuevo? preguntó el hombre.
     Soy el dueño de la empresa.
     Necesitamos como mínimo una hora.
     Si es menos, mejor.
    El nudo se cerraba, pero Hickman aún no sentía que le apretase el cuello.

    Judy Michaels acercó el hidro al Oregon, apagó el motor y fue hasta la escotilla de carga mientras la marea empujaba el avión.
    Peñeró hasta ver que alguien se asomaba por la borda y le ffojó un cabo. El tripulante la amarró y Cliff Hornsby bajó por la escalerilla.
     Hola, Judy saludó y de inmediato comenzó a estibar los suministros. ¿Qué tal el tiempo por allá arriba?
     Lluvia y hielo. Michaels le alargó los bultos.
    Rich Barrett bajó con una bolsa.
     Aquí hay comida y café. Yo mismo lo he preparado.
     Gracias dijo Michaels, y cogió el último paquete.
    Halpert y Reyes se acercaron.
     ¿Alguno de vosotros tiene alguna experiencia como piloto? preguntó Michaels antes de dirigirse a la cabina.
     Yo estoy tomando clases respondió Barrett.
     Cocinero y piloto. Menuda combinación opinó Michaels. Entonces ven conmigo, podrás ayudarme con la radio y la navegación.
     ¿Qué quieres que hagamos? preguntó Halpert.
     En cuanto suelten la amarra, utiliza el bichero para apartarnos. Cierra la escotilla y después id a vuestros asientos.
    Despegaré cuando me avises que nos hemos separado.
    Michaels ocupó su asiento en la cabina, esperó a que Barrett se sentara a su lado, y luego gritó por encima del hombro.
     Cuando tú me digas.
    Hornsby recogió el cabo, Halpert apartó el avión, y Reyes cerró la escotilla.
     Ya puedes comunicó Halpert.
    Michaels giró la llave de contacto y los motores arrancaron con un rugido. Avanzó lentamente hasta que estuviera unos cincuenta metros del Oregon y entonces movió las palancas de los aceleradores. El hidro comenzó a ganar velocidad y despegó.
    Michaels ganó altura antes de girar a la izquierda.
    El hidro aún subía cuando llegaron a los alrededores de Londres.

    Hanley observó el despegue del hidroavión a través de las cámaras antes de volverse hacia Stone.
     ¿Qué tal va?
    Halpert había dejado sus notas en la sala de control, y ahora Stone se ocupaba de seguir las pistas.
     Estoy investigando las compañías de Hickman respondió Stone.
     Yo me ocuparé de averiguar si el piloto de Hickman ha entregado algún plan de vuelo dijo Hanley.

    En la terminal de carga del aeropuerto de Heathrow, una pareja de pilotos tomaba té y miraba la televisión en la sala de descanso del hangar de Global Air Cargo.
     ¿Tienes el último parte meteorológico? preguntó el piloto.
     Es de hace quince minutos contestó el copiloto. Se retira la tormenta sobre Francia. El Mediterráneo está despejado y no hay cambios hasta Riad.
     ¿Tenemos autorización para el despegue?
     Todo en orden.
     La distancia que debemos recorrer es de cinco mil kilómetros dijo el piloto.
     Un vuelo de poco más de cinco horas y media.
     Ahora solo falta que traigan la carga.
     Si el dueño dice que esperes señaló el copiloto, esperas y se acabó.
     ¿Qué están dando en la tele?
     La repetición del concierto de Elton John en Hyde Park.
    El piloto se levantó para ir hacia la cocina.
     Prepararé palomitas.
     Las mías con abundante mantequilla le pidió el copiloto.

    Michaels acuatizó en el centro del río y luego se acercó a la orilla Los hombres saltaron a la costa, amarraron el hidro a unos árboles cercanos, y bajaron la carga.
    El MI5 tenía a todos sus efectivos ocupados en Londres, así que no había nadie para recibirlos.
     ¿Alguien sabe cómo hacer un puente en un coche?
     preguntó Halpert.
     Yo respondió Reyes.
     Cliff, ve con Tom y buscad algo lo bastante grande como para llevarnos a nosotros y los equipos.
     Hecho. Hornsby y Reyes subieron el talud y se alejaron en dirección a la ciudad.
    Halpert consultó el mapa mientras esperaban. Le había pedido a Michaels que volara sobre Maidenhead Mills, y ahora solo tenía que buscar la carretera en el mapa. En cuanto la encontró, se volvió hacia Michaels, que seguía en el hidro.
     ¿Puedes servirme una taza de café?
    Michaels entró en la cabina, sirvió una taza, y luego se asomó por la escotilla para dársela a su compañero.
     ¿Cuál es el plan? preguntó.
     Primero observamos y después atacamos respondió Halpert.
    En aquel momento, Reyes apareció en lo alto del talud con un viejo camión Ford. En la caja había varias jaulas de gallinas junto con unas cuantas herramientas oxidadas y un trozo de cadena.
     Lamento no haber encontrado nada mejor se disculpó Reyes mientras se apeaba, pero ya sabes que los mendigos no pueden andarse con remilgos.
     Venga, vamos a cargar. Halpert le dio a Reyes el mapa con la carretera marcada.
     Yo me ocuparé de la radio dijo Michaels mientras los hombres llevaban los equipos al camión. Buena suerte.
    Halpert sonrió. En cuanto acabaron de cargar y se montaron en la caja, descargó una palmada en el techo de la cabina, En marcha gritó.
    En medio de un remolino de nieve, el camión se alejó del río para dirigirse a la fábrica textil.




    43

    Cabrillo llamó finalmente al Oregon para dar su informe cuando ya era poco más de la una de la madrugada del 1 de enero de 2006.
     Hemos recuperado la bomba.
     ¿Qué han dicho los del MI5? preguntó Hanley.
     Están como locos. Hablan de hacerme caballero del Imperio Británico.
     ¿Tú fuiste quién recuperó la bomba? El tono de Hanley reflejó su asombro.
     Ya te lo contaré con pelos y señales cuando regresemos al barco. ¿Qué más ha pasado?
     Mientras tú y el equipo os encargabais de la bomba, Halpert encontró más información que relaciona a Halifax Hickman con el meteorito. Ahora creemos que, como los talibanes mataron a su hijo en Afganistán, planea un ataque contra toda la religión islámica. Hace muy poco compró una fábrica textil que tiene un pedido de alfombras que se utilizarán durante el hach.
     Refréscame la memoria. El hach es la peregrinación a La Meca, ¿no?
     Efectivamente. Este año cae en el día diez.
     Así que tenemos tiempo para echar por tierra su plan.
     Puede que sí, pero hoy han ocurrido muchas cosas mien tras tú estabas ocupado en Londres.
    Hanley le hizo un resumen de las explicaciones que le ha bía dado Overholt sobre las pruebas de los fragmentos del meteorito, y luego de todo lo que había averiguado Halpert.
     ¿Qué estamos haciendo ahora? preguntó Cabrillo.
     Envié a Halpert y a tres más a la fábrica textil respondió Hanley. Está en una ciudad llamada Maidenhead.
     ¿Dónde está el meteorito?
     Las señales indican que está en la zona.
     Por lo tanto, si Hickman consigue fragmentar el meteorito, podríamos encontrarnos con un problema mucho más grave que el de la bomba.
     Stone averiguó que no hay ninguna máquina en las fábricas textiles que pueda moler el iridio. Si ese es el plan de Hickman, debe tener algo que se lo permita en, o cerca de la fábrica.
    Cabrillo permaneció en silencio durante unos segundos.
     Halpert necesitará ayuda dijo. Dejaré aquí a Seng y Meadows. Se han encargado de la coordinación con el MI5 y podrán ocuparse de los detalles finales y borrar cualquier rastro de nuestra participación.
     Muy bien. ¿Qué haréis los demás?
     Llama a Adams y dile que esté con el Robinson en el helipuerto al otro lado del río dentro de media hora. Avísale a Halpert que vamos a su encuentro.
     Hecho respondió Hanley, y colgó.

     La Corporación ha recuperado la bomba, señor presidente informó Overholt. Ahora está en manos de la inteligencia británica.
     Buen trabajo manifestó el presidente. Transmítales mis más sinceras felicitaciones.
     Lo haré, señor. Hay otro problema pendiente.
     ¿De qué se trata?
    Overholt le habló de las pruebas hechas con las muestras del meteorito.
     Eso no pinta nada bien comentó el presidente. Podrían decir que el meteorito cayó en las manos equivocadas como resultado de un fallo de la CIA.
     Entonces necesito que me haga un favor. Necesitamos poner bajo custodia a la madre del hijo de Hickman, sin una orden de arresto o la intervención de abogados.
     ¿Suspender sus derechos por la aplicación del Acta Patriótica?
     Así es, señor.
    El presidente pensó durante un momento. Por mucho que desease que todo esto acabara cuanto antes, detener a ciudadanos estadounidenses sin dar ninguna explicación le parecía algo propio de una dictadura. Solo hacía uso de ese poder cuando la amenaza era muy grave.
     Adelante dijo finalmente, pero hágalo con mucha discreción.
     Confíe en mí, señor, nadie sabrá que ha desaparecido.

    Seis agentes de la CIA rodearon la casa de Michelle Hunt en Beverly Hills aquella misma tarde; la detuvieron cuando entraba en el garaje. A las siete de la tarde, subió en el aeropuerto de Santa Mónica a un avión que la llevaría a Londres. Acababan de sobrevolar el río Colorado cuando uno de los hombres de la CIA le explicó la situación.
     ¿Soy el cebo? preguntó Michelle con toda calma.
     Aún no estamos seguros admitió el agente.
     Ustedes no conocen al padre de mi hijo comentó la mujer, con una sonrisa. Para él, las personas son como objetos que se usan y se tiran según convenga. No creo que les sirva de mucho amenazarme.
     ¿Se le ocurre algún otro plan?
    Michelle Hunt pensó en la pregunta.

    Robar tres camiones la noche de fin de año había sido una operación sencilla. Prácticamente no había actividad en la zona donde se agrupaban la mayoría de las empresas de transporte y en uno de los aparcamientos solo había una persona de guardia. El resto del equipo del Free Enterprise había entrado en la garita, y después de atar y amordazar al vigilante, cogieron las llaves que necesitaban. Nadie aparecía por allí hasta la mañana siguiente.
    Para entonces ya habrían trasladado la carga y abandonado los camiones.

    Scott Thompson, el jefe de la tripulación del Free Enterprise, se había negado a responder a cualquier pregunta. Mantuvo una actitud desafiante hasta que lo habían atado a una camilla en la enfermería de la fragata.
     Quiero saber qué es todo esto preguntó mientras asomaban en su frente las primeras gotas de sudor.
    El hombre que lo vigilaba se limitó a sonreír. Se abrió la puerta y entró el doctor Berg con un maletín. Se acercó al lavabo y comenzó a lavarse las manos. Thompson intentó girar la cabeza para mirarlo, pero las ligaduras se lo impidieron. El ruido del agua era como un cuchillo que se clavaba en su corazón.

    Los tres camiones entraron en el aparcamiento de Maidenhead Mills y se detuvieron detrás del edificio, donde estaban las plataformas de carga. Después de maniobrar marcha atrás para acercarlos a estas, apagaron los motores y se apearon de los vehículos.
    Halpert y Hornsby vigilaban la parte trasera, y Barrett y Reyes el frente. Aparte de un RollsRoyce y un Daimler aparcados delante de la puerta principal, la fábrica parecía desierta Halpert esperó a que los hombres entraran en el edificio cara comunicarse con sus compañeros.
     Vamos a acercarnos a ver qué ocurre.
     Nosotros haremos lo mismo por delante dijo Reyes.

    En el interior, Roger Lassiter y Hickman se encontraban en el despacho.
     Dado que hoy es festivo, no he podido verificar la transferencia de fondos manifestó Lassiter.
     Ya lo sabía cuando aceptó el trabajo replicó Hickman. Tendrá que confiar en mí.
    La caja con el meteorito estaba sobre la mesa entre los dos hombres.
     No suelo confiar mucho en nadie.
     Le aseguro que cobrará.
     ¿Adonde enviará el meteorito?
    Hickman se preguntó si debía responder, pero tampoco había razón para ocultarlo.
     A la Caaba.
     Es usted perverso hasta la médula opinó Lassiter. Claro que yo también.
    El ex agente de la CIA salió del despacho y abandonó el edificio. Mientras subía al Daimler, Reyes aprovechó para hacerle varias fotos.
    Hickman cargó con el meteorito y entró en el taller. Vio a dos de los hombres de los camiones que se acercaban desde el fondo de la nave. Se encontraron a medio camino.
     ¿Ven aquellos contenedores? les preguntó.
     ¿Los tres que hay junto a la puerta?
     Sí. Hickman caminó hacia los contenedores y los hombres lo siguieron. En cuanto acabe de prepararlos, quiero que los carguen y los lleven a Heathrow.
    Hickman ya casi había llegado a los contenedores.
     Aquí tiene el revestimiento que ordenó dijo uno de los hombres.
     Perfecto. Hickman se detuvo junto a la fresadora. Démelo.
    El hombre recogió un saco que estaba en el suelo, y lo sacudió antes de dárselo al millonario.




    44

    Cabrillo y su equipo esperaban en el Range Rover aparcado en el helipuerto de Battersea cuando Fleming lo llamó al móvil. El Robinson estaba girando sobre el Támesis para posarse en la pista.
     Juan, acabamos de enterarnos de algo que te parecerá interesante. Está relacionado con tu meteorito. Considéralo como una retribución por ayudarnos con la bomba.
    El batir de las aspas del helicóptero sonaba cada vez más fuerte.
     ¿De qué se trata? gritó Cabrillo.
     Esto nos ha llegado a través de nuestro principal agente en Arabia Saudí. Se trata de una construcción cúbica, llamada Qaaba, que se encuentra en el centro del patio de la mezquita mayor de La Meca que alberga un objeto muy interesante.
     ¿Qué es?
     Un meteorito negro que supuestamente fue recogido por Abraham. El templo es el corazón de la fe islámica.
    Cabrillo tardó unos segundos en recuperarse de la sorpresa.
     Gracias por el aviso dijo finalmente. No tardaré en llamarte.
     Creí que debías saberlo. No dudes en llamarnos si necesitas nuestra ayuda. Te debemos una.
    Halpert buscó en la mochila que había traído del Oregon y colocó los localizadores en los tres camiones. Luego instaló un micrófono en la base de la pared muy cerca de la puerta levadiza. Le hizo un gesto a Hornsby y volvieron a ocultarse entre los árboles.
    En cuanto quedaron fuera de la vista, susurró por la radio; ¿Tom, cuál es tu estado?
    Reyes y Barrett habían colocado un micrófono cerca de las puertas de cristal, y ahora se encontraban de nuevo ocultos detrás del murete que rodeaba el aparcamiento.
     Estamos conectados respondió.
     Ahora no tenemos más que escuchar dijo Halpert.

    El equipo de Hickman trabajaba en silencio. Después de sellar los contenedores con plástico líquido, uno de los hombres perforó dos pequeños agujeros en uno de los costados de los contenedores. Uno cerca del borde superior, y el otro aun palmo de la base. A continuación, con una terraja hicieron roscas en los agujeros y atornillaron los manguitos de sendas mangueras. Hickman esperó a que acabaran para ordenarles:
     Máscaras.
    Los cinco hombres sacaron las máscaras antigás de las bolsas y se las colocaron. Luego uno de ellos conectó una bomba de vacío a la manguera del agujero inferior y la puso en marcha. El aire comenzó a salir del contenedor. Hickman hizo dos marcas en el frasco con el virus para dividir la cantidad en tercios, vertió la medida en un recipiente de acero inoxidable y lo atornilló en el agujero superior. Cronometró la introducción del virus en el contenedor, luego retiró el recipiente y en su lugar atornilló una tapa hermética.
    Dejó funcionar la bomba durante otros treinta segundos nara crear un poco de vacío, retiró la bomba y colocó la tapa hermética. Mientras caminaba hacia el siguiente contenedor, uno de sus hombres se encargó de sellar las tapas con plástico líquido para que no hubiese ninguna fuga. Al mismo tiempo que Hickman echaba el virus en los contenedores, otro miembro del equipo rociaba el meteorito con una segunda capa de un recubrimiento especial. Lo hizo girar para que no quedara ninguna parte sin cubrir, y cuando acabó lo guardó de nuevo en la caja.
    Hickman acabó su trabajo. Llevó el frasco del virus hasta un lugar apartado, dejó el frasco en el suelo, lo roció con gasolina, encendió una cerilla y la arrojó en el charco de gasolina. Las llamas se elevaron violentamente.
    Los cuatro hombres que permanecían junto a los contenedores sacaron de las bolsas unos pequeños sopletes de butano similares a los utilizados por los fontaneros para soldar las cañerías. Los encendieron y con las llamas a la máxima potencia los agitaron en el aire durante cinco minutos.
     Muy bien dijo Hickman, abrid las puertas pero no os quitéis las máscaras.
    Uno de los hombres se acercó al tablero de mandos y apretó los interruptores de las tres puertas levadizas. Salieron los tres conductores para manejar las grúas. Cargaron los contenedores. Hickman se sentó en el asiento del pasajero del primer camión y le ordenó al conductor que se pusiera en marcha.

    Halpert y Hornsby observaron el éxodo desde su escondite.
    Tomaron todas las fotografías que pudieron con las cámaras infrarrojas, pero no pudieron hacer nada más. Vieron cómo los camiones se ponían en marcha sin que los conductores se hubiesen preocupado de cerrar las puertas de la nave.
    La nieve había dado paso a la lluvia y los neumáticos levantaban cortinas de agua cuando salieron del aparcamiento y pasaron por delante del edificio para dirigirse a la carretera.
     Tom, no entres en el edificio; los hombres que acaban de salir llevaban máscaras antigás comunicó por la radio.
     Recibido respondió Reyes.
     Llamaré al Oregon dijo Halpert. Les preguntaré qué quieren que hagamos.

    En cuanto acabó su conversación con Fleming, Cabrillo llamó a Hanley para comunicarle la información recibida.
     Le diré a Stone que lo investigue inmediatamente dijo Hanley.
     Quizá Hickman no tiene la intención de pulverizar el meteorito, sino darle otro uso.
    En aquel instante sonó la llamada de Halpert.
     Espera un momento le pidió Hanley. Estableceré una comunicación a tres bandas para que intervenga Cabrillo.
    Establecida la comunicación a tres, Halpert explicó lo sucedido en la fábrica textil.

     ¿Estás recibiendo las señales de los localizadores? le preguntó Cabrillo a Hanley.
    Hanley miró la pantalla que le señalaba Stone. Había tres puntos luminosos en movimiento.
     Los tenemos, pero hay otro problema.
     ¿Qué pasa? preguntó Cabrillo en el acto.
     Hemos perdido la señal del meteorito hace un par de minutos.
     Maldita sea exclamó Cabrillo.
    La línea permaneció en silencio mientras Cabrillo pensaba.
     Esto es lo que haremos añadió finalmente. Enviaré a Adams y Truitt al barco para que recojan los trajes aislantes.
    Michael, tú y los demás esperaréis hasta que lleguen.
     Muy bien, jefe dijo Halpert.
     Jones y yo nos quedaremos en el Range Rover prosiguió Cabrillo. En el momento en que los camiones tomen una dirección definitiva, intentaremos interceptarlos. ¿El otro equipo ya ha llegado a Heathrow?
     Acaban de encontrarse con Gunderson y Pilston en el Gulfstream hace cinco minutos contestó Hanley.
     Bien. Asegúrate de que Gunderson tenga el avión preparado para un despegue inmediato.
     De acuerdo.
     Que Nixon se ocupe de tener los trajes en cubierta. El helicóptero llegará allí dentro de diez minutos.
     Hecho.
     Ahora manten la línea abierta y ve informándome de la posición de los camiones.
     Vale.
    Cabrillo tapó el micro del teléfono y se dirigió a Truitt que estaba a su lado.
     Dick, necesito que vayas con Adams al Oregon y recojas los trajes. Creemos que Hickman ha introducido en los contenedores algún agente químico. Carga los trajes y ve directamente a Maidenhead. Halpert y los demás te esperan allí.
    Truitt no hizo ninguna pregunta; sencillamente abrió la puerta del Range Rover y corrió hasta el helipuerto donde Adams esperaba con el Robinson y subió al aparato. Le explicó el plan a Adams y despegaron sin más demora para ir al Oregon.
     Circulan por la autopista M4 que lleva a Londres le informó Hanley a Cabrillo.
     ¿Jones, cuál es el camino más rápido para llegar a la M4?
     Con todo el mundo en el centro de Londres para celebrar las fiestas, yo diría que rápido es mucho pedir.
    Puso el coche en marcha, salió del aparcamiento y tomó por la calle que salía de Battersea Park. Su plan era cruzar el puente de Battersea para tomar por Oíd Brompton Road hasta West Cromwell y seguir por la A4 que se unía con la M4.
    Incluso a esas horas de la noche, la circulación era lenta.

    Los conductores de Hickman lo tenían mucho más fácil.
    Condujeron a través de Maidenhead por Castle Hill Road, que también era la A4, y luego entraron en la A308, que llevaba directamente a la M4. Catorce minutos más tarde se acercaban a la salida número 4 correspondiente al aeropuerto de Heathrow.

    A la misma hora que los camiones reducían la velocidad para salir de la M4, el helicóptero con Adams y Truitt a bordo se posó en la cubierta del Oregon. Nixon los esperaba con los trajes aislantes en un cajón. Se acercó sin demora, abrió la puerta trasera y cargó el cajón sobre los asientos. Después de cerrar la puerta trasera, abrió la del pasajero y le dio a Truitt una hoja con las instrucciones de uso de los trajes. Luego cerró la puerta y se apartó agachado porque Adams había mantenido las aspas en funcionamiento.
    En cuanto llegó al borde de la pista, le hizo una señal a Adams y el Robinson se elevó.
    En cuestión de minutos, el helicóptero volaba sobre Londres en dirección a Maidenhead. La distancia que debía recorrer era de cuarenta y dos kilómetros y el tiempo estimado de vuelo, doce minutos.

    La pareja de pilotos continuaba sentada en la sala de descanso de Global Aire Cargo cuando los tres camiones se detuvieron delante de las puertas del hangar. El 747 tenía el morro levantado, a la espera de la carga. También habían bajado la rampa trasera. Hickman entró en la sala donde los pilotos miraban la televisión.
    Uno de ellos se levantó para salir al encuentro de Hickman.
     Es un placer conocerle, señor. Llevo años trabajando para la compañía, y ahora finalmente le conozco.
     El placer es mío respondió Hickman, con una amplia sonrisa. Como le dije antes, tengo una carga que debe salir inmediatamente. ¿Está todo preparado?
     No hay personal de carga. Tardarán todavía una hora en llegar. Ya sabe, las fiestas.
     No es un problema. Mis hombres y yo cargaremos los contenedores. ¿Tiene la orden de despegue?
     Llamaré a la torre. Es cuestión de unos minutos.
     Hágalo. Nosotros subiremos la carga.
    Hickman salió de la sala y el piloto se volvió hacia su compañero.
     Llama a meteorología y traza la ruta. Creo que lo mejor será cruzar Francia hasta el Mediterráneo y de allí a Riad. Eso siempre que el tiempo lo permita; si no, prepara una ruta alternativa.

    En cuanto salió del hangar, Hickman recogió la máscara antigás que había dejado en el suelo y se la puso. Los conductores sabían cuál era el procedimiento de carga. A una señal de Hickman, el primero llevó su camión hasta la cola del 747, Colocó el vehículo en posición delante de la rampa, desenganchó los amarres que sujetaban el contenedor y luego levantó ligeramente la plataforma para que el contenedor se deslizara hasta quedar sobre la rampa. Retiró el camión al mismo tiempo que el segundo repetía la operación en la proa. La cinta transportadora arrastró el contenedor hasta dejarlo junto al primero. El conductor apartó el vehículo para dejar paso al último que ya estaba en posición.
    Hickman y el primer conductor entraron en la bodega y comenzaron a sujetar los contenedores con largas fajas de lona.
    Uno enganchaba un extremo en los amarres del suelo, luego arrojaba el otro extremo por encima del contenedor para que el otro hiciera lo mismo y luego la ciñera. Amarraron los contenedores con tres fajas en cada uno.
    El último conductor ya había descargado y se apartaba del 747 cuando llegaron.
    Uno, dos, tres y acabaron.
    Hickman salió de la bodega, indicó a los conductores que aparcaran lejos del avión y después volvió al hangar.

     Aquí tiene los documentos de embarque dijo Hickman, y se los entregó al piloto. La carga está a bordo. Nos vamos.
     ¿Es muy urgente, señor? preguntó el copiloto. Hay un frente de tormentas sobre el Mediterráneo que tiene mal aspecto. Sería mucho más seguro si pudiésemos esperar hasta mañana.
     Esperaban la carga ayer.
     Muy bien, señor. Será un vuelo movido.
    Hickman se marchó. El copiloto lo miró mientras caminaba hacia la puerta. Había algo extraño en el hombre; no se trataba de que en su aspecto personal hubiera algo extravagante, como algunas revistas de cotilleo proclamaban. En todos los sentidos, parecía alguien muy normal, incluso vulgar. Solo que, esta noche, en el rostro del millonario había un feo rictus que hacía una marca triangular que abarcaba la nariz y la boca.
    El copiloto decidió olvidarse del tema; tenía mucho que hacer y muy poco tiempo.

     Quiero un mapa detallado ordenó Hanley.
    Los localizadores llevaban inmóviles unos cuantos minutos, y Hanley quería saber dónde. Stone tecleó las órdenes y esperó a que apareciera en la pantalla. Se centró en el área donde aparecían los puntos luminosos y fue ajustando hasta que encontró el lugar preciso.
     La terminal de carga de Heathrow dijo.
    Hanley cogió la carpeta que había dejado Halpert y buscó rápidamente. Recordaba que Hickman tenía una compañía aérea de carga. Aquí estaba. Global Air Cargo. Encontró el número de teléfono del hangar en Heathrow, y se lo pasó a Stone.
     Llama a ver qué puedes averiguar. Yo llamaré a Cabrillo.

     Ya tenemos la autorización de despegue anunció el piloto.
    El copiloto recogió los partes meteorológicos, las cartas y el diario de vuelo. Se disponían a salir cuando sonó el teléfono.
     Déjalo dijo el piloto. Tengo que pagar el piso.
     Nos movemos, pero lentamente comentó Cabrillo.
     No atienden gritó Stone desde el otro extremo de la sala de control del Oregon.
     Estamos llamando al hangar le explicó Hanley a Cabrillo, pero no atienden.
     Avisa a Gunderson que tengan el Gulfstream preparado para despegar en el acto dijo Cabrillo. Llamaré a Fleming.
    Cabrillo marcó el número de Fleming en el mismo momento en que el piloto cerraba el morro del 747 y ponía en marcha los motores. El jefe del MI5 atendió la llamada.
     ¿Crees que la carga puede ser radiactiva? preguntó Fleming después de escuchar las explicaciones.
     Tiene que ser algún agente químico o bacteriológico. Uno de mis equipos vio a unos hombres con máscaras antigás. Necesitamos que cierres Heathrow.
     Creo que lo mejor será que se marchen de Inglaterra respondió Fleming.

    Adams aterrizó en el aparcamiento de Maidenhead Mills y apagó los motores. Esperó a que las palas se detuvieran, las frenó, se bajó del helicóptero y fue hasta el otro lado para ayudar a Truitt a descargar la caja. Halpert y los demás se acercaron. El piloto sacó un destornillador de su bolsa de herramientas y quitó la tapa.
     Aquí tenéis vuestros trajes espaciales, chicos dijo Adams, con una sonrisa. Por lo que veo, Kevin solo metió cuatro.
     Venga, a vestirnos ordenó Truitt. Tú te encargarás de ajustar los cierres en las muñecas y los tobillos.
    Adams asintió.
     Barrett añadió Truitt, tú descansas.
    Truitt, Halpert, Hornsby y Reyes tardaron ocho minutos en vestirse. Caminaron hasta los muelles de carga para entrar por detrás. Truitt llevaba un detector de sustancias químicas.
    No había dado más de dos pasos cuando el aparato señaló una lectura positiva.
     Desplegaos, hay que revisarlo todo dijo.
    Hornsby corrió a la puerta principal, quitó los cerrojos y la abrió.

    La circulación era más fluida a medida que se alejaban del centro de Londres, y cuando entraron en la M4, Jones aceleró hasta los ciento cincuenta kilómetros por hora. Cabrillo se despidió de Fleming y llamó de nuevo al Oregon.
     Fleming no cerrará Heathrow le informó a Hanley. ¿Cuál es la salida más cercana a Global Air Cargo?
    Stone le dio el número de la salida y Cabrillo se lo repitió a Jones.
     Ya estamos, jefe. Jones redujo la velocidad y salió de la autopista.
     Sigue los indicadores de Global Air Cargo.
    Jones pisó de nuevo el acelerador y se lanzó como un bólido por las calles de servicio. En cuestión de segundos vio el hangar de la compañía. Un 747 salía en aquel mismo momento.
     ¿Podemos acercarnos un poco más? preguntó Cabrillo.
    Jones buscó una entrada en la valla que rodeaba todo el sector.
     Imposible, jefe. Lo tienen vallado.
    El 747 entró en la pista.
     Ve hasta allí, entre los dos edificios.
    Jones fue hasta el lugar señalado. Cabrillo cogió los prismáticos del bolsillo de la puerta y enfocó el aparato. Le leyó los números de la matrícula a Hanley, que se apresuró a anotarlos.
     Manda a Gunderson que los siga con el Gulfstream dispuso Cabrillo, desilusionado Es todo lo que podemos hacer por ahora.
     De acuerdo.
    Sonó la voz de Hornsby en la radio y Stone tomo el mensaje. Cuando Hornsby acabó de comunicar lo que había encontrado, Stone lo escribió todo y se lo dio a Hanley, que leyó las notas.
     Juan dijo Hanley Voy a llamar al Challenger 604.
    Creo que tendrás que viajar a Arabia Saudí ahora mismo.




    45

    Aproximadamente a la misma hora que el 747 de Global Air Cargo despegaba de la pista de Heathrow, el camión que llevaba a Hickman se detuvo en otro sector del aeropuerto.
     Reúnase con los demás, abandonen los camiones, y desaparezcan le ordenó Hickman al conductor antes de apearse delante de la terminal de aviones particulares. Los llamaré si los necesito.
     Buena suerte, señor le deseó el conductor.
    Hickman se bajó del vehículo, le hizo una señal de despedida al conductor y caminó hacia la entrada de la terminal.
    El chófer salió del aparcamiento mientras transmitía el mensaje a los demás.
     El jefe ha bajado. Nos encontraremos en el punto de reunión.
    Doce minutos más tarde, los tres camiones entraron en una nave abandonada en la zona oeste de Londres donde había dejado el coche. Limpiaron rápidamente todas las superficies que habían tocado con las manos desnudas, bajaron de los camiones y subieron al coche.
    El plan era atravesar la ciudad hasta el canal de la Mancha, dejar el coche de alquiler en el aparcamiento del puerto y tomar el transbordador a Bélgica. Todo se desarrollaría sin ningún tropiezo.

     Que zarpe el Oregon le ordenó Cabrillo a Hanley mientras Jones entraba con el coche en el aparcamiento de la terminal de aviones particulares. Traza un rumbo hasta el Mediterráneo y luego al mar Rojo por el canal de Suez. Quiero que el barco esté lo más cerca posible de Arabia Saudí.
    Hanley hizo sonar la alarma. Cabrillo escuchó el aullido.
     Gunderson y los demás ya han despegado le informó Hanley. El avión de carga vuela hacia París.
     Jones y yo embarcaremos en el Challenger dentro de unos minutos dijo Cabrillo. Ordena al equipo de Maidenhead que se retire y embarque en el hidro. Avisa a Michaels para que se encuentre con el Oregon en el canal de la Mancha.
     ¿Qué hacemos con la fábrica? preguntó Hanley.
     Dile a Fleming lo que encontramos, y que él se haga cargo.
     De nuevo cambiamos de campo comentó Hanley.
     La acción se ha trasladado a Arabia Saudí replicó Cabrillo.

    El copiloto del Hawker 800XP de Hickman esperaba en la terminal.
     El comandante ya tiene el avión preparado y la autorización de la torre de control le informó a Hickman mientras iban hacia la pista. Podemos partir ahora mismo.
    Los dos hombres subieron al aparato. Tres minutos más tarde el avión carreteaba hacia la pista nortesur. Al cabo de otros tres ya estaban en el aire. El piloto abrió la puerta de la cabina cuando cruzaban el canal de la Mancha.
     Señor, a la velocidad que quiere que volemos, vamos a consumir una tonelada de combustible.
     No ahorre le dijo Hickman con una sonrisa Tenemos que llegar cuanto antes.
     Como usted diga, señor respondió el piloto y cerró la puerta.
    Hickman escuchó cómo aumentaba el ruido de los motores. El plan de vuelo llevaría al Hawker a través de Francia a lo largo de la frontera con Bélgica, luego cruzarían Suiza, sobrevolarían los Alpes y continuarían por la costa oriental de Italia, para pasar sobre Grecia, Creta y Egipto. Después de cruzar el mar Rojo, llegarían a Riad a primera hora de la mañana.
    Truitt y los demás comenzaron a preparar la marcha en cuanto recibieron la orden de Hanley. Fotografiaron las instalaciones, colocaron cintas amarillas en las puertas y ventanas y carteles de aviso para que nadie entrara en el edificio.
    Luego subieron al destartalado camión y regresaron al río donde estaba amarrado el hidroavión.

    En el linde del bosque, un zorro joven salió de entre la maleza. Olisqueó el aire y avanzó por el claro hacia la zona de carga de la fábrica. El aire tibio salía del edificio por las puertas abiertas. Levantó el hocico y percibió el calor. Con mucha cautela se acercó a la puerta central.
    Después, al no ver ninguna amenaza, entró en la nave.
    Se había criado cerca de los humanos y sabía que su presencia equivalía a comida.
    Comenzó a buscar restos. Pisó una extraña sustancia negra que le embadurnó las garras. A medida que se adentraba, la sustancia recogía residuos del virus.
    Se espantó al escuchar el estruendo de los calefactores al ponerse en marcha. Escapó hacia la puerta. Cuando vio que no pasaba nada, se tendió en el suelo a esperar. Comenzó a lamerse una de las garras para quitarse el mucílago negro.
    En cuestión de minutos su cuerpo comenzó a temblar. Los ojos se inyectaron en sangre y un fluido comenzó a salirle por el hocico. Dominado por unas tremendas sacudidas como si lo estuviesen electrocutando, intentó levantarse para escapar.
    Pero las patas no le respondieron, y una espuma blanca le llenó la boca.
    El zorro se tumbó a esperar la muerte.

    El aullido de la sirena se escuchaba en todos los rincones del Oregon. Los tripulantes corrieron a ocupar sus puestos.
     Largadas amarras, señor Hanley informó Stone.
     Avante despacio ordenó Hanley al puente de mando.
    El barco se separó del muelle y aumentó la velocidad gradualmente.
     ¿Has calculado la ruta? le preguntó Hanley a Stone.
     Ya está en pantalla, señor. Stone le señaló uno de los monitores.
    En el mapa de Europa y África aparecía una línea roja que indicaba la ruta. Los tiempos de navegación aparecían a un costado.
     ¿Cuándo llegaremos al mar Rojo?
     El cuatro de enero a las once de la mañana.
     Coordina la recogida con Michaels y que Adams regrese a bordo. Después organiza los turnos de guardia.
     Sí, señor.
    Hanley cogió el teléfono.
    El requisito indispensable de que la carga debía aparecer como fletada de Francia beneficiaría a una de las partes y perjudicaría a la otra. El 747 de Global Air Cargo aterrizó en París, y al cabo de una hora, cuando acabaron de remarcar los contenedores y recibieron la nueva documentación de embarque, reanudó el vuelo.

    Gunderson y el equipo a bordo del Gulfstream no tendrían la misma suerte. A los pocos minutos del aterrizaje, los agentes de aduana y la policía subieron al avión. Hickman había conseguido la lista de todos los aviones particulares que habían estado en el aeropuerto McCarran en Las Vegas en el momento del robo en su apartamento. Después no había tenido más que buscar los planes de vuelo para saber cuál había volado a Inglaterra.
    El Gulfstream había sido el único.
    A continuación, Hickman había hecho una llamada anónima a la Interpol para denunciar que el avión transportaba drogas. Transcurrirían dos días antes de que las múltiples llamadas de Hanley y otras personas consiguieran que los liberasen. Los franceses eran muy severos cuando había drogas de por medio.

    Cabrillo fue más afortunado. El Challenger 604 despegó de Heathrow media hora después de la partida de Hickman. El piloto puso rumbo a Riad a la máxima velocidad, que era de 877 kilómetros por hora a una altura de doce mil trescientos metros.
    Con media hora de ventaja y ya en el espacio aéreo francés, el Hawker 800XP también volaba a su velocidad máxima: 823 kilómetros por hora. Aunque un sencillo cálculo matemático indicaba que el Challenger sería el primero en alcanzar su destino, no sería así. Hickman sabía desde hacía tiempo adonde iría. Cabrillo se había enterado hacía muy poco.
    Conseguir una visa para visitar Arabia Saudí es difícil. El trámite es lento y arbitrario, y el turismo no solo no se fomenta sino que más bien se desalienta. Varias de las compañías de Hickman trabajaban en el reino y él era conocido allí.
    Solo tardaron unas horas en aprobar la petición.
    Cabrillo no recibiría el mismo trato.

    A primera hora de la mañana del 1 de enero, el pitido del ordenador que avisaba de la llegada de un correo electrónico despertó a Saud alSheik. La fábrica textil comunicaba que las alfombras que esperaba habían pasado por París y ahora, con la nueva documentación, iban camino de Riad en un 747.
    Cuando llegaran a Riad, tendrían que transportarlas en camiones hasta La Meca. Allí, abrirían los contenedores, rociarían las alfombras con insecticidas, las dejarían al aire durante un día y después las colocarían en el estadio.
    AlSheik echó una ojeada al esquema de trabajo que tenía en la mesa. Sin una fecha precisa para la entrega de las alfombras, había destinado los camiones a otras tareas. La fecha más cercana para el transporte era el día siete. Tendría que disponerlo todo para que las desinfectasen el ocho, dejar que se aireasen solo unas horas, y luego colocarlas en el estadio el nueve.
    Eso le daba un margen de veinticuatro horas antes del comienzo oficial del hach. Era muy justo, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Tenía que ocuparse de un millón de detalles y un plazo inexorable para hacer lo imposible.
    Todo acabaría bien, se dijo mientras salía del despacho para volver a la cama. Siempre lo hacía. Inshallah. Al cabo de unos minutos, consciente de que no volvería a conciliar el sueño, se levantó para ir a la cocina y se preparó un té.

    El Challenger 604 volaba sobre el Mediterráneo cuando el piloto abrió la puerta de la cabina y gritó:
     Señor director, los saudíes nos niegan la entrada hasta que no tengamos toda la documentación. ¿Qué hacemos?
     Pon rumbo a Qatar respondió Cabrillo, sin vacilar. Llamaré al representante del emir. No te preocupes, atenderá nuestra petición.
     Pues entonces a Qatar dijo el piloto y cerró la puerta.

    Amanecía cuando el Hawker de Hickman cruzó el mar Rojo y continuó vuelo sobre el desierto de Arabia Saudí en dirección a Riad. Tras un aterrizaje perfecto, carreteó hasta la terminal y apagó los motores.
     Ocúpese de repostar y tenerlo preparado le ordenó Hickman al piloto.
    Esperó a que abrieran la escotilla y bajó del avión con la caja del meteorito.
     Así que este es el país que destruiré susurró en cuanto pisó el suelo saudí. Miró hacia las áridas montañas cercanas al aeropuerto. El corazón del Islam.
    Escupió en el suelo, y sonrió con una mueca cruel.
    Luego caminó hacia donde lo esperaba una limusina para llevarlo al hotel.

    Hickman ya dormía en la habitación de su hotel cuando el Challenger sobrevolaba el océano índico. Después de cruzar el estrecho de Ormuz en el golfo Pérsico, entró en el espacio aéreo de Qatar. El representante del emir se había encargado de solucionar los trámites aduaneros y había reservado habitaciones para Cabrillo y su equipo. También le habían concertado una cita con el emir al mediodía. Aprovecharía para dormir un par de horas, y luego le explicaría la situación personalmente.
    El piloto abrió de nuevo la puerta de la cabina.
     La torre nos acaba de autorizar el aterrizaje, señor informó.
    Cabrillo miró a través de la ventanilla las azules aguas del golfo. Los dhows, las curiosas embarcaciones de vela latina que transportaban a los pescadores y las cargas, navegaban por el mar en calma. A lo lejos, hacia el norte, vio un superpetrolero que iba hacia el sur. La estela de las enormes hélices se extendía a lo largo de varias millas.
    Escuchó un cambio en el sonido de los motores.
    Habían iniciado el aterrizaje.




    46

    Doce indios se aprejutaban en un pequeño apartamento de un viejo edificio en el centro de Riad. Habían llegado a Arabia Saudí una semana antes con visados de trabajo. Después de pasar por los controles de aduana e inmigración, habían desaparecido sin llegar a presentarse en la agencia de empleo que los había contratado.
    Uno a uno se habían dirigido al apartamento que Hickman había provisto con agua, comida y suministros suficientes para varias semanas. Habían cumplido a rajatabla la orden de no salir ni comunicarse con nadie y esperar a que los llamasen.
    Los doce hombres serían la única fuerza que Hickman utilizaría para llevar adelante su plan en Arabia Saudí. Las líneas básicas del plan eran sencillas, aunque difíciles de realizar.
    Hickman y los indios se trasladarían a La Meca. Una vez allí, el propósito era apoderarse del objeto más venerado del Islam, el meteorito que está en una esquina de la Caaba y que fue entregado por el arcángel Gabriel a Abraham, y cambiarlo por el de Groenlandia. Hecho esto, el meteorito original se llevaría a alguna parte para destruirlo.
    La intención de Hickman era asestar una puñalada en el corazón del Islam.
    Hickman repasaba sus notas en la habitación del hotel en Riad.
    La Meca es el centro del Islam. En la ciudad había nacido Mahoma y la religión que había fundado. Se alza a setenta y dos kilómetros del mar Rojo en una polvorienta llanura salpicada de colinas y montañas. Antiguamente había sido un oasis en la ruta de las caravanas que unían a los países de la costa mediterránea con Arabia, África y Asia. Allí, según la leyenda, unos dos mil años antes de Jesucristo, Dios le había ordenado a Abraham que construyera un templo. A lo largo de los siglos el templo había sido destruido y reconstruido muchas veces.
    En 630 el profeta Mahoma se había hecho con el control de La Meca y retiró los ídolos de la Caaba, una pequeña estructura cubierta con seda negra con pasajes del Corán bordados en hilo de oro. La cubierta de seda se cambiaba todos los años y, una vez al año, en una muestra de humildad, el rey de Arabia Saudí barría el suelo alrededor del templo.
    En los siglos posteriores, el santuario había sido rodeado con muros y edificios cada vez más grandes. La última gran reconstrucción, en el siglo XX, la había pagado la familia real saudí. El edificio principal es la mezquita AlHaram, la más grande del mundo.
    Dentro de una semana, más de un millón de personas pasarían por delante de la Caaba, que circunvalarían siete veces a partir de la piedra negra.
    Ahora mismo, estaba cerrada por los preparativos.
    Hickman se conectó por Internet con el ordenador de una de sus compañías aeroespaciales en Brasil. Allí era donde guardaba los archivos más importantes. Descargó los documentos y las fotos. Centró su atención en la foto aérea de la mezquita en La Meca.
    AlHaram, también conocida como la Gran Mezquita, era una inmensa estructura. Enormes muros y arcos de piedra rodeaban la zona, escalonados con las mismas arcadas. Había siete minaretes y sesenta y cuatro puertas permitían el acceso de los peregrinos. En total la superficie cubierta era de unos dieciocho mil metros cuadrados.
    La mezquita hacía que la Caaba pareciera diminuta con su planta cuadrada de veinte metros por veinte.
    La misión de Hickman y su equipo se reducía a pasar al otro lado de la cortina que cubría el templo, retirar la piedra sagrada, que estaba montada en un soporte de plata en la esquina sudeste del edificio a un metro veinte del suelo, y reemplazarla con el meteorito de Groenlandia. Luego, solo les quedaba escapar.
    En resumen, algo a primera vista imposible.

    Sonó el teléfono. El recepcionista le comunicó que habían traído un paquete para él. Hickman le dijo que lo subieran a la habitación. Unos minutos más tarde, llamaron a la puerta.
    Hickman la abrió, cogió el paquete, y le dio una propina al botones.

    El Oregon, que navegaba frente a la costa francesa, redujo la velocidad.
     Lo tengo en el radar avisó Stone.
    Hanley miró los monitores de las cámaras externas donde aparecía el hidroavión. Siguió la maniobra de aterrizaje y luego esperó hasta que los marineros lo amarraron y la tripulación subió a bordo. Entonces llamó al piloto:
     Michaels.
     Sí, señor.
     El barco se dirige al mar Rojo. ¿Cuántas horas ha dormido estos días?
     Pocas respondió Michaels.
     Vaya a España y busque un hotel. Cuando esté bien descansada, ponga rumbo al sur. Le he reservado una habitación en un hotel en el sur de Italia. Allí estará lo bastante cerca como acudir rápidamente si la necesitamos.
     Muy bien, señor.
     Ahora le darán diez mil dólares para gastos. ¿Cree que podrá volar sola o quiere que alguien la acompañe?
     No, señor. Puedo hacerlo sola.
     Si necesita más dinero, no tiene más que llamar. Se lo enviaremos allí donde esté. Ahora vaya a descansar, pero tenga el hidro preparado para despegar al primer aviso.
     Sí, señor.
     Una cosa más, Michaels. Ha hecho un gran trabajo. Ha sido su primera misión como piloto jefe y quiero que sepa que la Corporación no podría estar más satisfecha.
     Señor dijo Stone, Adams entra con el Robinson.
    Michaels asomó la cabeza por la puerta del hidro y miró hacia la cámara. Le hizo una señal a Hanley, cerró la puerta y volvió a la cabina. Puso en marcha los motores y cogió el micrófono.
     Escucho a Adams, así que me separo.
    Soltaron las amarras y Michaels separó la aeronave. Un par de minutos más tarde ya había despegado. Dio una vuelta alrededor del Oregon y puso rumbo a España.
     En cuanto aterrice el Robinson, avante a toda máquina ordenó Hanley.
    El Robinson se acercó a la popa y se posó en la cubierta.
    Hanley esperó a que amarraran el helicóptero para ordenar que navegaran a la máxima velocidad.

    Cabrillo durmió profundamente hasta las once. Llamó al servicio de habitaciones para que le sirvieran el desayuno y luego llamó a la habitación de Jones.
     Ya estoy despierto dijo Jones.
     En cuanto acabes de asearte ven a desayunar conmigo.
     Estaré allí en veinte minutos.
    Cabrillo ya se había duchado, y se estaba afeitando cuando el camarero llamó a la puerta. Vestido con una bata, abrió la puerta y le señaló al camarero dónde debía dejar la mesa rodante. Fue hasta el tocador donde había dejado el billetero, sacó un billete e intentó dárselo al hombre.
     Lo siento, señor se disculpó el camarero. El emir se ha encargado de todo.
    El hombre se marchó antes de que Cabrillo pudiese decir nada más. Acabó de afeitarse y se vistió. Acababa de encender el televisor para ver las noticias cuando Jones llamó a la puerta. Cabrillo le hizo pasar y se sentaron a desayunar. Jones se comió la mitad de su tortilla a la francesa antes de hablar.
     No he tenido ocasión de conocer al emir, jefe. ¿Cómo es?
     El emir tiene cincuenta y pico años y es un hombre muy progresista. Gracias a su autorización, hace años que hay aquí una base aérea estadounidense. Precisamente esta base fue el centro de operaciones de toda la segunda guerra del Golfo.
     ¿Qué tal se lleva con Arabia Saudí?
     Bastante bien, aunque es algo que puede cambiar de un día para otro. Los saudíes por un lado procuran mostrarse pro occidentales, cosa que la mayoría del mundo árabe cree que es el propio rey, y por el otro buscan tranquilizar a los muy numerosos fundamentalistas que hay entre su propia población.
    Es un equilibrio que ha estado a punto de romperse en más de una ocasión.
    Cabrillo había acabado de desayunar cuando sonó el teléfono.
     La limusina nos espera dijo después de colgar. Vamos. Te lo presentaré y podrás formarte tu propia opinión Jones se levantó de la mesa y siguió a Cabrillo.

    En Langley, Virginia, Langston Overholt leía un informe del MI5 sobre el artefacto nuclear que había desmontado la Corporación. El Reino Unido ya no corría peligro, pero aún quedaba por recuperar el meteorito. Habían llevado a Michelle Hunt a Inglaterra, y Overholt seguía sin tener claro cómo la utilizarían para atrapar a Hickman.
    Hacía una hora que Hanley lo había llamado para informarle de la situación, pero un roce con el gobierno estadounidense por su apoyo a Israel había hecho que los saudíes se mostraran poco dispuestos a colaborar. Overholt había hablado con su homólogo del servicio secreto saudí para comunicarle la posibilidad de un atentado con alfombras envenenadas en La Meca, pero no había recibido respuesta alguna al respecto.
    Pensó en que quizá tendría que solicitar la intervención presidencial.
    Para Overholt lo más intrigante de todo era que cuando el equipo de la Corporación había entrado en Maidenhead Mills no habían encontrado rastro alguno del meteorito ni de cualquier residuo capaz de justificar la teoría inicial. Sonó el teléfono y atendió la llamada.
     Tengo la información del satélite, señor dijo un técnico de la Agencia Nacional de Seguridad. Ahora mismo se la envío.
     Muy bien, pero dígame adonde fue el Hawker.
     A Riad en Arabia Saudí, señor. Aterrizó a primera hora de esta mañana y permanece allí. Tenemos una foto del avión en la pista y el seguimiento de su ruta. Es lo que le envío.
     Gracias.
    Overholt colgó el teléfono, se reclinó en la silla, abrió uno de los cajones de la mesa y sacó una pelota de tenis. Comenzó a lanzarla contra la pared. Al cabo de unos minutos, dejó la pelota y cogió el teléfono.
     Documentación dijo una voz.
     Necesito un comentario general sobre la fe islámica y en particular de los sitios sagrados de La Meca. Overholt había recordado algo referente a un meteorito y el islam de una de sus clases de historia.
     ¿Con cuánto detalle y cuándo?
     Breve y dentro de una hora. Busque a un experto en la materia y dígale que venga a mi despacho.
     Sí, señor.
    Overholt volvió a entretenerse con la pelota mientras esperaba. Intentaba ponerse en el lugar de un padre con el fantasma de un hijo muerto rondando por su cerebro. ¿Hasta dónde llegaría para vengar su muerte? ¿Cómo podría golpear en el corazón de la bestia?

    El palacio del emir, situado en lo alto de la colina con vistas al golfo Pérsico, era opulento. Rodeado por un alto muro que encerraba un patio con cocheras, un extenso parque, y varias piscinas, ofrecía un aspecto sorprendentemente acogedor; nada que ver con los grises y lúgubres castillos y palacios de la Gran Bretaña y Europa.
    La limusina cruzó la entrada y giró por la rotonda para dirigirse a la puerta principal. Un grupo de pavos reales y un par de flamencos se apartaron al paso del vehículo. A un lado del camino, un hombre vestido con un mono caqui lavaba un Lamborghini todoterreno, mientras que dos jardineros recogían los frutos de un pistachero.
    El chófer aparcó delante de la puerta, y un hombre vestido a la occidental bajó la escalinata.
     Señor Cabrillo, soy Akmad alThani, ayudante personal del emir. Ya hemos tenido ocasión de hablar por teléfono.
     Señor alThani. Cabrillo le estrechó la mano. Es un placer conocerle en persona. Permítame que le presente a Peter Jones.
    Los hombres se dieron la mano.
     Si tienen la bondad de acompañarme dijo alThani, El emir les espera.
    Entraron en un gran vestíbulo con el suelo de mármol y escaleras en los dos lados que conducían a los pisos superiores.
    Había varias esculturas colocadas con mucho gusto alrededor de una gran mesa de caoba con un gran ramo de flores en el centro. Un par de doncellas se ocupaban de la limpieza, y en un rincón un mayordomo con pantalones a rayas y chaqué daba instrucciones a un operario que instalaba un lámpara para iluminar una pintura que parecía un Renoir.
    AlThani los llevó hasta una sala con toda una pared de cristal que daba al agua. La habitación tenía una superficie de setecientos metros cuadrados, con muchos lugares donde sentarse y numerosas plantas. Había varios televisores de plasma, e incluso un piano de cola.
    El emir estaba sentado al piano, y dejó de tocar cuando entraron los visitantes.
     Gracias por venir manifestó al tiempo que se levantaba. Se acercó a Cabrillo y le tendió la mano. Juan, siempre es un placer verlo.
     Alteza, le presento a mi socio, Peter Jones.
    Jones estrechó con firmeza la mano del emir.
     Encantado. El emir les señaló los divanes. Vamos a sentarnos allí.
    Los cuatro hombres se sentaron, y un criado apareció como por arte de magia.
     Té y pastas ordenó el emir.
    El criado desapareció tan rápidamente como había llegado.
     ¿Cuál ha sido el resultado final de lo sucedido en Islandia preguntó el emir.
    Cabrillo le dio todos los detalles.
     De no haber estado ustedes allí para efectuar el cambio comentó el emir, quién sabe dónde podría estar ahora mismo.
     AlJalifa está muerto, Alteza, así que esa es una preocupación menos.
     Así y todo, quiero que la Corporación se encargue de hacer un análisis de mi seguridad y las amenazas contra mi gobierno lo antes posible.
     Lo haremos con mucho gusto afirmó Cabrillo, pero ahora mismo hay un asunto mucho más urgente que requiere nuestra atención.
     Por favor, dígame de qué se trata.
    Cabrillo comenzó a explicárselo.




    47

    Los tres contenedores con las alfombras envenenadas estaban a un lado de la terminal de carga del aeropuerto de Riad, detrás de una cerca que rodeaba un espacio equivalente al de varios campos de fútbol. De no haber faltado tan poco para el hach, ya habrían trasladado y descargado las alfombras. Pero como habían llegado con retraso, habían descendido en la lista de prioridades. Mientras estuviesen colocadas alrededor de la Caaba el día antes del comienzo de la peregrinación, alSheik lo consideraría un éxito.
    Ahora mismo, le preocupaban asuntos mucho más urgentes.
    Junto con las alfombras, había que repartir casi un millón de botellas de agua, instalar diez mil lavabos portátiles, seis puestos de primeros auxilios distribuidos por toda la zona, y diez mil cubos de basura.
    Las cajas con folletos y recuerdos, ejemplares del Corán, tarjetas postales y cajones de cremas solares esperaban su distribución. Más cajas con comida para los peregrinos, seis mil escobas para los barrenderos que limpiarían cada día la mezquita y el entorno, paraguas por si llovía. Doce grandes cajones con ventiladores que serían repartidos estratégicamente en la Gran Mezquita para refrescar el aire.
    Solo había una cosa que no era responsabilidad de alSheik: el dispositivo de seguridad.
    De eso se ocupaba la policía secreta de Arabia Saudí.
    En una zona separada de la terminal de carga, los camiones ya se ocupaban de trasladar los equipos de seguridad a La Meca: un puesto de mando y control con radios y cámaras de vigilancia; cien mil proyectiles y bombas de gases lacrimógenos por si se producían disturbios; mil esposas de plástico; cuarenta perros con sus casetas, comida, collares y correas de recambio, una docena de transportes acorazados, cuatro tanques y miles de soldados.
    La peregrinación era un acontecimiento de primera magnitud y la familia real saudí pagaba las facturas.
    AlSheik miró su planilla y marcó un tilde en la casilla correspondiente a un camión que salía del recinto.

    El emir escuchó en silencio y bebió té mientras Cabrillo hablaba durante casi veinte minutos sin interrupción.
     ¿Me permitirá que le haga un breve resumen de la historia del Islam? preguntó el emir cuando Cabrillo hubo acabado su explicación.
     Faltaría más.
     Hay tres lugares fundamentales para la religión islámica, dos en Arabia Saudí y el tercero en Israel. El primero y más sagrado es la mezquita alHaram en La Meca, donde se encuentra la Caaba; el segundo es Masjid alNabawi, la mezquita del Profeta en Medina, que guarda la tumba de Mahoma. El tercero es Masjid alAqsa, en Jerusalén, la Cúpula de la Roca, el lugar donde Mahoma ascendió en un caballo para hablar con Alá.
    El emir hizo una pausa y bebió un sorbo de té.
     La Caaba es el más importante para los musulmanes; es el lugar hacia el que dirigen sus oraciones cinco veces al día.
    Es el faro de nuestra fe. Detrás de las sábanas de seda que cubren el sitio sagrado de la Caaba, en una esquina del edificio, está la piedra negra que Abraham colocó allí hace muchos siglos.
    Cabrillo y Jones asintieron.
     Como usted muy bien ha dicho, se cree que la piedra es un meteorito enviado por Alá a los fieles.
     ¿Podría describirnos la piedra? preguntó Stone.
     Yo mismo la he tocado muchas veces explicó el emir. Es redonda, de unos treinta centímetros de diámetro y de color negro. Yo diría que pesa unos cincuenta kilos más o menos.
     Son las dimensiones aproximadas del meteorito recuperado en Groenlandia señaló Cabrillo.
    En el rostro del emir apareció una expresión de alarma.
     Hay algo que omití mencionar, alteza dijo Cabrillo, Nuestros científicos tienen razones para creer que el meteorito de Groenlandia podría contener un virus capaz de propagarse si la piedra se rompe.
     ¿Qué clase de virus?
     Uno que consume oxígeno a una velocidad impresionante, y crea un vacío que absorbe todo lo que está cerca del centro.
     El fin de los tiempos exclamó el emir.
     Necesito entrar cuanto antes en Arabia Saudí para impedirlo declaró Cabrillo.
     Eso, amigo mío, es más difícil de lo que parece. Desde la invasión de Irak en 2003, el rey Abdulah y yo hemos mantenido unas relaciones un tanto delicadas. Mi firme y continuado apoyo a Estados Unidos, al permitir el estacionamiento de tropas y la construcción de la gran base aérea, ha provocado desavenencias entre nosotros, al menos públicamente. Para apaciguar a los partidarios de la línea dura y mantenerse en el poder se ha visto en la necesidad de condenar públicamente mis acciones.
     Sin duda accederá si usted le explica la gravedad de la amenaza.
     Lo intentaré, pero llegados a este punto solo hablamos a través de intermediarios. El proceso es lento y tedioso.
     ¿Lo intentará? preguntó Cabrillo.
     por supuesto. Pero incluso en el caso de que él aceptase su ayuda, hay otro problema, y desde luego muy grave.
     ¿Cuál es?
     Que solo los musulmanes pueden entrar en La Meca.

    Scott Thompson notaba un sudor frío.
    El doctor Berg acababa de sujetarle algo que parecía un equipo de realidad virtual sobre los ojos y había apretado la correa al máximo. Hasta ahora, Thompson se había mantenido firme. Le habían inyectado el suero de la verdad, que no había funcionado; lo habían interrogado durante horas a lo largo de los días, había escuchado las llamadas telefónicas de su familia en Estados Unidos que le explicaban con pelos y señales lo que les pasaría si no cooperaba.
    Nada de todo esto había conseguido que hablara.
    Thompson había sido entrenado y estaba muy bien adoctrinado.
    Le habían enseñado a combatir los efectos del suero de la verdad, había sido instruido en las mejores técnicas para hacer frente a los interrogatorios y tenía muy claro que, por mucho que dijeran, el gobierno de Estados Unidos no haría daño a personas inocentes para conseguir que confesase.
    Pero nadie lo había preparado para esto. Notó el aliento de Berg en la oreja.
     Scott, dentro de un minuto verá que aparecerán unas luces de colores delante de sus ojos. No tardarán mucho más en provocarle un ataque similar a los epilépticos y una sensación ardiente como si le clavaran hierros al rojo en el cerebro. Si necesita vomitar, y lo hará, probablemente no podrá mover la cabeza, así que procure no ahogarse en su propio vómito. Ten go aquí una enfermera que se encargará de aspirar cualquier residuo. ¿Lo ha entendido?
    Thompson movió la cabeza todo lo que pudo.
     Quiero darle una última oportunidad para que hable antes de que comencemos. Debo decirle que esta es una técnica que no usamos con frecuencia debido al elevado promedio de consecuencias irreversibles. Me refiero a estados vegetativos o catatónicos e incluso algunas muertes. ¿Ha entendido lo que significa?
    El comandante Gant se encontraba en la enfermería. Se sentía incapaz de presenciar lo que sucedería e indicó con un gesto que se marchaba. Berg lo despidió con otro y se acercó al ordenador para teclear las órdenes.
    Thompson se sacudió y después arqueó la espalda contra las ligaduras.
    Luego comenzó a retorcerse como un pez fuera del agua.
    En Qatar eran las dos de la tarde, las nueve de mañana en Washington, cuando Overholt atendió la llamada. Cabrillo fue directamente al grano.
     Me encuentro en Qatar. Ahora creemos que Hickman quiere atacar alguno de los tres lugares más santos del islam.
     La Caaba, la tumba de Mahoma, o la Cúpula de la Roca le interrumpió Overholt. He estado estudiándolo.
    El día anterior, Overholt había pasado horas con el experto en religión islámica de la CIA y se había leído todo el material preparado por el departamento de documentación.
     Así me gusta dijo Cabrillo.
     También le pedí a la Agencia de Seguridad Nacional que rastrearan todas las llamadas que hizo y recibió Hickman durante las últimas semanas y finalmente hemos conseguido resultados. Habló con Pieter Vanderwald y ayer le enviaron un paquete a Arabia Saudí desde una de las compañías que Vanderwald utiliza de tapadera.
     ¿Pieter el Envenenador?
     El mismo.
     Alguien tendría que ocuparse de ese tipo opinó Cabrillo.
     Ya he enviado una directiva. Un equipo lo está buscando.
     ¿Has hablado con Hanley?
     Sí. Me informó de lo que tu gente encontró en la fábrica textil de Maidenhead. Estamos seguros de que se trata de alguna toxina que suministró Vanderwald.
     Que rociaron en las alfombras dijo Cabrillo.
     Es lo que creo. Debió de sellar los contenedores para evitar que los pilotos resultaran afectados durante el vuelo y acabaran estrellando el avión. Hickman está loco, pero no es idiota. Cuando abran los contenedores tendremos el problema.
     Algo que puede ocurrir en cualquier momento a partir de ahora señaló Cabrillo.
    Se escuchó un pitido y se puso en marcha el fax en el despacho de Overholt. Empujó la silla hasta la máquina, recogió las hojas, y las leyó de inmediato.
     Creo que atacará la Cúpula de la Roca y le echará la culpa de toda la operación a los israelíes afirmó Overholt.
     ¿De dónde has sacado todo eso?
     ¿Recuerdas el yate que llevó el meteorito a las islas Feroe y fue abordado por una de nuestras fragatas?
     Sí.
     Envié a bordo a un especialista de la agencia. Él consiguió que el jefe confesara.
     ¿Qué dijo?
     Hace un par de semanas, Hickman envió otro equipo a Israel para que colocaran cámaras de vídeo y explosivos en la Cúpula de la Roca. Si es capaz de hacerse con la piedra de Abraham, todo indica que piensa llevarla a Jerusalén y des truirla en la explosión, y después proyectar el vídeo por todo el mundo.
     ¿Qué pasa con las operaciones en Arabia Saudí? pre guntó Cabrillo. ¿Dijo algo?
     En apariencia no sabe nada. Hickman seguramente ha repartido las tareas y tiene a otro equipo en el lugar.
     Necesito que me hagas un favor.
     ¿Qué quieres?
     Busca los expedientes del personal militar destinado en Qatar.
     ¿Para qué?
     Necesito a todos los musulmanes que tengamos.
     ¿Quién los dirigirá en La Meca?
     No te preocupes. Tengo al hombre adecuado.

    El Oregon pasaba por el estrecho de Gibraltar cuando Hanley colgó el teléfono después de hablar con Cabrillo. Apretó el botón del intercomunicador.
     Kasim y Adams, acudan a la sala de control inmediatamente llamó. Kasim y Adams, acudan a la sala de control inmediatamente. Mientras esperaba la llegada de los hombres, se volvió hacia Stone. Calcula un nuevo rumbo a Israel, al punto más cercano a Jerusalén que puedas encontrar.
    Stone mostró un mapa en una de las pantallas. El puerto de Ashdod era el más próximo. Tecleó las órdenes y el programa informático que gobernaba el barco ajustó el nuevo rumbo.
    Adams entró en la sala de control.
     ¿Qué pasa? le preguntó a Hanley.
     Necesito que prepares el helicóptero para que lleves a Kasim a Tánger, en Marruecos.
     ¿Después adonde quieres que vaya?
     Reposta y regresa al Oregon.
     Muy bien dijo Adams, y se marchó.
    Al cabo de unos minutos se presentó Kasim.
     ¿Estás preparado para dirigir una operación? preguntó Hanley.
     Sí, señor respondió Kasim, con una gran sonrisa.
     Solo Cabrillo tiene acceso a los expedientes personales, pero me dijo que eras musulmán. ¿Correcto?
     Sí, señor.
     Bien. Tenemos al Challenger que viene de Qatar a Marruecos. Necesitamos que líderes un equipo en La Meca.
     ¿Cuál es el objetivo, señor?
     Tú vas a salvar los lugares más sagrados del islam.
     Será un honor, señor afirmó Kasim.




    48

    A Hickman no le preocupaba en absoluto ser un infiel en La Meca.
    Odiaba la religión islámica y todo lo que representaba.
    Después de reunirse con la docena de indios en la casa de Riad y de darles instrucciones, iniciaron el viaje de diez horas hasta La Meca y la Caaba en un camión robado. En los laterales del vehículo aparecía el nombre de una compañía de limpieza.
    Todos vestían túnicas blancas y cada uno llevaba una escoba, un cubo, una rasqueta y cepillos.
    Hickman le había pagado a un falsificador para que le escribiera una carta donde se decía que los habían enviado para quitar las gomas de mascar. Dentro de un carro de limpieza amarillo brillante, oculto detrás de una cortina de lona blanca, había dejado el meteorito y unos cuantos botes de aerosol que Vanderwald le había enviado con el último cargamento. Cada uno de los indios llevaba pegado a la espalda por debajo de la cintura un trozo de explosivo C6 con un pequeño temporizador, y en el muslo una pistola por si las cosas se torcían.
    El camión llegó a una de las entradas de la inmensa mezquita.
    Hickman y los demás se bajaron, sacaron el carro, los cubos y las escobas; luego caminaron hacia el guardia. Hickman había preparado a fondo. Había aprendido árabe y a interretar el lenguaje corporal. Entregó la carta y dijo:
     En nombre de Alá el bondadoso, venimos a limpiar el sitio sagrado.
    Era tarde, el guardia estaba cansado, y la mezquita había cerrado.
    No había ningún motivo para creer que los hombres fuesen otra cosa de lo que parecían ser; los dejó pasar sin hacer ningún comentario. Hickman empujó el carro por la arcada y siguió por el pasillo que conducía al interior de la mezquita.
    Una vez dentro, Hickman se puso una mascarilla con filtro, y la tapó con el turbante de forma que solo se le veían los ojos. Le hizo un gesto a los indios para que se dispersaran y comenzaran a colocar las cargas mientras él se dirigía directamente hacia la Caaba.
    Cuatro hombres altos vestidos con uniformes de gala montaban guardia en las esquinas. Cada cinco minutos caminaban desde sus respectivas esquinas con unos pasos muy exagerados. Cada guardia se movía hasta la siguiente esquina en la dirección de las agujas del reloj y después esperaba. Acababan de hacer uno de estos cambios cuando Hickman se acercó con el carro.
    Con un movimiento muy rápido, sacó del carro uno de los botes de aerosol, y roció el aire en dirección al guardia. El hombre permaneció inmóvil solo un segundo, luego cayó de rodillas, después sobre el pecho, y acabó finalmente boca abajo en el suelo.
    Hickman se acercó a la Caaba. Corrió hasta la piedra de Abraham, y la arrancó del soporte de plata con una palanqueta que había traído en el carro. A continuación colocó el meteorito de Groenlandia, y ocultó el primero en la parte inferior del carro detrás de la lona blanca que lo rodeaba. Por último, colocó las cargas explosivas en el interior de la Caaba y salió.
    Vanderwald le había explicado que el efecto del gas anestésico solo duraba entre tres y cuatro minutos. Pasado es?
    tiempo, la persona afectada comenzaría a recuperar el conocí miento. Hickman se alejó rápidamente hacia el pasillo.
    Los indios también había trabajado deprisa; los seis que se habían encargado de las columnas más cercanas ya lo esperaban en el pasillo. Al cabo de un par de minutos aparecieron cuatro más.
    Hickman esperó impaciente a que los dos últimos cruzaran la gran extensión de mármol. Seguido por los indios, Hickman pasó con el carro por delante del guardia de la entrada.
     ¿Qué ha pasado? preguntó el guardia.
     Lo sentimos mucho respondió Hickman. Sus colegas nos han dicho que debemos volver mañana por la noche para hacer la limpieza.

    Hickman y los demás se alejaban en el camión cuando el guardia se despertó. Un tanto mareado, consiguió sentarse y de inmediato miró en derredor para saber si alguien se había dado cuenta. Al parecer ninguno de sus compañeros había visto nada.
    El guardia de la otra esquina miraba al frente como disponían las ordenanzas. Se levantó y consultó su reloj. Faltaba un minuto y treinta segundos para el cambio de posición. Decidió no hacer comentario alguno. Sabía que si se enteraban del desmayo lo reemplazarían antes del hach.
    Había soñado toda su vida con ocupar este puesto. No permitiría que un golpe de calor o un problema digestivo pusiera fin a su sueño.

    Hickman le indicó al conductor la carretera que llevaba a la ciudad de Rabigh, en el mar Rojo.
    Una vez allí, los indios se ocultarían en una casa que él había alquilado. Al día siguiente por la noche continuarían viaje a Medina. Hickman no pasaría la noche en Rabigh; lo esperaba una embarcación en el puerto. Zarparían con las luces del alba para dirigirse al norte.

    Overholt se encontraba en el Despacho Oval. Acabó su exposición y se reclinó en la silla.
     Menudo embrollo que se ha montado, Langston comentó el presidente.
    Overholt asintió.
     Nuestras relaciones con Arabia Saudí pasan por sus horas más bajas añadió el presidente. Desde que el senador Grant consiguió que se condenara al reino por albergar a los piratas aéreos del once de septiembre y el Congreso aprobó un impuesto especial al petróleo saudí, nuestros diplomáticos a duras penas consiguen arreglar una cita. Las últimas encuestas indican que la mayoría de los estadounidenses creen que deberíamos haber atacado a Arabia Saudí y no a Irak, y ahora usted viene a contarme que un multimillonario estadounidense loco prepara un ataque en los lugares más sagrados del país.
     Sé que es un polvorín a punto de estallar, señor presidente.
     ¡Un polvorín! Es mucho peor. Si Hickman ha envenenado las alfombras, ha cambiado la piedra de Abraham y ocurre algo como lo que acaba de explicar, veo que podrían suceder tres cosas importantes. La primera es de manual: Arabia Saudí cortará el suministro de petróleo a Estados Unidos. Eso nos hundirá en otra recesión, cuando apenas si acabamos de salir de la última; sería un golpe que nuestra economía no está en condiciones de resistir. Segundo, el hecho de que Hickman sea estadounidense avivará el fanatismo terrorista. Vendrán en manada con la intención de destruirnos. No nos engañemos las fronteras con Canadá y México son coladores. Si no erigi mos muros, no hay nada que podamos hacer para impedir que alguien decidido a entrar en nuestro país logre hacerlo, La tercera es la peor. Si se rompe el meteorito de Groenlandia y suelta un virus similar al que encontraron en la muestra de Arizona, entonces podremos descartar las dos anteriores. El oxígeno desaparecería de nuestra atmósfera como el agua que se va por el desagüe, y nos encontraríamos respirando polvo No tendremos problemas con las dos primeras si es verdad la confesión del combatiente capturado. Que Hickman lo ha organizado para que todo parezca obra de los israelíes.
     Desafortunadamente, por mucho que he intentado que los israelíes dejen de depender de la ayuda estadounidense, no lo he conseguido. El mundo árabe cree que Estados Unidos e Israel están muy ligados, y lo estamos. Si la culpa recae sobre Israel, todas las tropas de todos los países musulmanes sin excepción se lanzarán contra ellos, y ya sabemos lo que podría pasar.
     Los israelíes utilizarán su armamento nuclear.
     Por lo tanto, ¿qué nos queda? preguntó el presidente. Déme la salida.
     La única manera que tenemos es eliminar las alfombras, capturar a Hickman, volver a cambiar los meteoritos si es que los ha cambiado, y retirar los explosivos de los lugares sagrados.
     Todo esto sin que el gobierno saudí se entere de lo que está pasando. Menuda tarea.
     ¿Señor presidente, se le ocurre una idea mejor?

    El 4 de enero de 2006, a las cinco de la mañana hora de Qata sonó el teléfono en la habitación de Cabrillo.
     Soy yo, Juan. Acabo de estar con el presidente y tengo tus órdenes.
    Cabrillo se sentó en la cama.
     ¿Cuál es el veredicto?
     Quiere que se haga todo sin la cooperación saudí. Lo siento pero es la única manera de que salga bien.
    Cabrillo exhaló un suspiro que se escuchó con toda claridad en el otro extremo de la línea.
     ¿Tenemos seis días antes de que comience el hach, cuando dos millones de peregrinos llenarán La Meca y Medina, y me pides que envíe allí a un equipo para hacer qué?
     Primero, encuentras a Hickman y averiguas qué ha pasado con el meteorito; si lo ha cambiado por la piedra de Abraham, lo vuelves a cambiar. Después entras en las mezquitas de alHaram y alNabawi y te ocupas de retirar los explosivos. Finalmente, tú y tu equipo os largáis de Arabia Saudí antes de que nadie se entere de que estáis allí.
     Detesto hablar de negocios cuando tú fantaseas, pero ¿tienes idea de lo que esto le va a costar a Estados Unidos?
     ¿Ocho cifras? aventuró Overholt.
     Digamos nueve.
     ¿Puedes hacerlo?
     Quizá, pero necesitaré de todos los recursos del departamento de Defensa y a todos los servicios de inteligencia a nuestro lado.
     Tú llama y yo me encargaré de que corran.
    Cabrillo colgó y luego marcó un número.

    Una hora más tarde, mientras Cabrillo se duchaba, Hali Kasim se acercó a la entrada de un hangar en la base de la fuerza aérea estadounidense en Qatar. Había treinta y siete hombres que esperaban, toda la tropa musulmana que había desde Diego García en el océano índico al continente africano. To dos habían llegado a Qatar el día anterior desde sus respecta vos destinos. Ninguno de ellos sabía por qué los habían lla mado.
     Caballeros, a formar ordenó Kasim.
    Los hombres formaron y esperaron en posición de descanso. Kasim echó una ojeada a la lista que tenía en la mano, y se dirigió a la tropa.
     Me llamo Hali Kasim. Serví durante siete años en la marina estadounidense como oficial en una compañía de demolición submarina antes de entrar en la empresa privada. He vuelto al servicio activo por orden presidencial y se me ha asignado el grado de comandante para esta operación. Según esta lista, el segundo con mayor rango entre los aquí presentes es el capitán de la fuerza aérea William Skutter. Por favor que el capitán Skutter dé un paso al frente.
    Un hombre negro alto y delgado vestido con el uniforme azul de la fuerza aérea dio un paso al frente.
     El capitán Skutter será mi segundo. Por favor, acerqúese y mire a la tropa.
    Skutter avanzó marcialmente, llegó junto a Kasim, y giró sobre los talones para mirar a los soldados.
     El capitán Skutter se encargará de formar los equipos de acuerdo con sus especialidades y rangos prosiguió Kasim. Ahora mismo quiero explicarles por qué han sido seleccionados para estar aquí. En primer lugar, todos ustedes son soldados estadounidenses; en segundo lugar, y lo más importante para esta misión, todos aparecen como musulmanes en sus expedientes. ¿Hay alguien aquí que no sea musulmán? Si lo hay, que dé un paso al frente.
    Nadie se movió.
     Muy bien, caballeros, los necesitamos para una operación especial. Si me acompañan al interior del hangar, hemos preparado un lugar para reunimos. En cuanto estén sentados, comenzaré con las explicaciones.
    Kasim y Skutter caminaron hacia el hangar.
    Los hombres los siguieron. Habían colocado varias pizarras alrededor de una tarima, varias mesas plegables con armas y equipos, una fuente de agua y varias hileras de sillas de plástico negras.
    Los soldados ocuparon sus asientos mientras Kasim y Skutter iban hasta la tarima.




    49

    Incluso en un país anclado en la tradición como era Arabia Saudí, el mundo moderno había encontrado la manera de estar presente. La mezquita del Profeta en Medina era un ejemplo, Un ambicioso proyecto iniciado en 1985 y acabado en 1992 había aumentado y modernizado las instalaciones. La superficie útil había sido ampliada hasta abarcar casi los 162.000 metros cuadrados. Esto permitía que casi 750.000 visitantes pudiesen estar allí al mismo tiempo. Se habían añadido tres nuevos edificios, junto con un enorme patio de mármol con dibujos geométricos, además de otros veintisiete patios con techos retráctiles, y otras dos grandes áreas provistas con seis grandes sombrillas mecánicas que se abrían o cerraban según las condiciones meteorológicas reinantes.
    Habían levantado seis minaretes de 120 metros de altura, cada uno coronado con una gigantesca media luna de latón que pesaba cinco toneladas. Muchos lugares habían sido adornados con azulejos y filigranas de oro, y los focos iluminaban los detalles arquitectónicos.
    También habían remodelado las diversas plantas. Ahora había escaleras mecánicas para facilitar las subidas y bajadas de los peregrinos, y habían instalado equipos de aire acondicionado. El sistema de refrigeración bombeaba sesenta y ocho mil litros de agua helada por minuto a través de las cañerías colocadas debajo del nivel inferior.
    Todo el sistema se dirigía desde un centro de control instalado a unos siete kilómetros de la mezquita.
    La rehabilitación de la mezquita del Profeta y las obras hechas en La Meca le habían costado al gobierno saudí casi veinte mil millones de dólares. La empresa que se había adjudicado la realización de las obras en la mezquita del Profeta era propiedad de la familia de Osama bin Laden.

    El jefe de los mercenarios indios consultó de nuevo los planos.
    Antes de subir al barco en Rabigh, Hickman le había ordenado que destruyera la tumba de Mahoma en la mezquita del Profeta. El hecho de que bin Laden se hubiese beneficiado con las obras le enfurecía; quería verla borrada para siempre de la faz de la tierra.
    Recibirían una gratificación diez veces superior a la paga estipulada si tenían éxito.
    Hasta ahora les habían pagado un millón de dólares en oro; el rescate de un rey en su país. Incluso repartido entre los doce había más que suficiente para que cada uno viviera el resto de sus días sin pasar estrecheces. Los diez millones prometidos los convertirían en potentados.
    Solo tenían que ir a Medina, meterse en las galerías del sistema de aire acondicionado, colocar las cargas en los puntos señalados en el plano, y regresar a Rabigh, donde había otro barco contratado por Hickman para transportarlos a través del mar Rojo hasta Port Sudán, en Egipto.
    Allí los esperaba un avión con el oro y varios guardias.
    Pasarían los tres días siguientes en Port Sudan. Cuando en la mañana del día diez, comienzo del hach, se produjera la explosión que destruiría la mezquita y la tumba de Mahoma, el avión los llevaría a la India con su oro. Esperar a que el traba jo estuviese acabado antes de hacer el último pago era algo que Hickman había aprendido hacía mucho.

    Si hay un punto clave para que una operación tenga éxito, es no confiar nunca en un único sistema. La misión Desierto Uno durante la crisis de los rehenes en 1980 había demostrado la doctrina. El presidente había querido que se utilizaran el mínimo imprescindible de helicópteros, y en cuanto había fallado el primer aparato, todo se había venido abajo.
    Cuando se trata de tener un arma o un millar, siempre hay que escoger el mayor número posible. Los sistemas fallan, lasl bombas no estallan, y las armas se encasquillan.
    Kasim y Skutter lo tenían muy claro.
     Señor, la principal amenaza ahora mismo son los contenedores en Riad dijo el capitán. Usted ya ha verificado que se entregaron. En el momento en que los abran, algo que se hará antes del comienzo del hach, momento en que todo lo demás se pondrá en marcha, nuestra operación se vería frustrada.
     En cuanto se produzca el primer caso de envenenamiento, los saudíes impondrán las máximas medidas de seguridad afirmó Kasim.
    Los dos hombres se encontraban delante de un mapa desplegado en una de las pizarras del hangar. En una de las mesas había pilas de pasaportes del emirato y documentación que acreditaba como peregrinos a Kasim y a cada uno de los treinta y siete miembros del equipo. Los funcionarios del Ministerio del Interior habían trabajado toda la noche para prepararlos. Como eran auténticos y no falsificaciones, no tendríai problemas con las autoridades de inmigración saudíes. Ade más, a los ciudadanos de Qatar se les otorgaba el visado auto máticamente. Ahora los hombres tenían abierto el acceso al reino.
     Enviaremos dos equipos de cuatro hombres cada uno añadió Kasim. Eso nos deja con treinta hombres para entrar en La Meca.
    Skutter señaló la foto tomada desde un satélite que la Agencia de Seguridad Nacional les había enviado por fax. En la imagen aparecía la playa de almacenaje de contenedores en el aeropuerto de Riad.
     Gracias a los números de embarque que su gente anotó en Inglaterra, hemos podido localizar los contenedores.
    El capitán marcó con un círculo los tres contenedores.
     Es una suerte comentó Kasim, que escribieran los números en la parte superior de los contenedores para que los operarios de las grúas los identifiquen. De lo contrario, hubiésemos perdido un tiempo muy valioso para buscarlos entre todos los demás.
     Una vez que tengamos a los dos equipos en el lugar, ¿qué quieren que hagan?
     Apoderarse de ellos y llevárselos. En cuanto comprobemos que continúan sellados, tendremos que cargarlos en camiones y llevarlos al desierto hasta que se decida qué hacer con ellos. Destruirlos en el sitio o transportarlos a un lugar seguro.
     He leído los expedientes del personal dijo Skutter. Tenemos a un sargento que se llama Colgan. Pertenece a la inteligencia del ejército y tiene experiencia en operaciones encubiertas.
     ¿Colgan? Suena a irlandés.
     Se convirtió al Islam en el colegio universitario. Tiene una hoja de servicios impecable y las notas de sus superiores indican que es un hombre muy inteligente y metódico. Creo que es el más indicado.
     Muy bien. Ocúpese de explicarle su cometido y elija al resto de su equipo. Envíelos en el primer avión que salga para Riad. Según la gente del emir, hay un vuelo del puente aéreo que sale a las seis de la tarde.
     Muy bien, señor.
     Ahora nos queda ocuparnos de las mezquitas en La Meca y Medina dijo Kasim. Yo iré al mando del equipo de La Meca y usted se encargará de Medina. Tendremos cada uno catorce hombres a nuestras órdenes, y nuestro objetivo principal será localizar y desactivar cualquier artefacto explosivo que pueda haber colocado Hickman. Entramos, buscamos, retiramos, y nos largamos sin ser descubiertos.
     ¿Qué pasará si Hickman ha cambiado los meteoritos?
     El resto de mi gente se está ocupando de eso en estos mismos momentos respondió Kasim.

    El responsable de los indios miró a través de la ventana de la casa en Rabigh. El sol rozaba el horizonte y no tardaría en caer la noche. La distancia desde Rabigh a Medina era de unos trescientos veinte kilómetros, unas cuatro horas de viaje. Una vez allí necesitarían unas pocas horas más para reconocer el terreno, encontrar el acceso hasta el interior de la mezquita que Hickman había marcado en el plano, y entrar.
    Tardarían menos de una hora para colocar las cargas y abandonar el túnel.
    Después, cuatro horas de viaje de regreso a Rabigh. Si querían subir al barco que los llevaría a Egipto al amanecer del día siguiente, 6 de enero, tal como estaba previsto, tendrían que ponerse en marcha.
    Inspeccionó una vez más el cajón con las cargas explosivas, y ordenó que lo llevaran al camión. Ocho minutos más tarde ya circulaban por la carretera a Medina.

    Hanley descubrió que la palabra de Overholt abría todas las puertas. Recibía todo lo que pedía y de inmediato.
     Estamos preparados para iniciar la transmisión le dijo Overholt a Hanley por teléfono. Abra el vínculo y dígame si la calidad de las imágenes es buena.
    Hanley le hizo una seña a Stone y las imágenes aparecieron en uno de los monitores. La entrada y la salida del canal de Suez y los barcos que pasaban se veían como si hubiesen estajo en la costa.
     Perfectas informó Hanley.
     ¿Qué más necesita?
     ¿La agencia tiene a un agente musulmán en Arabia Saudí?
     Tenemos media docena.
     Necesitamos saber si han cambiado los meteoritos.
     Ni siquiera nuestra gente puede alzar la cortina replicó Overholt. Hay cuatro guardias que vigilan la Caaba las veinticuatro horas.
     Pero sí puede entrar en la mezquita. Dígale que se acerque todo lo que pueda a la cortina con un contador Geiger y que después se arrodille y rece. Si el meteorito de Groenlandia está allí, obtendrá una lectura positiva.
     Excelente idea. Lo enviaremos ahora mismo y le comunicaremos cualquier novedad tan pronto como la recibamos. ¿Qué más?
     Necesitamos fotos por satélite de las dos mezquitas, lo más detalladas posibles, y todos los planos y detalles que nos pueda conseguir.
     Haré que se lo preparen cuanto antes y se lo enviaré vía satélite y con un mensajero.
     Muy bien. El plan de la Corporación es ponernos en el lugar de Hickman y actuar como haría él. En cuanto tengamos los documentos, organizaremos los equipos y analizaremos cómo destruir las mezquitas si esa fuese nuestra misión.
     Estaré en mi despacho hasta que todo esto acabe. Si se entera de algo o necesita lo que sea, llámeme.
     Gracias, señor. Cumpliremos con nuestro trabajo.

    Caballo llegó a Tel Aviv, alquiló un coche y se acercó todo lo que pudo a la Cúpula de la Roca. Aparcó el coche, entró por la puerta próxima a la mezquita para acceder a la explanada donde se alzaba la Cúpula. Todo el complejo ocupaba una superficie de unas catorce hectáreas ajardinadas con fuentes y varios templos. Numerosos turistas y eruditos llenaban la explanada.
    Caballo entró en el edificio y contempló la roca iluminada.
    Se veía claramente que este lugar había sido la cumbre de la colina sobresalían los peñascos, rodeados por un mirador, pero era la historia y no ningún atributo físico particular de la roca, lo que lo convertía en un lugar sagrado. A todos los efectos, la roca tenía el mismo aspecto que todas las demás.
    Salió del edificio y bajó al Musalla Marwan, situado debajo de la explanada en la esquina sudeste del complejo. Era una vasta zona subterránea también conocida con el nombre de Los establos de Salomón dividida por muros con columnas y arcos. El lugar se utilizaba para recibir a los fieles que concurrían a las oraciones de los viernes y no encontraban lugar arriba.
    En este lugar Cabrillo notó cómo la historia calaba en sus huesos.
    Millones de personas habían pasado por aquí a lo largo de los siglos para tener un contacto más cercano con su dios.
    Reinaba una paz absoluta y solo se escuchaba el sonido del agua de una fuente lejana. Por un momento, Cabrillo se sintió abrumado por la gravedad de los planes de Hickman. En algún lugar cercano había un hombre tan lleno de odio y deseos de venganza por su hijo muerto, que quería destruir tres lugares sagrados. Se estremeció. Millones de hombres habían luchado y muerto en los alrededores de este santuario y le pareció intuir la presencia de sus espíritus.
    El nefasto plan de Hickman comenzaría aquí; el trabajo de Cabrillo y la Corporación era impedírselo. Subió los escalones de piedra y salió a la explanada. Soplaba un viento seco y caliente. Caminó hacia la salida.

    Pieter Vanderwald aterrizó en un aeródromo cercano a Port Said, Egipto, en un viejo Douglas DC3. El avión había servido durante años para transportar cargas por todo el continente africano. El DC3 bimotor era un aparato legendario; se habían construido miles a partir de 1935, y aún había centenares en servicio. La versión militar, el C47, se había utilizado a gran escala en la Segunda Guerra Mundial, en Corea, e incluso en Vietnam, transformados en aviones artilleros. También conocido con los nombres de Dakota, Skytrain, y Doug, el apodo más popular era Gooney Bird.
    El Gooney Bird que pilotaba Vanderwald tenía un pie en el cementerio aeronáutico.
    Destinado al desguace en Sudáfrica y sin el certificado de vuelo, Vanderwald lo había comprado a precio de chatarra.
    A fuer de sincero, le sorprendió que pudiese hacer el viaje al norte, pero lo había conseguido. Ahora, si al viejo avión le quedaban fuerzas para un último vuelo, tendría una muerte noble.
    El DC3 arrastra la cola. La carlinga está muy alta en el morro y el compartimiento de carga baja en ángulo hacia la pista. Mide veintiún metros y medio de largo, con una envergadura de treinta y uno. Impulsado por dos motores radiales de mil caballos cada uno, tiene una autonomía de vuelo de dos mil cuatrocientos kilómetros y una velocidad de crucero de entre doscientos cuarenta y trescientos kilómetros por hora Con los alerones bajados, casi se arrastra antes de aterrizar En una época en la que los aviones son estilizados al máximo, el DC3 es un yunque. Sólido, resistente, y con pocos fallos, el avión pide poco y hace su trabajo sin alharacas. Es una camioneta en un aparcamiento lleno de Corvettes.
    Vanderwald apagó los motores y abrió la ventanilla.
     Calce las ruedas y llene los tanques le gritó al operario egipcio que lo había guiado a la zona de repostaje. Póngale aceite hasta el tope. No tardarán en venir a recogerlo para la siguiente etapa.
    Salió de la carlinga, abrió la puerta, colocó la escalera, y bajó. Dos horas más tarde se encontraba en el aeropuerto de El Cairo a la espera de embarcar en el vuelo que lo llevaría de regreso a Johannesburgo. En el momento en que le transfirieran el dinero a su cuenta, su participación habría acabado.

    Cabrillo atendió la llamada cuando abría la puerta del coche alquilado.
     El Hawker acaba de llegar al Mediterráneo informó Hanley. Al parecer se dirige a Roma.
     Llama a Overholt y dile que se incaute del avión cuando aterrice en Roma. Quizá Hickman haya decidido retirarse.
     Lo dudo.
     Yo también. Creo que ese no es el caso.
     ¿Entonces cómo piensa escapar?
     No creo que piense escapar. Diría que prepara una misión suicida.
     Incorporaremos ese factor en la ecuación manifestó Hanley, después de una pausa.
     Tengo una cita con el Mossad. Te llamaré más tarde.

    El sol se hundía en el horizonte cuando el viejo barco pesquero que llevaba a Hickman entró en Jalif asSuwys en el extremo norte del mar Rojo. El viaje de quinientas millas desde Rabigh había sido lento pero sin pausa, y el barco entraría en el canal de Suez esta misma noche. No había mucho lugar donde moverse y Hickman había pasado las horas entre la pequeña timonera y la cubierta de popa donde el aire no estaba contaminado por el humo de los puritos que el piloto encendía el uno con el otro.
    La piedra de Abraham estaba envuelta en una lona junto a su única maleta, que contenía una muda, un neceser y una carpeta de anillas cuyas páginas había leído una y otra vez durante el viaje.

     Esto es lo que tengo dijo Huxley cuando entró en la sala de control. Cogí las fotos que Halpert y los demás hicieron en Maidenhead, borré la máscara de gas y utilicé el programa biométrico para hacer un retrato robot.
    Hanley cogió el disquete y se lo dio a Stone, que lo introdujo en la disquetera del ordenador central. Una imagen apareció en la pantalla.
     ¡Diablos! exclamó Hanley. No se parece en nada a como dicen los rumores que es.
     Es extraño, pero tiene sentido comentó Huxley. Si yo fuese un recluso como Hickman, intentaría ofrecer la apariencia más normal posible para que no me reconocieran allí donde fuese.
     Supongo que los rumores sobre Howard Hughes no eran más que eso dijo Stone. Rumores.
     Pasa a la siguiente, Stone le pidió Huxley.
    Stone tecleó la orden. En la pantalla apareció una imagen tridimensional de un hombre.
     Es una reconstrucción de sus movimientos expl¡có Huxley. Cada individuo tiene unos movimientos únicos ¿Sabéis qué utilizan los equipos de seguridad de los casinos para identificar a los tramposos?
     ¿Qué? preguntó Stone.
     El andar. Una persona puede utilizar disfraces, alterar su aspecto, incluso algunos movimientos, pero a nadie nunca se le ocurre cambiar la manera de caminar o el porte.
    Stone escribió una serie de órdenes y la figura caminó, dio vueltas y movió los brazos.
     Prepara una copia y envíasela a Overholt dijo Hanley. Él podrá distribuirla entre los agentes israelíes.
     Puedo superponerla con las imágenes en vivo que llegan de Suez ofreció Stone.
     Hazlo.

    Al mismo tiempo que Hanley miraba las imágenes de Hickman, ocho hombres que habían llegado a Riad desde Qatar en un vuelo regular, pasaron por el control de pasaportes sin problemas. Recogieron los equipajes y subieron a un Chevrolet blanco que el departamento de Estado le había pedido en préstamo a un empleado de una compañía petrolera.
    Marcharon a una casa franca donde esperarían a que se hiciera de noche.

     Podemos hacer lo que necesita esta noche dijo el jefe del Mossad, pero no podemos utilizar perros. Tendrán que hacerlo los agentes equipados con rastreadores químicos. Los perros están absolutamente prohibidos en las mezquitas.
     ¿Habrá algún problema? preguntó Cabrillo.
     Hace unos años atrás cuando el primer ministro israelí fue a la Cúpula de la Roca las manifestaciones de protesta duraron semanas. Habrá que hacerlo rápido y con mucha discreción.
     ¿Sus agentes pueden cubrir toda la zona?
     Señor Cabrillo, Israel se enfrenta a atentados terroristas todos los días. Si hay explosivos dentro de Haram alSharif, lo sabrá usted con el alba.
     ¿Desactivará cualquier cosa que encuentre?
     Lo desactivaremos o lo retiraremos del lugar, lo que sea más seguro.

     Por favor, siéntense pidió Kasim.
    Los veintiocho hombres se sentaron. Skutter permaneció junto a Kasim delante de la pizarra.
     ¿Hay alguno de ustedes que nunca haya conducido una moto? preguntó Kasim.
    Diez levantaron la mano.
     Esto será duro para ustedes continuó Kasim, pero tenemos a unos instructores para que les impartan un curso rápido. En cuanto terminemos aquí, comenzarán a practicar.
    En cuatro horas todos tendrán al menos unos conocimientos básicos.
    Los diez hombres asintieron.
     La situación es la siguiente. No podemos entrar en Arabia Saudí en un vuelo comercial. El riesgo de que nos intercepten es muy alto. Desde aquí a La Meca hay casi mil trescientos kilómetros, y la ruta cruza una región desértica donde no hay gasolineras, así que se nos ha ocurrido la siguiente solución: el emir ha dispuesto que un avión de transporte nos lleve hasta alHidayah en Yemen, y desde allí hay menos de ochocientos kilómetros hasta Yidda en Arabia Saudí, por una carretera asfaltada que bordea el mar Rojo. El emir ha pagado a las autoridades yemeníes y también ha comprado las motocicletas que utilizaremos. Las motos tienen algunas ventajas; la primera es que podemos cruzar la frontera lejos del puesto aduanero y recorrer un tramo de desierto hasta volver a la carretera una vez en Arabia Saudí. La segunda es la autonomía, Hay varias ciudades a lo largo de la carretera que disponen de gasolineras, si bien están muy separadas entre sí. Las motos pueden recorrer esas distancias. La tercera es la más importante. Cada uno irá por libre. Si las autoridades detienen a uno, la misión no se verá comprometida.
    Kasim miró a la tropa.
     ¿Alguno tiene algo que comentar?
    Nadie respondió.
     Muy bien. Los hombres que necesitan aprender a conducir una moto, que acompañen al capitán Skutter. Los instructores y las motos les esperan. El resto, que aproveche para descansar. Nos marchamos a las diez.

    Vanderwald se acercó un pañuelo perfumado a la nariz. La primera etapa de su vuelo de regreso era desde El Cairo a Nairobi, en Kenia. El avión iba lleno y la cabina olía a sudor y al cordero que habían servido para la cena.

    A la misma hora en que Vanderwald se dormía, un par de hombres se acercaron a su casa en un barrio de Johannesburgo. Se colaron por atrás, desactivaron el complejo sistema de seguridad y entraron en la casa. Luego, lenta y metódicamente, comenzaron la búsqueda.
    Terminaron al cabo de dos horas.
     Llamaré para conectar su teléfono al ordenador dijo uno de los hombres. Así podrán buscar en sus registros de llamadas.
    Marcó un número de Langley, Virginia, luego tecleó un código y esperó a que sonase un pitido. Un ordenador de la CIA comenzaría a buscar en el ordenador de la compañía telefónica sudafricana el registro de todas las llamadas hechas y recibidas a ese número en los últimos meses. Tendrían el resultado al cabo de unas horas.
     ¿Ahora qué? preguntó el otro.
     Nos turnaremos para dormir mientras esperamos.
     ¿Cuánto tiempo tendremos que estar aquí?
     Hasta que él regrese, si es que algún otro no lo pilla antes contestó el primero. Abrió la nevera.




    50

    Los mercenarios indios llegaron a la entrada de los túneles del sistema de aire acondicionado que pasaban por debajo de la mezquita del Profeta, en Medina. La entrada estaba en un espacio abierto junto a un edificio de apartamentos, en el extremo más alejado de un solar que se utilizaba como aparcamiento.
    No había más que una docena de coches aparcados cerca del edificio.
    El jefe del grupo le indicó al conductor que retrocediera hasta situarse junto a la entrada, cortó el candado con una cizalla, retiró la tapa, y a continuación él y el equipo bajaron por la escalerilla de hierro. El conductor y el hombre que lo acompañaba movieron el camión para que tapara la entrada y se acomodaron a esperar el regreso de los otros.
    El túnel tenía un diámetro de un metro ochenta y por allí pasaban las cañerías con inscripciones en árabe que indicaban qué era cada una. Estaban montadas en soportes de abajo arriba, y en el medio quedaba un pasillo para que los operarios pudieran inspeccionarlas. El interior era oscuro, frío y olía a cemento húmedo y a moho. El jefe encendió la linterna y lo mismo hicieron los demás.
    Luego comenzaron a caminar en fila india hacia la mezquita.
    Recorrieron poco más de un kilómetro y medio para llegar a la primera bifurcación. El jefe miró la pantalla de su GPS. La señal era débil debido a la capa de cemento por encima de su cabeza, así que consultó el plano que le había dado Hickman y le dijo a sus hombres:
     Vosotros cinco id por allí. Señaló uno de los ramales El túnel hace una vuelta y acaba en un rectángulo. Colocad las cargas a intervalos regulares. Nos encontraremos en el otro extremo.
    El grupo se alejó por el túnel de la derecha y el jefe con los demás, por el de la izquierda.
    Cuarenta y siete minutos más tarde se reunieron en el otro extremo.
     Ahora cambiaremos dijo el jefe. Vosotros volveréis por el otro túnel y comprobaréis las cargas que hemos colocado nosotros y nosotros haremos lo mismo con las vuestras.
    Se alejaron en direcciones opuestas.
    En cada uno de los seis puntos a lo largo de cada pasillo, habían colocado las cargas de C6 y cartuchos de dinamita en paquetes de casi treinta centímetros de diámetro, sujetos a las cañerías con cinta aislante. Todas tenían un temporizador digital en marcha.
    La cuenta atrás se iniciaba con 107 horas y 46 minutos. Las cargas estallarían al mediodía del día 10, cuando en la mezquita habría casi un millón de peregrinos. La cantidad de explosivo colocada por los indios convertiría en escombros toda la mezquita. La última carga, con el doble de C6 y dinamita que las restantes, se encontraba directamente debajo del lugar que según el plano correspondía a la tumba de Mahoma.
    Si no había ningún fallo, en menos de cinco días, siglos de historia desaparecerían en un abrir y cerrar de ojos.
    Desanduvieron el camino hasta la salida. El jefe salió primero se escurrió por debajo del camión, fue hasta la cabina y golpeó en la ventanilla del conductor. El hombre bajó el cristal.
     Aparta el camión le ordenó el jefe.
    Los hombres subieron al camión rápidamente y el jefe cerró la tapa y colocó un candado nuevo.
    Cuatro minutos más tarde, alumbrados por la luz de la luna en cuarto creciente, emprendieron la vuelta a Rabigh.

    A las seis de aquella misma mañana, Hanley reunió al equipo en la sala de conferencias del Oregon. El barco navegaba en círculo frente a la costa de Tel Aviv. Hanley echó un vistazo a la pantalla, donde aparecía el Robinson que se acercaba por la proa.
     Ahí llega el jefe anunció. Presidirá la reunión. Aprovechad para repasar vuestras notas mientras lo esperamos. Tenéis café y bollos. Si tenéis hambre, comed ahora. No quiero que haya ninguna interrupción.
    Hanley salió para ir a la sala de control. Stone le facilitó los últimos informes. Al salir se encontró con Cabrillo y Adams.
     Todos te esperan en la sala de conferencias dijo, y escoltó a la pareja.
    Cuando llegaron a la sala, Cabrillo abrió la puerta y entraron. Adams, vestido con el mono de vuelo, se sentó a la mesa.
    Hanley se colocó junto a Cabrillo, que ocupó su lugar en el podio.
     Es un placer veros a todos comenzó Cabrillo, y especialmente a Gunderson y su equipo. Me alegra comprobar que los franceses finalmente entraron en razón. Le sonrió a Gunderson. Necesitaremos de todos vosotros para enfrentarnos a lo que se avecina. Vengo de Tel Aviv donde mantuve una reunión con el jefe del Mosad. Durante la noche enviaror a un grupo de expertos a la Cúpula de la Roca para localizar cualquier artefacto explosivo. No encontraron ningún artefacto convencional, nuclear o biológico. En cambio, encontraron una cámara de vídeo que no debería haber estado allí, oculta en un árbol de un jardín en uno de los edificios cercanos.
    Todos seguían las palabras del jefe con la máxima atención.
     La cámara disponía de una conexión inalámbrica para enviar las imágenes a un procesador instalado fuera de la mezquita, y de allí a través de un cable convencional a un edificio próximo. Los agentes del Mossad se preparaban para entrar en el edificio cuando me marché. Espero tener noticias en cualquier momento.
    Los presentes asintieron.
     Un detalle interesante sobre la cámara es que la habían colocado para enfocar un poco por encima de la Cúpula de la Roca, de forma tal que cogía solo la parte superior. Eso me indicó que Hickman, si es que tiene en su poder la piedra de Abraham, planea algún tipo de ataque aéreo que destruirá la piedra y al mismo tiempo causará graves daños en la cúpula.
    Piensa filmarlo todo y después emitirlo para que todo el mundo lo vea.
    Una vez más, todos hicieron un gesto de asentimiento.
     La situación en La Meca y Medina es la siguiente prosiguió Cabrillo: Kasim y un oficial de la fuerza aérea norteamericana dirigirán un par de equipos de soldados estadounidenses musulmanes con la misión de encontrar los explosivos. He dejado a Peter Jones en Qatar para que coordine las cosas con el emir, quien nos ha ofrecido toda la ayuda a su alcance. Hanley les dará los detalles.
    Cabrillo se apartó del podio y Hanley ocupó su lugar.
    Cabrillo se acercó a la mesa con las bebidas y la comida. Sirvió dos tazas de café y le dio una a Adams que se lo agradeció con un gesto.
     Como todos ustedes saben manifestó Hanley, La Meca y Medina son los lugares sagrados del islam. Por lo tanto, están vedados a los no musulmanes. Kasim es el único miembro de nuestro equipo que profesa la fe islámica, así que lo seleccionamos para que dirija los equipos. El emir nos ha facilitado las motos y un avión de carga para transportar a los hombres y los vehículos a Yemen. Llegaron allí esta mañana y cruzaron la frontera con Arabia Saudí por un uadi. El último informe dice que ya han dejado atrás la ciudad de Sabya y continúan hacia el norte. Luego irán en autobuses del servicio público hasta las mezquitas. Una vez allí, comenzarán a buscar los explosivos.
     ¿Qué hay de los contenedores? preguntó Halpert.
     Ya saben que el equipo que fue a Maidenhead descubrió rastros de una toxina. Creemos que la rociaron en las alfombras guardadas en los contenedores. Kasim envió a ocho hombres en un vuelo a Riad y ya han tomado posiciones en la terminal de carga donde están los contenedores a la espera de que los transporten a La Meca. Aquí, la suerte ha estado de nuestra parte. Si los contenedores hubiesen llegado a tiempo, probablemente ya los hubiesen descargado con consecuencias letales. Pero como Hickman se retrasó tanto en la entrega, asignaron los camiones a otras tareas. Según la programación del encargado de logística que la ANS consiguió interceptar, los enviarán mañana, día siete. El plan es que el equipo se haga con los contenedores y los lleve hacia La Meca. A medio camino entre Riad y La Meca los destruiremos o los sacaremos del país.
    En aquel momento sonó el teléfono. Cabrillo atendió la llamada.
     Muy bien dijo después de escuchar a su interlocutor; colgó.
    Hanley lo miró, expectante.
     Era Overholt. Su agente ha detectado radiación alrededor de la cortina que rodea la Caaba. Hickman ha conseguido cambiar los meteoritos.

    En Londres, Michelle Hunt había pasado los últimos días encerrada en la habitación de un hotel. Los agentes la habían interrogado a fondo y, aunque cansada, seguía dispuesta a colaborar. La CIA comenzaba a convencerse de que ella no podía ayudarlos. Desde el primer momento había desistido de hacer que llamara a Hickman. Incluso si el millonario llevaba un móvil, en cuanto viese que lo llamaba desde otro teléfono sospecharía que algo no iba bien.
    El avión que la llevaría de regreso a Estados Unidos despegaría al cabo de una hora. Hunt solo les había servido para saber algunas cosas de la vida de Hickman.
    Eso lo había hecho con todo detalle. Le habían preguntado de todo y ella no había puesto reparos en responder. El agente encargado solo necesitaba confirmar un par de cosas antes de presentar su informe.
     Volvamos al principio. Cuando se conocieron, usted dijo que él había volado a Los Ángeles para inspeccionar las instalaciones de una empresa petrolera que pensaba comprar.
     Así es. Nos conocimos en Casen's. Una amiga mía me había regalado una comida con motivo de mi cumpleaños. En aquellos años, no podía permitirme comer en un restaurante de lujo.
     ¿Qué pasó después?
     Se acercó a mi mesa, se presentó, y yo lo invité a que comiera conmigo. Estuvimos allí toda la tarde. Seguramente conocía a los dueños porque cuando se retiraron los demás comensales y el personal comenzó a preparar las mesas para la cena, nadie nos dijo que nos fuéramos.
     ¿También cenaron allí?
     No. Hal me pidió que lo acompañara a volar sobre la explotación petrolera a la puesta de sol. Creo que intentaba im presionarme.
     ¿Así volaron sobre el campo y lo observaron a través de las ventanillas?
     Nada de ventanillas. Era un biplano. Yo iba sentada en el asiento de atrás.
     Un momento. ¿Un avión de dos asientos?
     Un viejo Stearman, si no recuerdo mal.
     ¿Quién pilotaba?
     Hal. ¿Quién si no?
     ¿El señor Hickman es piloto? se apresuró a preguntar el agente.
     Lo era entonces. Si Howard Hughes volaba, Hal también.
    El agente corrió al teléfono.

     Esto complica las cosas todavía más comentó Hanley. Ahora no solo tenemos que recuperar la piedra de Abraham de manos de Hickman, sino que también debemos devolverla a su lugar sin que nos descubran. El presidente dijo claramente que, dentro de lo posible, el gobierno saudí no debe saber nada de esta operación.
    En aquel momento se encendió una de las pantallas panorámicas, que estaba dividida verticalmente en dos mitades.
    Stone aparecía en el lado izquierdo.
     Lo siento, señor. Sé que no quería interrupciones, pero esto es importante. Mire la otra mitad.
    Una imagen llenó la mitad derecha.
     Lo grabaron dos cámaras que la CIA había instalado en las esclusas del canal de Suez; es de hace quince minutos.
    En la imagen aparecía un viejo barco pesquero. Un par de tripulantes se ocupaban de los cabos mientras pasaban por las esclusas. En la cubierta de popa un hombre bebía café. La cámara lo enfocó de lleno.
     Superpuse la imagen con el programa de Huxley.
    Todos los presentes observaron con atención cómo la imagen tridimensional se colocaba sobre el hombre. Las líneas se ajustaban a la perfección. Cuando el hombre se movió, la imagen virtual se movió con él.
     Señor, es Halifax Hickman dijo Stone.
     ¿Dónde está ahora el barco, Stoney?
    El lado izquierdo de la pantalla mostró a Stone que miraba a otro monitor.
     Acaba de salir de las esclusas y se dispone a entrar en Port Said.
     George… comenzó a decir Cabrillo.
     Ya tiene que haber acabado de repostar dijo Adams y se levantó.
    Cuatro minutos más tarde, el Robinson estaba en el aire.
    La distancia desde el Oregon a Port Said era de trescientos veinte kilómetros, pero el helicóptero nunca llegaría a Egipto.




    51

    El avión de Vanderwald voló con viento de cola y llegó media hora antes.
    No había ni un coche en la carretera; aún faltaba una hora para que la gente saliera para ir al trabajo y comenzaran los habituales atascos, así que aparcó delante de su casa cuando solo hacía quince minutos que había bajado del avión. Recogió la correspondencia en el buzón de la entrada, se la metió debajo del brazo y cargó con su maleta hasta la puerta.
    Entró en el recibidor, dejó la maleta en el suelo y la correspondencia en una mesa.
    En el momento en que se volvía para cerrar la puerta apareció un hombre por el costado y se escucharon pasos que venían desde la cocina.
     Buenos días, cabronazo dijo el primer hombre y le apuntó a la cabeza con una pistola provista con un silenciador.
    No dijo nada más. Sencillamente bajó el arma y le disparó a las rodillas. Vanderwald cayó al suelo; sus alaridos resonaron por toda la casa. El segundo hombre se agachó junto a Vanderwald que se retorcía.
     ¿Quieres explicarnos por qué aparece en tu ordenador la factura por la compra de un DC3?
    Dos minutos más tarde, gracias a un par de disparos bien colocados, obtuvieron la respuesta.
    El tiro de gracia llegó pasado otro minuto.
    Los dos hombres salieron por donde habían entrado y se dirigieron a una calle lateral donde habían dejado el coche. El conductor lo puso en marcha, y su compañero se quitó los guantes para marcar un número en el móvil.
     El objetivo acababa de regresar de Port Said, donde había entregado un DC3 comunicó. Ha dejado de ser un problema.
     Bien hecho respondió Overholt. Ya podéis volver a casa.

     Necesito una transmisión en tiempo real del aeródromo de Port Said le dijo Overholt al director de la Agencia Nacional de Seguridad. Buscamos un DC3.
    El director le gritó la orden a los técnicos encargados de los satélites.
     Lo estamos reposicionando. Espere.
    Mientras esperaba, Overholt abrió el cajón, sacó su pala de paddle con la pelota roja sujeta con un elástico y comenzó a darle golpes. La espera, aunque solo fue de unos pocos minutos, se le hizo eterna. Por fin, escuchó la voz del director.
     Le reenviamos las imágenes.
    Overholt miró su monitor. Apareció una imagen lejana del aeródromo. Luego fue acercándose hasta que enfocó al DC3.
    Poco a poco fueron aumentando los detalles. Vio a un hombre que caminaba a través de la pista con algo que parecía una manta apretada contra el pecho. Llegó al avión y abrió la puerta.
     Que mantengan al DC3 en pantalla. Si despega, que lo rastreen.
     De acuerdo contestó el director.
    Hanley se encontraba en la sala de control con Stone cuando sonó el teléfono.
     Esto es lo que tenemos hasta ahora le dijo Overholt. La señora Hunt acaba de decir a mis agentes que Hickman es piloto. Dos de mis hombres se reunieron con el traficante de armas sudafricano hace unos minutos; confesó que ayer llevó un DC3 a Port Said para Hickman. Ahora mismo tengo en la pantalla una imagen en directo donde aparece un hombre que se parece a Hickman y que concuerda con el perfil tridimensional que me envió; ahora mismo está abriendo la puerta.
     Pues ya está le interrumpió Hanley. Su intención es ir a por la Cúpula de la Roca.
     No podemos derribarlo porque perderemos la piedra de Abraham señaló Overholt. Tendremos que dejar que la lance.
     Muy bien, señor. Le avisaré a Cabrillo.

    Hanley colgó el teléfono y llamó por radio al Robinson.
     Da la vuelta le dijo Cabrillo a Adams en cuanto acabó de escuchar la nueva información de boca de Hanley.
    Adams comenzó a hacer un amplio giro a la izquierda.
     Quiero a todos menos Murphy y Lincoln en tierra y en la Cúpula de la Roca lo antes posible. Que los dos se encarguen de preparar la batería de misiles le ordenó después a Hanley.
     Ahora mismo.
     Llama a Overholt para que se encargue de mantener tranquilos a los israelíes. No quiero ningún avión en el aire ni cualquier otra indicación que le permita a Hickman sospechar que sabemos sus planes.
     Muy bien.
     Dile a Nixon que me llame. Quiero repasar ese invento suyo una vez más.

     ¿Adonde vamos, jefe? preguntó Adams.
     Al centro de Jerusalén. A la Cúpula de la Roca.
    Adams marcó las coordenadas en el GPS cuando el Robinson cruzaba de nuevo la costa.

    El personal del Oregon que intervendría en la operación se preparaba rápidamente mientras Nixon se dirigía a la sala de control. Abrió la puerta y entró.
    Hanley conectó el micro y Cabrillo respondió en el acto.
     Aquí tengo a Nixon dijo Hanley, y le pasó el micro.
     ¿Kevin?
     Sí, señor.
     ¿Estás seguro de que tu invento funcionará? Si tienes alguna duda necesito saberlo ahora.
     He calculado el peso y doblado la altura estimada que me facilitó y así y todo entraba en los límites. Ya sabemos que nada es perfecto, pero yo diría que sí, funcionará.
     ¿Cuánto tiempo tarda en estar en condiciones de soportar peso?
     Menos de un minuto.
     ¿Tenemos material suficiente?
     Sí. He fabricado mucho más del que podamos necesitar.
     Muy bien, pondremos en práctica tu idea manifestó Cabrillo. Como no tenemos un plan de reserva, tendrá que salir bien.
     Saldrá bien, señor. Solo veo un problema.
     ¿Cuál?
     Perderemos la piedra si choca contra la cúpula.
     Yo me ocuparé de eso respondió Cabrillo, tras una muy breve pausa.

    Hickman no había pilotado un avión desde hacía más de dos décadas, pero fue como montar de nuevo en bicicleta. Se sentó en la carlinga, hizo la verificación previa y puso en marcha los motores. Nubes de humo negro salieron por los tubos de escape, pero en pocos minutos los viejos motores funcionaban sin problemas.
    Echó una ojeada al tablero, localizó los diversos interruptores y se aseguró de que el primitivo piloto automático estuviese conectado a los controles. Se dirigió a la pista al tiempo que llamaba a la torre de control para solicitar la autorización de despegue.
    No había prácticamente movimiento y le dieron la autorización de inmediato. Mientras circulaba probó los frenos. Los notó esponjosos pero en buen estado.
    No le importaban los frenos blandos; esta sería la última vez que se utilizarían. El DC3 emprendía su viaje final. Llegó a la pista y se colocó en la cabecera.
    Miró los indicadores una vez más, aceleró los motores e inició el despegue. El viejo avión lo hizo lentamente.
    La distancia era de trescientos veinte kilómetros. A toda velocidad y con un poco de viento de cola, Hickman llegaría en una hora.

     Tengo las lanchas en el agua informó Stone. Los israelíes han enviado un helicóptero de transporte para llevar al equipo desde Tel Aviv a un lugar cercano a la Cúpula de la Roca. Es demasiado grande para recibirlo a bordo. Así que esperará en la playa. Ahí lo tiene.
    Señaló uno de los monitores donde aparecía la imagen transmitida por la cámara instalada en la proa del Oregon. Un helicóptero de dos rotores se posaba en la playa.
     Voy a la sala de conferencias dijo Hanley. Corrió por el pasillo, abrió la puerta de la sala y entró. Atención, las lanchas están preparadas y hay un helicóptero en la playa que os llevará el resto del camino. ¿Todos saben lo que estamos haciendo?
    Los diez asintieron.
     Seng está al mando. Buena suerte.
    El equipo salió de la sala, cada uno cargado con una gran caja de cartón. Hanley detuvo a Nixon cuando pasó a su lado.
     ¿Tienes preparada la escala?
     La tengo en la caja.
     Muy bien, adelante. Hanley lo siguió por el pasillo hasta la cubierta de popa.
    Hanley vigiló al equipo mientras bajaban hasta las lanchas y esperó hasta que pusieron rumbo a la playa. Luego fue a reunirse con Murphy y Lincoln.

     ¿Dónde quieres que te deje? preguntó Adams.
     Vamos directamente a la Cúpula de la Roca respondió Cabrillo. Allí estará el resto del equipo.
     ¿Y después?
     Te lo explicaré.
    Adams silbó suavemente cuando Cabrillo acabó su explicación al cabo de un par de minutos.
     Así que con todos los artilugios de alta tecnología que tiene la Corporación en su arsenal al final se hará de esta manera.
     Es como el número del volatinero en el circo admitió Cabrillo.
    El equipo del Oregon bajó del helicóptero en una calle próxima a la Cúpula de la Roca. Los tanques israelíes habían cerrado todas las calles y los soldados se ocupaban de alejar a las personas que se encontraban en la zona. Grupos de palestinos sin saber que su templo estaba amenazado, comenzaron a manifestarse y los israelíes los dispersaron con cañones de agua.
    Seng llevó a sus hombres hasta la entrada de la mezquita Ocupen sus puestos ordenó. Kevin, asegúrate de colocar primero la escala.
     Sí, señor dijo Nixon, y corrió con sus compañeros.
    Seng se volvió hacia un oficial israelí que era el enlace.
     Necesito que conecten las mangueras a todas las bocas de incendio y las lleven al interior de la mezquita. Vigile que tengamos manguera suficiente para llegar hasta el último rincón.
    El oficial comenzó a gritar las órdenes.

    Hickman volaba a lo largo de la costa. Su vida estaba a punto de acabar, una vida que había terminado siendo un fracaso. Toda su riqueza, la fama y el triunfo, al final no significaban nada. La única cosa que había querido hacer bien la había estropeado.
    Nunca había sido un buen padre para su hijo. Interesado únicamente en el éxito y tan pagado de sí mismo que no permitiría a nadie que se le acercara demasiado, nunca había dejado que el amor de un hijo por su padre atravesara su coraza.
    Solo la muerte de Chris Hunt había conseguido romperla.
    Para Hickman las etapas del duelo se habían detenido en el odio. La cólera contra una religión que engendraba fanáticos capaces de matar sin piedad, la ira contra los símbolos que veneraban.
    Muy pronto esos símbolos desaparecerían, y si bien solo vería los primeros frutos de sus esfuerzos, tenía claro que moriría feliz con el conocimiento de que los demás no tardarían en desaparecer.
    Ya no falta mucho, pensó, al ver la costa.
    Faltaba muy poco para que asestara al islam un golpe de muerte.

    Nixon y Gannon abrieron una de las cajas, sacaron una escala y la extendieron rápidamente en el patio junto a la Cúpula de la Roca. No era suficientemente larga.
     Habrá que añadir otra dijo Nixon. Cortó la cinta adhesiva de la segunda caja con el cuchillo y sacó otra escala. ¿Qué tal se te dan los nudos?
     Tengo una barca respondió Gannon.
    Ató los dos extremos de las escalas con nudos de bailestrinque. Alrededor de la cúpula, los otros miembros del equipo comenzaron a sacar de las cajas unas grandes bolsas de plástico llenos con un polvo blanco.
    Cerca de la entrada del minarete Silsila, Seng vigilaba el trabajo de los israelíes que desenrollaban las mangueras.
     Dejadlas aquíordenó Seng. Mis hombres las llevaran al interior.
    Recorrió el perímetro del complejo para repetir la orden.
    Unos minutos después, los equipos de la Corporación se hicieron cargo de las mangueras y las llevaron al interior.
     Ya está anunció Gannon. Atadas y bien atadas.
     Ahora tenemos que empezar por esta punta y enrollarla con mucho cuidado dijo Nixon.
    Cannon mantuvo la escala bien tensa mientras Nixon la enrollaba.
    Murphy miró las líneas de las trayectorias en la pantalla. Después se volvió para mirar a Hanley.
     ¿Hay un tope en el presupuesto para este sarao? preguntó.
     Ninguno.
     Mejor así, porque esto costará casi un millón si quieres garantizar el éxito afirmó Murphy.
     Piensa en grande replicó Hanley.
    Lincoln, mientras tanto, seguía el punto luminoso que marcaba la posición del DC3.
     Confiemos en que no se le ocurra cambiar de rumbo dijo, y que tu teoría sea la correcta.
     Por el ángulo de la cámaraexplicó Hanley, todo lleva a pensar que volará bajo para el lanzamiento, para que la destrucción de la piedra de Abraham sea bien visible. Si la deja caer desde más altura, necesitaría de un ángulo mayor y la imagen de la rotura sería mucho menos nítida.
     No es eso lo que me preocupa manifestó Lincoln, sino la segunda pasada.
     Para asegurarse de que la destrucción se ha producido, tendrá que elevarse a gran altura y luego hacer un picado.
     Hemos entrado en el ordenador la velocidad de ascenso del DC3 dijo Murphy, y fijado los parámetros con un exceso de setecientos metros. Eso sitúa al avión en este punto. Señaló el monitor.
     Perfecto aprobó Hanley.
     Lo mismo pensamos nosotros declaró Murphy, con una sonrisa.

    Hickman se encontraba aún a nueve minutos del objetivo cuando Adams llegó a la explanada de la Cúpula de la Roca y bajó hacia el punto donde Nixon le hacía señas. Nixon corrió agachado por debajo de las aspas para darle a Cabrillo el extremo de la cuerda y luego se apartó a toda prisa.
     Lento y firme le dijo Cabrillo al piloto.
     Eso es lo mío replicó Adams.
    Despegó con mucha suavidad y luego movió los controles con la finura de un cirujano para desplazar al helicóptero lateralmente mientras Cabrillo se ocupaba de la cuerda. Poco a poco fue tejiendo una red sobre la cúpula. Cuando llegó al otro extremo, Adams bajó hasta un par de metros por encima del suelo y Cabrillo dejó caer el extremo de la escala. Meadows y Ross la sujetaron con fuerza y tiraron para tensarla. Las redes colgaban de la escala.
     Ahora, si puedes dejarme arriba le pidió Cabrillo con una sonrisa, te lo agradecería.
    Adams volvió a subir y se acercó el máximo posible a la cúpula. Cabrillo abrió la puerta y salió de la cabina para colocarse en el patín. Se despidió con un gesto y se sujetó de la escala.
    El Robinson se apartó muy despacio y aterrizó en una calle cercana.
    Cabrillo estaba encima de la cúpula. Miró hacia el punto donde se encontraba el avión. Tensó las redes todo lo que pudo.

     Vamos, vamos, vamos le gritó Seng a los siete miembros de su equipo.
    Todos comenzaron a desparramar el polvo sobre la explanada de la misma manera que los agricultores de antaño arrojaban la simiente. En cuanto acabaron, corrieron a las mangueras y esperaron la orden para abrirlas.
    Nixon y Gannon se ocupaban de una de las mangueras.
    Nixon sujetaba la boquilla y Gannon la manguera.
     ¿Estás seguro de que esto va a salir bien, compañero? preguntó Gannon.
     Sí prometió Nixon. El problema será la limpieza.

    A Hickman no le sorprendió la ausencia de cazas israelíes dispuestos a interceptarlo. Sencillamente creyó que al volar abaja altura había conseguido eludir la vigilancia de los radares. Conectó el piloto automático, salió de la carlinga y abrió la puerta lateral.
    Recogió la piedra de Abraham, le quitó la manta que la envolvía y la sujetó con fuerza.
     Maldita seas tú y todo lo que representas murmuró.
    Miró a través de la ventanilla. Había calculado que a esta velocidad, para hacer diana en la cúpula tendría que lanzar el meteorito en el momento en que el morro del avión pasaba por encima del primer muro.
    Nunca vería el choque de la piedra contra la cúpula, pero para eso había instalado las cámaras.

     Ahora, ahora, ahora gritó Seng en cuanto escuchó el ruido de los motores del DC3.
    Los equipos encargados de las mangueras abrieron las boquillas y comenzaron a regar el polvo en el suelo. El agua era el catalizador. En el momento en que el agua empapó el polvo, los granos microscópicos comenzaron a expandirse al tiempo que se ligaban para formar una densa capa de espuma que creció hasta una altura de sesenta centímetros. Gannon notó cómo él mismo subía cuando el agua de su manguera mojaba el polvo debajo de sus pies. El peso de su cuerpo dejó una huella en la espuma.
    Hickman permaneció junto a la ventanilla a la espera del momento exacto para hacer el lanzamiento. Vio el primer muro y arrojó la piedra de Abraham a través de la puerta. Luego corrió a la carlinga para iniciar el ascenso que necesitaba para realizar el picado suicida, mientras la pesada piedra seguía su trayectoria en dirección a la cúpula.
    De haber sido esto una película, Cabrillo, en la escala, no hubiese tenido más que batear la piedra para apartarla de la cúpula y convertirse en el héroe del día. También podría haberse dado el caso de que la piedra de Abraham cayera en la red.
    Tal como sucedió en la realidad, la presencia de Cabrillo en lo alto de la cúpula resultó innecesaria.
    El lanzamiento de Hickman se quedó corto.
    Si la espuma no hubiese cubierto la explanada, la piedra se hubiese partido al chocar contra el suelo de mármol. En cambio, se hundió en la espuma a unos tres metros del borde de la cúpula. Se incrustó en la espuma casi treinta centímetros, sin sufrir el menor daño y quedó protegida como una pistola de duelo en su caja hecha a medida.
    Seng se acercó a la carrera al lugar del impacto y miró la piedra.
     ¡Que nadie la toque! gritó. ¡Tenemos a un agente de la CIA musulmán que se encargará de sacarla.

    Seng llamó por radio a Hanley a bordo del Oregon.
     Te explicaré los detalles más tarde, pero tenemos la piedra intacta. ¿Puedes pedirle a Adams que recoja al director?
    Hanley se volvió hacia Stone.
     Por favor, haz la llamada.
    Mientras Stone llamaba a Adams, Hanley se reunió con Murphy y Lincoln en el puesto de lanzamiento. En la cubierta superior del barco, una batería de misiles seguía el rastro delDC3.
    El avión volaba a una velocidad de cinco kilómetros por minuto. Cuando Hickman entró en la carlinga y se sentó en el asiento del piloto para iniciar el ascenso, el aparato ya se encontraba a dieciséis kilómetros de Jerusalén y aproximadamente a la misma distancia del mar Muerto. Hickman tiró hacia atrás la palanca y el DC3 continuó subiendo.
     Treinta segundos más, y cualquier resto caerá lejos de los asentamientos palestinos comentó Lincoln.
    Hickman era culpable de varios crímenes y había pretendido causar una catástrofe; así y todo, los miembros de la Corporación no eran unos asesinos. Si Hickman continuaba volando hacia Jordania, intentarían detenerlo cuando aterrizara allí. Si en cambio daba la vuelta, no tendrían otra alternativa.
    La única razón para que Hickman diera la vuelta hacia Jerusalén sería para hacer un ataque suicida.
    Faltaban unos segundos para que el DC3 volara sobre el mar Muerto.
     El ordenador indica que ha comenzado a dar la vuelta avisó Murphy.
     Tienes la autorización manifestó Hanley, con voz calma.
     Tiempo dijo Lincoln, y leyó la fecha y la hora.
     Misiles fuera comunicó Murphy una fracción de segundo más tarde.
     Rastreo anunció Lincoln.

    Dos misiles salieron de la plataforma de lanzamiento, dos paquetes de cuatro de cada lado de la pequeña cúpula de cristal que protegía al radar de seguimiento. El tiempo de disparo entre los dos paquetes fue de milisegundos, y volaron a través de Israel directamente hacia el DC3. Como flechas disparadas por el arco de un guerrero se dirigieron certeramente hacia el objetivo.
    Adams recogía a Cabrillo de lo alto de la cúpula cuando los misiles pasaron por encima. Desenganchó rápidamente la cuerda para que la recogieran los que se encontraban en la explanada, y luego movió el colectivo para elevar al helicóptero antes de avanzar.
    El avión se encontraba en mitad del giro cuando Hickman vio fugazmente dos puntos luminosos que se acercaban. Antes de que su mente pudiese adivinar qué eran, se estrellaron contra el fuselaje del DC3.
    La muerte fue instantánea mientras los restos del aparato caían en el mar Muerto.

    El Robinson apuntaba hacia el DC3 cuando los misiles alcanzaron el objetivo.
     Ocúpate de la piedra le dijo Cabrillo a Hanley. Me dirijo al lugar donde ha caído el aparato.




    52

     Es una mezcla de almidón de arroz con un acelerante natural que hace que se hinche explicó Nixon.
    Seng miraba la explanada donde se alzaba la Cúpula de la Roca. Un agente de la CIA musulmán asignado a Israel se encargaba de retirar la piedra de Abraham con mucho cuidado.
    El meteorito había penetrado en la costra unos treinta centímetros pero aún quedaban otros tantos hasta el suelo. El agente acabó de sacar la piedra y le hizo un gesto a Seng para indicarle que no había sufrido daño alguno.
     ¿Cómo quitaremos todo esto de la explanada? preguntó Seng.
     No he tenido mucho tiempo para averiguarlo, pero creo que el vinagre es la solución contestó Nixon.
    Seng abrió su navaja y se agachó para cortar un cuadrado de la sustancia blanca. La levantó con la punta y la sostuvo en I la mano.
     Es como una galleta de arroz comentó, mientras la arrojaba una y otra vez al aire.
     Tendríamos que cortarla con palas dijo Nixon, para retirar los trozos más grandes, rociar la explanada con vinagre y pasar el cepillo para eliminar los restos. Entonces solo nos quedará darle una buena rociada con una manguera.
    El ruido de las palas del Robinson atronaron en la explanada cuando el helicóptero pasó por encima de la mezquita y aterrizó en una calle cercana. Seng le estaba explicando a los israelíes cómo debían efectuar la limpieza cuando apareció Cabrillo.
     Los restos del DC3 acabaron en el mar Muerto le dijo a Seng. El trozo más grande que vimos en la superficie era del tamaño de una barra de pan.
     ¿Qué pasó con Hickman?
     Si quedó algún resto, ahora duerme entre los peces.
    Seng asintió y los hombres permanecieron en silencio durante unos momentos.
     Tenemos la piedra y ya ha comenzado la limpieza de la explanada dijo Seng. Los equipos están preparados para retirarse.
     Adelante, ya podéis marcharos autorizó Cabrillo.
    Miró al agente de la CIA. Recoja la piedra y acompáñame.
    El agente colocó la piedra bien envuelta en una carretilla de los jardineros de la mezquita, empuñó las varas y siguió a Cabrillo hacia la salida.

    En el mismo momento en que Cabrillo iba hacia el Robinson, Hanley hablaba por teléfono con Overholt.
     Tenemos la piedra y nos retiramos de Israel le informó Hanley. ¿Qué tal sus contactos en Egipto?
     Excelentes.
     ¿Y en Sudán?
     Nuestro hombre en el lugar es uno de los mejores.
     Esto es lo que necesitamos.
    Overholt tomó nota.
     Muy bien dijo cuando Hanley acabó. AlGhardaqah, Asuán, y Ras Abu Shagara, en Sudán. Me ocuparé de las autorizaciones y de que dispongan de combustible en cada escala.

    Hanley se volvió hacia Halpert que acaba de entrar en la sala de control con una gruesa carpeta.
     Creo que tengo todo lo que necesitamos para la misión en Medina comentó. Conseguí los planos de la base de datos de la empresa constructora y los he estudiado a fondo.
     ¿Planos? Si la construyeron hace centenares de años atrás.
     Sí, pero la ampliaron y modernizaron entre 1985 y 1992.
    Abrieron unos túneles para las cañerías del sistema de aire acondicionado. Me dijiste que pensara como Hickman, y llegué a la conclusión de que es allí donde colocaría las cargas.
    Hanley observó los planos durante unos segundos.
     Michael, creo que has dado en el clavo.
     Tenlo presente cuando llegue el momento de las gratificaciones señaló Halpert, con una sonrisa.
    Salió de la sala de control y Hanley echó mano al teléfono.
    Mientras sonaba, se volvió hacia Stone.
     Pon en pantalla una foto aérea de Medina.
    Stone tecleaba las órdenes en el instante en que atendían la llamada.

     ¿Sí? dijo Kasim.
     ¿Cuál es la situación?
    Kasim se encontraba en la estación de autobuses de Yidda.
     Los dos equipos hemos llegado hasta aquí sin problemas. Dejamos las motos en el cauce de un río seco fuera de Yidda y entramos en la ciudad a pie. Skutter, que tiene el mando de la operación en Medina, y su equipo ya han salido hacia allí en el autobús. Mi equipo y yo estamos esperando el nuestro.
     ¿Skutter lleva el móvil?
     Sí.
     ¿Cuánto tarda el autobús?
     Entre cuatro y cinco horas respondió Kasim.
     Esperaré a que llegue para llamarlo, pero creemos saber dónde colocaron las cargas en la mezquita del Profeta.
    El autobús a Medina entró en la estación.
     El autobús acaba de llegar dijo Kasim. ¿Qué quiere que hagamos?
     Te recibirá alguien de la CIA en La Meca para llevarte a una casa franca. Te llamaré allí.
     De acuerdo.

     Alteza, ¿qué tal son sus relaciones con los bahreiníes?
     preguntó Peter Jones.
     Excelentes. Son mis muy queridos amigos.
     ¿Puede conseguir que unos camiones pasen por la aduana sin problemas?
     Por supuesto.
     ¿Tiene algún barco mercante disponible que pueda recogerlos en el puerto de Bahrein?
    El emir miró a su ayudante, alThani.
     Me ocuparé de que disponga de uno aquí o en Bahrein inmediatamente dijo alThani.
     Disponemos de unas seis horas para tener todo en su sitio señaló Jones.
     Se hará, señor Jones prometió el emir. Se hará.
    En la terminal de carga del aeropuerto de Riad, Patrick Colgan y su equipo continuaban esperando sus órdenes. Habían pasado tres noches ocultos entre los contenedores. Hasta entonces habían comido y bebido de los suministros que llevaban, pero comenzaban a escasear y cada vez eran menos los contenedores que quedaban para darles protección.
    Necesitaba que ocurriera algo y que ocurriese pronto.

    Jones leyó el archivo sacado del PDA de alSheik y cogió el teléfono.
     ¿Habéis recibido algún aviso de cambio de hora para el traslado de los contenedores? le preguntó a Hanley cuando atendió la llamada.
     Ningún cambio.
     Muy bien. Tengo una salida.
    Hanley escuchó atentamente la explicación de Jones.
     Me gusta afirmó. Simple y fácil de hacer.
     ¿Estoy autorizado?
     Adelante.

    La zona alrededor de los tres contenedores donde se ocultaban los hombres se despejaba gradualmente. Aún quedaban muchos dispersos por el lado izquierdo, pero por la derecha no había más que arena y gravilla.
    Se escuchó el sonido sordo de la campanilla del móvil de Colgan, que atendió de inmediato.
     Colgan.
     Soy Jones, desde Qatar.
     ¿Tiene algo para nosotros, señor Jones? Ya casi nos encontramos al descubierto. Tenemos que hacer algo cuanto antes.
     Dentro de diez minutos llegarán tres camiones para llevarse los contenedores. Todos los vehículos tienen localizadores GPS en la parte trasera de las cabinas. Los localizadores tienen el tamaño de un paquete de cigarrillos y se sujetan con un imán. Mande a tres de sus hombres para que ayuden en la carga. Han de sacar los localizadores, porque si no los rastrearán.
     De acuerdo.
     Dígales a los tres hombres con los localizadores que los coloquen en un contenedor cualquiera. Después que suban a otro camión y se dirijan a La Meca. Los encargados de seguir el transporte creerán que los tres camiones viajan muy juntos.
     ¿Qué deben hacer mis hombres cuando lleguen a La Meca?
     Saltar de los camiones antes de llegar a la terminal de carga y arrojar los localizadores al primer cubo de basura que encuentren. Luego no tendrán más que subir a un autobús que vaya a Yidda y dirigirse al puerto. Una vez allí, encontrarán una lancha con el nombre de Akbar II. Que embarquen.
     Akbar II repitió Colgan.
     Los cinco restantes tendréis que capturar a los conductores y llevar los camiones. Atadlos y amordazadlos, y después dejadlos en el suelo de la cabina, en el lado del pasajero.
    Luego no tenéis más que cruzar la verja, y cuando lleguéis a la carretera principal, id hacia el este y no al oeste. Vuestro destino final es Bahrein.
     Muy bien.
     Una cosa más. Dado que después de enviar a tres a La Meca aún sois cinco, tendréis problemas para acomodaros en dos camiones: el conductor, el pasajero, más el hombre atado y amordazado que habréis capturado. Asegúrate de que tu tercer hombre permanezca bien oculto debajo de la manta cuando paséis por la salida para que nadie lo vea.
     ¿No querrán inspeccionar los vehículos?
     Tenemos a alguien que hoy se encargó de vigilar la salida. Controlan si es el camión correcto cuando entra, y solo apuntan el número del contenedor cuando sale.
     ¿Qué pasará cuando la carga desaparezca y encuentren los localizadores? preguntó Colgan. ¿No empezarán a buscarnos?
     Se tardan seis horas en ir desde Riad a La Meca. Solo hay cuatro hasta Bahrein. Para el momento en que descubran que han desaparecido los contenedores, vosotros ya estaréis a bordo de un mercante con destino a Qatar.
     ¿Está absolutamente seguro de que podremos pasar por el control fronterizo?
     Ya está todo solucionado.
     Bonito plan admitió Colgan.
     Buena suerte.

    Quince minutos más tarde, Colgan y los otros cuatro hombres que irían a Bahrein salieron sanos y salvos de la terminal de carga y encararon la carretera. Pasados ocho minutos, el contramaestre Perkins de la guardia costera, junto con otros dos, colocaron los localizadores en tres camiones de un convoy de seis, y luego subieron en el último vehículo.
    El camión transportaba botellas de agua, así que al menos no pasarían sed en las seis horas de viaje hasta La Meca. Si además hubiesen encontrado algo que llevarse a la boca, el viaje les hubiese sido mucho más placentero.

    Era casi mediodía cuando Adams, Cabrillo y el agente de la CIA que llevaba la piedra de Abraham hicieron la primera escala para repostar en alGhardaqah, Egipto, en el delta del Jalij asSuways en la entrada del mar Rojo.
    Overholt no solo les había conseguido combustible sino también comida, agua, café y un mecánico de helicópteros de la fuerza aérea para que revisara el R44. El mecánico añadió media lata de aceite al motor, comprobó todo lo demás y dijo que el Robinson estaba en perfecto estado. Los tres hombres hicieron una rápida visita al lavabo y reanudaron el viaje.
    La siguiente etapa, de unos trescientos veinte kilómetros hasta Asuán, la hicieron en menos de dos horas. De nuevo cargaron combustible, repasaron el motor, y despegaron.
    De Asuán a Ras Abu Shagara, la península que estaba frente a Yidda, en Arabia Saudí, había una distancia de quinientos sesenta kilómetros, la etapa más larga; tardarían tres horas largas.
    El Robinson volaba sobre el desierto y hacía poco más de media hora que habían salido de Asuán, cuando Adams le dijo a sus pasajeros:
     Tenemos más de dos horas hasta la próxima parada. Si quieren aprovechar para dormir, por mí no hay ningún inconveniente.
    El agente de la CIA, que ocupaba el asiento trasero, se tendió a lo largo y cerró los ojos.
     ¿Estás bien, George? preguntó Cabrillo. Ya he perdido la cuenta de las horas que llevas pilotando.
     Fresco como una lechuga, jefe respondió Adams, con una sonrisa. Iremos hasta Sudán, cruzaremos el mar Rojo, y los dejaré en su destino. Ya dormiré cuando vuelva a Sudán.
    Cabrillo asintió. Poco a poco, mientras el helicóptero continuaba su viaje hacia el sur, se quedó dormido.

    Unos minutos después de las cuatro, Hanley llamó a Skutter.
    Sin tener instrucciones claras sobre cómo actuar, el capitán y su equipo seguían en la estación de autobuses a la espera de un contacto.
     Me llamo Max Hanley. Soy el superior del señor Kasim.
     ¿Qué quiere que hagamos? preguntó Skutter rápidamente.
    Varias personas se habían acercado a su grupo y uno solo de sus hombres hablaba unas pocas palabras árabes. Si se quedaban aquí mucho más tiempo acabarían por descubrirlos.
     A su izquierda hay un mendigo con un plato que parece dormir. ¿Lo ve?
     Sí.
    Durante los últimos veinte minutos, entre cabezada y cabezada, el hombre los había observado atentamente.
     Acerqúese y eche una moneda en el plato.
     No tenemos monedas susurró Skutter. Solo nos dieron billetes.
     Entonces dele el billete más pequeño que tenga. Él le dará un panfleto religioso. Coja el panfleto, salga de la estación y busque algún lugar donde pueda leerlo sin ser observado.
     ¿Después qué?
     Sus órdenes están dentro.
     ¿Eso es todo?
     Por ahora respondió Hanley. Buena suerte.

    Skutter apagó el teléfono y le susurró unas palabras a uno de sus hombres. Luego se acercó al mendigo, sacó un billete del fajo que llevaba en el bolsillo, y se agachó para dejarlo en el plato.
     Alá te bendiga dijo el mendigo en árabe y le dio el panfleto.
    El capitán se levantaba cuando el hombre le dedicó un guiño apenas perceptible. De pronto Skutter se sintió reanimado Salió de la estación en compañía del equipo, encontró una zona desierta y leyó las instrucciones. Solo estaban a unas pocas calles del lugar donde debían ir. Se comió el panfleto mientras caminaban.

     No salgan le dijo el contacto de la CIA a Kasim y su equipo en la casa franca en La Meca, ni hagan nada que pueda llamar la atención. Hay comida, agua y gaseosas en la cocina.
     ¿Cómo nos ponemos en contacto con usted si lo necesitamos? preguntó Kasim.
     No se ponen. Espere aquí a que los suyos les transmitan sus órdenes. A mí solo me dijeron que abasteciera la casa, los fuese a esperar a la terminal y los trajera aquí. He cumplido mi parte. Les deseo buena suerte.
    El hombre de la CIA se marchó rápidamente.
     No deja de ser extraño comentó uno de los hombres del grupo.
     Todo está compartimentado le explicó Kasim. Cada parte de esta operación se mantendrá separada hasta que llegue el momento de unirla. Ahora tenemos que descansar. Haremos turnos para el aseo. Quiero que todos coman bien y que se relajen. No tardarán en llamarmos, y cuando lo hagan, será el momento de ponerse en marcha.
    El equipo asintió.

    Se ponía el sol cuando Adams se acercó al Akbar desde el mar Rojo. Efectuó una pasada para alertar a la tripulación, se alineó con la popa y bajó lentamente. El helicóptero Kawasaki de AlJalifa continuaba en cubierta, así que se mantuvo a poco más de un metro por encima del yate, en un lugar despejado.
    El agente de la CIA dejó caer la caja acolchada con la piedra de Abraham, y después saltó.
     Los hombres de Overholt te esperan en Ras Abu Shagara le dijo Cabrillo a Adams. ¿Estás bien?
     Sí, jefe.
    El agente de la CIA llevaba la caja hacia la puerta trasera del Akbar, cuando Cabrillo saltó a cubierta y retrocedió agachado para evitar las aspas. El Robinson despegó.

    En aquel momento sonó el teléfono de Cabrillo.
     La amenaza uno ha sido eliminada le comunicó Hanley. Los contenedores están a bordo de un mercante que acaba de zarpar de Bahrein hacia Qatar.
     ¿Algún problema?
     Todo ha ido de acuerdo con el plan. Tres hombres embarcarán en la lancha del Akbar en Yidda. Tendrás que transportarlos a su destino. Su parte en la operación ha concluido.
    Kent]oseph, capitán del equipo de Florida que la Corporación había contratado para que tripulara el Akbar, asomó la cabeza por la puerta. Cabrillo le dirigió una sonrisa y levantó un dedo para pedirle que esperase un minuto.
     ¿Qué pasa con Skutter?
     Tiene los planos. Él y su grupo actuarán esta noche. Si tienen éxito, tendremos eliminados dos y nos quedará uno.
     ¿Qué tal va esa parte del plan?
     Te llamaré en cuanto sepa algo más.
    Cabrillo se guardó el teléfono en el bolsillo. Le tendió la mano a Joseph.
     Juan Cabrillo se presentó. Pertenezco a la Corporación.
     ¿Es algo así como la Agencia? preguntó Joseph.
     Diablos, no. Yo no soy un espía.
    Joseph asintió. Lo invitó a pasar.
     Pero él sí lo es añadió Cabrillo, y le señaló al agente de la CIA.




    53

    Ya era de noche cuando el contramaestre Perkins y los otros dos hombres ocultos en el último camión del convoy advirtieron que aminoraban la marcha. Perkins espió a través de la grieta de las puertas. Vio algunos edificios dispersos a ambos lados y las luces de un coche que los seguía. Esperó casi cinco minutos antes de que el conductor del coche, al ver que podía realizar la maniobra, pisó el acelerador, y adelantó al camión.
     Muy bien, muchachos, tenemos que saltar.
    Cuando habían subido al camión, Perkins había manipulado el cierre de la puerta para abrirla desde el interior así que salir no era un problema. En cambio lo era la velocidad del camión; aún circulaba a unos cincuenta kilómetros por hora.
    Observó el costado de la carretera.
     La verdad es que no será fácil añadió. Lo mejor será esperar a que veamos arena en el lado izquierdo del camión, entonces vosotros dos os sujetáis de la parte superior de la puerta y yo la abriré. El giro os tendría que acercar al borde de la carretera. Luego os dejáis caer lo antes posible.
     ¿El conductor no se dará cuenta? preguntó uno de los hombres.
     Quizá si en ese mismo momento está mirando por el espejo retrovisor admitió Perkins, pero la puerta tendría que cerrarse por el propio impulso, y si no se da cuenta inmediatamente, para cuando lo advierta ya se encontrará bastante lejos.
     ¿Qué harás tú? quiso saber el tercero.
     Lo único que puedo hacer es tomar impulso y saltar lo más lejos posible.
    Se veían menos edificios ahora que entraban en una zona menos poblada cercana a La Meca. Perkins observó el exterior.
     No sé, compañeros, pero creo que este es un lugar tan bueno como cualquier otro.
    Perkms los aupó para que pudieran sujetarse al borde superior de la puerta y luego les dio un empujón. La puerta se abrió hacia el exterior, y los hombres cayeron sobre el arcén y rodaron sobre sí mismos en la arena. El contramaestre retrocedió todo lo que pudo dentro de la caja del camión, tomó carrerilla desde el lado derecho y saltó por el izquierdo. Las piernas de Perkins pedalearon en el aire mientras saltaba.
    El camión, con la puerta que se abría y se cerraba, se perdió en la distancia.
    Perkins se lesionó la rodilla al caer. Permaneció tumbado en el suelo al borde de la carretera. Sus compañeros, uno con un corte en un codo y el otro con un rasponazo en una mejilla, lo ayudaron a levantarse.
    La rodilla de Perkins no le aguantó el peso y tuvo que sentarse.
    Sacó el móvil que le habían dado y se lo dio a uno de los hombres.
     Aprieta el uno. Explícale lo que ha pasado a la persona que responda.
    Hanley, a bordo del Oregon, atendió la llamada.
     Muy bien, un segundo dijo después de escuchar las explicaciones de su interlocutor. Stone, busca las coordenadas de esta señal gritó.
     Ya está anunció Stone.
     ¿Hay algún lugar cerca de la carretera donde se puedan ocultar? le preguntó Hanley al hombre.
     Nos encontramos al lado mismo de un cauce y al otro lado una duna.
     Suban a la duna y pónganse a cubierto. Deje la línea abierta. Enseguida hablaré de nuevo con usted.
    Hanley cogió otro teléfono y marcó el número del jefe de la estación de la CIA para Arabia Saudí que le había facilitado Overholt.
     Aquí los contratistas dijo cuando le atendieron. ¿Tiene agentes en La Meca ahora mismo?
     Por supuesto respondió el jefe de estación. Tenemos a un saudí en el lugar.
     ¿Tiene coche?
     Conduce un camión de reparto de Pepsi.
     Necesitamos que vaya a estas coordenadas, y recoja a tres hombres. ¿Puede hacerlo?
     Un momento. El jefe llamó al móvil del conductor.
    Hanley escuchó la conversación en el fondo.
     Ya sale dijo el jefe. Tardará unos veinte minutos.
     Dígale que toque la bocina cuando llegue al lugar para que nuestros hombres se acerquen.
     ¿Dónde los debe llevar?
     AYidda.
     Lo llamaré si surge algún problema.
     Nada de problemas. No nos gustan los problemas.
    Hanley se despidió del hombre de la CIA, cogió el otro teléfono y explicó el plan.

    A Hanley podían no gustarle los problemas pero eso era exactamente lo que le esperaba.
    En la sala de conferencia se encontraban Seng, Ross, Reyes, Lincoln, Meadows, Murphy, Crabtree, Gannon, Hornsby y Halpert. Los diez hablaban al mismo tiempo.
     No podemos hacer nada desde el aire afirmó Lincoln. Nos verían venir.
     No hay tiempo para hacer un túnel señaló Ross.
     La llave le dijo Halpert a Crabtree. Así fue como Hickman consiguió entrar.
     Puedo preparar un espectáculo pirotécnico para distraerlos propuso Murphy, y le sonrió a Hornsby. Claro que nosotros estamos en el Mediterráneo, y ellos están allí, en Arabia Saudí.
     ¿Gases lacrimógenos? aventuró Reyes.
     ¿Cortar el suministro eléctrico? propuso Meadows.
    Seng se levantó. Por rango le correspondía dirigir la discusión.
     A ver, gente, un poco de orden. Fue hasta la mesa donde estaba la cafetera para servirse una taza, sin interrumpirse. Disponemos de menos de una hora para preparar un plan que el equipo en el terreno pueda realizar si queremos hacerlo esta noche, y lo queremos. Se sirvió la taza y volvió a su lugar. Como dijo Halpert, ¿cómo hizo Hickman para cambiar los meteoritos?
     Tuvo que incapacitar a los guardias opinó Meadows. Es imposible hacerlo de otra manera.
     Entonces, ¿por qué después no denunciaron el robo?
     replicó Seng.
     Tenía a un cómplice dentro dijo Murphy. Es la única explicación.
     Hemos investigado a los guardias señaló Seng. Si uno de ellos sabía lo que iba a pasar, ahora ya no estaría en La Meca. Todos siguen en sus puestos.
    En la sala reinó el silencio mientras pensaban en una solución.
     Dices que has investigado a los guardias dijo Linda Ross, así que tienes los turnos y todo lo demás, ¿no?
     Por supuesto.
     En ese caso la única manera de hacerlo es sustituir a los cuatro afirmó Ross.
     Eso está bien declaró Halpert. Actuar cuando hagan el cambio de guardia. Reemplazar a los nuevos con nuestro equipo.
     ¿Y después qué? preguntó Seng.
     Cortar la electricidad en La Meca contestó Reyes para que ellos hagan el cambio.
     En ese caso el siguiente relevo encontraría a cuatro guardias inconscientes.
     Jef e intervino Gannon, para entonces los equipos de Qatar ya estarán bien lejos y que los saudíes hagan lo quieran.
    Todos guardaron silencio mientras Seng pensaba.
     Es un tanto primitivo dijo finalmente, pero factible.
     Algunas veces tienes que partir un coco con una piedra si quieres beberte la leche señaló Gannon.
     Se lo explicaré a Hanley manifestó Seng y se levantó.

    Mientras se desarrollaba la reunión en el barco, Skutter y su equipo encontraron una de las entradas al túnel debajo de la mezquita del Profeta y se apresuraron a bajar. No llevaban más de cinco minutos dentro cuando dieron con la primera de las cargas explosivas.
     Venga, todos a buscar ordenó Skutter. Luego se volvió al único miembro del equipo que sabía cómo desactivar las bombas. ¿Qué te parece?
    El hombre sonrió, metió la mano en un bolsillo, y sacó unos alicates. Sin vacilar, sujetó uno de los cables y lo cortó.
    También cortó unos cuantos más, y a continuación quitó la cinta adhesiva que sujetaba la carga a la cañería.
     Yo lo describiría como burdo pero muy potente comentó el experto. Dejó el C6 y la dinamita en el suelo, bien separados.
     ¿Ya está? preguntó Skutter.
     Ya está. Eso sí, una cosa.
     ¿Qué?
     Avisa a todos que tengan mucho cuidado, y que no le den golpes ni dejen caer los cartuchos de dinamita. Es un explosivo inestable si es viejo.
     No te preocupes, la dejaremos aquí.
    Dentro de dos horas habrían desactivado todas las cargas y recorrido el túnel un par de veces más para asegurarse. Luego Skutter haría la llamada.

    El experto cortaba los cables de la primera carga explosiva cuando Hanley llamó a Cabrillo que se encontraba en el Akbar.
     Eso es lo que tenemos, Juan dijo al finalizar la explicación del plan que había preparado. Reconozco que es un tanto primitivo.
     ¿Ya se lo has dicho a Kasim? preguntó Cabrillo.
     Primero quería tu visto bueno.
     Ya lo tienes. Por favor, envíame por fax todo lo que tengas para que yo pueda explicárselo al agente de la CIA. Mientras tanto, yo me encargaré de llamar a Kasim.
     Ahora mismo lo envío.

     Tendrás que moverte deprisa le dijo Cabrillo a Kasim. El cambio de guardia es a las dos de la madrugada.
     ¿Cómo averiguamos si hay explosivos? preguntó Kasim. El agente de la CIA que lleva la piedra de Abraham te facilitará una docena de detectores químicos. Que tus hombres se encarguen de buscar mientras tú haces el cambio.
     De acuerdo.
     Dispones de una hora y cuarenta minutos para desplazarte hasta la Gran Mezquita, observar a los guardias para saber cuál es el procedimiento, encontrar a los guardias del relevo, incapacitarlos y ocupar sus lugares. ¿Crees que podréis hacerlo?
     No creo que tengamos otra alternativa.
     Pues entonces todo depende de ti, Hali.
     Haré el trabajo. Por mi religión y por ti.
     Acabaré de darle las explicaciones al agente para que salga cuanto antes. Hay un coche que lo espera para llevarlo a La Meca. Entrará en la Gran Mezquita a las dos y diez si no escucha disparos.
     Allí estaremos. Kasim apagó el teléfono, y miró a su equipo. Tenemos las órdenes, en marcha.

    Cabrillo recogió las hojas de la bandeja del fax y se apresuró a darle las últimas explicaciones al agente de la CIA. Luego ambos embarcaron en la lancha para ir al puerto de Yidda. La noche era muy agradable, con una temperatura de veinticuatro grados centígrados y casi sin viento. La luna menguante alumbraba el mar con un pálido reflejo mientras la lancha navegaba velozmente por las tranquilas aguas.
    Las luces del Akbar se perdieron en la distancia y las de Yidda se hicieron más grandes.

    El camión de Pepsi aparcó junto a la duna y el conductor hizo sonar la bocina. Perkins y los otros dos asomaron las cabezas, y esperaron a que no pasaran coches para acercarse a la carretera. Perkins tenía la rodilla muy hinchada y uno de los compañeros lo ayudó mientras el otro se acercaba al vehículo.
     ¿Ha venido a buscarnos? le preguntó al conductor.
     Venga, suban. El hombre se inclinó sobre el asiento para abrir la puerta del pasajero.
    Esperó a que los tres hombres se acomodaran y luego giró en redondo para dirigirse hacia las luces de La Meca. Tomó por la carretera de circunvalación para evitar meterse en el centro, y ya había recorrido unos cuatro kilómetros por la carretera de Yidda cuando habló con sus pasajeros.
     ¿Tíos, os gustan los Eagles? preguntó al tiempo que colocaba un CD en el reproductor.
    El primer corte de «Hotel California» comenzó a sonar mientras viajaban a través de la noche.

    El agente de la CIA saltó de la lancha en cuanto tocó la playa y corrió hacia un Chevrolet aparcado un poco más allá. Un minuto más tarde, el coche arrancó a toda potencia y las ruedas traseras lanzaron un lluvia de gravilla.
     ¿Qué hacemos ahora? preguntó el marinero de Florida que pilotaba la lancha.
     Nos apartamos un poco y esperamos a que llegue el camión de Pepsi.
    El marinero puso la marcha atrás y se alejó de la costa.
     ¿Así que son contrabandistas de Pepsi?
     ¿Hay una radio a bordo? preguntó Cabrillo, sin hacerle caso.
    El hombre encendió la radio colocada en el tablero.
     ¿Qué quiere escuchar?
     Busque alguna emisora de noticias.
    Cabrillo y el marinero escucharon la radio a la luz de la luna mientras la lancha se mecía suavemente en la bahía.

    El Chevrolet pasó como una exhalación junto al camión de Pepsi que iba en la dirección opuesta cuando el conductor salía de la carretera principal para tomar por la que llevaba al puerto de Yidda. Siguió las instrucciones al pie de la letra.
    Detuvo el camión de cara al mar, y efectuó tres ráfagas con los faros. Luego esperó.

    No muy lejos de la orilla, las luces rojas de la proa de una lancha respondieron a la señal.
     Muy bien, caballeros, misión cumplida dijo el conductor. Ahora viene una embarcación a recogerlos.
    El primer hombre bajó del camión y ayudó a Perkins. El tercero esperó a que sus compañeros se apartaran para bajar.
     Gracias por el viaje dijo, y cerró la puerta.
     Le enviaré la factura gritó el conductor a través de la ventanilla. Puso el motor en marcha, dio la vuelta y se marchó.
    Los tres hombres se acercaron a la orilla. En menos de un minuto la lancha del Akbar llegó a la playa. Cabrillo saltó a tierra para ayudar a los hombres a embarcar. Luego subió a la embarcación.
     A casa, James le dijo al marinero.
     ¿Cómo ha sabido que me llamo James? preguntó el marinero mientras emprendía el camino de regreso al yate.
    En cuanto Perkins y sus hombres subieron al Akbar, Cabrillo le ordenó a Joseph que pusiera rumbo norte a lo largo de la costa a toda máquina.

    En el Oregon, Hanley controlaba el desarrollo de las operaciones. Era poco más de la una de la madrugada cuando el conductor del camión que habían enviado a recoger a Skutter y sus hombres informó que habían salido de Medina y que se dirigían a Yidda.
    La distancia era de menos de ciento sesenta kilómetros.
    Si no se producía una sorpresa de última hora, habían completado la fase dos.
    Hanley llamó a Cabrillo.
     Jones se ha reunido con el grupo que lleva las alfombras y todo está en orden dijo. Los rociaron con agentes antivirales, les han dado ropas limpias y ahora duermen. El equipo dos ha completado su misión en Medina y va de camino para reunirse contigo. Llegarán dentro de unas pocas horas.
     ¿Encontraron explosivos? preguntó Cabrillo.
     Había más que de sobra para arrasar toda la mezquita del Profeta. Se limitaron a desactivarlos. La CIA o quien sea tendrá que ocuparse de retirarlos del túnel.
     Entonces ahora todo depende de Kasim.
     Eso parece.

    En aquel exacto momento, Kasim y su equipo se acercaban a la mezquita donde estaba la Caaba. No las tenían todas consigo a pesar de ser ciudadanos estadounidenses. Se encontraban en un país extranjero donde decapitaban a los reos. Además se disponían a entrar en el sitio más sagrado del Islam en una misión que se podía confundir fácilmente con una acción terrorista. Los catorce soldados y Kasim lo tenían muy presente.
    Un error, un paso en falso, y toda la operación acabaría en un rotundo fracaso.

    Un avión C17A despegó de la base de Qatar a la misma hora en que Kasim cruzaba una de las puertas del patio donde estaba la Caaba envuelta en seda negra. El reactor fabricado por la empresa Boeing, era el reemplazo del antiguo LockheedMartin C130 de propulsión a hélice, y podía transportar ochenta toneladas de carga o ciento dos soldados.
    Diseñado para aterrizar en pistas cortas o de tierra, llevaba una tripulación de tres hombres. Su radio de acción era de quinientos kilómetros y esa noche le harían falta.
    Después de despegar de Qatar, en el golfo Pérsico, debía seguir un rumbo sobre el golfo de Omán hasta el océano índico. Allí viraría para sobrevolar el mar de Arabia hasta el golfo de Aden, y pasar entre Yemen y Yibouti, en África, para acceder al mar Rojo. Luego tendría que dar vueltas a la espera de que lo llamaran.
    El C17A era el as que todos rogaban no tener que jugar.

    Kasim se adentró más en la mezquita, luego él y otros cuatro se ocultaron para observar los movimientos de los guardias.
    Parecían muy sencillos. Cada cinco minutos los guardias pasaban a la esquina siguiente en el sentido de las agujas del reloj.
    Tampoco costaría mucho imitar la exageración de los pasos.
    Echó una ojeada a los planos para buscar el pequeño edificio de piedra en el interior de la mezquita, que servía de vestuario a los guardias. En cuanto lo encontró en el plano, le hizo una seña a los hombres para que permanecieran en la posición, y después caminó hasta donde se ocultaban los demás.
     Tú encárgate de la guardia le dijo a uno de ellos y silba si necesitas atraer nuestra atención.
     ¿A qué debo estar atento? preguntó el hombre.
     A cualquier cosa que no parezca normal.
    El hombre asintió.
     El resto, que me siga. Tenemos que ir hasta aquel edificio explicó en voz baja, y esperar a que aparezca el primer guardia del relevo. Yo me ocuparé de capturarlo en cuanto abra la puerta.
    Asintieron y a continuación se desplegaron para avanzar lentamente hacia el pequeño edificio de piedra. Unos pocos minutos más tarde ocupaban sus respectivas posiciones.

    Abdul Ralmein se sentía agotado. Sus turnos de guardia rotaban mensualmente. En ocasiones su turno de cuatro horas era en pleno mediodía, en otras al amanecer el que más le gustaba y también a las dos de la mañana, como esta noche.
    Nunca se había acostumbrado a las guardias nocturnas; su reloj personal no se modificaba, y cuando le tocaba trabajar de noche, tenía que hacer unos esfuerzos tremendos para no quedarse dormido.
    Se acabó la taza de café bien cargado con semillas de cardamomo, colocó la bicicleta en un aparcamiento para bicicletas y motos en una calle cercana a la Gran Mezquita y la ató con una cadena y candado.
    Cruzó la entrada y se encontraba a mitad del patio cuando escuchó el silbido agudo de un pájaro nocturno.
    Se frotó los ojos somnolientos y sacó el llavero del bolsillo.
    Llegó a la puerta del edificio, sujetó el candado y deslizó la llave en la cerradura. Se disponía a girar la llave cuando una mano le tapó la boca y sintió un ligero pinchazo en el brazo.
    Esta vez Ralmein no pudo controlar el sueño.
    Kasim abrió la puerta y arrastró a Ralmein al interior. Apretó el interruptor y una solitaria bombilla iluminó el espacio donde no había gran cosa: un perchero con los uniformes en fundas de plástico, un fregadero y un minúsculo aseo detrás de una cortina.
    En la pared colgaba un tablero de corcho con los turnos de guardia del mes siguiente. Un poco más allá una foto enmarcada del rey Abdullah y una vista aérea de la Gran Mezquita durante la peregrinación. El último objeto era un reloj con el borde de plástico negro. Marcaba la 1.51.

    Kasim escuchó lo que parecía el chistido de un búho. Apagó la luz y permaneció al acecho.
    El segundo guardia entró por la puerta abierta y buscó el interruptor. Encendió la luz, y durante una fracción de segundo vio a Kasim. La imagen lo pasmó hasta tal punto que fue incapaz de reaccionar. Cuando quiso hacerlo, Kasim ya lo tenía sujeto y le inyectó el anestésico.
    Colocó al guardia dormido junto a Ralmein.
    En aquel instante, Kasim escuchó las voces de dos hombres que se acercaban. No tenía tiempo para apagar la luz ni para ocultarse. Los hombres entraron en la habitación y lo miraron.
     ¿Qué…? comenzó a decir uno de ellos antes que dos de los miembros del equipo de Kasim aparecieran en la puerta para impedirles la huida.
    En menos de un minuto habían reducido y anestesiado a los dos guardias.
     Tú le ordenó Kasim a uno de los hombres, ve a la entrada y trae a los demás.
    El hombre partió a la carrera.
     Vosotros seis, dispersaos y comenzad a buscar los explosivos. Cuando lleguen los detectores, os los enviaremos. Mientras tanto, solamente mirad. Si encontráis algo, no lo toquéis.
    Los seis hombres desaparecieron en la oscuridad.
     Los demás os quedaréis aquí conmigo. En cuanto los cuatro que reemplazarán a los guardias se cambien y ocupen sus puestos, tendremos que ocuparnos de los que han acabado el turno.
    Los sustitutos se cambiaron en tres minutos.
     Habéis visto cómo lo hacen, ¿no? les preguntó Kasim.
    Los hombres asintieron vigorosamente.
     Pues haced exactamente lo mismo.
     ¿Vamos todos juntos? preguntó uno de los hombres.
     No. El reemplazo se hace de uno en uno. Comienza por la esquina noreste y va en el sentido contrario a las agujas del reloj.
    Faltaban tres minutos para las dos de la mañana.
     Tú vas primero le ordenó Kasim a uno de los hombres. Los demás te seguiremos. Adelante.
    El falso guardia cruzó el patio. Kasim y el resto se ocultaron en el lado del edificio más cercano a la Caaba y permanecieron atentos. El hombre llegó a la esquina noreste.

    Algunas veces incluso el plan mejor pensado no es más que eso: un plan. En este caso, el plan pergeñado a toda prisa y carente de la habitual finura de la Corporación, acabaría deshaciéndose como un suéter barato. El guardia al que debía sustituir Ralmein resultó ser su mejor amigo. Cuando otra persona se presentó en su lugar, el guardia comprendió que algo no iba bien.
     ¿Quién eres tú? le increpó el guardia.
    Kasim lo escuchó y fue consciente de que comenzaban los problemas. El guardia echó mano al silbato que llevaba colgado alrededor del cuello. Pero antes de que pudiese tocarlo, el falso guardia lo derribó al suelo.
     Vamos le gritó Kasim a sus hombres. Que no escapen.

    Kasim, los otros tres falsos guardias y los cuatro hombres restantes salieron de su escondite y corrieron hacia la Caaba.
    Capturaron a otros dos guardias pero el cuarto consiguió escabullirse y corrió hacia la puerta.
    El hombre era muy rápido y Kasim corría con todas sus fuerzas. El fugitivo ya había cruzado el patio y estaba a punto de pasar por la arcada cuando uno de los hombres que buscaba los artefactos explosivos salió de entre las sombras y le puso una zancadilla.
    El guardia golpeó violentamente contra el suelo, y la sangre manó de una herida en la cabeza.
     Llévalo a la sala de guardia le ordenó Kasim, y véndale la cabeza.
    Los hombres levantaron al guardia y se lo llevaron.

    Kasim regresó a la Caaba, se aseguró de que los falsos guardias ocupaban sus puestos y luego ayudó a cargar a los verdaderos hasta el otro edificio. Cuando acabaron, consultó su reloj: las 2.08. Kasim se apresuró a ir a la entrada para recibir al agente de la CIA. El Chevrolet llegó al cabo de un minuto. El hombre se apeó del vehículo, abrió la puerta trasera y sacó primero la caja con los detectores químicos. La dejó en el suelo y después cogió la caja donde estaba la piedra de Abraham.
     Soy Kasim, déme la piedra. El agente titubeó. Soy musulmán añadió Kasim. Démela.
    El agente le entregó la caja.
     Lleve los detectores adentro y déselos al primero que encuentre. Después lárguese pitando. Las cosas se han complicado un poco dijo Kasim.
     De acuerdo respondió el agente.
    Kasim recogió la caja y se dirigió a paso rápido hacia la entrada, con el agente de la CIA pegado a los talones. En cuanto entraron, el agente le dio su caja a un hombre que se acercó a la carrera. Luego se demoró un segundo para ver cómo Kasim cruzaba el patio hacia la Caaba. Kasim se deslizó por detrás de la cortina y el agente dio media vuelta para volver a su coche.

    Una sensación de paz y tranquilidad dominó a Kasim en cuanto pasó al otro lado de la cortina. Por un momento sintió una gran ilusión. Un único foco iluminaba el soporte de plata donde ahora se encontraba el meteorito de Groenlandia.
    Se acercó, dejó la caja en el suelo y cortó la tira de celo con su navaja. Luego quitó el meteorito, lo dejó a un lado, y con mucho cuidado sacó la piedra de Abraham.
    Lenta y reverentemente la colocó en el lugar que le correspondía.
    Después se apartó, rezó una oración y recogió el meteorito para guardarlo en la caja. Salió de la Caaba para dirigirse a la sala de guardia. El resto de los hombres ya recorrían la mezquita con los detectores cuando sacó el móvil del bolsillo.

    Skutter viajaba en el asiento del pasajero del camión. El resto del equipo iba en la caja. Sonó su teléfono.
     Lo estamos siguiendo desde las alturas dijo Hanley. Hay un pequeño cambio en el plan. No tienen que ir a Yidda. Los sacaremos antes.
     ¿Adonde quiere que vayamos? preguntó Skutter.
    En el Oregon, Hanley miraba en el monitor la imagen infrarroja del camión que se dirigía al sur transmitida por uno de los satélites de vigilancia.
     Vaya al punto once coma dos kilómetros al sur respondió Hanley. Aparquen a un lado de la carretera. Hay un barco cerca de la costa. Enviarán una lancha a recogerlos en la cala. Lleve a sus hombres a bordo, capitán Skutter, y nosotros nos encargaremos de todo lo demás.

     ¿Cuántas cargas habían encontrado Kasim y su equipo cuando llamó? preguntó Stone.
     Cinco contestó Hanley.
     Creo que más vale que deje el resto a los saudíes. Acabo de interceptar una llamada de la esposa de uno de los guardias.
    Llamó a la policía para preguntar por qué su marido no había vuelto a casa aún.
     ¡Son las dos y veintiuno! tronó Hanley.
     Ya sabe cómo son las mujeres. A veces te hacen la vida imposible comentó Stone.
    Hanley cogió el teléfono.
    Kasim estaba desactivando una carga de explosivo plástico cuando sonó su teléfono.
     ¡Largaos! le ordenó Hanley.
     Todavía no hemos… comenzó a decir Kasim.
     Evacúa inmediatamente. Nos han descubierto. Afuera encontrarás un vehículo que os llevará al segundo punto de fuga. ¿Está claro?
     Recibido, jefe.
     Venga, salid de allí.

    Kasim guardaba el móvil en el bolsillo cuando un agente de la CIA aparcó una camioneta en la entrada de la Gran Mezquita.
    Le sudaban las manos aferradas al volante mientras esperaba.
     Se acabó gritó Kasim a través de la explanada. Todos a la salida.
    Los cuatro que hacían de guardias abandonaron sus puestos y echaron a correr mientras los demás que estaban buscando los explosivos comenzaron a aparecer desde detrás de los edificios y las columnas. Kasim se acercó a la camioneta.
     Ya vienen le avisó al conductor.
     Que suban a la caja y se tapen con la lona.
    Kasim bajó la puerta trasera y los hombres comenzaron a subir. Kasim los contó: diez, once, doce, y trece. Lo habían acompañado catorce así que aún quedaba uno adentro. Volvió a la entrada. Entonces vio al rezagado.
     Lo siento se disculpó el hombre. Estaba desactivando una carga cuando escuché la llamada.
    Kasim lo sujetó por el brazo y lo empujó hacia la salida.
     Suba atrás le gritó cuando llegaron a la camioneta.
    Esperó a que subiera, cubrió la caja con la lona, y fue a sentarse en la cabina.
     ¿Sabe adonde vamos? le preguntó al conductor que arrancó en el acto y pisó el acelerador.
     Faltaría más respondió el agente de la CIA.

    El comandante Hamilton Reeves de la fuerza aérea estadounidense comprendía muy bien la necesidad de mantener el decoro militar y de hacer un poco la manga ancha con su tripulación. Colgó el micrófono en la horquilla, y se volvió hacia el copiloto y el ingeniero de vuelo.
     ¿Qué les parece si esta noche nos damos un paseo por el espacio aéreo de una nación soberana?
     Yo no tengo nada mejor en mi agenda contestó el copiloto.
     Por mí vale dijo el mecánico de vuelo.
     Muy bien. Pues vamos a ver cómo es Arabia Saudí.

    Skutter y su equipo se apearon del camión. Cabrillo se acercó a la carrera.
     Abandone el camión y venga con nosotros le dijo al conductor. Si no han descubierto su tapadera ya, no tardarán en hacerlo.
    El conductor apagó el motor y bajó de la cabina.
    Cabrillo guió a los dieciséis hombres hasta la lancha. James los ayudó a subir. En cuanto todos estuvieron a bordo, subió Cabrillo mientras el marinero ocupaba su lugar al timón.
     Señor C, esto contraviene todas las reglas de seguridad.
    No tengo chalecos salvavidas para todos estos hombres.
     Yo asumo toda la responsabilidad.
    James puso en marcha el motor y se apartó de la playa.
     Venga, dígalo le pidió a Cabrillo.
     A casa, James ordenó Cabrillo sonoramente.

     Tendremos que apelar a la fuerza aérea dijo Hanley. Las cosas se pusieron feas en la Caaba.
     ¿La piedra de Abraham vuelve a estar en su sitio? preguntó Overholt.
     Eso está hecho, pero no pudieron acabar la desactivación de los explosivos.
     Llamaré al presidente. Tiene una cena del departamento de Estado a las siete, pero ahora lo encontraré.
     Si llama al rey saudí y consigue que no disparen contra el C17, habremos acabado sanos y salvos.

    Dos coches de la policía saudí con las sirenas y las luces de emergencia en marcha, pasaron junto a la camioneta Ford que circulaba en la dirección opuesta. Se encontraban a poco más de tres kilómetros de la mezquita, pero Kasim y el conductor no tenían ninguna duda de cuál era su destino.
    El agente conducía a ciento cincuenta kilómetros por hora, y no dejaba de vigilar el navegador GPS colocado en el tablero.
     Falta un kilómetro y medio para que salgamos de la carretera dijo el conductor. Esté atento a un camino de tierra que va hacia el norte.
    Kasim miró hasta donde alumbraban los faros. Vio el camino cuando la camioneta disminuyó la velocidad.
     Ya lo veo gritó el agente. Pisó el freno y el vehículo patinó en la arena suelta sobre el hormigón. En el último momento, giró todo el volante, entró en el camino de tierra, y pisó el acelerador a fondo. Apretó el interruptor que conectaba la doble tracción. A ambos lados del camino, las colinas eran cada vez más altas. Echó una ojeada al navegador. Muy bien.
    Ahora toca doblar a la derecha y ocultarnos detrás de aquella colina.
    Se detuvieron al cabo de unos pocos minutos. El agente buscó debajo del asiento, sacó un reflector de mano, lo conectó en la toma del mechero eléctrico, y después iluminó la zona.
    Se trataba de una extensión llana de arena dura de un kilómetro y medio de longitud y unos ochocientos metros de ancho.
     Daré la vuelta dijo el conductor. Puso en marcha la camioneta, dio marcha atrás y giró el volante para que el vehículo quedara encarado hacia el oeste.
     ¿Quiere que bajen los hombres? pregunto Kasim.
     No. Entraremos directamente por detrás.

    Reeves pilotaba el C17A lo más bajo que podía. Incluso así, el avión apareció en las pantallas del sistema de radar avanzado que los saudíes habían comprado a Estados Unidos. No hacía ni diez minutos que habían entrado en el espacio aéreo saudí y, cuando se disponían a aterrizar, dos cazas de la real fuerza aérea saudí ya habían despegado de su base en Dahran y cruzaban el desierto a una velocidad de Mach 1.
    El agente de la CIA escuchó el ruido de los motores del C17A y comenzó a hacer destellos con los faros. Reeves vio las señales, hizo una pasada y viró para aterrizar.

     Es plena madrugada protestó el ayudante del rey Abdullah.
     Escuche dijo el presidente. Ahora mismo saldrá para allí el secretario de Estado. Llegará a media mañana para explicar lo que ha pasado. Ahora mismo, tengo a un avión de la fuerza aérea estadounidense dentro de su espacio aéreo.
    Si disparan contra el aparato, tendremos que tomar represalias.
     Yo no…
     Despierte al rey, o aténgase a las consecuencias.
    Transcurrieron unos pocos minutos antes de que el rey Abdullah atendiera la llamada. En cuanto escuchó la explicación del presidente, cogió otro teléfono y llamó al jefe de su fuerza aérea.
     Que los escolten fuera del país pero que no emprendan acciones hostiles le ordenó. Luego reanudó su conversación con el presidente. Señor presidente, si su secretario de Estado no nos ofrece una explicación convincente a lo que está sucediendo, sus ciudadanos pasarán un invierno muy frío.
     En cuanto sepa lo que ha ocurrido, creo que todo quedará aclarado.
     Así lo espero respondió el rey, y colgó.

    Reeves aterrizó y a continuación dio la vuelta para colocar al C17A en la dirección opuesta.
     Baja la rampa le dijo al ingeniero de vuelo.
    La camioneta ya avanzaba por la arena mientras la rampa bajaba lentamente. Cuando alcanzó al avión, la rampa ya había bajado del todo. El conductor llegó al borde de la rampa, aceleró un poco más y subió para entrar en la zona de carga.
    Abrió la puerta de la camioneta, bajó del vehículo y corrió a la cabina.
     Ya estamos dentro, señor.
     Levanta la rampa ordenó.
    Reeves efectuó una última comprobación de los sistemas, y en el momento en que se encendió la luz verde que indicaba el cierre de la rampa, aceleró los motores e inició el despegue.
    Dos minutos más tarde ya habían despegado.
     Nos encontramos a ciento cincuenta kilómetros del mar Rojo le gritó a sus pasajeros. Unos cinco minutos más o menos.
     Tengo a dos cazas aproximándose informó el copiloto.
     Prepara las contramedidas dijo Reeves.
    Pero los cazas no encendieron los ordenadores de control de tiro. Se limitaron a escoltar al C17A hasta que llegó al mar.
    Entonces se apartaron y emprendieron el vuelo de regreso a su base.

     Hemos salido del espacio aéreo saudíavisó Reeves. Tenemos dos horas de vuelo hasta Cutter.
    Kasim fue hasta la camioneta y retiró la lona.
     Abajo, muchachos. Ya está. Regresamos a Qatar.
    Los gritos de entusiasmo resonaron en el interior del avión.
     Todo tuyo le dijo Reeves al copiloto, y salió de la cabina para ir atrás.
     Hubiese traído cervezas pero tengo entendido que ustedes no beben. Así que tienen gaseosas frías y comida. Encontrarán hamburguesas, salchichas, ensalada de patatas y no sé qué más. Lo prepararon todo hace unas horas, pero como lo metieron en bolsas aislantes creo que aún estarán calientes. Que les aproveche.
    Reeves volvió a la cabina.
     Venga dijo Kasim, y abrió una de las bolsas, a comer.


    Epílogo

    Faltaban tres horas para el amanecer del 10 de enero, cuando los equipos de artificieros del ejército de Estados Unidos junto con expertos militares saudíes acabaron con el registro de las tres mezquitas. Retiraron y desactivaron todos los explosivos, y se decidió que no había ningún peligro para los peregrinos.
    Saud alSheik controlaba la colocación de las alfombras viejas. Lamentaba no haber podido colocar las nuevas, pero había sido imposible encontrarlas. Por lo tanto, habían tenido que sacar las viejas de los almacenes y usarlas de nuevo.
    Detrás de la cortina de seda de la Caaba, la piedra de Abraham esperaba a los fieles.
    Con la salida del sol, un mar de peregrinos vestidos con túnicas blancas comenzó a llenar los sitios sagrados.
    La peregrinación se desarrollaría con toda normalidad.
    El 10 de enero de 2006 amaneció despejado con una suave brisa que soplaba del este y una temperatura de veintitrés grados centígrados. Casi un millón de peregrinos llenó Medina, donde visitaron la tumba de Mahoma y luego subieron a los grandes vagones abiertos del ferrocarril del Hiyaz para efectuar el viaje de cuatrocientos cincuenta kilómetros hasta La Meca.
    A medida que el tren se acercaba a la ciudad sagrada donde se encontraba la Caaba, los peregrinos se quitaban sus vestimentas y se vestían con túnicas blancas sujetas sobre el hombro izquierdo. El tren llegó a la estación, se apeó el primer grupo y fue inmediatamente a la mezquita. Una vez allí, comenzaron el tawaf. Dieron siete vueltas a la Caaba en el sentido de las agujas del reloj.
    Mientras salían los primeros, otros cuantos miles más entraban en la mezquita.
    Durante los días que durara la fiesta, los peregrinos beberían de la fuente de Zamzam, celebrarían una ceremonia en la que lapidarían al diablo, y visitarían otros lugares sagrados.
    Centenares de miles recorrerían la ruta desde la Gran Mezquita a Mina, el monte de la Misericordia, el monte Namira, Muzdalifah y Arafat.
    Los alrededores de La Meca y Medina se llenarían de peregrinos vestidos con túnicas blancas.
    Pasarían los días dedicados a la oración y a la lectura del Corán. Durante la peregrinación, cada uno encontraría un sentido; sería algo que recordarían durante el resto de sus vidas.
    Aquel solo era un día de tantos; muchos miles más lo seguirían.


    Post scriptum

    Al final todo acabó felizmente. Los contenedores con las alfombras envenenadas fueron llevados al océano Indico, lanzados al interior de una fosa y destruidos con cargas de profundidad. Cabrillo, junto con los equipos de Skutter y Colgan, siguieron viaje en el Akbar hasta Qatar, donde fueron objeto de un gran recibimiento en la base. Cada uno de los treinta y siete hombres ascendió un grado en rango y paga. Y Skutter y Colgan ascendieron dos. Skutter se convirtió en teniente coronel, pero Colgan rechazó el ascenso a oficial. Estaba conforme con su rango actual, así que le computaron dos años más de servicio. Al día siguiente, Cabrillo, Kasim y Jones viajaron a Barcelona en uno de los aviones de la Corporación para volver a bordo del Oregon.
    A la tripulación de Florida contratada para llevar al Akbar a un astillero en el Mediterráneo se le ofreció una paga doble para completar el viaje. Regresaron a casa dos semanas más tarde de lo previsto, pero con los bolsillos bien llenos.
    El único saudí herido, el guardia que se había lesionado en la cabeza al intentar huir para dar la alarma, sufrió durante varios meses de algunos problemas de visión que acabaron por desaparecer definitivamente. En recompensa por su valentía, el rey Abdullah lo retiró con la paga completa.
    Michelle Hunt regresó a California con las disculpas del gobierno y el compromiso de guardar silencio sobre lo ocurrido. Fue la única que lloró la pérdida de Halifax Hickman.
    El meteorito de Groenlandia fue llevado al laboratorio de Fort Detrick, donde continúa siendo analizado. Woody Campbell completó su tratamiento y no ha vuelto a probar una copa. Elton John le habló a sus amigos de lo sucedido en el concierto de la noche de fin de año, pero casi ninguno le creyó. Lababiti fue juzgado por un tribunal secreto y condenado a cadena perpetua. Billy Joe Shea, a poco de regresar a Estados Unidos con su MG TC, recibió el pedido más grande de su vida de parte de una empresa petrolera del Tíbet.
    En un taller de Inglaterra, un hombre reconstruía lentamente una Vincent Black Shadow.
    En medio del Atlántico, el Oregon navegaba rumbo a las costas de Sudamérica.

    FIN


    DATOS DE LA PUBLICACION

    Título original: Sacred Stone.
    Diseño de la portada: Departamento de diseño de Random House Mondadori.
    Fotografía de la portada: Denis Scott/Corbis.
    Primera edición en DeBOLSILLO: enero, 2008.
    © 2004, Sandecker, RLLLP.

    Title Info
    genre: adventure
    author: Clive Cussler
    author: Craig Dirko
    title: (Oregón 02) La Piedra Sagrada
    sequence: (name=Oregón; number=2)
    Document Info
    program used: Book Designer 5.0
    id: BDE3F4B5DB6ED44FF2B6DA0E67FC5260AA
    version: 1.0 joseiera

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    bookdesigner@theebook.org
    25/02/2010

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  • Para cargar por Sub-Categoría, presiona
    "Guardar los Cambios" y luego en
    "Guardar y cargar x Sub-Categoría 1, 2 ó 3"
         
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  • ■ Marca Estilos para Carga Aleatoria-Ordenada

                     1 2 3 4 5 6 7
                     8 9 B O C1 C2 C3
    ■ Marca Estilos a Suprimir-Aleatoria-Ordenada

                     1 2 3 4 5 6 7
                     8 9 B O C1 C2 C3



                   
    Si deseas identificar el ESTILO a copiar y
    has seleccionado GUARDAR POR POST
    tipea un tema en el recuadro blanco; si no,
    selecciona a qué estilo quieres copiarlo
    (las opciones que se encuentran en GUARDAR
    LOS CAMBIOS) y presiona COPIAR.


                   
    El estilo se copiará al estilo 9
    del usuario ingresado.

         
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  •          ● Aplicados:
    1 -
    2 -
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    7 -
    8 -
    9 -
    Bás -

             ● Aplicados:

             ● Aplicados:

             ● Aplicados:
    LY -
    LL -
    P1 -
    P2 -
    P3 -
    P4 -
    P5 -
    P6

             ● Aplicados:
    P7 -
    P8 -
    P9 -
    P10 -
    P11 -
    P12 -
    P13

             ● Aplicados:
    P14 -
    P15 -
    P16






























              --ESTILOS A PROTEGER o DESPROTEGER--
           1 2 3 4 5 6 7 8 9
           Básico Categ 1 Categ 2 Categ 3
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            - CATEGORIA 1
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            - POR PUBLICACION

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    --------------------MANUAL-------------------
    + -

    ----------------------------------------------------



  • PUNTO A GUARDAR




  • Tipea en el recuadro blanco alguna referencia, o, déjalo en blanco y da click en "Referencia"

      - ENTRE LINEAS - TODO EL TEXTO -
      1 - 2 - 3 - 4 - 5 - 6 - Normal
      - ENTRE ITEMS - ESTILO LISTA -
      1 - 2 - Normal
      - ENTRE CONVERSACIONES - CONVS.1 Y 2 -
      1 - 2 - Normal
      - ENTRE LINEAS - BLOCKQUOTE -
      1 - 2 - Normal


      - DERECHA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - BLUR INTERNO NEGRO - 1 - 2
      - BLUR INTERNO BLANCO - 1 - 2

      - Original - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - BLUR NEGRO - 1 - 2
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      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - Quitar

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      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar



              TEXTO DEL BLOCKQUOTE
      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

              FORMA DEL BLOCKQUOTE

      Primero debes darle color al fondo
      1 - 2 - 3 - 4 - 5 - Normal
      - DERECHA NEGRA - 1 - 2
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2
      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar -

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar -



      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA NEGRA - 1 - 2
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 -
      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - TITULO
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      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3
      - Quitar

      - TODO EL SIDEBAR
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - BLUR INTERNO - NEGRO - 1 - 2
      - BLUR INTERNO - BLANCO - 1 - 2
      - Quitar

                 ● Cambiar en forma ordenada
     √

                 ● Cambiar en forma aleatoria
     √

     √

                 ● Eliminar Selección de imágenes

                 ● Desactivar Cambio automático
     √

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2
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      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar




      - DERECHA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - Quitar -





      - DERECHA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

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      - BLUR INTERNO BLANCO - 1 - 2

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    Bloques a cambiar color
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    Set 2 - Tonos Grises, Claro
    Set 3 - Colores Varios, Pasteles
    Set 4 - Colores Varios

    Sets personal de Colores

    Set personal 1:
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    Set personal 2:
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