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    T 15 (20 min)


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    T 17 (45 min)

    ---------------------

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    Fade In Down


    Fade In Up


    Fade In Left


    Fade In Right


    Flash


    Flip


    Flip In X


    Flip In Y


    Heart Beat


    Jack In The box


    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


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    ÍNDICE
  • FAVORITOS
  • Instrumental
  • 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • Bolereando - Quincas Moreira - 3:04
  • Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • España - Mantovani - 3:22
  • Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • Nostalgia - Del - 3:26
  • One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • Osaka Rain - Albis - 1:48
  • Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • Travel The World - Del - 3:56
  • Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • Afternoon Stream - 30:12
  • Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • Evening Thunder - 30:01
  • Exotische Reise - 30:30
  • Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • Morning Rain - 30:11
  • Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • Showers (Thundestorm) - 3:00
  • Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • Vertraumter Bach - 30:29
  • Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • Concerning Hobbits - 2:55
  • Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • Acecho - 4:34
  • Alone With The Darkness - 5:06
  • Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • Awoke - 0:54
  • Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • Cinematic Horror Climax - 0:59
  • Creepy Halloween Night - 1:54
  • Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • Dark Mountain Haze - 1:44
  • Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • Darkest Hour - 4:00
  • Dead Home - 0:36
  • Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:28
  • Everything You Know Is Wrong - 0:46
  • Geisterstimmen - 1:39
  • Halloween Background Music - 1:01
  • Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • Halloween Spooky Trap - 1:05
  • Halloween Time - 0:57
  • Horrible - 1:36
  • Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • Intense Horror Music - Pixabay - 1:37
  • Long Thriller Theme - 8:00
  • Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:42
  • Mix Halloween-1 - 33:58
  • Mix Halloween-2 - 33:34
  • Mix Halloween-3 - 58:53
  • Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • Movie Theme - Insidious - 3:31
  • Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • Movie Theme - Sinister - 6:56
  • Movie Theme - The Omen - 2:35
  • Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • Música - 8 Bit Halloween Story - 2:03
  • Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - 3:08
  • Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - Amanda Flores Todas Las Voces - 3:09
  • Música - For Halloween Witches Brew - 1:07
  • Música - Halloween Surfing With Spooks - 1:16
  • Música - Spooky Halloween Sounds - 1:23
  • Música - This Is Halloween - 2:14
  • Música - This Is Halloween - Animatic Creepypasta Remake - 3:16
  • Música - This Is Halloween Cover By Oliver Palotai Simone Simons - 3:10
  • Música - This Is Halloween - From Tim Burton's The Nightmare Before Christmas - 3:13
  • Música - This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • Música - Trick Or Treat - 1:08
  • Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • Mysterios Horror Intro - 0:39
  • Mysterious Celesta - 1:04
  • Nightmare - 2:32
  • Old Cosmic Entity - 2:15
  • One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • Pandoras Music Box - 3:07
  • Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:58
  • Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • Scary Forest - 2:37
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    Fecha
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    Hora, Minutos y Segundos
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    VELOCIDAD-TIEMPO

    Tiempo Movimiento

    Tiempo entre Movimiento

    Rotar
    ROTAR-VELOCIDAD

      45     90  

      135     180  
    ROTAR-VELOCIDAD

    ▪ Parar

    ▪ Normal

    ▪ Restaurar Todo
    VARIOS
    Alarma 1
    ALARMA 1

    ACTIVADA
    SINCRONIZAR

    ▪ Si
    ▪ No


    Seleccionar Minutos

      1     2     3  

      4     5     6  

      7     8     9  

      0     X  




    REPETIR-APAGAR

    ▪ Repetir

    ▪ Apagar Sonido

    ▪ No Alarma


    REPETIR SONIDO
    1 vez

    ▪ 1 vez (s)

    ▪ 2 veces

    ▪ 3 veces

    ▪ 4 veces

    ▪ 5 veces

    ▪ Indefinido


    SONIDO

    Actual:
    1

    ▪ Ventana de Música

    ▪ 1-Alarma-01
    - 1

    ▪ 2-Alarma-02
    - 18

    ▪ 3-Alarma-03
    - 10

    ▪ 4-Alarma-04
    - 8

    ▪ 5-Alarma-05
    - 13

    ▪ 6-Alarma-06
    - 16

    ▪ 7-Alarma-08
    - 29

    ▪ 8-Alarma-Carro
    - 11

    ▪ 9-Alarma-Fuego-01
    - 15

    ▪ 10-Alarma-Fuego-02
    - 5

    ▪ 11-Alarma-Fuerte
    - 6

    ▪ 12-Alarma-Incansable
    - 30

    ▪ 13-Alarma-Mini Airplane
    - 36

    ▪ 14-Digital-01
    - 34

    ▪ 15-Digital-02
    - 4

    ▪ 16-Digital-03
    - 4

    ▪ 17-Digital-04
    - 1

    ▪ 18-Digital-05
    - 31

    ▪ 19-Digital-06
    - 1

    ▪ 20-Digital-07
    - 3

    ▪ 21-Gallo
    - 2

    ▪ 22-Melodia-01
    - 30

    ▪ 23-Melodia-02
    - 28

    ▪ 24-Melodia-Alerta
    - 14

    ▪ 25-Melodia-Bongo
    - 17

    ▪ 26-Melodia-Campanas Suaves
    - 20

    ▪ 27-Melodia-Elisa
    - 28

    ▪ 28-Melodia-Samsung-01
    - 10

    ▪ 29-Melodia-Samsung-02
    - 29

    ▪ 30-Melodia-Samsung-03
    - 5

    ▪ 31-Melodia-Sd_Alert_3
    - 4

    ▪ 32-Melodia-Vintage
    - 60

    ▪ 33-Melodia-Whistle
    - 15

    ▪ 34-Melodia-Xiaomi
    - 12

    ▪ 35-Voz Femenina
    - 4

    Alarma 2
    ALARMA 2

    ACTIVADA
    Avatar - Elegir
    AVATAR - ELEGIR

    Desactivado SM
    ▪ Abrir para Selección Múltiple

    ▪ Cerrar Selección Múltiple
    AVATAR 1-2-3

    Avatar 1

    Avatar 2

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    AVATAR 1-2-3

    Avatar1

    Avatar 2

    Avatar 3
    AVATAR 4-5-6-7

    Avatar 4

    Avatar 5

    Avatar 6

    Avatar 7
    TAMAÑO

    Avatar 1(
    10%
    )


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    10%
    )


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    )


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    10%
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    10%
    )


    Avatar 7(
    10%
    )

      20     40  

      60     80  

    100
    Más - Menos

    10-Normal
    ▪ Quitar
    Colores - Posición Paleta
    Elegir Color o Colores
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    Sepia
    (1 - 100)
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    Fondo - Opacidad
    Generalizar
    GENERALIZAR

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    DESACTIVAR

    ▪ Animar Reloj
    ▪ Avatares y Cambio Automático
    ▪ Bordes Color, Cambio automático y Sombra
    ▪ Filtros
    ▪ Filtros, Cambio automático
    ▪ Fonco 1 - Color y Cambio automático
    ▪ Fondo 2 - Color y Cambio automático
    ▪ Fondos Texto Color y Cambio automático
    ▪ Imágenes para Efectos y Cambio automático
    ▪ Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    ▪ Ocultar Reloj
    ▪ Ocultar Reloj - 2
    ▪ Reloj y Avatares 1-2-3 Movimiento Automático
    ▪ Rotar-Voltear-Rotación Automático
    ▪ Tamaño
    ▪ Texto - Color y Cambio automático
    ▪ Tiempo entre efectos
    ▪ Tipo de Letra y Cambio automático
    Imágenes para efectos
    Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    M-V-A-R IMAGEN DEL SLIDE

    VOLTEAR-ESPEJO

    ▪ Voltear

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    SUPERIOR-INFERIOR

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    ▪ Centrar

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    Abajo - Arriba
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    Normal
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    PROGRAMACIÓN

    Programar Reloj
    PROGRAMAR RELOJ

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

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    ▪ Guardar
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
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    Programar Estilo
    PROGRAMAR ESTILO

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    ▪ Activar

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    H= M= E=
    -------
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    Programar RELOJES
    PROGRAMAR RELOJES


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    Relojes a cambiar

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    19 20

    T X


    Programar ESTILOS
    PROGRAMAR ESTILOS


    DESACTIVADO
    ▪ Activar

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    Cambiar cada

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    ESTILOS #

    A B C D

    E F G H

    I J K L

    M N O P

    Q R S T

    U TODO X


    Programar lo Programado
    PROGRAMAR LO PROGRAMADO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar
    Programación 1

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
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    Programación 2

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

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    Programación 3

    Reloj:
    h m

    Estilo:
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    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

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    ▪6
    Borrar Programación
    HORAS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

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    MINUTOS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X


    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
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    JALEA REAL (Roald Dahl)

    Publicado en julio 04, 2010
    cuento publicado en “Relatos de lo inesperado”
    (Tales of the Unexpected, 1979)

    —Me tiene deshecha de angustia, Albert, de veras —dijo la señora Taylor con la mirada puesta en la criatura totalmente inmóvil a la que acunaba con el brazo izquierdo—. Sé que algo va mal, lo sé.
    La tez de la niñita tenía algo de translúcido, de nacarado, y la piel se veía muy tersa sobre los huesos.
    —Pruébalo otra vez —dijo Albert Taylor.
    —No servirá de nada.
    —Tienes que insistir, Mabel —dijo el marido.
    Ella extrajo el biberón de la cacerola de agua caliente y, sacudiéndolo, se echó unas gotas en el envés de la muñeca, para comprobar la temperatura.
    —Vamos, vamos, mi niña"—susurró—, despierta y toma un poquito más.
    Una pequeña lámpara puesta encima de la mesa cercana irradiaba un tenue resplandor amarillo alrededor de la madre.
    —Por favor —exhortó ésta—, sólo un poquitín más.
    El señor Taylor la miraba por encima de la revista que estaba leyendo. Estaba medio muerta de agotamiento, advirtió, y su pálido rostro ovalado, de ordinario tan grave y sereno, había adquirido una expresión como tensa y desolada. Pero, aun así, la postura de la cabeza, inclinada para observar a la niña, resultaba de una curiosa belleza.
    —¿Lo ves? —musitó—. Es inútil. No lo quiere.
    Alzó la botella hacia la luz y con el ceño fruncido estudió la escala de medidas.
    —Otra vez treinta gramos. No ha tomado más. Ca, ni siquiera eso. Han sido sólo veinte gramos. Esto no basta para sacar adelante a una criatura) Albert, te lo digo yo. Me tiene deshecha de angustia.
    —Lo sé —repuso el marido.
    —Si por lo menos descubriesen qué es lo que ocurre.
    —No ocurre nada, Mabel. Es simple cuestión de tiempo.
    —Claro que ocurre algo.
    —El doctor Robinson sostiene que no.
    —Mira —replicó ella al tiempo que se levantaba—, no irás a decirme que es normal que una niña de seis semanas pese el disparate de un kilo menos que cuando nació. ¡No tienes más que mirarle las piernas! ¡No son sino piel y hueso!
    La diminuta criatura seguía postrada e inmóvil en el brazo de la madre.
    —El doctor Robinson te pidió que dejaras de preocuparte, Mabel. Y lo mismo dijo aquel otro médico.
    —¡Ja! —exclamó ella—. ¿No es maravilloso? ¡Que dejé de preocuparme!
    —Por favor, Mabel...
    —¿Y qué quieres que haga? ¿Que me lo tome como si fuera una especie de chiste?
    —El no dijo eso.
    —¡Detesto a los médicos! ¡A todos ellos! —estalló la mujer.
    Y, vuelta la espalda al señor Taylor, salió presurosa de la habitación, camino de la escalera, llevándose a la niña.
    Albert Taylor permaneció donde estaba y la dejó marchar.
    Un instante más tarde la oía caminar de un lado para otro en la alcoba, justo encima de su cabeza, con pasos nerviosos y rápidos que hacían resonar el linóleo del suelo. Pronto se detendrían las pisadas y entonces él habría de levantarse y subir, y cuando entrase en el cuarto la encontraría sentada, como de costumbre, junto a la cuna con la mirada fija en la niña, llorando en silencio y sin consentir en moverse.
    —Se muere de inanición, Albert —le diría.
    —Pues claro que no.
    —Se va a morir de inanición. Lo sé. Y sé algo más.
    —¿Qué?
    —Creo que tú piensas lo mismo, sólo que no quieres reconocerlo, ¿no es así?
    Todas las noches la misma escena.
    La semana anterior habían vuelto con la niña al hospital, donde el médico, después de un esmerado examen, dijo que no le ocurría nada.
    —Nos ha costado nueve años tener esta hija, doctor —declaró Mabel—. Si algo le ocurriese, creo que me costaría la vida.
    Hacía seis días de aquello, y en ese intervalo la pequeña había perdido casi un cuarto de kilo más.
    Pero atribularse no beneficiaría a nadie, se dijo Albert Taylor. En cosas de aquella naturaleza no quedaba más solución que confiar en el médico. Y, recuperando la revista que tenía todavía en el regazo, se puso a examinar distraídamente el índice de materias, para ver qué ofrecía aquella semana.
    Entre las abejas en mayo
    Cocina a base de miel
    El apicultor y la farmacopea apícola
    Experimentos en el control de nosema
    Esta semana en el apiario
    Lo último sobre la jalea real
    Los poderes curativos del propóleos
    Regurgitaciones
    Cena anual de los apicultores británicos
    Noticias de la Asociación

    Albert Taylor se había sentido fascinado toda su vida por cuanto se refiriese a las abejas. De chico solía atraparlas con las mismas manos, y luego corría a casa para enseñárselas a su madre, y a veces se las ponía él en la cara y dejaba que le corriesen por las mejillas y el cuello sin que, cosa sorprendente, le picaran jamás. Al contrario: las abejas parecían encantadas de estar con él; nunca intentaban volar y escaparse, y para librarse de ellas tenía que apartarlas con suaves movimientos de los dedos; y aun así a menudo volvían para posársele otra vez en un brazo, en la mano o en una rodilla, o en cualquier parte donde tuviera desnuda la piel.
    Su padre, albañil de profesión, afirmaba que debía de haber en el niño un hedor como de brujo, algo malsano que le escapaba por los poros, y que eso de hipnotizar insectos no podía traer nada bueno. Su madre, en cambio, sostenía que era un don del Señor, e incluso llegó a compararle con san Francisco y sus pájaros.
    Al crecer, su fascinación por las abejas tornóse obsesión, y antes de cumplir los doce años había construido su primera colmena. Al año siguiente tuvo lugar la captura de su primer enjambre y dos años después, al cumplir los catorce, contaba con nada menos que cinco abejares dispuestos en pulcra fila junto a la valla del pequeño traspatio de su padre, y acometía ya —aparte de la normal recolección de la miel— el delicado y complejo menester de criar sus propias reinas, implantar las larvas en celdillas artificiales y todo lo demás.
    Jamás tenía que recurrir al humo para manipular en el interior de las colmenas, ni había de ponerse guantes o protegerse con red la cabeza. Existía, a todas luces, una extraña simpatía entre el muchacho y las abejas, y abajo, en el pueblo, empezaban a hablar de él en tiendas y tabernas con cierto respeto, y su casa comenzó a ser visitada por gente deseosa de comprarle su miel.
    A la edad de dieciocho años había arrendado un acre de pastos bravíos que flanqueaban un cerezal sito en el valle, a cosa de kilómetro y medio del pueblo, y allí puso en marcha una explotación por cuenta propia. Ahora, once años más tarde, continuaba en el mismo paraje, pero en lugar de un acre de tierra tenía seis y, además de eso, doscientas cuarenta prósperas colmenas y una casita que se había construido esencialmente con sus propias manos. Habíase casado al cumplir los veinte, y ese paso, prescindiendo de que les hubiera costado más de nueve años tener descendencia, también había sido un éxito. Todo, en verdad, le había sonreído a Albert hasta que apareció aquella extraña niñita que con su negativa de nutrirse como era debido, y con sus diarias pérdidas de peso, les tenía consumidos de inquietud.
    Apartando los ojos de la revista se puso a pensar en la pequeña: aquella noche, por ejemplo, en que a la hora de su comida había abierto los ojos mostrándole algo que le aterró: una especie de mirada brumosa y vacua, cual si los ojos, lejos de estar unidos al cerebro, reposaran sueltos en sus cuencas, como un par de pequeñas canicas grises.
    ¿De veras sabían aquellos médicos lo que se decían?
    Se acercó un cenicero y, con ayuda de una cerilla, despacioso, se puso a limpiar de ceniza la cazoleta de la pipa.
    Quedaba, desde luego, la posibilidad de llevarla a otro hospital, a uno de los de Oxford, tal vez. Podía proponérselo a Mabel, cuando subiera.
    Todavía le resultaba audible su ir y venir por la habitación, si bien debía de haberse puesto zapatillas, pues el ruido de las pisadas era ahora muy débil.
    Centró de nuevo su atención en la revista y continuó la lectura. Concluido el artículo de los «Experimentos en el control del nosema», volvió la página y acometió el siguiente: «Lo último sobre la jalea real.» Dudaba mucho que trajese algo que no conociera ya.
    ¿En qué consiste esa portentosa substancia llamada jalea real?
    Alcanzó el bote de tabaco que tenía a su lado, encima de la mesa, y sin abandonar la lectura comenzó a llenar la pipa.
    La jalea real es una secreción glandular que producen las abejas nodrizas para alimentar a las larvas en cuanto éstas han salido del huevo. Las glándulas faríngeas de las abejas generan esa substancia en forma muy similar a como las glándulas mamarias proveen leche en los vertebrados. Es un fenómeno de gran interés biológico, pues no se sabe de ningún otro insecto dotado de semejante función.
    Cosas, todas ellas, consabidas; pero, a falta de mejor ocupación, continuó leyendo.
    Todas las larvas de las abejas son nutridas a base de jalea real en forma concentrada durante los tres días posteriores a su salida del huevo, sí bien, rebasada esa fase, las destinadas a zánganos u obreras reciben el precioso alimento muy diluido en miel y polen. En cambio, las llamadas a convertirse en reinas son nutridas a lo largo de todo su período larval a base de una dieta concentrada de jalea real pura. De ahí el nombre de la substancia.
    Arriba, en la alcoba, el rumor de pasos se había interrumpido por completo. La casa estaba en silencio. Encendió un fósforo y lo aplicó a la pipa.
    La jalea real ha de ser una substancia de formidable poder nutritivo, pues sin más alimentación que ésa la larva de la abeja aumenta en mil quinientas veces su peso al cabo de cinco días.
    Probablemente fuese cierto eso, si bien, por alguna razón imprecisa, hasta ahora nunca se le había ocurrido considerar el crecimiento larval en términos de peso.
    Es tanto como decir que un recién nacido de tres kilos y medio llegase a pesar cinco toneladas en ese lapso.
    Albert Taylor se detuvo y releyó la frase.
    Es tanto como decir que un recién nacido de tres kilos y medio...
    —¡Mabel! —exclamó al tiempo que se ponía en pie de un salto—. ¡Mabel! ¡Baja!
    Salió al zaguán y, deteniéndose al pie de la escalera, repitió la llamada.
    No obtuvo respuesta.
    Subió corriendo la escalera y encendió la luz del pasillo. La puerta del dormitorio estaba cerrada. Cruzó el pasillo, la abrió y se quedó en el vano escudriñando la oscuridad del cuarto.
    —Mabel, baja un momento, ¿quieres? —repitió—. Se me acaba de ocurrir una pequeña idea. Es sobre la niña.
    La luz procedente del corredor proyectaba sobre la cama un tenue resplandor que le permitió entrever a su esposa, la cual, tendida boca abajo, con el rostro hundido en la almohada y los brazos cruzados sobre la cabeza, estaba llorando una vez más.
    —Mabel —dijo en tanto se acercaba y le tocaba el hombro—, baja un instante, por favor. Puede ser importante.
    —Vete —respondió ella—. Déjame en paz.
    —¿No quieres que te cuente lo que se me ha ocurrido?
    —Oh, Albert, estoy cansada de verdad —sollozó—. Tanto, que ya ni sé lo que hago. Creo que no puedo más. Creo que no puedo aguantarlo.
    Siguió una pausa. Albert Taylor se apartó de su esposa y se acercó a paso lento a la cuna, donde reposaba la niña, y orientó hacia ella la mirada. La oscuridad no le permitía ver el rostro de la pequeña; pero, como se inclinara mucho sobre ella, alcanzó a percibir el ruido de su respiración, muy débil y rápida.
    —¿A qué hora le vuelve a tocar biberón?
    —A las dos, supongo.
    —¿Y el próximo?
    —A las seis de la mañana.
    —Los dos corren de mi cuenta. Tú te vas a dormir. Ella no respondió.
    —Te acuestas como es debido, Mabel, y te dedicas a dormir, ¿me has entendido? Y deja ya de preocuparte. Yo me quedo a cargo de todo durante las próximas doce horas. Si continúas así, vas a sufrir una crisis nerviosa.
    —Sí —dijo ella—, ya lo sé.
    —Ahora mismo me traslado a la otra habitación con la mocosa y el despertador, y tú te tumbas en la cama, dejas los músculos en reposo y te olvidas por completo de nosotros, ¿de acuerdo?
    A todo eso empujaba ya la cuna fuera del cuarto.
    —Oh, Albert —sollozó ella.
    —No te preocupes de nada. Déjalo en mis manos.
    —Albert...
    —¿Sí?
    —Te quiero, Albert.
    —Y yo a ti, Mabel. Y ahora, a dormir. Albert Taylor no volvió a ver a su esposa hasta la mañana siguiente, cerca de las once.
    —¡Cielo santo! —gritó ella en tanto se lanzaba escaleras abajo, todavía en bata y zapatillas—. ¡Albert! Pero ¿te has dado cuenta de lo tarde que es? ¡He dormido doce horas por lo menos! ¿Está todo en orden? ¿Cómo ha ido?
    El estaba sentado apaciblemente en su sillón, la pipa entre los labios, leyendo el periódico de la mañana. La niña dormía en una especie de cuco puesto en el suelo, a sus pies.
    —Hola, cariño —la saludó él sonriente. La señora Taylor corrió hacia el canastillo y se quedó mirando.
    —¿Ha querido el biberón, Albert? ¿Cuántas veces se lo has dado? Le tocaba otro a las diez, ¿lo sabías?
    Albert Taylor dobló el diario en cuidadoso rectángulo y lo dejó sobre la mesita auxiliar.
    —Se lo di a las dos de la madrugada —dijo—, y no tomó más que quince gramos. Luego, a las seis, fue un poco mejor: sesenta gramos...
    —¡Sesenta gramos! ¡Oh, Albert, es fantástico!
    —Y el último lo hemos despachado hace diez minutos. Ahí lo tienes, en la repisa de la chimenea. Se ha tomado noventa gramos; sólo ha dejado treinta. ¿Qué me dices?
    Sonreía orgulloso, entusiasmado con su hazaña.
    Su esposa se arrodilló al momento, para observar a la niña.
    —¿Verdad que tiene mejor aspecto? —dijo afanoso—. ¿No se le ve más gordita la cara?
    —Parecerá una tontería —repuso ella—, pero yo así lo creo. ¡Oh, Albert, eres una maravilla! ¿Cómo lo has conseguido?
    —Está saliendo del bache —contestó él—; eso es todo. Tal como pronosticó el médico, está saliendo del bache.
    —Dios quiera que tengas razón, Albert.
    —Claro que la tengo. En adelante vas a ver cómo progresa. Su esposa miraba enternecida a la niña.
    —Tú también tienes mejor aspecto, Mabel.
    —Me siento de maravilla. Lamento lo de anoche.
    —Sigamos así de ahora en adelante: yo me cuido de los biberones nocturnos, y por el día se los das tú.
    Apartó ella los ojos de la cuna y le miró con ceño.
    —No —dijo—. Oh, no, no puedo permitirlo.
    —No quiero que acabes con una crisis, Mabel.
    —No hay peligro, ahora ya he descansado un poco.
    —Es preferible que lo compartamos.
    —No, Albert, esa tarea me corresponde a mí y quiero cumplirla. Lo de anoche no se repetirá.
    Se produjo una pausa. Albert Taylor se quitó la pipa de entre los labios y examinó el contenido de la cazoleta.
    —Conforme —dijo—. En tal caso, te descargaré del trabajo pesado: la esterilización, la mezcla de los biberones y todos los preparativos. Está claro que será una ayuda para ti.
    Ella le observó con atención, preguntándose qué le habría dado de pronto.
    —Sabes, Mabel, lo he estado pensando y...
    —Sí, cielo...
    —He estado pensando que hasta anoche no te he ayudado lo que se dice nada con la pequeña.
    —No es verdad.
    —Sí que lo es. De manera que he decidido cargar en adelante con mi parte del trabajo. Los biberones los preparo y esterilizo yo, ¿de acuerdo?
    —Es muy amable por tu parte, cariño, pero verdaderamente no creo que sea necesario...
    —¡Vamos, mujer! —exclamó él—. ¿Es que quieres cambiar la suerte? Los tres últimos los he dispuesto yo y... ya ves el resultado. ¿A qué hora le toca el próximo? A las dos, ¿no?
    —Eso es.
    —Pues ya lo tienes preparado —repuso él—. Todo preparado y listo para que, cuando llegue la hora, no tengas más que cogerlo del estante, en la despensa, y calentárselo. ¿No representa eso un alivio?
    La señora Taylor se puso en pie, acercóse a su marido y le besó en la mejilla.
    —Qué bueno eres —le dijo—. Cuanto más te conozco, más te quiero.
    Más adelante, mediada la tarde, encontrándose Albert en el exterior, trabajando al sol entre las colmenas, la oyó vocear desde la casa:
    —¡Albert! ¡Albert, ven!
    Y la vio correr a su encuentro por entre los ranúnculos. Con lo cual emprendió carrera hacia ella preguntándose qué habría sucedido.
    —¡Oh, Albert! ¡Adivina lo que ha pasado!
    —¿Qué?
    —Acabo de darle el biberón de las dos y... ¡se lo ha tomado todo!
    —¡No!
    —¡Hasta la última gota! ¡Oh, Albert, estoy tan contenta! ¡La niña va a recuperarse! Como dijiste, está saliendo del bache.
    Llegada frente a él, le echó los brazos al cuello y le estrechó contra sí. Su marido le dio unas palmaditas en la espalda, rió y dijo que era una madre maravillosa.
    —Cuando le toque el próximo, ¿querrás entrar a verla, por si lo repite?
    Como él le asegurara que no se lo perdería por nada del mundo, ella le abrazó de nuevo, dio media vuelta y echó a correr hacia la casa saltando sobre la hierba y cantando mientras regresaba.
    Como es natural, flotaba en el aire cierta expectación según se acercaba la hora del biberón de las seis: a las cinco y media los padres se hallaban ya sentados en la salita, a la espera del momento. La botella con el preparado lácteo estaba en una cacerola de agua caliente, en la repisa de la chimenea. La pequeña dormía en su canastilla, puesta en el sofá.
    A las seis menos veinte se despertó y se puso a chillar a grito pelado.
    —¡Ahí lo tienes! —exclamó la señora Taylor—. Reclama el biberón. Rápido, Albert, ve a por ella y pásamela. Dame antes la botella.
    Se la entregó y a continuación le acomodó a la niña en el regazo. Como ella le .rozara cautelosa los labios con la punta de la tetilla, la pequeña la atrapó entre las encías y se puso a succionar vorazmente, con rápidas y enérgicas chupadas.
    —Oh, Albert, ¿no es maravilloso? —exclamó riendo la madre.
    —Es formidable, Mabel.
    En cosa de siete u ocho minutos la niña había despachado todo el contenido de la botella.
    —Picarona —le dijo la señora Taylor—. Otra vez los ciento veinte gramos.
    Albert Taylor, que observaba a la niña desde su sillón, con el cuerpo inclinado y la mirada fija en la carita, dijo:
    —¿Sabes qué? Hasta parece que ya ha ganado un poco de peso. ¿Qué piensas tú?
    La madre miró a la criatura.
    —¿No la encuentras mayor y más gordita que ayer, Mabel?
    —Puede ser, Albert. No estoy segura. Aunque la verdad es que en tan poco tiempo no puede haberse producido ningún cambio verdadero. Lo importante es que se alimenta con normalidad.
    —Ya ha salido del bache —dijo él—. No creo que tengas que preocuparte más.
    —Como que no lo haré.
    —¿Quieres que suba y que vuelva a poner la cuna en la alcoba, Mabel?
    —Sí, por favor.
    Albert se dirigió al piso alto y trasladó la cuna. Su esposa le siguió con la niña y, después de haberle cambiado el pañal, la tendió amorosamente en su camita y la arropó con sábana y manta.
    —¿Verdad que está preciosa, Albert? —musitó—. ¿No es la niña más linda que hayas visto en tu vida?
    —Déjala tranquila ahora, Mabel —dijo él—, y baja a preparar un poco de cena, que los dos nos la hemos ganado.
    Concluida la comida, se instalaron cada uno en un sillón, en la salita, él con su revista y su pipa, la señora Taylor con su trabajo de punto. El cuadro, sin embargo, era bien distinto del de la víspera. De repente, todas las tensiones se habían disipado. El bello rostro ovalado de la señora Taylor irradiaba contento: sonrosadas las mejillas, los ojos fulgentes de brillo; su boca tenía una sonrisita soñadora, de pura dicha. Una vez y otra apartaba de la labor la mirada y contemplaba con afecto a su marido. Y a ratos, interrumpiendo un instante el entrechocar de las agujas, se quedaba quieta, dirigía la vista hacia el techo y aguzaba el oído, al acecho de un llanto, de una queja en el piso alto. Pero todo estaba en silencio.
    —Albert —dijo pasado un rato.
    —¿Sí, cariño?
    —Anoche, cuando subiste a toda prisa al dormitorio, ¿qué querías decirme? Hablaste de una idea en relación con la niña.
    Albert Taylor, con la revista apoyada en el regazo, le dirigió una mirada larga y artera.
    —¿Eso dije?
    —Sí —respondió ella, a la espera de que continuase; pero él no lo hizo—. ¿Dónde está el chiste? —preguntó—. ¿Por qué esa sonrisa?
    —Es que verdaderamente es un chiste.
    —Cuenta, mi vida.
    —No estoy seguro de que deba hacerlo. Podrías tacharme de mentiroso.
    Pocas veces le había visto ella tan satisfecho de sí; y, para animarle a hablar, sonrió a su vez.
    —Pero la verdad, Mabel, es que me gustaría ver la cara que pones, cuando te enteres.
    —Albert, ¿qué pasa aquí?
    Contrario a que le apremiaran, hizo una pausa.
    —Tú consideras que la niña va mejor, ¿verdad? —dijo por fin.
    —Claro que sí.
    —Y convendrás conmigo en que, de la noche a la mañana, se siente de maravilla y su aspecto es enteramente otro...
    —Sí, Albert, sí.
    —Estupendo —añadió, la sonrisa todavía más amplia—. Pues, ¿sabes?, ha sido cosa mía.
    —¿El qué?
    —Que yo he curado a la niña.
    —Sí, cariño, estoy segura de ello —repuso la señora Taylor mientras reemprendía su labor.
    —No me crees, ¿verdad?
    —Naturalmente que sí, Albert. Y te concedo todo el mérito, lo que se dice todo.
    —Bien, ¿pues cómo lo logré?
    —Bueno... —la señora Taylor hizo una breve pausa, para reflexionar—, supongo que se trata, simplemente, de que eres muy hábil preparando biberones. Desde que lo haces tú, la niña no ha dejado de mejorar.
    —¿Quieres decir que eso tiene una especie de arte?
    —Salta a la vista —repuso ella según continuaba con el punto y, sonriendo para sí, pensaba en lo cómicos que son los hombres.
    —Te revelaré un secreto: has acertado de pleno. Aunque, no vayas a creer, lo importante no es tanto la forma de preparar los biberones, como lo que se pone en ellos. Lo ves claro, ¿no, Mabel?
    La señora Taylor interrumpió su labor y dirigió a su esposo una mirada penetrante.
    —Albert, no me irás a decir que has estado poniéndole cosas en la leche a la niña...
    El continuaba con su sonrisa.
    —Bueno, ¿lo has hecho o no lo has hecho?
    —Es posible.
    —No te creo.
    Exhibía una extraña, feroz manera de sonreír, que le dejaba al descubierto los dientes.
    —Albert, basta ya de jugar conmigo.
    —Sí, cariño, lo que tú digas.
    —No es cierto que le hayas puesto nada en la leche, ¿verdad? Contéstame de una vez, Albert. Podría ser grave, tratándose de un bebé tan pequeño.
    —La respuesta es sí, Mabel.
    —¡Albert! ¿Cómo te has atrevido, Albert...?
    —Vamos, no te exaltes. Te lo contaré todo, si eso es lo que quieres, pero, por amor de Dios, no pierdas la calma.
    —¡A que ha sido cerveza! —exclamó ella—. ¡Estoy segura de que le has puesto cerveza!
    —Por favor, Mabel, no seas loca.
    —¿Pues qué le has echado, si no?
    Albert dejó con cuidado la pipa sobre la mesa cercana y se retrepó en el sillón.
    —Dime —indagó—, ¿por casualidad me has oído hablar alguna vez de una cosa llamada jalea real?
    —No.
    —Es milagrosa, auténticamente milagrosa —continuó él—. Y anoche, de pronto, se me ocurrió que si le ponía a la niña en la leche una pequeña cantidad...
    —¡Has tenido la audacia...!
    —Pero, Mabel, si ni siquiera sabes todavía de qué se trata...
    —Ni me interesa —replicó ella—. No puedes andar poniéndole a una niña tan pequeñita sustancias extrañas en la leche. Tú tienes que estar loco...
    —Es del todo inofensivo, Mabel, o, de lo contrario, me hubiera guardado de hacerlo. Es algo que procede de las abejas.
    —Debí imaginarlo.
    —Y es tan caro que no hay prácticamente nadie que pueda permitirse su consumo, como no sea alguna gotita de vez en cuando.
    —¿Y cuánto le has dado a nuestra hija, si puede saberse?
    —Ah, ahí está el quid. Todo el asunto estriba en eso. Calculo que, sólo en sus últimos cuatro biberones, nuestra pequeña ha tomado como cincuenta veces toda la jalea real que persona alguna haya ingerido jamás. ¿Qué me dices de eso?
    —Albert, deja ya de tomarme el pelo.
    —Te lo juro —insistió él orgulloso.
    Ella se quedó mirándole de hito en hito, el ceño fruncido con la boca entreabierta.
    —Pero ¿tú sabes lo que cuesta eso, si uno quisiera comprarlo, Mabel? En este mismo momento, un establecimiento americano la ofrece publicitariamente a razón de quinientos dólares, más o menos, el tarro de medio kilo. ¡Quinientos dólares! ¿Te das cuenta? ¡Ni el oro resulta tan caro!
    Ella no sabía ni remotamente de qué le estaba hablando.
    —¡Te lo demostraré! —exclamó su marido.
    Y, poniéndose en pie de un salto, alcanzó la amplia librería donde guardaba todas sus publicaciones sobre las abejas. En su estante más alto, en pulcro rimero, se amontonaban, junto a los del British Bee Journal, Beecraft y otras revistas, los números atrasados del American Bee Journal. Tomó el último y lo abrió por su última página, que traía pequeños anuncios por palabras.
    —Aquí lo tienes —proclamó el señor Taylor—. Justo lo que te he dicho: «Vendemos jalea real. Al por mayor, 480 $ el tarro de cuatrocientos cincuenta gramos.
    Y, para que pudiera comprobarlo, le tendió la revista.
    —¿Me crees ahora? El anuncio es de una tienda de Nueva York, Mabel. Aquí lo dice.
    —Lo que no dice es que pueda uno mezclar eso en los biberones de una criatura casi recién nacida. No sé qué te ha dado a ti, Albert, de veras que no lo sé.
    —Pero la está curando, ¿no es así?
    —Ahora ya no estoy tan segura de ello.
    —No seas tan rematadamente tonta, Mabel. Te consta que así es.
    —Entonces ¿cómo es que la gente no se la da a sus hijos?
    —No hago más que repetírtelo: es demasiado cara. Prácticamente nadie en el mundo, como no sean unos cuantos multimillonarios, puede darse el lujo de comprar jalea real así, para comer. La compran las grandes firman que fabrican cremas faciales y esas cosas para las mujeres; pero es pura filfa: ponen una minúscula pulgarada en un gran tarro de crema facial y la venden como el pan, a precios exorbitantes, so pretexto de que elimina las arrugas.
    —¿Y lo hace?
    —¿Cómo demonios quieres que yo lo sepa, Mabel? En cualquier caso —prosiguió en tanto regresaba a su butaca—, el asunto no es ése. El asunto está en que le ha hecho tanto bien a nuestra pequeña, y eso sólo en unas horas, que, en mi opinión, deberíamos continuar las dosis. Y no me interrumpas, Mabel. Déjame acabar. Tengo ahí fuera alrededor de doscientas cuarenta colmenas. Si destinase, pongamos, un centenar de ellas a la producción de jalea real, creo que podríamos proporcionarle a la niña tanto como pida.
    —Albert, por Dios —le interpeló ella, los ojos muy abiertos, la mirada fija en él—, ¿acaso te has vuelto loco?
    —¿Quieres dejarme terminar, por favor?
    —Te lo prohibo terminantemente —replicó ella—: a mi hija no le das tú ni una gota más de esa espantosa jalea, ¿lo entiendes?
    —Pero Mabel...
    —Y, prescindiendo por completo de eso, la cosecha de miel que tuvimos el año pasado ya fue fatal. Si encima te pones a enredar con esas colmenas, a saber en qué parará todo...
    —A mis colmenas no les pasa nada, Mabel.
    —Sabes de sobra que la recolección del año pasado sólo alcanzó la mitad de lo normal.
    —Hazme un favor, ¿quieres? —repuso él—. Déjame explicarte algunas de las maravillosas propiedades de esa sustancia.
    —Aún no me has dicho ni en qué consiste.
    —Descuida, Mabel, te lo contaré. ¿Quieres escucharme? ¿Quieres darme la oportunidad de explicártelo?
    La señora Taylor suspiró y tomó de nuevo su labor.
    —Sí, sin duda es preferible que vacíes el saco —dijo—. Adelante, Albert, cuéntame.
    Sin saber bien por dónde empezar, dejó él pasar un instante: no sería fácil explicar aquello a una persona que carecía por completo de conocimientos específicos sobre apicultura.
    —Supongo que sabrás —dijo por fin— que cada colonia no tiene más que una reina.
    —Sí.
    —Y que esa reina es la que pone todos los huevos.
    —Sí, cariño, eso lo sé.
    —Está bien. Sólo que, aunque esto lo ignores, la reina puede poner, en realidad, distintas clases de huevos. Es lo que llamamos uno de los milagros de la colmena. Puede poner huevos que producirán zánganos, y otros que darán abejas obreras. Y si eso no es un milagro, Mabel, ya me dirás qué puede serlo.
    —Sí, Albert, de acuerdo.
    —De los zánganos, que son los machos, no nos ocuparemos. Las obreras son, todas, hembras. Como también la reina, claro está. Las obreras, sin embargo, son hembras asexuadas, no sé si me explico. Sus órganos están completamente atrofiados. La reina, en cambio, es portentosamente sexual: en rigor, puede poner en un solo día el equivalente de su peso en huevos. —Ahí se detuvo para poner en orden sus ideas—. La cosa funciona de la siguiente manera. La reina recorre el panal poniendo sus huevos en lo que llamamos las celdillas. ¿Te has fijado en esos centenares de agujerillos que tiene el panal? Pues bien, existen panales de cría, idénticos a los melíferos salvo por el hecho de que, en lugar de miel, las celdillas contienen huevos. En cada una de ellas la reina pone un huevo, y al cabo de tres días cada uno de esos huevos da un diminuto gusanillo, o lo que nosotros llamamos larva. Pues bien: tan pronto aparece la larva, las abejas nodrizas, que son obreras jóvenes, se congregan a su alrededor y se ponen a nutrirla como locas. ¿Y sabes a base de qué?
    —De jalea real —contestó Mabel paciente.
    —¡Exacto! —exclamó él—. Eso es, ni más ni menos, lo que le dan. Esa substancia la extraen de una glándula que tienen en la cabeza, y para nutrir a la larva se dedican a segregaría en las celdillas. ¿Qué ocurre entonces?
    Hizo una pausa teatral, fijó en ella, parpadeantes, sus ojos de un gris acuoso y volviéndose sin dejar el sillón, lentamente, alcanzó la revista que había estado leyendo la víspera.
    —¿Quieres saber qué ocurre entonces? —dijo en tanto se humedecía los labios.
    —Me muero de impaciencia.
    —«La jalea real —leyó él en voz alta— ha de ser una substancia de formidable poder nutritivo, pues sin más alimentación que ésa la larva de la abeja obrera aumenta en mil quinientas veces su peso al cabo de cinco días.»
    —¿En cuántas veces?
    —En mil quinientas, Mabel. ¿Sabes lo que significa eso a escala humana? Significa —bajó la voz y, adelantando el cuerpo, la asaeteó con aquellos ojos suyos, pequeños y descoloridos— que, en el transcurso de cinco días, un niño que pesara inicial-mente cinco kilos y medio acabaría pesando ¡cinco toneladas!
    La señora Taylor interrumpió por segunda vez su trabajo.
    —Bueno, tampoco has de tomarlo al pie de la letra, Mabel.
    —¿Quién lo dice?
    —Es, simplemente, un ejemplo científico, y nada más.
    —Está bien, Albert. Continúa.
    —Pero eso no es más que la mitad de la historia. No acaba ahí la cosa. Todavía no te he contado lo más asombroso de la jalea real. Ahora voy a demostrarte cómo puede convertir a una obrera vulgar y corriente, de aspecto neutro y prácticamente desprovista de órganos de reproducción, en una enorme, espléndida, bella y fértil reina.
    —¿Intentas decir que nuestra pequeña es vulgar y de aspecto neutro? —indagó ella incisiva.
    —Vamos, Mabel, no me atribuyas cosas que no he dicho, por favor. Escucha esto. ¿Sabías que la abeja reina y la abeja obrera, aunque distintas por completo al crecer, proceden de huevos idénticos?
    —Eso no me lo creo.
    —Es tan cierto como que estoy sentado aquí, Mabel, de veras. Cuando las abejas quieren que de un determinado huevo salga una reina en lugar de una obrera, pueden conseguirlo.
    —¿Cómo?
    —Ah —dijo blandiendo su grueso dedo índice en dirección a ella—, a eso iba yo, precisamente. Ahí está todo el secreto. Veamos, ¿qué crees tú, Mabel, que puede operar ese milagro?
    —La jalea real —repuso ella—. Ya me lo has dicho.
    —¡Sí, señora, la jalea real! —exclamó él dando una palmada y saltando en el asiento.
    Su cara grande y redonda resplandecía ahora de entusiasmo y en lo alto de las mejillas le habían aparecido sendas rosetas de un escarlata vivo.
    —Ocurre de la siguiente manera. Te lo expondré con toda sencillez. Las abejas desean una nueva reina. ¿Qué hacen? Construyen una celda de tamaño extraordinario, un castillo, como le llamamos, y hacen que la vieja reina ponga un huevo en ella. Los otros mil novecientos noventa y nueve huevos los pone en celdillas corrientes, para obreras. Prosigamos. En cuanto esos huevos producen las larvas, las nodrizas se congregan a su alrededor y comienzan a suministrarles jalea real. Todas ellas, las obreras al igual que la reina, la reciben. Pero,, y aquí viene lo importante, Mabel, por lo cual te pido que escuches con atención, la diferencia está en que las larvas de las obreras se benefician de ese portentoso alimento especial sólo durante los tres primeros días de su vida larval. Pasado ese plazo, su dieta cambia de manera radical. En realidad es un destete, sólo que éste, por lo súbito, difiere de una ablactación ordinaria. Después del tercer día se les da de inmediato lo que es, más o menos, el alimento rutinario de las abejas, una mezcla de miel y polen, y cosa de dos semanas más tarde emergen de las celdillas, convertidas en obreras. »¡Pero no así la larva que ocupa el castillo! —continuó Albert Taylor—. Esa recibe la jalea real durante toda su vida larval. Las nodrizas la vierten en tal abundancia en la celda, que la pequeña larva flota, de hecho, en ella. ¡Y eso es lo que la convierte en reina!
    —No tienes pruebas de ello —intervino su esposa.
    —Mabel, por favor, no digas tonterías semejantes. Miles de personas, famosos científicos de todos los países del mundo, lo han demostrado infinidad de veces. Basta con sacar a una larva de su celdilla de obrera y ponerla en un castillo, lo que nosotros llamamos trasplante, y, a condición de que las nodrizas le suministren jalea real en abundancia, ¡listo!; pasa a convertirse en reina. Y lo que aún lo hace más maravilloso es la absoluta, enorme diferencia que existe entre reina y obreras después del crecimiento. El abdomen tiene otra forma. El aguijón es distinto. Y también las patas. Y...
    —¿En qué se diferencian las patas? —preguntó ella por ponerle a prueba.
    —¿Las patas? Bien, las obreras tienen cestillos en ellas, para transportar el polen, de los que están desprovistas las reinas. Y otra cosa: la reina posee órganos reproductores plenamente desarrollados. Las obreras, no. Y, lo más pasmoso de todo, Mabel: mientras que la reina vive de cuatro a seis años, por término medio, las obreras apenas alcanzan otros tantos meses de vida. ¡Y todas esas diferencias por el simple hecho de que una recibió jalea real, y la otra no!
    —Cuesta creer que un alimento pueda hacer todo eso —comentó ella.
    —Desde luego que cuesta. Es otro de los milagros de la colmena. De hecho, el mayor, el más fenomenal de todos. Un milagro tan endemoniado por lo colosal, que durante siglos ha desconcertado a los científicos más eminentes. Aguarda un instante. Quédate ahí. No te muevas.
    De nuevo se puso en pie de un salto, alcanzó la biblioteca y empezó a revolver entre libros y revistas.
    —Quiero enseñarte unos cuantos informes. Eso es. Aquí tenemos uno. Escucha esto: «Cuando vivía en Toronto —empezó a leer en un número del American Bee Journal—, al frente del magnífico laboratorio científico que el pueblo de Canadá le había donado en reconocimiento del magno servicio prestado a la humanidad con su descubrimiento de la insulina, el doctor Frederick A. Banting se sintió intrigado por la jalea real. Habiendo pedido a sus ayudantes que realizasen un análisis fraccional básico...»
    Se detuvo.
    —En fin, no es necesario que te lo lea todo; pero el resultado es el siguiente. El doctor Banting y su equipo extrajeron y se pusieron a analizar jalea real de castillos habitados por larvas de dos días. ¿Y qué crees que descubrieron? Pues descubrieron —se contestó él mismo— que la jalea real contenía fenoles, esteroles, glicerinas, dextrosa y... aquí viene lo sensacional: ¡de ochenta a ochenta y cinco por ciento de ácidos no identificados.
    Plantado en pie junto a la librería, revista en mano, había compuesto una extraña sonrisita furtiva, de triunfo, y su esposa le miraba desconcertada.
    Albert Taylor no era alto; dueño de un cuerpo rollizo, de aspecto pulposo, puesto sobre abreviadas piernas un tanto combas que no lo elevaban mucho del suelo, su cabeza descomunal, rotunda, estaba cubierta de pelo muy corto e hirsuto, y, desde que había dejado definitivamente de afeitarse, la mayor parte de su cara quedaba oculta bajo una pelusa parda, de acaso tres centímetros de longitud. Comoquiera que se mirase, ofrecía el hombre una estampa bastante grotesca; era imposible negarlo.
    —De ochenta a ochenta y cinco por ciento de ácidos no identificados —repitió—. ¿No es prodigioso? —dijo conforme volvía a los estantes y rebuscaba entre otras publicaciones.
    —Eso de ácidos no identificados, ¿qué quiere decir?
    —¡Pues ahí está la cosa! ¡Nadie lo sabe! Ni siquiera Banting consiguió descubrirlo. ¿Has oído hablar de Banting?
    —No.
    —Pues debe de ser, con seguridad, el más famoso de cuantos médicos célebres viven todavía; no te diré más.
    Viéndole revolotear delante de la biblioteca, reparando en su cabeza hirsuta, su rostro velludo y su cuerpo regordete y mollar, pensó, sin poder evitarlo, que aquel hombre tenía, curiosamente, algo de abeja. Aunque había visto a más de una mujer adquirir el aspecto del caballo que montaban, y también advertido que los criadores de pájaros, bull terriers y perros pomeranios guardaban a menudo leves pero asombrosos parecidos con los animales de su elección, nunca hasta entonces se le había ocurrido que su marido pudiera asemejarse a una abeja, y eso le produjo una pequeña sacudida.
    —Y esa jalea real, ¿llegó Banting a comerla? —quiso saber.
    —Por supuesto que no, Mabel. No disponía de ella en cantidad suficiente. Es demasiado cara.
    —¿Sabes una cosa? —dijo ella mirándole de hito en hito, pero, aun así, con una suave sonrisa—. No sé si lo habrás notado, pero empiezas a parecerte un poquitín a una abeja.
    El se volvió y fijó en ella los ojos.
    —Supongo que es por la barba, sobre todo —continuó la señora Taylor—. De veras me gustaría que te la quitaras. Hasta su color resulta un poco abejuno, ¿no te parece?
    —¿De qué demonios estás hablando, Mabel?
    —Albert —le increpó ella—, esa lengua...
    —¿Quieres o no quieres seguir enterándote de esto?
    —Sí, cariño, perdona. Era sólo una broma. Continúa. Volviendo a su posición de antes, sacó él de la librería una nueva revista que se puso a hojear.
    —Escucha esto, Mabel. «En 1939, tras un experimento realizado con ratas de veintiún días de edad a las que inyectó jalea real en proporciones oscilantes, Heyl observó un precoz desarrollo folicular de los ovarios en proporción directa a las dosis inyectadas.»
    —¡Ahí lo tienes! —exclamó la señora Taylor—. ¡Lo sabía!
    —¿Qué sabías?
    —Que algo horrible iba a suceder.
    —Bobadas. No hay nada de malo en eso. Y aquí tenemos otro, Mabel. «Still y Burdett descubrieron que, tras serle administrada una minúscula dosis diaria de jalea real, un ratón previamente incapaz de procrear fue padre multitud de veces.»
    —¡Albert, esa" cosa es demasiado fuerte para dársela a un niño de pecho! —protestó la mujer—. ¡No me gusta ni pizca!
    —Tonterías, Mabel.
    —¿Por qué, si no, la experimentan sólo en ratas? Anda, contéstame. ¿Cómo es que no la toman ellos mismos, esos famosos hombres de ciencia? Pues porque son demasiado inteligentes, ésa es la razón. ¿O piensas que el doctor Banting se arriesgaría a dejar inservibles unos valiosos ovarios? De ningún modo.
    —Pero si se la han administrado a seres humanos, Mabel. Aquí viene todo un artículo sobre ello. Presta atención. —Y, vuelta la página, reemprendió su lectura en voz alta—: «En México, en 1953, un grupo de ilustrados científicos comenzó a tratar con minúsculas dosis de jalea real afecciones tales como la neuritis cerebral, la artritis, la diabetes, la autointoxicación debida al tabaco, la impotencia masculina, el asma, el crup, la gota...» Sigue todo un montón de testimonios firmados... «Un famoso agente de cambio y bolsa de la Ciudad de México contrajo una soriasis particularmente rebelde que le hizo físicamente repulsivo. Sus clientes empezaron a dejarle y su negocio a resentirse. Desesperado, recurrió a la jalea real, una gota en cada comida, y, visto y no visto, pasada una quincena había sanado. Un mozo del Café Jena, también de la Ciudad de México, dio fe de que, tras ingerir, en forma de cápsulas, minúsculas dosis de esa portentosa substancia, su padre engendró, a sus noventa años, un varoncito rebosante de salud. Un promotor taurino de Acapulco a quien habían endosado un toro de aspecto más bien letárgico, le inyectó, justo antes de que entrase en el ruedo, un gramo de jalea real (dosis excesiva), con lo cual el astado tornóse tan ágil y agresivo, que al poco había dado cuenta de dos picadores, tres caballos, un diestro y, por último...»
    —¡Escucha! —le interrumpió su esposa—. Creo que la niña está llorando.
    Albert apartó la mirada de la lectura. En efecto, -un vigoroso berreo sonaba arriba, en la alcoba.
    —Debe de tener hambre —apuntó.
    —¡Válgame Dios! —exclamó su esposa al consultar el reloj—. ¡Si hace rato que volvía a tocarle! Rápido, Albert, prepara tú el biberón mientras yo voy a buscarla. ¡Pero date prisa! No quiero hacerla esperar.
    Medio minuto más tarde, la señora Taylor reaparecía con la niña, que gritaba en sus brazos. Todavía no habituada al pavoroso e incesante alboroto que un bebé saludable organiza cuando reclama su alimento, venía toda aturdida.
    —¡De prisa, Albert, por favor! —voceaba en tanto que, instalándose en el sillón, se acomodaba a la niña en el regazo—. ¡De prisa!
    Albert volvió de la cocina con la botella de leche tibia, que le entregó.
    —Tiene la temperatura justa —dijo—, no hace falta que la pruebes.
    Tras alzar un poco más a la niña, de manera que la cabeza reposase en el ángulo del brazo, la señora Taylor insertó de golpe en la boquita gritona y anhelantemente abierta la tetilla de goma, que la pequeña asió y comenzó a succionar. Cesó la protesta y la señora Taylor aflojó los músculos.
    —Oh, Albert, ¿no está preciosa?
    —Está imponente, Mabel..., gracias a la jalea real.
    —Por favor, cariño, ni una palabra más sobre ese mejunje. Me aterra.
    —Cometes un tremendo error.
    —Ya lo veremos.
    La niña seguía chupando del biberón.
    —Creo que se lo va a terminar todo otra vez, Albert.
    —Estoy convencido de ello.
    Pasados unos pocos minutos, no quedaba ni gota de leche.
    —¡Oh, qué buenecita es la niña! —la jaleó la señora Taylor comenzando a retirarle con todo cuidado la tetilla.
    Percibiendo la intención, la niña succionó con más fuerza en su intento de aferrarse. La madre dio un tirón breve y rápido y la tetilla salió con un «¡plop!»
    —¡Buah, buah, buah, buah! —chilló la pequeña.
    —Ha tragado aire, pobrecita —dijo la señora Taylor mientras, aupada la niña al hombro, le daba palmaditas en la espalda.
    La pequeña eructó dos veces en rápida sucesión.
    —Eso es, tesoro mío, ya se te ha pasado.
    Tras unos segundos de silencio, recomenzó el llanto.
    —Hazla eructar más —dijo Albert—. Se lo ha tomado demasiado de prisa.
    Su esposa se volvió a colocar a la niña sobre el hombro y se puso a frotarle la espalda. Probó sobre el hombro contrario. Se la tendió en la falda, boca abajo. Se la sentó en la rodilla. Pero no hubo más eructos. Los chillidos, en cambio, se iban haciendo más agudos e insistentes minuto a minuto.
    —Eso es bueno para los pulmones —dijo el marido, con una amplia sonrisa—. Así es como los ejercitan. ¿Lo sabías, Mabel?
    —Ya está, ya está, ya está bien —decía la señora Taylor en tanto cubría de besos la cara de la criatura—. Ya está, mi niña, ya está.
    Esperaron cinco minutos más, pero los chillidos no cesaron ni un instante.
    —Cámbiale el pañal —aconsejó Albert—. Lo tiene mojado, no es más que eso.
    Y fue a la cocina en busca de otro pañal, que la madre sustituyó por el viejo.
    La operación no produjo cambio alguno.
    —¡Buah, buah, buah, buah! —gritaba la niña.
    —No le habrás clavado el imperdible, ¿verdad, Mabel?
    —Claro que no —replicó ella, al tiempo que palpaba bajo el pañal, para cerciorarse.
    Sentados uno frente a otro en sus respectivas butacas, sonreían nerviosos, atentos a la pequeña, ahora en el regazo de la señora Taylor, a la espera de que, fatigada, interrumpiese sus protestas.
    —¿Sabes qué pienso? —dijo por fin Albert Taylor.
    —¿Qué?
    —Que todavía tiene hambre. Apuesto a que sólo quiere otro trago de ese biberón. ¿Y si le trajera una ración extra?
    —No me parece prudente, Albert.
    —Le hará bien —dijo él conforme se levantaba de la butaca—. Voy a calentarle otro poco.
    Y se dirigió a la cocina, de donde regresó, pasados varios minutos, con un biberón colmado hasta el borde.
    —Se lo he preparado doble —anunció—, por si acaso: doscientos gramos.
    —¡Albert! ¿Te has vuelto loco? ¿Acaso ignoras que el exceso de nutrición es tan malo como el defecto?
    —No es preciso que se lo des todo, Mabel. Puedes quitárselo cuando te parezca oportuno. Anda —la animó inclinándose sobre ella—, dale un poco.
    En cuanto la señora Taylor rozó el labio superior de la niña con la punta de la tetilla, la diminuta boca se cerró sobre ella como un cepo y el silencio reinó en la estancia. La pequeña aflojó todo el cuerpo y una expresión de absoluta felicidad animó su rostro conforme iniciaba la succión.
    —¿Lo ves, Mabel? ¡Qué te decía! La mujer no respondió.
    —Está hambrienta, eso es lo que le ocurre. ¡Fíjate en su manera de chupar!
    La señora Taylor observaba el nivel de la leche del biberón. En rápido descenso, casi la mitad de los doscientos gramos habían desaparecido al poco tiempo.
    —Listo —dijo la mujer—. Ya basta.
    —No puedes quitárselo ahora, Mabel.
    —Sí, cariño. Es preciso.
    —Anda, mujer, dale lo que queda y deja ya de alborotar.
    —Pero Albert...
    —Si es que está muerta de hambre, ¿no lo ves? Vamos, preciosa mía, acábate ese biberón.
    —Esto no me gusta, Albert —dijo la esposa, aunque sin retirar el biberón.
    —Está recuperándose del atraso, Mabel, no es más que eso.
    Cinco minutos más tarde, la botella- estaba vacía. Esta vez, cuando le quitó poco a poco la tetilla, no hubo protesta alguna por parte de la niña: ni rechistó. Tendida plácidamente en el regazo de la madre, tenía los ojos lustrosos de contento, la boca entreabierta, los labios manchados de leche.
    —¡Trescientos gramos nada menos, Mabel! —ponderó Albert Taylor—. ¡El triple de lo normal! ¿No es pasmoso?
    La mujer tenía fija la mirada en la pequeña. Prieta la boca, su rostro comenzaba a recuperar de pronto la antigua e inquieta expresión de madre alarmada.
    —¿Qué te pasa? —quiso saber su esposo—. No irás a preocuparte por eso, ¿verdad? Esperar que se recuperase a base de cien miserables gramos sería ridículo.
    —Ven aquí, Albert.
    —¿Qué ocurre?
    —Que vengas, te digo.
    El marido fue a situarse junto a ella.
    —Mírala bien y dime si ves algo distinto.
    El señor Taylor examinó con atención a la niña.
    —Parece más crecida, Mabel, si a eso te refieres. Y más gorda.
    —Tómala en brazos —ordenó ella—. Venga, levántala. Alargó él los brazos y alzó del regazo materno a la pequeña.
    —¡Santo cielo! —exclamó—. ¡Pesa una tonelada!
    —Justo.
    —¿Y no te parece maravilloso? —exclamó exultante—. ¡Apuesto a que ya vuelve a estar en su peso!
    —Me asusta, Albert. Es demasiado rápido.
    —Tonterías, mujer.
    —Es cosa de esa jalea repugnante. La aborrezco.—La jalea real nada tiene de repugnante —replicó él, indignado.
    —¡No seas necio, Albert! ¿Te parece a ti normal que una criatura empiece a ganar peso a esa velocidad?
    —¡Nunca estás contenta! —protestó él—. ¡Estabas muerta de miedo cuando te adelgazaba y ahora te aterra que engorde! ¿Quién te entiende a ti, Mabel?
    La señora Taylor se levantó del sillón con la niña en brazos, y se dirigió hacia la puerta.
    —Sólo te diré —respondió por fin— que tiene suerte la chiquilla de que esté yo aquí para vigilar que no le des más cosa de esa. No diré más.
    Y salió de la habitación. Albert, como la puerta quedase abierta, la siguió con la mirada conforme cruzaba ella el zaguán hacia el pie de la escalera e iniciaba el ascenso. Así vio que, llegada al tercer o cuarto peldaño, su esposa se paraba en seco y por espacio de unos segundos se quedaba inmóvil, como recordando algo. Por fin volvió sobre sus pasos, ahora un tanto apresurada, y entró de nuevo en la sala.
    —Albert —dijo.
    —¿Sí?
    —Doy por sentado que en los biberones que acabamos de darle no había jalea real...
    —No veo por qué habrías de dar eso por sentado, Mabel.
    —¡Albert!
    —¿Qué pasa? —respondió suave, inocente.
    —¡Cómo te has atrevido! —-le increpó ella. La gran cara barbuda de Albert Taylor cobró una expresión dolorida y desconcertada.
    —Considero que tendrías que estar muy contenta de que se haya metido otra buena dosis entre pecho y espalda. Lo digo en serio. Porque ésta, Mabel, era una señora dosis, puedes creerme.
    Plantada en pie en el mismo vano de la puerta, con la niña dormida y prietamente abrazada, ella miraba a su marido con ojos como platos. Muy tiesa, el rostro más pálido y .la boca más comprimida que nunca, estaba lo que se dice rígida de furor.
    —Toma nota de lo que digo —continuó Albert—: pronto vas a tener una mocosilla que te ganará el primer premio en cualquier concurso de bebés de todo el país. Oye, ¿por qué no la pesas ya y ves cuánto da? ¿Quieres que te vaya a buscar la balanza, Mabel, y lo compruebas?
    La mujer marchó derecho hacia la gran mesa que ocupaba el centro de la habitación, depositó en ella a la niña y se puso a desnudarla a toda prisa.
    —¡Sí! —replicó incisiva—. ¡Trae la balanza!
    Retirados primero el minúsculo camisón, luego la camisetita, desprendió el pañal y, quitado éste, la pequeña quedó desnuda encima de la mesa.
    —¡Pero Mabel, si es un milagro! —exclamó Albert—. ¡Está gordita como un cachorrillo!
    En efecto, era asombrosa la cantidad de carne que la niña había adquirido en un solo día. El pechito hundido que antes mostraba todo el costillar aparecía ahora regordete y redondo como un tonel, y la barriguita formaba, también, una abultada prominencia. En cambio, y curiosamente, piernas y brazos no parecían haber crecido en igual proporción: todavía cortos, esmirriados, se hubieran dicho bastoncillos hincados en una bola de sebo.
    —¡Fíjate! —observó Albert—. ¡Hasta le está saliendo un poco de pelusilla en la tripita, para que la abrigue!
    Alargó la mano dispuesto a peinar con las yemas de los dedos el salpicado de pardos pelillos sedeños que habían aparecido súbitamente en el abdomen de la niña.
    —/No se te ocurra tocarla! —gritó la mujer con la cara vuelta hacia él, los ojos candentes, de pronto con el aspecto de un pajarillo belicoso, el cuello arqueado, como si se aprestara a caerle sobre la cara y saltarle los ojos.
    —Un momento... —dijo él en tanto retrocedía.
    —¡Tienes que estar loco! —chilló su esposa.
    —Espera un momento, ¿quieres hacerme el favor, Mabel? Porque si piensas que esa substancia es peligrosa... porque lo piensas, ¿verdad? Pues muy bien. Escúchame con atención. Me dispongo a demostrarte de una vez por todas, Mabel, que la jalea real es totalmente inofensiva para los humanos, aun en dosis enormes. Por de pronto, ¿por que crees tú que el año pasado tuvimos una cosecha de miel de tan sólo la mitad de lo normal? A ver, dime.
    En su retroceso, caminando de espaldas, se había alejado tres o cuatro metros de ella, hasta un punto donde parecía sentirse más a gusto.
    —La razón de que sólo recogiéramos la mitad de lo normal —agregó pausado, la voz más baja— es que cien de los panales los puse a producir jalea real.
    —¿Que tú... qué?
    —Ah —continuó, ahora en un susurro—, ya sabía que te iba a sorprender un poco. Y pensar que desde entonces he estado perseverando en eso en tus mismas narices... —Había vuelto hacia ella sus ojillos, que centelleaban, y una sonrisa tarda y taimada le rondaba las comisuras de la boca—. Tampoco imaginarías jamás el motivo. Y yo no me he atrevido a mencionártelo antes porque temía... en fin... cohibirte, en cierto modo.
    Hizo una breve pausa. Tenía enlazadas las manos ante sí a la altura del pecho, y, al restregar las palmas una contra otra, producían un rumor como de arañazos.
    —¿Recuerdas lo que he leído antes? Esas líneas de la revista referentes al ratón... A ver, déjame recordar cómo lo decía... «Still y Burdet descubrieron que un ratón previamente incapaz de procrear...» —Vaciló él, se ensanchó su sonrisa, quedaron al descubierto los dientes—. ¿Coges la onda, Mabel?
    Ella permanecía enteramente inmóvil, enfrentada a él.
    —En cuanto leí esa frase, Mabel, di un brinco que me hizo saltar de la silla, y dije para mí, si da resultado con un miserable ratón no hay razón alguna en el mundo para que no lo dé con Albert Taylor.
    De nuevo hizo una pausa, y según adelantaba la cabeza, con una oreja ligeramente vuelta hacia su esposa, esperaba a que ésta dijese algo. Pero ella no lo hizo.
    —Y otra cosa —prosiguió—: me hizo sentirme tan maravillosamente bien, Mabel, tan distinto, en cierto modo, del que había sido hasta entonces, que seguí tomándola como antes aun después de que tú me anunciaras la feliz noticia. En los últimos doce meses debo de haber tomado cubos de jalea real.
    Los ojos de ella, grandes, graves, como alucinados, se dedicaban a recorrer ávidos el rostro y el cuello de su marido. No había a la vista la menor porción de piel en el cuello, ni siquiera en los lados o bajo las orejas. Hasta el mismo punto en que se perdía bajo el de la camisa, aparecía cubierto en toda su circunferencia por aquellos pelillos cortos, sedeños, de un negro amarillento.
    —Y ten por seguro —continuó mientras, volviéndole la espalda, miraba ahora amoroso a la niña— que en una criaturita surtirá mucho mayor efecto que en un hombre como yo, plenamente desarrollado. Basta mirarla para darse cuenta de que así es, ¿no piensas tú lo mismo?
    La mujer bajó lentamente la mirada hasta posarla en la criatura, la cual, desnuda encima de la mesa, gorda, blanca y abotargada, parecía una especie de gigantesca larva que, próxima a concluir su primera etapa vital, no tardaría en irrumpir en el mundo convenientemente provista de alas y masticadores.
    —¿Por qué no la cubres, Mabel? —dijo su marido—. No querrás que se nos resfríe nuestra pequeña reina...

    FIN

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    Sets predefinidos de Colores

    Set 1 - Tonos Grises, Oscuro
    Set 2 - Tonos Grises, Claro
    Set 3 - Colores Varios, Pasteles
    Set 4 - Colores Varios

    Sets personal de Colores

    Set personal 1:
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    Set personal 2:
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    Set personal 3:
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    Set personal 4:
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  • Tiempo (aprox.)

  • T 0 (1 seg)


    T 1 (2 seg)


    T 2 (3 seg)


    T 3 (s) (5 seg)


    T 4 (6 seg)


    T 5 (8 seg)


    T 6 (10 seg)


    T 7 (11 seg)


    T 8 13 seg)


    T 9 (15 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)