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mayo 02, 2010
¡Sorprendentes noticias vía Norfolk! ¡Se cruza el Atlántico en tres días! ¡Triunfo señalado de la máquina voladora de mister Mason! ¡Llegada a la isla de Sullivan cerca de Charleston, Carolina del Sur, de mister Mason, mister Robert Holland, mister Henson, mister Harrison Ainsworth y otros cuatro pasajeros en el globo dirigible Victoria, después de una travesía de setenta y cinco horas desde una costa a otra! ¡Todos los detalles del viaje!El siguiente jeu d'esprit, con el encabezamiento precedente en magníficas letras mayúsculas, bien cargado de signos de admiración, se publicó por vez primera como hecho verídico en el diario New York Sun, cumpliendo sobradamente con el propósito de proporcionar tema de conversación durante las pocas horas de intervalo que medían entre dos correos de Charleston. Los esfuerzos de hacerse con el "único periódico que traía las noticias" fueron algo prodigioso; y en realidad, si (como algunos aseguraron) el Victoria no llevó a cabo el viaje, es difícil señalar una razón por la cual no pudiera haberlo realizado. ¡El gran problema, resuelto por fin! ¡El aire, lo mismo que la tierra y el océano, dominado por la ciencia, llegará a ser para el hombre una ordinaria y conveniente vía de comunicación! ¡Se acaba de cruzar el Atlántico en un globo! ¡Y todo sin demasiada dificultad, sin ningún gran peligro aparente, con el completo control de la máquina, y en el inconcebible tiempo de setenta y cinco horas de una costa a otra! Merced a la actividad de nuestro corresponsal en Charleston, Carolina del Sur, nos es posible ofrecer al público un detallado relato de este extraordinario viaje, realizado desde el sábado 6 de los corrientes, a las once de la mañana, al martes 9, a las dos de la tarde, por sir Everad Bringhurst; mister Osborne; un sobrino de lord Bentinck; los fañosos aeronautas mister Monck Mason y mister Robert Holland; mister Harrison Ainsworth, autor de Jack Sepherd, etc.; Heuson, el inventor del último e infructuoso proyecto de máquina voladora, además de dos marineros de Woolwich. En total, ocho personas. La información que damos a continuación se puede considerar como auténtica y segura bajo todos los aspectos, ya que, con alguna ligera excepción, ha sido copiado literalmente de los diarios de mister Monck Mason y mister Harrison Ainsworth, a cuya amabilidad debe nuestro corresponsal mucha información de palabra, relativa al globo mismo, su construcción y otros detalles de interés. La única alteración en el manuscrito recibido ha sido hecha con el propósito de dar al apresurado relato de nuestro corresponsal, mister Forsyth, una prosa fácil e inteligible.
EL GLOBO
Dos fracasos, categóricos y recientes—los de mister Heuson y sir George Cayley—, habían debilitado mucho el interés del público en el campo de la navegación aérea. El proyecto de mister Heuson (que al principio fue considerado como muy factible por los hombres de ciencia) se fundaba en el principio de un plano inclinado, lanzado desde una altura por una fuerza extrínseca, aplicada y sostenida por la rotación de unas aspas semejantes en su forma y número a las de un molino. Pero en todos los experimentos llevados a cabo con modelos de la Adelaide Gallery, resultó que el movimiento de dichas aspas no sólo no impulsaba a la máquina, sino que impedía su vuelo. La única fuerza de propulsión que se utilizó fue el simple ímpetu adquirido en su descenso por el plano inclinado, y ese impulso llevaba a la máquina más allá cuando las aspas estaban paradas que cuando estaban en movimiento, hecho que demostraba suficientemente su inutilidad, y que, a falta de la fuerza propulsora, que era al mismo tiempo el sustentador, el aparato necesariamente tenía que descender.
Esta consideración llevó a sir George Cayley a pensar en adaptar un propulsor a una máquina que tuviese en sí misma una fuerza independiente de sustentación; en una palabra: a un globo. La idea, sin embargo, sólo era nueva u original en el modo de llevarla sir George a la práctica. Exhibió un modelo de su invención en el Instituto Politécnico. El principio propulsor o fuerza motriz era también aquí aplicado a unas superficies no continuas o aspas puestas en revolución. Dichas aspas eran cuatro, y resultaron completamente inefectivas para mover el globo o para añadirle la menor fuerza ascensional. El proyecto constituyó un completo fracaso.
En esta coyuntura fue cuando mister Monck Mason (cuyo viaje, en 1837, desde Dover a Weilburg, en el globo Nassau, despertó tanto interés) concibió la idea de aplicar el principio de Arquímedes al proyecto de la propulsión en el aire, atribuyendo justificadamente el fracaso del proyecto de mister Heuson y de sir George Cayley a la interrupción de la superficie en las aspas independientes.
Hizo el primer experimento público en los salones de Willis, pero después trasladó su modelo a la Adelaide Gallery.
Lo mismo que el globo de sir George Cayley, el suyo era elipsoide. Medía trece pies y seis pulgadas de longitud y seis pies ocho pulgadas de alto. Contenía cerca de trescientos veinte pies cúbicos de gas, que si era hidrógeno puro podía elevar veintiuna libras recién inflado el globo, antes de que el gas tuviera tiempo de deteriorarse o escapar. Él peso de toda la máquina y del aparato era de diecisiete libras, quedando de este modo cuatro libras de margen.
Debajo del centro había una armazón de madera ligera, de unos nueve pies de largo, unida al mismo globo por una red de tipo ordinario. De esa armadura iba suspendida una cesta o barquilla de mimbre.
El tornillo consiste en un eje hueco de cobre, de dieciocho pulgadas de longitud, a través del cual, sobre una semiespiral inclinada en un ángulo de quince grados, pasan una serie de radios de alambre de acero de dos pies de largo y que sobresalen así un pie por cada lado. Estos radios están conectados en sus extremos exteriores por dos bandas de alambre prensado, formando así el conjunto la armadura del tornillo, que se completa por una cubierta de seda engrasada, cortada en triángulos, de modo que presente una superficie tolerablemente uniforme. A cada extremo de sus ejes, este tornillo se sujeta por dos tubos huecos de cobre que descienden desde el bastidor. En los extremos inferiores de estos tubos hay unos agujeros donde giran los pivotes del eje. Del extremo del eje más próximo a la barquilla sale una flecha de acero que pone en comunicación el tornillo con el piñón de una pieza de muelle mecánico fijo en la barquilla. Por la acción de este muelle, el tornillo gira con gran rapidez, comunicando un movimiento progresivo al conjunto. Por medio del timón, la máquina puede girar sin esfuerzo en cualquier dirección. El muelle es de gran potencia, teniendo en cuenta sus dimensiones, siendo capaz de elevar cuarenta y cuatro libras sobre un cilindro de cuatro pulgadas, después de la primera vuelta, y aumentando gradualmente a medida que funciona. Su peso es, en total, de ocho libras y seis onzas. El timón es una estructura de caña recubierta de seda, de forma semejante a la de una raqueta, y mide tres pies de largo, y en la parte más ancha, un pie. Su peso es de unas dos onzas. Puede ponerse horizontal y dirigirse hacia arriba y hacia abajo, lo mismo que a la izquierda y a la derecha, facilitando así al aeronauta transferir la resistencia del aire, que debe producirse, a su paso en una posición inclinada, a cualquier lado sobre el cual quiera actuar, obteniendo de ese modo que el globo siga una dirección opuesta.
Este modelo, que por falta de espacio nos vemos obligados a describir de un modo imperfecto, fue puesto a prueba en la Adelaide Gallery, donde alcanzó una velocidad de cinco millas por hora; sin embargo, y parece extraño decirlo, despertó muy poco interés en comparación con la complicada máquina de mister Heuson; tan inclinado es el mundo a despreciar todo lo que se le presenta revestido de un aire de sencillez. Para llevar a cabo el desiderátum de la navegación aérea, en general se suponía que aquel complicado artefacto debía de ser el resultado de aplicar un profundo y dificilísimo principio de la dinámica.
Sin embargo, tan satisfecho se hallaba mister Mason del reciente éxito de su invención, que determinó construir inmediatamente, si fuera posible, un globo de suficiente capacidad para intentar un viaje de alguna distancia. El proyecto primitivo fue el de atravesar el canal de la Mancha, como se había hecho antes en el globo Nassau. Para llevar a cabo sus planes solicitó y obtuvo la ayuda de sir Everad Bringhurst y del señor Osborne, dos caballeros famosos por sus conocimientos científicos y especialmente por el interés que habían demostrado por los progresos de la aeronáutica. El proyecto, por deseo de mister Osborne, se mantuvo en secreto. A las únicas personas a quienes se confió el designio de la máquina fue a aquellas comprometidas en su construcción, bajo la supervisión de mister Mason, mister Holland, sir Everad Bringhurst y mister Osborne, en la firma de este último caballero cerca de Penstrunthal, en Gales. El sábado último, mister Heuson y su amigo mister Ainsworth, después de llevar a cabo los arreglos pertinentes para tomar parte en la aventura, fueron invitados a visitar el globo. Desconocemos la razón de que se incluyera a los dos marineros en el grupo, pero desde luego, dentro de un día o dos podremos poner a nuestros lectores al corriente de los más minuciosos detalles relativos a tan extraordinario viaje.
El globo está construido con seda barnizada de caucho líquido. Sus dimensiones son enormes y contiene más de cuarenta mil pies cúbicos de gas; pero como se ha empleado gas de hulla en vez de hidrógeno, que es más caro y menos seguro, el poder de sustentación del artefacto cuando está completamente inflado, e inmediatamente después de haberlo sido, no es sino de dos mil quinientas libras. El gas del alumbrado no sólo es mucho menos costoso, sino también más fácil de conseguir y manejar.
La introducción de dicho gas en las pruebas corrientes de la aerostación se debe a mister Charles Green. Antes de su descubrimiento, el proceso de inflación de un globo no sólo era caro, sino también poco seguro. Con frecuencia se malgastaban dos días o tres intentando procurar la suficiente cantidad de hidrógeno para llenar un globo, del cual tenía gran tendencia a escapar debido a su extrema ligereza y a su afinidad con la atmósfera que le rodeaba. Un globo lo suficientemente perfecto para retener el contenido del gas de hulla inalterable en calidad y cantidad durante seis meses, apenas podría conservar igual cantidad de hidrógeno durante seis semanas.
Habiendo sido estimada la fuerza de sustentación en dos mil quinientas libras, y los pesos sumados de los componentes apenas llega a mil doscientas, queda un sobrante de mil trescientas, de las cuales mil doscientas serían anuladas por el lastre, dispuesto en sacos de diferentes tamaños con sus respectivos pesos señalados sobre los mismos, y por el cordaje, barómetros, telescopios, barriles conteniendo provisiones para una quincena, depósitos para el agua, abrigos, sacos de noche y otros varios objetos indispensables, incluyendo un hornillo para hacer café por medio de cal en polvo, para evitar en todo momento el uso del fuego. Todos estos artículos, excepto el lastre y unas cuantas menudencias, van colgadas del bastidor de arriba. La barquilla, en proporción, es mucho más pequeña y ligera que la del modelo. Está formada de un mimbre ligero que resulta extraordinariamente fuerte a pesar de su aspecto. La bordea una barandilla de unos cuatro pies de altura. El timón es mucho mayor en proporción que el del modelo, y el tornillo, en cambio, resulta considerablemente más pequeño. El globo, además, va provisto de un ancla y una cuerda de arrastre; esta última es de la mayor importancia. Al llegar aquí serán necesarias unas cuantas palabras de explicación para aquellos de nuestros lectores que no estén muy versados en los pormenores de la aerostación.
En cuanto el globo despega de la tierra, se halla sujeto a la influencia de muchas circunstancias que tienden a crear una diferencia en su peso, aumentando o disminuyendo su poder ascensional. Por ejemplo, se puede acumular sobre la seda del globo una capa de escarcha que llegue a pesar varios centenares de libras; en ese caso se tendrá que arrojar lastre o la máquina descenderá. Al ser arrojado el lastre puede suceder que un sol claro evapore el rocío, y al mismo tiempo dilate el gas del interior; es de suponer que el conjunto volverá a elevarse en seguida. Para contrarrestar ese ascenso, el único recurso es (o mejor dicho, era, hasta que mister Green inventó la cuerda de arrastre) permitir el escape de gas de la válvula; pero la pérdida de este gas es proporcional a una disminución del poder ascensional, de modo que, en un tiempo relativamente pequeño, el globo mejor construido tendría necesariamente que agotar todas sus reservas y caer a tierra. Éste era el gran obstáculo en los viajes de larga duración. La cuerda de arrastre remedia esta dificultad del modo más simple que puede imaginarse. Se trata simplemente de una cuerda muy larga que se deja arrastrar desde la barquilla, y cuya misión consiste en impedir que el globo cambie de nivel en algún grado sensible. Si, por ejemplo, se deposita rocío sobre la seda, y la máquina comienza descender, no será necesario arrojar lastre para contrarrestar el aumento de peso, pues esto queda resuelto dejando caer sobre el terreno, en justa proporción, tanta cuerda como sea necesaria. Si, de otro modo, se diera la circunstancia de que se ocasionara una ligereza excesiva y el ascenso consiguiente, inmediatamente se verá contrarrestado merced al peso adicional de la cuerda, que se eleva recogiéndola de la tierra. De este modo, el globo no puede ascender ni descender, excepto entre muy estrechos límites, y sus reservas de gas, así como de lastre, permanecen casi intactas. Cuando se vuela sobre una extensión de agua se hace necesario emplear pequeños barriles de cobre o de madera, llenos de un líquido más ligero que el agua. Éstos flotan y desempeñan el mismo papel de la cuerda sobre la tierra. Otra misión muy importante de la cuerda es señalar la dirección del globo. La cuerda se arrastra, ya sea por tierra o por mar, mientras el globo es libre; por consiguiente éste, al avanzar, irá siempre delante; así, un cálculo hecho con el compás de las posiciones de los dos objetos, siempre nos indicará el curso. Del mismo modo, el ángulo formado por la cuerda con el eje vertical del artefacto nos indica la velocidad. Cuando no hay ángulo—en otras palabras, cuando la cuerda cuelga perpendicularmente—es que el aparato está inmóvil, pero cuanto más abierto es el ángulo, es decir, cuanto más adelantado está el globo sobre el extremo de la cuerda, mayor es la velocidad, y viceversa.
Como el proyecto original de los aeronautas fue atravesar el canal de la Mancha y descender lo más cerca posible de París, los pasajeros habían tomado la precaución de procurarse pasaportes directos para todos los países del continente, especificando en ellos la naturaleza de la expedición, como en el caso del viaje del Nassau, lo cual garantizaba a los aventureros una exención de las formalidades de costumbre ; pero inesperados acontecimientos hicieron necesarios estos pasaportes.
La operación de inflar el globo comenzó muy sosegadamente, al amanecer del sábado 6 de los corrientes, en el patio de Weal-Vor, la mansión de mister Osborne, casi a media milla de Penstrunthal, en el norte de Gales. A las once y siete minutos todo estaba dispuesto para la salida, y se puso en libertad el globo, que se elevó suave pero firmemente en dirección sur, sin que durante la primera media hora se hiciera uso del tornillo o del timón.
De ahora en adelante, seguiremos el diario tal como ha sido trascripto por mister Forsyth de los informes de mister Monck Mason y mister Ainsworth. El cuerpo del diario, tal como lo reproducimos, está escrito de mano del señor Mason, y se le ha agregado un post scriptum del señor Ainsworth, quien tiene en preparación y en breve hará público un minucioso informe del viaje, sin duda lleno de interés y emoción.
EL DIARIO
Sábado, 6 de abril.—Todos los preparativos que podían parecemos más embarazosos se habían llevado a cabo durante la noche, comenzándose a inflar el globo al amanecer; pero debido a una espesa niebla que sobrecargaba los pliegues de la seda y la hacía poco manejable, no pudimos acabar hasta cerca de las once. Entonces soltamos amarras con gran entusiasmo, y nos elevamos suave pero firmemente, impulsados por una ligera brisa hacia el norte que nos llevaba en la dirección del canal de la Mancha. Encontramos la fuerza ascensional mayor de lo que esperábamos, y mientras subíamos nos librábamos de los acantilados y recibíamos los rayos del sol con más fuerza; nuestro ascenso se había hecho muy rápido. Sin embargo, yo no deseaba perder gas apenas iniciada la aventura, de modo que decidimos continuar ascendiendo. No tardamos en recoger la cuerda de arrastre, pero aun cuando la habíamos alzado completamente del suelo, todavía continuábamos subiendo con rapidez. El globo marchaba con seguridad y presentaba un magnífico aspecto. Casi diez minutos después de la partida el barómetro indicaba una altitud de quince mil pies.
Hacía un tiempo espléndido. La vista del paisaje que se ofrecía a nuestros pies era de lo más romántica, y en aquel momento aparecía magnífica. Los numerosos barrancos semejaban en apariencia lagos, a causa de los densos vapores que los llenaban, y las cumbres y rocas situadas al sudeste, agrupadas en inexplicable confusión, ofrecían el mismo aspecto que las ciudades de las fábulas orientales. Pronto alcanzamos las montañas del sur, pero la altitud del globo era más que suficiente para permitirnos franquearlas sin peligro. Unos minutos más tarde volábamos sobre ellas, y a mister Ainsworth, junto con los dos marineros, les sorprendió la poca altitud que presentaban vistas desde la barquilla, pues la gran elevación de un globo tiende a reducir las desigualdades del terreno sobre que se viaja a un nivel casi uniforme. A las once y media, cuando seguíamos siempre la dirección sur, divisamos por vez primera el canal de Brístol, y quince minutos después la línea de los rompientes de la costa estaba debajo de nosotros y nos encontrábamos apaciblemente volando sobre el mar. Entonces decidimos soltar el gas necesario para que nuestra cuerda de arrastre, con sus boyas correspondientes, entrara en contacto con el agua. Se hizo inmediatamente y comenzamos un descenso gradual. Casi veinte minutos más tarde nuestra primera boya tocó el agua, y al hacerlo la segunda poco después permanecimos a una altura fija. Todos nosotros estábamos ansiosos por probar la eficacia del timón y del tornillo, e inmediatamente los pusimos en funcionamiento con el propósito de alterar nuestra posición más hacia el este, camino de París. Por medio del timón, en un instante, efectuamos el cambio necesario de dirección, y nuestro curso formó casi un ángulo recto con la dirección del viento. Cuando pusimos en movimiento el muelle del tornillo nos agradó comprobar que funcionaba tal y como lo habíamos deseado. Por eso lanzamos nueve alegres hurras y arrojamos al mar una botella que contenía en forma resumida el fundamento de nuestro invento. Sin embargo, apenas habíamos acabado de regocijarnos cuando ocurrió un imprevisto accidente que nos llenó de desaliento. La varilla de acero que unía el muelle con el propulsor, de pronto se había desplazado de su sitio, en el extremo de la barquilla (debido a un balanceo de la misma), por algún movimiento de uno de los marineros. En un momento vimos que colgaba fuera de nuestro alcance desde el pivote del eje del tornillo. Mientras nos esforzábamos en recuperarla, con la atención completamente absorbida en ello, nos vimos envueltos en una fuerte corriente de viento que provenía del este, que nos arrastró con una fuerza rápida y creciente hacia el Atlántico. Pronto nos encontramos impulsados hacia alta mar a una velocidad no menor de cincuenta o sesenta millas por hora, de modo que llegamos a Cabo Clear, unas cuarenta millas al norte, antes de que hubiéramos podido sujetar la varilla de acero ni de que hubiéramos podido darnos cuenta de lo que ocurría. Fue entonces cuando mister Ainsworth nos hizo una extraordinaria proposición, pero que a mi entender no era en modo alguno irrazonable o quimérica, siendo secundada inmediatamente por mister Holland. A saber: que podíamos, aprovechando el fuerte viento que nos impulsaba, en vez de dirigirnos a París, intentar alcanzar la costa de Norteamérica. Después de ligera reflexión asentí de buena gana a tan atrevida proposición, que por muy extraño que parezca sólo halló la objeción de los dos marineros.
No obstante, como estábamos en mayoría, acallamos sus temores y mantuvimos resueltamente nuestro rumbo. Pusimos rumbo directo hacia el oeste, pero como el arrastre de las boyas entorpecía materialmente nuestro progreso, y por otro lado dominábamos suficientemente el globo, tanto para ascender como para bajar, arrojamos en primer lugar cincuenta libras de lastre, y después, por medio de una manivela, recogimos del mar la cuerda. Casi instantáneamente experimentamos el efecto de esa maniobra en un aumento de la velocidad en nuestra marcha; y cuando la brisa refrescaba, avanzábamos con una velocidad casi inconcebible; la cuerda de arrastre se alargaba detrás de la barquilla como la estela de un navío. Resulta innecesario decir que no tardamos en perder de vista la costa. Pasamos sobre innumerables embarcaciones de todas clases, algunas de las cuales intentaban hacer frente al temporal, pero la mayoría estaban ancladas. Produjimos un gran entusiasmo a bordo de todas ellas, entusiasmo del que participamos nosotros mismos, y especialmente nuestros dos marineros, quienes bajo la influencia de la ginebra parecían resueltos a olvidarse de todos sus escrúpulos o temores. Muchas de las embarcaciones nos saludaron con salvas y todos nos vitorearon con animados vivas (que oímos con sorprendente claridad) y con el ondear de gorras y pañuelos. Continuamos así todo el día sin incidentes de ninguna clase, y cuando las sombras de la noche se cernían sobre nosotros hicimos un cálculo aproximado de la distancia recorrida. Ésta no podía ser menos de quinientas millas; probablemente sería mucho más. El propulsor había funcionado sin parar un instante, y no cabe duda que fue una importante ayuda en nuestro avance.
Cuando se puso el sol la brisa refrescó, transformándose en un verdadero vendaval. El océano, debajo de nosotros, era claramente visible a causa de su fosforescencia. El viento sopló del este durante toda la noche, y esto nos hizo pensar en los más brillantes presagios de triunfo. Entonces pasamos bastante frío y la humedad de la atmósfera resultaba desagradable; pero gracias a la amplitud de la barquilla nos fue posible tendernos, y valiéndonos de nuestras capas y algunas mantas que llevábamos pudimos arreglarnos bastante bien.
Post scriptum (por el señor Ainsworth).—Las últimas nueve horas han sido, sin duda alguna, las más emocionantes de mi vida. No puedo imaginar nada más excitante que el extraño peligro y la novedad de una aventura como ésta. ¡Quiera Dios que logremos el éxito! No deseo el triunfo por la mera seguridad de mi insignificante persona, sino por el bien de la humanidad y por la magnitud del triunfo. Y sin embargo la hazaña es tan claramente factible que lo único sorprendente es que los hombres no la hayan intentado antes. Un simple ventarrón como el que nos favorece ahora, un torbellino de tempestad que empuje un globo durante cuatro o cinco días (esta clase de vientos frecuentemente duran más), bastará para transportar al viajero de costa a costa en un corto espacio de tiempo. Con tales vientos a la vista, el vasto Atlántico se convierte en un simple lago.
Lo que me conmueve más que ningún otro fenómeno hasta el presente es, a pesar de su agitación, el supremo silencio que reina en el mar debajo de nosotros. Las aguas no alzan ni el más leve murmullo hacia los cielos.
El inmenso océano llameante se retuerce torturado sin una queja. Las olas montañosas sugieren la idea de innumerables demonios mudos y gigantescos que luchan en una impotente agonía. En una noche como ésta, un hombre vive realmente un siglo de vida ordinaria, y no cambiaría este arrebatado placer por todo un siglo de esa existencia vulgar.
Domingo 7 (informe del señor Mason).—Esta mañana, a las diez, el viento ha amainado a una brisa de ocho o nueve nudos (para una embarcación en el mar), y nos lleva, tal vez, a treinta millas por hora o más. Ha variado, sin embargo, muy considerablemente hacia el norte, y ahora, última hora de la tarde, mantenemos el rumbo oeste merced principalmente al tornillo y al timón, que funcionan admirablemente. Considero el proyecto completamente satisfactorio, y la navegación aérea, en cualquier dirección (salvo con un viento en contra), como algo sin problemas. No podríamos haber hecho frente al fuerte viento de ayer, pero elevándonos lo suficiente podríamos haber escapado a sus efectos en caso de necesidad.
Con una suave brisa en contra, estoy convencido que podríamos avanzar con el propulsor. Al mediodía de hoy ascendimos a una altura de veinticinco mil pies, soltando lastre. Lo hicimos con el propósito de encontrar una corriente más directa, pero no hemos encontrado ninguna tan favorable como la que nos impelía hasta ahora. Andamos sobrados de gas como para atravesar este pequeño lago, aunque el viaje durara tres semanas. No abrigo el más ligero temor sobre el resultado del viaje. Las dificultades han sido extraordinariamente exageradas y mal interpretadas. Puedo elegir mi corriente, y aunque tuviese rodas las corrientes en contra, podría abrirme camino tolerablemente con el propulsor. No hemos tenido ningún incidente que valga la pena registrar. La noche promete ser magnífica.
P S (por mister Ainsworth).— Tengo poco que registrar, excepto el hecho (del todo sorprendente para mí de que a una altura igual a la del Cotopaxi, no he experimentado ni un frío intenso, ni dolor de cabeza, ni dificultad en la respiración. Lo mismo experimentaron mister Mason, Holland y sir Evered. Mister Osborne se quejó de opresión en el pecho, pero ha cesado pronto. Durante todo el día hemos volado a gran velocidad, y debemos estar a más de la mitad del camino sobre el Atlántico. Hemos pasado por encima de unas veinte o treinta embarcaciones de varias clases, y todos parecían estar entre divertidos y asombrados por lo que veían. Cruzar el océano en un globo, después de todo, no es una cosa tan difícil. Omne ignotum pro magnifico.
NOTA: a veinticinco mil pies, el cielo parece casi negro y las estrellas son claramente visibles, mientras que, por el contrario, el mar no parece convexo (como podría suponerse), sino absoluta e inequívocamente cóncavo .
Lunes 8 (informe de mister Mason).— Esta mañana hemos tenido una pequeña molestia a causa de la varilla del propulsor, que hay que rehacer del todo para evitar un accidente serio; me refiero a la barra de acero y no a las aspas. Estas últimas no pueden mejorarse. El viento ha soplado todo el día fuerte y persistente del nordeste, como si la fortuna pareciera dispuesta a favorecernos en todo momento. Hacia el amanecer nos sentimos algo alarmados por algunos extraños ruidos y repetidas sacudidas en el globo, acompañados de la aparente y rápida parada de la máquina. Este fenómeno era motivado por la expansión del gas debido a un aumento de calor en la atmósfera, y el consiguiente deshielo de las menudas partículas de escarcha que se habían depositado en la red durante la noche. Arrojamos varias botellas a los barcos que pasaban por debajo. Vimos cómo una enorme embarcación, que parecía un paquebote de la línea Nueva York recogía una. Aunque nos esforzamos por averiguar su nombre, no estamos seguros de haberlo conseguido. Mister Osborne, con el catalejo, pareció descifrar algo así como Atalanta. Son ahora las doce de la noche y continuamos casi al oeste con una marcha muy rápida. El mar resplandece de manera impresionante.
P S (por mister Ainsworth).—Son las dos de la madrugada; todo está en calma por lo que puedo apreciar, aunque resulta difícil determinarlo con exactitud debido a que nos movemos completamente con el aire. No he dormido desde que dejamos Weal-Vor, pero no puedo resistirlo más y he de dar una cabezada. No debemos de estar muy lejos de la costa americana.
Martes 9 (informe de mister Ainsworth).— La una de la tarde. Tenemos a la vista la costa baja de Carolina del Sur. El gran problema está resuelto. Hemos cruzado el Atlántico; limpia y fácilmente, lo hemos cruzado en un globo. ¡Alabado sea Dios! ¿Quién dirá que existe algo imposible de ahora en adelante?
Aquí acaba el diario. Sin embargo, algunos pormenores del descenso han sido comunicados por mister Ainsworth a mister Forsyth. Cuando los viajeros estuvieron frente a la costa, que fue reconocida casi inmediatamente por los dos marineros y por mister Osborne, reinaba una calma absoluta. Como este último caballero tenía algunos conocidos en Fort Moultrie, inmediatamente se resolvió descender en sus cercanías. El globo fue conducido a la playa (estaba bajando la marea, y la arena suave y lisa se adaptaba admirablemente para el descenso), y se dejó caer el ancla, que inmediatamente agarró con firmeza. Los habitantes de la isla y del fuerte se precipitaron, como es natural, para ver el globo, pero con gran dificultad podían dar crédito al viaje realizado: la travesía del Atlántico. El ancla se había lanzado a las dos de la tarde, de modo que el viaje se había completado en setenta y cinco horas, más o menos, contando de costa a costa. No ocurrió ningún accidente serio. No hubo que temer ningún peligro de importancia en todo ese tiempo. El globo quedó deshinchado y asegurado sin dificultad; y cuando los informes base de donde se ha obtenido esta narración se enviaron a Charleston, el grupo continuaba aún en Fort Moultrie. No se conocen sus proyectos, pero podemos prometer a nuestros lectores, con toda seguridad, una información suplementaria, hacia el lunes o en el transcurso del siguiente día, a más tardar.
Ésta es, indudablemente, la más estupenda, la más interesante y la más importante empresa, no sólo llevada a cabo, sino intentada jamás por el hombre. Sería inútil tratar de determinar ahora los magníficos acontecimientos que pueden seguir a semejante aventura.
FIN